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Wolf - Proust y El Calamar - Resumen
Wolf - Proust y El Calamar - Resumen
Maryanne Wolf
No nacimos para leer. Los seres humanos inventamos la lectura hace apenas unos
milenios. Y con este invento modificamos la propia organización de nuestro cerebro, lo que
a su vez amplió nuestra capacidad de pensar, que por su parte alteró la evolución intelectual
de nuestra especie. La lectura es uno de los inventos más notables de la historia, una de
cuyas consecuencias es precisamente la posibilidad de dejar constancia de esta última. El
invento de nuestros antepasados pudo aparecer sólo gracias a la extraordinaria capacidad del
cerebro humano para establecer nuevas conexiones entre estructuras preexistentes, un
proceso posible gracias a la capacidad de moldearse de acuerdo a la experiencia. Esta
plasticidad intrínseca del cerebro constituye la base de casi todo cuanto somos y de lo que
podemos llegar a ser.
Este libro cuenta la historia del cerebro lector en el contexto de nuestra evolución
intelectual. Además abarca tres áreas de conocimiento: los orígenes históricos del
aprendizaje de la lectura, desde la época de los sumerios hasta Sócrates; el ciclo vital de
desarrollo de los humanos, a medida que aprendemos, con el paso del tiempo, a leer de
maneras cada vez más sofisticadas; y la historia y la ciencia de lo que ocurre cuando el
cerebro no es capaz de aprender a leer.
Comprender estos sistemas únicos predeterminados- prefijados, generación tras
generación, por la información genética- mejora nuestro conocimiento de aspectos
insospechados que tienen unas implicaciones que sólo estamos empezando a explorar.
Y entretejiendo las tres partes del libro hay una visión particular de cómo el cerebro
aprende lo que sea.
La aptitud del cerebro para aprender a leer es el resultado de su proteica capacidad para
establecer nuevas conexiones entre estructuras y circuitos dedicados originalmente a otros
procesos cerebrales más básicos y que han disfrutado de una existencia más prolongada en la
evolución humana, como son la visión y el habla. Gracias a este diseño, llegamos al mundo
programados con la capacidad de cambiar lo que la naturaleza nos ha dado, de manera que
podamos superarlo. Estamos, se diría que desde el principio, preparados genéticamente
preparados para los avances.
Se puede aprender a leer gracias sólo a la plasticidad del cerebro y, leyendo, el cerebro
cambia para siempre, tanto psicológicamente como intelectualmente. Gran parte de nuestra
manera de pensar y de aquello en lo que pensamos se basa en las conclusiones y
asociaciones generadas a partir de lo que leemos.
En este libro se utilizó al célebre novelista francés Marcel Proust como metáfora y al
infravalorado calamar como analogía para dos aspectos radicalmente distintos de la lectura.
Proust consideraba la lectura como una especie de santuario intelectual, quedaba a los seres
humanos acceso a miles de realidades diferentes que, de otra manera, jamás hubiesen
podido conocer ni comprender. Cada una de estas nuevas realidades era capaz de
transformar la vida intelectual de los lectores sin exigirles siquiera que abandonaran la
comodidad de su sillón.
En los años cincuenta del siglo XX, los científicos utilizaron el largo axón central del
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tímido aunque astuto calamar para comprender cómo se activan y comunican entre sí las
neuronas y los sistemas de reparación y compensación de que disponen cuando algo sale
mal. El estudio de lo que el cerebro humano tiene que hacer para leer, es análogo a los
estudios del calamar en la neurociencia de antaño.
Se cuenta que Maquiavelo a veces se preparaba para leer disfrazándose con ropa del período
del escritor que estaba leyendo y que servía la mesa para ambos. Era una muestra de respeto
por el talento del autor. Mientras leemos, podemos abandonar nuestra propia conciencia y
trasladarnos a la conciencia de otra persona., de otra época, de otra cultura.
Cuando transmigramos a los pensamientos de un caballero, a los sentimientos de un
esclavo, al comportamiento de una heroína y la forma que tiene un malhechor de
arrepentirse o renegar de sus fechorías, nunca regresamos a nosotros mismos completamente
iguales; a veces volvemos inspirados, a veces apenados, pero siempre enriquecidos.
En cuanto esto sucede, ya no estamos limitados por los confines de nuestro propio
pensamiento. Estuvieran donde estuviesen situados, nuestros límites originales son
desafiados, provocados y, poco a poco, movidos a un nuevo lugar. Una expansiva sensación
de ajenidad cambia lo que somos y, lo que es de una importancia trascendental para los
niños, lo que creemos que podemos llegar a ser.
Hace años, el científico cognitivo David Swinney contribuyó a descubrir el hecho de que,
cuando leemos una palabra sencilla como chinche, activamos no sólo el significado más
común (una criatura rastrera de seis patas), sino las acepciones menos frecuentes de ese
término: los micrófonos ocultos, los problemas técnicos de un software. Swinney descubrió
que el cerebro no encuentra sólo un significado para una palabra; antes, estimula un
verdadero tesoro de conocimientos sobre tal palabra y las muchas otras relacionadas con ella.
Los niños con riqueza de vocabulario y de asociaciones entre palabras extraerán de
cualquier texto o conversación una experiencia sustancialmente diferente a la de los niños
que no tengan la misma riqueza lingüística y conceptual.
Volvamos a la dimensión biológica y miremos debajo de la superficie del acto conductual
de leer. Todos los comportamientos humanos descansan sobre capas y capas de una ingente
actividad subyacente.
La autora de este libro Maryanne Wolf pidió a la neurocientífica de Oxford y artista
Catherine Stoodley que dibujara una pirámide ilustrativa de cómo cooperan esos diversos
niveles cuando leemos una simple letra. En el vértice de esta pirámide, leer la palabra oso es
el acto superficial; por debajo de éste se encuentra el nivel cognitivo, que se compone de
todos aquellos procesos de atención, de percepción conceptual, lingüísticos y motores que
utilizamos para leer. Estos procesos cognitivos, que muchos psicólogos dedican toda su vida
a estudiar, se basan en estructuras neurológicas tangibles formadas por grupos de neuronas
dirigidas por la interacción entre los genes y el entorno.
El proceso de lectura no depende de un programa genético directo heredado. Por lo tanto,
las siguientes cuatro capas implicadas en él deben aprender la manera de formar de nuevo los
senderos necesarios cada vez que un cerebro aprende a leer. Esto es lo que distingue la
lectura de los demás procesos, explica porque nuestros hijos no aprenden de manera natural
como aprenden a usar la visión o el habla, que están preprogramadas.
Las propiedades del sistema visual son un ejemplo magnífico de cómo el reciclado de los
circuitos visuales existentes hizo posible el desarrollo de la lectura. Las células visuales
poseen la capacidad de alcanzar un altísimo grado de especialización y precisión, así como
establecer nuevos circuitos entre las estructuras preexistentes. Esto permite a los bebés venir
al mundo con unos ojos listos para activarse y que son un modelo excepcional de diseño y
precisión. Poco tiempo después del nacimiento, cada una de las neuronas de la retina del ojo
empieza a comunicarse con un conjunto concreto de células del lóbulo occipital.
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De manera fascinante, las redes celulares que han aprendido a cooperar a lo largo del tiempo
elaboran representaciones de la información visual, aun cuando esta información no esté
delante de nuestros ojos. En un experimento esclarecedor llevado a cabo por el científico
cognitivo de Harvard Stephen Kosslyn, se pidió a unos lectores que serraran los ojos e
imaginaran determinadas letras. Cuando se les pidió que pensaran en las letras mayúsculas,
se produjo una reacción en unas regiones diferenciadas del córtex visual responsables de una
parte del campo visual; por su parte, las letras minúsculas activaron otras áreas distintas.
La lectura es un acto neuronal e intelectualmente tortuoso, enriquecido tanto por los
impredecibles rodeos de las deducciones y pensamientos de un lector como el mensaje que
llega directamente a ojo desde el texto.
En la mayoría de casos, las regiones que necesitan están mielinizadas para leer no lo están lo
suficiente hasta los 5 años de edad, o incluso después.
En un estudio realizado por la especialista en lectura Usha Goswami y su equipo, se
descubrió que los niños europeos que aprendían a leer a los 5 años lo hacían peor que
aquellos que empezaban a leer a los siete. De modo que, si nos esforzamos para que un niño
aprenda a leer demasiado precozmente, ello puede ser contraproducente para su aprendizaje.
Por supuesto, existen excepciones de niños que empiezan a leer antes. La escritora Penélope
Fitzgerald lo hico a los 4 años. Pero en general, lo más apropiado para el desarrollo óptimo
de los niños es que dejemos que sean niños.
Tipos de lectores:
Por otro lado, el desarrollo de la lectura, según Wolf, se debe a un proceso de evolución,
con cinco fases o mejor, cinco tipos de lectores. El primero es el pre lector incipiente, es éste
quien sentado en el regazo de sus padres, escucha y aprende sonidos, palabras, conceptos, es
una etapa de percepción, segundo, el lector novel, su principal descubrimiento es el concepto
de que las letras corresponden con sonidos del lenguaje; luego, vienen los lectores
descifradores, quienes empiezan a entender los que leen; ahora el lector de comprensión
fluida “acumula conocimiento y está preparado para aprender de cualquier fuente” y por
último el lector experto, que es la fusión de los procesos cognitivo, lingüístico y afectivo.
La estancia en la primera tiene una duración de aproximadamente 5 años, tiempo durante el
cual los niños están familiarizándose con las letras creando una conexión entre el sistema
visual y el auditivo, es aquí donde aprenden la mayor parte de las palabras que les servirán
de base para el aprendizaje posterior de la lectura; de esta estación no debería avanzar nadie
que no haya logrado este objetivo ya que esto representa un futuro déficit en su capacidad
para descifrar el código lector. En esta primera etapa encontramos al Prelector Incipiente.
En la segunda estación los niños comprenden que las palabras impresas representan sonidos
de nuestro lenguaje y logran diferenciar las unidades que componen unas palabras,
empezando por las sílabas y finalmente reconociendo las unidades más pequeñas que son las
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letras. Con este conocimiento consiguen descifrar los textos y comprenden los conceptos
representados en él, aunque sólo en parte. Es aquí donde hallamos al Lector Novel.
En la tercera estación tenemos al Lector Descifrador que se diferencia considerablemente del
anterior en la seguridad y desenvolvimiento que alcanza en la lectura de una forma
semifluida preparándose para leer fluidamente a través del aprendizaje de vocabulario y la
adquisición de rapidez en la deducción y la interpretación de nuevas palabras a través del
contexto del texto.
Finalmente en las últimas dos estaciones se encuentra al Lector Fluido quien es capaz de
descifrar lo que dice en el texto y el Lector Experto que comprende y asocia la lectura con
sus conocimientos previos. Sin embargo, no todas las personas alcanzan el nivel del lector
experto, esto se debe generalmente a falencias presentadas durante la infancia ya sean estas
problemas médicos como la dislexia y las infecciones de oído, o sociales que tienen que ver
con el entorno y la educación que recibe en su casa. Está demostrado que leer a los niños
antes de los 5 años les brinda una predisposición al aprendizaje del código escrito y no
hacerlo genera una falta considerable de vocabulario que se verá reflejada en el rendimiento
educativo futuro del menor. Se debe tener en cuenta que mientras más lea el niño, y participe
en conversaciones, mas vocabulario tendrá para hacer asociaciones pertinentes. La lectura
consta de dos partes: la asimilación de sistemas fonológicos, sintácticos, emocionales,
afectivos, morfológicos y prácticos antes mencionados y la segunda que es la perfección en
estas medidas que hacen del proceso, una comprensión profunda. Como conclusión general,
Wolf expone que aprender a leer no tiene fin, algo que se podría apoyar con el hecho de que
estamos en constante búsqueda de lectura: una receta, un aviso, instrucciones, cartas, correos
electrónicos, etc.