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El Malentendido de la Verwerfung- Gabriel Belucci

Si hay una idea en la que todos los psicoanalistas coincidiríamos, es en adjudicar


a la obra de Freud un carácter fundante en nuestro campo. A partir de esa marca
inaugural, otros analistas fueron produciendo las propias. Así, esas otras marcas podría
decirse que releen las dejadas por Freud. En el caso de Lacan, tal relectura tuvo un
alcance excepcional, no sólo por el abanico de temas reexaminados, sino por mantener
siempre en su horizonte el discurso freudiano.
Un efecto de ello, alimentado acaso por el afán didáctico del medio universitario, es el
nada infrecuente solapamiento entre la conceptualidad freudiana y lo que adquiere, en
la reformulación de Lacan, valor de innovación. Se trata, pues, de un borramiento de los
cortes, que es preciso restituir.

Una de las más notorias superposiciones es la que hace coincidir


la forclusión lacaniana con su antecedente freudiano, la Verwerfung. Intentaré explicitar
lo que las separa.
Como hice notar en un ensayo que recientemente consagré a esta temática, Freud
nunca halló una solución que le resultara convincente acerca del mecanismo específico
de las psicosis1. Llegó, sí, a plantear como pregunta cuál sería el equivalente de la
represión en ese campo. De sus intentos de respuesta, resaltan la desestimación o
rechazo (Verwerfung) y la cancelación (Aufhebung). La elucidación teórica de estos
procedimientos no avanzó sin obstáculos. Si los ponemos en serie, surge un conjunto
de rasgos que es útil considerar.

El primero de ellos es que, a diferencia de lo que sucede con la represión, no tendría


lugar aquí la separación entre representación y monto de afecto. Esa separación,
recordémoslo, es la que sostiene el desplazamiento de la cantidad en la red de huellas
que constituye el inconsciente. La existencia de una cantidad desplazable es así
solidaria con la de la red misma. En el caso de la Verwerfung (o Aufhebung), Freud
insiste en que representación y monto de afecto son tratados como un bloque único.

Esto lleva, por ende, a un segundo aspecto del mecanismo psicótico, que es la ruptura
de la red de representaciones. En otras palabras, el topos del inconsciente resulta
desarticulado. Freud manifiesta esta conclusión en «La pérdida de realidad en la
neurosis y la psicosis» (1924) 2, indicando además que el delirio vendría a constituirse
como un parche precisamente en el lugar en el que se produjo la desgarradura de la
red.
Un tercer punto concierne al modo de retorno de lo rechazado o cancelado. Si lo
reprimido permanece inscripto en la red de huellas del inconsciente, retornará, en virtud
del desplazamiento de la cantidad, bajo la forma de distintos sustitutos legibles en ese
entramado, eminentemente discursivo. Lo rechazado o cancelado, por el contrario,
retornará sin ser localizable en una trama discursiva registrada como propia, lo que
Freud hace notar con la enigmática referencia a un «retorno desde afuera».

El presupuesto lógico de todo lo anterior es que, al igual que en la represión,


compareció ante el yo una representación que, en un segundo tiempo, sería erradicada.
Pues bien, no es éste el presupuesto que subyace al concepto lacaniano de forclusión.
En el vocabulario jurídico del que fue extraído, el término forclusión significa,
simplemente, que un derecho o facultad que no fue ejercido a su debido tiempo, ya no
puede ser ejercido. Lacan refirió este concepto a la Ley del Padre, dando a entender
que, o bien operó desde el comienzo, o bien ya no puede operar.

Se trata, en consecuencia, de una operación que Lacan sitúa como constitutiva de la


posición psicótica respecto de la estructura. Si buscásemos su homólogo del lado de
las neurosis, estaría más cerca de lo que Freud denominó Urverdrängung que de la
represión propiamente dicha3.
De estas consideraciones se desprende la necesidad de replantear algunas discusiones
que en las últimas décadas se han suscitado en el psicoanálisis freudo-lacaniano, como
la referida a la «forclusión parcial» o «microforclusión». Si la forclusión consiste en la no
entrada en funciones de ciertos términos, sería inapropiado plantear una forclusión
«parcial». Tampoco correspondería entender la forclusión como la recusación de un
término que en un primer momento se habría hecho presente, como sí está implícito en
el concepto de Verwerfung. Así, la forclusión no sería el concepto más feliz para pensar
la operatoria implícita en ciertas patologías del duelo, como la amentia de Meynert4,
aunque debería dilucidarse si estas presentaciones clínicas se inscriben en el campo
ordenado por la represión o en aquel otro cuyo fundamento es la forclusión de la Ley
paterna. Es por completo legítimo, también, el preguntarse sobre qué términos podría
recaer la forclusión, en consonancia con la interrogación del propio Lacan.

Todo indica, por otra parte, que el concepto de forclusión permite definir determinados
efectos estructurantes, pero que no resuelve todas las cuestiones relativas al
funcionamiento de la defensa en las psicosis. Entre otros puntos interesantes, queda
pendiente una revisión del problema de la proyección. Si es cierto que ésta no da
cuenta de la diferencia entre neurosis y psicosis, no es menos cierto que la
caracterización clínica de la proyección paranoica, tal como Freud la desarrolló desde
sus primeros trabajos, se ajusta a un modo de funcionamiento constatable, y que
conlleva, además, la marca constitutiva de las psicosis, por cuanto se rompe allí la
composición dialéctica que haría posible el lazo con los otros 5.

Se hace sentir aquí la importancia de un suplemento a la teoría de la defensa. Tal


suplemento debería, a la vez, conservar la referencia a una operatoria estructurante y a
un abanico de procedimientos que den cuenta de la diversidad de los hechos clínicos. Y
ello sin olvidar la peculiar singularidad de las soluciones que cada psicótico pone en
obra, en ausencia de una Ley que anude a las mismas el único universal disponible: el
Padre. Avanzamos, en consecuencia, hacia la escritura de series clínicas y lógicas que
nos permitan cernir esas soluciones, y es ése, tal vez, el más promisorio horizonte de
esta práctica, en la que, después de Lacan, nos empeñamos en no retroceder.

________________
1. Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires,
2009, cap. 3.

2. Cf. FREUD, S., «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis». En: Obras
Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XIX.

3. No obstante, hay que reconocer que el alcance de este término no es siempre el


mismo, ni en el propio Freud ni en la relectura de Lacan. En ciertos contextos parece
acercarse más a un procedimiento específico del campo de las neurosis, mientras que
en otros parece nombrar un efecto de la entrada al lenguaje, independientemente de la
posición específica (neurótica, psicótica o perversa) que alguien tenga.

4. Recordemos que lo que desencadena este estado, caracterizado como una psicosis
aguda de tipo oniroide, es el carácter absolutamente insoportable que reviste una
pérdida.

5. En la llamada «proyección normal» se establece un circuito de doble vía, en virtud


del cual lo atribuido al otro puede retornar, en un segundo tiempo, como una pregunta
por la localización de ese pensamiento o actitud en el propio yo o en el otro. La
proyección paranoica presupone la ruptura de este circuito y, así, la atribución de
pensamientos o actitudes al otro con plena certeza. Cf. BELUCCI, G., Psicosis: de la
estructura al tratamiento, Letra Viva, Buenos Aires, 2009, cap. 1.

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