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INDICE: CAPITULO 2

2. La sociedad colonial:
CAMBIOS Y PERMANENCIAS (1700-1806). PÁGINA 35
1. LA CREACIÓN DEL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA LOS OBJETIVOS DE LAS
REFORMAS BORBÓNICAS. PÁGINA 36.
Un diagnóstico sombrío. Página 36.
La expulsión de los jesuitas y el regalismo borbónico. Página 36. La creación del Virreinato del Río de la Plata. Página
37.
Un nuevo funcionariado. Página 38.
Las elites locales frente a la burocracia imperial. Página 38.
El resguardo de las fronteras coloniales: las reformas militares. Página 39.
El resguardo de las fronteras coloniales: los planes de colonización. Página 39. Las reformas mercantiles. Página 40.
Las reformas fiscales. Página 40.
Las reformas y las rebeliones andinas. Página 41. La “Gran Rebelión” en los Andes. Página 41.
El Arte, la Historia y la gente: El arte de las misiones Jesuíticas. Página 42-43.

2. LA ATLANTIZACIÓN DEL ESPACIO ECONÓMICO.


Buenos Aires: de pequeña aldea a capital del Virreinato. Página 44. El crecimiento económico del Litoral. Página 44.
Los circuitos mercantiles regionales: cambios y continuidades. Página 45.
El impacto de la apertura del puerto de Buenos Aires en las economías regionales. Página 45.
El crecimiento de la población. Página 46. El comercio de esclavos. Página 46.
Las migraciones hacia la región rioplatense. Página 47. Los inmigrantes españoles. Página 47.

3. EL MUNDO DE LAS CLASES POPULARES.


Un mosaico de grupos étnicos y ocupaciones. Página 48. Los trabajadores en las ciudades. Página 48.
El trabajo femenino en las ciudades. Página 49. El trabajo esclavo urbano. Página 49.
La movilidad ocupacional. Página 49. Los campesinos. Página 50.
La organización del trabajo Página 50.
Los trabajadores en las estancias y haciendas coloniales. Página 51. “Vagos y malentretenidos”. Página 51.

4. LAS ELITES COLONIALES EN EL SIGLO XVIII UNA ELITE DE COMERCIANTES. PÁGINA 52.
EL ESTILO DE VIDA. PÁGINA 52.
Renovación y reproducción de las elites: los comerciantes llegados de España. Página 53.
El matrimonio. Página 53.
Ideas en debate: Los criterios de inclusión y exclusión en el siglo XVIII. Página 54-55. En palabras de… Página 56-57.
Actividades. Página 58.
PÁGINA 35.
CAPÍTULO 2. LA SOCIEDAD COLONIAL: CAMBIOS Y PERMANENCIAS (1700-
1806).

El siglo XVIII fue un tiempo de transformaciones: se creó el Virreinato del Río de la Plata, se habilitó el puerto de
Buenos Aires para el comercio con España, y crecieron la población y la producción rural del Litoral. Pero también se
observan persistencias con respecto a los siglos anteriores. La minería altoperuana continuó como la principal actividad
económica y se profundizaron las prácticas de subordinación de la población indígena y africana al poder de los
españoles y sus descendientes.

Nota del corrector: El texto original presenta una imagen con el siguiente epígrafe “Mujeres, obra de Medardo
Pantoja”. Fin de la nota.

PÁGINA 36.
1. LA CREACIÓN DEL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA.
Los objetivos de las reformas borbónicas.
A comienzos del siglo XVIII, el imperio español se encontraba sumido en una grave crisis económica y política. La
decadencia de España contrastaba vivamente con la creciente prosperidad de Francia e Inglaterra, potencias rivales que
incluso amenazaban el dominio español sobre sus colonias americanas.
En vista de esta situación, la nueva dinastía en el poder, la de los Borbones, llevó a cabo un amplio conjunto de medidas
de reforma del Imperio con el fin de superar la decadencia y recuperar para España el lugar de principal potencia europea.
Estas medidas conocidas como las “reformas borbónicas”, que comenzaron a aplicarse en América con la llegada al
trono de Carlos III en la segunda mitad del siglo XVIII, tenían como objetivo principal fortalecer los lazos que unían a
España con sus colonias. Para ello, se llevaron a cabo una serie de reformas administrativas, económicas y militares que
impactaron fuertemente en la sociedad americana, especialmente en el Río de la Plata.

Un diagnóstico sombrío.
El diagnóstico sobre el poder regio en las colonias americanas era sumamente preocupante para las autoridades
metropolitanas. El contrabando y la corrupción administrativa estaban generalizados, la burocracia estaba dominada por
las elites americanas, la recaudación fiscal y las remesas a España eran insuficientes y las áreas de frontera estaban
amenazadas por Portugal, Inglaterra y Francia.
Para superar esta situación de debilidad y aumentar el aprovechamiento de las riquezas americanas, la monarquía debía
fortalecer su poder en América mediante un mayor y más eficiente control administrativo y militar. El primer paso debía
ser, entonces, afirmar el poder absoluto del monarca y recortar el espacio de influencia de las elites locales y la Iglesia
en los asuntos de gobierno.

La expulsión de los jesuitas y el regalismo borbónico.


La política de afirmación de la soberanía regia, a la que se denominaba “regalismo”, implicaba, entre otras cosas, el
control de la Corona sobre la Iglesia, lo que llevó al enfrentamiento con la autoridad papal. La orden jesuita jugó un
papel destacado en este enfrentamiento, ya que mantenía una fuerte política de resguardo de la autonomía eclesiástica
frente al poder de la monarquía. Por tal motivo, en 1767, Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de España y sus
colonias, orden que se llevó a cabo en el Río de la Plata al año siguiente.
Los miembros de la orden fueron detenidos e inmediatamente embarcados hacia España, y sus bienes, confiscados y
puestos bajo la administración estatal. Franciscanos, mercedarios, dominicos y ávidos administradores se hicieron cargo
de las misiones. En Córdoba, los franciscanos pasaron a controlar la Universidad, donde se acentuó la tendencia a
enseñar las doctrinas regalistas. En Buenos Aires, los bienes del colegio jesuita se utilizaron para crear el Real Colegio
de San Carlos. De esta forma, la educación superior se puso al servicio de las reformas imperiales.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa un hombre vistiendo sombrero y portando
un arma, detrás de él, acompañándolo, hay un perro de caza. Este presenta el siguiente epígrafe “Durante el reinado
de Carlos III (1759-1788) se llevaron a cabo la mayoría de las reformas imperiales”. Fin de la nota.

PÁGINA 37.
La creación del Virreinato del Río de la Plata.
Como uno de los objetivos de las reformas era dotar a las colonias de una administración y defensa eficientes, la Corona
dividió el Virreinato del Perú en unidades administrativas más pequeñas, con el objeto de facilitar el control de los
territorios. En 1739 creó el Virreinato de Nueva Granada y décadas más tarde, en 1776, el del Río de la Plata, que incluía
gran parte de los territorios actuales de la Argentina, el Uruguay, Bolivia y el Paraguay. Buenos Aires fue nombrada su
capital, donde se establecieron las principales autoridades.
En 1785 se creó la Audiencia de Buenos Aires con jurisdicción sobre el Tucumán, el Paraguay y Buenos Aires, territorios
que hasta entonces dependían de la Audiencia de Charcas. Para asegurar la viabilidad fiscal y económica del Virreinato,
el Alto Perú, con sus ricas minas de plata, fue incorporado a la nueva unidad administrativa y subordinado a Buenos
Aires.
El ordenamiento territorial se completó en 1782 con la división del territorio del Virreinato del Río de la Plata en ocho
intendencias: Buenos Aires (Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes), Córdoba del Tucumán (Córdoba, La
Rioja, San Luis, Mendoza y San Juan), Salta del Tucumán (Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Es tero y Catamarca),
Asunción del Paraguay, Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz. Se constituyeron, además, cuatro gobiernos militares:
Montevideo, Misiones, Chiquitos y Moxos, que cumplían la función de resguardar las fronteras frente a los portugueses.
Se creó así una nueva jerarquía territorial: en la cúspide estaba la capital del Virreinato, le seguían las ciudades cabeceras
de las gobernaciones de intendencias, a las que, a su vez, estaban supeditadas las ciudades subordinadas; finalmente
estaban las zonas rurales, que dependían de los cabildos de sus respectivas ciudades.
Al frente de cada intendencia estaba el intendente, un funcionario con amplias atribuciones, como la recaudación de
impuestos, el ejercicio de la justicia civil y criminal, el cuidado de caminos y postas, el fomento de la agricultura y la
ganadería, la persecución de los “vagos”, la provisión de los ejércitos y el pago de los salarios de la tropa.

Nota del corrector: El texto original contiene un mapa. Este representa el territorio del Virreinato del Perú, Brasil
Portugués, Capitanía general de Chile y parte del territorio que actualmente corresponde a la Argentina. Fin de la
nota.

PÁGINA 38.
Un nuevo funcionariado.
La vieja administración colonial estaba compuesta en gran medida por funcionarios con nula o escasa capacidad, muchos
de los cuales habían comprado sus cargos, y era dominada por las elites locales.
Frente a este panorama, los Borbones se propusieron renovar la administración en América. Para ello anularon la venta
de cargos y promovieron el nombramiento de funcionarios de carrera, con preferencia por aquellos provenientes de
España, que vivirían de un salario. Asimismo, prohibieron que los funcionarios de alto rango estableciesen relaciones
de parentesco con familias bajo su jurisdicción y que la permanencia en un mismo destino no se extendiese por largo
tiempo para evitar la creación de fuertes lazos con la sociedad local. De esta forma, se pretendía crear un cuerpo de
funcionarios eficiente, desligado de los intereses de las elites locales y fieles únicamente a la Corona.
Las elites locales frente a la burocracia imperial.
El avance del poder regio significó el desplazamiento de las elites americanas de los puestos más destacados de la
burocracia imperial. Se estima que en Buenos Aires a finales del siglo XVIII el 64% de los hombres que ocupaban
cargos en la administración colonial eran españoles, mientras que solo el 36 % era americano. Pero, a su vez, la mayor
concentración de americanos se dio en los cargos de bajo rango y casi la totalidad de los cargos altos fue ocupada por
hombres provenientes de España. También las elites locales vieron disminuido su poder por la tendencia de la Corona
a recortar las atribuciones de los cabildos, que eran el ámbito por excelencia de representación de los intereses de las
elites criollas, y fomentar el avance de las prerrogativas de los nuevos funcionarios, los intendentes y los subdelegados.
Esto trajo aparejados conflictos entre estos funcionarios y los cabildos que pugnaban por ámbitos de ejercicio del poder,
como el derecho a cobrar impuestos, la jurisdicción sobre la regulación de la higiene urbana y el nombramiento de
jueces rurales.
A pesar de las prohibiciones, las elites locales lograron entablar vínculos estrechos con los funcionarios de la Corona,
sobre todo a través de los matrimonios. De esta forma, las elites subsanaban su falta de poder derivada de su marginación
de los cargos administrativos de alto rango y los funcionarios, su falta de recursos económicos. Debido a estas prácticas,
las reformas no significaron un desplazamiento absoluto de las elites locales de la posibilidad de controlar o influir en
la administración imperial.

Nota del corrector: El texto original contiene un cuadro de doble entrada cuyo título es “Virreyes del Río de la Plata
(1776-1804)”. Fin de la nota.

 Año 1776 hasta 1777. Virrey Pedro de Cevallos.


 Año 1777 hasta 1784. Virrey Juan José de Vértiz y Salcedo.
 Año 1784 hasta 1789. Virrey Cristóbal del Campo, marqués de Loreto.
 Año 1789 hasta 1795. Virrey Nicolás de Arredondo.
 Año 1795 hasta 1797. Virrey Pedro Melo de Portugal y Villena.
 Año 1797 hasta 1799. Virrey Antonio Olaguer y Feliz.
 Año 1799 hasta 1801. Virrey Gabriel de Avilés y del Fierro.
 Año 1801 hasta 1804. Virrey Joaquín del Pino.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa el retrato de un hombre e incluye el
siguiente epígrafe “Pedro de Cevallos, primer virrey del Río de la Plata”. Fin de la nota.

PÁGINA 39.
El resguardo de las fronteras coloniales: las reformas militares.
La defensa del Atlántico sur se volvió una cuestión central para la Corona debido al creciente poderío inglés y la estrecha
relación entre Inglaterra y Portugal. Además de los recurrentes conflictos limítrofes con Portugal – entre ellos, por el
dominio de Colonia del Sacramento –, Francia e Inglaterra comenzaron a utilizar la ruta del Cabo de Hornos para
vincularse con el Pacífico. La necesidad de abastecimiento para la navegación hizo que ambas potencias merodearan
por las costas patagónicas y que, incluso, fundasen asentamientos en las islas Malvinas en las décadas de 1760 y 1770.
Para defender el territorio de las amenazas extranjeras, se reforzó notablemente la presencia militar española en la región
rioplatense, mediante la fundación de Montevideo, que luego sería el apostadero de la armada real, la construcción de
fuertes y la multiplicación del número de tropas regulares provenientes de España. Por otro lado, se inició un plan de
defensa de las fronteras con los pueblos indígenas del Chaco y la Pampa, para lo que se construyeron fortines a lo largo
de la frontera sur entre Buenos Aires y Mendoza, y se creó el cuerpo de Blandengues de la Frontera, integrado por
americanos. Posteriormente, se creó otro cuerpo de Blandengues, el de Montevideo.
Además, se emprendió la tarea de organizar cuerpos milicianos, que, a diferencia del ejército regular, no estaban
integrados por oficiales o soldados profesionales, sino por residentes locales que tenían la obligación de colaborar en la
defensa de su ciudad o pueblo en momentos de peligro. Los gobernadores y virreyes se abocaron a la organización de
las milicias: crearon nuevos cuerpos, redactaron normas que regulaban su actividad y procuraron asegurar la instrucción
militar periódica de todos los milicianos. A pesar de los esfuerzos, esta tarea se cumplió con éxito dispar, como pudo
comprobarse al momento de la primera invasión inglesa, en 1806, cuando no se pudo evitar la ocupación de la ciudad
de Buenos Aires por las tropas británicas.

El resguardo de las fronteras coloniales: los planes de colonización.


En la década de 1780, para resguardar la Patagonia del acecho de Inglaterra y Francia, la Corona llevó a cabo un plan
de poblamiento de las costas de esa región mediante la fundación de colonias agrícolas. Para ello fueron trasladadas más
de cuatrocientas familias campesinas de Galicia y León hacia el Río de la Plata. La Corona les facilitó semillas, aperos
de labranza y todo lo necesario para poner en funcionamiento las colonias.
De este proyecto derivaron tres colonias: San Julián y Puerto Deseado, ambas en la actual provincia de Santa Cruz, y
Carmen de Patagones, en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el clima riguroso, poco apto para la agricultura,
la falta de agua potable y la mala administración hicieron que el proyecto de colonización fracasara. Finalmente, las
familias se establecieron en pueblos cercanos a la frontera con los portugueses en la Banda Oriental y en otros creados
en torno a la nueva línea de fortines al sur de Buenos Aires.

Nota del corrector: El texto original contiene una fotografía. Esta representa un grupo de integrantes de las fuerzas
armadas. Esta imagen presenta el siguiente epígrafe “Representación actual del cuerpo de Blandengues de la
Frontera”. Fin de la nota.

PÁGINA 40.
Las reformas mercantiles.
Entre los principales objetivos de las reformas borbónicas se encontraba el interés de la Corona por sacar el mayor
provecho económico y fiscal de sus colonias americanas.
Para ello se implementaron una serie de medidas para flexibilizar el sistema de intercambios entre España y América y
transformarlo en un “libre comercio entre españoles”. De este modo se esperaba fomentar las exportaciones de bienes
españoles hacia América y, además, mitigar el contrabando – favorecido, entre otros motivos, por la escasez –, lo que
redundaría en un aumento de la recaudación fiscal.
En la década de 1740 se suprimió el sistema de “flotas y galeones” y se habilitó la ruta del Cabo de Hornos para los
navíos de registro (así llamados porque se los registraba antes de salir hacia América, para evitar el contrabando) que
comerciaran con los puertos del Pacífico. Como consecuencia, la escala en Buenos Aires de navíos autorizados se hizo
cada vez más frecuente, a pesar de que este puerto estaba excluido de las rutas oficiales. Las reformas mercantiles
culminaron en 1778 con la sanción del Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España a Indias, que
habilitó a Montevideo y Buenos Aires a comerciar con España y con otros puertos coloniales americanos.
La apertura de los puertos del Río de la Plata al comercio legal fue muy beneficiosa, sobre todo para las casas mercantiles
que comerciaban con España. El arribo de naves de ultramar creció ostensiblemente y se multiplicaron el comercio legal
y la recaudación fiscal. Sin embargo, el contrabando no desapareció: pese a que disminuyó en términos relativos, su
volumen creció en relación con el aumento general de los flujos mercantiles.
Las reformas fiscales.
Durante el siglo XVIII, la Corona abandonó la práctica de arrendar el cobro de impuestos a particulares, bajó el nivel
de algunas contribuciones para estimular la producción y simplificó la percepción de otras para evitar la evasión. Se
establecieron aduanas tanto en los puertos para cobrar los derechos a la importación y exportación, como en las
principales ciudades para recaudar los impuestos a la circulación de mercancías en el mercado interno.
El principal ingreso fiscal en la región rioplatense, al igual que en el siglo anterior, provenía de los impuestos a la minería
de plata, recaudados en el Alto Perú. En la última década del siglo XVIII, el 70% de los ingresos de la llamada Caja
Real del Virreinato, es decir, la oficina encargada de administrar la recaudación fiscal, provenía de los recursos
potosinos. Esto implicaba que la actividad económica minera subsidiaba el aparato burocrático militar asentado,
fundamentalmente, en Buenos Aires y la Banda Oriental.
A pesar de los cambios en el sistema impositivo, los ingresos fiscales no eran suficientes para generar remesas fiscales
para enviar a España, una vez descontados los gastos de defensa y administración del Virreinato. Sin embargo, esto no
significó un fracaso para la Corona, puesto que se pudo mantener el dominio sobre esta importante región americana
sin comprometer los ingresos metropolitanos.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa la fachada de un edificio a costas de un
río e incluye el siguiente epígrafe “La Aduana vieja, aguada de Emeric Essex Vidal, 1817”. Fin de la nota.

PÁGINA 41.
Las reformas y las rebeliones andinas.
En la década de 1780, el orden colonial fue amenazado por el estallido de insurrecciones indígenas. Las causas de esta
“Gran Rebelión” son complejas y se relacionan con las dinámicas de resistencia que los indígenas venían desarrollando
desde las décadas anteriores. Sin embargo, es indudable que las reformas borbónicas incidieron en la simultaneidad de
los levantamientos.
El interés en aumentar la recaudación fiscal había llevado a la Corona a duplicar las tasas que gravaban el comercio y a
aumentar la cantidad de aduanas recaudadoras. Estas medidas afectaron seriamente a pequeños y medianos arrieros y
comerciantes, la mayoría mestizos o indígenas. Además, en 1750, la Corona había legalizado “el reparto forzoso de
mercancías”, que obligaba a las comunidades indígenas a comprar mercancías a precios abusivos a los corregidores,
funcionarios españoles con jurisdicción sobre los pueblos de indios. Por último, las reformas alteraron el criterio de
recaudación del tributo indígena, porque la obligación de pago se extendió a los habitantes de los pueblos de indios sin
tierras asignadas e, incluso, a los mestizos, mulatos y negros que vivían en ellos.

La “Gran Rebelión” en los Andes.


En 1780, en el sur del Virreinato del Perú y el norte del Virreinato del Río de la Plata se sucedieron numerosos estallidos,
que posteriormente convergieron en tres movimientos insurreccionales. Uno de estos fue comandado por José Gabriel
Condorcanqui, un cacique indio que consiguió un gran reconocimiento en los pueblos indígenas del Bajo Perú. En
noviembre de 1780 fue proclamado Inga-Rey, con el nombre de Túpac Amaru II. El otro movimiento de importancia
surgió en el Alto Perú y fue liderado por un campesino, que había sido mitayo y sacristán, Julián Apaza, quien tomó el
nombre de Túpac Katari. Otro foco rebelde surgió al norte de Potosí, dirigido por el cacique de Chayanta, Tomás Katari.
Los movimientos rebeldes contaron con un gran apoyo indígena y mestizo. Sin embargo, a pesar de que numerosos
pueblos fueron tomados y que las ciudades de La Plata, La Paz y Cuzco fueron sitiadas, las dos alas principales de la
insurrección, la quechua, liderada por los Amaru, y la aymará, liderada por los Katari, no lograron una eficaz
coordinación. A finales de 1781, las autoridades coloniales derrotaron estas rebeliones e iniciaron una feroz represión.
Al sur del Alto Perú la rebelión no se extendió, pero circularon rumores que daban cuenta de planes insurreccionales de
los indígenas, los mestizos y la “gente del bajo pueblo”, que crearon alarma entre las elites locales. En Jujuy, la
identificación de un foco rebelde provocó una fuerte represión por parte del gobernador, quien pasó por las armas a unos
noventa indígenas wichis, entre hombres, mujeres y niños.
Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa el retrato de un hombre e incluye el
siguiente epígrafe “Retrato de Túpac Amaru”. Fin de al nota.
1. Analicen los objetivos de las reformas borbónicas.
2. Describan las principales reformas aplicadas en el Río de la Plata.
3. Relacionen las reformas borbónicas con las rebeliones andinas.
4. ¿Qué grupos sociales participaron en las rebeliones? ¿Cuáles eran sus principales reclamos?
PÁGINA 42.
EL ARTE, LA HISTORIA Y LA GENTE.
El arte de las misiones jesuíticas. La belleza está en la diversidad.
Desde su llegada al actual territorio argentino, a fines del siglo XVI, los misioneros jesuitas aplicaron la enseñanza del
Evangelio de una manera muy particular, caracterizada por una asimilación pacífica de la cultura de los pueblos
originarios y la educación paulatina, ordenada y simplificada de los preceptos cristianos a través del arte y la música.
Los jesuitas fueron eximios arquitectos, talladores, pintores, escultores y músicos, y utilizaron sus habilidades para
evangelizar a las poblaciones que habitaban el Litoral, el Noroeste y la zona central de nuestro país.
En las estancias y las reducciones, verdaderos pueblos que estos sacerdotes erigían alrededor de una capilla, los
indígenas aprendieron oficios y fueron instruidos en la fe católica. Muchos de ellos se convirtieron en grandes artistas,
cuyas tallas y esculturas ornamentaron los altares de la Compañía de Jesús. Ese arte mestizo, atractiva combinación de
la cultura originaria y la cultura europea, delineó una estética exótica y llamativa, de fuertes raíces religiosas y gran
originalidad.

Una copia muy original.


Los jesuitas pusieron todo su empeño en que los indígenas aprendieran oficios. Las tallas y pinturas salidas de los talleres
jesuíticos se basaron en copias de estampas o pequeñas pinturas que los sacerdotes traían de Europa. Sin embargo, los
artesanos indígenas hicieron su propia interpretación de esas imágenes, convirtiéndolas en representaciones originales.
Entre otros cambios, introdujeron trágicas expresiones de tristeza en los rostros de los santos, colorearon los mantos de
las vírgenes y ondularon los ropajes, con su decidida predilección por las curvas antes que por las líneas rectas. El
espíritu práctico y conciliador de los misioneros favoreció el desarrollo de la creatividad artística de los indígenas, ya
que les enseñaron a utilizar los materiales que tenían a mano, como la madera y las fibras vegetales en las zonas
litoraleñas y del noreste, y la piedra en el norte y centro del país.
Los indígenas, por su parte, dotaron a la imaginería cristiana de sus propias creencias, anteriores a la Conquista. Por
ejemplo, en la misión de San Ignacio Guazú, en Misiones, se halló una talla de demonio con aspecto femenino. Esta
asimilación de figuras religiosas de una cultura a la otra facilitaba la tarea pedagógica de los jesuitas. El resultado de la
combinación de elementos de ambas culturas se denomina “sincretismo religioso”.

Nota del corrector: El texto original contiene dos fotografías. La primera fotografía representa la fachada de un
edificio e incluye el siguiente epígrafe “Iglesia de Santa Catalina, en Córdoba, emplazada en la estancia jesuítica
más grande de la provincia, fundada en 1622. Es Monumento Histórico Nacional desde 1941”. La segunda fotografía
representa una escultura religiosa e incluye el siguiente epígrafe “Talla en madera del siglo XVII, proveniente de
las misiones jesuíticas guaraníes. El manto de la virgen y su expresión denotan la originalidad de los artistas de
América. Fin de la nota.

PÁGINA 43.
Florián Paucke: un cronista del color.
El jesuita polaco Florián Paucke llegó a América en 1748. Después de un largo derrotero que lo llevó por varias ciudades
del actual territorio argentino, en 1752 se hizo cargo de la reducción de San Javier, al norte de la ciudad de Santa Fe.
Allí, este misionero realizó una extensa obra de educación y observación, que dio por resultado el libro Hacia allá y para
acá, en el que ilustró con profusión de colores la naturaleza fluvial del noreste santafesino y las costumbres de los
mocovíes, uno de los pueblos que habitaba esa región.
La iconografía de Paucke, simple pero de gran valor documental, no solo sirvió como un tratado de biología, por
describir con esmero las especies animales y vegetales del chaco santafesino, sino que también representó los hábitos
acuáticos, los ritos, los juegos y las costumbres de los mocovíes. De este modo, Paucke dejó un colorido testimonio de
la vida en las reducciones y de la relación entre los jesuitas y los pueblos originarios.
Nota del corrector: El texto original contiene una fotografía. Esta representa los restos actuales de dos grandes
muros jesuíticos e incluye el siguiente epígrafe “Ruinas de San Ignacio, en la provincia de Misiones. Los jesuitas
aprovechaban los materiales que había en la zona, por ejemplo, el barro para hacer ladrillos”. Fin de la nota.
Nota del corrector: El texto original contiene dos ilustraciones. Estas presentan los siguiente epígrafes “En esta
imagen, Paucke describe de forma didáctica cómo los mocovíes cazaban lobitos de río y nutrias” y “Algunas láminas
de Hacia allá y para acá describen la organización de la reducción jesuítica de San Javier y los trabajos que se
desarrollaban en ella”. Fin de la nota.

TIC.
En el sitio www.encuentro. gov.ar pueden ver el video “El legado”, en el que se describe la tarea de los jesuitas en
Córdoba. Averigüen a qué se llama “El Camino de las Estancias Jesuíticas”.
Lean el capítulo, observen las imágenes y respondan.
1. Según el clima y la geografía de cada región, ¿qué materiales creen que fueron utilizados por los
jesuitas para levantar sus iglesias en Córdoba? ¿Y en la provincia de Misiones?
2. Expliquen a qué se refiere el término “sincretismo” y den un ejemplo.

PÁGINA 44.
2. LA ATLANTIZACIÓN DEL ESPACIO ECONÓMICO.
Buenos Aires: de pequeña aldea a capital del Virreinato.
En el siglo XVIII se consolidó la tendencia hacia la “atlantización” del espacio económico rioplatense. El mercado
altoperuano fue perdiendo importancia frente al gran crecimiento de Buenos Aires y Montevideo, las dos ciudades que
intensificaron su relación con los mercados atlánticos.
La creciente demanda de materias primas por parte de Europa, que estaba atravesando por la primera fase de la
Revolución Industrial; la legalización de los puertos rioplatenses y la creación de un importante aparato burocrático-
militar en la zona son las principales causas del giro de la economía virreinal hacia el Río de la Plata.
El aumento del comercio ultramarino provocó el crecimiento de la elite porteña, cuya principal actividad económica se
basó en el comercio de exportación de plata y bienes pecuarios y la importación de productos de ultramar. Asimismo,
la designación de Buenos Aires como capital del Virreinato hizo que creciera la cantidad de burócratas coloniales,
encabezados por el virrey y su nutrida corte de allegados y colaboradores, y de oficiales y soldados del ejército real.
En conjunto, estos cambios tuvieron como consecuencia un incremento en la demanda de alimentos y otros bienes para
consumo en la ciudad. Así, aumentaron los oficios artesanales (carpinteros, sastres, albañiles, plateros, zapateros, etc.),
las tiendas, las pulperías y las quintas de las afueras que abastecían a la ciudad de frutas y hortalizas. Hacia finales del
siglo XVIII, Buenos Aires era la ciudad más importante y sofisticada de todo el territorio.

El crecimiento económico del Litoral.


El mundo rural de la Banda Oriental, Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Buenos Aires también gozó de prosperidad
durante el siglo XVIII. La creciente demanda de cueros en el mercado atlántico hizo que se abandonase la práctica de
la caza de ganado cimarrón y que comenzase la cría de ganado vacuno en estancias y otros establecimientos menores.
Esta actividad cobró especial fuerza en Entre Ríos y el sur de Corrientes, donde la abundancia de tierras disponibles
favorecía el establecimiento de estancias, al mismo tiempo que la lejanía de los mercados de las ciudades de Buenos
Aires y Montevideo no estimulaba el desarrollo de la agricultura triguera.
Por el contrario, en la campaña de Buenos Aires y en la Banda Oriental el cultivo de trigo – en menor medida, maíz,
cebada y alfalfa – fue la principal actividad agraria. El crecimiento de los mercados consumidores de Montevideo y
Buenos Aires, en los que el pan era uno de los componentes fundamentales de la dieta de sus habitantes, fue el principal
aliciente para el desarrollo de esta producción rural.
También era importante en todo el espacio litoraleño la cría de ganado equino, ovino y mular. Las mulas se criaban
sobre todo en el norte de la campaña bonaerense y el sur de Santa Fe, desde donde eran enviadas a los mercados de Salta
y Jujuy.
Nota del corrector: El texto original contiene una imagen con el siguiente epígrafe “Buenos Aires desde el camino
de las carretas, obra de Francisco Brambila, 1794 (detalle)”. Fin de la nota.

PÁGINA 45.
Los circuitos mercantiles regionales: cambios y continuidades.
Una novedad propia del siglo XVIII fue la importancia creciente de Buenos Aires – en menor medida, también de
Montevideo – dentro del esquema económico regional.
Hasta entonces Potosí había sido el centro económico por excelencia, hacia el que se habían dirigido desde el siglo XVI
el grueso de los excedentes de las producciones regionales. Paulatinamente, este papel fue disputado por Buenos Aires
y, hacia finales del siglo XVIII, dos polos económicos estructuraban el espacio económico virreinal: el Alto Perú y la
región rioplatense. Las producciones regionales (yerba, ponchos, aguardiente, vino, frutas secas, etc.) encontraban en
Buenos Aires, Montevideo y el espacio rural circundante un gran mercado consumidor alternativo.
Asimismo, los mercaderes porteños intensificaron su participación en el comercio de productos manufacturados
europeos y de esclavos y su control sobre el tráfico de los productos regionales Esto les permitía captar una parte
sustancial del metálico producido en el Alto Perú que circulaba en las economías regionales del interior del Virreinato
como resultado de los intercambios entre estas y la región minera. A partir de la década de 1760 se calcula que alrededor
de dos tercios de la plata producida anualmente en Potosí era captada y exportada a Europa por mercaderes porteños a
través del puerto de Buenos Aires. Si bien los rasgos principales del comercio de la ciudad adquiridos durante el siglo
XVII (la actividad económica giraba en torno a la exportación de metales preciosos y la importación de bienes de
ultramar) continuaron vigentes, en el siglo XVIII los mercaderes porteños pasaron a dominar ampliamente los circuitos
mercantiles del Interior y la exportación de metales creció notablemente.
El impacto de la apertura del puerto de Buenos Aires sobre las economías regionales. El impacto de las medidas
liberalizadoras del comercio sobre las economías del Interior fue diverso. Los textiles de algodón sufrieron la
competencia de los textiles importados, por lo que hacia la segunda mitad del siglo XVIII la producción en el Tucumán
y el Paraguay estaba en seria decadencia. Sin embargo, esta crisis fue anterior a la apertura de los puertos y obedeció
también al declive del sistema de encomienda, que había sido la base de la producción textil tucumana, y a la
desarticulación de las misiones jesuitas del Paraguay. Por otro lado, la producción de ponchos y telas de lana en Córdoba,
Catamarca y San Luis no se vio muy afectada debido a la preferencia de los consumidores por estos textiles que eran
producidos por mujeres campesinas, quienes realizaban todo el proceso en el marco de sus economías familiares. Esto
les permitía resistir la competencia de los textiles importados, a costa del empobrecimiento familiar. En Mendoza, la
producción vitivinícola decayó como resultado de la importación de vinos europeos. Los productores de San Juan, por
su lado, lograron seguir colocando su producción de aguardiente en los mercados litoraleños.
Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa una persona montando a caballo y
sosteniendo una herramienta de caza. Esta imagen incluye el siguiente epígrafe “Gaucho rioplatense, obra anónima,
1792”. Fin de la nota.

PÁGINA 46.
El crecimiento de la población.
A finales del siglo XVII, luego de la debacle demográfica producida por la Conquista, la población americana comenzó
a crecer. En los territorios que componen la actual Argentina, la población aumentó de manera sostenida durante todo
el siglo XVIII, especialmente en las décadas siguientes a la creación del Virreinato del Río de la Plata. Se calcula que
la población del Tucumán aumentó una vez y media entre 1776 y 1812, y la de Cuyo, casi dos veces. Por su parte, la
población del Litoral y Buenos Aires creció dos veces y media, sobre todo por la importación de esclavos y la llegada
creciente de inmigrantes desde el interior del Virreinato y España, atraídos por la bonanza económica que les ofrecía la
zona.
A pesar del crecimiento de la población del Litoral, más del 60% de los habitantes del Virreinato del Río de la Plata
seguía residiendo en el Alto Perú.

El comercio de esclavos.
Desde la fundación de Buenos Aires en 1580, un ramo fundamental del comercio porteño fue la importación de esclavos
de origen africano.
En el siglo XVIII, como parte del crecimiento del comercio de los puertos rioplatenses y de la prosperidad económica,
este comercio se incrementó en forma notable. En este período comenzó un amplio tráfico legal realizado por los
españoles, que hasta entonces lo tenían vedado. Se calcula que unas 70.000 personas fueron ingresadas por los puertos
de Montevideo y Buenos Aires entre 1777 y 1812, cifra a la que hay que sumar la cantidad aún desconocida de esclavos
que fueron introducidos al Virreinato, a pie, desde el sur del Brasil.
Los esclavos provenían del Brasil o directamente de África. En este continente eran capturados por cazadores que los
apresaban, o caían prisioneros en luchas interétnicas y luego eran vendidos a los empresarios esclavistas europeos. Antes
de ser embarcados eran golpeados para que se disciplinasen. Hacían el viaje amontonados en las bodegas de los buques,
en pésimas condiciones de salubridad. Allí orinaban, defecaban, dormían y, cuando había mal tiempo, también comían.
Las enfermedades en el transcurso de la travesía eran moneda corriente y un porcentaje alto de los esclavos fallecía en
ultramar. Por ejemplo, en 1802, la fragata prusiana Balk buscó esclavos en África por encargo de comerciantes
montevideanos y porteños. Embarcó a 742 personas, de las cuales 274 murieron antes de llegar a destino.
Una vez en Buenos Aires, cerca del 75% de los esclavos eran vendidos en los mercados de Tucumán, Salta y el Alto
Perú. El 35% restante permanecía en el Río de la Plata, ocupado en la producción rural, en el servicio doméstico o en
los talleres artesanales de las ciudades.
Entre 1744 y 1810, la población esclava de Buenos Aires se multiplicó por seis, lo cual es un indicio de la prosperidad
creciente de los habitantes de la ciudad y la región.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen con el siguiente epígrafe “Planta de un barco que
transportaba esclavos a América. Para llevar la mayor carga posible, se calculaba la distribución de los esclavos
acostados o en cuclillas: los más jóvenes en el centro, a la izquierda, las mujeres y a la derecha, los hombres”. Fin
de la nota.

PÁGINA 47.
Las migraciones hacia la región rioplatense.
Durante el siglo XVIII se acentuaron las migraciones desde el Interior hacia el Río de la Plata. Entre los factores que
explican estos movimientos migratorios uno de suma importancia es que en el Litoral los salarios eran mayores y se
pagaban en gran parte en metálico, a diferencia del frecuente pago en especie en el Interior. Otro factor que hacía del
Río de la Plata un lugar atractivo era que en la campaña la tierra estaba apropiada solo parcialmente, lo cual permitía
que un inmigrante accediese a una parcela de tierra fértil y se transformase en productor rural independiente.
El incremento de las migraciones se explica también por el hecho de que era muy común que los campesinos de Cuyo
y el Tucumán trabajasen como arrieros, troperos o carreteros. En la medida en que los flujos mercantiles entre Buenos
Aires y el Interior se incrementaron también creció la circulación de información entre las poblaciones rurales sobre las
posibilidades de prosperidad en la región rioplatense, lo que estimuló la emigración.
Asimismo, los procesos migratorios desde el Paraguay se incrementaron durante el siglo XVIII, especialmente luego de
la expulsión de los jesuitas y la desarticulación de las misiones, cuya población se dispersó por todo el Litoral hasta la
Banda Oriental, donde constituyeron un componente muy significativo de su población.

Los inmigrantes españoles.


A lo largo del siglo, numerosos españoles emigraron al Río de la Plata, atraídos por la prosperidad económica de la
región. La mayoría de estos inmigrantes eran pobres y emprendían el viaje a través del Atlántico, trabajando como
marineros; cuando llegaban a Montevideo o Buenos Aires, desertaban y continuaban su vida en otras ocupaciones. A
diferencia de los migrantes del Interior, casi todos eran hombres solteros; la migración familiar fue excepcional. Aunque
muchos tenían la expectativa de permanecer unos pocos años y regresar enriquecidos a su país, la mayoría se estableció
definitivamente en el Río de la Plata y contrajo matrimonio con mujeres nacidas en América.
Los españoles se asentaron fundamentalmente en las ciudades, donde se desempeñaron en diversas actividades, como
marineros en las embarcaciones que recorrían los puertos del Litoral, artesanos, funcionarios en la administración y,
muy especialmente, comerciantes al menudeo. Por ejemplo, cerca del 70% de los pulperos de Buenos Aires era oriundo
de España.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen con el siguiente epígrafe “En esta obra de Emeric Essex
Vidal, llamada Gauchos del Tucumán, está representado un grupo de arrieros provenientes de esa región en las
afueras de la ciudad de Buenos Aires”. Fin de la nota.
1. Describan los cambios económicos que se produjeron en el espacio rioplatense durante el siglo
XVIII.
2. Analicen las consecuencias de la creación del Virreinato del Río de la Plata y la apertura del puerto
de Buenos Aires sobre las producciones regionales.
3. Expliquen por qué aumentaron las migraciones hacia el Litoral durante el siglo XVIII. Analicen la
procedencia de los migrantes y sus ocupaciones en la sociedad rioplatense.
4. 4. ¿Qué relación pueden establecer entre el crecimiento económico del siglo XVIII y el comercio
de esclavos?

PÁGINA 48.
3. EL MUNDO DE LAS CLASES POPULARES.
Un mosaico de grupos étnicos y ocupaciones.
El mundo de las clases populares durante el siglo XVIII era complejo y heterogéneo, ya que formaban parte de él todos
aquellos que realizaban tareas impropias de la elite, por las cuales no recibían una gran remuneración: los peones, los
campesinos, los vendedores ambulantes, los artesanos, los carreteros, los marineros, los pulperos, entre otros. Además,
las clases populares estaban compuestas por diversos grupos étnicos, entre ellos, los negros, los indígenas, los mestizos,
los mulatos, los pardos e, incluso, los blancos pobres. Esta característica las diferenciaba de la elite colonial, que era
homogéneamente blanca.
Dado que ocupaban los escalones más bajos en la estructura sociocupacional y eran, según el punto de vista de la elite,
racialmente “impuros”, la experiencia de los hombres y mujeres de las clases populares estuvo atravesada por la pobreza,
la discriminación y la fragilidad frente a los poderosos y el Estado colonial.

Los trabajadores en las ciudades.


En las ciudades más importantes existían numerosos talleres, en los que se fabricaban muebles, toneles, objetos de plata,
zapatos, trajes y pan, entre otras cosas. Un gran número de talleres estaba dirigido por inmigrantes europeos, que
empleaban a oficiales y aprendices americanos, la mayoría negros o mulatos. En general, los talleres eran pequeños y
utilizaban poca mano de obra, pero las panaderías o los talleres de construcción y reparación de barcos (especialmente
en Buenos Aires) podían ocupar a decenas de trabajadores.
Otra ocupación muy común era la de pulpero. Las pulperías eran almacenes en los que se podía comprar alimentos y
utensilios de todo tipo para la vida diaria, al tiempo que eran lugares de sociabilidad masculina, donde los hombres se
reunían a tomar alcohol y a tocar la guitarra. La gran mayoría de las pulperías estaban regenteadas por inmigrantes
españoles.
También en las ciudades, vendedores ambulantes recorrían las calles ofreciendo baratijas y alimentos de puerta en
puerta, como por ejemplo, los lecheros. En las plazas había puesteros que vendían hortalizas, pescado y todo tipo de
mercancía de poco costo. Como esta actividad era muy poco prestigiosa, la mayoría de los vendedores callejeros eran
mulatos, pardos, negros o mestizos; aunque también españoles muy pobres se dedicaban a este tipo de actividades.
Otras tareas estaban relacionadas con el abasto de la ciudad: muchos pobres eran pescadores, matarifes, “chancheros” y
carniceros. En las ciudades ribereñas había marineros que navegaban por los ríos en pequeñas embarcaciones o
transportaban la mercadería de los buques fondeados hasta la costa.
Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa a una mujer sosteniendo una gran canasta
sobre su cabeza e incluye el siguiente epígrafe “Vendedora de tortas”, de la serie de litografías Trajes y costumbres
de Buenos Aires, de César Hipólito Bacle”. Fin de la nota.

PÁGINA 49.
El trabajo femenino en las ciudades.
Era muy frecuente que las mujeres pobres trabajasen; incluso muchas eran jefas de hogar y estaban a cargo del
sostenimiento de sus familias. Por ejemplo, se calcula que en el Buenos Aires de fines del siglo XVIII, el 20% de los
hogares estaba encabezado por una mujer.
Las mujeres desempeñaban diversas tareas. Muchas eran vendedoras ambulantes que ofrecían a los potenciales clientes
alimentos elaborados por ellas mismas. Otras trabajaban en sus casas como costureras, fabricantes de velas y jabones, o
elaborando dulces que vendían a los tenderos y pulperos. Como las mujeres podían contratar y tener negocios, algunas
fueron dueñas de pulperías, tiendas o pequeñas chacras en los alrededores de las ciudades.
Una ocupación típicamente femenina era la de sirvienta en las casas de la elite: allí cocinaban, lavaban la ropa en el río,
cuidaban las gallinas, acompañaban a sus amas en sus menesteres, entre otras tareas.
El trabajo esclavo urbano.
Un destino frecuente de los esclavos era el trabajo doméstico. Para la elite, poseer esclavos era una fuente de prestigio
social; por lo tanto, las familias de la elite empleaban hasta una docena o más de esclavos en sus hogares para las tareas
domésticas.
Además, la posesión de esclavos podía ser una fuente de ingresos económicos. Era muy común que los amos, sobre todo
los que no pertenecían a la elite, empleasen a sus esclavos como jornaleros. Los esclavos hombres habitualmente
trabajaban como artesanos o como peones; las mujeres, como lavanderas, costureras, cocineras e incluso algunos amos
las obligaban a prostituirse. Cuando recibían el pago por su trabajo, tenían que entregarlo a sus amos.
Por otra parte, muchos maestros artesanos compraban esclavos para sus talleres, ya que les resultaba más barato enseñar
un oficio a quien no podía irse de su lado y, a la vez, podían exigirles mayores cuotas de trabajo que a un trabajador
libre.

La movilidad ocupacional.
Un rasgo característico de las experiencias de los hombres y las mujeres de las clases populares era la gran movilidad
ocupacional. Muchos trabajadores no tenían ocupación fija y se empleaban en lo que podían a diario. También era
habitual el cambio periódico de ocupación en busca de mejores salarios o condiciones laborales. Esto era posible sobre
todo en Montevideo y Buenos Aires, ciudades en donde el crecimiento económico provocó una fuerte demanda de mano
de obra y el consiguiente aumento de oportunidades laborales para los más pobres.
Asimismo, frecuentemente, algunas personas se trasladaban del campo a la ciudad o en sentido inverso, en busca de
trabajo. En época de cosecha o de siega, muchos hombres trabajaban como peones en el campo, luego regresaban al
ámbito urbano, donde se empleaban en otras ocupaciones. También era muy común en el Río de la Plata que los sujetos
cruzasen el río para realizar trabajos temporarios.
Nota del corrector: El texto original contiene una imagen con el siguiente epígrafe “En las ciudades, los esclavos
realizaban diversas tareas, tanto en el ámbito doméstico como fuera de él”. Fin de la nota.
PÁGINA 50.
Los campesinos.
Los campesinos, es decir, los pequeños y medianos productores rurales, tuvieron una fuerte presencia en todo el territorio
virreinal y, en algunas zonas fueron los principales productores agrarios.
El origen del campesinado colonial es variado. Lo componían indígenas sin tierras o que habían huido de las
encomiendas, mestizos, pardos, morenos y blancos pobres. Las familias campesinas cultivaban, criaban animales y
producían textiles para su propia subsistencia. Estas familias vendían los excedentes de sus producciones en los
mercados locales o los destinaban a los lejanos centros mineros.
Las formas de acceso a la tierra eran diversas y variaban de región en región. En las zonas de frontera y con escasa
población, las familias podían ocupar tierras sin dueño o sobre las que el propietario no ejercía un control efectivo.
También podían ser arrendatarios o establecer contratos de aparcería, mediante los cuales el dueño de la tierra invertía
en semillas o ganado junto al campesino y se repartían las ganancias.
Muchas familias campesinas explotaban parcelas en estancias a cambio de trabajar en momentos específicos para el
estanciero dueño de las tierras.

La organización del trabajo.


La utilización de la mano de obra familiar para la producción es un rasgo distintivo del campesinado. Esto hacía que,
según el ciclo vital familiar, se desplegasen diferentes estrategias para la utilización de la fuerza de trabajo. Si la familia
estaba compuesta por una pareja joven con hijos pequeños, los brazos no eran suficientes. Una posibilidad para superar
este problema era conseguir un “agregado” que trabajase en la casa por techo y comida; o al revés, que la familia se
agregase a otra más próspera para procurar su subsistencia. Cuando los hijos crecían se llegaba a un punto óptimo de
utilización de los recursos, pero con el envejecimiento y la partida de los hijos mayores, otra vez la situación podía
complicarse.
Era muy común entre los campesinos más pobres que los hombres de la familia se “conchabasen” como asalariados
temporales en haciendas o estancias vecinas. Esta práctica fue usual en el Litoral, región en la que el ciclo productivo
de las estancias era diferente al de los pequeños productores. Allí, la mayoría de los campesinos se especializaba en la
producción agrícola, mientras que en las estancias se privilegiaba la cría de ganado. Como se trataba de producciones
con ciclos anuales inversos – cuando había más trabajo en la estancia, las labores agrícolas eran menos intensas y
viceversa –, era posible que los campesinos trabajasen en las estancias para complementar los ingresos familiares.
Otra forma de conseguir brazos suplementarios era mediante la cooperación entre familias en momentos específicos,
como la siega, la cosecha o la yerra de ganado. A cambio de la ayuda prestada, la familia debía retribuir con trabajo y
agasajar a sus colaboradores con tabaco, yerba, vino, bailes y juegos.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa el encuentro de un hombre y una mujer
en la entrada de una vivienda construida en madera e incluye el siguiente epígrafe “Idilio criollo, obra de León
Palliére”. Fin de la nota.

PÁGINA 51.
Los trabajadores en las estancias y haciendas coloniales.
En las estancias y haciendas del territorio virreinal se utilizaron diferentes tipos de fuerza de trabajo. Entre los asalariados
se encontraban los peones, que cobraban por mes, y los jornaleros, que recibían una paga diaria. Sin embargo, la mano
de obra asalariada era relativamente escasa y cara, debido a que el trabajo en las estancias no era la única posibilidad de
subsistencia, sobre todo por la existencia de medios alternativos de vida, como el acceso a la tierra en condición de
campesinos. Esta característica del mercado laboral provocaba que los peones dejasen el trabajo por otro mejor.
Para retener a la mano de obra, los propietarios recurrían, por ejemplo, a la entrega de yerba, aguardiente, alimentos y
otros bienes por adelantado, lo que generaba el endeudamiento del peón. Sin embargo, muchas veces esta estrategia no
era exitosa; por eso, era común que las estancias del Litoral tuviesen un grupo de esclavos que realizaban trabajos todo
el año, mientras que los trabajadores asalariados eran contratados cuando el ciclo productivo requería mayor cantidad
de mano de obra. Los jesuitas, cuyas estancias estaban diseminadas a lo largo de todo el territorio del Virreinato, eran
los mayores poseedores de esclavos. Los estancieros y hacendados también podían obtener fuerza de trabajo al permitir
que familias “agregadas” cultivasen parcelas de manera independiente en sus propiedades. A cambio, estas familias
debían prestar mano de obra para las tareas del establecimiento cuando el propietario lo requería.

“Vagos” y “malentretenidos”.
La existencia de una población móvil que ocasionalmente se “conchababa” por un salario fue fuente de honda
preocupación para la elite y las autoridades coloniales. Así, quienes no tenían un empleo fijo ni poseían bienes fueron
catalogados como “vagos” y se los consideró “malentretenidos”, es decir, propensos al robo, los juegos de naipes y al
alcoholismo, entre otros “vicios”. Como la elite consideraba que esta población constituía un riesgo para el orden social,
debía ser obligada a trabajar, lo que, además, contribuía a solucionar la crónica escasez de mano de obra.
Durante el siglo XVIII se sucedieron numerosas disposiciones que procuraban disciplinar a esa población poco propensa
a “conchabarse”. Las autoridades implementaron la “papeleta de conchabo”, un papel firmado por ellas que consignaba
que su portador trabajaba para un patrón, y dispusieron la obligación de todos los “vagos” de “conchabarse” para las
cosechas. El castigo para quien no lo hacía era el servicio en el ejército, es decir, trabajar para el Estado.
De todas formas, la reiteración de las disposiciones que llamaban a obligar a los “vagos” a trabajar demuestra que a las
autoridades les costaba mucho hacer cumplir esas medidas y que una importante porción de la población rural (y también
urbana) pudo escapar a estas prácticas represivas.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta representa un hombre persiguiendo a un gran ave e
incluye el siguiente epígrafe “Boleando avestruces, acuarela de Emeric Essex Vidal. La caza era una de las formas
de subsistencia de los habitantes del campo”. Fin de la nota.

PÁGINA 52.
4. LAS ELITES COLONIALES EN EL SIGLO XVIII. UNA ELITE DE COMERCIANTES.
La principal actividad económica de las elites coloniales del siglo XVIII era el comercio a mediana o gran escala. En el
Interior, en los primeros tiempos posteriores a la Conquista, las familias de la elite habían basado su riqueza en la
explotación de la tierra y en la encomienda, pero en el siglo XVIII el comercio con Potosí y Buenos Aires era la principal
actividad económica y la base de las fortunas particulares. Sin embargo, la tenencia de grandes extensiones de tierra –
en especial, para la cría de ganado mular – seguía siendo una fuente de ingresos económicos importante y base del
prestigio de las principales familias.
En Buenos Aires, el perfil netamente comercial de la elite era mucho más acentuado, ya que se había dedicado a esta
actividad desde la fundación de la ciudad. Las novedades del siglo XVIII residían en que este sector social era mucho
más numeroso y rico, y en el tipo de relación comercial que mantenía con España. Con la apertura del puerto de Buenos
Aires, la elite porteña quedó bajo el dominio de hombres con estrechos vínculos con las casas mercantiles de Cádiz,
cuyo giro comercial se basaba en la exportación de plata y en la importación de “efectos de Castilla” (es decir, bienes
desde la metrópoli). Muy pocos invertían en tierras y quienes lo hacían eran los que se especializaban en la exportación
de cueros. Aun así, la cría de ganado no fue la fuente principal de riqueza para ninguna familia de la elite de Buenos
Aires.
Los patrones de inversión demuestran claramente la impronta comercial de esta elite: el grueso de los ingresos eran
reinvertidos en el comercio y porcentajes menores se destinaban a préstamos a otros comerciantes (no existían los
bancos), compra de viviendas urbanas para alquilar y de embarcaciones para el transporte de las mercaderías.
El estilo de vida.
El consumo de bienes suntuarios era una marca central en la identificación de las familias de la elite. Estas invertían
ingentes cantidades de dinero en joyas, muebles importados, vestimenta lujosa y en diversos utensilios, entre los cuales
se destacaba la vajilla, casi inexistente en los hogares de las clases populares. Asimismo, las familias de la elite residían
en el centro de los cascos urbanos en grandes casonas, que podían albergar a numerosos parientes y agregados y, sobre
todo, a un importante número de sirvientes.
Por otro lado, la elite cultivaba espacios exclusivos de sociabilidad. Los hombres se reunían en el Cabildo o los cafés;
las mujeres, en las tertulias organizadas en las residencias de las familias más encumbradas. También era de suma
importancia la sociabilidad en el marco de la Iglesia. Las misas eran un gran evento social para la elite, así como también
las llamadas “cofradías” y “terceras órdenes”, espacios socialmente exclusivos en que los miembros de la elite
organizaban el culto a algún santo en particular y actividades de beneficencia.

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen que representa a dos mujeres en el interior de una ostentosa
casa mientas son atendidas por un niño. Esta imagen incluye el siguiente epígrafe “Señoras por la mañana, litografía
coloreada de César Hipólito Bacle. Utilizar mate y bombilla de plata y ser atendido por un criado eran marcas de
distinción social”. Fin de la casa.

PÁGINA 53.
Renovación y reproducción de las elites: los comerciantes llegados de España.
Al mismo tiempo que crecían el comercio y los vínculos mercantiles con España, en el siglo XVIII llegaron al Río de
la Plata numerosos comerciantes peninsulares que se integraron a las familias de las elites mediante la asociación
mercantil y crediticia, y a través del matrimonio. Estas prácticas ofrecían a las familias la posibilidad de incrementar sus
riquezas por el capital o los vínculos mercantiles que el inmigrante tenía. A su vez, el inmigrante encontraba la
posibilidad de extender su red de relaciones interpersonales y así también ampliar sus negocios.
La práctica del matrimonio como forma de ingresar a la elite fue característica entre los comerciantes porteños. En
general, los grandes comerciantes mayoristas de Buenos Aires casaban a sus hijas con inmigrantes peninsulares de poca
fortuna, pero con experiencia en el comercio, con los que solían tener vínculos de paisanaje, puesto que el candidato
elegido casi siempre provenía de su misma región o pueblo. El enlace ofrecía al novio la posibilidad de hacerse cargo
del negocio de su suegro y, así, empezar a amasar su fortuna personal. A su vez, la familia de la novia se aseguraba la
reproducción del negocio familiar.
Frecuentemente, los hijos de los comerciantes no continuaban con el negocio del padre, sino que se ocupaban en otras
profesiones más prestigiosas, aunque de menores ingresos, como el clero, la carrera militar y la administración estatal.
Esta práctica beneficiaba a la familia, ya que le permitía extender su red de relaciones, al tiempo que los hijos se
procuraban sus propios ingresos, sin disponer del patrimonio familiar.

El matrimonio.
La elección del cónyuge en la sociedad colonial era una cuestión que involucraba a todos los miembros de la familia.
Esto se debía a que el matrimonio era un medio de reproducción de las fortunas y del prestigio y el honor familiar. Por
tal motivo, los candidatos para los hijos solían ser elegidos por los padres en pos de evitar alianzas inconvenientes, sin
tener en cuenta los sentimientos de los hijos al respecto.
La importancia de la elección matrimonial para la reproducción de las familias de la elite y para mantener las distancias
entre los grupos que componían la sociedad se ve reflejada en la Real Pragmática de 1778. Esta normativa prohibía que
los menores de 25 años se casasen sin el consentimiento de sus padres, a pesar de la opinión de la Iglesia, que defendía
la libertad de elección.
Nota del corrector: El texto original contiene una imagen. Esta es el retrato de una mujer e incluye el siguiente
epígrafe “Retrato de Mariquita Sánchez. Esta joven de la elite porteña se opuso al matrimonio convenido por sus
padres”. Fin de la nota.
1. Expliquen las características que definían a las clases populares durante la etapa colonial.
2. Describan las ocupaciones y oficios de las clases populares en las ciudades.
3. Analicen las ocupaciones de los hombres y las mujeres en el espacio rural. ¿Qué relaciones existían entre
los estancieros y los campesinos?
4. Describan las principales actividades económicas de las elites del siglo XVIII.
5. Expliquen qué papel cumplían las mujeres en la reproducción de las fortunas familiares.

PÁGINA 54.
IDEAS EN DEBATE.
LOS CRITERIOS DE INCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL EN EL SIGLO XVIII.
Una sociedad estamental.
A diferencia de las sociedades actuales, las sociedades del Antiguo Régimen se fundaban en la desigualdad jurídica, es
decir que el nacimiento condicionaba el acceso a los derechos y privilegios de los individuos.
En la sociedad colonial la condición racial era el principio fundamental por el cual se definía la pertenencia de la persona
a un determinado grupo social. El concepto de “raza” operaba, en este caso, no como categoría biológica, sino como
construcción cultural que cumplía la función de delimitar y segregar los grupos sociales. De este modo, las diferencias
raciales eran las que justificaban la exclusión y la existencia de firmes jerarquías en la sociedad colonial.
En la cúspide de esta sociedad solo podían estar los reconocidos como blancos, sin mácula de mezcla con otras razas.
Los negros, los indios y todos aquellos que tuviesen “sangre mezclada” tenían vedado el acceso a las elites.
El mestizaje.
En el plano ideal, la sociedad colonial se debía ordenar en torno a tres grupos étnicos: los blancos –llamados
“españoles”–, los indios y los negros. Sin embargo, la realidad social era mucho más compleja. El mestizaje, como
producto de la interacción cultural y biológica, fue muy corriente desde el siglo XVI, por lo que en el siglo siguiente la
sociedad colonial era predominantemente mestiza.
A pesar de que los poderes coloniales intentaron controlar a la población “mezclada” y mantenerla marginada, muchos
mestizos lograron asimilarse a la vida de los españoles e identificarse como blancos. Aquellos sectores de la elite que
se habían empobrecido veían con preocupación el ascenso económico de los mestizos o los mulatos, y sentían
amenazados sus privilegios. Por tales motivos, desarrollaron mecanismos para impedir el “mestizaje” y para que los que
no tuviesen sangre exclusivamente blanca quedasen impedidos de acceder a los espacios de poder y prestigio social.

El “régimen de castas”.
En el siglo XVIII se implementó el “régimen de castas”, según el cual los negros libres, los pardos, los morenos, los
mestizos, los mulatos, los zambos y otras mezclas fueron incluidos en esa categoría. En consecuencia, estos grupos no
podían ocupar cargos de gobierno, militares o eclesiásticos, caminar de noche en las calles, portar armas, vestir ropas
suntuosas, comprar alcohol ni educarse junto a los blancos, entre otras cosas.
Asimismo, las castas podían sufrir “penas infamantes” (ser castigados a latigazos o en el cepo público) mientras que los
blancos quedaban excluidos de esos castigos, aunque hubieran cometido el mismo delito.
Como requisito para acceder a determinados empleos o como prueba de distinción social se implementó el certificado
de “limpieza de sangre”, es decir, la acreditación de que un sujeto era blanco.

Nota del corrector: El texto original presenta una imagen con el siguiente epígrafe “Durante el siglo XVIII se
hicieron muy comunes las llamadas “pinturas de mestizaje”, que retrataban las distintas “castas” de la sociedad
colonial”. Fin de la nota.
PÁGINA 55.
Identidades cambiantes: la práctica del blanqueamiento.
A pesar de las disposiciones vigentes, el sistema de castas era permeable. Existía la posibilidad de que los individuos
durante su vida pasasen de una categoría racial a otra superior, por medio de la práctica del “blanqueamiento”.
Entre las vías más frecuentes de blanqueamiento se hallaba la migración, ya que posibilitaba que el origen de un
individuo quedara borrado al llegar a la nueva tierra. Si allí accedía a la categoría de propietario o productor
independiente, se integraba al grupo de los “españoles” –es decir, de los “blancos”–. También el matrimonio era un
mecanismo de blanqueamiento. Habitualmente, cuando las mujeres indígenas o mestizas contraían matrimonio con un
sujeto reconocido como blanco, con el tiempo adquirían la categoría de “españolas”. Asimismo, si un sujeto de “sangre
mezclada” de mediana fortuna pagaba el procedimiento de acreditación de “limpieza de sangre”, y convocaba a testigos
respetados en el vecindario, lograba pasar a la categoría de “español”.
Estas prácticas prueban que las identidades raciales eran una construcción cultural y, como tales, altamente situacionales.
Estas identidades se construían según el prestigio y las prácticas culturales: si un sujeto hablaba español y se vestía como
tal, al tiempo que era una persona con prestigio en el vecindario o la comunidad donde vivía, tenía amplias posibilidades
de subir en la escala racial y, por lo tanto, lograr el ascenso social.

El honor, el linaje y la riqueza.


Como el color de la piel no era suficiente, también se utilizaron otras categorías para separar la “gente decente” del resto
de la población. Una de ellas era la riqueza: la posesión de fortuna y la disposición de una gran cantidad de dependientes
bajo su responsabilidad o mando eran requisitos para que un individuo formase parte de la elite colonial.
Para llegar a la cúspide social, además, había que ser “honorable”. El honor remitía a la calidad moral de un individuo
o una familia y se podía heredar. Por lo tanto, el linaje familiar era central en el prestigio de un sujeto. Esta condición
también se podía adquirir a través de una conducta intachable y reconocidos servicios al rey.
No era necesaria una gran fortuna para ser reconocido como sujeto de “honor”, pero sí resultaba imprescindible la
condición de “blanco” y no ejercer ciertos oficios. Por ejemplo, no eran reconocidos como “honorables” los sujetos
blancos que realizaban tareas que denotaban subordinación a otros (sirvientes); labores “viles” (como los matarifes); o
que compartían su trabajo con otros hombres o mujeres de las castas (como los artesanos).

Nota del corrector: El texto original contiene una imagen con el siguiente epígrafe “Cholo del Tucumán, obra de
autor anónimo, siglo XVIII”. Fin de la nota.

EL DEBATE CONTINÚA.
1. ¿Cuáles eran los criterios de diferenciación social en la etapa colonial? Compárenlos con los criterios de la
sociedad argentina actual.
2. ¿Qué era el “régimen de castas”? Esta categorización suponía una forma de segregación. ¿Cuáles son en la
actualidad las formas de segregación social?
3. Analicen el uso actual de los conceptos de inclusión y exclusión. ¿Qué semejanzas y diferencias encuentran en
relación con el pasado colonial?

PÁGINA 56.
EN PALABRAS DE…
En palabras de una dama porteña.
“Venía un paisano a buscar la vida, lo ayudaban al momento. El dinero no ganaba réditos, lo guardaban; así, pronto lo
protegían. Este era el novio para alguna de las hijas. El padre arreglaba todo a su voluntad. Se lo decía a su mujer y a la
novia tres o cuatro días antes de hacer el casamiento; esto era muy general. Hablar de corazón a estas gentes era farsa
del diablo; el casamiento era un sacramento y cosas mundanas no tenían nada que ver en esto, ¡ah jóvenes del día! si
pudieses saber los tormentos de aquella juventud ¡cómo sabrías aprovechar la dicha que gozáis! Las pobres hijas no se
atrevían a hacer la menor observación, era preciso obedecer. Los padres creían que ellos sabían mejor lo que convenía
a sus hijas y era perder el tiempo hacerles variar de opinión. Se casaba una niña hermosa con un hombre que ni era lindo
ni elegante ni fino y además que podía ser su padre, pero era hombre de juicio, era lo preciso.
La niña iba a su casa, que ahora dirían una cárcel, salía a misa a ver a sus conocidos cada dos o tres meses, atender su
casa, coser todo el día. En estos tiempos no era preciso divertirse; muy pocos casamientos se hacían por inclinación y
estos eran a disgusto de sus padres […]. Cada edad tiene sus gustos y pensar en otra cosa es no conocer el corazón
humano. De aquí venía que muchas jóvenes preferían hacerse religiosas que casarse contra su gusto con hombres que
les inspiraban adversión más bien que amor.
¡Amor! Palabra escandalosa en una joven, el amor se perseguía, el amor era mirado con depravación”. La niña iba a su
casa, que ahora dirían una cárcel, salía a misa a ver a sus conocidos cada dos o tres meses, atender su casa, coser todo
el día. En estos tiempos no era preciso divertirse; muy pocos casamientos se hacían por inclinación y estos eran a
disgusto de sus padres […]. Cada edad tiene sus gustos y pensar en otra cosa es no conocer el corazón humano. De aquí
venía que muchas jóvenes preferían hacerse religiosas que casarse contra su gusto con hombres que les inspiraban
adversión más bien que amor. ¡Amor! Palabra escandalosa en una joven, el amor se perseguía, el amor era mirado con
depravación”.
Vestidos lo más miserables, era juicio esto. Jamás fraque, chaqueta ordinaria. Así pasaban los mejores años de su vida,
para tener un capital reducido.
Los jóvenes aristócratas los mandaban a España, a la Marina y a los Guardias de Corps; eran los dos cuerpos más
distinguidos, les pasaban una pensión de sus casas, hasta que su graduación era bastante. [...]
Los hijos de Buenos Aires no han tenido nunca inclinación a la carrera militar, más bien les gustaba ser abogados.
Estudiaban lo que podían en Buenos Aires y para doctorarse, tenían que ir a Córdoba o a Chuquisaca. Esto era muy
costoso, pero sus padres eran recompensados en esos gastos, por lo que se distinguían sus hijos”.
Mariquita Sánchez, “Recuerdos del Buenos Aires Virreinal”, en María Gabriela Mizraje (ed.), Intimidad y política.
Diarios, cartas y recuerdos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003.

En palabras de un jurista.
“De la unión entre español [o sea blanco] con india, sale mestizo.
Del español con mestiza sale castizo. Español con castiza sale español. Español con negra sale mulato. Español con
mulata sale morisco. Español con morisca sale albino. Español con albina sale negro, torna atrás. Indio con mestiza sale
coyote. Negro con india sale lobo. Lobo con india sale zambaigo. Indio con zambaiga sale albazarrado. Indio con
albazarrada sale chamizo. Indio con chamiza sale cambujo. Indio con cambuja sale negro torna atrás con pelo liso”.
Tabla redactada a finales del siglo XVIII por el licenciado José Lebrón y Cuervo, en José Torre Revelo, “Sociedad
Colonial. Las clases sociales. La ciudad y la campaña”, en Historia de la Nación Argentina, vol. IV, Academia Nacional
de la Historia, 1940.

PÁGINA 57.
En palabras de los regidores del Cabildo de Córdoba.
“[Desde la fundación de la ciudad] se tuvo y ha tenido a los naturales, negros, mulatos, indios, indias y mestizas sujetos
y con vestido competentes a su esfera y que a pocos años a esta parte se ha visto que estos exceden en más de lo que les
es permitido usando las dichas mulatas, indias y mestizas ropas profanas de costo queriendo competir con las principales
familias del lugar y aun queriéndolas ultrajar que la soberbia que les infunde por las dichas posturas y en los mulatos y
demás de esta esfera lo mismo, como también queriendo igualarse con los españoles compitiendo asimismo en los avíos
de los caballos poniendo caquimos con chapas de plata y pretales y considerando dichos señores lo pernicioso que es
este desorden a la república y que los dichos no pueden alcanzar posturas de tanto costo sin que en esto deje de usar la
ofensa de Dios la que se debe celar con toda diligencia la primera; lo segundo, los latrocinios que se experimentan de
plata en las casas de familia y en los templos de Dios como se ha visto a pocos meses y que para [evitar] tamaño desorden
y sujetar a la gente [de la] plebe haciéndolos que conozcan su bajeza y que estén sujetos y humildes como deben que de
otro modo pudiera resultar mayor daño para la desenvoltura con la que viven.
[Los cabildantes resolvieron dar un bando en la ciudad] […] mandándoles no usen ninguna mulata, india, mestiza ni
negra, cosa de sedas ni cambray, ni encajes, zarcillos de oro, perlas ni corales pena de perdimiento de ello por la primera
vez y por la segunda vez, cincuenta azotes en el rollo y los mulatos, indios y mestizos que no usen chupas, ni calzón de
seda ni frangas de ninguna laya, ni menos espuelas, pretal ni cabeza de plata, bajo la misma pena de aplicación”.
Archivo Municipal de Córdoba, Actas capitulares, tomo 29, 5 de marzo de 1750, en Ana Inés Punta, Córdoba
Borbónica. Persistencias coloniales en tiempos de reformas (1750- 1800), Córdoba, Universidad Nacional de
Córdoba, 1997.

En palabras de un inmigrante español. “Esposa muy querida mía:


[…] Con los 274 [pesos] que gané compré un mulato llamado Domingo Ferrer, por mi apellido. Es de edad de 14 años,
muy bien criado, muy hábil, y me va ganando dos reales el día […]. El ya tiene dos años de oficio y de aquí a dos más
me ahorrará seis reales al día […] También me hallé casualmente a tiempo que estaban vendiendo una mulatilla […] la
cual saqué por la cantidad de 186 pesos, y al mismo día me daba mi recomendado Don Miguel 10 pesos de regalía
porque se la diese para su esposa, yo le respondí a que la he comprado para que te sirviese, que yo había determinado
enteramente traerte. Esta mulata de edad de ocho años ha tenido la viruela y el sarampión. Yo le dije a Don Miguel que
lo que yo podía hacer para él era que el me la tuviera hasta que tu vinieras […] Si quieres venir estarás como una reina
porque mis ánimos son de comprar dos negritos de dieciséis años cada uno que costarán 600 o 700 pesos, conforme
haya la ocasión porque Buenos Aires es marea llena marea vaciada, y a mí no me puedes culpar porque yo ya [he]
comprado estos dos mulatos. Los caudales de Buenos Aires lo ganan los esclavos a sus amos porque los oficiales
artesanos hoy son mañana no son. Piden mucho, trabajan poco, como que son libres que han estar medio vestidos, se
van al campo, vuelven a los 4 o 5 meses a trabajar, y si no les dan adelantado no quieren trabajar, se van porque como
hay mucho que hacer en todas partes les buscan.
[Los esclavos] Se pasan diariamente sin más gasto que las comidas con las sobras y un hervido, se compran por lo
común a 350 pesos, siendo ellos de superior calidad y a los tres años siendo hábiles y enseñados como de su propio
valen hasta 1.000. Y para eso es necesario comprarlos si son mulatos y mulatas han de ser como de 9 años para 12 años,
si son negros han de ser llegados de Guinea que en ese caso aunque sea de 17 o 18 años siempre son ignorantes de toda
picardía y vicios”.

Carta de Bartolomé Ferrer a su esposa Francisca Morilla, Buenos Aires, 8 de junio de 1781, en Rosario Márquez
Macías, Historias de América. La emigración española en tinta y papel, Huelva, 1994.

PÁGINA 58.
Actividades. Voces en diálogo.
1. Lean el texto de Mariquita Sánchez citado en la página 56 y relaciónenlo con el tema “Las elites coloniales en
el siglo XVIII” de este capítulo.
a. ¿Cómo se acordaban los matrimonios en la elite de Buenos Aires a fines del siglo XVIII? ¿Cuál era la
opinión de Mariquita Sánchez sobre esta práctica?
b. Expliquen las causas de la imposibilidad de la libre elección matrimonial.
c. Averigüen quién fue Mariquita Sánchez y su historia. ¿Por qué pensaba de ese modo en torno al matrimonio?
d. ¿Por qué creen que Mariquita Sánchez establecía una categoría de “niños decentes”?
1. ¿Con qué tareas relacionaba a este grupo?
e. ¿Qué formación recibían los varones jóvenes de la elite porteña?
f. Relacionen la afirmación de la autora acerca de las preferencias de los “hijos de Buenos Aires” por la
abogacía con el desarrollo de las actividades económicas en esa ciudad.
Nota del corrector: El texto original contiene, como parte del siguiente ejercicio, una imagen. Esta representa un
paisaje rural, allí hay una familia muy numerosa que se encuentra reunida en torno a su vivienda construida en
madera y a dos animales: una vaca y un cordero. Esta imagen incluye el siguiente epígrafe “La familia del gaucho,
obra de Carlos Morel”. Fin de la nota.

2. Observen la siguiente imagen y respondan.


a. ¿Qué grupo de la sociedad colonial está representado en esta imagen?
b. ¿Quiénes trabajaban en una explotación rural campesina? c. ¿Qué tipo de producción agraria
llevaban a cabo los personajes representados por este artista plástico? Justifiquen su respuesta a
partir de lo estudiado en este capítulo y los elementos que observan en la imagen.

3. Lean el fragmento del acta capitular del Cabildo de Córdoba y el listado de castas según el jurista Lebrón y
Cuervo citados en las páginas 56 y 57. Relean la sección “Ideas en debate” y respondan.
a. ¿Qué problemas existían en la ciudad de Córdoba según los regidores del Cabildo?¿Qué resolvió el Cabildo al
respecto?
b. ¿Cuáles eran los temores de la elite cordobesa frente a las prácticas de los negros, indios, mulatos y mestizos de
la ciudad?
c. ¿Cuál creen que era el objetivo de la confección de una lista tan detallada de las “mezclas raciales”? ¿Les parece
que se podía indentificar fácilmente a cada uno de los tipos de mezclas enumerados?
d. Expliquen las causas por las que se profundizaron las prácticas de subordinación de las clases populares durante
el siglo XVIII ¿Por qué el concepto de raza funcionaba como una categoría cultural?
4. Lean la carta del inmigrante español a su esposa citada en la página 57 y relean el tema “El mundo de las clases
populares”. Luego respondan.
a. ¿Con qué objetivos el inmigrante compró dos mulatos?
b. ¿Qué requisitos debía tener un esclavo para ser una “buena mercancía”?
c. ¿Cómo son caracterizados los trabajadores libres en la carta?
d. ¿Por qué el inmigrante prefería los esclavos a los trabajadores libres?
5. Entren al sitio www.encuentro.gov.ar y miren el capítulo llamado “1768”, correspondiente al ciclo “Años
decisivos”. Luego realicen las siguientes actividades.
a. ¿Cuáles fueron las razones de la expulsión de los jesuitas del Imperio español?
b. Describan las consecuencias económicas de la expulsión de los jesuitas.
c. ¿Qué sucedió con las misiones luego de la expulsión de los jesuitas?
d. ¿Por qué 1768 fue un año decisivo en la historia colonial?

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