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Advertencia: este resumen debe ser usado posteriormente a la leída del texto dado en la cátedra de PETAyA 2016 y SÓLO

como material de repaso

Resumen para el final de Perspectiva Espacio-Temporal Argentina y Americana (comisión 2016)

Alumno: Tomás Oñate Rutolo

Profesor: Luis Acosta

Materia: Historia Americana

Año: 2017

Curso: 1ro de Historia

Texto: América Aborigen, de Raúl Mandrini

Capítulos resumidos:

 3. De la llegada al continente al surgimiento de las sociedades aldeanas.


 4. Los inicios de un nuevo orden social (c. 3000 a.C.-800 a.C.)
 5. El surgimiento de las primeras civilizaciones (800 a.C.-300 a.C.)
 6. Consolidación de las sociedades urbanas (c. 300 a.C.-250 d.C.)
 7. El desarrollo de los estados regionales (c. 250 d.C.-700 d.C.)
 8. Integraciones regionales y experiencias imperiales (c. 700 d.C.-1150 d.C.)
 9. Interregnos: reajustes y nuevos caminos (c. 1150-1450)
 10. Los grandes estados imperiales: incas y mexica (c. 1450-1530)

Andes Centrales: desarrollo del


urbanismo y la cultura andina
Andes Centrales es un gran área cultural (lo cual supone la existencia de grupos humanos ligados por un
conjunto complejo y heterogéneo de relaciones, las cuales se establecen entre sociedades que viven en áreas
contiguas, aparte de alcanzar formas específicas de vincularse con el ambiente, utilizar los recursos y de percibir
el mundo; el resultado son tradiciones e historia compartidas). Se localiza en Sudamérica, abarcando parte del
norte de Argentina y Chile, el occidente de Bolivia, y el sur de Perú. De noreste a sudeste se extienden tres
subregiones paralelas, a modo de franjas: la costa, angosta faja desértica junto al Pacífico; la sierra o cordillera
(los Andes propiamente dichos); por último, al este, la selva o montaña, húmeda y cálida, ligada a la cuenca
amazónica. De estos tres, la sierra es el eje del mundo andino, ya que es en esta zona donde se ubicaron los
principales centros urbanos.

Las civilizaciones andinas se desarrollaron en lo que actualmente se reconoce como 7 períodos que abarcan del
3.000 a.C. al 1.532 d.C.: Precerámico, Cerámico Inicial, Horizonte Temprano, Intermedio Temprano, Horizonte
Medio, Intermedio Tardío y Horizonte Tardío.

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El camino hacia el sedentarismo
La Revolución Neolítica

La transición del nomadismo al sedentarismo fue posible gracias a largos procesos en la historia de la
humanidad. Tal vez el más significativo de todos fue la llamada Revolución Neolítica, la cual consistió en la
domesticación de las plantas y vegetales, conllevando así al paso de una economía de apropiación (basada en la
caza y la recolección) a otra que se sustentaba en la producción. Esta nueva forma de obtener los recursos
transformó las estrategias de subsistencia y sentó las bases para el surgimiento de un nuevo tipo de sociedad,
con efectos sencillamente revolucionarios, tales como una mayor estabilidad en la provisión de alimentos, la
posibilidad de un excedente acumulable (hasta ese momento se recolectaba o cazaba lo necesario como para
subsistir), aumento en la población, asentamiento en aldeas permanentes, división del trabajo, especialización
económica, mayor complejidad social, disponibilidad de tiempo libre que permitía desarrollar tecnologías más
complejas, etc. Esta Revolución Neolítica se dio en diversas partes del mundo, pero en América se desarrolló de
manera independiente en algunas zonas del actual territorio mexicano, los Andes Centrales y en las selvas
cálidas al oriente de la cordillera Andina entre el 7.000 a.C. y el 5.000 a.C.

Los orígenes de la producción de alimentos en los Andes Centrales

En el caso de los Andes Centrales, la producción de alimentos data del 7.000 a.C., aunque es posible que se
iniciara antes. Los primeros cultivos fueron de maíz, calabaza, frijol común, lúcuma, quínoa y coca. Además, fue
en esta época donde se domesticaron algunos camélidos y otros mamíferos (cuy, vicuña, y llama) en las altas
planicies. Por otro lado, en las poblaciones de los valles costeros del Perú las primeras experiencias hortícolas
(tales como el cultivo de algodón destinado a fabricar cordeles y redes que permitieron intensificar la pesca,
aparte de la calabaza vinatera que servía de boya) fueron en un contexto de comunidades centradas en el
aprovechamiento de los recursos del mar, los cuales al brindar un provisión segura, abundante y estable de
alimentos, hicieron posible la temprana sedentarización de esas comunidades.

Hacia el 4.000 a.C., las comunidades que basaban su subsistencia en la producción de alimentos aumentaron
gradualmente, con aldeas o caseríos permanentes o semipermanentes, siendo las migraciones raras (debido al
agotamiento de la tierra o la sequía, por ejemplo) o nulas. Eran sociedades basadas en las relaciones de
parentesco y carecían de una organización política centralizada; los matrimonios crearon lazos entre linajes y
distintas comunidades. Estas comunidades tendieron a radicarse en zonas específicas con recursos y
características particulares para el cultivo, usando los alrededores para cazar y recolectar. Esto creó diferencias
entre los habitantes de distintos ambientes y a la vez abrió las puertas a una red de intercambios entre las
diversas zonas, ya que de esta manera las comunidades podían negociar y obtener recursos que fueran escasos
o inexistentes en su propio lugar. Se produjo entonces una dinámica cultural, en la que con los bienes circularon
ideas, técnicas, creencias y prácticas culturales. Además, esta época se desarrollaron nuevas técnicas como el
pulimiento de la piedra, y se mejoraron la cestería, el hilado, el trabajo de madera y hueso, y los textiles. En el
ámbito religioso, destacaba el culto a los muertos, guardando un gran respeto por los antepasados. Estas
prácticas pueden encontrar su justificación en la importancia de los vínculos de parentesco como articulador de
las comunidades, y garante de su unidad y continuidad.

El Precerámico (3000 a.C.-2000 a.C.): El surgimiento de los primeros centros


ceremoniales
Entre el 3.000 a.C. y el 800 a.C. se encuentran los períodos llamados Precerámico y Cerámico Inicial, en los
cuales se expandió la economía, aumentó la población, se desarrollaron nuevas tecnologías, se erigieron
construcciones monumentales y se manifestó una mayor complejidad social.

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Distribución demográfica en los comienzo del Precerámico

A principios del Precerámico, la mayor parte de las poblaciones vivían en pequeñas aldeas semipermanentes
que, pese a algunos contactos e intercambios interregionales, dependían de los recursos locales. Estas aldeas
se encontraban en tres puntos clave, cada uno con recursos únicos:

 En la costa del centro y norte del actual Perú: ubicadas junto al mar, desembocaduras de ríos y bahías
protegidas. Aprovechaban los recursos marinos y practicaban algunos cultivos junto a los ríos.
 En las tierras altas: se conservó el estilo basado en la caza y recolección. Aquí las diferencias entre los
grupos dependían del entorno y las estrategias de los cazadores. Aunque con el tiempo se desarrolló
además la domesticación de los camélidos.
 En los altos valles fluviales: en esta zona hubo una mayor dependencia de las plantas cultivadas. Esto
conllevó a un mayor sedentarismo.

La aparición de la arquitectura pública monumental y la complejización de las


sociedades andinas

Fue también a comienzos del Precerámico donde la aparición de las primeras manifestaciones de arquitectura
pública monumental marcó el comienzo de profundos cambios en la organización social y el modo de vida de las
poblaciones costeras, y más tarde de las poblaciones de la región serrana. Los registros más antiguos se
encuentran en Áspero, en la Huaca de los ídolos (donde se encontraron pequeñas figurillas de arcilla cruda, en
su mayor parte femeninas y algunas preñadas) y la Huaca de los Sacrificios. Aunque pronto se desarrollaron
nuevos centros ceremoniales en otras partes, como por ejemplo en Caral, donde conjunto de estructuras
ceremoniales (cinco grandes plataformas piramidales, dos plazas hundidas circulares, y conjuntos residenciales
formados por casas con habitaciones interconectadas entre sí), demarca una sociedad más compleja y con
alguna centralización en la toma de decisiones, ya que de lo contrario la construcción de tales estructuras habría
sido difícil. Otro centro ceremonial fue el de Kotosh, en la zona serrana, con un núcleo formado por tres templos
(el mejor conservado es el de Manos Cruzadas), cuya construcción debe haber demandado una considerable
fuerza de trabajo que se reclutaría en los asentamientos próximos; los arqueólogos identificaron restos de
numerosas aldeas que probablemente hayan proporcionado los trabajadores necesarios.

El Cerámico Inicial (2000 a.C.-800 a.C.): el apogeo de los grandes centros


ceremoniales andinos
La aparición de la cerámica, el perfeccionamiento de la tecnología y sus consecuencias
en las sociedades andinas

Hacia el 2.000 a.C. comienza en los Andes Centrales el período denominado Cerámico Inicial, el cual inicia con
la rápida expansión de la cerámica en el territorio andino. El tejido mejoró considerablemente debido a la
adopción del telar de lizos y el incremento de la producción de algodón debido al riego; un poco más tarde
además se sumó la metalurgia. La expansión de la agricultura de regadío acentuó la tendencia a establecer los
grandes centros en el interior de los valles, cerca de las tierras de cultivo, donde era posible controlar las tomas
de agua que alimentaban los canales, acentuando así el papel de las plantas domesticadas, cuya producción
creció por el uso del riego; los centros costeros disminuyeron en cantidad, ya que dependían o eran satélites de
los centros del interior y, pese a que la provisión de proteínas para la dieta humana se obtenía del mar, pronto
cobró una mayor importancia el cultivo. En consecuencia, la población aumentó en cantidad y densidad, lo cual
permitió disponer de más fuerza de trabajo para extender sistemas de riego y llevar a cabo grandes proyectos

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constructivos. A ello contribuyó la amplia adopción de la alfarería, pues los recipientes de cerámica permitían
cocinar los alimentos en agua y recuperar nutrientes en caldo remanente.

Los centros ceremoniales andinos

Los centros de los principales valles compartían rasgos comunes como tecnologías, ideología, ceremonialismo, y
mantenían amplios contactos entre sí, aunque tuvieron un funcionalismo independiente. A nivel regional es
posible distinguir estilos cerámicos diferenciados, elementos característicos y patrones estilísticos regionales,
como el de arquitectura pública con plataformas en forma de U en los valles de la costa central, y el estilo
cupinisque en la costa norte del actual Perú, caracterizado por manifestaciones arquitectónicas con plataformas
bajas, patios rectangulares, escaleras incrustadas, y brazos laterales en forma de U.

La construcción de este tipo de complejos evidencia una autoridad gubernamental cuya autoridad, a juzgar por la
magnitud de las construcciones, incluía el despliegue de fuertes poderes coercitivos. En Moxeque, por ejemplo, a
los grandes sitios monticulares se sumaban asentamientos rurales en el valle, así como establecimientos
costeros que constituían un sistema interdependiente, jerarquizado, en el que cada parte cumplía funciones
diferentes y complementarias. Esto se debe a que en el medio serrano la autosuficiencia de las comunidades era
más difícil que en la costa y obligaba a sus habitantes a obtener los productos necesarios en lugares alejados.
Tal vez debido a ello varios de los centros ceremoniales serranos estaban ubicados a lo largo de corredores que
facilitaban la movilidad y el tráfico de bienes. Sin embargo, más allá de las fronteras meridionales y
septentrionales la integración regional era débil, y no había centros de población ni construcciones
monumentales. Incluso la agricultura era inexistente en algunas zonas, como en la frontera norte, la cual
coincidía con el desierto de Sechura. Y al sur, los pobladores vivían del pastoreo de camélidos y el cultivo a
temporal de tubérculos de altura; la movilidad era entonces mayor, ya que las poblaciones eran pequeñas y se
ajustaban a un ritmo estacional.

El Horizonte Temprano (800 a.C.-300 a.C.): Chavín


El Horizonte Temprano está marcado por el auge de la primera gran civilización andina: Chavín, la cual se
convirtió en el eje del primer desarrollo claramente urbano en los Andes Centrales. Además, su elite recogió y
asimiló elementos de los desarrollos culturales anteriores, tanto en la sierra y la costa como del oriente
amazónico, a partir de los cuales crearon una cultura original que influyó en gran parte de la región: en Chavín,
básicamente, se terminaron de definir muchos rasgos característicos de la tradición cultural andina. Su modo de
expresión esencial, sino el más importante, fue la gran escultura en piedra, ya sea en bloques tallados en relieve
o en bulto, y de esto de donde provienen la mayor parte de las piezas conocidas.

La elite de Chavín: un poder teocrático centralizado

En el ámbito político, se consolidó una sociedad estratificada, con marcada división del trabajo; emergió un poder
centralizado con fuertes rasgos teocráticos (quizás un Estado incipiente) y se desarrolló un estilo diferenciado y
una compleja iconografía que inscribían una ideología de carácter religioso; de hecho, ligado a estos conceptos
estaba el templo, un complejo religioso de carácter monumental. La elite, la cual era permanente y bien definida,
estaba asociada a la actividad del templo, el cual ampliaron y renovaron como forma de manifestar el aumento
de su riqueza y poder, evidenciando una marcada diferenciación social con el resto de la población. Por otra
parte, el templo y la iconografía a él asociada cumplieron al menos dos funciones: por un lado, el templo era el
instrumento que permitía a los sacerdotes enfocar, dirigir y controlar los poderes sobrenaturales; y por el otro, el
templo era el escenario donde se efectuaban los ritos que aseguraban el éxito agrícola, y por lo tanto la vida y la
supervivencia de las comunidades. Eran estos roles los que ayudaban a reforzar el orden social jerárquico que
estaba emergiendo en los Andes.

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La integración cultural

Chavín se encontraba en la zona de alto Marañón, donde las relaciones y contactos se llevaban a cabo con
facilidad. Esta zona es considerada por los especialistas como un área de integración cultural donde confluían
redes de intercambio que la vinculaban a la costa, a otras partes de la sierra y a la selva, lo que implicó contactos
que permitieron a Chavín, incluso en un período previo, recibir, asimilar e integrar elementos provenientes de
otras regiones. Su originalidad residió, en realidad, en la síntesis coherente que su elite hizo de ellos, ya que el
resultado fue una iconografía (la cual se centraba en elementos como la montañas, los jaguares, y algunos
animales marinos) y una ideología consistentes que expresaban los cambios políticos y regionales de los Andes:
de allí su éxito y aceptación por parte de otras comunidades andinas. Esto se evidencia en la importancia de la
cerámica de Chavín, la cual era objeto de intercambios a larga distancia. Dicha expansión fue facilitada por el
colapso de los viejos centros costeros hacia el 700 a.C. debido a diversas causas, como desastres naturales. En
este contexto, el estilo de Chavín, y las ideas, creencias y prácticas culturales asociadas comenzaron a
expandirse. Los desastres naturales desacreditaron a los santuarios locales y a sus dirigentes, de quienes los
campesinos habían dependido para alejar las catástrofes y garantizar el éxito agrícola. Una nueva religión debe
haber resultado atractiva en tales circunstancias, pues renovaba la confianza en las divinidades y rituales, y
enfatizaba el poder de los señores de Chavín en tanto mediadores y ejecutores de esos rituales.

Las culturas aledañas

Sin embargo, las influencias de Chavín fueron casi nulas en otras zonas. En torno al Titicaca, por ejemplo, se
desarrolló un proceso independiente de transformaciones sociales, donde las aldeas se expandieron a otros
nichos ecológicos con el fin de explotar recursos difíciles de conseguir en el altiplano. Esta expansión favoreció
vínculos e intercambios que condujeron a una red de comunidades interconectadas, en las cuales los roles de
parentesco definían las relaciones sociales. Por otro lado, al norte de la región Wankarani, se desarrollaron
distintos centros vinculados entre sí. El cultivo de tubérculos y quínoa cerca del lago cobró importancia y condujo
al desarrollo de sistemas para almacenar agua en la época de lluvias, el verano, como reserva para los meses
secos. El pastoreo de camélidos en las tierras altas cercanas y los ricos recursos lacustres constituían otras
fuentes de recursos. Estas comunidades en Wankarani compartieron tipos cerámicos y estilos arquitectónicos, y
elaboraron una tradición artística y religiosa llamada Yaya-Mama, sin relación visible con Chavín.

El ocaso de Chavín

Pese a su gran poderío, el apogeo de Chavín y de su estilo duró poco. Hacia el siglo III a.C., se frenó la
expansión, las prácticas culturales languidecieron, la construcción de edificios monumentales se detuvo de
manera abrupta y algunos centros fueron abandonados para siempre. En la costa y en la sierra, la construcción
de fortalezas sobre cimas de los cerros evidencia cierta inestabilidad, que debe haber afectado el funcionamiento
de las redes de intercambio a larga distancia y la percepción de tributos en los que se sostenía el poder de las
elites. En este contexto, el gran templo de Chavín subsistió algún tiempo más, hasta que fue abandonado hacia
200 a.C. Poco después, grupos de merodeadores se establecieron entre sus ruinas, ocuparon la plaza circular
hundida y emplearon las lajas esculpidas de sus paredes para construir casas. Fue así como la declinación de
Chavín, su estilo y su culto marcaron el final del Horizonte Temprano.

El Intermedio Temprano (300 a.C.-700 d.C.): las culturas regionales


El fin del Horizonte Temprano marcó el inicio del Intermedio Temprano. Tras la caída de Chavín de Huantar, un
profundo reordenamiento en el funcionamiento de las sociedades andinas abrió el camino para un marcado
regionalismo y el florecimiento de culturas caracterizadas por estilos diferenciados en sus técnicas e iconografía,
que se expresaron en la cerámica, los textiles, la escultura en piedra y la metalurgia. Para numerosos

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arqueólogos, esta fuerte regionalización exhibe la presencia de reinos o entidades políticas que controlaban
zonas del territorio y que manifestaban su identidad.

Una época conflictiva: las guerras interregionales

Hubo en este período un crecimiento demográfico, consecuencia del éxito de la agricultura andina, que había
experimentado una notoria expansión, testimoniada por los valles de riego que se construyeron en los valles
costeros, o en los sistemas de andenes de cultivo en los valles de la sierra. También es probable que haya
estado vinculado con el aumento de la población, así como la necesidad de obtener más tierras para ubicar y a
alimentar a la gente. Esta necesidad se relaciona asimismo con la generalización de las guerras interregionales.
La arqueología documenta un aumento en las fortalezas y sitios fortificados, de la cantidad de armas y de los
cadáveres con signos de muerte violenta. Se incrementaron también las representaciones vinculadas con la
guerra y las cabezas-trofeo. A diferencia de conflictos armados que pudieran haber ocurrido anteriormente, ahora
se trataba de verdaderas guerras de conquista.

El desarrollo del urbanismo: un rasgo característico

Empero, el rasgo más significativo de la época fue el notable desarrollo del urbanismo y la tendencia hacia los
grandes asentamientos, especialmente en las tierras altas. Cada ciudad comprendía, básicamente, un núcleo
monumental, con edificios públicos, grandes plazas y vastas áreas residenciales; cada una controlaba aldeas y
poblados que dependían de ella económica y políticamente. En los valles costeros, surgieron ciudades de este
estilo, aunque más pequeñas. En el norte, en cambio, se conservó el viejo patrón de poblamiento que
presentaba, por un lado, grandes centros ceremoniales y, por el otro, una población dispersa en aldeas y
caseríos en los bordes de las tierras de cultivo.

Situación política y cultural de la región

En cuanto a lo político, hacia fines de esta época la riqueza en algunas tumbas muestra que las diferencias
sociales se habían profundizado y que el poder de los señores se había fortalecido. Las representaciones
cerámicas transmiten la misma impresión, especialmente las mochicas, que exhiben de modo diferente a los
distintos estamentos de la sociedad. Al prestigio de sus linajes y al poder que les otorgaba su relación con el
mundo divino, esos señores sumaron el peso de su papel como jefes de guerra. El éxito guerrero incrementaba
su poder y el manejo de un cuantioso botín les brindaba la riqueza necesaria para exaltar su prestigio y el de su
linaje.

Esta época se destacó además por el extraordinario desarrollo del arte y la tecnología, en especial en la costa.
Mochicas y nazcas fueron grandes artistas y artesanos, famosos por sus obras.

Culturas regionales del Intermedio Temprano

Algunas de las culturas regionales de este período fueron:

 La cultura Lima: alrededor de 200 a.C., apareció en los valles de la costa central una cultura regional
llamada “Lima”; tenía su núcleo de Rímac y Lurín, y se extendió luego a los valles vecinos. Esta cultura
parece volver a las viejas tradiciones: se construyeron algunos grandes conjuntos ceremoniales, como
Maranga, en el valle de Rímac. Maranga, donde hoy se encuentra la ciudad de Lima, floreció a partir del
200 a.C. Fue el centro ceremonial y poblacional más importante de la cultura Lima, y estaba compuesto
por grandes plataformas monumentales. Los grandes recintos que la rodeaban pueden haber sido
residencias de la elite local.

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 La cultura Mochica: los mochicas se destacaron por sus magníficas cerámicas. Los vasos, donde
predominan las formas globulares o subglobulares con un asa peculiar, en forma de estribo, se
diferencian por las escenas pintadas sobre su superficie, en general en rojo oscuro sobre un fondo color
crema y, a veces, por figuras y objetos modelados. La metalurgia constituyó otro de los grandes
desarrollos mochicas, mediante el cual lograron piezas de inmensa belleza. En su confección empleaban
el oro, la plata y el cobre, y distintas aleaciones de estos metales. Usaban asimismo moldes y conocían
la técnica de fundición simple.
 La cultura Nazca: surgió a finales del primer siglo de nuestra era y tuvo su núcleo central en la cuenca
del Río Grande de Nazca, irrigada por más de una decena de ríos, y el cercano valle de Ica. Fue definida
como tal a partir de un estilo cerámico inconfundible, cuyos principales motivos iconográficos aparecen
también en textiles y en los enormes geoglifos que le dieron fama. La zona había formado parte de
ámbito de la cultura Paracas y el estilo Nazca, aunque con diferencias, recoge una fuerte herencia de
esa cultura. Fueron hábiles ceramistas, produciendo piezas entre las que predominan formas globulares
con asas en forma de puente, vasos altos y cuencos de paredes divergentes y cuencos de paredes
divergentes. Estas obras se caracterizaban por la policromía de sus figuras, que muestran el uso de
hasta seis o siete colores en una misma pieza, y por el carácter simbólico de sus representaciones,
deidades y seres mitológicos, con fuerte presencia de elementos felínicos. No obstante, los nazcas
fueron sobre todo magníficos tejedores. Los grandes mantos conservados muestran un amplio colorido,
una imaginativa mixtura de figuras y diseños similares a los de la cerámica, y una combinación de
distintos materiales, como algodón, lana, pelo, junto con decoraciones en conchas, plumas o piezas de
metal.
 La cultura Tiwanaku: en el altiplano, al sur de la cuenca del Titicaca, comenzó el desarrollo de Tiwanaku,
el cual dio tempranas muestras de representar un camino de desarrollo independiente durante sus dos
primeras fases de existencia. Fue heredera de la tradición Yaya-Mama, al igual que la cultura Pucara.

Panorama hacia el fin del período

En síntesis, hacia fines del período de los desarrollos regionales tempranos, la población de los Andes Centrales
se había incrementado hasta superar quizá los cuatro millones de personas, que gozaban de los beneficios de
una agricultura intensiva, con destacados sistemas de riego y andenes o terrazas de cultivo. También se habían
erigido verdaderas ciudades, probablemente capitales de reinos o estados regionales, que se caracterizaban por
estilos artísticos bien definidos y que habían perfeccionado la explotación de los recursos locales. Estas unidades
políticas entraron pronto en competencia por tierras y recursos alimenticios, de allí que las guerras y conquistas
se generalizaran en la región. Sus líderes incrementaron su poder con esos enfrentamientos: se estaba
preparando el clima para el desarrollo de nuevas formas políticas.

El Horizonte Medio (700 d.C.-1150 d.C.): Wari y Tiwanaku


Hacia el 600 a.C., la población de los Andes Centrales superaba los cuatro millones de habitantes, la producción
agrícola había experimentado una fuerte expansión y se habían consolidado verdaderas ciudades,
probablemente capitales de reinos o estados regionales, que se enfrentaban entre sí por tierras y recursos
alimenticios. Las guerras se generalizaron, lo cual condujo al aumento del poder de los señores. Entonces,
vieron la luz los primeros intentos de constituir organizaciones políticas de tipo imperial, capaces de controlar
extensos territorios. Dos grandes ciudades de las tierras altas meridionales, Wari y Tiwanaku, fueron centro de
esta nueva experiencia, visible, en la amplia y rápida expansión de sus estilos artísticos.

Las áreas de control e influencia de Wari y Tiwanaku no parecen haberse superpuesto. El límite entre ambos se
encontraba cerca de Puno, en el norte de la actual Bolivia: Wari se extendió hacia el norte de Puno, y Tiwanaku
hacia el sur. Sus estilos, en especial la iconografía, se encuentran en buena parte del área andina central y

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centro-meridional, y aún fuera de ella, en especial hacia el sur. Los motivos más característicos están presentes
en la Puerta del Sol y se reconocen en la decoración de la metalurgia, la cerámica y los textiles, y en la escultura
de piedra.

Dos modelos distintos de organización: imperial y colonizador

A partir de las características de las áreas controladas, la forma de los asentamientos y la distribución del
material arqueológico, algunos investigadores sostiene que Wari y Tiwanaku representaron dos tipos distintos de
expansión y organización. Wari habría sido un imperio conquistador, que buscaba establecer su control político
sobre otras regiones o reinos a fin de apropiarse de sus excedentes, fundamentalmente mediante la explotación
de trabajo local. Tiwanaku, en cambio, sería el prototipo de estado colonizador, es decir, una vasta organización
orientada a ocupar tierras y a establecer en ellas colonos a fin de explotar recursos distribuidos en distintos pisos
ecológicos fuera del altiplano. Este modelo tendió a asegurar la obtención de bienes fundamentales provenientes
de tierras lejanas, reemplazando el antiguo tráfico caravanero por el control de las fuentes de recursos y su
circulación en un espacio más vasto, cuyo centro era el núcleo altiplánico.

Descripción de Wari y Tiwanaku

En pocas palabras, la descripción de ambas culturas es la siguiente:

 Wari: para comenzar debemos marcar que si bien anteriormente a Wari el urbanismo había sido
significativo, este era limitado y los desarrollos sociales eran desiguales: en los valles costeros, por
ejemplo, existían algunas poderosas formaciones regionales de carácter urbano, y en los valles
serranos meridionales, en cambio, predominaban formaciones tribales aldeanas y, quizás, algunas
jefaturas. Sobre esta realidad, Wari puso en marcha un proyecto político destinado a favorecer la
reproducción de la vida urbana y de las élites allí dominantes, subordinando los desarrollos rurales
autónomos a las necesidades de los núcleos urbanos, estimulando la producción de excedentes y
canalizándolos hacia las ciudades. En las zonas agrícolas ricas, como los valles costeros, las ciudades
crecieron con rapidez y se convirtieron en núcleos de un vasto sistema de intercambios. Este proyecto
político implicó mecanismos para dominar las comunidades rurales y asegurar el flujo de recursos,
fundamentalmente alimentos, hacia los centros urbanos. Wari reclamaba a las comunidades el aporte
de trabajadores para labrar tierras especialmente designadas, cuyos productos constituían la base de
las rentas estatales. El estado, por su parte, aportaba las semillas y la alimentación de los trabajadores,
tal como lo exigían las antiguas reglas de reciprocidad que regían las relaciones entre los miembros de
las comunidades. Estos procesos dieron como resultado un gran estado territorial. Por otra lado, la
influencia de Wari en el territorio se detecta en la iconografía y en el peculiar estilo arquitectónico de
sus centros regionales, los cuales deben de haber servido como capitales o centros administrativos
provinciales, donde residían los representantes del poder imperial responsables de controlar a la
población local, ejecutar las órdenes que llegaban desde la capital imperial y asegurar el flujo de
excedentes hacia el centro del imperio. Esos grandes centros regionales cumplieron un papel
fundamental en el almacenamiento y circulación de bienes, diferenciándose de centros ceremoniales y
ciudades. Carecían de viviendas familiares y grandes centros ceremoniales, pero son visibles áreas que
deben haber servido para alojar a jefes, burócratas y especialistas, y edificios destinados a barracas,
depósitos y cocinas comunitarias en las cuales se preparaban los alimentos para los residentes y para
los trabajadores locales afectados a distintas tareas.
 Tiwanaku: la expansión de Tiwanaku impulsó una fuerte integración económica que excedió los límites
del territorio formalmente controlado. Así, por un lado, impulsó la producción agrícola y de bienes
suntuarios conforme a las necesidades de la elite dirigente; por el otro, alentó un mayor desarrollo de
los circuitos de intercambio. La expansión del consumo de coca debe haber estado relacionado con ese

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desarrollo que, en el norte del actual noroeste argentino, vinculó los viejos circuitos caravaneros este-
oeste con otros que se conectaban con el altiplano. El aumento de la producción agrícola fue prioritario
para la elite de Tiwanaku, que debía atender a sus crecientes necesidades y asegurar la alimentación
del conjunto de la población de la ciudad y de los centros vecinos de la cuenca del Titicaca. Para
atender esas necesidades, se encararon vastos proyectos agrícolas en el sur de la cuenca de Titicaca,
en especial la construcción de vastas áreas de campos elevados, controladas desde centros
administrativos locales y destinadas a producir tubérculos, el alimento básico de la población, pues la
altura y el clima del altiplano impedían la expansión de cultivos que reclamaban mayor calor y
humedad, como el maíz y la coca, valorados en los Andes debido, entre otras cosas, a las dificultades
que presentaba su producción. Por esto, Tiwanaku se expandió, mediante grandes proyectos de
colonización agrícola, hacia sitios específicos donde fuera conseguir esos productos y algunos otros.
En su expansión, Tiwanaku se encontró ante un confuso mosaico de paisajes físicos y sociales que le
impidió a su elite establecer una estrategia uniforme de administración: cada zona difería de las otras
tanto en recursos naturales disponibles, como en el tamaño y organización de habitantes. Sin embargo,
la influencia de Tiwanaku fue notable. Las poblaciones que vivían al sur, sin experiencia urbana, se
beneficiaron del contacto con los mercaderes y colonos procedentes de la zona lacustre; asimismo,
pueblos que nunca vieron las brillantes ciudades del Titicaca participaron, a la distancia, de esa gran
civilización urbana.

Tiempos de crisis

Hacia el 1000 d.C., Wari y Tiwanaku vivieron momentos de crisis. Wari y sus centros provinciales fueron
abandonados durante el siglo IX, y el imperio se desintegró con rapidez. Tiwanaku, que había alcanzado su
apogeo entre los años 600 y 800, persistió algo más, pero, tras una etapa de decadencia que se inició en el siglo
X, también se desintegró. La causa de este declive final podría ser un prolongado período de sequía en las
tierras altas, que habría producido una reducción drástica en la producción de alimentos, particularmente
agrícolas, que a su vez afectó al conjunto de la población y debilitó la situación política de las elites que
controlaban esos estados. En tanto, gracias a sus elaborados sistemas agrícolas, Tiwanaku habría podido resistir
un tiempo más los efectos de la crisis.

Consecuencias de la caída de Wari y Tiwanaku

En los antiguos territorios de Wari y Tiwanaku se inició un período de desarrollos regionales desiguales. En
varias zonas, las ciudades y la vida urbana parecen haber desaparecido, aunque las comunicaciones y los
intercambios entre las diferentes regiones se sostuvieron. En ese mundo fragmentado se manifestaron marcados
contrastes regionales. La vida urbana estimulada por Wari continuó en algunos valles costeros menos afectados
por la crisis, donde aparecieron nuevos proyectos integradores a nivel regional; en las tierras altas, en cambio,
las limitaciones de la producción agrícola y la falta de un proyecto integrador condujeron a un crecimiento urbano
limitado y efímero: en algunas zonas se retornó a formas de vida aldeana, con reproducción simple de la
agricultura, fuerte peso del pastoreo y asentamientos concentrados y altamente defensivos, en lugares de difícil
acceso y dotados de muros y foso que los convertían en aldeas fortificadas antes que en ciudades, evidenciando
violencia e inestabilidad política. Y al sur del Titicaca, por su parte, la desaparición de Tiwanaku tuvo también
profundas repercusiones y, aunque los intercambios no se extinguieron, las entidades sociopolíticas sufrieron el
cambio de manera directa. Se inició entonces una época de inestabilidad, competencias y desequilibrios, con
marcada tendencia a la concentración de la población en grandes centros y una proliferación de instalaciones
defensivas, estratégicas o de carácter abiertamente militar, conocidas como “pucará”, término quechua cuyo
significado literal es fortaleza.

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La caída de Wari y Tiwanaku fue, sin lugar a dudas, un hecho trascendental que dejaría huellas y marca el fin de
Horizonte Intermedio.

El Intermedio Tardío (1150 d.C.-1450 d.C.): los estados regionales


En el período inmediatamente posterior a la desaparición de Tiwanaku y Wari se manifestaron marcados
contrastes regionales. En la costa norte, el desarrollo urbano culminó con la formación de grandes estados que
se alternaron en el poder, como el reino Chimú con capital en Chan-Chan, en el valle del Moche. En la costa sur,
en cambio, la alternancia de poder tuvo lugar entre pequeñas jefaturas y reinos locales, como los asociados a la
cultura Ica. En la sierra y en las tierras altas, en cambio, predominaron formaciones locales de carácter aldeano,
con algunas excepciones como los señoríos aymara de la cuenca del Titicaca y los curacazgos del valle de
Cuzco, uno de los cuales, el de los inka o incas, etnia de lengua quechua, sería luego el articulador de un nuevo
proyecto pan-andino.

Estados regionales del Intermedio Tardío

Algunos de estos estados regionales fueron:

 El reino Chimú: con capital en el gran centro político Chan-Chan, fue un poderoso estado conquistador.
Contó con una cultura heredera de la tradición mochica, aunque enriquecida por los aportes de Wari. El
centro Chan-Chan, que albergó a unas 30.000 personas en su momento de mayor extensión, se
encontraba situada en una planicie llana (fértil gracias a un elaborado sistema de riego, capaz de
sustentar una actividad agrícola dirigida a alimentar a la numerosa mano de obra empleada en las
grandes construcciones que dirigían los gobernantes chimúes), de espaldas al mar y defendida en su
lado norte por un muro. La mayor densidad de población se encontraba en caseríos o aldeas fuera de la
ciudad. En la ciudad, se distingue una jerarquía clara: un primer estamento, con unidades llamadas
ciudadelas, las cuales eran residencias de los reyes (cada rey se construía una nueva); un segundo
estamento, con estructuras intermedias destinadas a alojar a los nobles o altos funcionarios de la
administración; un tercer estamento compuesto por plataformas ceremoniales vinculadas al culto y al
sacerdocio; y un último estamento con viviendas para los sectores urbanos más bajos (artesanos,
mercaderes, servidores). Esta estructura edilicia da muestra de una sociedad estratificada, con
estamentos bien divididos, donde además no existía movilidad social: cada individuo pertenecía por
nacimiento a un estamento determinado. La elite dirigía un estado fuerte y centralizado, y llevaba a cabo
grandes proyectos constructivos e hidráulicos, intercambios a larga distancia, empresas militares e,
incluso, la producción de las artesanías especializadas, entre las cuales destacaban la alfarería (de
tradición mochica, aplicada a vasos negros, con decoración grabada y producidos en serie, por medio de
moldes), los textiles y la metalurgia, esta última con piezas de singular belleza. Para cerrar, este reino
cayó hacia la segunda mitad del siglo XV, conquistado por los señores cuzqueños y anexado al
Tawantinsuyu.
 Los señores del Cuzco: tras la caída de Wari, el desarrollo en los valles de la sierra meridional peruana
se caracterizó por no exceder los márgenes locales, predominando las organizaciones aldeanas sobre
las urbanas. Estos centros urbanos se asemejaban más a los antiguos centros ceremoniales. Esto era
consistente con el fuerte vuelco de la economía a la producción rural, las restricciones de la circulación
de gente y tributos, y un desarrollo manufacturero escaso, basado en la producción doméstica. En este
contexto, el Cuzco primitivo era ya la residencia del linaje (panaca) gobernante y de algunos funcionarios
(camayoc). Sus residencias eran tan importantes como sus templos, lo que sugiere que la vida giraba
fundamentalmente en torno a los jefes étnicos (curacas), pronto divinizados; y no a los sacerdotes. Esa
elite dominaba a la población rural vecina, que vivía en caseríos dispersos o pequeñas aldeas. En cuanto
a sus inicios, lo poco que puede inferirse sobre la temprana historia del Cuzco es la existencia de una

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confederación de grupos gobernados por jefes guerreros (sinchi), empeñados en largos conflictos
armados con grupos cercanos, derivados a su vez de disputas por tierras o fuentes de agua. Durante
esos conflictos, los grupos más próximos se aglutinaron y unieron fuerzas frente a otros. Es en estos
territorios donde encontramos los orígenes de los incas, el cual se asocia a un rey heroico llamado Inca
Yupanqui Pachacuti, el cual libró una guerra contra los chancas, considerados bárbaros por los incas,
quienes sitiaron la ciudad de Cuzco. Apoyado por el dios Wiracocha (según la mitología incaica), quien
envió ejércitos a apoyar a Inca Yupanqui, este venció a los chancas. El triunfo militar legitimó su poder, lo
convirtió en civilizador al vencer a los bárbaros chancas y estableció su derecho a expropiar a los
vencidos; además, el Cuzco se transformó en la cabeza de un estado conquistador. Este proceso debió
ocurrir hacia el 1430.
 Los señoríos aymara del altiplano y los Andes Meridionales: las poblaciones del altiplano (especialmente
alrededor del lago Titicaca) conformaron una serie de pequeñas jefaturas, llamadas luego “señoríos” por
los españoles. Una de estas jefaturas puede era el reino colla, al noroeste del gran lago, con capital en
Hatuncolla. Otra era el señorío de los lupaka, cuyo centro político debe haber sido Chucuito. Cabe
destacar que conforme al principio dual que sustentaba el mundo andino, esta jefatura estaba regida por
dos ricos y poderosos señores de los linajes Cari y Cusi, cuya riqueza se basaba en los enormes
rebaños de camélidos (llamas y alpacas) que mantenían en los pastizales de la puna. Estas jefaturas
fueron sometidas por los incas a mediados del siglo XV. A comienzos del siglo XIII, en el actual NO
argentino y los territorios vecinos de Chile hubo un fuerte crecimiento demográfico, junto con la aparición
de sociedades más grandes y complejas. La organización política era relativamente centralizada, y se
organizaba en los pucarás (centros sociales, político y religioso), mientras que en resto del territorio se
distribuían poblados dependientes y asentamientos rurales o chacras (instalaciones productivas
básicamente agro-pastoriles), donde residían los campesinos. Se emprendieron además las
construcciones de extensas terrazas y obras de cultivo.
 Las grandes jefaturas del área intermedia: en el área intermedia que abarca los Andes Septentrionales y
las tierras de América Central hubo presencia de numerosas jefaturas, denotando así una extrema
fragmentación política. Estas jefaturas basaban su subsistencia en una agricultura centrada en el maíz,
aparte de la papa en las tierras altas y la mandioca en las tierras bajas tropicales, variando con ellas los
métodos de cultivo (en tierras altas andenes de cultivo, en las tierras bajas la agricultura de roza, y en las
zonas de menos humedad el riego en pequeña escala). Pese a estas diferencias, esas jefaturas
compartían algunos rasgos tecnológicos, tales como una arquitectura monumental en barro y piedra que
servían de residencia para la elite (además de ser templos y tumbas), y el desarrollo notable de la
metalurgia, usada en objetos de ritual o adornos de oro, plata, cobre (o aleaciones de estos) para las
clases altas. La más compleja de estas culturas fue la de los muiscas o chibchas, en Bogotá. Estaban
organizados en dos jefaturas principales: la del Sipa y la del Zaque, con algunas jefaturas independientes
entre ellas, a menudo enfrentadas entre sí. Con el tiempo, ambas jefaturas se expandieron, y hacia el
1500, la cultura muisca se destacaba en la región.

El Horizonte Tardío (1450 d.C.-1530 d.C.): Tawantinsuyu, el Imperio Inca


Durante las décadas previas a la invasión europea los Andes Centrales fueron el escenario de la formación de
una extensa unidad política imperial: el Tawantinsuyu. Los señores cuzqueños, herederos de la tradición de Wari
y Tiwanaku, empleando una hábil política que combinó guerras, presiones, amenazas y alianzas, construyeron
un imperio que, a comienzos del siglo XVI, se extendía a lo largo del espacio andino, desde el sur de la actual
Colombia hasta el centro de Chile. Esta estructura política reunió los rasgos de un imperio antiguo: fuerte
integración militar, sólida organización administrativa, y extensas redes de caminos y comunicaciones que
permitían controlar a los pueblos dominados, explotar recursos estratégicos y extraer excedentes. Es, entonces,

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el imperio inca, el más representativo actor del último período de los pueblos originarios antes de la invasión
europea: el Horizonte Tardío.

Bases materiales del estado inca: mano de obra e infraestructura pública del imperio

Comenzaremos desarrollando las bases materiales del estado inca. Las sucesivas conquistas les permitieron les
permitieron a los incas controlar vastos territorios y movilizar enormes contingentes de mano de obras en una
dimensión nunca antes lograda. Dispusieron así de la energía humana necesaria para emprender proyectos
constructivos y expandir la agricultura en la región serrana, especialmente el maíz, un bien prestigioso, cuyo
cultivo en la sierra requería importantes obras de infraestructura, como andenes o terrazas y extensos sistema de
riego. Esa disponibilidad de mano de obra les permitió también construir un magnífico sistema de caminos
(capacñam), que unía distintas regiones del imperio y permitía el rápido desplazamiento de mensajeros y tropas.
Puentes de piedra y puentes colgantes permitían sortear los ríos caudalosos, y un sistema de paradores o
posadas (tambos), estratégicamente distribuidos, permitía albergar y aprovisionar a los viajeros. También se
construyeron grandes depósitos provinciales con el objetivo de acumular los excedentes de producción,
principalmente alimentos y tejidos, que servían para sostener los ejércitos y la administración regional.

Actividades económicas y recursos del mundo andino

La economía del imperio estaba basada en dos actividades esenciales: la agricultura y, en las tierras altas, la cría
de camélidos, en especial llamas. En la costa, además, eran fundamentales los recursos del mar: pesca,
recolección de mariscos, caza de aves y mamíferos. En las tierras altas, la agricultura, en general practicada a
temporal (aprovechando las lluvias del verano) se centraba en el cultivo de tubérculos adaptados a la altura y
resistentes a las heladas, como la papa (que, con sus varios cientos de variedades, era el cultivo más
importante), el ulluco y la oca, y de un grano, la quínoa, de alto valor proteico. También, como menciono
anteriormente, fue fundamental la domesticación de llamas (la cual además de ser usada como medio de
transporte proveía lana, carne y excremento, el cual se usaba como combustible y eventualmente como abono) y
alpacas (valiosas debido a la calidad de su lana, empleada para hacer los finos tejidos, cumpi, con que se
perfeccionaban las prendas del soberano), y del cuy. El clima favorecía la obtención de estos productos: el frío, la
sequedad y la sal permitían conservar la carne (charqui), en tanto las heladas permitían someter las papas a un
proceso de desecación que las convertía en chuñu. Otros recursos valiosos atrajeron la atención de los señores
cuzqueños, que estimularon su obtención y producción, e intentaron asegurar su control por parte del estado; por
ejemplo, los metales preciosos. Con el oro y la plata se fabricaban piezas de alto valor simbólico que sólo podía
usar el Inca o aquellos señores a quienes se las regalase. Estaba, además, el guano. Sobre ellos (es decir,
tierras, ganados, metales, guano) el Inca proclamaba su derecho exclusivo en su calidad de hijo del Sol y se
aseguraba, al menos en principio, su monopolio.

Párrafo aparte se merece el maíz. Este tenía una importancia especial. Estimado por su valor alimenticio y su
facilidad de conservación, su cultivo en la región serrana presentaba dificultades pues requería un clima húmedo
y cálido, y resistía poco las heladas. Con grandes cuidados era posible cultivarlo en pequeñas cantidades en
algunos lugares (por eso antes de los incas se lo empleaba especialmente para producir chicha, bebida
elaborada mediante la masticación de los granos y su fermentación en agua usada en rituales religiosos y
sociales). Con los incas, el cultivo del maíz se convirtió en un asunto del estado. Se emprendió e impulsó la
realización de obras para asegurar el éxito de la agricultura serrana del maíz, para lo cual se extendieron los
sistemas de regadío, se construyeron andenes de cultivo y se generalizó el uso del abono hasta alcanzar
dimensiones nunca antes vistas. Interés y necesidad, sumados a las dificultades para su cultivo, generaron una
elevada ansiedad que tuvo su correlato en los complejos rituales y elaboradas ceremonias que rodeaban todas
las etapas de su cultivo, así como del agua, fundamental para su producción. El mismo Inca participaba y dirigía
los principales rituales.

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Ya aclaradas las bases materiales del imperio inca, desarrollaremos el funcionamiento de la sociedad y el
estado.

La reciprocidad

Había una antigua tradición andina que los incas supieron aprovechar al tiempo que le confirieron una nueva
dimensión. En las comunidades andinas, denominadas ayllu, cuyos integrantes se reconocían unidos por lazos
de parentesco, la propiedad de la tierra era colectiva y el trabajo, regido por el principio de reciprocidad, se
realizaba en común. Ese trabajo comunitario incluía, además de las tierras asignadas a cada unidad doméstica,
otras, otorgadas al templo o las divinidades locales (las huacas), a los señores étnicos (los curacas), al
sostenimiento de las viudas, huérfanos, ancianos o incapacitados, o para crear reservas para épocas difíciles.
Estas tareas, llevadas a cabo por grupos o turnos (en un procedimiento llamado mita), suponía la reciprocidad,
ya que la intervención de las divinidades era esencial para el éxito agrícola, y los curacas representaban a la
comunidad y organizaban el trabajo colectivo.

En tanto conquistadores e hijos del Sol, los incas se proclamaban propietarios eminentes de las tierras, los
rebaños y los recursos mineros, además, obviamente, de los excedentes. De este modo, las comunidades,
antaño dueñas de sus tierras, se convertían, por un acto de generosidad del Inca conquistador, en usufructuarias
de estas y de sus recursos. Como prestación recíproca, el Inca les exigía realizar por turnos distintos trabajos o
mitas, que incluían, entre otras actividades, trabajar las tierras y cuidar los rebaños asignados al Inca, a los
linajes cuzqueños, a los grandes señores étnicos, a las divinidades y a los templos; esquilar, hilar y tejer; trabajar
en las grandes obras públicas (obras de riego, andenes, caminos, depósitos, tambos), contribuir a su
conservación y mantenimiento, y participar en el ejército. Como beneficiario y siguiendo la tradición andina, el
Inca aportaba las materias primas necesarias y preveía alimentos durante los días del servicio. Los productos así
obtenidos eran concentrados, almacenados y luego redistribuidos según los criterios fijados por el estado:
servían tanto como para mantener al Inca, a los nobles, al ejército y al templo como para alimentar a los
trabajadores durante las mitas por la reciprocidad. El funcionamiento de este mecanismo de redistribución
requería una gran infraestructura de caminos, depósitos, funcionarios que supervisaran el sistema y llevaran el
registro de lo que se producía y usaba, etc., que los incas crearon recogiendo y ampliando tradiciones andinas
que se remontaban a Wari, por lo menos.

Los mitmaq

Desde mucho tiempo antes de los incas la variabilidad ecológica del mundo andino, fundamentalmente en altura,
y la tendencia de las comunidades andinas a la autosuficiencia las habían llevado a tratar de disponer de tierras
en distintos pisos ecológicos, con el fin de tener acceso a una variedad de productos. Las tierras de cada ayllu y
de cada grupo étnico semejaban a verdaderos archipiélagos extendidos por diferentes paisajes. Colonos
provenientes del núcleo central, los mitmaq, se asentaban en esos islotes para asegurar la producción de los
recursos necesarios, aunque mantenían sus viviendas y familias en el núcleo central. Este modelo de
funcionamiento se denominó “control vertical de un máximo de pisos ecológicos”.

Los incas apelaron también a esta tradición andina para desplazar a grandes grupos a regiones lejanas del
imperio. A veces, por motivos económicos, para explotar recursos importantes, aunque de manera progresiva
fueron ganando espacio motivaciones políticas, como la necesidad de asegurar territorios de frontera, controlar
poblaciones rebeldes, desarticular a grupos éticos reacios a someterse. Estos mitmaq, desplazados en
ocasiones a sitios muy lejanos, donde el Inca les otorgaba tierras para establecerse, conservaban sus derechos;
sin embargo, en tanto no retornaban a su núcleo original, en la práctica los lazos con su comunidad se rompían
totalmente

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Los vínculos del individuo con la comunidad

En el mundo andino, la vinculación del individuo con su comunidad y grupo de parentesco era esencial para la
vida, pues es a los parientes a quienes se podía recurrir por apoyo y ayuda (de hecho, en quechua la palabra
waqcha significa a la vez “huérfano” y pobre”). No podía ser de otra manera en un mundo donde las relaciones
estaban regidas por el parentesco, que regulaba las obligaciones y derechos de cada uno: individuos dentro de
la familia, familias en el ayllu, ayllus dentro de los grandes grupos étnicos. En tanto miembro de una familia, el
campesino (hatun runa) contribuía con su trabajo al funcionamiento de la comunidad o respondía por las
obligaciones de esta con el grupo étnico o el estado, pero, al mismo tiempo, se aseguraba sus derechos como
miembro de la comunidad y de una familia: acceso a tierras y a los beneficios de la reciprocidad.

El principio de la reciprocidad se aplicaba también a las relaciones entre los grandes señores étnicos y el Inca.
Cuando una región era incorporada al Imperio, ya fuera por acuerdo o conquista, el Inca acostumbraba a colmar
de regalos (tejidos, joyas, mujeres, chicha, alimentos apreciados) a los señores locales, excepto a los más
rebeldes, quienes, en cambio, eran ejecutados. La entrega de tales obsequios se repetía en forma periódica;
como contraparte, esos señores quedaban obligados a servir al inca, convirtiéndose en figuras de doble cara: por
un lado, representaban a la comunidad y al grupo étnico, por el otro, eran de hecho agentes responsables del
cumplimiento de las obligaciones o mitas requeridas por el estado.

Sin embargo, existían individuos que se hallaban fuera de tales vínculos y, por lo tanto, fuera de la comunidad.
Eran los yanas o yanakuna, cuya situación dependía del señor al que servían. Con el imperio, el número de
yanas creció, pues estos servidores obedecían directamente al Inca, a los señores o a los templos, que no tenían
hacia ellos las obligaciones mutuas y de la reciprocidad. Similar era la situación de las acllas, mujeres separadas
de sus comunidades y agrupadas en recintos especiales. Algunas podían ser elegidas como concubinas del Inca
o entregadas a los señores; otras servían al soberano y se ocupaban de su alimentación e higiene; la mayoría se
dedicaba a la tejeduría, en especial de las telas finas, o a la producción de chicha. Los acllahuasi o residencia de
acllas funcionaban como verdaderos obrajes.

La caída del Imperio Inca

La llegada de los invasores castellanos y la captura de Atahualpa en Cajamarca en noviembre de 1532 pusieron
fin al Imperio. La conquista fue rápida; el estado incaico resultó descabezado. Aunque la resistencia inca
continuó algunas décadas en los valles orientales, la suerte estaba echada: los pueblos andinos, incluso aquellos
que, como los huanca, habían ayudado a los conquistadores, se convirtieron en sometidos del nuevo imperio
colonial español.

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