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TRABAJO MONOGRAFICO
CONFLICTOS SOCIALES EN EL PERÚ
AÑO 2015
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INDICE
INTRODUCCION 03
Y EL NARCOTRÁFICO 12
BIBLIOGRAFIA 30
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INTRODUCCIÓN
investigación aspira a que este trabajo monográfico contribuya con el que se viene
Por otro lado los conflictos sociales se adopta como un término en un proceso de
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Humala, de Gana Perú, para el periodo 2011-2016, tiene cierto parecido con lo acontecido
en la elección de Alan García, en junio de 2006. Aquella vez, el proceso electoral había
concluido con el triunfo, también en segunda vuelta, de Alan García Pérez y el Partido
Aprista Peruano sobre el candidato Ollanta Humala de Unión por el Perú. El éxito de
García, entre otras razones, se debió al respaldo que le dieron varios líderes políticos y,
regionales, consideraban al candidato del APRA como el mal menor. Para ellos, Alan García
descontento social, particularmente de las provincias del interior, cuya radicalidad en sus
petroleras que afectaban sus territorios y recursos hídricos. A esta situación, se sumaban las
La elección de Alan García como Presidente de la República para el periodo 2006-2011 fue
interpretada, por los que respaldaron su candidatura, como el triunfo de la moderación frente
a la radicalidad, la defensa del modelo ante el pedido del cambio social, la defensa del
sistema contra los “antisistema”. Por otro lado, debido a la manera en que se había
configurado el mapa electoral, también fue interpretada como el triunfo de Lima sobre las
demás regiones.
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Por tanto, concluido el proceso electoral, lo que se imponía era continuar con el modelo
económico, dentro de lo cual correspondía, frente a las posibles reacciones de los opositores,
aplicar “el principio de autoridad” ante las acciones de paros, huelgas y movilizaciones de
los pobladores.
En el entendido de que todo reclamo socavaba las bases del sistema, era lógico que los
ganadores pidieran al nuevo Gobierno que diese las seguridades del caso ante las amenazas
habían firmado actas con los pobladores locales, mediante las cuales se comprometían a
construir carreteras, electrificar pueblos, dar trabajo a los comuneros de la localidad, cumplir
con la mitigación de los pasivos mineros y petroleros, revalorar el precio pagado de tierras
y/o servidumbres, entre otras demandas. Dichos compromisos firmados tenían plazos,
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El entonces presidente del Consejo de Ministros, Jorge del Castillo Gálvez, al inicio de su
gestión, consideró que en la negociación de las demandas debía primar el diálogo con los
actores de los conflictos, y que dialogar era la estrategia más adecuada para prevenirlos.
Para ese entonces, los reportes de la Defensoría del Pueblo, de julio de 2006, daban cuenta
latentes y 2 habían sido resueltos. Un mes después, el número de conflictos se elevó a 91,
Los conflictos sociales no dieron tregua: en los primeros días de agosto de 2006, estallaron
por parte de las empresas involucradas. La población, sin esperar agotar el peregrinaje de las
negociaciones, se aprestó a realizar medidas de fuerza. Ante ese hecho, los representantes
protesta. Los pobladores, por su parte, buscaron involucrar al Gobierno nacional para que
legitimar por esta vía su liderazgo y lograr que sus demandas fueran validadas con la firma
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La tendencia de los conflictos que se desprende del gráfico, nos muestra dos hechos bastante
significativos: por un lado, a partir de mayo de 2008, los conflictos activos superan a los
conflictos latentes; y por otro, durante todo el año 2009, la conflictividad llega a los niveles
más altos para luego decaer, aunque, como es visible, sin llegar a los niveles del 2006.
Dado el constante incremento del estado de conflicto social, en el Ejecutivo y en los sectores
empresariales afectados por las acciones de violencia, cobró fuerza la propuesta de aprobar
leyes drásticas que intimidaran la participación de autoridades locales en los reclamos de los
pueblos y que reprimieran con cárcel efectiva a los dirigentes de las movilizaciones. Al
social”. Esta política, que también se aplicaba en Colombia, se inició en el Perú durante el
violentos. Por esta Ley, se modificaron los artículos 281, 283 y 315 del Código Penal . No
obstante, los conflictos continuaron, al punto de que el Gobierno de Alan García consideró
endurecer más las sanciones y aprobar nuevos decretos legislativos orientados en la misma
lógica del control interno. Estas normas se aprobaron dentro del proceso de adecuación de la
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legislación peruana al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de Norteamérica.
Para el presidente García, era de vital importancia promover las concesiones de territorios de
Así, escribió un encendido artículo, “El síndrome del perro del hortelano”, para mostrar su
peruana.
tendencia de las confrontaciones sociales: por primera vez, los conflictos activos superaron
Lo que vino después fueron enfrentamientos sin control ni liderazgos visibles. ¿Quién o
quiénes lideraban las protestas? Los que asumían a su modo la confrontación, ya no eran los
desligados o desvinculados de toda forma orgánica. Eso se vio con mucho más claridad en
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Si hacemos el recuento de los casos producidos durante el periodo que va del 2006 a los
primeros cuatro meses del 2011, la cifra de 191 muertes por conflictos sociales es elevada.
Tan solo en los primeros ciento veinte días del 2011, el número de muertes producidas por
los enfrentamientos con la policía, o entre pobladores o grupos antagónicos, alcanzaba ya
una decena, sin contar las muertes generadas por la delincuencia terrorista.
Si en un primer momento, el Gobierno pensó que la penalización de los conflictos iba a
detener esta tendencia, vemos por los hechos que tal medida no paralizó el curso de la
violencia.
¿Cómo explicar el lamentable y sostenido incremento de agresividad y muerte en los
conflictos sociales? ¿Cómo explicar los muertos civiles y policiales en esta vorágine de
violencia?
No hay explicaciones sencillas a esta pregunta. No satisface la denuncia de la presencia de
“agitadores antisistema”, la cual suelen usar los medios de prensa y líderes de opinión
vinculados a grupos empresariales. Tampoco sirve para entender este proceso, la afirmación
que hacen los dirigentes sindicales y populares en la cual culpan a los “infiltrados”.
La violencia no es un problema nuevo en el Perú, como no lo es la muerte insensata de miles
de peruanos producto de la cruel guerra interna que asoló al país durante las dos últimas
décadas del siglo pasado. Luego de este periodo, se esperaba que la caída de la dictadura de
Alberto Fujimori permitiría que el país se recuperara de sus heridas y retomara el camino
democrático para la solución de los problemas sociales generadores de conflictos.
El problema no es la violencia —dice Yoannis Pretenderis —, sino que “estriba en la
legalización de la violencia de quienes la consideran parte del juego”. Si aplicamos esta
reflexión a la experiencia peruana, podemos encontrar suficientes motivos para señalar que
lo que se está presentando en la escena política nacional es una suerte de banalización de la
violencia, con una justificación de actos violentos apelando a la ley o a ritos y costumbres.
La incapacidad de nuestros líderes políticos y sociales para entender el actual curso de los
conflictos, no hace sino evidenciar la polarización creciente. Ello nos plantea, además, otro
problema: que las posibilidades para detener esta tensa situación y las causas que la generan
son, por ahora, limitadas.
La violencia con muertos y heridos entre el personal policial y militar se ha incrementado
por la capacidad de confrontación de pequeños grupos que se preparan para tal fin, se
organizan y movilizan sin temor. “¡El miedo se acabó!”, grito característico en este tipo de
acciones, no es una simple frase, sino que, a juzgar por las cifras de víctimas, grafica una
voluntad de enfrentamiento que moviliza a la población. En todos estos casos, los
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pobladores, o mejor, los grupos de choque, estuvieron decididos a dejar sus vidas y buscaron
el enfrentamiento, conscientes del riesgo de quedar muertos en las calles o carreteras, o
discapacitados para siempre; pero, también, dispuestos a matar a los policías, como se nota
en el número creciente de efectivos que murieron.
No todos los casos de policías fallecidos se explican por el conflicto de Bagua, aun cuando
este fue uno de los más espeluznantes. Como vimos en el Cuadro 1, la cifra de efectivos
heridos fue creciendo en los años 2006 y 2007, y la de policías muertos se incrementó
durante el 2008 y el 2009, año letal, a juzgar por la referida estadística. Esto evidencia que
existe una lógica de buscar el enfrentamiento y la violencia a cualquier costo por parte de los
grupos involucrados en los conflictos sociales.
No solo la confrontación entre agentes del orden y manifestantes es la causante de la pérdida
de vidas entre policías y civiles. Al revisar los casos de muertes y destrucción, encontramos
que un buen número de víctimas se debió a disputas de tierras entre comuneros, a
enfrentamientos de estos contra mineros informales y de comunidades de pueblos
originarios contra colonos; asimismo, por acción de manifestantes contra pobladores que se
encontraban circunstancialmente en la zona de conflicto, por el estrés de un funcionario que
creía que un joven estaba saqueando o destruyendo un bien público, y por descuidos de
pobladores que realizaban actividades de minería informal, sin dejar de mencionar
asesinatos por encargo.
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La inversión minera constituía una de las principales fuentes de ingresos del presupuesto de
la nación, distribuida luego a los Gobiernos regionales y locales. Sin duda, fue la actividad
económica más dinámica. Por ejemplo, solo en el periodo 2007-2011, las inversiones en este
rubro fueron 10 937 millones de dólares. El canon minero, las regalías y los aportes
voluntarios, igualmente, sirvieron para que los Gobiernos regionales y locales financiaran
sus respectivos presupuestos (en el año 2010, por este concepto, las regiones recibieron
3961 millones de dólares, y en lo que va del presente año, 380 000 dólares).
A pesar de que las cifras mostraban que los proyectos mineros y petroleros tenían éxito en
tanto lograban iniciar luego sus operaciones, la resistencia a la presencia de este tipo de
inversiones fue creciendo y generando mayores conflictos sociales. Estos pusieron en
evidencia los gruesos y lamentables errores que el Estado y las empresas mineras y
petroleras cometieron en todo el proceso de concesiones y ampliación de operaciones.
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El análisis de los graves enfrentamientos, cuyos saldos trágicos hemos visto en el capítulo
anterior, permitió evidenciar los siguientes puntos críticos:
a) Estudios de impacto ambiental (EIA), cuya aprobación depende del Ministerio de
Energía y Minas. El cuestionamiento a los procedimientos de aprobación de los EIA ha
generado una crisis de credibilidad respecto de las capacidades técnicas de la Dirección
General de Asuntos Ambientales Mineros (DGAAM) de la citada entidad gubernamental. El
punto más álgido se presentó en el reciente conflicto ocurrido en la provincia de Islay, con el
cuestionamiento al proyecto minero “Tía María”.
b) Talleres informativos de presentación de los EIA, que generó reacciones contrarias de
la población por considerar que no eran realmente procedimientos participativos y
deliberantes. En su reacción, las autoridades locales y los pobladores reclamaban la
“realización de las consultas ciudadanas” como medio alternativo a los procedimientos de
participación ciudadana de aprobación de los EIA que estableció el Ministerio de Energía y
Minas.
c) Derechos de uso de agua del suelo y subsuelo, otorgados por la Autoridad Nacional del
Agua (ANA), que generó cuestionamientos por parte de las juntas de usuario y comisiones
de regantes, quienes demandaban, por su lado, mayores inversiones para incrementar la
oferta hídrica destinada a las actividades agropecuarias. Este conflicto polarizó la situación
entre los que favorecen la minería y quienes promueven la agricultura, confrontación que no
tuvo visos de solución entre las partes.
d) “Zonificación ecológica y económica” y el “Plan de ordenamiento territorial”, los
cuales, siendo instrumentos legales para proceder a un manejo ordenado del territorio por
parte de los agentes económicos y sociales, derivó en una confrontación entre las
autoridades de las regiones y el Gobierno central, respecto de la competencia de los
Gobiernos regionales para paralizar procesos de inversión minera en marcha.
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donde se encontraban vetas o yacimientos, generando ello una enorme presión social en las
poblaciones rurales y graves daños al medio ambiente . Esta situación ha consolidado grupos
económicos fuertes que tienen gran capacidad de movilización y confrontación.
El conflicto social con los mineros artesanales y mineros informales se tornó violento no
solo por las invasiones de terrenos concesionados a empresas formales, sino por las disputas
con las comunidades campesinas y grupos de agricultores que veían amenazadas sus
propiedades y producción agropecuaria. Contribuyó a esta situación, la poca eficiencia del
Estado en formalizar una actividad que no solo evadía el pago de tributos, sino que también
generaba graves y profundos daños al medio ambiente. Cuando el Gobierno decidió la
formalización correspondiente y dio los decretos legislativos 1010 y 1040, la respuesta de
los mineros informales y artesanales fue de confrontación, con trágicos saldos de muertos y
heridos.
Sin embargo, este conflicto tenía también otras expresiones, como la postura contraria a la
actividad minera informal por parte de las comunidades campesinas, donde el
enfrentamiento no era en contra del Gobierno central, sino en oposición a las direcciones
regionales de minería de los Gobiernos regionales, las cuales eran los órganos encargados de
otorgar las concesiones. A continuación, nos referimos a los casos más críticos que se han
presentado.
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Arequipa. En todas ellas, el grado de violencia alcanzado llegó a su clímax luego de que los
pobladores aprobaran, por mayoría absoluta, la negativa a la presencia del proyecto minero
en sus respectivos distritos.
ii) El cuestionamiento a la DGAAM en la aprobación de los EIA. Los pobladores y las
autoridades municipales que se oponen a los proyectos de exploración han buscado
anteponer al procedimiento de aprobación de los EIA, las ordenanzas locales que declaran
zonas de reservas protegidas municipales a las lagunas y fuentes de agua de su
circunscripción. Estos casos se han presentado en el reciente conflicto del distrito Chugur,
provincia de Hualgayoc, Cajamarca, contra la empresa Coimolache, y antes en la disputa de
la Municipalidad Provincial de Cajamarca en torno al proyecto minero en el cerro Quilish,
entre los más importantes .
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Por otro lado, está la creciente importancia de las inversiones mineras y de infraestructura
hidroenergética, para cuya concreción es necesario obtener los derechos sobre cuencas,
lagunas y aguas de subsuelo, lo que puede llevar, en algunos casos, al desplazamiento de
poblaciones de sus lugares de origen. El problema central es, pues, la presión ejercida por
los proyectos mineros para conseguir la propiedad de derechos de uso del recurso hídrico. Si
a eso le añadimos los conflictos generados por la contaminación de ríos y fuentes de agua
que han producido algunas operaciones mineras, podemos concluir que los enfrentamientos
por el agua han adquirido una dimensión política mayor que pone en cuestión, incluso,
determinadas estrategias de desarrollo económico del país. El hecho de que las inversiones
en este rubro se hayan convertido en la principal fuente de ingresos para el Estado, y que
existan políticas preferenciales para beneficiar la inversión minera, ha sensibilizado a las
poblaciones rurales que se han movilizado con inusitada violencia contra estos proyectos
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conflictos generados en sus regiones por políticas nacionales. Los casos más significativos
—como los acontecimientos de Bagua, los conflictos con las concesiones mineras y
petroleras, así como la oposición a megaproyectos hidroenergéticos— evidenciaron que la
ausencia de los Gobiernos regionales se debía a que no se sentían identificados con dichas
políticas.
Hoy en día, se aprecia un giro que será uno de los puntos medulares de la oposición a las
concesiones mineras y petroleras. Se trata de un conflicto por dar paso a los procesos de
zonificación ecológica y económica para el ordenamiento territorial, iniciado por las
regiones, como condición básica para las concesiones mineras, petroleras o gasíferas. Este
proceso, que paraliza los proyectos de inversión, ha sido planteado ya por los Gobiernos
regionales de Cajamarca, San Martín, Arequipa, Cusco y, recientemente, Puno. Es probable
que a corto plazo se aprueben ordenanzas regionales (y municipales, también) que pongan
en situaciones límite las relaciones existentes entre las regiones y el Ejecutivo. Si bien estos
no serán propiamente conflictos de gobernabilidad, pondrán en tensión constante el proceso
de descentralización.
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Si bien algunos de los casos venían desde la década de 1960 (caso del Río Corrientes y las
comunidades achuares), otros se activaron en la década de 1990. El impulso a la radicalidad
de la movilización de las poblaciones indígenas amazónicas ha sido el temor (real o
infundado) de perder sus tierras ante la presencia o intención de empresas petroleras y de
gas por explorar en sus territorios comunales; temor que fue corroborado por los decretos
legislativos 1015, 1013, 1064 y 1090, que abrían la posibilidad de que dichos pobladores
fueran despojados de sus tierras.
El temor, como hemos dicho, tenía también bases reales. Desde finales de la década de
1990, el despliegue inusitado de colonos, técnicos, equipos y maquinarias por los territorios
de comunidades campesinas, fueron despertando inquietudes entre los jefes de los pueblos
originarios. En algunos lugares, como la cordillera del Cóndor, ya se habían asentado grupos
de mineros informales, lavadores de oro, quienes empezaron a ingresar con sus equipos a
sacar el preciado metal de los ríos. En otros sitios, comenzaron a llegar funcionarios y
técnicos de empresas petroleras que recientemente habían adquirido las concesiones de lotes
para explorar y buscar petróleo y gas en el subsuelo.
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constituyó primero una Unidad de Prevención de Conflictos Sociales, como instancia del
Ejecutivo para liderar la estrategia de prevención y diálogo. Luego, constituyó la Comisión
Multisectorial de Prevención de Conflictos Sociales, que integró a los representantes de
doce ministerios para diseñar la estrategia y convertirse en la instancia que conduciría el
proceso de negociación. En una primera fase de este proceso de conflictos, la presencia y
acción protagónica del presidente del Consejo de Ministros sirvió para que desde la PCM se
condujeran las negociaciones. Esta entidad ganó así liderazgo y protagonismo. Se firmaron
actas de compromiso, se negoció con la participación de las organizaciones y los gremios
empresariales, durante el proceso que duró hasta julio de 2009, aun cuando en la práctica
culminó trágicamente un mes antes con los acontecimientos de Bagua. A partir de entonces,
se impuso otra orientación en la gestión de los conflictos sociales: la PCM dejó de ser la
instancia protagónica y se determinó que los casos de confrontación social sean atendidos
específicamente por los ministerios involucrados en la atención de las demandas. Para ello,
se promulgó el Decreto Supremo n.º 056-2009-PCM, que amplió la cantidad de ministerios
que integran la Comisión y decidió la conformación de oficinas de prevención de conflictos
en cada ministerio.
La mencionada norma, si bien derivó el tratamiento de los conflictos a cada sector en
cuestión, no tuvo, sin embargo, impacto alguno en la prevención, puesto que la mayor parte
de estos enfrentamientos requerían de soluciones políticas que solo se podrían concretar con
la participación de la Presidencia del Consejo de Ministros.
2. Dada la complejidad de los conflictos sociales y, sobre todo, por los saldos trágicos luego
de un periodo de intensas confrontaciones, lo que se requiere no es solo la mejora del
instrumento de gestión de conflictos sociales, sino el acuerdo político de los movimientos u
organizaciones partidarias, sociales y empresariales, para construir con el Gobierno nacional
y los Gobiernos regionales un nuevo consenso sobre políticas fundamentales.
Estos nuevos consensos deben girar en torno de los siguientes ejes:
• La promoción de las inversiones en las industrias extractivas como actividad estratégica
para la generación de ingresos al Estado.
• La definición de los mecanismos para los procesos de consultas ciudadanas en los espacios
regionales y locales, para las autorizaciones de los proyectos de exploración minera y
petrolera.
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CONCLUSIONES
1. Los países que registraron más recurrente entre los países estudiados es de tipo
laboral/salarial; a diferencia del Perú, donde el tipo socio ambiental ocupa el primer
2. Se ha encontrado que entre los países analizados en este estudio solo Perú y
Venezuela cuenta con instituciones que informan periódicamente sobre los conflictos
sociales internos.
3. Los resultados de estudios sugieren que es posibles identificar por lo menos cuatros
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FUENTES CONSULTADAS:
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