Está en la página 1de 4

MÓDULO DE APRENDIZAJE N° 09

Nombres y apellidos: _________________________________________________ Fecha. __ / 07 /2020

Grado: Quinto de Secundaria Área: Educación Religiosa

I. LA SAGRADA ESCRITURA Y EL TRABAJO


a. GÉNESIS 1, 27 – 30: “Y Dios creó al hombre a su imagen;
lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los
bendijo, diciéndoles: "Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del
mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra". Y continuó diciendo: "Yo
les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con
semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos
los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde". Y así sucedió”.

b. 2 TESALONICENSES 3, 6 -12: “Les ordenamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que
se aparten de todo hermano que lleve una vida ociosa, contrariamente a la enseñanza que recibieron de
nosotros. Porque ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre
ustedes, no vivíamos como holgazanes y nadie nos regalaba el pan que comíamos. Al contrario,
trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de no ser una carga para ninguno de
ustedes. Aunque teníamos el derecho de proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para
imitar. En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma. Ahora, sin
embargo, nos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y
entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en
paz para ganarse su pan."

c. SAN MATEO 20, 1 – 16: “Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de
madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a
su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: "Vayan ustedes
también a mi viña y les pagaré lo que sea justo". Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde,
e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: "¿Cómo se han
quedado todo el día aquí, sin hacer nada?". Ellos le respondieron: "Nadie nos ha contratado". Entonces les
dijo: "Vayan también ustedes a mi viña". Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo:
"Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros".
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después
los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo,
protestaban contra el propietario, diciendo: "Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les
das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada".
El propietario respondió a uno de ellos: "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en
un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo
derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?". Así, los
últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»".
II. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
1. Carta encíclica Rerum novarum (1891): Las revueltas obreras que
ocuparon los titulares a mediados del siglo XIX en adelante, son el origen del Derecho
del Trabajo. La finalidad de su aparición fue la protección del trabajador ante situaciones
de explotación extrema, que habían convertido al hombre en un medio, una
herramienta más dentro del engranaje de la producción: el único fin que parecía
importar. En ese contexto, mientras se agudizaban más las contradicciones entre
trabajadores y empresarios, explotadores y explotados, trabajo y capital, el sumo
pontífice León XIII se manifestó sobre esta situación a través de su famosa carta encíclica Rerum novarum
(Sobre la cuestión obrera), en 1891. Te presentamos algunos extractos de esta Encíclica:

“[…] la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en algún oficio lucrativo y el fin primordial
que busca el obrero es procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya. Si, por
consiguiente, presta sus fuerzas o su habilidad a otro, lo hará por esta razón: para conseguir lo necesario
para la comida y el vestido […]” (Leon XIII, 1891, pág. 2).

“los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la filosofía cristiana, no son vergonzosos para
el hombre, sino de mucha honra, en cuanto dan honesta posibilidad de ganarse la vida. Lo realmente
vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como de cosas de lucro y no estimarlos en más que
cuanto sus nervios y músculos pueden dar de sí” (Leon XIII, 1891, pág. 8).

Imbuido del espíritu progresista, León XIII exige medidas que forman parte de las consignas del movimiento obrero,
mucho antes de la positivación del Derecho del trabajo, y del nacimiento de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT); tales como: a) el establecimiento de jornadas máximas, “que no se prolonguen más de las horas que
permitan las fuerzas” (Leon XIII, 1891, pág. 16); b) el respeto por el descanso, que según la doctrina cristiana no es
una holganza u ociosidad, sino una necesidad humana pues “ aparta al hombre de los trabajos y de los problemas
de la vida diaria, para atraerlo al pensamiento de las cosas celestiales y a rendir a la suprema divinidad el culto justo
y debido” (Leon XIII, 1891, pág. 16); c) un salario digno y suficientemente amplio para sustentar al obrero y a su
familia; etc.
Todas estas exigencias tienen su fundamento dentro de la doctrina cristiana en el hecho de que el hombre debe
cumplir con el rol que Dios le designó: crear, fructificar y administrar la tierra. En este documento oficial, la Iglesia
remarca la trascendencia del trabajo, aunque no se atreve aun a sentar una posición firme contra la subordinación
del hombre por medio del trabajo.

2. Laborem exercens (Acerca del trabajo humano): Noventa años después de la encíclica Rerum
novarum, la Iglesia presentó un nuevo documento. En Laborem exercens (acerca del trabajo humano), que fue
pronunciado en 1981, Juan Pablo II afirma la existencia de un principio fundamental dentro de la Iglesia: el
principio de la prioridad del trabajo frente al capital (1981, pág. 18).
Ya reconocida la importancia del trabajo en la vida y el deber de los Estados y de los
empleadores de garantizar condiciones mínimas de trabajo, en esta carta se hace
énfasis en la inherencia del trabajo al hombre. En el punto 6 de la encíclica, se
desarrolla una concepción de trabajo en base a dos sentidos: objetivo y subjetivo. El
primero, hace referencia al trabajo como la fuerza capaz de transformar y al producto
que se obtiene de esta: la técnica, los bienes, instrumentos, etc. Mientras el segundo,
hace hincapié en la persona, en que este trabajo solo puede ser realizado por el
hombre y es inherente a él para la búsqueda de su propia perfección (Juan Pablo II,
1981, pág. 7).
En ese sentido, todo lo que el trabajo humano crea debería estar a disposición de los
seres humanos para lograr alcanzar ese estadio. Sin embargo, el afán desmedido de riqueza ha puesto en
contradicción al trabajo y al producto del trabajo, que se manifiesta en el capital. Este conflicto entre trabajo y
capital subsiste actualmente, pero ya había sido resuelto por la Iglesia en 1981. Recogiendo lo desarrollado por Marx
(1844, pág. 20), Juan Pablo II afirmó que no debería existir contradicción, pues el capital es a fin de cuentas trabajo
humano acumulado.

“Las máquinas, las fábricas, los laboratorios y las computadoras. Así, todo lo que sirve al trabajo, todo lo
que constituye —en el estado actual de la técnica— su «instrumento» cada vez más perfeccionado, es fruto
del trabajo. Este gigantesco y poderoso instrumento —el conjunto de los medios de producción, que son
considerados, en un cierto sentido, como sinónimo de «capital»—, ha nacido del trabajo y lleva consigo las
señales del trabajo humano […] La antinomia entre trabajo y capital no tiene su origen en la estructura del
mismo proceso de producción, y ni siquiera en la del proceso económico en general […] El hombre,
trabajando en cualquier puesto de trabajo, ya sea éste relativamente primitivo o bien ultramoderno, puede
darse cuenta fácilmente de que con su trabajo entra en un doble patrimonio, es decir, en el patrimonio de
lo que ha sido dado a todos los hombres con los recursos de la naturaleza y de lo que los demás ya han
elaborado anteriormente sobre la base de estos recursos, ante todo desarrollando la técnica, es decir,
formando un conjunto de instrumentos de trabajo, cada vez más perfectos […]” (Juan Pablo II, 1981, págs.
18 – 20)

Entonces, siendo que detrás de todo lo existente, incluso el capital, está el trabajo humano en todas sus
manifestaciones, el Sumo Pontífice afirma que es este el que tiene que primar ante cualquier tipo de conflicto.
Porque no es posible que el producto del trabajo humano se anteponga a la realización de la vida misma.
Hay en esta carta una visión mucho más amplia del trabajo humano y una clara postura sobre la trascendencia de
este en la vida del hombre. Si trabajo y hombre están íntimamente ligados, y es el trabajo el único medio por el cual
el ser humano puede desarrollarse como especie y desarrollar al mismo tiempo, de manera individual, su capacidad
creadora, no puede concebirse que el producto de este trabajo se enajene y subordine al hombre.
En la parte IV del documento, Juan Pablo II se refiere a los derechos que deberían tener todos los hombres del
trabajo, sin hacer distinción entre trabajo subordinado o independiente, para otro o propio, o cualquier otra
distinción conceptual que haya sido creada por el hombre. Reconoce y reafirma los derechos de sindicación, las
prestaciones sociales, un salario digno, la lucha contra el desempleo, etc. y le devuelve al trabajo la finalidad que le
había sido arrebatada por el afán de riqueza. La Iglesia en este documento tiene una posición firme contra la
explotación y subordinación del hombre por medio del trabajo; en la parte V, incluso, habla de los elementos para
una espiritualidad del trabajo volviendo a hacer énfasis en la concepción primaria del trabajo dentro de la doctrina:
el trabajo como don divino y forma de participación en la obra de la creación.

III. TRIPLE PERSPECTIVA TEOLÓGICA DE LA ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO HUMANO:

A. ELa Perspectiva Creacionista: El trabajo es una colaboración con Dios Creador. Frente a quienes han
insistido en las palabras del Génesis que aluden al sudor del trabajo, la DSI insiste más en las primeras palabras
que Dios dirige a la pareja humana: la procreación y el trabajo son dos formas privilegiadas que tiene el ser
humano de continuar lo que Dios empezó: transmitir la vida y mejorar el universo. Todo ello porque Dios ha
creado al ser humano “a su imagen”. Así lo enseña Populorum Progressio 27 (PP/ Pablo VI, 1967):

“El trabajo es querido y bendecido por Dios. Creado a imagen suya, el hombre debe cooperar con el creador a
completar la creación y marcar a su vez la tierra con la impronta espiritual que él mismo ha recibido. Dios, que
ha dotado al hombre de inteligencia, también le ha dado el modo de llevar a cumplimiento su obra: artista o
artesano, empresario, obrero o campesino, todo trabajador es un creador”.

Prolonga esta enseñanza haciendo ver que con el trabajo se crea también un mundo sobrenatural, camino de la
plenitud total en Cristo, que enseña San Pablo (PP 28). Este carácter de colaboración con el Creador lo ha
desarrollado ampliamente Laboren Exercens (LE) 4 y 25. Desde esta perspectiva trabajar es, además de un deber,
una posibilidad para el espíritu, una necesidad de la naturaleza, una apertura a la trascendencia. Si en algún
momento se ha podido pensar que la fe lleva a desentenderse de las tareas temporales al sobrevalorar lo espiritual,
una visión no sesgada debe reconocer que el creyente encuentra en su fe una motivación más poderosa para
interesarse por el mundo. Por otra parte no es de hoy esta atención creyente al trabajo: la divisa monacal “Ora et
labora” tiene muchos siglos de existencia.

B. La Perspectiva Cristologica: El creyente cristiano encuentra otra motivación para una espiritualidad del
trabajo. Éste es una oportunidad para acrecentar la unión e identificación con Jesucristo. Él trabajó
manualmente duran-te la mayor parte de su vida. Pero va más allá esta identificación, que enuncia por vez
primera GS 67 —con su trabajo, los hombres “se asocian a la obra redentora de Jesucristo”—, y ha desarrollado
con amplitud LE. En su última parte, titulada Elementos para una espiritualidad del trabajo, pre-senta una idea
nueva y audaz: con su trabajo, el hombre se une al misterio pascual, a la muerte y re-surrección de Jesús.
Argumenta así (LE 27):

 La muerte de Jesús fue consecuencia de la injusticia del mundo, que cayó sobre Él. Al trabajar, con frecuencia,
sufrimos injusticias.
 La resurrección de Jesús es el paso a una vida nueva. Con nuestro trabajo, colaboramos a crear un mun-do
nuevo.

C. La Perspectiva Moral: el trabajo es un ámbito de la existencia humana que nos permite ejercitar el
amor y el servicio a nuestros hermanos. Así lo expresó ya GS 67 y lo han comentado Pablo VI en PP 27 y
Juan Pablo II en muchas ocasiones, especialmente en CA 31. Sin duda dedicamos muchas horas en nuestra
vida al trabajo y éste nos ofrece la oportunidad de vivir lo básico del evangelio: el amor al hermano.

También podría gustarte