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FORMULACIÓN DE UNA HIPÓTESIS

P. Papp
El proceso de cambio
Ed. Paidós, Barcelona, 1988: 31-40

El primer paso, en cualquier enfoque terapéutico, consiste en la


formulación de una hipótesis, sin la cual el terapeuta no podría obtener ni
organizar la información necesaria. Una hipótesis, según el Diccionario
Internacional de Webster, es “un punto de partida para una investigación”.
Pero el terapeuta debe saber en primer lugar qué es lo que está investigando,
pues de lo contrario podría recoger una gran cantidad de información no
significativa. El propósito de esta investigación es definir la reciprocidad entre
el síntoma y el sistema dentro del marco del tiempo y del cambio. El terapeuta
necesita conocer las respuestas a interrogantes tales como: ¿Por qué presenta
la familia este problema particular en este preciso momento? ¿Cuáles son los
hechos y conductas que han precipitado el problema? ¿Qué ciclo de
interacción actual lo está manteniendo? ¿Cómo ha ido cambiando este ciclo
con el tiempo? ¿Cómo se ha modificado el método de la familia para hacer
frente al problema? ¿Qué le sucederá a la familia en el futuro si el problema
subsiste? ¿Y si desaparece?

La hipótesis inicial es necesariamente especulativa y se la utiliza como


base para recoger información adicional que habrá de confirmar o bien
refutarla. El terapeuta puede modificar la formulación muchas veces, a medida
que obtiene nueva información de la familia. No es necesario esperar a contar
con una hipótesis definitiva para intervenir, ya que con frecuencia sólo las
intervenciones permiten descubrir una información crucial. Tampoco es preciso
que la hipótesis sea absolutamente acertada; sólo debe ser pertinente a la
familia y al cambio. El criterio de pertinencia se evalúa sobre la base de la
realimentación, es decir, de las sucesivas respuestas de los miembros de la
familia.

Dado que el propósito fundamental de la hipótesis es establecer


conexiones, el modo en que se recoge la información tiene suma importancia.
Muchas veces el practicante recolecta información de tal manera que al final
sólo cuenta con datos aislados acerca de sucesos aislados, los que pueden ser
conmocionantes en y sí mismos (incesto, violación, asesinato, suicidio, etc.)
pero que no tendrán ningún sentido a menos que se los conecte
convenientemente con el problema presentado. Los miembros de la familia no
pueden efectuar estas conexiones por sí solos, ya que la persistencia de una
conducta sintomática supone que no tienen conciencia de ellas.

Al recoger la información, el terapeuta debe adoptar una posición neutral


y no tratar de formarse juicios morales ni de tomar partido por alguna facción
de la familia. Para mantener la neutralidad, no se centrará en ninguna persona
con exclusión de las demás durante un período prolongado, ya que toda
conducta se considera un intento de equilibrar el sistema de algún modo, el
terapeuta respetará la intención unificadora de la conducta aunque ésta, en sí
misma, pueda no ser aprobada. Esta posición neutral suele ser difícil de
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concebir para los terapeutas formados en un método más confrontativo. El


objetivo de la terapia no es producir el cambio por medio de pequeñas acciones
durante una sesión, -en que el terapeuta realinea, reestructura o reorganiza
activamente a la familia por obra de su autoridad o de su técnica-, sino que el
cambio se producirá a través de la capacidad del terapeuta de mantenerse
fuera del sistema y lograr una visión holística: de comprender, respetar y
conectar todas las transacciones de la familia y, por último, dirigir una
intervención a las que sean más pertinentes al problema presentado.

Si el terapeuta reaccionara ante una conducta dada por vía de


enjuiciarla, no habría suficiente fundamento para definir positivamente dicha
conducta, planteando que cumple una función en el sistema.

Al recoger información, es conveniente tener presentes las siguientes


preguntas:

1. ¿Qué función cumple el síntoma en cuanto a estabilizar a la familia?


2. ¿Cómo funciona la familia en cuanto a estabilizar el síntoma?
3. ¿Cuál es el tema central en torno al cual se organiza el problema?
4. ¿Cuáles serán las consecuencias del cambio?
5. ¿Cuál es el dilema terapéutico?

A efectos de responder a estas preguntas, el terapeuta debe partir de


ciertos supuestos básicos acerca de la relación recíproca entre el síntoma y el
sistema. En este enfoque, esos supuestos son los siguientes:

1. La aparición de un síntoma por lo general coincide con algún cambio


efectivo o previsto en la familia, que amenaza alterar el equilibrio
(como que un miembro de la familia se vaya de la casa, contraiga
matrimonio, cambie de trabajo, empiece la escuela, se divorcie,
llegue a la adolescencia, se aproxime a la madurez, se enferme, o
muera)
2. La ansiedad en torno a este cambio activa conflictos que han estado
latentes, y estos conflictos, en lugar de resolverse, se expresan a
través de un síntoma.
3. El síntoma puede ser un medio de evitar este cambio amenazador o
de suministrar un modo de que se produzca.

Por ejemplo: el síntoma presentado, es un caso, fue la conducta


transgresora de una hija de dieciséis años, que de pronto comenzó a
sacar malas notas en el colegio, a faltar a las clases, a robar, a mentir y
a volver a su casa a las cuatro de la mañana. Esto condición con la
circunstancia de que la madre había conseguido un empleo que la
mantenía fuera del hogar hasta tarde todos los días. Se descubrió que
la abuela materna desaprobaba el trabajo de la madre y manifestaba
esta desaprobación ante la hija. Cada vez que la hija se portaba mal, la
abuela llamaba a la madre por teléfono, a su oficina, y ésta de inmediato
dejaba el trabajo para volver a su casa y reprender a la hija. La mala
conducta de la hija cumplía la función de evitar el cambio interfiriendo

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con el trabajo de la madre y manteniendo a ésta dentro del rol tradicional


que la abuela le había asignado.

En otro caso, se vio que el síntoma de una hija de veintiséis años


constituía un modo de provocar un cambio en la familia. Un año y medio
después de la muerte de la madre, la hija regresó del exterior y empezó a vivir
sola en la casa familiar vacía. Su hermano y su hermano se habían mudado y
el padre se había vuelto a casar y vivía con su nueva esposa. Había muchos
aspectos cargados de emoción en torno a la muerte de la madre, que nunca
habían sido discutidos entre los miembros de la familia pero que daban lugar a
silencios tensos y aun distanciamiento incómodo. La hija procedió a romper el
silencio y la distancia por medio de una conducta sumamente provocativa:
iniciaba peleas, dejaba la casa en total desorden, abusaba de las drogas y el
alcohol y exteriorizaba sus estados depresivos. Por último, el padre reunió a la
familia y acudieron a una terapia. Allí, la hija ventiló todos los puntos
relacionados con la muerte de la madre que hasta entonces se habían acallado
y obligó a la familia a enfrentarlos. En este caso, se consideró que el síntoma
era un intento de apresurar el cambio llevando a la familia a superar la etapa
del duelo.

Al desarrollar una hipótesis, la información se recoge y se integra en tres


niveles diferentes: conductal, emocional e ideacional (lo que las personas
hacen, sienten y piensan). Para comprender los patrones de una familia, es
importante ver cómo se conectan y se influyen entre sí estos tres niveles.

EL NIVEL CONDUCTAL

La información detallada respecto de la conducta muchas veces revela


importantes distorsiones o contradicciones que son claves para comprender el
funcionamiento de dicha conducta. El terapeuta debería obtener una visión en
cámara lenta de los hechos inmediatamente anteriores, simultáneos y
posteriores a la aparición del problema. Los terapeutas suelen tener
dificultades para conseguir información sobre conductas específicas, pues los
miembros de la familia tienden a hablar en términos generales y a brindar
descripciones altamente subjetivas. Por ejemplo, una esposa puede alegar
que ella siempre “alienta” sexualmente a su marido. Al explorar con mayor
profundidad qué es lo que en realidad hace para “alentarlo”, el terapeuta podría
descubrir que de hecho lo arremete y que critica su modo de hacer el amor,
haciendo así que la rechace. Esta información llevaría al terapeuta a conjeturar
que el “aliento” brindado por la esposa cumple la función de protegerla de la
posibilidad de descubrir sus propias dificultades sexuales. O bien, un marido
puede declarar que se siente totalmente “desvalido” cuando su mujer se enoja.
En realidad, su “desvalimiento” consiste en recorrer en bar tras otro hasta que
la esposa va a buscarlo. Lo que él describe como “desvalimiento” es una serie
de actividades destinadas a hacer que su mujer vaya tras él. Es importante
tomar en cuenta el efecto que tiene una conducta sobre otras personas a fin de
determinar su función.

Para obtener este tipo de información, el terapeuta debe ser


perseverante en el seguimiento de una secuencia conductal dada: deberá

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preguntar qué acciones específicas siguen a otras acciones específicas y cuál


es la respuesta específica de otras personas. A veces se hace necesario
seguir este procedimiento hasta el cansancio, a efectos de penetrar a través de
la vaguedad del lenguaje de la familia. El siguiente diálogo típico ilustra la
perseverancia que demanda el procedimiento:

Terapeuta: ¿Qué hace usted cuando Julito trae malas notas en el


boletín?
Madre: No sé qué hacer.
Terapeuta: ¿Y qué hace, entonces?
Madre: ¿Qué puedo hacer?
Terapeuta: No estoy seguro de lo que pueda hacer, pero ¿qué es lo que
hace?
Madre: Lo he intentado todo.
Terapeuta: ¿Qué cosas ha intentado?
Madre: Todo es inútil.
Terapeuta: ¿Cuándo fue la última vez que todo fue inútil?
Madre: Ayer.
Terapeuta: ¿De qué manera fue inútil?
Madre: Me di por vencida, sencillamente.
Terapeuta: ¿Y como se dio por vencida?
Madre: Corrí a mi habitación, me tiré sobre la cama y me puse a llorar.
Terapeuta: ¿Qué hicieron los otros miembros de la familia entonces?
Madre: Julito no se preocupó en absoluto; salió a jugar.
Terapeuta: ¿Qué hizo su marido?
Madre: Vino y trató de tranquilizarme.
Terapeuta: ¿Cómo trató de tranquilizarla?
Madre: Me aseguró que todo iba a arreglarse y me prometió que iba a
pasar más tiempo con Julito pata tratar de encaminarlo.

A partir de la descripción de la conducta efectiva de la madre y de la


respuesta del marido, el terapeuta podría conjeturar que la de darse por
vencida de la mujer tenía la función de movilizar al padre y aumentar su
compromiso con la familia.

El equipo de Milán ha desarrollado una técnica especialmente útil para


recoger información, llamada cuestionamiento circular, por la cual se le
pregunta a cada miembro de la familia cómo ve la relación entre otros dos
miembros de la familia. Este es un modo eficaz de conseguir información
acerca de diferencias y cambios en la familia. Por ejemplo, se le podría
preguntar a un hijo: “¿Te parece que tus padres se llevan mejor o que se llevan
peor desde que murió tu abuela?” (Selvini Palazzoli, Boscolo, Cecchin y Prata,
1980). Independientemente de cuál sea la técnica utilizada para obtener
información, es importante que esa información se conecte para formar una
hipótesis sistémica.

EL NIVEL EMOCIONAL

Al observar el nivel emocional de la familia, el terapeuta debe centrarse


en la función de los sentimientos y en la forma en que ellos se expresan. La

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expresión de los sentimientos es una herramienta poderosa para ejercer


influencia sobre otros miembros de la familia. Este es un concepto difícil de
enseñar debido a que se opone a la difundida noción de que los sentimientos
son sagrados, que constituyen un auténtico índice de “quiénes somos
verdaderamente” y “dónde estamos realmente ubicados” y “es bueno saberlo y
hacer que otros lo sepan”. Este así llamado culto de la comunicación pasa por
alto la política de los sentimientos dentro de un contexto social. Los
sentimientos no emanan de la psique individual en comunión consigo misma,
sino que son estimulados y condicionados por un auditorio formado por otros,
aun cuando este auditorio sólo sea previsto o recordado. Al igual que la
conducta, la expresión de los sentimientos programa a otros, y es programa por
ellos.

Por ejemplo, una esposa puede ser programada por su marido para que
sienta y exprese ira hacia la madre de él, de manera que él mismo pueda evitar
sentir y expresar ira hacia su madre; una madre puede programar a un hijo
para que éste se sienta y se manifieste desvalido, y así ella podrá sentirse y
mostrarse protectora; una esposa puede programar al marido para que sienta y
demuestre celos, de modo de tener motivo para acusarlo de estarla
controlando. Este es el patrón de sentimiento –el sistema de emociones- que
debe advertir el terapeuta al formular una hipótesis. ¿En qué circunstancia se
despiertan y se expresan determinados sentimientos? ¿Qué sentimientos y
reacciones suscitan estas expresiones emocionales en los demás? Si durante
una sesión una madre llora por la muerte de su padre, sus sentimientos pueden
ser muy auténticos, pero ella no dejará de advertir el efecto de su llanto sobre
el resto de la familia: quizá tranquilice a su hijo hiperactivo, o haga que su
marido se acerque más a ella, o que la hija cese de mortificarla. Por sí solo, el
conocimiento de que la madre se siente triste no resulta particularmente útil,
pero saber qué momento preciso elige ella para expresar su tristeza, cómo la
expresa y cómo reaccionan los demás, permite conocer la función que cumple.

EL NIVEL IDEACIONAL

Además de conocer lo que cada miembro de la familia hace y siente


respecto del problema, el terapeuta debe saber cómo perciben ellos el
problema, como perciben su causa y su cura, y cómo reaccionan ante la
percepción de cada uno de los demás. El nivel ideacional es el más difícil de
comprender, pues a menudo se extiende más allá de la toma de conciencia y
se relaciona con sistemas de creencias.

Es muy probable que la clave para conocer este nivel se revele a través
del contenido, así como el del proceso, por lo que el lenguaje que emplea la
familia adquiere suma importancia. El terapeuta prestará atención a las
metáforas y a las afirmaciones que revelen actitudes, tales como “los hombres
aman a las mujeres, pero las mujeres aman a sus hijos”, que indica la creencia
de que el vínculo primordial de una mujer es con sus hijos y no con su marido,
o como “nadie te querrá tanto como tu familia”, que señala la creencia de que
nunca se puede confiar por entero en una persona ajena a la familia. Estas
afirmaciones muchas veces contienen reglas familiares secretas que
mantienen el síntoma.

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Para llegar a una cabal comprensión de este nivel, es conveniente que el


terapeuta recolecte información acerca de la familia de origen de cada uno de
los progenitores. Dado que es allí donde se originaron las actitudes,
percepciones y creencias, una perspectiva histórica de la familia extensa suele
arrojar luz sobre las transacciones actuales. Si bien no es necesario que la
familia entienda las conexiones entre el pasado y el presente, el contexto de las
tres generaciones le brinda al terapeuta una Gestalt más amplia a partir de la
cual podrá formular una hipótesis y efectuar intervenciones. Algunas veces se
descubre información relativa a fantasmas, secretos o mitos familiares que
ejercen una poderosa influencia sobre el proceder de la familia.

Para recoger información histórica, el terapeuta rastrea los temas


familiares, y si parece que cierto tema tiene una relación directa con el
problema presentado, se lo incorpora a las intervenciones. El siguiente es un
ejemplo de cómo se realizó esto en una entrevista de consulta. Un terapeuta
me solicitó una consulta con una familia rural de escasos recursos, presentada
como “multiproblemática” y “proclive a las crisis”, cuyo hijo mayor había sido
llevado ante la justicia, por haber amenazado con un cuchillo al hombre con
quien vivía su madre. Perla, la madre, era una joven voluptuosa, desarreglada
y lloriqueante, que a los 32 años ya había pasado por tres matrimonios y tenía
cinco hijos de tres maridos diferentes. En ese momento estaba viviendo con un
nuevo compañero. En la comunidad, tenía reputación de cambiar de marido y
de descuidar a los hijos, y se la catalogaba de “pobretona ignorante”.

La sesión de consulta reunió a Perla, su compañero Carlos y tres de los


hijos de ella: Miguel, el identificado como paciente, de 15 años; Jorge, de 14; y
María José, de 12. la hija mayor, Matilde, de 17 años, estaba viviendo lejos del
hogar, con un hombre, y la hija de 11años, Cecilia, había sido enviada a vivir
con una tía cuando se descubrió que tenía una discapacidad para aprender a
leer, que su madre se sintió incapaz de enfrentar.

Los padres de Perla estaban viviendo con la abuela materna, a la que se


describió como una mujer alcohólica, que no hacía más que beber todo el día y
mirar televisión. Había mucha fricción entre la abuela materna y los padres,
por lo que éstos acostumbraban salir muy temprano de su casa y pasar el día
con Perla y su familia. El padre usaba el patio trasero de Perla para reparar
autos viejos que compraba y luego vendía. Esto molestaba mucho a Carlos,
que lo sentía como una invasión de su intimidad. Carlos se quejaba de que él y
Perla nunca tenían tiempo para estar juntos, porque ella vivía pendiente de sus
padres y cedía ante todos sus caprichos. Esto era motivo de muchas
discusiones entre ambos. Cuando estas discusiones se volvían muy
acaloradas, se interponía Miguel para proteger a su madre de Carlos, y éste se
tomaba a golpes con Miguel. Intervenía entonces Perla, para proteger a
Miguel. Carlos estaba a punto de abandonar el hogar porque tenía miedo de
llegar a herir a alguien. Esto respondía al patrón seguido por los tres maridos
anteriores, cuya decisión de abandonar el hogar había sido motivada por el
intenso vínculo de Perla con sus padres y por su afán de proteger a Miguel.

El terapeuta se había centrado en tratar de detener la violencia y de


introducir cierto orden en la familia. Había asignado una infinidad de tareas

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concretas a efectos de fijar límites, establecer jerarquías y prioridades, e


imponer disciplina; no se logró ningún resultado. Perla siguió permitiendo que
sus hijos hicieran lo que querían y dejándolos solos todas las noches para ir a
jugar al bingo con su madre.

Durante la entrevista de consulta, se reveló que Perla había huido de su


casa cuando tenía 15 años debido a las constantes peleas entre sus padres.
La madre se había pasado corriendo tras ella durante años, hasta que sufrió
una parálisis que le inmovilizó las piernas y la confinó a una silla de ruedas.
Culpaba a Perla de haberla dejado lisiada de por vida. (De hecho, la causa de
su parálisis era un tumor en la médula espinal.) Perla asumía la culpa de haber
dejado paralítica a la madre y resultaba claro, a partir de su conducta y de
ciertos planteos que efectuó, que había dedicado su vida a tratar de
compensarla. Su obsesión por pagar esta deuda enorme tenía prioridad sobre
cualquier otra relación. La madre la hacía objeto de incesantes demandas y
aunque Perla se sentía resentida por eso, siempre capitulaba: la llevaba al
baño, preparaba sus comidas, la sacaba a pasear en auto, jugaba al bingo con
ella, y así sucesivamente.

A medida que se exploró con mayor profundidad el tema de la deuda y la


reparación, se descubrió que poco después de haber nacido Perla, la madre
había dado en adopción a los dos hermanos mayores de Perla. Los padres
habían sentido que no podrían cuidarlos por causa de su mala salud y su
pobreza. El padre también había querido dar a Perla, pero la madre insistió en
tenerla consigo, con lo cual acrecentó la deuda que Perla creía tener con ella.
Estos dos hermanos vivían ahora en el mismo barrio de Perla, y
constantemente le recordaban, de distintos modos, el resentimiento que sentía
por haber sido ella la hija elegida mientras que a ellos los habían alejado del
hogar. (Otra deuda más que pagar.) Perla también se sentía en deuda con su
hijo Miguel, por haber sido éste víctima de la violencia y el mal trato ocurridos
durante sus primeros matrimonios, y en consecuencia no era capaz de
demostrarse firme con él.

Parecía claro que hasta que Perla no zanjara el problema de su legado


deudas, le sería difícil establecer límites tanto respecto de sus padres como de
sus hijos. Este legado hacía que le resultara imposible permitirse ser feliz con
un hombre (¿cómo podría ser ella más feliz que aquellos a quienes había
hecho sufrir?), y la conducta de Miguel cumplía la función de impedirle
apegarse demasiado a alguien.

Mi recomendación al terapeuta fue que basara sus intervenciones


futuras en este poderoso tema de la deuda y la reparación que gobernaba a la
familia. Sugerí que comenzara por convocar a toda la familia extensa
(incluyendo a la abuela materna, a los padres y a los dos hermanos) a una
reunión, en la que continuaría explorando el tema de las deudas impagas en la
familia: qué otro miembro las tenía, hacia quién, cómo las estaba pagando, a
qué interés, y si existía un estatuto de limitaciones. Se consideró de
fundamental importancia averiguar qué otros miembros de la familia
colaboraban con Perla para mantener a la familia bajo la sombra de las deudas
impagas. (Se conjeturó que las cuentas pendientes entre la madre de Perla y la

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abuela tampoco habían sido dilucidadas.) Sobre la base de la información


recogida, además, se alentó al terapeuta a que construyera un ritual familiar en
torno a la expiación de las deudas, posibilitando que la familia las saldara en
forma abierta y oficial. Dado que ésta era una de esas familias que son
sumamente susceptibles a los epítetos tales como “pobretones ignorantes”,
“flojos de carácter” y “herencia maldita”, también se recomendó enmarcar el
ritual dentro de un contexto en que se consideraría que la familia era
sumamente responsable y honorable respecto de su determinación de cumplir
sus obligaciones recíprocas.

Los datos históricos a menudo han ayudado al terapeuta a poner en


descubierto un tema central que enlaza a los niveles conductal, emocional e
ideacional de la familia, haciéndolos funcionar en forma conjunta. Estos
antecedentes históricos son más importantes en algunos casos que en otros,
según el grado en que el legado del pasado se ha convertido en reglas rígidas
que gobiernan el presente. Durante los primeros años del Proyecto de Terapia
Breve, tendríamos a pasar por alto el contexto histórico de los síntomas y nos
centrábamos primordialmente en los ciclos conductales presentes. En algunos
casos, sin embargo, las intervenciones dirigidas únicamente a estos ciclos no
producían resultados porque no cambiaban la ideología temática que
respaldaba a los ciclos. En la actualidad, recogemos información histórica
como rutina durante la primera sesión y más tarde decidimos si la utilizaremos
o no terapéuticamente.

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