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¿Qué nos hace humanos?

La respuesta a esta gran


pregunta se encuentra en nuestro cerebro y desde
hace un siglo la ciencia busca entender qué lo hace úni-
co. En este repaso a la fascinante historia de nuestra
mente descubriremos cómo la tecnología ha evolucio-
nado en los últimos tres millones de años, a la par que
el cerebro de especies que nos preced ieron. El tamaño
y la forma del cerebro, y especialmente de algunas de
sus partes, proporcionan pistas para entender la sin-
gularidad de nuestra mente. También encontraremos
respuestas en el interior del cerebro, descubriendo
cómo sus conexiones o el número de neuronas pare-
cen determinantes, así como en el ADN fósil, que está
proporcionando valiosísimas claves para entender la
evolución del cerebro humano.

Manuel Martín-Loeches es catedrático de Psicobiología


de la Universidad Complutense de Madrid y responsable
de la Sección de Neurociencia Cognitiva del Centro
UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humanos.
LA .,,

EVOLUCION
DEL CEREBRO
La fascinante historia
de nuestra mente
SUMARIO

1ntroducción 7

01 Conocernos a nosotros mismos 13

02 Esculpiendo nuestro cerebro 47

03 La unión hace la fuerza 79

04 Una mirada al futuro desde el pasado 109

Lecturas recomendadas 139

Índice 141
INTRODUCCIÓN

eneraciones de científicos han intentado responder a una pre-


G gunta claramente formulada: «¿Qué nos hace humanos?». Esta
gran cuestión ha intrigado al ser humano desde la más remota An-
tigüedad, y ha sido respondida al albur de los tiempos y - sobre
todo- de las ideas religiosas. En el mundo occidental la respuesta
fue, durante miles de años, que somos como somos por estar he-
chos «a imagen y semejanza de Dios». Pero tras la revolución que
supuso la obra de Charles Darwin, El origen de las especies (1859),
en la que sentaba las bases de la biología evolutiva, este tipo de res-
puestas dejaron de ser aceptables; había que buscar en otro sitio.
Desde entonces, la comunidad científica ha echado mano de cual-
quier tipo de evidencia que pudiera dar una solución satisfactoria
a la gran pregunta. Y el mayor foco de atención ha sido, es y será,
el cerebro: «¿Qué hace al cerebro humano único?». Esta es ahora la
nueva versión de la gran pregunta.
Conocer la evolución de nuestra mente, de nuestro cerebro, su-
pone también conocer la historia de la ciencia y los descubrimien-
tos en torno a este tema. Dicho de otra manera, a medida que la

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ciencia y la tecnología avanzan, se van incorporando nuevas for-
mas de responder a la gran pregunta. Desde el estudio del compor-
tamiento hasta los últimos descubrimientos en genética, los cien-
tíficos interesados en la evolución del cerebro humano han sabido
aprovechar cada avance en su propio beneficio.
Una buena forma de aproximarse a la historia de nuestra men-
te comenzaría por saber cómo es esta actualmente. La psicología y
la neurociencia nos están permitiendo conocerla en profundidad.
Pero, a la vez, los más recientes avances en estos campos están po-
niendo en entredicho la presencia en nuestra especie de faculta-
des mentales únicas y cualitativamente diferentes, o incluso que
seamos realmente tan racionales como creemos. Comenzaremos,
por tanto, dando un breve repaso a algunas de estas facultades que,
tradicionalmente, se han considerado especialmente humanas,
como la consciencia, el lenguaje, la memoria de trabajo o la toma
de decisiones. Habrá lugar además para hablar del arte, la religión
y las emociones. Pero iremos también a donde empezó todo, al es-
tudio de las primeras herramientas y su evolución a lo largo de los
milenios, así como a lo que estas nos pueden decir acerca de la evo-
lución de nuestra mente.
El árbol evolutivo humano es un camino de.avances en nuestras
capacidades cognitivas en el que la tecnología lítica es la muestra
más fehaciente de este recorrido. Conoceremos sus diversas etapas
y principales momentos; veremos que el árbol está bastante ra-
mificado y que hoy día somos la única especie de nuestro género
(Romo) que queda viva en el planeta, algo absolutamente excep-
cional y que, de alguna manera, también nos hace únicos. Seremos
testigos de nuestros logros desde el principio de los tiempos hasta
el momento actual. Desde un estado similar al de cualquier otro
primate, hasta el de una especie que es capaz de enviar su tecnolo-
gía más allá de los confines del sistema solar, será difícil hablar de
un punto a partir del cual se pueda establecer un antes y un des-
pués en nuestra condición de seres humanos. Este tipo de circuns-

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tancias nos ponen en nuestro lugar en la naturaleza, en la historia
natural del planeta Tierra, y nos tienen que hacer reflexionar, de
forma colectiva e individual, acerca de nuestro futuro como espe-
cie. Somos una especie que en gran parte se ha hecho a sí misma
y que ha sabido superar grandes e increíbles retos. La especie hu-
mana debe aprovechar todo su potencial para poder aspirar a un
futuro óptimo, el mejor posible. Pero para eso debe de conocerse a
sí misma en profundidad.
Durante muchas décadas, los esfuerzos científicos por entender
la evolución del cerebro y la mente humanos se centraron principal-
mente en el denominado proceso de encefalización. A medida que
se iban descubriendo nuevas especies fósiles que habrían sido po-
tencialmente antecesoras de la nuestra - o cercanas a nuestra línea
evolutiva-, algo que llamó la atención fue que el tamaño del cerebro
se había hecho progresivamente mayor, hasta el punto de resultar
una de las especies más encefalizadas del planeta, si no la que más.
Se ha considerado que la proporción entre el volumen cerebral y el
corporal es la clave de nuestras capacidades mentales más destaca-
das. Las especies con una relación mayor entre el volumen del cere-
bro y el volumen corporal suelen ser más inteligentes, entendiendo
por inteligencia la capacidad de afrontar con éxito problemas nue-
vos e inesperados. Es como si para un cuerpo de determinado tama-
ño se necesitase una cantidad específica de tejido nervioso. A partir
de ahí, si se tiene el privilegio de poseer tejido nervioso «sobrante» o
extra, se entrará en el club de las especies inteligentes. Y la nuestra
parece estar en un puesto de honor.
Pero con la encefalización no solo se produjo un incremento glo-
bal del volumen cerebral. A medida que nuestro cerebro aumentaba
su tamaño, se podrían descubrir patrones evolutivos según los cua-
les algunas zonas presentaban mayores crecimientos que otras, lo
que afectaría no solo al tamaño, sino también a la forma del cerebro.
Durante muchos años se quisieron ver aumentos desproporciona-
dos en los lóbulos frontales o en las áreas del lenguaje. Sin embargo,

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estudios más recientes han puesto en entredicho muchas afirmacio-
nes anteriores. Así, un lugar clave de nuestra evolución podría estar
en los lóbulos parietales, relacionados con la integración sensorial
y la manipulación del espacio, más que en los frontales, implicados
en procesos de planificación y autocontrol. Daremos un repaso a los
diversos estudios que han abordado la extensión relativa de las dis-
tintas áreas del cerebro, así como a los más recientes que plantean su
comparación con especies vivas de primates, en busca de patrones
únicos de nuestra especie que permitan entender qué nos hace hu-
manos.
Una aproximación más reciente al estudio de la evolución de
nuestro cerebro se ha producido mirando al microscopio las distin-
tas zonas cerebrales, especialmente la corteza, comparando lo que se
ve con lo observado en el cerebro de otras especies. Los datos obteni-
dos con otros primates (especialmente macacos) son de gran interés
para entender por qué nuestra corteza podría tener mayores capaci-
dades de computación. Existen algunas diferencias notables en cier-
tos tipos de neuronas y sus cantidades relativas. Técnicas modernas
de recuento celular han puesto de manifiesto datos muy interesantes
respecto a las diferencias en número de neuronas entre los cerebros
de primates y los de otros grupos animales. De estas investigaciones
se deduce que un cerebro grande de primate como el nuestro es el
cerebro con más neuronas en la corteza cerebral de todos los anima-
les terrestres, lo que supone una gran ventaja. Las nuevas técnicas
también nos permiten estudiar, en el humano y en otras especies, la
densidad y cantidad de conexiones a media y larga distancia quepo-
seen los distintos cerebros. Con ellas se han obtenido datos significa-
tivos que indican que el ser humano muestra aumentos específicos
en determinadas conexiones, así como conexiones que no existen en
otras especies.
Terminaremos nuestro viaje revisando una de las aportaciones
científicas al estudio de la evolución de nuestro cerebro más prome-
tedoras: el desciframiento del genoma de humanos fósiles y su com-

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paración con el genoma humano actual. Este último, aunque bas-
tante completo, aún posee algunas lagunas, y el ADN fósil es todavía
muy incompleto y fragmentado. Aun así, ya se está logrando deter-
minar qué rasgos del cerebro y el sistema nervioso y de su desarro-
llo, podrían ser diferentes entre Romo sapiens y otros miembros de
nuestro género. Por ejemplo, algunos genes implicados en el autis-
mo o en determinados trastornos psiquiátricos parecen diferir entre
especies humanas. Comentaremos también el caso de algunos genes
de gran relevancia para determinadas capacidades cognitivas, como
el lenguaje, y sus posibles diferencias con otras especies. Estas téc-
nicas nos permiten también estimar el grado de antigüedad de algu-
nas variantes genéticas, así como vislumbrar antiquísimas historias
de migraciones y cruzamientos entre especies. Queda, no obstante,
mucho por avaIJ,zar en este campo. Aún hay que conocer en detalle la
función específica de cada uno de los aproximadamente dieciocho
mil genes humanos -por cierto, muchos menos de los que tiene, por
ejemplo, un tomate- y cuáles y cómo se relacionan con los rasgos en
los que nuestro cerebro destaca.
La evolución no tiene fin, aunque nos parezca estar en una si-
tuación estanca como especie, esto no es así: seguimos evolucio-
nando. Cuando sepamos en profundidad cómo somos, de dónde
venimos y de dónde viene cada rasgo diferencial de nuestra espe-
cie, habremos satisfecho uno de nuestros mayores anhelos. Y lo
que es más trascendente, podremos decidir con conocimiento de
causa hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos como especie.
Esto también nos hará únicos.

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01 CONOCERNOS
A NOSOTROS MISMOS

Tras revoluciones científicas como la


copernicana o la darwiniana, la ciencia ha
buscado nuevas respuestas a las preguntas
sobre nuestro lugar en el universo. Lo
que va encontrando quizá no nos deje en
muy buen lugar, pero nos permitirá tomar
decisiones acertadas acerca del futuro al
que podríamos aspirar como especie.
la entrada al templo de Apolo en Delfos se podía leer una ins-
A cripción que decía: «Conócete a ti mismo». Podemos decir que
es una máxima a la que ha aspirado la humanidad probablemente
desde el inicio de los tiempos. El ser humano se ha visto -y aún
se ve- a sí mismo como un ser muy especial, marcando una clara
frontera entre los animales y «nosotros». Somos criaturas tan ex-
traordinarias que no debió ser difícil llegar a la conclusión de que
todos los demás seres vivos estaban a nuestro servicio. De ahí a
creer que somos seres divinos y que el universo gira en torno a no-
sotros había muy pocos pasos. Nuestras facultades mentales, nues-
tra inteligencia, la capacidad que tenemos para explotar los recur-
sos del medio circundante, nuestra tecnología, serían evidencias
de ese estatus único que nos corresponde.
En determinadas aptitudes mentales o cognitivas, desde lue-
go, parecemos realmente insólitos. Una de las más llamativas es el
lenguaje articulado, un conjunto de sonidos que se combinan en-
tre sí y que funcionan como símbolos de nuestras ideas, que nos
permite transmitir grandes cantidades de información de una ge-

Conocernos a nosotros mismos 1 15


neración a otra y acumular conocimiento a lo largo de los siglos.
Nuestro complejo lenguaje nos permite también hablar y pensar
sobre ideas abstractas, quizás imposibles de concebir si no fuera
porque tenemos términos para ellas: semana, mes, decisión, paz,
pensamiento... Si, además, somos capaces de escribir, el poder del
lenguaje para transmitir y acumular conocimiento se multiplica.
Los avances científicos y tecnológicos son, en gran medida -qué
duda cabe- , fruto del lenguaje. Muchas personas creen que lo que
nos hace únicos no es el lenguaje, sino la consciencia. En su opi-
nión, tener una mente, un mundo mental, una realidad paralela a
la actividad cerebral, al cuerpo, sería algo que poseemos los seres
humanos en exclusiva. Los sueños nos demostrarían casi cada día
que cuerpo y mente son dos cosas distintas: nuestro cuerpo apenas
se mueve en la cama mientras «nosotros» viajamos a través del es-
pacio y el tiempo, vivimos situaciones, nos ocurren cosas. Nuestro
pensamiento consciente, nuestra capacidad de razonar y de tomar
decisiones voluntariamente, son la base de nuestro libre albedrío,
de nuestra libertad y, por tanto, de la responsabilidad de todos
nuestros actos.
Los humanos, además, destacamos por algunos comportamien-
tos únicos entre los seres vivos. No hay socie_dad humana que no
tenga creencias religiosas, con mayor o menor formalismo. Cree-
mos con mucha facilidad en la existencia de espíritus, de entes in-
corpóreos, fruto de esa convicción que hemos mencionado antes
de la existencia de una mente separada del cuerpo (del cerebro),
que toma decisiones y es de naturaleza consciente. El cuerpo pue-
de morir, pero el espíritu es otra cosa. Nos trasciende y, por lo tanto,
pasará a otro plano de realidad donde las almas incorpóreas podrán
formar jerarquías, organizarse como los que aún están vivos. Y de
ahí es fácil llegar al surgimiento de deidades, de espíritus espe-
cialmente importantes, dioses o ángeles. Nuestra especie también
manifiesta un comportamiento aparentemente extraño, el arte, sea
pictórico, musical, literario o de cualquier otro tipo. Solo una es-

16 1 Conocernos a nosotros mismos


pecie extraordinaria, dotada de unas características semidivinas,
podría ser capaz de expresarse así.
Hagamos un cóctel con todo junto, el lenguaje, la consciencia, la
voluntad, la religión, el ane ... ¿qué más pruebas necesitamos para
demostrar que, de alguna manera, somos el centro del mundo co-
nocido? O, a la inversa, ¿qué o quién nos va a bajar del trono? La res-
puesta es muy sencilla: la teoría de la selección natural de Charles
Darwin y la inmensa cantidad de investigaciones que sobre nues-
tra mente y nuestro comportamiento se están desarrollando desde
hace más de un siglo, especialmente las de las de las últimas déca-
das. Definir deta11adamente nuestro cerebro y saber qué lo hace di-
ferente es algo que esperamos poder alcanzar en el transcurso de
unas décadas. Se conseguirá con la ayuda de los avances científicos
y tecnológicos que permiten estudiar cada vez más y mejor cómo es
nuestro cerebro y compararlo con el de otras especies vivas, como
los grandes simios, o con el de especies extintas de nuestra misma
línea evolutiva, como los neandenales. En última instancia, respon-
der a la gran pregunta nos permitirá integrarnos definitivamente en
el medio natural del que nunca hemos salido, aunque hayamos creí-
do lo contrario, y conocernos a nosotros mismos en profundidad.
De ahí a poder tomar decisiones bien informadas acerca de nuestro
futuro como especie solo hay un paso. Esa es la razón por la que te-
nemos que conocer la fascinante historia de nuestra mente.
Los datos con los que se pretende responder a la gran pregunta
son ya muy numerosos y van arrojando luz. Lo que se vislumbra, no
obstante, es que quizá no haya un único rasgo que nos haga huma-
nos, que nos haga diferentes. Incluso puede que no seamos tan di-
ferentes como habíamos pensado. Probablemente somos fruto de
una larga serie de coincidencias y circunstancias evolutivas que nos
han llevado hasta donde estamos hoy, pero que podrían habernos
conducido por otros derroteros. Lo que la ciencia va descubriendo
nos pone cada vez más en nuestro sitio dentro del mundo natural,
animal. No parece haber nada cualitativamente extraordinario que

Conocernos a nosotros mismos 1 17


haya dado lugar a este ser excepcional; simplemente una serie de
ajustes y adaptaciones, la mayoría de carácter cuantitativo, basta-
rían para explicar las peculiaridades de nuestra especie, de nuestro
cerebro, de nuestra mente. Con todo, y al no haber una única res-
puesta, el panorama es complejo y aún queda mucho para llegar a
una descripción detallada y definitiva acerca de las peculiaridades
de nuestro cerebro.

SOMOS UNOS ANIMALES

La teoría de la selección natural de Darwin supuso un antes y un


después en nuestra concepción del ser humano. Si en el siglo XVI
Nicolás Copérnico nos destronó definitivamente del centro del sis-
tema solar y, en realidad, de todo el universo, Darwin nos despojó
de nuestro papel predominante en el planeta Tierra como especie
creada de la nada (o del barro) «a imagen y semejanza de Dios».
Todo tiene un porqué, los rasgos físicos, biológicos y comporta-
mentales de una especie son fruto de la evolución de los organis-
mos a lo largo de miles o millones de años. Según esta teoría, cual-
quier rasgo presente en una especie tiene sus precedentes, más o
menos rudimentarios, en otras especies que la antecedieron o que
surgieron en algún momento de una manera más simple que se fue
perfeccionando a lo largo del tiempo. Así, por ejemplo, los sofisti-
cados ojos de los mamíferos evolucionaron a partir de células foto-
sensibles mucho más sencillas, ya presentes en grupos de animales
mucho más antiguos, como los anélidos (lombrices) o los cnidarios
(medusas}, tras millones de pasos intermedios.
La propuesta de Darwin es muy sencilla. Parte de la premisa de
que, dentro de una especie, no todos los individuos son idénticos.
Esto es obvio: en la nuestra, los hay más altos o más bajos, con un
color de pelo u otro, y así prácticamente para cualquier característi-
ca que nos podamos imaginar. Esto incluye los rasgos más relacio-

1B I Conocernos a nosotros m ismos


nados con el comportamiento: inteligencia, memoria, lenguaje...
Aquellos atributos que resulten más exitosos para un determinado
entorno, por ejemplo, una piel más oscura en lugares donde el sol
es más intenso, conllevarán que sus portadores dejen, probable-
mente, más descendencia. Con ese rasgo estarán mejor adaptados.
Si es heredable, al menos parte de esa descendencia lo portará, y
volverá a tener más probabilidades de sobrevivir y, a su vez, dejar
descendencia. Durante un tiempo, los portadores de ese rasgo con-
vivirán con otros miembros de su especie que no lo poseen, pero al
cabo de miles de años, toda la especie lo poseerá. Es una cuestión
de estadística, de probabilidades: más descendencia en sucesivas
generaciones acaba desplazando los rasgos de quienes tuvieron
menos, o ninguna (fig. 1). El ser humano no habría escapado a este

r FIG. 1

La selección natural en acción: en esta especie. el color claro es menos atractivo


para los predadores, por lo que los portadores de este rasgo sobrevivirán más y
dejarán más descendencia. En el transcurso de vanas generaciones, el color claro
ser á el más abundante y, si esperamos lo suficiente, todos los individuos lo poseerán.

Conocernos a nosotros mismos 1 19


destino, sería un ser vivo más, y sus capacidades mentales llevarían
el «sello indeleble» de su origen animal. Primate, para más señas.
Muchas personas no encuentran dificultad alguna en admitir
nuestra pertenencia al mundo animal y que somos fruto de la evo-
lución, como todos los demás, cuando
Y debemos reconocer hablamos de las emociones. Son, dicen
-así me lo parece- algunos, el lado «más animal» de nues-
que el hombre[...] tra naturaleza. A lo largo de la historia,
lleva aún en su filósofos de renombre han considerado
estructura corporal el las emociones como algo molesto, in-
sello indeleble de su cluso como algo que sería deseable ex-
bajo origen. tinguir, y que quien es capaz de domi-
narlas demuestra una gran virtud. Sin
CHARLES DARWIN embargo, las emociones no son lo «me-
nos humano» del ser humano. Siguen
siendo parte de nuestra naturaleza porque son útiles y necesarias;
sin emociones no haríamos nada, no sentiríamos la necesidad de
hacer nada. Para colmo, en el ser humano aparecen emociones que
parecen propias, como el orgullo, la vergüenza, la culpa, la humi-
llación y tantas otras. Son emociones sociales. Y es que, al parecer,
y según numerosos autores, la presión selectiva más importante de
nuestro género, el humano, ha sido la competencia con otros seres
humanos. No con los enemigos de otra tribu u otro lugar, sino con
los propios compañeros del grupo.
La convivencia en sociedad nos resulta relativamente fácil por-
que tenemos una serie de adaptaciones, fruto de la selección natu-
ral, que nos lo permiten. Cuando convivir en grupo en un entorno
de recursos relativamente limitados, y donde incluso conseguir pa-
reja -la mejor pareja- para dejar descendencia no es tarea senci-
lla, el mayor éxito es de aquellos que a lo largo de miles de años han
mostrado rasgos que les proporcionaban mayor facilidad para en-
tender y manipular el entramado social. Detectar automáticamen-
te las intenciones de los demás, conseguir que no se descubran las

20 1 Conocernos a nosotros mismos


nuestras, ser capaz de persuadir a otros para obtener un beneficio
o incluso de mentir sin que se note mucho, son rasgos ventajosos
para la convivencia en grupo. Somos descendientes de aquellos
que tuvieron ventaja en este tipo de habilidades.
No es algo exclusivamente humano, pero sí algo en los que
los humanos destacamos por encima de tas demás especies. Son
rasgos propios del orden de los primates, especies de elevado ca-
rácter social, llevados a su máxima expresión. Se puede decir que
somos primates modelados fundamentalmente por to social. Es
muy posible que la mayoría de nuestras sobresalientes aptitudes
cognitivas, como nuestra inteligencia o nuestra capacidad de pla-
nificación, sean fruto de esta circunstancia. Podemos comprobar-
lo repasando algunas de las características mentales de nuestra
especie que pél_recen ser exclusivas pero que, como veremos, no lo
son tanto.

TO DO TIENE UN PRECEDENTE

Es fácil entender que, en un mundo social relativamente complejo,


donde cada uno de los miembros del grupo tiene sus propios intere-
ses y compite con el resto, aquellos individuos con mejor capacidad
para entender y anticipar las reacciones de los demás tendrán una
gran ventaja. Los grupos humanos naturales -no los de las grandes
urbes de los tiempos modernos- suelen estar compuestos de unos
ciento cincuenta individuos, tres veces más que los que habitual-
mente encontraremos en especies cercanas, como los chimpancés.
Recordar la información relativa a todos ellos, sobre sus gustos, in-
tenciones, propósitos, actos y otras muchas cosas, requiere de una
gran memoria. He ahí una razón para que tengamos una mejora en
determinadas capacidades mentales, en este caso, una memoria a
largo plazo. Pero una mejora no implica necesariamente la exclu-
sividad; los miembros de un grupo de chimpancés, por ejemplo,

Conocernos a nosotros mismos 1 21


aunque sean menos numerosos, también se benefician de estas
capacidades, que son, por decirlo de algún modo, el germen de las
nuestras. Con este ejemplo ya empezamos a ver de dónde pueden
venir muchas de las peculiaridades de nuestra mente.
Hay otro tipo de memoria en la que algunos autores han que-
rido ver la clave de nuestra singularidad: la memoria de trabajo
u operativa, es decir, la capacidad de manejar y manipular infor-
mación mentalmente en el corto plazo, algo parecido a «lo que
tenemos en mente» en cada momento, con lo que pensamos y
llegamos a conclusiones. Se ha llegado a decir que los humanos
destacamos -cuantitativamente- en este rasgo, de manera que
somos capaces de tener en mente unos siete elementos (palabras,
números, ideas), mientras que otras especies, como los chimpan-
cés, no podrían abarcar más de tres o cuatro. Pero, como demues-
tran los experimentos llevados a cabo por Tetsuro Matsuzawa, del
Primate Research Institute de la Universidad de Kioto, un chim-
pancé debidamente entrenado puede perfectamente superar a los
humanos con creces, llegando a almacenar mentalmente y sin
problemas nueve posiciones espaciales presentadas muy breve-
mente. La mayoría de los humanos que se han medido con estos
chimpancés fracasaba a partir de cinco posiciones.
Si la memoria operativa se puede definir como «lo que tenemos en
mente», esto es precisamente lo que muchos entenderán por cons-
ciencia. La consciencia lleva años estudiándose en animales, espe-
cialmente en macacos. Si la consciencia es lo que nos hace humanos,
entonces la inmensa mayoría de los mamíferos y muchos otros ani-
males, incluidas numerosas aves y reptiles, son tan humanos como
nosotros. Por increíble que parezca, los pulpos parecen estar entre
las especies más inteligentes del planeta, y numerosos autores les
atribuyen consciencia sin dudarlo. Algunos cuervos (al menos, los
cuervos de Nueva Caledonia) son capaces de visualizar mentalmen-
te - esto es consciencia- la forma precisa que debe tener una herra-
mienta para poder sacar un objeto de un escondite. Tras unos segun-

22 1 Conocernos a nosotros mismos


>LA CONSCIENCIA EN LOS ANIMALES
Cada vez hay más evidencias que apuntan a que la consciencia no es pa-
trimonio exclusivo de la humanidad. En 2012, un grupo de neurocientíficos
elaboró la Declaración de Cambridge sobre la Consciencia. donde se re -
conoce que numerosos animales, incluidas algunas aves e invertebrados,
muestran esta característica mental. Desde hace décadas se trabaj<1 con
animales en experimentos de rivalidad binocular. Tras entrenar a un mono
para que responda ante un estímulo pulsando un botón y a otro estímulo
diferente pulsando otro botón, se le presentan ambos estímulos simultá-
neamente, pero uno a cada OJO. A pesar de que su cerebro «ve» los dos
estímulos, el animal solo será consciente de uno de ellos en un momento
dado, pues amb_os son incompatibles, fluctuando entre uno y otro de ma-
nera fortuita. Sabremos de cuál está siendo consciente porque apretará el
botón correspondiente.

Percepción
(alterna)

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Ojo v
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Ojo Ojo

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derecho izquierdo derecho izquierdo
Tiempo 500ms 500 ms soom~ 500 ms 500ms

Percibido @ + +

~ .CJ .CJ
Indicado

A B A B A B
- Experimento de rivalidad binocular. El animal ve una imagen distinta por cada
ojo, y solo puede ser consciente de una de ellas en cada momento. Al haber sido
entrenado a pulsar determinado botón para cada estímulo, podremos saber de cuál
está siendo consciente en cada momento [panel inferior!.

23
dos de exploración, construyen dicha herramienta con su pico y sus
patas y obtienen el tan ansiado objeto. Ciertos animales, como los
chimpancés, algunos elefantes o los delfines, van más allá y mues-
tran autoconsciencia, es decir, son conscientes de sí mismos.
En general, aparte de que algunas zonas concretas del cerebro
sean necesarias para que haya consciencia, esta parece originarse
cuando la intensidad de la activación nerviosa supera determinados
umbrales. Algunos científicos creen que esta es una cualidad propia
de sistemas complejos interconectados y que, por tanto, podrían aca-
bar manifestándola internet y los ordenadores del futuro.
Una posible característica humana es la toma de decisiones de
manera voluntaria y consciente. Sin embargo, cada vez hay más
evidencias en neurociencia cognitiva que demuestran que so-
mos conscientes de muy poco de lo que ocurre en nuestro cerebro
cuando tomamos una decisión. En numerosas ocasiones descono-
cemos los verdaderos motivos que nos han llevado a realizar cier-
to acto, creyéndonos movidos por razones que en realidad no han
sido determinantes. La deliberación, el libre albedrío, la libertad,
en definitiva, es algo que no pocos neurocientíficos están empe-
zando a cuestionar seriamente.
Muchos seres vivos muestran ciertas dotes para la planificación
a corto y a medio plazo. Planes de un día para otro o incluso con
vistas a varios meses se han documentado en algunos primates y
aves. Ciertamente. nuestros planes pueden ser a muy largo alcance,
de muchos años, pero esto no es sino una diferencia cuantitativa,
consecuencia probablemente de un cerebro muy grande y de nues-
tra gran memoria a largo plazo.
¿Y qué podemos decir del arte y la religión? ¿No son la prueba in-
equívoca de que tenemos una mente simbólica, algo único en el reino
animal? No queda muy claro qué se quiere decir cuando se esgrime
que tenemos una «mente simbólica»; la mayoría de los psicólogos son
cada vez más reacios a utilizar este término para definir nuestra men-
te. El lenguaje sí es simbólico -las palabras son sonidos arbitrarios

24 1 Conocernos a nosotros mismos


que se refieren a un contenido conceptual, son símbolos-. pero que
el pensamiento sea simbólico no es obvio. De hecho, pensamos con
lo que recordamos de nuestras experiencias, de manera que nuestra
mente es más mundana (o corpórea) que simbólica. Para muchos
autores, las religiones tienen su origen
en un conglomerado de circunstancias, Los dioses que
entre las que destaca un cerebro hiper- hemos creado
social, que piensa en términos de jerar- son exactamente
quías, que busca intenciones y propósi- los mismos que
tos (aunque no los haya), que cree que esperaríamos que
la mente es independiente del cuerpo y creara una especie
que es capaz de pensar en varios mun- que está a medio
dos posibles a un mismo tiempo, algo cromosoma de ser
que se derivaría de nuestra capacidad un chimpancé.
para tener en cuenta los pensamientos CHRISTOPHER HITCHENS

de los demás como distintos de los nues-


tros. En esto último, algunos simios como los chimpancés muestran
cierta capacidad. aunque sea más limitada que la nuestra. En cuanto
al arte, se puede explicar por la propensión del sistema visual de los
primates a ser sobreestirnulado por determinados tipos de estímulos
y a encontrar placer en ello. Esto tiene un valor adaptativo, ya que
la tendencia a encontrar patrones en el medio circundante ayuda a
detectar más fácilmente presas y predadores. Y si otros primates o
animales no realizan arte como el nuestro se debe en buena parte a
su incapacidad motora, manual, para realizar movimientos finos.
Corno vernos, la brecha entre los animales y «nosotros» no es tan
grande como se pensaba, es quizá cuestión de cantidad. pero no de
calidad. En lo que respecta al lenguaje humano, quizá sí sea este un
rasgo en el que presentemos ciertas características aparentemente
únicas. Solo aparentemente, ya que a medida que se va profundi-
zando la idiosincrasia del lenguaje van siéndolo cada vez menos.
Parece que la brecha aquí también es cuantitativa, aunque muy
llamativa. Mientras que un simio (se han estudiados chimpancés,

Conocernos a nosotros mismos 1 25


gorilas y orangutanes) puede llegar a tener un vocabulario de un
máximo de mil palabras, los seres humanos podemos alcanzar per-
fectamente las cuarenta mil. Con tan amplio vocabulario podemos
denotar muchísimas cosas, incluyendo ideas abstractas o muy di-
fíciles de concebir sin lenguaje, como por ejemplo -y esto es muy
importante- las relaciones sintácticas entre los elementos de una
oración, que enriquecen la precisión del mensaje lingüístico.

LAS ABUNDANTES RAMAS DE NUESTRO


ÁRBOL GENEALÓGICO

Hasta aquí hemos dado un repaso, si bien muy resumido, de al-


gunas de nuestras capacidades mentales más sobresalientes y que
probablemente nos hacen únicos. Hemos visto que, de considerar-
nos el centro del universo, la ciencia actual nos está desplazando a
un papel menos relevante, más en línea con los demás seres vivos.
Según un movimiento muy exitoso dentro de la psicología actual,
denominado psicología evolucionista y cuyos máximos exponen-
tes son el matrimonio formado por Leda Cosmides y John Tooby,
de la Universidad de California en Santa Bárbara, el ser humano
no es otra cosa que un primate que ha evolucionado en un am-
biente concreto. De esta manera, nuestras principales caracterís-
ticas mentales no serían sino adaptaciones específicas para poder
afrontar los retos más frecuentes para la supervivencia y la repro-
ducción en nuestro antiguo entorno.
La fuerza evolutiva que moldeó nuestros cerebros sería, por
tanto, una sociedad de cazadores recolectores que vivieron en la
sabana africana durante el Pleistoceno o Edad del Hielo, época
geológica que comenzó hace unos 2,6 millones de años (Ma) y fi-
nalizó hace unos 12 000 años. La mayoría de nuestras singulari-
dades se explicarían por estas circunstancias, de entre las que hay
que destacar especialmente la pertenencia a una sociedad con un

26 1 Conocernos a nosotros mismos


número grande de individuos. Allí, en África, es donde parece que
se originó nuestra especie, Horno sapiens. Mientras que el género
Romo surgió aproximadamente hace 2,5 Ma, casi coincidiendo con
el comienzo del Pleistoceno, nuestra propia especie no tiene más
de 200 000 años. Algunos descubrimientos recientes del norte de
África aumentarían algo esta cifra, aunque es posible que no se
refieran a Horno sapiens en toda su plenitud, sino a especímenes
presapiens. En cualquier caso, ese margen que va desde los 2,5 Ma
aproximadamente hasta el surgimiento de nuestra especie fue muy
amplio, y en ese largo camino hubo lugar para la aparición de diver-
sas especies de nuestro mismo linaje evolutivo. Muchas de ellas no
han dejado descendientes, han sido ramas muertas o callejones sin
salida, borradas de la faz de la Tierra por la selección natural. Hoy
día somos la única especie que queda del género Horno, circunstan-
cia absolutamente excepcional para los demás géneros animales.
Nuestra línea evolutiva se separó de la que dio lugar al chimpan-
cé común y al bonobo, nuestros parientes más cercanos, hace unos
ocho millones de años. Desde entonces, y antes de la aparición de
los primeros miembros de nuestro género, surgieron, coexistieron y
se extinguieron muchos miembros de la subtribu de primates homí-
nidos conocida como Hominina (homininos), caracterizados prin-
cipalmente por su postura erguida y locomoción bípeda. El género
Romo pertenece a esta subtribu que, junto con la subtribu Panina
(panines) - que incluye a chimpancés, bonobos y sus ancestros- ,
conforman la tribu de los Rominini (homininis). Esta última, junto
con la tribu Gorillini (gorilinis) -que incluye a los gorilas y sus an-
cestros- forman parte de la familia Rominidae (homínidos), que a
su vez es parte de la superfamilia Hominoidea (hominoideos). Todo
esto, que puede parecer confuso, lo mencionamos con el objetivo de
llamar la atención del lector sobre el hecho de que hasta hace poco
tiempo llamábamos homínidos solo a los ancestros de nuestra lí-
nea evolutiva, mientras que en los últimos años la ciencia prefiere
utilizar este nombre para incluir a un gran número de primates, in-

Conocernos a nosotros mismos 1 27


cluidos los chimpancés, los gorilas y los orangutanes (fig. 2). Lo que
antes llamaríamos homínidos ahora se suelen denominar homini-
nos. Pues bien, entre esos 7 y 2,5 Ma fueron apareciendo diferentes
primates de postura erguida y marcha bípeda, surgiendo hace unos
4 Ma el extinto géneroAustralopithecus. De alguna de las especies de
australopitecos surgirían los primeros miembros del género Hamo.
El primer ser humano correspondería oficialmente a la especie
Horno habilis, que vivió hace entre 2,1 y 1,5 Ma y fue descubierta
por el matrimonio formado por Louis y Mary Leakey, pioneros de
una auténtica saga de antropólogos, en la garganta de Olduvai, en
Tanzania. Sin embargo, su pertenencia al género Hamo no es del
todo admitida, ya que su pequeña estatura y la presencia de rasgos
primitivos -como unos brazos muy largos- hacen pensar a mu-
chos científicos que su lugar estaría entre los australopitecos. En
cualquier caso, Hamo habilis sí podría estar en nuestra línea evolu-
tiva, y ya fabricaba herramientas líticas con cierta profusión, de las
que hablaremos más adelante.
Hace cerca de dos millones de años aparecería en escena la es-
pecie Hamo erectus, cuya variante africana es conocida como Hamo
ergaster. Esta especie tiene una fisonomía muy humana, con una
estatura cercana a la nuestra, y demostró grandes dotes intelectua-
les, tanto en su talla lítica como en el hecho de haber viajado por
la inmensidad del mundo entonces alcanzable desde África: Eura-
sia. Se atribuyen a II. erectus y II. ergaster muchos descendientes
bien conocidos: Horno antecessor, de aproximadamente un millón
de años de antigüedad; Hamo heidelbergensis, de entre 600 000 y
200 000 años. y Hamo jloresiensis, un pequeño humano de 1,1 m
de estatura que vivió hace entre so 000 y 100 000 años en la isla
de Flores, en Indonesia - aunque esta especie podría descender de
Hamo habilis- . Es importante destacar que la especie Hamo erec-
tus en sentido estricto desapareció hace unos 140 000 años, lo que
indica que varios de sus posibles descendientes convivieron con él
durante mucho tiempo. De Hamo heidelbergensis, o de su variante

28 1 Conocernos a nosotros mismos


r Fm. 2
Clasificación tradicional
Superfamllla ~-----~Hom,noideos
Familia Hominidos Póng,dos Holobátodos

Subfamília

Tribu

Subtrlbu

Homo Pan Gflrilla Pongo HyfobBIPS

Humano Chimpancé Gorila Orangután Gobón


Banaba

Clasificación moderna
Superfamilia Hominoideos

Familia Homínidos Holobátodos

Subfamília Homininos IHomininael P6ngidos

Tribu Homininis Gorilinis

Subtrlbu Homininos IHomininal Panines 1


1 1
8'nero Homo Pan Gonlla Pongo Hyfobates

Humano Chimpancé Gonla Orangután Gobón


Bonobo

Comparación entre el sistema de clasificación tradicional y el actual relativos a


nuestra linea evolutiva y sus parientes más cercanos. Los antiguos homínidos
ahora pasan a llamarse homininos; de ellos solo sobrevive un género IHomol y,
dentro de este, solo nuestra especie IHomo sapiensl.

africana, Horno rhodesiensis, se conocen también varios descen-


dientes importantes, como Horno neanderthalensis, los neanderta-
les, que habitaron Europa hace entre hace 230 000 y 28 000 años, el
humano de Denisova, que vivió en Siberia hace unos 41000 años,
y nosotros mismos, Horno sapiens. Un miembro recientemente in-
corporado a esta gran familia es Horno naledi, aparecido en la cueva
Rising Star, en Sudáfrica; una especie misteriosa, emparentada con
Horno erectus y de cuya edad aún se duda: podrían ser dos millones

Conocernos a nosotros mismos 1 29


>UN ÁRBOL MUY FRONDOSO
El árbol evolutivo de los homínidos es bastante más complejo de lo que
se creía. A medida que se realizan nuevas excavaciones su frondosidad
aumenta, incorporándose nuevas especies. Muchas parecen experimentos

Hoy ~ - -- - - - - - - - - - - - - - - - - -- - - - - - -- - - -
Homo floresiensis 1


1 Ma
Paranthropus bo1sei
Australopithecus
sediba

Australop,thews
garhi
\) .....
--=-i-- •.

afncanus

4 Ma
' tiri,
t--- - - ----1• ~

Australopithecus
anamensis

30
fallidos, no dejaron descendencia que perdurara, y numerosas conexiones
son aún objeto de discusión. Para no perdernos entre tantas ramas, pode-
mos podar un poco el árbol y dejar solo las de nuestra propia línea evolutiva.

Homo sapiens
Humano de Denisova

neandertha(ensis
Homo
he1de/bergensis

\
Homo rudolfensis

S mplificando de esta manera, el primer descendiente de los australopitecos


=úe nos interesa es Hamo habilis, del que probablemente derivó Hamo erectus/
e~aster, del que surgió Hamo heidelbergensis, de quien emergerían los nean-
:ertales, los denisovanos y... nosotros mismos.

31
de años o solo 250 000. La evolución del género Horno aparece, por
tanto, llena de recovecos, de especies similares coexistiendo casi en
los mismos sitios, de multitud de ramas de las que hoy solo queda
una, la nuestra.

LAS PIEDRAS DE RAYO : REFLEJOS DE LA MENTE


DE NUESTROS ANTEPASADOS

Ahora que sabemos quiénes serán los protagonistas de nuestra his-


toria, ya estamos en disposición de ir conociéndolos en profundi-
dad. En la historia de la ciencia sobre la evolución de nuestro cere-
bro y nuestro comportamiento, la primera información disponible
han sido los productos de este último. Es una forma válida para
estimar las capacidades cognitivas, y por tanto cerebrales, de nues-
tros ancestros. En tanto no tengamos una máquina del tiempo, solo
podemos disponer de lo que nos han dejado. Como el tiempo trans-
currido es tan grande -recordemos que hablamos de millones de
años-, tenemos la suerte de que exista un producto del comporta-
miento humano que haya podido perdurar tanto tiempo, gracias a
sus peculiares propiedades: la industria lítica, las herramientas de
piedra. Su aparición en escena hace cerca de tres millones de años
marca el inicio de la prehistoria, y ya apuntaba a lo que sería una
progresiva y sorprendente carrera tecnológica.
La industria lítica de nuestros ancestros se conocía desde la
Antigüedad, pero su correcta interpretación tardaría mucho en
llegar. Los romanos llamaban ceraunia a piedras que creían pro-
ducidas por las caídas de los rayos y que utilizaban como amuletos
contra estos. De ahí que fueran conocidas como «piedras de rayo».
No se empezaron a considerar obras humanas hasta muy avanza-
do el siglo XVI, cuando el anticuario John Conyers encontró un
hacha de mano cerca de Londres que ahora se sabe que tiene unos
350 000 años. Contra la opinión de la mayoría de sus contempo-

32 1 Conocernos a nosotros mismos


ráneos, Conyers pensó que aquello era un utensilio humano, pero
nadie le hizo caso. No sería hasta finales del siglo xvm, de la mano
de John Frere, terrateniente inglés aficionado a las antigüedades,
que empezó a cobrar entidad la posibílidad de que estos utensilios
de piedra fueran obra de nuestros ancestros. Por supuesto, no se
interpretaban en el contexto de la evolución humana a través de la
sucesión de distintas especies. Aún no había aparecido el libro de
Darwin y los hallazgos se limitaban a Europa, por lo que se consi-
deraron más bien fruto de los primeros pasos de nuestro desarro-
llo cultural. Además, se creía que el mundo había sido creado el
23 de octubre del año 4004 a.c. a las seis de la mañ.ana, un tiempo
insuficiente como para que se pudiera pensar en la existencia de
varias especies. Lejos estaban de sospechar aquellos pioneros del
estudio de la i_n dustria lítica prehistórica que lo que ellos investi-
gaban tendría la importancia que ahora tiene para conocer tanto
nuestros orígenes como el largo camino recorrido desde entonces
hasta la invención de las naves espaciales.
Los primeros productos de tecnología lítica de un hominino
se remontan a la época de los australopitecos, mucho antes de la
aparición del primer Romo habilis. Estas herramientas se datan
en unos 3,3 Ma y se han encontrado en el yacimiento de Lomekwi,
muy cerca del lago de Turkana, en Kenia. Pero quien empezó a
fabricar y utilizar herramientas con mayor asiduidad fue llamo
habilis. Las primeras herramientas de esta especie se encontra-
ron en la década de 1930 de la mano de Louis Leakey, en la gar-
ganta de Olduvai, en Tanzania. De ahí que a estas herramientas,
caracterizadas por un estilo primitivo y rudo, se las conozca con
el nombre de industria olduvayense. Si bien es cierto que esta es
la denominación de mayor éxito, algunos científicos se inclinan
por el término más aséptico de tecnología de modo 1, quizá prefe-
rible si tenemos en cuenta que esta tecnología no se circunscribe
a esa región de Tanzania, sino que se encuentra en muchos otros
lugares del mundo, y que incluso las herramientas líticas de los

Conocernos a nosotros mismos 1 33


australopitecos de Lomekwi -hasta ahora las más antiguas cono-
cidas- pertenecen a este tipo de industria.
La tecnología olduvayense no parece muy complicada. La idea
fundamental es la de tomar un núcleo o canto de determinado ta-
maño y golpear fuertemente con otra piedra en upo de sus extre-
mos para reducirlo a una punta cortante (véase la fotografía supe-
rior de la página 39). Generalmente se ha dicho que elaborar una
de estas herramientas no necesitaba apenas planificación, bastaba
con tener la intención de afilar un guijarro a base de golpes más
o menos certeros y eso era todo. Es una visión quizá demasiado
simplista, sin embargo. Evidentemente, la industria olduvayense
no tiene la finura y el diseño premeditado de producciones pos-
teriores, pero sí se requiere cierta habilidad y práctica para poder
realizar una herramienta con un mínimo de utilidad. El hecho de
que esta tecnología haya perdurado durante cientos de miles de
años -hasta hace aproximadamente un millón de años, por dis-
tintas especies- da fe de su utilidad y de su indudable transmisión
cultural. La reducción de un guijarro también da lugar a lascas,
fragmentos que se desprenden de la piedra principal y que gene-
ralmente tienen un filo muy cortante. Estas lascas se usaban tam-
bién, y forman parte igualmente del conju~to de herramientas de
la tecnología olduvayense.
Cada vez se va conociendo más acerca del uso que se hacía de
estas herramientas. Si en un principio se pensaba que se utilizaban
para cazar, esta idea hace ya tiempo que fue desterrada. Un canto
tallado, un hacha de mano, no parece lo más sensato para acercarse
a un animal y salir vivo, especialmente si el animal tiene un cierto
tamaño, como las cebras o los cerdos salvajes, y peor aún si ade-
más tienen cuernos, como el búbalo, la gacela o el antílope acuáti-
co. Restos de todos estos animales se han encontrado asociados a
Hamo habilis. Considerando, además, la pequeña estatura de esta
especie, de apenas 1,3 m, lo más probable es que obtuviera su dieta
carnívora a través del carroñeo. No era esta una actividad exenta de

34 1 Conocernos a nosotros mismos


peligro en el África oriental de aquellos tiempos. Un resto animal
era algo sumamente apetitoso para muchos otros carroñeros de la
sabana, como buitres o hienas. Por eso se piensa que Hamo habi-
lis mostraría algún tipo de organización social. que le permitiera
obtener sus suplementos alimenticios protegido por la fuerza del
grupo. Vigilar, ahuyentar, avisar, serían sin duda tareas de algunos
de sus integrantes. También parece probable que usaran sus herra-
mientas para cortar los miembros de las piezas encontradas y así
poder transportarlos con mayor facilidad y salir rápidamente hacia
un lugar seguro, una especie de campamento base o refugio común
donde solía habitar el grupo. En varios lugares de África. como 01-
duvai o Gomboré, se han encontrado diversas acumulaciones de
guijarros y círculos de piedras, señales de posibles paravientos o
barreras contr~ los depredadores. En cualquier caso, está claro que
la industria de esta etapa se utilizaba para cortar huesos y descar-
narlos, como demuestran las marcas encontradas en muchos de
ellos. La traceolog(a, o análisis de las huellas de desgaste de las he-
rramientas líticas, ha demostrado que, además de carne, estos pri-
mitivos seres humanos segaban plantas herbáceas, sobre todo gra-
míneas, prueba inequívoca de su tipo de dieta fundamentalmente
omnívora. La traceología también ha evidenciado que los cantos
tallados de Horno habilis se utilizaron para trabajar la madera. Pero,
desgraciadamente, la madera es un material que no ha soportado
el paso del tiempo, por lo que desconocemos el tipo de trabajos que
hacían con ella.
La técnica olduvayense no requiere de una secuencia de mo-
vimientos y golpes determinada, es decir, no hay una jerarquía
clara en su fabricación, que requiera realizar unos movimientos
antes que otros para obtener el resultado final. Cada golpe que
se da ,es independiente de los demás, de manera que una herra-
mienta de este estilo se consigue por la pura suma de los golpes
asestados al guijarro. Se trata de dejar un filo cortante a lo largo de
uno de los bordes de la piedra, y no tendría la mayor importancia

Conocernos a nosotr os m ismos 1 35


haber comenzado por un extremo u otro, o por el mismo centro.
La capacidad cognitiva que exige esta tecnología, por tanto, no pa-
rece muy demandante. El hecho de que ya la produjeran algunos
miembros del género de los australopitecos, con un cerebro simi-
lar al del chimpancé, demuestra que con las capacidades mentales
de este último se pueden fabricar estas herramientas. Es más, los
chimpancés, de manera natural, utilizan distintos tipos de herra-
mientas. Por ejemplo, es muy conocida la preparación de ramas fi-
nas, deshojándolas, con el fin introducirlas en termiteros y obtener
así unos cuantos de estos jugosos insectos, que devoran con placer.
Más cerca aún de la tecnología olduvayense podría estar el uso de
guijarros para cascar nueces y otros frutos, golpeándolos contra
otras piedras utilizadas a modo de yunque. Si forzamos un poco la
máquina, ya en cautividad, podemos ir aún más lejos. El bonobo
Kanzi, que desde hace años se estudia en la Universidad del Estado
de Georgia, es capaz de construir herramientas que podrían con-
siderarse olduvayenses, aunque algo más toscas, y utilizarlas para
cortar cuerdas que le impiden acceder a determinados alimentos.

EL NACIMIENTO DE LA ESTÉTICA

El siguiente paso en la evolución de la tecnología humana fue un


gran salto cualitativo en todos los sentidos. En la transición del
estilo olduvayense al estilo que nos ocupará ahora, el achelense
o modo 2, pudo haber un período intermedio (o protoachelense),
donde ya se apuntaban maneras. Una vez que se estableció el nue-
vo estilo, su éxito fue tal que estuvo presente durante un tiempo
larguísimo: las primeras herramientas achelenses pueden tener
1,7 Ma y las últimas, aproximadamente, 100000 años. Durante
un período, las tecnologías olduvayense y achelense coexistieron,
pero acabó imponiéndose esta última. Este tipo de tecnología
nació de la mano de la especie Romo erectus, más concretamen-

36 1 Conocernos a nosotros mismos


te de su variante africana, Horno ergaster, y corre en paralelo a
la presencia de importantísimos avances en la evolución del ce-
rebro y la conducta humanos. Del éxito para la supervivencia de
sus fabricantes da fe el hecho de que herramientas de este estilo
se encuentran abundantemente por todo el Viejo Mundo, y que,
aunque su primer artífice fue H. erectus, la gran mayoría de sus
descendientes siguieron fabricándolas, incluidos, curiosamente,
algunos Horno sapiens arcaicos.
La técnica achelense presenta una notable innovación respecto
a la olduvayense y, por tanto, podemos sospechar la presencia de
relevantes avances cognitivos. Fabricar una herramienta ya no era
un acto de mínima planificación, casi improvisado, sino que en la
mente del tallador había un plan claramente preconcebido respec-
to a la forma y tamaño del utensilio. Una de las características de la
talla achelense es su simetría 3D, es decir, son herramientas simé-
tricas tanto por los lados como por sus dos caras (véase la fotogra-
fía inferior izquierda de la página 39). De ahí el nombre de btfaces
con el que también se las conoce. Observando una de estas herra-
mientas se aprecia perfectamente que se perseguía una obra bien
acabada, con numerosos retoques y, lo que es muy importante, con
la necesidad de secuencias organizadas jerárquicamente y bien es-
tudiadas. No se podía golpear en ciertos lugares de la herramienta
en tanto no se hubieran llevado a cabo otros golpes previos, prepa-
ratorios. El control sobre la talla también fue superior porque en su
fabricación se fueron incorporando otros materiales, más flexibles
que la piedra pero igualmente muy duros, que permitían dar gol-
pes más certeros y finos: el hueso, las astas y la madera. La «caja de
herramientas» del tallador achelense se había enriquecido mucho
respecto a la de los olduvayenses.
Podemos decir que la tecnología achelense es fruto de una mente
humana en el pleno sentido de la palabra. Su fabricación demuestra
unos avances cognitivos sin precedentes. Antes comentábamos que
existen dudas en torno a si la especie conocida como Horno habilis

Conocernos a nosotros mismos 1 37


pertenece o no a nuestro género, pero nadie duda de la pertenencia
de H. erectus, el precursor del achelense. Ocurrieron además mu-
chas cosas importantes dwante el período achelense, avances que
nos pusieron directamente en el camino hacia la modernidad. El
afán de mejora y perfeccionamiento de los talladores de este esti-
lo tuvo un punto de inflexión muy destacado hace unos seiscientos
mil años, de la mano de H. heidelbergensis. A partir de este momen-
to, se busca aún más la sofisticación, se perfeccionan las simetrías,
los retoques son increíblemente finos. En varias de estas piezas apa-
recen, además, curiosos fósiles marinos de la propia roca con la que
se fabricó el utensilio; lo más llamativo es que los talladores no solo
no los ignoraron, sino que tallaron la herramienta alrededor del fó-
sil, al que otorgaron un papel protagonista, obteniéndose así una
pieza de gran belleza (véase la fotografía inferior derecha de la pági-
na contigua). Había nacido el sentido estético deliberado.
La perfección del achelense ha llamado la atención de nume-
rosos autores. Se ha llegado a pensar que no se buscaba tanto la
utilidad de la herramienta como su belleza, en un alarde de capaci-
dad manual y estética del fabricante. Se ha propuesto incluso que
fueron un elemento clave en la selección sexual de los humanos de
aquellos tiempos: el tallador de la herramient~ con un mejor acaba-
do sería digno de admiración por el grupo y, probablemente, por los
miembros del sexo contrario; de ahí a poder llevarse la mejor pare-
ja - en belleza, fertilidad y capacidades cognitivas que garantiza-
ran la supervivencia de la descendencia- había solo un paso. Esta
Interpretación parece aceptable, pero ha sido puesta en duda. Los
retoques finos y detallados, la simetría perfecta, son sin duda esté-
ticamente atractivos, pero son, sobre todo, útiles. Una herramienta
así cortaba mejor y era más resistente. Si las herramientas olduva-
yenses podían cortar a una profundidad de cinco centímetros, las
de este período podían alcanzar los veinte. La simetría 3D no era
un capricho, sino que incrementaba el número de posibles usos
de la misma herramienta: cortar carne, curtir pieles, buscar raíces,

38 1 Conocernos a nosotros m ismos


- Arriba, hacha olduvayense. propia de Horno habilis; debajo, a la izquierda, b1faz
achelense, propia de Horno erectus y sus descendientes. Algunos b1faces achelenses,
tallados en torno a un fósil (derecha!. podrían demostrar una intención estética.

Conocernos a nosotros mismos / 39


cortar y rebañar huesos, tallar madera ... y todo ello de una manera
precisa. Se suele decir, no sin razón, que el hacha de mano achelen-
se es la navaja suiza de la prehistoria. El prototipo de herramienta
achelense es el hacha de mano con forma de lágrima, pero no fue la
única. El repertorio era amplio y fue creciendo con el tiempo; entre
otras, fueron frecuentes las formas ovaladas, redondeadas, triangu-
lares o trapezoidales. Además, el tallador achelense aprovechaba
con frecuencia las lascas que salían de la fabricación de un bifaz, a
las que sometía a diversos procesos y retoques.
Se ha especulado mucho acerca de si la tecnología achelense
exigía la existencia de un lenguaje articulado como el que presen-
tamos los humanos modernos, o al menos algo similar, siquiera
mínimo - un protolenguaje-, que permitiera la transmisión del
conocimiento necesario para la fabricación de tan sofisticadas
herramientas. Menos especulativo parece pensar que la técnica ol-
duvayense no necesitaba lenguaje. Recientes experimentos en los
que se intenta enseñar esta técnica sin lenguaje lo demuestran, y
el hecho de que algunos chimpancés sean capaces de conseguir-
lo, también. Pero con el achelense sigue habiendo dudas, que será
necesario despejar de manera s istemática. Es probable que, en ge-
neral, no se necesite lenguaje para enseñar_a hacer un bifaz, pero
también es probable que durante el largo período de su existencia
el lenguaje fuera evolucionando, incorporándose a su transmisión
cultural, especialmente en cuanto a su perfeccionamiento. Pero, de
momento, esto es pura suposición.
Más seguro es el hecho de que durante el período de pleno apo-
geo de la tecnología achelense se produjo el dominio controlado y
deliberado del fuego. Aparecen indicios aislados de su uso desde
la época de Romo habilis, hace unos 1,8 Ma, pero su mayor apogeo
comienza hace unos 800000 años con H. erectus. El dominio del
fuego supuso un enorme avance en el bienestar de esta especie, no
solo porque calentaba durante las noches frías o protegía supues-
tamente del ataque de depredadores en horas nocturnas, sino tam-

L.O I Conocernos a nosotros mismos


>NEUROCIENCIA DEL PLEISTOCENO
Un salto cognitivo muy importante durante la evolución humana es el que se
puede apreciar entre la industria olduvayense, que comenzó hace cerca de
3 Ma, y la achelense, cuyos inicios se remontan a hace 1,7 Ma. Este «salto
mental» ha llamado la atención de neurocientíficos corno Dietrich Stout,
del Departamento de Antropología del Emory College of Arts and Sciences,
en Atlanta [Georgia). que con técnicas de flujo sanguíneo cerebral han es-
tudiado las áreas implicadas en ambos tipos de tecnología. La tecnología
olduvayense involucraría principalmente áreas de los lóbulos parietal y
frontal implicadas en la coordinación visomotora de la prensión manual.
Esta técnica es relativamente simple y no incluye secuencias motoras je-
rárquicamente organizadas, aunque sí cierta complejidad sensoriomotora
y manipulativa. La técnica achelense, por su parte. involucra más cantidad
de tejido cerebral, ya que además de implicar las mismas áreas que la
olduvayense, incorpora zonas frontales y prefrontales, especialmente del
hemisferio derecho, que participan en la representación abstracta y en la
organización jerárquica de las acciones. El aumento del volumen cerebral
que se dio en Hamo erectus/ergaster respecto a especies anteriores habría
facilitado, sin duda, el desarrollo de esta tecnología.

Hemisferio izquierdo Hemisferio derecho

- Comparación de las á rea s cerebrales implicadas en la tecnología olduvayense


!puntos claros! y achelense !puntos cla ros y oscuros!. Además de involuc rar
las mis mas áreas que la olduvayense, la tecnología achelense incorpora áreas
relacionadas con procesos cognitivos más abstractos y com plejos.

41
bién porque permitió el surgimiento de uno de los grandes inventos
de la humanidad: la cocina. Nuestra especie es la única del planeta
que cocina sus alimentos, algo que debemos al período achelense
y que, como veremos más adelante, tiene mucho que ver en lo que
nos hizo humanos.

EN LA RECTA FINAL

Hace unos doscientos mil años, quizá más, apareció un gran avance
en el modo de producir tecnología utilitaria a partir de material lí-
tico que estuvo en auge hasta hace aproximadamente cuarenta mil
años. Se denomina tecnología musteriense, a partir de los hallazgos
realizados en el abrigo rocoso de Le Moustier, en la Dordoña france-
sa, y se conoce también como tecnología de modo 3. Es la típica tec-
nología del neandertal, y cuando se halla en Europa se suele asociar
indefectiblemente con esta especie. No obstante, también la usa-
ban los primeros Horno sapiens, especialmente en el norte de África
y Oriente Próximo. Durante mucho tiempo, en la mayor parte del
resto del mundo se siguió manteniendo la tradición achelense.
El modo más prototípico de fabricar tecnolo~ía musteriense es
mediante la llamada técnica Levalloís. A diferencia de las técnicas
olduvayense y achelense, aquí no se parte de un guijarro de tamaño
similar al producto final y al que se le dan toques con otra piedra
u otro material percutor hasta alcanzar la forma final. El punto de
partida en esta técnica son núcleos pétreos mucho más grandes,
rocas de mayor tamaño de las que se extraerán varias piezas. Los
primeros pasos consisten en preparar esa gran roca en una de sus
caras, procediendo a dar una forma deliberada que se asemejará al
de un hacha de mano (en el ejemplo más común) por uno de sus
lados (fig. 3). Esto exige golpes y retoques numerosos a lo largo de
la superficie y los laterales del lado que se esté abordando. A conti-
nuación, y de un solo golpe certero y conciso, se desprenderá una

42 1 Conocernos a nosotros mismos


pieza de ese núcleo; esa pieza desprendida ya será la herramienta
buscada. El mismo núcleo puede seguir utilizándose para extraer
más piezas. Con este modo de trabaíar la piedra se controla mucho
mejor el tamaño y la forma de la pieza que se quiere extraer que
con las técnicas anteriores. Además, tiene la venLaja de que se apro-
vecha mucho más el material, lo que, a su vez, debió permitir una
mayor movilidad en los grupos que lo empleaban, al no tener que
cargar con cantidades tan grandes de materia prima.
La tecnología musteriense supuso un gran avance tecnológico
en la historia de la humanidad, y su aparición pone de manifiesto

r Fto.3
L!J ,.,,,...--- -

\
)
11]

En la técnica Levallois, un núcleo de piedra 111. es retocado en sus bordes (21.


extrayéndose lascas de su superficie (3 y 41. lo que va dando un perfil afilado a la
pieza Un solo golpe certero (5, desprenderá la herramienta final del núcleo (61.
Las flechas negras indican los lugares donde se golpea.

Conocernos a nosotros mismos 1 43


la presencia de notables avances cognitivos en las especies que la
aplicaban. Visualizar el resultado final en la técnica achelense era
un proceso que implicaba pocos pasos mentales, ya que una vez es-
cogida una piedra del tamaño y forma adecuados, el producto final
se conseguía a base de ir reduciendo el núcleo. En la técnica Leva-
llois, lo que el tallador debe tener en su mente a la hora de elegir
un gran núcleo son varias piezas a Ja vez, el número y los distintos
tamaños de las mismas, el mejor reparto y ubicación de estas a par-
tir del núcleo. Esto exige un gran esfuerzo mental, una capacidad
de memoria operativa de gran amplitud y versatilidad. Realmente,
estamos entrando ya en la recta final.
De hecho, el último trayecto de la tecnología prehistórica viene
ya de nuestra mano, la de Horno sapiens. Durante varias decenas
de miles de años, nuestra especie no se distinguió notablemente
de los neandertales a este respecto. Pero hace unos cincuenta mil
años comenzó a manifestar una gran variabilidad en las formas,
los materiales y los usos de la tecnología que producía. Además
de la piedra, materiales como las astas, los huesos, la madera, el
marfil o las conchas de moluscos pasaron a ser no ya utensilios con
los que trabajar la piedra o la madera, sino objetos trabajados en
sí mismos. Además, muchos de ellos mostrab~n ornamentación, y
algunos manifiestan la existencia de una vida, en general, más rica
y compleja. Empezaron a aparecer obras de arte en las paredes de
las cuevas y abrigos rocosos, pequeñas esculturas de piedra, hue-
so o marfil y los primeros instrumentos musicales, flautas hechas
de hueso de ave. Pendientes, brazaletes y otros objetos de adorno
personal también eran frecuentes. No es que los neandertales ca-
recieran de muchos de estos avances tecnológicos y mentales - o
sociales- pero los presentaban con muchísima menor frecuencia.
En algunos casos, aunque no en todos, se podría pensar que esta-
ban imitando a H. sapiens. Aparecieron también mejoras en las téc-
nicas de caza, como demuestra la existencia de puntas de venablo
(una especie de jabalina o lanza corta), los famosos bastones perfo-

44 1 Conocernos a nosotros mismos


rados o bastones de mando, que posiblemente sirvieran para ende-
rezar la madera de los venablos, o los propulsores, que permitían
cazar a gran distancia, sin los peligros
de acercarse a la presa. El futuro del
En la industria lítica, además de hombre depende
piezas más pequeñas para sujetar a inexorablemente de
una vara y obtener un venablo, me- las interacciones
diante la reducción de grandes núcleos entre las fuerzas
se obtenían largos y añlados cuchillos, sociales y las
de gran eficacia en multitud de tareas biológicas.
cotidianas. Con nuestra especie esta- THEooos1us OoezHANSKY
mos ya en el modo 4, y entramos en un
período que va evolucionando rápidamente. En Europa pasamos
por varias etapas que se definen por sutiles diferencias en sus téc-
nicas y productos artísticos y ornamentales. La última culmina-
ría hace unos doce mil años, coincidiendo aproximadamente con
el final del Pleistoceno, el final del Paleolítico y el comienzo del
Neolítico. No deja de ser interesante que los primeros tiempos de
Homo habilis coincidieran, poco más o menos, con el comienzo del
Pleistoceno, y que el final de este coincidiera con el del Paleolítico
o «edad de piedra antigua». Este largo período, sin duda, ha sido el
gran moldeador de la especie humana.
Aunque la evolución es algo gradual y no termina nunca, el ni-
vel de desarrollo alcanzado por el cerebro de nuestra especie ya no
sufriría mayores cambios desde su aparición, hace unos doscientos
mil años. Anatómica y funcionalmente el cerebro de entonces y el de
ahora son básicamente iguales.
La mayoría de los avances tecnológicos ocurridos desde entonces
son más que probablemente el fruto del desarrollo cultural de una
misma especie. La mejora en las técnicas de caza -el uso de arpo-
nes, el arco, las trampas-, la invención de la agricultura y la ganade-
ría -que surgieron de manera independiente en varios lugares del
mundo-, las edades de los metales, la Edad Antigua, la Edad Me-

Conocernos a nosotros mismos 1 45


dia y la Edad Contemporánea no son sino una secuencia frenética
de avances producidos por un cerebro que ya alcanzó su madurez
evolutiva hace decenas de miles de años.
La evolución humana no ha terminado, ni biológica ni cultural-
mente. Los avances tecnológicos que ha alcanzado Romo sapiens no
tienen parangón en el reino animal. Hemos sido capaces de enviar
seres humanos a la Luna y no tardaremos en hacerlo a Marte; tene-
mos sondas espaciales que han abandonado el sistema solar y que
siguen su camino a velocidades de vértigo. Los avances científicos
de los últimos siglos han aportado un conocimiento increíble y sin
precedentes sobre todas las ramas del saber: geología, química, físi-
ca, genética, psicología... Hemos conseguido mucho en todos estos
campos, ahora poseemos conocimientos extraordinarios sobre el
origen del universo, de la Tierra y de nosotros mismos. Y, lo que es
más valioso e importante, tenemos la capacidad, por primera vez en
la historia natural de este planeta, de decidir sobre nuestro futuro
como especie. Somos capaces de manipular nuestros propios genes,
sabemos cosas sobre nuestra mente y nuestro cerebro que antes ni
tan siquiera sospechábamos.
Darwin pensaba que somos una especie que se ha hecho a sí mis-
ma, que se ha autodomesticado, y probablemente no le faltaba razón.
Si hemos sido capaces de llegar tan lejos con conocimientos muchas
veces intuitivos y poco deliberados, ¿hasta dónde podríamos llegar
con los conocimientos que estamos alcanzando? Para tomar decisio-
nes informadas a este respecto, aún debemos seguir ahondando en
conocernos a nosotros mismos, y eso incluye saber de dónde veni-
mos. Cada vez estamos más cerca de tener una respuesta definitiva.

46 1 Conocernos a nosotros mismos


02 ESCULPIENDO
NUESTRO CEREBRO

Uno de los aspectos más llamativos de


nuestro cerebro es que es tremendamente
grande con relación al tamaño del cuerpo.
Es el resultado de un largo camino que se
inició hace millones de años. Pero ¿es el
tamaño del cerebro lo único importante para
explicar la mente humana? En el proceso
de encefalización, el cerebro también ha ido
cambiando su forma.
..

,
1
l sistema nervioso de los animales puede presentar las más va-
E riadas formas y estructuras. Los hay con forma de retícula, como
el de la hidra, con forma de anillo con cinco nervios, como en las
estrellas de mar, o con una disposición que recuerda a las vías del fe-
rrocarril, como en el caso de las planarias, gusanos planos que viven
en el medio acuático. Los pulpos poseen un sistema nervioso muy
complejo, compuesto de numerosos ganglios, y con más neuronas
distribuidas a lo largo de sus ocho tentáculos que en el propio cere-
bro. Todos estos sistemas nerviosos pertenecen a animales inverte-
brados, en los que la variabilidad es muy grande. Cuando nos centra-
mos en el grupo de los vertebrados, la variabilidad es mucho menor
y su fisonomía se ciñe a un patrón general: el sistema nervioso posee
un largo cordón, muestra simetría bilateral y posee varios niveles o
segmentos, organizados jerárquicamente, entre otras característi-
cas. En las especies con las que tenemos un mayor parentesco evolu-
tivo, los parecidos son aún mayores: las mismas panes y elementos
del sistema nervioso y su disposición se van a encontrar en todos los
mamíferos; solo notaremos una gran diferencia en los tamaños rela-

Esculpiendo nuestro cerebro 1 49


tivos de las distintas piezas, reflejo en la mayoría de los casos del tipo
de vida y las habilidades particulares de cada especie.
Nuestro sistema nervioso, sus nervios y células, se distribuyen
por todo el cuerpo, pero la parte que más nos interesa se encuentra
en el sistema nervioso central, compuesto del cerebro y la médula
espinal, contenidos en las estructuras óseas del cráneo y la colum-
na vertebral, respectivamente. El nuestro es un sistema nervioso
de primate. En este grupo de mamíferos, una parte muy volumino-
sa del mismo corresponde al cerebro, que es la parte en la que nos
vamos a centrar principalmente.
La parte más externa del cerebro está formada por una fina capa
de unos 3 mm de espesor que se conoce como corteza cerebral. Esta
es, digamos, la «parte pensante» del cerebro, y la extensión de su
superficie en el ser humano es muy notable, del orden de tres veces
más que la del chimpancé. La corteza cerebral -y la materia que
se localiza debajo de ella- se divide principalmente en cuatro ló-
bulos: frontal, parietal, temporal y occipital (fig. 1). Mientras que el
lóbulo frontal se encarga principalmente de la planificación y eje-
cución de acciones, los demás son principalmente perceptivos. El
parietal es somatosensorial, el occipital es visual y el temporal es
auditivo y, en su parte inferior, visual. Un aspecto muy llamativo de
nuestro cerebro, de la corteza cerebral concretamente, es que pre-
senta una serie de surcos o cisuras, hendiduras que le dan un aspec-
to arrugado. Este hecho podría deberse a la necesidad de albergar
una mayor superficie en un espacio limitado. A los salientes, lo que
se observa entre surco y surco, se los conoce corno giros o circunvo-
luciones. Tanto los giros corno los surcos serán de gran importancia
en el estudio de la evolución del cerebro. En la parte inferior y pos-
terior del cerebro se encuentra el cerebelo, una especie de «peque-
ño cerebro» (de ahí su nombre, en latín), dedicado especialmente a
labores de coordinación motora.
Una de las más clásicas y a la vez productivas formas de estu-
diar la evolución del cerebro humano se ha derivado del análisis de

50 1 Esculpie ndo nue~tro cerebro


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