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Antes de recorrer los aportes conceptuales de cada texto, resulta importante ubicar
algunas referencias de los autores.
Otra diferencia sustancial que recorre el texto es la existente entre los tratamientos
analíticos y las psicoterapias.
Mientras que el psicoanálisis no instituye una relación de asistencia, las psicoterapias
son: fenoménicas en la captación del síntoma, piensan al sujeto como unidad, basan
su eficacia en la resolución del síntoma, responden a la demanda del paciente, el
terapeuta tiene una posición pedagógica.
(los invito a recorrer detalladamente estas diferencias en el texto).
Hacia el final del apartado, el autor afirma que el modelo de intervención analítica no
tiene por qué ser diferente al que se realiza en la práctica privada, ya que los sujetos
para el analista no son diferentes porque pertenezcan a
niveles sociales diferentes.
Como conclusión y para reflexionar acerca del aporte que los analistas generan en las
instituciones dirá que, el manejo que los analistas realicen de la transferencia y el
modo de relación diferente hacia los pacientes, será lo que repercuta en el
conjunto de la institución y posee en sí un valor crítico sobre los vínculos que la
institución propone.
En este sentido afirma que un psicoanalista que pretenda trabajar con sectores
sociales empobrecidos habrá de operar sobre el tríptico salud mental/ética/derechos
humanos.
Ulloa refiere de forma lúcida, como este tipo de encierros van más allá del manicomio
y tienen inicio en la familia, la escuela, el trabajo, las relaciones políticas,
extendiéndose hacia una práctica político administrativa que ubica los dos lugares
clásicos de marginadores y marginados.
Siguiendo esta idea nombrará como encerrona trágica, a la situación sin salida, en
tanto no se rompa el cerco de los dos lugares, por el accionar de un tercero que habrá
de representar lo justo. El paradigma de esta encerrona es la mesa de torturas, figura
que surge en el recorrido que el autor tiene acerca de su trabajo en DDHH.
Afirma que siendo el psicoanálisis una disciplina idónea para abordar la subjetividad, lo
es más aún justamente donde el sujeto esta en emergencia.
Nos advierte también de las consecuencias que la renovada actividad pensante pueda
tener perturbando el orden establecido, siendo éste un profundo desafío.
Refiere que esta relación dependió en gran medida de la mayor o menor tolerancia de
los médicos a un saber que excede el discurso en que se sostienen.
El autor también ubica la práctica analítica en los hospitales más allá del encuadre,
definiendo al analista por el poder ocupar un lugar que permita interrogar el saber del
Otro, causando su palabra.
La pregunta que sostiene es ¿qué hacer con aquellos pacientes que consultan en el
hospital y que no se presentan como síntoma neurótico?
No todos llegan con una pregunta, aparecen problemas de carácter, adicciones,
inhibiciones, etc., llegan con un padecer que no les hace pregunta.
Afirma que al hospital llega aquello de la sociedad que no anda bien, que no funciona,
el resto, y sostiene que al analista que decida atender allí será porque le interesa
interrogar esos restos, eso lo causa, así como a Freud lo causó interrogar el síntoma
histérico.
(Los invito a recorrer con atención el ejemplo que brinda el autor sobre un chico en el
Hospital de Día del Ameghino, dónde ilustra la intervención psicoanalítica en el caso).
Zuberman concluye tomando las palabras de Héctor Braun que: “no se trata ya de
discutir si hay o no psicoanálisis en el Hospital, sino de discutir la práctica de
los analistas que deciden sostenerla en ese preciso lugar”.
Los invitamos a partir de esta clase, a reflexionar acerca de las prácticas del
Psicoanálisis en las instituciones, de una ética como profesionales de la salud,
enmarcados en el ejercicio de la profesión y en consonancia con los DDHH,
entendiendo que trabajar en pos del sujeto, es un aporte a la construcción de
ciudadanía y en favor de la accesibilidad al derecho a la salud.