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Quisiera resumir en tres tesis mis objeciones contra la teología política. Primera: la
fundamentación escatológica de la política, propuesta por la teología política, descansa
sobre una ambivalencia e indecisión con respecto al contenido del kerigma cristiano.
Segunda: no es posible deducir máximas políticas concretas de proposiciones
teológicas. Tercera: una política revolucionaria y su variante humanitaria necesitan tan
poco de una fundamentación teológica como otra política moderna cualquiera.
No parece a primera vista que la tesis de Barion esté muy lejos de la de Metz. Metz
habla de la "reserva escatológica". Entiende con ese término la transitoriedad esencial
de toda institución mundana e histórica, de toda "concepción abstracta del progreso y de
la humanidad", e incluso de la historia misma en su totalidad. Es verdad que para Metz
la "reserva" contra lo político tiene a su vez una consecuencia política: el carácter
antitotalitario que defiende al individuo de la absolutización de las instituciones y evita
que se lo defina meramente según su valor para el progreso de la humanidad. Tras el
concepto de "reserva escatológica" se esconde -como sucede con la tesis de Barion- la
idea clásica de la escatología como una doctrina acerca del futuro que se halla más allá
de toda historia intramundana y colectiva, y al cual se llega por la muerte. Al ser el
cristianismo una religión de este futuro absoluto, Karl Rahner deduce que no posee
ninguna utopía intramundana, que es neutral con respecto al contenido material del
futuro histórico. Para Rahner, la esperanza en un futuro absoluto y el rechazo de su
identificación con una utopía temporal protegen al hombre de una tentación que implica
el recurso a una violencia que sacrificaría brutalmente a cada generación en aras de la
futura, convirtiendo al futuro en un Moloch ante quien se ofrece el sacrificio cruento del
hombre real en favor de un hombre que nunca lo será. Es, pues, precisamente el rasgo
apolítico de la escatología el que tiene un efecto político, antitotalitario.
También en Jürgen Moltmann hay una ambivalencia semejante. Por una parte, pide a
los cristianos, en nombre de la teología escatológica, que renueve n la tradición
mesiánica de la esperanza y reencuentren su identidad en un compromiso político
revolucionario. Por otra parte, insiste en que la esperanza cristiana tiene una dimensión
que trasciende lo político - la esperanza en el Reino de Dios-, con lo que parece hablar
de dos tipos de esperanza. Claro está que la teología siempre ha destacado una cierta
dialéctica entre el "ya" y el "todavía no" en los enunciados del NT sobre el Reino. El
"ya" se refería al presente en el seguimiento de Cristo y el "todavía no" a un reino más
allá de la muerte y de la historia. Lo nuevo en la teología política de la esperanza es que
el "todavía no" se cualifica como un "pero mañana sí", orientado a un futuro
intrahistórico.
Si no se pone una mediación entre el más allá y el más acá, la esperanza en el más allá
conduce a una cierta suavización de la actividad revolucionaria y la humaniza. Pero
puede también establecerse una cierta relación entre ambos fines de la esperanza, una
relación, por así decirlo, entre una esperanza a corto y a largo plazo. Lo que pasa es que
esta relación, en lugar de iluminarse, se oscurece con el uso de metáforas, como en
aquella de Moltmann, según la cual "el nuevo futuro entra en la historia como en olas de
anticipación".
Con todo, no creo que la pregunta kantiana acerca de "qué me es licito esperar" permita
tal evasiva. Esperar, para el NT, significa "esperar con confianza firme, bien fundada".
Ahora bien, ¿hacia dónde se orienta esta confianza? Si hacia el mañana histórico, esto
significaría que el optimismo con respecto a generaciones futuras y con respecto a
nuestros esfuerzos pertenece a la existencia cristiana. Pero, ¿con qué derecho se tiene
este optimismo?, ¿a qué generación futura se refiere concretamente? Los ejecutados en
Ausschwitz y los que mueren de hambre en Biafra fueron también para sus abuelos la
generación venidera. ¿Son acaso ellos el cumplimiento de sus esperanzas?
El objeto de la esperanza debería ser una generación más tardía o incluso la última
generación de hombres. Pero Pablo rechazó ya en la primera carta a los tesalonicenses
la primacía escatológica de una generación futura cuando, partiendo del presupuesto de
pertenecer a la última generación, escribió: "nosotros, los que vivimos, los que
quedamos hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron" (Ts 4,
15).
Entonces, ¿de qué futuro se trata? Los teólogos políticos no pueden decirlo. Intentan
conectar con el mesianismo judío, colocando a Jesús en las filas de los profetas y
aludiendo a la orientación futura del contenido de su enseñanza y a su dimensión
política. No pueden, sin embargo, rechazar esta pregunta y hablar de algo así como del
"futuro respectivo". Con esto, caerían de nuevo en la interpretación existencial, para la
cual el futuro es una dimensión ontológica de la existencia presente. Y lo que ellos
quieren precisamente es distanciarse de esta interpretación, en favor de la historia
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La dialéctica entre el "ya" y cl "todavía no" sólo es posible cuando el "todavía no", en
su relación al presente, es algo cualitativamente distinto: la diferencia que hay entre lo
que está más allá del tiempo y el ahora. Donde desaparece el "más allá del tiempo"
desaparece también el "ahora", en cuanto es algo más que el punto transitorio de
conjunción entre el pasado y el futuro en la escala objetiva. Y con el presente se
desvanece también la realidad. No se puede expresar con categorías científicas ni
sociológicas lo que es el presente y la realidad. La ciencia conoce sólo pasado y futuro,
experimentos pasados y pronósticos. El ser en sentido de presente no es su objeto sino
su presupuesto. Una teología antimetafísica por principio, que busca determinar su
objeto sociológicamente, no puede ser consecuente sin destruirse como teología. De
aquí la ambigüedad que le queda a la teología política con respecto al objeto de la
esperanza.
El rechazo de la moral cristiana tradicional como mera moral privada tiene cierta
justificación histórica. Pero, en cierto sentido, no puede ser aceptado cromo objeción, ya
que no se puede sin más quitar de la interpretación del NT la primacía de la salvación
del alma propia por encima del cambio intramundano. Tampoco se puede interpretar la
moral cristiana como altruismo. El mandamiento principal del cristianismo no es la
unión con el prójimo sino el amor a Dios. Este primado tiene como consecuencia que yo
no soy ni más ni menos importante que los demás. Pero la ética social cristiana
tradicional ha adaptado excesivamente el "ama a tu prójimo como a ti mismo" al orden
social establecido. Evidentemente que detrás de esta actitud estaba el desconocimiento
de la mutabilidad de los órdenes sociales. Hoy, conscientes de ésta, es claro que nuestra
actitud cristiana ante el prójimo puede convertirse indirectamente en "política". Y en
este sentido la acción revolucionaria puede ser un modo de realizar el amor cristiano.
Pero con esto la revolución se encuentra tan lejos de ser tema específico de la teología
cristiana como lo están la alopatía y la homeopatía.
Tampoco la opción política es asunto de la teología cristiana, ya que esta opción incluye
una amplia gama de conjeturas sobre las consecuencias futuras de acciones presentes.
Martin Luther King fue, sin duda, un hombre que trató de manera ejemplar de utilizar la
política para practicar el mandamiento cristiano del amor. Pero el teólogo no puede
decidir si su opción fue políticamente la más indicada. Señalará, quizá, que el odio no es
cristiano, pero esto no es un argumento a priori en favor del movimiento de King, pues
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a veces un idealismo poco realista hace menos por extinguir el foco del odio de lo que
lograría la enemistad declarada. El mandamiento del amor cristiano no prohíbe la luc ha
contra los enemigos sino el odio hacia ellos.
La Iglesia medieval aprobó la guerra justa, pero no podía decidir si una guerra concreta
era justa o no, porque la guerra justa incluye, entre otras características, las perspectivas
de éxito. Y el éxito no es asunto de teólogos sino de políticos y militares. Los teólogos
pueden ayudar a despertar la buena voluntad y el amor, pueden decir además que el
amor cristiano debe hoy tener una dimensión política, pero en el momento de entrar en
esta dimensión hay que decirles, como se hacía ya en el siglo XVII: Silete theologi in
munere alieno.
Ya desde los primeros siglos del cristianismo se intentó encontrar cierta afinidad entre
la fe cristiana y algunas formas de la vida política. Así, por ejemplo, Eusebio y Orosio
unieron la "Pax Romana" de Augusto al monoteísmo cristiano.
Tesis tercera : Una política revolucionaria y su variante humanista necesitan tan poco
de una fundamentación teológica como otra política moderna cualquiera.
Con frecuencia, ante todo de parte protestante, se argumenta a partir de esta necesidad.
Escribe Moltmann: "La teología de la revolución no es una teología para obispos, sino
una teología laical, de los cristianos que sufren y luchan en el mundo". No entie ndo esta
distinción. No hay una política para políticos y otra para no políticos, como no hay una
física para físicos y otra para no físicos. La física es el estudio sistemático de un aspecto
de la realidad que es relevante para todos, aunque sólo unos pocos hombres - los físicos-
se ocupen profesionalmente de él. Del mismo modo hay un aspecto de la realidad,
relevante para todos, que es objeto de la teología. Quienes lo realizan son los fieles, y
los que se ocupan de su reflexión sistemática son los teólogos. No entiendo qué pueda
ser una teología para laicos.
La idea de esa teología nace de una injustificada pretensión de totalidad por parte de la
teología. Como la teología trata de Dios y Dios tiene que ver con todo, también la
teología tiene que ver con todo. Nuevamente se llega aquí a una falsa conclusión.
Nosotros no somos Dios y vemos la realidad bajo aspectos parciales que no adquieren
mayor claridad, aunque usemos unas gafas teológicas. Una teología del arte, del trabajo,
de la sexualidad, de la política, no añade nada a lo que podemos saber sin teología. Creo
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que el hablar mundano de Dios es un invento de los teólogos que quisieran hablar del
mundo pero se encuentran con que, por su profesión, deben hablar de Dios. Solucionan
el dilema diciendo que hablan de Dios cuando hablan del mundo. Un buen ejemplo es
Harvey Cox con "La Ciudad secular", donde hay buenas exposiciones sobre urbanismo
moderno y se dan una serie de sugerencias prácticas sobre la realización de la
solidaridad cristiana hoy, a la vez que se critica acertadamente la labor social
tradicional. Las sugerencias, en general, son plausibles, pero la teología que las adorna
nada añade a su plausibilidad. Cox habla sin embargo de la necesidad de una teología
del cambio social, para que los cristianos no estén ausentes de él. Lo que se esconde,
pues, detrás de esta teología política es un deseo de que los cristianos estén más
presentes en el acontecer humano. Es un deseo legítimo, para el cual, sin embargo, no
hace falta una teología nueva, sino sociología, a fin de entender y apreciar el rápido
cambio social. El uso de la teología con este fin es señal de que la secularización no ha
realizado aún su tarea necesaria. Metz, en su teología política, partía del principio de la
secularización que sanciona teológicamente la mundanidad del mundo. Pero esta
teología no ha sacado aún las consecuencias. ¿Qué clase de mundo mundano es aquel
en que los cristianos no pueden obrar políticamente sin una bendición teológica y
necesitan de una superestructura teológica en lugar de la sociología?
Harvey Cox opina que la doctrina luterana de los dos reinos se ha acreditado al impedir
que la Iglesia promueva cruzadas en favor de programas políticos, pero ha tenido
consecuencias conservadoras en lo político, al favorecer la autoridad constituida y
considerar los cambios como perjudiciales, mientras no se demuestre lo contrario. Creo
que la teología obraría bien si despertara una actitud de apertura sin prejuicios en favor
de las razones justas, en lugar de hacerlo en pro de lo existente o en pro del cambio en
cuanto tal.
Ahora bien: si la doctrina de los dos reinos prefirió la autoridad existente, obró
racionalmente, ya que la autoridad sólo puede cumplir su función si la presunción del
derecho está a su favor; a quien quiere cambiarla le corresponde traer argumentos para
ello. Que el deber de fundamentación esté de parte de quien desea el cambio es
condición de todo obrar humano razonable, aun de la estrategia revolucionaria. El
cambio político sólo se justifica cuando el nuevo orden vaya a ser mucho mejor que el
existente, pero el principio de que cualquier cambio posible es bueno, solamente vale en
el caso de que el estado de cosas existente sea el peor.
Tal vez a los católicos les resulte más fácil que a los protestantes el prescindir de una
teología política para fundamentar la acción política común. La tradición del derecho
natural les ofrece una doctrina ética no teológica; por otra parte y sobre todo, poseen
una comprensión más institucional de lo que es la comunidad. Al existir esta comunidad
como grupo sociológicamente determinable y constituido institucionalmente, no
necesitan siempre, para obrar como grupo, recurrir a los primeros principios teóricos
que fundamentan su existencia. Me parece que, según la mentalidad católica, bastaría,
para las acciones políticas o humanitarias colectivas, la misma teología que inspira la
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oración de un ermitaño del monte Athos. Cualquier otra teología se convertiría en una
superestructura ideológica.
Conclusión
Dios como futuro abierto del hombre o sentido de su existencia son frases bellas pero
huecas si no se concibe a este Dios igualmente como principio poderoso. Un Dios que
no es "alfa" tampoco puede ser "omega". Sólo un Dios que tenga que ver con el
universo puede salvarnos de la muerte, puesto que somos parte de la naturaleza. Si se
reduce el concepto cristiano de Dios a lo específicamente cristiano, se lo falsea. La
afirmación de que "Dios es amor", si no quiere ser tautológica, exige una
precomprensión de la palabra "Dios", a partir de la cual nos sorprende la nueva
comunicación de que Él es amor. Y esta precomprensión se refiere a Alguien que
necesita menos de los hombres de lo que éstos necesitan de Él.