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El rescate: cuento sobre la participación

El rescate, cuento sobre la participación


de toda una comunidad en favor de la
protección de las tortugas marinas, ¡toda
una lección!
 Al final encontrarás preguntas para iniciar el debate y reflexión en
el grupo.

El rescate
El papá de Marisa era profesor de matemáticas. Cuando no estaba impartiendo clases, se
le podía ver leyendo libros de álgebra o escribiendo fórmulas en un pizarrón. Una vez le
dijo a su hija: “¿Sabías que casi cualquier problema en la vida puede solucionarse con
ayuda de las matemáticas?”. Ella no le creyó, pero unas semanas después comprobó
cuánta razón tenía su padre. Marisa vivía con su familia en Tecpan de Galeana, en el
estado de Guerrero, e iba a una escuela llamada Emperador Cuauhtémoc. Una mañana,
durante la clase de Ciencias Naturales, su maestra les habló de las tortugas marinas.
Dijo que estos grandes animales llegaban a vivir un siglo y han habitado en la Tierra
desde hace más de 150 millones de años. Lo triste era que, en la actualidad, muchas
especies estaban en peligro de extinción. “Aunque es ilegal, la gente las caza para
comerse su carne y consumir sus huevos”, explicó la maestra y agregó: “Pertenezco a
una brigada que protege a las tortugas. Nuestro trabajo es resguardar sus nidos y
asegurarnos de que las tortuguitas recién nacidas lleguen al mar sanas y salvas”. La
profesora invitó a sus alumnos a convertirse en voluntarios. Les dijo que, por desgracia,
muy poca gente estaba dispuesta a ayudar. “Hay demasiadas tortugas que proteger y los
voluntarios nunca son suficientes.

El año pasado sólo pudimos salvar a unas cuantas.” Todos en el salón aceptaron la
propuesta de su maestra y prometieron invitar a sus familiares y amigos a participar en
el próximo salvamento, el cual se realizaría dentro de dos meses. Marisa regresó a su
casa pensando en lo que les había contado la maestra. Quería formar parte de la brigada,
pero también deseaba que más gente ayudara. Sin embargo, no sabía qué hacer para
lograrlo. Invitó a sus papás, a sus primos y a su mejor amiga. Pero la maestra les había
dicho que era necesario salvar a miles de tortugas. ¿Qué podía hacer para conseguir más
voluntarios? Ella no conocía a tantas personas. Cuando le planteó esta dificultad a su
papá, él repitió lo que había dicho semanas antes: “Casi cualquier problema en la vida
puede solucionarse con ayuda de las matemáticas”. Marisa torció la boca. ¿Qué tenían
que ver las matemáticas con las tortugas marinas? Él dijo que existía algo llamado
progresión geométrica. “¿Qué es eso?”, quiso saber su hija. Su padre se acomodó las
gafas y, con el tono que usaba en sus clases, dijo: “Es una sucesión en la que cada
término se obtiene multiplicando al anterior una cantidad fija, llamada razón”. Marisa
no entendió nada. Entonces su padre se lo explicó con más sencillez. “Es muy fácil.
Sólo tienes que ponerte de acuerdo con tus compañeros para que cada uno invite a tres
personas a participar.
Estas tres personas deberán invitar a otras tres y ellas a tres y así sucesivamente. Si cada
invitado se compromete a conseguir a tres amigos o familiares, en dos meses serán
muchísimos.” Marisa les habló a su maestra y a sus compañeros de la progresión
geométrica y decidieron ponerla en práctica. Dos meses después la playa de Carrizal
estaba a reventar. Había señores, señoras, niños, niñas y gente mayor. Todos dispuestos
a ayudar a que las tortugas bebé que en ese momento salían de sus huevos llegaran al
mar. Al verlos, Marisa pensó que si bien los cálculos de su papá resultaron correctos, lo
más importante había sido la participación de las personas.

Para reflexionar en clase


 Además de salvar a las tortugas, ¿qué otras actividades podrían realizarse
mediante la participación?
 ¿Por qué crees que la gente respondió al llamado de Marisa y de sus
compañeros?
 ¿Has participado alguna vez como voluntario en una acción que beneficie a tu
comunidad?
 ¿Qué es para ti la participación?

 Estructuras de participación
 30 Ago
 Publicada el 30 agosto, 2014Autor Miguel Ángel Santos Guerra 21
 Creo que nadie duda de la necesidad y de la importancia de la participación para
que haya responsabilidad, implicación, sentido de pertenencia, motivación y
aprendizaje. Son muy valiosos los frutos que produce el árbol de la
participación.

 Pero es imprescindible un tercer


requisito: hace falta poder hacerlo. Y a eso voy en este artículo. A reflexionar
sobre la necesidad de crear estructuras de participación.
 Hablo de una participación real, no recortada y superficial. De una participación
que no se considera un regalo sino un derecho y un deber. Sin participación es
imposible aprender. Tomar parte en las organizaciones y en las experiencias es
el único camino de alcanzar aprendizajes significativos y relevantes.
 Para que haya participación en la sociedad, en los partidos políticos o en las
instituciones tiene que haber voluntad de participar. Está muy claro: es
imprescindible querer participar. Porque si no se quiere, no hay nada que hacer.
Si no se quiere pasaría lo mismo que en aquel pueblo cuyas campanas no se
tocaban por ocho motivos. Primer motivo: no había campanas. Pues no hace
falta saber los otros siete. Es necesario también saber cómo hacerlo. Hay que
tener cosas que decir y saber decirlas con sentido y claridad. Hace falta saber
actuar de forma competente. Pero es imprescindible un tercer requisito: hace
falta poder hacerlo. Y a eso voy en este artículo. A reflexionar sobre la
necesidad de crear estructuras de participación.
 En alguna clase lo he explicado mediante un sencillo ejercicio que muestra de
forma palmaria cómo la participación depende de la estructura que se emplee
para ejercitarla.
 Cuento la siguiente historia. Una señora mayor (en adelante una vieja) se
encuentra en un autoservicio. Va a la barra, pide un tazón de caldo, lo paga y,
después de depositar el tazón, coger una servilleta una servilleta y depositar una
cuchara en la bandeja, se dirige a la mesa en la que se dispone a comer. Cuando
se sienta, se da cuenta de que se ha olvidado de comprar pan. A ella le gusta
migar pan en el caldo. Toma unas monedas del bolso, vuelve a la barra, pide un
bollo de pan, lo paga y cuando vuelve en dirección a su mesa, ¡sorpresa!, un
hombre de color (en adelante un negro), está tranquilamente tomándose su
caldo.
 Entonces les hago esta pregunta: ¿Qué harías tú si fueras la vieja? Les digo que
tienen que contestar la respuesta de dos en dos. No es que uno sea el negro y
otro la vieja. No. Los dos se tienen que meter en el pellejo de la vieja y decir lo
que harían en esa situación. Hablan durante unos minutos. Cuesta volver al
silencio.
 Luego sigo con la historia. Cuando la vieja ve lo que está pasando se dice: No
me dejaré robar. Dicho y hecho, va rápidamente al lado del negro, se sienta a su
lado, coge una cuchara, miga el pan en pedazos y come con el negro lo que
queda de su caldo. Seguidamente el negro se levanta, le pide que espere unos
segundos, y vuelve poco después con un abundante plato de espaguettis y dos
tenedores. Le da un tenedor a la vieja y le dice que desea compartir con ella los
espaguettis. Comen los dos, alternándose. Y, cuando acaban el negro le dice a la
vieja que tiene prisa, que tiene que irse, que está encantado de haber compartido
la comida y que no puede quedarse a tomar el postre. Se despide de ella y
emprende camino hacia la puerta del autoservicio. Cuando el negro a abrir la
puerta para salir, la vieja se da cuenta de que su bolso ha desaparecido.
 Entonces vuelvo a formular la misma pregunta: ¿qué harías tú si fueras la vieja?
Pero, ahora, añado, no se van a decir a quien tienen al lado sino que, quien desee
dar su opinión, debe levantar la mano y decirlo a todos los asistentes en voz alta.
 Suele suceder que tardan en aparecer voluntarios, a veces no hay ninguno y,
cuando los hay, solamente 3 o 4 personas dan su opinión. Muchos callan porque
no se atreven, porque han estado distraídos, porque no les interesa la historia,
porque no quieren repetirse, porque tienen miedo al ridículo…
 Entonces sigo con la historia. Cuando la vieja se levanta para gritar ¡al ladrón”,
se da cuenta de que dos mesas más allá hay un tazón de caldo ya frío y delante
de la mesa una silla con su bolso colgado. Se había equivocado de mesa cuando
volvió de comprar el pan.
 Esta historia que su protagonista contó en un periódico, se suele utilizar para
reflexionar sobre la importancia de los estereotipos. La vieja dijo que hasta que
le sucedió esta historia creyó que no era racista. Y, como bien se ve, muestra que
no es el negro el que como a costa de la persona de raza blanca sino ésta la que
come (primer y segundo plato) a costa del negro. Resulta lógico que el hombre
pensase que la viaja estaba muy necesitada al ver que migaba el pan en su tazón
de caldo. De ahí que, generosamente, la invitase a compartir el segundo plato.
 Yo la suelo utilizar para analizar la importancia de las estructuras de
participación. Con la misma historia, en la misma sala, el mismo día, con las
mismas personas, la participación es diferente dependiendo de la estructura que
se utilice.
 Primera estructura: uno solo lee la historia. Nadie más interviene. Con una
segunda estructura (pedir la opinión en voz alta ante todos los presentes)
participan muy poquitos. Con la tercera estructura (hablar de dos en dos)
intervienen todos. Una buena estructura propicia la participación y multiplica el
tiempo.
 La pregunta tiene la misma dificultad en las dos ocasiones en las que se formula:
¿qué harías tú si fueras la vieja? Pero, en el primer caso provoca una catarata
inmediata de intervenciones que cuesta trabajo interrumpir. En el segundo, una
oleada de silencio.
 Hay estructuras que impiden la participación. Si uno solo cuenta la historia, las
personas escuchan con mayor o menor atención. Otras la dificultan: no es fácil
intervenir ante quinientas o mil personas. Otras la hacen casi inevitable. Porque,
si en el ejercicio que acabo de comentar, una persona está distraída y oye del
compañero la pregunta: Bueno, ¿qué harías tú si fueras la vieja? Y él no sabe de
qué vieja están hablando, lo pregunta y el compañero se encarga de ponerle en la
situación del relato.
 Es fácil trasladar la cuestión a situaciones reales. Se puede pedir e, incluso,
exigir participación. Pero si no hay tiempos y espacios para hacerla viable, por
mucho que se desee, no será imposible conseguirla. Si se pide a los ciudadanos
que participen en las decisiones, pero no hay canales a través de los cuales
puedan hacerlo, la invitación será un mero señuelo. Si se invita a los padres de
los colegios a participar pero no disponen de lugares, tiempos e información
adecuada, la participación se convertirá en una mera entelequia.
 Crear canales para la participación una exigencia sine qua non para que se
produzca. Después habrá que querer y saber utilizarlos. Pero si no existen,
hablar de participación auténtica será como hablar de nieve frita.

El hombre se posee en la medida en que


posee su lengua.
Por Alguien el 6 marzo 2010 • ( 0 )
“No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a
conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí
mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por medio
del lenguaje. Ya Lazarus y Steindhal, filólogos germanos, vieron que el espíritu es lenguaje y se
hace por el lenguaje. Hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí mismo y
construir el mundo. A medida que se desenvuelve este razonamiento y se advierte esa fuerza
extraordinaria del lenguaje en modelar nuestra misma persona, en formarnos, se aprecia la
enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura
lingüística. En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias,
aún menos. ¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar
con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza
a tropicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una
deforme semejanza de lo que hubiera querido decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja
de la dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por razones de bien hablar, por ausencia de
formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano;
porque ese hombre denota sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su oscura
conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no sabremos nosotros
encontrarlo. Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos
de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con un mozo
joven, fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero cuando llega
al instante de contra algo, de explicar algo, se transforma de pronto en un baldado espiritual,
incapaz de moverse entre sus pensamientos; ser precisamente lo contrario, en el ejercicio de
las potencias de su alma, a lo que es en el uso de las fuerzas de su cuerpo. Podrán salirme al
camino los defensores de lo inefable, con su cuento de lo más hermoso del alma se expresa
sin palabras. No lo se. Me aconsejo a mí mismo una cierta precaución ante eso de lo inefable.
Puede existir lo más hermoso de un alma sin palabras, acaso. Pero no llegará a tomar forma
humana completa. Recuerdo unos versos de Shakespeare, en The merchant of Venice (“el
mercader de Venecia”) que ilustra esa paradoja de lo inefable:

Madam, you have bereft me of all words,


only my blood speaks to you in my veins.

(Señora, ud. me ha despojado de todas las palabras


solamente mi sangre habla a ud. en mis venas)

Es decir, la visión de la hermosura le ha hecho perder el habla; lo que en él habla desde dentro
es el ardor de su sangre en las venas. Todo está muy bien, pero hay circunstancias que no
debemos olvidar, y es que el personaje nos cuenta que no tiene palabras, por medio de las
palabras, y que sólo porque las tiene sabemos que no las tiene”. El ser humano es inseparable
de su lenguaje. Y el lenguaje nos sirve de método de exploración interior, ya hablemos con
nosotros mismos o con los demás, de luz, con la que vamos iluminando nuestros senos
oscuros, aclarándonos más y más, esto es, cumpliendo ese deber de nuestro destino de
conocer lo mejor que somos, tantas veces callado en escondrijos aún sin habla de la persona.
La palabra es espíritu, no materia, y el lenguaje, en su función más trascendental, no es técnica
de comunicación: es liberación del pobre, es reconoconocimiento y posesión de su alma, de su
ser. “¡Pobrecito!” dicen los mayores cuando ven a un niño que llora y se queja de un dolor sin
poder precisarlo. “No sabe dónde le duele”. Esto no es rigurosamente exacto. Pero ¡qué
hermoso! Hombre que malconozca su idioma no sabrá, cuando sea mayor, dónde le duele ni
dónde se alegra. Los supremos conocedores del lenguaje, los que lo recrean, los poetas,
pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele”.

Por Pedro Salinas en “El Defensor”. Madrid. Alianza

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