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Prefacio
La familia es el corazón de todas las sociedades. Es la primera comunidad y la más básica a que cada persona
pertenece. No hay nada más fundamental a nuestra vitalidad como sociedad y como Iglesia. En las palabras del
Papa Juan Pablo II, "El futuro de la humanidad se fragua en la familia" (Sobre la Familia, no. 86).
Por lo tanto, es muy apropiado que las Naciones Unidas llamara la atención a la condición de la vida familiar en
todo el mundo. Al designar 1994 como el Año Internacional de la Familia, la ONU ha invitado a todos,
especialmente a las familias, a profundizar sobre el significado de la vida de la familia, a identificar los asuntos
importante para el bienestar de la familia, y a tomar medidas que fortalezcan a la familia.
Este mensaje de los obispos de los Estados Unidos a las familias tiene su punto de partida en el Año Internacional
y en su tema, La Familia: Los Recursos y las Responsabilidades en un Mundo en Cambio. Invita a las familias a
examinar la calidad de su vida. Les pide que reflexionen en sus puntos fuertes y débiles y en sus recursos y
necesidades.
El mensaje comparte con la familia una visión de su gran vocación basada en las enseñanzas de Cristo y que se
desarrolla en la vida de la comunidad de fe. Pide a las familias que busquen la sanación, la fuerza, y el sentido que
Cristo ofrece mediante su Iglesia. Promete el apoyo de la Iglesia para que la familia pueda reconocer sus recursos
y cumplir con sus responsabilidades en este mundo en proceso de cambio.
Este mensaje sigue la tradición de la enseñanza sobre el matrimonio y la familia transmitida por el Santo Padre, el
Concilio Vaticano II y la Conferencia Nacional de Obispos Católicos. Necesariamente trata sólo algunos de los
asuntos que tienen relevancia a la vida familiar de hoy. Presenta un tratado pastoral limitado consistente con la
vocación de todo cristiano a "Seguir el camino del amor, a ejemplo de Cristo que nos amó" (Efe 5:2).
El mensaje va dirigido principalmente a las familias cristianas pero también a todos aquellos que puedan usarlo
para fortalecer a su familia.
Se han incluido preguntas en diferentes partes del mensaje para animar a los lectores a hacer aplicaciones
personales y también para que usen el texto como base del diálogo en sus hogares y con otras familias.
Al final del mensaje hay una lista con notas sobre la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.
Rogamos a los párrocos y ministros pastorales que ayuden a las familias a recibir el mensaje y a usarlo.
"La familia es donde hay alguien que te ama a pesar de todo," declara un joven.
"La familia no quiere decir sólo mamá, papá y los hijos, sino también abuelos, tías, tíos, y otros," dice una hispana.
"En una familia no hay que mirar muy lejos para encontrar nuestra cruz," nota un padre.
"Mi hijo me hace unas preguntas tan místicas," dice una joven madre. "Aprendo tanto."
"Mis hijos adolescentes fueron tan comprensivos durante mi divorcio. Dios estaba allí para mi," recuerda una
madre soltera.
La historia de la vida en familia es una historia de amor—compartido, alimentado y algunas veces rechazado o
perdido. En cada familia Dios se revela de manera única y personal, porque Dios es amor y los que viven en amor,
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viven en Dios y Dios vive en ellos (cf 1 Jn 4:16).
Por tanto nuestro mensaje es uno que brota de amor y les ofrece una reflexión sobre el amor: cómo se vive en la
familia, cómo es atacado hoy, cómo crece y se enriquece y cómo necesita el apoyo de toda la Iglesia.
Les escribimos como sus pastores y maestros en la Iglesia, pero también venimos a ustedes como miembros de
familias. Somos hijos, hermanos y tíos. Sabemos lo que es compromiso y lo que son los sacrificios de una madre y
de un padre, el calor de la solicitud de una familia, la alegría y el dolor que forman parte del amor.
Algunos de nosotros vivimos en familias con un solo cónyuge; otros fuimos niños adoptados. Algunos crecimos en
hogares, con alcoholismo. Algunos provenimos de hogares pudientes y otros de familias donde el dinero era
escaso.
Algunos de nosotros hemos sentido las heridas de la discriminación racial o los prejuicios culturales. Algunos
hemos vivido en este país durante varias generaciones y otros somos inmigrantes recientes.
Con nuestra familia, celebramos el nacimiento de un bebé o el triunfo de un ser querido. Nos regocijamos en las
bodas y aniversarios de miembros de nuestra familia y también nos acongojamos, con la muerte inesperada o la
ruptura de una pareja casada.
Conociendo las alegrías y las luchas de ustedes, valoramos su testimonio de fidelidad conyugal y en la vida
familiar. Nos regocijamos con ustedes en su felicidad. Caminamos con ustedes en su tristeza.
Con nuestro Santo Padre, consideramos que es un privilegio "anunciar con alegría y convicción la "buena nueva"
sobre la familia" (Sobre la Familia, no. 86).
Sí, hay buenas noticias que contar. Es posible que las hayan visto en los noticieros y en conversación con vecinos
y compañeros de trabajo. Pero la historia completa se encuentra en la Palabra de Dios. La Primera Carta de Juan
lo resume así:
Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros. Envió Dios a su Hijo único a este mundo para darnos la
Vida por medio de él. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó. . . . Queridos, si
tal fue el amor de Dios, también nosotros debemos amarnos mutuamente (1 Jn 4:9-11).
Por eso, la vocación básica de cada persona, casada o célibe, es la misma: "Sigan el camino del amor, a ejemplo
de Cristo que nos amó" (Efe 5:2). El Señor emite este llamado a su familia sin importarle su condición o
circunstancia.
El amor fue el instrumento que creó su familia. El amor los sostiene en los momentos buenos o malos. Cuando
nuestra Iglesia nos enseña que la familia es una "comunidad íntima de vida y amor," identifica algo que tal vez ya
saben y les presenta una visión hacia la cual deben avanzar.
Lo que ustedes hacen en su familia para crear una comunidad de amor, para ayudarse mutuamente a crecer y a
servir a los necesitados, es crucial, no sólo para la santificación personal de ustedes sino también para fortalecer a
la sociedad y a nuestra Iglesia. Es participar en la tarea del Señor, es compartir la misión de la Iglesia. Es algo
santo.
Jesús prometió que estaría donde dos o tres se reunían en su nombre (cf Mt 18:20). Damos el nombre de iglesia a
las personas que el Señor reúne y tratan de seguir su camino de amor y mediante las cuales él puede dar a
conocer su presencia salvífica.
La familia es nuestra primera comunidad y la manera más básica que el Señor usa para reunirnos, formarnos y
actuar en el mundo. La Iglesia primitiva expresaba esta verdad llamando la familia cristiana la Iglesia doméstica o
la Iglesia del hogar.
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Esta maravillosa enseñanza se descuidó por muchos siglos pero fue reintroducida por el Concilio Vaticano II. Hoy
aún estamos descubriendo su inmenso tesoro.
El objetivo de la enseñanza es simple pero profundo. Al ser familias cristianas ustedes no sólo pertenecen a la
Iglesia, sino que su vida cotidiana es una verdadera expresión de la Iglesia.
La Iglesia doméstica de ustedes no es completa por sí sola. Debe estar unida y apoyada por las parroquias y otras
comunidades de la Iglesia más amplia. Cristo te ha llamado y te ha unido consigo mismo en y mediante los
sacramentos. Por tanto, ustedes comparten en la única y la misma misión que él ha encomendado a su Iglesia.
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Necesitamos ayudar a las familias a reconocer que son la Iglesia doméstica. Tal vez hay familias que no
comprenden ni creen que son una Iglesia doméstica. Tal vez se sienten abrumadas por haber sido llamadas o son
incapaces de asumir esa responsabilidad. Tal vez consideran que su familia está muy "fracturada" para que el
Señor la use en la realización de sus planes. Pero recuerden, una familia es santa no porque es perfecta sino
porque la gracia de Dios está trabajando en ella, ayudándola a reanudar su marcha diaria en el camino del amor.
Al igual que toda la Iglesia, cada familia cristiana descansa en una firme fundación, es decir, en la promesa que
hizo Cristo de ser fiel a los que él ha escogido. Cuando un hombre y una mujer se entregan mutuamente en el
sacramento del matrimonio, se unen a la promesa de Cristo y se convierten en una señal viva de su unión con la
Iglesia (cf Efe 5:32).
Por lo tanto, una relación comprometida, permanente y fiel de esposo y esposa es la raíz de la familia. Fortalece a
todos los miembros, es la mejor proveedora de los niños y hace que la Iglesia del hogar sea una señal efectiva de
Cristo en el mundo.
Dondequiera que haya una familia y dónde el amor avive a sus miembros, la gracia está presente. Nada—ni el
divorcio ni la muerte—pueden poner límites al amor gratuito de Dios.
Y por tanto, reconocemos la valentía y la determinación de las familias con un sólo cónyuge criando a sus hijos.
Ustedes logran realizar su llamado a crear un buen hogar, cuidar sus hijos, trabajar, y asumir responsabilidades en
el barrio y la iglesia. Ustedes reflejan el poder de la fe, la fuerza del amor y la certeza que Dios no nos abandona
cuando las circunstancias los dejan solo asumiendo los deberes de un padre o madre.
Los que tratan de combinar dos grupos de hijos en una familia se enfrentan al reto especial de aceptar las
diferencias y amar sin condiciones. Esas familias nos ofrecen un ejemplo práctico de hacer la paz.
La familias que nacen de un matrimonio con dos religiones dan testimonio de la universalidad del amor de Dios
que triunfa sobre las divisiones. Cuando miembros de la familia respetan mutuamente sus creencias y prácticas
religiosas divergentes ellos muestran la unidad más profunda de una familia humana llamada a vivir en paz unos
con otros.
Compartimos el dolor de las parejas que luchan sin conseguir concebir un hijo. Admiramos y animamos a esas
familias a que adopten un hijo, se conviertan en padres adoptivos, o cuiden de una persona anciana o incapacitada
en sus hogares.
Ofrecemos nuestro pésame y apoyo sincero a los padres que lloran porque su hijo nació muerto, o por la muerte
de un hijo por enfermedad o violencia, un hecho tan común en nuestra sociedad de hoy.
Honramos a todas las familias que, en medio de obstáculos, permanecen fieles al camino de amor de Cristo. La
Iglesia del hogar puede vivir y crecer en cada familia.
En nuestro ministerio pastoral hemos escuchado, a muchas familias: a esposos y a esposas, a cónyuges
separados, a cónyuges abusados y abandonados, a cónyuges solos y a niños.
Sabemos que todas las familias aspiran lograr la paz, la aceptación, la meta y la reconciliación que el
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término Iglesia del hogar sugiere. Creemos que con la oración, el trabajo, el entendimiento, el compromiso, el
apoyo de otras familias, los sacerdotes, los diáconos y sus esposas, y los agentes pastorales laicos y religiosos, y
especialmente con la gracia de Dios, la Iglesia del hogar se edifica en hogares comunes, como los de sus familias.
Algunas presiones familiares se deben a amplias fuerzas sociales que están fuera del control de la familia. Pero
otras presiones son causadas por decisiones personales que algunas veces incluyen debilidades humanas y
acciones pecaminosas.
El divorcio, un serio problema contemporáneo, impone una carga muy pesada a la vida familiar. Cónyuges e hijos
son los más afectados pero también afecta a los abuelos, a otros parientes y a las amistades que constituyen la
familia extendida. El divorcio puede crear temor y duda en la juventud ante los compromisos para toda la vida.
Puede traer pobreza a la familia y contribuye también a otros malestares sociales.
La familia carga también con las exigencias económicas de proporcionar vivienda, cuidados para la salud,
cuidados infantiles necesarios, educación y el debido cuidado de los miembros enfermos y ancianos. El desempleo
o el temor a perder el trabajo persigue a muchas familias.
Hijos y cónyuges abusados afecta la vida de muchas familias como también, la tragedia del SIDA. Hay familias que
luchan contra el alcoholismo, la violencia criminal y de pandillas en sus vecindarios, el abuso de substancias
químicas y el suicidio entre la juventud. En un río sin fin, los medios de comunicación traen a la casa imágenes y
mensajes que contradicen los valores de ustedes e imponen una influencia negativa en sus hijos.
Algunas familias se enfrentan a las cargas múltiples de la pobreza, el racismo, la discriminación religiosa y cultural.
Familias de inmigrantes recientes no se sienten bienvenidos en nuestras comunidades y están atrapados en
conflictos intra-culturales.
No todas las familias sienten estas presiones en el mismo grado. Algunas son afectadas por fuerzas fuera de su
control. Muchas más, sin embargo, continúan con determinación fervorosa y confianza en Dios. Todas merecen
nuestra compasión y apoyo—aquellas que perseveran merecen nuestra gratitud porque nos muestran la fidelidad
misma de Dios.
La familia siente presiones no sólo de fuerzas externas sino también de las tensiones comunes e inevitables que
surgen desde dentro. Diariamente ustedes descubren cómo los diferentes temperamentos y los puntos de vista
opuestos pueden crear contrariedades y resentimientos duraderos. La flaqueza humana y el pecado
frecuentemente dificultan la aceptación de las diferencias.
Recuerden el hijo pródigo que se tragó su orgullo y regresó al hogar donde encontró a un padre misericordioso que
lo esperaba y a una familia que celebraba su llegada (cf Lc 15:11-31). De la misma manera, todos los que sufrimos
a causa de relaciones quebrantadas somos llamados a hacer las paces, a restablecer la confianza y a volver a
jurar amor.
Esto puede ser una tarea especialmente dolorosa para los padres. ¿Qué sucede si un hijo se convierte en un
adicto a las drogas, causa daño a otros al manejar embriagado o escoge amistades que ustedes consideran
ejercen mala influencia? ¿Qué sucede cuando su hijo adulto se aleja de la Iglesia o actúa de manera que los
hiere? ¿Es posible mantener una relación de amor sin dar aprobación al comportamiento del hijo? ¿Cuánto se
puede aceptar sin poner en peligro la integridad propia?
No es posible en este mensaje dar respuesta completa a estas preguntas y a las muchas otras que ustedes
confrontan. Pero lo que podemos hacer, en nuestro papel de pastores y maestros, es llevar la luz de la Sagrada
Escritura y nuestra tradición católica a algunos asuntos claves que se les presentan.
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En las próximas páginas nos gustaría presentarles a ustedes cuatro metas de la vida en familia. Ellas son: vivir
fielmente, dar vida, crecer en comunidad, y compartir el tiempo.
Estas metas hacen reclamos a sus recursos y responsabilidades como Iglesia del hogar. Ellas nos señalan
maneras en que ustedes pueden "Seguir el camino del amor, a ejemplo de Cristo que nos amó" (Efe 5:2).
El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con
bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona.
Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo, todo lo cree, todo lo
espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará (1 Cor 13:4-8).
Estas palabras de San Pablo merecen meditarse diariamente no sólo por lo que nos revelan sobre el verdadero
amor sino porque fortalecen nuestra voluntad para seguir el camino del amor. El amor que él describe florece en
las relaciones fieles y estables. Esto se aplica primero y sobre todo al matrimonio. También es cierto para toda la
familia.
Cuando una mujer y un hombre hacen votos de mantenerse fieles en los tiempos buenos y en los malos, ellos
confirman su decisión de amarse mutuamente. Pero, esta decisión, como los matrimonios nos muestran, es una
decisión que hay que hacer una y otra vez, cuando es placentera y cuando no lo es. Es una decisión que hay que
buscar, vivir, y pedir en oración para el bien de las personas a quien decimos que amamos. Es una promesa de
fidelidad.
Nuestro mundo hoy necesita testigos de fidelidad. Estas son las señales más convincentes del amor de Cristo para
cada ser humano. Las parejas que viven vidas de fidelidad a su amor y apoyo mutuo—aunque tengan dificultades
—reciben la gratitud de toda la Iglesia.
Ustedes conocen el valor de un matrimonio amoroso y vivificador. Ciertamente, su matrimonio es un don a todos
nosotros. Una manera. maravillosa de compartir este don, y también de revitalizar su propio compromiso, sería
prestando ayuda a parejas comprometidas que se preparan para el Sacramento del Matrimonio. Los invitamos a
hacerse parte de este importante ministerio mediante un programa parroquial y diocesano.
Las parejas que tienen dificultad en mantener su matrimonio merecen nuestras oraciones y ayuda. La Iglesia
puede ofrecerles el consejo de otras familias casadas y la seguridad de que, con la gracia de Dios, es posible vivir
su vocación.
Ustedes, parejas recién casadas, cuando se encuentren en una crisis, no concluyan que el divorcio es inevitable.
Todos nosotros—miembros de familia, amistades, comunidades de fe—debemos sentirnos responsables de
ayudarlos a reconocer que el divorcio no es inevitable y que ciertamente no es la única opción.
Para que un matrimonio dure tiene que haber más que tolerancia. Es un proceso de crecimiento hacia una amistad
íntima y una paz creciente. Por eso rogamos a todas las parejas: renueven su compromiso con regularidad,
busquen enriquecerse frecuentemente y pidan ayuda pastoral y profesional cuando la necesiten.
Para vivir fielmente en el matrimonio se requiere humildad, confianza, compromiso, comunicación y sentido del
humor. Es una experiencia de dar y recibir, que incluye heridas y perdón, fracasos y sacrificios. Se puede decir lo
mismo de la verdadera fidelidad en otras relaciones familiares.
Hijos que cuidan de padres abrumados por la enfermedad de Alzheimer, padres que apoyan a sus hijos adultos
aun cuando ellos parecen rechazar los valores de la familia, un abuelo que ayuda a educar a los hijos cuando sus
padres no pueden, un cónyuge solo que hace un gran sacrificio para criar y alimentar a los hijos sin el beneficio del
otro cónyuge: todos ellos viven vidas de fidelidad. Ellos encarnan las palabras de Rut quien rehusó abandonar a su
suegra, la viuda Neomi y prometió, "adonde tú vayas yo iré" (Ru 1:16).
El amor fiel en el matrimonio y la familia se prueba con el cambio. También se puede fortalecer y madurar mediante
el cambio. El reto es permanecer abierto a la gratuita presencia sanadora del Señor y ver el cambio como una
oportunidad para crecer.
Algunos cambios en la familia vienen inesperadamente, tales como una enfermedad seria, un cambio de trabajo, la
pérdida del empleo. Otros encajan más naturalmente en el flujo de la vida, tales como el nacimiento de un niño, la
llegada de la adolescencia o la marcha de los hijos adultos del hogar. No importa cual sea el cambio, siempre trae
algo de tensión e incertidumbre. Para muchos, es como una noche oscura del alma.
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En esos momentos, osen esperar que se elevarán a nuevas experiencias de amor, para. penetrar el misterio de la
muerte y resurrección de Cristo mismo.
Tal vez su familia trata de superar una pérdida dura o un cambio difícil. Tal vez están desgarrados por un conflicto o
atrapados en unas relaciones malsanas. Si este es el caso, no tarden en buscar la ayuda de Dios y el apoyo de la
Iglesia.
Los tesoros de oración y el culto de la Iglesia, las enseñanzas, el servicio, la contemplación y la guía espiritual
están siempre a su alcance. La gracia del sacramento del matrimonio y el poder del compromiso que se han hecho
mutuamente son fuentes continuas de fortaleza.
Un matrimonio entre un cristiano y un creyente de otra religión, aunque no sea un sacramento, es un estado de
santidad instituido por Dios. Esa unión también es un don divino que da poder espiritual para sostenerlos.
También, no tarden en buscar ayuda profesional. Una sesión de consejería puede ayudarles a identificar los
recursos personales que ya tienen y a usarlos más efectivamente.
Cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio, se prometen un amor que es, en las palabras del Papa Pablo
VI, "Creador de vida" (Sobre la Vida Humana, no. 9). De ese modo "los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan
más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor. . ." (Sobre la Familia, no. 14).
El recibir un hijo, ya sea natural o adoptado, es un acto de fe como también de amor. Estar abiertos a la vida
señala que hay confianza en Dios quien es e1 creador y el sostén de la vida.
También marca el inicio de un compromiso de por vida: alimentar, enseñar, disciplinar y finalmente, dejar ir a un
hijo—cuando él o ella sigan un nuevo camino de amor por trazar. La paternidad es una vocación y una
responsabilidad cristiana. Es la experiencia de actuar como instrumentos de Dios al dar vida a sus hijos en
diversos modos; al mismo tiempo es una experiencia de sentirse formado por Dios mediante sus hijos.
La vida que ustedes dan como padres no está limitada a su prole únicamente. Los hijos de otras familias necesitan
su guía y también otros padres pueden beneficiarse con su experiencia ganada en la batalla. Tampoco ustedes no
pueden criar a sus hijos solos. Todas las familias—aun esas con dos cónyuges - necesitan un círculo mayor de tías
y tíos, abuelos y padrinos y de otras familias de fe.
Hay tantas maneras en que la familia puede dar vida, especialmente en una sociedad que desvalora la vida por
medio de tales acciones como el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, su familia puede preguntar: ¿cómo hemos
sido bendecidos como familia? ¿Qué valores y creencias tenemos para transmitir a las generaciones futuras?
¿Qué capacidad y recursos poseemos que podemos compartir con otros? ¿Qué tradiciones y ritos han enriquecido
nuestra vida? ¿Podrían beneficiar a otros familias?
Cada generación de una familia tiene la obligación de dejar el mundo más bello y provechoso que como lo
encontró. Ustedes pueden hacer esto, por ejemplo, cuando deliberadamente transmiten su sabiduría y la fe de la
Iglesia, proporcionando mensajes opuestos a la cultura sobre la pobreza, el consumismo, la sexualidad y la justicia
racial, entre otros.
Ustedes, como familia, también dan vida al hacer cosas simples tales como sacar a un abuelo de un hospicio para
darle un paseo, llevar una comida a un vecino enfermo, ayudar a construir casas para los pobres, trabajar en un
comedor público, reciclar sus bienes, trabajar para mejorar las escuelas o al unirse a acciones políticas a favor de
los que reciben tratos injustos.
Tal actividad fortalece los lazos familiares. Enriquece al que da tanto como al que recibe. Desenfrena "las energías
formidables" que tienen las familias para construir una sociedad mejor (Sobre la Familia, no. 43). El valor del
testimonio que ofrecen las familias cristianas no puede sobrestimarse. Cuando una familia se convierte en una
comunidad de fe y amor se hace al mismo tiempo un centro de evangelización.
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Creciendo en Reciprocidad
La base de todas las relaciones en una familia es nuestra igualdad fundamental como personas creadas a imagen
de Dios. La historia de la creación en el Libro de Génesis enseña esta verdad fundamental: "ambos son seres
humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer; ambos fueron creados a imagen de Dios" (Sobre la
Dignidad y la Vocación de la Mujer, no. 6).
Todos ustedes, al ser bautizados en Cristo, se re vistieron de Cristo. Ya no hay diferencia entre quien es judío
y quien griego, entre quien es esclavo y quien hombre libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer.
Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús (Gal 3:27-28).
El matrimonio es la sociedad de un hombre y una mujer con igual dignidad y valor. Esto no quiere decir que son
iguales en sus funciones y expectativas. Hay importantes características físicas y psicológicas que causan
diferentes habilidades y perspectivas. La igualdad de personas tampoco significa que dos cónyuges tendrán
idénticos dones, caracteres o funciones.
Más bien, una pareja que acepta su igualdad como hijo e hija en el Señor se honrarán y se apreciarán
mutuamente. Respetarán y valorarán sus dones e individualidad. Se "someterán unos a otros por consideración a
Cristo" (Ef 5:21).
Nuestra cultura competitiva tiende a promover la agresividad y la lucha por el poder y las ha vuelto parte común de
la vida, especialmente en el trabajo. Es muy fácil para parejas traer a su relación un espíritu malsano de
competencia. El Evangelio exige que todos examinemos esas actitudes. El matrimonio nunca deberá ser una lucha
para ganar control.
Porque el matrimonio, diferente a todas las otras relaciones, es un contrato con votos de dimensiones únicas. En
esta asociación, la submisión total—no el dominio por uno de los cónyuges—es la clave de la verdadera felicidad.
Nuestra actitud deberá ser igual a la de Jesús que "siendo de condición divina, no reivindicó en los hechos, la
igualdad con Dios, sino que se despojó. . ." (Fil 2:6-7).
La verdadera igualdad, comprendida como reciprocidad, no es medir tareas (quién prepara las comidas, quién
supervisa las tareas escolares, y demás) o el mantenimiento de un horario ordenado. Se desarrolla a un nivel
mucho más profundo donde reside el poder del Espíritu.
Aquí, la gracia de los votos sacramentales hace posible que al despojarse de su voluntad propia uno viva con
alegre entrega.
La reciprocidad es realmente compartir poder y ejercer responsabilidad para un propósito mayor que nosotros. La
manera de compartir las tareas domésticas deberá basarse en comprender lo que es necesario hacer para una
vida juntos, como también en las habilidades propias y los intereses que cada uno lleva a la vida común.
Nuestra experiencia como pastores nos muestra que la verdadera intimidad conyugal y la verdadera amistad son
imposibles sin reciprocidad. Un cónyuge solo no puede mantener la llama del amor. Los dos son cocreadores de
sus relaciones. Esto se muestra muy claramente en la decisión de procrear. La Iglesia promueve el sistema natural
de planificación por muchas razones, entre ellas porque favorece la atención que hay que dar a la compañera,
ayuda a ambos a erradicar el egoísmo, el enemigo del verdadero amor, y profundiza su sentido de responsabilidad
(Sobre la Vida Humana, no. 21).
Ponerse de acuerdo en la igualdad de ambos será más fácil que cambiar el comportamiento o que juntos aceptar
responsabilizarse por la relación. Es necesario un gran esfuerzo para entender realmente los sentimientos de la
otra persona o para tomar decisiones juntos en asuntos importantes.
Compartir sentimientos y el deseo de estar a la disposición del otro puede ser difícil, especialmente para aquellos
que nos criamos en la tradición de ser "fuertes y silenciosos."
Los hombres de todas las clases sociales parecen haber sido influenciados por esta norma ampliamente aceptada.
Además, algunas mujeres han aprendido a temer los conflictos y actúan de manera pasiva frente a ellos. Las
mujeres que aceptan su propio valor tienen más capacidad para expresar sus creencias, ideas y sentimientos, aun
los más dolorosos, tales como la ira.
Flexibilidad de funciones dentro del matrimonio será más difícil si la familia original de uno no ofreció ese ejemplo.
Cada familia, (pareja) tiene que decidir respetuosamente y con reciprocidad que es lo mejor para ella.
Especialmente cuando los dos cónyuges están empleados, las labores domésticas tienen que compartirse.
Urgimos a todos a que usen los programas patrocinados por la parroquia, la diócesis u otras organizaciones en su
comunidad que enseñan comunicación y resolución de conflictos a las parejas y a los padres. También hay
programas valiosos que llevan a las mujeres y a los hombres a un entendimiento espiritual de su comportamiento,
a apreciar como se influencian mutuamente y a ir más allá de los estereotipos del género.
Les urgimos a que se unan a otras familias y parejas que se empeñan concientemente en seguir el camino de
amor de Cristo. Pueden encontrar esa ayuda en el Movimiento Familiar Cristiano (MFC), el Encuentro Matrimonial,
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los Equipos de Nuestra Señora, el Movimiento de Familias Nuevas, y en su Oficina Diocesana para la Familia—
entre otros.
Cuando nacen los hijos, la madre y el padre son importantes en su sustento y formación. Más y más, los padres
han ido descubriendo como su participación en la crianza enriquece no sólo a los hijos sino también a ellos. Este
es un desa-rrollo esperanzador.
Urgimos a los hombres a que interpreten su papel tradicional como "proveedores" para la familia en un sentido
más amplio. El cuidado físico de los hijos, la disciplina, la preparación en los valores y las prácticas religiosas, la
ayuda con el trabajo escolar y otras actividades: todos esos cuidados y muchos más pueden ser proporcionados
por los padres como también por las madres.
Se puede aprender algo de la manera en que muchas culturas ponen a los hijos en el centro de la vida familiar. Los
hijos en la familia comparten la misma dignidad como personas que los adultos. Ellos también son parte del
contrato de reciprocidad. Los padres pueden demostrar eso en la manera en que tratan a los hijos con respeto,
dándoles responsabilidad, escuchando seriamente sus pensamientos y sentimientos.
Invitar a los hijos a conversar sobre decisiones a tomarse, especialmente cuando las decisiones podrían alterar la
vida en familia, tiene precedentes en nuestra tradición. Vemos en la Regla de San Benito que el abad debe
consultar con todos los miembros del monasterio, hasta con los más jóvenes (que a veces eran niños), cuando sus
vidas se verían afectadas.
La vida de los mayores enriquece la vida de su familia. Ellos también deberán ser apreciados, no sólo tolerados,
porque son "testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro" (Sobre la Familia, no.
27). Abuelos, los animamos a que continúen en su tarea de cuidar, especialmente a la generación más joven y a
encontrar nuevas maneras de demostrar el amor por sus hijos y nietos.
La actitud de reciprocidad en el hogar está muy ligada a la virtud de la humildad. Y la humildad se forja en la
oración: esposos y esposas orando con y por el otro, los padres orando con y por sus hijos. Esto es el corazón del
ministerio dentro de la Iglesia del hogar.
Hombres y mujeres pueden quedar atrapados en largas sesiones de trabajo, aun en los fines de semanas, en sus
ocupaciones. Equilibrar las responsabilidades del hogar y del trabajo es una obligación compartida para los
cónyuges. Este es un asunto crítico que la familia de hoy confronta. Cuando hay opciones, las horas de trabajo
deben ser sobrepasadas con miras a su impacto en la vida familiar.
Para florecer, el amor requiere atención, comunicación y tiempo—para compartir un cuento o revelar una
necesidad, jugar, contar un chiste, observar y animar—tiempo para hacerse presente en un momento de fracaso o
triunfo, confusión, desespero o decisión.
El pasar tiempo juntos fomenta intimidad, aumenta comprensión y crea memorias entre el esposo y la esposa,
padres e hijos, hermanos y hermanas, abuelos y los miembros más jóvenes de la familia. Es difícil imaginarse
cómo una familia puede vivir fielmente, dar vida, y crecer en reciprocidad sin no opta por compartir su tiempo.
Es importante para las parejas pasar tiempo juntos. Pasar tiempo lejos de los niños y otros adultos proporciona
oportunidades de crecer en comprensión y reavivar la llama del amor que se descuida cuando los hijos, el trabajo y
los demás compromisos exigen tiempo y energía.
Cada uno de nosotros necesita preguntarse: ¿a qué dedico mi tiempo? Cuáles son mis prioridades? ¿Acaso la
televisión, los deportes, el hacer dinero, las compras, el avanzar en el trabajo, el ayudar voluntariamente en la
iglesia o en la comunidad consumen el tiempo que sería mejor usado si lo pasáramos con los que amamos?
Les rogamos que examinen las prioridades que tienen para su familia. Compárenlas con el uso actual de su
tiempo. Vean las búsquedas individuales que pueden abandonar o remplazar con actividades familiares. Les
urgimos que hagan tiempo para estar juntos.
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Tiempo para la soledad es tiempo bien usado. Cuando entramos en una verdadera experiencia sabática, solos con
Dios, podemos entender más plenamente quienes somos—en contraste con lo que hacemos—y podemos recibir
lo que Jesús ofrece cuándo nos dice "vengan a mí. . . y les refrescaré" (Mt 11:28).
Sabemos que en los momentos cotidianos de su vida en familia, ustedes proclaman la Palabra de Dios, se
comunican con Dios en la oración y sirven las necesidades de los demás. Las experiencias llenas de gracia que
tienen como familias cristianas en su Iglesia doméstica deben ser compartidas más ampliamente con todos
nosotros.
Los animamos a que ayuden a la Iglesia, y sobre todo a otras familias, hablándonos sobre como ustedes tratan de
seguir el camino del amor. Cuéntennos lo que han hecho para permanecer casados, cómo han vencido obstáculos,
cómo han sacado tiempo para estar juntos, las oportunidades que han aprovechado para enriquecerse o para
obtener ayuda profesional para sus problemas. Compartan con nosotros cómo entienden su vocación de esposos
o padres. Cuéntennos del sufrimiento causado por promesas y relaciones rotas. Den testimonio de su creencia en
la misericordia de Dios al buscar reconciliación con su familia y con la Iglesia. Ayúdennos a apreciar los símbolos y
las tradiciones con las que celebran y rinden culto. Permítannos ver como están tratando de vivir un estilo más
simple de vida, de servir a los necesitados, traer justicia y paz a su comunidad. Dígannos que clase de apoyo
esperan de la Iglesia.
En 1994 (El Año Internacional de la Familia) el Servido de Noticias Católico (CNS) dará la oportunidad en su
columna "La Fe Vive" para que las familias cuenten sus historias.
Concilio Vaticano II. Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual/Gaudium et Spes. 7 de diciernbre de 1965.
Enseñanza sobre la dignidad del matrimonio, el papel de la familia y el deber de la sociedad y la Iglesia de
apoyar a la familia.
www.usccb.org/issues-and-action/cultural-diversity/hispanic-latino/resources/sigan-el-camino-del-amor.cfm 12/14
30/5/2020 Sigan el Camino del Amor
Carta encíclica sobre la naturaleza y propósitos del amor conyugal, el don de la fertilidad y el llamado a la
paternidad responsable.
Exhortación apostólica sobre la naturaleza y las tareas de la familia cristiana y la gama de cuidados
pastorales que necesitan las familias.
Papa Juan Pablo II. Sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujer/Mulieris Dignitatem. 15 de agosto de 1988.
La reciprocidad del hombre y de la mujer en el matrimonio, la importancia del amor y la dimensión esencial
de la Iglesia se presentan en esta Carta Apostólica que brota de la meditación del Santo Padre sobre la
Sagrada Escritura.
National Conference of Catholic Bishops. Human Life in Our Day. [La Vida Humana en Nuestros Días]. 15 de
noviembre de 1968.
National Conference of Catholic Bishops. Vivir en Cristo Jesús: Reflexión Pastoral sobre la Vida Moral. 11 de
noviembre de 1976. USCC, no. 116-4/español solamente.
Carta pastoral que responde a algunas preguntas morales que surgen de la vida en la comunidad de la
familia, la nación y el mundo.
Un documento dirigido a los gobiernos con los principios que se deberán usar en la creación de legislación,
normas y programas para la familia.
Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana. Directorio para la Aplicación de Principios y Normas
sobre el Ecumenismo. 25 de marzo de 1993.
Un documento que contiene importantes normas sobre matrimonios entre personas de diferentes religiones.
National Conference of Catholic Bishops. Family Ministry: A Pastoral Plan and a Reaffirmation [Ministerio Familiar:
Un Plan Pastoral y una Reafirmación]. 13 de noviembre de 1990. USCC, publicación no. 426-0/inglés solamente.
United States Catholic Conference. Human Sexuality: A Catholic Perspective for Education and Lifelong Learning
[La Sexualidad Humana: Una Perspectiva Católica para la Educación y el Aprendizaje Continuo]. 21 de noviembre
de 1990. USCC, publicación no. 405-8/inglés solamente.
Documento que presenta los valores humanos, las raíces bíblicas, los principios morales y las
consideraciones teológicas que se deben tomar en cuenta en la creación de programas educacionales.
United States Catholic Conference. Putting Children and Families First: A Challenge for Our Church, Nation, and
World. [Poniendo a los Niños y a las Familias Primero: Un Desafío para la Iglesia, la Nación y el Mundo] Noviembre
de 1991. USCC publicación no. 469-4/inglés solamente.
Declaración pastoral que examina las condiciones sociales de los niños y las dimensiones morales y
religiosas de cuidarlos, especialmente al dar prioridades diferentes a las normas y legislaciones públicas.
Comité para el Matrimonio y la Familia, NCCB. A Family Perspective in Church and Society: A Manual for All
Pastoral Leaders. [Perspectiva Familiar en la Iglesia y la Sociedad: Manual para todos los Líderes
Pastorales].1988. USCC publicación no. 191-1/inglés solamente.
www.usccb.org/issues-and-action/cultural-diversity/hispanic-latino/resources/sigan-el-camino-del-amor.cfm 13/14
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Material para que los líderes aumenten su conocimiento de las familias contemporáneas y poder evaluar
cómo las normas y los programas pueden fortalecer la vida familiar.
Comité para la Investigación Pastoral y las Prácticas, NCCB. Faithful to Each Other Forever: A Catholic Handbook
of Pastoral Help for Marriage Preparation. [Fidelidad Mutua para Siempre: Un Manual Católico con Ayuda Pastoral
para la Preparación Matrimonial]. 1989. USCC publicación no. 252-7/inglés solamente.
Manual para ministros diocesanos y parroquiales responsables de la catequesis para el Sacramento del
Matrimonio, de la preparación de parejas para el matrimonio y para su cuidado pastoral después de la boda.
Comité para el Matrimonio y la Familia y el Comité sobre la Mujer en la Sociedad y en la Iglesia, NCCB. Cuando
Pido Ayuda: Una Respuesta Pastoral a la Violencia Doméstica contra la Mujer. 1992. USCC publicación no. 548-8.
Una declaración dirigida a las víctimas abusadas, a las personas a quién las víctimas acuden y a las
personas que abusan; presenta una guía moral y práctica para responder a la violencia doméstica y para
tratar a los que abusan de las mujeres.
Comité para las Actividades ProVida, NCCB. Human Sexuality from God's Perspective: Humanae Vitae 25 Years
Later. [La Sexualidad Humana desde la Perspectiva de Dios: Humanae Vitae 25 Años Después]. 25 de julio de
1993. (Se obtiene de Diocesan Development Program for Natural Family Planning, 3211 Fourth Street N.E.,
Washington, D.C. 20017.202-541-3070.)
Una reafirmación de la enseñanza de Humanae Vitae que llama a una nueva generación a reconocer y
aceptar la visión profética de la Iglesia sobre el matrimonio, la sexualidad y la vida familiar.
Sigan el Camino del Amor: Un Mensaje Pastoral de los Obispos Católicos de los Estados Unidos a la Familia fue
creado por el comité para el Matrimonio y la Familia. Fue aprobado por el Comité Administrativo en septiembre de
1993 y por los Obispos Católicos de los Estados Unidos en su reunión general de noviembre 17 de 1993. La
publicación de Sigan el Camino del Amor ha sido autorizada por el que firma.
Las citas bíblicas son de la Biblia Pastoral Latinoamericana y se usan con permiso. Se reservan todos los
derechos.
Copyright © 1994, United States Catholic Conference, Inc., Washington, D.C. Se reservan todos los derechos.
Ninguna porción de este trabajo puede reproducirse o ser transmitida en forma o medio alguno, ya sea electrónico
o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, o por cualquier sistema de recuperación y almacenaje de
información, sin el permiso por escrito del propietario de los derechos.
Para pedir Sigan el Camino del Amor: Un Mensaje Pastoral de los Obispos Católicos de los Estados Unidos a la
Familia en el formato oficial de su publicación, contacte la USCC Office for Publishing and Promotion Services,
llamando la línea gratis 800-235-8722 (en el área metropolitana de Washington o desde fuera de Estados Unidos
llame al 202-722-8716). En español: No. 676-X; en inglés: No. 677-8. 32 págs. $1.95 c/copia; se ofrecen
descuentos por mayores cantidades. Añada un 10% a cada pedido para cubrir el embalaje y envío ($3.00 mínimo).
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