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El ogrito para teatro Kamishibai

Es el día en que comienzan las clases. El Ogrito está vestido con ropa nueva, lleva pantalones
cortos y una camisa planchada. Es muy grande y sus piernas son las de un hombre. Su madre está
poniendo cuadernos y lápices en una mochila, ella le explica cómo debe comportarse en la
escuela, y también le dice que debe tener cuidado con los niños y su fragilidad antes de jugar con
ellos, pues con su estatura y fuerza podría hacerles daño sin querer. El Ogrito repite en voz alta el
camino que debe seguir y se adentra en el bosque, el pequeño Ogrito jamás ha comido carne y
jamás ha conocido el color de la sangre, pero es lo suficientemente grande para ir a la escuela a
aprender.

Mientras la madre espera en casa, el Ogrito ya atravesó el bosque más espeso, y llegó al claro por
donde corre el arroyo. Llegando al borde del bosque, ve la primera casa con techo de tejas rojas. El
rojo es el rojo y nada más, su madre le dijo que no lo confunda con otra cosa, es un color y nada
más.

Comienza a caer la noche y la madre está en la puerta esperando el regreso del Ogrito. De pronto
el Ogrito aparece gritando “¡Mamá!”. La madre lo regaña por tardarse tanto en regresar, y le
pregunta cómo ha sido su primer día en la escuela. El Ogrito dice emocionado que no se perdió y
que llegó muy rápido a la escuela y enseguida entró. Su maestra tenía un vestido rojo, sus uñas
rojas también, y sus labios. La maestra le dijo que como era un niño demasiado grande se sentaría
al fondo del salón en un pupitre lo suficientemente grande para él.

OGRITO: ¿Por qué yo soy tan grande mamá?

MADRE: Porque te alimenté con verduras del huerto.

Y mientras le sirve un poco de comida, el Ogrito sigue con su relato. La maestra le dijo que él era
muy diferente de los otros niños, que sus manos eran más grandes que su cuaderno. Para
tranquilizarlo, su madre le dice que le escribirá una carta a su maestra, y al terminar de comer el
Ogrito emocionado se dispone a hacer su tarea. Tiene que escribir diez veces su nombre en el
cuaderno, pero primero debe escribirlo su madre para que él sepa cómo hacerlo. La madre le dice
que no debe escribir ni decir la palabra Ogrito, que ese es un nombre de cariño entre ellos dos, el
Ogrito le dice entonces que si puede escribir Simón, que es un nombre que ella repite en sueños, y
aunque su madre no está muy convencida, dice que sí. Se sienta al lado de su hijo y escribe una
carta para la maestra.

Seis de septiembre.

Señorita: mi hijo parece feliz con su primer día de clases, por favor no le recrimine su altura, es
como su padre, que era un hombre muy robusto. Yo le ruego que guarde para los fines de semana
su vestido rojo porque desconfío de los efectos que ese color pueda tener sobre el espíritu
fantasioso de mi hijo. La saluda atentamente, Ana.

Pasan los días, ambos están en la cocina. Simón recoge sus cuadernos y sus libros mientras su
madre entreabre la ventana, escuchan disparos y ella se sobresalta, dice que no le gustan los
cazadores y que los disparos y el fuerte olor a sangre no la han dejado dormir. Simón guarda en su
mochila una manzana verde para su amiga Pamela y encuentra una carta olvidada de la maestra
que le da a su madre, mientras ella la abre, Simón sale corriendo antes de que pueda detenerlo. Su
madre sabe que el olor a sangre en el bosque es lo que hace que él quiera ir allí.

Diez de octubre.

Estimada señora: Hoy ha ocurrido algo de lo cual me gustaría hablarle. Los niños trabajaban
cuando a Tomás comenzó a sangrarle la nariz y me sorprendió la actitud de Simón. Se paró como
hipnotizado, se puso en cuatro patas y siguió las manchas de sangre desde el pupitre de Tomás
hasta el baño. Todo esto me dio miedo y saqué a los niños al recreo aunque apenas eran las nueve
de la mañana. Lavé la sangre, y cuando Simón volvió al salón había recuperado su mirada tierna y
su sonrisa de niño. Me gustaría hablar con usted personalmente. Cordialmente, la maestra de
Simón.

Los recuerdos invaden a la madre, ella conoció a un hombre rubio como su niño, y fuerte como un
roble. Se llamaba Simón, y se enamoró de él con apenas veinte años. De pronto se escucha un
ruido y Simón entra a la casa, tiene lastimada la rodilla y la frente. Cuando su madre le pregunta
qué ha pasado, él responde que corrió como loco por el bosque, escuchó los disparos de los
cazadores y el olor que respiraba lo hacía volar, corrió tan rápido que no vio la rama en medio del
camino y se cayó, lo hizo reaccionar un olor de rosas más fuerte que cualquier otro olor del
bosque, él estaba junto a un rosal en flor. Su madre le dice que lo curará y estará como nuevo, que
hoy se quede en cama para recuperarse y ella irá a decirle a la maestra que está enfermo.

Días después en la noche, Simón se levanta y deambula por la cocina, intenta no hacer ruido y se
asegura de que su madre está dormida. Abre la alacena despacito, toma una zanahoria, la
mordisquea y la escupe con disgusto. Revuelve todo, prueba lo que encuentra y lo tira. Va y viene,
abre la ventana que deja pasar la luz de la luna llena y salta hacia afuera. La madre se despierta,
mira la ventana abierta y al asomarse ve a su hijo en el bosque, lo llama para que regrese pero él
no la escucha porque ya está muy lejos. Se da cuenta del desorden en la cocina y empieza a poner
todo en su lugar cuando ve la mochila de Simón. La abre y descubre una carta arrugada, olvidada
en la mochila desde hace varios días, enciende una vela y lee la carta:

-Veintiocho de octubre-. Hace más de dos semanas que la maestra le escribió la carta.

Señora: el comportamiento de Simón es cada vez más extraño. Hoy los niños jugaban en el patio y
de repente escuché unos gritos. Corrí a ver qué pasaba, los niños se subían a los árboles, lo cual
está prohibido. Al pie de un pino muy alto, estaba la pequeña Pamela, de la cual seguramente
Simón le ha hablado, con una herida en la mano que sangraba. Simón lamía la sangre. Yo me
acerqué, pero él me empujó y cada vez que yo daba un paso él rugía como una fiera. Cuando la
herida dejó de sangrar, Simón se fue a jugar como si nada hubiera pasado. Estoy preocupada por
la seguridad de los pequeños.

Simón entra y se da cuenta de que su madre está despierta. Ella levanta la vela, la acerca al rostro
de Simón y lo examina atentamente. Con mano temblorosa, limpia una mancha de sangre de sus
labios. Simón le dice que no recuerda nada, solo que sentía mucha hambre, así que vio una liebre y
la siguió, la liebre pasó entre sus piernas y después recuerda un sabor en su boca que no era como
el de los nabos o zanahorias insípidas. Su madre asustada le dice que ha matado una liebre que no
le ha hecho nada, y que lo que tiene en su boca es su sangre.
Simón y su madre van a la entrada de la casa. Ella le cuenta que él tiene un padre como todos los
demás niños, pero que se fue hace mucho tiempo, por su bien. Su padre era el hombre más alto y
más fuerte del pueblo, Simón se parece a él por su estatura y su fuerza. Pero se parece también
por ese gusto por la carne cruda que lo hizo salir en la noche. En sus venas corren la sangre de su
madre y la de su padre, y la sangre de su padre es la sangre de un ogro. Un ogro se alimenta de
carne, incluso humana, y su plato preferido es la tierna carne de los niños. Ella le cuenta, que antes
de que él naciera tuvo 6 hijas, las cuales murieron a la tierna edad de 2 años, cada una, según su
padre, murió en extrañas circunstancias. A ninguna pudieron encontrarla, así que su madre
comenzó a sospechar de todo y de todos, pero cuando Simón estaba a punto de nacer y su padre
estaba tan feliz por su llegada, ella temió aún más por su vida. Una noche se despertó, estaba sola
con Simón moviéndose en su vientre y sobre la mesa encontró una carta, que decía:

Mi querida Ana, tú has perdido seis hijas sin saber cómo ni por qué. Si con esto suavizo tu pena, te
puedo jurar que tampoco sé cómo fue que desaparecieron nuestras pequeñas. Pero si no lo sé de
manera segura, mucho sospecho del sabor de la sangre que me hace salir a escondidas en la
noche. Lo cual me recuerda una historia que me contaba mi padre.

Su padre le hablaba de un ogro hambriento y cruel que le ponía los pelos de punta. Le decía que
existe un remedio para ese terrible mal: pasar tres pruebas. En primer lugar, se tiene que encerrar
desde que sale el sol hasta el día siguiente con un gallo blanco y solo agua. Si a la mañana del
siguiente día el gallo canta, ha pasado la prueba. En la segunda prueba tenía que vivir siete días
encerrado con un lobo, y solo frutas, verduras y agua. Si al final del séptimo día el lobo hambriento
salía y huía al bosque, había pasado la prueba. La tercera prueba era aún más difícil: debía pasar el
curso entero de una luna, veintiocho días, con un niño y con provisiones para los dos. Si al término
de los veintiocho días el niño cantaba al salir por el umbral de la puerta, había pasado la última
prueba. Después de eso el instinto de ogro estaría completamente dominado.

Todavía es de noche y Simón está llenando una vasija con agua. Su madre le dice que partirán
temprano y se irán lejos, pues desde que Simón va a la escuela las ansias de comer carne
aumentan, por eso de ahora en adelante ella le enseñará a leer y escribir. Pero Simón le dice que
quiere ir a la escuela, jugar con otros niños y compartir su comida con Pamela, y que por eso
intentará pasar las 3 pruebas, si no logra pasarlas, entonces se irán lejos a donde su madre pueda
cuidarlo día y noche. Ella acepta, así que Simón sale en busca del gallo y se dirige al bosque a una
cabaña que conoce, para pasar la primera prueba.

En el bosque Simón camina de noche, llega a una cabaña abandonada con un gallo en una jaula y
lo instala en una esquina sentándose frente a él. Después de un rato amanece y el gallo canta
anunciando el inicio de la prueba. Simón tiene agua, leña para el fuego y un cuchillo que tal vez
debió haber dejado en casa, está cada vez más inquieto, el cuchillo lo ha turbado y maldiciéndolo
decide guardarlo en su bolsillo. Recuerda lo que dijo su maestra sobre el deseo: ella dice que hay
que cultivar el deseo con paciencia, como a una planta en el jardín, y que eso se debe hacer con
todo lo que se desea: chocolate, un juguete y, seguramente, también un gallo blanco. La maestra
debe conocer a los ogros, y algo debe sospechar porque el otro día le dijo: “Pequeño Simón, no
confundas el antojo de sangre de los ogros con el deseo. Para luchar contra el antojo brutal, ocupa
tus manos y tu espíritu.” Simón reflexiona y se da cuenta de que tiene un gallo imprudente, para
ocupar su espíritu y un cuchillo que mata, para ocupar sus manos.
Nervioso, se dirige hacia el gallo y clava el cuchillo en un leño. -Ocupar las manos y el espíritu, dijo
la maestra- Zafa el cuchillo y lo vuelve a clavar con delicadeza. Mira al gallo atentamente y se pone
a esculpir un gallo en el leño.

Mientras tanto, su madre está en la ventana y mira el amanecer, con los primeros rayos de luz, se
escucha el canto del gallo. De pronto entra el Ogrito que en una mano trae el gallo desplumado,
listo para la olla. La madre se sobresalta y pregunta qué es lo que ha hecho. Simón le responde
que lo que todo el mundo hace sin ningún remordimiento, comer carne -los pollos comen
lombrices y los humanos comen carne-. Después de que el gallo cantó se quedó pensando en todo
el tiempo que su madre se ha privado de comer carne, y lo delicioso que sería comer un gallo a la
cacerola. El padre de Pamela cría cientos de gallos y gallinas, así que le dijo que podía llevarse ese.
La madre convencida de que el gallo cantó y de que Simón no tiene rastros de sangre en la boca, lo
felicita por haber pasado la primera prueba, aunque aún le quedan dos pruebas bastante difíciles.

Han pasado los días, se escucha un aullido en la noche al que responden a lo lejos, los aullidos de
la manada. Está oscuro en la cabaña y se ve la silueta del Ogrito que agrega leños al fuego,
mientras en la esquina está un lobo. El lobo gruñe y el Ogrito controla al lobo con el extremo de
una larga rama que recoge en el fuego, le dice: ¡Quédate en tu lugar! Y yo me quedaré en el mío.
El lobo aúlla y el Ogrito se tapa los oídos, pero el lobo aúlla nuevamente, entonces con un
movimiento brusco, el Ogrito salta por encima del fuego e inmoviliza al lobo entre sus piernas
apretándole las fauces con las manos, y ahora lo recuerda todo: la liebre pasó realmente entre sus
piernas, pero él la dejó ir. Detrás corría un lobo con la lengua afuera y los colmillos puntiagudos, y
fue con sus dedos que entraron en su piel húmeda como hizo callar a ese lobo. Fue con sus dientes
que le abrió el cuello y calmó para siempre sus ganas de devorar. El lobo no lucha más por
liberarse y Simón va hasta la puerta y la abre dejando entrar la luz de la luna. El Ogrito mira sus
manos, tantea su ropa y su boca y no hay una gota de sangre sobre él, así que hace la séptima
marca en la pared. El lobo se levanta y se va con la cola entre las patas. Simón piensa que mañana,
será mejor partir con su mamá a lo más profundo del bosque, pero se pregunta cómo va a
explicarle a su madre que no mató al lobo y que no le causó siquiera la más pequeña herida.

El Ogrito entra en su casa con la cabeza gacha, abraza a su madre y le dice que no entiende a los
lobos. Pero su madre le dice en realidad su lobo era una loba, que reconoció los aullidos, ella
estaba inquieta por sus lobitos. Simón pregunta a su madre si cree que hizo bien en dejarla partir
antes de la primera hora de la mañana, y ella contesta que sí, que hizo bien. El Ogrito le dice
entonces que lo que realmente importa es que tiene las manos limpias y la loba está con sus
cachorros en el bosque. Todo pasó como tenía que pasar y pudo superar la segunda prueba.

Es de noche y el Ogrito está llenando cajas con provisiones cuando llega su madre y le dice que
veintiocho días es mucho tiempo y que no servirá de nada hacer eso. Pero Simón le responde que
se irá solo al bosque, ya superó las dos primeras pruebas y va a pasar también la tercera prueba,
aunque muera de hambre en el intento. El Ogrito huye, su madre lo llama desde lejos, pero desde
el bosque, como un eco, la voz de Simón repite: -¡Quiero ser libre!-

Es de mañana, el equipaje está apilado en una esquina. La madre está en la orilla de la cama
despierta y desaliñada. Han pasado tres lunas llenas desde que Simón partió, ha desaparecido
como su padre y su corazón amenaza con romperse y estallar. Una carta de la maestra le hizo
saber que también Pamela ha desaparecido. Todos en el pueblo la buscan, ella no sabe qué decir a
la madre de Pamela pues tampoco sabe qué ha ocurrido y teme lo peor. De pronto entra
corriendo Simón, muy contento le dice que no se comió a Pamela y ha logrado pasar la última
prueba. Su madre le dice que tienen que escapar lo antes posible. Pero Simón contesta que
pueden quedarse, le dice con alegría que Pamela está en su casa y su mamá está sirviéndole un
caldo de pollo, además le pidió a su padre que matara un cerdo y los han invitado a cenar esa
misma noche. Su madre sigue sin comprender nada, todos buscan a Pamela, incluso corrieron a la
maestra porque sabía todo y no dijo nada, él se fue hace tres meses, se llevó consigo a una niñita
de su salón, y no hubo noticias suyas. Orgulloso, el Ogrito le dice que pasó la tercera prueba y el
pueblo lo sabe, incluso la maestra pues se la encontró en el camino y le dijo que jamás había
dudado de él. Cuando el sol los despertó, Pamela corrió hacia el bosque cantando “Jugaremos en
el bosque, cuando el lobo no está”. Su mamá le dice que por qué se fue tres meses y no solo uno.
Simón contesta que fue idea de Pamela, mientras saca del bolsillo dos dientecitos y los muestra a
su madre. Son sus dientes de leche, esperaron a que los dientes de leche se le cayeran, y después
esperaron la luna llena. El Ogrito saca una carta del bolsillo y la tiende a su madre, dice: “Para
Ana.” Él le explica que la encontró en un ramo de rosas del día anterior, las cuales le da. Le dice
que la primera mañana, unos pasos en el techo los despertaron, él y Pamela tuvieron miedo
porque oyeron que algo era arrojado por la chimenea, era un ramo de rosas blancas. Todos los
días recibían un ramo de rosas frescas. Pamela colocaba las flores en la mesa y él se sentaba frente
a ella con las flores entre ellos. Cuando el ansia de sangre le crecía en las venas, Pamela lo
adivinaba enseguida en su mirada y empujaba las rosas justo debajo de su nariz y el ansia
desaparecía como por encanto. Simón abre la carta y se la da a su madre para que la lea mientras
él se va a lavar y a vestir para la cena.

“Querida Ana, he aprendido mucho de nuestro hijo. Hace siete años que vivo en el bosque con los
lobos, descubrí cómo conocerlos y amarlos durante la segunda prueba que pasé, de la misma
manera que antes había pasado la primera. Dudé mucho tiempo antes de emprender la tercera y
cuando nuestro hijito nació, las dudas se volvieron una costumbre y dejé de tener el valor para
enfrentar la tercera prueba. Tengo una gran admiración por nuestro hijo, él ha logrado vencer las
leyes de la herencia y el instinto. Yo venía a verlo crecer desde lejos. Creo que una de estas lunas
llenas, lo intentaré yo también, ahora me siento capaz de hacerlo. Hasta pronto, Simón.

El Ogrito vuelve vestido de domingo. Lleva un sombrero con el gallo esculpido y, en el cuello, un
pendiente extraño, su madre lo abraza, es la primera vez que saldrán juntos. Los papás de Pamela
los esperan en la carnicería y después habrá una gran fiesta en el pueblo. La madre mira el
pendiente que Simón trae puesto y le pregunta qué es lo que lleva en el cuello, él le responde que
para ocupar las manos y el espíritu, Pamela y él modelaban dedos gorditos de los pies con la cera
de las velas. Luego dice en secreto:

OGRITO: Un dedo gordo del pie de Pamela. Un dedo verdadero, se lo mordí, pero no me lo tragué.
Lo guardo aquí, en el bolsillo, todavía con una gotita de sangre seca que no ha querido salir. Fin.

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