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c a p í t u l o

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Terapia sistémica con parejas y familias:
Una visión europeo-alemana*

Kurt Ludewig

A fines de los años ’60 denominábamos como terapia familiar sistémica a un determinado método de la
psicoterapia, el así llamado enfoque milanés. Con la noción sistémico(a) se hacía alusión a una imple-
mentación de proposiciones teóricas en el campo de la práctica que provenían de la teoría de sistemas
y de la cibernética. El calificativo sistémico que había sido propuesto por, entre otros, Gregory Bateson,
se usaba para distinguir a este enfoque terapéutico de otras terapias de familia y pareja provenientes
de otros marcos teóricos (psicoanálisis, behaviorismo). Posteriormente, en los años ’80, se amplió el
enfoque sistémico considerablemente, al introducirse en él pautas teóricas que provenían de una epis-
temología neurobiológica y constructivista. Esto condujo finalmente a la ampliación y consolidación de
la terapia sistémica como un enfoque general de la psicoterapia. Poco después empezaron las diferen-
ciaciones en subgrupos por lo que la denominación sistémico(a) ha podido mantener su función deno-
minativa sólo a un nivel de alta abstracción. A este nivel, la denominación sistémico(a) incluye a todas
aquellas concepciones terapéuticas que ven al ser humano como un ente constituido socialmente y que,
por lo tanto, como tal sólo puede existir en el campo de los sistemas sociales. La práctica derivada de
este marco teórico hace uso de distintas recepciones del pensamiento científico sistémico, el que fuera
elaborado en distintas disciplinas de las ciencias naturales, humanísticas y sociales y que encuentra su
aplicación concreta en el trabajo con sistemas psíquicos y sociales.
Como adaptación a la práctica de un pensamiento teórico, la terapia sistémica no se define por determi-
nados settings de su implementación. En cambio, en las terapias tradicionales el setting se define según
el entendimiento de los problemas. Eso podía ser un conflicto, un disturbio (disorder), un déficit o una
disfuncionalidad en algún “sistema natural”, como una pareja o una familia. Según donde se localizara
el problema se elegía el setting en forma correspondiente, es decir, como terapia individual, de parejas o
familiar. Por otra parte, la terapia sistémica apunta pragmáticamente a cualquier sistema, sea psíquico
o social, cuya operacionalidad determina la generación y conservación de un “problema”.
Para tratar la terapia sistémica como un enfoque general de la (psico)terapia, será indispensable intro-
ducir algunos de los aspectos teóricos y prácticos que tienen gran importancia en la elaboración de los
conceptos básicos de este enfoque. Luego de ocuparnos de las nociones básicas volveremos a la terapia
con parejas y familias y las describiremos en forma más precisa. A esto se agregará una viñeta clínica
que servirá de ejemplo para ilustrar el proceso intersistémico de una terapia.

De la terapia familiar a la terapia sistémica

La aparición de la terapia familiar se remonta a los años ’50 y tuvo lugar principalmente en el ámbito
anglosajón. En los EE.UU. a principios de los años ’60, la terapia familiar ya había sobrepasado su fase
de primera experimentación pragmática y se había convertido en un “movimiento” distinguible (Hoff-

* Una versión anterior de este ensayo fue publicada en: Wirsching M, Scheib P. Paar-und familientherapie. Berlín: Springer,
2002; 59-79. Las citas bibliográficas en esta versión castellana han sido reducidas a obras de índole internacional.

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man, 1981). En el ámbito psicoterapéutico germano hubo en los años ’60 una adhesión paulatina a
este desarrollo que recién en los años ’70 hizo un vuelco notable hacia la práctica de la terapia familiar
(Stierlin, 1994). En esos momentos los primeros congresos de cierta magnitud tienen lugar y, al mismo
tiempo, aparecen las primeras asociaciones profesionales. Este desarrollo culmina a fines de los años ’70
con la aparición de la traducción al alemán del primer método psicoterapéutico genuinamente europeo
occidental después de la Segunda Guerra Mundial: el enfoque milanés (Selvini Palazzoli y cols., 1975).
La influencia de esta así llamada terapia familiar sistémica adhirió al ya existente interés por las teorías
de sistemas y de la comunicación, un interés particular por las ideas de la epistemología que en esa
época emergían y de la nueva cibernética de segundo orden (Boscolo y cols., 1987; Jones, 1993).
Poco después se da el próximo paso en este desarrollo. Apoyándose en la epistemología neurobiológica
y en el concepto de autopoyesis de Humberto Maturana (Maturana y Varela, 1984) el terapeuta familiar
tejano Paul Dell gatilló con su ponencia en el Congreso de Zürich del año 1981 una discusión en el
plano teórico que habría de tener una influencia decisiva en el desarrollo posterior de la terapia sistémica
(Ludewig, 1983; Hoffman, 1990). Se había dado el primer paso hacia la elaboración de una nueva
concepción de la psicoterapia enmarcada en un planeamiento teórico propio, tanto desde el punto de
vista metateórico de la teoría básica como también de la teoría clínica. Desde principios de los años ’80
ese marco se fue ampliando con ideas y conceptos provenientes de la cibernética de segundo orden (von
Foerster, 1985), del constructivismo radical (von Glasersfeld, 1987) y de la teoría de sistemas sociales
(Luhmann, 1984). A fines de los años ’80 y a principios de los ’90 se asimilan influencias del así lla-
mado construccionismo social (Gergen, 1999) de las teorías narrativas (White y Epston, 1989). A nivel
científico tienen importancia en Alemania la teoría de sistemas dinámicos y no-lineales y de la teoría de
la autoorganización o sinergética de Hermann Haken (1981; Schiepek y Strunk, 1994). Finalmente,
en los años ’90 se añaden influencias de las nuevas teorías de la emoción (Ciompi, 1997), de la psi-
cología evolutiva (Stern, 1985; Fivaz-Depeursinge y Corboz-Warnery, 1999) y de la lingüística (Lakoff
y Johnson, 1980). La elaboración de teorías clínicas adaptadas a estas nuevas influencias fue llevada
adelante en los años ’80, especialmente por Harry Goolishian (Anderson, Goolishian y Winderman,
1986; Goolishian y Anderson, 1988) y Steve de Shazer (1982, 1986 y 1988). A fines de los años ’80
se puede ya hablar de una nueva terapia sistémica de segundo orden que se caracteriza por distanciarse
de un intervencionismo unilateral, por concebir la psicoterapia como un proceso de cocreación llevado
a cabo conjuntamente por pacientes y terapeutas y por percibir la comunicación de ambos como un
proceso recursivo y reflexivo. Los elementos centrales de este enfoque son: una actitud de cooperación
y de orientación en recursos y en soluciones, transparencia (Andersen, 1990), impavidez frente a los
problemas y curiosidad por lo beneficial (Cecchin, 1987) y un procedimiento variable con narrativas
(White y Epston, 1990).
Como en todos los métodos psicoterapéuticos también en el campo sistémico ha dado lugar a diferencia-
ciones internas. Esto podría verse como una consecuencia “natural” del pensamiento sistémico ya que
éste prescinde de verdades absolutas y por eso no puede exigir o esperar una lealtad indiscutible. A las
distintas corrientes que confluyen en la terapia sistémica se suman, entre otros, los enfoques directivos
e interventivos, los enfoques que acentúan una actitud de cooperación o que, apoyándose en ideas
del construccionismo social, acentúan el lenguage (Anderson, 1997), los enfoques de terapias cortas
y orientadas a soluciones, los enfoques narrativos o que acentúan el encuentro social, los enfoques
integrativos y aquéllos de una orientación que podría denominarse intersistémica. Una apreciación tan
versada como personal sobre este desarrollo lo otorga Lynn Hoffman (2000).
A pesar de estas distinciones, todos estos enfoques tienen en común que se basan en el mismo marco
metateórico del constructivismo (incluyendo el construccionismo social y otras posiciones no-realistas)
y que se apoyan, asimismo, en el programa interdisciplinario de las ciencias sistémicas, es decir, en las
teorías de la autoorganización, de sistemas y de la comunicación.

Pensamiento sistémico: Bases teóricas

La posición epistemológica que sirve aquí de partida puede resumirse en la siguiente aseveración: Todo
aquello que tiene consecuencias reales es, por lo tanto, real. Visto así es necesario aclarar un mal-

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entendido bastante habitual cuando se trata del pensamiento sistémico como posición epistemológica
constructivista. El pensamiento sistémico no abre camino a “construcciones” arbitrarias sino que sólo se
distancia de una concepción realista del mundo que aprecia lo existente como una realidad independien-
te del observador. Esta posición, sin embargo, no conduce en absoluto a una creencia de que las reali-
dades se configuran a gusto. ¡Todo lo contrario! La renuncia a suponer la existencia del mundo en-sí y a
usar esta creencia como criterio de veracidad se compensa en el pensamiento sistémico por la exigencia
de mantener estrictamente una coherencia argumentativa interna. De ahí la aspiración científica del
pensamiento sistémico. El acceso a una realidad independiente del observar es descartada por ilusoria.
Por lo tanto, el pensamiento sistémico no valida sus argumentos recurriendo a criterios de veracidad ba-
sados en una apreciación objetiva del mundo o en cualquier otra definición de una verdad absoluta. En
cambio, el discurso del pensar sistémico se restringe modestamente a aseveraciones sobre aquello a lo
cual los observadores tienen acceso, es decir, a nuestras construcciones del mundo. Y éstas no provienen
de creaciones arbitrarias sino de la operacionalidad de sistemas nerviosos interrelacionados, es decir, de
seres humanos en comunicación. Las realidades que surgen en estos procesos constituyen por falta de
alternativa, aquella realidad que percibimos como ineludible y comprometedora. Estas realidades son
para todos los efectos reales, especialmente si sirven para subsistir en adaptación al entorno. El pensa-
miento sistémico no hace declaración alguna sobre un supuesto en-sí de un mundo independiente del
observador. Mas aún, el pensamiento sistémico se resiste a la “tentación de certidumbre” y se abstiene
de afirmar o negar la existencia de una realidad que trascienda al ser humano o que postule una realidad
subyacente inaccesible. Apoyándose en Humberto Maturana y otros, el pensar sistémico se conforma
con la aseveración pragmática que nosotros vivimos los mundos que constituimos en el (con)vivir.
En el campo de la psicoterapia se revela la pregunta sobre si existen realidades independientes del obser-
vador fundamentalmente irrelevantes. Por decirlo así: en cuanto al sufrimiento implicado da exactamente
lo mismo si se sufre por un problema real o inventado. De mayor relevancia son aquellas preguntas que
se refieren a cómo nosotros, los seres humanos, llegamos a generar realidades determinadas –ej. “pro-
blemas”– y qué consecuencias nos plantean. Además interesa la pregunta de cómo ciertas realidades
–ej. “problemas”– que una vez que han sido generadas, siguen siendo reproducidas aunque produzcan
dolor y desconsuelo. También interesa la pregunta pragmática de cómo estas realidades una vez gene-
radas puedan ser influenciadas –ej. por una terapia–. Las respuestas a estas preguntas constituyen en
la psicoterapia el dominio de la teoría clínica. Pero antes de entrar a la exposición de la teoría clínica
de la terapia sistémica elaboraré a grandes rasgos el marco metateórico que le sirve a esta teoría como
contexto.
Sistémicamente –en el sentido estricto de la palabra– se piensa en la psicoterapia a partir de Gregory
Bateson y cols., (1969, 1980 y 1982). Sus ideas dieron un impulso immenso al pensamiento psico-
terapéutico trasladando el foco de observación de nociones concretas de índole ontológica (etiologías,
enfermedades, disturbios, diagnosis, etc.) a padrones (patterns) de conexión. Desde entonces han trans-
currido más de dos decenios y, sin embargo, no hay aún una respuesta definitiva a la pregunta: ¿Qué
significa sistémico? El espectro de las respuestas dadas a esta pregunta se extiende desde una referencia
difusa a conceptos poco diferenciados de totalidad y sistema a programas científicos muy sofisticados.
Esta situación ha desconcertado a más de un crítico de los planteamientos sistémicos, conduciendo a
aseveraciones inadecuadas. Para evitar seguir alimentando este desconcierto explicaré a continuación la
posición que adopto en este texto.

El concepto “Sistémico”. Caracteriza aquí a una forma del conocer (observar) que asume el problema
de la complejidad, evitando reduccionismos innecesarios. En este sentido el pensamiento sistémico
designa una forma general de pensamiento que procura tratar la complejidad en forma adecuadamente
compleja. El pensamiento sistémico designa, por lo tanto, una cultura o posición del pensamiento
basada en presuposiciones, derivaciones y conclusiones propias aptas para el uso universal. El ser hu-
mano es visto como una unidad compleja de constitución intersistémica que anuda a distintos tipos de
sistemas: los sistemas biológicos, psíquicos y sociales. La limitación del ser humano a sólo uno de estos
tipos de componentes es considerado como un reduccionismo innecesario (biologismo, psicologismo,
sociologismo) y, por lo tanto, rechazado.

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Desde una perspectiva neurobiológica se puede aseverar que todo conocimiento, es decir, toda afir-
mación de existencia proviene del proceso de observar (o distinguir). El observar humano posee por
naturaleza un sistema cognoscitivo capaz de hacer distinciones y de transformar estas distinciones
lingüísticamente en ser unidades de la comunicación (descripciones, explicaciones). Una vez generadas
y mientras no haya una alternativa más adecuada que las reemplace, las distinciones adoptan, para
todos los fines prácticos, el carácter de realidad. El criterio tradicional de veracidad –la objetividad– como
congruencia entre el conocimiento y el objeto es reemplazado por una ponderación –comunicativa– de
la utilidad de un determinado conocimiento. Un conocimiento (descripción, explicación) se revela como
comunicativamente útil si le sirve a distintos usuarios para llegar a fines comparables. El pensamiento
sistémico considera junto a la constitución biológica del ser humano su “lenguajear” como constitutivo y
evalúa, así, toda aseveración de existencia como algo comunicativo. La contraposición impeditiva entre
individuo y colectivo es abandonada y reemplazada por el postulado de que los seres humanos son
indisolublemente tanto biológicamente individuales como comunicativamente sociales (zoon politikon).
Como seres en lenguaje –más exacto: “lenguajeantes” (Maturana y Varela, 1984)– pueden solamente
existir enmarcados en una comunidad humana. El observar entendido como un distinguir en lenguaje
constituye un proceso social que precisa esencialmente de una comunidad o cultura en la cual se
puedan establecer condiciones duraderas para un entendimiento y una consensualización exitosa que
permita generar los significados, normas, usos, etc., que van constituyendo las tradiciones.
Con respecto al ser humano el pensamiento sistémico tematiza su característica complejidad intersisté-
mica –su identidad biopsicosocial– desde el punto de vista de la teoría de sistemas. Siguiendo el pensa-
miento de Niklas Luhmann (1984 y 1996), un sociólogo alemán que ha creado una teoría sistémica del
fenómeno social y haciendo uso del esquema teórico diferencial (differenztheoretisch) se puede precisar
una definición de lo humano de acuerdo a la relación constitutiva recíproca entre individuo y comunidad,
vale decir, a la relación recursiva de Yo/Tú ⇔ Nosotros. Nosotros denota aquí la unidad de la diferencia
entre Yo y Tú. Yo resulta de la comparación diferencial con algún otro Yo (Tú) al cual se le adscribe
homogeneidad (es decir, ser también un Yo). Yo y Tú se generan mutuamente por medio de operaciones
del observar en el transcurso de encuentros sociales (comunicación) y son, por lo tanto, para cada cual
condiciones recíprocas para la existencia del otro. El Nosotros, o sea, el sistema social, es igualmente
condición y resultado de estas distinciones recíprocas. Es por eso que el Nosotros, como comunidad,
abre la posibilidad de lo individual y, por lo tanto, también de la forma de ser y de existir del ser humano.
El ser humano recién puede existir, a lo menos, de a dos. Allí se demuestra lo sistémico del pensamiento
sistémico; a este principio lo denomino el principio sistémico.

Teoría clínica

El pensamiento sistémico conduce a redeterminar el objetivo y la metodología de la psicoterapia de


acuerdo a sus propios criterios. En congruencia con su propia fenomenología y manteniendo una “con-
tabilidad lógica” clara (Maturana y Varela, 1987) debe decirse que el fenómeno psicoterapéutico tiene
lugar en el campo de la comunicación. En la psicoterapia no hay nada substancial que fuera comparable
al organismo o, mucho menos, a algún mecanismo. Por lo tanto, no hay necesidad alguna de usar medi-
das clasificatorias comparables a lo que es útil en el ámbito de lo físico. En la transición de lo substancial
a lo comunicativo se revela muy expresamente el aspecto revolucionario del proyecto terapia sistémica.
El observador comunicante (o como se le quiera llamar a esta figura teórica) es considerado epistemo-
lógicamente como punto central de partida a todo entendimiento; los fenómenos que dan origen a una
terapia –aquí: los “problemas”– son conceptualizados en el marco de las teorías de la comunicación y
la (psico)terapia es comprendida como un proceso comunicativo. Ante este trasfondo programático se
tratarán a continuación algunos de los temas y problemas que surgen al elaborarse una concepción
sistémica de la teoría clínica.

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terapia familiar y de pareja

EL PUNTO DE PARTIDA: EL DILEMA DEL TERAPEUTA

Los psicoterapeutas se enfrentan en su campo profesional con una demanda aparentemente contradic-
toria: ¡Opera en forma eficiente sin saber de antemano ni cómo hacerlo ni qué consecuencias tendrá!
Este dilema proviene de la comprensión sistémica del ser humano como fundamentalmente autónomo,
es decir, indeterminable en forma heterogénica lo que rige, también, para toda forma de intervención en
sistemas psíquicos y sociales. Los psicoterapeutas profesionales conocen, por lo general, tal dilema y se
comportan conforme a ello. La investigación científica tradicionalista de la psicoterapia (el mainstream)
se guía, sin embargo, por el discurso causalista y considera los efectos pragmáticos de este dilema como
un factor estorbante y desechable. Visto así, no asombra en absoluto que el muy lamentado abismo entre
la investigación y la práctica permanezca insuperable (Margison y cols., 2000). La terapia sistémica
asume este dilema y lo usa como punto de partida para toda reflexión sobre la práctica. El dilema nace
de la noción sistémica de que todos los sistemas psíquicos y sociales son fundamentalmente intrans-
parentes, no-instruibles y autorreferenciales. Como consecuencia de este entendimiento es necesario
prescindir de diagnósticos exactos, intervenciones causales y predicciones seguras. En vez de guiarse
por diagnósticos “objetivos” se aceptan las definiciones subjetivas de los participantes y se les considera
capaces de describir sus problemas a su manera; en vez de aspirar a cambios causales se buscan in-
tervenciones “encajantes” (fit); en vez de usar estrategias comunicativas con finalidad determinante se
confía en que los diálogos terapéuticos puedan ser beneficiosos y saludables si se desarrollan en forma
respetuosa. Crear condiciones que permitan y fomenten la realización de estos objetivos en la práctica
es la meta principal de la teoría clínica.

EL OBJETIVO DE LA TEORÍA CLÍNICA: UN PROCESO SISTÉMICO

El objetivo de cualquier teoría de la práctica se refiere a aquellos aspectos que sirven de motivo para
poner en marcha a aquella práctica. En la psicoterapia se trata de aquellas situaciones humanas que
motivan la búsqueda y la realización de un proceso psicoterapéutico. En vez de reducirse a conceptos
médico-biológicos como enfermedad o disturbio aquí se propone conceptualizar el objetivo de la teoría
clínica como una secuencia de sistemas sociales o comunicativos con temas propios y distinguibles que
se van relevando en el trascurso de un proceso social llamado psicoterapia. Ni los sufrimientos corpora-
les ni las experiencias dolorosas ni las relaciones fracasadas conducen de por sí a iniciar una psicoterapia
sino más bien una comunicación a nivel profesional que tematiza estos problemas y que constata, al
mismo tiempo, que es necesario dar ayuda. El comienzo de esta secuencia lo marca un “problema”, es
decir, un comportamiento, una forma de ser o una interacción que es evaluada por los afectados mis-
mos o por otros como en necesidad de cambio. A aquellos problemas que producen sufrimiento o una
preocupación alarmada en un individuo los llamo problemas-de-la-vida. Aquellos problemas-de-la-vida
que sobrepasan lo individual y llegan a ser comunicación, creando un proceso comunicativo autorrepro-
ductivo constituyen un sistema-problema1. Las personas que contribuyen al sistema-problema y que
no encuentran forma de disolverlo por sí mismos pueden comenzar otra comunicación constatando que
necesitan de ayuda profesional. Esta nueva comunicación con el tema “búsqueda de ayuda” constituye
un nuevo sistema social al que llamo un sistema en búsqueda de ayuda (help-seeking system). En
el encuentro con un profesional se buscará la forma de coordinar a aquéllos que requieren ayuda con
auxiliares adecuados (clearing process); así se constituye en sistema de ayuda no-específico. El próximo
y generalmente último sistema de esta secuencia es un sistema de ayuda específico. Según el tipo de
problema y de actividad de ayuda prestada, éste puede tener el carácter de instrucción, consejo, acom-
pañamiento o terapia.

1
El concepto sistema-problema es un desarrollo posterior al concepto ideado por Harry Goolishian del sistema determina-
do por un problema o problem-determined system (Anderson, Goolishian y Winderman, 1986). La denominación usada
en 1996 en la traducción de mi libro “Terapia sistémica” al castellano “sistema problemático” implica erróneamente que
se trataría de un sistema con problemas. Lo esencial del concepto sistema-problema es que se trata de un sistema social
como cualquier otro que sólo se diferencia de otros por su temática específica: un problema.

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PROBLEMAS CLÍNICOS: PROBLEMAS-DE-LA-VIDA Y SISTEMA-PROBLEMA

Siguiendo el pensamiento sistémico podemos concebir tanto a aquellos procesos que los seres humanos
producen y reproducen como problemas como asimismo a los procesos que sirven para superarlos2
como procesos comunicativos. En coherencia con la teoría moderna de sistemas Niklas Luhmann cons-
tata que todos los sistemas procesan solamente sus propios estados y que esto también debe regir para
los sistemas psíquicos y sociales. Los cambios en un sistema no pueden ser, por lo tanto, causados
desde el exterior ya que los sistemas se organizan internamente en clausura operacional. Los sistemas
psíquicos y sociales pueden ser considerados como sistemas de sentido ya que emergen al generar y
mantener un sentido (alemán: Sinn). De ahí que los límites de un sistema de sentido sean límites de
sentido. El sentido de un sistema comunicativo o, en un nivel más concreto, el tema reproducido en la
comunicación es lo que le permite al sistema discriminar entre los sucesos que pertenecen o no al sis-
tema. Los sistemas sociales están constituidos por sucesos (comunicaciones) que sólo tienen existencia
en el tiempo y no en el espacio. Debido a su existencia únicamente temporal, las comunicaciones y las
conexiones que las van uniendo y generando así un proceso comunicativo, se diferencian fundamental-
mente del mundo de lo espacial. Por ser sólo temporales las comunicaciones no están sujetas a las leyes
de la causalidad física sino que, por el contrario, pueden cambiar inusitadamente en cualquier momento.
Por otro lado y debido tanto a la intransparencia mutua entre los participantes en una comunicación
como a la variabilidad inmanente de estos procesos resulta toda contribución a una comunicación como
algo ineludiblemente arriesgado. Estos riesgos pueden sólo ser superados si son afrontados. Para poder
entablar una comunicación es necesario que alguien dé un primer paso y, para ello se requiere confian-
za. Sin tener la confianza de que el otro, a quien se le atribuye la misma condición de incertidumbre de
uno mismo, esté dispuesto a aceptar la invitación a una comunicación, todo proceso comunicativo sería,
según Luhmann, un proceso altamente improbable. En la comunicación humana no existe alternativa
alguna que reemplace la confianza. Quien por desconfianza desee evitar el ineludible riesgo inherente a
toda comunicación no está en condiciones de sobrevivir.
Siguiendo esta línea del pensamiento sistémico –que aquí sólo puede esbozarse– se pueden definir
los problemas humanos de relevancia clínica como tentativas fracasadas de superar una alteración
(perturbación, irritación) alarmante o dolorosa. La alteración ha sobrepasado la capacidad de reacción
del sistema y éste no puede ni retraerse ni reaccionar adecuadamente a la situación molesta, sino que
la soporta o trata de evitarla. De esta manera puede surgir un “problema” que según su intensidad y
extensión puede establecerse como un problema-de-la-vida subjetivo o pasar a ser un sistema-problema
comunicativo. Durante el transcurso de cualquier proceso comunicativo van creándose estructuras que
pueden ser consideradas como estructuras de expectativa que sirven de orientación para continuar la
comunicación. Lo mismo ocurre con las comunicaciones que han producido un problema y lo siguen
reproduciendo. Las estructuras de este tipo de comunicación se van creando en base a estrategias de
evitación individual y colectiva y van siendo cada vez más redundantes, desarrollando una estructura
repetitiva muy estable. Esta estructura repetitiva refleja una lógica emocional específica. El deseo de
efectuar un cambio que sirviera para contrarrestar el sufrimiento producido por el problema, al ser obs-
taculizado por la incertidumbre sobre el cambio, podría desencadenar algo aún peor. Se puede aseverar
que los participantes en un sistema-problema se guían prácticamente por el refrán que dice: “Más vale
diablo conocido que ángel por conocer”, o sea, más vale continuar el problema y aceptar el sufrimiento
que arriesgar un cambio con salida insegura. Por otro lado, cualquier tentativa a cambiar el proceso de
autorreproducción del problema desde su propia estructura se enfrenta a la dificultad de que el problema
no es de por sí variable, ya que es nada menos que el tema de las conversaciones internas o interactivas
que lo mantienen y no algo adyacente o accidental al sistema. Para efectuar un cambio en este proceso
se precisa abandonar la dinámica comunicativa que mantiene el problema. Y esto precisa, a su vez, de
una ampliación de la perspectiva, es decir, de una metacomunicación o de una solución de segundo or-

2
A diferencia de los conceptos “curar” o “sanar” que sugieren una solución definitiva optamos por usar el concepto de
“superar”, queriendo decir que los problemas humanos pueden ser abandonados o pasados a segundo plano sin que
esto signifique que hayan sido extinguidos para siempre y no puedan volver a reincidir.

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den que reintroduzca grados de libertad (Watzlawick y cols., 1974). La dinámica emocional de evitación
que conduce a evitar el riesgo involucrado en un cambio es aún más intensa si se trata de relaciones
significativas entre los participantes. En parejas, familias, clases escolares y equipos de trabajo, los
miembros integrantes están tan intensamente ligados el uno al otro que una maniobra arriesgada podría
tener resultados nefastos y dolorosos. La revelación de un secreto, por ejemplo, puede conducir a un
cambio duradero o hasta el término de la relación.

Sistema-problema. La búsqueda de una conceptualización sistémica de los motivos que ponen en


marcha una psicoterapia condujo a Harry Goolishian a formular un concepto realmente revolucionario:
el sistema determinado por un problema (Anderson, Goolishian y Winderman, 1986; Goolishian y
Anderson, 1988). Harry Goolishian no hizo más, por decirlo así, que darle una vuelta de 90 grados a la
manivela y manifestó que no son las estructuras (sistemas) sociales las que tienen problemas sino los
problemas los que tienen-generan estructuras sociales. Este concepto netamente sistémico –el sistema-
problema– fue decisivo para que la terapia sistémica pudiera transcender el ámbito de una metafórica
cosificante, abandonando conceptos inadecuados como enfermedad y disturbio mental avanzando hacia
el dominio propio de lo social: la comunicación. En mi propia elaboración de este concepto lo amplié
complementándolo con aspectos de la teoría de las emociones de Maturana, Ciompi y otros y de la
teoría de la comunicación de Luhmann. Así surgió paulatinamente un concepto que, por una parte, es
genuinamente sistémico y, por otra, legítimamente social (Ludewig, 1992).
El uso del concepto de sistema-problema permite descartar hipótesis normativas y patologizantes. Un
sistema-problema no se diferencia estructuralmente de otros sistemas sociales. Los temas que aparecen
como problema pueden referirse a cualquiera situación del quehacer interrelacional humano. Para la
teoría clínica son aquellas situaciones relevantes que evalúan ya sea una conducta o una forma de ser
de una persona o, en general, todo el comportamiento o toda la forma de ser de una persona en forma
negativa y que, como consecuencia, provocan en esta persona sufrimiento. La estabilización de una
estructura repetitiva es un aspecto característico de un sistema-problema. El campo de acción posible se
va reduciendo cada vez, más impidiendo que puedan efectuarse comunicaciones que eventualmente po-
drían servir o como distracción o ampliación o superación de la situación problemática. Cada cual desea
el fin de la situación problemática, pero nadie se atreve a dar el primer paso. Todos esperan que sea el
otro quien haga el primer cambio. Después de todo, el status quo asegura que, a pesar de todo el sufrir,
nada cambiará y, por lo tanto, tampoco empeorará. Las condiciones esenciales de toda relación social
–el amor y la confianza– no llegan a ser cumplidas; el diálogo que requiere fundamentalmente de una
disposición al riesgo está bloqueado. Por este motivo aquellos sistemas desarrollan una gran estabilidad.
La comunicación resulta cada vez más ritualizada y “trivializada” (monótona, predecible), y el “más de
lo mismo” de Paul Watzlawick agudiza la situación a niveles insoportables. El potencial creativo de los
imprevistos y los malentendidos no tienen entrada; la disposición al riesgo y la confianza no pueden des-
envolverse. Debido a la fuerte emocionalidad implicada en un problema, las posibles alternativas tienden
a desaparecer del presente. Y, sin embargo, los participantes disponen en cada momento y aunque sea
sólo en forma latente, de recursos y posibilidades que les permitirían convivir independientemente del
problema. De no ser así ningún tipo de ayuda podría ser eficaz.

Problemas-de-la-vida. El concepto de sistema-problema tuvo a nivel teórico un fuerte impacto en la


terapia sistémica. Luego de ser adoptado como aspecto central de la teoría clínica este concepto ha sido
últimamente objeto de crítica por su concentración muy exclusiva en el lenguaje. El autor alemán Tom
Levold (1997) propuso integrar al discurso de la terapia sistémica el aspecto de vivencia emocional
intrasubjetiva de los problemas, es decir, distinguir más claramente entre la narración y la percepción
de un problema. Con el objeto de distinguir la experiencia subjetiva del aspecto comunicativo de un
problema hago uso del concepto de problema-de-la-vida (Ludewig, 1992 y 2002). Este concepto busca
integrar los resultados recientes de la investigación de las emociones que confirman la gran influencia de
las disposiciones emocionales en todos los procesos de la vida humana incluyendo a aquéllos que crean
sentido tanto en el campo cognoscitivo como en la comunicación (Ciompi, 1997; Panksepp, 1998). Un
agravio emocional o una ofensa que aflija a uno o más individuos que constituyen un sistema social de
importancia emocional es una condición imprescindible para que pueda emerger un sistema-problema.

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La interrelación entre problemas-de-la-vida y sistemas-problema ocupa un lugar importante en toda


reflexión clínica constituyendo así una diferencia-guía para la teoría clínica. Esta diferencia permite com-
prender a los problemas individuales y sociales como unidades entrelazadas de actuación recursiva pero
con operacionalidad propia, es decir, con acoplamiento estructural.
Los problemas-de-la-vida son fenómenos que producen sufrimiento individual y que son evaluados por
el individuo que los vivencia subjetivamente como en necesidad de cambio. A los problemas-de-la-vida
les subyace igual que a los sistemas-problema una dinámica emocional proveniente de engaños, ofen-
sas, maltrato, etc. que, por lo general, conducen a establecer estrategias de evitación. Las disposiciones
biopsicosociales de los seres humanos nos permiten sobrellevar algunas irritaciones y otros disturbios sin
mayores consecuencias. Sin embargo, todo ser humano tiene límites natos o adquiridos que al ser so-
brepasados producen un estrés agobiador, para el cual no hay reacción adecuada. El estrés junto a otras
condiciones propiciantes puede llevar a producir un problema-de-la-vida que al ir creando una dinámica
propia se va estableciendo cada vez más intensamente. Estas disposiciones individuales constituyen las
condiciones marginales o del entorno que son necesarias para que surja un problema pero sin pertenecer
a la operacionalidad del sistema mismo.
La integración del concepto de problema-de-la-vida otorga ventajas teóricas de importancia, especial-
mente para la conceptualización de la terapia individual sistémica. Sin embargo, esto tiene su precio ya
que conduce directamente a otro dilema concepcional y práctico. Mientras que los sistemas-problema
pueden ser reconstruidos por medio de la observación, los problemas-de-la-vida son sólo inferibles a
través de la intuición, la empatía, la introspección y la interafectividad (ej. los así llamados fenómenos de
la transferencia y contratransferencia). La ampliación de la teoría clínica de orientación sistémica inclu-
yendo los fenómenos intrapsíquicos se revela como una maniobra arriesgada ya que se hace necesario
reactualizar conceptos individuales que habían sido descartados por principio. Por otro lado, el ignorar
estos fenómenos es aún peor ya que imposibilita el discurso sobre los sistemas psíquicos y confina a la
terapia sistémica exclusivamente al medio socio-comunicativo. Al tener que incluir aspectos intrapsíqui-
cos y sin contar con alternativas viables aparece como indispensable efectuar un manejo cauteloso de los
problemas-de-la-vida, de su emergencia y disolución. Para este efecto se requiere de una comunicación
que tematice la vida interior de los participantes buscando darle un sentido adecuado y evitando caer en
la “tentación de la certidumbre”. Por otra parte, la conceptualización de los problemas-de-la-vida a nivel
individual abre la terapia sistémica para aquellas personas que viven o aisladas o condenadas al silencio
para que puedan entablar una comunicación beneficiosa.

FORMAS BÁSICAS DE LA PRÁCTICA SISTÉMICA

La asistencia psicosocial3 a nivel profesional tiene lugar en comunicación y constituye, por lo tanto, sis-
temas sociales. Los procesos involucrados pueden ser analizados según los aspectos que constituyen el
sistema, es decir, según sus elementos, relaciones y su borde de sentido. Los elementos de un sistema
social son –en mi dicción– miembros, vale decir, operadores sociales que emergen y se disuelven con el
emerger y disolverse de un sistema social y que, en el caso de la asistencia social, son encarnados por
los asistentes y sus pacientes (Ludewig, 1992). Visto así, se puede decir que los participantes en un
proceso de asistencia social tanto como recipiente (paciente) o como auxiliar (terapeuta, ayudante, pro-
tector) recién emergen como miembros de un sistema común de asistencia por medio de sus actividades
comunicativas. Los recipientes emergen como miembros del sistema como resultado de su demanda de
recibir asistencia; los proveedores de ayuda emergen en base de su legitimación como profesionales. En
cuanto a los temas que se dan en el campo de la asistencia psicosocial propongo distinguir entre ayuda
y tutela (Ludewig, 2002). La ayuda surge como reacción a una demanda de ayuda mientras que la
tutela se otorga por asignación de un tercero autorizado, por ejemplo, de una institución de auxilio social.
La ayuda se rige por un encargo negociado libremente entre los involucrados mientras que la tutela se

3
Uso el término “asistencia psicosocial” como común denominador de todo tipo de actividad destinada a asistir al necesi-
tado, trátese de terapia, consejo, tutela u otros, al operador en esta asistencia le llamaré “auxiliar”.

51
terapia familiar y de pareja

otorga de acuerdo a una disposición de terceros. Esta distinción es central en el sentido que le permite
al profesional mantener en todo momento una “contabilidad lógica” adecuada.
En la ayuda se pueden distinguir con respecto a las demandas de auxilio cuatro tipos de procesos,
los cuales pueden ser ilustrados por medio de un esquema bidimensional. Una de las dimensiones se
refiere al objetivo de la asistencia (la demanda o petición de ayuda), la otra simboliza el tipo de reac-
ción profesional. La demanda puede consistir de una solicitud tanto de una ampliación como de una
disminución, vale decir, de un más o un menos de algo. La reacción de los profesionales puede aspirar
a una convergencia entre las estructuras de los que piden y los que dan ayuda, es decir, que lleguen
a asemejarse con respecto a un criterio pertinente. Esta reacción puede también aspirar a mantener la
diferencia estructural entre los participantes haciendo uso de ella para los fines del proceso de ayuda.
La ayuda puede adoptar distintas formas. Si se desea una ampliación, los procesos resultantes serán o
instrucción o consulta.

Instrucción. Provee en un sentido amplio destrezas y conocimiento, la consulta ayuda a que los
pacientes puedan reactivar sus posibilidades ya existentes pero inactivas. Si por otra parte se solicita
una disminución, por ejemplo, de un sufrimiento o un disturbio, lo que ocurre es acompañamiento o
terapia.

Acompañamiento. Provee una estructura ajena (del ayudante) que sirve para estabilizar al paciente y
así ayudarlo a sobrellevar una situación problemática inalterable.
De terapia hablo en un sentido estricto solamente cuando se trata de finalizar lo antes posible un sufri-
miento. Esta restricción del concepto de terapia tiene como objetivo llamar la atención al uso demasiado
inflacionario que se le da actualmente a este fenómeno. Las distinciones propuestas aquí permiten
mantener una semántica clara a pesar de toda la complejidad involucrada en los procesos de asistencia
psicosocial. Esto es de gran relevancia en este campo ya que los actores se encuentra allí en gran peligro
de ser arrebatados por comunicaciones perturbadoras que les hacen perder la orientación. Por medio
de estas distinciones se puede examinar todo tipo de procesos de actividad profesional psicosocial y así
estimar más claramente si los aspectos de demanda de ayuda, de encargo, de procedimiento y de finali-
dad de un proceso han continuado en lo que deben ser o han cambiado de rumbo sin que los actores lo
hayan percibido. Especialmente con respecto a la complejidad al trabajo con sistemas multipersonales,
por ejemplo, con parejas y familias, resulta esta distinción bastante útil.

Marco metodológico y técnico

La investigación científica de la psicoterapia que se ha guiado tradicionalmente por la eficacia empírica


y la impecabilidad metodológica (efficacy) se encuentra actualmente sometida a críticas cada vez más
perceptibles. La exclusidad que se le da a la validez interna en estos diseños investigativos adoptados
de las ciencias naturales pretende procurar resultados estériles e incontaminados por efectos inconme-
surables (evidence-based practice). Sin embargo, es justamente esta esterilidad e incontaminación la
que los separa de la práctica cotidiana restándoles utilidad pragmática (Margison y cols., 2000). Aparte
de este enfoque científico ha existido desde siempre una forma de investigación alternativa que aspira a
obtener utilidad clínica y mayor practicabilidad (effectiveness). Esta investigación parte de experiencias
prácticas y aspira a generalizarlas (practice-based evidence). Por otra parte, esta investigación debe
aceptar el hecho de que una mayor generalizabilidad de los resultados lleva generalmente consigo pérdi-
das en cuanto a validez interna. La meta de una investigación seria en psicoterapia debería, por lo tanto,
conciliar ambos aspectos sin hacerlo a costa del uno o del otro. Una posible solución es la creación en el
ámbito anglosajón de los así llamados Practice Research Networks (PRN), que tienen como fin crear una
infraestructura tal que permita complementar la investigación académica con el conocimiento práctico.
A pesar de todo el disenso existente entre investigadores y prácticos hay un consenso sobre el hecho
de que las características de la relación terapéutica son de central importancia para el resultado de una
psicoterapia (Hubble y cols., 1999; Wanpold, 2001). De estos temas tratarán los párrafos siguientes
desde un punto de vista sistémico.

52
parte UNO 3

LA ACTITUD SISTÉMICA

El pensamiento sistémico parte de la noción de autorreferencialidad de los fenómenos humanos y


excluye así una determinación causal de los seres humanos por factores externos o por otros seres hu-
manos. En concordancia con este enunciado, los conceptos sistémicos puestos en práctica no apuntan
a cambiar causalmente la vivencia o el comportamiento de los pacientes sino a la cocreación de una
comunicación que sea apta para crearles condiciones favorables para el cambio, según sus propios
deseos y posibilidades. En cuanto a la cocreación del proceso terapéutico me parece propicio orientarse
por tres criterios: utilidad con respecto a la meta, belleza con respecto a la elección de las intervenciones
y respeto con respecto a la interacción con los pacientes (Ludewig, 1992). Estos criterios parten de la
base de que todo proceso de ayuda profesional debe ser necesariamente efectivo y considera, al mismo
tiempo, el hecho de que esta exigencia de utilidad es bastante más difícil de evaluar de como aparece
en un primer momento: ¿Para quién es qué intervención y bajo cuáles condiciones es útil? Para resolver
este problema resulta adecuado reconsiderar el dilema del terapeuta expuesto anteriormente y recordar
que en el caso individual es imposible predecir con exactitud la utilidad que una actuación tendrá. Con
ánimo de evitar la “tentación de la certidumbre” (Maturana y Varela, 1984) parece conveniente comple-
mentar la ponderación de la utilidad con dos criterios que se refieren exclusivamente a la persona y la
responsabilidad del profesional involucrado. El criterio de belleza (o de estética) es cumplido cuando el
auxiliar elige sus intervenciones de acuerdo al anhelo de crear el mejor encaje posible entre la interven-
ción y el problema (best fit). El criterio de respeto se cumple cuando el asistente procura valorar y tratar
a sus pacientes como seres humanos autónomos y en sí legítimos. Estos últimos dos criterios –belleza y
respeto– son a diferencia de la utilidad, no aptos para ser normados. Se refieren siempre y solamente a
la responsabilidad personal del auxiliar. Todo aquello que tratara de precisar estos criterios caería rápida-
mente en la trampa de la “trivialización”, lo cual no sería compatible con el entendimiento sistémico de
que toda comunicación es siempre un proceso único e irrepetible.

LA RELACIÓN TERAPÉUTICA

La calidad de la relación terapéutica es un indicador importante para el éxito de una terapia (Grawe y
cols., 1994; Orlinsky y cols., 1994; Hubble y cols., 1999). Se sabe, por ejemplo, que si el terapeuta es
visto por sus pacientes como competente y empático esto ayuda a establecer una relación terapéutica
emocionalmente clara, segura y apoyadora. Para ayudar a cocrear condiciones marginales que les sean
útiles al paciente para que pueda efectuar sus cambios en forma autoorganizada, el terapeuta hace uso
de dos medidas metódicas de central importancia. Por un lado, él sirve de ayuda para que los pacientes
puedan formular su deseo-anhelo de tal manera que se pueda acordar un encargo practicable. Por otro
lado, el terapeuta apunta con sus preguntas a encontrar aspectos en la vida de sus pacientes que sirvan
para poderlos apreciar positivamente y, asimismo, para otorgarle un reconocimiento adecuado a sus
recursos. Estas dos medidas metódicas tienen como fin el ayudar a cocrear un ambiente de aceptación
empática y, asimismo, de clara direccionalidad a la finalidad de la terapia para que pueda producir con-
fianza. En un clima emocional adecuado orientado a crear condiciones de cooperación con los pacientes,
ellos se sienten lo suficientemente seguros como para permitirse correr los riesgos necesarios para supe-
rar la estructura repetitiva del problema.

DEL PROBLEMA AL ANHELO-DESEO Y AL ENCARGO

La pregunta sobre los motivos –problemas– que conducen a iniciar una terapia, conlleva desde un punto
de vista sistémico alguna peligrosidad ya que su respuesta seduce fácilmente a una recaída en catego-
rías del pensamiento físico y orgánico: inevitabilidad, causalidad, linealidad, etc. Sin embargo, si se ve
a los fenómenos psíquicos y sociales como fenómenos temporales y autorreferenciales no puede haber
más inevitabilidad y causalidad que aquélla que nosotros, los seres humanos, generamos cognoscitiva y
comunicativamente como invariantes para darle sentido a nuestras actuaciones y, en general, a la vida.
Estos conceptos se rigen por la lógica recursiva y variable del observar y de la creación de sentido y
esto no incluye constantes e invariables. Por otro lado, la exploración de los problemas presentados en
la terapia familiar ha sido denunciada por terapeutas orientados en soluciones (Steve de Shazer, 1988)

53
terapia familiar y de pareja

de servir fácilmente de seducción para producir un problem-talk (conversación problemática). Estos


terapeutas aseveran que no hay necesidad de explorar los problemas presentados, ya que la solución
de un problema no proviene necesariamente de la estructura del problema. La recomendación dada
comúnmente en terapias orientadas a soluciones consiste en probar comportamientos alternativos al
problema y esto, que puede bastar como intervención terapéutica, no requiere de un conocimiento ex-
plícito del problema. De este modo, la terapia sistémica de esta orientación pudo –por lo menos en la
teoría– renunciar radicalmente a entender o explorar los problemas. Bastante más es concentrarse en el
anhelo-deseo de los pacientes, ya que esto implica una anticipación visionaria de aquellos estados en
los cuales el problema ya habría sido superado.
En la actualidad ha prevalecido un procedimiento menos dogmático y más flexible. Dependiendo del
estado de las cosas o se explora primero el problema y luego se ayuda a formular el anhelo-deseo o se
interviene ya de partida evitando tematizar el problema. La siguiente secuencia de actos puede servir
como orientación generalizada: del problema al anhelo-deseo4 y al acuerdo de un encargo. La diferencia
entre anhelo-deseo y encargo es de fundamental importancia y se usará en este esquema como diferen-
cia-guía para la práctica. Esta diferencia sirve para distinguir entre lo que los pacientes anhelan-desean
y aquello que acuerdan conjuntamente con el terapeuta como tema de la interacción profesional (encar-
go). La confusión de estas nociones es frecuentemente el tema de supervisiones clínicas. A diferencia del
anhelo-deseo que puede ser formulado en forma totalmente libre por los pacientes, el encargo acordado
implica implícita o explícitamente el resultado de una negociación entre terapeuta y sus pacientes para
determinar operacionalmente el tema de la asistencia. El encargo, como tema del sistema terapéutico
formado por terapeuta y pacientes, define el borde de sentido de ese sistema y limita así el dominio en
el cual los terapeutas han sido autorizados para entremezclarse en la vida de sus pacientes, o sea, para
intervenir. De ahí que el encargo sirva de base para el contrato terapéutico.

LAS TAREAS DEL TERAPEUTA: APRECIAR Y ESTIMULAR

Una tarea central del terapeuta sistémico consiste en participar activa y empáticamente en generar un
medio social soportante en el cual los pacientes se puedan sentir lo suficientemente seguros como para
atreverse a correr riesgos. El terapeuta ejecuta frente a sus pacientes un balanceo “artístico” entre una
actitud de confirmación y apreciación por una parte y otra de promoción y estimulación. El terapeuta
se preocupa de darle aprecio a los recursos y capacidades de sus pacientes, demostrándoles así interés
y “curiosidad” (sana) y, al mismo tiempo, brindándoles tranquilidad y seguridad. Recién cuando se ha
cumplido este objetivo se puede tratar de promover y estimular con cautela a aquellos actos y situaciones
que podrían servir de alternativa contra el problema. El auxiliador (operador) sistémico ejecuta por este
efecto básicamente dos tareas:
• Le sirve de ayuda a sus pacientes para que puedan formular un anhelo-deseo prácticamente reali-
zable y localizado en el futuro y usa esto posteriormente para la formulación y acuerdo de un encar-
go.
• Trata de integrar por medio de conversaciones valoradoras lo actualmente existente en la vida de sus
pacientes con una estimulación adecuada que facilite el cambio.
El primer aspecto –la apreciación– promueve la confianza y la cooperación y, por lo tanto, en los pa-
cientes la disposición a abandonar la estructura repetitiva y ritualizada de la comunicación problemática
y dolorosa y así atreverse a probar algo nuevo o distinto. Esto constituye una condición indispensable
para que la operación de auxilio pueda resultar, ya que se trata de superar las estrategias de inhibición y
evitación que los pacientes efectúan para mantener el problema vigente. El segundo aspecto –la estimu-
lación (antes: perturbación) (Ludewig, 1983)– apunta a facilitar la realización del cambio por medio de
alternativas de apertura. Los elementos emocionales, cognoscitivos y/o interaccionales que actúan en la

4
Los pacientes que van en busca de un terapeuta tienen, por lo general, un anhelo o deseo más o menos explícito de
alcanzar un estado en el cual el problema ha sido superado. Ya que la palabra alemana Anliegen no tiene traducción
exacta al castellano he decidido reemplazarla aquí por la combinación anhelo-deseo.

54
parte UNO 3

reproducción y mantención del problema, proporcionándole así estabilidad, necesitan ser estabilizados
en forma adecuada. Este fin puede alcanzarse de distintas maneras, por ejemplo, a través de una re-
flexión conjunta en el transcurso de una conversación abierta, o por medio de descripciones y explicacio-
nes (interpretaciones, metáforas, narrativas, etc.) que son incompatibles con los procesos que sostienen
el problema, o por medio de “recetas” que promueven actividades (tareas para la casa, rituales, etc.) y
cuyo cumplimiento promete ablandar la estructura cerrada del problema. Estas dos tareas del terapeuta
–apreciación y estímulo– requieren generar conjuntamente, condiciones marginales adecuadas para que
ocurra un “cambio de preferencias” beneficioso en los pacientes, es decir, sustituir aquellas actividades
que producen sufrimiento por otras más amenas y así lograr sobreponerse del problema gracias a la
disolución de la comunicación problemática.

PROCEDIMIENTO TÉCNICO

La terapia sistémica no se entiende como una tecnología más para el trabajo terapéutico. Ahora bien,
cuidándose de no caer en eclecticismos primitivos la terapia sistémica puede servirse sin contradicción
alguna del sinnúmero de técnicas que las escuelas de psicoterapia han elaborado en los últimos cien
años –siempre y cuando ellas encajen bien en el caso o puedan ser adaptadas–. Aparte de esta libertad
muy propia de un modelo que está ideado para transcender los límites únicamente técnicos de algunas
psicoterapias tradicionales la terapia sistémica ha elaborado o desarrollado también algunas técnicas
especiales que son coherentes con sus metas específicas5. Se trata básicamente de técnicas que ayudan
a configurar un proceso conversacional a través de producir “diferencias que hacen una diferencia”,
como dijera en su tiempo Gergory Bateson:
• Preguntas exploradoras (incluyendo a todas aquellas preguntas que apuntan a la forma, historia y
existencia de un sistema).
• Preguntas circulares (incluyendo a todas aquellas preguntas que se refieren a la comunicación en el
sistema y sobre el sistema).
• Preguntas constructivas (incluyendo a todas aquellas preguntas que hacen referencia al futuro y a
soluciones).
• Preguntas comparativas (incluyendo a las preguntas escala y todas aquéllas que promueven autova-
loración y heteroapreciación).
• Reflexiones (incluyendo al equipo reflectante en todas sus variaciones).
• Comentarios (incluyendo toda clase de comentarios finales e interpretaciones).
• Recomendaciones (incluyendo las tareas para la casa y todo tipo de medidas destinadas a efectuarse
durante el intervalo entre las sesiones).
• Externalizaciones (incluyendo las preguntas y otras alusiones que distraen de la persona del aproble-
mado y diluyen así las atribuciones de culpa).
• Deconstrucciones (incluyendo todas aquellas técnicas derivadas de la linguística y destinadas a diluir
planteamientos demasiado fijos).
• Metáforas (incluyendo toda indicación a la multidimensionalidad de los procesos cognoscitivos).

METODOLOGÍA: GUÍAS Y PREGUNTAS-GUÍA

En búsqueda de un esquema que permitiera darle orientación a la práctica guardando una actitud sis-
témica formulamos en el año 1984 algunas sentencias muy sucintas y sencillas que puedan servirle
al práctico como ayuda-memoria; desde entonces estas sentencias han sido constantemente revisadas

5
En forma más precisa pueden encontrarse estos aspectos en libros básicos y de estudio (en alemán por ej. en Ludewig
1992, von Schlippe und Schweitzer 1995, Schiepek 1999).

55
terapia familiar y de pareja

(Ludewig, 1987 y 1992). Se trata de 10 guías o preguntas-guía (más una pregunta generalizada) que
le ofrecen al auxiliar un horizonte de reflexión que puede servirle para comprobar en cada momento si
está actuando en forma congruente con los fines de este proceso y en forma socialmente aceptable. Al
formular estas pautas se procuró cumplir con los tres criterios expuestos anteriormente: utilidad, belleza
y respeto. Aparte de su función orientadora para la práctica estas sentencias sirven para prevenir al te-
rapeuta de caer en la tentación de tratar a sus pacientes según sus propios intereses o de “colonizarlos”
(McCarthy, 1995) (Tabla 3-1).

Tabla 3-1
Diez guías o preguntas guías, más pregunta generalizada

• ¡Defínete como... (auxiliar)! ¿Asumo responsabilidad como...?


• ¡Respétate! ¿Respondo por mis posibilidades?
• ¡Oriéntate por tus pacientes! ¿A las pautas de quién me atengo?
• ¡Valora favorablemente! ¿Busco sendas de apertura?
• ¡Limítate! ¿Me limito a lo más necesario?
• ¡Sé modesto! ¿Me veo como causa?
• ¡Permanece flexible! ¿Cambio mis perspectivas?
• ¡Pregunta de forma constructiva! ¿Hago preguntas que llevan hacia adelante?
• ¡Intervén con mesura! ¿Estimulo con cautela?
• ¡Termina a tiempo! ¿Puedo terminar ya?
• ¡No te atengas ciegamente a guías! ¿Las aplico de manera flexible y de acuerdo al contexto?

Terapia sistémica con sistemas multipersonales

Para finalizar esta exposición de la terapia sistémica en general y en particular de la terapia sistémica
con parejas y familias me referiré a continuación exclusivamente a las particularidades del trabajo
sistémico con parejas y familias. Este trabajo constituye tradicionalmente un aspecto central de la tera-
pia sistémica y es el que ha sido más estudiado y ha proporcionado los mejores resultados empíricos
(Schiepek, 1999; Carr, 2000a/b). Por otra parte, me parece necesario establecer ya de partida que
las nociones “terapia de parejas” y “terapia familiar” son algo desconcertantes, ya que sugieren que se
tratará de parejas o familias con enfermedades o disturbios que precisarán de una terapia. Desde una
perspectiva más estricta las parejas y familias sólo podrían ser individualizadas como pacientes de una
terapia si se lleva el discurso a un plano bastante metafórico. Las parejas y las familias son forma de vida
en conjunto o, a lo más, instituciones que no pueden ni enfermarse ni tener disturbios como tales. Las
parejas y familias pueden, entre todas las comunicaciones que producen y reproducen, también generar
problemas. Las personas que son miembros de una pareja o de una familia pueden sufrir de problemas-
de-la-vida individuales o generar en conjunto un problema-sistema pero sin que ni el problema-de-la-
vida ni el problema-sistema puedan jamás llegar a ser estructural u operacionalmente iguales a la pareja
o la familia. Los problemas individuales o comunicacionales de miembros de una pareja o familia no
entran en la descripción de la pareja o familia a la cual ellos pertenecen. Por el contrario, aunque las
personas que componen un sistema-problema sean las mismas que componen una familia se trata de
sistemas distinguibles tanto por su estructura como por su operacionalidad.
Es por eso que en el trabajo con sistemas multipersonales es preferible concentrarse en nociones gene-
rales que se refieren a los anhelos-deseos expresados por quienes buscan ayuda y a la forma de trabajo
elegida en vez de reducirse a considerar las peculiaridades específicas que servirían únicamente para
el trabajo con parejas y familias. Desde esta perspectiva el trabajo con un sistema multipersonal puede

56
parte UNO 3

consistir tanto en instrucción o consejo como en compañía o terapia, en un sentido más amplio, también
en coaching, supervisión o mediación. Tampoco el trabajo con parejas y familias en forma de tutelaje
es excepcional. En mi experiencia profesional he visto que se trata pocas veces de un anhelo-deseo el
que motivaría el comienzo de una terapia, es decir: “Ayúdenos a terminar nuestro sufrimiento lo antes
posible”. A menudo se trata de situaciones en las cuales se busca un consejo para reactivar recursos
existentes pero inactivos que sirvan para reemplazar al sistema-problema estabilizado por alternativas
adecuadas. En el trabajo con familias con niños pequeños que demuestran déficit en su desarrollo o con
ancianos enfermos crónicos, se trata generalmente más bien de ofrecerles acompañamiento profesional
para que puedan sobrellevar sus dificultades con menor sufrimiento o esperar tiempos mejores. Una
instrucción como tema de la ayuda profesional tiene lugar cuando el motivo de búsqueda de ayuda es
una falta de conocimientos o un desconcierto debido a incertidumbres. En muchos de estos casos basta
ofrecerles una perspectiva profesional externa para que puedan observar sus interacciones con su entor-
no desde un punto de vista más amplio y puedan así descubrir otros sentidos. El objeto de una terapia
sistémica no es curar enfermedades, disturbios o déficit de un sistema social sino reactivar recursos ya
existentes para ponerlos al servicio de la superación del problema. Pero, como las denominaciones “tera-
pia de parejas” y “terapia familiar” están ya tan inmersas en el discurso de la psicoterapia, me atengo a
continuación a esta semántica acostumbrada y desisto –no a gusto– a seguir problematizándola.

TERAPIA SISTÉMICA CON FAMILIAS

La terapia sistémica con familias es junto al trabajo terapéutico con individuos, parejas, grupos y otros
sistemas sociales una aplicación más de enfoque. El vuelco desde la terapia familiar de los años ’50
a los ’70 a una perspectiva sistémica más amplia resultó, entre otras cosas, de un escepticismo cada
vez más grande frente a las terapias familiares de la época. Ni los planteamientos teóricos ad hoc ni la
patologización de parejas y familias ni los acostumbrados métodos como la reestructuración normativa,
las intervenciones paradójicas o las instrucciones psicoeducativas parecían realmente convincentes.
Algunos de los representantes de la terapia sistémica de entonces fueron motivados por este escepti-
cismo a un cambio en los planos teóricos y prácticos con grandes consecuencias. La famila dejó de ser
inculpada de producir trastornos psíquicos y fue más bien vista como una red muy intensa y densa de
relaciones humanas existenciales que, justamente por esta razón, son aptas para consolidar problemas
y seguir reproduciéndolos por largos períodos. Insultos, humillaciones, ofensas, etc. que ocurren en el
ámbito familiar pueden surtir efectos bastante más intensos que en otros sistemas sociales de vínculo
menos fuerte. Por esta razón están también más sujetos a desarrollar y mantener aquel circuito cerrado
de repeticiones y evitaciones que es tan característico para los sistemas-problema. Por otra parte, se
puede asumir desde el punto de vista terapéutico que las familias de igual manera como pueden esta-
bilizar y reproducir problemas, también poseen los recursos necesarios para reemplazar el problema por
alternativas convenientes. Es ahí donde reside la ventaja de las familias como setting útil para la terapia
(Ludewig, 1986).
Aspectos metodológicos específicos que sólo encuentren aplicación en la terapia con familias probable-
mente no los hay. Todos los elementos metodológicos que se aplican en el trabajo con familias pertene-
cen al inventario técnico general de la terapia sistémica. La elección de la familia como setting se debe
bastante menos a elucubraciones de índole técnica o teórica, se relacionan más bien, con las ventajas
prácticas que ofrecen las familias. Como en ellas los pacientes –especialmente los niños y jóvenes– se
encuentran enmarcados de manera “natural” esto invita a utilizar estas interrelaciones “naturales” con
intención terapéutica. Allí reside un gran potencial de recursos útiles. Los tiempos, sin embargo, en los
cuales se sustentaba la creencia causal de que los niños se enferman psíquicamente al tratar de in-
fluenciar a sus padres aproblemados o de estabilizar la homeostasis de la familia por medio de lazos de
retroalimentación negativa han pasado ya a la historia. Esto no significa, eso sí, en absoluto que estas
interpretaciones no sean útiles o que estén “prohibidas”, sobre todo si una interpretación tal hace refe-
rencia al amor y la abnegación en la familia y esto les puede servir para ampliar la perspectiva sin aver-
gonzarse y así poder descubrir alternativas que yacen inexplotadas y son aptas para ser reactivadas.

57
terapia familiar y de pareja

TERAPIA SISTÉMICA CON PAREJAS

Los temas de la “terapia de pareja” –comúnmente: consejo de parejas– son por lo general crisis de su
diario vivir. En el primer plano se encuentra un “sufrir relacional” o un sufrimiento de uno o ambos
miembros de la pareja bajo las condiciones de su relación. Las relaciones diádicas son de por sí poco
estables por faltarles un tercero relativizante. Es por eso que no resulta extraño que frente a los riesgos
propios del vivir en conjunto se tienda a adoptar una estrategia de evitación. Esto lleva consigo una difi-
cultad específica para la terapia: el auxiliar tiene la difícil tarea de mantener el equilibrio como lengüeta
de balanza en un sistema desequilibrado sin caer en la tentación de atenerse a sus propios intereses. Al
terapeuta le puede suceder fácilmente que refuerce a uno de los miembros sin darse cuenta o que pro-
mueva involuntariamente la separación o que afirme la relación de pareja atribuyéndose sus conflictos y
actuando, sin quererlo, como un tercero que como “enemigo común” promueva solidaridad en la pareja
en contra de él. No es poco frecuente que al terapeuta se le adjudique implícita o, a veces, explícitamente
la función de un juez de actuación imparcial pero que, al mismo tiempo, debe representar los intereses
de uno de los miembros de la pareja y culpe o disculpe selectivamente al otro. Lo más difícil en este tipo
de trabajo es mantener una neutralidad adecuada; adecuada en el sentido que a veces es totalmente
legítimo ponerse al lado del más frágil, por ejemplo en casos de relaciones violentas. El terapeuta tiene,
más encima, la difícil responsabilidad de ni identificarse indebidamente con su propio sexo ni de resisitir
a esta tendencia poniéndose demasiado de parte del otro sexo. Terapeutas que trabajan apareados por
sexo tienen mejores posibilidades de contrarrestar estas dificultades y mantener el balance siempre y
cuando no se “contagien” con el problema de la pareja. En este último caso es conveniente emplear
a un supervisor, sin descuidar que éste tampoco es un neutro. Para mantener una clara “contabilidad
lógica” es recomendable trabajar la elaboración de los anhelos-deseos de cada uno de los miembros de
la pareja con mucha paciencia y formularlos en forma muy precisa para que puedan tener vigencia en
la negociación del encargo. La elaboración de los anhelos-deseos puede convertirse en algo bastante
engorroso ya que sólo nombrarlos puede ser el motivo de gran enfado y otros efectos negativos. De ahí
que en el trabajo con parejas sea muy importante el ganarse la confianza de los pacientes, eso sí, sin
perder la autonomía y la posición extrema frente a ellos.
Los motivos que conducen a poner en marcha una “terapia de parejas” pueden ser ilustrados esquemá-
ticamente como aparece en la Tabla 3-2.

Una viñeta clínica: Distintos settings en un solo proceso

Sebastián –llamémoslo así– tenía 15 años cuando fue admitido en un departamento hospitalario de
psiquiatría juvenil. Asistía al colegio y tenía buen rendimiento, en el campo social era considerado popu-
lar, amigable y servicial. Su padre es un dentista exitoso, de temperamento algo introvertido, su madre,
una mujer de fuerte temperamento, es dueña de casa y realiza obras de caridad. Su hermana es cuatro
años mayor; ella estudia sinología e historia del arte. En un tiempo de consumo excesivo de cannabis y
otras drogas sintéticas comenzó en el adolescente un proceso paulatino de cambio en su percepción y
comportamiento. Terminó en un estado de excepción que debido a disturbios formales del pensamiento
tenía el carácter de psicótico. Los cambios en su pensamiento lo vivió en forma profundamente descon-
certante; sentía haber perdido el sentido de lo autoevidente, todo se había puesto muy complicado e in-
comprensible. En el transcurso de la hospitalización fue tratado rápidamente con un neuroléptico atípico.
Además de otras actividades de terapia social propias de un departamento de psiquiatría juvenil, el joven
tuvo sesiones de terapia individual con una terapeuta y con otra de terapia artística. A una semana de la
admisión tuvo lugar una primera sesión de terapia familiar.

Primera sesión con la familia. De acuerdo al estilo de trabajo de nuestra clínica tomaron parte en
las conversaciones con la familia todos los participantes en el proceso terapéutico: el joven, sus padres,
la terapeuta individual, su enfermera asignada y el jefe de terapeutas del departamento como terapeuta
familiar. La madre se mostró de partida bastante angustiada por lo que hubo que dedicar gran parte del
principio de la primera sesión para ayudarla a serenarse. En un paso siguiente, se tematizó el genograma
de la familia. La madre escuchó por primera vez que su hijo la veía como una mujer llena de preocu-

58
parte UNO 3

Tabla 3-2
Motivos para iniciar una “terapia de pareja”

• Ambos miembros desean la relación, pero sin conseguir hacerlo de forma agradable, porque:
a) Les falta conocimientos o informaciones.
b) No utilizan sus recursos existentes.
c) No reconocen que sus dificultades son de índole permanente e incambiable.
En los casos a) y b) se trata de instrucción o consejo, en el caso c) de instrucción o acompañamien-
to.
• Ambos desean la relación, pero no consiguen alcanzar un grado de cercanía emocional satisfactorio,
porque:
a) No saben hacerlo.
b) Uno o ambos tienen problemas emocionales.
c) Se han inferido heridas y ahora sólo tratan de evitar daños aún peores.
En el caso a) la medida profesional de auxilio sería la instrucción, en el caso b) se trataría de una
terapia individual, posiblemente dentro del marco de una terapia de parejas o paralela a ella, y en el
caso c) se trataría realmente de una terapia de pareja que les permita atreverse a recurrir a activida-
des distintas de la evitación.
• Uno de los miembros de la pareja desea terminar la relación, el otro, no. El auxiliar, ateniéndose a los
encargos expresados, deberá serles a ambos de ayuda para separarse dignamente o prestarle ayuda al
abandonado, dándole compañía y consuelo.
• Ambos desean la separación. El auxiliar les ayuda a encontra una forma aceptable de separarse y puede
recomendar, por ejemplo, una mediación, especialmente si hay niños de por medio. Sin embargo, en
el caso que detrás del deseo de separarse –un tema, por lo demás, bastante estabilizador de sistemas
diádicos– haya un deseo secreto de mejorar la relación podría tratarse de una “terapia de pareja” en la
cual se trataría de disolver un sistema-problema que les impide vivir mejor.
• Ninguno tiene bien claro lo que desea. La ayuda puede limitarse en este caso a la formulación de un
anhelo-deseo común y la elaboración de un encargo vigente para los dos. Esta intervención podría ser
una intervención suficiente.
• En el caso en que uno de los miembros sufra a raíz del sufrimiento del otro no se trataría de un trabajo
de pareja sino, más bien, de una terapia individual que pudiera incluir al miembro sano como recurso
ayudante.
• Un caso especial del trabajo con parejas ocurre con personas que educan a un hijo único solas. El padre
o la madre viven con el hijo en forma prácticamente aparejada y pueden desarrollar cualquiera de los
conflictos vistos más arriba. En este caso conviene mantener claro que se trata de una pareja dispar.

paciones. Respondiendo a esto ella empezó a explicar detalladamente la razón de sus preocupaciones.
Así narró que hace algunos años vivió tiempos difíciles en los cuales sufrió de angustias y fobias; de ahí
que supiera lo que significa sentirse psíquicamente mal. Para tranquilizarla le pedimos que nos hiciera
un recuento detallado de la biografía de su hijo lo cual efectuó con gran destreza demostrando su sen-
sibilidad y sus conocimientos. Al girar hacia las relaciones familiares supimos de fuertes controversias
en los últimos años entre la madre y su hija mayor. Estas quejas que aparecieron como resultado del
proceso natural de separación de la hija de su familia tuvieron lugar especialmente a costas de la madre.
Su marido se dedicaba a su trabajo y se abstenía de entrometerse en cuestiones familiares. Durante este
período difícil para la madre, fue su hijo Sebastián quien le dio sustento emocional. Ambos, madre e
hijo, habían vivido desde siempre una relación muy intensa y exclusiva de cercanía y comprensión. Esto
pudo observarse claramente en el transcurso de la primera sesión por su forma de tomar contacto con
miradas y gestos. Es ahí donde el padre toma la palabra y cuenta que su mujer es muy emocional y en
sus expectativas, a veces, sobreexigente. La hija no podría mantener la calma frente a las expectativas
de su madre y debido a eso se porta, a veces, más peleadora de lo necesario. El hijo, sin embargo, yace

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terapia familiar y de pareja

prácticamente a los pies de su madre y se deja influenciar en demasía. Tomando en consideración que
la familia acepta que para los niños puede ser demasiado agotador y difícil adoptar la función de “com-
pañero” de un padre, le preguntamos a su padre cómo él veía su propia participación en este proceso.
Esto lo retomó la madre inmediatamente y dijo que desde hace años venía expresando el deseo de que
su marido estuviera dispuesto a participar en una “terapia matrimonial”. Hasta entonces sólo habían
alcanzado el nivel de participar juntos en un curso de baile. Les ofrecimos como parte integral de la
terapia hospitalaria de su hijo sesiones paralelas de “terapia matrimonial”.

Primera sesión con el matrimonio. El anhelo-deseo de la esposa es poder percibir reacciones cla-
ras y comprensibles de su marido; ella desea tener claro en qué está con él. Desde que dejó de trabajar
para dedicarse al hogar ha estado cada vez más insatisfecha con su vida. Extraña una vida activa con
otros y desearía que, por lo menos, la escucharan activamente. El marido manifiesta con mucha cautela
que él desearía más actividades conjuntas con su esposa. Una reconstrucción biográfica de la vida del
marido dio por resultado que él nunca habría necesitado mucha vida social. Siendo hijo único tuvo un
vínculo muy fuerte con su madre que nunca lo apremió sino que lo trató con distancia y respeto. Su
madre habría estado siempre a su disposición sin pedir nada a cambio. En cambio, su padre permaneció
para él siempre como un desconocido ya que falleció también bastante temprano. Aquí toma la esposa
la palabra y dice notablemente emocionada que nunca tuvo la sensación segura de que su marido le
perteneciera a ella. Hace recuento de un sueño que ha tenido muchas veces en el cual su marido en una
situación de grave peligro salva a su madre abandonando a su esposa a su propia suerte. Sus angustias
y fobias que han durado muchos años han tenido siempre alguna conexión con su inseguridad frente a
su suegra. La esposa relata que ella desde su infancia siempre dudó de ser querida por alguien. A pesar
de que cuando niña fue una persona muy mimada, ella nunca se ha sentido acogida integralmente
como persona. En cuanto a las razones que los llevaron a casarse, ellos recuerdan haberse atraído
mutuamente por ser complementarios: ella, una mujer temperamental que, a veces, se desbordaba y
buscaba, por lo tanto, un polo de tranquilidad; él, un hombre tranquilo y recatado que se sintió atraído
por su vivacidad. Y ahora sufren justamente de las consecuencias de esta diferencia –algo, por lo demás,
bastante habitual en parejas–. Desde hace años no tienen relaciones sexuales. Se les despidió hasta la
próxima sesión con la “tarea” para el marido de formular tres deseos que su esposa debiera cumplir; la
esposa, en cambio, debía formular tres deseos que ella quisiera experienciar.

Segunda sesión con la familia. En esta segunda sesión la pareja se mostró más vivaz y el hijo, mejor
estructurado. En la sala había, eso sí, mucha tensión. Todos los participantes estimaron el estado del
adolescente en una escala de 0 a 10 como con poca mejoría. Luego de una primera fase de reencuentro
se le pidió a la familia que cambiara su posición en la sala tantas veces como fuera necesario hasta
sentirse cómodos en algún lugar. Sebastián aprovechó esto para sentar a sus padres muy juntos mientras
que él se sentó en una esquina lejana del cuarto, pero con la mirada fija en su madre. La hermana au-
sente fue sentada en otra de las esquinas a espaldas de sus padres. Estas posiciones sirvieron entonces
de metáfora para hablar de las relaciones en la familia. Como terapeutas nos limitamos a preguntarle al
joven cómo se sentía, y él se mostró vivo y claro.

Tercera sesión con la familia. Al tercer encuentro con la familia vino también la hermana, ya que
Sebastián se lo había pedido expresamente. Ella demostró ser una joven dinámica, llena de vida, con-
versadora y luchadora que aprovechó toda ocasión para darle la contra a su madre. En esta conversación
se mostraron varios aspectos que parecieron aptos para ser resumidos como elementos de una “hipótesis
sistémica”: ambos hijos se esmeran en darle trabajo a su madre que les parece emocionalmente aban-
donada; la hija lo hace por medio de peleas sin sentido, el hijo al conectarse con ella emocionalmente
en forma más directa. Resumimos estas descripciones y les ofrecimos una visión de la familia en la cual
parecía haber dos coaliciones, una entre padre e hija, otra entre madre e hijo. Esta idea fue corregida por
la familia: existiría una alianza positiva entre madre e hijo, pero aquélla entre madre e hija sería negativa.
El padre se mantendría ausente del quehacer familiar y estaría liberado por todos de obligaciones familia-
res. Por otra parte, la madre explica que ella se ha sentido siempre culpable de no ser como debiera ser;
de ahí que se contenga y no exprese sus deseos en forma abierta; como resultado de esta actitud ella se
siente malentendida e insatisfecha pero no se atreve a exigir o pedir algo.

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parte UNO 3

Segunda sesión con el matrimonio. Ambos tomaron nuestra “tarea” muy en serio y estuvieron dis-
puestos a expresar sus deseos abiertamente. El marido deseó de su esposa que ella le dijera immediata y
directamente lo que la resiente de él, además expresó el deseo de hacer con ella cosas juntos. La esposa
expresó el deseo para sí misma de captar más fácilmente cuando se siente herida y de poder desarrollar
más capacidad de superar adversidades como, asimismo, de tener la temeridad de arriesgarse a cam-
bios. Con respecto a la sexualidad dormida se escuchó que el marido no lo resiente ya que tiene poco
deseo sexual. La esposa da a entender que necesita ternura y consuelo pero que no se atreve a pedirlo.
Además, hasta ahora ella había pensado que el poco interés de su marido en lo sexual habría sido por
su culpa por ser poco atractiva. En esta conversación estas personas, que llevaban más de un cuarto de
siglo casados, hablaron recién por primera vez sobre su sexualidad.

Cuarta sesión con la familia. Esta conversación con toda la familia estuvo especialmente a la dis-
posición de Sebastián. Él se tomó su tiempo y espacio para comentar sobre sus propios problemas; la
familia y los terapeutas lo asistieron dándole compañía –desde el punto de vista clínico ya no mostraba
ningún síntoma que aludiera a una crisis psicótica–.

Tercera sesión con el matrimonio. El marido relata que se siente desde hace bastante tiempo va-
cío y sin perspectivas –da la impresión de encontrarse en un estado depresivo–. La esposa expresa sus
miedos con respecto a la próxima dada de alta de su hijo. Ambos prácticamente exigen más sesiones
matrimoniales y sesiones familiares más frecuentes. Durante la sesión se discuten posibilidades sobre
cómo el marido podría tratarse a sí mismo en forma antidepresiva y cómo su esposa lo podría acompañar
en este proyecto.

Quinta sesión con la familia. Sebastián trata nuevamente de monopolizar la conversación en su


persona, pero se demuestra evitador de conflictos y, emocionalmente, poco accesible. Todos los partici-
pantes incluyendo a los terapeutas hacen lo posible por llegar hasta él. Recién al nombrar claramente
este esfuerzo y evaluarlo como poco útil se instala una atmósfera más liviana e incluso jocosa a la cual
el joven también divertido se adhiere activamente.
Pocos días después de esta sesión el joven es dado de alta. Le va impresionantemente bien. Ha estado
yendo al colegio externo desde la clínica y no ha tenido mayores dificultades en reintegrarse a la vida
normal. Con la familia se acuerda que Sebastián será tratado ambulatoriamente tanto con medicamentos
como con terapia individual en nuestra clínica. Luego de dar de alta al hijo, se efectúan tres sesiones
más con los padres.

Las siguientes tres sesiones con el matrimonio. Los temas circulan alrededor de las diferencias
entre ambos en cuanto a temperamento y estilos de vida. La esposa expresa que en estas conversacio-
nes por primera vez ha podido percibir que su marido “es como es” y que eso no es culpa de ella. Eso
le habría proporcionado un gran alivio. Él explica que para él, a pesar de todas las diferencias, es muy
importante seguir conviviendo con su esposa. Ahora que los niños han empezado a abandonar el hogar
familiar piensa reducir sus horas de trabajo y así tener más tiempo para hacer cosas junto a su esposa.
Sebastián ha empezado a vivir su vida propia y ya no es tan necesario preocuparse por él. Además, el
hijo pasa gran parte del tiempo fuera de casa y ya no se entromete en la vida de sus padres. La hija se
ha mudado y vive ahora con su compañero. Viene de vez en cuando a visitar a sus padres y se entiende,
ahora, muy bien con su madre. Además de todos estos relatos escuchamos, también, que los esposos
han vuelto a acercarse tratándose en forma bastante más cariñosa que antes. Ambos declaran al fin de
la sexta sesión que el resto lo tienen que hacer ellos solos sin ayuda externa, sobre todo, sin la ayuda
de sus hijos.

Resumen. La terapia de un joven con una crisis psicótica que fue efectuada en forma “multimodal”
bajo condiciones de hospitalización incluyendo a distintos settings con temas distinguibles. Esta forma
de trabajo hace correspondencia con la complejidad intersistémica de un sistema familiar que incluye
distintos sistemas-problema que son constituidos por las mismas personas, pero son sustentados por
comunicaciones distintas. La consideración de los distintos problemas, manteniendo una distinción lógi-
ca clara entre ellos, sirvió de alivio a los involucrados. Sin embargo, queda poco claro cuál proporción de

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terapia familiar y de pareja

la mejoría se debe a qué medida. Desde el punto de vista clínico esto es de menor interés que el hecho
de que los participantes hayan recibido apoyos distintos y se hayan sentido lo suficientemente seguros
como para probar cambios y así ir encontrando salida de las dinámicas estrechas y asfixiantes de los
problemas. Quizás podría haber bastado cualquiera de estas medidas para superar el problema pero esto
no es aclarable post facto y es solamente de interés académico. Más importante es tener en cuenta que
un neuroléptico atípico no resuelve problemas matrimoniales y que una terapia matrimonial no puede
curar una crisis psicótica. Los distintos subsistemas involucrados en una familia (coaliciones, situación
matrimonial, situación de padres, problemas infantiles y juveniles, etc.) constituyen el contexto que le
otorga un significado (sentido) especial a aquella fase en el transcurso de una vida familiar en la cual los
niños empiezan a individualizarse. Este proceso hace necesario un reajuste cognoscitivo, emocional e
interaccional en toda la familia, especialmente, en los cónyuges.

A modo de punto final: Una mirada al futuro

La terapia sistémica se ha establecido en el mundo entero como un método psicoterapéutico am-


pliamente reconocido. Habiendo ya pasado la edad de la infancia es hora de exigirle que investigue y
compruebe científicamente los efectos de su práctica en forma más estricta que hasta ahora. En este
quehacer será, eso sí, necesario respetar las posiciones conceptuales y pragmáticas que caracterizan a
la terapia sistémica sin traicionarlas al adaptarse en forma demasiado rápida y oportunista a las expec-
tativas del discurso objetivista del mainstream de la comunidad científica. Entre los elementos esenciales
de este enfoque se encuentran inseparablemente los siguientes: la contextualización, la reflexividad, la
curiosidad, la temeridad antiproblemas, la apertura dialógica, la creatividad, la sensibilidad social y la
orientación en soluciones como, asimismo, la co(i)nspiración y la cooperación con y la orientación en
los pacientes. Estos elementos sirven para reemplazar aquellas visiones de la psicoterapia que adop-
tarán analogías de la medicina y de las ciencias naturales que tienden a individualizar al ser humano
en demasía y a poner la causalidad, la certeza determinante y los esquemas de orden normativo en la
base de la interacción profesional. El eventual fracaso de una terapia es enfrentado muchas veces con
una resignación patologizante que se justifica al adoptar aquella actitud “condescendiente” tan típica de
modalidades de tratamiento unilaterales. La terapia sistémica intenta no permanecer en este sendero
sino que considera el encargo de una terapia como el resultado de una negociación cooperativa entre
“expertos” (Goolishian y Goolishian, 1992). El paciente opera como el experto de sí mismo y de su vida,
mientras que el terapeuta se limita a ser sólo un experto en conducir procesos terapéuticos. La terapia
sistémica ha logrado, además, liberarse de aquel concepto de inevitabilidad determinística que fuera
traspasado sin más de las ciencias naturales a la psicoterapia y lo ha reemplazado por una actitud de
adhesión profunda a lo inestable, casual e inesperado y, de esa manera, por una actitud de esperanza
de cambio y mejoría. Todo esto es demasiado valioso para ponerlo a disposición. Por otro lado, la terapia
sistémica debiera cuidarse de no caer en la tentación híbrida de arrojar todo lo anterior por la borda, es
decir, todos los conocimientos y resultados de cien años de psicoterapia. El enfoque sistémico debería
ya contar con la madurez y la consistencia interna necesaria para permitirse una apertura no sólo a una
investigación científica seria sino también a una discusión mutuamente útil, respetuosa y reconfortante
con otros enfoques de la psicoterapia.

Bibliografía

Andersen T. The reflecting team: Dialogue and meta-dialogue in clinical work. Fam Process 1987; 26:415-28.
Anderson H. Conversation, language, and possibilities. A postmodern approach to therapy. New York: Basic Books,
1997.
Anderson H, Goolishian HA. Der Klient ist Experte. Ein therapeutischer Ansatz des Nicht-Wissens. Z Systemische
Therapie 1992; 10:176-89.
Anderson H, Goolishian HA, Winderman L. Problem determined systems: Towards transformation in family therapy.
J Strategic Systemic Therapies 1986; 5:1-13.
Bateson G. Steps to an ecology of mind. New York: Ballantine, 1972.
Bateson G. Mind and nature. A necessary unit. New York: Dutton, 1979.

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