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Amor y responsabilidad

El amor es siempre una relación mutua de personas, que se funda a su vez en la actitud individual
y común de ambas respecto del bien. Todo amor comprende estos dos elementos: relación
personal y actitud frente al bien.

El primer elemento que surge del amor es la atracción. Esta facilidad con la que nace la atracción
recíproca es fruto del impulso sexual. Pero ni el conocimiento de la persona dada ni el hecho de
pensar en ella se identifica con la atracción. La atracción surge cuando alguien es particularmente
sensible a determinados valores de otra persona.

No será igual una atracción causada por los valores físicos o espirituales de una persona. La
reacción emotivo-afectiva se basa en gran medida en la atracción. Si bien los sentimientos no
conocen, sí pueden orientar y dirigir los actos de conocimiento, lo cual aparece con mayor claridad
en la atracción. El amor es verdadero cuando realiza su esencia, es decir, cuando se dirige hacia un
bien auténtico y de manera conforme a la naturaleza de ese bien. El amor del hombre y la mujer
que no pasa se del deseo sensual también sería malo, o por lo menos incompleto. Por eso el amor
de benevolencia es amor en un sentido mucho más absoluto que el amor de concupiscencia.

La reciprocidad nos obliga a considerar el amor del hombre y la mujer no tanto como el amor del
uno para con el otro, sino como algo que existe entre ellos. Esto sugiere que el amor no está en la
mujer ni en el hombre, pues en el fondo habría dos amores. El amor reclama reciprocidad. El amor
de concupiscencia y el de benevolencia difieren entre sí, pero no hasta el punto de excluirse
mutuamente.

Aquí la reciprocidad juega un papel fundamental. A diferencia de la simpatía, en la amistad, la


participación de la voluntad es decisiva.

La simpatía sola no es todavía amistad, pero crea las condiciones en que ésta podría nacer y
alcanzar su expresión objetiva, su clima y su calor objetivo. Desprovisto del calor que le da la
simpatía, el quiero el bien para ti recíproco queda en el vacío. Por consiguiente, para llegar a ser
amistad, la simpatía ha de madurar, y ese proceso de maduración exige normalmente reflexión y
tiempo. Se trata de crear la amistad recíproca aprovechando la situación afectiva creada por la
simpatía, y darle un significado profundo y objetivo. A menudo se comete el error de mantener el
amor humano al nivel de la simpatía en lugar de transformarlo conscientemente en amistad.

Una consecuencia de este error es creer que, cuando la simpatía se termina, el amor también se
acaba. El amor no puede consistir en una «explotación» dela simpatía ni en un juego de
sentimientos y goce.

La percepción o sensación supone un contacto directo del sentido con el objeto dado. Los sentidos
internos mantienen ese contacto cuando el objeto ya no se encuentra al alcance de los sentidos
externos. El contenido de la percepción es la imagen del objeto, mientras que el de la emoción
está conformado por algunos valores de dicho objeto. Ahora bien, cuando la emoción tiene por
objeto valores materiales es superficial.
En cambio, cuando su objeto son valores espirituales, llega a lo más profundo de la psique del ser
humano. Cuando la percepción se une a la emoción, su objeto penetra en la conciencia del ser
humano y se graba en ella de manera mucho más nítida. En este caso, no sólo aparece en nosotros
la imagen, sino también el valor del objeto, con lo que la conciencia cognoscitiva adquiere una
coloración afectiva. Así, la persona del sexo contrario es aprehendida en cuanto potencial objeto
de placer.

En efecto, una reacción de la sensualidad en la que el cuerpo del sexo opuesto es sólo un potencial
objeto de goce amenaza con desvalorara la persona. El amor afectivo acerca a las personas, hace
que se muevan en la órbita de la otra, aun cuando estén físicamente alejadas. Y cuando las
personas unidas por amor afectivo se encuentran juntas, buscan medios exteriores de expresar lo
que las une. Por ello, la mujer se siente impulsada a considerar como una prueba de amor afectivo
lo que para el hombre es la acción de la sensualidad y el deseo de goce.

Se ha dicho que la afectividad tiene por objeto los valores sexuales de la persona en su totalidad y
no está en sí misma orientada hacia el uso. En ocasiones, la disonancia entre el ideal y la realidad
extingue el amor afectivo e incluso lo transforma en odio afectivo. El rasgo característico del amor
entre hombre y mujer es su gran intensidad, prueba indirecta de la fuerza del impulso sexual y de
su importancia en la vida humana. Así queda caracterizado el perfil psicológico del amor.

Sin embargo, el amor es una situación que busca integración, tanto en la persona cuanto entre las
personas. A medida que deja de serlo, deja también de ser amor. Aquello que no se fundamenta
en la libertad, aquello que no es compromiso libre, no puede reconocerse como amor.

El amor debe estar sometido a una norma que ayude a determinar qué está bien y qué está mal.
Esta perspectiva permite analizar el amor desde un enfoque más rico y completo, el cual garantiza
una adecuada valoración de la persona.

Tal como hemos visto en el análisis psicológico, esos valores desempeñan un papel en el amor
entre el hombre y la mujer. En este caso concreto, se trata de valores sexuales porque en el origen
del amor entre el hombre y la mujer se encuentra el impulso sexual. Desde el punto de vista
psicológico, el amor entre el hombre y la mujer es un fenómeno centrado en su reacción hacia los
valores sexuales. La conciencia de esta verdad despierta la necesidad de integración del amor
sexual.

Así, el amor exige que los valores sexuales de una persona sean integrados y subordinados al valor
de la persona misma. El amor matrimonial consiste en el don dela persona y en su aceptación.

En el amor existe una responsabilidad, la cual se deriva del hecho de que una persona se done a sí
misma hacia la otra, pasando a ser, en cierta medida, propiedad suya. El amor debe serlo
suficientemente maduro y profundo para no decepcionar la profunda confianza de quien se
entrega, de modo que éste, por medio del acto de entrega, encuentre mayor plenitud de su ser. La
responsabilidad del amor se reduce a la responsabilidad para con la persona. Ello ya que este amor
ha de constituir la base de la vida común de un hombre y una mujer.

Cuando ocurre lo contrario, estamos ante un caso de depravación, que hace difícil el amor y, sobre
todo, la elección del valor de la persona. Si los valores sexuales fuesen el motivo único o principal
de la elección, no podría hablarse de elección de la persona. Sin embargo, el amor hace que, por el
contrario, sea positiva, alegre y creadora. La libertad está hecha para el amor. A diferencia del
amor sensual o el afectivo, el amor que nace de la voluntad sólo aparece cuando el ser humano
compromete a conciencia su libertad respecto de otro en cuanto persona. Es libre y, por lo tanto,
capaz de desearlo todo en relación con el bien absoluto, infinito, con la felicidad. La voluntad, en
última instancia, busca la felicidad.

La voluntad desea la felicidad para la otra persona, y de esa manera compensa interiormente el
hecho de desearla para sí. El amor, por el contrario, quiere hacer feliz a la otra persona, darle el
bien infinito. Tal es el rasgo divino del amor.
Amor y responsabilidad

El amor es siempre una relación mutua de personas, que se funda a su vez en la actitud individual
y común de ambas respecto del bien. El primer elemento que surge del amor es la atracción. El
amor es verdadero cuando realiza su esencia, es decir, cuando se dirige hacia un bien auténtico y
de manera conforme a la naturaleza de ese bien. El amor del hombre y la mujer que no pasa se del
deseo sensual también sería malo, o por lo menos incompleto.

Por eso el amor de benevolencia es amor en un sentido mucho más absoluto que el amor de
concupiscencia. La reciprocidad nos obliga a considerar el amor del hombre y la mujer no tanto
como el amor del uno para con el otro, sino como algo que existe entre ellos. Esto sugiere que el
amor no está en la mujer ni en el hombre, pues en el fondo habría dos amores. El amor reclama
reciprocidad.

El amor de concupiscencia y el de benevolencia difieren entre sí, pero no hasta el punto de


excluirse mutuamente. Una consecuencia de este error es creer que, cuando la simpatía se
termina, el amor también se acaba. El amor no puede consistir en una «explotación» dela simpatía
ni en un juego de sentimientos y goce. El amor afectivo acerca a las personas, hace que se muevan
en la órbita de la otra, aun cuando estén físicamente alejadas.

Y cuando las personas unidas por amor afectivo se encuentran juntas, buscan medios exteriores
de expresar lo que las une. Por ello, la mujer se siente impulsada a considerar como una prueba de
amor afectivo lo que para el hombre es la acción de la sensualidad y el deseo de goce. En
ocasiones, la disonancia entre el ideal y la realidad extingue el amor afectivo e incluso lo
transforma en odio afectivo. El rasgo característico del amor entre hombre y mujer es su gran
intensidad, prueba indirecta de la fuerza del impulso sexual y de su importancia en la vida
humana.

Así queda caracterizado el perfil psicológico del amor. Sin embargo, el amor es una situación que
busca integración, tanto en la persona cuanto entre las personas. A medida que deja de serlo, deja
también de ser amor. Aquello que no se fundamenta en la libertad, aquello que no es compromiso
libre, no puede reconocerse como amor.

El amor debe estar sometido a una norma que ayude a determinar qué está bien y qué está mal.
Esta perspectiva permite analizar el amor desde un enfoque más rico y completo, el cual garantiza
una adecuada valoración de la persona. Tal como hemos visto en el análisis psicológico, esos
valores desempeñan un papel en el amor entre el hombre y la mujer. En este caso concreto, se
trata de valores sexuales porque en el origen del amor entre el hombre y la mujer se encuentra el
impulso sexual.

Desde el punto de vista psicológico, el amor entre el hombre y la mujer es un fenómeno centrado
en su reacción hacia los valores sexuales. La conciencia de esta verdad despierta la necesidad de
integración del amor sexual. Así, el amor exige que los valores sexuales de una persona sean
integrados y subordinados al valor de la persona misma. El amor matrimonial consiste en el don
dela persona y en su aceptación.
En el amor existe una responsabilidad, la cual se deriva del hecho de que una persona se done a sí
misma hacia la otra, pasando a ser, en cierta medida, propiedad suya. El amor debe ser lo
suficientemente maduro y profundo para no decepcionar la profunda confianza de quien se
entrega, de modo que éste, por medio del acto de entrega, encuentre mayor plenitud de su ser. La
responsabilidad del amor se reduce a la responsabilidad para con la persona. Ello ya que este amor
ha de constituir la base de la vida común de un hombre y una mujer.

Cuando ocurre lo contrario, estamos ante un caso de depravación, que hace difícil el amor y, sobre
todo, la elección del valor de la persona. Sin embargo, el amor hace que, por el contrario, sea
positiva, alegre y creadora. La libertad está hecha para el amor. A diferencia del amor sensual o el
afectivo, el amor que nace de la voluntad sólo aparece cuando el ser humano compromete a
conciencia su libertad respecto de otro en cuanto persona.

El amor, por el contrario, quiere hacer feliz a la otra persona, darle el bien infinito. Tal es el rasgo
divino del amor.

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