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El muro visto desde el pueblo de Qalandia. Por encima una carretera del apartheid, solo
para coches con matrícula israelí. / IZASKUN SÁNCHEZ AROCA
El muro a su paso por Belén. / IZASKUN SÁNCHEZ AROCA
También es probable que entre milagro y parábola se confundan con peajes los puestos
de control militar israelíes (check point) donde la población palestina, ambulancias
incluidas, puede pasar horas y horas esperando a que abran.
Check Point de Qalandia que comunica Ramala con Jerusalén. / IZASKUN SÁNCHEZ
AROCA
Interior del Check Point de Belén que lleva a Jerusalén. Izaskun Sánchez Aroca.
Lejos de la mirada del turista, a tan sólo tres kilómetros de donde estuvo el Portal de
Belén se ubican varios campos de población refugiada de Palestina. En este caso
hablamos de Dheisheh, pero lo cierto es que podríamos hablar de cualquiera de los 27
que hay entre Gaza y Cisjordania que reciben servicios de Naciones Unidas.
Más de medio siglo después, la población del campo se ha multiplicado por cinco,
llegando a los 15.000 habitantes, que continúan viviendo prácticamente en el mismo
espacio que en 1949. Eso sí, en vez de tiendas de campaña, ahora hay familias enteras
instaladas en una amalgama de viviendas de hormigón, muchas de ellas
inacabadas, hacinadas y sin apenas intimidad. Más que calles, lo que hay son pequeños
callejones entre las casas con graves problemas de saneamiento donde ponen un poco de
color y memoria las pintadas, dibujos o fotos de mártires, los asesinados por Israel.
La llave, el símbolo del retorno de la población refugiada, está presente casi en cada
esquina. Entre los callejones surgen pequeños comercios locales y alguna arteria
principal que atraviesa parte del campo. Resulta imposible encontrar un espacio público
en el que sentarse, tomar la fresca o echarse unas carreras en el caso de los más
pequeños y pequeñas.
Dheisheh, como muchos otros campos, está formado por una comunidad muy fuerte,
que se apoya y se ayuda en el día a día. No en vano ha sido muy castigado durante las
intifadas. Fue cercado, tuvo toque de queda y a día de hoy casi todas las semanas hay
incursiones de militares israelíes que registran las casas, detienen y se llevan a gente
para interrogarla.
“A pesar de haber nacido y de haberme criado en Dheisheh, mantengo esta identidad
fuerte de refugiada. Este campo no es mi lugar de origen”
Dunia Ali Muslih es una de ellas. Tiene 19 años y en el momento de esta entrevista
apenas lleva cinco días fuera de la cárcel. Ha cumplido una condena de 10 meses. Salió
el pasado 24 de agosto. Está cansada y tiene ojeras, pero a pesar de todo no puede evitar
sonreír por estar en casa de nuevo. “No duermo bien y me está costando coger el ritmo.
Sólo quiero volver a mi vida cotidiana, ir a la universidad, ver a mis amigas, estar con
mi familia”, explica. Cuenta cómo todo comenzó con una llamada del Ejército israelí
a sus padres. “Vamos a detener a su hija porque es una maleducada y aquí la vamos a
educar”.
La joven, como cualquier otro día, volvía a casa después de clase. Hacía unos meses
había empezado a estudiar contabilidad: “Me encantan las matemáticas”, confiesa.
“Devolví la llamada y efectivamente me contestó el comandante de la zona para
decirme que si no quería que me detuvieran delante de mis padres me presentara en el
puesto de mando”, dice. Ali Muslih nunca se presentó, y 20 días después el Ejército
israelí irrumpió en su casa a las tres de la mañana para arrestarla. Un capitán se
identificó y le dijo que era a él a quien le había colgado el teléfono. “Si quieres
arrestarme, hazlo ahora, no hace falta que hagas tanto teatro”, le dijo ella.
Dunia durante un momento de la entrevista. / IZASKUN SÁNCHEZ AROCA
Dunia pasó maniatada por siete centros diferentes sin saber de qué se la acusaba, para
terminar siendo interrogada en Moscobiya, un edificio en pleno corazón de Jerusalén, en
lo que llaman el Russian Compound, rodeado de bares y terrazas. La acusaron de
recaudar fondos para el Frente Popular para la Liberación de Palestina y de estar
planificando un ataque a Israel. “Nunca reconocí los cargos y en el juicio me
sentenciaron por las declaraciones de un supuesto testigo”. La primera vez que
consiguió ver a un abogado ya llevaba un mes en la cárcel. En la corte militar en la que
fue juzgada pidieron dos años de cárcel, pero finalmente el abogado consiguió negociar
diez meses.
Leer más: Detención israelí: sin acusaciones, sin juicio, sin derechos
Dunia Ali Muslih es una de las 10.000 palestinas que han pasado por una cárcel israelí
desde 1967, una cifra que se eleva hasta 800.000 personas si incluimos a los hombres y
a los menores. Esto es el 20% de la población palestina. Actualmente hay unos 7.000
prisioneros y prisioneras políticas, 70 son mujeres y 414 menores, y 715 se
encuentran bajo detención administrativa, es decir, sin que se hayan presentado cargos
contra ellos y sin haber sido juzgados.
Estrategia de ocupación
Cuando le preguntas a Dunia por qué los campos de refugiados y refugiadas están
continuamente en el punto de mira del Gobierno israelí, su respuesta es muy clara: “Es
uno de los sitios donde se mantiene vivo el origen de la causa, la memoria del 48. En un
lugar como Dheisheh se cría a los niños y niñas, generación tras generación,
recordándoles su lugar de origen, ayundándoles a mantener sus raíces, esperando poder
regresar a sus tierras. Yo misma, a pesar de haber nacido y de haberme criado en
Dheisheh, mantengo esta identidad fuerte de refugiada. Este campo no es mi lugar de
origen”.
La historia de Dunia Ali Muslih junto con más testimonios forma parte de un proyecto
audiovisual realizado por Addameer y Sodepaz sobre los prisioneros y prisioneras
políticas palestinas que se estrenará a finales de año.