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Práctico 9-B: Clínica en las instituciones de Salud Mental

Bibliógrafaía: Galende, E. (1990). Psicoanálisis y Salud Mental. Para una crítica de


la razón psiquiátrica. [Capítulo 6: Los tratamientos analíticos en las instituciones. pp.
263-272]. Buenos Aires: Paidós. -Ulloa, F. O. (1995). Novela clínica psicoanalítica.
[Tercera parte. Capítulo V. pp.231-256]. Buenos Aires: Paidós. -Zuberman, J. (2002).
Psicoanálisis y hospital. Buenos Aires: Facultad de Psicología. Ficha CEP.

En esta clase abordaremos 3 textos cuyos autores son referentes a la hora de


reflexionar tanto en la relación Psicoanálisis/Instituciones de Salud Mental como para
pensar la práctica del Psicoanálisis en los Hospitales.

Antes de recorrer los aportes conceptuales de cada texto, resulta importante ubicar
algunas referencias de los autores.

Emiliano Galende, médico, psicoanalista, docente e investigador, referente de la


salud mental comunitaria, cuya posición luego de más de 50 años dedicado a dicha
temática es la de un psicoanalista sanitarista, según su propia definición.

Fernando Ulloa, médico, psicoanalista, compañero y discípulo de Pichón Riviére,


mentor de la paradigmática “experiencia Rosario”, creador del análisis institucional en
nuestro país desde una vertiente clínica y elaborador de técnicas para fomentar el
pensamiento crítico en lo que llamo la “numerosidad social”.
Su práctica recorrió un profundo compromiso con los Derechos Humanos (DDHH).

José Zuberman médico, psiconalista, dedicado a la práctica clínica hospitalaria y la


transmisión del Psicoanálisis, con la férrea convicción de que no sólo se trata de una
práctica posible sino que el aporte es bidireccional del Psicoanálisis a las instituciones
(ampliando el campo de intervención más allá de los límites del sanitarismo y la
medicación) y de las instituciones al Psicoanálisis (requiriendo de la interrogación
permanente de la técnica, los conceptos y la posición del analista).

En Psicoanálisis y Salud Mental, la preocupación que recorre a Galende es el hecho


de estar advertido de la dimensión política de la práctica en el campo de lo social en
las instituciones de Salud Menta.
Su libro hace alusión de manera permanente a los dispositivos de poder/saber que se
entraman en los múltiples discursos que atraviesan las prácticas institucionales y en
las instituciones, así también en el juego del par instituído/instituyente, ocupando el
lugar hegemónico el discurso médico (de allí el título “Para una crítica de la razón
psiquiátrica”).

Galende esquematiza tres tipos de intervenciones:


# las prácticas de tratamientos analíticos en las instituciones de salud mental.
# las prácticas centradas en el análisis de la institución.
# la intervención del psicoanálisis en la prevención y promoción de la salud.
En uno de los apartados del capítulo n° 6, va a desarrollar específicamente: Los
tratamientos analíticos en las instituciones.

La primera distinción significativa que realiza es entre un tratamiento analítico y


ciertas intervenciones analíticas que se basan en su método y producen efectos sin
constituir un tratamiento, estas últimas son altamente frecuentes en las instituciones y
aclara que deben responder a la función interrogativa del método y guardar relación
exclusiva a la palabra.

Otra diferencia sustancial que recorre el texto es la existente entre los tratamientos
analíticos y las psicoterapias.
Mientras que el psicoanálisis no instituye una relación de asistencia, las psicoterapias
son: fenoménicas en la captación del síntoma, piensan al sujeto como unidad, basan
su eficacia en la resolución del síntoma, responden a la demanda del paciente, el
terapeuta tiene una posición pedagógica.
(los invito a recorrer detalladamente estas diferencias en el texto).

Galende se pregunta ¿qué agrega la institución psiquiátrica a estos


tratamientos?.
Y responde: “… la institución agrega a estos tratamientos, la presencia de la
institución en la transferencia”.
Describe esta transferencia como previa a la transferencia analítica propiamente dicha
y que suele permanecer como obstáculo, telón de fondo, de todo tratamiento en las
instituciones, con frecuencia como un aspecto no analizable.
Refiere también que dicha transferencia está configurada por la relación regresiva que
el paciente mantiene con la institución médico asistencial y suele expresarse bajo
formas de sometimiento como de exigencias despóticas de cuidados y atenciones.

Aclara que la transferencia a la institución busca repetir de modo compulsivo el vínculo


simbiótico materno, sostenido en el yo ideal.
De este modo la exigencia del paciente de ser atendido y curado en su condición de
enfermo, aplasta las singularidades de su historia personal. En este sentido tanto la
institución como la transferencia del sujeto se constituyen en resistencia, ya que el
análisis requiere del despliegue de una singularidad plena.

Dirá también que el psicoanalista no está exento de su propia identificación con la


institución y de establecer aquello que Freud denominó “transferencia recíproca”.
Explica que con frecuencia los analistas depositan en la institución sus propias
demandas regresivas de protección, seguridad y cuidados.

Sugiere en torno a este tema, el poder abrir en el espacio clínico mismo un


interrogante sobre la institución para poder tomarla como síntoma, tanto en el paciente
como en el terapeuta e incluso en el personal no asistencia.

En cuanto al encuadre, Galende planeta que no sería lo esencial el pago al analista, el


número de sesiones, la disponibilidad del ligar, el uso del diván, horarios, etc..sí lo
serán la privacidad, la singularidad de cada análisis, la elección mutua del analista y el
paciente.

Hacia el final del apartado, el autor afirma que el modelo de intervención analítica no
tiene por qué ser diferente al que se realiza en la práctica privada, ya que los sujetos
para el analista no son diferentes porque pertenezcan a
niveles sociales diferentes.

Como conclusión y para reflexionar acerca del aporte que los analistas generan en las
instituciones dirá que, el manejo que los analistas realicen de la transferencia y el
modo de relación diferente hacia los pacientes, será lo que repercuta en el
conjunto de la institución y posee en sí un valor crítico sobre los vínculos que la
institución propone.

En el capítulo 5, del libro Novela clínica psicoanalítica: La difícil relación del


psicoanálisis con la no menos difícil circunstancia de la salud mental, Ulloa plantea de
modo axiomático que un analista comprometido en una práctica social, es una
persona no neutralizada en su condición política, como un aspecto constitutivo
de su subjetividad.

En este sentido afirma que un psicoanalista que pretenda trabajar con sectores
sociales empobrecidos habrá de operar sobre el tríptico salud mental/ética/derechos
humanos.

Se encarga de aclarar que de ningún modo se deberá tratar de un psicoanálisis de la


pobreza, que implicaría una psicologización totalmente ilegítima de la marginación,
sino del psicoanálisis en la pobreza.

En este capítulo Ulloa propone la noción de mortificación como una producción


cultural, ligada al efecto de lo mortecino, la falta de fuerza, el agobio corporal y lo
asocial al cuadro de la neurastenia.
Sostiene que una vez instalada la mortificación el sujeto se encontrará coartado, al
borde de la supresión como individuo pensante, condiciones que disminuyen y en
situaciones anulan el accionar crítico y el de la autocrítica.

Contrasta la figura de la mortificación con otra fundamental en el desarrollo cultural


humano como la “institución de la ternura”.

El autor polariza las ideas de tratamiento proveniente de “buen trato” en contraste al


paradigma del maltrato, ubicando en este último determinadas prácticas manicomiales
(que van más allá de la institución psiquiátrica), estandarizaciones y etiquetamientos.

Ulloa refiere de forma lúcida, como este tipo de encierros van más allá del manicomio
y tienen inicio en la familia, la escuela, el trabajo, las relaciones políticas,
extendiéndose hacia una práctica político administrativa que ubica los dos lugares
clásicos de marginadores y marginados.
Siguiendo esta idea nombrará como encerrona trágica, a la situación sin salida, en
tanto no se rompa el cerco de los dos lugares, por el accionar de un tercero que habrá
de representar lo justo. El paradigma de esta encerrona es la mesa de torturas, figura
que surge en el recorrido que el autor tiene acerca de su trabajo en DDHH.

Conceptualiza la noción de síndrome de violentación institucional (SVI), para


explicar cuando la cultura institucional se hace arbitraria, más allá de las normas de
funcionamiento acordadas y concensuadas, tomando diferentes niveles de gravedad y
afectando la modalidad y el sentido del trabajo, degradando a funcionarios
síntomáticos a los operadores institucionales, empobreciéndolos y alienándolos, con
efectos significativos tanto en lo psíquico como el lo físico.

(Ver como ejemplo la descripción sobre los jóvenes residentes de Medicina y


Psicología).

Para concluir, Ulloa ubicará como objetivo perentorio entonces el romper la


anestesiada ideología manicomial y dirá que es precisamente aquí, donde el
psicoanálisis tendrá un lugar privilegiado.

Afirma que siendo el psicoanálisis una disciplina idónea para abordar la subjetividad, lo
es más aún justamente donde el sujeto esta en emergencia.
Nos advierte también de las consecuencias que la renovada actividad pensante pueda
tener perturbando el orden establecido, siendo éste un profundo desafío.

En consonancia con los textos anteriores en el articulo Psicoanálisis y Hospital,


Zuberman, historiza cómo se fue dando la relación entre los psicoanalistas y la
institución hospitalaria desde las tempranas experiencias de Enrique Pichón Riviere,
en las décadas del 60 y 70, ubicando como consecuencia de las mismas el
surgimiento de un diálogo intenso que produjo consecuencias tanto para el
Psicoanálisis como para el Hospital.

Refiere que esta relación dependió en gran medida de la mayor o menor tolerancia de
los médicos a un saber que excede el discurso en que se sostienen.

El autor también ubica la práctica analítica en los hospitales más allá del encuadre,
definiendo al analista por el poder ocupar un lugar que permita interrogar el saber del
Otro, causando su palabra.

La pregunta que sostiene es ¿qué hacer con aquellos pacientes que consultan en el
hospital y que no se presentan como síntoma neurótico?
No todos llegan con una pregunta, aparecen problemas de carácter, adicciones,
inhibiciones, etc., llegan con un padecer que no les hace pregunta.

Afirma que al hospital llega aquello de la sociedad que no anda bien, que no funciona,
el resto, y sostiene que al analista que decida atender allí será porque le interesa
interrogar esos restos, eso lo causa, así como a Freud lo causó interrogar el síntoma
histérico.
(Los invito a recorrer con atención el ejemplo que brinda el autor sobre un chico en el
Hospital de Día del Ameghino, dónde ilustra la intervención psicoanalítica en el caso).

Zuberman concluye tomando las palabras de Héctor Braun que: “no se trata ya de
discutir si hay o no psicoanálisis en el Hospital, sino de discutir la práctica de
los analistas que deciden sostenerla en ese preciso lugar”.

Los invitamos a partir de esta clase, a reflexionar acerca de las prácticas del
Psicoanálisis en las instituciones, de una ética como profesionales de la salud,
enmarcados en el ejercicio de la profesión y en consonancia con los DDHH,
entendiendo que trabajar en pos del sujeto, es un aporte a la construcción de
ciudadanía y en favor de la accesibilidad al derecho a la salud.

Les propongo algunas lecturas relacionadas al tema de esta clase:

Entrevista a Valentín Barenblit.


www.temasdepsicoanalisis.org › 2016/02/04

Por Residencia Hospital “Braulio A. Moyano” (29/09/2014). Lo que usted siempre quiso


saber del psicoanálisis en el hospital y jamás se animó a preguntar.
www.elsigma.com 

Delgado Osvaldo (2017). Psicoanálisis, Salud mental y Derechos Humanos.


www.elsigma.com 

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