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Acuerdo Sykes-Picot: Dibujo de las fronteras (y tensiones) de

Oriente Medio1
por Guido Turdera2

Entre los pactos más trascendentes que dejó la Primera Guerra Mundial, uno de ellos fue
el conocido como acuerdo Sykes-Picot. Se trata de un documento firmado en secreto por
Francia y Gran Bretaña, mediante el cual se estableció una distribución del mapa de
Medio Oriente  en el que las  potencias europeas se repartían zonas de influencia tras la
caída del Imperio Otomano. Cuando se celebra el primer centenario de esta firma,
conviene repasar el  contexto internacional en que se firmó el acuerdo analizando las
cuestiones ambientales que lo rodearon y escrutar el contenido secreto del acuerdo por el
cual se reestructuraron las fronteras.

Desdibujando al Imperio Otomano

Desde mediados del siglo XIX, los territorios que conformaban el Imperio Otomano se
encontraban disputados por las grandes potencias europeas. Los cambios acontecidos en
las comunicaciones y en la tecnología –aparición del buque de vapor, el ferrocarril o el
telégrafo, entre otros- impulsaron la expansión del comercio europeo allende sus fronteras
continentales. Tal proceso tuvo como contra cara, el aumento del poder armado de las
potencias europeas, cuyos primeros ejemplos fueron las conquistas de Argelia y Túnez
por Francia (en 1830 y 1881 respectivamente) o el control de Egipto por Gran Bretaña
(1882).

Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914, los otomanos apoyaron a
Alemania y al Imperio Austro-húngaro, enfrentándose a la alianza franco-británica y
trasladando el conflicto bélico a su propio territorio. Dada la frágil situación del
ejército otomano y su predecible derrota –al luchar contra Rusia en el noreste y contra los
británicos en sus provincias árabes-, los cancilleres de Francia y Gran Bretaña, junto a los
rusos, diagramaron el reparto de los territorios que resultarían de la disolución del
sultanato. De las ruinas de aquel imperio que había gobernado la región durante siglos
surgió el laico Estado de Turquía, demarcado territorialmente mediante el Tratado de
Lausana.

De aquí en adelante, las ex provincias otomanas quedaron bajo control británico y


francés, lo que se traducía como el dominio europeo sobre la totalidad del mundo árabe -
con la excepción de algunas regiones de la Península Arábiga-. En suma, para el fin de la
guerra, el control militar de Gran Bretaña y Francia sobre el Levante y el Magreb se había
consolidado: el mapa de Medio Oriente se reconfiguraba.

1Publicado en http://www.unitedexplanations.org/2016/06/22/acuerdo-sykes-picot-dibujo-de-las-fronteras-y-tensiones-
de-oriente-medio/ (22/06/2016)

2 Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Departamento de Medio Oriente del
Instituto de Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de La Plata. Ayudante en la cátedra de Sociología de
Medio Oriente de la Universidad de Buenos Aires. Email: guidoturdera@hotmail.com
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Delineando el nuevo mapa

El acuerdo Sykes-Picot supone la suma de tales movimientos en la región, motorizado por


las potencias europeas vencedoras en la guerra. Se trató de un documento firmado en
secreto por el diplomático británico Mark Sykes y el francés François Georges-Picot en
1916. En lo sustantivo, el texto sostenía un acuerdo entre ambos gobiernos en torno a las
áreas de influencia que dispondría cada parte sobre el territorio de Medio Oriente. El
reparto se resumiría de la siguiente manera:

• Francia controlaría el sur de Turquía, Líbano, Siria y el norte de Irak (zona azul)
• Gran Bretaña controlaría el desierto del Néguev, Jordania, Kuwait, la mayor parte
de Irak y los puertos de Haifa y Acreen el actual Israel (zona roja)
• En las áreas A y B, Francia y Gran Bretaña “reconocían y protegían” un Estado
árabe independiente, pero conservando su prioridad a “derecho de empresas y
empréstitos locales”
• El Imperio Ruso controlaría Estambul, los estrechos del Bósforo y parte de la
región de Anatolia (zona amarilla)
• Italia se quedaría con el control suroeste de Turquía (zona verde)
• El norte del actual Israel, la ciudad de Jerusalén y Cisjordania sería una zona
administrada internacionalmente (zona naranja)

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Misivas comprometedoras

Este acuerdo que trazaba una nueva división territorial en la región debe ser interpretado
en el marco de otros acontecimientos de la época. El carácter secreto de Sykes-Picot está
vinculado con la incompatibilidad de ciertas cláusulas respecto de las promesas hechas
por los británicos a Hussein ibn Alí, jerife de La Meca y figura de prestigio en el mundo
árabe. Gran Bretaña le había prometido a Hussein el “reconocimiento y apoyo” de la
independencia árabe a cambio de su colaboración en la Primera Guerra mediante el
aprovisionamiento de armas para una rebelión contra el Imperio Otomano.

Así lo demuestra el intercambio de correspondencias entre Hussein y el alto comisario


británico en El Cairo, Henry Mc Mahon, entre 1915 y 1916.  Otro de los documentos
relevantes es la carta conocida como la  Declaración Balfour. Fechada en noviembre de
1917, se trata de un correo firmado por Arthur James Balfour, canciller de Gran Bretaña,
para Lionel Walter Roschild, líder de la comunidad judía británica vinculado al movimiento
sionista. En el escrito, Balfour manifiesta que el gobierno británico apoya el
“establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”, poniendo en
cuestión lo acordado el año anterior con los franceses: originalmente, la zona de Palestina
sería administrada internacionalmente.

A fines de 1917, la Revolución de Octubre en Rusia sucedió al Gobierno provisional


erigido tras la caída del zar Nicolás II. Días más tarde, los bolcheviques hallaron una copia
del acuerdo Sykes-Picot en las oficinas del gobierno y la publicaron en los periódicos
Pravda e Izvestia, desatando un escándalo internacional: la salida a la luz del documento
expuso las pretensiones de franceses y británicos sobre su proyecto en la región, las
cuales entraban en conflicto con las promesas a Hussein y los árabes, como también
respecto de los líderes sionistas.

Aunque Sykes-Picot no se materializó en el terreno tal como había sido diseñado, sentó
las bases para el afianzamiento de la administración europea a través de un sistema de
mandatos. A partir de la Conferencia de San Remo en 1920 y de la naciente Liga de las
Naciones, Gran Bretaña adquirió el mandato de Irak y Palestina mientras que Francia se
hizo responsable de Siria y Líbano. En los hechos, se trató del comienzo de la
construcción de los Estados-nación en un Medio Oriente post-otomano.

Debatiendo sobre la vigencia de Sykes-Picot en la actualidad

El centenario de la firma del acuerdo Sykes-Picot plantea un debate en torno a su


vigencia en tanto como punto de partida para comprender y explicar los conflictos
contemporáneos en Medio Oriente.

Según la narrativa dominante, en la actualidad asistimos al “fracaso de Sykes-Picot”,


verificado en los numerosos conflictos internos que sufren varios Estados como Siria, Irak,
Libia o Yemen. Siguiendo esta interpretación, la división territorial establecida por el
acuerdo se constituye como el primer motor de los enfrentamientos armados en el que se
hallan sumidos estos países. Al haber creado “Estados artificiales” mediante la imposición
de fronteras que no respetaban las diferencias locales religiosas, sectarias o étnicas, los
problemas llegarían inevitablemente tarde o temprano.

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En primer lugar, esta narrativa ignora el hecho de que las fronteras de un Estado-nación
siempre poseen carácter artificial ya que son producto de la lucha de intereses o de
negociaciones entre distintos actores políticos. En este sentido, difícilmente existirá un
país en donde la población “aglutinada” bajo la forma de un Estado-nación haya sido
homogénea. Lo problemático no reside en la supuesta arbitrariedad de las fronteras, sino
en que Sykes-Picot encarnó el ingreso de los países occidentales en esos territorios, y del
modelo de Estado liberal, exportado desde las grandes capitales europeas.

En segundo lugar, la idea de que la inestabilidad en Medio Oriente es un producto directo


de la reunión de diferentes sectas bajo un mismo Estado no resulta demasiado precisa.
Es cierto que la región presenta una diversidad nacional y religiosa particular, debido a la
presencia de grupos árabes, kurdos, sunitas, chiitas, judíos, persas, cristianos, alauitas y
bereberes entre otros. Pero la separación o unión de estos colectivos bajo fronteras
modernas no implicó necesariamente su enfrentamiento. La convivencia entre judíos y
musulmanes en la Palestina otomana o el hecho de que la mayor comunidad judía en
Medio Oriente después de Israel se halle en Irán demuestra que el problema no es
esencialmente sectario. Por el contrario, deberíamos señalar los manejos destinados a
apuntalar, diferenciar y contraponer deliberadamente estas diferencias sectarias con fines
políticos. Podríamos destacar el manejo del partido Baath por Saddam Hussein durante
su gobierno a expensas de los chiitas y los kurdos iraquíes, la priorización del discurso
religioso que conllevó la ocupación de Jerusalén oriental en 1967 en el conflicto político
palestino-israelí o la tensión entre Arabia Saudí e Irán debido a la hegemonía regional
antes que una disputa sunita-chiita.

Abrir el foco para no caer en la miopía analítica

Por último, sostener que los procesos de Medio Oriente se explican solamente mediante
Sykes-Picot significa un abordaje con un alcance limitado. Por supuesto que el factor
sectario es relevante y que el acuerdo anglo-francés expresó un momento bisagra en la
historia de la región, pero la historización no se puede detener allí. El plano de lo
simbólico debe ser considerado también: los movimientos nacionalistas árabes, el islam
político y hasta Daesh se encargaron de denunciar el acuerdo como la evidencia de la
injerencia extranjera y colonial en las tierras árabes o musulmanas. Hasta tal punto que
en 2014, Daesh declaró la desaparición del acuerdo Sykes-Picot tras borrar la frontera
sirio-iraquí, evidenciando un nuevo intento por reconfigurar el mapa de Medio Oriente.

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