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LA AFFECTIO MARITALIS COMO MANIFESTACIÓN DEL PRINCIPIO DE LA

AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD

Juan Carlos Ghirardi1

Sostengo que el elemento esencial del matrimonio es la affectio maritalis. El


mismo es su característica distintiva, así era en el Derecho Romano y así sigue
siendo en el nuevo código civil actualmente vigente en Argentina. Dicho de otra
manera, lo fundamental para que dos personas estén casadas es que deseen
estar juntas, conformar una pareja con exclusión de todas las demás. El motivo
no interesa, podrá ser amor, quizás conveniencia, o lo que fuere, pero debe
existir una voluntad coincidente de ambos cónyuges en ese sentido. Y esa
voluntad es expresión del principio de la autonomía de la voluntad, aunque la
institución no configure en nuestro sistema un contrato, igual el consentimiento
que a través de la misma se plasma configura una regla a la que los cónyuges
deben atenerse como a la ley misma. De suerte que, mientras se mantenga
subsistirá el matrimonio, y dejará de existir cuando ella falte, en cualquiera de
los dos miembros de la pareja.
Palabras clave: matrimonio – voluntad – affectio maritalis

I. INTRODUCCIÓN
El presente trabajo no es una investigación profunda y ambiciosa, ni
mucho menos. Tampoco pretende constituirse en un estudio de derecho
comparado, mi pretensión ha sido simplemente comparar la institución del
matrimonio tal como era en el derecho romano, con la manera en que está hoy
regulada en el nuevo código civil argentino, en vigor desde el 1° de agosto de
2015, poniendo especial énfasis en hacer resaltar que el requisito de la affectio
maritalis es el punto de contacto que vincula aún a ambos regímenes.
Sólo estos dos extremos, nada más, nada en el medio. Por eso no
aludiré al código de Vélez, al menos salvo lo indispensable, aunque si
buceáramos en su versión original no hallaríamos demasiado. Muchos de estos
temas fueron dejados de lado por el primer Codificador, convencido que los
registros y normas parroquiales bastaban para regular el tema. Y quizás, en
esa época, haya sido así.
De todos modos, el texto original del primer código sufrió al respecto
multitud de cambios, introducidos por leyes dispersas, del más variado
contenido, de la más distinta índole, y debidas a ideas y concepciones de la
vida en ocasiones sumamente diferentes, según los tiempos que corrían. Por
eso he preferido dejarlas de lado. Vamos entonces, directamente, a lo que es el
tema que hoy me ocupa.

1
Doctor en Derecho. Profesor Titular de Derecho Romano en las Universidades Nacional y Católica de
Córdoba. Investigador Categoría I, Secyt. Presidente Emérito de la Asociación de Derecho Romano de la
República Argentina.
II. DEFINICIÓN DE MATRIMONIO. CONCEPTO
Digamos en primer lugar, que el matrimonio o iustae nuptiae es en
Roma el celebrado conforme el ius civile, voz compuesta en la cual el adjetivo
femenino plural iustae hace referencia a la conformidad de esta institución con
el ius.
La tradición canónica acogió definiciones clásicas del derecho romano
sobre matrimonio. Citemos en primer lugar a la de Justiniano, tal como aparece
en las Institutas2: “Nuptiae autem sive matrimonium est viri et mulieris conunctio
individuam consuetudinem vital continens” Traduciendo: “Nupcias o matrimonio
es la unión del varón y de la mujer, que contiene la comunidad indivisible de
vida”.
También existe otra definición en las fuentes, que pertenece al
jurisconsulto Modestino3: “Nuptiae sunt coniunctio maris et feminae,
consortium omnis vitae, divini et humani iuris communicatio”. Lo cual significa:
“Las nupcias son la unión del varón y de la mujer, consorcio de toda la vida,
comunión entre el derecho divino y el humano”
Así pues el matrimonio es coniunctio (unión), consortium (consorcio) y
conmmunicatio (comunicación). Detengámonos aquí, para analizar estos
términos.

Coniunctio maris et feminae

Se trata de la unión de dos personas de diferente sexo, cosa que


constituye la base natural y fisiológica del matrimonio romano, por lo que
también podría aplicarse a cualquier otra relación sexual no configurada como
tal, como el concubinato (unión estable entre personas libres sin llegar a
constituir matrimonio) y el contubernio (unión entre esclavos).

Consortium omnis vitae


Debe entenderse más bien como un consorcio para toda la vida, que
no implicaría una alusión a la indisolubilidad del matrimonio, no reconocida por
el derecho romano, sino como un consorcio en todas las cosas de la vida.
En efecto, consortium se forma a partir de cum, que normalmente
designa una relación de unión y compañia, y sorte (suerte), de donde
consortium omnis vitae significa participación de una misma suerte en todas las
cosas de la vida. Y consortes, como se denomina a los cónyuges
(incidentalmente los que comparten el mismo yugo), son aquellos que al
convivir unidos en matrimonio, comparten la misma suerte que el destino les
depare, adversa o propicia.
Communicatio divini et humani iuris

2
I. 1.9.pr.
3
En D. 23.2.1.

2
Communicatio (comunicación) encierra la idea de coparticipación, y
parece aludir al hecho que el hombre y la mujer así unidos, "hacen causa
común" y se entregan recíprocamente el uno al otro en cuerpo y espíritu, en
todas las cosas de la existencia terrenal, y para todas ellas. La frase está
usada, a mi entender, en el mismo sentido en que se la emplea para definir la
Jurisprudencia como “conocimiento de las cosas divinas y humanas”. Porque al
margen de lo divino y lo humano, nada más puede existir en el mundo que no
se encuentre abarcado por estos dos conceptos. Los esposos comparten todo.
Vayamos ahora al código civil argentino actual4, donde tratar el tema de
la definición será mucho más fácil. Porque no hay definición, el cuerpo
normativo no las contiene al menos en esta materia, y ya me he extendido al
respecto, pero me impide trazar una comparación con la definición romana,
sólo con la definición porque al concepto de lo que hoy es matrimonio sí lo
tenemos. Hallaremos similitudes y diferencias, a esto me atrevo a afirmarlo, en
ocasiones muy notables.
Por de pronto dejemos de lado lo de la unión del hombre y la mujer.
Nuestra legislación actual permite el matrimonio entre personas del mismo
género, dos hombres o dos mujeres. Sin embargo, levantando el velo que las
palabras forman, es posible rescatar un concepto: El matrimonio sigue
implicando la idea de una pareja. Pareja vinculada por una relación muy
especial, que une a sus integrantes de una manera especial, separándolos de
los demás seres humanos del mundo.
Lo de consorcio para toda la vida obviamente no implica indisolubilidad,
como no lo hacía tampoco en el derecho romano. Sin embargo algo hay que se
puede marcar al respecto y es que, cuando dos personas se casan, piensan
que construyen un vínculo para siempre, no importa que esté destinado a durar
poco, o muy poco. No hay ahora, como tampoco lo hubo en Roma, una unión
matrimonial ni a plazo, ni a prueba.
¿Qué decir de la comunicación de los derechos divinos y humanos?
Obviamente los cónyuges hoy, no necesariamente comparten todos los
aspectos de la vida. No puede afirmarse esto, desde el momento que la
convivencia no es necesaria, y que la infidelidad tampoco obsta a la
subsistencia del vínculo ni implica motivo para romperlo. Y sin embargo… la
idea sigue siendo “compartir”. Compartir entre ambos más de lo que se
participa con terceros, porque si así no fuere, ¿qué sentido tendría el
matrimonio en sí? Creo personalmente que ninguno.

III. LA AFFECTIO MARITALIS. EL CONSENTIMIENTO ESENCIAL


Dos eran los elementos que caracterizaban al matrimonio romano: La
cohabitación y la affectio maritalis. Diré poco sobre el primero, la consuetudo

4
Los arts. 401 a 445 regulan la institución.
individua vitae, que implica que ambos cónyuges conviven juntos, cosa que hoy
en día ya no es imposición legal.
Y, a poco que lo analicemos, tampoco lo era literalmente en Roma,
donde esposo y esposa pasaban generalmente más tiempo separados que
conviviendo, por el motivo que fuese, por campañas militares, obligaciones
políticas, o por cualquier otra razón. Al punto que, cuando enseñamos a los
estudiantes esta parte debemos hacer una aclaración: No cohabitar
literalmente hablando no implica necesariamente no convivir, más bien la voz
cohabitación encierra la idea de que uno está a disposición del otro, aunque se
hallen separados.
Detengámonos ahora en la affectio maritalis, que implicaba una
disposición de voluntad permanente en el sentido de tener una vida en común,
que a mi modo de ver sigue siendo el más importante punto de contacto entre
el matrimonio romano y el que rige en la Argentina de hoy, ya que vehiculiza la
aplicación –en la institución del matrimonio- del principio de autonomía de la
voluntad.
Ella, para los romanos, era el elemento mucho más importante de los
dos que confluían en el matrimonio. Léase a Ulpiano: “Nunptias non concubitus
sed consensus facit”, en D. 31.1.15 (Ulpiano, ad Sabinum) “…quasi duraverint
nuptias: non enim coitus matrimonium facit, sed maritalis affectio”, en D.
24.1.32.13 (Ulpiano, ad Sabinum).
Tan importante es, que se ha sostenido que el matrimonio es un hecho
que se fundamenta en la existencia y permanencia de la affectio maritalis.
Ahora bien, ella implica un consentimiento que se perpetúa en el tiempo, y ello
no es casual. El consentimiento de los contrayentes era esencial en Roma para
que pudiera existir matrimonio. Y sigue siéndolo ahora, léase el art. 406 del
C.C.5
Ahora bien, el hablar de “consentimiento” ha motivado que haya
quienes sostienen que el mismo se equipara con el que se da en los contratos
de sociedad, señalando que el consentimiento de los contrayentes es el único
elemento esencial en orden a la existencia del matrimonio, el cual de este
modo viene a parecerse a un contrato social, surgiendo y persistiendo por la
mera voluntad de los cónyuges.
En este orden de ideas se adentra el common law6. La jurisprudencia
inglesa suministró en el caso "Hyde v. Hyde" de 1866 un concepto que daba la
siguiente definición de matrimonio: "The voluntary union for life of one man and
one woman, to the exclusion of all others”, que puede traducirse como. "La
unión voluntaria de por vida de un hombre y una mujer, con exclusión de todos
los demás".

5
“Es indispensable el consentimiento de ambos contrayentes, expresado personal y conjuntamente ante
la autoridad competente para celebrarlo…” Se deja a salvo lo previsto para el matrimonio a distancia.
6
Tengo ampliamente tratado el asunto en mi trabajo El derecho romano y el derecho anglosajón,
contenido en el libro Derecho Romano. Buenos Aires. Editorial La Ley. 2005.

4
Lo cual no debe extrañarnos, se asemeja a lo que venimos
exponiendo acerca de nuestro derecho. Pero vayamos al sistema jurídico
sudafricano, de inequívocos orígenes ingleses en esta parte. El mismo ha
definido jurisprudencial y doctrinariamente al matrimonio (cfr. los casos "Brown
v. Frits Brown's Executors", "Horak v. Horak", "Weatherley v. Weatherley" en la
jurisprudencia, y en cuanto a doctrina Voet 23. 2. 1, 65) de esta manera:
"Marriage is a contract between a man and a woman to live together for
life as a husband and wife, to the exclusion of all other men and woman”. Lo
que se traduce así: "El matrimonio es un contrato entre un hombre y una mujer
para vivir juntos por toda la vida como marido y mujer, con exclusión de todos
los otros hombres y mujeres".
¿Se quiere más? Vayamos a un párrafo de Lord Robertson, en sus
notas a Ferguson sobre el matrimonio y el divorcio, que Vélez Sársfield reproduce
en nota al Título I, Sección II, del Libro II, el resto de cuyo texto se enuncia más
abajo:
“Siendo el matrimonio un contrato consensual, puede juzgarse que la lex
loci es la que debe resolver toda cuestión que respecto a él nazca; pero debe
observarse que el matrimonio es un contrato sui géneris, diferente en muchos
respectos de todos los otros contratos, y tanto, que las reglas de derecho
aplicables a los otros contratos, no pueden aplicarse a éste, ni en su constitución,
ni en los medios de ejecución. El matrimonio es lo más importante de las
transacciones humanas.
Es la base de toda la constitución de la sociedad civilizada. Se
diferencia de los otros contratos en que los derechos, las obligaciones y los
deberes de los esposos no son reglados por las convenciones de las partes, sino
que son materia de la ley civil, la cual los interesados, sea cual fuere la
declaración de su voluntad, no pueden alterar en cosa alguna. El matrimonio
confiere el estado de la legitimidad a los hijos que nazcan y los derechos,
deberes, relaciones y privilegios que de ese estado se originan; da nacimiento a
las relaciones de consanguinidad y afinidad: en una palabra, domina todo el
sistema de la sociedad civil.
No teniendo semejanza con los otros contratos, puede celebrarse a una
edad en que no es permitida la más indiferente estipulación, y entre tanto, en las
naciones civilizadas no puede ser disuelto por mutuo consentimiento, y subsiste
en toda su fuerza, aun cuando una de las partes venga a ser para siempre
incapaz de llenar las obligaciones del contrato, como en el caso de una demencia
incurable, que no le permita cumplir la parte que le corresponda en esa
convención. No es extraño, pues, que los derechos, deberes y obligaciones que
nazcan de tan importante contrato, no se dejen a la voluntad de los contratantes,
sino que sean regidos por las leyes de cada país.......”
El matrimonio es un contrato entonces para los anglosajones, no es
raro entonces de encontrar plasmado en el mismo el principio de autonomía de
la voluntad. Sin embargo para nosotros no, y para los romanos tampoco,
aunque pese a ello a poco que nos adentremos en la institución podemos
advertir que el mismo principio tiene vigencia.
Ya Vélez Sársfield intentó extraer al matrimonio del ámbito contractual,
valorizando otros aspectos, comprendidos también en el acuerdo de voluntades.
En su nota al Título I, Sección II, del Libro II, decía: “La legislación sobre el
matrimonio, desde la era cristiana hasta el presente, ha partido del punto de vista
especial que cada legislador tomó sobre tan importante acto. En un tiempo, la
Iglesia Católica lo consideró solo como un sacramento y la idea religiosa dominó
todo el derecho. Vino la Revolución Francesa y el matrimonio fue legislado sólo
por los principios que rigen los contratos. La lógica del jurisconsulto fácilmente
dedujo del error de que partía, las formas que debían acompañarlo para su
validez: el divorcio perpetuo y la omnímoda facultad de hacer las convenciones
matrimoniales que los esposos quisieran. Los extremos no podían satisfacer ni la
conciencia de los pueblos cristianos ni las relaciones indispensables de las
familias, ni menos las necesidades sociales. Un hecho de la importancia y
resultados del matrimonio no podía descender a las condiciones de una
estipulación cualquiera. La sociedad no marcharía a la par de las leyes: serían
necesarias tantas excepciones al contrato, que vendría a quedar sin ninguno de
los principios que sirven de base a las convenciones particulares.
Agregaremos a esto lo que dice sobre la materia Savigny, seguía citando
el primer Codificador: “Se ha querido colocar al matrimonio al lado de la venta o
de la sociedad, como un mero contrato consensual que por una singular
inadvertencia olvidaron los romanos. Cuando el sacerdote pregunta a los esposos
si quieren prometerse amor y fidelidad hasta la muerte, y los esposos hacen la
promesa, esta declaración no implica la promesa de ciertos actos determinados,
ni la sumisión a una ejecución jurídica en el caso en que esos actos no se
cumpliesen. Esa promesa significa solo que los esposos conocen los preceptos
del cristianismo sobre el matrimonio y que tienen la intención de conformar a ellos
toda su vida”.
Esta nota ya no existe en nuestro sistema jurídico, y no solamente porque
el código de Vélez haya sido reemplazado. Ya la ley 23.515 la había suprimido
cosa absurda si las hay, ya que las notas jamás integraron el texto legal.
¿Ignorancia o fundamentalismo? No interesa, pero lo cierto es que no puede
derogarse lo que nunca fue ley, a menos que hayan pretendido censurarse ideas,
lo que es de todo punto inadmisible.
Ahora bien, la importancia del consentimiento como característica
propia del matrimonio es tal, que el mismo pervivirá en tanto exista dicho
consentimiento. La affectio maritalis es un elemento subjetivo y esencial, de
modo que tranquilamente podríamos llegar a sostener que el matrimonio es
más bien un estado de voluntad cotidiano, vale decir, exige consentimiento
continuo y duradero y que por estar exento de formalidades permite a algunos
sostener que el matrimonio consiste sólo en el consentimiento.
Es por ello que el consentimiento en el matrimonio, o la affectio
maritalis si queremos denominarlo así, tiene carácter permanente, esto es, se
exigía para comenzar y mantener todo matrimonio, y que se trata de un estado

6
de vida cotidiano, esto es, la voluntad de continuar viviendo como esposo y
esposa. El consentimiento no es solamente inicial, sino que debe ser duradero,
continuo, de allí que se le denomine affectio que indica una voluntad con ese
carácter. Por eso el matrimonio romano terminaba cuando cesaba la affectio
maritalis o sea la mutua intención de ser esposos.
La existencia de ella, según señalara Bonfante, se demostraba
mediante las declaraciones de los cónyuges mismos o de los parientes y
amigos, pero más que nada mediante su manifestación exterior, la conducta
que siguen los esposos ante el resto de la sociedad. A esto se lo denomina el
honor matrimonii, que es el modo de tratarse, en todas las formas y en todos
los aspectos, como socialmente se deben tratar dos cónyuges, conservando la
mujer la posición social del marido, y la dignidad del mismo. En este sentido, si
un hombre y una mujer casados debían vivir constantemente separados, como
ocurría entre personas consulares, si los dos mantenían recíprocamente el
honor matrimonii, el matrimonio subsistía, como ya se ha expuesto.
Esto varió con el advenimiento del cristianismo, ya que se le otorgó
mayor importancia al consensus o consentimiento inicial, con lo cual el
catolicismo llegó a postular el carácter indisoluble del matrimonio. Tal lo que fue
norma legal en nuestra Argentina, hasta la sanción de la ley de divorcio
vincular. Véase a Vélez Sársfield y la nota a la cual se ha hecho referencia.
Es curioso, han pasado siglos, milenios también, y nuestro nuevo
código ha vuelto a las fuentes romanas de modo puro, esto es, no impregnado
de ideas católicas. El art. 437 del nuevo código civil dispone que el divorcio
debe decretarse ante el pedido de uno solo de los cónyuges, cualquiera sea
éste, y sin que resulte necesario acreditar ninguna circunstancia subjetiva que
lo justifique. ¿Por qué? –Bien podríamos afirmar que porque se acabó la
affectio maritalis.

c) La celebración del matrimonio. En Roma, casarse carecía por


completo de formalidades, bastaba con que dos personas de similar condición
social fueran a vivir juntos, tratándose recíprocamente de marido y mujer, para
que se los considerara casados. Con lo cual no existen mayores diferencias
entre este régimen y el de la unión convivencial del art. 509 del C.C. hoy
vigente. Lo cual me parece bastante coherente porque me pregunto: ¿Qué
sentido tiene este régimen convivencial?, que por cierto tiene formalidades
tales como su inscripción como tal. En su inmensa mayoría las parejas
convivientes toman esa decisión de vida porque no quieren papeles.
Entonces… ¿para qué obligarlos a una inscripción con papeles? Para eso da lo
mismo casarse, cosa que implica y confiere mayores garantías de estabilidad.
Profundizo, el derecho romano consideraba al matrimonio como una
decisión exclusiva y excluyente de dos personas. ¿Querían casarse? Pues
convivan y trátense como marido y mujer. ¿No lo deseaban así? Pues
manténganse separados, no generen honor matrimonii, aunque el vínculo sea
estable.
Con el advenimiento del Cristianismo, que pugnó denodadamente para
que las parejas de cristianos se casaran y tuvieran hijos criados en esa fe,
comenzó a intervenir un tercer sujeto, la Iglesia, que daba valor al vínculo y lo
criaba como tal. La laicización posterior mantuvo la situación reemplazando a la
Iglesia por el Estado, pero las cosas se mantuvieron: El matrimonio ya no fue
nunca más una cuestión y decisión de dos, sino de tres.
Tal el régimen, con la intervención de un oficial público, que mantiene
el texto del nuevo código civil, en el art. 416, sus subsiguientes y correlativos.

IV. LOS BIENES EN EL MATRIMONIO


En el código civil de Vélez Sársfield en el matrimonio había un solo
patrimonio, y me explico: Los bienes que cada cónyuge aportaba al igual que
los recibidos por herencia, legado o donación eran propios y tenían un régimen
especial en el derecho sucesorio. Desde el casamiento en adelante el régimen
era uno solo: Los bienes adquiridos a partir de entonces eran gananciales y
pertenecían a ambos por igual.
Los romanos tenían un sistema diferente, según el tipo de matrimonio
de que se tratase: Si el mismo era cum manu esto es que la esposa se sometía
a la potestad del marido cual si de una hija se tratare, todo le pertenecía a él,
tanto lo adquirido antes cuanto lo ganado después de casarse.
Si por el contrario era sine manu se mantenía la separación patrimonial
y la mujer podía tener un curador que administrase sus bienes propios, lo que
en su momento provocó la cáustica observación de Juvenal: ¡Oh ingenuo! ¿Así
que tu mujer tiene un tutor, que administra sus bienes? ¡Desengáñate, es de
tus propias cosas de las que se ocupa!
En este tipo de unión era frecuente que la esposa aportara una dote,
para colaborar con los gastos de manutención de la familia, institución que no
receptó Vélez Sársfield, ni mucho menos el nuevo código y, a mi entender, con
toda la razón. Resulta una manifestación absolutamente machista el obligar a
la esposa, que de por sí colabora en lo suyo para mantener el hogar, que
aporte además un capital destinado a esos fines, que el marido va a
usufructuar. Aunque deba devolverlos si las nupcias se disuelven, porque aún
en tal caso había retenciones y, de todos modos, nada compensaba el lucro
que ese manejo sin controles podía proporcionar.
En nuestro nuevo código civil hay un régimen mixto. La comunidad de
bienes, esto es la confirmación del antiguo régimen de gananciales, si las
partes están de acuerdo, que es lo que rige por defecto. Pero existe la
posibilidad instaurada por el art. 446 de realizar convenciones que establezcan
separación de bienes, con lo que se recrea la romanista división del patrimonio
conyugal. Que de este modo deja de ser conyugal y propio de cada uno de los
esposos, en la forma y con las modalidades que el código establece.

8
V. EL DIVORCIO
Aclaremos algo fundamental. Pese a lo que las definiciones digan,
Roma admitió siempre el divorcio, aún en los tiempos en que el Cristianismo
devino su religión oficial. Si el matrimonio es un acto que se consuma por la
voluntad de dos personas, lo justo es que acabe por el mismo motivo. Sea por
decisión de ambas o de una sola de ellas, si la affectio maritalis finaliza,
también lo hace la unión matrimonial. Y no hay que someterse a proceso
judicial ni nada por el estilo. Con decir “toma tus cosas y vete” es suficiente.
Volvemos una vez más a la autonomía de la voluntad porque ésta,
libremente expresada, es ley para las partes. De esta manera al igual que dos
personas pudieron en una ocasión –voluntad mediante- unirse en matrimonio
pueden, en el momento que fuere y también por medio de su sola declaración
de voluntad, poner fin a esa unión.
Según Gayo7 hay divorcio cuando entre los esposos existe una
divergencia de voluntades que los lleva a vivir separados. Paulo8 apunta que
esta divergencia debe ser permanente y definitiva, esto es que no basta para
configurar divorcio un distanciamiento pasajero o una separación temporal.
El divorcio por mutuo consentimiento existe desde los inicios mismos
de Roma. Y perduró en el tiempo, pese a los esfuerzos de la Iglesia por
erradicarlo. Tanto es así que el emperador Justino II, sucesor de Justiniano,
publicó una constitución disponiendo que quienes se divorciasen de común
acuerdo estaban exentos de todo tipo de pena.
Ahora bien, también fue posible la rescisión unilateral del vínculo por
parte de uno solo de los cónyuges, cosa que recibía el nombre de repudio. En
un principio sólo el marido tenía la facultad de repudiar, si bien debía hacerlo
fundado en causa que fuese lo suficientemente grave como para justificarlo.
A partir del Imperio, no obstante, también fue lícito a la mujer repudiar
al marido. Y ya por entonces no se exigía que hubiese motivos serios para
adoptar esa disposición, por parte de ninguno de los dos ahora ex esposos,
esto inspiró algunas sátiras de Juvenal, por ejemplo cuando decía que había
mujeres que contaban los años no por el nombre de los cónsules sino por el de
sus anteriores cónyuges, o que otras utilizaban los arreglos florales hechos en
la casa con motivo del matrimonio, para dos fiestas de casamiento sucesivas.
Ni siquiera Augusto, en su afán de restaurar las antiguas costumbres,
pudo corregir esta tendencia, si bien dotó al acto del repudio de mayores
formalidades, como por ejemplo exigir que fuera comunicado por un liberto en
presencia de siete testigos.
Recién a partir de la época del Cristianismo se ponen límites a la
facultad de repudiar, no a la de divorciarse que siempre estuvo abierta si la
decisión se tomaba por decisión común de ambos esposos.

7
En D. 24.2.2.pr.
8
En D. 24.2.3.
Límites, pero no prohibición, al final de cuentas la voluntad sigue
siendo soberana aunque se la reglamente. Así Constantino exigió al esposo
que deseaba repudiar, que su cónyuge hubiera sido declarada culpable de
adulterio, envenenamiento o alcahuetería. La esposa por su parte sólo podía
hacer uso de esta facultad si su cónyuge era reo de homicidio, envenenamiento
o violación de sepulcros. Más tarde, Honorio y Constancio II, allá por el año
421 d J.C. volvieron al sistema de culpas, permitiendo repudiar sólo si la otra
parte había dado motivos graves para ello.
En nuestro derecho, la ruptura del vínculo matrimonial por divorcio
estuvo vedada por mucho tiempo, si hacemos excepción de un efímero artículo
de la ley 14.3949. El divorcio vincular fue reintroducido por la ley 23.515, que lo
permitió tanto por mutuo consentimiento, siempre que hubiese transcurrido un
determinado número de años desde la celebración del matrimonio, o por
causales subjetivas.
Nuestro nuevo código civil ha abolido todas las limitaciones, tanto en
relación al tiempo cuanto a los motivos. Ahora es factible disolver el vínculo
matrimonial por decisión unilateral de cualquiera de los cónyuges, o en su caso
de ambos, conforme el art. 437. No hay posibilidad de oposición, conforme el
art. 438.

V. BREVE CONCLUSIÓN
El nuevo código civil ha despertado apasionadas controversias en el
mundo jurídico argentino. Hay defensores a ultranza, y férreos detractores.
Se ha dicho y repetido hasta el cansancio, tanto por parte de los
miembros de la comisión redactora del nuevo código civil, fundamentalmente
por quienes la dirigieron, así como por quienes están de acuerdo con el
reemplazo del de Vélez Sársfield estimándolo una obra absolutamente
superada, que la norma actual es moderna y propia del siglo XXI. En una
palabra, que son innumerables sus ventajas frente a un código del siglo XIX.
Se puso énfasis también en la estructura del ordenamiento actual. En
los paradigmas, principios y valores que la misma comprende. En su
articulación supuestamente sistemática y coherente, que vendría a ser la
formulación escrita y compendiada de lo que doctrina y jurisprudencia
construyeron durante muchos años.
Dicho de otra manera, una obra para el futuro. Algo que legar a
nuestros descendientes, la ley civil destinada a iluminar el nuevo siglo. Algo,
aunque no se lo diga con estas precisas palabras, que se desprende de la
oscuridad de normativas arcanas, que nos muestra la luz apartándose de
reglas perimidas y derechos antiguos como el romano, cuyo destino debiera
ser yacer ocultos en el polvo que las generaciones que nos precedieron
dejaron a nuestras espaldas.
9
La ley data del 3 de julio de 1954, si bien sufrió multitud de reformas.

10
No voy a tomar parte de la polémica entre partidarios y detractores del
nuevo código, aunque para mis adentros piense que el mismo constituye una
regresión y no una evolución. Pero esto carece en absoluto de importancia.
Lo verdaderamente relevante es otra cosa, dos milenios lleva andados
la Humanidad desde Roma hasta hoy, y muchas de las instituciones jurídicas
que los romanos crearon subsisten lozanas, tanto en el mundo en general,
cuanto en nuestra Argentina en particular. El nuevo código civil ha traído
cambios, verdad es, pero en otros aspectos ha regresado a las raíces
romanas. El matrimonio, y la affectio maritalis en la cual éste se sustenta, es
una de estas raíces.
Y esto, en definitiva, es lo que cuenta.

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