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CÓMO APRENDEMOS A LEER 1

Historia y ciencia del cerebro y la lectura

Maryanne Wolf

Lecciones de lectura según Proust y el calamar

No nacimos para leer. Los seres humanos inventamos la lectura hace apenas unos
milenios. Y con este invento modificamos la propia organización de nuestro cerebro, lo que
a su vez amplió nuestra capacidad de pensar, que por su parte alteró la evolución intelectual
de nuestra especie. La lectura es uno de los inventos más notables de la historia, una de
cuyas consecuencias es precisamente la posibilidad de dejar constancia de esta última. El
invento de nuestros antepasados pudo aparecer sólo gracias a la extraordinaria capacidad del
cerebro humano para establecer nuevas conexiones entre estructuras preexistentes, un
proceso posible gracias a la capacidad de moldearse de acuerdo a la experiencia. Esta
plasticidad intrínseca del cerebro constituye la base de casi todo cuanto somos y de lo que
podemos llegar a ser.
Este libro cuenta la historia del cerebro lector en el contexto de nuestra evolución
intelectual. Además abarca tres áreas de conocimiento: los orígenes históricos del
aprendizaje de la lectura, desde la época de los sumerios hasta Sócrates; el ciclo vital de
desarrollo de los humanos, a medida que aprendemos, con el paso del tiempo, a leer de
maneras cada vez más sofisticadas; y la historia y la ciencia de lo que ocurre cuando el
cerebro no es capaz de aprender a leer.
Comprender estos sistemas únicos predeterminados- prefijados, generación tras
generación, por la información genética- mejora nuestro conocimiento de aspectos
insospechados que tienen unas implicaciones que sólo estamos empezando a explorar.
Y entretejiendo las tres partes del libro hay una visión particular de cómo el cerebro
aprende lo que sea.
La aptitud del cerebro para aprender a leer es el resultado de su proteica capacidad para
establecer nuevas conexiones entre estructuras y circuitos dedicados originalmente a otros
procesos cerebrales más básicos y que han disfrutado de una existencia más prolongada en la
evolución humana, como son la visión y el habla. Gracias a este diseño, llegamos al mundo
programados con la capacidad de cambiar lo que la naturaleza nos ha dado, de manera que
podamos superarlo. Estamos, se diría que desde el principio, preparados genéticamente
preparados para los avances.
Se puede aprender a leer gracias sólo a la plasticidad del cerebro y, leyendo, el cerebro
cambia para siempre, tanto psicológicamente como intelectualmente. Gran parte de nuestra
manera de pensar y de aquello en lo que pensamos se basa en las conclusiones y
asociaciones generadas a partir de lo que leemos.
En este libro se utilizó al célebre novelista francés Marcel Proust como metáfora y al
infravalorado calamar como analogía para dos aspectos radicalmente distintos de la lectura.
Proust consideraba la lectura como una especie de santuario intelectual, quedaba a los seres
humanos acceso a miles de realidades diferentes que, de otra manera, jamás hubiesen
podido conocer ni comprender. Cada una de estas nuevas realidades era capaz de
transformar la vida intelectual de los lectores sin exigirles siquiera que abandonaran la
comodidad de su sillón.
En los años cincuenta del siglo XX, los científicos utilizaron el largo axón central del
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tímido aunque astuto calamar para comprender cómo se activan y comunican entre sí las
neuronas y los sistemas de reparación y compensación de que disponen cuando algo sale
mal. El estudio de lo que el cerebro humano tiene que hacer para leer, es análogo a los
estudios del calamar en la neurociencia de antaño.
Se cuenta que Maquiavelo a veces se preparaba para leer disfrazándose con ropa del período
del escritor que estaba leyendo y que servía la mesa para ambos. Era una muestra de respeto
por el talento del autor. Mientras leemos, podemos abandonar nuestra propia conciencia y
trasladarnos a la conciencia de otra persona., de otra época, de otra cultura.
Cuando transmigramos a los pensamientos de un caballero, a los sentimientos de un
esclavo, al comportamiento de una heroína y la forma que tiene un malhechor de
arrepentirse o renegar de sus fechorías, nunca regresamos a nosotros mismos completamente
iguales; a veces volvemos inspirados, a veces apenados, pero siempre enriquecidos.
En cuanto esto sucede, ya no estamos limitados por los confines de nuestro propio
pensamiento. Estuvieran donde estuviesen situados, nuestros límites originales son
desafiados, provocados y, poco a poco, movidos a un nuevo lugar. Una expansiva sensación
de ajenidad cambia lo que somos y, lo que es de una importancia trascendental para los
niños, lo que creemos que podemos llegar a ser.
Hace años, el científico cognitivo David Swinney contribuyó a descubrir el hecho de que,
cuando leemos una palabra sencilla como chinche, activamos no sólo el significado más
común (una criatura rastrera de seis patas), sino las acepciones menos frecuentes de ese
término: los micrófonos ocultos, los problemas técnicos de un software. Swinney descubrió
que el cerebro no encuentra sólo un significado para una palabra; antes, estimula un
verdadero tesoro de conocimientos sobre tal palabra y las muchas otras relacionadas con ella.
Los niños con riqueza de vocabulario y de asociaciones entre palabras extraerán de
cualquier texto o conversación una experiencia sustancialmente diferente a la de los niños
que no tengan la misma riqueza lingüística y conceptual.
Volvamos a la dimensión biológica y miremos debajo de la superficie del acto conductual
de leer. Todos los comportamientos humanos descansan sobre capas y capas de una ingente
actividad subyacente.
La autora de este libro Maryanne Wolf pidió a la neurocientífica de Oxford y artista
Catherine Stoodley que dibujara una pirámide ilustrativa de cómo cooperan esos diversos
niveles cuando leemos una simple letra. En el vértice de esta pirámide, leer la palabra oso es
el acto superficial; por debajo de éste se encuentra el nivel cognitivo, que se compone de
todos aquellos procesos de atención, de percepción conceptual, lingüísticos y motores que
utilizamos para leer. Estos procesos cognitivos, que muchos psicólogos dedican toda su vida
a estudiar, se basan en estructuras neurológicas tangibles formadas por grupos de neuronas
dirigidas por la interacción entre los genes y el entorno.
El proceso de lectura no depende de un programa genético directo heredado. Por lo tanto,
las siguientes cuatro capas implicadas en él deben aprender la manera de formar de nuevo los
senderos necesarios cada vez que un cerebro aprende a leer. Esto es lo que distingue la
lectura de los demás procesos, explica porque nuestros hijos no aprenden de manera natural
como aprenden a usar la visión o el habla, que están preprogramadas.
Las propiedades del sistema visual son un ejemplo magnífico de cómo el reciclado de los
circuitos visuales existentes hizo posible el desarrollo de la lectura. Las células visuales
poseen la capacidad de alcanzar un altísimo grado de especialización y precisión, así como
establecer nuevos circuitos entre las estructuras preexistentes. Esto permite a los bebés venir
al mundo con unos ojos listos para activarse y que son un modelo excepcional de diseño y
precisión. Poco tiempo después del nacimiento, cada una de las neuronas de la retina del ojo
empieza a comunicarse con un conjunto concreto de células del lóbulo occipital.
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De manera fascinante, las redes celulares que han aprendido a cooperar a lo largo del tiempo
elaboran representaciones de la información visual, aun cuando esta información no esté
delante de nuestros ojos. En un experimento esclarecedor llevado a cabo por el científico
cognitivo de Harvard Stephen Kosslyn, se pidió a unos lectores que serraran los ojos e
imaginaran determinadas letras. Cuando se les pidió que pensaran en las letras mayúsculas,
se produjo una reacción en unas regiones diferenciadas del córtex visual responsables de una
parte del campo visual; por su parte, las letras minúsculas activaron otras áreas distintas.
La lectura es un acto neuronal e intelectualmente tortuoso, enriquecido tanto por los
impredecibles rodeos de las deducciones y pensamientos de un lector como el mensaje que
llega directamente a ojo desde el texto.

Cómo aprendió a leer el cerebro


Empezaremos en Sumeria, Egipto y Creta,
porque es en la escritura cuneiforme
sumeria, los jeroglíficos egipcios y una
escritura protoalfabética de reciente
descubrimiento donde podemos encontrar el
todavía misterioso nacimiento del lenguaje
escrito. Los principales modelos de
escrituras inventados por nuestros
antepasados exigieron algo un tanto
diferente del cerebro, y esta circunstancia
puede explicar que transcurrieran más de
dos milenios entre los sistemas de escritura
más antiguos conocidos y el notable casi
perfecto alfabeto desarrollado por los
antiguos griegos.
En su origen, el principio alfabético
implica la profunda comprensión de que
cada palabra del lenguaje hablado está
formada por un conjunto finito de sonidos que se pueden representar por un grupo finito de
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letras. Este principio aparentemente ingenuo constituyó una verdadera revolución cuando
surgió con el tiempo, porque permitió que cada palabra hablada fuera traducida a escritura.

 Cómo aprende a leer el cerebro de un niño y los cambios que experimentamos a lo


largo de la vida.
Son varios los puntos que relacionan la historia de la escritura humana con el desarrollo
de la lectura en el niño y que dan mucho que pensar. El primero es el hecho de que, aunque
nuestra especie le costó dos mil años conseguir el avance cognitivo necesario para aprender
a leer con un alfabeto, en la actualidad nuestros hijos tienen que alcanzar ese mismo
dominio de la letra impresa en apenas dos mil días. Después están las implicaciones
evolutivas y educacionales de tener un cerebro reorganizado para aprender a leer. Si no
existen genes específicos exclusivos de la lectura, y si nuestro cerebro tiene que conectar las
viejas estructuras de la visión y el lenguaje para adquirir esta nueva habilidad, todos los
niños de cada generación tienen que realizar una ardua tarea. Para adquirir este sistema
antinatural, los niños precisan de unos entornos educativos que sustenten todas las partes del
circuito que han de ser fijadas para que el cerebro lea.
La comprensión del período de desarrollo, que se extiende desde la infancia hasta el
inicio de la edad adulta, requiere entender todos los componentes del circuito del cerebro
lector y su desarrollo. También implica entender la historia de dos niños que tienen que
aprender cientos y cientos de palabras, miles de conceptos necesarios para el desarrollo de
los principales componentes de la lectura.
El aprendizaje de la lectura empieza la primera vez que se toma en brazos a un bebé y se
le lee un cuento. Con qué frecuencia ocurra esto, o deje de ocurrir, durante los primeros
cinco años de vida, resulta ser uno de los mejores índices de predicción de la capacidad de
lectura posterior. Un sistema poco estudiado divide de manera invisible nuestra sociedad;
las familias que proporcionan a sus hijos un entorno fecundo en oportunidades del lenguaje
escrito y oral se alejan poco a poco de aquellas que no lo hacen o no pueden hacerlo. Un
importante estudio determinó que ya en el jardín de infancia una brecha de treinta y dos
millones de palabras separa a algunos niños de hogares empobrecidos lingüísticamente de
sus coetáneos.
La plasticidad de nuestro cerebro nos permite aprender a leer y después de esto cambia
para siempre, psicológica e intelectualmente, con la lectura modificamos la organización de
éste. En otras palabras, así lo expresa Maryanne Wolf. “El aprendizaje de la lectura empieza
la primera vez que se toma en brazos a un bebé y se le lee un cuento”. Los niños que
escuchan y utilizan miles de palabras, cuyos significados ya han comprendido, clasificado y
almacenado en su cerebro, tienen ventaja en el campo de su educación. Los niños que por el
contrario no se les lee un cuento, y que jamás se imaginan dragones o princesas, tienen una
gran desventaja, a esto se le llama pobreza léxica, o cuándo el cerebro no es capaz de
aprender a leer, se habla de dislexia.
Aprendemos a leer basándonos en las conclusiones y asociaciones generadas a partir de lo
que leemos, la lectura permite que las personas vayan más allá de la información que se les
proporciona y así crear infinidad de pensamientos.
Ahora, sobre la historia de la aparición de los primeros sistemas de escritura, nos
encontramos con la escritura cuneiforme, implementada por los sumerios, de la que luego los
Acadios conservaron muchos símbolos, los jeroglíficos egipcios y una escritura pro
alfabética, tenemos más tarde la invención del alfabeto griego. En términos generales, el
alfabeto tiene tres grandes contribuciones, una es la economía de caracteres, lo que permite
una escritura eficaz y lectura fluida; la segunda contribución es la ampliación de límites para
pensar y escribir, “estimulo el pensamiento novedoso” y por último incremento la conciencia
del habla. El desarrollo del lenguaje escrito se debe a su vez al desarrollo de elementos de la
lengua hablada, cómo lo son el fonológico, semántico, sintáctico, morfológico y pragmático.

Los comienzos del desarrollo de la lectura o no


Imagínense la siguiente escena. Un niño pequeño está sentado, embelesado, en el regazo de
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un adulto querido, escuchando palabras que se mueven como el agua, palabras que hablan de
hadas, dragones y gigantes de lugares lejanos e imaginarios. El cerebro del niño pequeño se
prepara para leer bastante antes de lo que uno jamás sospecharía, y utiliza para ello casi toda
la materia prima de la primera infancia, cada imagen, cada concepto y cada palabra. Y lo
hace aprendiendo a utilizar todas las estructuras importantes que constituirán el sistema de
lectura universal del cerebro.
Decenios de investigaciones demuestran que la cantidad de tiempo, que un niño escucha
leer a sus padres y a los demás seres queridos predice con bastante exactitud el nivel de la
lectura que alcanzará años después.
De qué manera aprende a leer un niño es un cuento de magia y hadas o uno de
oportunidades perdidas innecesariamente. Estos dos panoramas corresponden a dos infancias
muy diferentes: en una ocurre casi todo lo que esperamos, en la otra se cuentan pocos
cuentos, se aprende poco vocabulario y el niño se queda cada vez más rezagados, antes
incluso de empezar a leer.
EL PRIMER CUENTO:
Trabajar con bebés prematuros pone de relieve la importancia dl tacto en el desarrollo.
Un principio parecido es aplicable al desarrollo ideal de la lectura. En cuanto un bebé puede
sentarse en el regazo de quien lo cuida puede aprender a asociar el acto de leer con el
sentimiento de ser querido. La asociación entre oír leer y sentirse amado proporciona los
mejores cimientos para este proceso, que ningún científico cognitivo ni investigador de la
educación podría haber diseñado mejor.

UN SERIO JUEGO DE PALABRAS:


En el siguiente paso en el proceso es una comprensión cada vez mayor de las
ilustraciones: el niño adquiere la capacidad de reconocer las imágenes que ilustran unos
cuantos libros que no tardarán en acabar sobados y con algunas esquinas dobladas. Este
avance se debe a que el sistema visual ya funciona a pleno rendimiento hacia a los seis
meses, la atención tiene un largo camino por delante hasta la maduración y el sistema
conceptual crece día a día a pasos agigantados. A mediad que la capacidad de atención
aumenta, mes a mes, también se incrementa el conocimiento que el bebé tiene de las
imágenes familiares y crece su curiosidad por las novedades.
Al tiempo que la capacidad de atención y percepción aumentan, éstos enfrascan en el
antecedente más importante de la lectura, el desarrollo temprano del lenguaje, con el
descubrimiento fundamental de las cosas. A los adultos les puede costar alejarse de su
propia visión del mundo cotidiano para darse cuenta de que los niños muy pequeños no
saben que todas las cosas de este mundo tienen un nombre.
Poco a poco, los niños aprenden a etiquetar los elementos destacados de su mundo,
empezando, por lo general, por la gente que los cuida. Pero la conciencia de todos tiene su
propio nombre suele aparecer alrededor de los dieciocho mese, y es éste uno de los pocos
conocidos hitos que se alcanzan durante los dos primeros años de vida.
Detrás de cualquier manifestación de un niño se esconde la capacidad de su pequeño
cerebro para relacionar e integrar información procedente de varios sistemas: visual,
cognición y lenguaje.
Cuando los niños son capaces de nombrar las cosas, el contenido de los libros desempeña un
papel todavía más importante para los pequeños porque, a partir de este momento, pueden
elegir lo que se lee. Esto desencadena una notable dinámica de desarrollo: cuando más se le
lea a los niños, mejor comprenderán todo el lenguaje que lo rodea y más ampliarán su
vocabulario.
El genio lingüístico se debe a diversos elementos de la lengua hablada que, más tarde,
todos incorporamos al desarrollo del lenguaje escrito. El desarrollo fonológico: la evolución
de la capacidad de un niño para oír, distinguir, separar, y manipular los fonemas que forman
las palabras abre camino al descubrimiento esencial de que éstos están hechas de sonidos;
por ejemplo gato se componen de cuatro sonidos distintos g/a/t/o. el desarrollo semántico: el
aumento del vocabulario de un niño constituye a la progresiva comprensión del significado
de las palabras, que alimenta el motor de crecimiento del lenguaje en su conjunto. El
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desarrollo sintáctico: la asimilación y el uso de las relaciones gramaticales del idioma allana
terreno para comprender la complejidad de las oraciones de los libros. El desarrollo
morfológico: el niño adquiere y utiliza las unidades mínimas de significado; esto contribuye
a que el niño entienda de que clase gramatical son y que funciones gramaticales tienen las
palabras que encuentra en frases y cuentos. Por último, el desarrollo pragmático: la aptitud
de un niño para percibir y utilizar las normas socioculturales del lenguaje en sus contextos
naturales proporciona la base para entender las formas posibles de utilizar las palabras en las
incontables situaciones descritas en los libros.

RISAS, LÁGRIMAS Y AMIGOS:


Sin embargo, ninguna de estas aptitudes lingüísticas se desarrolla en el vacío. Todas se
asientan en los cambios subyacentes del cerebro en el desarrollo, en el conocimiento
conceptual del niño en constante aumento en las contribuciones concretas de las emociones a
la evolución del niño y a su capacidad de comprender a los demás.
Este período de la infancia sienta las bases para una de las habilidades sociales,
emocionales, cognitivas más importantes que un ser humano puede adquirir: la capacidad de
ponerse en el lugar del otro. Entender los sentimientos e los demás no es sencillo para los
niños de tres a cinco años. Hay un ejemplo de esto en Sapo Sepo, la serie de Arnold Lobel.
En uno de los cuentos, sapo está enfermo, y sepo acude en su ayuda sin pensarlo dos veces,
movido sólo por la empatía. Sepo da de comer a Sapo todos los días y se preocupa por él,
hasta que un día Sapo se pude levantar de la cama y puede volver a jugar. Este breve cuento
da un ejemplo muy sencillo de lo que significa entender lo que siente otro y cómo esto puede
convertirse en la razón para ayudarlo.

LO QUE EL LENGUAJE DE LOS NIÑOS NOS ENSEÑA A TODOS


Más o menos en la época en que empezamos a reconocer los sentimientos que, por un lado,
nos unen a los demás y, por otro, establecen los límites que nos separan de los otros,
realizamos otro descubrimiento intelectual forma parte de otro mayor y más tácito, a saber,
que los libros tienen un lenguaje propio.
En primer lugar, lo más evidente, es que el vocabulario especial de los libros no se usa en
la lengua oral. Piensen en aquellos cuentos que les deleitaban, cuyas historias empezaban así:
Érase una vez, hace mucho tiempo, un lugar sombrío y solitario donde nunca se había visto
el sol, habitado por un duendecillo de mejillas hundidas y tez blanca como la cera, pues
ninguna luz había acariciado jamás su piel.”
Nadie habla de esta manera. Sin embargo forman parte de del lenguaje literario y dan a
los niños las claves que los ayudan a predecir de qué clase de cuento se trata y lo que puede
suceder.
Pero el lenguaje literario no es sólo especial como fuente de vocabulario. Igualmente
importante es la sintaxis, las estructuras gramaticales que no suelen aparecer en el habla
cotidiana. Los niños aprenden este uso por contexto.
Otra característica del lenguaje literario es que implica una comprensión incipiente de los
recursos de la escritura, tales como el lenguaje figurativo y, en especial, la metáfora y la
comparación.
Otras de las características del lenguaje literario es un grado de comprensión mayor por
parte del niño. Cuanto más coherente es la historia para el niño, más fácil le resulta
recordarla; cuanto más fácil recuerda mayor será su contribución a los esquemas de
conocimientos emergentes del niño; y cuantos más esquemas desarrolle un niño, más
coherentes encontrará las historias y mayor será la base de conocimientos para las lecturas
futuras.
¿Qué hay en el nombre de una letra?
Cuando los niños van familiarizándose con el lenguaje literario, empiezan a desarrollar una
conciencia más útil de los detalles visuales de las letras. A medida que se familiarizan con
las formas concretas de algunos renglones, algunos niños pueden identificar letras de colores
en trozos de papeles.
Sin duda alguna, la edad a la que un niño es capaz de nombrar las letras varía
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considerablemente entre individuos y de una cultura a otra. Se debería animar a los padres a
que ayuden a los hijos a nombrar letras siempre que estos parezcan dispuestos.

¿Cuándo debería empezar a leer un niño?


El acto de leer depende de la capacidad de nuestro cerebro para relacionar e integrar diversas
fuentes de información. En concreto, el área visual con las áreas auditiva, lingüística y
conceptual. Esta integración depende de la maduración independiente de cada zona y de la
velocidad a la que esas zonas pueden ser conectadas e integradas.
El mejor material conductor de la naturaleza, la mielina, forma una capa de envuelve los
axones. Cuanta más mielina reviste el axón, con más rapidez puede la neurona conducir su
carga. El aumento de mielina sigue un calendario de crecimiento que difiere de una región a
otra del cerebro (por ejemplo, los nervios auditivos se mielinizan en el sexto mes de
embarazo; los nervios ópticos, en el sexto después del parto).

En la mayoría de casos, las regiones que necesitan están mielinizadas para leer no lo están lo
suficiente hasta los 5 años de edad, o incluso después.
En un estudio realizado por la especialista en lectura Usha Goswami y su equipo, se
descubrió que los niños europeos que aprendían a leer a los 5 años lo hacían peor que
aquellos que empezaban a leer a los siete. De modo que, si nos esforzamos para que un niño
aprenda a leer demasiado precozmente, ello puede ser contraproducente para su aprendizaje.
Por supuesto, existen excepciones de niños que empiezan a leer antes. La escritora Penélope
Fitzgerald lo hico a los 4 años. Pero en general, lo más apropiado para el desarrollo óptimo
de los niños es que dejemos que sean niños.

Tipos de lectores:
Por otro lado, el desarrollo de la lectura, según Wolf, se debe a un proceso de evolución,
con cinco fases o mejor, cinco tipos de lectores. El primero es el pre lector incipiente, es éste
quien sentado en el regazo de sus padres, escucha y aprende sonidos, palabras, conceptos, es
una etapa de percepción, segundo, el lector novel, su principal descubrimiento es el concepto
de que las letras corresponden con sonidos del lenguaje; luego, vienen los lectores
descifradores, quienes empiezan a entender los que leen; ahora el lector de comprensión
fluida “acumula conocimiento y está preparado para aprender de cualquier fuente” y por
último el lector experto, que es la fusión de los procesos cognitivo, lingüístico y afectivo.
La estancia en la primera tiene una duración de aproximadamente 5 años, tiempo durante el
cual los niños están familiarizándose con las letras creando una conexión entre el sistema
visual y el auditivo, es aquí donde aprenden la mayor parte de las palabras que les servirán
de base para el aprendizaje posterior de la lectura; de esta estación no debería avanzar nadie
que no haya logrado este objetivo ya que esto representa un futuro déficit en su capacidad
para descifrar el código lector. En esta primera etapa encontramos al Prelector Incipiente.
En la segunda estación los niños comprenden que las palabras impresas representan sonidos
de nuestro lenguaje y logran diferenciar las unidades que componen unas palabras,
empezando por las sílabas y finalmente reconociendo las unidades más pequeñas que son las
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letras. Con este conocimiento consiguen descifrar los textos y comprenden los conceptos
representados en él, aunque sólo en parte. Es aquí donde hallamos al Lector Novel.
En la tercera estación tenemos al Lector Descifrador que se diferencia considerablemente del
anterior en la seguridad y desenvolvimiento que alcanza en la lectura de una forma
semifluida preparándose para leer fluidamente a través del aprendizaje de vocabulario y la
adquisición de rapidez en la deducción y la interpretación de nuevas palabras a través del
contexto del texto.
Finalmente en las últimas dos estaciones se encuentra al Lector Fluido quien es capaz de
descifrar lo que dice en el texto y el Lector Experto que comprende y asocia la lectura con
sus conocimientos previos. Sin embargo, no todas las personas alcanzan el nivel del lector
experto, esto se debe generalmente a falencias presentadas durante la infancia ya sean estas
problemas médicos como la dislexia y las infecciones de oído, o sociales que tienen que ver
con el entorno y la educación que recibe en su casa. Está demostrado que leer a los niños
antes de los 5 años les brinda una predisposición al aprendizaje del código escrito y no
hacerlo genera una falta considerable de vocabulario que se verá reflejada en el rendimiento
educativo futuro del menor. Se debe tener en cuenta que mientras más lea el niño, y participe
en conversaciones, mas vocabulario tendrá para hacer asociaciones pertinentes. La lectura
consta de dos partes: la asimilación de sistemas fonológicos, sintácticos, emocionales,
afectivos, morfológicos y prácticos antes mencionados y la segunda que es la perfección en
estas medidas que hacen del proceso, una comprensión profunda. Como conclusión general,
Wolf expone que aprender a leer no tiene fin, algo que se podría apoyar con el hecho de que
estamos en constante búsqueda de lectura: una receta, un aviso, instrucciones, cartas, correos
electrónicos, etc.

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