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Ángeles Martín (Ed.

EL OFICIO QUE HABITAMOS


Testimonios y reflexiones de
terapeutas gestálticas

Desclée De Brouwer

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Ilustraciones de Emilio Blázquez
© Ángeles Martín, Ada Lopez Alonso, Annie Chevreux, Carmen Gascon Quintana, Cristina Nadal, Graciela
Andaluz Faraone, Macarena Diuana, Monserrat Mendicute Gorosabel, Patricia Alíu Navarro, Sandra Elisa
Isella Perotti, Sara Fernández Wolf, 2012

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2012


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ISBN: 978-84-330-3606-3

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Todas las que hemos escrito este libro agradecemos de todo corazón las
enseñanzas recibidas de nuestros maestros/as, de nuestros alumnos/as y de
nuestros/as pacientes. A todos ellos, nuestra gratitud.
Las autoras

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Introducción
Ángeles Martín

Cuando en 1997 me dieron la oportunidad de tomar parte en una mesa redonda para
conmemorar el XV aniversario de la creación de la AETG (Asociación Española de
Terapia Gestalt), que se celebraba en Zaragoza y cuyo título era «Mujeres y gestalt»,
recordé otra de cinco años antes, en otras Jornadas de la AETG, esta vez en Madrid,
donde nos reunieron a varias mujeres que estábamos en la gestalt desde hacía muchos
años. En esa mesa intervinimos Ada López, Gloria Penella (muy querida por mí porque
durante años perteneció a nuestro grupo de autogestión supervisado por Adriana Schnake
y desgraciadamente ya fallecida), Asunta Hormaechea, Mercedes Velasco, Ángeles
Adechederra y yo.
En este primer evento había muchas mujeres jóvenes interesadas en este movimiento
humanista que tan cercano está a lo organísmico, a lo existencial y a lo fenomenológico
del ser humano, lo que le convierte en una de las mejores herramientas para la
comprensión, el desarrollo y crecimiento del ser humano en todas sus facetas.
Llamaba la atención en aquel momento de inicio de la gestalt que el aforo fuera de 60-70
personas (la sala estaba a rebosar). Y también que solo había cuatro o cinco hombres,
como si ellos no hubieran sido invitados o no fuera de su interés lo que teníamos que
decir nosotras.
Tanto el contenido como el debate fueron intensos, y recuerdo de forma especial que la
mayoría de las preguntas o afirmaciones durante una buena parte del tiempo fueron
hechas por esos hombres. A las mujeres les llevó su tiempo intervenir y dar su opinión o
hacer preguntas. También es de resaltar que algunos de esos cuatro o cinco hombres
parecían estar allí más para competir que para compartir.
En todo caso, la mesa fue todo un éxito, y de aquel primer encuentro surgió un grupo de
autogestión de mujeres (aunque nunca estuvo cerrado a los hombres) para hablar,
debatir, estudiar e intentar dar mayor contenido conceptual a los cursos y también como
una forma de compartir lecturas, pensamientos y enriquecernos entre nosotras. Ese

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grupo tuvo una duración de algunos años y después poco a poco se fue disolviendo, pero
su recuerdo seguirá vigente.
Desde entonces yo venía fraguando la idea de publicar un libro escrito por mujeres
gestaltistas que tuvimos la suerte de vivir tiempos y años muy importantes y decisivos
(entre ellos, mayo del 68). Estas vivencias nos permitieron promover cambios y estar en
lugares donde poder influir con nuestras ideas y nuestras formas de relacionarnos con el
mundo (pacientes, alumnos, compañeros, amigos, parejas) y sobre todo entre hombres y
mujeres, que es el tema del que va mi artículo y con el que quiero movilizar las
conciencias y la camaradería para intentar construir una sociedad mejor.
Volviendo a ese momento y conectándolo con el actual, se me ocurrió rebuscar en mis
archivos y sacar lo que escribí para aquella ocasión, pero no lo encontré. Sí recuerdo que
hablamos de terapia gestalt, sus principios y nuestra andadura durante todos aquellos
años.
Mi encuentro con la gestalt fue fenomenológico. Y si la corriente fenomenológica se
caracteriza por un estilo de filosofar a base de describir las vivencias, lo propio de aquel
encuentro y de este, es describir mis vivencias y las de mis colegas.
La gestalt nos ha enseñado que las necesidades no son muchas y los deseos sí.
Demasiado a menudo, estos rebasan a aquellas hasta unos límites que nos pueden hacer
sentir desgraciados si no se satisfacen. Y gran parte de la frustración humana es
ocasionada por confundir los deseos con las necesidades. Los medios de comunicación
han contribuido a esta confusión. Y una de las grandes tareas de los terapeutas es lograr
que el paciente distinga ambos, para poder rebajar su nivel de ansiedad cuando se
empeña en realizar deseos, sin discriminar los sanos y los neuróticos, cuándo son
desmedidos, inalcanzables o inadecuados. Esto no quiere decir que el ser humano tiene
que renunciar a los deseos, nada más lejos, pues tanto estos como las necesidades son
los dos grandes motores que le impulsan a ponerse en marcha, a buscar nuevos
horizontes y nuevas experiencias que lo enriquezcan y lo hagan crecer y traspasar sus
propias fronteras e ir al encuentro de nuevas sendas y nuevos encuentros consigo
mismo/a y con el mundo. Solo dos excepciones a estas disquisiciones anteriores: el
respeto al otro y «mi libertad termina donde empieza la del otro y viceversa».
Una pregunta que se hace a menudo entre los formadores de este enfoque es: ¿por qué
atrae a más mujeres que hombres? La respuesta vuelve a ser la misma que aparece en mi
artículo. El psicoanálisis o el enfoque cognitivo-conductual, que son eminentemente
intelectuales, argumentales y que tratan de entender y elaborar el mundo mental del

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paciente, están más cercanos al rol masculino; en cambio, la gestalt, que se ocupa más de
las emociones, de los sentimientos, de las sensaciones, de los afectos, etc. y de todo ese
mundo está más relacionada con el mundo de lo femenino.
Es evidente que las mujeres hablan más de sus sentimientos, de lo que les sucede
interiormente, de sus frustraciones afectivas, etc. En cambio los hombres son más
proclives a hablar de política, de fútbol, de economía, del trabajo. Los hombres no
suelen hablar con otros hombres de sus sentimientos. Cuando hablan de las mujeres lo
hacen desde el punto de vista del sexo, de que no las entienden o de temas en los que las
descalifican. Los últimos estudios sobre hombres y mujeres en cuanto al sexo, dan como
resultado que los hombres piensan el doble de veces al día en el sexo que las mujeres. Y
que las mujeres piensan en el sexo muy a menudo asociándolo con sentimientos. De
momento, así están las cosas. Lo que sí puedo decir es que a lo largo de mi vida he visto
muchos cambios en muchos hombres. Todavía hay muchas mujeres-madres que se
empeñan en educar y criar hijos varones mimados, apegados a ellas y castrados en el
sentido de muy dependientes e incapaces de vivir solos, necesitando de ser cuidados por
otras mujeres; en el otro extremo están los hombres contradependientes, los aislados y
los temerosos.
En este libro hemos tratado de describir algunos aspectos de nuestro quehacer
profesional y también hemos hablado un poco de nuestra forma de estar en la vida, ya
que, para casi todas, la vida y la profesión han sido inseparables, por esa cualidad que
tiene la gestalt de ser un estilo de vida acorde con nuestras necesidades y nuestro estar en
el mundo.
En el primer artículo, «Aspectos fundamentales de la psicología humanista», trato de
ubicar cómo se inserta la gestalt en la psicología humanista, considerada la tercera
corriente, después del conductismo y el psicoanálisis, y destaco aquellos principios
fundamentales que comparte con ella.
En «Reflexiones profesionales: relatos de una terapeuta», Monse narra su desarrollo
profesional, marcando sus hitos importantes, de modo autobiográfico, entrecruzando las
vicisitudes de la femineidad con los momentos especiales de su carrera y de su desarrollo
profesional. Al final describe un caso clínico de una paciente en terapia y su encuentro
con los logros y el éxito, resaltando cómo se trabajan en gestalt las distintas caras de los
conflictos y cómo repercute en el psiquismo femenino la experiencia del logro, tanto
personal como profesional.
En «Las claves de una gestaltista ocultas en dos cuentos infantiles», Sara cuenta con

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precisión su trabajo como terapeuta a través de la influencia que han ejercido en su
práctica dos cuentos infantiles, Peter Pan y Mary Poppins, describiendo los procesos
que se desarrollan en sus pacientes niños y en sus familias de origen: los lugares que se
ocupan, las idealizaciones, la fantasía y la integración de la realidad, a través de distintos
modos de encontrarse padres e hijos.
En «Terapia de pareja: comunicación y responsabilidad», vuelvo para plantear el tema de
la pareja y los caminos que busca abrir en esta área la psicoterapia, y con una detallada
exposición de las coordenadas planteadas por lo psicosocial voy dando paso a una
descripción fenomenológica sobre los roles masculinos y femeninos y sus repercusiones
en la relación, a la luz de los condicionamientos originados por la educación, tanto social
como familiar, y su influencia en el modo de concebirse cada uno junto al otro.
En «Fatiga por compasión: una perspectiva del vínculo», Ada nos presenta el tema del
conocido síndrome del quemado o bournot, que afecta a los trabajadores de la salud o a
quienes se dedican a cuidar a otros, la importancia de considerar la vulnerabilidad de los
terapeutas y la necesidad de tratarse para prevenirlo.
En «Experiencia de psicoterapia gestalt de una terapeuta inmigrante con mujeres
inmigrantes», Macarena nos habla desde el punto de vista de la terapeuta que además ha
vivido la experiencia de emigrar, de las mujeres con las que ha trabajado en forma grupal
o individual y que desde distintas culturas y orígenes emprenden en algún momento el
viaje hacia una tierra que las acoge y donde desembarcan sus anhelos, esperanzas y
sueños, junto al intento de compaginar lo nuevo con las raíces.
En «Lo importante de la actitud en el terapeuta gestalt», luego de describir las
enseñanzas de aquellos maestros que de un modo u otro nos influyeron, a quienes
admiramos o también cuestionamos, Patricia va buscando en ellos y en su propia
experiencia pistas sobre una actitud gestáltica no sólo como herramienta de terapia sino
como forma de vida.
En «Psicoterapia en la era de la modernidad», Carmen aborda las distintas vicisitudes de
la época que nos toca vivir, definida como postmodernidad, y su fenomenología propia;
la diversidad, la intolerancia, la necesidad de convivir en paz, el papel de la ética y el
valor de la cultura, y la incertidumbre, son entre otros algunos de los tópicos sobre los
que con elegancia nos invita a reflexionar.
En «El vacío y el amor», Cristina nos habla del vacío y su relación con el amor y
describe con precisión cómo se interrelacionan, en una danza que deja al descubierto
motivaciones y encrucijadas que evidencian el modo en que se presentan a lo largo de

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distintos momentos de nuestra experiencia vital.
En «La demanda femenina en psicoterapia: una mirada gestáltica», Sandra rescata
aspectos comunes en la demanda de ayuda de las mujeres que acuden a psicoterapia, con
la finalidad de reflexionar acerca de sus características, sus formas habituales de
presentación y sus posibles transformaciones en el curso del tratamiento.
En «Apuntes que voy tomando en el camino. Experiencias de mi vida personal y
profesional», en el contexto de la crisis actual, Graciela examina su experiencia personal
y profesional en este momento, trazando los caminos que la llevaron a su encuentro con
la gestalt, la influencia que supuso en su desarrollo y su trabajo, hasta el momento actual,
en que comparte todo lo que ha aprendido con quienes le rodean, sus alumnos y sus
pacientes.
Y para terminar, en «Tiempos de cosecha», a través de una metáfora certera, Annie,
cercana a la edad en que la gente se plantea habitualmente jubilarse, reflexiona sobre el
significado que tiene para ella este viejo oficio de terapeuta y se centra en aquellos
aspectos que le impulsan con vitalidad a seguir practicándolo.
Espero que este libro os guste y que sea el germen para que los propios lectores
comiencen a pensar que ellos también pueden aportar sus experiencias al mundo.
Y por último y no por ello menos importante, nuestro agradecimiento a Emilio Blázquez
por sus viñetas para hacer más amenos y comprensibles los textos.
Ángeles Martín
Madrid, 12 de enero de 2012

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Aspectos fundamentales de la psicología
humanista
Ángeles Martín

En primer lugar tendríamos que distinguir entre psicología humanista y psicoterapias


humanistas.
Se denominan terapias humanistas a todos aquellos enfoques que están de acuerdo con
los principios fundamentales de la psicología humanista.

PSICOLOGÍA HUMANISTA

La psicología humanista, también conocida como «la tercera fuerza», nace en


contraposición y como alternativa al conductismo y al psicoanálisis, enfoques a los que
considera deshumanizados, reduccionistas, deterministas y mecanicistas.
Aparece a finales de los años cincuenta y su mayor desarrollo lo alcanza en los años
sesenta del siglo XX.
Surge como reacción al desencanto y a la insatisfacción social tras la Segunda Guerra
Mundial, momento de valores cambiantes y en el que el mundo aparece como un lugar
inseguro e inestable.
También tiene su origen en la filosofía humanista, como el existencialismo y la
fenomenología europeos, cuyos representantes, Merleau Ponty, Binswangger, Heidegger,
Kierkegaard, Husserl, serán los precursores de la psicología humanista en EE.UU. De
hecho, autores como Maslow y Rogers reconocen la influencia que tuvieron sobre ellos
estas corrientes filosóficas europeas.
La psicología humanista presenta una gran variedad de ideas, de acuerdo a sus
principales propulsores: William James, Abraham Maslow, Carl Rogers, Binswangger,
Rollo May, Victor Frankl, Eric Fromm, Ronald Laing, David Cooper y otros.
Se considera más un movimiento que una escuela o enfoque terapéutico. Y lo que más

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destaca es la actitud y la forma de ver al ser humano, al que concibe como centro de su
conocimiento.
No obstante, casi todos los psicólogos humanistas coinciden en una serie de principios,
tales como:
1. El ser humano es más que la suma de las partes, por tanto, estudiarlo o tratar de
entenderlo de forma fragmentada no nos lleva más que a verlo fuera de su centro y
de su contexto socio-cultural.
2. Derivado de este primer principio está el valor fundamental que se da a la
existencia humana instalada en un contexto social. El ser humano no vive
aislado, sino que su existencia se desarrolla dentro de un espacio social, con sus
normas y sus características peculiares, y todo eso le da una gran riqueza de
conocimientos, experiencias y acciones.
3. El ser humano tiene una intención en sus elecciones, en sus experiencias, en su
creatividad y en su capacidad para comprender los significados. A partir de la
intencionalidad es que el hombre construye su identidad.
4. Es libre para elegir y rechazar a la hora de hacer sus elecciones. Este postulado
le devuelve la libertad que el psicoanálisis y el conductismo, en gran medida, le
habían negado.
Además de estos principios, los integrantes del movimiento humanista tienen en común
una serie de características que comparten, como son:
5. Dar una gran importancia a centrarse en la persona, en sus experiencias y en el
significado que les da ella misma, en lugar de que sea el terapeuta el que las
interprete.
6. La presencia del terapeuta en este nuevo modelo es de una gran importancia.
Es una relación que tiende a la horizontalidad. Ya no es el terapeuta el que sabe todo
y el paciente o cliente quien no sabe nada de lo que le pasa. Y la relación en sí
misma, unida a la aceptación, es sanadora.
7. Valoración de lo subjetivo sobre lo objetivo. El sujeto tiene unas experiencias y
unas vivencias que son valoradas en sí mismas.
8. Pone un gran énfasis en resaltar las características específicamente humanas,
como la capacidad de decidir, de crear, de crecer, de auto-realizarse, etc.
9. Importancia del compromiso en las relaciones y sus consecuencias, derivado del
existencialismo. Es fundamental tener en cuenta cómo se ve a sí misma la persona y
cómo se experimenta con el resto de las personas y de los grupos a los que
pertenece.

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10. El encuentro entre terapeuta y cliente se concibe como libre de prejuicios,
como propuso Binswangger, producto de la fenomenología.

LA TERAPIA GESTALT Y LA PSICOLOGÍA HUMANISTA

La terapia gestalt está enmarcada dentro de la psicología humanista, también llamada


«tercera fuerza» (las otras dos –como ya dijimos anteriormente– son el psicoanálisis y el
conductismo).
La terapia gestalt comparte con la psicología humanista varios principios, tales como:
1. El aquí y el ahora de la experiencia. Es vivir el presente lo que nos pone en la
experiencia real y vital a cada ser humano y es en él donde tenemos las posibilidades
de cambiar nuestras conductas.
2. El darse cuenta o awareness. No es el terapeuta el que tiene que interpretar la
conducta del cliente, sino el paciente el que se debe dar cuenta de lo que hace, deja
de hacer, siente y experimenta en cada momento. Este es un trabajo fundamental en
la terapia gestalt: el darse cuenta.
3. La responsabilidad, como capacidad de responder a los desafíos de la vida y
hacerse responsable de las consecuencias. Este punto es muy importante, porque
pone el poder en el paciente para hacer o no hacer, para elegir o desechar; le da la
libertad de hacer con su vida lo mejor que pueda.
4. La terapia gestalt comparte con la psicología humanista el principio de la
autorrealización que propone Maslow en su pirámide de necesidades. En este
sentido, el ser humano dispone de recursos para alcanzar un desarrollo hasta donde
sus posibilidades y entorno le permitan.
5. El pensamiento fenomenológico y existencial, que describí más arriba.
Relacionado con la aceptación de lo que hay y la libertad de elección.
6. La capacidad que tiene todo ser humano de autorregularse y autorrealizarse.
7. El ser humano es más que la suma de sus partes. La fragmentación resta, en
cambio la totalidad es integradora, global y esencialmente enriquecedora.

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Reflexiones profesionales. Relatos de una
terapeuta
Monse Mendicute

Mi aprendizaje y crecimiento profesional como terapeuta han ido a la par que el


desarrollo y completitud de las diferentes personas a las que he acompañado en su
proceso de sanar y con las que he realizado este camino. La mayoría de ellas han sido
mujeres, y me siento muy satisfecha al haber contribuido, unas veces como partera, otras
como madre sustituta o como hermana mayor, en sus procesos de transformación hacia
la salud y el afloramiento de sus aspectos femeninos, para ser completados y así disfrutar
de ellos de una manera más sana y fecunda.
Quizás sea mi maternidad sublimada en la profesión la que me produzca este placer –
como una madre que ayuda a sus hijas a sortear los escollos para vivir de un modo más
satisfactorio–, influencia que ha revertido en mi propio desarrollo personal y profesional.
La femineidad y su disfrute están muy anclados en cada uno de los procesos biológicos
corporales que las mujeres atravesamos a lo largo de nuestra vida, desde la menarquia, la
pubertad, el embarazo, la menopausia, cambios que como tales generan un mayor o
menor conflicto, dependiendo de la historia personal de cada mujer y de la relación con
su propia madre. El cuerpo siempre está presente en la vida de las mujeres. Y esta se ve
muy determinada por los cambios que se producen en el organismo.
Es esta proximidad de la mujer a los procesos biológicos y a los cambios emocionales
ligados a ellos, lo que genera que se encuentren muy presentes también en la
construcción del sentimiento del sí mismo, del ser consciente, del Yo autobiográfico del
que habla Antonio Damasio. Este sentimiento proviene de la integración de múltiples
procesos conscientes e inconscientes interactuando, según este científico, a nivel
cerebral, en la corteza prefrontal ventral medial, las emociones y el proceso intelectual
(Antonio Damasio 2010).

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La mayor «inteligencia emocional» que se otorga a la mujer se relaciona quizás con el
modo en que ésta integra en la construcción del self (uno mismo) la sensibilidad y la
emoción, que a su vez están íntimamente unidas al cuerpo y a lo biológico.
También la proximidad de la mujer a sus emociones le hace tomar conciencia del
«sufrir» emocional y afectivo, de una mayor sensibilidad a los desajustes del mundo
interno y a los resultantes de las relaciones interpersonales; existe en la mujer una mayor
representación del cuidado al otro y del autocuidado; en su mundo afectivo y emocional
se da una necesidad de mayor bienestar en lo afectivo, con ella misma y con el mundo
que le rodea.
El bienestar o malestar emocional es importante en la vida de las mujeres, y desde esa
necesidad surge la búsqueda de espacios terapéuticos, formativos y educacionales del
propio psiquismo para comprender su afectividad, su emocionalidad, así como el
aprendizaje de la modulación de las emociones. «Sentimos» con mayor o menor
intensidad en función de diversos factores genéticos, afectivos y vivenciales. Pero la
autorregulación emocional es un proceso importantísimo donde intervienen la sensación,
la consciencia, «el darse cuenta» y la autocalmación; del mismo modo que la expresión
en función de la estructura de personalidad individual.
Para las mujeres que percibimos la vida TANTO a través de nuestros aspectos
emocionales, la modulación y autorregulación de estos estados es un logro importante
para poder transitar con mayor seguridad y serenidad desde nuestra subjetividad
femenina.
El concepto de lo femenino se desarrolla de forma diferente en cada mujer y se va
adquiriendo a través de diferentes saltos que dependen de las experiencias concretas de
cada una con relación a lo biológico, lo emocional y al modo en que hayan integrado las
vivencias del psiquismo; por otro lado, se encuentra en constante redefinición,
dependiendo de los cambios corporales, de sus experiencias en el amor, la maternidad y
el trabajo, así como en su relación con el propio deseo.
Referiré a continuación diferentes «relatos terapéuticos», tanto personales como
profesionales, donde está presente la realización de los aspectos femeninos y el modo en
que estos se van entrelazando con diferentes aspectos de la personalidad, en toda su
globalidad.

UN SUEÑO.
LA REALIZACIÓN PROFESIONAL, UN LOGRO DE LA FEMINEIDAD

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«Una vez me dijeron que no solo teníamos que seguir nuestros sueños, sino
conservarlos en una parte de nosotros mismos».
Alice Farrolan.

El comienzo de mi profesión fue una carta de la Universidad de Salamanca, «su solicitud


para cursar la carrera de Psicología ha sido aceptada». Hasta ese momento tenía la
certeza natural de que mi vida no iba a transcurrir por los mismos parámetros femeninos
que los referentes de mujeres que conocía, ni por el de trabajo de secretaria, para el que
me habían preparado. Pertenezco a la generación en que a las mujeres se nos ofrecía ya
la posibilidad de poder desarrollar nuestras partes más activas, hasta entonces propiedad
del hombre.
Un cúmulo de circunstancias sociales, familiares, conscientes y también inconscientes,
me llevó a realizarme, como persona y como mujer, a través de la profesión. No me
identificaba con los aspectos de la mujer; profesión: sus labores. No podía entonces
reconocer que muchas mujeres amaban lo que hacían; la identificación con la posición de
la mujer en el esquema de la generación anterior resultaba sumamente ambivalente,
como el de tantas mujeres de mi edad. Las mujeres hablan sobre las restricciones del self
y de las dificultades que afrontan cuando deciden diferenciarse del modelo de femineidad
de sus madres.
Para la mujer, vivir sentimientos conscientes de rivalidad y de éxito, en áreas
consideradas no femeninas, reservadas a los hombres, sin modelos femeninos, se
experimenta con una serie de consecuencias emocionales asociadas, autopersecución,
culpa, necesidad de aplacamiento y reaseguración; su modelo no ha sido otra mujer (Dio
Bleichmar 2010).
De cualquier forma, aquello fue una gran suerte y me supuso la posibilidad de
prepararme para lo que más tarde sería mi profesión y el epicentro de mi vida durante
muchos años, y sentí una gran alegría y liberación por poder realizar lo que deseaba.
Aún a veces tengo un sueño: no he terminado la carrera, me falta aprobar esa asignatura
maldita, y no puedo licenciarme de psicóloga.
Entonces mi asombro es tanto o mayor que mi angustia. Y el sentimiento me dice: ya
sabías que esto iba a pasar; como si hubiera algo fraudulento en la realización de mi
proyecto profesional. En psicoterapia gestalt decimos que todo sueño lleva implícito un
mensaje o significado existencial, un mensaje que el soñante debe reconocer para
completarse, para concluir una gestalt inconclusa, y reapropiarse de ello para integrarlo

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en la personalidad (Ángeles Martín 2009).
Sin embargo, mi angustia abre un abismo, un pánico olvidado a no poder superar la
prueba y a la confirmación del fracaso; fracaso por otra parte inexistente en lo real.
El disfrute de lo que uno desea resulta a veces difícil. En el microcosmos de cada uno de
nosotros, el deseo se niega, reprime, y muchas veces, incluso cuando tras grandes
esfuerzos de trabajo psíquico y emocional conseguimos realizarlo, trae una coletilla
incorporada en forma de castigo; en este caso: revivir una angustia pasada.

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Este ejemplo ilustra la potencia que tiene el realizar lo que se desea. En el sistema
psíquico, el placer, el disfrute de un logro, va acompañado muchas veces de algún tipo de
prebenda que hubiera que pagar. Las teorías clásicas del psicoanálisis remiten de una
forma simbólica y metafórica al deseo sexual infantil, ya que, en el inconsciente, el
disfrute del deseo actual está conectado con aquel deseo prohibido, y la parte normativa
del superyó, el tirano, se activa y «castiga» de alguna manera la satisfacción.
La polaridad deseo-miedo que trabajamos en gestalt pone de manifiesto el bloqueo del
impulso, en cualquiera de las fases del ciclo, y el miedo; a veces como una excitación
ansiógena en el organismo que no se puede calmar y que conlleva la renuncia del deseo
(Perls F.,1942).
La piedrecita tirana es la indicadora de una parte interna castradora del deseo; se fue
construyendo a través de las experiencias y vivencias infantiles. Y como el tiempo en el
inconsciente no existe, aparece en muchos momentos de la vida.
Yo les relataba el sueño angustioso en un momento profesional bueno y de logros
importantes; en terapia, es un aspecto importante, pues la experiencia clínica confirma
que muchas veces aparece cuando los procesos están cosechando logros, bienestar para
los pacientes; son pequeños o grandes actings, autosabotajes, en el progreso hacia la
salud y en la vida.
Para ilustrar lo que estamos comentando les haré partícipes de las vivencias de una
paciente a quien llevo tratando varios años: es una mujer de cierta edad que se dedica a
la organización de congresos y eventos, y tiene su propia agencia, lo cual quiere decir que
siempre ha trabajado mucho; esta primavera pasada consiguió llevar a su ciudad un
congreso importantísimo con más de mil participantes; fue una pelea muy dura y un
trabajo muy intenso, pero todo resultó estupendamente, y para ella fue un logro a escala
económica y de prestigio en el sector sumamente importante.
Acudió a su sesión de terapia a la semana siguiente: se encontraba muy quejosa; en su
relato manifestaba, de un modo reiterativo, los aspectos que no habían estado bien, los
fallos de la organización, lo que se podía haber realizado pero no se hizo. Al principio
atribuí este estado de ánimo a un cansancio lógico después de un gran esfuerzo; más
tarde, a su autoexigencia, que hacía que le otorgara a lo que no estaba bien más
importancia de la debida; sin embargo, el ánimo seguía teniendo al cabo de varias
semanas un tono depresivo; una vez más, los aspectos tiránicos se habían activado y
estaban boicoteando el disfrute de G., impidiendo que gozara de algo que suponía un
logro muy importante en su carrera profesional.

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G, tenía un padre autoritario, miedoso y riguroso. Esto, unido a otras circunstancias,
había conformado una parte interna crítica muy severa, que en determinadas situaciones
placenteras actuaba como un escotoma terrorista dentro de la personalidad de G,
impidiéndole disfrutar de lo que había deseado.
Existen numerosos estudios en el ámbito de la psicoterapia, y también de la psicoterapia
gestalt, sobre la relación de las diferentes partes de la personalidad entre sí y cuando
diferentes necesidades entran en conflicto y la necesidad de llegar a acuerdos o
negociaciones para el equilibrio de la persona (Peñarrubia 2008).
Creo que es muy relevante hacer consciente cómo es la dinámica del propio deseo,
cuáles son las experiencias fantasmáticas infantiles que condicionan la capacidad del
disfrute en la actualidad, y conocer la fuerza e intransigencia del «tirano interno» para
aprender a flexibilizarlo y generar suficiente diálogo con él para negociar el disfrute y el
placer.
En la medida en que somos más conscientes de los sabotajes internos, podemos
desarrollar la capacidad de anticipación necesaria que, sin ser una alerta paranoide, nos
capacite para prever el posible «castigo» que determinadas realizaciones y disfrute de
nuestros deseos pueden generarnos, para poder, de esta manera, negociar cotas de placer
y de disfrute mayores en lo cotidiano del trabajo, la lectura, los paseos, la naturaleza, el
estar cerca de las personas queridas, viajar, la vida.
Siguiendo la idea de Norberto Levy, necesitamos construir un espacio interno de
asistencia psicológica, que este autor denomina «el asistente interno», un «yo
observante», al que hay que entrenar para que ocupe su lugar en la conciencia, desde
donde pueda observar y mediar entre los diferentes aspectos enfrentados entre sí (Levy
2000).
Para Levy, autoasistirse es desarrollar para consigo mismo una actitud de cooperación en
la resolución de los desacuerdos internos; de esta manera se alivia el dolor de los
aspectos que en nuestro interior son rechazados. Un precursor de funcionamiento
emocional sano que muestra una manera más flexible e inteligente emocionalmente de
relacionarnos con nosotros mismos; en el relato que nos ocupa, entre el placer del éxito y
el castigo que nos infringimos por ello.
En el abordaje desde la clínica de los síntomas que surgen con relación al logro y al éxito,
merece la pena detenerse a observar que en numerosas ocasiones no se trata de un
síntoma relacionado con un conflicto intrapsíquico o entre diferentes partes de la
personalidad, sino de un déficit de modelos mentales para representar psicológicamente el

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logro.
Se puede abordar como un problema sistémico o cultural, tabúes, con relación a
explicitar el éxito, personal, de vida de pareja, como una tendencia a omitirlos; quizás
porque en la paciente no ha habido modelos de identificación o reconocimientos
narcisistas para introyectar de una forma estable las representaciones del logro; lo cual
lleva a la persona a adoptar posiciones fóbicas, por miedo al fracaso, o a no gestionarlo
adecuadamente.
Se trataría por lo tanto de desarrollar procesos de neogénesis, de creación, de
representarse internamente válida en diferentes aspectos de la personalidad; en el rol de
autoridad, de pareja, profesionalmente, en la gestión económica y también en el propio
cuidado del cuerpo y de la mente.
La identidad está compuesta por el fruto de la mirada que nos dirigimos como si
fuéramos otro; yo soy varios otros a la vez, yo mismo y todos esos otros que están
dentro de mí; el psiquismo contiene las representaciones, o la ausencia de huellas
mnémicas, de los otros significativos a quienes la persona se vinculó, que le sostuvieron,
le acariciaron, mimaron, incluso que maltrataron su cuerpo y por lo tanto su self.

LA ELECCIÓN DE LA PROFESIÓN

Como casi todo en esta vida, el origen de la elección de la profesión de psicoterapeuta se


encuentra en la propia familia; como si una parte del niño o la niña que somos se hubiera
quedado anclada a arreglar, a solucionar, la propia familia del terapeuta.
Siguiendo los clásicos trabajos de Bion (reverie) y de Winnicot (holding), en sus
conceptos referentes a la función del objeto externo para calmar los terrores y
sufrimientos físicos y psíquicos en los primeros meses de vida, Bleichmar desarrolla el
concepto de regulación psicobiológica, entendiendo esta función como básica para
apaciguar los estados del malestar y angustia infantil y sobre todo para aprender a calmar
esos estados del organismo infantil displacenteros.
Desde los estudios de la neurociencia existen en la actualidad evidencias que sugieren que
las estructuras del cerebro y de los sistemas de regulación están profundamente
influenciadas por la calidad de la relación temprana y por la presencia de la madre como
reguladora de los sistemas fisiológicos básicos. Los sistemas neurales de disminución de
la ansiedad, el displacer orgánico o la angustia, así como la producción de ciertos
neurotransmisores, funcionan pobremente cuando esta función de apaciguamiento no ha
podido realizarse de forma óptima.

19
Existe en el propio sufrimiento infantil una necesidad de ser calmado, de que la angustia
sea apaciguada. En la función terapéutica asumimos esa necesidad infantil de ser
calmado, haciendo de ella nuestro oficio. En el acto de aliviar el sufrimiento a otras
personas se exorcizan los propios demonios; huellas de otro tiempo que se reeditan en
cada nueva historia que acompaño en mi práctica de psicóloga gestalt; aspecto que si bien
no se halla presente en la conciencia diaria, sí en el fondo del que emerge mi deseo
profesional.
Curiosa paradoja en la que una necesidad infantil deviene, mediante el acto creativo que
es la terapia, una profesión; motivo de satisfacción en tantas ocasiones.
La autocalmación es por lo tanto un aspecto importante, tanto en el ámbito profesional
como en el personal. Las tensiones internas, consecuencia unas veces de desregulaciones
biológicas, otras de conflictos emocionales, y tantas más de peleas internas, son aspectos
donde la capacidad cognitiva para detener los impactos que sentimos y que nos
desregularizan emocionalmente no llega; es entonces cuando deberíamos aprender a
ejercitar el anclaje corporal a la respiración y al sentir del cuerpo, citando a Julen Ortiz de
Murua, calmarnos desde la profundidad del self corporal, para facilitar de este manera la
autorregulación biológica, previa a la emocional y cognitiva. Como bien sabemos en
psicoterapia gestalt, el cuerpo constituye parte del circuito de retroalimentación, que
mantiene tanto funcionamientos funcionales como disfuncionales; la tensión nos
mantiene anclados en la ansiedad, una postura debilitada en la depresión. Desde las
corrientes psicocorporales se constata cómo la emoción modula las sensaciones
corporales y, a su vez, cómo el movimiento sensorio-motriz y la elaboración de las
sensaciones corporales modulan la autoregulación emocional. Las señales del organismo
provenientes de las sensaciones corporales modelan directamente nuestras emociones,
nuestra conciencia de los cambios en el estado corporal, nos permiten saber cómo nos
sentimos.
El neurólogo Antonio Damasio viene a decir que el cambio en las sensaciones corporales
y en el estado corporal es percibido y representado en el cerebro, desde lo que denomina
«señalador somático», y los cambios musculares que son altamente sensibles a las
reacciones emocionales tienden a enviar inputs directamente al cerebro, y se representan
en un área denominada córtex somatosensorial.
La autocalmación desde el self corporal permite desactivar ciertas áreas cerebrales
relacionadas con las emociones negativas y potenciar el funcionamiento del hipocampo
para mejorar y favorecer la sensación de bienestar (Ortiz de Murua, 2011).

20
EL DESEO
LA SEDUCCIÓN Y LA HISTORIA DEL ESPEJO

El espejo del baño era enorme. Una mujer adulta y una adolescente reflejan sus
imágenes bajo el foco de las luces; mientras S. cepilla su pelo, que se resiste a adquirir
una forma que le complazca, mira de soslayo a la mujer que está a su lado; su madre,
segura de su belleza, se arregla con esmero. La etimología de la palabra envidia significa
«mirar de reojo». S. se siente como el patito feo, como el cisne negro al lado del blanco.
La autoestima se alimenta de diferentes identificaciones, creencias matrices inconscientes
y permisos conscientes e inconscientes para poder «jugar» la rivalidad.
El deseo de gustar a otro, de ser atractiva, deseada, es una vivencia que creamos a lo
largo de nuestra vida desde las primeras interacciones infantiles. La capacidad de seducir,
de atraer, al aita (padre), a la ama (madre), a los adultos significativos en la vida del niño
se va construyendo poco a poco. Desde la sonrisa del bebé, que atrae la atención de
mamá, que le corresponde con un gesto que suscita la simpatía, la complicidad, «¡Qué
niña más bonita!», «¡Qué espabilada!», se va creando la base de la propia autoestima, de
la confianza en una misma, de «saber» que se es querible, apreciada, y que tiene
cualidades que atraen, que gustan a los demás.
En el encuentro con el otro sexo, para la mujer resulta de capital importancia sentir que
gusta, que es atractiva para los chicos de la adolescencia, primero, de la juventud,
después, y para los hombres a lo largo de toda la vida; con independencia de la edad en
la que se encuentre.
Habrá tenido que ser mirada por un hombre significativo y apoyada por una madre capaz
de manejar la competencia de una hija adolescente en la flor de la femineidad sin sentirse
amenazada, en su lugar, en su femineidad propia; podemos compartir el espejo. Así la
mujer adulta comparte con la torpe adolescente los «trucos» del arreglo personal para
resultar más atractiva.
El atractivo físico es importante para la mujer, porque erotiza todo el cuerpo. Y la madre
da acceso a la femineidad del cuerpo para seducir sin culpa, para desear y ser deseada.
Un rito de iniciación de entrada de la hija a la edad de «ser mujer» donde la rivalidad, la
competencia que existe entre madre e hija, se disuelve, se juega de una forma lúdica,
para preservar la autoestima de ambas.
Las mujeres necesitamos ese «permiso» de la madre para competir con ella. Sea cual sea
el área o lugar donde se desarrolle, una mujer profesionalmente activa puede apoyar a
gestionar la rivalidad, la envidia de su hija en ese terreno, y ayudarla a que ella también

21
sea una buena profesional. ¿En qué reside la feminidad de la madre? En sus gestos, su
imagen, los modos de relacionarse con los hombres y las mujeres. Las identificaciones de
la niña con la madre pertenecen no solo a las resultantes de las vicisitudes edípicas sino
también a su ser en general como mujer.
Una mujer atractiva que se sienta segura en el juego de la seducción podrá ayudar a
desarrollar ese aspecto en su hija adolescente, si esta se siente como un patito feo al lado
de un gran cisne. El ayudar a desarrollar la rivalidad entre mujeres por el deseo de ser la
preferida de un hombre, que la hija elija, y que pueda hacerse realidad, deviene todo un
modelaje de la madre en la función del desarrollo del deseo de la hija. Reconocer su
deseo de ser atractiva como legítimo, acompañarla en su acomodación dentro de su
psiquismo y emocionalidad, procurarle los medios para que lo desarrolle y asegurarla en
la elección o elecciones que realice, desde la confianza básica.
Este juego de la complementariedad: yo soy valiosa y tú también, ayuda a las hijas en su
desarrollo madurativo, de proyectos vitales, profesionales, de pareja, de familia; por el
contrario, una falta de apoyo genera una inhibición del deseo o de algunos deseos en el
desarrollo de muchas mujeres. El modo en que la persona trata sus propios deseos
dependerá de la forma en que dichos deseos fueron tomados en cuenta por sus padres o
figuras significativas, y también de la forma en que ellos a su vez se relacionaron con sus
propios deseos.

22
La falta de valoración en muchas mujeres aparece en forma de inhibición del deseo;
inhibición mantenida por una culpa inconsciente, extremadamente alta, por rivalizar, por

23
un proyecto, por un hombre, por la maternidad. Resulta difícil competir con esa madre
por la agresividad tan alta que implica en el empeño y el consiguiente conflicto que
internamente se vivencia de angustia y o culpa (Levinton 1999).
En el otro extremo están las conquistas en las que se rivaliza de manera agresiva: sin
conciencia ni asomo de culpa​ ni por lo tanto de reparación, «esto es mío y lo tomo».
Desde la posición de poder: la ecuación yo o tú.
Es el ciclo gestáltico de la experiencia, ciclo que representa de manera muy clara el
proceso del deseo desde su origen a su satisfacción: Sensación, Darse cuenta,
Energetización, Acción, Contacto y Retirada.
La fase de la sensación es la señal de la excitación que surge en el organismo; la fase
previa a tomar conciencia de lo que sentimos. En esta fase, muchas veces existe un
déficit en la sensación; y entonces estaríamos, siguiendo a Bleichmar, ante la clínica del
déficit, distinta a la del conflicto (Bleichmar 1997). En esta segunda aparece una
inhibición del deseo. El deseo existe, pero está inhibido, la persona no conecta con la
sensación, no lo siente. Falta un apoyo especular, de los padres, de la madre, para
gestionar aspectos del deseo femenino en torno a la seducción; aquí se desvaloriza
defensivamente para no sentir la angustia o la culpa.
En otros casos no hay sensación, es decir, señal del deseo, por un déficit. La función del
desear, de generar deseos, tiene poca intensidad, se presenta muy baja. La fuerza del
desear se construye a partir de las relaciones tempranas y básicas, hay una vitalidad
biológica, pero debe ser apoyada por la relación.
Hay personas que han tenido padres con muy poca vitalidad en su propia fuerza
deseante, y en consecuencia no apoyan, no se implican en potenciar necesidades
deseantes de los hijos, creando de esta manera estructuras familiares apagadas,
desvitalizadas. De ahí resulta a veces ese sentimiento que los terapeutas tenemos ante
determinados pacientes en que no hay nada que conflictúe, ni cree, y que nos coloca en
el lugar de aportar nosotros la función deseante, para que así, por identificación y apoyo,
pueda la persona ir creando la función de generar deseos.
Por lo tanto, es diferente la falta de sensación por inhibición o por déficit. En el primer
caso, hay que desenterrar el deseo, apoyarlo, valorizarlo, legitimarlo; en el segundo,
como comentaba más arriba, hay que ayudar a construirlo.
Muchas veces las mujeres consultan por que tienen un gran sentimiento de
desvitalización, apagamiento del deseo en general, y como consecuencia también del
sexual. Un sentimiento cercano a lo depresivo, con una baja autoestima, que no se

24
corresponde con los logros y realizaciones que han conseguido en la realidad de su vida.
En el caso de Isabel, había construido una familia, tenía un buen trabajo pero no podía
disfrutar de ello, la señal de satisfacción estaba en off. Si no hubieran sido tan evidentes
los logros en la vida de esta mujer, hubiera partido de la hipótesis de un déficit importante
en las identificaciones con la figura materna.
El deseo, en definitiva, la fuerza vital que cada cual poseemos, se hallaba como los
rescoldos de un fuego casi apagado; la madre de mi paciente había tenido poca
experiencia de disfrute y de satisfacción, mala relación de pareja, problemas económicos;
pero quizás lo más determinante: no podía apoyar los logros de su hija. Desde sus
propias dificultades otorgaba al azar o a la suerte el mérito de lo que ella había
construido; no era algo digno de valor y, como tal, consecuencia de su inteligencia,
trabajo y capacidad de seducción. No legitimaba su valía; sólo había sido cuestión de
suerte.
Para las mujeres, la mayoría de las veces resulta difícil apoderarse de su valía en
situaciones de considerable mejora respecto a sus propias madres. Hay una
desvalorización defensiva, como mencionaba antes, debido a un sentimiento de culpa por
disfrutar de mejores cosas en la vida.
Como terapeutas tenemos que reavivar esos rescoldos, insuflar aire y ejercer desde la
relación terapéutica un reconocimiento del esfuerzo y de la valía que quizás muchas
mujeres no pudieron obtener de sus madres, activar un modelaje para que por medio de
la identificación puedan completar aspectos que les ayuden en el desarrollo del propio
deseo.
Una de las paradojas más universales que concierne a las madres es la multiplicidad de
significados y valor que tienen para cualquier persona y para las mujeres especialmente.
Porque está la madre de la dependencia primaria y del apego, a quien se le atribuyen
todos los poderes del mundo, pues de ella, depende la heteroconservación de los hijos; la
madre que desde la relación de intimidad transmite los «enigmáticos» mensajes de la
sexualidad y establece las reglas de la vida en común, la madre admirada/envidiada por
su relación privilegiada con el padre, y valorada positiva o negativamente, dependiendo
de cómo haya podido ejercer sus diferentes funciones y roles con su maternidad (Dio
Bleichmar 2010).
Todo esto encierra una enorme complejidad, que será actualizada en la relación
terapéutica y en la que como terapeutas habremos de atender para ajustarnos a las
necesidades de nuestras pacientes, en la atención a que este solapamiento de

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representaciones y sentimientos no confunda el momento de diferenciarse de los modelos
de femineidad que representa la madre como separación y ruptura de relación; para
preservar la relación, es importante que las mujeres diferencien a su madre como modelo
de femineidad de la de figura de apego y cuidado a quien puedan continuar amando sin
perder la relación.
Con cariño, a mi madre.

BIBLIOGRAFÍA

Bleichmar, H., Avances en Psicoterapia Psicoanalítica. Paidós. Barcelona, 1997.


Damasio, A., Y el cerebro creó al hombre. Destino. Barcelona, 2010.
(De) Martín, A., Manual Práctico de Psicoterapia Gestalt. Desclée De Brouwer.
Bilbao, 2006.
(De) Martín, A., Los sueños en Psicoterapia Gestalt. Teoría y práctica. Desclée De
Brouwer. Bilbao, 2009.
Dio Bleichmar, E., «Otra vuelta más sobre las teorías de género». Aperturas
Psicoanalíticas nº 36 21/12/2010. www.aperturas.org
Leviton, N., «El superyó femenino». Aperturas Psicoanalíticas nº 1, 1999.
www.aperturas.org
Levy, N., El asistente interior. Del Nuevo Extremo. Buenos Aires, 2000.
Ortiz de Murua J., Abordaje de los procesos transformacionales desde una perspectiva
somática, de las neurociencias, y el modelo relacional. Bilbao, 2011.
Peñarrubia, F., Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil. Alianza. Madrid, 2008.
Perls, F., Yo, hambre y agresión. Sociedad de Cultura Valle Inclán. Madrid, 2007.

26
Las claves de una gestaltista ocultas en dos
cuentos infantiles
Sara Fernández Wolf

En general, las cosas importantes de la vida son las que descubrimos sin querer,
cuando podemos dejarnos estar… simplemente receptivos a lo que la experiencia
nos va enseñando de nosotros mismos.

UN POCO DE HISTORIA: MARY POPPINS Y PETER PAN

Este relato requiere una mínima presentación. Soy psicoterapeuta gestáltica desde hace
muchos años, casi treinta, lo cual me parece muchísimo tiempo. Siempre tuve claro mi
deseo de dedicarme a trabajar con niños. Me gustaba y me intrigaba su mundo, que me
parecía tan distinto del de los adultos. Su mundo interior especialmente: poblado de
sentimientos, de historias y fantasías que les resultan tan difíciles de comunicar con su
vocabulario infantil. Me atraía saber cómo pensaban, cómo se figuraban y vivían la
realidad, cómo la iban construyendo, cómo llegaban a ser adultos o no.
En uno de los primeros talleres de mi formación en gestalt tuvimos que elegir cuál había
sido nuestro personaje de cuentos favorito. Recordé a dos: uno era Mary Poppins y el
otro, Peter Pan. No tuve que pensar mucho; vinieron de inmediato a mi memoria, a
recordarme lo necesario que me había resultado de pequeña mantener la ilusión de que
existieran «personajes así», que pudieran convertirse en compañeros y defensores del
juego y la fantasía.
Después tuvimos que pensar en las conexiones que el cuento tenía con nuestra vida
siguiendo la técnica de identificación con el personaje principal, que permite rescatar las
proyecciones. Pude darme cuenta que de pequeña me había identificado con los niños de
esos cuentos, aunque no creo que en aquel momento me quedara tan claro que seguía
identificándome con ellos. Pero fue un comienzo.
Lo que parecía obvio era que la fascinación que había sentido por Poppins y Peter Pan

27
tenía relación con mi elección profesional.
Mary Poppins tenía poderes mágicos, pero no era un hada clásica al estilo de las de los
cuentos de princesas. Hacía magia con su presencia comprometida y porque escuchaba y
cumplía los sueños de los niños. Ella había sido para mí el paradigma de cómo dar alivio
al sufrimiento infantil, que tiene mucho que ver con sentirse solo y no saber cómo
afrontar esa experiencia ni la de crecer.
Esta elección mostraba cómo me había figurado de pequeña la relación ideal entre padres
e hijos. En el presente se volvía el reflejo de mi propia –y fantástica– expectativa de
intervención como psicoterapeuta: como esa niñera todopoderosa que llegaba al hogar
para acompañar a unos niños resentidos con sus padres porque no podían compartir con
ellos sus vivencias infantiles. Los padres estaban enredados en sus propios asuntos,
aparecían exigentes y rígidos, bien distantes de poder escuchar la demanda de los hijos.
Y estos respondían comportándose como patanes con ellos y con cualquier adulto que
los representara.

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Peter Pan era un personaje más complejo. Los tres niños se sentían atraídos por el
mundo que les invitaba a conocer Peter, pero no para escaparse del mundo adulto como

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hacía él. Ellos representan el deseo de todos los niños de perpetuar la creencia en la
magia, pero también su curiosidad por conocer nuevos horizontes. Como en la
antigüedad, en la infancia la magia no está reñida con la curiosidad científica. El cuento
termina con el triunfo de la realidad de los vínculos de amor de los niños con sus padres
y de su deseo, también intenso, de seguir creciendo y aprendiendo de su propia
experiencia.
El cuento refleja la integración de la fantasía y la realidad que todo niño tiene que hacer
en un momento del crecimiento. Afortunadamente, en la mayoría de los casos el niño
puede anclarse en la realidad gracias al amor de los adultos y al amor que siente hacia sus
propias realizaciones en el mundo.
En aquel momento estos personajes me hicieron pensar en mi idea del papel del
psicoterapeuta, pero fue bastante más adelante cuando pude darme cuenta de que, sobre
todo Peter Pan, era una versión errónea de la función del psicoterapeuta infantil y que
reflejaba claramente la rivalidad de este con los padres. Es un personaje que compite con
ellos, que no ha querido crecer y que lucha por permanecer en un mundo que tiene
sometido a su control mágico. Seduce a los niños con sus habilidades, y también puede
ponerlos en peligro para después salvarlos. Es fanfarrón y caprichoso. Sin olvidar que
Peter Pan también es el reflejo de padres que no han deseado hijos bien anclados en la
realidad ni autónomos.
Ambos personajes representaban mis deseos encontrados hacia los padres: por un lado
estaba el deseo de ayudar a restituir el vínculo dañado para luego desaparecer
discretamente en el cielo del olvido, como hacía Poppins. En el otro extremo estaba el
deseo de seducir a los niños para que los que cayeran en el cielo del olvido fueran sus
padres.
El reconocimiento sincero de ambos deseos, su significado profundo y su repercusión
sobre mi intervención ha supuesto un proceso personal que me parece ineludible para
todo psicoterapeuta infantil.
A través de experiencias como estas fui comprendiendo la relación entre hijos y padres,
ya que lo que iba descubriendo en mí misma me acercaba a las vivencias de los padres
con sus hijos. Es decir, que pasé de identificarme exclusivamente con los niños a repartir
mi identificación con sus padres. ¡Pasé de ver las cosas en un plano a verlas en 3D!
¡Nunca mejor dicho!
Al nacer un hijo, sus padres dejan de ser «solamente hijos» y se reencuentran con las
figuras introyectadas de sus propios padres. Esto es obvio, se puede ver cuando

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escuchamos los mensajes que han quedado grabados y que se evocan espontáneamente
en la crianza: «Mi madre nos decía que había que lavarse las manos antes de comer»,
«¡Ya decía mi padre!».
Grosso modo, los padres van a identificarse con los suyos o van a intentar no hacer nada
de lo que hicieron ellos. Pueden «seguir el modelo» o «ir a la contra» del modelo.
En el primer caso hablamos de una identificación y en el segundo de una «identificación
por oposición». En ambos vemos la dificultad de separarse saludablemente de los propios
padres.

OBSERVANDO LO QUE PASA ENTRE LOS PADRES Y LOS HIJOS

Dedicarse a los niños va unido a saber escuchar a sus padres. Sin saberlo, ellos hablan de
sí mismos «a través del hijo».
Y a su vez, los hijos representan y con frecuencia «encarnan», sin querer, sin haberlo
elegido, aspectos deseados y temidos del mundo interior de sus padres. «Aspectos», es
decir: rasgos, actitudes, deseos, temores, conflictos y, sobre todo, imágenes de los
propios padres. Son aspectos que el hijo recibe e incorpora desde el primer momento de
su vida a través del contacto sensorial con la madre y después con el padre, a través de
sus miradas, con el alimento, con sus gestos y después con la palabra. Y especialmente a
través del psiquismo de los padres, de su mundo imaginario, que el bebé recibe «a través
de las proyecciones que sobre él hacen la madre y el padre».
La escena de la película de La Bella Durmiente cuando las hadas prodigan sus deseos
sobre la bebé y estos caen en forma de símbolos gráficos sobre la niña dormida, refleja
muy bien las proyecciones que el hijo recibe de sus padres. Unas hadas le prodigan lo
que a cada una le hubiera gustado poseer y que considera valioso para la vida –belleza,
sabiduría, una voz dulce…– y otra le hace un regalo de muerte: que no sobreviva a la
juventud, es decir, que solo pueda ser hija y que no pueda disfrutar nunca de las
satisfacciones de ser adulta.
Esta escena representa los sentimientos contradictorios que conviven en los padres
cuando llega un hijo y a lo largo de su crianza. Se sienten felices, fantaseando que va a
poder realizar las ilusiones que ellos no han podido concretar en la vida, y también
pueden sentirse deprimidos, justamente porque con sus posibilidades de realización y con
sus acciones el hijo pone de manifiesto el límite que tienen las propias, y entonces
pueden tener la sensación de que quedan «excluidos de la fiesta».
La escena habla asimismo de lo peligroso que es tratar de apartar de la conciencia los

31
sentimientos de duelo que «también» acompañan el nacimiento de un hijo. Con este
acontecimiento se ganan y se pierden cosas: se gana el estatus de padre y madre y se
deja de ser solamente hijo. Ya no sólo se tiene la responsabilidad sobre la propia vida y
los propios actos, sino que se asume la responsabilidad sobre otro ser; se abandona el
protagonismo directo para jugarlo a través del hijo, etc.
Son especialmente las madres las que experimentan estos sentimientos aparentemente
contradictorios de duelo, y es frecuente que traten de apartarlos de la conciencia, por la
perplejidad que supone reconocer que junto con el goce de ser madres aparece una
especie de desánimo, de tristeza. Parece que existiera una prohibición tácita que impide
que las mujeres integremos y podamos comunicar este extremo de la polaridad. O se
hace con mucha angustia y vergüenza, como algo que no debería sucedernos. En la
consulta es frecuente ver el alivio que sienten las madres cuando pueden comunicar su
experiencia íntegra, los sentimientos de amor y también la extrañeza, el desasosiego, la
tristeza.

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El cuento también advierte que, justamente por no poder integrar estos afectos que
encarna Maléfica, se puede correr un riesgo mucho mayor en la adolescencia no
permitiendo que el hijo siga adelante en la vida. Podrá hacerlo sólo si como hijo puede

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asumir los sentimientos contradictorios hacia sus padres y también sus diferencias
respecto de ellos y del proyecto que tuvieran forjado para él como hijo. Es decir, de las
proyecciones que hubieran hecho sobre él.
Obviamente, esta tarea será más fácil si los padres han estado dispuestos a renunciar al
ideal, que solamente existe en la fantasía, en favor de lo verdadero, que es diferente de
aquel. Es decir, si han podido aceptar que el hijo no se asemeje tanto al «proyecto de
hijo» que han imaginado, para poder reconocer y disfrutar de la relación con un hijo
«diferente», en definitiva, «de sí mismos». Y esta experiencia dependerá, como en una
cadena, de la relación que la madre y el padre hayan tenido a su vez con sus propios
padres.
Teniendo en cuenta estas redes de proyecciones e identificaciones podemos hacer un
acompañamiento y una escucha diferente de los relatos sobre la crianza, la educación y la
relación con el hijo. Podemos saber, por ejemplo, el niño o la niña que el padre o la
madre hubieran querido ser y también con qué padre o madre imaginarios se están
identificando, es decir, qué padre o madre se están esforzando en ser.
También nos informa sobre la «carga» de proyecciones que el hijo tiene que sostener, ya
que «tiene que identificarse y ajustarse a ellas».
Estas relaciones precoces son objeto de estudio, y su conocimiento nos permite rescatar
a padres e hijos de situaciones de confusión que generan sufrimiento a ambas partes y
pueden dar lugar a trastornos importantes en el hijo.
Se reconocen cuatro elementos esenciales en esta configuración:
1. Una proyección de los padres sobre su hijo.
2. Una identificación complementaria de los padres.
3. Un fin específico.
4. Una dinámica relacional actuada.
Las proyecciones más habituales son:
• La proyección en el hijo del niño que se ha sido y la identificación con el padre o la
madre que le hubiera gustado tener. Se ama al hijo en la medida en que permite jugar
el papel de madre o padre ideal.
• La proyección en el hijo del niño que «le hubiera gustado ser» y la identificación con
el padre o la madre que le hubiera gustado tener.
Menos frecuentes:
La proyección en el hijo de un padre/madre/hermano fallecidos y la identificación de la

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madre con uno/a niño/a que vive felizmente unido/a a él.
Son especialmente delicadas las interacciones que hacen las hijas de madres depresivas,
y/o que han estado deprimidas en la época de crianza. Estas madres tienen peligro de
reactivar dinámicas de relación que las apartan excesivamente de las necesidades del hijo,
porque pueden identificarse con madres agobiadas, ausentes y/o tristes durante la
crianza, y viven (y tratan por tanto) al niño como agotador, extorsionador, fuente
inagotable de exigencias y causa de sufrimiento.
O pueden identificarse con la madre ideal que les hubiera gustado tener, desplegando
conductas eufóricas, pletóricas de creatividad hacia el hijo, que «tiene que» responder
demostrándole a la madre que disfruta de tener una supermadre volcada en él. El niño se
ve sobreexcitado, y esta dinámica puede dar lugar a niños irritables, agitados, que no
pueden calmarse porque no han podido aprender cómo hacerlo.
En el segundo caso, la madre, a través de la interacción presente con el hijo, busca
corregir su propia experiencia pasada. Está fijada a «imágenes ideales» (lo que le hubiera
gustado sentir y disfrutar con su madre; las satisfacciones que le hubiera gustado ser
capaz de darle ella a la madre para sustraerla de la tristeza y atraerla hacia sí, etc.) y
busca negar los sentimientos de pérdida, de abandono y desesperación que vivió.
En cualquier caso, lo más destacable de estas configuraciones es que:
La madre /el padre/ no se están vinculando con el niño que tienen delante, sino que se
establece una relación desde una «imagen de sí mismo a otra imagen de sí mismo».
Es una relación «virtual, narcisista», que sin embargo se juega en la realidad y
«condiciona la interacción». Es decir, que configura el contacto que los padres tienen con
sus hijos, tanto sus actitudes verbales como no verbales, sus expresiones como sus
silencios afectivos, etc.
Esta modalidad de relación en la que el hijo se percibe como una extensión de los padres
convive siempre, en mayor o menor grado, con la que permite percibirlo como un ser
diferenciado, original y único.
Teniendo en cuenta la complejidad de los elementos en juego, la presentación de una
familia es comparable a un tejido de hebras de varios colores. Configuran un todo en el
que las hebras pueden estar diferenciadas y trazando un dibujo, ocupando un espacio
propio; o bien pueden estar mezcladas unas con otras haciendo figuras diferentes, o
sirviendo de fondo. La función parental por excelencia debería ser la creación de una
figura nueva y bien diferenciada, pero no siempre ocurre así. A veces las figuras están
superpuestas, mal definidos sus límites y podemos decir que «no se sabe quién está ahí».

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Los psicoterapeutas podemos ayudar a definir los límites de estos «dibujos» y a través
de nuestra mirada intentar devolver a cada personaje su propio perfil, separar lo pasado
del presente, lo presente de lo ausente, en una labor similar de ayuda a la diferenciación
que, en el mejor de los casos, hacen los padres con el hijo.
Quiero ahora ilustrar con una viñeta clínica estos procesos de identificaciones proyectivas
que se dan en los grupos familiares y cómo se puede observar la repercusión que tienen
sobre sus miembros.

REGINA: EL PÁNICO DE LA CONFUSIÓN

La primera vez que vino a mi consulta Regina entró cantando ópera. A sus doce años ya
era una diva. Su madre hacía el coro. Escenificaban una discusión en la que su madre
argumentaba algo, mientras ella, para oponerse y no escucharla, cantaba algún aria
desconocida.
El padre era la figura ausente con más presencia que he conocido. No era un espectador,
como yo. Se veía que formaba parte de la representación, tal vez por su sonrisa
tranquila. Entre los tres formaban un grupo excéntrico y desplegaban una coreografía
impactante.
La presentación de esta familia en mi consulta fue espectacular. Espectacular en su doble
sentido: el de ser algo que tiene caracteres de espectáculo público y en el de aparatoso,
ostentoso. Era un preámbulo de cómo seguirían siendo muchas de sus llegadas a lo largo
de la terapia.
Se deduce fácilmente en qué lugar quedaba situada yo: como una «espectadora», alguien
que mira con atención un espectáculo.
A veces la representación empezaba por teléfono: «La niña no quiere levantarse. ¿Qué
hago?». Al rato, una segunda llamada: «Voy hacia allí. ¡Ya verá usted cómo va!».
Tercera llamada: «Estamos llegando. Me parece mejor que la vea así. ¡Así la podrá
conocer mejor!».
Estos montajes dramáticos me dejaban ver la complicidad entre las dos. Había un deseo
compartido entre madre e hija de escandalizar. Tenían sintonía. Estaban «demasiado
unidas».
—Soy una guarra y me gusta hacer guarrerías –me decía Regina. Y mirando a su
madre–: Al psicólogo hay que ir y mostrarse como uno es, ¿no? ¡No hay que mentir!
—¿La ve usted? –contestaba la madre, buscando, aparentemente al menos, mi apoyo.

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A veces parecían dos niñas discutiendo.
—¡Tú eres tonta! –le decía Regina a la madre.
—¿Lo ve? ¡Me llama tonta, imbécil, estúpida!
—¡¡¡Y tú a mí bebé de m…!!! ¡Y no me dejas gritarte y me dices que grite afuera, pero
después tampoco me dejas! ¡Y me dices que me vas a matar!
—¡¡Cualquiera que te oiga…!! Verá: yo le digo que la voy a asesinar. Es verdad, pero
antes voy a ir a un juez para que sepa lo que voy a hacer y porqué….
No había ninguna distancia ni diferencias entre la madre y la hija. Se trataban de igual a
igual. Sin embargo, la madre, a su manera, buscaba incluirme desde el primer momento.
Se dirigía a mí como si yo fuera a darle respuesta a todas las situaciones complicadas que
tenía planteadas en la familia. Me concedía toda la omnipotencia mágica que ella también
quería tener. Como los niños, que primero tienen que renunciar a creer que ellos pueden
hacer todo lo que está en su fantasía, pero siguen conservando esa ilusión proyectada en
sus padres.
Un día Regina me dio una pista. Fue cuando me dijo, delante de su madre:
—Ella quiere que yo sea «su muñeca» y quiere que sea como ella quiere, para
mostrarme, para que me vean y hablen de mí…
—¡Ah! –le dije–, ¡y es feo eso de que te confundan con una muñeca! Tú eres una niña
que sufre y a la que le pasan muchas cosas. Y a las muñecas no les pasa nada.
Se hizo un silencio. Regina sonrió a medias. Miró a su madre, que se puso seria. Era la
primera vez que aparecía una «diferencia entre ambas» desde donde empezar a
desenredar la madeja.
Seguí hablando:
—Pero me parece que os gusta mucho jugar a las muñecas a las dos. Me parece que a
usted le cuesta mucho mostrarle a Regina que es diferente de ella. Y muchas veces
prefiere mentirle para que no se dé cuenta.
La madre de Regina se había vuelto esta vez espectadora. Me escuchaba. Y podía salir
de la actuación para verse desde fuera.
Ahora tendríamos que averiguar qué estaba proyectando sobre Regina y, en menor
medida, sobre sus hermanos menores.
A lo largo del proceso vimos cómo la madre se identificaba en oposición a la suya,
aferrándose a su hija y sometiéndose a todos sus deseos, al contrario de lo que su propia
madre había hecho con ella. En este «negativo» de su propia madre también llegaba a

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apartar a la pareja de su lado, exactamente al contrario de lo que su madre había hecho
con su padre y con varias parejas a las que había estado unida sentimentalmente.
Proyectaba sobre Regina la imagen de la hija que ella quería haber sido para su madre:
una niña atendida en todas sus demandas, hasta las más disparatadas, que también fuera
fuente de satisfacciones para la madre y que pudiera «ocupar todos los espacios posibles
en la vida de la madre», incluido el del padre. De hecho, dormían juntas desde hacía
años, pero últimamente, me explicaban, el miedo de Regina se había transformado en
pánico. Sufría de terrores nocturnos muy graves. Este era uno de los motivos de buscar
apoyo psicoterapéutico.
La madre, sin darse cuenta, alentaba a la hija a tener actitudes que justificaran que no
pudiera dejarla sola y, a la vez, que también terminarían justificando que «la asesinara».
Regina se había acomodado a esta solicitud de la madre hasta la pubertad, cuando sus
miedos nocturnos y sus dificultades de relación empezaron a ocasionarle demasiado
sufrimiento. Retraída socialmente, vergonzosa e inhibida fuera de casa, era explosiva en
la familia y atormentaba a todos con sus insolencias y sus gritos.
En realidad, parecía una marioneta más que una muñeca. Con el empuje puberal a su
favor, la niña empezaba a sentir pánico de no llegar a ser nunca la guionista de su propia
vida. Para ambas, la satisfacción obtenida en la simbiosis había empezado a ser tan
intensa como el sufrimiento.
Sin darse cuenta en absoluto de sus actitudes masoquistas hacia la hija, la madre había
alentado los comportamientos agresivos de Regina. Recordaba que de pequeña no paraba
de moverse y de cantar. Aunque llegaba a ser agotadora, la madre había tratado de
seguirla en todos sus reclamos.
Recordaba que una maestra había sabido llevarla muy bien. Con ella Regina «había
estado tranquila». Este dato era muy importante, porque me indicaba que la niña había
podido calmarse en compañía de una figura materna que había visto en su agitación una
señal de angustia, más que una forma de chantaje emocional, una locura o una forma de
rebeldía.
Sin embargo, sus actitudes de sometimiento a la niña podían volverse muy agresivas
cuando no lograba que Regina le demostrara satisfacción y concordancia con lo que ella
hacía. Es decir, si no le devolvía una imagen de madre que lo puede todo, que resuelve
como por arte de magia todos los conflictos y vence todos los miedos.
Llevó tiempo hasta que la madre pudo darse cuenta de que, sin querer, ella inducía las
actitudes de la hija. Fue significativo cuando desvelamos que antes de dormirse, con

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intención de distraerla, tenían juegos muy estimulantes en la cama. Exactamente lo
contrario a lo que necesita un niño, mucho más un púber, para poder entrar en la calma
inductora a la regresión del sueño. Obviamente, después Regina era incapaz de dormirse,
sentía mucho miedo y «martirizaba a la madre», que terminaba durmiendo con ella. Al
padre se le veía como un ser extraño por no sumarse a la fiesta ni tampoco acceder a los
vaivenes de la hija.
Comportamientos mal interpretados, asociaciones mal hechas, que impiden comprender
adecuadamente las necesidades del hijo.
Por ejemplo, los padres podían observar que la niña estaba siempre cansada, y lo
atribuían a la orientación de su habitación, no a la estimulación previa al sueño, ni a que
nadie procuraba que durmiera suficientes horas.
También explicaban que siempre había reaccionado «muy bien» a los cambios, porque
no lloraba ni se quejaba, sin asociar que justamente la ausencia de respuesta emocional
era lo llamativo. En este sentido, tampoco podían relacionar que la corte de síntomas que
Regina había presentado ante cambios significativos en la familia y ante las pérdidas
derivadas de esos cambios era el modo alternativo de expresión que ella había
encontrado. Lo había hecho a través de pesadillas, inhibición marcada, disminución del
apetito, aumento de la distracción, etc. Es decir, de modo no verbal, como suelen
expresar frecuentemente los niños su inquietud.
Cuando fue comprendiendo que, en gran parte, la angustia de Regina estaba inducida por
su propia incapacidad de contenerse ante sus reclamos, la madre pudo introducir tiempos
de espera. La adquisición de tolerancia a la espera en el niño siempre depende de que la
propia madre la tenga lograda y pueda separarse lapsos cada vez más amplios sin
excesiva zozobra. Ella comenzó a apoyarse en el padre, al que siempre había acusado de
indiferente por no ceder al reclamo de la hija.
Llegó un momento en que la madre pudo diferenciar cuándo se acercaba a la hija porque
ella misma lo necesitaba y cuándo era realmente por necesidad de su hija. Ambas
pudieron sostener mejor la espera y empezaron a sentirse más seguras de sí mismas en
ausencia la una de la otra.
Las nuevas experiencias que empezaron a tener entre ambas fueron clarificando y
disolviendo las proyecciones. Pudo reformular sus afirmaciones:
«Si no voy parece que se va a morir» por «Si no voy con ella me parece que me voy a
morir».
¿Quién cuida a quién? ¿Quién hace de madre y quién de hija cuando se deslizan estas

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sombras que distorsionan las vivencias?
El padre de Regina había encontrado en el lugar infantil que la madre le concedía un
modo de ser padre sin entrar en conflicto con sus propios padres. Ellos siempre lo habían
descalificado comparándolo con otro hermano con el que habían establecido una relación
fusional, especialmente la madre. Él había optado por alejarse muy joven de su familia.
En su estilo «desapegado», como le gustaba definirse, había encontrado el modo de no
sufrir por la exclusión, las desilusiones y las pérdidas. Se decía a sí mismo y expresaba
que él no necesitaba tanto como su hermano ser atendido, mirado ni cuidado.
La observación a distancia que hacía de la pareja simbiótica madre-hija parecía reflejar la
representación interna de su madre fusionada con su hermano, a la que continuaba
sometido aún estando alejado, puesto que no se atrevía a mediar entre ambas ni a
reclamar atención ni afecto.
Tampoco podía intervenir como un padre protector, como el que le hubiera gustado
tener. Mantenía así la lealtad a su propio padre, actuando como él y sin poder separarse
de él.
Su desapego era defensivo y actualmente encubría su falta de compromiso como padre.
Sin embargo, esta actitud desapegada y algo distante parecía ser el modo que había
encontrado de poder formular puntual y discretamente observaciones muy acertadas
sobre la relación entre las dos, sin permitir que Regina desplegara con él los mismos
comportamientos que con la madre. Gracias a que él no hacía un bloque con la madre,
como habían hecho sus padres entre sí, Regina lo diferenciaba muy bien de ella, lo
distinguía como padre.
Él proyectaba en Regina su deseo de haber sido el hijo preferido de la madre, sin poder
imaginar el sufrimiento de la hija por verse abandonada a esa dualidad. En parte la
identificaba con su propio hermano, que era exigente y lábil, sin darse cuenta –hasta la
experiencia psicoterapéutica– que su hermano no sólo había sido el consentido, sino
también el esclavizado, que había terminado padeciendo un trastorno mental similar al
que Regina empezaba a desarrollar.
Fue casi al final del proceso cuando los padres terminaron de relacionar sus propias
historias como hijos con sus actitudes como padres.
Había llegado por fin el momento de despedirnos.

LA RELACIÓN DEL TERAPEUTA CON LA FAMILIA

Este cuadro estaría incompleto si no mencionara los sentimientos polares que también

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tenemos como terapeutas en la relación que establecemos con el niño y con los padres.
En nuestra función como psicoterapeutas nos volvemos en parte «los abuelos
temporales» de esa familia, y como tales, no estamos libres de que los padres hagan
proyecciones e identificaciones sobre nosotros, que nos hacen sentir que estamos
participando de formas que no siempre coinciden con nuestra intención, con nuestro
deseo ni tampoco con «la imagen que tenemos de nosotros mismos».
Por eso, en el proceso con la familia es muy importante detectar estas proyecciones a
través de un trabajo de auto-observación del terapeuta atendiendo a los siguientes
aspectos:
• El lugar en el que nos sitúan los padres (vs. el lugar que «desearíamos» ocupar y el
que «podemos» ocupar).
• Las expresiones no verbales de los sentimientos ambivalentes hacia nosotros.
• Los sentimientos que nos despiertan los padres en nuestro trato con ellos.

EL LUGAR EN EL QUE NOS SITÚAN LOS PADRES.


EL QUE DESEARÍAMOS OCUPAR

Tomar conciencia de estas proyecciones evita, por una parte, que nos identifiquemos con
el rol que nos asignan, ya sea el de «hada madrina» o el de juez implacable.
La otra consecuencia de estas proyecciones es que nos lleven a adoptar una actitud
contraria a la que sentimos que nos están proyectando, volviéndonos, por ejemplo,
excesivamente consentidores o demasiado distantes.
No siempre nos sentimos reconciliados con ciertos afectos o actitudes como para tolerar
esas proyecciones. Hay proyecciones que rompen la imagen que tenemos de nosotros
mismos y/o la que queremos proyectar a los demás. Cuando estas se producen tendemos
a defendernos rápidamente, optando por demostrar lo contrario.
La gestalt dispone de técnicas muy potentes para aumentar el insight, además de su
invitación a aproximarse a los sentimientos que producen incomodidad, vergüenza,
malestar, justamente porque rompen con la imagen que quisiéramos tener o que
necesitamos tener de nosotros mismos. Este conocimiento nos va dando una visión cada
vez más «entera», es decir, «integrada» de nosotros mismos.
En nuestra formación y evolución como psicoterapeutas vamos forjando
progresivamente nuestro sentimiento de integridad. Se trata de aumentar la conciencia y
de tolerar sentimientos que en otro momento hemos tenido que negar o expulsar. Lo que
no se puede tolerar, se proyecta en los demás y nunca se digiere.

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Por el contrario, cuanto mejor integrados, mejor podremos contener temporalmente las
proyecciones que los padres «necesitan hacer» sobre el hijo y sobre nosotros –sin
quedarnos confundidos en ellas–, que harán que nos vean como figuras salvadoras o
exterminadoras de su imagen como padres.
La gestalt habla de las polaridades que nos acompañan en la vida y que forman parte del
vivir. Y como sucede con los aprendizajes vitales, este no acaba nunca, se recrea en cada
relación y en toda actuación. Sin ese saber, nuestra intervención se vuelve pura repetición
en vez de un acto creativo.

LAS EXPRESIONES NO VERBALES DE LOS SENTIMIENTOS AMBIVALENTES

En la relación que mantenemos con los padres es necesario prestar mucha atención a los
sentimientos de duda, desconfianza y rivalidad que les despertamos como terapeutas.
Frecuentemente no son sentimientos que demuestren de forma evidente, por lo
dolorosos. Más bien «evitan expresarlos», poniendo por delante la confianza, las
expectativas –a veces desproporcionadas– hacia nosotros y su deseo de colaborar, que
también sienten.
Por eso es necesario observar los comportamientos y actitudes que tienen con respecto al
«marco» de la psicoterapia, es decir, «a las condiciones que garantizan la buena marcha
del proceso». A través del modo en que se cumplen o se descuidan estas condiciones
mutuamente convenidas, podemos valorar su ambivalencia, ya que con sus actuaciones
pueden contradecir el deseo explícito de colaborar, como por ejemplo, llegadas tarde,
faltas frecuentes, olvidos del pago, etc.
Sabemos que se cumple la ley que dice que: «cuanto mayor es el monto de agresividad
que tiene que mantenerse fuera de la conciencia, mayor es la idealización que se
manifiesta consciente y explícitamente, en forma de admiración, de halagos». Y de
sumisión.
Por el contrario, la prevención, el recelo, que pueden llegar a expresarse como
descalificación, sirven como defensa ante el miedo que despierta una situación de
dependencia «necesaria y temporal» del psicoterapeuta, que se vive como forzada y
absoluta, porque en ese momento no se puede reconocer que será solo temporal.
• Ser conscientes de la polaridad afectiva de los padres evita que nos hagamos falsas
ilusiones (por lo parciales) sobre la imagen que tienen de nosotros y de nuestra
intervención. Detrás de la idealización siempre está la cara de la descalificación, el
temor a reconocer que lo que no es ideal también está presente y que casi siempre se

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espera que resulte frustrante y doloroso.
Tanto si lo que aparece como figura en el vínculo es la idealización, como si es la
descalificación, nuestra tarea es reconocer y rescatar lo que se oculta en el fondo de lo
que ocupa el primer plano y tratar de reconciliarlas.
• Moderar nuestras ilusiones nos ayuda a moderar nuestras exigencias hacia la
familia, para favorecer en cambio el compromiso de trabajo con sus miembros. Nos
ayuda a aceptar que el vínculo con ellos debe ser un vínculo sustentado sobre la base
sólida del contacto y que esa experiencia se construye con tiempo y con una masa de
sentimientos opuestos, como todo buen vínculo.
Durante una temporada vamos a ser un referente valioso para los padres. Un referente
nuevo en el que pueden apoyarse, que va ampliando el repertorio de las figuras internas
que hasta el momento presente han sido las únicas disponibles en su psiquismo.
Como me dijo una madre que suele desbordarse cuando está angustiada: «El otro día,
cuando te llamé para contarte lo que había pasado, estaba desesperada. Pero cuando
escuché el tono de tu voz y la tranquilidad con que me explicaste que era previsible,
aunque nosotros no lo hubiéramos podido ver hasta ahora, me pude relajar. No sé qué
me pasó, pero pude contestarle a mi hija de otra manera».

LOS SENTIMIENTOS QUE DESPIERTAN LOS PADRES EN EL TERAPEUTA

La escucha a los sentimientos que nos inspiran los padres, a veces desde el mismo
momento en que solicitan una entrevista, por «el modo» en que la solicitan, nos ayuda a
captar y a comprender las proyecciones que hacen sobre nosotros. No debemos olvidar
que estas se traducen en actitudes y comportamientos, que son los que van perfilando el
contacto en la relación.
A través de los sentimientos que nos despiertan también podremos comprender por un
momento cómo se siente el hijo ante los padres.
Hacer conscientes estas impresiones es un recurso muy valioso para el proceso
psicoterapéutico. Gracias a ellas podremos hacer devoluciones que favorecen el insight
de los padres sobre los sentimientos que les despierta la relación con el hijo.
También son una guía durante el proceso psicoterapéutico, para observar si se van
modificando y en qué dirección: permaneciendo inalterados, volviéndose más extremos o
moderándose hasta que logran canalizarse en un compromiso personal de trabajo dirigido
hacia la mejoría del hijo.

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LOS CAMBIOS SUTILES Y LA SUTILEZA DEL CAMBIO

Se presentaron unos padres airados, a los que el colegio y otros padres habían señalado
las faltas del hijo, lo cual se volvía equivalente a señalarles a ellos su propia falta y
defecto como padres.
Rodrigo tenía cinco años, y en el colegio observaban que era muy inquieto, sin ser
desafiante ni negativista. Había situaciones en las que podía perder el control de sus
impulsos. Siempre estaban relacionadas con su deseo de llamar la atención porque quería
que le incluyeran en algún juego o para entrar en contacto con alguien. Sin querer, en
esos momentos podía hacer daño a otros o hacerse daño a sí mismo. Esto último es lo
que creó la alarma y la preocupación en el entorno escolar.
Cuando lo conocí, Rodrigo me pareció un niño alegre, simpático y muy comunicativo,
aunque hablaba mal, con defectos de pronunciación que continuaban a pesar de estar en
reeducación de lenguaje.
El padre era un hombre que se mostraba airado, molesto. Expresaba su ambivalencia
mucho más a través de su comportamiento que verbalmente. Llegaba tarde a las
entrevistas. Nuestros encuentros le resultaban casi imposibles de compatibilizar con su
trabajo. Exponía multitud de quejas sobre maestros y otros padres. Sus quejas también
me advertían cómo se sentía ante mí y lo que esperaba de la relación conmigo.
El contenido de las sesiones se centraba mucho más en las injusticias de las que se sentía
víctima, junto con su hijo, que en alguna preocupación sobre el sufrimiento del niño.
Ocasionalmente aparecían críticas airadas contra sus comportamientos que ponían en
evidencia su arrogancia: es decir, la distancia emocional que ponía con respecto al niño
desde su posición de supuesta superioridad. Le planteaba exigencias que no tomaban en
cuenta su edad ni circunstancias. Por ejemplo, le disgustaba que con cinco años no se
despertara en silencio los fines de semana y, junto a su hermano, un año mayor, se
preparasen solos el desayuno y esperaran a que los padres se levantaran. O que no se
estuviera quieto haciendo sus fichas hasta terminarlas, ni se dejara duchar sin jugar,
comprendiendo que la ducha era una tarea, ni pudiera estarse tranquilo cuando iba al
parque Las críticas no equivalían a preocupación. Eran el reflejo de su justa indignación.
Las exigencias que me planteaba no reconocían límites: yo tenía que lograr cambios lo
más ajustados a los requerimientos que el medio les hacía por igual a él y al hijo. Y
además, de un modo casi inmediato, para que le resultara soportable mi intervención, ya
que estaba convencido de que con más tiempo él y el hijo hubieran sido capaces de
lograrlo.

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Era más frágil que la madre, por lo cual se mostraba más exigente y puntilloso. Su
desconfianza hacia mí era un reflejo de la inseguridad que sentía en sí mismo,
confrontado esta vez en la vida a dejar de ser él mismo un niño para convertirse en un
padre. Yo lo veía como un niño caprichoso y enrabietado. En su presencia me sentía
examinada, inquieta y tratando de conformarlo.
La madre no ocultaba su desconfianza hacia mí y el tratamiento. Pudo expresarla desde
el primer momento y también su interés en ayudar al hijo. Estaba preocupada por él y
también recelosa de las demandas que otra gente les hacía. Estaba dispuesta a colaborar
trayendo al hijo y acudiendo a las entrevistas.
Pude escuchar sus inquietudes sin sentirme invadida ni agobiada. Al contrario, me
despertó simpatía su sinceridad al hacer su descripción del hijo y al contar su
desconcierto ante él. Ella veía un niño cariñoso, noble, que sufría en el colegio, que
quería acercarse a otros niños y no sabía cómo hacerlo. Me habló de las dificultades que
había tenido con la alimentación, con el sueño, con miedos nocturnos Aspectos
evolutivos que habían sido complicados para el pequeño, en los que en cambio el padre
no solamente no reparaba, sino que procuraba evitar que ella los expusiera.
Supo explicarme con sus palabras aspectos significativos del crecimiento de su hijo y de
modo sencillo y austero me ofreció su confianza. Hasta ese momento había guardado sus
observaciones para sí y era obvio que la habían inquietado, pero no había recurrido a la
negación ni a vaciarlas de sentido para poder reafirmarse como madre. Había hecho lo
que hacen las buenas madres: tolerar la inquietud y la incertidumbre y buscar
conjuntamente con el hijo la solución.
El proceso de Rodrigo se interrumpió porque su madre tuvo una enfermedad que la
obligó a guardar reposo mucho tiempo y el padre no se hizo cargo de encontrar a nadie
que lo acercara a mi consulta. Se despidió por teléfono y Rodrigo no pudo volver para
despedirse.
Sin embargo, antes de este final, su madre había compartido conmigo en sesión una
experiencia que la había hecho feliz, según me dijo. Ella la relató orgullosa de lo que
había hecho. Había descubierto otro modo de acercarse a su hijo que ninguno de los dos
había experimentado hasta ese momento. Habían ido a buscar a su hermano a un
cumpleaños. Era algo tarde y Rodrigo estaba muy cansado. Se acercaron a un grupo de
padres que estaban reunidos, mirando jugar a los demás niños. Cuando reconocieron a
Rodrigo, empezaron a hablarle, a hacerle muchas preguntas, a gastarle bromas y él
empezó a agobiarse. La madre vio cómo miraba alrededor, buscando el momento para

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salir corriendo descontrolado, como en tantas otras ocasiones.
«Antes», me dijo, «lo hubiera obligado a contestar y a comportarse como un niño
educado, pero cuando lo miré me di cuenta de lo agobiado que estaba y de que en
cualquier momento podía explotar y salir corriendo o hacer cualquier cosa. Entonces le
dije: –Ven hijo, abrázame. Ya nos vamos cariño, que entre tanta gente te estás
asustando–. Y él pudo esperar sin salir corriendo ni hacerse daño. No pasó nada».
Aunque sí había pasado. Habían tenido una nueva experiencia que los había unido en
lugar de distanciarlos. La madre se había sentido segura de que su acercamiento a
Rodrigo era lo único que podía tranquilizarlo en ese momento. No tuvo dudas. Cambió la
exigencia por la comprensión, y él le había devuelto con creces su cambio de actitud.
Aceptó el abrazo, esperó hasta que llegara su hermano y se fueron sin incidentes.
La madre y el hijo habían dado los pasos necesarios para que Rodrigo pudiera confiar en
sí mismo a través de la confianza que ella le expresó. Experiencias como esta, que tomen
en cuenta el miedo a la separación, que soporten la espera, son las que al niño le
garantizan la posibilidad de ir separándose progresiva y satisfactoriamente.
Ella había comprendido que era significativo lo que les había sucedido, por eso lo trajo a
la entrevista. Y yo supe también que el trabajo que habíamos hecho juntas había
reencaminado su experiencia con el hijo.

AQUÍ Y AHORA

Mis personajes favoritos me han traído hasta aquí, ahora, y no es poca la guía que me
han ofrecido para acercarme a mí misma y a mi quehacer.
Me he despedido de Peter Pan. Se ha disipado la magia de Mary Poppins, si bien me
acuerdo de ella cada vez que me despido de una familia…
El reconocimiento cabal de ambas partes, su significado y su repercusión sobre nuestra
intervención, especialmente la de Peter Pan, ha supuesto un proceso de trabajo personal
que es ineludible para todo psicoterapeuta infantil. Es un aprendizaje a transmitir a los
alumnos en formación, a través de experiencias que favorezcan la toma de conciencia de
las motivaciones que sustentan su tarea, la profundización en sus actitudes hacia los
padres y la relación que esta tarea que han elegido tiene, a su vez, con ellos como hijos.
Personalmente, intento que, como psicoterapeutas, se hagan cargo del riesgo que entraña
su intervención si no han podido hacer conscientes e integrar estos aspectos de sí
mismos. No solamente para los niños y/o sus padres, sino también para ellos mismos.

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BIBLIOGRAFÍA

Cramer, B., «Vicisitudes de las identificaciones maternales», en Las relaciones precoces


entre padres e hijos y sus trastornos, Manzano, J. y otros, Necodisne.
Manzano, J., Palacio Espasa, F., Zilkha, N., Los escenarios narcisistas de la
parentalidad, Altxa.
— «Las interacciones precoces padres-hijos. Una nueva frontera», en Las relaciones
precoces entre padres e hijos y sus trastornos, Necodisne.
Martín, A., Vazquez, C., Cuando me encuentro con el Capitán Garfio (no) me
engancho, Desclée De Brouwer, Serendipity.
Perls, F., Sueños y Existencia, Cuatro Vientos.
Winnicott, D., Realidad y Juego, Gedisa.

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Terapia de pareja: comunicación y
responsabilidad
Ángeles Martín

«Siempre hay un poco de locura en el amor


aunque siempre hay un poco de razón en la locura»
F. Nietzsche.

EL PATRIARCADO

El Diccionario de la Real Academia Española y el Gran Diccionario Enciclopédico


Durban definen el patriarcado como «la organización social primitiva donde la autoridad
es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes
varones, incluso lejanos, de un mismo linaje». Este sistema de gobierno, que ha venido
ejerciéndose desde hace milenios, ha sido una de las grandes lacras de los últimos siglos.
Y esto es así porque este sistema tan dictatorial y autoritario ha impedido un desarrollo
más creativo y parejo en cuanto al desarrollo emocional y mental de hombres y mujeres.
Esta forma de organización social ha contribuido y fomentado unas diferencias entre
hombres y mujeres que han impedido que cada uno de los sexos pudiera compartir
características que eran consideradas del sexo opuesto. Este sistema ha estipulado con
rigidez los rasgos que se consideran masculinos para los hombres y los que se consideran
femeninos para las mujeres.
Desgraciadamente, esta forma de asignar roles a hombres y mujeres lo único que ha
dado lugar es a seres, en cierto sentido, lisiados, pues en base a él un hombre no podía
mostrarse, y mucho menos delante de otros hombres, tierno ni acogedor, ni
corresponsable de las cosas de la casa y de los niños, etc. Porque era descalificado
inmediatamente y asignado a la categoría de feminoide, que, como todos sabemos, le
convertía en algo pequeño y no bien visto, y encuadrado en la categoría de lo no

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masculino.
De este modo, características tales como ser un hombre emotivo, tierno, al que le gustan
las cosas de «mujeres», que se interesa y se ocupa de los niños o de las tareas de la casa,
no eran bien vistas entre los otros hombres. De hecho, todavía hay muchos hombres que
no aceptan tanto en hombres como en mujeres que no actúen de acuerdo a su rol
constituido a lo largo de milenios. Sin embargo, a partir de la época industrial, cuando la
mujer entra en el mundo del trabajo, algo imprescindible para que las familias pudieran
tener sus necesidades cubiertas, los roles comienzan a moverse y en cierto sentido a
transformarse. En este último siglo y medio la sociedad ha cambiado, hasta el punto de
normalizarse el que la mujer pudiera salir de casa a trabajar y así ganarse un sueldo, al
que anteriormente no tenía acceso, o se acercara al mundo intelectual del que había sido
marginada. Hoy sabemos que muchos inventos, trabajos y descubrimientos hechos por
mujeres fueron firmados y atribuidos a sus maridos, padres o hijos.
Aunque esta situación le dio cierta capacidad de decisión a la mujer sobre su vida (el
acceso al trabajo en la época industrial), no supuso un gran cambio en el nivel de
dependencia de los hombres y en cuanto a tener que seguir encargándose de todo lo
relativo a la casa, a los niños, a su educación y al cuidado de toda la familia. Las mujeres
se habían convertido en mano de obra en las fábricas, pero en sus casas seguían
manteniendo el rol de cuidadoras de hijos y marido e incluso de sus padres y suegros.
Mientras, los hombres seguían eludiendo cualquier actividad relacionada con la casa y los
hijos, sin darse cuenta de que esto también iba a traer consecuencias nefastas para ellos,
como veremos más adelante.
A partir de los años sesenta-setenta, a consecuencia de la revolución de mayo y la
liberación sexual promovida en esos años, y también del acceso al trabajo de muchas
mujeres, algo comenzó a cambiar en las sociedades occidentales. Algunas mujeres ya
estaban trabajando antes de casarse y como consecuencia de ello podían gozar de una
mayor libertad para vivir de una manera más independiente de sus padres o maridos. Ya
no dependían del marido exclusivamente, sino que adquirieron un nuevo estatus que les
otorgó ciertas libertades que hasta ese momento nunca habían tenido.
A finales del siglo XX y principios del siglo XXI aparece un fenómeno que provocaría
también grandes cambios en las relaciones de pareja. Los jóvenes tienen problemas para
encontrar un trabajo que les satisfaga y por otro lado las madres de muchos de ellos
siguen cuidándolos como si estos fueran mucho más pequeños de lo que son, los tratan
como si fueran niños, les cocinan, les lavan y planchan la ropa, les mantienen la
habitación limpia, en fin, prolongan durante demasiados años una relación en que ella les

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sigue cuidando y tratándolos como si fueran niños incapaces de valerse por sí mismos e
independizarse. De esta manera, se convierten en jóvenes mimados por sus madres, y
ellas hacen de su cuidado y el de su marido el objetivo de sus vidas. Y, de hecho, estos
hijos con veinticinco, treinta y cuarenta años siguen viviendo con sus padres, y siendo
atendidos y cuidados por sus madres. Mientras, el padre sigue impasible ante esta
situación de infantilización de sus hijos.
Esta forma de vida ha traído grandes problemas, pues estos jóvenes se han convertido en
hombres-niños, que buscaban y buscan en sus parejas mujeres-madres que los sigan
mimando y cuidando como lo hacían sus progenitoras. Estos hombres-niños no han
madurado adecuadamente. Siguen creyendo que sus mujeres tienen que hacerse cargo de
ellos como lo hacían sus madres, a lo que han contribuido estas, con la falsa idea de que
sus niños tenían que ser atendidos por sus esposas como ellas los atendieron mientras
vivían en casa. Cuando la nuera no acepta este rol que la suegra quiere otorgarle, son
evidentes las consecuencias: es tachada de mandona, de que quiere dominar al marido y
anularle, de que no lo quiere lo suficiente, etc. Y, al revés, para la esposa, es la suegra la
que quiere seguir mandando sobre el marido, quiere tenerlo pendiente de ella y se
interpone en la relación de la pareja creando malestar y disputas.
Esta forma de ver las cosas patriarcalista ha generado grandes dificultades en el
entendimiento de las parejas, pues cada miembro acudía al matrimonio con sus propias
creencias sin tener en cuenta las necesidades del otro.

LOS HOMBRES-NIÑOS Y LAS MUJERES-MADRES

A los hombres-niños les cuesta renunciar a los privilegios que les otorgaban sus madres,
que de esa manera lograban mantenerlos más tiempo en casa. A muchas de ellas el
síndrome del nido vacío que padecían a causa de la independencia de sus hijos les ha
llevado a sufrir grandes depresiones y a la creencia de que su vida había terminado, de
que ya no servían para nada, como si al acabar su función de cuidadoras ya no
encontraran sentido a nada. Algunas se han salvado a través de los nietos, a los que
tienen que cuidar en numerosas ocasiones. Por otro lado, tener hijos ha dejado de ser el
objetivo de muchas parejas jóvenes, que lo ven como una manera de consumir su
juventud cuidar de ellos. Antes prefieren vivir otras experiencias con sus parejas, viajes,
salidas solos o con amigos, etc. Desaparecen las familias de más de dos o tres hijos, pues
los padres no tienen ni tiempo ni dinero para poder sacar adelante a más de uno. Por otro
lado, las madres y los padres, después del trabajo, de donde a menudo llegan agotados,
tienen que ponerse a atender a los hijos, a los que no saben cómo tratar, pues los

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modelos que tuvieron ellos –es decir, sus padres– ya no les son válidos. La mayoría de
los ellos, cuando los vemos en consulta, nos hablan de un padre ausente o por el
contrario muy autoritario. Porque los modelos para los varones eran: o padre autoritario
o padre ausente que se inhibía ante los hijos.

¿Qué modelos les quedan a los padres varones?: Evidentemente un padre permisivo, un
padre ausente o un padre autoritario. El hombre-niño no ha podido hacer una síntesis
satisfactoria para relacionarse con su hijo. Para que esta relación se dé de una forma

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medianamente sana es necesario que asuma su paternidad y se introduzca en la díada
que forman la madre y el hijo, sobre todo en el primer año de vida. Que el padre no deje
en manos de la madre todas las tareas referentes a sus hijos, pues, si no, estará cediendo
sus derechos y obligaciones a ella y llegará un momento en que la díada madre-hijo será
tan fuerte que cuando se produzcan discusiones entre la pareja o luchas de poder entre
los padres, la madre utilizará a los hijos, de forma consciente o inconsciente, contra el
padre.
Esto de por sí es una consecuencia nefasta, pues la mirada del hijo/a no será totalmente
limpia, sino que estará matizada por la mirada y los deseos insatisfechos de la madre.
Más a menudo de lo que nos creemos, son las mujeres las que quieren tener hijos,
mientras que en los hombres no es ni tan grande ni tan imperioso el interés. En estas
situaciones lo que ocurre es que, si el marido ama a su esposa, consentirá en tener hijos,
aunque él no tenga gran interés ni se sienta implicado en esta tarea. Sin embargo, por
imperativos sociales y por el amor que tiene a su mujer, le dará hijos (y digo «le dará
hijos» porque estos padres no se sienten implicados en la tarea de ser padres y ser
responsables de ellos). Además, está bien visto socialmente que las parejas tengan hijos,
y eso se convierte en una introyección, además de en un imperativo biológico en unos
casos y un imperativo social en otros.
¿Pero qué ocurre cuando el marido no está comprometido verdaderamente con la
paternidad? Pues sencillamente que su responsabilidad para con los hijos y su mujer en
esta tarea está disminuida y subestimada por ellos y la dejan en manos de su mujer y/o
de los abuelos.
Las primeras diferencias aparecen ya en el embarazo, en el que el padre no se siente
implicado por ser algo que se produce fuera de él y sí dentro de su mujer. A menudo la
falta de deseo de la mujer embarazada hacia él, lo vive como rechazo, y hay hombres
que en las etapas finales del embarazo son infieles con alguna compañera o consumiendo
prostitución rápida. No soportan el distanciamiento de su esposa, que está afectada por
una hormona que ejerce una función protectora para ella y el feto y cuyas consecuencias
duran aproximadamente un año.
Cuando nace el bebé, si el papá sigue todavía bastante despistado y, en lugar de hacer
valer sus derechos ante su hijo, deja que la madre se ocupe de todo lo referente a él, es
posible que se sienta excluido, sin llegar a tomar conciencia de que es él el que ha cedido
su lugar. En este primer año de vida la madre constituye con su bebé una diada muy
fuerte, y si el marido, por comodidad, por celos o por sentirse excluido de esa diada, se

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mantiene fuera, esto no será bueno para ninguno de ellos (ni para la madre, que corre
con todo el peso del cuidado y amamantamiento y de que el bebé esté bien atendido –
enfermedades, etc.–, ni para el padre, que no asume su responsabilidad para con su
esposa, ni para el bebé, que necesita la figura masculina para su progresiva identificación,
apoyo y socialización).
Las consecuencias son francamente desafortunadas, pues la mujer sobrecargada puede
culpar a su marido de falta de acompañamiento, apoyo y escucha en este proceso de
crecimiento y desarrollo del bebé.
Por otro lado, el padre puede entrar a competir con el hijo porque la mujer se ocupa más
del bebé que de él (como hacía su propia madre). Todos estos movimientos que se
generan en estos primeros años hay que vigilarlos cuidadosamente para que no interfieran
en la relación de pareja más de lo que puedan soportar ambos cónyuges.
El hombre se puede sentir abandonado si no se hace un hueco en esa diada y puede
buscar compensación fuera de la familia, lo que por un lado puede crearle sentimientos
de culpa y por otro hacer que se aleje de la diada madre-hijo y que se desentienda aún
más de los cuidados y educación de su vástago, así como del apoyo hacia su pareja, que
antes o después le recriminará haberla abandonado, no tenerla en cuenta, etc.
Como consecuencia de todos estos movimientos que se producen ante la llegada de un
hijo, el hombre-niño se puede sentir rebasado y la mujer-madre (pues esa es la situación
en que la coloca el hombre-niño o en la que a ella le es más cómodo situarse) verse muy
sola en la tarea del cuidado del hijo, sin poder entender que su pareja se aleje y que ella
tenga que hacerse cargo de una tarea que les corresponde a ambos. Sentir que él no la
acompaña en algo tan importante como es la crianza y educación de los hijos de ambos,
y no entender el distanciamiento que se ha producido por parte de él. No toma
conciencia de que su pareja no tenía ningún interés en tener hijos en ese momento de la
relación o en ningún momento, pero que por amor a ella ha aceptado ser padre, pero sin
ninguna convicción interna y sin ningún compromiso profundo consigo mismo ni con
nadie. El darle un hijo a su pareja ha sido un acto de amor hacia ella, pero nada más.
Luego está otro hecho no menos importante, y es que el bebé sea del sexo que el padre
esperaba.
La mujer, desbordada, comienza a pedir y más tarde a exigir más implicación de su
pareja. El hombre termina por decir que no la entiende, y se muestra más frío y distante
a medida que ella requiere más. Ella se desgañita demandando apoyo, solidaridad y
tiempo de descanso. Él, ante esta andanada de exigencias, que antes nunca le había

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hecho, suele optar por la retirada e implicarse de una manera más intensa en el trabajo u
otras actividades fuera del hogar. Comienza a llegar más tarde, y si no es así, encuentra
la forma de distraerse con el ordenador o con cualquier otra actividad que lo exculpe de
sus obligaciones para con su mujer y su hijo.
Este padre, heredero y discípulo del patriarcado, no entiende qué ha cambiado en tan
poco tiempo, porque ahora su mujer parece una harpía exigente y mandona que ha
dejado de ser mujer-madre para él. Por otro lado, ella, frustrada y cansada del trabajo, la
casa y los niños, se vuelve cada vez más exigente y a la vez menos comunicativa y se
muestra todavía más enfadada. Y cada vez se van distanciando más. Ya no hablan, y
cuando lo hacen es para gritarse. La poca o mucha intimidad que tuvieron en algún
momento se ha ido diluyendo en estos primeros años de procreación.
Por otro lado, el hombre es más visual, lo que le facilita distraerse más a menudo, y la
mujer se fija más en los detalles, lo que le hace pensar que su pareja está perdiendo el
interés en la familia y especialmente en ella.
El patriarcado, por otro lado, tampoco acepta que las mujeres muestren roles que son
considerados masculinos. Esta tradición se va transmitiendo de padres a hijos, y en la
infancia son las madres las encargadas de ella por ese rol de mujeres-madres.
En la juventud y el resto de la vida es el hombre el que quiere mantener el estatus
patriarcal. De hecho, el hombre espera que «su mujer no cambie», y por el contrario, la
mujer cree que «cuando se casen su marido va a cambiar». Evidentemente, ambas
creencias son eso, creencias, que muy a menudo no coinciden con la realidad, y esto
produce frustración y falta de deseo, con las consecuencias consiguientes para la
relación.

LOS HOMBRES-PADRES Y LAS MUJERES-NIÑAS

Al igual que nos hallamos con hombres-niños y mujeres-madres, en el otro lado nos
encontramos con hombres-padres y mujeres-niñas. Las relaciones que se establecen en
estas parejas son muy similares; en ellas las mujeres, incapaces de hacerse cargo ni
siquiera de sí mismas, buscan un hombre que las cuide, las proteja y les dé todo aquello
que ellas son incapaces de proporcionarse. Son mujeres muy débiles, muy desvalidas,
habitualmente son caracteres de tipo oral dependiente, que se aferran a un hombre mayor
en un intento de sustituir a sus verdaderos padres por él, que ha de reunir las
características que aquellos tenían o las contrarias.
De este tema volveremos a hablar más adelante, pues este modelo es también nefasto

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para los hijos, tanto niñas como niños.
Estas madres o esposas suelen padecer enfermedades, a menudo de difícil diagnóstico,
porque lo que predomina es una ansiedad ante los retos de la vida, para los que no
fueron preparadas sino más bien lo contrario, y por esa carencia son incapaces de hacer
frente a sus responsabilidades como madres y esposas y a sus propias necesidades. De
este modo, esperan que sean los hombres-padre los que estén pendientes y se ocupen de
ellas. Suelen ocasionar mucho sufrimiento en la familia, y numerosas disfunciones, y si
hay hijos, no serán vistos por unas madres que están más pendientes de sus propias
necesidades que de las de ellos.

EL CEREBRO FEMENINO Y EL CEREBRO MASCULINO

Después de miles de años de evolución y de especificidad de roles que tanto la biología


como el patriarcado se han encargado de mantener y continuar por razones diferentes,
nos encontramos con que los cerebros de hombres y mujeres solo se diferencian en lo
referente a las emociones, y estas diferencias se deben a las hormonas femeninas, que
son sustancias segregadas por diferentes glándulas o tejidos específicos: hipófisis,
suprarrenales, timo, hipotálamo, tiroides, hipófisis, paratiroides, riñón, páncreas,
placenta, tubo digestivo, testículos y ovarios.
Las diversas glándulas que configuran el sistema hormonal forman una red de
comunicación complementaria al sistema nervioso. Estas glándulas, en lugar de utilizar
los impulsos nerviosos, segregan las hormonas, mensajeros químicos que son
trasportados por el flujo sanguíneo a otras glándulas y tejidos del cuerpo.
El sistema cognitivo es igual en hombres y mujeres, no así las emociones, que vienen
matizadas por las hormonas femeninas (sistema endocrino), lo que le da a la mujer una
capacidad mayor de empatía y emocionalidad.
Esto, como veremos, influye en las relaciones, intercambios, comunicación y
responsabilidad de hombres y mujeres de forma muy significativa.

ORÍGENES DE LA TERAPIA DE FAMILIA

Desde principios del siglo XX y sobre todo a partir de las dos guerras mundiales, las
terapias de pareja adquirieron un gran auge. Muchas parejas se vieron sometidas a
experiencias muy traumáticas, cuando regresaban los soldados de la guerra. Bastantes de
ellos tuvieron problemas de integración y adaptación, lo que provocó innumerables
divorcios, como consecuencia de vivencias y experiencias que no pudieron asimilar para

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poderse volver a integrar socialmente.
Por un lado, habían cambiado las condiciones socio-económicas, y por otro, la diversidad
de vivencias que cada elemento de la pareja habían vivido era totalmente radical. Estas
vivencias tan dispares separaban física y emocionalmente a ambos miembros de la
pareja, ocasionando su derrumbe y que acaben separándose. El estado de estrés con el
que regresaban los soldados no podía ser asimilado por ambas partes de la pareja, lo que
hacía inviable una reunificación duradera, dando lugar a que se produjeran muchos más
divorcios de los habituales.

PARADIGMAS DE TERAPIA DE PAREJA

Parejas y familias quedaban rotas, y a partir de ese momento comenzaron a aparecer


varios modelos de terapias:
Hay dos corrientes en la base de este enfoque terapéutico: una relacionada con el tipo de
pensamiento que la sustenta y otra con la práctica.
A la primera pertenecían las terapias de corte psicoanalítico y a la segunda las cognitivo
conductuales.
Por otro lado, comienzan a aparecer otros modelos, más cercanos a la psicología
humanista, como los de la teoría de la comunicación de Palo Alto, liderados por P.
Waslawick, que estudiaba los procesos de interacción y el constructivismo.
Paul Waslawick, psicoterapeuta austriaco, emigró a los EEUU a mediados del siglo XX.
Por esos años publicó La teoría del cambio, que influyó definitivamente en las terapias
de familia y de pareja.
Más cercanos a las teorías de los sistemas estaban Minuchin y Rogers. Por otro lado,
estaba el enfoque gestáltico representado por Virginia Satir y F. Perls, que dedican gran
parte de su libro Enfoque gestáltico y testimonios de terapia al trabajo práctico con
parejas.
De esta manera, comenzaron a trabajar con familias y parejas desde distintos enfoques:
Minuchin y Rogers estaban más orientados al trabajo sistémico. Virginia Satir y F. Perls
tenían una orientación gestáltica y P. Waztlawick, sobre todo a partir de los trabajos en
Palo Alto, desarrolla el enfoque constructivista.
A este enfoque y al sistémico pertenecen grandes terapeutas europeos (psicólogos y
psiquiatras), como la italiana Mara Selvini Palazzoli y su equipo, también, de alguna
manera, Laing y Cooper en Reino Unido, y en España, R. Neuberger, Norma Mollot y

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Lluis Linares… Estos enfoques se aplicaron a las familias disfuncionales, permitiendo
entender y mirar al chivo expiatorio o paciente designado no como el enfermo en sí
mismo, sino como un miembro más de la familia, que estaba representando las
interrelaciones familiares enfermizas y disfuncionales. El paciente, visto así, era
considerado como un síntoma (tal como pueden ser vistos la fiebre, el dolor o los
vómitos con respecto a alguna enfermedad, de tal manera que ninguno de ellos es
considerado como la enfermedad en sí misma, sino como signos de algo más profundo
que abarca a todo el sistema).
La terapia de familia tiene una larga tradición dentro de los enfoques terapéuticos. El
problema es que las parejas no acuden a terapia, y cuando acuden a ella la relación está
demasiado deteriorada como para recomponerla: ambas partes de la pareja se sienten
demasiado perjudicados por el otro.
A mi entender la terapia sistémica y la terapia constructivista son los dos principales
enfoques que trabajan con las familias y las parejas disfuncionales.

LA VERGÜENZA

Voy a introducir en este apartado la vergüenza por ser un sentimiento demasiado


devastador en las relaciones de pareja y vivido demasiado frecuentemente por los
hombres cuando se sienten muy heridos y ambos miembros de la pareja persisten en ese
demoledor intercambio y comunicación.
La vergüenza es una emoción que evoca en los seres humanos una falta de autoestima e,
incluso, si vamos más allá, una desvalorización de sí mismo, de aquello que representa
más íntimamente a cada ser humano. Es una emoción que, cuando surge, lo hace frente
a alguien, y significa fundamentalmente que el otro nos ha pillado en falta, es decir, que
otro ser humano ha descubierto en nosotros algo vergonzoso, algo que nos hace sentir
inferiores y devaluados ante otra mirada que no es la nuestra, pero que es como si lo
fuera. A menudo el otro es inconsciente de lo que está aconteciendo dentro del sujeto.
Esta emoción atenta contra algo tan esencial como es la integridad del ser humano, su
autoestima y su propia valoración; atenta contra su self, su «sí mismo».
Este sentimiento está muy desarrollado en algunas personas, y cualquier atisbo de que
pueda emerger puede provocar una sensación bastante aterradora, por las connotaciones
tan desoladoras que tiene para el sí mismo. A veces este sentimiento es tan devastador
que provoca fobia social en algunas personas, inhabilitándolas para compartir aspectos y
formas de ser y estar en el mundo, y frecuentemente provocándoles imposibilidad de

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estar en grupo.
Esta desvalorización o minusvalía con la que va acompañada la vergüenza puede estar
sobrecompensada por un sentimiento de orgullo desmedido o por un barniz narcisista que
la encubre. Mi experiencia me ha mostrado que en los hombres esta deficiencia o falta de
valoración es mucho más difícil de trabajar y por tanto de ser trasformada, porque no
suele haber una insatisfacción manifiesta, sino todo lo contrario. Este tipo de pacientes
solo acuden a terapia cuando su relación de pareja entra en crisis, y la dependencia,
ligada a su sentimiento de inferioridad, les conecta con la pérdida y el abandono.
Generalmente este sentimiento está compensado u obviado gracias a una serie de
mecanismos que evitan al sujeto ponerse en contacto con esta emoción tan devastadora,
como veremos más adelante.
No obstante, la tendencia a evitar esta herida narcisista y el sentirse devaluado o
despreciado lo empuja a la retirada en las relaciones. Esta retirada del contacto produce
mucha frustración a las parejas, que intentan, a menudo, reiniciar el contacto de forma
muchas veces contraproducente. Por ejemplo, ante la actitud evasiva de sus maridos o
compañeros reaccionan con más agresividad y más desprecio, provocando en el otro
aquello que más teme: la desvalorización y la vergüenza. En otros casos, las mujeres
tratan de obtener mayor cercanía y compromiso por parte de sus parejas quedándose
embarazadas, en la creencia de que ese hijo va a salvar la relación o va a hacer que se
produzca un acercamiento mayor. Grave error, ya que supone una exigencia de mayor
responsabilidad, que hasta ese momento no se había producido por las características de
buen número de hombres; muchos de ellos han aprendido dentro de sus familias que las
madres son las encargadas de cuidarlos hasta que salen del hogar y se independizan y
que después es su mujer la que tiene que cumplir esta función. Esta creencia, bastante
extendida, hace pensar a más de un hombre que son las mujeres las que se deben
encargar del cuidado de los hijos y de ellos, además de tener que ocuparse de las tareas
de la casa, como ocurría en casa de sus propios padres, donde la madre, sometida al
temor de quedarse sola cuando los hijos abandonaran el hogar, hacía todo lo posible por
prolongar su estancia en la casa paterna, aunque para ello tuviera que sacrificar una parte
de su existencia en seguir en estas tareas cuidadoras y maternales.
Cuando el hombre se ve envuelto en una nueva tanda de ataques, de críticas, de
desvalorizaciones y de devaluación del ego hace que este trate de evitar los sentimientos
de vergüenza que podrían emerger haciendo o conduciéndose con una mayor falta de
responsabilidad hacia su pareja y una ruptura más o menos intensa de la comunicación;
la distancia se hace mayor y el tiempo de permanencia con el otro más escaso,

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encontrando disculpas para ausentarse, fundamentalmente a través del trabajo. Esta
actitud deja muy frustrada a la pareja, que puede tornarse más agresiva, exigente y
descalificadora, y sentir una insatisfacción que pondrá en peligro la relación, o, cuanto
menos, el contacto y buena parte de la intimidad.
Casi la única posibilidad de que un hombre transija a acudir a terapia arrastrado por la
pareja es cuando se está jugando la ruptura de la relación. Si quiere conservarla, ya sea
por su dependencia o por sus sentimientos amorosos, acudirá a terapia, si no, será una
pareja rota, llena de frustraciones, que en todo caso solo seguirán juntos por otros
motivos o intereses, pero no por amor. Y la experiencia es que cuanto más tiempo pasen
juntos en ese proceso de destrucción, falta de respeto y de abusos, incluso insultos, la
separación será más traumática, y no digamos cuando hay hijos de por medio, donde
cada uno de los padres trata de utilizarlos como dardos contra el otro.
En algunas mujeres el mecanismo de sobrecompensación aparece en las personalidades
histriónicas y narcisistas, ambas ligadas al complejo de princesitas que buscan ser vistas,
valoradas y consideradas por sobre todas las cosas. Luego están las mujeres con
características victimistas, que se implican con hombres despóticos o maltratadores. Y
viceversa: maltratadores que buscan víctimas para desarrollar sus características de
personalidad.

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El hombre, cuando siente que puede ser herido en su debilidad o fragilidad, que él
rechaza y teme por haber sentido vergüenza por ello en su infancia, ha aprendido que el
orgullo y la arrogancia lo colocan en la frialdad de un plano distante y lejano y le evitan
sentimientos (muchos de ellos de vergüenza) que no sabe manejar de otra manera.
En el hombre, este mecanismo de retirada ante el conflicto, por sentirse incapaz de
afrontar las demandas de su pareja, lo llevan a escapar de sentimientos dolorosos y
aterradores para su yo, pues ponen en cuestión su valía como hombre, como pareja,
como padre y como compañero.
Ante la dificultad, el hombre acude a dos formas para eludir esta situación para la que no
fue preparado: una, ya descrita, es la huida, y la otra, el alcohol, las drogas, la

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prostitución o al maltrato. La primera, como ya dije, deja a la mujer muy frustrada y con
un sentimiento de soledad a veces insostenible. La segunda, que es el maltrato y la
agresión en todas sus expresiones, desde la física a la psicológica, afecta a toda la familia,
no solo a la mujer, sino también a los niños, ya que la violencia puede ejercerse hacia
todos ellos o hacia la esposa solamente, por tanto, afecta a todos, y especialmente a los
más pequeños, que de esta manera irán aprendiendo modelos de conducta que cuando
sean adultos podrán hacer que se transformen, si son hombres, en personas violentas y
probablemente adictas, y si son mujeres, en víctimas incapaces de hacer valer sus
necesidades y preservar sus espacios y su vida de formas de violencia como la que
vivieron en su infancia.
Este tipo de hombres, incapaces de separarse o de responsabilizarse de lo que les
corresponde en la relación, responden con el alejamiento o el maltrato. En ambos casos
se produce una huida de la intimidad, en la que a menudo no saben manejarse con
soltura y libertad, pues es en ella donde se muestra la ternura, la fragilidad, los
sentimientos amorosos y donde se comparten momentos en los que uno se queda más
desprotegido y expuesto a ser herido y menospreciado, ya no solo por el otro, sino por sí
mismo, sobre todo si se siente ridículo cuando muestra ternura, complicidad y valoración
del otro. Ante esta situación temida, escapa del contacto y del apoyo necesario para
producir en la pareja (en este caso en ella) unos mínimos de seguridad y estabilidad.
Evidentemente, los hombres que tienden a la huida, que no se hacen responsables de las
parcelas y tareas que les corresponden como padres y esposos, dejan a sus mujeres
frustradas y decepcionadas. Pudiendo acabar estas con depresiones y ansiedad
insostenibles.
Hay otro tipo de hombres que hacen uso de la violencia; son peligrosos para sus esposas
e hijos, adoptan el papel de agresores y perpetúan, como consecuencia, en los más
débiles, conductas de víctimas, y en los más fuertes, conductas violentas. Por el sistema
patriarcal en el que vivimos, las mujeres se identificarán más fácilmente con las víctimas
y los hombres con el agresor. Según los estudios que se han realizado, un 91 por ciento
de los maltratadores son hombres y un 9 por ciento mujeres. También se producen
comparativamente menos denuncias por maltrato de hombres hacia sus mujeres, por la
vergüenza que el reconocimiento de dicho maltrato les produce.
El hombre al que su arrogancia y prepotencia conducen a minusvalorar a los otros (sean
los más próximos o los más alejados), no hace sino poner en marcha un mecanismo para
ocultar sus sentimientos de inferioridad y su falta de conexión con lo que él considera
propio de lo femenino, como son los sentimientos, las emociones, la sensibilidad, la

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espontaneidad, el hablar acerca de lo que ocurre dentro de la pareja, etc., es decir, todo
aquello que dentro del mundo patriarcal fue ahogado y reprimido en el hombre en la
infancia por considerarlo propio del otro sexo y por tanto de poco valor.
Este sistema represivo que se va forjando en la primera infancia (en realidad desde que
nacemos –el rosa para las niñas y el azul para los niños, los niños no lloran, no juegan
con muñecas, no se ponen vestidos, tienen que mostrarse valientes y no deben parecer
demasiado «sensibles» ni «excesivamente» femeninos, etc.–. Este sistema va marcando
la diferencia de roles para ambos sexos, y estos modelos siguen funcionando en la TV, la
literatura, el cine y casi en cualquier expresión de la conducta humana a la hora de tratar
a las personas de uno u otro sexo. Todo está impregnado de esta división de roles de una
forma rígida, que cercena y reprime todo lo que en el hombre se considera como poco
masculino. Esta represión, en sí misma, lleva a una desvalorización de esos rasgos en las
mujeres, como también de todo lo relacionado con lo «frágil». Los hombres tienen que
desvalorizar la fragilidad, la ternura y todo lo relacionado con lo femenino si quieren ser
aceptados por los grupos de varones a los que pertenecen a lo largo de su vida. Parece
ser que este es un requisito de aceptación y pertenencia a dichos grupos. También es
cierto que los hombres que se acercan más al mundo femenino tienden a retirarse de esos
otros grupos de hombres que muestran más agresividad, porque se exponen a padecer su
desprecio y porque las relaciones que se establecen entre esas formas de funcionar son
muy superficiales y en ellos nadie puede hablar de su intimidad.
También es ciertos que los hombres más valorados en general en nuestro mundo actual
son aquellos que presentan rasgos masculinos y a la vez son capaces de colocarse en una
posición de igualdad con las mujeres, mostrarse tiernos, afectuosos, cariñosos,
comprometidos con la familia, y que han creado lazos de confianza, respeto e intimidad,
fomentando un ambiente familiar de cooperación, apoyo y ayuda mutuas. Y es este
espacio de convivencia el que consolida los lazos y los intercambios de todos sus
miembros. En él hay ternura, comunicación, las partes se valoran y se escuchan y se crea
una intimidad que protege y nutre a todos los miembros. La comunicación y el deseo de
crear algo juntos es primordial para establecer las bases de una sólida convivencia. A
estas bases se van añadiendo el compromiso, la cooperación, el respeto, la confianza, el
apoyo, la valoración de las partes, el tener en cuenta las necesidades, los sentimientos,
los pensamientos y las creencias del otro, y una intimidad que estimula y da seguridad,
pues se tienen en cuenta y se respetan las necesidades de los demás.
Todo esto consolida una relación madura y aleja del pensamiento de los integrantes la
idealización y el deseo de ejercer control de una o ambas partes sobre la otra.

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Las diferencias con el otro o la otra que no son injustas para una de las partes pueden
acercar, complementar y enriquecer. Las diferencias que son injustas para una de las
partes y la dejan en un lugar de abuso, separan y acaban por debilitar los vínculos y
alejar emocionalmente e incluso físicamente a la parte perjudicada. Y aunque en
apariencia la persona maltratada se muestre ante su maltratador con sumisión, en el
fondo el/la maltratado/a se aleja emocionalmente y físicamente (sexo, relaciones
afectivas, etc.) del él/ella.
Todo este entramado de relaciones tiene que satisfacer a las dos partes o, cuanto menos,
ser más nutritivo y gratificante que perjudicial y carente de amor y abusivos.
Mientras socialmente en el mundo del patriarcado se valora en las mujeres que sean
femeninas, sumisas, que no sean conflictivas, que sean buenas amas de casa, que cuiden
bien al marido y a los hijos, sin contrapartida para ellas de parte de los hombres, en el
caso de los hombres lo que se les pide es que sean buenos proveedores, sin otras
responsabilidades para con la familia. Esta desigualdad no es buena ni para los hombres
ni para las mujeres. En lo que le atañe a él porque tiene que evitar y reprimir cualquier
muestra de sensibilidad o expresión que esté devaluada. Por que tiene que ser lo opuesto
a ellas si no quiere ver desvalorizada su masculinidad y puesta en duda su capacidad de
cuidar y defender a su pareja y familia, si no es así será cuestionada su virilidad.
La entrada de la mujer en el mundo laboral y cultural ha propiciado que este sistema de
valores vaya cambiando. Cuando un sistema social sustrae la cultura y la igualdad entre
hombres y mujeres, la desigualdad va a crear represión, diferencias y discriminación de
unas, frente a los otros. Estos sistemas impiden el progreso social y el desarrollo de sus
miembros.
Sin embargo, lo que evidenciamos constantemente en la clínica cotidiana es que si una
mujer no puede satisfacer sus necesidades de apoyo, ternura y contacto y se siente
frustrada, es seguro que toda la familia será infeliz. Es necesario que el hombre escuche a
la mujer, que dialogue, que comparta, que se ponga en el lugar de ella y trate de sentirse
como ella frente a esa situación. Esta no es tarea fácil, porque es pedirle que haga aquello
para lo que no fue enseñado y sí reprimido. Y no solamente eso, sino que le supone un
trabajo extra de entender, de comprometerse y de estar presente en las dificultades de su
pareja e hijos. Hace falta un gran esfuerzo, pero si tiene la paciencia de trabajar para que
estos cambios se produzcan en él, también va a obtener a cambio más satisfacciones de
su pareja y de sus hijos.
Este sistema que ha imperado durante siglos y especialmente en las dos últimas

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generaciones del siglo XX y principios del XXI ha propiciado lo que yo llamo el hombre-
niño y la mujer-madre.
Los varones han sido protegidos y cuidados excesivamente por unas madres cuyo
objetivo único en la vida era tener una familia y cuidar a sus hijos y su marido. Como
resultado, las madres han sobreprotegido a sus hijos, propiciando que estos permanezcan
en la casa paterna hasta los treinta o cuarenta años e incluso más. Las madres se han
hecho y se hacen cargo de estos hijos como si fueran minusválidos. No se les exige una
colaboración en las labores de la casa, y se les permite todo tipo de conductas, sin
ninguna contraprestación para los padres, o en este caso para las madres, que les
atienden en todo como si aún fueran niños, y viven en la casa como si fuera la propia, a
donde pueden llevar a sus novias, amigos, etc. Tienen todo tipo de prebendas y cuidados
por parte de la madre fundamentalmente, contando con la pasividad del padre, y lo único
que tienen que hacer es seguir viviendo con ellos hasta que encuentran a una mujer con
la que intentar compartir la vida.
Estos hombres-niños, cuando salen de casa y sus parejas les proponen una relación de
igualdad en todos los ámbitos de lo familiar, se sienten frustrados por ellas, por que les
demandan lo que sus madres nunca les exigieron, ya que les dieron generosamente todo
sin pedir nada a cambio. Estos hombres buscan mujeres-madres que tengan un
comportamiento con ellos similar al de sus propias madres. Es decir, que de la puerta de
la casa para adentro no se les exija nada. Quieren seguir siendo ese pequeño príncipe al
que mamá mimaba y cuidaba. Esos hombres no saben mantener relaciones de igualdad y
acaban escondiéndose tras el trabajo, los ordenadores, drogas o cualquier otra excusa que
les exima de las responsabilidades familiares, más allá del trabajo.
Para muchos hombres, la demanda de la mujer de tener hijos y crear una familia se
convierte en una pesada carga en la que no están dispuestos a embarcarse. Cuando ven
peligrar la relación con su pareja por alguna de estas causas anteriormente descritas, hay
muchos hombres que por amor o por miedo a perderla, aceptan tener hijos, pero después
no saben o no quieren hacerse responsables de ellos y el trabajo acaba revirtiendo
nuevamente en las mujeres, pues los hijos son como si fueran solo de ellas. Y esto es así
porque su idea desde el principio no fue tanto la de tener hijos como la de que sus
parejas o esposas los tuvieran ya que los deseaban, además de una familia. Es por esto
que muchos padres no acaban de hacerse responsables de sus hijos en las diferentes
facetas y etapas de su vida para colaborar en las diferentes tareas respecto a ellos:
cuidarlos, entretenerlos, enseñarlos, sostenerlos, apoyarlos, interesarse por su bienestar,
no solo físico sino también psicológico, poner normas de convivencia, es decir,

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mostrarles al igual que sus madres lo que está bien y lo que está mal. Pero,
desgraciadamente, ¿cuántos padres aparecen en las reuniones de los colegios? ¿Cuántos
llevan a sus hijos al médico cuando se enferman? ¿Cuántos están presentes en la
educación de sus hijos?… Este es un tema que la pareja tiene que negociar y aceptar las
consecuencias de su implicación o falta de ella.
Casi todas estas demandas han sido atendidas por las madres, pero siempre a un precio
muy elevado para ellas, pues han tenido que renunciar a su desarrollo cultural,
profesional y personal.
Cuando el hombre escucha las demandas de su mujer y es capaz de negociar con ella los
espacios a compartir y deja de huir y se responsabiliza de lo que le corresponde, el
diálogo y la comunicación entrarán a ocupar un lugar importante en la pareja. Si el
hombre se comporta de forma evasiva, se convierte en un irresponsable, infantil e
inmaduro padre y marido. Si se muestra violento para acallar las quejas de su mujer y
mantenerla aterrada con sus acciones, tendrá una esposa infeliz e incapaz de hacerle feliz
a él. En ninguno de los dos casos está libre de desdicha la situación.

EL TRABAJO TERAPÉUTICO

La principal tarea como terapeutas de pareja es establecer el diálogo entre ambos


miembros de la misma, que las parcelas de poder y de intimidad sean compartidas y que
ambos puedan entender que un vínculo se hace entre dos y que por tanto cada uno de
ellos tendrá que renunciar a algo para obtener algo que les satisfaga más que aquello a lo
que renuncian.
Si ambos se empeñan en conservar sus prerrogativas sin ceder nada a favor de su pareja,
lo que serviría para mejorar la calidad de vida de ambos, la relación no funcionará, en el
sentido de que no será satisfactoria. Serán familias disfuncionales si siguen juntos o
acabarán separándose.
Evidentemente, tendrán que enumerar las necesidades insatisfechas propias y trabajar
ambos en mejorar su cumplimiento en beneficio del vínculo y la relación y para hacerla
más placentera y sólida para ambos.
El contacto y la comunicación en estas parejas es indispensable. Y es imprescindible
desterrar el gran heredero del patriarcado que es el machismo y que tantos males
acarrea a nuestra sociedad.
El trabajo terapéutico tiene que incidir en este sentido para ampliar y mejorar la relación.
Y como queda explicitado anteriormente, los roles de la pareja tienen que ser trabajados

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ampliamente, descontaminándolos de introyectos negativos, porque de otra manera será
imposible acercarse y crear confianza y seguridad él en ella y ella en él, que al final es
uno de los objetivos primordiales que unen a los seres humanos. La seguridad y el amor
son necesarios para estar juntos. Aunque hay personas que se empeñan en encontrar
seguridad, apoyo y valoración en parejas incapaces de ofrecer este reconocimiento y
compromiso, lo que amenaza su estabilidad y la estabilidad del vínculo. A menudo, uno/a
va buscando en el otro o la otra aquello que sus padres no pudieron o supieron darle y se
empeña en que él/ella supla esas carencias que lo llevaron a esta relación, sin darse
cuenta de que ha vuelto a buscar en el otro o la otra una figura que se asemeja a la figura
parental que le dejó en ese estado de frustración, falta de apoyo e inseguridad. Su
empeño es fútil y carente de sentido, pues es volver al mismo desierto, sin encontrar lo
que no encontró en su viaje anterior. Y no hay nada más frustrante como querer sacar
agua de donde no la hay.
Yo les explico a mis alumnos que nadie puede darnos aquello que no tiene. Yo no puedo
enseñar chino si nadie me lo ha enseñado, ni puedo ser cariñoso si nunca tuve
expresiones de cariño de mi entorno.
Ese empeño ciego y carente de sentido nos envuelve en una nebulosa y nos empuja a
exigir a la pareja que sea como no es, que sienta lo que no siente y que actúe como no
quiere. Es decir, pretendemos que el otro no sea él mismo, que se amolde a nuestras
necesidades y deseos y que su personalidad deje de ser la que es y se convierta en otra.
Esta es la gran ceguera de la humanidad, que el otro no sea quien es para que calce
acorde con nuestras expectativas y necesidades, y evidentemente, estamos abocados al
fracaso.
Cuando la comunicación y la negociación ocupan el espacio del control y de las ilusiones
vanas, podemos encontrar espacios de encuentro que respeten al otro, y lograr modos de
satisfacer las necesidades de ambos dentro del marco de la pareja, o en algunos casos
fuera de esta, con el acuerdo de ambos. Cuando estas necesidades se prolongan en el
tiempo quedan espacios vacíos que con frecuencia pueden ser llenados por un tercero
que viene a satisfacer esas carencias. El otro, o tercero/a, va a ocupar ese espacio que la
pareja no llena, no le da o no le proporciona. Ese es el momento de las infidelidades, de
los alejamientos, del desamor y de la posible ruptura, el momento en que hay espacio
para que entre el tercero.
El trabajo del terapeuta será implicar a la pareja en el proceso de cambio, en crear
espacios de comunicación e intercambio, en poder expresar sus necesidades y debilidades

66
y aceptar que no siempre el otro/a va a ser y responder como él o ella lo necesitan. Que
para mantener la relación y los sentimientos amorosos hay que renunciar a los privilegios
que van en contra del otro/a y que la colaboración y el mutuo apoyo fortalecen los
vínculos y los objetivos comunes.
Hacernos responsables de nuestros sentimientos, necesidades y deseos es primordial. Y
primordial es también convertirse en nuestros propios padre y madre para cuidar a
nuestro niño interno y no esperar que sea el otro el responsable de nuestra felicidad, pues
ese deseo es infantil y nos infantiliza.

BIBLIOGRAFÍA

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67
Fatiga por compasión. Una perspectiva del
vínculo terapéutico
Adelaida López Alonso

Empezaremos por definir qué se entiende por «fatiga por compasión», «trauma vicario»
o «síndrome de burnout». Son todos ellos términos que describen las consecuencias
psicológicas y emocionales que padece cualquier profesional que se vea sometido
laboralmente a una situación de estrés permanente durante un largo periodo de tiempo.
En todas las actividades laborales se dan situaciones de tensión, y desde ese punto de
vista cualquier trabajador puede padecer burnout, pero los estudios realizados muestran
que este síndrome se produce mayoritariamente en las profesiones que implican una
relación constante y directa con otras personas: docentes, médicos, psicólogos,
trabajadores sociales, educadores de calle, y con tareas que implican apoyo, ayuda,
atención o servicio a otros.
El síndrome de burnout, que literalmente quiere decir «estar quemado», implica un
profundo agotamiento tanto físico como mental y emocional, una actitud fría y
despersonalizada con los demás, y una baja autoestima con pensamientos constantes de
no ser suficientemente competente para la tarea que se está realizando («no valgo para
este trabajo», «no lo hago bien»).
El primero que habla de burnout es Freudenberger (1974), al observar que trabajadores
voluntarios en una clínica de toxicómanos de Nueva York que habían empezado su
colaboración llenos de entusiasmo y dedicación, al año de estar trabajando allí mostraban
una actitud muy diferente: la mayoría se sentían agotados, con pérdida de energía, eran
más insensibles al entorno, estaban desmotivados y, además, presentaban síntomas
ansiosos y depresivos.
Un poco más tarde, Maslach y Jackson (1982) definen el burnout como:
• un síndrome de estrés crónico caracterizado por agotamiento emocional, que se

68
refiere a la disminución y pérdida de recursos emocionales, llegando a veces a no
poder atender a demandas de ayuda de las personas más cercanas, dándose la
paradoja de poder auxiliar a otros a superar situaciones más o menos traumáticas, y
quedar fatigados, agostados y escasos de recursos, como bien señalan ambos autores,
para atender al entorno personal más inmediato.
• despersonalización, consistente en el desarrollo de actitudes negativas, de
insensibilidad y de cinismo hacia los receptores de los servicios prestados, con el
recurso defensivo de «olvidar» que atendemos a un sector de la población con
importantes dificultades personales, carentes en un momento determinado de los
recursos necesarios para manejar por sí mismos sus vidas, y expresando la
frustración que generan las situaciones de impotencia, a través de comentarios
insensibles hacia ellos, como si fueran responsables de lo que les ocurre o lo
estuvieran haciendo «adrede».
• realización personal reducida (con tendencia a evaluar el trabajo propio de forma
negativa, con vivencias de insuficiencia profesional y baja autoestima) propia de
aquellas profesiones de servicio que se distinguen por una atención intensa y
prolongada con personas que están en una situación de necesidad y dependencia.
Un poco más tarde, Mc Caan y Pearlman (1990) introducen el concepto de «trauma
vicario o trauma secundario» para hablar de cómo el psicoterapeuta puede experimentar
en sí mismo aspectos del trauma del paciente, y en 1995, Figley habla de «fatiga por
compasión» para aludir al agotamiento que puede producirse por estar expuesto durante
un tiempo considerable al sufrimiento y situaciones traumáticas de otras personas.
Nos encontramos pues con toda una serie de nociones cercanas al síndrome del
agotamiento profesional del que cuida de otros, que tratan de definir las consecuencias
personales de la continua exposición a situaciones de mayor o menor calado traumático
de personas ajenas a nosotros. Stamm (1997), que revisó las aportaciones existentes
respecto al impacto que tiene estar expuesto al material traumático del paciente, encontró
que en el campo de la psicoterapia no hay ningún término uniformemente utilizado por
todos los autores, siendo los más frecuentes: fatiga por compasión, contratransferencia,
esfuerzo traumático o trauma vicario.
Tanto si estamos hablando de «estar quemado» o de sufrir en uno mismo el trauma del
otro, o de quedar agotado por ósmosis con las situaciones de sufrimiento, lo estamos
haciendo de las condiciones necesarias para generar estrés en el trabajador, con
consecuencias negativas para la salud en todos los niveles.
Filgueira Bouza (2008) enumera síntomas de fatiga por compasión que engloban

69
trastornos emocionales tales como: impotencia, ansiedad, culpa, tristeza y depresión;
cognitivos como: baja concentración, apatía, rigidez; somáticos: aumento del ritmo
cardiaco, sudoración, dolores y malestar digestivos, jaquecas, alteraciones del sueño y del
sistema inmunológico, y fatiga, que se traducen en conductas malhumoradas, mayor
irritabilidad, negativismo y un rendimiento laboral con baja motivación, desapego y
absentismo.
En este artículo vamos a utilizar el término fatiga por compasión (también denominada
estrés traumático secundario), porque nos vamos a centrar en uno de los colectivos que
tienen un estrecho contacto de forma continua con personas traumatizadas, que es el
formado por los profesionales de la salud que se dedican a la psicoterapia en cualquiera
de sus modalidades.
Comenzaré por distinguir entre compasión y empatía (otro término afín al tema en
cuestión). En el Diccionario de la Lengua Española la compasión es definida como un
«sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades y
desgracias», es decir, es un sentimiento de simpatía y dolor por otra persona a la que
vemos sumida en un intenso sufrimiento, y que suele ir acompañado de un deseo de
aliviar al otro. La empatía es definida a su vez como «participación afectiva, por lo
común emotiva, de un sujeto en una realidad ajena». Representa pues una actitud que
permite percibir, captar lo que una persona está experimentando emocionalmente tal y
como lo vive. Es la capacidad de ponerse en la piel del otro y poderle comprender
internamente, aunque no haya comunicado explícitamente sus sentimientos. Aunque hay
similitudes, la diferencia entre ambos conceptos consiste en que la compasión es
inseparable de un sentimiento de piedad, y este sentimiento puede dificultar las funciones
reflexivas y de entendimiento del otro, al quedar inundados por una sensación de tristeza.
Esta característica viene señalada ya de antiguo: los estoicos, por ejemplo, que se
interesaron por el sentimiento de compasión, piedad o conmiseración, no lo estimaban
especialmente, porque era considerado una debilidad, pensaban que hacer el bien a los
semejantes debía ser un deber y no el resultado de la compasión. Montaigne, abundando
en este mismo sentido, afirmaba: «La piedad para los estoicos es pasión viciosa, porque
implica que el que la experimenta se ablanda y compadece al otro». En la empatía puede
darse ese sentimiento de pena o no, dependiendo del tipo de emoción que se esté
experimentando en un momento dado, incluso puede generar alguna conducta evitativa si
inconscientemente percibimos peligro o sentimos desconfianza. Entre ambos conceptos,
se considera más positivo el de empatía para la tarea psicoterapéutica, porque implica
comprender la experiencia del otro desde su perspectiva, y cuando se logra entender qué

70
es lo que siente el paciente y se puede verbalizar y hacerlo consciente, se produce una
cierta mejoría.
Ambos están relacionados, porque para percibir el dolor ajeno o cualquier otra emoción,
hasta para sentir compasión, el terapeuta tiene que poder ser empático. Pero lo que es
importante es ser conscientes de que se trata de la experiencia de otro, como veremos
más adelante; perder esta conciencia, vivir el sentimiento de otro como propio sin darnos
cuenta, generará en nosotros un determinado impacto tanto emocional como somático,
propiciando el agotamiento emocional.
Esta capacidad de empatía para comprender y ayudar a los pacientes es uno de los
factores esenciales para que una psicoterapia sea eficaz (Figley, 1995), junto con el
vínculo, la alianza terapéutica entre cliente y clínico (para utilizar la terminología actual).

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¿QUÉ OCURRE EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA?

La comprensión del tipo de vínculo que implica la relación entre terapeuta y paciente ha
ido experimentando variaciones según se han ido desarrollando y modificando las
circunstancias históricas, psicológicas y sociales. Ha habido toda una evolución desde las
primeras aportaciones freudianas hasta cómo se entiende hoy dicha relación.

72
Revisemos brevemente la historia: Freud, a finales del siglo XIX y principios del XX, se
dio cuenta escuchando a sus pacientes de que estos proyectaban en él emociones,
sentimientos, afectos e intenciones que le eran totalmente ajenos, y denominó a todo ello
«transferencia».
La transferencia representa el conjunto de reacciones inconscientes que el paciente
desarrolla hacia el terapeuta, que actúa a modo de una «pantalla blanca» sobre la que el
cliente proyecta sus afectos y que le permite no llevar a solas toda la carga afectiva,
porque una parte de ella está colocada en el analista. El trabajo del clínico consiste en
contener toda esa carga, hasta que el cliente pueda recoger sus proyecciones, asimilarlas
e incorporarlas como otros tantos aspectos de su sí mismo.
En ese primer momento, Freud pensaba que el terapeuta debe esforzarse por convertirse
en un espejo lo más aséptico posible. No tiene que verse alterado por las emociones de
sus pacientes, porque eso turbaría su capacidad analítica. Debe tratar de convertirse en
una figura reflectante en la que el paciente pueda depositar todos sus estados anímicos.
En aquellos casos en los que no lo consiga, debe continuar con su propio análisis hasta
que sea capaz de controlar su respuesta emocional.
Poco después Freud comprendió que este ideal es prácticamente imposible de alcanzar,
porque el terapeuta reacciona también inconscientemente a las proyecciones del paciente
sobre él, y en 1910 acuñó el término «contratransferencia» para referirse al conjunto de
reacciones inconscientes que pueden desarrollarse en el analista provocadas o inducidas
por la actitud y/o actividades transferenciales del paciente.
Este fue el primer paso hacia el reconocimiento de que el paciente influye también en el
terapeuta.
Jung, en su obra La psicología de la transferencia (1940), sugirió que así como cuando
dos cuerpos químicos se combinan ambos quedan modificados, igualmente sucede entre
paciente y analista. Dado que los contenidos inconscientes son proyectados sobre
personas o situaciones exteriores, el médico recibe toda esta transferencia del paciente,
quedando con una cierta perturbación que puede llegar a influir en su salud, así como su
presencia influye, a su vez, en su cliente. Jung afirmaba que esta relación se funda en un
estado inconsciente común.
Estableció como un hecho la existencia de una mutua influencia entre paciente/terapeuta
o paciente/médico: «se produce un influjo del médico en el paciente, así como cierta
alteración en la salud del primero en contacto con la enfermedad. Ambos quedan
modificados por el encuentro», y cita también un caso de paranoia inducida en un

73
médico y señala que «esto es hasta cierto punto habitual, ya que ciertos trastornos
psíquicos son extremadamente contagiosos cuando el médico tiene disposición latente a
ellos».
En esta obra, Jung está ya hablando en realidad de trauma vicario, y de la variable
personal del terapeuta reflejada en la disposición latente inconsciente (que no manifiesta)
ante el estímulo que representa el paciente.
A mediados del siglo pasado (1950) surgen otras contribuciones en las que se reconoce la
influencia e interdependencia mutua entre paciente y terapeuta o, para decirlo de otro
modo, entre transferencia y contratransferencia, y se afirma que la neutralidad absoluta
por parte del terapeuta es imposible. Paula Heimann (1950), entre otros autores, llega a
usar el término contratransferencia para referirse a todos los sentimientos que el analista
experimenta hacia el paciente, incluyendo, por lo tanto, los que son conscientes y los que
no.
Se produce todo un movimiento en el que se va abandonando definitivamente el ideal de
profesional aséptico y se va insistiendo en prestar especial atención a la
contratransferencia, que comienza a adquirir un papel relevante en la relación terapéutica.
A la vez que se insiste en la importancia de capacitar al profesional para que pueda
sostener las emociones que son movilizadas en él en su contacto con el paciente, se
señala la contratransferencia como una guía precisa para comprender lo que está
ocurriendo en el aquí y ahora de la interacción.
Se piensa ya que transferencia y contratransferencia implican una carga en el aquí y
ahora de cosas pasadas (son dos pasados: el del paciente y el del terapeuta que se
comunican a nivel inconsciente). En otras palabras, se puede activar en el psicoterapeuta
una determinada respuesta emocional a nivel inconsciente que le haga reaccionar en el
aquí y ahora de determinada manera. Así, si me encuentro con otro que por alguna
característica particular me recuerda a alguien de mi pasado por quien siento afecto, es
probable que parte de esa emoción esté presente en el ahora y esto se traduzca en mi
comportamiento sin tener plena conciencia de ello, y así para toda la restante gama de
emociones, e igual le puede ocurrir al paciente.
Con las aportaciones de la teoría de sistemas, el psicoanálisis relacional, las psicoterapias
humanistas, entre ellas gestalt y psicodrama, que introducen la importancia del presente,
del aquí y ahora y del encuentro, e insisten en que la relación que se establece en
psicoterapia entre dos personas, terapeuta y paciente, es un vínculo que se va creando
poco a poco por la mutua influencia de uno en otro, y no sólo a niveles inconscientes,

74
sino también a partir de lo que sucede en el presente, se avanza otro paso que permite
afirmar que transferencia y contratransferencia son co-creadas por ambos.
Esta visión se ha visto reforzada por los avances realizados en neurociencia (Iacoboni,
2007), en especial las aportaciones sobre las «neuronas espejo», de estas dos últimas
décadas, que sugieren la existencia de una red invisible que permite establecer una
conexión entre dos mentes y nos propicia poder captar lo que el otro está sintiendo e,
inclusive, inferir lo que va a hacer.

Inicialmente se descubrió en macacos que, cuando un animal observa la acción de otro,

75
muestra activación en el mismo grupo de neuronas que están a su vez activas en el que
está ejecutando la tarea, es decir, se activa la misma red cuando el mono se mueve que
cuando ve a otro mono haciendo lo mismo. Estudios posteriores en humanos corroboran
la presencia también de este tipo de neuronas, que podrían intervenir cuando estamos
comprendiendo la conducta de otras personas y que podrían facilitar la detección de las
emociones, el movimiento y hasta la intención de la persona con la que estamos
hablando. En este sentido, contribuyen a explicar la empatía, entre otros fenómenos. Por
ejemplo, si es cierto que en nuestro cerebro se activa el mismo grupo de neuronas que las
activadas en el cerebro de nuestro interlocutor, entonces es relativamente fácil que una
persona pueda adoptar los sentimientos de otra. Nos volvemos espejos de los demás
mediante ese estado especular, y a la vez podemos acceder a los otros e inclusive a
aquello que les indujo a actuar.
Ello abre la posibilidad de que paciente y terapeuta estén en comunicación inconsciente,
recogiendo y respondiendo a señales más o menos explícitas, el uno del otro, y que estas
percepciones activen patrones neuronales compartidos por ambos, en una dinámica
circular, recíproca, mutuamente influyente entre presente y pasado y pasado y presente
de los dos participantes.
El paciente puede experimentar frente al psicoterapeuta determinadas emociones y
sentimientos que, en parte, tienen que ver seguramente con su pasado, y que también
son indudablemente resultado de sus percepciones actuales de las reacciones del
terapeuta, y a su vez el terapeuta experimenta en él los efectos de la interacción con el
paciente producto del aquí y ahora, a la vez que también se activan en él aquellos
aspectos que tengan algún tipo de relación con su pasado. (Puede que el paciente me
recuerde inconscientemente a una persona por la que siento gran cariño, con lo que parte
de ese afecto estará presente en el encuentro, y lo mismo puede sucederle al paciente
conmigo, y todo ello producirse para cualquier gama de emociones).
La complejidad e interferencias que pueden darse en este encuentro entre dos
subjetividades pueden llegar a provocar conflictos de todo tipo si el profesional no
consigue mantener una conciencia alerta que le permita diferenciar lo que está ocurriendo
en el aquí y ahora de la interacción respecto a qué es lo que le pertenece al paciente y
qué es lo que le es propio. Al clínico le corresponde darse cuenta de qué contenidos
tienen que ver con lo que le ocurre al paciente y cuáles son el resultado de su propia
historia personal. Y esta tarea puede verse dificultada por aspectos tales como que puede
que lo percibido por el terapeuta sea correcto, pero que sean contenidos que provoquen
en él una reacción neurótica que influya en su respuesta (es decir, que su

76
contratransferencia negativa interfiera en su objetividad terapéutica), y esta, a su vez, en
el paciente, que puede captar al mismo tiempo el estado psicológico del terapeuta y
quedar influido por ello, es decir, en su transferencia.
El terapeuta puede también sentirse «invadido» por una emoción que siente que no es
propia, como si fuera ajena, y que corresponde a un sentimiento que el paciente está
bloqueando o proyectando, o también puede encontrarse resonando con su paciente
experimentando un cierto contagio emocional. En el primer caso, la vivencia es de cierta
extrañeza por parte del terapeuta, porque parece estar experimentando una emoción que
no demuestra el paciente o que parece ajena a él. Durante años los psicoanalistas han
estado manejando el concepto de identificación proyectiva (Melanie Klein, 1950) para
explicar este fenómeno mediante el cual el paciente escinde una parte suya y la proyecta
en el analista, que a su vez reconoce en sí mismo algo extraño que utiliza para devolver
en forma de interpretación de lo que le está pasando al paciente. En este segundo caso,
estamos hablando de «sentir con».
Al clínico le corresponde darse cuenta de qué parte le pertenece al paciente y cuál a él
mismo de todo lo que está sintiendo, qué contenidos tienen que ver con lo que le ocurre
al paciente y cuáles son el resultado de su propia historia personal. Para distinguir lo que
es mío de lo que es del otro tendremos que echar mano de la conciencia y de una
atención centrada en el aquí y ahora capaz de introspección, y a la vez, de registrar lo
que proviene de la interacción con el otro.
Esta es la tarea que le corresponde al profesional, al que se le reconoce un mayor
entrenamiento en auto-análisis, atención a uno mismo, conciencia de los procesos
internos y capacidad para tener un conocimiento más amplio de su «sí mismo» global. El
haber realizado una psicoterapia previa, experimentado en uno mismo el proceso
terapéutico, conocer la propia historia vital, saber de los condicionamientos adquiridos,
estar al tanto de la «grabación» personal y de los puntos ciegos, todo ello es lo que
permite distinguir entre lo propio y lo ajeno. El objetivo del terapeuta es ayudar al cliente
a comprender sus estados internos y las motivaciones inconscientes, y ofrecer un modelo
de funcionamiento de una conciencia dual, capaz de estar al tanto de lo que está
ocurriendo en el exterior y, al mismo tiempo, del eco que todo ello despierta en su
interior.
Esta tarea de darse cuenta, a veces se ve interrumpida porque el terapeuta puede no ser
consciente de los fenómenos que se están dando y no puede entonces gestionarlos
adecuadamente. (Esto suele ocurrir con mucha frecuencia frente a pacientes víctimas de
situaciones traumatizantes).

77
O puede que el terapeuta no sea consciente de que está empatizando con su paciente, es
decir, no pueda distinguir sus propios sentimientos de los de él y esté confluyendo con las
emociones de su paciente tomándolas como propias, con lo que se produce un fenómeno
de identificación masiva. En estos casos (así como se le reconoce a la empatía un factor
decisivo en todas las relaciones interpersonales, porque, como ya hemos indicado
anteriormente, nos permite ponernos en la piel del otro), en su vertiente negativa, es
decir, cuando esta empatía es inconsciente, se convierte en el modo que tenemos para
quedar «infectados» por las emociones del otro.
Cuando esto ocurre, estamos inundados por la emoción que el otro genera en mí,
«perdemos los papeles», no podemos pensar con claridad, nos identificamos totalmente.
Es probable que el paciente en este caso se sienta muy acompañado, pero en general
prefiere sentirse contenido, entendido, y que desde fuera pueda recibir una respuesta
sintonizada con su sentir. Cuando una madre escucha llorar a su bebé y se pone a llorar
ella también, es por contagio emocional. En cambio, si escucha el llanto, sintoniza con él
y comprende empáticamente lo que el bebé necesita en ese momento, estará en
condiciones de ayudarle. (Cada vez que somos capaces de comprender empáticamente lo
que le pasa al otro, podemos generar respuestas que son complementarias con su
necesidad y que, por tanto, le ayudan a modular y regular su conducta).

EL EFECTO CAMALEÓNICO: EL CONTAGIO EMOCIONAL.

Hemos visto que los estudios sobre las neuronas espejo parecen sugerir que cuando una
persona observa la expresión facial o emocional de otra recrea como estados internos
propios los procesos corporales y emocionales de ella. Este fenómeno puede producirse
de modo no consciente, y ahí es cuando se convierte en problema, cuando el terapeuta,
que está habitualmente en contacto con personas sufrientes, absorbe el malestar sin ser
totalmente consciente del proceso.
Tenemos una tendencia natural a imitar las expresiones faciales y las posturas del otro, y
escuchar al paciente genera una determinada respuesta sensorial en nosotros, que puede
ser de gran intensidad, seamos conscientes de ella o no. A través del espejo
unidireccional se puede observar cómo a veces el clínico está adoptando hasta la misma
posición corporal y gestual del otro sin percatarse.
Además, somos vulnerables a sentirnos inundados por los estados de nuestros clientes, y
también podemos corporalmente sentir el malestar del otro; esto es a lo que Rothschild
(2009) denomina: «empatía somática». Cuando hablamos de empatía somática, estamos

78
en realidad hablando también de emoción que engloba todos los aspectos corporales, las
sensaciones físicas, los cambios musculares. Recordemos que sentimiento es la etiqueta
que la mente pone a todas esas sensaciones, es decir, el sentimiento es el nombre que le
ponemos a una experiencia emocional. Damasio (1995), al hablar de emoción incluye
todos los aspectos corporales, y reserva el término sentimiento para identificar el nombre
que le da el córtex a una experiencia de emoción, es decir, que con cada sentimiento
podemos reconocer reacciones corporales (sabemos, por ejemplo, que cuando
experimentamos miedo o ira aumenta nuestro ritmo cardiaco). En la empatía están
íntimamente implicados los procesos corporales, de tal manera que si adopto la posición
corporal de otro, puedo llegar a sentir la emoción que tiene en ese momento. Adoptar
expresiones y posturas asociadas a las emociones puede provocar las mismas sensaciones
internas: la posición corporal me informa del estado emocional de otro.
Lo más importante de todo esto es ser conscientes de ello. Recordemos que el contagio
emocional es un indicador de burnout; las personas que se contagian más fácilmente con
los sentimientos de los demás son las más vulnerables al síndrome y a sus consecuencias.
La empatía somática solo se vuelve una amenaza cuando el terapeuta no es consciente
de ella y entonces no puede distinguir los estados del cliente de los propios.
Además de la empatía emocional y corporal, también podemos sentirnos inundados por
sentimientos del otro «imaginando» la historia que nos cuenta el paciente, es decir, no
solo comprendiendo lo que nos dice sino generando en paralelo escenarios, co-creando
nuestras propias imágenes, es decir, montando nuestra propia película interna con el
material que nos está proporcionando. Puede que en este caso no seamos conscientes del
proceso que se está activando en nosotros internamente, pero no por ello va a dejar de
tener un correlato corporal y emocional.
No se ha insistido bastante en cómo todos los procesos mencionados pueden estar
ocurriendo en un momento dado sin que nos percatemos de ello. Se habla poco de las
dificultades y traumas del terapeuta, y este silencio parece obedecer a un ideal de
terapeuta a salvo de todo mal, omnipotente, en perfecto estado de salud tanto mental
como física (hablamos poco de las enfermedades físicas, mucho menos de las psíquicas,
como si en el hecho de enfermar hubiera una falla), y sin embargo somos muy
vulnerables, sobre todo cuando no somos conscientes del estado de nuestro cuerpo y de
nuestra mente. A veces no nos atendemos suficientemente a nosotros mismos, nos
centramos excesivamente en la angustia de las personas con las que trabajamos, llegando
a ignorar por completo cómo estamos, qué es lo que está pasando en nuestro propio
sistema. Lo puedo comprobar preguntándome: ¿cómo está este paciente y cómo estoy

79
yo? Si contesto ampliamente a la primera pregunta y titubeo o necesito más tiempo para
responder a la segunda, conviene plantearse hasta qué punto me he olvidado de mí.
En su libro Ayuda para el profesional de la ayuda, Rotschild (2009) insiste en la
importancia de la conciencia corporal, a la que considera fundamental, porque si el
terapeuta reconoce las sensaciones que le indican que está aumentando la hiperactividad
en su organismo, está en mejores condiciones para defenderse en ese juego proyectivo
de espejos múltiples. Podemos proponernos realizar un awareness, es decir, chequear
corporalmente cómo estamos, identificar si existen tensiones, o atender al ritmo
respiratorio en uno o varios momentos de la sesión de terapia.
Ahondando en la psicofisiología de la fatiga por compasión y del trauma vicario, esta
autora nos recuerda que cuando estamos estresados o nerviosos no podemos pensar con
claridad, que es justamente lo que sucede cuando se da trauma vicario. El acto de pensar
y hablar con claridad no se puede realizar durante el trauma, como tampoco en el
trastorno por estrés post-traumático.
En los psicoterapeutas también se da cuando los niveles de estrés son altos, o hay un
aumento elevado de angustia frente al sufrimiento del paciente. De esta manera, al
quedar incapacitado para pensar y a veces hasta para hablar, es de poca ayuda para el
paciente (puede que esté experimentando en esos momentos algo similar al «terror
mudo» del trastorno por estrés post traumático).
Esta experiencia también la encontramos en los grupos psicoterapéuticos, cuando, a
través del trabajo de uno de sus miembros, queda expuesta una situación traumática de
su pasado en el espacio grupal común, enmudeciendo todos los participantes,
generándose un silencio general que nadie parece estar en condiciones de romper. A
veces es necesario cambiar de posición corporal, salir de la sala, hacer una pausa, para
poder volver a retomar el estado habitual.
No solo puede suceder cuando se da trauma vicario, también si algo del ahora evoca una
situación del pasado que ha tenido una coloración traumática: la emoción antigua se hace
presente ejerciendo toda su presión. (En tareas de supervisión, realizando un role-
playing de una situación terapéutica que le había dejado inquieto, un terapeuta quedó
bloqueado, sin palabras, habiendo perdido su habitual capacidad creativa de intervención
frente a un paciente que le estaba sometiendo a una crítica destructiva de su tarea
profesional y que le traía al presente otras situaciones de su pasado con un padre
igualmente destructivo).
Fuera del ámbito terapéutico podemos encontrar respuestas similares en nuestras

80
relaciones cotidianas, cuando experimentamos bloqueos o queda el pensamiento
«suspendido» para aparecer de nuevo una vez estamos fuera de la situación de supuesto
peligro.
Todos estos procesos que podemos experimentar en un momento determinado nos
impiden el awareness (el darse cuenta), tanto de lo externo, como de lo interno, es decir,
influyen en el desarrollo de un yo que observa, de un testigo interior, capaz de darse
cuenta tanto de lo que pertenece al campo que le rodea como de lo que corresponde a su
mundo interno.
Pensemos, por ejemplo, en un padre o madre que está demasiado en contacto con su
mundo interno y se encuentra dominado por el miedo. Esta emoción le hace perder de
vista que el exterior está tranquilo, que no hay peligro. Como no puede procesar
adecuadamente lo externo, solo proyectará permanentemente su propio mundo interno
sobre el exterior transmitiendo mensajes tipo: «Ten cuidado, no salgas, no viajes, no
corras que te puedes caer, es peligroso, cuidado…».
Y lo contrario, conceder mayor importancia a lo externo desatendiendo lo interno
significa para el terapeuta perder conciencia de su self interno, con lo que se ve
dificultado el darse cuenta del malestar somático que se puede llegar a experimentar en
un momento dado: mareo, angustia, malestar intestinal. Esto no permite acceder a
recursos de auto-regulación que tenemos disponibles. Si no somos conscientes del
malestar, evidentemente no haremos nada para modificarlo, padeciéndolo pasivamente.
En cualquier caso, tanto si estamos invadidos por nuestro mundo interno como si lo
estamos por lo que ocurre en el campo en el que estamos inmersos, este desfase
dentro/fuera siempre interfiere y dificulta la conciencia dual.
Es absolutamente necesario pues desarrollar el darse cuenta, entrenar esa parte que
observa, que puede tomar conciencia de lo que está ocurriendo en el aquí y ahora de la
sesión terapéutica, tanto del contexto externo, como del propio sistema interno.
Esta conciencia dual es la que hace posible la claridad de pensamiento. Y se ve muy
disminuida si experimentamos tensión, estrés, o sufrimos fatiga por compasión.

¿SOMOS TODOS IGUALMENTE VULNERABLES A LA FATIGA POR


COMPASIÓN?

Algunos estudios intentan delimitar cuáles son los factores que determinan la proclividad
a padecer fatiga por compasión, y aunque no hay resultados uniformes, entre los que se
reconocen como influyentes destacan: la personalidad del terapeuta, las características del

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paciente, los factores sociales y también, los laborales.
Respecto al terapeuta, he aquí una cita textual de Jung (1949):
«El médico sabe, o al menos debería saberlo, que no ha escogido su profesión por
casualidad, y el psicoterapeuta sobre todo debe tener presente que los contagios
psíquicos, aun cuando se le antojen inocuos, constituyen en el fondo los
fenómenos fatalmente concomitantes de su labor y corresponden, por lo mismo, a
una disposición instintiva de su vida».
Las raíces de la elección, efectivamente, suelen estar en la dinámica familiar infantil, a
veces, en un «hacerse cargo de» (es frecuente que los terapeutas desempeñen en su
familia de origen una función de sostén, llevando sobre sí cargas de los demás). Suelen
ser personas que, si no dan prioridad a las necesidades de los otros sobre las propias, al
menos, tienden a hacerlo. En otras ocasiones la motivación inconsciente tiene que ver
con la secreta aspiración a conseguir resolver los propios problemas personales, o con
familias de origen disfuncionales. En realidad, se habla poco de la salud mental del
psicoterapeuta y, sin embargo, si no se ha experimentado en carne propia el sufrimiento
mental es poco frecuente que se tenga sensibilidad hacia este campo.
Si además hay una idealización importante de la relación de ayuda, es probable que se
involucren demasiado con los demás olvidándose de las necesidades propias, y se
encuentren trabajando más de lo necesario. El número excesivo de horas dedicado al
trabajo sí muestra una relación positiva con el agotamiento emocional. Este tiempo
dedicado a lo profesional depende también del entorno familiar y social del
psicoterapeuta. Si sus recursos sociales y afectivos son escasos, puede tener tendencia a
aislarse y compensar las carencias afectivas con una dedicación excesiva a la tarea. Una
tarea en la que, además, se da un intercambio emocional de mayor o menor intensidad,
en la que se genera intimidad, por lo que puede suponer un sustitutivo de carencias
afectivas de todo tipo. Gozar de una vida familiar rica, estar en contacto con los demás y
tener una buena red social permite al terapeuta reciclarse y renovar energías y no
dedicarle al trabajo más tiempo del conveniente y necesario.
Otra circunstancia a tener en cuenta es cuando el clínico está atravesando por una etapa
de crisis en su vida personal, por ejemplo, la muerte de un ser querido, alguna
enfermedad de importancia o una ruptura sentimental. Son todas ellas situaciones en las
que el terapeuta necesita de toda su energía para poder hacer frente a lo que le embarga,
y en las que es difícil soportar y contener la carga emocional de otros, aumentando
entonces la fatiga por compasión.

82
Cuentan también positivamente para preservar la salud del terapeuta la psicoterapia
personal realizada (incluso algunos autores recomiendan volver de cuando en cuando a
terapia como forma de contrarrestar el burnout) y, por supuesto, supervisar, que es lo
que le permite al clínico sentirse a su vez contenido y tener un espacio donde poder
pensar, reflexionar y poner en común las preocupaciones que genera la práctica de la
psicoterapia. Aquellos trabajadores con escasa psicoterapia a sus espaldas y que no
supervisan regularmente o lo hacen de tanto en tanto, también son más susceptibles al
contagio emocional con sus pacientes. Psicoterapia y supervisión son dos de las mayores
herramientas para preservar al terapeuta de los efectos de la fatiga por compasión.
Y a todo esto hay que sumarle las características de personalidad del psicoterapeuta,
caracteres con mayor tendencia a la confluencia, orales, y que se identifican con facilidad
con el otro, serán, en principio, más sensibles al trauma vicario.
Con respecto al paciente, son numerosas las situaciones que posibilitan la fatiga por
compasión, entre otras, Guy (1995) señala que una de las características que genera
mayor estrés en el cuidador es cuando el paciente presenta una ideación suicida o ha
tenido alguna tentativa. Este tipo de pacientes necesita de un manejo específico que
puede sobrepasar ampliamente los límites del terapeuta, sobre todo si trabaja solo, la
situación le angustia y no puede recurrir a una labor de equipo que le permita sentirse
sostenido en su tarea profesional.
O pacientes con mucha hostilidad y agresividad expresadas directamente con ataques
verbales, o con conductas agresivas de difícil manejo. Indirectamente, esta carga negativa
puede expresarse de diversos modos: rechazando cualquier sugerencia, faltando a las
sesiones sin avisar previamente, pagando de modo irregular u «olvidando» que tiene que
hacerlo, alargando la sesión innecesariamente, o también abandonando el tratamiento
súbitamente, sin mayor explicación, que suele ser una situación que genera malestar en el
profesional por asociarse a sentimientos de fracaso, traición o desagradecimiento, y que a
veces son acompañados de un descenso de la autoestima. O lo contrario, pacientes con
un reclamo continuo al terapeuta, que exigen que se les preste una atención continuada.
Es evidente que todo ello dependerá del factor personal del terapeuta, de su capacidad
para establecer límites con claridad y de su preparación.
En cuanto al factor laboral, existen diferencias importantes según el terapeuta esté
trabajando en el ámbito privado o en el público: hospitales, casas de acogida, centros de
asistencia a mujeres y niños maltratados, obras sociales, etc. En este segundo caso, el
terapeuta puede verse desbordado por una carga excesiva de trabajo y de
responsabilidades que le es impuesta por la institución para la que trabaja.

83
Se da la paradoja de que centros asistenciales que tienen como objeto cuidar la salud
mental de determinada población descuida en primer lugar la salud de sus profesionales,
que tienen que completar largas jornadas laborales con exceso de horas sometidos a las
situaciones traumáticas de los usuarios, y sin facilitar ninguna de las condiciones que
permitirían al trabajador reciclarse y ampliar sus recursos de ayuda a otros.
En el ámbito privado, la inseguridad con respecto al rol de psicoterapeuta, es decir, no
tener claro cuáles son sus obligaciones y sus responsabilidades, cuáles son sus derechos,
las dudas con respecto a la tarea: ¿lo estaré haciendo bien?, ¿qué es lo que el paciente
espera de mí?, dudas respecto a la propia competencia, o no poder evaluar
correctamente si la psicoterapia es eficaz o no, angustias económicas ante la
enfermedad…
Los factores sociales suelen tener que ver con las proyecciones y expectativas del
profesional de ayuda, con sus ideales respecto a ser psicoterapeuta y con lo que se
encuentra en la realidad. A veces el terapeuta novel puede que idealice en exceso la
función (espera «curar»), o puede que tenga ideales mesiánicos de ayuda a todo el
mundo, y cuando esto no se consigue, siente una gran carga de frustración y de
desilusión.
Puede también que espere un reconocimiento social que no se produce y vea que su
tarea de psicoterapeuta no solo no es valorada socialmente sino que en determinados
ámbitos es descalificada y considerada como labor propia de charlatanes que abusan del
sufrimiento de otras personas. Dependerán en gran medida del narcisismo del profesional
las consecuencias de no sentirse valorado socialmente.
Estos factores pueden influir en la mayor vulnerabilidad a la fatiga por compasión del
profesional de ayuda; cuando esto ocurre y el terapeuta está ya emocionalmente
desgastado, no puede distinguir sus propios sentimientos de los de su paciente, y se siente
impotente frente a ellos, dificultándose el manejo de la contratransferencia.
Esto depende también de si estamos ante una situación que es puntual o, por el contrario,
se convierte en habitual, y también del grado de burnout, desde el más leve, en el que los
síntomas son de malestar, insatisfacción con la tarea y agotamiento, al intermedio, en el
que ya estas manifestaciones se vuelven constantes apareciendo el estrés y los síntomas
físicos, y que conduce al grado más grave, que implica, a menudo, una baja laboral
porque el trabajador se siente totalmente agotado, sus relaciones interpersonales están
alteradas y priman los sentimientos de fatiga y depresivos.
En conclusión, parece evidente que podemos estar padeciendo fatiga por compasión y no

84
ser conscientes de ello, o irse incrementando la vulnerabilidad al sufrimiento de otros tras
varios años de contacto continuo. Captamos, percibimos, sentimos lo que le está
sucediendo al otro, lo que genera una reacción en nosotros que, a su vez, percibe el
paciente, quien vuelve a responder en un juego de influencia mutua que se establece en
el aquí y ahora del encuentro terapéutico. Estar tan en contacto con el sufrimiento y de
un modo tan continuo, necesariamente ejerce una influencia negativa en nuestro estado
de ánimo, que puede traducirse en una necesidad de aislamiento y de silencio para volver
a recuperar energías perdidas.
Para preservar nuestra salud tenemos la herramienta de la conciencia, de la atención, de
una atención centrada y entrenada en el darse cuenta corporal, mental y emocional, que
nos permita identificar señales en nuestro organismo que puedan alertarnos de un
malestar incipiente o de un aumento de la tensión, y ayudar a plantearnos qué es lo qué
está sucediendo aquí y ahora, qué parte nos pertenece y cuál es producto del campo en
el que nos encontramos.
Podemos, además, retomar terapia cuando nos sintamos especialmente fatigados y
ampliar la supervisión cuando estemos sobrecargados. Necesitamos ser conscientes de la
necesidad de dedicar tiempo al ocio y a actividades de otro tipo: deportivas, sociales,
culturales. Valorar lo afectivo en nuestras vidas y dedicarle y darle el lugar prioritario,
porque es donde podemos recuperarnos y reciclarnos.
Y establecer encuentros entre profesionales en los que poder discutir e intercambiar
anécdotas, experiencias, dudas, temores y dificultades, y donde poder exteriorizar
nuestras angustias: esta es una de las mejores terapias que podemos emprender, siempre
y cuando nuestro narcisismo y omnipotencia nos lo permita.

BIBLIOGRAFÍA

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85
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Rotshchild, B., Ayuda para el profesional de ayuda. Editorial Desclée De Brouwer,
Bilbao, 2009.

86
Experiencia de psicoterapia gestalt de una
terapeuta inmigrante con mujeres inmigrantes
Macarena Diuana

LA INMIGRACIÓN

En las primeras páginas de su libro, La Ignorancia, Milan Kundera intenta describir, en


los diferentes matices semánticos de cada lengua, un sentimiento sufrido por la persona
que inmigra, el sentimiento de nostalgia de la tierra que se deja:
«En griego, “regreso” se dice nostos. Algos significa “sufrimiento”. La nostalgia
es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría
de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de
origen griego (nostalgia) y, además, otras palabras con raíces en la lengua
nacional: en español decimos “añoranza”; en portugués, saudade. En cada
lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan solo
significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra.
Morriña del terruño. Morriña del hogar. En inglés sería homesickness, o en
alemán Heimweh, o en holandés heimwee. Pero es una reducción espacial de esta
gran noción. En islandés, una de las lenguas europeas más antiguas, se distinguen
claramente dos términos: söknudur: nostalgia en su sentido general; y heimfra:
morriña del terruño. Los checos, al lado de la palabra “nostalgia” tomada del
griego tienen para la misma función su propio sustantivo: stesk, y su propio
verbo; una de las frases de amor checas más conmovedoras es styska se mi po
tobe: “te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia”. En español,
“añoranza” proviene del verbo “añorar”, que proviene a su vez del catalán
enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz
de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia.
“Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él”.

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Hay lenguas que tienen alguna dificultad con la añoranza: los franceses sólo
pueden expresarla mediante la palabra de origen griego (nostalgia) y no tienen
verbo: pueden decir: “je m’ennuie de toi” (equivalente a “te echo de menos” o
“en falta”), pero esta expresión es endeble, fría, en todo caso demasiado leve para
un sentimiento tan grave. Los alemanes emplean pocas veces la palabra
“nostalgia” en su forma griega y prefieren decir Sehnsucht: deseo de lo que está
ausente; pero Sehnsucht puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha
sido (una nueva aventura), por lo que no implica necesariamente la idea de un
nostos; para incluir en la Sehnsucht la obsesión del regreso, habría que añadir un
complemento: Sehnsucht nach der Vergangenheit, nach der verlorenen Kindheit, o
nach der resten Liebe (deseo del pasado, de la infancia perdida o del primer
amor)».

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Homero, en La Odisea, nos ilustra la nostalgia de Ulises por Itaca, la patria perdida, y el
retorno a ella: «Más con todo yo quiero, y es ansia de todos mis días, el llegar a mi casa
y gozar de la luz del regreso».
Es la misma nostalgia que los dos personajes principales de esta obra de Kundera, los

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checos Irena y Josef, sienten por el país que tuvieron que abandonar. Creo que es esa
nostalgia que he ido observando en algunas mujeres inmigrantes con las cuales he
trabajado, como también la que yo he sentido en mi propia calidad de extranjera.
¿Por qué ese deseo tan grande de regresar? Es como si no se pudiera hacer el duelo.
Como si uno se resistiera a aceptar la pérdida de lo que se deja atrás, la pérdida de la
presencia de lo que es nuestro (los seres que amamos, nuestras comidas, costumbres,
entorno, etc.), la pérdida de las experiencias vividas y de lo que no viviremos. Todo
aquello que no viví por no estar ahí. Hay un miedo de que el tiempo nos borre de
nuestro lugar, que los otros nos olviden, que perdamos nuestras raíces, nuestras
referencias, miedo de sentirnos confundidos, de no saber a qué pertenecemos, de perder
nuestra identidad. Miedo también del reencuentro de nuestro pasado, con lo que quizás
fue también la verdadera razón de nuestro éxodo, aquello que nos llevó a partir. «Tengo
miedo del encuentro con el pasado que viene a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de
las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar», cantaba Gardel en el tango
Volver. Kundera nos cuenta cómo los protagonistas retornan a un país que ya no los
recuerda. Ellos, para sus amigos y familiares, han dejado de existir. El temido
enfrentamiento con el pasado no ocurre, porque el pasado tampoco existe: «Durante su
ausencia, una escoba invisible había barrido el paisaje de su juventud, borrando todo lo
que le era familiar», piensa Josef. No queda nada: ni emoción ni indiferencia ni alegría.
Josef descubre que sufre de una «insuficiencia de añoranza», de lo que también llama
«una deformación masoquista de la memoria»: no recuerda sino situaciones que le
disgustan de sí mismo. No siente placer alguno en mirar atrás y lo hace lo menos posible.
Pero también está la necesidad de mirar atrás, de buscar en el baúl de los recuerdos,
como una forma de buscar el tesoro de nuestra identidad, de hacernos enteros, de
reconstruirnos. Selma Ciornai, terapeuta gestalt brasilera, en un intercambio de mails a
propósito de este artículo, compartía su propia experiencia y opinión. Me decía que:
«las “saudades”, la nostalgia, apunta también al sentimiento de no enraizamiento
en el lugar actual. Como si el cuerpo emocional todavía estuviera allá, mientras
el físico ya está aquí. Hay una dificultad de estar entero aquí. A veces en el aquí,
en el lugar donde ahora estamos, no tenemos con quién recordar a las personas
con las cuales vivimos y que formaron parte de nuestra vida, como si no hubiera
testigos, no hubiera con quién compartir esas memorias​ que hicieron parte de
nosotros… por lo tanto, parte de quien yo fui/soy se siente eternamente extranjera
donde estoy​».
En mi caso, veo lo importante que es para mí cuando alguien me viene a visitar y

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compartimos momentos de nuestra historia. Recordamos juntos esas experiencias. Me he
dado cuenta que necesito recordarlas con otro para mantenerlas en mi memoria, de lo
contrario, muchas de ellas se esfuman, se olvidan, lo que a veces me ha generado cierta
angustia. Como si algo se borrara dentro de mí y necesitara rescatarlo. También he
constatado lo importante que es para mis hijos, que escuchan atentos y entusiasmados las
historias que ese otro que nos visita «nos trae de regalo en su maleta».
¿Podía ser este miedo de mirar atrás semejante quizás al miedo que la persona siente al
hacerse una psicoterapia? El miedo de indagar, de encontrarnos con nuestros fantasmas,
nuestro dolor, nuestra sombra. El miedo de mirar para adentro, de mirar nuestra historia.
¿Será que, a veces, volver a nuestras raíces nos confronta también con aquello que nos
empujó realmente a salir, a la verdadera razón escondida en nuestro inconsciente,
disfrazada y justificada por otras razones? En muchos de los casos que he trabajado,
podría decir que sí, que hay ese miedo. Los motivos por los cuales una persona se va
son variados, muchos de ellos no tienen que ver con razones psicológicas, sino más bien
sociales, como en el caso de los refugiados políticos, pero también frecuentemente
ambos se entrelazan entre sí, siendo difícil de distinguir una sola causa y efecto.
Podríamos llamarle también a este éxodo, en términos gestálticos, una especie de
autorregulación organísmica? La persona sale buscando en otros medios aquello que no
encuentra en el propio. Casi toda la historia de la humanidad es una historia de las
migraciones. Suponiendo que el Homo erectus haya aparecido en África, el resto de la
población mundial es descendiente de emigrantes. Muchas de las razones de la
emigración en la antigüedad fueron medioambientales, políticas y religiosas. Ejemplo de
la primera es la antigua ciudad de Petra. Esta tuvo una importancia considerable en la
Edad Antigua (siglos VII a. de C. a siglo VIII d. de C.), pero sus aguas se fueron
agotando y sufrió varios terremotos. A esto se suma la decadencia de la ruta comercial en
la que Petra constituía una escala obligatoria. Sus habitantes abandonaron la ciudad,
llevados por sus necesidades, y Petra se convirtió en una ciudad fantasma.
Como dije anteriormente, las razones por las cuales se migra son variadas. Pueden ser
motivos políticos, económicos o individuales, como la búsqueda de algo nuevo o el
escape de algo de nuestra existencia. En el caso de muchas mujeres con las cuales he
trabajado, algunas de ellas inmigraron por causa de los maridos, sea por trabajo o por ser
ellos de la tierra a la cual marcharon. Otras buscaban la realización profesional, con
espíritu de aventura, con ganas de experimentar nuevas cosas, de buscar lo que su tierra
no les otorgaba. En muchas mujeres, las razones profesionales se mezclan con las
afectivas, en el deseo de buscar también nuevas relaciones de amistad y amorosas. En

91
todas estas situaciones, podemos encontrar como factor común la espera de algo mejor o
el deseo de encontrar en otro lugar el desarrollo de nuestro yo ideal. El Antiguo
Testamento, al hablarnos de la huída de Egipto del pueblo judío, dirigido por Moisés, nos
muestra la búsqueda de la tierra prometida.
A pesar de la esperanza que la migración encierra, esta es traumática, implicando así un
dualismo muchas veces confuso y ambivalente de la persona (Moro, 1996). Hay un
deseo de partir y un miedo de dejar lo propio. Una necesidad de cambio y a la vez miedo
a este. Esta ambivalencia puede ser más fuerte cuando en los casos pre y post migración
se dan experiencias traumáticas importantes. Es el caso de mujeres refugiadas con las
cuales trabajé, quienes antes de migrar se vieron sometidas a situaciones de tortura y
violencia en sus países. Ellas migran para salvar sus vidas. Muchas vivían en su país,
antes del conflicto, integradas en su sociedad, hasta con cierto poder de acción y
producción sobre ella. Al llegar al país de acogida, se ven sometidas a fuertes situaciones
de rechazo y exclusión, no pudiendo hacer gran cosa en el medio que los rodea. Una
mujer refugiada de Zaire, con la que trabajé en Bélgica en 1992, decía:
«No creo que tenga porvenir aquí. No creo que pueda trabajar en mi profesión,
que encuentre algo [tenía estudios de gestión]. Quizás sólo podría hacer los
trabajos que llamamos “terre a terre” [se refiere al trabajo con la tierra, del
campesino]. No creo que nosotros tengamos oportunidad, por lo tanto me sentiré
siempre frustrada. Es difícil la integración, aunque uno encuentre gente
simpática. Nos sentiremos siempre extranjeros. Uno no se siente jamás cómodo.
Esta etapa la veo como transitoria. Me iré a Zaire apenas se vaya Mobutu».
He observado en algunas mujeres que dejaron sus trabajos y profesiones para seguir a
sus parejas fuertes sentimientos de frustración al no encontrar, en el nuevo país, lugar en
el campo laboral u otra realización personal, como tampoco contar con la presencia
cercana de sus familias y amigos. Fueron creando a causa de esto resentimientos hacia
sus cónyuges. Sienten que los maridos están en deuda con ellas, una deuda impagable
por todo lo que dejaron a cambio de ese amor, por lo que se han perdido de vivir en su
país: el crecimiento de los niños de la familia y amigos, algún festejo, el día a día con los
suyos, la muerte de un ser querido, experiencias fuertes que unen en lo emocional a todo
un pueblo (por ejemplo, vi esto en muchos compatriotas que estaban fuera cuando
ocurrió el terremoto del 2010 en Chile. Surge un sentimiento de sentirse excluido de esas
vivencias, un «tú no estuviste aquí, no sabes lo que pasamos»), entre muchas otras
cosas. Esta deuda es cobrada consciente e inconscientemente siempre, ante el
surgimiento de algún conflicto cotidiano o de cualquier negativa del marido ante una

92
demanda. Es como un «No tienes derecho a negarme nada». Esto tiene un gran peso
para la pareja, y se manifiesta en los maridos tanto con sentimientos de culpa como de
cansancio ante la situación. A veces, sólo con ayudar a la persona a tomar consciencia de
esto puede llevar a un gran cambio. La mujer puede empáticamente entender lo que el
marido vive también, la gran carga que lleva sobre él y la responsabilidad que le atribuye,
y que aunque él haga lo que haga, nunca será suficiente. Cargar con una deuda de estas
es una carga pesada, una deuda impagable. Por eso, es importante que sea la mujer
misma quien tome su decisión de partir, asuma su opción, para así no poder
responsabilizar al otro o culpabilizarlo.
Algunas de estas mujeres que inmigraron por acompañar a sus maridos vivieron, después
de hacerlo, un proceso de divorcio muy doloroso, gatillando sentimientos de abandono y
angustia muy primarios al sentirse solas en un país que no les pertenecía. Hay una
pérdida de sentido de estar aquí, al ver desplomado el proyecto que le daba una razón a
la inmigración, y se sienten perdidas, sin rumbo. Reconozco que
contratransferencialmente estas situaciones me generaban angustia, tocándome mis
propios miedos de desprotección y soledad en estas nuevas tierras. En un trabajo más
profundo, he visto en algunas mujeres que la razón de inmigrar no era únicamente por
amor, ni por la profesión, o dinero, sino por algo más esencial que tiene que ver con la
propia existencia del ser, con la reconstrucción de un self herido, de un proyecto de vida,
existencial. Al conectar con esto, la persona pudo dar un sentido a su partida, reconocerlo
y desarrollar sus recursos para seguir construyéndolo.
Natan (1986, en Moro 1996) habla de la migración como una acción psíquica en la
medida que la ruptura del contexto externo que ella implica conlleva a una ruptura del
cuadro interno cultural interiorizado por la persona, dándose una homología entre la
estructuración cultural y la estructuración psíquica. Hay una pérdida del cuadro cultural
interno del individuo, con la cual se decodifica la realidad externa.
En mi experiencia profesional, estas mujeres emigrantes se han visto confrontadas a dos
mundos, al interno y al externo, dos mundos que no «encajan» entre sí. Se encuentran
ante una nueva realidad que ya no se puede explicar con sus referentes internos
culturales. Dependiendo de sus mecanismos de adaptación y de sus recursos, como
también de las facilidades que hayan encontrado en el ambiente, algunas han podido
conciliar ambos mundos dándole una nueva forma a su existencia, facilitándose así tanto
el cambio de la persona como del ambiente.
En este sentido, a mi parecer, a pesar de los aspectos dolorosos de la migración debido a
las pérdidas y situaciones de estrés que la persona confronta, entre otras cosas, esta

93
puede ser muy creativa y enriquecedora para el individuo, como también para el
ambiente que recibe al inmigrante, transformándose en un acto de ajuste de ambos ante
el encuentro cultural. La migración es una oportunidad de expansión, de intercambio y
crecimiento para ambas partes, para los que llegan y para los que los reciben.

94
Magdalena Ramos (2007), psicóloga argentina emigrada a Brasil, titulaba la autobiografía
de su exilio: Soy de aquí y soy de allá. Para mí este «y» tiene una gran importancia. Nos
muestra la integración de las vivencias, de la identidad, de las culturas, de las polaridades,
de pasar de extranjeras a nativas, de esa persona que soy y que ya no soy a la vez. En mi
caso, esa chilena y no chilena que soy ahora, la integración de ese pasado que se deja y
la vivencia de este ahora.
En la situación de la migración, la relación del individuo con el ambiente se hace
fundamental. Como mencioné anteriormente, hay un cambio en cuanto a la realidad
externa e interna. El emigrante muda el ambiente que lo rodea, no solo físico, sino
también psicosocial. Ya no es más el hábitat al cual se adaptó y con el que se relacionó
hasta el momento de la emigración. En muchos casos, ya no es la misma lengua, la
misma cultura, los mismos códigos sociales, clima, espacio físico, las mismas redes
sociales, etc. Todo ha cambiado, lo que genera mucha ansiedad. En relación a este
punto, Selma Ciornai también me comentaba: «El soporte familiar ya no está, el soporte
de los amigos, del entorno que antes le era conocido ya no está. Surge un sentimiento
profundo de soledad». El equilibrio homeostático se altera. La persona debe volver a
conocer y relacionarse en un nuevo ambiente. Es un proceso de ajuste creativo que
demanda un mecanismo de intercambio constante con él. Este proceso puede ser muy
enriquecedor cuando el ciclo de contacto no sé ve afectado de forma crónica, cuando el
interés por lo nuevo no es solapado por el miedo, cuando las funciones del ego no se
pierden y la persona va logrando ir satisfaciendo las gestalten que surgen engatilladas por
las necesidades del momento. Es un proceso autorregulador en el que el organismo busca
restablecer su equilibrio con el ambiente, que le es totalmente nuevo y diferente.
En mi trabajo con mujeres, he observado en muchas de ellas el deseo de criar a sus hijos
en su propia tierra de origen. De entregarles su cultura, su lengua. Muchas se encuentran
con sus redes sociales bastante afectadas, sintiendo fuertemente la añoranza de estar
junto a los suyos para contar con su apoyo para la crianza, así como en lo cotidiano
(compras, idas al médico, trabajo, trámites, etc.), y también en los momentos difíciles.
Muchas de estas mujeres inmigrantes vienen de países con redes sociales primarias
(familia, amigos) muy fuertes, que son una importante fuente de apoyo y contención.
Esta necesidad de redes lleva a estas mujeres a crear vínculos de amistad muy intensos,
muchas veces con personas también extranjeras, que están en su misma situación,
encontrando en estas relaciones una especie de sustituto de la familia de origen. Muchas
me hablaban de sus amigas como si fueran hermanas, una tía y hasta una madre.

95
Algunas se vieron confrontadas a nuevas pérdidas cuando estas amigas se fueron a otro
país.
Me acuerdo de una paciente a la que la ruptura con una amiga le generó gran ansiedad y
sentimientos depresivos, que fueron mal comprendidos por los que la rodeaban. Había
mucha energía en esa relación, como si se hubiera creado una especie de estructura
sostenedora, una red de apoyo, que al mismo tiempo ayudaba también a dar sentido a la
presencia de la persona en ese país. Los amigos, como decía una paciente, ayudan a
sembrar las raíces en esta tierra y a darle sentido al estar aquí. Por otro lado, es
interesante observar el efecto que internet ha tenido en todo esto. Los mails, facebook,
messenger, skype y otras redes sociales han facilitado el contacto con las personas de la
tierra de origen y otros lugares, creando por este medio virtual la sensación de estar más
cerca de los suyos y sintiendo más apoyo y compañía. Permite que las personas
participen más de lo cotidiano, propiciando el «como si estuviera ahí​» . El riesgo de todo
esto puede ser quedarse pegado a las relaciones virtuales y no dar espacio a las nuevas
relaciones en el nuevo país. Trabajé en eso con una paciente inglesa, que, a pesar de su
deseo de relacionarse con otros, tenía grandes dificultades de contacto. Tenía mucho
miedo de ser herida debido a su historia, y se pasaba el tiempo en el ordenador,
«hablando» con amigos virtuales, y no lo invertía en nuevas relaciones de «carne y
hueso», como yo las llamo. Después de un tiempo de terapia, en la que trabajamos
temas centrales como el vínculo, contacto y confianza, la paciente se motivó a aprender
el portugués y comenzó a relacionarse con gente del país.
Muchas veces, las personas que inmigran, para adaptarse al nuevo medio, adquieren
modos de conducta que les faciliten la integración, aunque no estén de acuerdo con ellos,
operando aquí mecanismos de confluencia, introyección y retroflexión de inadecuada
adaptación. Tratan de adaptarse a los códigos sociales del país de acogida, a sus reglas y
costumbres, en la búsqueda de ser aceptados. Como una mujer me decía: «Dejé de ser
yo misma».
Para la salud del organismo, es importante lo que el ambiente otorga, pero muchas veces
este no proporciona lo que el individuo necesita. El funcionamiento sano, es decir, la
realización de todo el potencial del organismo, dependerá también del apoyo ambiental.
Sin él, el organismo no podrá mantenerse a sí mismo. En el caso de la emigración, la
escasez de apoyo del medio «genera y crea el sentimiento de exclusión». El ambiente no
proporciona los elementos básicos para que la persona sea capaz de generar su propio
auto apoyo. En este sentido, en una intervención, se podrían fomentar más los
encuentros y contactos entre ambas partes, de manera de generar nuevas experiencias

96
que lleven al cambio. En mi experiencia, incluí a veces el trabajo con grupos terapéuticas
multiculturales, además de la terapia individual, dando riqueza y eficacia no solo al
trabajo de cada persona sino también al trabajo grupal.
Por otra parte, creo importante no trabajar solo con el individuo en el aspecto
terapéutico, sino también en el más social, en proyectos de sensibilización hacia el
inmigrante, de manera de poder propiciar la movilidad de los recursos ambientales que
ayuden a la autogestión del individuo que inmigra. En este sentido, es bueno que el
terapeuta se permita salir un poco del consultorio e intervenir en el medio de la persona,
sea directa o indirectamente. Una cosa interesante que hicimos junto a otras mujeres,
fuera del contexto profesional, fue crear un grupo de literatura formado por portuguesas
y extranjeras. Se sugería leer libros de diferentes escritores nacionales e internacionales,
algunos oriundos de los países de las integrantes del grupo, para de esa manera dar a
conocer, a través de la literatura, el país de cada una. Este grupo no fue solo una fuente
de diversión y placer, sino, a la vez, de intercambio entre sus miembros, lo que ayudó a
crear fuertes lazos.

GESTALT EN EL TRABAJO CON MUJERES INMIGRANTES

Al trabajar con mujeres en terapia gestalt, he orientado mi labor no sólo a otorgar un


espacio de apoyo, acogida y pertenencia, sino también a aumentar y fortalecer los
recursos de la paciente, que se sienta responsable de su existencia y por lo tanto de su
propia autogestión. He trabajado, a través de la relación terapéutica, el aprendizaje de la
generación de vínculos con las personas de culturas diferentes, la creación en
colaboración de los otros de nuevas situaciones, nuevos aprendizajes, que permitan la
readaptación del self como también su expansión en formas nuevas. La paciente puede,
en su nuevo contacto con el ambiente, transformarse en alguien que aporte cosas a esa
nueva sociedad, recuperando su poder de acción sobre el ambiente y su propia
existencia. Trato de ayudar a que estas mujeres recuperen su «yo aventurero», aquel que
las llevó a salir, a buscar nuevas posibilidades. Refuerzo que experimenten nuevos
caminos, dejando fluir su creatividad en la búsqueda de alternativas.
Como describe Jungiana Clarissa Pinkola Estés (2000) en su libro Mujeres que corren
con los lobos, refiriéndose al arquetipo de la mujer salvaje, intento que descubran en sí
mismas este arquetipo. La mujer salvaje es un arquetipo femenino que engloba varios
impulsos o instintos vitales de la mujer: de conservación y autodefensa, el de creación
tanto en sus manifestaciones artísticas o intelectuales, el maternal y el impulso de
nutrición física y espiritual.

97
Para que las pacientes logren descubrir todas sus potencialidades frente a su nueva
situación de vida, es importante observar los mecanismos o las modalidades de contacto
con el medio que están en juego, para así trabajar sobre las formas en que la persona
interrumpe el ciclo de contacto y, por lo tanto, la satisfacción de sus necesidades.
Podemos ver diferentes adaptaciones en las funciones de contacto en cada cultura. Cómo
las personas se miran, evitan, tocan, hablan o desarrollan otras conductas sociales está
altamente influidas por su cultura y sus introyectos. Así también los mecanismos de
interrupción del ciclo de contacto pueden reforzarse por estos aspectos culturales.
Culturas que dependen de doctrinas rígidas, como algunos sistemas fundamentalistas,
demandan una confluencia a través de la introyección (Lichtenberg en Levine Bar-
Yoseph, 2005). También estos sistemas fomentan la proyección al crear un verdadero
maniqueísmo donde todo lo que está afuera es negativo.
Estos mecanismos pueden verse reforzados también con la experiencia de inmigración.
Cuando la persona no puede satisfacer sus necesidades, surgen estrategias de defensa
que interrumpen el proceso de completar la gestalt. La persona deja de funcionar
sanamente, desarrollando una serie de mecanismos que la llevan a la patología y no le
permiten la adaptación al nuevo país.
Como se dijo anteriormente, el no cumplimiento de las necesidades se puede deber tanto
a la persona como al ambiente que la rodea. Muchas veces el país de acogida rechaza al
emigrante, no le permite que se integre y aumenta sus barreras haciendo sus fronteras
sociales impenetrables. Eso puede dar lugar a un mecanismo retroflexivo de defensa, en
la medida en que la persona, al sentirse excluida, se ve a sí misma como alguien que no
vale, que no merece estar entre los que la rechazan, y ocasionar la automarginación.
Estos sentimientos de rechazo pueden tener eco en antiguos sentimientos similares, más
primarios, que todavía no fueron elaborados. La persona siente vergüenza de sí misma,
de cómo es, de su raza, sus costumbres, como si algo en ella no fuera apropiado, no
mereciera tener un lugar. La vergüenza es la introyección de la mirada peyorativa del
otro. Vergüenza de ser diferente, con una diferencia no aceptada. La rabia la dirige a sí
misma, y no al otro que la margina. Muchas veces la persona introyecta cosas de la otra
cultura, desvalorizando y rechazando la propia, como una forma de identificarse con los
otros y no sufrir la exclusión. La persona pierde algo de ella en este rechazo a sí misma,
a lo suyo, a sus orígenes.
Por otra parte, pueden surgir mecanismos proyectivos en el sentido de que la persona, al
sentirse excluida, se automargina discriminando al otro, proyectando en el otro los
aspectos rechazados. Es el emigrante que rechaza a los otros, que se margina de ellos,

98
porque piensa que no le vale la pena ni debe mezclarse con ellos. Aumenta su egotismo y
se hacen rígidas las fronteras de contacto a través de la alienación. Tanto un lado como el
otro, es decir la sociedad y el emigrante, proyectan en el que es diferente los aspectos
negativos y negados de sí mismo. Por ejemplo, en mi experiencia en Bélgica vi cómo los
emigrantes islámicos veían a la cultura belga y occidental, en general, como poseedoras
de todo lo que su cultura rechaza, y no querían que sus hijos se mezclasen en ellas.
Sentían no necesitar del otro, y creaban guetos o grupos culturales totalmente
impermeables en sus límites. En mi experiencia en Portugal he visto cómo muchas de las
pacientes, especialmente de países nórdicos, rechazaban de los portugueses todo lo que
ellas no se permitían, como: la impuntualidad, desorganización, expresiones afectivas
impulsivas, entre otros. La sociedad a la cual se emigra también puede rechazar a veces
las nuevas y desconocidas costumbres del otro, sintiéndolas como amenazas. El otro, con
su cultura, puede representar para el país de acogida todos los aspectos negados de sí
mismo. Representa lo no aceptado y, por lo tanto, lo rechazará. El emigrante muchas
veces es todo aquello que yo no quiero ser. También puede suceder lo contrario, tanto en
el emigrante como en el que acoge, un proceso en el que se entra en la idealización de
que el otro tiene todo lo que yo quisiera. Se proyectan en el otro aspectos positivos e
idealizados de sí mismo. Aumenta la fantasía de aquello que me gustaría y debería tener,
rechazando aquello que yo soy.
La confluencia con la propia cultura no nos permite la separación, la individuación ni el
crecimiento. Muchas veces está relacionada con la confluencia con la propia familia, con
las dificultades de separación de esta, aunque la persona haya recorrido kilómetros de
distancia. Esta confluencia aparece también en la relación terapéutica, siendo
fundamental el trabajo de verbalización de esta para mostrar a la paciente cómo no le
permite hacer su propio camino. Si la terapeuta es extranjera, como en mi caso, el riesgo
de confluir con la paciente es grande, en la medida que hace resonancia en nuestra propia
historia. Y en este caso es importante la supervisión, además de la propia terapia.
Además, esa resonancia puede ser un rico material para la terapia, si sabemos cómo
usarlo adecuadamente.
Muchas de estas «modalidades de contacto» pueden ser también positivas en la medida
que pueden ayudar a la adaptación. En la introyección, el hecho de introducir ideas
nuevas, opuestas a los nuestras, desarrolla nueva formas de comportamiento que ayudan
a confrontar la vida y sus cambios en forma más creativa, más enriquecida por la
experiencia de diferentes culturas. Con una paciente holandesa veíamos que ahora en su
casa cuenta con la música de un país y del otro, y que puede cocinar tanto el bacalao

99
como un buen plato holandés.
En términos de la proyección, al trabajar en la terapia con esta modalidad de contacto
podemos ayudar a la persona a recuperar aspectos de sí misma negados, a veces debido
a la propia cultura, proyectados en el otro. Estar fuera del país «puede permitirle»
practicar nuevas conductas y conocer aspectos de sí misma que no son tan comunes o
aceptados en su propia cultura, sin sentir sobre sí el peso del creer lo que los otros
esperan de ella. Fue el caso de una paciente inglesa que nunca saludaba a otros con
besos, cosa que al principio rechazaba. Cuando se lo empezó a permitir, comenzó a
soltarse más en la expresión afectiva corporal y a disfrutar de ella sin tantas restricciones.
Otra paciente, esta alemana, que criticaba la imagen de madre-gallina de las portuguesas,
especialmente a su suegra, en un diálogo de silla descubrió cuánto tenía ella de
controladora en la relación con los otros. Una paciente holandesa, acostumbrada a la
organización, se permitió aquí ser más desorganizada e impuntual, lo que le ha traído
consecuencias positivas en algunos aspectos, por ejemplo, para relajarse más y evitar el
estrés.
La confluencia puede permitir sentir al otro, adherirse a la otra cultura, ver los aspectos
comunes que tenemos como seres humanos. Recuerdo una vez en Bélgica, en el trabajo
con mujeres de Zaire que iban vestidas con sus ropas coloridas típicas, comíamos sus
comidas y nos enfrentábamos a las diferencias, y en un momento nos sentimos confluir.
Nos sentíamos todas mujeres iguales en nuestra condición humana. Eso nos ayudó a
empatizar, a sentir como el otro y a unirnos en nuestra tarea. La confluencia me permite
tomar algo de la identidad del otro, ponerme su camiseta, sentir como él, conocerlo y
adaptarme mejor a su país.
En cuanto a la estructuración de la identidad, la carencia de lazos entre las dos culturas
lleva al dolor y a la aparición de síntomas (Moro, M.R., 2001). En cierta forma esto es
ocasionado por la vivencia de las culturas en forma polarizada, experimentándolas de
manera dicotómica, en lucha constante entre ellas. La persona no logra desarrollar
estrategias identitarias que le permitan adaptarse a esa situación y a los cambios
derivados de ella. Por estrategia identitaria se entiende
«los procedimientos puestos en marcha (de manera inconsciente o consciente),
uno o más actos (individuales o colectivos), para alcanzar una o más finalidades
(definidas explícitamente o ubicadas a nivel inconsciente). Procedimiento
elaborado en función de la situación de interacción, es decir, en función de
diferentes determinaciones (socio-históricas, culturales, psicológicas) de esta
situación» (Camilleri y otros, 1990, p. 24).

100
La persona se ve arrastrada a la exigencia de encontrar una coherencia interna entre las
diferentes identidades, secundarias y primarias, y su medio externo. El individuo alcanza
el equilibrio cuando, entre otras condiciones, los valores con los que se identifica y que
dan sentido a su vida son compatibles con los del medio en que se encuentra (Kastesztein
en Camalleri y otros, 1990).
Desde el enfoque gestáltico, el equilibrio se lograría cuando la persona integrara las
diferentes partes de sí misma, en vez de alienarlas y rechazarlas, permitiendo el
intercambio entre ellas. Este es el caso de una adolescente que presentaba un cuadro
psicosomático. Su madre era de origen inglés y su padre portugués. Ella, desde que había
llegado a Portugal (siete años antes de la consulta), comenzó a presentar gripes crónicas,
con pérdida de voz y tos constante. Su cuerpo se encorvaba, y caminaba arrastrando los
pies y con la cabeza ladeada. Hablaba muy bajito, casi de manera imperceptible y con
monosílabos. Prefería hacerlo conmigo en inglés y no en portugués. Los padres tenían
conflicto de pareja, y ambos se criticaban aspectos culturales el uno al otro. Sentían
algunas cosas de la cultura del otro como aspectos negativos y los rechazaban. Por
ejemplo, el padre criticaba la «frialdad» e «insensibilidad» de la madre. La paciente
tendía a identificarse más con su parte inglesa que con la portuguesa. Un día me dijo que
mis hijos eran mixed, al igual que ella. Le pregunté qué significaba para ella ser mixed.
Me respondió: «Confusión, angustia». La paciente sentía su identidad dividida, como
algo confuso que le generaba sufrimiento. El campo de esta paciente no era un todo en el
cual las partes están en relación y correspondencia inmediata y continua. La dicotomía es
una división por la cual el campo no se considera como un todo diferenciado en partes
entrelazadas. Las partes se ven como antagónicas, como fuerzas competitivas no
relacionadas. Esta dicotomía afecta el proceso de autorregulación del organismo (Latner,
1994).
En cuanto al trabajo en terapia gestalt con mujeres emigrantes, varias cosas de este
modelo han enriquecido esta labor. Por una parte, al trabajar con las polaridades, permite
que la persona integre aspectos rechazados de sí misma proyectados en el otro, lo que
podría facilitar la apertura al intercambio con la cultura ajena. Los límites del ego se
harían más permeables, menos rígidos, lo que facilitaría el contacto e intercambio.
Además, la terapia gestalt da mucha importancia a aspectos no verbales organísmicos,
algunos de los cuales pueden estar menos influenciados por la cultura y corresponder a
respuestas fisiológicas del organismo asociadas a emociones. El terapeuta debe prestar
especial atención a respuestas no verbales no fisiológicas, cuidando de que la
interpretación que les da no sea sólo a partir de sus referentes culturales. Me acuerdo de

101
un grupo de ocho personas en el que participé en Inglaterra; nadie miraba a los ojos al
otro cuando se les pedía que contactaran. Mi primera interpretación fue: «Esto es
indiferencia», después pensé: «Timidez». Ni una ni la otra, simplemente, no miraban a
los ojos. No llegué a saber por qué.
La terapia gestalt se centra también en la relación entre el terapeuta y el paciente, en lo
que sucede en el campo fenomenológico de la relación más que en el contenido. En este
sentido, en lo no verbal puede haber un lenguaje que sobrepasa las barreras culturales e
idiomáticas, lo que nos permite comunicarnos con el otro a otros niveles. Muchas veces,
al centrarnos en el lenguaje, no vemos otras cosas, no utilizamos otros sentidos, y se dan
malos entendidos por tomar la palabra del otro como obvia. Y otras, el hecho de que el
terapeuta no entienda bien una palabra en otro idioma hace que le pida al paciente que se
explique mejor, lo que le da la oportunidad de reparar en que no era eso lo que quería
decir y le permite un mejor awareness de lo que le sucede, y de esta manera conseguir
identificar y ponerle un nombre más acertado a la emoción vivida. Se va creando
también un lenguaje propio entre el paciente y el terapeuta que hace de esa relación algo
único, nuevo y creativo.
Otro aspecto importante, y que se relaciona con el anterior, es que la gestalt no es
interpretativa ni analítica, sino que trabaja con la descripción de la experiencia del otro tal
cual se presente en el aquí y ahora. Es una exploración fenomenológica, en la que es la
persona la que se descubre a sí misma y lo que le pasa, y en ese sentido puede usar
elementos de su propia cultura para ello y no elementos de la cultura del terapeuta. La
terapia gestalt permite respetar y validar las vivencias e interpretaciones de cada
individuo, en la medida que se centra en el individuo mismo y en su experiencia.
Por otro lado, la relación terapéutica se produce de tú a tú, lo que permite el respeto
mutuo de ambos dentro de una relación de horizontalidad. Para Wheeler (en Levine Bar-
Yoseph, 2005) todo contacto es un contacto cultural, al ser la cultura parte de la
naturaleza humana y ser la adaptación básica de nuestra especie. El encuentro entre
paciente y terapeuta es en sí un intercambio intercultural. La cultura de ambos nunca
puede estar «fuera de la mesa» en ese encuentro, si no, sería una figura sin fondo.
Por último, la terapia gestalt trabaja mucho con grupos, lo que es eficaz, como referí un
poco más arriba, en el caso de los extranjeros, quienes se encuentran en situación de
escasez de sus redes sociales, especialmente las primarias. El grupo permite el contacto
con otros, evitando así el aislamiento en el que a veces se encuentra el emigrante. El
grupo permite también la participación de otros terapeutas y técnicos, así como de otras
personas presentes. Al igual que en la etnopsiquiatría, este aspecto grupal de las sesiones

102
puede ser una importante herramienta terapéutica: se valorizan aspectos sistémicos de la
problemática, es decir, la intervención no incluye solo al individuo, sino también al
ambiente. Por otro lado, el grupo permite, si es multicultural y multidisciplinario, superar
los sesgos existentes entre terapeuta y paciente.
Aún falta mucho por investigar sobre la transculturalidad. En gestalt hay poco escrito
sobre ella, pero es interesante ver como ciertos principios de la gestalt pueden ser
aplicados a esta situación, como también a otras, en la medida que, al centrarse en lo
organísmico, nos abre las posibilidades de comprensión e intervención en diferentes
situaciones humanas. Sus postulados sobre la relación del individuo con el ambiente, su
concepción holística del ser humano, su visión fenomenológica en un campo de acción,
su énfasis en la experiencia y la validación de esta en el aquí y ahora, la
conceptualización del ciclo gestáltico y los mecanismos de interrupción de este, y la
noción de polaridades, nos entrega «herramientas valiosas» para trabajar fuera de los
límites culturales.
Y para terminar, me gustaría citar una canción escrita por un chileno en el exilio, Julio
Neuhauser, conocida por la interpretación de Mercedes Sosa, «Cambia, todo cambia».
Muchas de las mujeres que viven fuera o lo han hecho me dijeron sentirse muy
reflejadas en ella, como yo misma:
Pero no cambia mi amor
Por más lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente
Lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana
Cambia, todo cambia

BIBLIOGRAFÍA

Camilleri, C., Kastersztein, J. Lipiansky, E.M., Malewska-Peyre, H., Taboada-Leonetti,


I., y Vasquez, A. (Eds). Stratégies Identataires, Presses Universitaires de France,
1990.
Kundera, M., A ignorância, Edições Asas, Porto, Portugal, 2002.
Latner, J., Fundamentos de la Gestalt, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994.

103
Lichtenberg, P., «Culture» en The Bridge Across Cultures, Talia Levine Bar-Yoseph
(Ed), Gestalt Institute Press, New Orleans, 2005.
Moro, M. R., Psychothérapie, Cultures et Migrations : l’exemple de
l’ethnopsychanalyse. D. Widlocher et A. Braconnier (Eds) Psychanalyse et
Psychothérapies, Paris, Médecine - Sciences Flammarion, 1996, pp. 159-174.
—— «Simpósio sobre Clínica Transcultural», Hospital Miguel Bombarda, Lisboa, 21 e
22 de Setembro, 2001.
Pinkola Estés, C., Mujeres que corren con los lobos, Vintage Español, New York, 2000.
Ramos, M., Sou daqui e sou de lá: Autobiografia do exilio, Agora, São Paulo, 2007.
Wheeler, G., «Culture, Self and Field» en The Bridge Across Cultures, Talia Levine Bar-
Yoseph (Ed), Gestalt Institute Press, New Orleans, 2005.

104
La importancia de la actitud en el terapeuta
gestalt
Patricia Aliu

Vengo de Argentina, un país formado por inmigrantes, a España, otro país que conoce las
dos caras del fenómeno.
En todo caso, un emigrante tiene que contar con cinco características para que su
decisión tenga éxito: desapego, confianza en sí mismo, coraje para adentrarse en lo
desconocido, respeto por aquello hacia donde se orienta y vocación para el encuentro.
Estas mismas características son las que considero imprescindibles para ser un buen
terapeuta. Y a mi entender, ser un buen terapeuta gestalt supone también, y
fundamentalmente, una actitud particular en el vínculo con el Otro que incluye dichas
características y las amalgamas con autenticidad existencial.
Tuve que aprender varias lecciones como persona para luego confirmar que ese mismo
aprendizaje me estaba formando también como gestaltista.
Aprendí
… a no esperar que otro elija por mí: elegir responsablemente y hacerme cargo de las
consecuencias.
… a frenar mis prejuicios (no necesariamente por una postura fenomenológica sino
auténticamente narcisista) para no quedar como tonta hablando mal sobre lo que
desconozco.
… que para ser un/a buen/a terapeuta no alcanzan las titulaciones académicas.
… que dos terapeutas experimentados, abiertos de mente y espíritu, que pertenecen a
escuelas distintas, pueden tener más acuerdos que muchos pertenecientes a la misma
línea.
… que el trabajo terapéutico es eso, un trabajo, y por ese trabajo cobramos dinero; no
somos iluminados que salvamos a nadie, sino trabajadores de la salud.

105
… que el Otro no necesariamente va a cumplir mis expectativas, y yo tengo que hacer
algo por mí.
… que «ser» y «estar» son palabras muy usadas, pero conceptos difícilmente
entendidos.
Desde mi llegada a la gestalt hace ya treinta años, he pasado por todos los estadios, y es
imposible enumerar cada lección que recibí como discípula, como docente, como
psicoterapeuta, como colega, como compañera, como amiga, como integrante, como
persona…
Ser terapeuta gestáltico no es algo que enseñe ninguna escuela o centro con un programa
determinado.
Tampoco es sumar horas de terapia. Ni siquiera acumular talleres de crecimiento
personal. Es más. Es mucho más.
Estudiar, formarse, trabajarse a sí mismo todo el tiempo…
El proceso de transformarse en terapeuta gestalt es, ante todo, propiciar que seamos
modelados por nosotros mismos y por los otros, con una actitud gestáltica.
La actitud no es una prótesis que me pongo al entrar a la consulta o al entrar al aula. La
actitud es algo que me conforma, y la llevo y la tengo esté donde esté y haga lo que haga.

LA CONFORMACIÓN DE LA ACTITUD GESTÁLTICA

Abordar el concepto de actitud gestáltica implica por lo menos dos ítems nodales:
1. La actitud gestáltica en la vida: el ser en el mundo del terapeuta gestalt.
2. La actitud gestáltica en la práctica psicoterapéutica.
3. Y además incluyo un tercer ítem que tiene que ver con los aportes de aquellos que
me precedieron en este camino. Y como los caminos son propios, a todos los que yo
cito aquí los considero «desmalezadores» personales. El tercer ítem sería, entonces:
4. Guías para orientarse hacia una actitud gestáltica.

LA ACTITUD GESTÁLTICA EN LA VIDA: EL SER EN EL MUNDO DEL


TERAPEUTA GESTALT

Cuando llegó a mí el libro de Claudio Naranjo La vieja y novísima Gestalt, lo primero


que me impactó fue el subtítulo: «Actitud y práctica de un experiencialismo ateórico».
Encontré en él expresada, con una claridad meridiana y una síntesis perfecta, la
definición más acertada de lo que, para mí, es la gestalt.

106
Tomaré el concepto de actitud, no como sinónimo de característica o cualidad, sino más
bien como idea totalizadora y central en la práctica del enfoque gestáltico. Y desde esa
perspectiva y como decía antes, la «actitud» no es una prótesis que me pongo cuando
trabajo como terapeuta y me saco al salir de la consulta. En realidad forma parte de mí
como persona.
Es entonces cuando el enfoque gestáltico deja de ser solo una técnica o una teoría: cobra
sentido decir que la gestalt conforma un estilo de vida, y después, recién después, una
línea de trabajo terapéutico.
Con esta mirada, la gestalt como terapia no se sustenta en una teoría ni en un grupo de
técnicas, sino en un modo de ser en el mundo del terapeuta, en una actitud.
Al respecto, escribe Alejandro Napolitano en un artículo para la Gestalt Review:
«… Lo que sostiene la terapia gestáltica, nos dice Naranjo, no es una teoría, ni
mucho menos una filosofía, es una actitud.
Una actitud es una particular manera de estar en el mundo, y contiene alguna
forma de intuición originaria, axiomática, que conforma el contexto en el cual es
posible el desarrollo de una teoría…
… Las ideas y las teorías, útiles, prácticas, muy necesarias, vienen después: son
las flores, nunca las raíces. Justamente de raíces se trata, o mejor aún, de la
relación particular entre las raíces y las flores, ya que el fundamento verdadero es
aquello que estando en el origen como raíz (actitud) se consagra en el presente
como flor (la práctica, y solo después, la teoría)…».
Cierto es que nació como línea de abordaje terapéutico, pero Fritz Perls, quien la creó,
tenía incorporada «la actitud».
Aún Laura Perls, con su modalidad menos trasgresora y más académica, escribía:
«…No creo que ninguna teoría (incluyendo la gestalt) sea una Sagrada Escritura
sino que son más bien hipótesis de trabajo, un sistema de modelos conceptuales que
son un instrumento útil para la descripción, comunicación y comprensión de nuestro
enfoque particular. En la práctica particular prefiero hablar de estilo, una manera
unificada de expresión y comunicación, no una serie de técnicas ya prescritas y
determinadas. Los experimentos no son constelaciones fijas de pasos técnicos, sino
que se inventan ad hoc para facilitar el contacto con lo que es. Fritz Perls –que tenía
una formación teatral previa a su entrenamiento psiquiátrico–, usaría un abordaje
más psicodramatista. Otros terapeutas gestálticos pueden trabajar con arte, música,
poesía… y lo que sea que tengan asimilado e integrado. De manera que no se trata

107
de hacer terapia gestalt y awarness corporal o terapia gestalt y arte o terapia gestalt y
algo más. La terapia gestalt constituye una expansión e innovación continuas en la
situación terapéutica, con el medio más idóneo que tengan disponible terapeuta y
paciente. Es lamentable que lo que se ha divulgado y practicado como terapia
gestatl es solamente el método usado por mi marido en workshops y films
(laboratorio) de divulgación durante los últimos tres o cuatro años de su vida.
La dramatización de sueños, la identificación con… y el actuar cada parte de
ellos, constituyen un método de demostración sumamente efectivo, y Fritz lo usó
con habilidad y sensibilidad nutrido por sus setenta años de experiencia. La
limitación de este método como si fuera “la” técnica terapéutica, sin tomar en
cuenta las necesidades y limitaciones específicas de cada situación, constituye
una acción superficial, simplista, mecánica, manipuladora e inauténtica: un
terapeuta gestalt no usa técnicas: se compromete en la situación terapéutica con
toda su “experiencia de vida” y todas las aptitudes profesionales que haya
logrado integrar.
Hay tantos estilos como terapeutas y pacientes, los cuales se van descubriendo a
través de una relación terapéutica y juntos inventan esa relación».

LA ACTITUD GESTÁLTICA EN LA PRÁCTICA PSICOTERAPÉUTICA

Al leer la traducción del artículo de Laura Perls (fue presentado en un congreso de


Psiquiatría en el año 1974) se me abrió el panorama de tal manera que sentí vértigo: solo
podía usarme a mí misma. Lo demás era accesorio, secundario, y usarlo sin más podía
ser sinónimo de caer en la mediocridad como terapeuta.
Contar solo con uno conlleva necesariamente a tener confianza en sí mismo. De otra
manera es imposible. (He aquí la primera de las cinco características que nombraba
como importantes para ser un terapeuta: confianza en sí mismo).
Allá y entonces, recuerdo, contemplaba maravillada cómo los terapeutas más entrenados
iban «modelando» los trabajos sobre la marcha, sin contar con ningún guión previamente
armado y dependiendo de su creatividad del momento. Parecía magia, pero no lo era.
Era actitud (cómo lo hago), formación teórica (para qué lo hago) y técnica (qué hago),
todo, con el propio estilo personal.
¿Cómo aprender esa magia…? ¿Cómo enseñarla…?
Se puede leer y estudiar, hasta inclusive aprender sobre teoría y técnica mediante un
libro. Pero​ ¿cómo enseñar actitud?

108
La actitud no es algo que se enseñe en un libro. La actitud solo se transmite
relacionalmente, tanto en el marco terapéutico como en el plano formativo para futuros
terapeutas. Por eso la formación en gestalt es vivencial. Para «mostrar» actitud. «…
Quien sea capaz de trasmitirla deviene maestro, de recibirla, discípulo​» (C. Naranjo).
¿Donde quedan entonces la teoría y las técnicas…?
En cuanto a la teoría, algunos prefieren pensarla como el «esqueleto» que sustenta a la
escuela que hace referencia, cualesquiera sea esta. Yo considero más bien que las líneas
de abordaje terapéutico se basan en algunos conceptos básicos y es al escribir acerca de
ellos cuando se va armando la teoría. Se la va confeccionando como si fuera la
vestimenta que será usada para ser presentada formalmente en sociedad. En otras
palabras, es la ropa que se le pone para mostrarla al mundo.
Los detractores de la gestalt aducen su poco sustrato teórico.
Los que estamos en esta línea sabemos que no falta la fundamentación teórica. Puede
faltar más sistematización y/o tal vez más bibliografía.
En todo caso, en gestalt como en el zen, sabemos que explicando corremos el riesgo de
bastardear el concepto, y por eso privilegiamos el vivenciar antes que el contar.
Para decirlo con acuerdo a la metáfora: la gestalt tiene un hermoso cuerpo y mucha ropa
le restaría belleza. Y además, a veces, lo muestra sin pudor…
En cuanto a las técnicas, a mí me gusta pensarlas como la ocasión para expresar las
actitudes.
Sin embargo, en el mundo de la psicoterapia las técnicas gestálticas (y es de lamentar) se
han convertido en el distintivo con el cual los legos en el tema más rápidamente
identifican al terapeuta gestalt.

109
Lo peor de esta situación es que, por utilizar determinadas técnicas, algunos se llaman a
sí mismos gestálticos sin serlo.
Y lo mejor: algunos, siendo de otras líneas y utilizando otras técnicas, tienen una actitud

110
claramente gestáltica y la difunden.
Cualquiera que lea lo que he escrito podría pensar que reniego o, por lo menos,
descalifico a la teoría y a la técnica. Nada más erróneo.
Considero absolutamente necesario, casi imprescindible, conocerlas, manejarlas,
dominarlas para luego trascenderlas.
Un buen artista, en su proceso de serlo, ha desentrañado las reglas, las ha conquistado y
luego las ha roto…
Y un terapeuta es un artista.
Algunos artistas, plásticos por ejemplo, son muy buenos: conocen la teoría del color,
equilibran bien la obra, en fin, tienen oficio…
Pero otros rompen con la línea tradicional, desafían lo establecido y se arriesgan a la
verdadera creación.
Decía Perls: «… Amigo: no temas equivocarte. Tuviste el valor de dar algo de ti, tal vez
de una manera novedosamente creativa…». (He aquí la segunda característica de un
buen terapeuta: arriesgarse a lo desconocido, a lo nuevo.)
Cuando se juntan capacidad de riesgo y talento surge la creación. Y entonces los buenos
artistas se transforman en geniales.
De la misma manera, un terapeuta. Y de igual modo, también, corremos el riesgo de
convertirnos en Pigmalión: quedar embelesados por nuestra obra.
Atención: enamorarnos de nuestra tarea, sí. Quedarnos pegados a la obra, no.
Primero, porque no nos pertenece: el resultado de un buen trabajo terapéutico es
producto de la relación, del vínculo con el otro. Hemos sido sus facilitadores, no sus
hacedores. Y segundo, porque forma parte de un buen trabajo, la retirada. (He aquí la
tercera característica de un buen terapeuta: el desapego.)
Creatividad es un concepto que todo el tiempo aparece en el quehacer del ámbito
gestáltico. ¡Y vaya si tiene sentido que así sea!
Si mi principal instrumento soy yo misma, si no puedo tener como referente una lista de
«pasos a seguir» más o menos definida, como en una reestructuración cognitiva, si solo
cuento con lo que soy, aquí y ahora, en mi encuentro con el otro, ¿qué otra cosa puede
ser más adecuada y operativa que mi capacidad de crear y recrear?
Algunos consideran que ser creativo es un don. Yo creo que, si bien mucha gente parece
traerlo de cuna pues ha sido suficiente y sistemáticamente estimulado, no es algo a lo que
no pueda propender aquel que no tuvo la suerte de recibirlo desde pequeño.

111
Tal vez nunca llegue a ser tan habilidoso como el que se entrenó desde el comienzo de su
vida, pero sí puede desarrollar su ser creativo hasta donde alcance.
Sobre todo si pretende ser un terapeuta dentro de la gestalt.
Al comienzo hablaba de cinco características que considero conforman a un terapeuta.
La cuarta es «respeto hacia donde me oriento» (en el caso del trabajo terapéutico es
hacia el otro), y la quinta «vocación para el encuentro» (que también es con el otro en el
ámbito de la terapia). Para ilustrar estos últimos conceptos me ha parecido buena idea
transcribir algunos párrafos de aquellos que considero mis personales guías-
desmalezadores en este proceso y que destilan, permítase la metáfora, actitud gestáltica.
Guías para orientarse hacia una actitud gestáltica
• Carlos Castaneda: El Hombre de Conocimiento
• Jorge Bucay: Cartas desde Sudamérica
• Sheldon Coop: Las cartas del Tarot
• Guillermo Borja: Lecciones de Locura
• Joseph Zinker: El Artista de la Gestalt
• Claudio Naranjo: Un teórico ateórico

CARLOS CASTANEDA: EL HOMBRE DE CONOCIMIENTO

Castaneda, como buen antropólogo, pretendía conocer la cultura yaqui, para lo cual
busca entablar contacto con don Juan, el brujo. Le pide que lo instruya en el uso del
peyote, planta de la que este era gran conocedor. Sin embargo, don Juan no lo iniciará
rápidamente:
«–¿Me va Ud. a enseñar, don Juan?
—¿Por qué quieres emprender un aprendizaje así?
—¿No es buena razón querer aprender nada más?
—¡No! Debes buscar en tu corazón por qué alguien como tú quiere comenzar
tamaña tarea de aprendizaje.
—¿Por qué aprendió Ud., don Juan? Quizás los dos tenemos las mismas razones.
—Lo dudo. Yo soy indio…
—Mis intenciones no son malas…
—Lo sé
—¿Entonces, me enseñará?
—No

112
—¿Porque no soy indio…?
—No. Porque no conoces las razones de tu corazón. Lo importante es que sepas
exactamente por qué quieres comprometerte».
Después de la primera experiencia con el peyote, Castaneda escribe:
«Expuse a don Juan mi sentir con respecto a la experiencia. Desde el punto de
vista de mi propuesto trabajo, había sido desastrosa.
Dije que no me apetecía otro “encuentro”. El peyote me había producido una
extraña clase de incomodidad física. Era un miedo o una desdicha indefinidos. Y
tal estado no me parecía noble en absoluto.
Don Juan rio y dijo:
—Estás empezando a entender.
—Este tipo de aprendizaje no es para mí, don Juan
—El problema es que exageras los malos aspectos.
—En lo que a mí toca, no hay buenos aspectos. Todo lo que sé es que me da
miedo.
—No hay nada malo en tener miedo. Cuando uno teme, ve las cosas de una
manera distinta. No estás acostumbrado a esta clase de vida y por eso las señales
se te escapan. Así y todo eres una persona seria, pero tu seriedad está ligada a lo
que haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es
el problema. Y eso produce tremenda fatiga.
—¿Pero qué otra cosa puede uno hacer, don Juan?
—Busca y ve las maravillas que te rodean. Te cansarás de mirarte a ti y el
cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás. Cuando un hombre se propone
aprender –dijo–, debería trabajar arduamente y los límites de su aprendizaje están
determinados por su propia naturaleza.
Dijo, además, que los temores son naturales; todos los sentimos y no podemos
evitarlo. Pero, por otra parte, pese a lo atemorizante que pueda ser aprender, es
más terrible pensar en un hombre sin conocimiento.
En nuestras conversaciones, don Juan a menudo usaba la frase “hombre de
conocimiento”, pero nunca explicaba qué quería decir.
Inquirí al respecto.
—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias
de aprender –dijo–. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación, ha ido lo más lejos

113
que puede en desenredar los secretos del poder y del conocimiento.
—¿Cualquiera puede ser un hombre de conocimiento?
—No, no cualquiera.
—Entonces, ¿qué debe hacer un hombre para volverse hombre de conocimiento?
—Vencer a sus cuatro enemigos naturales.
—¿Qué clase de enemigos son?
—El miedo, la iluminación, el poder y la vejez».

JORGE BUCAY: CARTAS DESDE SUDAMÉRICA

Cada vez que leo escritos como los de Castaneda confirmo la mágica sincronicidad que
se da entre personas de distintas latitudes, diferentes culturas y sin embargo con tanta
concordancia en sus conceptos.
Por ejemplo con Jorge en su «Cartas para Claudia»:
«Carta N° 3: “¿Qué es comunicación?”
Comunicación es entrar en contacto con otro. Otro que obviamente por ser otro es
diferente.
Dicho de otra manera, es imprescindible que seas diferente para que podamos
encontrarnos y comunicarnos. Son nuestras diferencias las que nos permiten
contactar y no nuestras semejanzas. Imaginemos que tú y yo somos idénticos.
Imaginemos que no hay ninguna diferencia.
Si así fuera… ¿qué puedo decirte que no sepas de antes? ¿Qué podrías aportarme
que yo no haya visto? ¿Qué crecimiento podrías generar en mí? Esto me conecta
con el tema de los límites.
Te pregunto: ese límite, ¿nos une o nos separa? Plantéalo de otra manera: las
fronteras, ¿nos unen o nos separan de los países vecinos?
Y surge claramente la paradójica respuesta: los límites nos unen y nos separan.
Ahora recuerdo mi sorpresa cuando descubrí una misma palabra en castellano, la
palabra “cerca”, que definía “proximidad” y también un elemento de
“separación”.
Pues bien, cuando soy capaz de poner límites claros en mi relación con el otro,
cuando mi intención no es mimetizarme contigo, sino acercarme desde nuestras
diferencias; cuando no tengo intención de invadirte, y mucho menos de permitir

114
que me invadas; cuando sé hasta dónde… entonces, y recién entonces creo estar
en condiciones de comunicarme contigo».

SHELDON COOP: LAS CARTAS DEL TAROT

Cuando este libro llegó a mí no imaginé que se convertiría en uno de mis elegidos. Era
«El Colgado» de Sheldon Coop.
Sheldon era un psicoanalista junguiano que escribía este libro mientras transitaba hacia su
cercana muerte, padeciendo un tumor cerebral.
Una vez más la verdad, esta vez no desde la celebración del encuentro sino desde la
irremediabilidad de la muerte. Una verdad más ácida y, en todo caso, un manifiesto para
todos los hombres, particularmente para los terapeutas, pues considero que es un
testimonio que alcanza nuestra parte más humana: la de lo celestial y la de lo demoníaco
que hay en todos nosotros En fin, la dualidad que nos conforma.
Y lo que hace es, recuperando los mitos y los arquetipos junguianos, proponernos el gran
trabajo de aceptación de lo que somos: con sus claroscuros, con las luces y las sombras
de quienes somos. Fundamentalmente, de nuestros aspectos oscuros. Es fácil aceptar
nuestros mejores aspectos…
Pero ¿qué hacemos los terapeutas con nuestras partes más negras?
La posición que adoptemos al respecto tiñe necesariamente nuestra actitud frente al otro,
y por eso forma parte de este trabajo.
A continuación, una selección de párrafos que, ojalá, sean adecuados para transmitir algo
de lo que me transmitieron a mí cuando los leí:
«Qué clase de mundo es este? Poca cosa. Una vida extravagante, llena de
padecimientos, vacía de sentido. Con todo, es el único mundo que existe. Solo
podemos elegir entre la vida y la muerte. Si elijo la vida, debo vivirla tal como es.
Lamentarse de ella forma parte del vivir.
Pero no podemos esperar que mejore por efectos de esos lamentos. Este, entonces,
ha de ser el mensaje que me diga a mí mismo: solo puedo llegar a ser quien soy.
Me angustia más mi propia situación que la suerte de la humanidad.
Puedo identificarme mejor con ese Hombre Justo que se dirigió a Sodoma con la
esperanza de salvar a sus habitantes del pecado y el castigo. Les hablaba a los
gritos, predicando en las calles, urgiéndolos a cambiar de rumbo. Nadie
escuchaba, nadie respondía y sin embargo él seguía. Hasta que un día un niño lo

115
detuvo y le preguntó por qué seguía gritando. Y el Hombre Justo le respondió:
—Cuando llegué aquí por primera vez proclamé mi mensaje con la esperanza de
cambiar a estos hombres. Ahora sé que no puedo hacerlo. Si continúo gritando es
con la esperanza de que ellos no me cambien a mí. Y eso es también lo que pasa
conmigo: ejerzo la psicoterapia no para rescatar a los otros de su locura sino
para preservar lo que queda de mi propia cordura».
«El concepto junguiano de los arquetipos ofrece un puente entre los temas del
mundo por un lado y las fantasías de los hombres por otro. Para evitar las
distorsiones y restricciones propias de la cultura, se intentó representar los
arquetipos de la transformación psíquica bajo formas de imágenes visuales no
verbalizadas (…). Eso es el Tarot.
Por lo que a mí se refiere, no acepto el pretendido poder adivinatorio del Tarot.
No obstante, puede servir como fuente de sabiduría en tanto implica inmersión en
las preocupaciones eternas del hombre en una atmósfera onírica… [en la que el
sujeto o paciente] …no tiene donde apoyarse más que en su propio juicio».
De esta manera, Coop nos introduce en su pensamiento utilizando las cartas del Tarot.
Así nos revela su postura frente a la muerte:
«Carta N° 5. “La Muerte”: De todas las fuerzas de la oscuridad, sin duda la
muerte es la más tenebrosa. La imagen con la cual el Tarot representa a este
arquetipo es un misterioso caballero de armadura negra y rostro de calavera. Si
aparece en posición correcta, esta carta promete destrucción seguida por
transformación y renovación. Si sale invertida, pronostica solo una inmutable
parálisis.
… Pero enfrentar mi muerte es muy distinto que presenciar la de otros. En
momentos de dolor y pánico ofrece al menos la promesa de comodidad y alivio.
También paso semanas enteras llorando como si me apenase la pérdida de alguien
muy querido. Aunque no lo sé con seguridad, sé con seguridad que la muerte será
el fin de todo lo que soy…
La muerte de Bontche el Silencioso es tan conmovedoramente simple como lo fue
su vida, pero aún la muerte irritada de un hombre que ha vivido en la ira le
conviene a ese hombre en su propia particularidad. Hegel, el hosco, murió como
había vivido, desafiante (…). Yo no soy tan adusto como Hegel ni tan despojado
como Bontche: estoy profundamente hundido en relaciones de intensa intimidad,
soy cantor de canciones, un relator de cuentos, y siempre listo para combatir, más

116
interesado en la lucha que en sus resultados. Como Cyrano ante la muerte, la
enfrentaré a mi modo:
¿Que es lo que dices? ¿No hay esperanzas?
¡Me alegro! ¡Un hombre no solo lucha para vencer!
Sabía que me derribarías al fin…
¡No! ¡Sigo luchando! ¡Sigo luchando!…
(Cyrano de Bergerac)
No dudo que las Fuerzas Oscuras me derrotarán. Sólo quiero perder a mi modo,
seguir siendo yo mismo más allá de las esperanzas, sin preocuparme por el
resultado, sólo porque es la última oportunidad de llegar a ser el que soy».

GUILLERMO BORJA: LECCIONES DE LOCURA

De muchas maneras, el estilo de Coop me recuerda el de Guillermo Borja. A ninguno


conocí personalmente. A los dos me acerqué a partir de la lectura. Sin embargo, creo que
comparten esa modalidad desafiante e irreverente que lo mismo puede causar enfado que
fascinación.
«Los terapeutas necesitan ser primero pacientes. Deben, en el sentido ético del
deber, saber lo que les va a ocurrir a los pacientes, de otra forma ninguno confiará
en ellos.
El camino de la psicoterapia profunda es haber reconocido el otro camino… pero
esto no se dice, se reconoce, se pone de manifiesto con una actitud que el paciente
percibe, no a través del razonar sino de otros niveles energéticos (…). El medidor de
un tratamiento es la capacidad que ha adquirido un terapeuta en su trabajo de
introspección y en su transparencia como persona…».
«La lucha del terapeuta es enseñarle [al paciente] que las cosa suceden y que
tener actitud ante la vida es trascender el sufrimiento, trascender la enfermedad,
que esto no se va a acabar hasta el día de morir. En lugar de resolver, se trata de
fortificar la actitud frente a la vida: hay cosas que no podemos cambiar, pero
podemos cambiar la actitud frente a ellas. Esto es aceptación y solo con
aceptación se terminan los porqués. Ahí es donde está el camino del terapeuta. Su
verdadero trabajo no es alcanzar una meta sino estar en camino, no importa
dónde se esté sino cómo se está. El “como” es lo que se le enseña al paciente».
«La salud es un estilo de vida, no cinco años de psicoterapia. El verdadero
terapeuta invita, con su actitud, al paciente a renacer (…). El terapeuta es como

117
un viejo que ya recorrió el camino y esa es una actitud que no se puede transmitir
en palabras. La presencia misma son las arrugas que tiene, las heridas cuyas
cicatrices son visibles para el paciente (…). Está bien dominar una técnica, está
bien haber realizado un aprendizaje intelectual y formativo, pero un buen
terapeuta debe soltar los instrumentos, debe arriesgarse a soltar la técnica y
apoyarse en sí mismo. La técnica no cura. Lo que cura es la persona».
Lo que sana es el vínculo, digo yo. Creo que allí reside lo curativo. Y el vínculo es
siempre con un otro. Entre los dos creamos, pero es mi tarea invitarlo a ese prodigio de
la co-creatividad.
Creo con el otro de ambas maneras. No olvidemos que «crear» y «creer» comparten la
misma forma verbal en tiempo presente: yo creo.

ZINKER. EL ARTISTA DE LA GESTALT

Estar con Zinker, leerlo, contactarme con él es siempre vivificante…


Cuando la cotidianeidad y la monotonía de la consulta me invaden; cuando, en realidad,
yo me pongo aburrida y monótona, entonces «converso» con este hombre a través de
sus escritos y me conecto con mis aspectos más creativos, más alegres, más vivos, y
agradezco haber descubierto este recurso, tan simple, tan efectivo y tan valioso.
«Si Fritz viviera se sentiría desilusionado de ver a una multitud de terapeutas
recitando como loros…
Para que la terapia gestáltica sobreviva, debe representar esta especie de proceso
de crecimiento integrativo y de generosidad creativa: debe seguir combinando los
descubrimientos sobre nuestra musculatura, nuestros orígenes arquetípicos y
nuestro grito primario en concepciones nuevas. Si nosotros, los maestros de la
artesanía, olvidamos este principio básico de la experimentación creativa, del
desarrollo de nuevos conceptos a partir de nuestro propio sentimiento de osadía,
de no avergonzarnos de ser intrépidos, la terapia gestáltica morirá junto al resto
de las modas terapéuticas contemporáneas».

CLAUDIO NARANJO: UN TEÓRICO ATEÓRICO

Los alquimistas eran esos porfiados idealistas, mezcla de magos con sabios, que
dedicaban su vida a descubrir cómo transformar cualquier metal en oro.
Para eso contaban con su crisol, en donde colocarían el metal no precioso para que, en

118
contacto con la piedra filosofal, se transformara.
Del mismo modo, muchos buscamos las trasmutaciones personales.
De la misma manera, muchos somos alquimistas de nuestras vidas.
¿Cuál es nuestro crisol y cuál nuestra piedra filosofal?
No hay respuesta uniforme. Más bien, no hay respuesta.
Es cuestión de Ser y punto.
Sin embargo, existen algunos lúcidos que, además de Ser ellos, nos dan claves a
nosotros.
Una de esas personas es Claudio Naranjo.
Así, Naranjo propone como «teoría ateórica» sus afirmaciones acerca de la primacía de
la actitud sobre la técnica y el desarrollo de la tríada sobre la cual se sustenta dicha
actitud básica del Ser en el mundo gestáltico.
Sin embargo, y como neto experiencialista que es, nos propone que construyamos una
teoría, no sobre la gestalt sino sobre algo que la contiene y que la excede: una teoría
sobre la iluminación y el oscurecimiento (polos en los que podemos adscribir desde los
conceptos de salud y enfermedad hasta los aportes de la espiritualidad oriental).
Todos los que estamos en esta labor sabemos, por verlo diariamente en la consulta y, sin
duda, por haberlo transitado personalmente, lo fácil que es enunciar «quiero cambiar»
(eso, en el mejor de los casos: lo más frecuente es esperar el cambio, pero del otro).
«Sin embargo, cuando llega el asunto del cambio interior, la dificultad aumenta,
pues ¿quién desea cambiar? y ¿quién es realmente capaz de “trabajar”?…».
Si la psicopatología es el surgimiento de las defensas del paciente que funcionan
«resistencialmente», entonces la tarea del terapeuta es que el paciente pueda trabajar con
ellas, a pesar de él mismo.
«El profesional con habilidad en psicoterapia es, por sobre todo, aquel que puede
producir acción real… es capaz de detectar la actitud exacta, reforzarla, exigirla,
enseñarla, pues la conoce en sí mismo».
La gestalt es, sin duda, la única escuela de psicoterapia que ha constituido su sistema
teórico más sobre el entendimiento intuitivo que sobre la teoría propiamente dicha.
Este planteamiento significa que en gestalt «nunca se reemplazó un fundamento directo
de la práctica y la experiencia por otro basado en suposiciones teóricas».
«Las ideas son parte del sistema… más aún, la naturaleza de estas ideas [es]…

119
una explicación de actitudes en lugar de constructos teóricos. Son ideas
arraigadas en la experiencia más que en la actividad especulativa, y no prestan
apoyo a la actividad terapéutica sino que constituyen, como esta, una vía
alternativa de expresión».
Perls pensaba que ser psicoterapeuta era ser uno mismo y viceversa. Confiaba en que el
hecho de «ser» era contagioso per se y que el aprendizaje intrínseco de la psicoterapia
era suficiente. Para él, «ser» significaba estar aquí y ahora, estar conciente y ser
responsable. Y esta es la tríada básica de la «actitud gestáltica» que implica valentía tanto
del terapeuta como del paciente para aceptar que lo que es, es.
Hasta aquí he intentado exponer la importancia de la actitud en la formación y ejercicio
del terapeuta gestáltico. Señalar, una vez más
«que las técnicas, para que no sean esqueletos vacíos, deben estar enraizadas en
la actitud y que esta no es meramente un asunto ideológico sino que, a su vez, está
enraizada en la experiencia».
En cuanto a lo personal, significa estar atenta todo el tiempo. Reconozco la seducción
que en mí ejerce «caer en la trampa del cambio».
Según pasan los años, como en la canción, me voy aceptando y, naturalmente, voy
aceptando al otro. Es directamente proporcional: cuanto más me acepto, más acepto al
otro. Cuanto menos intento forzar cambios en mi, menos intento cambiar al otro.
Pero, como dice Naranjo, confiar en que la rectitud de nuestra propia naturaleza nos
llevará a buen puerto no significa no trabajar, no sufrir. Y esto nos toca a todos.
Confrontar y apoyar.
Podar y abonar
No más. No menos.
Aún sigo en la tarea…

BIBLIOGRAFÍA

Borja, G., La Locura Lo Cura, un manifiesto psicoterapéutico, Editorial Cuatro


Vientos, Santiago de chile, 1997.
Bucay, J., Cartas para Claudia. Ediciones Tarso S.A., 1986.
— De la autoestima al egoísmo, Editorial Nuevo Extremo, 1999.
Castaneda, C., Las enseñanzas de don Juan, Fondo de Cultura Económica, México,
1986.
Coop, S., El Colgado Editorial Alfa Argentina, 1976.

120
Napolitano, A., «The attitude and practice of Gestalt Therapy: Una introducción al
pensamiento viviente de Claudio Naranjo», artículo para la Gestalt Review.
Naranjo, C., La vieja y novísima gestalt, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de chile,
1990.
Osho, Zarathustra, un dios que puede bailar, Ediciones Luz de Luna, 1998.
Peñarrubia, P., Prólogo para La vieja y novísima Gestalt, Editorial Cuatro Vientos,
Santiago de Chile,1989.
Perls, F., Enfoque Gestáltico, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1975.
Perls, L., «Algunos aspectos de la Terapia Gestáltica» Trabajo presentado en la
Asociación Ortopsiquiátrica (1974).
Van Dusen, W., La profundidad natural en el hombre, Editorial Cuatro Vientos, Santiago
de Chile, 1977.
Zinker, J., El proceso creativo en Terapia Gestáltica, Editorial Paidós, Barcelona, 1979.

121
Psicoterapia en la era de la modernidad
Carmen Gascón

«El hombre ocasionalmente se tropieza


con la verdad, pero en la mayoría de las
ocasiones se levanta y sigue su camino»
Winston Churchill (Marina 2010)

LA ERA DEL INDIVIDUALISMO EN LA PARADOJA DE LA GLOBALIZACIÓN

¿Por qué nos dañamos? ¿Por qué nos dañamos en lo individual y nos dañamos en lo
social? ¿Somos tan ciegos como para no aprender de nuestros errores? o ¿es que hay
algo que nos obstaculiza que aprendamos de ellos? ¿Algo en lo individual? ¿Algo en lo
social? ¿O algo tan entremezclado entre ellos como una banda de Moebius? ¿Esta era es
diferente a las anteriores? ¿En qué? ¿Qué hemos hecho mal como individuos y como
colectivo? Estas y otras preguntas argumentan el sentido de esta reflexión.
Para iniciarla quiero remitirme a las palabras que nos ha legado Zygmunt Bauman,
profesor emérito de Sociología de la Universidad de Leeds (Reino Unido), en su discurso
de agradecimiento al premio Príncipe de Asturias de 2010, porque hacen historia o la
usan para pensar nuestra era; Bauman nos presenta una España a través de los ojos de
Cervantes, y la trae hasta nuestros días:
«Cervantes fue el primero en conseguir lo que todos los que trabajamos en las
humanidades intentamos con desigual acierto y dentro de nuestras limitadas
posibilidades. Tal como lo expresó otro novelista, Milan Kundera, Cervantes envió
a Don Quijote a hacer pedazos los velos hechos con remiendos de mitos,
máscaras, estereotipos, prejuicios e interpretaciones previas; velos que ocultan el
mundo que habitamos y que intentamos comprender… Hacer pedazos el velo,
comprender la vida… ¿Qué significa esto? Nosotros, humanos, preferiríamos
habitar un mundo ordenado, limpio y transparente, donde el bien y el mal, la

122
belleza y la fealdad, la verdad y la mentira estén nítidamente separados entre sí y
donde jamás se entremezclen, para poder estar seguros de cómo son las cosas,
hacia dónde ir y cómo proceder. Soñamos con un mundo donde las valoraciones
puedan hacerse y las decisiones puedan tomarse sin la ardua tarea de intentar
comprender. De este sueño nuestro nacen las ideologías, esos densos velos que
hacen que miremos sin llegar a ver. Es a esta inclinación incapacitadora nuestra
a la que Étienne de la Boétie denominó “servidumbre voluntaria”. Y fue el
camino de salida que nos aleja de esa servidumbre el que Cervantes abrió para
que pudiésemos seguirlo, presentando el mundo en toda su desnuda, incómoda,
pero liberadora realidad: la realidad de una multitud de significados y una
irremediable escasez de verdades absolutas. Es en dicho mundo, en un mundo
donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos
destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa,
comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a
comunicar y, de ese modo, a vivir el uno con y para el otro».
Quizás haya resultado un poco larga, sin embargo no tiene desperdicio, nos brinda un
buen marco desde el que pensar nuestro tiempo, nuestros enredos y nuestro lugar como
profesionales.
Maalouf, experto en definir la integración de las polaridades «individual-social» y de
pertenencia «de aquí-de allí», estudioso del complejo momento que viven nuestras
culturas, y aceptando que a veces nos pueda parecer un poco apocalíptico, deja buena
evidencia, de la complejidad que tenemos los humanos para unirnos en nuestras
diferencias, desde la globalización, la inmigración, la identidad del emigrante, los temas
más candentes en su vida. Leemos sobre el tema de la diversidad:
«De esta diversidad del mundo, de esta extraordinaria diversidad que es hoy en
día característica de todas las sociedades humanas, todos cantamos a veces las
alabanzas; pero también nos hace padecer a todos a veces. Porque es manantial
de riqueza para nuestros países, pero lo es también de tensiones». (Maalouf 2010)
Pensemos en la psicoterapia gestalt y el mundo actual, figura-fondo, para leer a Maalouf:
«La diversidad en sí misma no es ni una bendición ni una maldición. Es
sencillamente una realidad, algo de lo que se puede dejar constancia. El mundo es
un mosaico de incontables matices, y nuestros países, nuestras provincias,
nuestras ciudades irán siendo cada vez más a imagen y semejanza del mundo. Lo
que importa no es saber si podremos vivir juntos pese a las diferencias de color,

123
de lengua o de creencias; lo que importa es saber “cómo” vivir juntos, “cómo”
convertir nuestra diversidad en provecho y no en calamidad».
«Vivir juntos no es algo que les salga de dentro a los hombres; la reacción
espontánea suele ser la de rechazar al otro (…). Para superar ese rechazo es precisa
una labor prolongada de educación cívica. Hay que repetirles incansablemente a
estos y a aquellos que la identidad de un país no es una página en blanco en la que
se pueda escribir lo que sea, ni una página ya escrita e impresa. Es una página que
estamos escribiendo; existe un patrimonio común –instituciones, valores, tradiciones,
una forma de vivir– que todos y cada uno profesamos; pero también debemos
todos sentirnos libres de aportarle nuestra contribución a tenor de nuestros
propios talentos y de nuestras propias sensibilidades. Asentar este mensaje en las
mentes es, hoy, tarea prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura; La
cultura no es un lujo que podamos permitirnos solo en las épocas faustas. Su misión
es formular las preguntas esenciales. ¿Quiénes somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué
pretendemos construir? ¿Qué sociedad? ¿Qué civilización? ¿Y basadas en qué
valores? ¿Cómo usar los recursos gigantescos que nos brinda la ciencia? ¿Cómo
convertirlos en herramientas de libertad y no de servidumbre?» (Maalouf 2010).
(www.fpa.es)
Hemos introducido nuestras preguntas, hemos planteado la opinión de dos expertos
sociales recientemente galardonados en nuestro país, y seguimos, retomando las
preguntas de Maalouf que nos permiten empezar a pensar en la ética, de la que luego
intentaremos hablar un poco más, dado que nosotros (profesionales de la psicoterapia),
tenemos una responsabilidad ahí.
«Este papel de la cultura es aún más crucial en épocas descarriadas. Y la nuestra
es una época descarriada. Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un
siglo de retroceso ético; lo digo con pena, pero no lo digo a la ligera. Será un siglo
de progresos científicos y tecnológicos, no cabe duda. Pero será también un siglo de
retroceso ético. Se recrudecen las afirmaciones identitarias, violentas en muchísimas
ocasiones y, en otras muchas, retrógradas; se debilita la solidaridad entre naciones y
dentro de las naciones; pierde fuelle el sueño europeo; se erosionan los valores
democráticos; se recurre con excesiva frecuencia a las operaciones militares y a los
estados de excepción… Abundan los síntomas» (Maalouf 2010).
De nuevo me surge la misma pregunta: ¿Qué tenemos o podemos decir ahí, desde
nuestro lugar como profesionales de la psicoterapia y de una línea en concreto, adscrita a
un paradigma, el humanismo, como es la psicología de la gestalt.

124
Y ya para terminar con esta referencia, afirma Maalouf (2010):
«Ante este retroceso incipiente, no tenemos derecho a resignarnos ni a cederle el
paso a la desesperación. Hoy en día lo que honra a la literatura y lo que nos honra a
todos es el intento de entender las complejidades de nuestra época y de imaginar
soluciones para que sea posible seguir viviendo en nuestro mundo. No tenemos un
planeta de recambio, solo tenemos esta veterana Tierra, y es deber nuestro
protegerla y hacerla armoniosa y humana».
Hasta aquí, retazos del discurso de Bauman o de Maalouf, un poco para situar en
palabras ilustres una lectura del mundo en el que como seres humanos y también como
profesionales de la psicoterapia nos movemos. Aún hay otra referencia más en la que
quiero también apoyarme de cara a esta reflexión: el video El Siglo del Yo 3: Hay un
policía en nuestras cabezas que debe ser destruido, un video que podéis encontrar en
youtube, es una reflexión crítica sobre el uso y abuso del saber de la psicología y de la
psicoterapia por las estructuras de poder y el resultado que queda de ello. No me voy a
detener en las explicaciones, pero sí remarcar algunas de las que sufrimos hoy en día,
«consumismo exacerbado, insatisfacción, falta de interés, egos… un yo aislado,
vulnerable y sobre todo codicioso, que necesita ser el centro de atención». Las escenas
que presenta el video, sitúan el desarrollo personal como una salida al malestar de una
época no tan lejana, salida que a la larga o a la corta se convierte en una engañifa del
poder… Presenta a la psiquiatría, y luego a la psicología, actuando como régimen de lo
verdadero, generando esquemas que definen lo que debemos hacer para ser libres y para
lograr nuestra autorrealización, y al poder usando esos discursos. Resulta chocante ver en
el video los movimientos humanistas, a Perls, Rogers, Lowen hablando de sus
descubrimientos terapéuticos y a la vez a los políticos usando estos saberes para
conseguir hipnotizar a la población para conseguir electores y con ello poder… La
pescadilla que se muerde la cola. El discurso «No te conformes con menos de lo que
puedes ser», es decir, «sé tú mismo», nos viene dado hoy en día, desde la publicidad,
millones de libros y revistas de autoayuda, y observamos cómo ese «discurso» está ya
incorporado en las personas, influyendo en sus ideales y por ende en su insatisfacción;
pero además del control del poder… ¿sabemos lo que eso quiere decir?
«Lo mío es lo mejor», ya no sirve. Maalouf nos lo señala muy bien: la mente patriarcal
está caída.
«… Hoy, cuando el pesimismo y el cinismo ante la posibilidad de una mejora en
nuestra situación colectiva alimentan el desánimo y a una pasividad impotente, creo
oportuno reiterar mi propuesta de que solo estamos intentando remediar los

125
síntomas de nuestro mal, aún sin atender a su naturaleza fundamental, y que tal
como ocurrió en la historia de la medicina cuando se descubrieron los
microorganismos causantes de las enfermedades infecciosas, nos cabe albergar la
esperanza de que una acción orientada según un correcto diagnóstico de nuestros
macroproblemas nos permita una feliz resolución de la crisis generalizada de nuestro
tiempo» (Naranjo 2010).
Esta reflexión de Claudio Naranjo nos lleva a pensar en Maquiavelo: «No hay una
ciencia universal que guíe… lo único que realmente existe es ese escenario en el que cada
actor despliega sus propias estrategias buscando satisfacer sus intereses personales»
(Cleg, 1989 pp. 29-34, citado en Uoc), y en esperar que esto no sea más que un mapa,
aunque, en mi opinión, el escenario es un círculo cerrado que rebosa malestar, confusión
y pérdida, por lo tanto, la idea que creemos que nos va a hacer libres es la del encuentro
con nuestro auténtico yo, lo que nos lleva a un modelo de «bienestar» impuesto por el
propio poder.
Las personas estamos necesitadas de amor, pero ¿de qué amor hablamos?, y, además,
esta necesidad, ¿se colma con amor? ¿Con el amor ideal? ¿Con ese que anhelamos que
nos complete? Sabemos por experiencia que, todo lo que completa, satisface por poco
tiempo. De un cierto amor hablaremos más tarde, presentándolo como una salida.
Si, como nos señala Bauman, lo más cierto es la incertidumbre, ¿cómo transmitir un
amor (saber) que ayude a amarse en la carencia, en lo no ideal del otro y de uno mismo?
Estamos ya pensando en el narcisismo. ¿Cómo realizar un trabajo personal o terapéutico
que apunte a la aceptación de ese no ser? Y que ese no ser, no sea pensado ni vivido
como la castración en sí mismo, sino como lo que nos hace ser más humanos, más
reales; saber del no saber, saber de la incertidumbre, de las no verdades absolutas, de los
límites del hacer​ y que eso no lleve a la melancolía a ese frágil yo. Cioran en Ese maldito
yo, en 1987, o Fernando Colina en Dioses, locos, deseos y costumbres, en 2009, nos
pueden dar bellas y claras claves para no dejarnos caer en esa melancolía del frágil yo,
aceptando ciertos duelos, que, paradójicamente, pueden estimularnos en las nuevas
creaciones, quizás como a los artistas, que no usando la palabra consiguen transitar tan
bien esos complejos recodos… Esa es la tarea en mi opinión de la psicoterapia y de
nuestra gestalt.
La atención debe estar puesta, a mi entender, en no vincularnos, sin darnos cuenta, o por
miedo o inseguridad, a la patología social, a cubrir los rellenos, a alimentar derechos que,
si no enferman más, sí que sabemos que solo gratifican al ego; no ayudan a despertar, y
por lo tanto, a evolucionar. ¿Todos los caminos llevan a Roma? Quizás esto se podía

126
decir en la época que Roma era el imperio y las calzadas eran calzadas romanas, o en
épocas sucesivas donde las verdades eran absolutas… pero ahora no podemos sostener
eso. ¿Roma nos envuelve? ¿Roma nos engaña? ¿Nos hace guiños fáciles? ¿Es a Roma a
donde queremos ir? O quizás: ¿es en Roma donde nos venden lo que queremos oír?
El principal papel de la psicoterapia hoy reside en comunicar al ser humano consigo
mismo, con su sí mismo más profundo, y el principal riesgo es el egotismo, «yo – yo –
yo – a mí», «alimentar el falso yo, el narcisismo infantil». Yo voy a llamar falso yo a la
construcción neurótica, al personaje construido como defensa desde la pasión dominante.
Creer que conocerse es solo saber de él… y conformarse, no profundizar más, no bajar a
ese no ser que nos habita y frente al cual construimos o fijamos el carácter, es, en mi
opinión, formar parte de todas esas culturas tan actuales hoy en día, manuales de
autoayuda, de autoconocimiento, de respuestas que se venden por doquier en quioscos y
librerías no especializadas, hasta en las estaciones de autobuses. ¿Quiere encontrarse a
sí mismo? ¿Cómo superar la timidez? ¿Quiere descubrir el gran secreto que le hará
rico? ¿Nos conformamos con eso? ¿Qué pensaría Perls si hoy levantara la cabeza?
¿De qué lado estamos? Al servicio de la sociedad actual, aturdida, ciega con el más, más
y más; más bienestar, más inmediatez, más felicidad​ o pensamos que podemos de verdad
aportar algo que permita a las personas que nos visitan liberarse de sus esclavitudes y
sentirse más libres, más capaces de aprender a luchar por lo que desean, no sólo a
sacarse de encima los molestos prejuicios que no les dejan gozar más o las morales
estrictas que les penalizan.
¿En qué campos operamos? ¿Hasta dónde podemos llegar? Eso dependerá de adónde
hayamos sido capaces de llegar nosotros. ¿Qué hacemos? ¿Para quién trabajamos? ¿Para
quién hacia dentro? ¿Y para quién hacia afuera? Son preguntas que dejo abiertas. A
veces me da la sensación de que solo podemos poner «Tiritas para el malestar». Difícil
afrenta; no tiene resultados inmediatos, requiere disciplina, atención, constante encuentro
con la frustración, con la ignorancia, con «el fracaso», constante recuerdo de la dificultad
de la conexión, de la tendencia a la satisfacción inmediata, el éxito rápido, la mentira, la
adormidera.
Los valores imperantes, «la belleza», «la no moral», «el insaciable: “yo – yo – yo”, “a
mí”, “no es justo”», ideales… un poco todo…, menos la aceptación de la insuficiencia
que finalmente somos.
Hecho este que nos lleva a que la depresión sea una de las mayores causas de bajas
laborales en nuestro país. ¿Está aumentando o acaso la gente está más sensibilizada

127
porque se ha convertido en un tema de interés general?, se pregunta Yapko (2010), autor
de La depresión es contagiosa. Nosotros no pensamos como Yapko que es contagiosa,
pero sí que todos estamos contagiados de algo, que nos va involucrando en una
insatisfacción y un desinterés, un no querer saber, en un deseo de un mundo omnipotente
que va a resolver todo, a mí que soy tan hijo de este tiempo que no quiero saber de
frustraciones ni límites a mi omnipotencia…
Lo que pasa es que estamos en un momento social complejo que está generando mucha
preocupación y miedo; por ello las personas sufren y aparecen muchos afectos
depresivos… y no me refiero a la tan manida crisis, sino a toda la patología social que se
ha ido generando en los últimos años en relación a «qué es importante y qué no» para ser
felices…
Si analizamos la depresión en el tiempo, vemos que diferentes corrientes de pensamiento
se han esforzado por argumentar razones para sus posiciones, han intentado dar sus
respuestas a las cuestiones clínicas, pero conviene revisar un poco la historia, antes de
que el poder tomara el mando de la salud, es decir, que fuera un biopoder, con poder
sobre la vida, como diría Foucault, en Tecnologías del yo (1990).
Vamos a pensar en «ese afecto depresivo» que nos afecta a diario y que cualquiera
medianamente sano ha sentido a lo largo de su vida algunas veces, como ese tedium
vitae que nos embarga al levantarnos, al salir de la placidez de la cama y saber que uno
tiene por delante un largo día que inventar​ o quizás apareciendo en etapas concretas de la
vida, como la infancia o la adolescencia, o después de una separación por divorcio o
muerte, o, sin más, ese algo que nos embarga como una espesa niebla que se asienta en
nuestra alma y la llena de telarañas, quizás porque las cosas que antes a uno le sentaban
bien ya no le sientan, ya no obtiene en ellas ninguna gratificación o por lo menos no la
gratificación anterior. ¿Qué me pasa? Los clínicos se afanan ahora en poner nombre a
todo; síndrome postvacacional se llama ahora a la pereza que a todos nos acontece
cuando tenemos que volver a situarnos ante los horarios o las demandas de los otros;
ahora lo anhelado son las vacaciones y el coñazo es el trabajo. No me extraña que con
un planteamiento así nos deprimamos. ¿Dónde está el deseo? ¿Por qué trabajamos en
cosas que no deseamos? ¿Qué nos ha vendido la sociedad? ¿Qué le hemos comprado?
Para responder a algunas de estas preguntas vamos a hacer una revisión de la depresión a
través de los dolores del alma de la filosofía y también una revisión de cómo hemos
llegado hasta aquí, me serviré para ello de seminarios dictados por los doctores Álvarez y
Colina, para explicar los síntomas que nos acechan, y también de algunas ideas tomadas
del Dr. Claudio Naranjo. No cabe duda de que ellos no nos van a dar recetas, no nos van

128
a completar en nuestro afán de conseguir respuestas o salidas; los dolores del alma no
tienen nada que ver con la lógica racional, y, si no, decirle a un paciente deprimido que lo
que tiene que hacer es ponerse guapo y salir a la calle​ ¿Tenéis la experiencia de haber
hecho esto alguna vez? Si seguimos pensando en ese saldo de la cultura, «la depresión»,
del lado de los afectos, la mayoría de los autores coinciden en definir las características,
tristeza, inhibición psicomotora y dolor moral. ¿A qué nos referimos con dolor moral?
Casi siempre al autorreproche y la minusvalía. Estos aspectos tienen también varias
lecturas y se han valorado de diferente manera a lo largo de nuestra historia; de hecho, la
historia nos muestra épocas en que estos rasgos eran propios de personas que ejecutaban
diferentes profesiones… ¿habéis imaginado un poeta que no sea melancólico? ¿Podéis
imaginar el romanticismo sin melancolía?
La forma más grave de la depresión, «la melancolía», está relacionada con la falta radical
de deseo, en su modo más extremo, pero tenemos también el drama humano por
excelencia, el de la pérdida, por eso decía antes que algo de esa melancolía, de esos
conflictos con el deseo y las pérdidas, se asienta en el corazón de todos los humanos.
De esta parte del dolor se han ocupado los filósofos de la antigüedad, y también los
artistas, los pintores, los escritores, los poetas… Antes se pensaba de otro modo; Dios
estaba en el cielo, y como dice Dante en La Divina Comedia, el cielo era perfecto,
Aristotélico, redondo, y Dios lo presidía todo​ Cuando quitamos a Dios de ahí, la tierra no
es nada más que una partícula que gira alrededor del sol, pero no es la protagonista; a
partir de ahí todo se piensa ya de otra manera, la cultura se transforma y con ella los
deseos de los hombres y la conciencia de la pérdida.
Bartra, una persona de la cultura, define la melancolía como «esa fascinante constelación
de antiguos problemas y angustias que a lo largo de los siglos la historia occidental ha
guardado en su memoria» (Bartra 2004).
Y si pensamos en el mito de la religión sobre Adán y Eva, y cómo vivían en su paraíso,
donde nada les faltaba y tampoco nada necesitaban, pero había un límite, que no debían
comer de la fruta del árbol de la vida y si lo hacían serían expulsados y conocerían la
falta, el dolor, la vergüenza de necesitar y el deseo, en realidad fue «el deseo de saber» lo
que les movió… el árbol era el árbol del conocimiento, el saber sobre lo que está bien y
lo que está mal, …y fueron expulsados del paraíso, y según la religión cristiana, todos los
hombres nacemos con esa falta… y esta es una forma de explicar que la vida tiene una
razón y la muerte también, que estamos aquí para algo, que tiene sentido, y entonces
volvemos a la concepción redonda de la vida… por simplificar… pero el hombre nace
demasiado vulnerable, demasiado incapaz de valerse por sí mismo durante mucho

129
tiempo, no somos como esos cervatillos que vemos nacer y a los dos segundos, después
de ser chupados por la madre, se levantan sobre sus frágiles patas y enseguida dan unos
pasos ellos solos; nosotros necesitamos todo un año o más para lograr esa pequeña
autonomía, y va a ser esta dependencia la que nos hará conscientes de que hemos
perdido ese paraíso donde todo nos era dado… Bueno, esto tampoco es del todo así; hoy
sabemos que muchas de las heridas del alma nos son traspasadas por nuestra madre ya
desde el útero… le llamamos en clínica depresión endógena… y se lo atribuimos a
factores químicos… Hoy la neurociencia quiere explicarlo todo desde la química, la
fisiología, los genes, pero afortunadamente ellos también dicen que no todo se puede
explicar desde ahí; que no se pueden explicar los síntomas o los dolores del alma solo
desde ahí, que los genes solo marcan tendencias, inclinaciones, podríamos llamarlo;
entiendo que, desde la oscuridad que nos habita, queremos encontrar las fórmulas que
nos calmen el vacío y el sinsentido existencial. Para reconducir estas ideas, diremos que
todos tenemos un duelo sin hacer, el de la aceptación de la vida limitada, carente, no
absoluta, y sin respuestas para todas las preguntas; y con ese vacío del que luego
hablaremos un poco más a través de las palabras de Claudio Naranjo, y del que Woody
Allen nos deja buena cuenta en su película Medianoche en París.
La melancolía y el dolor moral, que vemos bien, como ya hemos señalado, en esa crítica
feroz que se dirige el melancólico, esa crítica, superyoica, si usamos términos
psicoanalíticos, o del perro de arriba si usamos términos gestálticos, que le lleva a una
certeza de su indignidad, y aquí certeza aparece como palabra clave, dado que los
humanos en general no la tenemos, nuestro narcisismo nos protege de caer ahí del todo;
aunque nos dirijamos las mayores críticas, algo en nuestro interior sabe que no somos
solo eso… pero esto falla en la psicosis, y por eso hablo de certeza de ser indigno e
insisto en esto dado que no se trata de invalidar la gravedad de este estado; la melancolía
no es estar melancólico, la melancolía puede llevar al suicidio o a las alucinaciones y a no
poder hacerse cargo de la vida de uno; nosotros aquí la abordamos como algo que nos
permite pensar el dolor del ser humano y el dolor en la actualidad en relación a la cultura
y al momento social, casi podríamos pensar que «la depresión es la enfermedad de la
modernidad», dado que es esta modernidad, donde se ha caído Dios y se nos ha
educado para creer que podemos tener lo que deseamos, la que nos ha metido en esta
oscuridad actual.
Pensemos en la incapacidad actual para soportar la frustración; esta viene de la lucha
entre el deseo y el límite: no todo, no me lo pueden dar todo, no puedo tenerlo todo, no
soy todo para el otro; esto es, el bebé está casi obligado a tener que hacer un duelo,

130
duelo que, si se hace, nos aleja de caer en la melancolía; no es un duelo fácil, la mayoría
lo arrastramos en nuestra vida sin resolver, como esa pepita que nos tragamos y que no
se disuelve, la pepita de oro, que bien trabajada nos da la vida y negada nos lleva como
almas en pena; eso que les quedaba muy claro a los filósofos de la antigüedad y que la
religión y los valores cernían tan bien, eso que la cultura ha querido olvidar dado lo
desagradable que es, eso es el germen.
Freud explicaba que hay en la melancolía una agresión que parece autoagresión, pero que
es agresión a esa sombra del objeto perdido; esto es un poco complicado de explicar,
pero viene a señalar algo de la paradoja de ese duelo; no queremos hacerlo y lo hacemos
sin hacer, lo que nos produce en cierto modo una satisfacción que nos engancha, como
las drogas o el tabaco… hay una cierta atracción fatal, o una total atracción fatal,
gozamos haciéndonos sufrir​ aquí entrarían las pasiones, a cada cual la suya.
Si volvemos al mito de nuestros «primeros padres», aparece la culpa, el deseo, la acción,
comer la manzana del saber, y ser expulsados y la culpa, esto es, ya había una
introyección de la moral del padre​ lo que está bien, lo que está mal, y por ahí, la culpa,
la culpa que siempre nos va a hablar de un deseo oculto, olvidado, no consciente; y de
nuevo, para explicar esto, tendríamos que hablar de la moral, y de cómo esa moral que
ha ido cambiando según las épocas es también una moral existencial, sobre la vida y las
pasiones que nos habitan como humanos incompletos, animalitos irracionales en nuestros
primeros tiempos.
Freud nos habla también de un deseo irreductible. Rams cita a Bleichmar, que señala algo
así como que la depresión es más cosas que lo que parece. Está una interpretación mía a
su frase «En todas estas condiciones se siente como inalcanzable algo deseado, anhelado.
Un deseo al que se está fijado es vivido como irrealizable» (Bleichmar, citado en Rams
2005). Hablábamos antes de la pepita tragada, ahora podemos añadir que uno está
apegado a una imagen de sí mismo, del mundo y de cómo deberían ser las cosas, a un
objeto del que no se puede despegar, pero cuyo deseo tampoco puede consumar, y como
no lo puede consumar, tampoco lo puede soltar. Recordemos el ciclo de la necesidad en
el que se apoya la gestalt. Hasta que no hay contacto verdadero con la cosa, no se suelta.
Pero recordemos también que ciertos contactos no se pueden tener; por ejemplo, no se
puede volver a ser uno con la madre, ese paraíso se pierde con la primera separación, el
nacimiento, y luego lo buscamos siempre como si nos hubiera dejado un recuerdo al que
nos es imposible renunciar, un anhelo de ese paraíso perdido.
A propósito de consumar, nos señala Rams, (2004): «Para que la persona se deprima,
tiene que haberse tragado que sólo es “yo” cuando tiene lo que podríamos llamar mamá-

131
mundo-identidad, esto es, uno cree que sólo es “yo-mismo” cuando corresponde a la
imagen que otro muy importante “mamá” tuvo y tiene de él»; esta cuestión tan bien
ejemplarizada es, si descorremos el velo, el problema de la humanidad hoy en día; se
dice que somos hedonistas, narcisistas y que todo el día estamos pensando en paliar lo
más pronto posible nuestros malestares y volver a esa bella indiferencia o anestesia que
nos caracteriza.
A veces nos sentimos mal porque no tenemos la llave, y la buscamos como el borracho
en el lugar donde hay luz, no en el lugar donde la perdimos; todos queremos cambiar,
pero de una manera muy narcisista, sin que se nos toque nada de lo más íntimo, que, por
cierto, sabemos de ello pero no lo conocemos; en fin, queremos cambiar, pero que el
terapeuta nos anime, nos apoye, nos ame, pero no queremos que nos diga que somos
prepotentes o mandones, o que rivalizamos todo el rato, o que negamos deseos nuestros
y los transformamos en temores al otro. Todos tenemos heridas narcisistas. Un poco de
narcisismo nos es necesario, pero, como en todo, si sobra, nos enferma; algo de
narcisismo nos es necesario para sentirnos con fuerzas para movernos en este mundo
oscuro. Oscuro es una palabra con la que el doctor Naranjo nombra el mundo actual
(Naranjo 2010).
Hemos venido viendo el deseo relacionado con la falta, y la nostalgia, esa nostalgia del
paraíso perdido, que en realidad nunca tuvimos, pero que creíamos tener. ¿Es eso lo
irreductible de lo que nos hablan Freud y Beichmar? Dejamos esa pregunta abierta,
también como un tema a reconstruir. Pero ahora lo vamos a pensar como «eso» que nos
va a permitir hablar de las razones que nos llevan a construir ideales que serán luego los
que nos capturarán y nos recordarán que no llegamos, dando paso abierto a las
recriminaciones, a las autoacusaciones; y sin embargo estos ideales nos han permitido
salir de la vulnerabilidad primaria, dado que si mamá es ideal, cuando yo sea mayor
también lo seré, o a introyectar modelos como «cuando tenga tal cosa ya no me sentiré
más vulnerable». Conviene testar en nosotros los ideales, los introyectos, los modelos
con los que nos cotejamos para autoacusarnos, recriminarnos y enredarnos en ese baile
que en apariencia es una cosa, pero que en el fondo es otra, y que en suma nos habla
sobre la dificultad de la renuncia a ese «ser como Dios», «estar por encima del bien y del
mal» como forma de protección contra el sufrimiento y la vulnerabilidad.
Recapitulemos y recojamos al menos los afectos que están implicados en la depresión:
pérdida, duelo, melancolía, tristeza, dolor. No somos ordenadores, nuestra mente lógica
nos sirve solo para interpretar las cosas, y no hace nunca una interpretación objetiva,
algo se le escapa, algo que, cuando nos encontramos en situaciones de duelo, nos hace

132
caer, digamos, en una bolsita donde tenemos guardados todos los duelos de la vida, y
esta bolsita tiene también el gran recuerdo del primero de ellos y casi nunca bien resuelto,
y con el producto de esa no resolución, o esa resolución parcial, hemos construido el
carácter.
¿Y cómo pensar la agresividad? Podemos saber que, según nuestra moral, la que nos va
a ser inculcada por esa madre, la agresividad es mala, somos malos por sentirla; y de esa
manera se nos anula una defensa natural de vida y se nos niega la posibilidad de
ordenarla de una manera más adecuada, pero sin la tragedia de la carga moral; por eso
hablamos de autorreproches. Esta agresividad del bebé, «mamá es mala», choca con la
mamá ideal o moralista, y el bebé para mantener la estabilidad se ve obligado a cambiar
el mamá es mala por el «yo soy malo»; claro que habría que aclarar que si Narciso no
soporta ninguna recriminación, puede que llamemos «mamá mala» a alguien que nos esté
en realidad poniendo los límites a nuestra arrogancia, porque somos vulnerables, pero
pronto nos creemos omnipotentes. Se suele decir que la agresividad reprimida conduce a
la depresión, entonces cabe hablar de responsabilidad de producirse a uno mismo tal
depresión. Como veis, hay que hilar muy fino en la clínica para ir separando este
enjambre de telas de araña mezcladas.
Nos deprimimos para no asumir responsabilidades frente a los cambios que nos trae la
vida, al principio, porque somos seres dependientes, después, porque no queremos
renunciar al placer o al goce que nos da la seguridad de lo conocido. No queremos
quedarnos desnudos, volver a sentir esa desidentificación que nos hace sentirnos tan
fracturados «nunca»… y buscamos otras formas de satisfacción que, por cierto, y
volviendo al principio, es lo que el poder actual quiere que hagamos, el video señalado
antes da buena prueba de ello.
¿Qué papel juega en todo esto el narcisismo? Nos lo planteamos como esa frontera que
no nos permite aceptarnos, como diría Nietzsche, humanos, demasiado humanos.
En la mitología griega, Narciso (en griego Na/rkissov) era un joven conocido por su gran
belleza. Acerca de su mito perduran varias versiones, entre las que se cuenta la de
Ovidio, que fue el primero en combinar las historias de Eco y Narciso y relacionarlas con
la anterior historia del vidente-ciego Tiresias.
Según la historia que cuenta este último, doncellas y muchachos se enamoraban de
Narciso a causa de su hermosura, pero él rechazaba sus insinuaciones. Entre las jóvenes
heridas por su amor estaba la ninfa Eco. Esta había disgustado a Hera, y por ello esta la
había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. A causa de este

133
castigo, no pudo hablar a Narciso de su amor. Un día, cuando él estaba caminando por el
bosque, se separó de sus compañeros. Al oír ruidos, preguntó: «¿Hay alguien aquí?».
Eco, contenta, respondió: «Aquí, aquí». Narciso no podía verla, oculta como estaba
entre los árboles, y gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven, ven», Eco salió de entre
los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo
que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su
voz. Para castigar a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de
su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de
apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había
caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
En su uso coloquial, designa un enamoramiento de sí mismo o vanidad basado en la
imagen propia o ego.
Fue Freud quien desarrolló este concepto diferenciando narcisismo primario y narcisismo
secundario o patológico, en el que la vida se convierte en ese yo-mime-conmigo; el mime
todo junto da lugar al verbo mimar. ¿Pero qué mima el narcisista?, recogemos de Rams
(2001): su imagen ideal, que nadie le confronte con lo que le falta, con que no hace todo
bien…
Y dice:
«El narcisista es alguien que se tragó sin saberlo el gran deseo de una madre que no
supo soltar al bebé que engendró para que viviera libremente en el mundo, que lo
parió con la etiqueta eterna de vendido, de vendido a que me llene o me sirva a mí.
El narcisista engulló el proyecto parental que cubriera los anhelos no satisfechos de
ellos o que repitiera el mismo juego grandilocuente, no fuera que al quebrarlo lo
pusiera en cuestión. Nacido para compensar, para repetir, no para ser persona, mas
una función» (Rams 2001, p. 60).
El narcisista se identifica con ese proyecto, lo toma como propio y constituye su
identidad en torno a él, vive apegado a una imagen de sí mismo que no puede soltar,
porque cree que soltándola se suelta a sí mismo. Y según Yontef (1995), en «proceso y
diálogo en psicoterapia gestáltica», ese absoluto es una característica que está debajo de
todos los dolores, bueno, Yontef lo sitúa en el neurótico, pero yo creo que todos somos
neuróticos.
Pero volvamos a Narciso y a una equivocación que nos enreda. Se dice que Narciso se
enamora de sí mismo, pero no, él no se enamora de sí mismo, se enamora de una
imagen que ve reflejada. Estamos en el estadio del espejo de Lacan, su sí mismo

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especular. Dado que a lo mejor Narciso sufría de amor y la imagen que le es devuelta
está intacta, afuera no se nota el dolor, solo se ve la belleza.
No querer saber es el deporte nacional, negar y proyectar, los mecanismos más al uso.
¿Quién soy? ¿Qué es ser? ¿Soy lo que soy o soy lo que construí para salir del atolladero
del sinsentido existencial? O mejor lo que construí en el encuentro con ese sinsentido y
para que ese torbellino emocional no me ahogara –¡lo ahogo para que no me ahogue!–, o
me diluyo, me presento más vulnerable y asustado y de esa forma puedo parecer
transparente a los ojos del otro. Solo son algunas de las múltiples y particulares formas
que hemos elegido cada cual, pero ¿por qué no nos enseñan a aceptar la falta existencial
y a vivir desde ahí?
Pensemos en el niño, que para poder separarse de su madre tiene que poder simbolizar.
¿Qué es simbolizar? Poner dentro de sí ideas tranquilizadoras sustitutas de la presencia
de la madre, que permiten al niño no entrar en ese marasmo, depende de lo que haga, y
quedará más o menos preparado para seguir evolucionando. Esperemos que pueda hacer
como hacen los poetas o los artistas, atravesar un lugar que no tiene palabras y crear algo
bello que causa efecto en los otros, por desconocido y por no tener las palabras para
definirlo… Es por no tener palabras que nos afanamos una y otra vez en intentar
encontrarlas, construyendo así las identificaciones, los ideales, todo el entramado
neurótico del que venimos hablando en nuestra reflexión, coberturas, vestidos, máscaras
con las que vivimos. Será tarea del terapeuta sostener el espejo vacío, no imponer
ninguna de esas imágenes al paciente, a fin de que pueda quitarse el máximo número
posible de ellas y logre «elegir» conscientemente una que sí pueda sostener.
«Así el sujeto posee ciertas certezas sobre sí mismo: ser el preferido de su padre, ser
un esposo ejemplar, saber escuchar a sus hijos, ser un seductor, etc. En el relato que
puede hacer de ello como una verdad incuestionable puede suceder que algo de
aquello sea puesto en duda, y lo que aparecía como certeza sea posiblemente el
ocultamiento de aquello que en realidad prefiere no ver o saber (que el afecto
recibido es inferior al que ofrece, que haber tenido un hijo no ha sido una decisión
de él o su pareja, que la renuncia a su trabajo no le ha afectado nada, etc.)» (Pablo
Rivarola en Uoc 2010).
El psicoanálisis nos da estructura para pensar, pensar no del orden de repetir la cantinela
superyoica, que eso no es pensar, pensar es construir a partir del vacío propio, esto es, la
creación nueva viene después de un proceso de digestión, no fácil a veces, pero que
vemos reflejado en los autores en los que venimos apoyándonos; Maalouf, por ejemplo,
y su alegato por la integración, nos permite pensar en la gestalt en la sociedad actual y el

135
riesgo que corre de servir al amo, la inmediatez, el todo yo, el ideal de completud
narcisista, y no profundizar y alimentar así el hacer, el sentir, el vivir de esta cultura llena
de vacío que intenta llenar compulsivamente con sus adicciones. Terapias que lo curan
todo, mezclas sin estructuras, como si, ante la falta de saber, corriéramos, huyéramos
más bien, hasta encontrar un nuevo espejismo que luego no nos molestamos en integrar,
sino en repetir, y por lo tanto, al que vaciamos del saber que allí podía haber; no
construimos nuevo saber; encontramos falta de rigor, que después nos desprestigia en los
ámbitos universitarios.
Cuando hablamos de sufrimiento relacionado con la historia de la persona, caben más
preguntas dependiendo de si pensamos el sufrimiento como algo de la naturaleza
humana, si creemos que la cultura influye y hasta dónde ó si vivimos el sufrimiento como
una desgracia del destino. Sabemos que algo del deseo de la pasión que nos arrastra está
conectado con el síntoma que padecemos. En la antigüedad se hablaba de la curación del
alma o del espíritu. Platón, las grandes escuelas del período helenístico griego, las
escuelas de filosofía, los estoicos, los epicúreos y los escépticos eran, como dice
Foucault, «dispensarios para tratar los problemas del alma». O sea veinticuatro siglos
antes, desde los filósofos del periodo helenístico casi hasta E. Kant, ya trataban de dar
cuenta de lo que pasaba y remediarlo.
Los estoicos organizaban toda una forma de vivir, y lo más importante de todas estas
escuelas antiguas era la ética, que estaba íntimamente conectada con el pathos, y lo que
proponían eran normas para poder vivir y ser más felices o no ser tan infelices. Los que
querían ser filósofos eran los que sufrían, y esto creo que es parecido a lo que pasa
ahora.
Los estoicos proponían la moderación extrema de la pasión. La pasión era como una
especie de diablo con cuernos al que había que domesticar y empequeñecer al máximo.
Los epicúreos ponían más el énfasis en el placer, aunque eso no significa que se pasaran
el día en la grande bouffe. Aristóteles proponía el principio de moderación, al que definía
en Las tres Éticas, más o menos, como el pensamiento antiguo. Los epicúreos buscaban
una forma, a través del placer, de dominar las grandes angustias del hombre, por lo
menos las que acechaban a Epicuro, siempre preocupado por la muerte y por cómo el
hombre podía combatirla.
Los escépticos eran más racionalistas, pero podemos pensar que todos trataban dolencias
del alma.
Foucault (1990) se dedicó a partir de un momento de su vida a estudiar la ética en las

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tradiciones antiguas; sus últimos seminarios tratan de eso, de cómo hacían los hombres
en la antigüedad para restañar las heridas del alma. La hermenéutica del sujeto, de
reciente publicación en español (Akal) es un repaso a estas cuestiones. En él dice bien
claro que las antiguas escuelas de pensamiento eran dispensarios, iatro, y los filósofos,
los aprendices, iban allí a sanarse de las heridas del alma. Y la manera de sanar era, sobre
todo en la corriente estoica, a través de la vida del maestro. No parece muy diferente a
un proceso terapéutico de los que hacemos ahora. Los epicúreos incluso vivían juntos en
el jardín, y Séneca define esta relación, que hoy diríamos de transferencia, de la siguiente
manera: «Quien clama auxilio en el mar para que lo saquen, siempre puede encontrar la
mano del maestro junto a él». Como podemos ver, no hemos inventado nada. La palabra
como bálsamo que puede ayudar, convencer, poner en el camino recto, de una manera u
otra. La filosofía, tan ligada a la ética, nos muestra ya el tratamiento del alma. Podemos
pensar que hay algo universal y algo particular en las dolencias o en las patologías, algo
de ese dolor existencial humano o, mejor dicho, del que es consciente el humano, solo
por el hecho de serlo (universal), y esa herida se va a entroncar y enredar con la historia
particular de cada cual y las responsabilidades individuales de las elecciones o
interpretaciones que hace cada uno. Pasiones, humores, ya desde la antigüedad vemos
también que unos van a dar más importancia a un aspecto, cuerpo, biología (humores -
Hipócrates) o alma (pasiones). Todo este pequeño recorrido se lo debo al Dr. Álvarez,
que lo presentó de una manera más amplia en un seminario sobre psicopatología en el
que tuve el honor de poder contar con él para la formación de alumnos de la gestalt.
Pero sigamos, estamos situando todo esto para hablar de la «ética del bien hacer», que
para mí supone aceptar no saber, no saber más que un poco del propio viaje de uno; no
saber más que un poco de cualquier saber en el que seamos expertos; es por eso que
resulta necesario buscar, no quedarnos en la falsa creencia de que tenemos el saber, ética
en suma que nos lleva a «aceptarnos en la ignorancia y por tanto nos acerca a la
curiosidad»; cuando reconocemos la ignorancia dejamos paso a la curiosidad, como el
niño. Entendernos como parte de una historia, en la que los hombres se han hecho las
mismas preguntas y nos han dejado sus formas de hacer, permite salir del protagonismo
del yo o del ego, estudiar a los filósofos y a los místicos, y sentirnos menos solos en esa
ignorancia, aportando una cierta serenidad, humildad, y aprender lo pequeños que
somos, pero también a valorar esa curiosidad, o esa poca cosa que en suma uno es, y
ahí, en esa función, nace la ética a mi entender, y si no nace, al menos debería nacer, por
que lo contrario nos llevaría al cinismo, o de nuevo a la prepotencia, y de poco habría
servido el viaje. Estamos un poco hablando del «Conócete a ti mismo» socrático.

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«Es obvio que el trabajo de psicoterapia exige un alto grado de responsabilidad y
compromiso. Uno no se prepara en cinco años, uno no se prepara con un
doctorado, porque así solo ha adquirido conocimientos académicos, los cuales no
son la curación. La verdadera preparación es el camino, y el camino es la vida
misma. No se puede estudiar para persona. No se estudia para dejar de tener
conflictos y sufrimientos. Hay que hacer un gran trabajo en lo personal. Pues lo
central de un terapeuta es que tenga presencia y que sea congruente, que no resulte
un fraude…» (Borja 1995).
Ningún saber ciñe por completo la ignorancia existencial, ignorancia contemplada como
ese algo que siempre se nos escapa, misterio lo llama la religión, y alude a la fe. La
«cosa» le llama el psicoanálisis, y alude al límite del saber y la vulnerabilidad existencial,
lo que se resiste a ser nombrado o ese algo que nos empuja muy a nuestro pesar.
No hay nada irrefutable; el hombre seguirá haciéndose preguntas, mientras que salga el
sol. No creer en nada es complicado. Todas las religiones primitivas quieren trascender la
muerte, saber sobre lo que no se puede saber, tranquilizar el alma del ser humano, la
inquietud que genera la conciencia del no saber.
Pensar en la ética y situarnos en la actualidad, crisis, angustia, inseguridad, supone
revisar la labor para el psicoterapeuta en este milenio.
«Nuestro mundo está confuso y necesita parar el ritmo acelerado que lleva, que no
le permite discurrir ni reflexionar, ni tampoco tiene tiempo para realizarlo, agobiado
por la prisa de la vida y las horas y días gastados en reuniones que no paran (…) y
sin el pensamiento propio, no seremos más que robots» (Miret Magdalena 2007).
Y continúa este autor parafraseando a Ortega y Gasset: estamos dirigidos por la
«sugestión social». No pensamos sino en seguir las directrices de la radio, la televisión e
internet.
¿Qué papel le toca a la psicoterapia o al psicoterapeuta? Miret Magdalena (2007), al igual
que los antiguos griegos, cree que es a través de las personas que se puede trascender el
ser humano a sí mismo, en su propia mediocridad, es por eso que nos remite a filósofos,
místicos, hombres de Dios (franciscanos) en la vuelta a los valores, para a su manera
presentarnos un modelo de viaje que consiga dignificar al ser humano, más allá de los
falsos idealismos, y aquí en estos idealismos cuestiona la religión, pero no la ética. «No
se trata de hablar por hablar», como estilan los políticos al uso, sino de hacer lo que se
puede sin perder pie, yendo siempre hacia delante. Para recorrer mil millas hay que dar el
primer paso, o, parafraseando a Shakespeare: «En el cielo y en la tierra hay algo más de

138
lo que sueña tu corta filosofía», p. 47.
A veces me parece que podemos llegar a ser, o somos ya, como los anuncios de
televisión: «Atrévete a ser feliz», «Toma Ron XX y verás qué trascendencia», o compre
la lavadora XXX… y como eso no funciona, sino que uno está más perdido todavía​
«Atrévase a ser feliz y haga terapia».
Tenemos además la responsabilidad de formar profesionales que se desenvuelvan en el
ámbito de la salud mental con una actitud responsable. Y que entiendan además la salud
mental como un campo interdisciplinario donde convergen distintos marcos teóricos y
distintas prácticas, lo que en cierto modo implica entender al ser humano como un ser en
situación intrapsíquica e interaccional. ¿Cómo pensar estas formaciones a la luz de lo
expuesto? Entiendo que la formación de psicoterapeutas en problemáticas de complejidad
creciente desafía nuestros esfuerzos en varios niveles: epistemológico, teórico, docente y
de investigación en cada una de las intervenciones terapéuticas, donde se juegan vidas,
proyectos y rumbos de individuos y grupos.
Los problemas sociales introducen nuevos impactos para la salud mental, creando nuevas
situaciones críticas y traumáticas que obligan a nuevas investigaciones sobre condiciones
referentes a los trastornos y a las tareas capaces de promoverla.
Se trata de comprender el entramado de factores sociales, económicos, jurídicos,
políticos y culturales que impregnan a la persona desde su nacimiento y que le dan,
cómo no, su particularidad. Consideramos que la formación de psicoterapeutas debe
abrirse también a esos desafíos.

¿HABRÁ SALIDAS?

Naranjo (2010), en La mente patriarcal, reafirma muchas cosas de las ya dichas, quizás
explicadas desde un discurso particular y también más cercano al humanismo, es por ello
que, pese a poder resultar repetitivas, no dejan de ser un apoyo más a nuestras tesis. Voy
a rescatar del doctor Naranjo algunas de sus ideas que me permitan conformar este
recorrido individuo-sociedad. Intercalaré sus reflexiones con las de los autores recogidos
hasta ahora y trataré de clarificar bien sus citas, tarea a veces compleja, dado el cariz de
reflexión que tiene este trabajo, y desde aquí le pido disculpas a quien no quede bien
citado.
«… hoy, cuando el pesimismo y el cinismo ante la posibilidad de una mejora en
nuestra situación colectiva alimentan el desánimo y a una pasividad impotente, creo
oportuno reiterar mi propuesta de que solo estamos intentando remediar los

139
síntomas de nuestro mal, aún sin atender a su naturaleza fundamental, y que tal
como ocurrió en la historia de la medicina cuando se descubrieron los
microorganismos causantes de las enfermedades infecciosas, nos cabe albergar la
esperanza de que una acción orientada según un correcto diagnóstico de nuestros
macroproblemas nos permita una feliz resolución de la crisis generalizada de nuestro
tiempo» (Naranjo 2010).
Para Naranjo, la estructura de las llamadas grandes civilizaciones es patriarcal, y si
hemos de sobrevivir a esta crisis generalizada, habremos de poner en tela de juicio el
concepto mismo de civilización (op. cit. p.15).
Y en la p. 17:
«El mundo sufre, y es mucho lo que sufre últimamente, por mucho que en su
enajenación lo niegue, o lo oculte tras las promesas de la tecnología y el alcohol (​) a
pesar de su creciente riqueza, el mundo sufre de hambre; y a pesar de los avances
científicos sigue sufriendo mortalidad infantil y muertes violentas. Es grande también
el sufrimiento emocional, según lo muestran las estadísticas respecto a enfermedades
mentales, suicidios, homicidios, abusos de drogas y otros índices (…) aunque no
esté de moda decir que el mundo pertenece al diablo, parece que, hoy más que
nunca, está a merced de esas motivaciones neuróticas, tales como la arrogancia, la
ira, la codicia, que los antiguos llamaban pecados».
Volvemos a las ideas iniciales de los filósofos que traíamos a esta reflexión, a través de
las palabras de los doctores Álvarez y Colina, para refrescarlas de nuevo, como esas
carencias espirituales de las que nos habla Naranjo:
«También sufre espiritualmente, culturas enteras son destruidas, desaparece la
belleza natural que rodeaba a nuestros antepasados y se empobrece la calidad de
vida. Ya ni siquiera entra el concepto de vida espiritual en el lenguaje de la
legislación o en la vida académica, y así como la ceguera no puede ser sino ciega, o
lo que no puede ver, la ignorancia hace que no suframos concientemente por nuestra
pérdida de sabiduría, y en la oscuridad de nuestro tiempo, ya se ha reflejado a la
categoría de las supersticiones del pasado la búsqueda de la luz» (op. cit. p. 203).
Podríamos de nuevo retomar el video del que hablábamos en puntos anteriores, a veces
las imágenes valen más que mil palabras, video ilustrativo de las maniobras del poder,
que hacen que giremos sin saber en círculos, como las ratitas en las ruedas de sus jaulas,
sin parar de moverse, pero encerradas.
Si pensamos en nuestras profesiones de servicios, donde la psicología clínica, la

140
psiquiatría, el colegio de psicólogos, el DSM y el Cie se han arrogado autoridad de
legislar acerca de las necesidades de su público en forma que va más allá del simple
consejo profesional, entremezclo mis palabras con las de Claudio.
El patriarcado moderno se nos aparece como un sistema opresivo sin opresores y como
autoritarismo sin las poderosas autoridades del pasado, seguimos con Naranjo, al igual
que en algunas películas de ciencia-ficción los humanos han sido sometidos al poder de
un superordenador, y parece que incluso los potentados de la tierra desconocen el poder
suficiente para detener una gran máquina que hemos creado colectivamente a través de
leyes, estatutos y contratos y que se comporta como una mente independiente de la
nuestra.
Ocurre en lo social, lo mismo que en lo individual, que el individuo no solo se atrinchera
en su irresponsabilidad, sino que la elige, hasta llegar a no conocer su poder dado por la
naturaleza sobre su vida, y llega también a enajenarse de su potencial libertad (volvemos
a pensar en las clases médicas) (Foucault 1990). Esto es fácil para todos verlo en relación
a la medicina y a la posición pasiva que adoptamos ante la enfermedad y nuestro médico;
le depositamos nuestros síntomas y él decide lo que necesitamos, pero no nos pregunta
cómo nos sentimos, qué pensamos nosotros sobre nuestra enfermedad, qué modelo de
vida llevamos, si nos está pasando algo en ese momento concreto…
Y en la p. 185, define Naranjo lo que para él es la psicoterapia:
«Lo que llamamos psicoterapia es una combinación de por lo menos dos cosas: el
autoconocimiento y la liberación de los deseos y sobre todo de la instintividad animal
(coincide con la del niño interior). El psicólogo ayuda a la gente a que se dé cuenta
de lo que quiere y no ha sabido poner en palabras».
De la ignorancia con la que vivimos, incluso los que creemos que estamos un poco
evolucionados, nos da cuenta Borja (1995), conocido por muchos como Memo:
«Quiero señalar el gran desconocimiento que los terapeutas se tienen como
personas. Es ahí, en ese olvidado campo de desarrollo, donde formarán su visión de
la salud y su comprensión de la enfermedad. Todos los descubrimientos de Freud se
debieron a que él se reconoció enfermo y su mérito no fue otro que reconocerse, el
autoobservarse» (p. 16).

141
Estas perlas que nos regala Borja parafrasean las que también nos transmite Naranjo, les
damos las gracias por ello a ambos.
«Ayudar a las personas a darse cuenta de que lo que quieren, además va aparejado a
darse cuenta de las prohibiciones implícitas respecto a lo que no se debe desear y la

142
consecuente culpa. La mayor parte de la gente ni siquiera sabe hasta qué punto se
siente culpable de desear ciertas cosas y hasta que punto carece de la libertad de
gozarlas».
«Tan apegados estamos al placer y tanto queremos evitar el dolor que tales fuerzas
de aversión y atracción nos distraen de nosotros mismos. El dolor, sin embargo, no
solo puede aplastarnos, adormeciéndonos, sino que también puede elevarnos,
volviéndose un factor despertador dependiendo de nuestra actitud».
«Cuando sufrimos, nos desconectamos de nuestro ser esencial, ya es una gran
tentación la de hacer toda clase de cosas para evitarlo. (…) vengarnos, querer
consolarnos maniobrando como aprendimos en la infancia, y aunque vivimos bajo la
ilusión de que somos personas cariñosas, es un hecho que hemos nacido en la
escasez de amor y es excepcional encontrar a alguien que no haya sufrido de tal
escasez durante la infancia, ya que se transmite a través de generación».
He ido recogiendo de este autor lo que he pensado que nos permitía argumentar nuestro
punto de partida en torno a la patología social, a la relación entre el aumento de la
depresión en nuestro días y esta patología, las ideas en torno a que seguirá creciendo de
nuestros estadísticos y técnicos de salud mental, y las reflexiones filosóficas en torno al
dolor del alma, del que no nos podemos sustraer los humanos, y su compleja
configuración en este caótico mundo actual, para poder pensar en la psicoterapia y el
psicoterapeuta en esta era en la que vivimos, y los riesgos de quedarse atrapados como
profesionales al servicio de ese enredo social.
«Presiento que los terapeutas huelen que hacer una psicoterapia profunda pondrá en
evidencia, ante sí y sus pacientes, su problemática irresuelta. Ante tal amenaza,
optan por mantenerse en las orillas de la enfermedad. Único territorio conocido por
ellos por el miedo a naufragar y quedar etiquetados con sus mismas etiquetas. Que
el portador de la salud sea el más enfermo, ¡duro golpe para el narcisismo! No es
nada sano necesitar de los necesitados, y peor aún, no reconocerlo» (Borja p. 16).
O dicho de otra manera:
«Nuestro problema no es solo haber aprendido a manipular y falsearnos para llenar
nuestra sed, sino el de habernos dedicado a la búsqueda del amor con tanto afán que
llega a absorber las energías que podríamos poner en la expresión de nuestro
potencial amoroso» (Naranjo 2010, p. 193).
Si resumimos el decir de Naranjo, nacer es dejar de vivir en un espacio protegido, salir al
frío, al vacío, a la dependencia absoluta y durante largo tiempo de otros, fuera de la

143
ilusión de la buena madre, fuera de los «cuidados prodigados por la ciencia» (quirófano,
ginecólogo, matrona), donde el bebé siente cosas, y entre ellas miedo. No he estudiado
estas etapas ahora y no quiero detenerme en ellas, solo hablo de huellas y encuentros
con el miedo (hay teorías que lo han trabajado). Sigamos con el bebé y su crecimiento e
imaginemos que no le pasa nada «difícil», pero bueno, a medida que avanza en su
desarrollo, toma conciencia de que su pequeño paraíso soñado, «la madre», no es solo
suyo, también está el padre, los hermanos y los otros deseos propios de ella misma que a
él le alejan, y viene la conciencia del «no soy todo para ella», y entonces siente miedo de
nuevo, «si no soy todo para ella, la puedo perder».
El miedo y la rabia han hecho su aparición, las pulsiones primarias nombradas por
algunas teorías psicodinámicas están ahí, nosotros las vamos a llamar enredos
existenciales.
Más adelante, en su evolución el niño se encuentra con el miedo a la muerte, del que
también ya hemos hablado. Creo que podemos rescatar el miedo como emoción
universal que nos «retrae a no ser todo para la madre», no ser todo para la vida, pues
vamos a morir. Entonces cabe plantearse cómo afrontaremos «la finitud humana»,
¿cómo plantar cara a ese destino? Algunas corrientes de pensamiento dicen que ante ese
hecho los humanos nos inscribimos en las pasiones. Me refiero a la corriente del
eneagrama, de la filosofía de Oscar Ichazo (corriente espiritual), desde hace años
conocida en España, que introdujo el Dr. Claudio Naranjo. La religión también vino a
cubrir ese cierto sin sentido existencial, porque no cabe duda de que estos miedos
«arrinconan la existencia» e impiden el desarrollo de la persona.
Algunos filósofos hablan de cultivar la «virtud de la serenidad» como forma de victoria
sobre los miedos, aunque no deja de ser una victoria relativa y siempre frágil. La
sabiduría se define como «ese estado en el que la lucha contra la angustia permite a los
humanos ser más libres y abiertos a los demás, más capaces de pensar por sí mismos y,
hete aquí, amar». Lo introduzco por primera vez porque me parece una palabra delicada,
muy manida, muy idealizada. Para salir de esos ideales, voy a ir a un autor que es, en
cierto modo, un antídoto del ideal, Nietzsche, que sostiene que «El objetivo último de la
vida humana es lo que él denominará amor fati; el amor de su amante, el amor de que
es, el amor que nos es destinado».
«Siempre podemos hacer algo con lo que la vida ha hecho con nosotros», decía Sartre.
Entonces, ¿qué es lo que nos va a permitir liberarnos de lo que Espinoza denominaba las
pasiones tristes, el miedo, el odio, la culpabilidad… que se arraigan en esas ilusiones rotas
del pasado o sus proyecciones al futuro? (Ferry 2008).

144
Aquí Nietzsche y Perls, padre de la gestalt, al igual que las filosofías budistas, coinciden
con lo que Ferry recata: el presente, el instante, el kairos de los griegos.
Entre los obstáculos, el vacío. ¿Que tratamiento le damos en nuestra vida? ¿Y en
psicoterapia?
Tenemos que volver un poco a la filosofía. Para los griegos, la existencia se va a atrapar
en un dilema casi irresoluble –o encierra todo (como Urano con su hija) para evitar que
cambien las cosas y corran el riesgo de degradarse, lo que da inmovilidad total y tedio
vital, o aceptamos el tiempo y los peligros: «Nada es para siempre», «Todo tiene
limitaciones».
Hacer el duelo del paraíso perdido que no hicimos en la infancia, retornar a casa, en el
sentido de Ulises, y elaborar la nostalgia de lo que perdimos, de los ideales, de todo ese
«mejor antes» o renacer un poco como Sísifo, en el Sísifo que recrea Camus, «lo
absurdo de la existencia humana». Pero recapitulemos un poco; el psicoanálisis llama
compulsión a la repetición, a esas repeticiones en las que constantemente nos
encontramos, y el protoanálisis, fijación a la pasión que impera. Estamos, como Sísifo
con la piedra, un día y otro, quizás no hemos pensado que «es la posición subjetiva
frente a la tarea» la única que podemos cambiar, y ese cambio puede cambiarnos;
hablamos de un cambio que supone la aceptación, no otra cosa, quizás «esa aceptación
en el amor –amor en la aceptación del no hay todo– no hay para siempre –no hay
completad».
Intentamos llenar el vacío elaborando una pseudoidentidad, a través de la identificación
con la imagen especular en la que nos vemos reflejados (la madre) y construimos nuestra
coraza, nuestro carácter, nos desconectamos para protegernos​ «hacemos y somos como
sentimos que se nos pide» por miedo a perder el amor y que esa pérdida desvele nuestra
vulnerabilidad; miedo a perder el amor (amor que nos tenía ciegos), a la soledad y a la
muerte.
Así que en suma, sabemos de algo (vivencia infantil de todo este enredo), pero no
sabemos que lo sabemos (aquí entra la psiquiatría para ayudar), pero sabiendo que lo
sabemos, y no sabiendo que lo sabemos, tememos ser descubiertos (en esta falsedad).
Las personas sienten que aman cuando «están por alguien»; llaman amor a su
dependencia y también a su posesividad, y creen que no hay hecho más fácil que amar, y
que solo se trata de buscar el objeto adecuado, y que si fracasan es por mala suerte; pero
el amor, su expresión y realización, es uno de los temas más difíciles.
Miedo y amor bailan como una banda de Moebius, o mejor el miedo y las tiranías a las

145
que nos somete nuestro pequeño gran yo son el obstáculo (miedo, heridas, sacrificios,
más miedo​). En lo profundo de nosotros, existen intensos miedos y los terrores de la vida
nos persiguen y nos dejan huellas; como antídoto, vamos en busca de la belleza.
¿Cómo podemos entonces desprendernos de las apariencias y las falsas identidades para
así rescatarnos de la degradación de la conciencia?
«Es un hecho que la conciencia del núcleo vacío del ser es un logro poco común, y
cuando las personas se miran adentro y tienen suficiente conciencia para encontrar
nada, sienten vértigo y quieren aferrarse a algo tangible. De ahí la necesidad de ser
alguien para escapar así de la amenaza de descubrir que no se es nadie».
En esta cita de Naranjo (2010) podemos ver bien las aportaciones de los autores que
hemos venido refiriendo, Narciso y su mirada, y su quedarse fijado en la imagen, que no
es él, es su imagen, como dice Magritte en su cuadro La pipa, que se completa con el
rótulo en francés, «Ce-ci n’ést pas une pipe». Claro que el miedo hace que, a mayor
amenaza más apego, y que resulte más tranquilizador identificarse, aunque podríamos
pensar esta identificación solo como cuando usamos un abrigo en invierno; luego
podemos no sentirnos pegados a él y volver a dejarlo en el armario; entiendo que esto
sería lo que los psicoanalistas lacanianos llaman diferenciar el ser del semblante, aunque
es sólo una sensación que habría que estudiar más en profundidad.

146
«En vista de que los humanos somos caídos y falibles, sujetos a la neurosis
universal de nuestra especie, no es raro que la resistencia al cambio esté (…) dado
que perpetúa así el ego humano, adheridos a las respuestas absolutas que formamos
en la infancia, y que hemos tomado como nuestro verdadero ser» (op. cit. p. 204).
Una salida que venimos señalando todo el rato sería soportar la descompletud, esto es un

147
poco dar un paso atrás, desidentificarnos, quitarnos el abrigo, o las medallas, y no aspirar
tanto a construir una identidad como a desmontarla, en palabras de Naranjo, pero
también del psicoanálisis lacaniano, no tender tanto a completar como a descompletar.
A veces tanto jaleo interno, tantas bonitas palabras, un viaje tan largo nos resulta difícil
de llevar a cabo; nos tomamos el mito de Sísifo desde el súper-yo, por eso venimos
diciendo que nos deprimimos, sin embargo el mito de Sísifo puede ser también tomado
con humor; uno realiza cada día esa tarea y, bueno, ¿¿quién ha dicho que debería ser de
otro modo???, es lo que hay, cada día un día por delante por inventar, una tarea que
llevar a cabo, pero no desde el súper-yo, que hace que nos deprimamos inmediatamente.
Hemos venido señalando salidas, formas diferentes de vivir lo mismo, pero más sanas…
Ha sido una larga reflexión, que espero no os haya aburrido. Considero que nos falta un
espacio donde la gestalt se ponga a pensar en su lugar en la sociedad actual y dote a esa
forma de estar en el mundo de una argumentación que nos permita presentarnos en
cualquier aforo con la dignidad que nos merecemos, en honor a Perls y a los diferentes
maestros que hemos ido teniendo.

Y para concluir, entiendo la gestalt como una actitud, un estar lo más en contacto con
uno mismo posible, para movernos desde ahí en el acompañamiento de los pacientes; y
desde ahí, nunca creyendo que lo mío es lo mejor, que ya lo sé todo; es por eso que he
intentado construir un mapa abierto, apoyado en diferentes versiones que nos permiten
construir un fondo, en cierto modo universal, para poder tenerlo como referencia; creo
que el hacer debe tener siempre un apoyo en una estructura, para el (la) profesional que
acompaña, un mapa al que ir de vez en cuando para poder cotejar el camino recorrido.
Como decía David Boadella en unos cursos que nos dio en Barcelona hace ya casi treinta
años, el mapa no lo mira uno mientras conduce, pero de vez en cuando se para y lo
revisa. Así, fondo y figura se convierten en necesarios para pensar el cuadro, para
mirarlo, para dejarnos enseñar por él, no uno mejor que otro, simplemente necesarios.
No tenerlo en cuenta es un riesgo muy de nuestra cultura, magia, curaciones milagrosas,
quiero lo bueno pero no lo malo, etc. Todo esto son síntomas ya revisados pero no
cerrados, los dejamos abiertos para futuras reflexiones, pero cerniendo ya la idea de que
el cambio personal es un asunto de conocimiento, de motivación, ya que solo las
personas que se sientan realmente motivadas harán el esfuerzo necesario para hacer
aflorar lo que permanece oculto e inexplorado en su interior, y de ética, que no de moral
represiva.

148
Valga como resumen de esta reflexión las sabias palabras con que nos regaló Guillermo
Borja:
«Si decido ser terapeuta, aunque tenga la intención de ser el portador de la salud, más
bien porto ya la estafeta de la enfermedad. Solamente la enfermedad puede llevar a
curar, lo demás son disculpas o intelectualizaciones. Uno solo puede ayudar cuando se
reconoce enfermo».
Dista mucho de la omnipotencia de creer que ya lo sé todo, que puedo curar, este
delicado tema que nos ha estado alumbrando en esta reflexión.
Agradezco a los autores citados las magníficas reflexiones, a través de las cuales he
podido encontrar palabras para presentar esta aportación, y les pido disculpas si no he
sido muy estricta en las citas bibliográficas.

BIBLIOGRAFÍA:

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depresión, Trota, Valladolid, 1999, p. 28.
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Bartra, R., Culturas líquidas en la tierra baldía, Buenos Aires y Madrid Katz Barpal
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Lacan, J., Seminario 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica,
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— Escritos 1- 2. Función y campo de la palabra en psicoanálisis. El estadio del espejo

149
como formador de la función yo tal como se nos revela en la experiencia
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Miret Magdalena, E., La vuelta a los valores, Espasa, Madrid, 2007.
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Rams, A., Veinticinco años de gestalt, Ediciones La Llave Vitoria, 2005.
— CLÍNICA GESTALTICA , EDICIONES LA LLAVE VITORIA , 2001.
Rivarola, P., Arte y psicoanálisis, Uoc, 2009.
Trías, E., La edad del espíritu, Destino, Barcelona, 2000.
www.fpa.es Página de la Fundación Príncipe de Asturias.
Yapko, M. D., La depresión es contagiosa, Urano, Barcelona, 2010.

150
El vacío y el amor
Cristina Nadal Muset

He elaborado este capítulo en base al material que usé para dar dos charlas. La primera
de ellas, en las jornadas de la Asociación Española de Terapia Gestalt del 2000 en Bilbao,
donde Carmen Gascón me propuso participar en una mesa sobre «Vacío, Gestalt y
Psicoanálisis». Ya entonces le dije que soy especialista en hacer mil cosas para no entrar
en contacto con el vacío; me alegro de que no cejara. Aunque sigo aferrada a un ritmo de
vida lleno, he ido dando un poco de espacio al vacío y aprendiendo a querer y
atreviéndome a disfrutar del amor. En la otra charla dada en Aula Gestalt en el 2008, me
interesó poner en relación el vacío y el amor bajo el prisma de que la apertura al vacío
interno y al espacio entre nosotros/as facilita la maduración y la profundización en el
amor. Así me sigue pareciendo. En este capítulo, después de hablar sucintamente del
horror vacui en la cultura occidental, reviso el «vacío fértil» desde el enfoque gestáltico
e investigo sobre el «punto cero» de Friedlander. Cuento algo sobre el vacío en
psicoanálisis y, tras describir el amor en algunas de sus características y como una
necesidad humana básica, me entretengo un poco más en ver obturadores del vacío que
a mi modo de entender dificultan nuestra capacidad de amar, y también, por supuesto, de
vivir con mayor holgura.
Agradezco la propuesta de Ángeles para crear este libro y su insistencia en que
participara en él.

1. VACÍO

Treinta radios convergen en el centro de una rueda,


pero es su vacío
lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.

151
Se abren las puertas y ventanas
en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitarla.
En el ser centramos nuestro interés,
pero del no ser depende la utilidad.1

1.1. Horror vacui occidental


Podemos entender el vacío como ausencia de materia, de sonido, de formas, y sus
metáforas pueden ser el silencio, la desnudez, la simplicidad, la nada o el fondo sin
atributos porque contiene la potencialidad de lo que se manifiesta.2
No es esa nuestra cultura; tal como dice Albert Ribas (1997), estamos inmersos en la
cultura de la saturación. Saturación de la información, de acontecimientos, de propuestas,
de ambición. Inmersos en el ideal del más, más y más. Es el paradigma de la completud,
que facilita la inconsistencia, el carácter efímero de los objetos, de las relaciones, de los
puestos de trabajo.
Un poco de historia
A excepción de la filosofía atomista (Demócrito, Epicuro y Lucrecio), que reconocía el
espacio vacío entre los átomos –que son la sustancia indivisible– la aversión al vacío ha
dominado durante al menos unos dos mil años en Occidente.
El paradigma del vacío lo encontramos en Oriente (budismo, budismo zen, taoísmo) que
ha visto en el vacío el fondo último de todo lo manifestado y lo contempla como su
origen y como la naturaleza última. Este es el paradigma de la sutilidad, de la blandura. El
cero numérico, que nos llegó a través de los árabes, fue inventado en la India, en
Occidente era imposible su invención.
En Occidente ha prevalecido el modelo de la rigidez y de la plenitud. Aristóteles (siglo IV
a C.) sistematizó en su Física la imposibilidad del vacío. Entonces pensaban que la
naturaleza no podía consentirlo, era un concepto inconsistente. Se daba valor a lo que no
tiene fisuras. Incluso se decía que era un menoscabo a Dios dar valor de realidad al
vacío.
En el siglo XVII, con Torricelli y Pascal (barómetro), Guericke (bomba de aire o de
vacío) y Newton, entre otros, la ciencia aceptó finalmente el vacío. Gracias a Newton se
aceptó la presencia del vacío entre los cuerpos celestes como el elemento mayoritario en
el cosmos. Sin embargo, los filósofos más influyentes en la Edad Moderna, desde

152
Descartes a Kant, lo negaban.
Del horror vacui físico se pasó al horror vacui metafísico, es decir, al horror vacui
interno. Tanto en Descartes, que nos muestra el sujeto racional, como en Hume, que
habla del práctico, el sujeto es un sujeto lleno.
«El ideal geométrico y racional de Descartes viene perfectamente explicado por esta
imagen del diamante. El Yo, su núcleo, es este diamante. Y evidentemente es un
núcleo perfectamente lleno, sin fisuras. Esta es la plenitud del sujeto racional de
Descartes. Hume, aún siendo opuesto a Descartes, puesto que da valor al flujo de la
mente, no a lo estático, tampoco da espacio al vacío, ni entre las percepciones e
ideas, puesto que según él lo que no tiene contenido no pertenece a la mente»
(Ribas 1997).
Dada nuestra concepción del hombre como lleno, dada esta prevalencia metafísica del
horror vacui, el vacío se experimenta en sus connotaciones negativas como el
aburrimiento y el tedio o la melancolía y, en general, el vacío es vivido como malestar
depresivo. De esta forma, no podemos enriquecernos de la idea de vacío como
potencialidad, libertad, silencio, ni de lo que aporta de sutil, receptivo y maleable, incluso
tampoco podemos disfrutar de la inocencia.
Algunas excepciones al rechazo del vacío son la poesía, los místicos, los mangos
ergonómicos y aspectos del modernismo.
Los místicos, desde el siglo V hasta el XIII (San Juan de la Cruz), hablan de la vacuidad
al
«referirse al proceso de aquietamiento, depuración, vaciamiento y silencio del alma,
pasos obligados para la fusión mística con Dios. () Sin embargo la condena del
llamado “quietismo” y de su figura más representativa, Miguel de Molinos, a
finales del siglo XVII, supone un agotamiento de esta vía» (Ribas 1997).
En otro orden, los mangos ergonómicos, asideros de puertas y de diferentes útiles
surgidos en 1940-41 en EEUU3, dan valor al hueco que se acopla a las dimensiones
corporales humanas.
Arquitectónicamente el modernismo da importancia al espacio hueco. Por ejemplo,
Gaudí usaba hombres para hacer las esculturas de la Sagrada Familia. Usaba este antiguo
proceder, con el que los artistas de la representación y expresión estaban enfrentados,
también en el banco de Park Güell hizo sentarse a un albañil para recrear su forma y ser
así ergonómico. El moldeado en el vacío le permitía estudiar las formas y dinámicas de lo
que construía.

153
1.2. El vacío en gestalt

1. Del «vacío estéril» al «vacío férti»l. Una relectura de la gestalt


Inicio este punto con un párrafo de Paco Peñarrubia que condensa, de forma muy lúcida
y clara, diferentes conceptos gestálticos relacionados con el vacío.
«Enfocar la nada no es tarea fácil, porque procedemos de una carencia amorosa, un
agujero que hemos llenado con conductas compensatorias, ideas fijas sobre el
mundo, un bagaje emocional para sobrevivir, un determinado autoconcepto… La
gestalt invita a dejar caer todo este andamiaje, recuperar un punto cero (formulación
de Friendlander) de indiferenciación creativa, a partir del cual el organismo actuará
guiado por sabia orientación. A partir de ahí el desierto florece, como bien afirmaba
Fritz; así es que este vacío es fértil si se confía en él, es por tanto el punto de
partida, incluso la condición de la autorregulación» (Peñarrubia 1998, pp. 23-24).
Lo único que yo añado a ello es que este vacío no es solo carencial sino que también es
constitucional, tal como expongo cuando hablo desde el psicoanálisis.
A continuación sigo enfocando la vacuidad necesaria para que el proceso de formación y
destrucción de figuras sea fluido, y expongo aspectos de la concepción de la persona que
tenemos desde la gestalt y muestro características del proceso terapéutico gestáltico.
Luego, en el siguiente apartado, me adentraré en el «pensamiento diferencial» o «punto
0» de Friedlaender al que Fried Perls (creador de la gestalt junto con su esposa Laura
Perls) admiró y del cual aprendió, en primer lugar, dicho nivel de conciencia. Este orden
que desarrollo refleja mi recorrido en la comprensión de la gestal. Quiero hacer hincapié
en que la revisión del «punto 0» que realizo más adelante aporta mayor profundidad al
apartado siguiente, con el cual inicio el desarrollo de la cuestión.
1. 2. 1. La vacuidad necesaria para que el proceso de formación y destrucción de
figuras sea fluida
La orientación gestáltica es organísmica. El funcionamiento básico del ser humano
comparte con el resto de seres vivos la necesidad de mantener una homeostasis interna
para sobrevivir y desarrollarnos en un entorno siempre cambiante, aunque con nuestra
estructura caracterial reproduzcamos una y otra vez el mismo escenario. Esta repetición
es más recalcitrante cuanto más alto sea nuestro grado de neuroticismo. Sea como sea,
estamos en contacto constante con el entorno y mantenemos nuestro equilibrio buscando
aquello que nos falta y deshaciéndonos de lo que nos sobra.
El déficit (y lo que nos perturba) lo percibimos a través de señales sensoriales, que

154
globalizadas configuran la necesidad. Aquí hacemos uso de la ley figura-fondo de la
psicología gestalt, la cual afirma que percibimos de forma activa, organizando los
elementos presentes en el campo. Destacamos uno o varios de ellos, como figura, en
relación con los demás que pasan a formar parte del fondo y que la contextualizan. Para
cada quien será diferente la figura en un lugar común, según sus necesidades, intereses y
asuntos por resolver y según los mecanismos defensivos que use. Tal como ejemplifica
Fritz Perls4, en un cóctel una persona alcohólica buscará la barra de bebidas, mientras
que para otra, podemos añadir, con ganas de ligar, la figura será el grupo de personas
objeto de su deseo.
En el funcionamiento saludable, gracias al proceso denominado por Perls de
«autorregulación organísmica», la necesidad predominante en cada momento y situación
se presenta en nuestra conciencia como una figura destacada en relación a los otros
elementos presentes. De este modo, el individuo sano puede hacerse cargo de aquello
que necesita y orientarse hacia su satisfacción, sosteniendo la posibilidad de que no
pueda ser cubierta de forma inmediata y asumiendo la frustración total o parcial que
pueda encontrar.
De niños elaboramos estrategias defensivas para paliar el dolor, el miedo y la frustración
de situaciones conflictivas que no pudimos resolver ni asimilar. Sabemos que, además de
las vivencias de desamor, muchas de estas frustraciones tienen que ver con la propia
maduración, con ir deshaciendo la omnipotencia infantil. Estas situaciones no asimiladas
ni resueltas siguen pujando para ser atendidas y forman constelaciones fijas en nuestro
fondo perceptivo. Ellas, junto con las estrategias defensivas que constituyen la base de
nuestro carácter, distorsionan nuestra percepción del entorno y de nosotros mismos. Es a
través de nuestra estructura de carácter rígida, sostenida por mecanismos defensivos
automáticos, que impedimos que del fondo perceptivo pueda emerger cualquier figura
(imagen, idea, sensación o emoción) que nos acerque a lo que queremos evitar. De
mayores seguimos defendiéndonos de vivencias que nos resultan difíciles de asumir
(odio, entrega, dolor, vergüenza, vacío) y seguimos alejándonos de aspectos de nosotros
mismos que no calzan con nuestra autoimagen. De este modo, no accedemos al vacío, a
la no-forma necesaria para percibir lo cambiante; ni podemos actuar de forma creativa,
acorde con nosotros mismos y con la situación.
Para facilitar el acceso a una mayor disponibilidad del fondo para la creación de nuevas
figuras, dentro del enfoque gestáltico, propondremos el seguimiento consciente de la
experiencia –de aquello que el paciente siente, piensa y hace–, así como de la
interrupción de dicho curso. Le pedimos que nos diga de qué se da cuenta momento a

155
momento y le ayudamos a incorporar niveles no presentes en su percepción. Es decir, si
la persona detecta lo que percibe en la sala, le preguntamos qué le pasa con eso que ve u
oye, qué piensa sobre eso y qué le pasa con eso que piensa y qué nota cuando lo dice,
etc. Facilitamos que él o la paciente pueda ir de un nivel a otro (corporal-sensorial,
emocional, mental) para que este continuum atencional sea fructífero y le lleve a nuevos
parajes significativos para hacerse cargo de su propia experiencia. A la vez, le ayudamos
a identificar las interrupciones que hace a dicho continuo atencional que darán cuenta de
su sistema defensivo y permitirán que trabaje con él.
Proponemos reexperimentar, ahora, con implicación corporal y emocional, aquellos
sucesos no encarados ni resueltos y que están distorsionando el funcionamiento actual.
Aparecerán en sesión, muchas veces, a través de ponerle atención a la relación que el
paciente establece con el terapeuta. Tanto en el seguimiento de la experiencia en curso,
como al revivir los sucesos pasados con implicación emocional y corporal, también
aparecerán aspectos personales que él o la paciente no asume como propios y con los
que puede estar peleado/a. El encuentro experiencial con estos aspectos tiene la finalidad
de que el/la paciente pueda reintegrarlos y así pueda disponer de ellos. De este modo,
estos contenidos ya pueden formar parte de su fondo perceptivo enriqueciendo y
diversificando las posibles figuras.
La creación de una figura consistente que emerja de la orientación interna (y no solo
externa) requiere tiempo e integración y dejarse no saber para que emerja aquella
decisión o respuesta orgánica, que será más idónea y acorde con uno mismo y menos
orientada desde el deber ser. Y también requiere autosustento, o apoyo terapéutico, para
fiarse de lo que uno experimenta y de la propia capacidad de respuesta. Si la persona
tiene muchas situaciones no resueltas, se reconoce poco a sí misma y usa de forma
frecuente e intensa varios mecanismos defensivos, no puede percibir de forma
suficientemente amplia tanto el entorno como a sí misma y no puede abrirse a la
experiencia en curso, ni dar espacio al vacío necesario para interactuar de forma creativa
y satisfactoria.
El encuentro con uno mismo al que lleva toda terapia profunda supone un
cuestionamiento y un vaciado de la que Perls llama «zona intermedia» (llena de juicios,
prejuicios, ideales, pensamientos obsesivos y defensivos…), que sitúa entre la «zona
interna» (sí mismo) y la «zona externa» (mundo circundante), distorsionando la
percepción de ambas.
El contacto, para que sea transformador, precisa de la posibilidad de sostener el vacío
que supone el encuentro con eso externo diferente de lo que nosotros podemos desear y

156
predecir. El contacto con otro no es con ese otro si no le damos la posibilidad de que sea
diferente de lo que nosotros deseamos o pensamos que tiene que ser.
Como veremos a continuación, según Friedlaender, el creador de la «indiferencia
creativa» o «punto 0», el vacío previo a las manifestaciones concretas siempre polares
no es igual al fondo, el vacío es la base de la polaridad figura-fondo. Es decir,
necesitamos vaciar esta zona intermedia y encararnos con nuestros propios asuntos para
poder disponer de mayor fondo perceptivo y estar más abiertos tanto a la realidad como
a nosotros/as mismos/as para tener una vida más satisfactoria y con menos sufrimiento
añadido; sin embargo, la calma interna y la libertad sólo vamos encontrándola en la
medida en que nos podemos acercar al vacío interno.

1. 2. 2. La «indiferencia creativa» o «punto 0» de Salomo Friedlaender. Polaridades.


En nuestra práctica, dedicamos bastante tiempo a la exploración e integración de
polaridades. En nuestro autoconcepto nos identificamos con aspectos determinados en
detrimento de sus opuestos («soy fuerte y no débil, y además los débiles me sacan de
mis casillas», «soy democrático y no autoritario», «soy trabajadora y no vaga»…). El
objetivo de la autointegración pasará muchas veces en sesión por la propuesta de
dramatizar el encuentro entre el aspecto aceptado y su polaridad rechazada. Este
encuentro, en general, se inicia desde la pelea, llegando después a la posibilidad de
escucharse entre sí. Proponemos este tipo de trabajo no solo para resolver situaciones de
pelea interna sino para que el/la paciente se acerque al «punto 0» desde el que pueda
responder en ambas direcciones. Es decir, no solo tiene el objetivo de ampliar la
conciencia y la posibilidad de respuesta, sino, sobre todo, el de ir abriendo este centro
común a todas las características, que solo podemos percibir como opuestas unas de las
otras.
Frietz Perls, en Dentro y fuera del tarro de la basura (p. 67), nos dice: «Mi primer
encuentro filosófico con la nada fue el número 0. Lo encontré gracias a Sigmund
Friedlander bajo el nombre de “indiferencia creativa”». Llamarle Sigmund, en lugar de
Salomo fue un lapsus significativo.5
Salomo Friedlaender (1871-1946) fue un filósofo alemán coetáneo a Perls, y mayor que
él, al que este reconoció como maestro, junto con un escultor zen que trabajaba en
Esalen y una gata blanca a los cuales también consideró sus maestros. En relación a él
dice: «Por su personalidad era el primer hombre ante el que me sentía inferior y ante
quien me inclinaba con admiración. No quedaba prácticamente espacio para mi
arrogancia crónica» (Perls 1981, p. 79).6

157
En Yo, Hambre y Agresión (1947), libro germen del enfoque gestáltico, Perls hace una
revisión del psicoanálisis en tres puntos, y el primero, incluso antes de hablar de la
psicología de gestalt, se refiere al pensamiento diferencial basado en la indiferencia
creativa de Friedlaender, el cual le sirve para atender la forma como nos relacionamos
con el mundo. La forma en que cada sujeto se relaciona con el mundo es justamente lo
que enfoca la terapia gestalt para facilitar los procesos de autoconocimiento y de cambio.
Del pensamiento diferencial dice:
«Todo evento se relaciona con un punto cero a partir del cual se realiza una
diferenciación en opuestos. Estos opuestos manifiestan, en su concepto específico,
una gran afinidad entre sí. Al permanecer atentos al centro, podemos adquirir una
capacidad creativa para ver ambas partes de un suceso y complementar una mitad
incompleta. Al evitar una visión unilateral logramos una comprensión mucho más
profunda de la estructura y función del organismo» (1947, p. 17).
Se trata de aproximarnos a este «centro», tal como traducía Perls el «punto 0», donde
aún no se ha creado la necesidad, el deseo propio o la decisión, para que podamos
realmente elegir y no solo actuar según el funcionamiento automático repetitivo.
Profundicemos en este «centro», repasando cómo Friedlaender se acercó
experiencialmente a este núcleo de indiferencia creativa. Frambach7
nos cuenta que,
siendo Friedlaender muy inhibido socialmente, abstraído profundamente en su
interioridad y enormemente fantasioso, también era muy pasional y sexual.
Schopenhauer tuvo una influencia decisiva en él; se sentía tremendamente en conflicto
entre su impulso filosófico ascético y su impulso sexual y libertino. Basándose en la
teoría de la polaridad del color de Schopenhauer y en su continuación a través de
Goethe, Friedlaender dice: «Sentí que esta fórmula contenía, misteriosamente, el sentido
de la vida».8 Se propuso explorar la vía ascética, y sigue diciendo:
«olvidé comer y beber casi por completo y experimenté éxtasis fantásticos. Estos
arrobamientos contenían visiones de una vida polar, en la que mi yo oscilante se
balanceaba, siempre lúcidamente, entre los polos vitales, entre el sí y el no de la
voluntad. Formulé una filosofía que denominé “Acerca de la indiferencia vital
universal”».9
Es realmente muy liberador cuando en las situaciones cotidianas y ante decisiones
importantes sabemos que aunque cada opción tendrá consecuencias diferentes, las dos
son posibles y es tan buena la una como la otra. Esa perspectiva se abre gracias al
contacto con el «punto 0».

158
Friedlaender afirma que «La polaridad representa el hilo de Ariadna en el laberinto del
mundo»10. Y entiende el «centro o punto cero» como el origen, y por lo tanto el
generador, de todo lo manifestado.
Ese lugar, divino e indivisible, lo encontramos en el individuo, en el sí mismo
indiferenciado. Es la causa de todas las creaciones que como tales percibimos
polarmente. Como objetos que son, se ordenan de forma polar. Entiende al ser humano
como los aspectos manifiestos, y por lo tanto polar, en que devenimos. Lo humano lo
considera como lo que se manifiesta al igual que los objetos perceptibles por nuestros
sentidos. Lo asemeja a los objetos situados en el exterior de la circunferencia cuyo
núcleo es el yo. Entiende el yo como el centro indiferenciado y el creador de las
diferencias radiales. La conciencia la entiende como el diámetro.
La concepción que Friedlaender da en su libro para hablar de la persona queda plasmada,
al menos en parte, por la imagen que Zinker (1979) usa para ilustrar las polaridades
colocando las características personales en los extremos exteriores de los radios de una
circunferencia. A esta le falta resaltar ese centro indiferenciado, vacío, en el que aquel
identifica al yo.
Nos reconfortará saber que
«“El sí mismo creador carece de forma” (Ibíd. 458), no podemos percibirlo con
nuestro intelecto diferenciador. Aquello que constituye a la persona verdadera, al
auténtico in-dividuo realmente no dividido, al centro esencial creativo del sí mismo,
supera los principios de nuestra comprensión individual».11
Ello invita a la exploración vivencial del mismo.
En el prólogo a esta compilación a la que me vengo refiriendo, Claudio Naranjo, impulsor
activo de la recuperación del conocimiento de Friedlaender, nos dice:
«A este estado más profundo de la mente, indiferenciado y a la vez neutro, llamó
Friedlaender a veces el yo, a veces el in-dividuo, a veces “indiferencia creativa”. Y
todo lo que escribió no fue sino interminables variaciones en torno a este poco
conocido factor salvífico, en la profundidad de nuestra mente».12
En Aforismos (capítulo del libro Indiferencia Creativa traducido por Javier Escobedo a
petición de Claudio Naranjo), vemos estas variaciones que pueden aportarnos granitos de
mayor comprensión, algunas de ellas son:
«Desde antiguo, en la polarización se ha prestado más atención a los polos que a su
indiferencia. Pero es en esta, precisamente, donde se esconde el verdadero secreto, la

159
voluntad creativa, lo que polariza en sí mismo que no es absolutamente nada desde lo
objetivo. Pero, sin ello, no existiría mundo alguno».13
Lo cual redunda en lo que hemos ido viendo.
Otra variación familiar a los/as gestaltistas es
«Los intentos de huir de la identidad propia y de su polarización son, sin duda y
esencialmente, inútiles; no producen más que patología en vez de verdadero sujeto y de
su objetivación adecuada».14
Ahí podemos reconocer la base dionisíaca de identificación con todo lo que somos que
propone la Gestalt como vía de sanación.
Siguiendo con el mismo enfoque, enfatiza el «punto 0» como bisagra: «El infierno no es
más que la deformidad del cielo y solo la indiferencia personal constituye la bisagra
correcta».15
Me parece fundamental remarcar que, aunque el recorrido personal es individual, el nivel
más íntimo es común: «El corazón, convenientemente integrado, convenientemente
liberado de todas las diferencias, es el corazón del mundo».16
Culmino las citas de los aforismos con este brindis afirmativo: «La indiferencia propia
representa la noche de bodas del mundo».17
Para Friedlaender, los orientales se pierden en este centro indiferenciado mientras que los
occidentales nos perdemos en la acción con los objetos diferenciados. «No es suficiente
solo ser; hay que devenir (polarmente) también».18
«El budismo, del que conoce poco, está objetivamente acertado para él puesto que
“es mucho más indiferencia que negación” (Ibíd. 59) y entiende el samsara, el
mundo fenomenológico transitorio, como la diferenciación polar del nirvana
indiferenciado (Ibíd. 59) () la contribución filosófica de Friedlaender guarda una
amplia coincidencia a nivel estructural con los caminos espirituales místicos como el
zen o la contemplación cristiana, en los que también se habla, por ejemplo, de una
“sancta indifferentia” (Ignacio de Loyola)».19
Podemos considerar a Friedlaender un místico en el sentido amplio.
Según Claudio Naranjo (1979), podemos atribuir esencialmente a Friedlaender el
«centrarse en el presente» tan característico de la terapia gestalt. El aquí y ahora como el
integrador del pasado y del presente.
En cuanto al proceso perceptivo bajo la ley de figura-fondo, concepto polar extraído de

160
la psicología gestalt alemana de principio del siglo XX de la que hemos hablado antes, su
indiferencia o centro no es el fondo, es la base. El fondo «es difuso, mientras que la base
es indiferente».20 La base es el «vacío fértil». Ludwig Frambach considera que lo que a
Fritz Perls le fascinó del concepto figura-fondo era su analogía estructural con el punto
de partida polar del pensamiento diferencial de Friedlaender.
También Friedlaender dice en alguna parte que solo desde el centro del sí mismo
indiferenciado podemos actuar espontáneamente, sin control, y entregarnos al afuera sin
perdernos. Así es que solo desde el «punto 0» podemos dejar que el control lo tenga la
situación. Esta idea profunda, Perls la expone en diversos lugares, entre ellos en la 1ª
conferencia de «Esto es Gestalt» (última página) y también en la «Charla I» de Sueños y
existencia (p. 31).
Se trata de dar espacio al vacío necesario para poderse permitir abandonar el control,
para que sea la situación la que determine la acción. Es decir, el vacío necesario para
poder pasar de una respuesta a otra en función de la situación, para encontrarnos con lo
diferente. El vacío necesario para poder descubrir e implicarnos más con lo que ocurre y
nos ocurre y menos con el programa automatizado, para ver, oír y amar más al otro y no
tanto solo a la imagen que tenemos de él/ella. Entiendo, acercándome al psicoanálisis,
que es imposible conocer al otro; siempre lo percibimos desde la imagen. Así mismo, es
imposible conocer la realidad, solo podemos hacerlo desde nuestros sistemas sensoriales
limitados y nuestra mente estrecha. Lo que sí podemos es abrir el espacio, el hueco, el
vacío necesario para que la realidad sea como es más allá de nuestro entendimiento de
ella, en nuestra constante relación con la misma.
1.2.3. El paso del vacío estéril al vacío fértil
El vacío en la visión dinámica de la neurosis, a modo de estratos, según Perls.
Desde una perspectiva de la enfermedad psíquica como oscurecimiento de la conciencia,
tal como explicita Claudio Naranjo21, Perls diferenciaba cinco estratos, a modo de capas,
del funcionamiento neurótico. Como dice Paco Peñarrubia (1998): «Atravesar cada capa
supone una disolución progresiva de la neurosis, desde sus aspectos más periféricos hasta
los más nucleares» (p. 121).
En la 1ª capa, la de los «Clichés y estereotipos», el contacto con el otro y con uno
mismo es totalmente superficial. Un ejemplo de ello es preguntar «¿cómo estás?»
formando parte del saludo formal que facilita y espera un «bien» vacío de contenido
como respuesta.

161
En la 2ª capa encontramos las formas automáticas y rígidas de comportamientos
evitativos y manipulativos más estructuradas. Son «los roles», como el «el jeta», «la
madre de Calcuta», «el poderoso», muchos de ellos estudiados por Eric Berne en su
libro Los juegos en los que participamos.
En la medida en que avanza el proceso terapéutico y que el/la paciente va desmontando
y deshaciendo estos comportamientos manipulativos, va quedándose sin los apoyos que
aquellos roles suponían. Aparece la 3ª capa, llamada «impase», donde lo anterior ya no
sirve y aún no dispone de la posibilidad de identificar su respuesta genuina. Es una etapa
donde nos encontramos con el vacío estéril, y aparece confusión, ansiedad, angustia,
malestar y ganas de huir.
Perls, en su autobiografía, nos ofrece un ejemplo de ello
«Durante mi análisis con Clara Happel fue que sentí una de las pocas vivencias
verdaderas que obtuve del psicoanálisis. Gran parte de mi apoyo direccional
provenía de mi perro de arriba. Al derrumbarse éste, anduve durante muchas noches
vagando por las calles de Frankfurt, sin rumbo y sin saber qué hacer. Había allí un
hoyo en lugar de una dirección autónoma o una dirección externa que me fuera
aceptable. No confiaba en ella y tampoco confiaba en mí mismo» (1975, p. 251).
Aquí, la tarea fundamental va a ser facilitar que el/la paciente pueda mantenerse en
contacto con ese atasco y con esa confusión ayudándole con nuestra presencia y nuestras
intervenciones a encarar la angustia que ahí aparece.
La 4ª capa es la de «la muerte o la implosión»; en ella nada surge, no hay polaridades,
no hay figuras; es un vacío terrible. Supone un encuentro, en palabras de Peñarrubia,
«con lo muerto dentro de nosotros, con los cadáveres que vamos dejando en el camino
de la adaptación neurótica» (1998, p. 121). Es el dejarse morir y reconocer la propia
muerte.
«La importancia de esta experiencia de la nada deriva de la observación de que ella
constituye un puente entre la evitación y el contacto, o, como lo expresara Perls,
entre las capas fóbicas y las explosivas de la personalidad. Perls le asignaba tanta
importancia a esta fase del proceso terapéutico que incluso definió la terapia
gestáltica en los términos: “La terapia gestáltica es la transformación del vacío estéril
al vacío fértil”» (Naranjo 1990, p. 61).
Tal como describe jugosamente Claudio Naranjo:
«Hablar de la experiencia de la “nada” es, en cierto sentido, una contradicción de
términos, porque una experiencia siempre involucra “alguna cosa”. La “nada”

162
constituye un limbo donde se han abandonado los juegos de superficie de la
personalidad y el autopercatarse aún no ha tomado su lugar. Hay una cualidad
ilusoria en esta “nada” (…). La nada, el vacío, la falta de significación, la trivialidad,
son todas experiencias en que no hemos abandonado totalmente las expectativas o
los estándares, mediante los cuales medimos la realidad. No surgen de un puro darse
cuenta sino de comparaciones» (Ibíd. p. 60-61).
Entrar en este vacío terrible, darle espacio, tiempo y conciencia, es lo que posibilita su
trasformación en vacío fértil, a partir del cual el sí mismo toma espacio de forma libre y
espontánea. Así pasamos a la 5ª capa, llamada «explosión o capa de la vida», donde
aparece la emoción genuina interrumpida y negada, y que ahora será vivida y tendrá libre
expresión. Cada acceso a esta etapa contribuye a incrementar la intensidad y plenitud
vital de la persona.
Paradójicamente, creamos el vacío estéril en la medida en que nos apartamos del vacío
necesario para poder disfrutar de la vida. Al igual que la salida de la confusión es
permitirla, dejarla estar y atravesarla, la transformación del vacío estéril en el vacío fértil
pasa por no evitarlo y por entregarse experiencialmente a él con conciencia.
El vacío da vértigo y asusta. No es fácil quedarse quieto en el sinsentido al que llega el
depresivo, que niega la rabia y no puede atravesar la tristeza, o sostener la ansiedad
reconociendo como tales las fantasías justificatorias del miedo. Para poder dar espacio al
vacío necesitamos un mínimo de tranquilidad y confianza interna y en la vida; la una no
existe sin la otra. Necesitamos podernos dejar estar en lo que experimentamos y en
donde estamos. Requiere trabajo personal y muchas veces mucho trabajo terapéutico.
1.2.4. La frustración-confrontación
Perls, haciendo referencia a la dinámica de la formación de la gestal, dice que «la tensión
que surge de la necesidad de completar la gestal se llama frustración. El completar la
gestalt se llama satisfacción» (1947, p. 80).
Perls entendía el crecimiento como el paso del apoyo ambiental al autoapoyo. Ese es el
recorrido natural del bebé al adulto. Con la manipulación, intentamos obtener de afuera
aquello que podríamos conseguir por nosotros mismos si nos permitiéramos notar lo que
en realidad nos falta, en lugar de solo orientarnos para no notar la frustración. Es a través
de la frustración de no mantenerse de pie que el niño va ensayando nuevas formas de
equilibrio corporal hasta que consigue desplazarse apoyándose solo en sus pies. Si no le
permitiéramos caerse, le dificultaríamos aprender a andar por sí solo.
En gestalt, además de empatizar con el paciente, función básica y necesaria para que una

163
terapia funcione, trabajamos simultaneando el apoyo y la frustración. Por un lado, damos
espacio y apoyamos la expresión genuina del paciente, mientras que, por otro, frustramos
las actitudes manipulativas del mismo. Como ya hemos mencionado, el comportamiento
neurótico es sustentado por un importante uso, más o menos masivo, de conductas
evitativas del contacto consigo y con la realidad circundante. Estas mismas actitudes son
las que siguen manteniendo la desconexión y alimentando el funcionamiento
manipulativo. Va a ser el juego a dos manos (apoyo-confrontación) del terapeuta el que le
va a permitir al paciente ir encarando los asuntos que le son propios e irse ocupando de
sí.
Según Claudio Naranjo:
«La confrontación es una maniobra psicológica más completa y más rica que la
simple frustración por el hecho de que refleja la percepción que el terapeuta tiene de
lo que le está pasando al otro».
Por ejemplo, dice que el acto de Perls de taparse los oídos cuando Claudio le contaba
unos hechos a modo de justificación no era una simple frustración, con ello le estaba
devolviendo el juego que él hacía para no entrar en el contacto de un modo más directo y
vivo.22
En relación a la confrontación, Perls afirmaba:
«Y el prerrequisito para una satisfacción plena es el sentido de identificación del
paciente con todas las acciones en que participa, incluyendo sus autointerrupciones.
Una situación puede concluirse –lo que es igual a decir que se logra satisfacción–,
únicamente si el paciente está comprometido enteramente en ella. Dado que sus
evitaciones neuróticas son un modo de evitar el compromiso total de las situaciones,
deben frustrarse» (1976, p. 109).
Para él era fácil, digamos que natural, no dejar pasar ni una manipulación sin ser
confrontada, no solo en sesión sino en cualquier lugar. Esa forma de manejarse con la
confrontación yo la recibí de forma directa de Gillermo Borja (Memo). Con él aprendí
que la verdad cura, dado que es asimilable, y la mentira neurotiza y psicotiza.
La confrontación tiene como objetivo dejar al paciente frente el vacío que ella supone al
devolverle las demandas encubiertas y las manipulaciones. La frustración que conlleva
será fructífera en la medida que coloca al paciente en el lugar de hacerse cargo de sí (por
ejemplo, explorar el acto de pedir lo que desea arriesgándose a recibir un no como
respuesta) y en la medida en que lo acompañemos a poner consciencia en aquello que
experimenta a partir de la misma. Este tipo de intervención será oportuna si parte,

164
precisamente, de una posición neutra e indiferenciada del terapeuta.
1.2.5. El vacío del terapeuta
En cuanto al terapeuta, y sin descartar en absoluto su necesidad de saber y hacer uso de
la teoría, de los datos biográficos del paciente y de las hipótesis diagnósticas, necesita
hacer vacíos para ver al paciente con mirada limpia. Para facilitar el encuentro con él,
más allá de hipótesis y de objetivos.

165
Quiero remarcar ahora el «factor salvífico, en la profundidad de nuestra mente» 23 que
Claudio expresa en el siguiente párrafo, en este caso referido al terapeuta:

166
«Perls mostraba un grado asombroso de indiferencia creativa como terapeuta por su
capacidad de quedarse en el punto 0 sin verse atrapado en el juego de sus pacientes.
Pienso en el punto 0 como un refugio del terapeuta gestáltico en medio de una
participación intensa; no solo como una fuente de fortaleza, sino como su último apoyo»
(1990, p. 202).
Antes decía que no nos es fácil quedarnos en el vacío, por lo tanto, como terapeutas
tampoco lo es. Y menos en el inicio de nuestra profesión, cuando el o la terapeuta está
más en contacto con la angustia del no saber. Con los años, vemos que la apertura al no
saber es imprescindible para que la verdad pueda asomar.

1. 3. El vacío como constitucional en psicoanálisis


Los humanos nos reconocemos a nosotros mismos a través de la imagen que el espejo
nos devuelve cuando somos bebés. Construimos nuestro yo gracias a esta imagen que
nos facilita reconocernos como enteros/as, como una unidad. Los ciegos también se
reconocen a partir de reconocer al otro como entero. La vivencia interna del bebé es
fragmentada. Se vive en relación a lo que va experimentando, que es parcial, y además
escinde las vivencias placenteras de las frustrantes.
Esa identificación con una imagen está totalmente relacionada con la creación de la
imagen ideal. El yo ideal, germen inicial del super-yo, es alimentado por la vivencia del
bebé de ser un todo junto con su mamá. Es la etapa del «o todo o nada» psicotizante
(Bleichmar 1988). Para que ese yo ideal, sin fisura ni reconocimiento de los límites que
conforman la realidad, se transforme en el ideal del yo, en ideal como referencia a donde
dirigirme, reconociendo los límites, hace falta que el padre o quien ejecute la función
paterna venga a facilitar que el bebé se separe de la madre. La función paterna que
separa al bebé de la fusión materna es necesaria para facilitar que el bebé se desarrolle
más allá de la psicosis confusional y adquiera el lenguaje simbólico.24
En un primer momento, el padre o aquello que la madre desea entra a ser un rival del
bebé. Se abre la etapa propiamente narcisista de «o él o yo», donde el padre es un ser
aún total, que puede ser vivido como monstruoso. Cuando el padre también se puede
mostrar con fisuras, no omnipotente y con huecos, aparece la posibilidad del
pensamiento discriminatorio «esto no, esto sí» y se abre la posibilidad de que, además de
yo, también puede existir el otro.
Es decir, el reconocimiento de la existencia de los demás, de los demás en minúscula,
solo es posible si se abren grietas en el yo ideal, si puede ir abriéndose espacio al vacío
interno, al reconocimiento de la separatividad, de la vulnerabilidad, en definitiva, al

167
reconocimiento de la castración. Solo podemos reconocer a los demás si podemos asumir
que no somos todo, ni nadie lo es. Estas grietas son necesarias para abrir el vacío interno.
La cura psicoanalítica impulsa al individuo a un cambio subjetivo; dicho cambio supone y
requiere el resquebrajamiento del narcisismo. El vacío es necesario para la
transformación; es solo desde ahí desde donde propongo que podemos verdaderamente
amar.
Amar es dar lo que no se tiene a aquel que no es. Es la definición más sugerente que he
conocido hasta ahora sobre qué es amar. Es la que más me acerca a la estima no
pretenciosa ni exigente y a la vez comprometida.

2. AMOR

Podemos entender el sentimiento del amor como derivado del impulso de conservación y
del impulso erótico. El que pulsa por la supervivencia y por la unión. El amor es el
sentimiento unitivo por excelencia.
Amar conlleva una actitud tierna y cuidadosa hacia el otro/a y hacia uno/a mismo/a, que
supone una cualidad dulce, y requiere aprecio, que es una valoración cognitiva positiva
no solo de lo que coincide con mis valores sino de lo que no coincide o que incluso choca
con ellos. Esta característica es muy difícil de desarrollar, sobre todo con los seres más
cercanos; es una actitud que requiere una apertura que el contacto con el vacío hará más
posible. Verónica, una amiga que vino a la charla que di sobre este tema, al finalizar me
decía que el amor es vivir con la imperfección. Podríamos decir que amar es amar la
imperfección.
Amar supone curiosidad por el ser humano. Y requiere desarrollar la capacidad de
escuchar. Presupone también calma para darle espacio al otro, para que se despliegue,
para que sea aquello que es más allá de lo que yo pretendo que sea. Requiere
concentración y atención.
Cuidar y respetar implica conocer al otro. Como dice Erich From:
«Amar es la forma de adentrarse a la esencia de lo humano, más allá del
pensamiento». Y «Conocer el secreto del hombre es una motivación humana
profunda que incluso motiva los actos de crueldad y destructividad» (1959, p. 47).
Amar requiere la capacidad de empatizar con el otro. Para ello se ha de ser permeable a
las emociones, las mías y las de los demás.
Fromm, en el maravilloso libro El arte de amar, al que cito frecuentemente en este
apartado, afirma que el amor es un arte y como tal requiere disciplina, concentración y

168
paciencia y preocupación suprema por el dominio del arte. Dice que amar es una
capacidad activa que
«presupone el logro de una orientación predominantemente productiva, en la que la
persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar
a los demás, o de acumular, y ha adquirido fe en sus propios poderes humanos y
coraje para confiar en su capacidad para alcanzar el logro de sus fines. En la misma
medida en que carece de tales cualidades, tiene miedo a darse, y, por tanto, de
amar» (Ibíd. p. 42).
Se refiere al contacto maduro que supone amar, al que me refiero yo en este capítulo.
Sobre ese tipo de amor también dice de forma brillante:
«La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de
acrecentada vitalidad, que solo puede ser el resultado de una orientación productiva
y activa en muchas otras esferas de la vida».
En general, cuando un/a paciente se percata de su incapacidad de amar, es reflejo de una
mayor profundidad en su proceso terapéutico. Está en mejor disposición para verse a sí
mismo/a. Desengañémonos, amar es complejo y arriesgado.
El amor como experiencia, gozosa o dolorosa, alegre o triste, siempre de algo que sale de
adentro hacia fuera, supone una vulnerabilización al dolor. Si el otro me agrede, me
rechaza o enferma, claro, va a dolerme más si le quiero que si no le quiero. Sin embargo,
muchas veces nos sentimos dolidos más en el amor propio que en el corazón.
Ampliando la perspectiva, me pareció interesante lo que Simone Weil25 aporta al concebir
el amor a los muertos como el amor puro, puesto que no pueden ser diferentes a como
fueron. Ella relaciona el amor con la atención pura y el reconocimiento de la existencia
del otro.
Amar verdaderamente requiere poder decir NO tantas veces como así lo sienta cada
uno/a y también poder sentir la rabia que a cada quien le despierta sea lo que sea. Ello es
necesario para que el amor no sea tibio ni superficialmente asegurador; amar requiere
compromiso con uno/a y con los/as demás.
También vemos que amar es una de las mejores fuentes de alegría, no solo por el
encuentro con lo amado, sino también por la apertura que amar supone.

2. 1. El amor como necesidad


Somos mamíferos con un lenguaje simbólico muy desarrollado. Al igual que tenemos las
capacidades de inventar, de crear y también de mentir –que son las que nos diferencian

169
como humanos–, como mamíferos tenemos en nuestras células la capacidad de amar.
Cuando nacemos somos totalmente dependientes y, además, como humanos, nuestra
conducta no está determinada instintivamente. En la infancia y desde el inicio de nuestra
vida aprendemos de nuestros progenitores desde nuestro más alto nivel de dependencia.
Por lo tanto, como mamíferos que somos necesitamos el contacto. Son conocidos los
experimentos en que monos bebés que recibían la leche con biberón en un artefacto
(sustituto materno) rodeado de pelo, semejante al pelo materno, se desarrollaban mejor
que los que la recibían en uno de alambre.
En el desarrollo del bebé, la función materna es la que nutre corporal y emocionalmente,
sentando así las bases para que pueda desarrollarse saludablemente. Es la que aporta el
contacto amoroso necesario para podernos cuidar, gracias a que nos facilita poder
identificar nuestras necesidades. Específicamente, aporta la capacidad de confiar en
nosotros y en el mundo para podernos desenvolver en él (Juan José Albert 2009).
Nacemos tanto con impulso tierno como con impulso agresivo para sobrevivir y también
para satisfacernos. Los dos son necesarios para amar. Tal como ya hemos dicho, en el
inicio, el bebé escinde las vivencias placenteras de las frustrantes proyectando estas
últimas en el «pecho malo» que vive como amenazante. Tal como dije en otro lugar:
«Bión describe la buena madre como aquella que es capaz de tolerar las
proyecciones que el bebé le hace de sus partes angustiantes y de sus pulsiones
agresivas, y de devolvérselas de forma que él las pueda ir integrando. Es necesario
que la madre, o quien ejerza esta función, sepa relacionarse con él de forma
empática. Que pueda facilitarle la simbiosis nutritiva para ambos, a la vez que pueda
verlo como un ser diferente, no solo como una prolongación de sí misma, y que por
lo tanto puede también frustrarla a ella. El bebé, el/la niño/a, necesita ser querido/a y
reconocido por ser quien es, con sus capacidades y sus carencias, y no por lo que a
sus padres les gustaría que fuera para alimentar su propio narcisismo».26
El amor paterno es el que pone límites y condiciones, él facilita la separación y, por lo
tanto, la diferenciación del niño/a de la madre. Así, queda disponible el desarrollo de la
energía de acción necesaria para ocuparse de sí y para orientarse según sus necesidades y
deseos –que incluye el uso de los impulsos agresivos– (Juan José Albert 2009). El amor
paterno es el que facilita la entrada en la ley, poder pasar por el aro, poder ceder parte del
goce fusional con la madre para entrar en el mundo simbólico, que posibilita las
interacciones y los intercambios necesarios para ocuparse de uno y de lo que le
pertenece.

170
Entendamos que necesitamos desarrollar tanto la pulsión tierna como la agresiva.
Necesitamos tanto poder unirnos como poder separarnos, necesitamos tanto tomar como
rechazar, tanto decir sí como decir no, y entendamos que la violencia está alimentada por
la dificultad de usar la pulsión agresiva de forma operativa.
Freud le contestó a Einstein que posiblemente la forma de reducir las guerras era
aumentar las pulsiones tiernas, las pulsiones eróticas, el amor, para contrarrestar las
pulsiones destructivas y poder así abrirnos a las negociaciones y no a las guerras.27
Por supuesto que esto es así, y desde la gestalt también pensamos que para reducir las
guerras y los conflictos debemos reconocer nuestros impulsos destructivos, nuestra
competitividad y nuestras rivalidades, y vivirlos como tales, asumiendo nuestra necesidad
y nuestros deseos. En los grupos de terapia facilitamos su emergencia y su expresión,
para que el/la paciente pueda apropiarse de la experiencia y de la fuerza que supone y
para que pueda elaborar los conflictos internos y las actitudes que alimentan ver al otro
como enemigo y le anclan a ello. Para ampliar este punto de la riqueza que conlleva el
reconocimiento de los conflictos reales, parafraseamos de vuelta a Fromm:
«Los conflictos reales entre dos personas, los que no sirven para ocultar o proyectar,
sino que se experimentan en un nivel profundo de la realidad interior a la que
pertenecen, no son destructivos. Contribuyen a aclarar, producen una catarsis de la
que ambas personas emergen con más conocimiento y mayor fuerza» (1959, p.
129).
Son los que, tal como ya mencionamos, ayudan a madurar los vínculos y a profundizar
en las relaciones amorosas.
Dado que somos seres gregarios, es decir, que necesitamos relacionarnos con los/las de
nuestra especie para sobrevivir y desarrollarnos, necesitamos sentirnos pertenecientes a
ella. En la antigüedad, uno de los castigos era la expulsión de la comunidad; ello no solo
era peligroso por estar solo ante las situaciones amenazantes, sino que también afectaba a
la integridad psíquica. Ser excluido incrementa el sentimiento de inadecuación, de culpa y
de vergüenza. En el trabajo terapéutico grupal ello es foco de atención por parte del
coordinador. Muchos de los autores sobre dinámica grupal hablan de la pertenencia.
Schutz (1978), en concreto, la distingue como una etapa necesaria, al igual que la etapa
del control, donde el/la participante necesita confirmar la influencia que tiene en los/as
demás. Ambas son etapas previas a la posibilidad de la última etapa que describe, donde
ya se pueden establecer relaciones íntimas. Estas etapas se van sucediendo de forma
rotativa a lo largo de la vida del grupo; es necesario irlas atravesando para que el grupo

171
pueda madurar y para proporcionar el terreno para que cada miembro pueda crecer y
sanar.

2.2. Diferentes tipos de amor


Existen diferentes tipos de amor y diferentes maneras de catalogarlos. Claudio Naranjo
los diferencia en relación a la evolución ontológica cerebral e invita a que desarrollemos
el o los menos desarrollados para seguir evolucionando como persona de una forma más
profunda y equilibrada. Distingue: el amor erótico (reptiliano) sexual, fraternal; el amor
materno (mamífero) de cuidado, protector; y el amor paterno (cortical) admirativo.
Fromm dice que «El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no
necesitamos para nuestros fines personales». Ahí sitúa el amor fraternal.
El enamoramiento, que no es propiamente el amor, aunque sí moviliza la entrega
pasional, supone y busca una reedición de la sensación de plenitud.
Es un momento de apertura, de tocar el cielo alegóricamente, de sentirse maravilloso/a y
estar con otro/a que también lo es. Se reproduce la unión ideal primigenia donde nos
sentimos completados/as y completos/as. Desde la perspectiva del narcisismo, la
maduración implica la posibilidad de ir resquebrajando la imagen ideal a través de los
diversos enamoramientos. Podemos ver su progresión sin que tenga por qué verse
reducida la pasión.
Los humanos pertenecemos a los mamíferos que conservan la pareja más allá de la
crianza. Como compartir es la mejor forma de conocer al otro y a uno/a mismo/a, para el
ser humano en general, la pareja es una excelente escuela de aprendizaje. Sin embargo,
tal como dice Fromm, ello requiere un acto voluntario de permanecer ahí, junto al otro.
«En el acto de amar, de entregarse, en el acto de penetrar en la otra persona, me
encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre»
(1959, p. 48). Aún así, ciertamente, también cambiando de escuela podemos aprender,
siempre que permanezcamos un tiempo suficiente en cada una de ellas y podamos
atravesar alguna de las situaciones frente a las que hacemos saltar nuestros resortes
evitativos o que nos empantanan en el sufrimiento neurótico.
El amor admirativo, que, tal como hemos nombrado, Claudio Naranjo relaciona con el
amor paterno, posibilita abrirse a algo más grande que yo y que el otro, posibilita la
apertura al amor universal. En este punto vuelvo a citar a From por parecerme muy
clarificador:
«La persona verdaderamente religiosa, que capta la esencia de la vida monoteísta,

172
reza por nada, no espera nada de Dios; no ama a Dios como un niño a su padre o a
su madre; ha adquirido la humildad necesaria para percibir sus limitaciones, hasta el
punto de saber que no sabe nada acerca de Dios».
Ello es una concepción no-teológica brillantemente descrita. La religión budista y taoísta
son no-teístas:
«En el sistema no-teísta no existe un reino espiritual fuera del hombre o
trascendente a él. El reino del amor, la razón y la justicia existe como una realidad
únicamente porque el hombre lo ha podido desenvolver en sí mismo a través del
proceso de su evolución y solo en esta medida. En tal concepción la vida no tiene
otro sentido que el que el hombre le da».
Esta última afirmación, para mí liberadora y que impulsa a que cada uno/a busque y le dé
a la vida su propio sentido, se la oí por primera vez a un psicoanalista.28 Ante esa visión,
Fromm afirma: «El hombre está completamente solo, salvo en la medida en que ayuda al
otro» (1959, pp. 78 y 79).
Introduzco aquí, aunque luego redundaremos en ello, lo que ya sabemos pero que es
oportuno recordar: es necesario amarse a uno para poder amar al otro y viceversa, de
hecho es imposible lo uno sin lo otro.
«No puede el sujeto conocerse y reconocerse verdaderamente a sí mismo, si no es a
través del conocimiento y reconocimiento del otro» (José Luis Trechera 1996, p.
37).

3. VACÍOS Y AMORES

Lo hallado en los primeros enlaces de google buscando amor y vacío giraba alrededor del
vacío que deja la falta de amor. El vacío como el no amor, la ausencia de amor.
Aparecen los escritos en los blocs de los/as dejados/as por otro/a. Es la primera relación
entre «vacío» y «amor», de la cual pueden emerger dos versiones: la que resulta del
proceso de entrar en el duelo, que posibilita la apertura a la rabia y al dolor de la pérdida
y que llevará a profundizar en la capacidad amorosa y a poder volver a amar pasado ese
período; y la melancolía, que es el apego patológico al ser querido que se ha ido, que
obtura la posibilidad de seguir amando, de la cual volveremos a hablar.
Hagamos explícito que la capacidad de amar requiere también capacidad de recibir. Y
que ello no depende del objeto externo, sino de mi capacidad de apertura, de entrega, de
dar y de darme también a mí. Lo que pretendo desarrollar en este capítulo es que
precisamente para amar necesito poder entrar en contacto con mi vacío interno y con el

173
espacio (vacío) externo, justamente para establecer relación con lo diferente y separado
de mí. Diferenciemos entre este vacío posibilitador y los vacíos estériles.

3.1. Vacíos estériles


Dentro de los vacíos estériles encontramos muy a menudo en nuestras consultas el vacío
como taponamiento del dolor. Tal como señalaba Lowen, se trata del vacío resultante de
aislar experiencias dolorosas, como situaciones y vivencias, traumas y pérdidas,
congelándolas. Es una forma de desvitalizarse.
Didier Anzieu dice que, si no ha habido suficiente contacto del bebé con la madre, este se
desarrolla con falta de cohesión y sensación, pudiendo aparecer mecanismos arcaicos,
como la escisión y la identificación proyectiva, generando la experiencia de vacío o de
falta de coseidad.
En ambos casos nos hallamos ante una persona básicamente carente, alejada del contacto
justamente para no sentir la carencia, o instalada en ella pidiendo a gritos (o en silencio
sufriente) ser querida. Sin embargo, la propia posición defensiva de la carencia o la
exhibición de la misma impiden que la persona pueda recibir lo que sí se le da.
Así mismo, la depresión obtura el vacío rellenándolo de autojuicios negativos; en general,
es alimentada por rabia retroflectada, vuelta contra sí. No tienen fuerzas ni se autorizan a
responder con agresividad cuando la sienten, si la sienten. Así incrementan el peso
enorme con el que viven. Otro factor importante de la depresión es el otro polo del
narcisismo, es decir, la pretensión frustrada de ser «la hostia». Tampoco ellos y ellas
resquebrajan suficientemente su ideal, aunque sea justificándolo, «como que soy tan
poca cosa, por ello he de exigirme tanto».
La melancolía podríamos entenderla como un acto de amor. El amante, la madre
amadora u otro/a no puede soltar al ser que se ha muerto o al amor que se ha ido. No es
amor, ni es amor a uno mismo. Es no querer soltar la parte de mí que se identifica con
el/la muerto/a o el/la que se ha ido. Justamente es un taponamiento del vacío que deja la
marcha de un ser querido y que al abrirlo facilitaría la apertura al amor.

3.2. El narcisismo como obturador del vacío


El psicoanálisis considera el narcisismo como constitucional de la psique. Narciso se
enamora de su propia imagen, no de sí mismo. Si fuera así, enamorado verdaderamente
de sí mismo, y tal como hemos visto con Friedlaender, sería enamorado del SER o,
mejor dicho, del NO-SER, de la nadeidad generadora de la coseidad, de la nadeidad que
nos hace posibles.

174
Tal como hemos atisbado, el narcisista se queda anclado en la etapa de la omnipotencia
infantil, en la que el niño cree que es causante de lo que sucede alrededor y solo está
interesado por lo que le pasa a sí mismo. Es cuando en párvulos cursan P2. Es una etapa
necesaria para diferenciarse afirmándose a su manera. Sin embargo, si no puede madurar
para pasar de la etapa del «o yo o tú» propia de la etapa omnipotente (en la que estamos
enclavados nuestra sociedad actual competitiva) a la inclusión del tercero, no puede hacer
el trabajo de ir pasando del pensamiento totalizante del «o todo o nada» al pensamiento
discriminatorio de «esto sí, esto no».
El o la narcisista (que en mayor o menor grado lo somos todos/as) no puede
permeabilizarse; ha de seguir alimentando la autoimagen inflada de sí mismo/a sobre la
que se sustenta, para huir de la vivencia de desintegración que para él o ella supone
resquebrajar esta imagen. Como vive en un globo hinchado, claro, la mínima grieta lo
desinfla y lo lleva a los infiernos. Así que el/la narcisista, al igual que Narciso, se defiende
de entrar en relación. Para él vincularse con otro que no controla, que no es una cosa, es
aterrador, y encuentra la forma de no caer ahí. A lo sumo, puede vincularse con
animales, que no le van a cuestionar.
El narcisismo lo podemos entender como el taponamiento del vacío por excelencia. Pero
lo real es que no ha tenido ocasión de acercarse a él, que se defendió rotundamente de él.
Resquebrajar la autoimagen inflada exige renunciar a sentirse el único o la única, superior
al resto, a tener garantizada la mirada deseante y aprobadora del otro. Es una renuncia
necesaria para acercarse a la libertad de ser lo que uno es y para tener la opción de dar
los pasos necesarios para conseguir lo que uno precisa y desea sin que ello tenga que ser
«la hostia», y, por lo tanto, para que pueda obtener satisfacciones parciales, concretas y
limitadas. Sin esta renuncia, sin este quiebre del narcisismo, es imposible la calma y
poder valorar y disfrutar lo que hay; y es imposible poder amar.

3.3. Otros obturadores del vacío


Según Fromm, en el mito de Adán y Eva, más allá de la mojigatería victoriana, vemos la
vergüenza no tanto por estar desnudos sino por la conciencia de la diferencia y de la
separabilidad que les aporta el conocimiento al que han accedido. «La conciencia de la
separación humana –sin la reunión por el amor– es la fuente de la vergüenza. Es, al
mismo tiempo, la fuente de la culpa y de la angustia» (1959, pp. 23-24). Según él, las
respuestas que la humanidad ha ido dando a esta situación conforman la historia de la
filosofía y de las religiones. Algunos pueblos primitivos conseguían mantener a raya la
angustia de la separabilidad y la culpa mediante la realización de rituales orgiásticos. A

175
falta de estos, actualmente son sustituidos por las drogas.
Fromm ve el conformismo como una forma de mitigar la conciencia de la separabilidad
no eficaz, puesto que no proporciona ninguna vivencia intensa, sin embargo, el
alcoholismo, las drogas, el sexo compulsivo y seguramente también la compulsión a la
perfección corporal aportan dicha intensidad. A la adicción al trabajo también la ve como
mitigadora de dicha ansiedad. Para él, la actividad creadora aporta unión con los
materiales y la obra, sin embargo:
«La unidad alcanzada por medio del trabajo productivo no es interpersonal; la que
se logra con la función orgiástica es transitoria; la proporcionada por la conformidad
es solo pseudo-unidad. Por lo tanto, constituyen meras respuestas parciales al
problema de la existencia. La solución plena está en el logro de la unión
interpersonal, la fusión con otra persona, en el amor.
Ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el
hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza
humana, al clan, a la familia y a la sociedad» (Ibíd. p. 33).
El amor y la relación interpersonal es, según él, la única salida a la angustia existencial.
Aquí añado que justamente el reconocimiento y la permanencia en el vacío que existe
debajo de esta angustia es lo que posibilita pasar del amor dependiente y persecutorio al
amor maduro que reconoce al otro como diferente y que le aprecia también en lo que no
le gusta.
El amor requiere empatía. La empatía es vibrar en la misma frecuencia emocional que el
otro. Es la capacidad de ponerme en la piel del otro. Sin embargo, cuando me confundo
con el otro para ahorrarme el trabajo de sustentarme a mí mismo/a, uso de forma masiva
el mecanismo de defensa de la confluencia. No me diferencio para no tener conflictos.
Entro en relaciones dependientes, tapono así el vacío necesario para relacionarme
autónomamente y para amar al otro.
Se puede entender que todas las pasiones son una forma de obturar el vacío. La
ambición, el miedo al miedo, la lujuria, la envidia, el perfeccionismo… son modos de
taponar el vacío que nos permitiría entrar en contacto con aspectos más profundos de
nosotros/as mismos/as (Claudio Naranjo 1994).
La caridad como una forma de ponerse por encima del otro también tapona; en la
medida en que doy algo para cubrir la necesidad de otro/a, me alejo de mi propia
fragilidad, vulnerabilidad y carencia, dejo de ser permeable.
El resentimiento obtura la polaridad agresión-amor. Y, claro, es una forma de obturarse a

176
uno mismo. Implica una posición fija. En sesión identificamos el resentimiento cuando,
en el trabajo con la silla vacía, el o la paciente no se aviene a expresar la rabia, ello les
desobturaría y les haría permeables al dolor o la decepción, en definitiva, al vacío. Para
profundizar en el amor necesitamos desobturar el hueco entre el amor y la agresión.
No contar con el vacío lleva a la destrucción interior y genera malestar; conlleva el uso
de los demás para taponar la vivencia de vacío, así como a conductas adictivas y
compulsivas acordes con el ritmo de vida actual, donde hemos cambiado valores como la
renuncia, el respeto, la honestidad, la paciencia, promulgados antaño, por la ambición, la
moda, las adicciones y el ocio excitante que nos sirva para desconectar del estrés
provocado por la orientación del tener que seguir y seguir consiguiendo, de forma
trepidante, un bienestar individual y como mucho para los nuestros y que no da espacio
al vacío que facilita profundizar en el amor y acercarnos al sosiego y a la tranquilidad
interior.

3.4. El mayor amor requiere el mayor vacío.


Interactuar mitiga la angustia ante el vacío, pero no elimina este; de hecho, como
estamos viendo, el vacío es necesario, precisamente, para interactuar y podernos
disfrutar y amar.
Un sujeto no puede sentir amor si no se ha agrietado suficientemente su yo-ideal. Si no
se ha dejado resquebrajar por la realidad. Esa grieta que desmiente que seamos enteros,
de una pieza e invulnerables y que no podamos ser tocados por las bajezas humanas. La
apertura de nuestras grietas, que nos ponen en contacto con nuestras miserias, abre la
puerta a la tolerancia y a la capacidad de asumir las frustraciones que inevitablemente se
dan entre nosotros; ambas son necesarias para poder abrir el amor.
Como ya he venido diciendo, el amor requiere el reconocimiento respetuoso del hecho de
que el otro está separado de mí, como todos los demás seres, y que es diferente a como
yo deseo y espero.
«El amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la
propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que
atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los
demás» (Fromm 1959, p. 37).
Repito: dar espacio entre yo y el otro también requiere, y por lo tanto supone, dar
espacio al vacío interno y soltar al otro y a mí mismo, para que emerja lo que necesito y
deseo, más allá de mi conciencia acomodada.

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Tal como también hemos dicho, notarse uno/a a sí mismo/a aporta la posibilidad de notar
al otro. Amarme abre las puertas a poder amar al otro y viceversa. Considerarnos,
tenernos en cuenta, escucharnos en nuestro sentir y también admitir y dar espacio a
nuestros fallos y faltas, así como tratarnos bien y aprender a relacionarnos nutritivamente
con nosotros mismos, es necesario para poder amar, para poder hacer lo mismo con el
otro, ese que no es como yo espero que sea, ni tiene por qué serlo.
Podemos decir, tanto desde la teoría psicoanalítica como desde la gestalt, que amarse a
uno/a mismo/a, al igual que al otro/a, supone entrar en el hueco interno (que no es fijo),
en el vacío interno que permite poder sentir-nos en lo íntimo más allá de lo automático
programado.
En realidad, la posibilidad de amar y amarnos, inseparable lo uno de lo otro, requiere
acercarnos a no ser. Acercarnos a este espacio que solo se abre si puedo sentir el dolor
de lo que me duele, la rabia, la tristeza y la fragilidad, al igual que la alegría, la fuerza y la
motivación que tengo.
Podemos ver que amar es un atrevimiento. La apertura necesaria para atrevernos a amar,
en muchas ocasiones, se abre a través de grandes pérdidas. El dolor parte el corazón y
abre, resquebraja las defensas. ¿Se abre algo de la experiencia mística? Al menos se
puede tocar la comprensión de que no somos nada (en el sentido menos narcisista del
término) y nos brinda la ocasión de recibir y dar amor de un modo que no ocurre en
otras ocasiones.
Creo que el amor y el dolor emocional parten del mismo espacio. Seguramente del
corazón. Es por ello que el uno da paso al otro y ambos acompañan al núcleo de la
experiencia humana.
A la vez, tal como hemos visto, amar supone en cierta medida contacto con lo divino. Es
gracias a Albert Rams, mi marido, que me he acercado un poco a Rumi.
Rumi, Yalaluddín (1207-1273), inspirador de la orden sufí de los derviches giróvagos, es
una de las figuras más relevantes e influyentes de la espiritualidad universal. Representa
la religión del Amor y la entrega pasional al maestro como medio para la entrega a Dios.
«Rumi amortiguó con la música y la danza el dolor de la separación de un Dios al
que siente como el Amado (…) insta a sus discípulos a vivir como extranjeros, en
un exilio permanente, consciente de que solo el extranjero es capaz de disfrutar de
cada hallazgo, por mínimo que sea, como de un tesoro (…). Al girar y girar, el
derviche se vacía para dar paso a lo divino (…). La plenitud del derviche reside,
justamente, en su vacuidad».29

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Suya es la frase: «No ser nada es la condición requerida para ser».30
En el siguiente poema de Rumi, podemos recordar algo de lo que vimos con Feedlaender:
¿Qué puedo hacer?, ¡Oh musulmanes!, pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni parsi, ni musulmán.
No soy del este ni del oeste, ni de la tierra, ni del mar (…).
Mi lugar es el no lugar, mi señal, la no señal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno.
Uno busco, uno conozco, uno veo, uno llamo.
Estoy embriagado con la copa del amor, los dos mundos han desaparecido de mi
vida.
No me resta sino danzar y celebrar.31

3.5. El amor como terapeuta


Para terminar, añadiré una parte de un escrito32 que redacté después de una charla que di
hace cinco años con ocasión de la celebración de mis veinticinco años como terapeuta y
a raíz de una pregunta hecha por Ramón33.
«Mi objetivo como terapeuta es que el o la paciente se las entienda consigo mismo/a
y con su mundo, tomando lo suyo en sus manos. Desvelar el odio y el dolor son dos
buenas vías para ello, acompañar al vacío es aún vía más regia. Para ello, como
terapeuta necesito, no sé si querer al paciente, pero sí emocionarme con él, sentirlo
íntimamente. No creo que se trate de intentar querer al/la paciente para que se
quiera sino de atrevernos a sentir ternura, tristeza o dolor cuando se abre, para que
sea él quien se pueda acoger tiernamente cuando ello sea posible.
Como terapeuta, no me tomo el trabajo de querer a mis pacientes. Lo cierto, tal
como sí dije cuando una alumna me “contradecía” diciendo que ella sí había visto
amorosidad en mi forma de intervenir, es que me gusta el ser humano (aunque
seamos muy estúpidos), que me sigue despertando mucha curiosidad y que me
apasiona acompañarle a acercarse a sí mismo. También es cierto, y no dije, que sí
me tomo el trabajo de tener la paciencia para entrar en contacto con zonas íntimas
suyas y que es entonces cuando el curso del proceso terapéutico adquiere mayor
profundidad. Digo paciencia, espera. Tiene más que ver con darle espacio que con
darle estima. Aunque podríamos entender que precisamente darle espacio al otro, sin
pretender nada, es quererlo».
Ciertamente, dar espacio al otro mientras me lo doy también a mí es la base para

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quererlo queriéndome. Dar espacio al vacío de cada uno y al que nos circunda, facilita la
emergencia del amor si, tal como hemos repetido, la relación se puede ir actualizando y
se mantiene viva, dejando espacio al conflicto además de disfrutar del otro, otra u
otros/as y del acto de amar con él/ella, que es el mayor gozo.

BIBLIOGRAFÍA

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— Dentro y fuera del tarro de la basura, Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1975.
— El enfoque gestáltico. Testimonios de terapia, Cuatro Vientos, Santiago de Chile,
1976.
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Schutz, W. C., Todos somos uno. La cultura de los encuentros, Amorrortu, Buenos
Aires, 1978.

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Trechera, J. L., ¿Qué es el narcisismo?, Desclée De Brouwer S.A., Bilbao, 1996.
Zinker, J., El proceso creativo en terapia gestáltica, Paidós, Buenos Aires, 1979.

1 . Laozi (Lao Tse) capítulo 11 del Dao De Jung, siglo IV a.C. Sacado del catálogo «La
utilidad del vacío», Museu de les Arts Decoratives.
2 . Albert Ribas: Web www.editorialsunya.com/mundo.html
3 . Catálogo «La utilidad del vacío» Museu de les Arts Decoratives.
4 . Perls, Friz (1976), El enfoque gestáltico y testimonios de terapia. Ed. Cuatro
Vientos.
5 . El nombre de Friedlaender es Salomo. Las asociaciones las ha de hacer el propio
sujeto que hace el acto fallido, sin embargo, hay algunas que son sugerentes para el
observador. Aquí podemos asociar este lapsus a que Sigmund era el nombre de Freud.
Perls fue psicoanalista antes de crear la gestalt-terapia y, aunque se afirmó
diferenciándose del mismo, el psicoanálisis fue una muy buena base para sus
desarrollos posteriores.
6 . Sacado de Pequeña Antología de Salomo Friedlaender,. Mandala Ediciones.
Colección Gestalt. 2007
7 . Ludwig Frambach es el autor de Salomo Friedlaender/Mynona (1871-1946)
Recuperación de una fuente prácticamente olvidad de la Terapia Gestalt.
Comprendida en Pequeña Antología de Salomo Friedlaender. Mandala, Madrid, 2007.
8 . Ibíd. p. 19.
9 9. Ibíd. p. 19.
10 10. Ibíd. p. 26.
11 11. Ibíd. p. 29.
12 . Ibíd. p. 10.
13 . Ibíd. p. 71.
14 . Ibíd. p. 72.
15 . Ibíd. p. 82.
16 . Ibíd. p. 26.
17 . Ibíd. p. 86.
18 . Ibíd. p. 30.

182
19 . Ibíd. p. 32.
20 . Ibíd. p. 41.
21 . Claudio Naranjo, La única búsqueda.
22 . Claudio Naranjo. Artículo titulado «Confrontación en Gestalt Viva». Boletín nº 19
de la AETG. 1999, pp. 8 y 9.
23 . Claudio Naranjo: Prólogo a Pequeña Antología de Salomo Friedlaender. Mandala,
Madrid, 2007.
24 . Aprendido en los seminarios que Javier Arenas, psicoanalista alicantino, nos impartió
en Barcelona.
25 . Simone Weil: La gravedad y la Gracia. Traducido por Carlos Ortega. Ed. Trotta. 4ª
edic. Madrid.
26 . Cristina Nadal. Artículo «Narcisismo necesario-Narcisisimo patológico» publicado
en el Boletín de la Asociación de Terapia Gestalt, nº 24, 2004.
27 . Albert Einstein y Sigmund Freíd: ¿Por qué la guerra? Introducción de Eligio Resta.
Ed. Minúscula, Barcelona, 2001.
28 . Alejandro Gómez-Franco, mi psicoanalista, en unas clases dadas en la,
desgraciadamente desaparecida, Escola de Expresió i psicomotricitat Carme Aymerich,
de Barcelona.
29 . Halil Bárcena, «Atreverse a amar», artículo puiblicado en su web.
30 . Rumi: Un Verso del Diván, una recopilación poética dedicada a su maestro Shams
de Tabriz.
31 . Ibíd.
32 . Escrito en el programa de Aula Gestalt (2007-2008).
33 . Ramón Balleste, ex alumno, ex paciente y amigo desde hace años.

183
La demanda femenina en psicoterapia.Una
mirada gestáltica
Sandra Isella Perotti

10

Para Nelly

Escribo como terapeuta, tratando de rescatar aspectos comunes en la demanda de ayuda


de las mujeres que acuden a psicoterapia, con la finalidad de reflexionar acerca de sus
características, sus formas habituales de presentación y sus posibles transformaciones en
el curso del tratamiento.
Al hacerlo, no puedo sustraerme de mi propia condición femenina que me acerca
personalmente a lo que percibo en mis pacientes y a lo que he vivido y vivo en mi propio
proceso terapéutico. Por esto y aunque para facilitar la lectura hable de mis pacientes
mujeres, existen múltiples puntos de encuentro con ellas en distintos momentos de
nuestra historia vital, así como de nuestras búsquedas y desvelos, siendo muchas de ellas
la fuente de inspiración de este escrito.

¿POR QUÉ ACUDEN LAS MUJERES HABITUALMENTE A PSICOTERAPIA?

Vengo porque…
tengo crisis de ansiedad desde que me casé…
me acabo de separar…
me aterroriza que a mi hija le pase algo…
no puedo independizarme de mi madre…
mi familia no acepta a mi pareja…
estoy sufriendo acoso laboral por otra compañera…
mi pareja consume cocaína y me lo ocultó hasta ahora…
tengo una nueva pareja y siento miedo de perderle…
quiero separarme de mi pareja y no puedo…

184
mi único hijo se ha independizado…
he descubierto que mi hija sale con otra chica…
no puedo estar sola….
me he jubilado y no quiero dejar de trabajar…
mi marido quiere tener sexo y yo no…
mi hijo ha intentado suicidarse…
mi padre ha fallecido y no sé qué hacer con mi madre…
me muero de celos por mi novia…
Frases similares a estas sintetizan algunos de los principales motivos de consulta
explícitos en las primeras sesiones de psicoterapia.
¿Cómo llegan a este lugar algunas mujeres?
Las condiciones y calidad de vida de una mujer, su modo de estar en el mundo y el
«cómo le va en la vida» generalmente se evalúa en relación a si tiene o no una pareja, si
tiene o no hijos, a cuáles son sus actividades cotidianas y cuál es su situación laboral y
económica, dejando a un lado cuáles son sus intereses, cuáles sus metas, sus sueños y
sus deseos de superación y desarrollo.
En la familia, fundamentalmente son las mujeres las encargadas de decodificar y
mediatizar la comunicación entre los distintos integrantes, llevando la voz cantante,
suavizando, ocultando, desafiando, pero sobre todo conservando y conteniendo; esto es
lo único que parece definir a lo femenino más allá de los estereotipos de los roles de
género.
El organizar la vida familiar en los requerimientos cotidianos, el ser hijas perfectas,
madres solícitas y esposas amantes en lo privado, y el ganar lugares en la esfera pública
y/o profesional, sumerge a veces a las mujeres en una empresa imposible, de materializar
todos y cada uno de los roles que se le imponen desde lo sociocultural y familiar,
llevándolas a hacer múltiples movimientos de cintura a fin de ajustarse a un modelo
inalcanzable, que deja como alternativa muchas veces la culpa y la depresión, como
expresión sintomática de un malestar propio de su género que, según los estudios más
recientes, se expresa en proporción de dos a uno en relación a los hombres (Burin,
1987).
Por otro lado, la «maternalización» de muchos de los roles que desempeñan las mujeres
como cuidadoras de otros y la propia cultura en la que se encuentran inmersas, las
predispone a estar más atentas a las emociones y sentimientos ajenos, especialmente
cuando estos tienen un toque de dolor, sufrimiento, frustración, angustia e insatisfacción.

185
Esto las deja en algún momento de su vida sin un sentido propio hacia donde dirigir sus
esfuerzos, lo cual genera un sentimiento acerca de haber sido educadas para que su vida
sea satisfactoria en la medida en que se encuentre ligada a otros.
El monólogo interior que se escucha al comenzar a hablar en las sesiones es del orden de
«le digo, me dice, le hago, no me hace, no me deja, nunca me habla de, cree que no me
doy cuenta, sabe que no me gusta, no quiere verme así, no soporto lo que hace».

LA DEMANDA AL INICIAR EL TRATAMIENTO: LA PROBLEMÁTICA DE UN


SER EN RELACIÓN

Las mujeres llegan habitualmente a terapia con un motivo de consulta o varios bastante
delimitados, generalmente de larga evolución, que hace tiempo producen ansiedad,
angustia o depresión, por situaciones que pensaban que podían superar por sí mismas
con el transcurso del tiempo, gracias a su fuerza de voluntad y a su empeño personal
(Rodríguez Nora, 2004).
Son lugares comunes para muchas mujeres:
• introyectar y realizar obedientemente todo aquello que se les impone desde fuera y
convertirlo en propio.
• proyectar y afirmar que por culpa de los otros no pueden ser ni hacer lo que
realmente quisieran.
• vivir en forma paralela o doble y a veces ocultar sus verdaderos deseos, en vidas
escindidas entre lo público y lo privado, o lo familiar y lo laboral.
• el habitar la polaridad de una gran dificultad para reconocer las propias necesidades
hasta el polo opuesto de sentirlas con gran intensidad y de modo central en la relación
con los demás.
• retroflectar, en forma de un aguante infinito de diversas circunstancias que no dejan
de hacerles daño, sin ver otra salida que aguantar el tirón de situaciones que se
vuelven crónicas.
• confluir con los hombres o con lo que nuestra cultura exige al rol femenino, sin poder
sustraerse a menudo de ambos;
Manifestando así múltiples bloqueos a nivel del ciclo de la experiencia:
«Cuando la formación y destrucción de una gestalt se bloquea o rigidiza, cuando las
necesidades no son reconocidas o expresadas, se alteran la armonía flexible y el flujo
del campo organismo/ambiente. Necesidades no satisfechas forman gestalten
incompletas que claman atención y por tanto interfieren en nuevas gestalten»

186
(Yontef 1995).
A veces, estas dinámicas de funcionamiento se tambalean por alguna dificultad de las
relaciones: con los hijos/as, con la pareja o ex pareja, con miembros de la familia de
origen y/o en el entorno laboral; o bien con las vicisitudes propias de la vida: separarse,
comprometerse, ser madre o abuela, desvelar un secreto, un nuevo trabajo y otros
cambios de estatus marital, social o laboral. Es frecuente que aparezca entonces un cierto
desconcierto al «no poder» con algo:
No pensé que me afectaría tanto…
Lo veía venir pero ahora que ha pasado no puedo con ello…
Yo siempre salí adelante, me caí y me levanté sola, pero ahora esto me supera…
Siempre tuve claro lo que quería, ahora me siento perdida…
Siempre salí adelante con las dificultades, pero ahora no depende de mí…
Nunca pensé que me encontraría así…
Esto me ha quebrado…
Ya no soy la misma a partir de entonces…
No soporto lo que me pasa…
Se trasluce a través de estas frases un pasado en el que «se podía con todo» lo que
echaran por delante. Mujeres luchadoras, trabajadoras, de éxito, eficientes, que pueden
con todo y más, que se llevan el mundo por delante, que acarrean hijos, maridos, padres,
hermanos, amigos y compañeros de trabajo, las mujeres hormiguitas, las magas, las
guerreras, las reinas, las brujas, en sus más diversas versiones.
Podemos decir entonces que la primera demanda de consulta que aparece habitualmente,
gira en torno al “ser en relación” de cada mujer, y lo que se requiere del espacio
terapéutico es recuperar la homeostasis, volver al antiguo poderío, generalmente de bases
endebles, recuperar el control perdido y dejar de sentir la angustia. Esto conlleva además
cierta urgencia en ese cometido, dando la impresión de que mientras no se solucione esto
inmediato que le trae, no surgirá ninguna otra necesidad emocional, intelectual o física.

SER PARA LOS OTROS O CONTRA LOS OTROS

Aquello que habitualmente precipita la búsqueda de ayuda terapéutica, es decir lo que


más produce malestar en las mujeres, es algo que «no funciona como debiera» en su
forma de ser o estar con otros, es decir un malestar de su ser en relación.
Lo que me gustaría analizar a continuación son dos formas de las muchas que adopta la
demanda femenina al inicio de tratamiento y que a la vez representan dos formas de ser

187
y estar en el mundo. Me refiero al ser para los otros y al ser contra los otros. Me
detendré en estas dos maneras, entendiendo que existen muchas otras variantes de
demanda que no analizaré aquí y que estas modalidades que describo también pueden
presentarse en forma combinada en la misma mujer, aunque en diversos grados y/o en
distintos momentos biográficos.
La forma más frecuente de la demanda femenina al inicio de la terapia se manifiesta a
través de un malestar que tiene que ver con algo de su forma de ser y/o estar para los
otros.
Chodorow (1984) llevó a cabo una serie de estudios abocados a demostrar la influencia
cultural sobre ambos sexos, en los cuales encontró que la orientación social de los
hombres es profesional, mientras que la de las mujeres es personal. En la competencia
hacia el éxito, los varones confirman el sentido de su subjetividad si se demuestra que,
comparados con otros, ellos ocupan una posición superior. En cambio las mujeres,
confirman su sentido de subjetividad si se demuestra que pueden mantener relaciones
armónicas con el resto de las personas.
«Las mujeres, a la luz de la educación y la cultura, dedican su vida a un concepto de
lo que imaginan deben ser (reflejo de lo cotidiano), dejando a un lado el ser ellas
mismas, utilizando su energía en representar un papel, proyectando imágenes que
complazcan a otros» (Kristeva, 1987).
La vida para ella será satisfactoria en la medida en que se encuentre ligada a otros.
Habitualmente dedican su vida a un concepto de lo que imaginan deben ser, dejando a un
lado ser ellas mismas, adoptando patrones que solo favorecen a otros.
Para muchas, el amor, la vida en pareja, la crianza de los hijos, representan una
aspiración importante en su vida que, cuando en el transcurso del tiempo no logra
consolidarse, también se torna en un motivo de consulta habitual en psicoterapia, por lo
que vivir sin una relación amorosa o llegar a cierta edad sin haber ejercido la maternidad
hace que la vida en sí misma carezca de algunos de los sentidos más importantes.
Las mujeres que acuden con este tipo de demanda, habitualmente basan sus metas y su
vida misma en la relación con otros, no son ellas por ellas mismas, sino por el rol que
desempeñan o que creen deben desempeñar en las relaciones interpersonales; de ahí que
no se puedan plantear objetivos claros y precisos en torno a su propia existencia. No se
debe dejar de lado el hecho de que la mujer ha sido educada para servir a otros
postergando sus ganas, sus objetivos, sus expectativas y su crecimiento personal. El ser
mujer conlleva cierto sacrificio del ser una misma en pro de ser para otros, todavía hoy y

188
aún luego del apogeo de la «liberación femenina» en un gran número de mujeres.
Si bien se va avanzando muchísimo en conquistas de tipo socioculturales, voto femenino,
matrimonio homosexual, legalización del aborto, en algunas sociedades más que en otras
se sabe de lo dañino de la doble jornada laboral (pública y privada), los techos de cristal
y la inequidad aún existente entre ambos sexos en cuanto a remuneraciones económicas
y posibilidades reales de acceso a puestos de poder.
Emilce Bleichmar, en su libro El feminismo espontáneo de la histeria, se pregunta
acerca de qué sucede con el desarrollo narcisístico en la mujer en un mundo en el cual su
posición está tan devaluada.
Muchas recibieron mensajes que, de alguna manera, originaron que pensaran en sí
mismas como de poca valía personal, débiles, dependientes o inútiles. Las presiones han
hecho que las mujeres se conformen, que sean lo que otras personas quieren o lo que
han aprendido que deben ser (Mercado Maya, 2008).
Lo que se llama desde algunas vertientes psicoanalíticas «el desistir femenino», que
consistiría en un realizarse por procuración, a través de las realizaciones, los éxitos o el
valor de otra persona, principalmente un hombre,
«descansa sobre una identificación narcisista al objeto. Ella sacrificaría sus
ambiciones, sean las que fueren, a ser la mujer de. Es una posición de riesgo
subjetivo, esto se ve claramente el día en que el hombre en cuestión falta y
sobreviene el desmoronamiento» (Aksenchuck 2010).
Esta complacencia en la relación hacia los otros, que casi nunca se percibe como bien
correspondida, siempre está provista de un cierto desequilibrio, nunca es bastante o
siempre es escasa:
«Mujeres y hombres no hacen el mismo uso de sus sacrificios condicionales.
Mientras los hombres callan prudentemente, las mujeres hacen mucho ruido
respecto del precio que pagan para obtener las satisfacciones que obtienen. Hablan
menos de las satisfacciones que del precio que pagan y frecuentemente claman que
se pagó demasiado caro. Por efecto del discurso, para la mujer la queja no entra en
conflicto con la identificación sexual, o mejor, con los ideales del sexo. Mientras que
para un hombre la queja resuena siempre con un matiz de impotencia, es decir en
ella se cuestiona su posición de hombre y eso tiene que ver con la transmisión
materna, en general, de enseñar a su hijo a no gemir. No es para nada casual que en
la civilización sean las mujeres quienes han tenido el rol de lloronas en las grandes
desgracias» (Aksenchuck 2010).

189
Estas mujeres en la clínica se quejan sobre todo del silencio que guardan los hombres, de
su no decir cómo y cuánto la desean y la quieren, entre otros requerimientos de tiempo y
espacio psicológico dedicados a ellas, que lo dan todo por su partenaire y su familia.
Esta «complacencia quejumbrosa» deja paso a los sentimientos de desolación y de vacío
ante la propia existencia, donde los otros, padres, hijos, esposos y espíritu santo,
ocupaban lugares que otorgaban significado y seguridad a la existencia de cada mujer…
pero cuando estos se alejan, se despiden, se ausentan, ya no cuentan, pierden
importancia o cambian de actitud, aparece la depresión en la mujer, surgiendo los
interrogantes de ¿quién soy?, o ¿para quién soy ahora que esto me sucede en la vida?

190
Cuando se tiene un papel, una imagen de lo que se debe ser, de lo que se debe decir, de
cómo se debe actuar, y se presenta una pérdida, el dolor que se genera ante ella es
profundo y paralizante, dejando a las personas que pasan por esta situación en un tiempo

191
sin tiempo, reescenificando a cada momento su pasado y excluyendo del presente toda
posibilidad de cambio (Mercado Maya, 2008).
Las propias necesidades son desplazadas por las de los demás; son notables aquellos
velos que impiden responder con claridad a las preguntas sobre qué es lo que queremos
las mujeres para nosotras mismas y para nuestra propia vida, teniendo muchas veces la
sensación de vivir vidas ajenas, o postergando aquello que realmente nos gustaría a
espacios futuros, a veces lejanos o condicionados a circunstancias que pueden darse o
no.
Por otro lado, esto también es una vía regia por donde se escurre la propia
responsabilidad de los propios malestares, que derivan también hacia los demás: si lo que
hago habitualmente es ser como los demás quieren que sea y todo lo que hago es por
bien de los demás, de los otros será entonces la responsabilidad de mi propio malestar y
de las consecuencias de mis acciones: «Lo hice por él, yo no habría actuado así si no me
lo hubiera pedido, nunca me dijo nada… siempre toma las decisiones… no sabía qué
hacer y me dejé llevar, no sé qué más quieren de mí».
Karen Horney llamaba ya la atención sobre distintas formas de necesidades dentro de las
neurosis, que se presentan en la infancia como estrategias con fines adaptativos, pero que
en la vida adulta pueden convertirse en cadenas invisibles que impiden el propio
desarrollo. En este caso del que hablamos coincidiríamos con lo que ella distinguió como
«necesidades de complianza o cumplimiento», que incluye la necesidad de afecto,
aprobación y de pareja. Otro gran grupo son las «necesidades de alejamiento», que
incluye restringir la vida a límites muy estrechos, de autosuficiencia e independencia y de
perfección e inexpugnabilidad, que habrían fracasado como mecanismo de defensa al ser
sobrepasadas por alguna situación que les impulsa a buscar ayuda. Estas dos modalidades
pueden volverse mal adaptativas luego de ser una forma a veces de supervivencia a
determinados modelos familiares.
Horney distingue un tercer grupo que denomina «necesidades de agresión», y que
incluyen la necesidad de poder, de explotar y de sacar partido a los demás, de
reconocimiento o prestigio social y de admiración y logro personal, a veces a cualquier
precio. Y aunque no distingue para esto el género de los sujetos, me sirve para introducir
la segunda forma de demanda de las mujeres en psicoterapia que quiero analizar aquí y
en la cual la problemática se define como del ser en contra de los otros.
Aparecen entonces aquellas mujeres que fundamentalmente le hacen a los demás la vida
imposible, se quejan de todo en una llamada de atención permanente y constante sobre sí

192
mismas, nunca encuentran un punto final y actúan sin ninguna consideración ni
compasión por el otro. Son lo que llamaría «los barriles sin fondo», cuya vida interior
parece ser en los casos más graves un enorme agujero negro que absorbe todo lo que
puede de su entorno relacional y, aún así, siempre se encuentra insatisfecha, y que
pareciera no poder registrar en su experiencia nada de lo recibido; el saldo de su cuenta
en el intercambio con los otros siempre está en rojo.
Son mujeres que frecuentemente se colocan en contra, no solamente de los hombres,
sino también de otras mujeres. Algunas defienden tercamente sus roles tradicionales,
otras se consumen en el disgusto, descontentas con su suerte. Amantes despechadas,
buscadoras de fama, sexo, dinero o prestigio, vuelven la espalda a los problemas
femeninos, identificándose más bien con motivaciones masculinas en cuanto a su afán de
tener más que de ser.
Un factor común a todas estas problemáticas relacionales femeninas es que al acudir a
terapia la mayoría se siente perpleja y confundida, sin poder definirse a sí misma con
claridad, en lucha constante por entender su propia singularidad, sus propios potenciales,
sus propias reacciones y sus propios destinos.
El fondo de estas dificultades es similar en todas y cada una de las dos maneras de ser –
para otros o contra otros– con sus peculiaridades: la dificultad para definirse a sí mismas
y para consolidar una identidad saludable que no les incline o bien a centrarse
excesivamente en los otros para cuidarlos o bien a esperar que colmen infinitamente sus
necesidades y se ocupen de su cuidado, queriendo convertirse así en el ombligo del
universo de los que las rodean.
Unas solo dan y renuncian, otras sólo reciben y exigen, son dos de los extremos que se
dan en estas formas de expresar la problemática femenina al inicio del tratamiento
psicológico.

EL PROCESO TERAPÉUTICO: EN BUSCA DE LAS POSIBILIDADES DE SER


UNA MISMA EN RELACIÓN CON OTROS

Es importante, a medida que avanza el proceso terapéutico, descentrar entonces esta


demanda de consulta inicial, motivada por esa identidad que se describe como el ser para
o contra los otros, abriendo nuevas interrogantes que permitan expresar otros aspectos de
la subjetividad femenina.
Es entonces cuando se comienza a escuchar de las mujeres «Aquí estoy… esto es lo que
pienso… esto es lo que quiero… aquello es algo que me gustaría y nunca me he

193
permitido… así es como yo lo hago… así quiero mi vida en adelante» y otras
afirmaciones vitales para la existencia que le permiten comenzar a construir o recuperar
la separación y la distancia propicia entre el yo y los otros.
A lo largo del curso de la terapia va surgiendo como figura en este fondo relacional otra
demanda femenina que se diferencia sustancialmente de la inicial, ante el descubrimiento
de una realidad subjetiva diferente que pone en marcha un deseo auténtico de descubrir
cómo es cada una y comenzar o continuar afianzándose en la propia autonomía.
Es aquí donde puede producirse un giro interesante desde los motivos de consulta
iniciales hacia una demanda que surge de forma más nuclear: pasar del ser para los
otros/contra los otros a ser por sí misma, comenzando a estar dispuesta a afrontar todas
las consecuencias que esto conlleva, haciéndose responsable de sus propias elecciones,
afrontando las distintas vicisitudes de la vida con mayor conciencia, buscando diversificar
aquello que da sentido a la vida para sostener la propia existencia desde sí misma, en una
relación más saludable y equilibrada con los otros.

194
Muchas veces se dan entonces distintos procesos de darse cuenta de otras cosas que
hacen que se avance en el proceso terapéutico:
Vine por mi pareja, pero hay algo más en mí que quiero atender…

195
Soy yo la que tiene que cambiar…
Yo tengo mucho que ver en cómo se han ido dando las cosas…
Es hora de que me ocupe de cuidarme a mí misma…
Necesito saber qué es lo que quiero…
Estoy harta de ser así​
Quiero decir basta…
Necesito encontrar mi propio bienestar…
Quiero encontrar otra forma de resolver lo que me pasa…
Y que requieren un reencuadre del propósito de la terapia a partir de este descubrimiento
que posibilita un nuevo punto de vista sobre aquello que generaba malestar, sin depender
para su alivio o solución de los cambios o voluntades de los demás.

EL CAMINO HACIA LA AUTONOMÍA

Si el proceso terapéutico se mantiene lo suficiente en el tiempo, comienzan a producirse


cambios interesantes en los modos de autopercibirse. Estos pueden darse durante el
tratamiento al preguntar-poner en duda-abrir interrogantes en cuanto a la posición
subjetiva1 en la que se encuentra cada mujer, mediante la curiosidad-interés-asombro del
terapeuta que comienzan a abrir las distintas posibilidades de elección dentro del campo
del propio ser.
A medida que se va tomando más conciencia acerca de esta posición, se puede comenzar
a pensar en cambiarla o integrarla, en forma gradual, con aquellas modificaciones que
cada mujer va escogiendo para sí misma y para su propia vida. Muchas se encuentran
por primera vez en esta tesitura, que las sorprende y las asusta, pero ante la cual suelen
avanzar con resolución, en uno de los momentos que suele ser clave para definir el
avance o el estancamiento del tratamiento.
El espacio terapéutico se convierte en un espacio privilegiado para abrir la interrogación
sobre aquellos aspectos que son fuentes de infelicidad, al ocupar lugares o ejercer roles
sin ser conscientes de ellos. Aparece en el horizonte la posibilidad de aliviar la carga de
una imposición considerada hasta ese momento legítima por estos roles inconscientes.
Se abre la oportunidad de buscar nuevos referentes en la vivencia subjetiva de la
feminidad, siempre y cuando el descubrimiento de nuevos proyectos personales y una
estructura psíquica determinada posibilite esta salida.
Mediante la aceptación y el aprendizaje, las mujeres comienzan a fortalecerse desde una
base propia, al comenzar a trabajar las polaridades presentes, que al integrarse

196
disminuyen la angustia y comienzan a desarrollar una autopercepción de estar
asentándose sobre un terreno más firme en la construcción de su identidad, desde los
deseos personales que van descubriendo.
Desde allí, los embates de la existencia comienzan a sobrellevarse con más aplomo,
aprendiendo a repartir las cargas, a poner límites, reconociendo hasta dónde se puede o
no con algo, aceptando que no se puede con todo, descubriendo motivaciones hasta
entonces desconocidas o encubiertas, y con todo ello, paulatinamente, resignificando la
historia personal.
Para algunas, el proceso se transforma en entender cómo han llegado a donde están,
descubriendo los esfuerzos desmedidos que han realizado por mantener aquello que
necesita caerse para dar lugar a algo nuevo. Para otras, se trata de recuperar una figura
extraviada, permitiendo que las piezas desperdigadas comiencen a reunirse y a repararse
mutuamente.
En todo este proceso, resulta fundamental que las mujeres puedan relacionarse de un
modo creativo con la soledad, primero procurando contar con espacios solitarios sin que
esto genere sentimientos de culpa por dedicar un tiempo para ser simplemente, sin más.
La soledad, entendida como el tiempo, el espacio y el estado donde no hay otros que
actúan como intermediarios con ellas mismas, donde no hay ninguna expectativa ajena
que satisfacer y que se vuelve necesaria para ejercer sus derechos autónomos como
persona.
Para enfrentar el miedo a la soledad es necesario reparar ese sentimiento de desolación
tan común en las mujeres, y transformar poco a poco la soledad en un estado de
bienestar necesario en algunos momentos de la vida de las personas. ¿Qué es la terapia si
no un espacio para estar «solas» de las relaciones habituales y recuperar un poco de la
propia intimidad?
Para construir la autonomía necesitamos de esa soledad que se transfigure en vacío fértil
y requerimos eliminar en la práctica concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las
mujeres para no estar solas. Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la
amiga en el momento que nos quedamos sin nadie en casa. Necesitamos entrar en
contacto real, material, simbólico, visual, auditivo o de cualquier otro tipo, porque hemos
aprendido que vivir la alegría es contársela a alguien, antes que gozarla. Para las mujeres,
el placer existe sólo cuando es compartido, porque el yo es reacio a legitimar la
experiencia si esta no es compartida (Lagarde 2000).
Uno de los procesos más interesantes del pensamiento es poder realizar conexiones;

197
conectar lo fragmentario, lo distante y lo olvidado, realizar distinciones entre la fantasía y
la realidad, y esto solo es posible en soledad. La modernidad funda la duda en el ser
humano. Cuando pensamos frente a los otros, el pensamiento está comprometido con la
defensa de nuestras ideas, cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar.
Para fortalecer la autonomía se necesita desarrollar el pensamiento crítico, abierto,
flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades, sino a contribuir cada uno
con su propia e irrepetible realidad. No hay autonomía sin revolucionar la manera de
pensar y el contenido de las creencias, sin un espacio de desarrollo de la reflexión, de la
afectividad y de la sexualidad propia.
En la subjetividad de las mujeres, muchas veces la omnipotencia, la impotencia y el
miedo actúan como diques que impiden desarrollarse en forma más autónoma.
Posiblemente poco del medio o en los otros ha cambiado a esta altura del proceso
terapéutico, aún hay estímulos y situaciones temidas y angustiosas, aún existe la
incertidumbre, la ambigüedad, las pérdidas, la frustración, aunque las respuestas ante las
distintas circunstancias pueden diferenciarse a través de una mayor aceptación de aquello
que no se puede cambiar, de avanzar con decisión en aquellos aprendizajes nuevos que sí
se pueden realizar y en nuevas habilidades de respuesta ante las situaciones que se
repiten reclamando atención.
La vida por sí misma carece de sentido, este más bien versa en el significado concreto de
la existencia de cada individuo en un momento dado. Creo que toda persona tiene su
propia misión a cumplir y cada uno un cometido concreto para llevar a cabo. Por tanto,
no puede ser remplazado en esa función ni su vida puede repetirse; su tarea es única, así
como su oportunidad para instrumentarla. Lo que un ser humano llegue a ser –dentro de
los límites de sus facultades y de su entorno–, lo tiene que hacer por sí mismo (Frankl
1991).
Para concluir, se puede decir que el propósito o sentido de la propia existencia no radica
en las funciones que, de acuerdo con otros, podemos desempeñar, sino en el
reconocimiento de nuestra propia valía personal, que hace suponer que las experiencias,
aun las más dolorosas, deben favorecer la búsqueda de un sentido nuevo hacia la propia
vida. En esto nos asiste la psicoterapia a las mujeres, que hemos optado por esta
herramienta, tan útil como cualquier otra, para vivir una vida más consciente de nuestro
ser con sus posibilidades y limitaciones.

BIBLIOGRAFÍA

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1 . Tanto el psicoanálisis como los estudios de género son dos disciplinas que interrogan
fuertemente sobre la formación de la subjetividad. Diversos autores, desde la
perspectiva psicoanalítica, han destacado la importancia de los vínculos tempranos
adecuados para la constitución del psiquismo. Winicott, Kohut, Green, entre otros,
muestran desde diferentes perspectivas cómo la inadecuación de los vínculos
tempranos genera fallas importantes en la constitución subjetiva.

199
Apuntes que voy tomando en el camino.
Experiencias de mi vida personal y
profesional
Graciela Andaluz

11

Comienzo desde ahora. Estamos viviendo en una época especial, convulsa tanto en lo
social como en lo individual. Es evidente la aceleración del tiempo externo e interno y
cómo nos afecta a todos.
Percibo los grandes cambios que estamos viviendo, la palabra «crisis» está casi todo el
tiempo presente en los medios y en las conversaciones, extensiva a muchos lugares del
globo, por distintos o similares motivos. También en los pacientes y en los alumnos.
Aunque escuché la misma palabra crisis repetidas veces antes, en mi infancia y juventud
en Argentina, en aquella época y lugar se refería más a lo económico, y ahora me parece
un planteamiento de cambio de mayor profundidad, que atañe a los valores y el modelo
de sociedad que tenemos y que queremos, y se ha hecho extensivo a casi todos los
países y nos conmueve cada vez más.
Es un momento social de ruptura con las formas tradicionales, marcadas por el
individualismo y la tecnología sin alma –separada de lo humano– con predominio del
hemisferio cerebral izquierdo. Y hay un movimiento importante de gente buscando y
ensayando nuevos modelos de organización con una mirada más global de nuestra
humanidad y usando más el hemisferio cerebral derecho.
Sabemos que desde el hemisferio izquierdo nos vemos separados y solos ante la
humanidad y la naturaleza, de lo que proviene ese afán de conquista transformado en
depredación del ambiente natural para tener mayor poder y beneficio económico y, en
cambio, desde el derecho nos sentimos unidos en red y sentimos el anhelo de compartir
la humanidad y la naturaleza; el sol y el aire son para todos, y podemos sentir la tierra
como un organismo a cuidar y disfrutar de habitarla más que de poseerla y explotarla.

200
Claro que mientras está ocurriendo el cambio, este movimiento, es muy difícil para
todos, ya que vemos cómo se nos escapan del control las cosas y las personas, trabajos,
proyectos, grupos, etc. y muchas veces no les encontramos sentido a esas pérdidas y a
esos cambios y sentimos el dolor sin poder comprender el significado más profundo de lo
que ocurre.
Ese anhelo humano de un mundo más habitable, sostenible, que sea un buen lugar para
todos y donde podamos encontrar y expresar amor en vez de competencia feroz, creo
que lo percibimos lejos todavía, y a mí me gustaría que pudiéramos visualizarlo detrás
del movimiento de la crisis y sentir más la confianza que la amenaza en esta oportunidad
que tenemos como humanidad.
La construcción de este mundo nuevo no puede estar solo en manos de los políticos y de
las organizaciones internacionales –tal como lo están mostrando los movimientos
ciudadanos–, y tampoco el capital ni las multinacionales lo van a propiciar, ya que
significaría demasiada pérdida de beneficios para ellos.
Se requiere la participación creativa de todos para este cambio social y para que el
movimiento se desarrolle en una dirección realmente efectiva para la humanización y el
bien vivir, tanto externo como interno. Necesitamos que cada uno intervenga en lo social
y también que se ocupe de integrar sus aspectos internos rechazados, ya que sabemos
que la guerra interna se proyecta al mundo y afecta a las decisiones sociales que se
toman.
Sería interesante que en este compartir la responsabilidad social no caigamos en el hábito
mecánico de dejar todo en manos de los otros y quejarnos.
Propongo que en vez de protestas hagamos propuestas, nos enfoquemos más en crear lo
nuevo que en destruir lo viejo que ya no sirve; prender la luz en vez de luchar contra la
oscuridad.
Estas consideraciones acerca del momento actual también las veo reflejadas en el ámbito
terapéutico.
Actualmente utilizo en mi trabajo terapéutico, ya sea individual o grupal, la psicoterapia
gestalt, el movimiento armónico y trabajo psico-corporal del sistema Río Abierto y las
órdenes del amor y constelaciones familiares.
Me consultan, cada vez más, individualmente, pacientes con ansiedad en distintos grados
y modalidades de expresión, conectados con un imaginario de futuro amenazante que les
dispara síntomas muy invalidantes.
Son profesionales de ámbitos poco «amigos» de la psicoterapia y el crecimiento personal,

201
y que solo piden ayuda por esa ansiedad que se les hace crónica, ya que los síntomas
ceden transitoriamente con los tratamientos con psicofármacos y se vuelven a repetir una
y otra vez a lo largo del tiempo.
Les resulta muy difícil conectarse con lo que sienten, porque el síntoma es fuerte y lo
dificulta. En vez de usar ansiolíticos, intento, en lo posible, trabajar con la ansiedad.
Utilizo, generalmente, al inicio de la sesión, para que puedan estar en presente y en
contacto, el abordaje psicocorporal guiado: moverse descargando y desbloqueando las
tensiones –con o sin música–, emitir sonidos, gritar, cantar, golpear un colchón y tener la
conciencia enfocada a la respiración.
Todo esto lo propongo, guiado y muy concreto, porque he visto que los síntomas de
ansiedad les impiden el contacto con cualquier otra cosa o propuesta de trabajo
terapéutico en ese momento y que, luego de descargar algo de la tensión, les resulta más
fácil conectarse y recién pueden empezar a hacerlo conmigo y ver qué les está pasando
en sus vidas que les lleva a generar tanta ansiedad.
Incluso pueden cerrar los ojos, darse cuenta y ya experimentar un registro corporal de
sus emociones, conectar con sus necesidades reales, y trabajar sueños, polaridades,
expresar plásticamente, etc. En pocas sesiones captan que lo fundamental no es el
síntoma y quitarlo, sino tomarlo como un mensaje, como una llamada a ocuparse de sí
mismos y tomarse en serio. Desde ahí podemos trabajar con toda la persona y bajar
mucho su resistencia a aceptar la psicoterapia y ayudarle a encontrar sentido a su vida.
Respecto a mi «experiencia personal» de crisis, desde que recuerdo he sentido el anhelo
de la pertenencia a un mundo mejor, con un buen lugar para todos, lo que hoy llamamos
un mundo sostenible y habitable.
Me remonto a la década de los setenta, cuando pensaba que era imprescindible la
participación de todos en lo que llamábamos política de base y creía, inocentemente al
principio, que todo era cuestión de cambios externos, políticos y económicos, y que era
fácil si participábamos para conseguirlo. Aunque inicié mi terapia personal a los diecisiete
años, no pensaba entonces que los cambios internos influyeran tanto en la construcción
de ese mundo mejor. Tenía separado lo mío y lo del mundo.
Lo miro ahora y me da la impresión de que algunos nos comportábamos un poco como
niños, confiados, jugando con lobos disfrazados de corderos, creyendo que estábamos en
el mismo equipo sin conocer las verdaderas intenciones de los lobos ni valorar, en su
justa medida, la fragilidad de la democracia en sus manos.
Ellos cancelaron de repente las reglas del juego democrático, y todo cambió para todos,

202
se acabó el juego y empezó la barbarie.
Esta fue la experiencia de crisis más grande de mi vida y también de la que aprendí tanto
y aún sigo aprendiendo. Fui secuestrada y dejé mi querido país para llegar a España en
diciembre de 1976, con la vida que me dejaron salvar y con la «muerte» de todo lo mío
construido durante veintiocho años, que tuve que dejar sin ni siquiera tiempo para
despedirme.
Así fue mi cambio; volver a empezar de cero.
No tenía dinero, necesitaba permisos de residencia y de trabajo, no pude traer mi título
de médica conmigo, y después, cuando lo tuve, tardó más de un año la convalidación
para poder colegiarme.
Familia, pareja, amigos, compañeros de los grupos de terapia y de formación, pacientes,
colaboradores de otros trabajos que hacía en ese momento y «las callecitas de Buenos
Aires con ese qué sé yo» del tango de Piazzola; todo quedó allá, y yo no podía volver sin
riesgo de no contarla.
¿Qué me permitió afrontar esta situación y reconstruir algo válido para mí?
Una sabiduría interior, durante el secuestro, me ayudó a situarme en presente y a no
dejarme abatir por las amenazas del futuro inmediato de muerte, mantenerme en estado
lúcido y poder afrontar la situación sin derrumbarme. Sería muy largo para este escrito
entrar en detalles. Me dejaron salir con vida y abandonar el país.
Podría llamarlo milagro, misterio o incluso –aunque suene raro– regalo, ya que en ese
momento ellos disponían de nuestras vidas.
Esta experiencia tan intensa de estar en presente y haber podido tomar mi poder personal
y usarlo a mi favor me dio una medida de hasta dónde pude llegar manteniéndome en
presente y conectada con el Todo, y me ha servido en otros momento difíciles que me
tocó vivir, otras crisis que tuve que afrontar en mi camino.
Esta situación fue de mucho aprendizaje. Desde la distancia que da el tiempo, puedo
percibir cómo, desde la gran dificultad, desplegué la creatividad y me abrí a personas que
encontré, que me ayudaron mucho, y también empecé a confiar, a buscar y encontrar un
camino nuevo para mí.
La creatividad, crear algo de la nada, inventar, eso fue lo que más me ayudó. Y desde
entonces, mucho más que antes de esa experiencia, tuve la certeza de que una terapia es
para la vida, y de que necesitamos estar preparados para lo insólito, lo nuevo, lo que no
estaba previsto. Responder con habilidad, confiar en nuestras posibilidades de encontrar,

203
de buscar, de caerse y levantarse…
Cuando ya tuve mis alumnos aquí, fui incluyendo en la formación tareas de crear,
organizar, participar de distintas actividades no regladas, para que se entrenaran en usar
su creatividad y adquirieran confianza en sus capacidades de afrontar lo nuevo, con el
propósito de que a su vez ellos también lo enseñen a otros, sus pacientes, alumnos, etc.
Y esto es el trabajo con la gestalt, fenomenológico, un arte, crear algo desde la nada, sin
programa, y permitir que el paciente se escuche a sí mismo sin juicio, que se abra a su
darse cuenta, a su sabiduría interna, que confíe en su autorregulación organísmica.
Respecto a la experiencia de confiar en la capacidad del organismo de buscar su
equilibrio, aún en situaciones adversas, tuve un aprendizaje muy valioso cuando me inicié
como médica en 1971.
Hice parte de la residencia de Pediatría en un hospital pequeño de la provincia de Buenos
Aires (Vicente López), en el que también había estudiado los tres últimos años de la
carrera que se cursaban en hospital. Tanto con mis compañeros de estudios como con
muchos de los residentes de los distintos servicios del hospital compartía las inquietudes
por una medicina más preventiva y por las mejoras hospitalarias y sociales.
En el servicio de Pediatría, los residentes, además de atender a los niños con patologías,
de las que gran parte eran sociales por desnutrición y falta de higiene ya que muchos de
ellos provenían de las «villas miserias» de la zona, también nos relacionábamos con el
Consultorio del Niño Sano del Hospital de Niños de la Capital Federal. Con ellos
aprendíamos a valorar los parámetros afectivos y psico-emocionales del niño y su
entorno en relación a su salud. Se hacía una medicina preventiva, de salud más que de
enfermedad. El aspecto psicológico-afectivo era tomado en cuenta con el mismo valor
que los demás parámetros médicos.
Se confiaba en la autorregulación y autocuración de los niños y de cómo expresaban lo
que sucedía en su entorno familiar con sus síntomas. Aprendíamos al ver los resultados
de estas intervenciones integrales en las mejorías y en las curaciones de los niños.
Esto ocurría en una pequeña parte de la población del país, no era generalizado, y a mí
me tocó la suerte de conocerlo y aprender esta medicina que integraba en vez de cortar
los síntomas con fármacos como única posibilidad.
Creo que estas experiencias tempranas que viví como médica me ayudaron a considerar
la unidad psicofísica en el ser humano y luego a aplicarla a los pacientes en la medicina y
en la psicoterapia.
Muchos años después, en España y ya dedicada más enteramente a la psicoterapia,

204
comencé a trabajar con el enfoque holístico que nos enseñó Nana Schnake, con quien
tuve la suerte de poder compartir personalmente sus conocimientos y a la que me unen
cariño, amistad y agradecimiento. Al realizar los diálogos con el cuerpo, el trabajo
gestáltico con los órganos, síntomas y enfermedades, encuentro el modo de seguir
integrando la unidad psicocorporal y de ayudar al paciente a no cosificar su cuerpo
considerándolo algo ajeno al que le duele o le molesta alguna de sus partes.
Sabemos que el organismo empieza con una sola célula –óvulo fecundado–, que lleva en
sí, en su ADN, toda la información necesaria para el desarrollo de un cuerpo perfecto.
Cada una de las células de nuestro cuerpo tiene la misma información que esa primera
llevaba en su núcleo, en sus cromosomas, en su ADN.
O sea que cada movimiento para buscar el lugar y la forma que le corresponde a cada
segmento del cuerpo se hizo a partir de esa primera célula, y eso ocurrió antes de que
tuviéramos cerebro y pudiéramos pensar o decidir nada.
¿Cómo vamos a considerar que podemos decidir lo que nos conviene o lo que es bueno
o malo para nuestro organismo solo con las ideas sin darle lugar al sentir y darnos cuenta
de esa sabiduría organísmica natural?
Es una prepotencia de la medicina, de los médicos y de los propios pacientes que
«entregan» su cuerpo a los médicos sin apenas saber qué les pasa realmente, y también
es un negocio para las multinacionales farmacéuticas mantener ese estado de
dependencia y entrega ciega de los enfermos, ya que aumentan enormemente sus
ganancias día a día.
También, en relación a integrar el cuerpo en la experiencia de vivir cada instante y en la
terapia, fue muy trascendental para mí conocer el trabajo psicocorporal del sistema Río
Abierto.
Empezando la década de los noventa, y a través de María Adela Palcos y de Graciela
Figueroa, inicialmente en el Congreso del Hombre que organizó la AETG en Toledo, con
Javier Escobedo como presidente, tuve la oportunidad de escuchar las bases del trabajo
en una mesa redonda y en la voz de María Adela y luego participar en talleres que
realizaron cada una de ellas.
Comencé a trabajar con este enfoque, participando de innumerables actividades dirigidas
a mi salud, la mayoría realizadas por Graciela Figueroa.
La posibilidad de desbloquear mis trabas musculares, las rigideces que mi cuerpo
guardaba y todo el dolor que había apretado y anestesiado de aquellos episodios de 1976
me supuso un antes y un después.

205
Como lo encontré valioso para mi salud, me di cuenta de que también podría ser un
camino útil y más corto para que los pacientes se pudieran liberar de sus sufrimientos
crónicos.
Graciela empezó a venir a trabajar cada año en Canarias desde 1992, y así nos ayudó a
aprender esta técnica y a incluirla en la terapia y en la formación de gestalt de la Escuela
Canaria. Estoy muy agradecida por la ayuda que recibí de Graciela Figueroa y del cariño
y confianza compartidos en todos estos años.
Más tarde, participé de la creación, junto con otros profesionales y amigos muy queridos
de distintas ciudades de España y bajo la dirección de Graciela Figueroa, del equipo
docente de Espacio Movimiento-Río Abierto España para impartir la formación en este
trabajo, en la actualidad en plena expansión por el mundo y en unión con Río Abierto
Internacional, dirigido por María Adela Palcos, con quien también me une una linda
amistad y cariño.

VOLVIENDO A LOS ORÍGENES. ¿CÓMO ME ENCONTRÉ CON LA GESTALT?

Conocí la gestalt en Buenos Aires, en la década de los setenta, de la mano de Marta


Atienza, con quien hice psicoterapia y formación, y leí a Fritz en fotocopias porque
todavía no contábamos con Sueños y existencia, el libro que tradujo y editó Pancho
Huneeus que tanto me gustó. Marta me ayudó a formarme, a pesar de que no tenía
suficiente dinero, lo que le agradecí mucho en aquel momento, y después, cuando, ya en
España, tanto me sirvió lo aprendido.
Para mí fue un encuentro estelar, una terapia que incluía todo y que se relacionaba con la
naturaleza del ser humano, con su vivir, con su descubrir. Los primeros trabajos me
impresionaron y me asustaron, porque me despertaban un sentirme a mí misma tan
intenso como no había vivenciado en ninguna de las experiencias terapéuticas que había
realizado hasta entonces.
Me pareció muy interesante lo de la relación terapeuta-paciente equivalente y directa, lo
del darse cuenta como eje central de todo el proceso terapéutico, el hecho de ser
fenomenológica, que no dividía a la persona en mente y cuerpo, como era habitual en esa
época, sino que los integraba en una unidad y que daba la posibilidad de procesos breves,
en grupos, más baratos y accesibles a más personas.
Buenos Aires, entonces, estaba inmerso en el mundo del psicoanálisis, que llevaba
muchos años como principal escuela de psicoterapia, ya que el conductismo se enseñaba
en las facultades pero no era muy valorado entre los amantes de la psicoterapia.

206
A pesar de que no era accesible –sobre todo por lo costoso económicamente y en
tiempo– a toda la población como proceso terapéutico, sí había ayudado socialmente a
ampliar la mirada y a considerar la importancia del mundo interno en otros campos como
la medicina, la educación, e incluso se divulgaba en revistas, periódicos, televisión, etc.,
que estaban al alcance de la mayoría.
También estaba Argentina, como dije en párrafos anteriores, en un proceso político de
muchos cambios, con movilizaciones populares que buscaban que las mejoras fueran
para la mayoría y no solo para unos pocos. Lo mismo se esperaba de las nuevas terapias.
La gestalt llegaba –en ese contexto– como algo nuevo que movía «la quietud» que
algunos relacionaban con el psicoanálisis y respondía a esa demanda social de ser una
terapia más breve y en grupo, lo cual facilitaba el acceso a la población con menos
recursos.

APUNTES SOBRE MI ESTILO ACTUAL DE INTERVENCIÓN CON LA


PSICOTERAPIA GESTALT

Trabajo a favor de la resistencia, y eso trato de transmitir a mis alumnos/as, porque creo
que es tomar un atajo para los procesos terapéuticos, como en un río ir a favor de la
corriente. Esto no significa aceptar las manipulaciones del paciente sin más, sino
encontrar el modo de usar la resistencia como motor para el trabajo terapéutico.
Creo que, si bien es cierto, como decía Fritz Perls, que la persona viene a tratar de
«acomodar» mejor su neurosis contando con la complicidad del terapeuta, también trae
una parte de sí mismo/a que sí quiere darse cuenta y transformarse en alguien más
verdadero/a y conectado/a con su centro y con los/as otros/as.
Por eso, con los pacientes, me es más fácil y rápido aliarme con la parte que sí quiere; y
prefiero que veamos juntos sus posibilidades y que busquen ellos/as las alternativas
creativas para utilizarlas con habilidad y responder a los retos de sus vidas, atendiendo a
lo que sienten y a los mensajes del cuerpo para elegir.
He supervisado a terapeutas jóvenes, de distintas escuelas, y me da la impresión de que,
a veces, luchan contra la resistencia del paciente por su propia necesidad de sentirse en
un buen lugar como terapeutas y lo provocan desde la relación transferencial.
Les cuesta darse cuenta de cuándo esta lucha puede devenir en un escape y/o una
«distracción» de lo propio del paciente con su mundo interno para enfocarse en la pelea
con el terapeuta, y de esa forma se atasca y se ralentiza el tratamiento.
Utilizo las escenas con participación de otras personas del grupo, tanto para las

207
polaridades internas como externas, con relaciones interpersonales. No las uso cuando se
trata de identificaciones con elementos inanimados en sueños, viajes imaginarios, etc. y
con ojos cerrados.
En vez de la silla vacía, los compañeros del grupo toman los lugares del «otro», y con
eso busco aumentar la intensidad del intercambio y que le ayude al protagonista a
meterse más profundamente en lo que trabaja. Los compañeros actúan a veces solo
como presencia física y otras con palabras, pero siempre cuidando de que no proyecten
masivamente lo propio.
El protagonista muestra, primeramente, los distintos roles para que algún compañero lo
imite, y luego comenzamos la escena desde esa imitación. Cuando va avanzando el
trabajo, a veces, el compañero se deja resonar y puede expresar algo de lo que siente
ante lo que está recibiendo del protagonista, lo que, generalmente, es útil para el que
trabaja esta respuesta como una posibilidad.
En ocasiones le pido a ese compañero que ayuda que salga y continúo con la silla vacía,
sobre todo si veo que no está siendo útil la intervención de la otra persona.
Las escenas didácticas para polaridades que uso más frecuentemente son las del yo
intelectual/ yo sensible; lo nombro de esta forma aunque no deja de ser similar al perro
de arriba y perro de abajo, pero me parece que lo comprenden mejor.
Veo en la lucha entre estas dos partes algo central para la aceptación del sí mismo, sobre
todo en adicciones. He visto muchas adicciones afectivas, trastornos de la alimentación
(bulimias), historias de abuso sexual o emocional graves, maltrato físico, etc. en las que
han servido estas escenas para una transformación que no conseguíamos con la silla
vacía y otros modos más clásicos de trabajar las polaridades. Se intenta establecer
comunicación entre el yo intelectual (adulto) y el yo sensible (niño), para lo cual invito al
paciente a escenificar, con otro del grupo, situaciones de dificultad de padre o madre con
su hijito/a, como, por ejemplo, que no quiere ir al cole por miedo, no quiere vacunarse,
llora porque se cayó y se hizo daño, o tiene una diabetes y no quiere comer lo que le
indican, etc., y comprobamos cómo se comportan los adultos, espontáneamente, con el
niño.
Vemos, muchas veces, la dificultad de consolarlo, contenerlo y acompañarlo, y el intento
de que cambie su actitud a partir de explicaciones racionales –inadecuadas para la edad
del niño–, y también, la poca paciencia ante la dificultad, que es mayor en ese tipo de
pacientes. Lo que sí se ve muy frecuentemente también es que quieren tratar bien a ese
hijito/a; la dificultad está en encontrar la forma adecuada de hacerlo.

208
Luego representamos escenas con sus propios personajes internos, con miedos, enfados,
dolores, etc., y en ellas, por lo general, no muestran la intención de ayudarse y tratarse
bien como con el niño.

209
Con esto me propongo que puedan ir encontrando, dentro de sí, un «aspecto consuelo»
o aspecto cuidador, terapeuta interno o madre o padre, de cualquier modo que lo
llamemos. Lo llamo aspecto consuelo para que incorporen la función al nombre y les sea
más fácil recordar el sentido de tener una parte de sí que les cuide bien y les contenga en
las situaciones difíciles. Ya sabemos que, luego, esto interno lo podrán proyectar afuera
para encontrar relaciones interpersonales y situaciones que les hagan bien.
En los casos de bulimias o adicciones afectivas o, incluso, en situaciones de maltrato, he
visto resultados interesantes con estas escenas, ya que la parte adicta es terriblemente
despreciada por la persona y tiene un poder enorme dentro de la totalidad de ella. En la
silla vacía cuesta mucho profundizar. Con la escena del niño lo ven más claro, y puedo
entrar yo misma u otro/a compañero/a para acentuar a la parte adicta como placer y
como propensión al quiero, quiero, quiero, de modo que se vea claramente el poder que
ha tomado y que no bastan las buenas intenciones racionales de cambio, y desde ahí he
encontrado mejores resultados.
También en la adicción a la rabia, a «fabricar» rabia, más frecuente en algunos eneatipos,
y que es difícil de soltar, uso las escenas didácticas para que se vea lo que es el
movimiento propio o el intento de mover al otro con la consiguiente impotencia y rabia.
Sobre todo en parejas o relaciones significativas, en las que uno se siente víctima del otro
y rabioso/a consigo por mantener la situación. En estos casos ha sido útil que contacten
con su propia potencia, asuman su poder personal, que se centren y desde ahí miren toda
la situación, que se dejen sentir el dolor por lo que es y por lo que no es o no hay e
intenten encontrar algo nutritivo para que puedan decidir y dejar de intentar mover la
pared…
Una pregunta para la tortura interior. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?
¿Y por qué no a mí? Son los misterios de la vida…
Con las parejas o en las relaciones interpersonales cuando hay conflictos, en vez de
separarse y cambiar de pareja o de amigos, familia, trabajo, terapeutas, etc., hay que
afrontar la crisis, revisar lo que pasa y buscar la libertad interior y la libertad y
comunicación directa en la relación para poder acompañarse en el crecimiento. Crecer
con las crisis y encontrar modos creativos de resolver los conflictos. Por supuesto que si
las diferencias son importantes y/o los sujetos no quieren estar juntos, se pueden separar
y cada uno buscar su camino en libertad.
Cuando hago terapia de parejas, le doy importancia al anhelo de cada uno, y a que se lo
muestren. Hacemos las escenas de lo cotidiano y vamos revisando en ellas cómo

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ocurrieron y cómo desearía cada uno que el otro se hubiera comportado, cuál sería su
ideal para cada escena; que se lo muestren, que lo representen y que así el otro lo vea y
lo sienta. Entonces cada uno de ellos puede percibir más de los deseos del otro que si
solamente se lo dicen con el discurso habitual. En las parejas también veo bastantes
relaciones de lucha de poder y que les cuesta incluir lo diferente de cada uno. La
pregunta es: ¿queremos una pareja que sea igual a nosotros o podemos aceptar y
disfrutar, incluso, de las diferencias?

MI ENCUENTRO CON LAS CONSTELACIONES FAMILIARES

En el año 2000 me tocó vivir una enfermedad familiar muy grave, y eso me llevó a
iniciar una nueva búsqueda de alternativas y posibilidades para encontrar mejoría, ya que
con lo que había no alcanzaba.
Así encontré a Bert Hellinger, en Vitoria, en un taller organizado por Luis Fernando
Cámara, y pude trabajar lo mío con ese nuevo enfoque. Lo que había leído y recibido de
información por otros compañeros me había interesado, aunque con muchas dudas.
La experiencia personal con las constelaciones familiares fue conmovedora para mí y me
llevó a seguir profundizando en ese camino, por lo que comencé a estudiarlo y a invitar
consteladores a la escuela, al principio para que los interesados pudieran conocer,
experimentar y trabajar lo personal con ese enfoque y más tarde para que nos
pudiéramos formar y poderlo usar en nuestro trabajo. La formación la dirige Carlos
Bernués, con quien me une, además, una gran amistad.
Lo que me tocó vivir me marcó el camino, y la terapeuta que soy hoy es el resultado de
lo vivido y de lo aprendido.
Las experiencias personales, sobre todo las difíciles, me han influido en mi modelo de
relación con los pacientes, en el cómo de mis intervenciones, y me ayudaron a buscar
nuevas alternativas, nuevos caminos para mi trabajo.
Por otro lado, lo vivido como terapeuta ha enriquecido mi vida muchísimo. La creación
de la Escuela Canaria de Psicoterapia Gestalt y Desarrollo Armónico tuvo el propósito de
conseguir un lugar de pertenencia y crecimiento, y me ha dado muchas satisfacciones.
He dado y recibido mucho. Especialmente importante ha sido la ayuda y la compañía de
Clara Luz González como socia de la escuela, con quien me une también una gran
amistad.
Pertenecer a este «mundillo» de los que caminamos hacia nuestro Ser –ya seamos
pacientes, alumnos, terapeutas o formadores– y trabajamos con ese propósito me ha

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regalado relaciones afectivas, amistades, intercambios de experiencias, de ideas –
incluyendo peleas y desacuerdos– que son mi mayor riqueza y me ayudan a avivar el
fuego de estar viva cuando decaigo y la llama se debilita.
A todos los que me han acompañado estos años: GRACIAS.

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213
Tiempos de cosecha
Annie F. Chevreux

12

Ahora que me acerco a la edad en que la mayoría de la gente plantea jubilarse, quiero
reflexionar sobre lo que significa para mí el oficio de terapeuta y centrarme en los
aspectos específicos que me impulsan a seguir practicándolo.
Al titular mi escrito «Tiempos de cosecha», me inspiro en la conferencia de Zalman
Schachter1, «Los tiempos de la cosecha», que tuvo lugar en el I Simposium
Interdisciplinar sobre el Hombre (Toledo 1991) y que reunió a diversas y relevantes
personalidades del ámbito humanista y espiritual. En su peculiar visión integradora del ser
humano, Schachter resaltaba la etapa final de vida de la persona consciente como la de
su máxima lucidez para acompañar a otros a hacer las paces con la propia mortalidad.
Recuerdo que me impresionó la falta de solemnidad, la naturalidad y el humor en el tono
de este rabino jasídico para abordar un tema de tanta trascendencia. Aunque me falta
mucho para llegar a esa rotunda afirmación de sabiduría plenamente vivida, aquellas
palabras me sonaron como una anticipación esperanzadora de algo que aun no me
preocupaba y que, desde luego, más adelante me iba a concernir.
En estos tiempos de cosecha que atravieso ahora: época de consolidación y mayor
entendimiento del oficio, en esta especie de «flor de la edad» profesional en que me
siento inmersa, en un permanente proceso de aprender, necesito más que nunca oír, leer
y conocer testimonios de los viejos maestros del oficio, de los pensadores y escritores
que transitan o han transitado por el proceso de crear, trabajar y vivir. Me ayudan a
volver a la fuente, a la esencia del oficio, cuando la pereza, el cansancio y el desgaste
tienden a veces a banalizarlo y me dificultan mirar más allá de lo anecdótico del día a día.
Tal como el artista aprende a superar la técnica para expresarse a través de su arte, «todo
terapeuta experto dispone de un amplio bagaje técnico y a la vez trabaja creativamente
guiado por su intuición» (Peñarrubia 2008). Ambos aspectos no pueden estar separados
en la práctica del oficio. Sin embargo, no es el aspecto técnico el que impulsa a seguir

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trabajando después de muchos años. Con la experiencia, una deja de preocuparse por la
técnica porque la ha integrado. Si el oficio fuera pura técnica, bastaría saberlo hacer y no
costaría retirarse ni dejar de ejercerlo. Creo que es la inspiración artística, el sentido
artístico y espiritual del oficio, lo que hace que no se quiera perder la conexión con
aquello que ocurre en el encuentro con el otro. Este encuentro es, según Peñarrubia,
«una obra de arte por realizar, tan llena de riesgos, temores y posibilidades como un
lienzo en blanco». (Peñarrubia Ibíd.)
Creo que es precisamente eso, la posibilidad de ampliar la conciencia y enriquecer la
existencia, lo que impide dejar de ser terapeuta, al contrario de un funcionario que sí
podría dejar de serlo. Ni el pintor ni el escritor dejan de serlo por mucho que estén en el
dique seco y sin inspiración. Al atravesar este aparente infierno, tienen conciencia de su
impasse. Por esa «vía del vacío fértil» transita también el terapeuta gestáltico, haciendo
de la inseguridad, de la pérdida de fe, de la sequía y del desánimo una herramienta de
trabajo que, por contagio, ayuda a otros a atravesar las etapas implosivas del proceso
terapéutico como naturales, necesarias e inevitables del vivir y del crecer.
Vivir y crecer entraña hacerse consciente de la muerte en el sentido literal de que la
muerte física algún día llegará, por mucho o poco que se la tema. Gracias a mi oficio he
aprendido el sentido profundo de la expansión y de la contracción que es metáfora de la
vida y de la muerte y del ciclo incesante de renacimiento y disolución.
Está claro que esto no me va a librar de envejecer, de cansarme más, de perder
facultades, pero mi oficio me ha enseñado a mirar la vida en perspectiva, de forma que
todo aquello considerado como hándicap desde el punto de vista convencional pueda ser
transformado en recurso personal.
Ser terapeuta es mi manera de ganarme el pan, pero, además, me proporciona el
privilegio de poder elegir cómo y hasta cuándo quiero trabajar, mientras que a la mayoría
de la gente se la jubila por ley. Aunque para muchos la norma impuesta desde fuera
calma la angustia de tener que elegir por sí mismos, me parece desolador que la
jubilación signifique dejar de depender (horarios, jefes…), con la consiguiente euforia por
recuperar el tiempo perdido, «la verdadera vida». O que para otros sea deprimirse,
sentirse relegados y angustiarse por no encontrar cómo ocupar el tiempo que les queda
por vivir. Entre ambos extremos («Por fin voy a vivir» – «¿Ahora qué voy a hacer?»)
subyace una visión sesgada de la vida, como si discurriera fuera de uno. Me siento
privilegiada por no haber tenido que separar artificiosamente mi vida del trabajo. Y
comparto la opinión de Maslow, de que: «El destino más hermoso y el regalo más
extraordinario del que puede gozar el ser humano es el de cobrar por dedicarse a hacer lo

215
que más le gusta» (Maslow 1983).
Por todo lo que voy diciendo, tengo curiosidad por esa etapa de mi vida profesional,
porque en la convencionalmente llamada «crisis de media edad» hay una oportunidad
para seguir explorando y experimentando las palabras de Perls: «Aprender es descubrir
que algo es posible» (Perls 1976) en cualquier momento de la vida. Parafraseando a E.
Jabès, no me puedo negar a mí misma tal como soy, no puedo salir de mí para ver qué
dice el mundo que tengo que hacer, suponiendo que al mundo le interese lo que haga o
no. Lo cierto es que tendré que jubilarme yo a mí misma. Y al decir esto recuerdo la
pregunta que mi maestro Claudio Naranjo nos hizo hace tiempo a un grupo de
profesionales:
—¿Por qué queréis ser terapeutas?
—Para aprender a envejecer –contesté ingenua y espontáneamente sin tener mucha
conciencia de lo que decía. Al ver el efecto de mi respuesta en su cara, intuí que aquello
cobraría plenamente sentido algún día para mí. Mientras va pasando el tiempo, siento
que todo aquello que aprendí desde que empecé mi propio proceso de crecimiento (en
especial que la terapia gestalt, además de un enfoque terapéutico, es una filosofía de
vida) se ha encarnado dentro de mí a través de desarrollarme como terapeuta. No podría
concebir ahora otra manera de vivir ni de trabajar que no fuera esta de «entregarse a lo
apolíneo y a lo dionisiaco, al espíritu de ayunar y de festejar de la terapia gestalt»
(Naranjo), es decir: aprender a envejecer y a estar solo (lo apolíneo), y cultivar el espíritu
del eterno principiante siendo veterana en el oficio (lo dionisiaco).

APRENDER A ENVEJECER

La instantánea que me vino a la mente cuando le contesté a Claudio era la de una


viejecita riéndose, sentada a una mesa camilla, fuerte, etérea, alegre. Esa fue la foto que
tuve de mí como terapeuta en aquel momento. Aún no me reconozco en ella, pero quiero
enfocar aquí lo que ha ido pasado entre esas dos imágenes: la joven de aquel entonces,
recién estrenada en el oficio, y la viejecita proyectada en el futuro.
En mi vida personal, entre ambas imágenes, aparece un proceso de deshacer clichés y
estereotipos, y los más pesados y condenatorios son los que giran alrededor de la vejez
por venir. Sin embargo, en el trabajo es donde aprendí realmente a envejecer, porque es
algo que va haciéndose mientras se desarrollan niveles más profundos de conciencia;
todo comienza la primera vez que una se sienta enfrente del otro, sea un paciente o un
grupo, y empieza a practicar el sentirse responsable de sí misma, independientemente de

216
la edad cronológica y de los conocimientos adquiridos hasta entonces.
Aprender a envejecer-responsabilizarse es hacer las paces con la propia mortalidad y
darse cuenta de que no se es Dios. Porque al empezar a trabajar, por mucho que una se
sienta humilde y generosa, hay demasiado empeño puesto en curar al otro. Ese impulso
mesiánico de querer salvar al otro, que tiene tanto de egoísta como de santo, es el motor
del deseo de ser terapeuta, y se le puede considerar como el origen de la vocación. Sin
embargo, creo que la auténtica vocación se consolida en la medida en que se aprende a
rendirse a la evidencia de que no todo depende de una.
Sentí algo parecido al empezar a trabajar. Que lo que había sido saludable para mí en mi
proceso, no tenía por qué ser saludable para el otro: por ejemplo, el descubrimiento de
que la verdadera vida transcurría fuera de lo estrecho y de lo convencional. Sin embargo,
hay personas que no quieren desarrollarse fuera de las convenciones sociales. Por otra
parte, no todo el mundo quiere dejar de atormentarse, porque sufrir, por paradójico que
parezca, es una manera de sentirse pleno en la vida. La mayoría de las veces, la gente no
quiere ser salvada, y por muy dependiente que pueda llegar a mostrarse, los intentos de
querer ayudar son recibidos como excesos de prepotencia del terapeuta.
Aprender a envejecer es darse cuenta de que no siempre se da el encuentro, o que no se
da como una quisiera que se diera; que no siempre se puede o se sabe ayudar. Cuesta
reconocerlo, hacen falta muchos años de práctica para confesárselo sin vergüenza, sin
verlo como un fracaso, sino como una realidad de la que responsabilizarse:
«Conforme pasa el tiempo, la madurez del terapeuta se refleja en actitudes de
humildad (aceptando los límites, lo que no sabemos), de participación selectiva
(aprender a hacer lo justo, ni más ni menos), de encuentro (presencia yo-tú​) y
finalmente de aceptar la culpa retrospectivamente (desde el presente se ve más
claramente lo que uno hizo mal en el pasado, cuando se tenía menos experiencia)»
(Bugental en Peñarrubia 1983).
Por mucho que se haya aprendido que ser terapeuta es hacerse cargo de los límites y
recursos personales, el sentido profundo de todo esto se descubre cuando una ya no se
distrae tanto en convencerse a sí y al otro de la propia valía.
Cuando dejé de evaluar los procesos que acompañaba en términos de éxito o de fracaso,
gané mayor presencia en el encuentro: estar presente, quitarse de en medio, en el sentido
de no intentar nada más allá de estar en contacto con una misma y a plena disposición de
la otra persona. Dejar de evaluar es promover, estimular verdaderos encuentros y dejar
fluir la auténtica comunicación: el otro escucha porque yo me estoy escuchando, soy útil

217
al otro porque me soy útil a mí misma.
Desarrollar esta confianza natural contagiosa requiere años de práctica y atravesar
muchas inseguridades. Cuando una siente que puede ayudar desde esta vivencia tan llena
y gozosa, que ha tardado en poder afinar, cuesta dejar de trabajar, cuesta renunciar a este
disfrute que, aunque no siempre, se da, y que compensa por las veces en que una se
siente poco inspirada o con temor a entregarse.
Con las personas que acompañé, aprendí a envejecer, es decir, a limar y potenciar por
igual aspectos de mi carácter que dificultaban el contacto, como la impaciencia, la
impulsividad, la terquedad​ y a desarrollar otros que descubrí trabajando, como la
compasión y el amor. Aprendí a soltar y a contener. Conforme me fui sintiendo útil,
empecé a recibir el reconocimiento, que el otro solo te concede cuando dejas de jugar al
poder y estás sobre tus propios pies.
Así, poco a poco, se va plasmando la propia voz, la manera natural de estar, de ser una
misma, depurada de modelos aprendidos: la alquimia que se produce entre lo que se ha
aprendido y lo que se es en el presente. Sentir cada vez más ser la misma persona
cuando se trabaja y cuando no. En el trabajo y en la vida el proceso es el mismo. Una
vive y trabaja a la vez, o trabaja y vive a la vez, porque no hay otro presente que el que
hay ahora. Cuando se da esta cualidad de sentirse viva, entra mucha alegría,
agradecimiento y desconcierto, porque ya no se sabe si es la experiencia de vida la que te
hace mejor terapeuta o el trabajo de terapeuta mejor disfrutadora de la vida.
El desarrollo de la voz interior optimiza la calidad de la escucha. Es «el arte de pararse,
el silencio receptivo… retirarse o escuchar en el interior de uno mismo y de las cosas»
(Durckheim 1989). Es la escucha meditativa, el punto 0 (el punto de no diferenciación
entre opuestos) de la terapia gestalt que permite «librarse de los contactos superficiales…
guardar distancias» (Ibíd.), estando más cerca y presente que nunca en el encuentro, y
poner el oído hacia dentro, hacia el maestro interior.

218
La voz interna va saliendo sin que intervenga la voluntad. A menudo se la escucha como
si no fuera propia. Sorprende, anima, da confianza. La reconozco como mía y verdadera
en el encuentro con el otro, porque la escucha se afina cuando no hace falta esforzarse
tanto por ser una buena escuchadora. Se trata de sustituir la preocupación por el
resultado, el control del éxito o fracaso por la espontaneidad: una espontaneidad que no

219
es exhibicionista sino natural y deliberada (Naranjo). Para mí fue descubrir lo que ocurre
cuando dejo de preocuparme de si he sido auténtica o no: no juzgarme, sino aprender a
soltar para no ahogarme ni dejarme ahogar, contener para no ahogar al otro, observar y
escuchar. Cuesta llegar a ese equilibrio en la relación yo-tú, que no siempre se da, pero,
por lo menos, se van conociendo los ingredientes para que se dé.
Aprender a envejecer en el oficio es permitirse ser cada vez más una misma, y significa
aprender a estar sola. No en el sentido de falta de compañía, porque el acto terapéutico
ocurre en el encuentro, sino en el sentido de libertad interior estando con el otro, paciente
o grupo.
Parece que la soledad y el sentimiento de aislamiento son frecuentes y casi una
inclinación natural en la vocación de ayuda. Según Guy, la mayoría de las biografías de
los terapeutas tienen un cierto «sello» solitario, por haber desarrollado tempranamente el
papel de confidente y observador en el entorno social y familiar.
Todo esto suele traducirse más adelante en una necesidad de aislarse de la familia y de
los amigos: sin embargo, «En el fondo, el terapeuta se ha sentido solo antes de serlo, un
ser “algo diferente” que ha hecho de sus límites y preferencias su propia profesión» (Guy
1995).
La inclinación a la introspección y a la soledad se transforma en herramienta de trabajo.
Al limpiarse de modelos ajenos, van cayendo los introyectos, aquellos pilares de la
neurosis ajena internalizados que ya no sirven tanto al estar sobre los propios pies.
Paradójicamente, este autoapoyo es la antesala de dejarse caer y entregarse. Participar
con menos intensidad, pero no con menos interés, en la relación con el otro, desde el
lugar interior, la verdadera soledad interior personal e intransferible. Despojarse de cargas
y frenos hace sentir como un árbol podado frente al otro. Al dejar caer lo que sobra, se
experimenta esa peculiar desnudez que se siente como propia y propicia que emerja la
del otro. No es la soledad de retirarse, sino la que se transparenta en el verdadero
encuentro.
Da vértigo percatarse hasta sus últimas consecuencias de que una solo puede contar
consigo misma. Puede parecer prepotente, pero es enormemente humilde y real a la vez,
porque una sabe que sabe poco y se sabe frágil con semejante fuerza. Creo que es en
este estado de soledad interior, buscada o encontrada, donde se siente el verdadero
autoapoyo, el significado profundo de lo enunciado por Perls: estar en cueros sobre los
propios pies.
Cuando digo que van cayendo los introyectos, no digo que he dejado de sentir miedo o

220
culpa por errar a veces, por no sentirme del todo útil, por pensar que no me he esforzado
lo suficiente en la tarea, por no estar del todo en la concentración y la atención que
requiere. Digo que ya no me sirven en el presente el miedo y la culpa, más allá de
compadecerme de mí misma. No me sirve retroceder a la vieja creencia de que, por
confesar fallos y pedir perdón, me voy a salvar. Siento que ni la culpa ni el miedo me
consuelan ni me protegen cuando trabajo. Creo que ha pasado el tiempo de las muletas y
me toca andar firme y torcida. Como dice E. Jabès: «En el límite de la noche ya no le
puedes preguntar a tu sombra de dónde vienes ni quién eres» (Jabès 2002);
personalmente, me siento lejos de compartir, por edad y sabiduría, esta vivencia de
esplendoroso desapego, sin embargo, me anima a enseñar la cara y a despreocuparme.
Entonces, ¿por qué el miedo? Porque en este proceso de aprender a andar sola se
transita a partes iguales por la esperanza y por el desaliento. Es la consecuencia de no
estar ya en primera línea ni del interés ni del deseo del otro, y se siente pánico y
liberación a la vez. Una quisiera, por muy neurótico que sea, recurrir al pensamiento
convencional, el que recomienda temer algo y no ser prepotente. Esa libertad la avisaba
Claudio Naranjo al afirmar que «en este camino de conocerse, uno se encuentra cada
vez más solo». En aquel entonces, estas palabras me sonaban más a condena que a
libertad. En el presente, sé que es tan deleitoso como inevitable. A veces una quisiera
volver a esconder la cabeza debajo del ala, volver a ese estado narcisista, al seno
materno. Por mucho que quisiera, en momentos de inseguridad, agarrarme a una
promesa de salvación, sé que es imposible. Porque hace tiempo que soy huérfana, que
he hecho las paces con mis padres. Y cuando trabajo, es como si pudiera verme desde
fuera, velando por mí, disciplinándome y nutriéndome de lo que se da. Pienso que
cualquier terapeuta maduro puede compartir esta vivencia de maternarse y paternarse a
la vez, de ser uno su propio hijo. Es rico experimentar todo eso, porque me permite
trabajar sin red, contundente y flexible al mismo tiempo, y enfocar la existencia y el
trabajo desde otro punto de vista antes desconocido. Tiene que ver con cambios en la
noción del tiempo, que percibo más circular que lineal. Ser joven, madura o vieja dentro
de la trayectoria vital y profesional ya no significa lo mismo. Son ideas fijas que se
transforman en proceso: el de integrar a la terapeuta veterana y a la eterna principiante.

VETERANA Y ETERNA PRINCIPIANTE

El equilibrio entre ambas actitudes hacia donde se inclina el terapeuta experimentado


parece formar parte también de la búsqueda del artista maduro; así habla el músico
Daniel Barenboim:

221
«El trabajo de estudio no termina nunca, hay cosas que las toco desde hace sesenta
años y las conozco de memoria. Pero, nunca viajo sin la partitura, porque, al leerla,
siempre descubro algo nuevo. Pero cuando te sientas a tocar tiene que ser como si
estuvieras inventando en ese momento. El que no tiene esta capacidad y revela en
su manera de interpretar cómo estudió la obra, aburre. Y quien no tiene el trabajo
previo, aunque parezca que improvisa, pierde la conexión» (Barenboim en Verdú
2011).
Como terapeuta gestáltica, para mí «leer la partitura» es revisitar a Perls, repasar los
conceptos de la terapia gestalt antes de un grupo de formación, volver a leer los libros
clásicos de nuestra disciplina. Por mucho que me los conozca de memoria, no es nunca
repetitiva la lectura. Pensar en un posible esquema sirve para refrescar y también
actualizar el modo de transmitir la enseñanza, aunque solo sirva para eso, para ponerse al
día y luego soltarse en el Aquí y Ahora de la situación grupal​ hay que prepararse para
llegar con la mente en blanco.

222
En el presente, cada vez siento más que trabajar es cultivar el espíritu del eterno
principiante que preconiza el zen (Naranjo) y nutrirme de la experiencia que dan los años
de práctica del oficio. Puede ser que parezca contradictorio intentar aunar estos dos

223
aspectos, sin embargo, creo que no lo es, porque la veteranía de la que hablo aquí no es
la de dar consejos a los demás (dice el refrán: «El que da consejos, no llega a “viejo”»),
sino la que se relaciona con el peso de la experiencia. Pero la experiencia no es un peso,
sino algo que me facilita el trabajo: fiarme del impulso, no perderme tanto en los detalles,
ir más rápidamente al grano, agudizar la percepción de lo que surge en el Aquí y Ahora
del encuentro, etc. Son los años de experiencia los que me permiten ser más ágil, darme
cuenta de cómo me desanimo frente a las respuestas repetitivas de los pacientes
(resistencias, excesos de ego…), y poder restablecer la corriente con ellos. Consiste en
estar viva, es decir, enteramente presente. Por ser veterana, no puedo tampoco
engañarme a mí misma y convencerme de que acompaño al paciente cuando sutilmente
intento controlar la situación a mi favor o imponer mis propios criterios. En esta actitud
de veracidad hacia mí misma y de naturalidad en reconocer los abusos hacia el paciente,
se transparenta la frescura de la eterna principiante con la experiencia de la veterana: es
un mismo afán por explorar y experimentar.
Desde luego, disciplinarme en enfocar lo previsible como si lo viera por primera vez me
parece el mejor antídoto para que el encuentro terapéutico se asemeje a lo que realmente
es: emprender un viaje, en el cual no se trata tanto de descubrir algo nuevo, sino de mirar
con los ojos limpios. Esta actitud de dejarse sorprender y mantener la mirada fresca
sobre lo que ocurre es propia del zen, de la terapia gestalt y del arte. Y me parece que
cualquier terapeuta o artista maduro puede corroborar, respecto al proceso de trabajar y
de crear, que:
«Es siempre la misma playa, pero son otros pies… no hay más que estar dispuesto y
prestar atención​ si se dispone de un poco de paciencia, se puede ver algo que antes
no se había visto​» (Gombrowicz en Loriga 2009).
Aunque parezca paradójico, mantener la mirada limpia es aceptarse también a veces
cansada, aburrida e intolerante. En el momento actual yo estoy más en la contención y el
vacío, y por eso frente a un paciente que se distrae y se desresponsabiliza de sí mismo,
me impaciento. Claro que podría acompañarle desde la experiencia, pero prefiero
dedicarme a otras cosas que me dan más satisfacción: al sentirse una más mortal, cuesta
tolerar a los que se creen inmortales y con derecho a perder el tiempo y a hacer el tonto.
Es verdad que a veces cuesta compartir las vivencias de las personas más jóvenes. Si
considero mi trayectoria profesional cronológicamente, sé que al principio he sido
hermana mayor, luego madre y ahora abuela de la gente que acompaño. Sin embargo, el
desconcierto que me produce no sentirme del todo coetánea del otro, me permite
ponerme al día con mi experiencia vital y personal. Por ejemplo, recuerdo que cuando

224
era joven no siempre compartía las aficiones de los demás. Ni eran tan fluidas ni tan
armoniosas las relaciones. Darme cuenta de esto me permite no idealizar el pasado, como
suele hacer todo el mundo respecto al tema de la edad.
Es obvio que cada generación busca la manera de existir sin apoyarse en las muletas
heredadas de los mayores. A nivel individual, la gente quiere crecer y encontrar el modo
genuino de vivir la propia vida. En esta búsqueda hay dos interferencias: acomodarse y/o
rebelarse respecto a los valores externos. Como formas de ceguera, me parece que no
son propias de épocas concretas (como la juventud​), sino que abarcan la vida entera. Si
en el presente me acomodo a los dictados sociales, entonces se me acerca el momento de
retirarme. Si me rebelo en contra de ellos, me engaño a mí misma respecto a la fuerza, el
entusiasmo y la determinación para empujar y activar procesos terapéuticos. Si me
centro en mí y en lo que he aprendido a través de mi proceso como persona y terapeuta,
dejo de distraerme con los valores externos, veo lo que puedo hacer y cómo enfocar el
trabajo de aquí en adelante.
Hoy en día tengo puesta toda la energía y el interés en formar y supervisar, porque me
permite ampliar la visión del trabajo y reflexionar sobre el oficio. Es gratificante
acompañar a los alumnos, trabajar con ellos, ver cómo crecen, florecen, se estancan y
vuelven a brotar. En esta tarea siento como si cuidara de un invernadero.
Creo que hay algo profundamente espiritual en enseñar y supervisar: sentido de filiación,
de pasar el testigo a los que, a su vez, van a ayudar a otros a romper las cadenas de la
enfermedad, no a ser más felices quizá, pero sí a ser más conscientes de estar vivos.
Personalmente, me parece esencial recordar que, independientemente del motivo por el
cual una persona emprende un proceso terapéutico, ir a terapia significa sobre todo
aprender a vivir. Y creo que a veces los terapeutas tendemos a quedarnos excesivamente
pegados a los aspectos neuróticos del paciente y a todo lo que en consecuencia tiene que
trabajar, limpiar, curar, estrechando la mirada en lugar de ampliar el campo de visión a la
universalidad de los males del alma, que todos compartimos de una manera u otra.
Maslow fue el primero en considerar la psicología de la salud:
«La ciencia de la psicología ha prosperado mucho más del lado negativo que del
lado positivo y nos ha revelado muchas más cosas sobre los problemas,
enfermedades y pecados del ser humano que sobre sus potencialidades, virtudes,
aspiraciones y alturas psicológicas. Es como si la psicología se hubiese limitado
voluntariamente a la mitad, más oscura y mediocre por cierto, de su legítima
jurisdicción» (Maslow 1991).

225
Actualmente, lo que me interesa investigar y profundizar en pequeños ciclos de postgrado
(con alumnos que ya cuentan con trabajo personal y didáctico) es ese aspecto del trabajo:
educar y afinar la sensibilidad artística para ampliar la percepción del mundo.
Aunar el arte con el proceso interior como búsqueda psico-espiritual me parece esencial
para recobrar o desarrollar la capacidad de contemplar y apreciar el entorno más próximo
y hacer de la propia vida una obra de arte. Porque creo que en cualquier momento
cotidiano, por muy anodino que parezca, puede surgir la conexión con el alma, que estoy
convencida que necesitamos cuidar porque es donde anida la poesía de cada uno: la
manera propia de experimentar la profunda alegría de sentirnos vivos: alegría entendida
como contentamiento, no «como conformidad alborozada con lo que ocurre, sino con el
hecho de vivir» (Sabater en Vila-Matas 2010).
La mayor parte de mi trabajo se desarrolla actualmente dentro del encuadre grupal,
porque el grupo es el lugar privilegiado para innovar y ponerme a prueba. Como
veterana, puedo anticipar los estados de ánimo por donde voy a transitar: intranquilidad e
inseguridad frente a lo desconocido.
A menudo coincide con trabajar fuera de casa, fuera de las referencias habituales (con la
desazón que eso produce), pero también con el apoyo del conocimiento y de la
experiencia. Me gusta dejarme sorprender, sentirme insegura y confiada a la vez, no
renunciar a la excitación que Perls llamaba «pánico de escena».
Creo que ese pánico de escena, lo sentimos los terapeutas gestálticos, por muchas horas
de práctica que tengamos, casi siempre que nos ponemos delante de un grupo. Con el
tiempo puede disminuir o aumentar, sin embargo, algo cambia en la manera de
experimentarlo. Al principio yo lo vivía como miedo a no enterarme de lo que pasaba y
que el grupo se me fuera de las manos. En la actualidad, tengo mayor conciencia de que
ese temor es un cosquilleo que me recuerda que estoy viva y presente como lo está el
grupo al que acompaño, con su apertura y sus atascos, y que desde luego no existe otra
situación mejor o peor que la que nos toca atravesar. Me parece que es precisamente en
la capacidad de poder sostener esta mezcla de aprensión, serenidad e impulso para
soltarse, donde se aprecia el proceso de maduración de un terapeuta. Como es algo que
se va haciendo con el trabajo y el tiempo, cuesta dejar de trabajar, porque es
exactamente ahí donde ocurre. El espacio grupal es el laboratorio común. También para
el terapeuta es el lugar de ensayo donde transformar esa manera de estar en algo cada
vez más natural. Al permitírmela y afinarla, facilito que el grupo se contagie de esa
actitud.

226
Porque sentirse sólida y frágil a la vez, es decir, abierta, alerta y no defendida, es, a mi
parecer, la manera irremediablemente saludable de estar en la vida y en el mundo.
Creo que el máximo exponente de esta cualidad de ser y de estar lo ilustra el ejemplo de
Perls ante la explosión de ira de una participante de un taller en Esalen:
«Se me vino encima con una silla en la mano, dispuesta a aplastarme. Le dije
tranquilamente: “Sigue no más, yo ya he vivido mi vida”. Y con eso ella despertó de
su trance» (Perls en Peñarrubia 2008 p. 207).
La respuesta de Perls va más allá del compromiso con la experiencia en curso. Implica,
además, el desapego, el jugarse la vida porque se está de verdad con el paciente, que, a
su vez, al ver que la cosa va en serio, deja de manipular. En esta manera de ponerse en
el trabajo es como si Perls encarnara el pensamiento de Nietzsche respecto a la vida y la
muerte: «Muérete cuando sea el momento»; vivir a medias es la peor afrenta que se le
puede hacer a la vida; pensamiento que, como sabemos, fue decisivo en el despertar
intelectual y espiritual de toda la generación de Perls, y que está implícito en la filosofía
de la terapia gestalt.
Que la noción de vida y de muerte sean los dos extremos de la misma polaridad parece a
primera vista obvio y sencillo, como casi todos los conceptos de la terapia gestalt. Sin
embargo, he necesitado muchos años para descubrir que todo aquello que era fácil de
entender y de sentir emocional y sensorialmente era, sin embargo, complejo de integrar,
aunque significara encontrar lo que estaba buscando, respecto a cómo vivir mi vida y
actuar en el mundo.
Creo que ese modo peculiar de encarar la vida y la muerte está presente en todas sus
variantes en la infinita sucesión de polaridades que somos. Toma cuerpo en el gesto de
Perls de abrir y cerrar el puño para definir lo que es una mano, y se expande en la
experiencia vital a través de acatar el destino (lo apolíneo) y gozar de lo posible (lo
dionisíaco).
Respecto a la visión existencial de la terapia gestalt como equilibrio entre ambos aspectos,
quiero referirme aquí a dos personajes literarios que tengo presentes últimamente. Son
dos figuras de abuelas. Una es la lapona que se retira a morir al bosque porque ya no
puede curtir las pieles. La otra, retratada por Bertrand Russell en sus Memorias, calla a
los que se quejan del mal tiempo afirmando que es preferible que haga mal tiempo a que
no haga ninguno, y que es mejor esperar algo a no esperar nada.
Suele decirse que: «sólo en la vejez se tiene la visión completa de la vida». Aunque me
falta mucho para comprobarlo, esta perspectiva de totalidad es la quintaesencia del

227
enfoque existencial en términos de polaridades. Por el momento, quiero seguir trabajando
en lugar de esperar sentada a que llegue la muerte, porque sostengo que «la espera hay
que entenderla como afirmación del presente, sin nostalgia del pasado ni temor del
futuro» (Vila-Matas 2010). Para eso necesito no perder la conexión con el oficio,
practicarlo y no descuidar la disciplina, la gimnasia espiritual que supone actualizarme
frente a la persona a quien acompaño. Quiero seguir cambiando el «Yo soy» fijado y
regresivo del autoconcepto, por el «Yo estoy» puntual, sin hacer de la veteranía un cargo
vitalicio. No adormecerme, explorar, experimentar.
Además de todo lo anterior, hay otra razón de peso para no retirarme del oficio, que me
cuesta reconocer. El sentimiento altruista de enseñar a otros a encontrar el propio camino
va unido a la satisfacción de sentirse reconocida. Sé que hay cosas que digo en el
presente que antes no se me escuchaban, probablemente porque ahora las digo con
mayor propiedad. De todas formas, es un gran alivio perderle la vergüenza al sentido real
de la verdadera entrega (tan generosa como egocéntrica) y poder reivindicar el narcisismo
(tan inevitable como denostado). Dice Yalom de uno de sus personajes:
«Le encantaba ser terapeuta, le encantaba conectarse con otras personas y ayudarles
a conseguir que algo cobrara vida dentro de ellas. A lo mejor su trabajo era su
manera de sublimar la conexión perdida con su esposa; a lo mejor necesitaba el
aplauso, la afirmación y la gratitud de aquellos a quienes ayudaba. A pesar de que
sórdidas motivaciones operaban en él, daba gracias a su trabajo» (Yalom 2008).
No puedo perder la conexión con mi trabajo porque, parafraseando a Miriam Polster
cuando afirma que la terapia es demasiado valiosa para dejarla a los enfermos, creo que
el oficio de terapeuta es demasiado valioso como para dejar de practicarlo cuando una se
hace mayor. En vez de llevar inexorablemente a la jubilación, lleva a la celebración.
Celebrar el Jubileo, el Jobhei de los antiguos hebreos, que José Antonio Marina describe
como: «la gran fiesta mosaíca celebrada cada cincuenta años, en la que se perdonan las
penas y las deudas» (Marina 1999). Celebración, perdón, liberación es el sentido que
quiero seguir dándole a mi trabajo y a mi vida: la entrega a todo lo que trae de bueno,
malo, fascinante, doloroso o tedioso.
Cada vez siento más que vivir es un misterio, que la persona a la que acompaño en su
proceso es un misterio. Y no puedo dejar de ser terapeuta quizá por eso, para hacer de la
ignorancia y del vacío el lugar de exploración del misterio:
«Quien ve de lejos, ve claro. Y nebulosamente quien toma parte. Esta doble verdad
fundamental es una sola, y solo en apariencia dos contrarias. Tal es lo insondable, el

228
fundamento insondable, la puerta del último misterio» (Naranjo 2007).

BIBLIOGRAFÍA

Barenboim, D., entrev. por Daniel Verdú, El País, 23-2-2011.


Bugental, I. F. T., cit. por Peñarrrubia F., op. cit., p. 242.
Durckheim, K.G., Meditar, Mensajero, Bilbao, 1989, pp. 236 y 237.
Gombrowicz,W., cit.por Ray Loriga, El País, 30-8-2009.
Guy J.D., La Vida Personal del Psicoterapeuta, Paidós, Barcelona, 1995, p. 49.
Jabès, E., Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato, Galaxia
Gütenberg, Barcelona, 2002, p. 151.
Marina, J,A., Diccionario de los sentimientos, Compactos Anagrama, Barcelona, 1999,
p. 297.
Maslow, A., La Personalidad Creadora, Kairós, Barcelona, 1983, p. 294.
— Motivación y Personalidad. Díaz de Santos, Madrid, 1991, p. 239.
Naranjo, C., primer poema del Tao Té Ching, reconocido por el autor como la esencia de
la gestalt y citado en Por una Gestalt viva. La Llave, Vitoria, 2007, p. 372.
Peñarrubia, F., Terapia Gestalt, la vía del vacío fértil, Alianza Editorial, Madrid, 2008,
p. 287.
— op. cit., p. 293.
Perls, F., El Enfoque Guestáltico-Testimonios de Terapia, Cuatro Vientos, Santiago de
Chile, 1976, pp. 124-125.
Savater, F., cit por E. Vila-Matas en Perder Teorías, Seix Barral, Barcelona, 2010, p. 11.
Vila-Matas, E., en op. cit., p. 11.
Yalom, I,D., Mirar al sol, Emecé, Buenos Aires, 2008, p. 138.

1 . Schachter, Z. (1924) fue profesor de Psicología de la Religión (Universidad de


Boston). Uno de los fundadores del Jewish Renewal Movement. Integrador de la
corriente jasídica y de la tradición sufí.

229
Currículum vítae de las autoras
ADA LOPEZ ALONSO

Psicóloga, Especialista en Psicología Clínica,


psicoterapeuta con formación en Psicodrama, Gestalt y
Psicoanálisis. Miembro Titular, Didacta y Supervisor de
la Asociación Española de Terapia Gestalt. Trabaja en
Psicoterapia Individual y de grupo. Desde 1985 viene
colaborando en programas de formación en Terapia
Gestalt y Psicoterapia Integrativa en diversos institutos y
Escuelas así como en tareas de supervisión de
terapeutas. Actualmente es directora de formación en
Gestalt del Centro “Ananda Psicoterapia”.

ÁNGELES MARTÍN

Psicóloga clínica. Formada en Gestalt, psicoanálisis,


técnicas psico-corporales y psicodramáticas. Entre
1970 y 1974 trabaja en el Hospital Clínico de Madrid
en el departamento de Medicina Psicosomática. Ex-
presidenta y miembro titular y didacta de la AETG. A
finales de 1975 introduce la Gestalt en España, creando
en 1976 el Instituto de Psicoterapia Gestalt. Ha
publicado Cuando me encuentro con el Capitán
Garfio (no) me engancho, Manual práctico de
psicoterapia Gestalt y Los sueños en terapia Gestalt
en la Ed. Desclée De Brouwer. Así como Curso
superior I de formación en terapia gestalt Publicado
por la Escuela del IPG.

ANNIE CHEVREUX

230
Nació en París donde se doctoró en Hispánicas en la
Universidad de Nanterre. Desde hace tres décadas vive
en España. Se formó en Gestalt por la AETG, de la que
es miembro titular. Cofundadora y profesora de la
Escuela Madrileña de Terapia Gestalt, además de
psicoterapeuta en CIPARH (Madrid) y didacta invitada
en diversos institutos gestálticos. Discípula y
colaboradora de Claudio Naranjo. Desde los ochenta
ha integrado la espiritualidad y la psicoterapia centrada
en el carácter (Psicología de los Eneatipos). Autora de
El Berlín de Perls: El espíritu vanguardista en el
arte y la terapia gestalt. Edit. Mandala. 2007.

CARMEN GASCON QUINTANA

Licenciada en Psicología Clínica. Psicoterapeuta. Presidenta y


miembro titular y didacta de la AETG. Psicoterapeuta de la FEAP.
Directora de Síntesis, Escuela de Psicoterapia Integrativa. Formada en
Psicología Humanista y en diferentes corrientes de la misma: A.T.,
biosíntesis, movimiento armónico. Formada en Psicología Integrativa
con el Dr. Claudio Naranjo. Formación en psicoanálisis. Socia de la
escuela lacaniana de psicoanálisis. Co-fundadora de la Escuela Vasca de
gestalt y ex-didacta en ella. Formadora en diferentes escuelas
españolas de Gestalt. Ha publicado diferentes artículos, ponencias y
talleres en congresos y Jornadas.

CRISTINA NADAL

Psicóloga Especialista en psicología clínica.

231
de Potencial Humano de Londres. Miembro didacta y
supervisor de la AETG. Desde el año 1988 mi
trayectoria personal y profesional queda impregnada
por el trabajo realizado primero con Guillermo Borja y
después con Claudio Naranjo, director del programa
SAT, colaborando en algunas ocasiones en sus
programas SAT. Paralelamente me he ido interesando el
psicoanálisis, sobre todo por algunos de sus estudios en
clínica. Co-directora de la Escuela del Taller de Gestalt
de Barcelona y directora de Aula Gestalt.

GRACIELA ANDALUZ FARAONE

Licenciada en medicina por la Universidad de Buenos


Aires. Psicoterapeuta gestáltica y miembro titular y
didacta de la AETG. Terapeuta psico-corporal por Río
Abierto. Formada en Constelaciones familiares en el
Centro Bert Hellinger de Uruguay. Miembro
psicoterapeuta de la FEAP. Fundadora y directora de la
Escuela canaria de Psicoterapia Gestalt. Imparte
formación en Gestalt y Movimiento Armónico en
diversas Escuelas (Florencia, Buenos Aires, Madrid,
Roma…). Ha publicado artículos en la revista de la
AETG.

MACARENA DIUANA

232
Psicóloga clínica licenciada por la Universidad Católica
de Chile, y Master por la Universidad Católica de
Lovaina, Bélgica. Terapeuta gestáltica. Es co-fundadora
y actual directora de la Sociedad Luso-Española de
Psicoterapia Gestalt (SLEPG), en Lisboa, donde ejerce
también como formadora y psicoterapeuta. Colabora
con el Instituto de Psicoterapia Gestalt de Madrid
(IPG) y con el Instituto Gestalt de Florencia (IGF). Ha
publicado diversos artículos sobre inmigración.

MONSERRAT MENDICUTE GOROSABEL

Psicóloga clínica y Psicoterapeuta de la FEAP.


Formada en Bioenergética, Dinámica Grupal, Gestalt,
Psicoterapia Integrativa y Psicoanálisis Relacional.
Fundadora y directora de la Escuela Vasca de Terapia
Gestalt en Donostia (San Sebastián). Miembro
Supervisor de la Asociación Española de Terapia
Gestalt. Integra en su práctica clínica las diferentes
disciplinas dirigidas a la integración cuerpo, mente y
emoción.

PATRICIA ALÍU NAVARRO

233
AETG y de la AGBA. Co-fundadora, coordinadora
docente y supervisora de la escuela “Gestalt
Mediterráneo”. Ha realizado varios psot-grados:
Psicopatología Clínica en la Universidad de Barcelona.
Especialización en Terapia Gestalt en la Universidad de
Buenos Aires. Especialista en terapia Gestalt por la
Asociación Gestáltica de Buenos Aires. Especialista en
Terapia Racional Emotiva Conductual por el Albert Ellis
Institute de Nueva York. Ha publicado diversos
artículos para la revista de la AETG.

SANDRA ELISA ISELLA PEROTTI

Psicóloga. Especialista en Psicoterapia Gestalt y


Psicoanálisis. Miembro de la Asociación Española de
Terapia Gestalt. Trabaja como investigadora en el
Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud
Mental (CIBERSAM) en el Hospital Universitario
Ramón y Cajal y como psicoterapeuta en el Instituto de
Psicoterapia Gestalt de Madrid. Ex-docente de la
Universidad Católica de Santiago de Chile. Ha
participado en diversos estudios y publicaciones en el
Ramón y Cajal.

SARA FERNÁNDEZ WOLF

Nació en Montevideo, Uruguay, donde estudió


Filosofía y Letras. Se trasladó a España en 1977. Se
licenció en Psicología en la Universidad Complutense
de Madrid, especializándose en Psicología Pedagógica

234
de Madrid, especializándose en Psicología Pedagógica
y Clínica. Se formó en Gestalt en los años 80, a la vez
que en Psicoterapia Infantil y de Adolescentes, tratando
de integrar la filosofía y las técnicas de la terapia Gestalt
a la psicoterapia con niños y sus familias. Es miembro
didacta de la AETG y colaboradora habitual en
programas de formación en Terapia Gestalt.
Actualmente trabaja en consulta privada en Bilbao,
donde también imparte la formación post-grado en
Psicoterapia Gestalt aplicada a la Infancia y la
Adolescencia. Ha publicado diversos artículos en la
revista de la AETG.

235
Otros libros

Adquiera todos nuestros ebooks en


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236
Los sueños en Psicoterapia Gestalt
Ángeles Martín
ISBN: 978-84-330-3568-4
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Los interrogantes básicos de la vida han sido siempre cuál es el sentido último de todo:
Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.
Los sueños nos ayudan a ver en cada árbol un bosque, colaboran a hacer más
transparente nuestro mundo interno, dibujan las estrategias de nuestra vida y son
colaboradores terapéuticos de primer orden. Y, respecto de la terapia gestalt, son
senderos de claridad y veracidad intelectuales.
Este libro nace de la experiencia clínica de Ángeles Martín. Ella se arroja al psiquismo
lúcido de sus pacientes y alumnos para ayudarnos a pensar por nosotros mismos, a
adquirir la mínima soberanía que nos hace singulares, a sentirnos miembros de una
sociedad sin detrimento del desarrollo personal, a vincularnos con nuestro interior más
conflictivo, para tratar de saber de nuestras trampas, de nuestros mecanismos
inconscientes, de nuestros interrogantes últimos, ese conocimiento que es la vertebración
misma de nuestra salud psíquica.
Los ejemplos clínicos del trabajo con sus pacientes y alumnos a través de los sueños son
de una riqueza singular y muestran la esencia misma de su labor terapéutica.

237
238
Manual práctico de Psicoterapia Gestalt
Ángeles Martín
ISBN: 978-84-330-3449-6
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Desde la psicología, y más específicamente desde la Gestalt, tratamos de que las
personas aprendan a conocer su comportamiento, que amplíen sus recursos creativos y
conozcan modos nuevos de funcionar, no sólo a través de técnicas y ejercicios, sino
también del desarrollo de capacidades nuevas, promoviendo experiencias y facilitando el
intercambio con el mundo.
El terapeuta es un elemento más en este proceso, y su función primordial es acompañar a
la persona en su camino de autoconocimiento y maduración. Promueve la adquisición de
nuevas habilidades que le permitan alcanzar un mayor grado de autonomía y autoestima,
otros modos de enfocar la existencia y la posibilidad de responsabilizarse de lo que hace
o dejar de hacer, fomentando su capacidad de adquirir mayor libertad a la hora de estar e
intervenir en su entorno.
El Manual práctico de psicoterapia Gestalt expone de forma sencilla y amena los
conceptos básicos de la Terapia Gestalt, no sólo a los terapeutas gestálticos sino a
cualquier persona que se aproxime a ella. Su lectura aporta una visión panorámica de este
abordaje terapéutico y nos introduce en los distintos conceptos del mismo: el darse
cuenta, las polaridades, el contacto, la neurosis, los sueños… describiendo los

239
mecanismos neuróticos y cómo interfieren en la conducta.
Al ser un enfoque eminentemente organísmico, es decir, basado en el equilibrio del
organismo en sus diferentes vertientes (emocional, intelectual, de acción y espiritual, en
su sentido más trascendente), abarca todos los ámbitos del ser humano.

240
Manual de terapia gestáltica aplicada a los adolescentes
Loretta Cornejo
ISBN: 978-84-330-3448-9
www.ebooks.edesclee.com
Después de los libros Manual de terapia infantil Gestáltica y Cartas a Pedro: Guía para
un terapeuta que empieza, Loretta Cornejo nos presenta su última y esperada obra,
Manual de terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes.
La autora intenta de nuevo llenar un vacío que es notorio en las terapias humanistas: el
trabajo especializado con los jóvenes de hoy y con sus padres. Así como los niños no
pueden recibir técnicas de tratamiento importadas de los adultos, también los
adolescentes tienen características específicas que les hacen merecedores de un lugar
propio, tanto en la formación de terapeutas especializados como dentro de la teoría de las
terapias humanistas.Este libro, al igual que los anteriores, tiene como objetivo brindar una
serie de herramientas a los profesionales que trabajan con jóvenes, ya sean psicólogos,
médicos, profesores, educadores y, por qué no, a los padres que intentan estar día a día
en mejor relación con sus hijos.
Este libro, al igual que los anteriores, tiene como objetivo brindar una serie de
herramientas a los profesionales que trabajan con jóvenes, ya sean psicólogos, médicos,
profesores, educadores y, por qué no, a los padres que intentan estar día a día en mejor
relación con sus hijos.

241
Como es habitual en la autora y en su equipo, UmayQuipa, con su amor al paciente y a
su entorno, Manual de terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes transmite esa especie
de pequeña locura y cordura que debe tener todo terapeuta de jóvenes y, al mismo
tiempo, el respeto por la labor de los padres, tan fundamental en la terapia de sus hijos.

242
Cuando me encuentro con el Capitán Garfio…
(No) me engancho
Ángeles Martín y Carmen Vázquez
ISBN: 978-84-330-3374-1
www.ebooks.edesclee.com
La Psicoterapia gestáltica es algo más que un conjunto de técnicas psicológicas para
sentirse bien, es una forma de vivir basada en el presente, en el “aquí y ahora”.
Con demasiada frecuencia damos más importancia al razonamiento que a los
sentimientos, cuando son estos últimos los que, básicamente, guían nuestras acciones y
nuestras decisiones.
“Cuando me encuentro con el Capitán Garfio… (no) me engancho” es un libro que habla
de sentimientos; de cómo reconectarnos con nuestras propias vivencias para sentirnos
más auténticos, de cómo decir “adiós” a aquellas sensaciones de nuestra experiencia
pasada que dificultan nuestro presente, de cómo retomar nuestra espontaneidad de niños
para incorporarla a nuestra estresante vida cotidiana. Es un libro para vivir, no para leer;
un libro para “sentarse a sentirse”. Aborda al ser humano desde varias perspectivas: a
través de fantasías dirigidas, reviviendo nuestros viejos cuentos infantiles, recordándonos
qué significa decir “adiós”, hablándonos de nuestros sueños…
“Cuando me encuentro con el Capitán Garfio…” es un libro útil para estudiantes de

243
Psicología, para futuros psicoterapeutas gestálticos que ya saben que “ellos son su mejor
instrumento de trabajo” y para todas aquellas personas que tienen el bello deseo de
crecer día a día.

244
DIRECTORA: OLGA CASTANYER
1. Relatos para el crecimiento personal. CARL OS AL E MANY (ed.). (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OL GA CASTANYE R . (29ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. GIME NO-BAYÓN. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPE RANZ A BORÚS. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRE CHE RA. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVARE Z . (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARL OS AL E MANY Y VÍCTOR GARCÍA (eds.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORE T TA ZAIRA CORNE JO P AROL INI. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FE RNANDO JIMÉ NE Z HE RNÁNDE Z -P INZ ÓN. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. Jean Sarkissoff. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPE Z -YARTO EL IZ AL DE . (7ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GAL L E N - HANS NE IDHARDT . (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. LUIS ZABAL E GUI.
(3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI. (3ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. JIMÉ NE Z HE RNÁNDE Z -P INZ ÓN. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIE R GAFO (ed.). (3ª ed.)
17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (6ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART .
20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE . (11ª ed.)
21. Terapia Zen. DAVID BRAZ IE R . (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. GE RAL D MAY.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CL AVE L .
24. Pensamientos del caminante. M. SCOT T P E CK.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. RAMIRO J. ÁLVARE Z . (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. DAVID RICHO. (3ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD.
28. Vivir la propia muerte. STANL E Y KE L E MAN.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. ASCE NSIÓN BE L ART - MARÍA FE RRE R . (3ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. MIGUE L ÁNGE L CONE SA FE RRE R .
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. KE VIN FL ANAGAN.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. VE RE NA KAST .
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. W IL KIE AU - NORE E N CANNON. (2ª ed.)
35. Vivir y morir conscientemente. I OSU CABODE VIL L A. (4ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA P RIE TO URSÚA.
37. Psicoterapia psicodramática individual. TE ODORO HE RRANZ CAST IL L O.
38. El comer emocional. Edward Abramson. (2ª ed.)
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. JOHN AMODE O - KRIS W E NT W ORT H. (2ª ed.)
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. I SABE L AGÜE RA ESPE JO-SAAVE DRA.
41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIE R MORE NO LARA.
42. Pensándolo bien… Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVARE Z .
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. CHARL E S L. W HIT FIE L D.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARL OS BE RME JO.
45. Para que la vida te sorprenda. MAT IL DE DE TORRE S. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. DAVID BRAZ IE R .
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGE L E S NOBL E JAS. (2ª ed.)
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. P HIL IP SHE L DRAKE .
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. LUIS CE NCIL L O. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LE SL IE S. GRE E NBE RG. (3ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍRE Z VIL L AFÁÑE Z .
53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. JUAN ANTONIO BE RNAD.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. P ABL O P OBL ACIÓN KNAPPE Y EL ISA LÓPE Z BARBE RÁ Y COL S.
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORE T TA CORNE JO. (3ª ed.)
56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORE L L . (2ª ed.)
57. Somos lo mejor que tenemos. I SABE L AGÜE RA ESPE JO-SAAVE DRA.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. GIUL IANA P RATA, MARIA VIGNATO Y SUSANA BUL L RICH.
59. Amor y traición. JOHN AMODE O .
60. El amor. Una visión somática. STANL E Y KE L E MAN. (2ª ed.)
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. KE VIN FL ANAGAN. (2ª ed.)
62. A corazón abierto. Confesiones de un psicoterapeuta. F. JIMÉ NE Z HE RNÁNDE Z -P INZ ÓN.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. I OSU CABODE VIL L A.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OL GA CASTANYE R Y EST E L A ORT E GA. (7ª ed.)
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ -VICE NT E BONE T , S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. P E DRO MORE NO. (9ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KAT HL E E N R. FISCHE R Y THOMAS N. HART .
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPE RANZ A BORÚS.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos. JE AN-P ASCAL DE BAIL L E UL Y CAT HE RINE FOURGE AU.
71. Psicoanálisis para educar mejor. FE RNANDO JIMÉ NE Z HE RNÁNDE Z -P INZ ÓN.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. P E DRO MIGUE L LAME T .
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. JE AN SARKISSOFF.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. P AT RICE CUDICIO Y CAT HE RINE CUDICIO.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIE TO CARRE RO. (2ª ed.)
76. Me comunico… Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JE SÚS DE LA GÁNDARA MART ÍN.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CL AUDE I MBE RT .
78. Cuando el silencio habla. MAT IL DE DE TORRE S VIL L AGRÁ. (2ª ed.)
79. Atajos de sabiduría. CARL OS DÍAZ .
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. RAMÓN ROSAL CORT É S.
81. Más allá del individualismo. RAFAE L RE DONDO.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. DAVE ME ARNS Y BRIAN THORNE .
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. FRE D FRIE DBE RG. Introducción a la edición española por RAMIRO J. ÁLVARE Z
84. No seas tu peor enemigo… ¡…Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-M. MC MAHON.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA. (2ª ed.)
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. I GNACIO BE RCIANO P É RE Z . Con la colaboración de I T Z IAR BARRE NE NGOA. (2ª ed.)
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. P IL AR QUIROGA MÉ NDE Z .
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. TOME U BARCE L Ó. (2ª ed.)

245
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. AL E JANDRO BE L L O GÓME Z , ANTONIO CRE GO DÍAZ .
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK OW E N.
91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS P IO ABRE U .
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. AGNE TA SCHRE URS.
93. Fluir en la adversidad. AMADO RAMÍRE Z VIL L AFÁÑE Z .
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. JUAN ANTONIO BE RNAD.
95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. JOHN AMODE O .
96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. BE NITO P E RAL . (2ª ed.)
97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. LUIS R. GUE RRA. (2ª ed.)
98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. MÓNICA RODRÍGUE Z -ZAFRA (Ed.).
99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. CL AUDE I MBE RT . (2ª ed.)
100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. MART IN M. ANTONY - RICHARD P. SW INSON. (2ª ed.)
101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. JOY CL OUG.
102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. THOM RUT L E DGE .
103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperanza en el futuro. MARGARE T J. W HE AT L E Y.
104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. P E DRO MORE NO, JUL IO C. MART ÍN. (10ª ed.)
105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. I RE NE EST RADA ENA.
106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos. MANUE L SE GURA MORAL E S. (13ª ed.)
107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia). KARME L O BIZ KARRA. (4ª ed.)
108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. MARISA BOSQUE D.
109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio… (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt. ÁNGE L E S MART ÍN Y CARME N VÁZ QUE Z .
110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. JORGE BARRACA MAIRAL . (2ª ed.)
111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre nosotros. RICHARD J. ST E NACK.
112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. JOHN P. SCHUST E R .
113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. MICHAE L L. EMMONS, P H.D. Y JANE T EMMONS, M.S.
114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. P. KRISTAN.
115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. A. CÓZ AR .
116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. AL E JANDRO ROCAMORA. (3ª ed.)
117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. B. GOL DE N. (2ª ed.)
118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. JUAN CARL OS VICE NT E CASADO.
119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. ANN W IL L IAMSON.
120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros. BAL A JAISON.
121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. LUIS R. GUE RRA.
122. Psiquiatría para el no iniciado. RAFA EUBA. (2ª ed.)
123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. KARME L O BIZ KARRA. (3ª ed.)
124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. ENRIQUE MART ÍNE Z LOZ ANO. (4ª ed.)
125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. I OSU CABODE VIL L A ERASO. (2ª ed.)
126. Regreso a la conciencia. AMADO RAMÍRE Z .
127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. P E T E R BOURQUIN. (9ª ed.)
128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. THOMAS HOHE NSE E .
129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. OL GA CASTANYE R . (3ª ed.)
130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. LORE T TA CORNE JO. (3ª ed.)
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. Javier Tirapu. (2ª ed.)
132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. AMADO RAMÍRE Z VIL L AFÁÑE Z .
133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. P E DRO MORE NO, JUL IO C. MART ÍN, JUAN GARCÍA Y ROSA VIÑAS. (3ª ed.)
134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. CONXA TRAL L E RO FL IX Y JORDI OL L E R VAL L E JO
135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. TOME U BARCE L Ó
136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. W INDY DRYDE N
137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. I GOR LE DOCHOW SKI
138. Todo lo que aprendí de la paranoia. CAMIL L E
139. Migraña. Una pesadilla cerebral. ART URO GOICOE CHE A
140. Aprendiendo a morir. I GNACIO BE RCIANO P É RE Z
141. La estrategia del oso polar. Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades. HUBE RT MORIT Z
142. Mi salud mental: Un camino práctico. EMIL IO GARRIDO LANDÍVAR
143. Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales. ANA M. SCHL ÜT E R
144. ¡Estoy furioso! Aproveche la energía positiva de su ira. ANITA TIMPE
145. Herramientas de Coaching personal. FRANCISCO YUST E (2ª ed.)
146. Este libro es cosa de hombres. Una guía psicológica para el hombre de hoy. RAFA EUBA
147. Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal. Guía de autoayuda. JUAN GARCÍA SÁNCHE Z Y P E PA P AL AZ ÓN RODRÍGUE Z
148. El consejero pastoral. Manual de “relación de ayuda” para sacerdotes y agentes de pastoral. ENRIQUE MONTALT AL CAYDE
149. Tristeza, miedo, cólera. Actuar sobre nuestras emociones. DRA. ST É PHANIE HAHUSSE AU
150. Vida emocionalmente inteligente. Estrategias para incrementar el coeficiente emocional. GE E T U BHARWANE Y
151. Cicatrices del corazón. Tras una pérdida significativa. ROSA Mª MART ÍNE Z GONZ ÁL E Z
152. Ojos que sí ven. “Soy bipolar” (Diez entrevistas). ANA GONZ ÁL E Z I SASI - ANÍBAL C. MALVAR
153. Reconcíliate con tu infancia. Cómo curar antiguas heridas. UL RIKE DAHM
154. Los trastornos de la alimentación. Guía práctica para cuidar de un ser querido. JANE T TRE ASURE - GRÁINNE SMIT H - ANNA CRANE
155. Bullying entre adultos. Agresores y víctimas. P E T E R RANDAL L
156. Cómo ganarse a las personas. El arte de hacer contactos. BE RND GÖRNE R
157. Vencer a los enemigos del sueño. Guía práctica para conseguir dormir como siempre habíamos soñado. CHARL E S MORIN
158. Ganar perdiendo. Los procesos de duelo y las experiencias de pérdida: Muerte - Divorcio - Migración. MIGDYRAI MART ÍN RE YE S
159. El arte de la terapia. Reflexiones sobre la sanación para terapeutas principiantes y veteranos. P E T E R BOURQUIN
160. El viaje al ahora. Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día. JORGE BARRACA MAIRAL
161. Cómo envejecer con dignidad y aprovechamiento. I GNACIO BE RCIANO
162. Cuando un ser querido es bipolar. Ayuda y apoyo para usted y su pareja. CYNT HIA G. LAST
163. Todo lo que sucede importa. Cómo orientar en el laberinto de los sentimientos. FE RNANDO AL BE RCA DE CAST RO (2ª ed.)
164. De cuentos y aliados. El cuento terapéutico. MARIANA FIKSL E R
165. Soluciones para una vida sexual sana. Maneras sencillas de abordar y resolver los problemas sexuales cotidianos. DRA. JANE T HAL L
166. Encontrar las mejores soluciones mediante Focusing. A la escucha de lo sentido en el cuerpo. BE RNADE T T E LAMBOY

Serie MAIOR
1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática. STANL E Y KE L E MAN. (9ª ed.)
2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. STANL E Y KE L E MAN. (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. ANDRÉ LAPIE RRE .
4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUST ÍN RAMÍRE Z . (3ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. CARL OS AL E MANY ( E D.). (13ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUST ÍN RAMÍRE Z .
7. Crecer bebiendo del propio pozo. Taller de crecimiento personal. CARL OS RAFAE L CABARRÚS, S.J. (12ª ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. CAROLYN J. BRADDOCK.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CL AVE L
10. Vivencias desde el Enneagrama. MAIT E ME L E NDO. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La dependencia sumisa. DOROT HY MAY.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. CARL OS RAFAE L CABARRÚS. (5ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación enpareja y una convivencia más inteligente. EUSE BIO LÓPE Z . (2ª E D.)
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARL OS DOMÍNGUE Z MORANO. (2ª ed.)
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIME NO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL .
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGE NE T. GE NDL IN. (2ª ed.)
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KL E INKE .
19. El valor terapéutico del humor. ÁNGE L RZ . I DÍGORAS (Ed.). (3ª ed.)

246
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DAL RYMPL E , P H.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª P ORTA TOVAR .
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. BRUCE M. HYMAN Y CHE RRY P E DRICK.
23. La comunidad terapéutica y las adicciones. Teoría, modelo y método. GE ORGE DE LE ON.
24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. W AL E E D A. SAL AME H Y W IL L IAM F. FRY.
25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. HOWARD KASSINOVE Y RAYMOND CHIP TAFRAT E .
26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. JOSÉ L. TRE CHE RA.
27. Cuerpo, cultura y educación. JORDI P L ANE L L A RIBE RA.
28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. DONI TAMBLYN.
29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. ÁNGE L E S MART ÍN. (7ª ed.)
30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. NICK OW E N
31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes. P AUL STAL L ARD.
32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. P ABL O RODRÍGUE Z CORRE A.
33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. P E PA HORNO GOICOE CHE A. (2ª ed.)
34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia. SONIA VACCARO - CONSUE L O BARE A P AYUE TA.
35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. OL GA CASTANYE R (Coord.); P E PA HORNO, ANTONIO ESCUDE RO E I NÉ S MONJAS.
36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. MIGUE L DE L NOGAL . (2ª ed.)
37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. ÁNGE L E S MART ÍN.
38. Medicina y terapia de la risa. Manual. RAMÓN MORA RIPOL L .
39. La dependencia del alcohol. Un camino de crecimiento. THOMAS W AL L E NHORST .
40. El arte de saber alimentarte. Desde la ciencia de la nutrición al arte de la alimentación. KARME L O BIZ KARRA.
41. Vivir con plena atención. De la aceptación a la presencia. VICE NT E SIMÓN.
42. Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido. JOSÉ CARL OS BE RME JO.

247
Índice
Portada interior 2
Créditos 3
Agradecimientos 4
Introducción 5
1. Aspectos fundamentales de la psicología humanista 10
Psicología humanista 10
La terapia gestalt y la psicología humanista 12
2. Reflexiones profesionales. Relatos de una terapeuta 13
Un sueño. La realización profesional, un logro de la femineidad 14
La elección de la profesión 19
el deseo La seducción y la historia del espejo 21
Bibliografia 26
3. Las claves de una gestaltista ocultasen dos cuentos infantiles 27
Un poco de historia: Mary Poppins y Peter Pan 27
Observando lo que pasa entre los padres y los hijos 31
Regina: el pánico de la confusión 36
La relación del terapeuta con la familia 40
El lugar en el que nos sitúan los padres. El que desearíamos ocupar 41
Las expresiones no verbales de los sentimientos ambivalentes 42
Los sentimientos que despiertan los padres en el terapeuta 43
Los cambios sutiles y la sutileza del cambio 44
Aquí y ahora 46
Bibliografia 47
4. Terapia de pareja: comunicación y responsabilidad 48
El patriarcado 48
Los hombres-niños y las mujeres-madres 50
Los hombres-padres y las mujeres-niñas 54
El cerebro femenino y el cerebro masculino 55
Orígenes de la terapia de familia 55
Paradigmas de terapia de pareja 56
La vergüenza 57
El trabajo terapéutico 65

248
Bibliografía 67
5. Fatiga por compasión. Una perspectiva del vínculo terapéutico 68
¿Qué ocurre en la relación terapéutica? 72
El efecto camaleónico: el contagio emocional. 78
¿Somos todos igualmente vulnerables a la fatiga por compasión? 81
Bibliografía 85
6. Experiencia de psicoterapia gestalt de una terapeuta inmigrante
87
con mujeres inmigrantes
La inmigración 87
Gestalt en el trabajo con mujeres inmigrantes 97
Bibliografía 103
7. La importancia de la actitud en el terapeuta gestalt 105
La conformación de la actitud gestáltica 106
La actitud gestáltica en la vida: el ser en el mundo del terapeuta gestalt 106
La actitud gestáltica en la práctica psicoterapéutica 108
Carlos Castaneda: El Hombre de Conocimiento 112
Jorge Bucay: Cartas desde Sudamérica 114
Sheldon Coop: Las cartas del Tarot 115
Guillermo Borja: Lecciones de Locura 117
Zinker. El Artista de la Gestalt 118
Claudio Naranjo: Un teórico ateórico 118
Bibliografía 120
8. Psicoterapia en la era de la modernidad 122
La era del individualismo en la paradoja de la globalización 122
¿Habrá salidas? 139
Bibliografía: 149
9. El vacío y el amor 151
1. VACÍO 151
1.1. Horror vacui occidental 152
1.2. El vacío en gestalt 154
1. 2. 1. La vacuidad necesaria para que el proceso de formación y
154
destrucción de figuras sea fluida
1. 2. 2. La «indiferencia creativa» o «punto 0» de Salomo Friedlaender.
157
Polaridades.
1.2.3. El paso del vacío estéril al vacío fértil 161

249
1.2.4. La frustración-confrontación 163
1.2.5. El vacío del terapeuta 165
1. 3. El vacío como constitucional en psicoanálisis 167
2. AMOR 168
2. 1. El amor como necesidad 169
2.2. Diferentes tipos de amor 172
3. VACÍOS Y AMORES 173
3.1. Vacíos estériles 174
3.2. El narcisismo como obturador del vacío 174
3.3. Otros obturadores del vacío 175
3.4. El mayor amor requiere el mayor vacío. 177
3.5. El amor como terapeuta 180
Bibliografía 181
10. La demanda femenina en psicoterapia.Una mirada gestáltica 184
¿Por qué acuden las mujeres habitualmente a psicoterapia? 184
La demanda al iniciar el tratamiento: la problemática de un ser en relación 186
Ser para los otros o contra los otros 187
El proceso terapéutico: en busca de las posibilidades de ser una misma en
193
relación con otros
El camino hacia la autonomía 196
Bibliografía 198
11. Apuntes que voy tomando en el camino. Experiencias de mi
200
vida personal y profesional
Volviendo a los orígenes. ¿Cómo me encontré con la gestalt? 206
Apuntes sobre mi estilo actual de intervención con la psicoterapia gestalt 207
Mi encuentro con las constelaciones familiares 211
12. Tiempos de cosecha 214
Aprender a envejecer 216
Veterana y eterna principiante 221
Bibliografía 229
Currículum vítae de las autoras 230
Otros libros 236
Los sueños en Psicoterapia Gestalt 237
Manual práctico de Psicoterapia Gestalt 239
Manual de terapia gestáltica aplicada a los adolescentes 241

250
Cuando me encuentro con el Capitán Garfio... 243
Serendipity 245

251

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