Está en la página 1de 380

Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux y Pierre Moret (eds.

LA INVENCIÓN DE UNA GEOGRAFÍA


DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
II. LA ÉPOCA IMPERIAL

L’INVENTION D’UNE GÉOGRAPHIE DE LA PÉNINSULE IBÉRIQUE


II. L’ÉPOQUE IMPÉRIALE

(Actas del Coloquio Internacional celebrado en la Casa de


Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de abril de 2006)

SERVICIO DE PUBLICACIONES
DEL CENTRO DE EDICIONES DE LA DIPUTACIÓN DE MÁLAGA
CASA DE VELÁZQUEZ, MADRID
2007
© De los autores

© De esta edición: Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (CEDMA)


Casa de Velázquez-Madrid

Edita: (CEDMA)

Diseño de cubierta: Pilar García Millán


Composición/maquetación: Paloma Murciano Herrera
Imprime: Gráficas San Pancracio

ISBN: 978-84-7785-122-6
ISBN: 978-84-96820-06-7
Code Sodis: F162889
Depósito legal: MA-1.020/2007
PRESENTACIÓN

GONZALO CRUZ ANDREOTTI


Universidad de Málaga
PATRICK LE ROUX
Université de Paris XIII
PIERRE MORET
Casa de Velázquez

Las Actas del encuentro dedicado a la época republicana, que formó la primera
parte de esta reflexión colectiva1, han revelado hasta qué punto resultó fragmenta-
rio y provisional el proceso de invención de una geografía de la Península Ibérica
durante el período de conquista. El progresivo control de los espacios hispánicos
por los romanos no puso fin a las dificultades a las que se enfrentaba la ciencia geo-
gráfica griega, más propensa a cuestiones teóricas y poco preocupada por las rea-
lidades humanas y su distribución territorial. La visión griega de la tierra habitada
sólo dejaba un sitio marginal a los finisterres occidentales bárbaros, mientras que la
etnografía era considerada una rama de la historia. Intelectualmente, la exploración
de nuevos territorios, desconectada de las investigaciones basadas en las matemáti-
cas y la astronomía, sólo contribuyó a las reflexiones de los geógrafos en la medida
en que les ayudaba en su empeño para hacer coincidir datos localizables y repre-
sentaciones, texto y mapa (F. Prontera en el volumen I). Sin embargo, la percepción
global de la superficie de la tierra necesitaba la existencia de divisiones siquiera
arbitrarias de la oikoumene, para hacer posible una descripción precisa de los ele-
mentos notables que de alguna manera formaban parte de su identidad. P. Arnaud
recuerda oportunamente en su trabajo que la «diversidad» era inevitable en una dis-
ciplina cuyos procedimientos no diferían de otras ramas del saber desde un punto
de vista epistemológico. La tradición ejercía un peso considerable sobre los intentos
de innovación, obligando a seguir las pautas de las clasificaciones existentes y de
1
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux y Pierre Moret (eds.), La invención de una geografía de la
Península Ibérica, I . La época republicana. L’invention d’une geographie de la Péninsule ibérique, I. L’époque
républicaine (Actas del Coloquio Internacional celebrado en la Casa de Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de
marzo de 2005), Málaga-Madrid, 2006.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 5-12.
5
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux, Pierre Moret

los modelos cognitivos reconocidos. La acumulación de conocimientos nuevos, a


raíz de la conquista de los territorios peninsulares, no tuvo un impacto inmediato
en las representaciones geográficas al uso. Los debates metodológicos con respecto
al cálculo de medidas, líneas más notables, distancias, orientaciones de los relieves
o de los ríos, no parecen haber tenido una utilidad directa para los administradores,
militares o viajeros, ni haber influido mucho en sus concepciones. Recíprocamente,
se constata que las realidades locales, observadas in situ, tardaron en ser considera-
das para los cálculos geográficos.
Llegó el tiempo de Augusto. En lo que se refiere a ese momento, P. Arnaud
alude a un debate fundamental que todos teníamos en la mente y respecto al cual
cada uno ha podido o debido situarse. Los estados-nación modernos nos han legado
una visión territorializada del mundo, basada en una relación esencial y permanente
(o, por lo menos, considerada como tal) entre un espacio determinado y la pobla-
ción que lo habita. Desde esta perspectiva, el papel que se otorga a la geografía es el
de legitimar, en clave aparentemente científica, reivindicaciones fronterizas y deli-
mitaciones territoriales. En el caso del Imperio romano, reorganizado por el primer
princeps, parecía pues lícito preguntarse si Augusto había creado las condiciones
de una visión geográfica y territorial inédita, como base de una reconstrucción des-
tinada a cimentar una dominación absoluta. Cambio, novedad, invención: ¿serían
estas palabras los lemas de aquel momento? No se puede negar que la llegada del
Imperio permitió la emergencia de una nueva mirada romana sobre el mundo habi-
tado, fruto de una mentalidad marcada por la búsqueda razonada del mejor método
posible de gobierno. Pero la unificación del punto de vista (el del emperador) no
implica necesariamente una unificación forzada de los espacios imperiales, y cabe
constatar además que el estatus de la geografía como disciplina, con respecto a la
actividad política y cultural, no experimentó grandes cambios. No fue Augusto el
primero en abrir camino a una mejor integración de los saberes geográficos en la
cultura de las elites dirigentes –baste recordar la figura de Polibio–, y por otra parte
su visión de la oikoumene era profundamente tributaria de una supuesta lucha entre
orden y caos, entre civilización y barbarie.
No hay que caer tampoco en el planteamiento totalmente contrario, es decir,
en la idea de una ciencia geográfica puramente nominalista y fragmentada, sin obje-
tivos explícitamente estructurados, incapaz de ayudar a los poderes en sus misiones
administrativas porque no habría sido competente para proporcionar representa-
ciones coherentes de sí mismo ni de la tierra en todas sus dimensiones. Según el
testimonio de Plinio el Viejo, Agripa realizó una medición general de los espacios
que no coincidía con los cálculos de las distancias viarias. Como sugiere G. Traina,
la aparición de obras geográficas de inspiración plenamente romana supone cier-
to grado de ajuste de la práctica geográfica y su utilización por los gobernantes.
El nuevo contexto ayuda a comprender este fenómeno: ya no se trataba de una

6
PRESENTACIÓN

conquista a toda costa, ni de la exploración de tierras lejanas, sino del control


de territorios pacificados o en vías de serlo. Como apunta P. Arnaud, la época de
Augusto constituye al mismo tiempo un punto de inicio y otro de llegada, y habría
que esperar un siglo o siglo y medio hasta que el interés por los «Itinerarios» y la
elaboración de la «Guía» cartográfica de Claudio Ptolomeo plasmaran importantes
«innovaciones» en los conceptos y las prácticas geográficas, incluyendo a partir de
esa fecha los datos administrativos. Augusto dio un impulso, mediante el espíritu
de su empresa de reconstrucción imperial, que favoreció una curiosidad intelectual
cada vez más pujante, apoyada en la contemplación triunfal de una conquista cuyas
proporciones eran inauditas. En realidad, la dimensión política de la geografía,
estrechamente ligada al ejercicio del poder, sólo representaba una parte de las acti-
vidades desarrolladas en nombre de la geografía o a favor de la geografía.
La compleja obra de Estrabón plantea problemas específicos. Como adverti-
mos en la presentación del primer volumen, no tenía sitio en aquél, a pesar de ser
una referencia clave tanto para la época republicana como para el inicio del Imperio.
Valiéndose de su cultura y deseoso de comprender los cambios que la victoria de
Augusto acarreaba para el helenismo, el geógrafo de Amasia reflejó las transforma-
ciones progresivas que propició la dominación absoluta de Roma, sin dejar de ser el
garante del legado de las hegemonías pasadas. Los libros geográficos de Estrabón,
auxiliares de una «Historia» perdida, expresan claramente la posición ambigua del
geógrafo de su tiempo: dependía de las teorías y de las concepciones tradicionales
del mundo, siendo consciente de sus limitaciones; no conseguía independizarse de
fuentes influenciadas por los periplos y los itinerarios, y mantenía descripciones
ajenas al marco provincial del Imperio, privilegiando las etnias, la arqueología y
las costumbres (F. Prontera). En su cualidad de griego, dio un papel preeminente a
la polis (G. Cruz Andreotti), en los albores del proceso de urbanización de las tie-
rras occidentales. Nos preguntábamos, en la presentación del primer volumen, si
Estrabón puede ser considerado como el anunciador de una geografía regional de
la Península. La pregunta válida resultó ser otra: se trata de comprender por qué la
noción de «región» en su sentido actual no emergió, signo de que el Imperio roma-
no no fue un Estado territorial en el sentido de los Estados-nación modernos.
La organización del coloquio siguió la pauta marcada por el primer encuen-
tro dedicado a la época republicana. Después de una introducción de P. Arnaud
sobre los condicionantes de la disciplina geográfica en época imperial y sobre el
estado actual de la información, hemos pedido a especialistas venidos de diver-
sos horizontes un estado de sus reflexiones sobre los principales autores de textos
geográficos. En lo que respecta a Estrabón, F. Prontera y P. Counillon examinan
sus planteamientos cartográficos y su forma de construir los espacios. De Plinio el
Viejo, G. Traina recalca la romanidad y la originalidad de su cultura nutrida por los
administradores romanos, mientras que F. Beltrán Lloris desentraña los principios

7
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux, Pierre Moret

organizativos que rigen sus escuetas enumeraciones. P. Parroni coloca en su justa


perspectiva las informaciones de Pomponio Mela. Claudio Ptolomeo recurrió para
construir sus mapas regionales a métodos originales que D. Marcotte analiza con
riguroso acierto, mientras que J.L. García Alonso se basa en sus topónimos para
descubrir su significado cultural y étnico en el contexto peninsular.
En una segunda parte, teniendo en cuenta la diversidad y el carácter novedoso
de una documentación que faltaba casi por completo para la época republicana, se
intenta medir la aportación de las inscripciones al conocimiento de los paisajes y
de los territorios antiguos (J. Gómez Pantoja) y a la comprensión de las relaciones
entre la práctica administrativa y la denominación de los espacios (P. Le Roux).
En una tercera y última parte, la Bética sucede al Nordeste como terreno de expe-
rimentación, en tanto que lugar idóneo para ilustrar la plasmación concreta de los
conceptos geográficos y contrastar las respectivas aportaciones de todas las fuen-
tes disponibles. G. Cruz Andreotti examina el estatus de la Turdetania de Estrabón,
entre ciudad y etnia; M.ªL. Cortijo Cerezo se interesa al papel de las circunscripcio-
nes judiciales o conuentus en la redistribución de los espacios a nivel regional; S.
Keay y G. Earl presentan un modelo arqueológico para evaluar las relaciones entre
las ciudades y su zona de influencia en la Bética occidental, en función de los con-
textos geográficos. Finalmente, F. Beltrán Lloris ofrece en conclusión un balance de
los trabajos presentados y de las nuevas pistas abiertas con ocasión de los debates
que animaron el coloquio.
Cabe subrayar el carácter complementario de los dos coloquios, en la medi-
da en que el segundo sacó provecho de los resultados del primero. Sobre todo, no
cabe duda de que la presencia en 2006 de una parte de los participantes de 2005, al
lado de historiadores y filólogos especialistas de la época imperial, enriqueció las
discusiones y las reflexiones. El deseo de los organizadores no fue el de cerrar capí-
tulos y cuestiones. Al final del recorrido, nos parece que la geografía romana de los
espacios peninsulares aparece mejor definida, menos convencional y más «demos-
trativa» que al inicio. Las reflexiones sobre el espacio aportan una luz original y
necesaria a la problemática histórica de la Península Ibérica en la Antigüedad. El
término invención toma aquí su pleno sentido, el de creación de un nuevo objeto,
fruto de múltiples encuentros.
Finalmente, queremos expresar nuestro agradecimiento a la Presidenta del
Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, Doña Encarnación Páez Alba, y
a los Directores de la Casa de Velázquez, D. Gérard Chastagnaret y D. Jean-Pierre
Étienvre, así como a todos aquéllos que han colaborado en llevar a buen fin este
proyecto, tanto en la preparación y organización del Coloquio celebrado en Madrid
entre el 3 y 4 de abril de 2006, como su publicación en Málaga.

8
PRÉSENTATION

L’attention portée à la période républicaine, objet d’un précédent volume1, a mis en


exergue le caractère incomplet et provisoire de l’invention d’une géographie de la
péninsule Ibérique au cours de la conquête romaine. Le contrôle romain progres-
sif des espaces mentionnés n’a pas mis fin aux difficultés auxquelles se heurtait la
science géographique grecque, préoccupée plus particulièrement par des questions
théoriques, indépendantes des réalités humaines et de leur distribution territoriale.
La vision grecque de la terre habitée n’accordait qu’une place sommaire aux finis-
tères occidentaux barbares des rives de l’Océan et l’ethnographie demeurait avant
tout une branche de l’histoire. Intellectuellement, l’exploration de nouveaux terri-
toires, déconnectée des recherches fondées sur les mathématiques et l’astronomie,
ne secondait les réflexions des géographes que dans leurs efforts pour faire coïnci-
der données localisables et représentations, texte et carte (F. Prontera dans le pre-
mier volume). Toutefois, l’appréhension globale de la surface de la terre impliquait
la prise en compte de subdivisions au moins arbitraires de l’œkoumène, autorisant
une description précise des éléments remarquables qui constituaient en quelque
sorte leur identité. P. Arnaud rappelle à bon escient dans son introduction que la
«diversité» était le lot d’une discipline qui ne procédait pas différemment des autres
d’un point de vue épistémologique. La tradition pesait fortement sur l’innovation
qu’elle contraignait en quelque sorte à se couler dans les moules existants des clas-
sifications et des opérations cognitives éprouvées. L’accumulation de connaissan-
ces consécutives à la conquête romaine des territoires (péninsulaires) n’eut guère
1
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux y Pierre Moret (eds.), La invención de una geografía de la
Península Ibérica, I. La época republicana. L’invention d’une géographie de la Péninsule ibérique, I. L’époque
républicaine (Actas del Coloquio Internacional celebrado en la Casa de Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de
marzo de 2005), Málaga-Madrid, 2006.

9
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux, Pierre Moret

d’impact immédiat sur les représentations géographiques habituelles. Les questions


d’ordre méthodolologique concernant les mesures, les lignes remarquables, les dis-
tances, les orientations des reliefs et des fleuves ne paraissaient pas directement
utiles aux administrateurs, militaires ou voyageurs et n’avaient que peu de prise sur
leurs modes de raisonnement. À l’inverse, les réalités locales du terrain n’entraient
pas d’emblée dans les calculs géographiques.
Vint l’époque d’Auguste. Sans le dire aussi nettement, P. Arnaud aborde à ce
propos un débat en cours que nous avions bien présent à l’esprit et autour duquel
chacun a eu le loisir et la liberté de se situer ou non. Les états-nations modernes
nous ont imposé une conception territorialisée du monde, fondée sur des traits héri-
tés de la fréquentation d’une région par des populations bien identifiées, installées
comme à demeure. La géographie y joue le rôle d’un support de revendications
frontalières et de définitions territoriales très précises et en apparence scientifique-
ment fondées. Pour l’Empire romain, recréé et réorganisé par le premier princeps,
il était ainsi légitime qu’on se soit demandé si Auguste avait donné naissance à
une vision géographique et territoriale inédite, base d’une reconstruction destinée
à mieux asseoir une domination sans partage. Modification, nouveauté, invention
auraient-ils été les maîtres-mots du temps ? On ne saurait nier que l’avènement
de l’Empire ait favorisé l’émergence d’un regard renouvelé des Romains sur le
monde habité, fruit d’un état d’esprit marqué au coin de la recherche rationnelle
des meilleures méthodes possibles de gouvernement. Outre que point de vue unifié
(celui de l’empereur) ne veut pas dire unification imposée des espaces impériaux,
force est de constater que le statut de la discipline géographique par rapport à l’ac-
tivité politique et culturelle n’en a pas été bouleversé. Ce n’était pas Auguste qui, le
premier, avait ouvert la voie à une meilleure intégration des savoirs géographiques
à la culture des élites dirigeantes –il suffit d’évoquer Polybe–, et son regard sur les
espaces habités était profondément tributaire d’un combat supposé entre l’ordre et
le chaos, entre la civilisation et la barbarie.
Ne tombons pas dans l’excès inverse d’une science géographique purement
nominaliste et éclatée, sans objectifs bien délimités, incapable d’aider les pouvoirs
dans leurs tâches sous prétexte qu’elle n’était pas apte à offrir une image cohérente
d’elle-même ni de la Terre dans toutes ses dimensions. Agrippa, au témoignage
de Pline l’Ancien, procéda à la mesure générale des espaces qui ne coïncidait pas
avec les modes de calcul des distances routières. Comme le suggère G. Traina,
l’émergence d’œuvres géographiques d’inspiration proprement romaine implique
l’idée d’un réajustement au moins partiel de la géographie et de son usage par les
gouvernants. Le contexte nouveau aide à le comprendre: il ne s’agit plus à propre-
ment parler de conquête à tout prix ni d’exploration de terres éloignées à découvrir
mais de la maîtrise contrôlée de territoires pacifiés ou en passe de l’être. Comme
le signale P. Arnaud, l’époque d’Auguste fut un point de départ autant qu’un point

10
PRÉSENTATION

d’arrivée et ce n’est qu’au bout d’un siècle ou un siècle et demi que l’intérêt pour
les «Itinéraires» et la mise au point du «Guide» cartographique de Claude Ptolémée
traduisirent des «innovations» importantes dans les conceptions et les pratiques
géographiques, intégrant désormais les données administratives. Auguste a donné
une impulsion par l’esprit même de son entreprise de reconstruction impériale en
faveur d’une curiosité intellectuelle toujours plus poussée, associée à la contempla-
tion triomphale d’une conquête aux dimensions inégalées auparavant. Tout simple-
ment, la part politique de la géographie, étroitement intégrée à un exercice défini du
pouvoir, ne recouvrait pas toutes les activités consenties au nom de la géographie
ou dans l’intérêt de la géographie.
L’œuvre de Strabon possède un relief particulier et, comme nous l’avions dit,
ne pouvait pas être intégrée au premier volume tout en appartenant légitimement
aux deux époques. Fort de sa culture et soucieux de comprendre les changements
qu’induisait la victoire d’Auguste pour l’hellénisme, le citoyen d’Amasée a resti-
tué les transformations lentes du monde impérial à la faveur de l’avènement d’une
domination sans partage de l’empire de Rome garant des héritages des hégémonies
passées. Les livres géographiques de Strabon, auxiliaires de son «Histoire» perdue,
expriment avec clarté l’inconfort du géographe quel qu’il fût: il est dépendant des
théories et des conceptions traditionnelles du monde dont il voit les limitations; il
ne parvient pas à se détacher de sources influencées par les périples et les itinérai-
res routiers et conserve des descriptions indifférentes aux cadres provinciaux des
Romains, privilégiant les ethnies, l’archéologie et le mode de vie (F. Prontera).
Comme grec, il fait toute sa place à la polis (G. Cruz Andreotti) dont l’extension
aux terres occidentales a commencé. Nous nous demandions, dans la présentation
du premier volume, si Strabon pouvait annoncer l’invention d’une géographie
régionale de la Péninsule. C’est à comprendre pourquoi la notion de «région» au
sens actuel n’a pas émergé qu’il a fallu finalement s’attacher, signe que l’Empire
romain n’était pas un état territorial au sens des états-nations modernes.
À l’aune du volume sur la République, la démarche s’était imposée d’elle-
même. Après une introduction de P. Arnaud sur l’état de la discipline géographi-
que à l’époque impériale et sur l’évaluation d’ensemble de notre information, nous
avons choisi de demander à des spécialistes d’horizons divers de nous livrer un
bilan de leur réflexion sur les grands auteurs de textes géographiques. Concernant
Strabon, F. Prontera et P. Counillon se sont interrogés en hellénistes sur sa démar-
che cartographique et sur ses méthodes de construction des espaces. Sur Pline l’An-
cien, G. Traina a insisté sur la romanité et l’originalité de sa culture puisée chez les
administrateurs romains et F. Beltrán Lloris a décodé les principes d’organisation
de ses sèches énumérations. Les informations de Pomponius Mela sont replacées
dans une juste perspective par P. Parroni. Chronologiquement le plus récent, Claude
Ptolémée construisit ses cartes régionales suivant des méthodes originales que met

11
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux, Pierre Moret

rigoureusement et finement au jour D. Marcotte, alors que J.L. García Alonso tire
parti de ses toponymes pour retrouver leur portée culturelle et ethnique dans l’envi-
ronnement péninsulaire.
Une deuxième partie, tenant compte de la quasi-nouveauté de cette docu-
mentation presque absente à l’époque précédente, a cherché à évaluer l’apport des
inscriptions à la connaissance des paysages et des territoires (J. Gómez Pantoja) et
de la géographie concrète ainsi que de l’esprit des références géographiques sus-
ceptible d’affiner l’approche des rapports entre administration et dénomination
des espaces (P. Le Roux). Pour un troisième volet, la Bétique, pendant méridional
des régions du Nord-Est pour l’époque républicaine, a paru se prêter à des illus-
trations exemplaires pour la recherche dans la confrontation des apports de toutes
les sources aujourd’hui disponibles. G. Cruz Andreotti s’est attaché à la Turdétanie
de Strabon entre cité et ethnie; M.ª L. Cortijo Cerezo au rôle des circonscriptions
judiciaires ou conventus dans la redistribution spatiale régionale sous l’Empire; S.
Keay et G. Earl ont élaboré des modèles archéologiques de relations et d’influence
urbaines en Bétique occidentale en fonction des contextes géographiques. F. Beltrán
Lloris a bien voulu dresser en conclusion le bilan de nos travaux et des pistes de
recherche ouvertes à l’occasion des débats qui ont animé le colloque.
Nous devons souligner la complémentarité réelle des deux colloques, le
second ayant bénéficié en outre des acquis du premier. Surtout, il nous a semblé que
la présence d’une partie des participants de 2005 à côté de nouveaux intervenants
de 2006, plus spécialisés sur l’Empire, a enrichi les discussions et les réflexions.
Le souhait des organisateurs n’était pas de clore les chapitres ni le sujet. Au terme
du parcours, il nous semble que la géographie romaine des espaces péninsulaires
ressort mieux perçue, moins conventionnelle et plus «démonstrative» qu’au départ.
Les réflexions sur les espaces antiques apportent un éclairage original constructif et
indispensable à la compréhension de l’histoire ancienne de la péninsule Ibérique.
L’invention prend ici tout son sens, celui de la création d’un nouvel objet, fruit de
rencontres nombreuses.
C’est enfin un devoir agréable que de remercier la présidente du Centro de
Ediciones de la Diputación de Málaga, Encarnación Páez Alba, et les directeurs de
la Casa de Velázquez, MM. Gérard Chastagnaret et Jean-Pierre Étienvre, ainsi que
tous ceux qui ont apporté leur soutien sans faille à ce projet, tant pour la préparation
et l’organisation du colloque qui s’est tenu à Madrid, à la Casa de Velázquez, les 3
et 4 avril 2006, que pour sa publication à Málaga.

12
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE
IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

PASCAL ARNAUD
Université de Nice-Sophia-Antipolis

Je remercie infiniment les organisateurs de ce colloque d’avoir bien voulu me con-


fier la tâche difficile d’introduire cette rencontre. Honneur redoutable quand je vois
combien d’autres auraient pu s’acquitter avec un bonheur au moins égal de cette
tâche, parmi les illustres collègues qui collaborent à ce volume, et au nombre des-
quels j’ai la chance de compter beaucoup d’amis chers. Pour nous avoir offert l’op-
portunité de cette rencontre, qu’ils soient aujourd’hui remerciés: elle nous permettra
de mesurer, grâce à eux tous, l’ampleur du chemin parcouru durant le dernier quart
de siècle, et la complexification progressive de l’objet étudié.
Il ne sera assurément pas de mon propos de réduire la production géographi-
que d’époque impériale à celle des périodes antérieures. Une telle réduction équi-
vaudrait à méconnaître entièrement les évolutions quantitatives et qualitatives des
connaissances géographiques et de leur mise en forme et en système qui caracté-
risent quatre siècles d’histoire impériale dont il est douteux qu’ils aient constitué
eux-mêmes un ensemble entièrement cohérent à une échelle aussi longue. Il con-
vient néanmoins de se garder d’une position qui réduirait ces évolutions à un simple
progrès des connaissances ou même à une révolution. C’est sur ce jeu complexe
d’empilage de strates où tradition et innovation entretiennent des rapports comple-
xes que je voudrais m’arrêter dans cette introduction, dans le souci d’éviter toute
systématisation abusive.
Je partirai d’un constat simple: si l’on excepte le pseudo-Skylax, le périple dit
«de Hannon», un large extrait du second livre de la Géographie d’Artémidore, de
découverte récente et d’authenticité déjà contestée, nous n’avons de connaissance
directe d’aucun texte géographique antérieur à l’empire. On doit tirer de ce constat

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 13-46.
13
Pascal Arnaud

trois conséquences qui expliquent le choix de notre titre. La première est que nous
ne connaissons les auteurs antérieurs que par leur intermédiaire et qu’ils en restent
à ce titre largement tributaires. C’est l’un des aspects du poids de la tradition. La
seconde est que nous avons perdu les uns et conservé les autres, et que certains
auteurs d’époque impériale étaient à leur tour devenus, à la veille de l’Antiquité
Tardive, la tradition. La troisième est sans doute que la notoriété qui s’attache à un
auteur, et s’exprime, notamment, par son intégration à la doxographie, est inverse-
ment proportionnelle à la lecture directe et de première main de son œuvre.

1. L’héritage du passé et le poids du conservatisme structurel de la géographie


ancienne

La démarche géographique héritée d’Ératosthène en est en partie responsable. Elle


se fonde sur une méthode, la diorthôse, qui entretient avec la tradition antérieure
des liens paradoxaux. D’abord, parce que la «correction» n’est pas condamnation
globale, et qu’elle conduit à valider la majeure partie des données antérieures.
Ensuite parce que ce concept, tout comme celui de l’épanorthôse, est emprunté
au vocabulaire de l’édition critique hellénistique, et entretient des liens essentiels
avec les postures intellectuelles propres aux écoles d’exégèse homérique à l’égard
de la tradition homérique. La diorthôse (correction de la leçon du texte), ou l’épa-
northôse (rétablissement de la leçon du texte contre une correction d’éditeur) se
comprenaient en effet par référence à un texte ancien réputé infaillible1, à valeur
quasi-dogmatique. On sait que la même valeur inspirée a été prêtée aux poètes.
La diorthôse –et a fortiori l’épanorthôse– sont ainsi au moins autant une force de
conservation que d’innovation. Non seulement le corpus des mesures réputées con-
sensuelles sur lesquelles se fondait la construction théorique de l’image du monde
demeurait relativement réduit, mais encore la démarche du géographe ancien con-
sistait le plus souvent, après Ératosthène, à se fonder sur un auteur, ou sur un état
du débat, et à y apporter sa propre contribution, soit en introduisant de nouvelles
mesures, soit en contestant la pertinence d’une reconstruction mathématique2.
L’inventaire des mesures transmises par l’intermédiaire de Pline ou de Strabon
montre en effet un nombre limité de variantes principalement tributaires du choix de
retenir des données alternativement issues de l’expérience ou du calcul. Les remises
en cause globales du type de celles qu’Hipparque imposait à Ératosthène demeu-
raient l’exception, et tendaient en règle générale à valider contre un état récent du

1
AUJAC, G. (1966).
2
Sur ce point, la contestation par Strabon de la reconstruction polybienne de la Méditerranée occidentale
est exemplaire (STR., II 4.3 et II 5.8, cf. ARNAUD, P. (2005): 153-154).

14
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

savoir les états antérieurs: on sait comment, contre Ératosthène, Hipparque validait,
non sans un désir de provocation, «la carte des anciens»3, et comment Strabon pré-
fère ordinairement Ératosthène à Polybe dès qu’il s’agit de choix importants4.

1.1. Les conditions de la réception des géographes anciens auprès de leurs


contemporains: les critères de l’autorité

Dans le contexte d’incertitude qui s’attachait aux données et aux savoirs géogra-
phiques de l’Antiquité, il est difficile de s’arrêter à une posture positiviste5 qui se
limiterait à admettre que toute connaissance nouvelle était immédiatement et sans
discussion admise et intégrée à l’édifice du savoir pour autant que nous pouvons
établir, par des liens d’une pertinence variable, une relation entre une terre nommée
par les Anciens et une terre aujourd’hui connue. D’une part, l’association avérée
entre un lieu réel et un toponyme issu de la tradition pouvait procéder dès l’Antiqui-
té de la mise en adéquation toujours hasardeuse de la réalité perçue et du contenu
semi-mythique des descriptions anciennes, constitutives de la mémoire collective
des lieux. Le terme de fabulosus est associé par Pline6 à des lieux des côtes atlan-
tiques de la péninsule ibérique auxquels s’attachaient des légendes ou traditions
anciennes, parfois homériques. Les îles extrêmes qui bornaient la connaissance de
l’extrême occident, Thoulè et Cernè, ou encore les îles Cassitérides et Fortunées,
avant d’être l’Islande, Mogador, les Canaries, les Açores ou toute autre île réelle
avec laquelle on voudrait ou aurait voulu les identifier, doivent aussi être consi-
dérées comme des lieux mythiques propres aux conventions de représentations de
l’exocéanisme parodiées par Lucien dans son Histoire vraie7. Dès que les eschatiaï
étaient l’objet d’une description, celle-ci était suspecte d’avoir travesti en historia
un plasma, conformément aux usages du genre romanesque, qui s’attachait à une
narration à la première personne, voire le mythos pur et simple, qui constituait un
trait indissociable de la représentation des eschatiaï.
D’autre part, le temps nécessaire à la validation d’un auteur et à la banalisation
du contenu de son œuvre –généralement synonyme d’une connaissance indirecte–

3
STR., I 4.1; cf. HIPPARQUE, frgts. 14 sq. Dicks; BERGER, H. (1903): 466 sq. & 590 sq.
4
STR., II 4.4.
5
DIHLE, A. (1980).
6
NH 4.115, à propos du fleuve Obliuionis, ou encore NH 3.6, 5.3. De même aux confins méridionaux du
monde: NH 6.195: reliqua deserta, dein fabulosa.
7
Ces conventions se retrouvent dans la description strabonienne des îles Cassitérides (STR., III 5.11, C
576) et dans le récit que donne Scribonius Démétrios de son séjour dans une île habitée par les esprits au large des
îles britanniques (PLUT., Def. Oracul. 419 E). Ces conventions relatives à l’Océan, à ses îles, sont bien résumées
par Pline (NH 32.59): insulaeque aliae atque aliae Oceani fabulose narratae. Sur l’Océan comme lieu de la fiction,
cf. ROMM, J.S. (1992): 172-214, en particulier 196-199.

15
Pascal Arnaud

s’avère d’ordinaire assez long pour surprendre: la connaissance d’Ératosthène, et


plus encore sa lecture directe, paraissent être encore restées l’apanage d’un cénacle
très réduit d’initiés à l’époque de Cicéron8. Il reste la référence naturelle d’Arrien
de Nicomédie sous le règne d’Hadrien9, et inspire le texte et les cartes schématiques
de Cosmas Indicopleustès10, sans que l’on puisse déterminer s’il était alors enco-
re l’apanage d’une élite. Il faut attendre la dernière génération de la République
pour voir banalisées les thèses de Pythéas11, essentiellement par l’intermédiaire
de Posidonius. Mais la forme des noms montre qu’au début de l’empire, il n’était
déjà plus connu de première main12. La source la plus récente à la connaissance
du monde dans le tableau que donne Agathémère au début de son opuscule est
Posidonius d’Apamée. La géographie de Strabon paraît être restée inconnue pen-
dant près de deux siècles, et la plupart des terres lointaines décrites par Ptolémée
–qui en tire lui-même la description de sources antérieures– ont peiné à s’inscrire
chez les autres auteurs. Arrien13 pouvait écrire que nul ne naviguait, à moins d’y
être poussé par le mauvais temps, dans notre actuelle mer Rouge, alors que ces iti-
néraires commerciaux étaient pratiqués depuis l’époque hellénistique, qu’ils avaient
déjà été décrits par le Périple de la mer Érythrée, et que Marin de Tyr et Ptolémée,
connaissaient des routes beaucoup plus méridionales. Il est difficile ici de faire la
part des connaissances réelles d’Arrien et d’un archaïsme délibéré, propre à une
posture littéraire.
On peut certes s’interroger sur les usages propres à la citation et sur la pos-
sibilité que les auteurs du répertoire aient pu être utilisés plus souvent sans être
nommés; mais on peut difficilement faire l’économie d’une réflexion de fond sur
les conditions qui présidaient à la validation collective des savoirs géographiques

8
Sans doute convient-il en effet de bien distinguer les références doxographiques propres à certains points
du débat géographique ou chorographique. Cicéron fait figure de pionnier à Rome en lisant Eratosthène, mais il le
fait dans le cadre bien précis et original du projet de rédaction d’une géographie (CIC., Att. 2.4,1; 2.6,1; 2.7,1). Les
sources consultées par Cicéron sur les conseils d’Atticus, à savoir Sérapion d’Antioche, Tyrannion et Hipparque,
montrent un intérêt particulier d’Atticus et de Cicéron pour la géographie mathématique, au détriment de la géogra-
phie descriptive de Polybe ou d’Artémidore. Elles nous rappellent que c’ était en fait une idée d’Atticus de pousser
Cicéron à produire une nouvelle image du monde, entreprise dont ce dernier devait reconnaître qu’elle dépassait
ses capacités mathématiques.
9
ARR., Ind. 3.1. C’est de propos délibéré qu’Arrien a choisi d’achever l’ouvrage par une description, sans
rapport direct avec son propos, de Cyrène, patrie d’Ératosthène (43.13).
10
WOLSKA-CONUS, W. (1962): 240-270 et pl. XI. Cosmas s’inspire également d’Éphore dont il reproduit
la vision schématique du monde (pl. XIII).
11
DION, R. (1965).
12
La forme grecque originale paraît avoir été Qouvlh (GÉMIN., Isag. 6.9; STR., I 4.2-3; II 1.12; II 5.12;
DION. PER., 580; PTL., Géogr. 2.3,32; MARC. HERACL., Per. Mar. ext. 1.6 = GGM I p. 521) . La forme latine
Thule (VERG., Georg. 1.30) est translittérée à partir d’une source grecque. Par une démarche grécisante régres-
sive, le reste de la tradition latine unanime a fabriqué un toponyme Thyle (MEL., III 6.57; PLIN., NH 2.187; 2.246;
4.104; TAC., Agr. 10 [var.: Thile, Tyle]; OROS., I 2.79 [var.: tyle, tylae, thulae, tholae]).
13
Ind. 43.3-10.

16
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

sous l’empire. On peut, pour en améliorer notre perception, se fonder sur trois dos-
siers principaux: les termes du procès en imposture intenté par Strabon à Pythéas,
ceux du même procès intenté par Hipparque à Patrocle –et la défense de ce dernier
par Strabon– et ceux dans lesquels Marin de Tyr analyse les relations de voyage,
notamment celles des marchands14.
Le premier point à signaler, commun aux trois auteurs, est la défiance de
principe qui s’attache à la relation de voyage et au récit d’exploration, a fortiori
lorsqu’il a pour objet le lieu par excellence de la fiction, à savoir l’Océan15. On
le rapportera au contenu de l’Histoire vraie de Lucien. Pour leurs détracteurs, ces
narrations se présentaient comme autant d’historiaï, mais procédaient en réalité
de deux autres modes de représentation du réel, constitutifs de genres littéraires:
plasma –la fiction vraisemblable– ou mythos –l’Univers poétique. Cette défiance se
fondait sur la conscience des contraintes littéraires propres au récit de voyage dans
des terres lointaines, et, a fortiori, aux parocéanitides. L’habillage romanesque, le
goût du merveilleux et le poids des représentations convenues des eschatiaï ne per-
mettaient plus de distinguer le vrai du faux au sein d’une relation, fût-elle relative à
un voyage réel ou à des données connues par ailleurs. La relation du voyage d’ex-
ploration conduit par Polybe sur les côtes atlantiques du Maroc en donne un bon
exemple, puisque sous couvert de description d’un voyage réel, on y trouve toute
la collection des images qui s’attachent, d’Hérodote au pseudo-Hannon, en passant
par Aristote, à la représentation des côtes occidentales de l’Afrique, perçues comme
lieu d’origine du Nil16. Pas plus que Scribonios Démétrios17, dans le récit que lui
prête Plutarque (Def. oracul, 419 E), il ne parvenait à se défaire des tropismes pro-
pres à la description des eschatiaï et de leurs différentes parties. Pour Marin de Tyr,
les relations de marchands et de marins étaient par nature marquées du sceau de la
fausseté, car de telles relations étaient contraires à l’intérêt de leurs auteurs, et ne
pouvaient procéder que du désir de se faire valoir, antinomique de la vérité.
Toute description de terres nouvelles et de merveilles était-elle donc à écarter
par nature? Pas tout à fait, car les Anciens avaient élaboré en la matière quelques
critères susceptibles de distinguer le vrai du faux.

14
Pythéas: STR., I 4.2; I 4.3; II 4.2, C 104; II 5.8; IV 5.5, C 201; VII 3.1, C 295; Patrocle: HIPPARQ., apd
STR., II 1.4, C 68-69; Marin de Tyr: PTL., Géogr. 1.11: «Ces marchands se soucient peu de trouver la vérité, occu-
pés qu’ils sont par leurs affaires. Au contraire, ils exagèrent souvent les distances par fanfaronnade». STR., XV 1.4,
exprime la même défiance de principe à l’égard des marchands, et se refuse à utiliser leurs témoignages, parce qu’il
s’agit de simples privés. Les relations de commerce servaient de prétexte à bien des fables propres aux parocéaniti-
des. Caelius Antipater (HRR, frgt. 56 = PLIN., NH 2.169) aurait ainsi utilisé le témoignage d’un homme qui aurait
navigué d’Espagne en Ethiopie commercii gratia.
15
ROMM, J.S. (1992): 172-214.
16
DESANGES, J. (1978): 39-85;141-145.
17
L’historicité de ce personnage n’est pas douteuse: il a laissé à Eburacum (York) deux dédicaces jumelles
sur plaques de bronze, l’une aux dieux du prétoire de l’hémégonikon impérial, l’autre à l’Océan et à Téthys (RIB
622 et 623). DESSAU, H. (1911).

17
Pascal Arnaud

La qualité –en l’occurrence la dignité– du témoin était l’élément déterminant


dans le processus de validation du témoignage. Cette dignité était d’abord celle
qui s’attachait à l’autorité politique. C’est bien sûr celle qui s’attache aux victoi-
res ou aux récits de victoire, qui sont partie intégrante de l’histoire. C’est aussi
celle qui s’attache au patronage de l’autorité étatique. La caution d’Alexandre, des
Ptolémées, de Scipion, de Pompée, de César ou des empereurs de Rome suffisait à
valider une donnée, et n’est pas étrangère à la typologie des voyages de découverte
que l’on trouve chez Plutarque18, qui oppose aux voyages effectués sur ordre de
l’Etat les voyages de simples particuliers voués soit au commerce, soit à la quête de
savoir. Pour Polybe, les particuliers mentaient pour attacher leur nom à une décou-
verte19. Leur désir de publier les rendait suspects. Pour Marin, il en est de même du
témoignage des marins qui allongent les durées de navigation «par fanfaronnade».
Placer une description sous l’autorité d’un État suffit à la valider, qu’il s’agisse de
Néchao, de Hannon, d’Himilcon, de Scylax, de Timosthène, et l’usurpation d’iden-
tité d’un personnage public a été un recours classique des faussaires hellénistiques
et romains en quête de validation. La garantie de l’État cautionne le contenu de la
description polybienne des côtes atlantiques du Maroc, mais aussi celles de Denys
de Charax ou de Juba. Pline ne manque pas de signaler que ces initiatives répondent
à une demande de l’État ou mentionne les titres de leurs auteurs20, ce qui suffit à
en valider le contenu, de la même façon que Strabon oppose à Pythéas des infor-
mations recueillies par Scipion21. Dans le débat qui l’opposait à Hipparque sur la
crédibilité de Patrocle22, Strabon valide le témoignage de Patrocle contre celui de
témoignages pourtant concordants en se fondant sur la qualité institutionnelle du
témoin et sur la confiance que des rois avaient placée en lui, et avance comme ulti-
me argument que l’information transmise par Patrocle remontait en dernière analy-
se à Alexandre lui-même, ce qui suffisait à clore le débat. La même autorité garantit
aussi non seulement les données des bématistes d’Alexandre, mais aussi l’ensemble
des valeurs recueillies sur les milliaires auxquelles Polybe semble avoir été le pre-
mier à emprunter des informations23.
Elle est ensuite celle qui s’attache à des personnages officiels, empreints de la
dignitas nécessaire. Pline valide ainsi les descriptions de mirabilia les plus éculées
18
PLUT., Def. oracul. 410 A, 419 E.
19
PLB., XXXIV 5.7 = STR., II 4.2.
20
NH 5.16: Iuba, Ptolemaei pater, qui primus utrique Mauretaniae imperitauit; 51: Iuba rex; 6.139:
Dionysium, terrarum orbis situs recentissimum auctorem, quem ad commentanda omnia in orientem praemise-
rit Diuus Augustus, ituro in Armeniam ad Parthicas Arabicasque res maiore filio. (…) Iubam regem, ad eundem
Gaium Caesarem scriptis uoluminibus de eadem expeditione.
21
PLB., XXXIV 10.7 = STR., IV 2.1, C 190.
22
STR., II 1.4-6, C 69.
23
PLB., XXXIV 11.8 = STR., VI 3.10, C 285; PLB., III 39.8 (où la mention du bornage de l’espace entre le
Rhône et les Pyrénées, correspondant au tracé de la via Domitia est considéré par beaucoup comme une addition
postérieure à la mort de Polybe).

18
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

relatives aux rivages de l’Océan en les plaçant sous la caution d’equites Romani, de
gouverneurs de province ou d’ambassades de décurions, comme celle du monstre
physiter, du triton danseur d’une grotte près d’Olisippo, des Néréides de la même
région ou de celles qui s’étaient échouées sur les côtes des Santons, ou encore des
monstres marins destructeurs de navires de l’Océan Gaditain24.
Le caractère divin de la dignité impériale peut enfin prendre le relais de la pres-
cience du vrai propre aux poètes épiques et tragiques en général, et à Homère en par-
ticulier, et devenir en soi le gage de la vérité. C’est l’argument ultime qu’avance Pline
(NH 3.17) pour expliquer la discordance des chiffres donnés par Agrippa avec ceux des
données avérées disponibles à l’époque de Pline pour les dimensions de la Bétique:

Agrippam quidem in tanta uiri diligentia praeterque in hoc opere cura, cum orbem
terrarum orbi spectandum propositurus esset, errasse quis credat? Et cum eo diuum
Augustum? Is namque complexam eum porticum ex destinatione et commentariis M.
Agrippae a sorore eius inchoatam peregit.
«Qui irait croire qu’Agrippa a pu commettre une erreur, quand on sait l’ampleur de sa
diligence et celle du soin particulier qu’il mit à la tâche qu’il s’était assignée d’afficher
publiquement le monde pour le donner à voir au monde? Et qu’Auguste se serait trom-
pé avec lui? Car c’est bien ce dernier qui mena à son terme le portique qui le renferma,
et dont la construction avait été commencée par la sœur de M. Agrippa conformément
au projet et aux Commentaires qu’avait laissés ce dernier».

Agrippa n’a pu se tromper. Il n’a pu le faire car la diligentia de ce personnage


public, étant connue, suffisait à les garantir. C’est la nécessité de poser en principe
l’infaillibilité d’Agrippa qui nous vaut d’être un peu plus renseignés sur son des-
sein et sur la fameuse carte de la porticus Vipsania. Car la suprême validation de
son témoignage réside dans le fait que le divin Auguste, admis au rang des dieux,
se soit fondé strictement sur ces données et sur la volonté d’Agrippa pour faire éta-
blir la carte de la porticus Vipsania. Admettre qu’Agrippa s’était trompé, cela aurait
été admettre collatéralement la faillibilité d’Auguste, ce qui n’était pas admissible.
Il fallait donc rapporter les données d’Agrippa à un objet géographique distinct
de l’objet homonyme, contemporain de Pline, selon une méthode de validation
empruntée à l’exégèse homérique.
La dignité inhérente à la place reconnue à un auteur dans la hiérarchie des
autorités scolastiques était également un critère déterminant du vrai. Elle garantis-
sait non seulement leurs affirmations, mais aussi celles des auteurs qu’il avait cités
et admis pour sincères et vrais. Plus que l’autorité d’Ératosthène et d’Hipparque,
c’est celle de Posidonius qui a validé le récit de Pythéas, que contestait une majorité

24
PLIN., NH 9.8; 9.9; 9.10.

19
Pascal Arnaud

des penseurs antérieurs à Posidonius; et si Ératosthène, Hipparque et Posidonius en


ont validé le contenu, c’est bien entendu d’abord parce que celui-ci leur convenait,
mais aussi parce qu’il était conforme à l’opinion générale, et parce que la noto-
riété de l’astronome Pythéas leur donnait une caution25. Strabon défend de la même
façon Patrocle au titre de ses mérites personnels et des capacités que sa culture géo-
graphique lui donnait de proférer un témoignage crédible26.
Le consensus de nombreuses générations, qui s’attache naturellement aux auto-
rités du passé, notamment aux poètes, est enfin la garantie ultime du vrai, qui est aussi
le meilleur gage du caractère anachronique d’une géographie qui décrit autant un uni-
vers culturel qu’un univers réel. Strabon l’applique à Pythéas lorsqu’il le condamne
pour être le seul à donner une information (IV 4.5, C 201). Face à un témoignage
unique il ne pouvait y avoir de certitude, mais seulement acte de foi (pistis) étranger à
la démarche heuristique du géographe. On retrouve le même point de vue chez Aelius
Aristide lorsque, s’agissant d’Euthydème, il oppose l’unicité de l’autopsie à la garan-
tie du consensus (Orat. 91; 93; 95). Hipparque (apud STR., II 1.4, C 68-69) l’appli-
quait à Patrocle: on ne devait pas comme Ératosthène mettre sa confiance (pisteuein)
en le seul Patrocle, alors que la carte des anciens, Déimaque et Mégasthène appor-
taient un témoignage concordant. De la même façon, Ptolémée (Géogr. 1.17), fonde
en fait la valeur de ces témoignages sur leur caractère concordant, et la limite de ce
fait à un certain nombre de points. Il constitue à cet égard une relative exception27
dans la géographie antique lorsqu’il oppose à Marin le témoignage des marchands, en
les considérant, par le biais d’une périphrase, presque comme des historiaï.
Le témoignage d’un rustre honnête valait en somme moins que la construc-
tion intellectuelle d’un érudit élaborée en conformité avec l’opinion établie garantie
par l’accord des autorités. Cette posture intellectuelle s’inscrit dans le cadre global
d’une société où la nouveauté était tout le contraire d’une qualité.

2. Conservatisme de la géographie romaine impériale

2.1. Le primat des bons pères: l’héritage d’Ératosthène, d’Artémidore et d’Homère

Il n’y a pas lieu de s’étonner dans ces conditions du conservatisme ambiant de la


géographie impériale. Pour partie, il tient au poids de la culture littéraire comme
moteur de la diffusion des connaissances géographiques qui s’expriment à travers

25
STR., I 4.4, C 63; II 5.8, C 115; VII 3.1, C 295; DION, R. (1965).
26
STR., II 1.2, C 68; à ces mérites personnels s’ajoute la caution royale (STR., II 1.6, C 69).
27
On soulignera néanmoins le précédent d’Eratosthène (fgt. III A 8 Berger = STR., II 1.5, C 69) et celui de
Posidonius (récit d’Eudoxe de Cyzique, cf. STR., II 3.4), qui appréciait la recevabilité individuelle de chacun de
ces récits.

20
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

les gloses ou les lexiques géographiques tels que celui de Vibius Sequester, dont P.
Parroni28 a bien montré qu’il correspondait à l’inventaire des toponymes cités par
les auteurs latins du répertoire scolaire.
Plus globalement, on en connaît les effets chez les géographes. Il n’est pas
inutile de jeter un œil sur la ventilation statistique des sources nommément citées
par Pline dans ses livres géographiques. L’exercice a assurément ses limites, car la
citation explicite d’un auteur est l’exception par rapport aux emprunts non signa-
lés, et parce qu’elle paraît obéir à des règles, ou, à tout le moins, à des intentions
encore mal mises en évidence par l’érudition. S’en tenir aux citations explicites est
nécessairement réducteur, car on ne comptabilise ni les sources administratives, ni
tous les auteurs que l’encyclopédiste à utilisés sans les nommer. Mais c’est le seul
ensemble quantifiable, et il exprime à tout le moins l’image que l’auteur a voulu
donner des liens qui l’unissaient à ses devanciers. L’étonnant équilibre du volume
des citations par auteur est à cet égard trop frappant pour ne pas avoir été le fruit
d’un choix délibéré de la part de Pline.
On remarque ensuite la place importante occupée non seulement par Agrippa
–près du double de la part dévolue aux autres auteurs– mais encore des recentiores
étrangers au débat géographique hellénistique: Varron, Juba, et Isidore de Charax,
qui, avec Agrippa, représentent plus de la moitié des auteurs cités, et contribuent

28
PARRONI, P. (1965).

21
Pascal Arnaud

ainsi à une impression recherchée par Pline de modernité propre à la chorographie.


Elle procède certainement de la somme de plusieurs motivations, mais principale-
ment de celle de célébrer les auteurs d’expression latine (Varron et Agrippa) dont
les Grecs, comme Strabon, faisaient si peu de cas. Varron était pour l’encyclopé-
diste l’autorité d’expression latine par excellence. Agrippa, Juba et Isidore –s’il est
bien le même que Denys de Charax mentionné par Pline (HN 6.141)– sont tous trois
liés à Auguste: le premier en tant que co-régent de l’empire et parce que son œuvre
était réputée validée par Auguste dans les conditions que l’on a vues plus haut, les
deux derniers parce qu’ils avaient écrit pour les fils d’Auguste29 et possédaient en
outre une valeur symbolique, car il marquaient la soumission des eschatiaï au fon-
dateur de l’empire, le premier comme roi-client du royaume situé aux confins sud-
occidentaux de l’œcoumène, toujours désigné par Pline par son titre royal: rex Iuba,
le second pour avoir été originaire des rives du mythique mare Rubrum.
Si leur dignité a attribué à ces recentiores une place particulièrement importante,
elle ne doit pas faire oublier l’importance des auteurs antérieurs, et au premier chef
celle d’Homère. Si l’on se tourne vers les indices du livre I, on remarque que Caton
est toujours cité avant Agrippa, et qu’Hécatée de Milet apparaît systématiquement en
seconde position des auteurs grecs, derrière Juba ou Polybe pour les livres IV à VI.
29
PLIN., NH 6.141: Hoc in loco [sc. Charace] terrarrum orbis situs recentissimum auctorem, quem ad com-
mentanda omnia in orientem praemiserit Diuus Augustus ituro in Armeniam ad Parthicas Arabicasque res maiore
filio, non me praeterit nec sum oblitus auctorem uisum nobis introitu operis: in hac tamen parte arma Romana
sequi.

22
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

Si l’on observe maintenant la répartition des citations par livre, on se rend très
vite compte que les auteurs les plus récents ont été moins sollicités pour les régions
anciennement connues, où les auteurs anciens ont conservé intact leur attrait. Ce
phénomène s’inscrit de fait dans le cadre de la validation du consensus mentionné
plus haut, les auteurs récents étant nommément cités principalement là où ils pré-
sentent des données divergentes de la tradition, ce qui pose évidemment le problè-
me de tous les cas où ils étaient en accord avec celle-ci, qui semblent majoritaires et
placent ces ouvrages plus du côté du conservatisme que de l’innovation.

2.2. Les continuateurs: Agrippa, Strabon, Isidore

C’est évident de Strabon: sauf là où la conquête et l’administration romaines


avaient apporté des avancées décisives, la documentation est rarement postérieure
à Posidonius. Sa dépendance à l’égard de la géographie hellénistique est telle que
certains érudits, comme F. Lasserre, ont pu construire l’image, sans doute abusive,
d’un Strabon plus dépendant de Posidonius qu’original. Pour autant, les termes du
débat, sont généralement ceux de Polybe et les bases numériques sur lesquels s’en-
gage la démonstration celles de la tradition ou d’Artémidore. Strabon, continuateur
de Polybe en histoire, fait aussi figure de continuateur en géographie.
Il n’est pas le seul. Isidore de Charax, considéré par Pline l’Ancien, comme
l’auteur le plus récent, de son temps30, apparaît chez lui dans un contexte tout à fait
similaire. On voit comment, s’agissant de la Bretagne, Isidore, en dépit des données
nouvelles, s’en tenait, au moins pour la circonférence, qui n’avait pu être établie
depuis, aux informations anciennes de Pythéas31. Ses citations sont généralement
associées chez Pline à celles d’Artémidore, qu’il reprenait à son compte ou corri-
geait dans le détail. L’encyclopédiste ne paraît du reste connaître Artémidore qu’à
travers d’autres auteurs, principalement Isidore, dont l’oeuvre perdue s’apparente
à celle d’un continuateur, quelque fragmentaire que puisse être la perception que
nous puissions en avoir, mais aussi sans doute à travers Agrippa et Varron.
L’œuvre d’Agrippa paraît également s’inscrire pour une large part dans la logi-
que d’une double tradition, grecque et romaine32. L’examen détaillé des fragments

30
PLIN., NH 6.141, si toutefois Denys et Isidore de Charax ne font qu’un. Les sources les plus récentes
de Pline étaient donc, de son point de vue, augustéennes, ce qui ne manque pas de surprendre si l’on sait que
Pomponius Mela, qu’il ne cite jamais dans le texte, mais qu’il utilise à l’évidence, figure dans l’index du premier
livre de la Naturalis Historia, au nombre de ses sources pour chacun de ses livres géographiques –à moins, bien
sûr, qu’il n’emprunte la notule concernant Isidore-Denys de Charax à une autre source...
31
PLIN., NH 4.102.
32
KLOTZ, A. (1930-1931): 464-466.

23
Pascal Arnaud

qui lui sont explicitement attribués33 montrent qu’elle est largement tributaire de la
méthode d’Ératosthène, et que, quoiqu’elle ait débouché sur une réalisation specta-
culaire dont l’élément central paraît avoir été une carte, elle reposait assurément sur
un texte assez développé, irréductible à de simples notes préparatoires, et sans doute
située à mi-chemin d’Eratosthène34, d’Artémidore35 et de Varron36. L’adossement de la
description aux découpages administratifs de l’empire est en particulier un trait déjà
présent chez Artémidore (fgt. 21 Stiehle), qui inscrit Agrippa dans une tradition plutôt
qu’elle n’en fait l’auteur d’une construction administrative du monde soumis.
Cet ouvrage, pour autant que les fragments nous permettent d’en percevoir
la réalité, la forme et le contenu, paraît s’inscrire dans la plus pure tradition de la
géographie descriptive. Seuls les choix de Pline, par qui nous en ont été transmis
les fragments, ont pu conduire à la réduction apparente de cette œuvre à une simple
série de mesures. On y trouvait à l’évidence bien d’autres informations, notamment
des informations ethnologiques dans la lignée de Caton et de Varron (mention des
origines)37, et des citations relativement étendues d’autres auteurs, notamment de
Polybe38. La méthode se fondait sur un diaphragme mesuré39 le long duquel étaient
assemblés des sphragîdes: elle était celle d’Ératosthène. Le fait que les sphragîdes
d’Agrippa ne soient cités que pour l’occident montre bien qu’il a été utilisé prin-
cipalement là où le témoignage d’Ératosthène avait été rendu entièrement suranné
par les connaissances nouvelles, mais pas là où elles continuaient à faire autorité.
Elle comporte des données géographiques vouées à la mesure de la terre habitée
(diaphragme, continents, sphragîdes) et des données plus strictement chorographi-
ques (distances entre deux points, longueurs de segments de côte, largeur de bras de
mer ou périmètres insulaires).

33
Nous en excluons les fragments du «Chorographe de Strabon», admis par KLOTZ, A. (1930-1931), mais
que tout incite à rapporter à un autre auteur, cf. ŒMICHEN, G. (1880): 67 sq. qui y voit à tort Varron; PAIS, E.
(1886): 159 sq.; ALY, W. (1957): 224 sq. et 272; SALLMANN, K. (1971): 93 sq. et 105 sq.; ARNAUD, P. (1991):
1165 et n. 189.
34
Fgts. 51, 53 Klotz. KLOTZ, A. (1930-1931): 449 considère, sans doute avec raison, qu’Agrippa avait
d’Eratosthène une connaissance seulement indirecte, par le canal de Varron.
35
Plusieurs emprunts directs à Artémidore sont évidents: fgt. 13 Klotz = 7-8 Riese = PLIN., NH 3.86-87 où
KLOTZ, A. (1930-1931): 407 a reconnu une donnée d’Artémidore connue par ailleurs (AGATH., V 20 ); fgt. 34
Klotz = 37 Riese = PLIN., NH 5.38; 6.209; fgts. 16 et 47 Klotz = 13 Riese = PLIN., NH 3.150; DETLEFSEN, D.
(1906): 30, 87-89; PARTSCH, J. (1875): 40, 61; fgt. 55 Klotz = 39 Riese = PLIN., NH 6.64; fgt. 57 Klotz = PLIN.,
NH 5.31-32 (sans mention du nom d’Agrippa).
36
Fgts. 51-53 Klotz, cf. le commentaire de l’éditeur ad loc.
37
Fgt. 37 Klotz = 2 Riese = PLIN., NH 3.8: Oram eam (Baeticae) in uniuersum originis Poenorum existi-
mauit Agrippa.
38
Tout le périple polybien des côtes du Maroc (fgt. 59 Klotz = 25 Riese = PLIN., NH 5.9; DETLEFSEN, D.
(1906): 83) est donné au style indirect et est introduit par Agrippa dicit. DESANGES, J. (1978): 123-133 qui con-
clut à «une étourderie de Pline», pour les limites du fragment de Polybe chez Pline. Il s’agit en fait d’une citation
de Polybe, par Agrippa, qui lui emprunte d’ailleurs une de ses valeurs. Autre emprunt à Polybe, avec confusion de
chiffres signalée par Pline: fgt. 66 Klotz = 36 Riese = PLIN., NH 6.206; DETLEFSEN, D. (1906): 77 .
39
Fgt. 66 Klotz = 36 Riese = PLIN., NH 6.207.

24
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

Les mesures d’Agrippa transmises par Pline sont en majorité originales, mais
pas toujours, du moins pour autant que nos connaissances nous permettent de nous
en faire une idée. Même originales, elles correspondent toutefois dans leur immense
majorité à des segments mesurés par d’autres géographes. Agrippa s’inscrit à cet
égard entièrement dans un corpus d’espaces mesurés relativement invariant d’Éra-
tosthène à Artémidore, où seules les estimations changent d’un auteur à l’autre.
C’est là typiquement l’ambiguïté de la diorthôse, qui fait de chaque auteur un conti-
nuateur autant qu’un contradicteur.
Quelques passages montrent par ailleurs que l’excellent Agrippa n’hésitait pas
à l’occasion à emprunter des données à ses prédécesseurs, notamment à Artémidore
et à Polybe, comme on l’a souligné plus haut, et que l’image qui se dégage de son
ouvrage est extrêmement classique et se définit comme un mélange d’emprunts à la
tradition dans la forme, dans la méthode et dans les données, et d’apports originaux,
principalement en matière de données, soit que ces dernières aient été le fait de
connaissance nouvelles soit qu’elles résultassent de calculs propres à l’auteur sur la
base de combinaisons originales de données anciennes. Certaines estimations parti-
culièrement faibles de bras de mer, par exemple entre la Crète et la Cyrénaïque, où
les valeurs données par Agrippa sont de deux fois inférieures à celles que retenaient
d’ordinaire les Anciens sur la base de l’expérience de la navigation40, paraissent
résulter de calculs géométriques.
En outre, comme on le verra bientôt, le recours systématique aux itinéraires
que l’on a voulu prêter à Agrippa est extrêmement contestable. Si Agrippa a uti-
lisé des itinéraires, il faut nécessairement supposer une intervention forte de sa part
pour expliquer l’écart frappant entre les valeurs qu’il nous a transmises et les don-
nées brutes des itinéraires.

2.3. Faible notoriété des recentiores de Pline

Les rares sources récentes nommément citées par Pline sont en fait augustéennes.
Il est clair qu’il a utilisé des sources plus récentes telles que Pomponius Mela, qu’il
cite parmi ses sources au livre I, mais le refus de le nommer procède sans doute
d’un goût d’antiquaire et d’une idéalisation de l’époque augustéenne qui ne sont pas
étrangers à la première époque flavienne. Ce choix procède sans doute également
du goût de l’encyclopédiste pour les sources officielles ou liées à des personnages
officiels, comme autant d’autorités incontestables, et tient à la fois au fait que Pline
entend se poser en chantre de Rome, des empereurs et de l’empire, et à sa position
d’encyclopédiste, irréductible à celle d’un géographe.

40
Fgt. 62 Klotz =15 Riese = PLIN., NH 4.60 (cf. aussi 5.32); ARNAUD, P. (2005): 187, n.° 56.

25
Pascal Arnaud

L’utilisation de ces «sources récentes» (Isidore, Agrippa, Juba) lui confère


néanmoins dans la géographie ancienne une place originale. Elles se signalent de
fait par la très faible durée de leur notoriété, ce qui tient sans doute à la seule ori-
ginalité des critères retenus par Pline dans la sélection de ses sources. Agrippa lui-
même ne paraît avoir constitué à ce titre qu’un jalon vite passé dans l’oubli, dont le
souvenir ne s’est guère maintenu que dans deux opuscules dont aucun ne dépend
directement de lui. Pour éclairer Caius César sur la géographie de l’Orient, Auguste
lui-même ne lui remet pas la géographie d’Agrippa, alors que, si l’on suit la conjec-
ture séduisante de Cl. Nicolet, la porticus Vipsania aurait été dédiée en même temps
que le Forum d’Auguste en 2 av. J.-C. dans le cadre de la préparation du départ
de C. César en Orient41. Il confie à un nouveau géographe, Denys (ou Isidore) de
Charax, la charge de rédiger un opuscule sur la question, et on a rarement signalé à
quel point la rédaction d’un ouvrage géographique d’ensemble par un auteur proche
d’Auguste, en la personne d’Isidore (ou Denys) de Charax, sonne comme la con-
damnation de la position de monopole que l’érudition moderne a généralement assi-
gnée à Agrippa dans la pensée géographique impériale.
Strabon est également muet sur Agrippa. La proximité de ce dernier et de
Tibère pourrait contribuer à en donner une explication, mais l’essentiel de la géogra-
phie ayant été rédigé avant l’époque des tensions dévastatrices entre le successeur
d’Auguste et les descendants d’Agrippa, l’ignorance semble devoir être l’explica-
tion la plus plausible du silence du géographe d’Amasée. Après lui, ni Pomponius
Mela, ni Arrien, qui s’arrête à Ératosthène, ne paraissent le connaître, non plus que
Ptolémée, et Agathémère est principalement dépendant d’Artémidore.
Agrippa n’a en tout cas sans doute pas fondé «la carte romaine» ni même la
géographie romaine comme certains l’ont pensé. Comme la période républicaine,
la période impériale reste marquée par la diversité des traditions cartographiques et
descriptives propres aux savoirs géographiques.

3. L’innovation quantitative et qualitative: une géographie impériale ou des


géographies impériales?

L’insertion de la production géographique des débuts de l’époque impériale dans un


ensemble de traditions héritées de la géographie grecque tardo-hellénistique et de
l’encyclopédisme romain conduit nécessairement à tempérer l’idée d’une rupture
absolue entre la géographie de la période tardo-républicaine et celle de la période
impériale. Les questions de la spécificité et de l’unité de la géographie impériale et,

41
NICOLET, Cl. (1988): 109. La seule certitude est que Vipsania Polla travaillait encore aux travaux du portique
en 7 (CASS. DIO, LV 8.3) et que ce fut Auguste, et non la sœur d’Agrippa, qui acheva le chantier (PLIN., NH 3.17).

26
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

surtout, du rythme de ses transformations doivent dès lors être posée sans a priori
ni mésestimation des traits innovants d’une production géographique impériale qui
reste relativement mal connue.
On a tendance à considérer depuis quelques décennies qu’à l’instar du régime
impérial, la géographie impériale naîtrait achevée sous Auguste. Cette idée se fonde
largement sur le postulat d’un lien structurel nécessaire entre le nouveau régime et
une maîtrise intellectuelle de l’espace qui en aurait été la condition. L’émergence du
nouveau régime n’aurait pas seulement imposé de nouveaux outils administratifs
spatialisés adaptés aux exigences de gestion centralisée d’un espace aussi vaste et
complexe que l’empire; elle n’aurait pu faire l’économie de la construction d’une
image cohérente de cet espace qui aurait constitué la synthèse des informations
recueillies à travers ces nouveaux outils. L’expression idéale de l’adossement au
savoir géographique d’un nouvel ordre politique à la fois autocratique, centralisé, et
à prétention universelle serait à reconnaître dans la carte d’Agrippa, qui scellerait en
quelque sorte la naissance, avec Auguste, de l’Etat moderne, et serait devenue «la
mappemonde officielle de l’empire romain»42. En fait, au-delà du contenu intrinsè-
que de l’œuvre d’Agrippa, que nous ne pouvons aborder ici dans le détail, c’est le
principe même de l’unité de la «géographie impériale», qui doit être l’objet d’une
remise en cause prudente: elle est en effet largement fondée sur l’idée, hautement
contestable, mais largement répandue, de la dépendance universelle et systématique
de la production géographique de l’époque impériale à l’égard d’Agrippa.

3.1. Un intérêt nouveau pour la géo-chorographie à l’époque d’Auguste. La


banalisation des savoirs géographiques à l’époque impériale

L’innovation majeure de la période impériale semble résider dans un intérêt accru


pour les savoirs géographiques, et, si Agrippa doit être tenu pour l’un des jalons
essentiels de cette transformation essentielle, sans doute n’est-il que l’un des jalons
qui ont fait de la géographie, à l’époque augustéenne, tout autre chose que l’obscu-
rior scientia qu’elle était encore en 55 (CIC., Or. 1.59). La marque la plus évidente
de ce trait nouveau est la façon dont, avant la mort d’Agrippa, Properce, évoquant
la méditation mélancolique d’une épouse sur les lieux éloignés où son jeune mari se
couvrait de gloire au service du prince, choisit de faire d’une mappemonde le sup-
port de sa rêverie43. L’intérêt manifesté par Agrippa pour la géographie ne lui était

42
MÜLLENHOFF, K. (1892). L’idée que la Table de Peutinger et l’Itinéraire d’Antonin dérivent de façon
plus ou moins directe d’Agrippa est extrêmement répandue: cf. infra, n. 65.
43
IV 3.37: et disco, qua parte fluat vincendus Araxes,/ quot sine aqua Parthus milia currat equus;/ cogor
et e tabula pictos ediscere mundos,/ qualis et haec docti sit positura dei,/ quae tellus sit lenta gelu, quae putris ab
aestu,/ uentus in Italiam qui bene uela ferat.

27
Pascal Arnaud

certes pas spécifique. D’autres plumes ont contribué, sous Auguste, à la description
du monde, et non des moindres, tels que Juba II de Maurétanie, Denys et Isidore de
Charax, ou encore Strabon, qui montre que cet intérêt restait intact dans la première
décennie du règne de Tibère, et la littérature fourmille sous Auguste de références
géographiques. L’intérêt de l’empereur et de son entourage pour la connaissance du
monde n’a sans doute pas été un fait isolé. Il procède sans doute de la convergence
d’un ensemble de phénomènes complexes qui n’excluent évidemment pas le souci
de la part de l’administration impériale d’avoir une meilleure maîtrise intellectuelle
des territoires sur lesquels elle exerçait son autorité, mais ne sauraient se limiter à
ce seul aspect des choses.
L’intérêt pour l’élaboration de représentations organisées du monde avait en
fait commencé à se manifester une génération plus tôt. On rencontre chez Cicéron
le même intérêt non seulement pour la géographie, mais encore pour Eratosthène:
poussé par Atticus, il avait caressé, en 60, le projet de rédiger une Geographia for-
tement inspirée d’Eratosthène44. Dès l’année suivante, diverses raisons, d’ordre
théorique autant que stylistique, mais aussi politiques paraissent l’avoir conduit à
renoncer à ce projet, mais cet échec n’ôte rien à l’importance d’une initiative qui ne
resta pas isolée. Bientôt, Varron livrait au lectorat romain un traité accessible, l’Ora
maritima, fondateur de la description chorographique latine. Son quasi-homonyme
Varron Atacinus, mort vers 35 av. J.-C., fut pour sa part le premier à populariser, à
travers sa Chorographia, les savoirs géographiques dans de petits ouvrages en vers
qui s’inscrivent dans ce mouvement indéniable d’intérêt pour la connaissance du
monde, ce qui n’a pas lieu de surprendre précisément au moment où l’idéal œcumé-
nique d’Alexandre, remis à l’honneur par Pompée, s’imposait. Cet auteur ouvrait la
voie à un type d’ouvrages voué à une fortune certaine: la description chorographi-
que brève, que l’on peut rencontrer en forme métrique, comme dans la Périégèse de
la Terre Habitée de Denys d’Alexandrie, sous Hadrien, ou en prose comme dans la
Chorographie de Pomponius Mela, sous Claude.
L’intérêt de l’époque augustéenne pour la connaissance du monde est sans
aucun doute aussi une conséquence de ce mouvement entamé près de quarante ans
avant l’entreprise d’Agrippa. Il n’avait sans doute pas peu contribué à la vulgarisa-
tion du savoir géographique ordonné dans ses formes littéraires, et, probablement,
cartographiques. On ne saurait également manquer d’être sensible à un goût domi-
nant pour la chorographie, qu’illustrent bien les titres retenus. Alors que Cicéron se
proposait de rédiger une Géographie, Varron Atacinus, le mystérieux «chorogra-
phe» de Strabon et sa Chorographie anonyme, qu’aucun indice clair ne permet de
dater précisément dans les rares fragments que l’on en possède, Pomponius Mela,
mais sans doute aussi Agrippa, à en juger par la tradition médiévale tardive, avaient

44
CIC., Att. 2.4,1; 2.6,1; 2.7,1.

28
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

choisi d’écrire chacun une Chorographie. Ils se situaient alors dans la lignée de
Polybe qui en fixait clairement les objectifs et les limites45: une posture intellectuel-
le très attentive au monde actuel, aux positions relatives des lieux nommés et aux
distances qui les séparaient, mais relativement indifférente à la construction d’une
image d’ensemble du monde et encore plus à ses rapports avec la géométrie de la
sphère.
Ce goût collectif pour la connaissance du monde est indissociable d’une sorte
de vertige narcissique issu du changement d’échelle du monde soumis durant le
règne d’Auguste. L’accumulation dans les Res Gestae des toponymes liés à des vic-
toires réelles ou symboliques, illustre à quel point le monde rendu familier au public
par les bulletins de victoires avait vu ses limites repoussées. Cette familiarité, sinon
avec la géographie, du moins avec la toponymie et l’ethnonymie, qui a à l’évi-
dence stimulé l’intérêt général pour les représentations ordonnées du monde, est
sans doute l’un des traits les plus marquants de la géographie impériale. Autant et
plus que la maîtrise étatique de la perception géographique de l’empire, la banalisa-
tion des outils de transmission du savoir géographique paraît bien être dès Auguste
le trait marquant de la géographie impériale, mais encore une fois la «révolution
augustéenne» ne fut peut-être pas en soi le moteur exclusif d’une situation large-
ment héritière de processus engagés dès la dernière génération de la République
romaine.
En revanche, l’achèvement de la conquête et la maîtrise administrative des
territoires administrés sous Auguste apportaient une masse d’informations nouvel-
les qui appelaient une mise à jour importante des connaissances dans une forme
structurée, et de ce point de vue, il est clair que l’époque d’Auguste fixa les grandes
lignes non seulement des données relatives au monde, mais encore de sa représenta-
tion ordonnée. On a le sentiment que le monde habité apparaît désormais fini, inscrit
dans des limites certaines et consensuelles, et qu’à l’exception de quelques illumi-
nés émules de Polybe qui, comme Sénèque ou Ptolémée, envisageaient une zone
intertropicale tempérée et une extension de l’oecoumène au sud du tropique, l’idée
s’installe que les terres inconnues se limitent à quelques zones désertiques, indui-
sant une tendance certaine de la géographie à se figer dans les modèles de l’époque
augustéenne. Ses successeurs durent jusqu’à Domitien déployer des trésors de génie
pour tenter d’étendre la limite des connaissances acquises sous Auguste: la naviga-
tion de Germanicus au-delà du promontoire cimbrique, abondamment célébrée par
Pédo46, prenait le relais des parocéanitides classiques, Néron envoyait des prétoriens
à la recherche des sources du Nil, leur faisait établir une forma détaillée du cours

45
PLB., XXXIV 1.4-5: «mais nous, nous allons montrer ce qu’est aujourd’hui la position des lieux (théseïs)
et les distances qui les séparent (diastemata), car c’est le propre de la chorographie».
46
SÉN. RHÉT., Suas. 1.15.

29
Pascal Arnaud

du fleuve et recevait de Corbulon des situs depicti, probablement des cartes –car
le terme situs appartient au vocabulaire de la géographie–, de la région des Portes
caspiennes47, et Domitien envoyait un certain Scribonios Démétrios, grammairien
ami de Plutarque, pour faire la circumnavigation de la Bretagne et en ramener une
historia. Mais ces diverses entreprises ne paraissent pas avoir laissé de traces signi-
ficatives dans l’édifice des connaissances.
En revanche, la géographie, qui se déplace peu à peu du cabinet de quelques
savants d’exception vers les grammairiens et vers la formation scolastique, tient à
l’évidence une place croissante dans la culture des élites. Elle est précisément celle
que revendique pour elle Strabon (I 1.17-19), et la pratique du gouvernement y
côtoie la culture littéraire.

3.2. Tradition et société: une géographie de «club», marqueur social

La détention et la production de savoirs géographiques était devenue, à partir de


Posidonius, le marqueur d’une élite sociale et intellectuelle. Au même titre que la
détention et la manipulation de curiosités scientifiques ou technologiques du type
de celles que décrit Héron d’Alexandrie, disserter sur l’ordre du monde, posséder
ou commenter des cartes, écrire des textes géographiques en y maintenant un cer-
tain niveau de langue devient un marqueur social. La pétition d’utilité de la géo-
graphie que l’on trouve dans les prolégomènes de Strabon ne dit pas autre chose.
Certes, la géographie peut bien servir à faire la guerre –Strabon ne voit du reste pas
précisément en quoi, en dehors de quelques considérations très générales–, mais
elle définit d’abord la culture de l’élite, notamment lorsqu’elle a trait à l’épopée
homérique. C’est sans doute en grande partie en réaction contre cette géographie de
«club», propre au milieu du banquet ou du gymnase qui est aussi celui de la secon-
de sophistique, que dans son Panégyrique, Pline le Jeune attribue les connaissances
géographiques de Trajan aux seules campagnes de l’empereur et les rattache ainsi à
la virtus romaine plutôt qu’à la païdéïa.
Agrippa, Corbulon, le consulaire Mucien, Mettius Pompusianus48, Arrien de
Nicomédie, ou encore Juba s’essayèrent à ce jeu, au même titre que Gargil(ius),
sans doute un chevalier, propriétaire et peut-être auteur, de la carte de Doura-
Europos49, ou encore Alypius qui adressa à l’empereur Julien une carte dressée par
ses soins50. Et il y a gros à parier que derrière de nombreux textes anonymes se

47
Prétoriens: SEN., Quaest. Nat. 6.8,3 sq.; PLIN., NH 6.181; 12.19; DESANGES, J. (1978): 321-325.
Corbulon: PLIN., NH 6.40; SALLMANN, K. (1971): 44 sq.
48
ARNAUD, P. (1983).
49
ID. (1993a).
50
JULIAN., Epist. 10 Bidez.

30
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

cachait la coquetterie de l’identité codée de personnages connus. De la même façon,


au IIe s., le médecin Hermogène de Smyrne, connu pour sa production prolifique,
principalement en médecine, pouvait rédiger deux Stadiasmes, voués l’un aux villes
d’Asie, l’autre à celles d’Europe51… Si l’on ajoute à cette liste les noms des nom-
breux auteurs inconnus par ailleurs cités par Ptolémée et ceux de tous les grammai-
riens qui se sont piqués de géographie, la liste apparaît rapidement importante.
Elle a été à l’origine non seulement d’opuscules d’abord plus simple que les
grands traités, mais aussi de toute une littérature de récits de voyage dont peu de
traces directes sont parvenues jusqu’à nous, mais dont plusieurs traditions font état.

3.3. L’époque impériale: un élargissement des connaissances comparable à celui


né des conquêtes d’Alexandre et les limites de sa réception

Dans les prolégomènes à sa Géographie, Strabon souligne l’apport des deux empi-
res, parthe et romain, à la connaissance du monde. L’extension de la conquête n’a
certes pas repoussé les limites du monde connu dans les proportions engendrées par
la conquête d’Alexandre. Cette extension ne fut toutefois pas négligeable, notam-
ment en direction du nord et de l’ouest: à une époque où les confins occidentaux et
septentrionaux de l’œcoumène étaient pour l’essentiel terra incognita, Ératosthène
avait dû se résoudre à admettre au moins en partie Pythéas dans sa Géographie,
alors qu’il l’avait dans un premier temps rejeté52, parce qu’il offrait un témoignage
conforme aux supputations des astronomes, et dès lors vraisemblable. Quoique
Thyle devint à la suite de Virgile un pilier de la géographie impériale, les confins du
nord apparaissent désormais de façon plus circonstanciée. La conquête des Gaules
et d’une partie importante de la Germanie, ainsi que des provinces danubiennes
ouvrait dès l’époque augustéenne un horizon nouveau dont Agrippa se donna sans
aucun doute la mission de fixer l’image, comme Ératosthène après celles d’Alexan-
dre. Le progrès quantitatif et qualitatif se mesure à la fois à la précision croissante
de la représentation globale de ces régions et à l’émergence de toponymes nou-
veaux: la Vistule et Scandinavia font leur apparition respectivement chez Agrippa
d’une part et Pomponius Mela de l’autre53. Il en est de même des Orcades, qui font

51
IGRRP, IV 1445; ANTH. PAL., XI 89; 114; 131; 190; 257.
52
STR., II 4.2, C 104., fgt. III B 1 Berger; STR., II 1.41: «Disons seulement pour le moment que Timosthène,
Eratosthène et leurs prédécesseurs ignoraient totalement l’Ibérie et la Celtique, et mille fois plus la Germanie et la
Bretagne, de meme que le pays des Gètes et des Bastarnes. Et ils étaient aussi d’une grande ignorance sur l’Italie,
l’Adriatique, le Pont, et tous les pays du nord qui leur font suite».
53
Vistula: MEL., III 33; Vistla: PLIN., NH 4.81(= AGRIPPA, fgt. 21 Klotz = 18 Riese); 97; 100 (Visculus,
siue Vistla); PTL., II 3.14; Scadinauia: MEL., III.54; Scatinauia: PLIN., NH 4.96; 7.39; Skandivai: PTL., II
11.16; Orcades: MEL., III 54.

31
Pascal Arnaud

leur apparition dans la géographie avec Mela. C’est tout l’Occident d’Ératosthène
qui volait en éclats.
Les récits de voyage ont certainement joué un rôle important et nouveau
dans ces progrès. Il est pourtant difficile de dresser un inventaire précis de ces
relations de voyage, dont certains procédaient d’initiatives privées et d’autres
publiques, et dont il n’est pas dit qu’ils aient été un jour publiés: certains voya-
ges, officiels, furent l’objet d’un rapport en bonne et due forme, comme celui des
prétoriens de Néron, et en règle générale les autres expéditions militaires, comme
celle de Septimius Flaccus ou encore la circumnavigation des îles britanniques
par Scribonius Démétrius; d’autres étaient beaucoup plus que de simples rapports,
comme l’ouvrage de Corbulon54 ou l’ouvrage publié par Maes Titianus sur la route
terrestre de la soie, et sans doute de ceux d’une partie des autres auteurs cités par
Ptolémée, dont on ne sait trop s’il s’agit de compilateurs ou de voyageurs55.
Une partie de l’information semble toutefois être passée de bouche à oreilles,
comme celle qui était relative au voyage, sans doute entrepris à titre privé, par
un chevalier sur la route de l’ambre de la Baltique56, aux voyages de Cléombrote
de Sparte tels que les révèle Plutarque, ou encore à celui de Julius Maternus à
Agisymba, entre 83 et 9257 ainsi que nombre d’informations relatives à des voyages
officiels cités plus haut, et que nos sources disent avoir recueillies oralement de la
bouche des voyageurs.
On est en fait plus frappé encore de l’intérêt porté par divers auteurs d’époque
impériale à l’information tirée directement des voyageurs, même si d’un auteur à
l’autre, il était aisé de remettre en cause la fiabilité de telles informations. Philémon,
par exemple, qu’avait utilisé Marin de Tyr, avait décrit dès le 1er s. les îles britanni-
ques et l’Irlande en se fondant sur les informations des marchands. Marin lui-même
avait eu recours au témoignage de voyageurs, et Ptolémée consacre un chapitre
entier de sa Géographie (I 17) à réfuter Marin de Tyr en lui opposant les informa-
tions tirées de l’expérience des marchands. La géographie de la Méditerranée ne
s’était pas moins construite sur «l’expérience des marins», somme de données vali-
dées par le consensus, plus sans doute qu’un ensemble de publications. La banalisa-
tion de routes lointaines aurait pu permettre les mêmes résultats. L’expérience des
marins a assurément fondé de nouveaux savoirs. On songe évidemment au Périple
de la mer Erythrée, qui fourmille de données d’expérience, par exemple sur les

54
Reconnu par H. Peter comme une source importante des ch. 23-39 du livre VI de l’Histoire Naturelle, il
est cité quatre fois par Pline (NH 2.180; 5.83; 6.23; 40). L’application aux climats des différences d’éphémérides
entre Campanie et Asie figure au nombre des arguments en faveur d’un ouvrage élaboré et non d’un simple rapport
(SYME, R. (1958): 297).
55
Maes Titianus: PTL., I 11; Septimius Flaccus et Julius Maternus: ID., I 10; Théophilos et Diskoros: ID., I
9; I 14; Diogène: ID., I 9; Alexandros : ID., I 14.
56
KOLENDO, J. (1981).
57
PTL., I 8.4-5; I 9.4,6-7; I 10.1-2; I 11.3-5; I 12.2; DESANGES, J. (1978): 197-213.

32
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

périodes et les temps de la navigation, et on sera sensible à l’accroissement à la fois


qualitatif et quantitatif des informations recueillies par Ptolémée un bon siècle plus
tard à propos de l’Océan Indien.
Pourtant, en dépit des efforts de Ptolémée, la mémoire collective tarda à vali-
der les savoirs propres aux expériences nouvelles et suivies de la navigation loin-
taine, qu’il s’agît de l’Océan Atlantique ou de l’Océan Indien où des lignes régulières
s’étaient développées jusqu’à des contrées éloignées. Ces expériences nouvelles ne
suffisaient pas à exorciser la topique bien établie de l’exocéanisme et des mirabilia. Il
suffit de rappeler le goût prononcé de Scribonius Démétrius pour les rencontres avec
les démons dans les îles du pourtour de la Bretagne, et l’ensemble des mirabilia rela-
tifs à l’Océan entre Gadès et la Gaule rassemblés par Pline et fondés en vérité sur la
garantie de la dignité des témoins, notable municipaux, chevaliers et légats.
Les cartes de Ptolémée illustrent bien les progrès de la connaissance des côtes
occidentales et septentrionales du Vieux Monde, mais aussi des côtes orientales de
l’Afrique et de l’Orient jusqu’à la Chersonèse Dorée. A contrario, elles montrent
les limites de la diffusion de ces progrès, puisque les toponymes propres à ces
régions n’ont pas trouvé leur place dans la culture ambiante, qui paraît se limiter à
la géographie popularisée par les auteurs julio-claudiens, essentiellement les con-
temporains d’Auguste. C’est dans les moules de la tradition stabilisée à partir de
Méla que s’intègrent les connaissances nouvelles: aussi bien, la flotte d’Agricola,
naviguant au nord de l’île de Bretagne, revit-elle l’expérience de Pythéas, et à sa
suite, entrevoit Thulè58… La géographie impériale reste irréductible à un accrois-
sement qualitatif et quantitatif des connaissances. Elle intègre toute une série de
mythes souvent hérités d’un passé immémorial. Elle est constitutive d’une image
rêvée du pouvoir59.

4. L’apport de la construction administrative du territoire aux savoirs et


représentations géographiques

On est évidemment là très loin de la géographie utilitaire à laquelle on a souvent


tenté de réduire la production géographique de la période impériale, et de la con-
ception, voisine, d’une géographie impériale entendue principalement comme un
outil pratique de l’ordre nouveau60. On ne saurait pourtant aborder la question de la
géographie d’époque impériale sans souligner l’émergence d’approches nouvelles

58
TAC., Agric. 10.
59
DION, R. (1966); ID. (1975); MOYNIHAM, R. (1986); CRUZ-ANDREOTTI, G. (1996).
60
Récemment encore WALLACE-HADRILL, A. (2005): 81. Vision «moderniste» justement mise en cause
par PODOSSINOV, A.V. (2000).

33
Pascal Arnaud

de l’espace dont les rapports avec la gestion administrative des territoires sont indé-
niables et complexes. Dès l’époque de Polybe, et plus encore d’Artémidore, la cho-
rographie a tendu à faire coïncider les découpages géographiques et les découpages
provinciaux qui étaient eux-mêmes en partie des commodités géographiques61.
Agrippa a largement suivi leur exemple, sans se plier strictement à cette règle.
Les documents administratifs permettaient certes d’accroître notablement la
masse des données disponibles, mais aussi et surtout de les ancrer dans une réalité
contemporaine, ce qui était l’un des buts assignés par Polybe à la chorographie.
Celui que l’on désigne, sans doute à tort, comme les formulae provinciarum62 per-
met d’en mesurer l’apport et les limites. Quel qu’en ait été le nom, sa structure est
connue: elle est celle d’une liste de communautés classées par ordre hiérarchique,
et puis par ordre alphabétique à l’intérieur de chaque ensemble. La classification
alphabétique, qui est celle qui se trouvait sans doute aussi à l’origine de l’ordre
adopté par le chapitre 35 de l’édit du Maximum de Dioclétien, relatif aux lignes de
navigation, paraît avoir logiquement présidé à la structure de documents voués à
permettre de retrouver rapidement l’information, et non à situer un lieu. Leur uti-
lisation était de ce fait assez limitée pour le géographe, sauf à recourir à d’autres
sources complémentaires, et l’on ne trouve de fait pas de traces d’utilisation de ce
type de documents en dehors de Pline.
Les matrices cadastrales ont certainement été d’un apport également limité.
Elles n’assurent en effet pas une couverture globale de l’empire, et ne sont normale-
ment pas jointives, puisqu’elles constituent en règle générale des documents liés à la
pratique de l’assignation, même si l’on connaît des cas limités d’utilisation de centu-
riations pratiquées en vue de la gestion de l’ager publicus. Seules les zones où avaient
été pratiquées des assignations par centuriation étaient donc normalement l’objet de
telles cartes. Il est très difficile de mesurer leur influence éventuelle sur la pensée
géographique, mais on ne peut néanmoins manquer de remarquer que, dans la Table
de Peutinger, les représentations de réseaux hydrographiques complexes, en Italie, se
rencontrent toutes dans les régions fortement centuriées (Campanie et plaine padane).

4.1. Les itinéraires: de la mesure des mers à la mesure des terres

Il n’en reste pas moins que le trait sans doute le plus marquant de la géographie
impériale est la place dévolue aux itinéraires dans la construction imaginaire du
monde. La géographie grecque classique s’était construite sur la mesure des mers.

61
LE ROUX, P. (2006).
62
CUNTZ, O. (1888); DETLEFSEN, D. (1908); ID. (1909): 26-34; PALLU DE LESSERT, C. (1908): 279-
284; CHRISTOL, M. (1994), qui démontre la mise à jour de ces documents à l’époque de leur utilisation par Pline.

34
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

La géographie impériale l’a enrichie des données itinéraires terrestres, dont elle
est devenue de plus en plus largement tributaire. Là encore, la révolution n’a sans
doute pas été aussi totale ni immédiate que l’on a bien voulu le croire, et les étapes
du chemin qui a conduit de la référence occasionnelle aux données fournies par le
bornage des routes à l’émergence d’une géographie fondée sur des itinéraires dotés
d’une forme spécifique ne sont pas aussi claires que l’on pourrait le penser.
D’une part, la mesure des mers n’a généralement pas disparu; d’autre part,
l’utilisation des données itinéraires n’a pas attendu l’empire ni les auteurs latins.
Polybe et ses continuateurs en avaient fait une large utilisation, essentiellement en
Italie63, mais aussi à propos de la via Domitia64.
L’époque augustéenne n’a de ce fait pas nécessairement marqué la révolution
que l’on a voulu voir dans l’utilisation et la diffusion des itinéraires. Il est indé-
niable que le développement colossal de la trame routière sous Auguste a poten-
tiellement nourri la documentation itinéraire, mais on peine à en mesurer les effets
immédiats. Agrippa est réputé y avoir largement puisé, mais cette affirmation résul-
te plus du postulat d’une dépendance étroite de l’Itinéraire d’Antonin et de la table
de Peutinger à l’égard de la carte perdue d’Agrippa65, que de la réalité des don-
nées chiffrées d’Agrippa. Ces dernières n’entretiennent en effet que des rapports
relativement lointains avec celles des itinéraires, exception faite des fragments du
«Chorographe» de Strabon, dont on a vu qu’il est assuré qu’il peut être identifié
avec Agrippa. On ne peut certes affirmer de façon catégorique qu’Agrippa n’a pas
utilisé les itinéraires, mais s’ils ont été utilisés, leurs données ont été à tout le moins
remaniées au point de ne pas être reconnaissables. Que les itinéraires aient été l’ob-
jet d’une utilisation limitée n’aurait rien de particulièrement surprenant si l’on sait
qu’une part importante des bornages, notamment en occident, est en fait postérieure
à la mort d’Agrippa. Strabon emprunte timidement quelques données aux voies
ouvertes par Auguste dans les Alpes66, mais on voit comment ces données restent
relativement marginales au début du règne de Tibère, et sont d’un usage limité à des
tronçons de routes relativement importants.
Les gobelets de Vicarello67 sont généralement portés aux crédit de l’extrême
banalisation des itinéraires sous le règne d’Auguste. On les assigne de fait tradi-
tionnellement à l’époque augustéenne, mais leur datation doit sans doute être recon-
sidérée: toute une série d’indices inhérents au tracé des voies, à la paléographie,

63
Les chiffres transmis par Strabon pour l’Italie recoupent systématiquement les données des itinéraires. Le
plus souvent le rapport de conversion du mille en stades propre à Polybe trahit l’utilisation de ce dernier.
64
PLB., III 39.8.
65
KUBITSCHEK, W. (1902): 801 sq.; 91 sq.; ID. (1919): 2118; WEBER E. (1976): 23; NICOLET, Cl.
(1988): 114.
66
STR., IV 3, C 178-9; V 1.11, C 217. Les distances, données en milles, et non en stades (sauf pour l’Aemi-
lia entre Placentia et Ariminium), sont strictement conformes aux computs réalisés à partir des itinéraires.
67
CIL, IV 3281-3284.

35
Pascal Arnaud

à la transmission des textes et à la toponomastique imposent d’en abaisser consi-


dérablement la datation, qui ne paraît pas pouvoir être antérieure à 31-32 pour les
gobelets I à III, et que l’on pense généralement postérieure à Domitien, le gobelet
IV pouvant même dater du IIIe s. On devra en réserver la démonstration de détail à
des développements ultérieurs. On se bornera à mentionner ici le franchissement
direct du Rhône, caractéristique des gobelets I à III, associé à un tronçon de route
borné pour la première fois sous Tibère en 32, qui semble marquer la création du
pont de bateaux. La chronologie de la phase de plus grande activité du sanctuaire
de Vicarello, qui débute avec Domitien68, devrait par ailleurs inciter à abaisser la
date de ces vases au moins jusqu’au règne de Domitien. Quant à la toponymie, des
formes comme Taurinis pour désigner la ville de Turin ne deviennent usuelles qu’à
partir du IIe s.
La banalisation d’itinéraires caractérisés par une forme spécifique allégée, qui
les distinguait apparemment des itineraria adnotata plus conformes aux besoins de
l’armée et de l’administration, est un fait certain, mais assez difficile à dater. Elle
est sûrement acquise vers milieu du IIe s., car Ptolémée fonde largement le contenu
de sa géographie sur un corpus itinéraire étendu à l’échelle de l’empire qui pré-
sente dans ses grandes lignes les mêmes particularités formelles que celles que l’on
trouve dans l’Itinéraire d’Antonin et dans la Table de Peutinger, et décrit le dispo-
sitif militaire mis en place au IIe s. Quelques passages en ont même gardé l’ordre
séquentiel et la formulation69. Mais si l’on peut supposer que certaines informations
déjà présentes chez Marin de Tyr remontent à des données itinéraires70, et s’il a été
noté que, dans plusieurs régions, notamment en Afrique, la toponymie de Ptolémée
était à rapporter aux années 11071, l’utilisation de ce corpus itinéraire dès Marin
n’est pas formellement démontrée. À l’époque flavienne, Pline, qui a pourtant puisé
largement dans les documents administratifs d’époque augustéenne, ne paraît pas
avoir eu un recours direct aux itinéraires tandis que Flavius Josèphe, évoquant la
Thrace, bornée depuis Néron, l’évalue en jours de marche72. Sans nier l’existence
d’itinéraires plus anciens, c’est sans doute aux règnes de Domitien, ou, mieux, de

68
KÜNZL, E. & S. (1992); la date augustéenne a été établie par HEURGON, J. (1952) et n’a été depuis
l’objet que de discussions de détail, sans remise en cause globale de la datation augustéenne.
69
En particulier PTL., Géogr. 2.9,9-19; 2.57.
70
PTL., Géogr. 1.15,6, qui indique que Marin plaçait Noviomagus (Chichester) à 59 milles au sud de
Londres. La distance réelle en suivant la «Stane Street» est de 56 ¼ milles, cf. MARGARY, I.D. (1973): 64 sq.
Cette route est absente de l’Itinéraire d’Antonin, qui mentionne un itinéraire plus long par Venta (Winchester) et
Calleva (Silchester). L’erreur reprochée par Ptolémée à Marin qui aurait ensuite placé Noviomagus au nord de
Londres dans sa table des climats. Mais cette erreur s’explique probablement par une homonymie avec un autre
site homonyme, mineur, situé sur la «Watling street» à 10 milles à l’est de Londres, et connu des seuls itinéraires.
Contra RIVET, A.L.F. (1974): 67-68 qui oppose l’absence de tout milliaire avant Hadrien.
71
BERGGREN, J.L. et JONES, A. (2000): 23; DESANGES, J. (1964): 40-41.
72
JOSEPH., Bell. Jud. 2.16,368; bornage de la Thrace: CIL III 6123 = 14207 – ILS 231.

36
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

Trajan qu’il faut sans doute assigner l’émergence du corpus d’ensemble dont déri-
vent les grands itinéraires plus tardifs et qui a facilité l’intégration des itinéraires à
l’édifice du savoir géographique.
Il n’en reste pas moins que ces documents d’un type original, dans la forme
très épurée qu’on leur connaît, distincte de celles des documents à l’usage de l’ad-
ministration, semblent caractéristiques de la période impériale, et ont tenu une place
croissante dans la géographie, jusqu’à devenir en soi un mode de représentation de
l’espace. Les changements induits par ce nouveau type de document dans la percep-
tion de la géographie du monde et de ses parties ont été considérables. En apportant
une masse colossale de données tirées de mesures effectives validées par l’autorité
impériale, les itinéraires alimentaient pour la première fois la géographie en données
terrestres incontestables. Ils ont ainsi contribué à un relatif consensus dont l’un des
effets immédiats est de brouiller sérieusement la question de la Quellenforschung,
comme le montre la question de l’identité du chorographe de Strabon: la conver-
gence entre une donnée du chorographe et une autre donnée renvoie plus sûrement
aux itinéraires sur lesquels ils s’est fondé qu’à l’utilisation directe ou indirecte du
chorographe.
Elle a aussi eu pour effet de saturer le géographe d’une information peu ou pas
utilisable directement par ses soins. Ptolémée –si Marin de Tyr ne l’a précédé dans
cette voie– fut le premier et sans doute le seul à parvenir à construire sur la base
quasi-exclusive des itinéraires terrestres et de relations maritimes, corrigées grâce
aux données terrestres, une vision ordonnée du monde73. Mais l’étude du même
Ptolémée montre que cette source nouvelle a également brouillé les cartes en fai-
sant émerger des toponymes dont la nature n’était pas toujours précisée, et dont les
règles de sélection n’étaient pas celles de la tradition classique de la géographie qui
retenait les toponymes «dignes de mémoire»74.
Dès le IIe s., les itinéraires, loin d’être confinés à une vocation utilitaire,
paraissent avoir fini par devenir en eux-mêmes et pour eux-mêmes le support de
la représentation écrite ou figurée du monde, telle que l’ont popularisée l’Itinéraire
d’Antonin ou encore la carte de Doura-Europos ou la Table de Peutinger 75: l’accu-
mulation des mesures finissait par devenir le support d’une lecture chorographique
de l’espace qui permettait à l’esprit de s’affranchir des perceptions erronées de
l’œil, et renforce l’indifférence du cartographe à l’égard de la forme de sa carte.
En fait, le choix de l’itinéraire comme forme descriptive de l’espace ne se réduit
ni à une approche strictement utilitaire, ni à une facilité. Il procède d’une forme sym-

73
MEURET, C. (1998); RAPIN, C. (2003).
74
ARNAUD, P. (1998).
75
Ibidem; ID. (1992); ID. (1993a); ID. (1993b); BRODERSEN, K. (2003); PRONTERA, F. (2003);
SALWAY, B. (2001); ID. (2005).

37
Pascal Arnaud

bolique de l’appropriation de l’espace par la mesure. La découverte récente du sta-


diasme-itinéraire claudien de Patara76 montre bien comment l’affichage public de la
mesure des routes devient sous l’empire la marque de l’intégration à l’ordre romain.
Qu’il s’agisse du primat de la chorographie telle que l’exprime, à la suite de Polybe,
Agrippa, ou de l’itinéraire, la forme la plus symbolique de l’appropriation du monde
reste la dimensuratio, dont l’origine remonte aux bèmatistes d’Alexandre et peut être
déconnectée de toute tentative de représentation globale du monde. La mesure sous
toutes ses formes constitue un pan majeur, sinon unique, de la géographie impériale,
et s’il ne lui est pas propre, il naît avec les empires à prétention œcuménique et trouve
une place idéale dans le cadre de la célébration de la romanité. La quasi-totalité des
descriptions géographiques mesurées procèdent de l’éloge de l’empire.
Les périples ou stadiasmes maritimes sont le plus souvent explicitement rat-
tachés à des entreprises nationales: ceux de Ménippe ou de Gallien à des ambassa-
des77 celui d’Arrien à une fonction au service de l’empereur. La mesure des terres
et des mers procède de la même logique que la tarification des lignes de navigation
qui, au chapitre 35 de l’édit du Maximum de Dioclétien, clôt un édit à prétention
œcuménique sur le spectacle narcissique de la mesure fiscale tarifaire du monde du
Caucase à l’Océan, de l’Afrique aux Gaules, du Nil à Byzance.
Des mansiones Parthicae d’Isidore de Charax au récits de voyage de
Cléombrote de Sparte ou de Scribonios Démétrios, et à la collecte des données
recueillies par les marchands le long des itinéraires les plus lointains, en passant
par les bornes milliaires récapitulatives, telles que celles de la via Julia Augusta, de
la via Augusta, de Saint-Couat ou de Tongres, la frénésie impériale en matière de
mesure des parties même les plus infimes du monde procède de la même logique
de célébration collective d’un empire œcuménique qui animait Agrippa et anima
encore les auteurs de l’Itinéraire d’Antonin ou de la Table de Peutinger. Peu impor-
tait alors une vision d’ensemble de l’œcoumène qui risquait, à l’instar de celle de
Ptolémée, d’en étendre les limites au-delà de celles de la vieille œcoumène homéri-
que revisitée par Eratosthène.
En se substituant à la mesure de l’œcoumène elle-même et en figeant la vision
de cette dernière dans ses constructions anciennes, issues de la tradition, qui impo-
saient la finitude d’un monde insulaire idéalement dominé par Rome, elles ont
tendu à en forger une image purement conventionnelle faussement garantie par
l’expérience et validée du sceau de l’autorité. La Table de Peutinger représente un

76
Le «stadiasme de Lycie» ou le milliaire de Lycie: AHIN, S. (1994); SEG 44 (1994), no. 1205; texte plus
complet dans ISIK, F., KAN, H., ÇEVIK, N. (1998/1999); sur ce document, voir également SALWAY, B. (2001):
56–58; JONES, C.P. (2001): 161–68; AHIN, S. & ADAK, M. (2004).
77
ANTH. PALAT., IX 559: en 26-25 av. J.-C., Crinagoras demande à Ménippe de Pergame un périple pour
le guider à l’occasion d’une ambassade. Ménippe fut de fait l’auteur d’un Périple abrégé par Marcien d’Héraclée
(GGM, I: 562-573). Gallien: GALL., Simpl. Med. Temp. 9.1,2 = KÜNH, XII: 173.

38
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

monde romain sans frontières autres que celles du monde habité. Grâce aux artifi-
ces des cartes chorographiques et de leurs déformations structurelles, bien décrites
par Ptolémée (Géogr. 8.1,2-4), on pouvait appliquer, quella que fût la forme de cha-
cune, le principe évoqué par Eumène (Pro rest. Schol. = Paneg. Lat. 9.21,3): Nunc
demum iuuat orbem spectare depictum, cum in illo nihil uidemus alienum…
La principale caractéristique de la géographie impériale paraît être la grande
rareté des entreprises de construction globale d’une image géographique, et non
chorographique, du monde et le caractère assez limité de leur retentissement.
L’utilisation de Ptolémée par Ammien Marcellin78 comme une simple liste de topo-
nymes montre les limites intellectuelles possibles de la réception de la seule entre-
prise réellement globalisante, avec celle de Marin de Tyr.
Sur ces deux points elle ne se distingue pas radicalement de la géographie
grecque, dont elle paraît se démarquer plus nettement par sa diversité et par l’abon-
dance de productions «de second ordre» au regard des ouvrages majeurs, mais peut-
être est-ce lié à une meilleure conservation de ces sources. En fait, on a le sentiment
que, tant en matière de cartographie que de traités, les quatre formes de la conscien-
ce géographique, idéalement regroupées en un même dessein chez Marin ou chez
Ptolémée, ont normalement eu sous l’empire une vie indépendante qui les a ame-
nées à coexister séparément: d’un côté une géographie le plus souvent limitée à la
répétition mécanique du standard ératosthénien ou de doxographies géographiques
qui s’interrompent avec Posidonius, et de l’autre la chorographie, caractérisée par la
séparation croissante de ses trois éléments constitutifs la dimensuratio et la divisio
encore liés chez Agrippa, et l’inventaire de lieux nommés en forme de listes plus
ou moins ordonnées. Ce n’est assurément pas une nouveauté que d’affirmer que la
période romaine impériale fut la période d’élection de la chorographie, au sens où
l’entendait Polybe: une posture intellectuelle très attentive aux réalités actuelles,
aux positions relatives des lieux nommés et aux distances qui les séparaient, mais
relativement indifférente à la construction d’une image d’ensemble du monde. La
divisio devient, de Mela à Julius Honorius, un trait dominant d’une chorographie
romaine globalement indifférente à la forme d’ensemble de la terre habitée, que
l’on rencontre sur toutes les mappemondes médiévales les plus directement déri-
vées de modèles impériaux (vid. fig. 1)79. La mesure a été au centre de la plupart
des autres productions de l’époque impériale.
L’inventaire du monde fut une réalité indiscutable de l’époque impériale. Pour
autant, à en juger par la documentation survivante, il s’en est fallu de beaucoup

78
AMM. MARC., XXIII 6; ARNAUD., P. (1991): 104-110.
79
Mappemonde d’Albi: Médiathèque Pierre Amalric, Albi: MS 29, c 57 v); carte «anglo-saxonne» ou
«Cottoniana»: British Library, Londres, MS Tiberius B.V., c. 56 v; Jérôme 1: British Library, Londres, BM, add.
10049, f° Perg., f° 64 r.

39
Pascal Arnaud

qu’il fût un facteur d’ordre de la pensée géographique, dans un contexte où le seul


consensus était, au bout du compte, d’ordre idéologique. Pour le reste, le savoir était
englué entre le poids croissant de la tradition et des données trop nombreuses pour
être utilisables sans un travail colossal de refonte, qui n’était pour la plupart ni sou-
haité ni souhaitable. La juxtaposition des opinions –cataloguées comme chez Pline,
ou inscrites entre des fourchettes extrêmes, comme chez Protagoras–, et la coexis-
tence de plusieurs systèmes de représentation de l’espace ont permis l’intégration
de données nouvelles sans remettre en cause en profondeur des dogmes géographi-
ques porteurs d’idéologie, ni tous les mythes sur lesquels s’appuyait cette idéologie.
C’est sans doute la raison fondamentale pour laquelle il n’a pas existé une «mappe-
monde romaine», fût-elle officielle, mais une diversité de systèmes de représenta-
tion rendus possibles par l’approche chorographique, dominante, de l’espace.
C’est donc, en dépit de ses apports indéniables, et du développement d’outils
nouveaux de la connaissance, l’image d’une géographie-mosaïque que nous livre
une période impériale dont les cadres se sont développés, et, en partie, fixés à une
époque relativement ancienne de l’époque impériale, créant un nouveau niveau de
tradition.

L’image ou, plutôt, les images, de l’Espagne à l’époque impériale permettent


de se représenter le poids de ces réalités et de l’ampleur de l’entremêlement désor-
donné des strates chronologiques et des systèmes de représentation dans une région
qui représente l’une des bornes de l’œcoumène, baignée par le mythique Océan.
L’analyse des systèmes métrologiques montre trois grands groupes de sources sus-
ceptibles d’une inscription spatiale:

• Les données traditionnelles de 1.000 stades ne sont présentes que des Pyrénées
à Gades. Parmi elles, les données d’Ératosthène sont nombreuses. Elle repré-
sentent la mémoire grecque de la navigation;

• Les données de 800 stades (100 milles/journée) sont concentrées entre


les Colonnes d’Hercule et le Minius, limite de la campagne de Brutus le
Callaïque80. Elles sont la mémoire républicaine de la navigation;

• Les côtes cantabriques ne sont connues de Pline que par des bribes d’itiné-
raire. La lecture des séquences littorales y est squelettique et hésitante, et mal
rattachée à une représentation intérieur largement dépendante de Mela ou
d’une source commune. Quoique Ptolémée ait considérablement enrichi cet

80
STR., III 3.4.

40
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

ensemble, pour Marcien, largement tributaire de ce dernier, par l’intermédiaire


de Protagoras, elle restait caractérisée par un ensemble de données réputées
contradictoires81.

Un autre caractère tout à fait frappant est l’extrême variété des formes topo-
nomastiques, surtout le long de la côte cantabrique. On rencontre jusqu’à quatre
formes et plus pour les mêmes lieux. Le même fleuve peut porter le nom indigène
de Bèlo, celui, grec, de Limneas, qui le caractérise comme un mouillage, celui, grec,
à tendance mythique, sans doute une réminiscence homérique, de Lèthè (STR., III
3.4) ou encore, celui, latin, d’ Oblivio qui n’est que la traduction latine du précédent
(MEL., III 1.10)82. Du coup, faute de toponymes familiers, les copistes ont multiplié
les erreurs sur ces noms rares et accru la difficulté de croisement de nos sources.
Cette diversité, rarissime chez les géographes anciens, souligne l’absence de conti-
nuité dans l’intégration des données. Ce trait particulier a rendu très difficile l’arti-
culation des données nouvelles propres à l’intérieur et des données antérieurement
acquises sur les côtes.
En Espagne, comme ailleurs, ses particularités rendent la géographie impériale
le plus souvent inestimable, sans être toujours pour autant transparente, comme
source administrative, en particulier lorsque Pline est notre référence. Pour autant,
elle n’en reste pas moins souvent très problématique dès qu’il s’agit de l’utiliser
dans le cadre de la topographie historique et lorsque l’on cherche à dater précisé-
ment une donnée. Un espace tel que la péninsule ibérique, où des données classi-
ques s’entremêlent avec des données récentes et dont certaines régions ont accédé
à une réelle connaissance avec l’empire, reflète bien toute la complexité et la diver-
sité d’un univers intellectuel partagé entre tradition et innovation et qui a tendu à
devenir à lui-même sa propre tradition.

81
MARC., Pér. Mar. Ext. 1.1 (= GGM, I: 516); DILLER, A. (1952): 45. Protagoras semble avoir écrit vers
200, une Géométria tès oïkouménès. Il était largement inspiré de Ptolémée.
82
Cette situation aboutit à cette formule de Pline (NH 4.115): Ab Minio, quem supra diximus, CC (ut auctor
est Varro) abest Aeminius, quem alibi quidam intellegunt et Limaeam uocant, Obliuionis antiquis dictus multum-
que fabulosus. Le nom d’Aeminius, présent chez Varron provient sans doute d’une erreur paléographique grecque
Aiminio~ pour Limnea~, à moins que ce ne soit l’inverse.

41
Pascal Arnaud

Fig. 1. La division de la mappemonde d’Albi (VIIIe siècle)

42
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

BIBLIOGRAPHIE

ALY, W., (1957): Strabon von Amaseïa, t. 4: Untersuchungen über Text, Aufbau und Quellen der Geo-
graphika, Bonn.
ARNAUD, P., (1983): «L’Affaire Mettius Pompusianus ou le crime de cartographie», MEFR(A), 95:
677-699.
— (1988): «Sur l’origine, la datation et la diffusion de l’archétype de la “Table de Peutinger”», BSNAF:
302-321.
— (1991): La cartographie à Rome, thèse d’Etat dactylographiée microfichée, Paris IV.
— (1992): «Sur la genèse de l’Itinéraire d’Antonin: le prétendu itinéraire de Caracalla», BSNAF: 374-
380.
— (1993a): «Une deuxième lecture du “bouclier de Doura-Europos”», Comptes-rendus de l’Académie
des Inscriptions et Belles-Lettres, Avril- Juin 1989: 373-389.
— (1993b): «L’Itinéraire d’Antonin: un témoin de la littérature itinéraire du Bas-Empire», Geographia
Antiqua, 2: 33-50.
— (1998): «Toponymie et histoire sociale: les toponymes en -iana / -ianis des itinéraires, une source
d’erreur pour les géographes anciens, mais une contribution à l’histoire des grands domaines», in
P. Arnaud et P. Counillon (édd.), Geographica Historica: L’utilisation des géographes anciens par
l’historien de l’Antiquité, Bordeaux, pp. 201-224.
— (2005): Les routes de la navigation antique. Itinéraires en Méditerranée, Paris.
AUJAC, G., (1966): Strabon et la science de son temps, Paris.
BERGER, H., (1903): Geschichte der wissenschaftlichen Erdkunde der Griechen, Leipzig.
BERGGREN, J.L. et JONES, A., (2000): Ptolemy’s Geography. An Annotated Translation of the Theo-
retical Chapters, Princeton.
BRODERSEN, K., (2003): «Die Tabula Peutingeriana. Gehalt und Gestalt einer “alten Karte” und ihrer
antiken Vorlagen», in D. Unverhau (éd.), Geschichtsdeutung auf alten Karten. Archäologie und
Geschichte, Wiesbaden (Wolfenbütteler Forschungen, 101), pp. 289-297.
CHRISTOL, M., (1994 ): «Pline l’Ancien et la formula de la province de Narbonnaise», in La Mémoire
perdue, Paris, pp. 45-63.
CRUZ-ANDREOTTI, G., (1996): «Romanización y paisaje en la Geografía antigua. El ejemplo hispa-
no», in S. Reboreda Morillo et P. López Barja (éds.), A cidade e o mundo: romanización e cambio
social, Xinzo de Limia (Biblioteca Arqueohistórica Limiá, Serie Cursos e Congressos, 4), pp.
53-64.
CUNTZ, O., (1888): Die formulæ provinciarum, eine Hauptquelle des Plinius, Bonn.
DESANGES, J., (1964): «Les territoires gétules de Juba II», REA 66: 33-47.
— (1978): Recherches sur l’activité des méditerranéens aux confins de l’Afrique, VIe s. av. J.-C.–IVe s.
ap. J.-C. , Rome (Coll. EFR, n°38).
DESSAU, H., (1911): «Eine Freund Plutarchs», Hermes 46: 156-160.
DETLEFSEN, D., (1906): Ursprung, Einrichtung und Bedeutung der Erdkarte Agrippas, Berlin (Que-
llen und Forschungen zur alten Geschichte und Geographie, 13).

43
Pascal Arnaud

DETLEFSEN, D., (1908): Die Geographie Afrikas bei Plinius und Mela und ihre Quellen – Die For-
mulæ Prouinciarum, eine Hauptquelle, Berlin (Quellen un Forschungen zur alten Geschichte und
Geographie, 14).
— (1909): Die Anordnung der geographischen Bücher des Plinius und ihre Quellen, Berlin (Quellen
und Forschungen zur alten Geschichte und Geographie, 18).
DIHLE, A., (1980): «Plinius und die geographische Wissenschaft in der römischen Kaiserzeit», in Tec-
nologia, economia e società nel mondo romano. (Atti del convegno di Como, 27.28.29 Sett. 1979),
Côme, pp. 121–137.
DILLER, A., (1952): The Tradition of the Minor Greek Geographers, Lancaster/ Oxford, (Philol. Mo-
nogr. Amer. Philol. Assoc., 14).
DION, R., (1965): «La renommée de Pythéas dans l’Antiquité», REL 43: 443-466.
— (1966): «Explication d’un passage des Res gestae divi Augusti», in Mélanges J. Carcopino, Paris,
pp. 249-270.
— (1973): «La géographie d’Homère inspiratrice de grands projets impériaux», Bull. Assoc. G. Budé,
Supplt Lettres d’Humanité 33: 463 - 485.
HEURGON J., (1952): «La date des gobelets de Vicarello» , REA 54: 39-50.
ISIK, F., KAN, H., ÇEVIK, N., (1998/1999): Miliarium Lyciae: Patara yol kilavuz anıtı / Das We-
gweisermonument Fahri von Patara (= Lykia: anadolu-akdeniz kültürleri 4), Antalya.
JONES, C.P., (2001): «The Claudian monument at Patara», ZPE 137: 161–68.
KLOTZ, A., (1930-31): «Die geographischen Commentarii des Agrippa und ihre Überreste», Klio 24:
38-58; 386-466.
KOLENDO, J., (1981): A la recherche de l’ambre de la Baltique: l’expédition d’un chevalier romain
sous Néron, Varsovie.
KUBITSCHEK, W., (1902): «Eine römische Strassenkarte», JÖAI, 5: 20-96.
— (1919): s.v. «Karten», in RE X.2: 2022-2144.
KÜNZL, E. & S., (1992): «Aquae Apollinares/Vicarello (Italien)», in R. Chevallier (éd.), Les eaux
thermales et les cultes des eaux en Gaule et dans les provinces voisines. (Actes du colloque du 28
septembre 1990, Aix-les-Bains, Tours/Turin), (Caesarodunum, XXVI), pp. 273-296.
LE ROUX, P., (2006): «L’invention de la province romaine d’Espagne citérieure de 197 a.C. à Agri-
ppa», dans G. Cruz-Andreotti, P. Le Roux et P. Moret (édds.), La invención de la Peninsula Ibéri-
ca. I. La época republicana, Málaga-Madrid, pp. 117-134.
MAGINI, M., (2003): «In viaggio lungo le strade della Tabula Peutingeriana», in F. Prontera (ed.),
Tabula Peutingeriana. Le antiche vie del Mondo, Firenze, pp. 7-15.
MARGARY, I.D., (1973): Roman Roads in Britain, Londres.
MEURET, C., (1998): «Outils mathématiques et données itinéraires: réflexions sur l’évaluation de la
circonférence terrestre chez Ptolémée», in P. Arnaud et P. Counillon (édd.), Geographica Histori-
ca: L’utilisation des géographes anciens par l’historien de l’Antiquité, Bordeaux, pp. 151-166.
MOYNIHAM, R., (1986): Geographical Mythology and Roman Imperial Ideology, in R. Winkes (éd.),
The Age of Augustus, Louvain-la-Neuve/Providence, pp. 149-157

44
INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE TRADITION ET INNOVATION

MÜLLENHOFF, K., (1892): «Über die römische Weltkarte», in ID., Deutsche Altertumskunde, 3, Ber-
lin, pp. 298–311 (= Hermes 9 [1875]: 182–195).
MURPHY, J.P., (1978): «M. Vipsanius Agrippa and Later Writers Depending upon his Chorographia on
Spain and Gaul», The Ancient World, 1: 7–13.
NICOLET, Cl., (1988): L’inventaire du monde. Géographie et politique aux origines de l’Empire ro-
main, Paris.
ŒMICHEN, G., (1880): Plinianische Studien, Erlangen.
PAÏS, E., (1886): Straboniana: contributo allo studio delle fonti della storia e dell’ amministrazione
romana, Turin
PALLU DE LESSERT, C., (1908): «L’œuvre géographique d’Agrippa et d’Auguste», MSNAF 68 (7e
sér., 8): 215-298.
PARRONI, P., (1965): Vibii Sequestris De fluminibus, fontibus, lacubus, Milan.
PARTSCH, J., (1875): Die Darstellung Europas in dem geographischen Werke des Agrippa, Breslauer
Habilitationschr.
PODOSSINOV, A.V., (2000): «Die geographische Karte im Diente des antiken Staates?», in M. Dreher
(éd.), Bürgersinn und staatliche Macht, Festchr. F.W. Schller zum 65. Geburstag, Constance, pp.
225-239.
PRONTERA, F., (2003): «La Tabula Peutingeriana nella storia della carografia antica», in F. Prontera
(ed.), Tabula Peutingeriana. Le antiche vie del Mondo, Firenze, pp. 7-41.
RAPIN, C., (2003): «La Suisse et l’arc alpin dans la carte de Ptolémée», Annuaire de la Société Suisse
de Préhistoire et d’Archéologie 86: 137-144.
RIVET, A.L.F. (1974): «Some aspects of Ptolemy’s geography of Britain», in R. Chevallier (éd.), Litté-
rature gréco-romaine et géographie historique. Mélanges offerts à R. Dion, Paris, (Cæsarodunum,
IX bis), pp. 55-81.
ROLDÁN HERVÁS, J.M., (1975): Itineraria Hispana, Madrid.
REED, J.N., (1978): «Pattern and Purpose in the Antonine Itinerary», AJPh 99: 228-254.
ROMM, J.S., (1992): The Edges of the Earth in Ancient Thought. Geography, Exploration, and Fiction,
Princeton.
AHIN, S., (1994): «Ein Vorbericht über den Stadiasmus Provinciae Lyciae in Patara», Lykia: Anado-
lu-akdeniz arkeolojisi 1: 130-137.
— ADAK, M., (2004): «Stadiasmus patarensis. Ein zweiter Vorbericht über das claudische Stras-
senbauprogramm in Lykien», in R. Frei-Stolba (éd.), Siedlung und Verkehr im römischen
Reich.Römerstrassen zwischen Herrschaftssicherung und Landschaftsprägung. (Akten des Kollo-
quiums zu Ehren von Prof. H. E. Herzig vom 28. und 29. Juni 2001 in Bern), Berne, pp. 227-282.
SALLMANN, K., (1971): Die Geographie des älteren Plinius in ihrem Verhältnis zu Varro, Berlin /
New-York.
SALWAY, B., (2001): «Travel, Itineraria and Tabellaria», in C.P. Adams and R.M. Laurence (eds.),
Travel and Geography in the Roman Empire, Routledge, London, pp. 22-66.
— (2005): «The Nature and genesis of the Peutinger Map», Imago Mundi: The International Journal
for the History of Cartography 57: 119-135.

45
Pascal Arnaud

SYME, R., (1958): Tacitus, Oxford.


WALLACE-HADRILL, A., (2005): «Mutatas formas: The Augustan transformation of knowledge», in
K. Galinsky (éd.), The Cambridge Companion to the Age of Augustus, Cambridge, pp. 55-84.
WEBER, E., (1976): Tabula Peutingeriana, Codex Vindobonensis 324, Graz.
WOLSKA-CONUS, W., (1962): La Topographie chrétienne de Cosmas Indicopleustès. Théologie et
science au VIe s., Paris (Bybliothèque byzantine. Études, 3).

46
PARTE PRIMERA

Las fuentes literarias

Les sources littéraires


STRABONE E LA TRADIZIONE
DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA

FRANCESCO PRONTERA
Università di Perugia

La prospettiva universale della geografia descrittiva e della cartografia greca si


spiega alla luce di due presupposti storici: l’esperienza coloniale di età arcaica e
l’unificazione dell’Asia sotto il dominio persiano. Con la ordinata descrizione dei
popoli e dei paesi dell’ecumene, inaugurata da Ecateo di Mileto sul volgere del VI
sec. a.C., nasce un nuovo genere letterario nella forma di un «giro della terra». Ben
riconoscibile forse più dalla struttura che dai suoi contenuti, esso avrà una lunga
fortuna fino all’inizio dell’età imperiale. Su questa linea si collocano i 15 libri
della descrizione straboniana, che lo stesso autore (VI 1.2) designa di passaggio
con l’espressione ormai antiquata di perìodos ghes. Fra i due libri di Ecateo e i 15
di Strabone, passando per i 7 libri di Eudosso e gli 11 di Artemidoro, la geografia
descrittiva dell’ecumene si arricchisce progressivamente di nuove informazioni
attingendo soprattutto alla storiografia politico-militare. In tempi diversi Erodoto
(I 36), Polibio (III 59.3), Strabone (I 2.1) e Plinio il Vecchio (N.H. 5.51) osservano
che l’ampliamento delle conoscenze geografiche è favorito dalle conquiste milita-
ri. E’ ben noto del resto che nella storiografia antica (greca soprattutto) al raccon-
to degli avvenimenti si accompagna la descrizione etnico-geografica dei paesi che
costituiscono il teatro delle azioni umane. Per quanto banale questo fenomeno, vale
a dire l’intreccio di geografia e di storia, ha la sua importanza perché segna dure-
volmente lo sviluppo della letteratura antica fino a Strabone incluso.
Tre sono le principali componenti della geografia ellenistica che si ritrovano
anche nell’Iberia di Strabone: l’interesse per le questioni di geografia generale, per
usare un’espressione moderna, l’etnografia e l’archaiologhìa. Sullo sfondo, natu-
ralmente, vi è il processo di romanizzazione, che orienta soprattutto le osservazioni

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 49-63.
49
Francesco Prontera

sugli usi e sui costumi delle comunità indigene e ripropone in termini nuovi il vec-
chio contrasto fra «barbarie» e «civiltà». Riprendendo il tema già toccato lo scorso
anno1, mi limiterò a presentare alcune riflessioni sulla cartografia dell’Iberia, con-
siderandola da un duplice punto di vista: come porzione occidentale dell’ecumene,
da cui dipende il profilo dell’Europa e del Mediterraneo, e nella sua struttura inter-
na, che è segnata dalla delineazione dei sistemi orografici. Il carattere speculativo
della cartografia ellenistica, con la sua tendenza a tradurre in schemi geometrici
la realtà fisica e etnica di spazi la cui visione d’insieme sfugge alle capacità dello
sguardo umano, non può farci dimenticare le basi essenzialmente empiriche delle
sue costruzioni. E poiché i dati della geografia empirica (posizione relativa dei luo-
ghi, distanze, direzioni) sono prodotti essenzialmente dalle circostanze della storia
politico-militare, la rapresentazione cartografica ne conserva l’impronta soprattutto
quando si tratta di disegnare la fisionomia di singoli quadri regionali. Come cer-
cherò di mostrare, l’Iberia di Strabone costituisce un esempio di questo fenomeno
generale.
Una delle conseguenze più significative che ebbe la pubblicazione del tratta-
to di Eratostene sulla tradizione geografica fu senza dubbio il legame sempre più
stretto fra carta e testo, fra la geografia che rappresenta graficamente e quella che
descrive. Lo stesso campo semantico di gheographìa, -èo, -àphos designa indiffe-
rentemente l’una e l’altra attività, anche se in alcuni passi dei Prolegòmena strabo-
niani questi termini si riferiscono in senso stretto alle operazioni della cartografia. Il
medesimo discorso vale per l’uso di chorographìa -èo, il cui significato si sovrap-
pone a quello di gheographìa, -èo, quando Strabone nei Prolegòmena riprende e
critica idee di Polibio2. Il rapporto sempre più stretto fra l’ordine della descrizione
geografica e la sua controparte visiva non sottintende affatto che di norma i «libri»
di geografia ellenistica fossero illustrati da un apparato cartografico. Per quanto ne
sappiamo, le carte nel mondo antico non sono destinate al mezzo scrittorio, e tutta-
via la loro presenza nelle descrizioni geografiche si avverte ora in maniera più mar-
cata e più distinta rispetto al passato.
Ovviamente questo vale soprattutto per l’Asia dopo la conquista macedone.
Ma oltre all’ampliamento dell’orizzonte geografico, di cui lo stesso Eratostene è
ben consapevole, bisogna sottolineare un altro fatto nuovo: proprio grazie all’esem-
pio del grande alessandrino si apriva la possibilità di integrare nella carta del-
l’ecumene anche gli spazi continentali dell’Europa. La tendenza a schematizzare
in figure geometriche le regioni della terra abitata caratterizzava già la geografia
preellenistica; la novità sta però nel fatto che le medesime operazioni rientrano ora
in una griglia di coordinate. Questa griglia di linee parallele e ortogonali, tracciate

1
PRONTERA, F. (2006).
2
ID. (c.s.).

50
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA

a intervalli irregolari, ha certamente deboli basi scientifiche, come osserva Ipparco,


ma la collocazione dei luoghi notevoli in un mappamondo deve ora corrispondere
–almeno in linea di principio– alla loro posizione astronomica. Prescindendo dalle
premesse teoriche, che riguardavano l’armatura generale della carta, l’idea di dare
un carattere sistematico alle relazioni spaziali agì anche nella schematizzazione gra-
fica di territori meno estesi rispetto alle grandi partizioni dell’ecumene (le famose
sphraghìdes). Anche in questo si può notare l’eredità di Eratostene. Se per un verso
certi tentativi di Polibio sembrano fra loro sconnessi, perché manca un quadro
generale di riferimento –o se c’è, è arcaico– la «carta di Strabone» è invece quasi
interamente ricalcata su quella di Eratostene.
Cosa intendo con la «carta di Strabone»? Nulla ci autorizza a ipotizzare che
Strabone fosse un cartografo né che l’edizione dell’ opera geografica fosse corre-
data da un mappamondo o da una cartografia regionale. La sua familiarità con le
carte geografiche, d’altra parte, è presupposta dal modo in cui nei Prolegòmena (II
5.1 ss.; 14-17) guida i lettori nel disegno dell’ecumene, è presupposta dalla discus-
sione delle ipotesi cartografiche dei predecessori, e infine dal modo stesso in cui
Strabone disegna a parole la fisionomia di una regione o ne descrive le parti secon-
do una chiara e coerente delineazione (cf. per es. il profilo dell’Italia in V 1.1-3 o la
partizione dell’Asia cis-taurica in II 5.31-32 e XI 1.1-7). Con la «carta di Strabone»
intendo dunque l’aggiornamento o la revisione della carta di Eratostene; mi riferi-
sco, in altre parole, ad una rielaborazione che fu favorita dal carattere problematico
della costruzione eratostenica e dalla consapevole approssimazione dei suoi proce-
dimenti. Le critiche di Ipparco non hanno affatto demolito il disegno di Eratostene,
ma gli hanno conferito un carattere provvisorio, suscettibile di correzioni o di inte-
grazioni. Con tutta probabilità Posidonio ha contribuito non poco a quest’opera di
revisione cartografica, come si può vedere in certe pagine straboniane (per es. VI
2.1 = frg. 249 E.-K. sull’orientamento dei tre vertici del triangolo siciliano).
Alcuni esempi possono chiarire il senso di queste affermazioni. Nelle condi-
zioni storiche dell’età ellenistica assistiamo all’emergere dei sistemi oro-idrografici
come elementi diagrammatici3 che guidano il disegno dell’ecumene e l’individua-
zioni delle sue parti. L’ immensa fascia montuosa del Tauro, dall’Egeo all’oceano
Indiano presiede nella carta di Eratostene alla nuova immagine dell’Asia; nella
«carta di Strabone» questo rettangolo (3000 X 45.0000 stadi) si arricchisce di detta-
gli topografici che non possono risalire all’età di Eratostene. Fra il regno del Ponto
e quello di Cappadocia il confine è segnato da una catena montuosa «parallela al
Tauro» (XII 2.10). Una delle ramificazioni (aposchìdes) settentrionali del Tauro
(il Paryàdres) segna il confine orientale del regno pontico rispetto alla piccola

3
Uso l’aggettivo nel significato che gli attribuì MYRES, J.L. (1896).

51
Francesco Prontera

Armenia (XI 12.4 e 14.1; XII 3.18). Sono due esempi molto chiari di come la geo-
grafia straboniana dell’Asia, pur conservando l’impianto eratostenico (la fascia del
Tauro), attesta l’ordinamento di nuove informazioni prodotte dalla storia tardo-elle-
nistica (guerre mitridatiche e campagne di Pompeo).
Alla tradizionale rappresentazione litoranea della Grecia come una successio-
ne di penisole e di istmi, per usare le parole di Eforo (frg. 143 = STR., VIII 1.3),
si accompagna in età ellenistica la schematizzazione dei suoi sistemi orografici in
fasce parallele al corso dell’Istro e ortogonali rispetto al Pindo (STR., VII 7.1 e
8: Polibio?). La guerra annibalica portò a una migliore delineazione delle regioni
interne dell’Italia, dove la catena ininterrotta degli Appennini divide le regioni e i
popoli che si affacciano sull’Adriatico e sullo Ionio da quelli tirrenici, mentre le
Alpi insieme alla porzione settentrionale degli Appennini circoscrivono la pianura
padana e la separano dalla valle del Rodano (PLB., II 14-16). Come è ben noto, la
guerra annibalica e poi le conquiste romane fecero emergere la funzione diagram-
matica dei Pirenei, che si estendevano dal mare interno a quello esterno (PLB.,
III 37.9). Nella «carta di Strabone» l’erroneo orientamento dei Pirenei4 porta con
sé la rappresentazione distorta di altri elementi della geografia fisica, concepiti
come paralleli (l’Ebro, l’Idubeda, il Sucro, il Rodano, il Reno e i restanti tre fiumi
della celtica atlantica) o ortogonali ai Pirenei (i fiumi della Lusitania e il monte
Kèmmenon: cf. fig. 1). Come chi disegna un mappamondo deve cominciare dai due
assi principali, che intersecandosi a Rodi generano altre linee parallele alle prime
due (STR., II 5.16), così anche nella figura dell’Europa occidentale il tracciato
nord-sud dei Pirenei genera gli altri elementi diagrammatici delle regioni intere del-
l’Iberia e della Celtica (STR., II 5.27-28: cf. IV 1.1). La ricostruzione cartografica
che illustra l’edizione dei libri III-IV curata da F. Lasserre (Paris 1966) permette di
apprezzare l’interdipendenza fra la geografia dell’Iberia e quella della Celtica.
Questa rappresentazione dell’Europa occidentale non corrisponde però al
modello eratostenico. Proprio nei Prolegòmena, discutendo le ipotesi dei predeces-
sori sul plàtos dell’ecumene, Strabone (II 5.8) accenna infatti a una delineazione
del Mediterraneo occidentale ben diversa da quella di Eratostene, che aveva il suo
punto fermo nella latitudine di Marsiglia (ca. 43°N) collocata nettamente più a nord
rispetto alle Colonne (36°N)5. Secondo la vecchia ricostruzione di C. Müller6 (fig.
2) si tratterebbe di un’innovazione di Strabone, e inizialmente anche G. Aujac con-
divise implicitamente questa opinione, aggiungendo alla sua monografia Strabon et
la science de son temps (Paris 1966) una carta dell’ecumene che nel disegno del-

4
BELTRÁN LLORIS, F.-PINA POLO, F. (1994): 122 ss.
5
PRONTERA, F. (2006): 22 e 25.
6
Essa illustrava la sua edizione della Geografia straboniana nella Bibliothèque des auteurs grecs di Firmin-
Didot (Paris, 1853-58).

52
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA

l’Europa occidentale era simile alla ricostruzione di Müller7. Nella successiva edi-
zione dei primi due libri (Paris 1969) la carta di Strabone (fig. 3) ripropone invece,
anche nel disegno del Mediterraneo, l’impianto eratostenico.
Tali discrepanze nelle ricostruzioni moderne si spiegano con la oggettiva dif-
ficoltà di isolare nei Prolegòmena la posizione di Strabone da quella degli autori
discussi. Ora, ai fini del nostro discorso importa sottolineare un fatto: l’ipotesi stra-
boniana (II 5.8) secondo cui il Mediterraneo occidentale avrebbe una figura così
diversa da quella eratostenica (fig. 4), presuppone in realtà le stime degli itinerari
terrestri e marittimi di Polibio. Si tratta del famoso triangolo ottuso costruito da
Polibio per dimostrare che la distanza fra la costa di Narbona e il parallelo Rodi-
Colonne d’Eracle sarebbe solo di 2000 stadi, sì che la distanza in linea retta fra
lo stretto di Messina e le Colonne supererebbe di poco la somma dei due lati che
formano a Narbona l’angolo ottuso (STR., II 4.2). Il contesto della discussione
riguarda un problema tipico di geografia generale: si tratta di misurare l’estensio-
ne dell’ecumene (da est a ovest) nella sua porzione occidentale. Già Eratostene,
servendosi delle osservazioni di Pitea, aveva affrontato il problema di stimare la
sporgenza occidentale dell’Europa rispetto al meridiano di Cadice-Lixus. Polibio
non ripone nessuna fiducia sulle osservazioni di Pitea e fa invece valere le nuove
informazioni degli itinerari terrestri (STR., II 4.4 = PLB., XXXIV 7.1-5): l’Iberia
si estende dai Pirenei fino al suo lato occidentale per oltre 9000 stadi e questa stima
è commisurata all’intero corso «in linea retta» del Tago, le cui sorgenti distano più
di 1000 stadi dai Pirenei. Sono distanze fortemente sopravvalutate, come osserva
Strabone che può utilizzare le stime fornite da Artemidoro e da Posidonio (cf. III
1.3: 6000 stadi di mèkos, 5000 di plàtos).
Senza entrare nei dettagli delle cifre, importa considerarne le conseguenze sul
piano della rappresentazione geografica. Mentre nella carta di Eratostene Marsiglia
si trova ad occupare il vertice di un golfo ampio e profondo, nel triangolo di Polibio
la costa iberica e celtica del Mediterraneo si appiattisce, sì che tutto il litorale
compreso fra i Pirenei e le Colonne diventa il lato meridionale dell’Iberia. E’ la
medesima immagine che trasmette il testo del papiro di Artemidoro, dove il lato
mediterraneo dell’Iberia, dai Pirenei a Cadice, «è parallelo alle terre poste a sud»8.
Per Artemidoro il lato occidentale (il terzo lato) comincia da Cadice e non dal pro-
montorio sacro.
Quando nei Prolegòmena Strabone (II 5.8: p. 88 Aujac) prende in considera-
zione l’ipotesi che Marsiglia si trovi a una latitudine assai più meridionale rispetto a

7
Ora anche RADT, S. (2006) ha aggiunto al primo vol. di commento una carta dell’ecumene (1b), tratta
da Bunbury, che nel profilo mediterraneo ricalca la ricostruzione di Müller (la costa celtica e ligure nettamente più
meridionale di Bisanzio); cf. anche THOMSON, J.O. (1948): 194, fig. 26.
8
Cito da GALLAZZI, C., SETTIS, S. (2006): 157; cf. la parafrasi di KRAMER, B. (2006): 101.

53
Francesco Prontera

Bisanzio (!), egli traduce in termini di geografia eratostenica (= cartografia) le stime


degli itinerari e delle direzioni, sulle quali si basano le rappresentazioni empiriche
di Polibio e di Artemidoro9. Quando però all’inizio del III libro disegna la figura
dell’Iberia, egli si allontana in parte da Artemidoro: per Strabone il lato meridionale
della penisola va dai Pirenei fino al promontorio sacro, che segna il punto più occi-
dentale dell’Europa e dell’ecumene (III 1.4 e 1.6). Così il Tago, l’Anas e il Baetis
nascono nella parte orientale dell’Iberia e il corso dei tre fiumi per un tratto presen-
ta un andamento parallelo; poi l’Anas e il Baetis piegano verso sud per sboccare
nell’oceano (III 1.6). Strabone rappresenta dunque il migliore testimone del carat-
tere aperto, per così dire, della cartografia ellenistica, che sulle orme di Eratostene
riformula le sue ipotesi di lavoro; come si è già detto, Posidonio svolge in questo
senso un ruolo importante che meriterebbe un’indagine circostanziata. Sono aspetti
problematici della tradizione ellenistica che hanno scarsissima eco nella geografia
latina, e di cui si perdono le tracce anche nella sistemazione di Tolemeo.
Il disegno generale dell’Iberia, la sua posizione nella carta dell’ecumene,
l’orientamento dei lati che tratteggiano la sua figura, rispondono evidentemente
alle esigenze speculative di una geografia «scientifica». Certamente la conquista
romana, che si concluse nell’arco di due secoli –nelle Gallie invece cominciò più
tardi e giunse al termine in minor tempo (STR., III 4.5)– creò solo le condizioni per
la piena integrazione dell’immagine peninsulare nella rappresentazione della terra
abitata, ma essa agì direttamente sulla progressiva e discontinua conoscenza dei
territori interni. Fu la conquista che ne rivelò la topografia e la varia realtà etnica
secondo i punti di vista e le contingenze della geografia militare10. Nonostante il
carattere libresco e la stratificazione delle fonti, la descrizione straboniana conserva
ancora i segni di questo lungo processo di scoperta dei territori interni. Proprio lo
sforzo intellettuale di mettere ordine a tavolino nell’etnogeografia continentale del-
l’Iberia, l’intenzione di non lasciare grandi spazi vuoti all’interno del profilo costie-
ro, consentono di vedere come in filigrana i chiaro-scuri della tradizione, gli assi
portanti che orientano la prospettiva selettiva, e quindi necessariamente squilibrata
della descrizione.
Come termine di confronto si pensi alle regioni contigue al di là dei Pirenei. I
territori della Celtica transalpina si presentano secondo l’ordine dettato dalle forme
geometriche dei loro confini naturali. Al rettangolo della Narbonese segue l’Aquita-
nia che con l’aggiunta dei territori compresi fra Garonna e Loira (Augusto) forma a
sua volta altri due rettangoli (STR., IV 1.1 e 3; 2.1). Il criterio di elaborare la descri-

9
L’ipotesi di Strabone rientra nella discussione sui limiti della zona abitabile nell’Europa nord-occidentale
e quindi coinvolge l’attendibilità del resoconto di Pitea: STR., II 5.8 = Pitea, frg. 8c BIANCHETTI, S. (1998) con
il relativo comm.: 150 ss.
10
Esemplari le considerazioni sviluppate al riguardo da LE ROUX, P. (1995): 19-34; cf. inoltre ID. (2006) e
CADIOU, F. (2006).

54
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA

zione di grandi spazi secondo unità etnico-regionali ben distinte, i cui contorni si
saldano reciprocamente, è operante anche nell’ Iberia; qui però il procedimento non
si traduce nel disegno di figure geometriche regolari anche perché, una volta abban-
donata la paralìa, i contorni delle regioni sono segnati unicamente dalla lista ordi-
nata dei popoli limitrofi.
Vale la pena richiamare per sommi capi la sequenza descrittiva della perie-
gesi iberica e i suoi principi strutturali. Strabone comincia dal promontorio sacro
«il punto più occidentale non solo dell’Europa, ma di tutta l’ecumene» (III 1.4),
dove il lato meridionale della penisola si salda a quello occidentale (III 1.6). Alla
descrizione del litorale compreso fra l’Anas e le Colonne seguono la Turdetania
e la Lusitania. Strabone torna quindi alle Colonne (II 4.1) da dove riparte per illu-
strare la costa mediterranea fino ai Pirenei con il suo entroterra. Quest’ ultima
porzione dell’Iberia fu però la prima ad entrare nell’orbita della conquista roma-
na, orientandone i punti di vista e le rappresentazioni geografiche. Occorre quindi
ripensare l’ordinamento degli spazi che si affacciano sull’oceano invertendo, in un
certo senso, la sequenza della descrizione straboniana. I fiumi che si gettano nel-
l’Atlantico esercitano la loro funzione ordinatrice non solo verso la zona litoranea
ma anche nei territori interni, dove le loro sorgenti e il loro corso vengono associati
ad una topografia etnica che costituisce un vero e proprio sistema in sé coerente di
relazioni spaziali. Il Tago, di cui già Polibio si serve per stimare la lunghezza del-
l’Iberia, nasce dal paese dei Celtiberi e scorre verso l’occidente equinoziale11 attra-
verso il territorio dei Carpetani e dei Lusitani (III 3.1). Carpetani, Oretani e Vettoni
si ritrovano «nelle parti alte» della mesopotamia formata dal Tago e dall’Anas (III
1.6), vale a dire «nelle parti orientali» da cui nascono i due fiumi e lo stesso Baetis.
Questa topografia etnica segna distintamente i limiti fra Turdetania-Lusitania da
una parte e Celtiberia dall’altra. La lista di quattro popoli (da sud a nord: Carpetani,
Vettoni, Vaccei, Callaici) costituisce il limite orientale della Lusitania e quello occi-
dentale della Celtiberia12; a sud dei Carpetani gli Oretani segnano il limite orientale
della Turdetania e meridionale della Celtiberia. Trova qui applicazione il principio
enunciato in un passo ben noto dei Prolegòmena (II 1.30) dove viene discussa la
costruzione eratostenica delle sphragìdes dell’Asia: le divisioni dello spazio geo-
grafico, osserva Strabone, dovrebbero corrispondere ai confini segnati dalla natura
(fiumi, monti, mari) o dall’insediamento di uno o più popoli.
Alle regioni dell’altopiano si fa riferimento già nella periegesi della Turdetania
e della Lusitania, ma solo perché da lì scendono i fiumi atlantici; perciò le regioni

11
L’intero corso del Tago è quindi perpendicolare al tracciato dell’Idubeda e dei Pirenei. La sua funzione
come asse di riferimento nelle rappresentazioni polibiane della penisola appare sconnessa rispetto al corso del-
l’Ebro, come osserva MORET, P. (2003): 282 s.
12
Cf. III 3.3 con III 4.12. Sulla nozione amplia di Celtiberia in Strabone, come riflesso di concezioni polibia-
ne, cf. CRUZ ANDREOTTI, G. (2003): 211 ss.

55
Francesco Prontera

interne restano come sullo sfondo. La mesògaia iberica in quanto tale, vale a dire
in quanto spazio geografico separato nelle sue peculiarità etniche e fisiche, emer-
ge solo in rapporto alla paralìa mediterranea, ed è da qui che bisogna partire per
riacquisire la prospettiva originaria della conquista romana. Il passo fondamentale
è III 4.10 dove leggiamo che la mesògaia dell’Iberia (vale a dire della zona preva-
lentemente marittima compresa fra le Colonne e i Pirenei) è divisa soprattutto da
due monti. Uno è parallelo ai Pirenei e si chiama Idubeda, l’altro «si estende verso
occidente dal centro13 (dell’Idubeda) poi piega verso sud e verso la costa che viene
dalle Colonne. All’inizio è una collina priva di alberi, poi attraversa il cosiddetto
spartàrion pedìon e si unisce quindi alla foresta che si trova alle spalle di Nova
Carthago e della zona di Malaga. Questo secondo monte si chiama Orospeda».
Come si è già accennato, la rappresentazione del rilievo come un insieme
articolato di montagne, e non solo come elevazioni isolate che si staccano dalla
pianura, si fa strada relativamente tardi nella geografia antica rispetto alla rappre-
sentazione del litorale marino. La continuità della paralìa corrisponde all’itinerario
costiero che prevede solo due direzioni; la sequenza di sporgenze e rientranze, di
foci fluviali, di porti e approdi, di popoli e di città può essere invertita nella regi-
strazione del periplo, ma rimane comunque invariato l’ordine della contiguità
topografica. I percorsi terrestri, da cui dipendono la percezione e rappresentazio-
ne del rilievo, sono ovviamente ben più diversificati, come diversificata è anche la
prospettiva da cui si guarda alla montagna. Poiché essa costituisce un ostacolo alla
marcia degli eserciti, si capisce che nel contesto di operazioni militari sono soprat-
tutto i passi e i valichi che segnalano la sua presenza, anche quando la fonte antica
non ne fa esplicita menzione. Quando si tratta di schematizzare la struttura orogra-
fica di un intero continente come l’Asia, è evidente che la «geografia scientifica»
opera un’astrazione ardita ricomponendo i dati della geografia empirica. Quando
però il geografo antico tratteggia il rilievo dell’Iberia mediterranea, egli riflette –e
forse in parte anche riordina– informazioni risalenti direttamente alla storiografia e
alle circostanze della conquista; egli riflette comunque osservazioni autoptiche, det-
tate dall’esperienza degli itinerari.
Due fatti vanno sottolineati nel nostro caso. Le fonti di Strabone hanno ela-
borato un’immagine abbastanza netta della «dorsale montuosa» che separa la costa

13
Recentemente RADT, S. (2006): 372 ad loc. («d.h. offenbar: von der Mitte der Küste»), ha riproposto l’
interpretazione di SCHULTEN, A. (19742): 190 s. La direzione assegnata da Strabone all’Orospeda è però incom-
patibile con tale interpretazione; poiché il secondo monte della mesògaia si estende prima verso occidente e poi
verso sud, non può avere inizio da una costa che si estende nel senso est-ovest e costituisce il lato meridionale della
penisola. Rispetto ai Pirenei e all’Ebro l’andamento dell’Orospeda non è né parallelo (come l’Idubeda) né orto-
gonale (come il Tago). L’interpretazione di Schulten si appoggiava su Ptol. Geogr. II, 6, 20, dove però l’Idubeda
non appare più come parallelo all’Ebro: cf. THOMSON, J.O. (1948): 232, fig. 29, e la carta dell’Iberia secondo
Tolemeo inserita alla fine del vol. di TOVAR, A. (1976).

56
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA

compresa fra Malaga e Cartagena dall’entroterra. Questo entroterra è l’alta valle


del Baetis, cui si accede da Cartagena passando per Castulo. E’ l’itinerario lungo
il quale i Romani affrontano le forze cartaginesi prima di soccombere nel 211 a.C.
ed è l’itinerario seguito dall’Africano nelle operazioni di conquista nella Betica
(209-206 a.C.). In fondo è questa la prima mesògaia dell’Iberia in cui si aprirono
la strada gli eserciti romani, prima che le guerre contro i Celtiberi li spingessero
nella valle dell’Ebro e nelle regioni degli altopiani14. Colpisce in secondo luogo il
tentativo di stabilire attraverso l’Orospeda una connessione fra l’Idubeda, inteso
come limite «orientale» della Celtiberia, e la «dorsale montuosa» che corrisponde
al nostro Sistema Betico. Infatti il Sucro (Júcar) –il cui bacino separa in realtà la
Cordillera Betica da quella Iberica– scorre dall’Orospeda indicato qui, ma senza
essere nominato, come «il monte contiguo alla dorsale che si trova alle spalle della
zona di Malaga e di Cartagena» (III 4.6). E poiché dal medesimo monte scende
anche il Baetis che «scorre attraverso l’Oretania nella Betica»15 (III 4.12), il terri-
torio montano dell’Orospeda rappresenta lo spartiacque fra il bacino del Sucro e
quello del Baetis.
Rispetto all’immagine fisica della Grecia, dell’Italia e della Celtica transalpina
la massa continentale dell’Iberia si presenta nella geografia antica meno differen-
ziata e relativamente povera di elementi che possano articolarne i territori interni; la
topografia etnica supplisce solo in parte a questa mancanza. D’altro canto non pos-
siamo dimenticare che la sua struttura oro-idrografica con la caratteristica meseta16
costituisce un’acquisizione della scienza geografica moderna e delle sue tecniche
cartografiche, per non parlare delle immagini prese da satellite. L’identificazione
dell’Orospeda, in altre parole, dovrebbe corrispondere alla particolare funzione che
esso svolge nella geografia della conquista romana e nelle fonti di Strabone, prima
di tradursi in una didascalia da collocare sulla carta dell’atlante storico17. Fra le rico-
struzioni moderne della figura dell’Iberia ad mentem Strabonis, quella di C. Müller
(fig. 5), poi variamete ripresa, può forse chiarire perché il profilo della Celtiberia
apparisse irregolare (anòmalos) agli occhi di Strabone (III 4.12) e delle sue fonti,
ma non scioglie tutti i dubbi sulla reale consistenza della parte iniziale dell’Orospe-
da, concepito come limite meridionale della Celtiberia, mentre l’Idubeda ne costi-
tuisce il limite orientale18. All’Idubeda, con ogni probabilità, fa riferimento Polibio

14
Cf. nello stesso senso le osservazioni di CIPRÉS, P. (2006): 188.
15
La prospettiva sul corso del Baetis qui è opposta e complemetare rispetto a quella dell’itinerario fluviale
che risale dalla foce fino a Cordova, ma a monte di Cordova verso Castulo il fiume non è più navigabile (STR., III
2.3).
16
Il termine venne coniato nel 1799 da A. von Humboldt: cf. SCHULTEN, A. (19742): 155.
17
Cf. la tav. 27 (a cura di P. O. Spann, 1996) del Barrington Atlas of the Greek and Roman World, ed. by
Richard J.A. Talbert, Princeton University Press 2000 e il Map-by-map directory, vol. I, p. 446.
18
Cf. CIPRÉS, P. (2006): 186 ss. e CRUZ ANDREOTTI, G. (2006): 84 ss.

57
Francesco Prontera

senza nominarlo (III 17.2) quando osserva che Sagunto si trova in riva al mare pres-
so la propaggine della catena montuosa che separa l’Iberia dalla Celtiberia. Anche
in Strabone questo insieme di monti, ora più esteso e articolato (parte dell’Idubeda
+ l’Orospeda), dovrebbe dividere l’Iberia dalla Celtiberia. Quale che sia la corri-
spondenza con la realtà orografica, l’Orospeda stabilisce un collegamento fra il
Sistema Iberico e il Sistema Betico.
Per concludere queste riflessioni, nella carta straboniana dell’Iberia alcune
porzioni del mosaico etnico appaiono come sfumate o in ombra rispetto a quel-
le contigue, e tuttavia alla fine del III libro, prima della sezione insulare, si può
dire che la descrizione della mesògaia (divisa in due parti: la valle dell’Ebro e la
Celtiberia) si salda abbastanza coerentemente a quella delle regioni che si affac-
ciano sulla paralìa del mare interno ed esterno. Le condizioni storiche portarono
infatti ad una migliore raffigurazione della struttura fisica dell’Iberia e della sua
frammentazione etnica. Questa migliore raffigurazione non può naturalmente esse-
re confrontata con l’efficacia visiva della cartografia moderna, ma va interpretata
alla luce delle informazioni disponibili e nel quadro dei condizionamenti e dei limi-
ti che pesano sulle rappresentazioni approssimative della geografia empirica, sui
tentativi di tradurre in un’immagine coerente le mappe mentali di territori diversi e
non sempre contigui. Possono trovare così una spiegazione gli errori di orientamen-
to nella topografia, le inevitabili deformazioni come pure le lacune presenti nella
«carta straboniana» dell’ Iberia. Sotto certi aspetti essa può essere accostata a quella
dell’Asia Minore (libri XII-XIV): in ambedue i casi abbiamo una figura massiccia,
i cui quattro lati sono orientati secondo i punti cardinali. Mentre il Tauro assicura la
continuità fra le regioni montuose al di qua e al di là dell’istmo anatolico (Media-
Armenia-Cappadocia-Cilicia), sull’istmo iberico insiste la catena dei Pirenei, che
separa l’Iberia dalla Celtica; solo l’Idubeda e l’Orospeda intervengono nel disegno
delle regioni interne. Ma al di là di quest’accostamento esteriore e formale, è ovvia-
mente la geopolitica della storia ellenistica che fa dell’Iberia e dell’Asia Minore
due mondi totalmente diversi. Di questa diversità si ebbe certo una chiara percezio-
ne nel senato romano che nell’arco di appena un decennio (197 e 188 a.C.) deliberò
sull’organizzazione provinciale delle due Hispaniae e stabilì il nuovo assetto poli-
tico dell’Asia. Nel primo caso si trattava di governare su territori situati al limite di
spazi geografici ostili e ancora inesplorati, nel secondo caso le clausole territoriali
dettate da Roma esprimevano semplicemente il comune interesse dei suoi alleati
greci di ricacciare Antioco al di là del Tauro.

58
Fig. 1. F. Lasserre, Strabon, Géographie, livres III-IV, Paris, 1966

59
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA
60
Francesco Prontera

Fig. 2. Il Mediterraneo nella carta di Strabone secondo C. Müller, in Ch. Jacob, Géographie et ethnographie en
Grèce ancienne, Paris, 1991, p. 113
Fig. 3. Il Mediterraneo nella carta di Strabone secondo G. Aujac, Strabon, Géographie, livres I et II, Paris, 1969

61
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA
Francesco Prontera

Fig. 4. Il Mediterraneo nella carta di Eratostene (G. Aujac, Eratosthène de


Cyrene, le pionnier de la géographie, Paris, 2001)

Fig. 5. C. Müller, Strabonis Geographicorum tabulae XV, Paris, 1880

62
STRABONE E LA TRADIZIONE DELLA GEOGRAFIA ELLENISTICA

BIBLIOGRAFÍA

BELTRÁN LLORIS, F.-PINA POLO, F., (1994): «Roma y los Pirineos: la formación de una frontera»,
Chiron, 24: 103-133.
BIANCHETTI, S., (1998): Pitea di Marsiglia, L’Oceano, Pisa–Roma.
CADIOU, F., (2006): «Renseignement, espionnage et circulation des armées romain: vers une géo-
graphie militaire de la péninsule ibérique à l’époque de la conquête», in G. Cruz Andreotti, P. Le
Roux & P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica, Málaga-Madrid,
pp. 135-152.
CIPRÉS, P., (2006): «La geografía de la guerra en la Celtiberia», in G. Cruz Andreotti, P. Le Roux & P.
Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica, Málaga-Madrid, pp. 177-197.
CRUZ ANDREOTTI, G., (2003): «Polibio y la geografia de la península ibérica: la construcción de un
espacio político», in J. Santos & E. Torregaray (eds.), Polibio y la Peninsula Ibérica. Revisiones
de Historia Antigua IV, Vitoria-Gasteiz, pp. 185-227.
— (2006): «Polibio y la integración histórico-geográfica de la Península Ibérica» in G. Cruz Andreotti,
P. Le Roux & P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica, Málaga–Ma-
drid, pp. 77-96.
GALLAZZI, C., SETTIS, S., (2006): Le tre vite del papiro di Artemidoro. Voci e sguardi dall’Egitto
greco-romano, a cura di S. Settis e C. Gallazzi, Milano.
LE ROUX, P., (1995): Romains d’Espagne, Paris.
— (2006): «L’invention de la province romaine d’Espagne citérieure de 197 a.C. à Agrippa», in G. Cruz
Andreotti, P. Le Roux & P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica,
Málaga-Madrid, pp. 117-134.
KRAMER, B., (2006): «La Península Ibérica en la Geografía de Artemidoro de Efeso», in G. Cruz
Andreotti, P. Le Roux & P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica,
Málaga-Madrid, pp. 97-114.
MORET, P., (2003): «Sobre la polisemia de Ibér e Iberia en Polibio», in J. Santos & E. Torregaray, (eds.),
Polibio y la Peninsula Ibérica. Revisiones de Historia Antigua IV, Vitoria-Gasteiz, pp. 279-306.
MYRES, J.L., (1896): «An attempt to reconstruct the maps used by Herodotus», Geogr. Jour. VI: 605-
629.
PRONTERA, F., (2006): «La penisola iberica nella cartogrfia ellenistica», in G. Cruz Andreotti, P. Le
Roux & P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica, Málaga-Madrid,
pp. 15-29.
— (c.s.): «Geografia e corografia: note sul lessico della cartografia antica», Pallas, in corso di stampa.
RADT, S., (2006): Strabons Geographika, Band 5, Buch I-IV: Kommentar, Göttingen.
SCHULTEN, A., (19742): Iberische Landeskunde, Geographie des antiken Spanien, Baden-Baden.
THOMSON, J.O., (1948): History of Ancient Geography, Cambridge (rist. New York,1965).
TOVAR, A., (1976): Iberische Landeskunde, II.2, Baden-Baden.

63
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA
DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE DANS LE LIVRE III
DE LA GÉOGRAPHIE DE STRABON

PATRICK COUNILLON
Institut Ausonius-Bordeaux

La Géographie de Strabon est une source précieuse dans la connaissance du monde


Romain au début de l’époque impériale, et sa place dans les études contemporaines
consacrées à la péninsule Ibérique montre qu’elle en est même une source fonda-
mentale. Mais la richesse même des informations qu’elle nous fournit tend parfois à
nous faire oublier que la Géographie est un livre et que les informations que recèle
celui-ci sont soumises aux lois du discours et de sa mise en forme1. Parce que nous
lisons Strabon avec un oeil sur la carte de l’Espagne, nous oublions que ce livre a
été un volumen, qu’il était lu peut-être, vraisemblablement écouté, que Strabon en
était conscient et que, tant par formation personnelle que par choix didactique, il a
aidé son lecteur à le comprendre en utilisant les ressources de la rhétorique et non
celles de la typographie et des cartes2: si érudit et amateur de livres savants qu’ait
pu être Strabon lui-même, sa formation, comme celle de ses contemporains, le pré-
parait plus à parler qu’à écrire.
Cette analyse de la description de la péninsule Ibérique chez Strabon ne porte
ni sur les sources utilisées par Strabon dans la construction du livre III, ni sur les
réalités historiques ou géographiques qu’il recouvre: j’ai tenté de déterminer l’ima-
1
Ma démarche s’inspire de deux études de P. Thollard. On trouvera dans Thollard (1987) une analyse du
plan du livre III (pp. 69-71), la distinction entre différents types d’exposition selon les parties (p. 67), une critique
(pp. 76-77) du plan de F. Lasserre (1966). Je suis d’accord pour l’essentiel avec les thèses de son livre, mais plus
sensible aux intentions didactiques de Strabon, au service desquelles il met les lieux communs de l’ethnographie
grecque. J’ai d’autre part suivi pour l’Espagne les méthodes appliquées au nord de la Gaule par Thollard (2002),
méthodes qui me paraissent éclairer également le livre III.
2
Les éditions modernes de Strabon sont découpées en chapitres et en paragraphes soulignés par la typogra-
phie et des sous-titres introduits par l’éditeur qui permettent de repérer, par exemple, des régions géographiques
comme la Tourdètania, la Lusitania etc. Or ces subdivisions sont modernes, et s’appuient sur des analyses forcé-
ment faillibles. Dans le texte de Strabon, les découpages sont marqués par les balancements, les ponctuations, les
transitions soulignées par des clausules empruntés à la rhétorique.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 65-80.
65
Patrick Counillon

ge de la péninsule qu’un lecteur ancien de Strabon pouvait s’en former, même sans
expérience particulière de la péninsule Ibérique, en n’ayant pour s’en représenter
la géographie que le secours du texte de Strabon lui-même3. Pour me simplifier la
tâche, j’ai omis le dernier chapitre, consacré aux îles.
Je me suis donc attaché en premier lieu aux passages du livre III où Strabon
décrit un espace géographique, à la façon dont cet espace est décrit et à l’articulation
de ces passages entre eux4. Cette première lecture révèle que dans ces passages, cer-
tains espaces occupent une place particulière, soit que Strabon y soit particulièrement
elliptique, soit au contraire qu’il y revienne à plusieurs reprises: je m’y attacherai
dans ma seconde partie. Enfin, je mettrai ces parties descriptives en perspective: après
la lecture du livre III, en effet, un lecteur avait acquis sur la péninsule des savoirs
météorologiques, climatiques, ethnographiques, botaniques, archéologiques, histori-
ques et bien d’autres: comment s’intègrent-ils dans l’espace géographique décrit par
Strabon, et qu’est-ce, à ce compte, qu’un espace géographique pour Strabon?

1. Les descriptions d’espace géographique dans le livre III

1.1. Image générale de la péninsule (fig. 1)

La comparaison de la péninsule à une peau de boeuf et son intégration dans les repré-
sentations générales de l’oikoumène apparaît avant le livre III5. Quand il y arrivait,
3
C’est pourquoi, dans la suite de l’article, les orientations données ne sont pas les orientations réelles des
territoires, mais celles que leur donne Strabon. Quant au lecteur de la Géographie, cf. STR., I 1.23: «Nous avons
jugé bon d’y [aux Commentaire historiques] ajouter le présent traité: il est de même forme, s’adresse aux mêmes
lecteurs et tout particulièrement aux gens haut placés». La suite justifie par avance les contradictions que je sou-
lignerai infra dans la construction de l’espace ibérique: «De la même manière que, en histoire, on ne fait mention
que de ce qui est relatif aux hommes illustres et à leur existence, tandis qu’on omet les détails mineurs… de même
il faut négliger les détails mineurs et sans notoriété… Tout ainsi que dans les statues colossales, l’on ne cherche pas
l’exactitude de chaque détail, mais l’on s’attache plutôt à l’essentiel», trad. AUJAC, G. (1969).
4
Par description d’un espace géographique, j’entends tous les passages où Strabon demande à son lec-
teur de se représenter une région ou un lieu en s’appuyant sur des repères géographiques définis, qu’il s’agisse de
points cardinaux ou d’accidents de la géographie physique: dans ce type de catégories entrent par exemple aussi
bien l’image de la péninsule Ibérique que la description de Tarrakôn (III 4.7) ou Emporion (III 4.8). Cf. STR., II
1.30: «En matière géographique, mieux vaut prendre modèle sur les dissections par membre plutôt que sur celles
qui sont le fruit du hasard; cela permet d’adopter les dessins signifiants et les limites claires qui sont utiles à la géo-
graphie. Un pays a des limites claires chaque fois qu’il est possible de le définir par des fleuves, des montagnes, la
mer, ou encore par un peuple ou une série de peuples, ou encore par les dimensions et la forme, là où c’est possible.
Partout, au lieu d’une définition géométrique, une définition simple et globale suffit. Pour les dimensions, il suffit
de donner la plus grande longueur et la plus grande largeur… Pour la forme, il suffit de représenter le pays par une
figure géométrique (par exemple la Sicile par un triangle) ou par quelque autre forme connue (par exemple l’Ibérie
par une peau d’animal, le Péloponnèse par une feuille de platane)», trad. AUJAC, G. (1969). Même technique chez
Polybe, cf. CRUZ ANDREOTTI, G. (2006): 80-81.
5
STR., II 5.27: «Si on entre dans le détail, on trouve d’abord, en partant de l’occident, l’Ibérie, fort sembla-
ble à une peau de boeuf dont la partie formant le cou se continuerait jusqu’à la Celtique attenante, c’est à dire en

66
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...

le lecteur avait dans l’esprit une représentation constituée de la péninsule dans son
ensemble et Strabon en avait précisé l’image en y ajoutant quelques golfes et quel-
ques corrections d’orientation selon les habitudes de la diorthosis géographique6.
Strabon revient à cette image, après un premier paragraphe qui la structure
plus globalement en opposant le nord inhospitalier au sud prospère7: elle est orien-
tée, il en donne les dimensions approximatives, son articulation avec la Celtique, en
parcourt le périmètre, introduisant ainsi les toponymes qui lui serviront de balises
dans la description régionale, le Hièron Akrôtèrion, le cap Nérion, et les deux extré-
mités du mont Pyrènè. Il s’en dégage une image générale cohérente dans laquelle
Strabon va loger la chorographie des différentes régions qu’il définit.
Soulignons encore que ce découpage chorographique n’est pas annoncé, que
les subdivisions –Tourdètania, Lusitania, «reste» de l’Ibèria– sont signalées au fur
et à mesure, et que le texte progresse continuement comme un discours qui cons-
truirait progressivement l’image du seul ensemble déterminé par Strabon, l’Ibèria.

1.2. Tourdètania, III 1.4-III 2.1 (fig. 2)

Strabon commence sa description de la péninsule Ibérique par le sud-ouest. Il prend


pour point de départ la Tourdètania, mais la fait précéder de la région du Hièron
Akrôtèrion, dont il repartira au moment d’entamer la description de la Lusitania8.
Deux paragraphes sont consacrés au cap et à sa région, le Cuneus, avant que
Strabon ne glisse à la Tourdètania proprement dite. C’est l’occasion pour lui d’en
donner la première image à partir de l’Anas auquel il est arrivé9. La description

direction de l’est, et serait coupée par la chaîne des montagnes dénommée Pyrènè, qui constitue un des côtés. Le
pays lui-même est encerclé par les flots: au sud, c’est notre mer jusqu’aux Colonnes d’Hercule; pour le reste, c’est
l’Atlantique jusqu’aux Promontoires septentrionaux du mont Pyrènè. L’Ibérie mesure dans les 6000 stades de long
au maximum et 5000 stades de large». Autres passages: II 5.28, golfes; II 5.14: diaphragme du cap Sacré à Rhodes.
L’image de la peau de boeuf, héritée, n’est d’ailleurs pas claire, comme le montre la diversité des interprétations.
J’y vois pour ma part un parallelélogramme aux angles étirés pour correspondre aux départs des cuisses du boeuf/
aux principaux caps; les Pyrénées pourraient en représenter le départ du cou, ce qui rendrait compte du rétrécisse-
ment de la péninsule à ce niveau, et des golfes de Celtique.
6
STR., II 5.15: «Quand on fait voile en sens opposé à partir du cap Sacré, jusque chez les dénommés
Artabres, le trajet se fait en direction du nord, en regardant toujours à droite la Lusitanie: puis tout le reste se fait
vers l’est, formant un angle obtus, jusqu’aux caps Pyrénéens qui viennent mourir dans l’océan». Ce passage est
suivi un peu plus loin d’un passage bien connu et important ici, II 5.17: «C’est la mer au premier chef qui décrit la
terre et lui donne sa forme, façonnant des golfes, des océans, des détroits et conjointement des isthmes, des pres-
qu’îles, des promontoires», trad. AUJAC, G. (1969). Sur la diorthosis, cf. JACOB, Ch. (1986).
7
STR., III 1.2., voir infra sur ce paragraphe.
8
Après la région du Hièron Akrôtèrion, la description de la Tourdètania (fin de III 1.6) assimilée à la
Bétique, est annoncée par une discussion sur le nom, l’antiquité et la culture des Tourdètanoi qui se termine par
l’annonce d’un éloge en règle, o{sa sunteivnei pro;~ to; maqei`n th;n eujfui?an tw`n tovpwn kai; th;n eujdaimonivan.
La conclusion, III 2.15, est laconique: «Voilà pour ce peuple».
9
STR., III 1.6: «Cette région, l’en-deçà de l’Anas, s’étend vers l’est jusqu’à l’Ôrètania, au sud jusqu’au

67
Patrick Counillon

proprement dite qui vient ensuite se fait en deux mouvements10. Un périple part de
Kalpè et des Colonnes, limite orientale de la Tourdètania, en direction de l’ouest et
de l’embouchure de l’Anas, et se termine par une récapitulation des distances entre
les différents points de la côte, de Kalpè au Hièron Akrôtèrion11. Il définit alors plus
précisément les limites continentales de la Tourdètania: les limites nord et ouest par
l’Anas (dont nous avons appris que le cours est orienté d’abord vers l’ouest puis
vers le sud), celles de l’est par les Karpètanoi et les Ôrètanoi, tandis qu’au sud les
Bastètanoi occupent la côte de Kalpè à Gadeira et au-delà. Strabon en donne les
dimensions approximatives, 2000 par 2000 stades.
Pour son lecteur, l’espace ainsi défini est une nouvelle fois cohérent et ima-
ginable, et cela d’autant plus que sa contiguïté au Hièron Akrôtèrion est soulignée
par les toponymes et les comparaisons12. Mais quiconque chercherait à le cartogra-
phier buterait inévitablement sur des impossibilités matérielles et des contradictions
(Comment articuler Cuneus, Tourdètania et Lusitania? Comment prendre en comp-
te les distances du périple et les mesures itinéraires?). D’ailleurs, à peine cet espace
défini, Strabon paraît l’oublier immédiatement lorsqu’il en arrive à la description
détaillée des villes de la Tourdètania et de ses ressources: c’est à peine si quelques
distances sont données ici ou là (en particulier sur la vallée du Bètis)13.

1.3. La Lusitania, III 3.1-8 (fig. 2)

La description de la Lusitania ressemble assez à celle de la Tourdètania, y compris


dans la façon dont elle est abordée. Elle ne commence pas directement, car Strabon
repart du Hièron Akrôtèrion pour arriver au Tage (qui forme la frontière méridiona-
le de la Lusitania), comme il l’a fait avec l’Anas. Comme pour le Hièron Akrôtèrion
ce premier paragraphe est une notice sur le bassin du Tage qui en décrit le cours,
l’histoire récente, avant d’en évoquer la vallée supérieure comme pour l’Anas14.

rivage qui va depuis l’embouchure de l’Anas juqu’aux Colonnes». C’est le point de vue de quelqu’un qui se trouve-
rait dans l’angle nord-ouest du carré approximatif dont Strabon fait la Tourdètania, point où il a amené son lecteur à la
page précédente, l’endroit où les cours du Tage et de l’Anas cessent d’être parallèles.
10
La côte d’abord (III 1.6-9) puis la partie continentale (III 2.1).
11
Périple = III 1.7-9.
12
III 2.1. Cette description vient confirmer celle du paragraphe précédent (III 1.6, image du territoire et
mention des Ôrètanoi et des Karpètanoi).
13
STR., III 2.1-15: villes de Tourdètania –aucune d’entre elle n’est véritablement localisable (III 2.1-2);
richesse générale du pays (III 2.3), les rivières et leurs étiers (III 2.3-5), commerce et produits d’exportation, tant
continentaux (III 3.5-6) que maritimes (III 2.7); éloge des produits des mines (III 2.8-11); excursus de géographie
homérique (III 2.12-13); éloge des bienfaits de la présence romaine.
14
La correction de LASSERRE, F. (1966), 51, mille stades pour la distance de l’embouchure du Tage au
Hièron Akrôtèrion (III 3.1) est inacceptable, par rapport aux dimensions données par Strabon à la Tourdètania au
nord de laquelle coule le Tage.

68
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...

Comme l’Anas pour la frontière occidentale de la Tourdètania, le Tage forme la


frontière méridionale de la Lusitania: comme avec le Cuneus, la région qu’il traver-
se est traitée en dehors de la description de la Lusitania. Il en va de même du para-
graphe suivant, consacré au peuple des Ôrètanoi qui forme la frontière occidentale
de la Turdètanie et se trouve au sud de la Lusitania –qui commence plus au nord
avec les Karpètanoi.
La détermination des frontières de la Lusitania est plus complexe que pour
la Tourdètania, en particulier celle de la frontière continentale, où Strabon ne peut
s’appuyer ni sur une chaîne de montagnes, ni sur un fleuve, ni sur une mer, ni sur
les Pyrénées: cette frontière est constituée par une liste de peuples, les Karpètanoi,
les Ouettônes, les Ouakkaioi et les Kallaïkoi15. Les autres frontières sont constituées
par le Tage au sud, et l’Océan, à l’ouest et au nord.
Ce qui suit est un joli morceau de géographie physique: opposition entre la
longueur (3000 stades) et l’étroitesse du territoire (non précisée), doublée d’une
opposition entre la platitude de l’ouest et l’aspect montagneux de l’est16, discussion
de l’influence du relief sur les marées (contre Aristote), et description d’un système
de fleuves navigables dans leur partie occidentale sur 800 stades pour deux d’en-
tre eux: ce passage se termine avec la pointe nord-ouest de la Lusitania (Artabroi).
Toutefois, rien ne permet de localiser les fleuves autrement que les uns par rapport
aux autres dans un itinéraire du sud vers le nord.
Quant aux paragraphes suivants, ils sont constitués par une histoire récente
de la région suivie d’une ethnographie de la Lusitania et se terminent par un nouvel
éloge de l’influence romaine. Inutile de chercher le moindre sens géographique à
cette partie: c’est un ensemble de notices brèves, extrêmement schématiques, qui
englobent dans la même réprobation les peuples de la côté septentrionale de la
péninsule: à l’est des Kallaïkoi, les Asturoi, les Kantabroi et les Ouaskônes, pour
la première fois énumérés17. Le style ne redevient élaboré qu’au moment de décrire
les bienfaits de la Pax Romana.

1.4. Partie orientale de la péninsule, III 4.1-20 (fig. 2)

La description de la partie orientale de l’Ibérie, depuis les Colonnes jusqu’au mont


Pyrènè, qui commence par un périple de la côte méridionale, continue avec la des-

15
Voir infra.
16
La traduction de LASSERRE, F. (1966), «le littoral nord» (III 3.3), p. 53, est fautive, car Strabon oppose
le côté oriental (c’est à dire continental) à la côte qui lui fait face, c’est à dire la côte pour lui occidentale, o} poiei`
to; eJwqino;n pleuro;n eij~ th;n ajntikeimevnhn paralivan.
17
STR., III 3.7, voir infra n. 25.

69
Patrick Counillon

cription de sa partie continentale18. Au terme de cette description, Strabon reviendra


à son point de départ, la région de Malaca et le territoire des Ôrètanoi. Viendront
ensuite une série de paragraphes ethnographiques19.
Le plan général de cette partie est conforme à celui des chapitres précédents.
Dans le paragraphe d’introduction, Strabon se contente d’opposer les 4000 stades
qu’il accorde à cette région d’est en ouest aux 6000 que mesure la côte, divisée
en trois sections: cette longueur correspond à une côte découpée par des baies et
des golfes, mais le périple qui suit n’en signale aucun en particulier, et le seul que
le lecteur puisse imaginer est le golfe symétrique du golfe galatique à l’ouest des
Pyrénées20.
Comme pour la côte de Tourdètania, le périple prend Kalpè pour point de
départ, progressant cette fois-ci en direction de l’est depuis Malaca (localisée symé-
triquement par rapport à Gadeira) jusqu’à Karchèdôn Nea puis à l’Èbre, puis au
Pyrènè21.
L’intérieur des terres est ensuite balayé en plusieurs temps: après une première
image générale des deux chaînes montagneuses qui la parcourent et viennent s’arti-
culer sur le paysage existant, Strabon entreprend d’en décrire les régions méthodi-
quement, d’abord le piémont pyrénéen22; puis le territoire des Celtibères, avec une
partie sur sa géographie physique et son système fluvial qui rappelle la Lusitania,
avant que Strabon n’en détermine les frontières par les peuples qui l’entourent: les
peuples frontaliers sont les Bèrônes, «eux aussi issus de la migration celtique», et
sans doute les Barduètai23; ce sont, à l’ouest, certains des Astyroi, des Kallaïkoi
et des Ouakkaioi, des Ouettônes et des Karpètanoi, et les Ôrètanoi et les peuples
de l’Orospeda au sud: on retrouve ici la liste de peuples qui formaient la frontière

18
Périple de la côte méridionale (III 4.2-9), puis partie continentale, partie orientale d’abord (piémont
Pyrénéen et vallée de l’Èbre, III 4.10-11), puis Celtibérie (III 4.12-14).
19
Productions et ethnographie, III 4.15-18. Administration romaine, III 4.19-20.
20
Cf. n. 5.
21
STR., III 4.2-9. Ce périple de la côte Ibérique est peu fourni en informations maritimes, et sert de prétexte
à une collection de notes diverses: archéologie (III 4.2: Mainakè), érudition (III 4.3.: légendes de fondation; III 4.4.
critique homérique; III 4.5. histoire comparée et ethnographie); III 4.6, Carchèdôn Nea (fondation, qualité du site,
production -mines et salaisons-, rôle d’emporion) puis histoire de quelques fondations massaliotes, de Sagonte,
éloge de Tarrakôn (III 4.7) et description d’Emporion (III 4.8).
22
STR., III 4.10: Piémont Pyrénéen, Iakkètanoi, Ilergetai et Ouaskônes; sauf pour les Ouaskônes, il est
impossible de situer les territoires de ces peuples, dont Strabon nomme quelques villes localisées par des données
itinéraires (Ilerda). Le passage se termine, III 4.11 par l’évocation des jambons des Kerrètanoi vaguement installés
dans «les vallées intérieures» des Pyrénées. Sur cette description, cf. BELTRÁN LLORIS, F. (2006): 221-223.
23
STR., III 4.12: «Au nord des Celtibères habitent les Bèrônes voisins des Kantabroi Koniskoi, [Bèrônes]
eux aussi issus de la migration celtique et dont la ville est Ouaria installée au passage de l’Èbre; ils viennent à la
suite des Barduètai, que les contemporains appellent Bardylloi. A l’ouest ils [les Celtibères] ont pour voisins cer-
tains des Astyroi, des Kallaïkoi» etc. La traduction de LASSERRE, F. (1966) fait des Bèrônes les seuls habitants de
la Celtibérie. Sur III 4.13, voir infra. BELTRÁN LLORIS, F. (2006): 224 se pose la question dans les mêmes ter-
mes. Sur la Celtibérie de Strabon, cf. CIPRÈS, P. (2006), 180-181.

70
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...

orientale de la Lusitanie. Suit un paragraphe consacré à la Celtibérie-même qui se


termine par une critique de ses prédécesseurs avant le retour à Malaca. La suite du
chapitre est consacrée aux productions, et surtout aux bizarreries ethnographiques,
avant une description de l’organisation romaine du pays24.

2. Les problèmes d’articulation (fig. 2)

Les unités géographiques déterminées par Strabon dans l’image à peu près quadran-
gulaire qu’il donne de la péninsule ne s’y intègrent pas sans difficulté, soit qu’il en
sache peu de choses, soit qu’il ait des difficultés à les faire entrer dans l’une des
unités plus grandes qu’il découpe dans l’image générale.

2.1. Ignorances

Sans parler de son orientation générale, Strabon ne sait presque rien de la côte sep-
tentrionale de la péninsule: la collection de peuples qui lui sert à la parcourir n’ap-
paraît qu’au détour d’un paragraphe consacré à l’ethnographie lusitanienne, puis au
fil des descriptions régionales25. On peut mettre sur le même plan ce qu’il écrit des
peuples du piémont pyrénéen, ou des frontières septentrionales des Celtibères26. Et
il ne recule pas, à l’occasion, devant la rhétorique: «Je ne me risque pas à multiplier
leurs noms, reculant devant la corvée que représenterait leur transcription. Quel
plaisir apporter à l’oreille, d’ailleurs, avec des noms tels que Pleutauroi, Bardyètai,
Allotriges et tant d’autres plus laids et plus insignifiants encore?»27.
Strabon n’est pas forcément plus renseigné sur la Celtibérie28. Selon lui,
les Celtibères sont divisés en quatre, et, parmi eux, les plus puissants sont les

24
STR., III 4.15-18; III 4.19-20.
25
STR., III 3.7: «Tel est le genre de vie, comme je l’ai dit, des populations montagnardes, j’entends par là
celles qui jalonnent le côté nord de l’Ibérie, à savoir les Kallaïkoi, les Astouroi et les Kantabroi, jusqu’au pays des
Ouaskônes et le Pyrènè»; Astouroi, III 3.3, III 4.10, III 4.12, III 4.20; Kantabroi, III 3.8, III 4.3, III 4.6, III 4.10, III
4.12, III 4.16, III 4.20; Ouaskônes, III 4.10. L’opposition entre nord barbare et sud civilisé est étudiée systémati-
quement par THOLLARD, P. (1987). Pour son utilisation comme outil descriptif, cf. TROTTA, F. (1999).
26
STR., III 4.10-12.
27
STR., III 3.7: ojknw` de; toi`~ ojnovmasi pleonavzein feuvgwn to; ajhde;~ th`~ grafh`~, eij mhv tini pro;~
hJdonh`~ ejstin ajkouvein Pleutauvrou~ kai; Barduhvta~ kai; ÆAllovtriga~ kai; a[lla ceivrw kai; ajshmovtera
touvtwn ojnovmata.
28
Cf. CIPRÈS, P. (2006): 193-195. Sur le texte, cf. MORET, P. (2004): 110-114. Comme l’a soutenu A.
Capalvo (1996, apud MORET), et le confirme Moret, il faut revenir au manuscrit en III 4.19 (duvo mevrh et non
tevttara mevrh; Lasserre, en traduisant mevrh par «peuplades», ajoute encore à la confusion): dans ce contexte, th;n
cwvran tauvthn renvoie à la péninsule dans son ensemble. L’expression pourrait renvoyer à III 1.2 comme le pense
Capalvo (la même expression, kaqavper ei[pomen, renvoie par exemple de IV 1.12 à IV 1.3); P. Moret y voit une
opposition entre peuples situés de part et d’autre de l’Idoubeda –on trouve une ellipse similaire, III 2.2. à propos

71
Patrick Counillon

Arouakoi29. La notice les localise par les points cardinaux (l’est et le sud) et leur
voisinage (Karpètanoi et sources du Tage), puis énumère leurs villes. La mention de
Numance entraîne le récit de son siège; la mention de Segèda et Pallantia en est la
suite, à peine interrompue par une allusion à un autre peuple celtibère, les Lusônes,
localisés eux aussi à l’est et aux sources du Tage. Après Segèda et Pallantia,
Strabon revient à Numance, qu’il situe par rapport à Caesaraugusta, puis continue
avec la mention de Ségobriga et Bilbilis. En fait, partant d’une notice ethnographi-
que, Strabon glisse à un catalogue des villes (où viennent s’intercaler les Lusônes)
analogue de celui des villes de Turdétanie30. La suite explique ce choix: Strabon
y prend parti entre Polybe et Posidonius, alimentant la discussion sur les rapports
entre urbanisation et sauvagerie qui traverse le livre III: les Celtibères sont des sau-
vages qui habitent les forêts, et les villes ne peuvent y prospérer.

2.2. Régions problématiques

Certaines régions lui sont mieux connues, mais elles sont situées en dehors de son
découpage de la péninsule (Tourdètania, Lusitania, Ibèria orientale). Elles forment
une sorte de scorie du travail chorographique, et, dans le même temps, des régions
charnières, indispensables outils du découpage.

2.2.1. Le Hièron Akrotèrion

Le Hièron Akrôtèrion est un point de repère géographique reconnu sur la carte de


l’oikoumène, mais, se situant en dehors des Colonnes, il déborde du cadre déter-
miné par l’image de la peau de boeuf, et les contradictions entre l’image globale de
la péninsule, les données des périples, et le découpage du territoire dans les choro-
graphies qui suivent rendent son intégration difficile31. C’est le premier point choisi
par Strabon pour articuler ses descriptions régionales de la Tourdètania et de la
Lusitania, et il lui est indispensable d’en souligner l’importance pour son lecteur.

de «montagnes dont il a été question». Elle pourrait aussi renvoyer aux deux parties de la description de la pénin-
sule par Strabon, occident, (III 1.6-3.3) puis orient (III 4).
29
STR., III 4.13. Aujtw`n oppose les Celtibères aux peuples qui en déterminent les frontières au paragra-
phe précédent, et le génitif initial est complément du superlatif oiJ kravtistoi. Je pense, comme P. Moret (2004:
112-113), qu’il faut ici admettre les corrections des philologues. Certes, le texte aurait pu être pro;~ novton eijsivn
ÆArouavkoi kai; pro;~ novton oiJ Oujrakoi;, car les ethnonymes de peuples voisins sont souvent similaires, mais il
manquerait toujours une partie, et la construction du passage ne me paraît pas aller dans ce sens.
30
STR., III 2.1-2.
31
Les problèmes de transmission du texte, en particulier pour la distance qui sépare le Hièron Akrôtèrion
de l’embouchure du Tage, rendent les choses encore plus complexes. Sur sa place dans la géographie grecque, cf.
PRONTERA, F. (2003): 27; (2006): 17-23.

72
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...

Il le fait tout d’abord en historien de la géographie, rappelant les discussions


dont il est l’objet chez ses prédécesseurs (Artémidore, Éphore, Posidonius). Mais
du Cuneus, dont la description vient ensuite, il fait une sorte de no man’s land, dont
les peuples, Celtici et Lusitaniens, sont des peuples transplantés que Strabon finira
par rattacher à la Tourdètania32; la mésopotamie qu’ils occupent est caractérisée par
des noms qui reviennent dans les descriptions régionales: Anas et Tage, peuples des
Karpètanoi, des Ôrètanoi et des Ouettônes situés vaguement vers les hautes vallées
des fleuves; et par son infériorité avec la vallée du Bètis dont la description va venir33.
Parallèlement à son rôle dans la géographie générale de l’oikoumène, le Hièron
Arkôtèrion et sa région jouent donc dans la Géographie un rôle diégétique: alors
qu’une description s’organise autour de la chose décrite dont elle souligne les cohé-
rences et la structure, ce paragraphe ne trouve son sens et son équilibre que dans les
paragraphes qui lui succèdent. On se trouve ici devant l’un des paradoxes du discours
géographique: nommer un lieu lui donne une existence autonome; or cette invention
de lieu, de région ou de peuple peut être le miroir d’une réalité contemporaine ou le
miroir des préoccupations scientifiques ou culturelles du géographe; mais elle peut
être aussi, comme on le voit ici, un artefact du discours géographique lui-même34.

2.2.2. Les Ôrètanoi

Leur ubiquité a troublé les commentateurs mais s’explique assez aisément à la fois par
leur installation dans une zone montagneuse, et par le rôle de pivot que joue leur terri-
toire dans plusieurs des chorographies du livre III puisqu’ils sont associés à la région
de Malaca: leur présence accompagne chacun des retours du géographe vers Kalpè35.
La première mention des Ôrètanoi les intègre dans une liste des peuples de
l’intérieur (en tois anô meresi), Karpètanoi, Ôrètanoi, Ouettônes: impossible de
localiser ces peuples avec précision avant la fin de ce même paragraphe, lorsque
Strabon donne pour la première fois les frontières de la Tourdètania36.

32
STR., III 2.2. Sur les Celtici, voir MORET, P. (2004).
33
STR., III 1.6: «Dans l’intérieur habitent les Karpètanoi, les Ôrètanoi et nombre des Ouettônes. Cette
région [le Cuneus] est donc assez prospère, mais celle qui se trouve du côté du sud-est ne le cède en rien en excel-
lence à la comparer à la terre habitée tout entière, pour sa beauté et les produits de la terre et de la mer. Cette région
est celle que traverse le Bétis»...
34
Mais, quelles que soient les raisons initiales de l’apparition d’un lieu géographique, il acquiert ensuite
une existence autonome, et vient, le cas échéant, s’inscrire dans le paysage géographique des siècles suivants. Cf.
COUNILLON, P. (2004).
35
STR., III .1.6; III 2.1; III 3.2; III 4.1-2; III 4.12; III 4.14. Les peuples de montagnes continentales, à cheval
sur les massifs montagneux, ont tendance à se dédoubler sur les deux versants de la chaîne, quand ils ne se perdent
pas dans ses replis. Cf. LEBRETON, St. (2005): 655-674.
36
STR., III 1.6. Bien que la suite montre que les Ôrètanoi sont les plus méridionaux et les Ouettônes les plus
septentrionaux, tout se passe comme si la mention des Karpètanoi, régulièrement situés aux sources du Tage avait

73
Patrick Counillon

Ils reviennent une nouvelle fois avec les Karpètanoi lorsque Strabon définit la
frontière orientale de la Tourdètania: cette fois, la liste de Strabon est orientée (dex-
trogyre), et les Ôrètanoi sont en place, dans la montagne qui domine Kalpè37.
La principale notice consacrée aux Ôrètanoi (elle commence et finit par leur
nom) arrive après l’évocation du bassin du Tage. On a même suspecté une interpo-
lation, à cause de leur réapparition en III 4.1438. En fait, le paragraphe est à sa place,
si l’on remarque que les Ôrètanoi ne font pas partie de la Lusitania dont la descrip-
tion ne commence qu’au paragraphe suivant, puisque les Karpètanoi, au sud des-
quels ils se situent, en forment la frontière sud-est. Ils jouent ici le même rôle que
la région du Hièron Akrôtèrion au sud-ouest, ce qui explique que cette notice aussi
soit moins consacrée à ce peuple qu’à ceux qui définissent la frontière orientale de
la Lusitania. Le parallèle dans le rôle de ces deux régions est d’autant plus signifi-
catif que les montagnes «précédemment évoquées» habitées par les Ôrètanoi sont
implicitement celles des hautes vallées du Tage, de l’Anas et du Bètis où ils appa-
raissent pour la première fois; et par anticipation celles dont il est question ensuite,
lorsqu’ils sont rattachés au littoral Ibérique et à l’Orospeda.
C’est justement le flou qui entoure les frontières de ce peuple pourtant si régu-
lièrement nommé qui permet à Strabon de définir confortablement les entités choro-
graphiques qu’il détermine.

2.2.3. La frontière continentale de la Lusitania

Pour la frontière continentale de la Lusitania, Strabon ne dispose, on l’a vu, d’aucun


point d’appui particulier. Il construit donc une liste de peuples, les Karpètanoi, les
Ouettônes, les Ouakkaioi et les Kallaïkoi, dont l’énumération matérialise l’espace
avec la même efficacité qu’un fleuve, une côte ou une chaîne de montagnes; ces
mêmes peuples se retrouvent à la frontière occidentale des Celtibères, et la liste est
alors énumérée du nord au sud, accompagnant la périégèse des frontières et traçant
un véritable méridien sur la carte imaginaire de la péninsule39. Sur les peuples eux-
mêmes, bien qu’ils soient connus par l’historiographie, Strabon est évasif: leurs
noms sont associés à des régions intermédiaires et indéfinies, les eschatiai intérieu-

entraîné celle de leurs voisins du sud et du nord. La fin est plus claire: «Cette région, celle qu’enferme l’Anas, s’étend
à l’est jusqu’à l’Ôrètania, et au sud jusqu’à la côte qui s’étend depuis l’embouchure de l’Anas jusqu’aux Colonnes».
37
STR., III 2.1: «Elle est limitée à l’ouest et au nord par le fleuve Anas, à l’est par certains des Karpètanoi et
les Ôrètanoi, au sud par ceux des Bastètanoi qui sont établis sur l’étroite bande côtière entre Kalpè et Gadeira»…
38
STR., III 3.2. VALLEJO, J. (1952): 461-466 voudrait le rattacher à III 4.14, où la rubrique s’intègrerait si
elle n’était ici à sa place. Strabon ne dit pas qu’ils fassent partie de la Lusitania et la traduction de LASSERRE, F.
(1966), 52 («le peuple le plus méridional de la Lusitanie») est fautive.
39
STR., III 3.2-3; III 4.12.

74
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...

res de l’Ibérie40. Les Karpètanoi, par exemple, sont nommés avec les Orètanoi et les
Ouettônes 41; «certains» d’entre eux forment la frontière orientale de la Tourdètania;
ils forment également la frontière occidentale de la Celtibèrie: ils sont alors situés
sur le Tage, avec les Ouettônes (pourtant situés plus au nord dans la liste fronta-
lière), et les Lusitanoi. Ils ne font pas partie des Lusitanoi, puisqu’ils sont à la fois à
l’est de la Tourdètania et de la Lusitania–et que l’une se trouve au sud de l’Anas et
l’autre au nord du Tage–, ils se trouvent simplement dans cette zone intermédiaire
que forment pour Strabon les hautes vallées de l’Anas et du Tage et qui lui sert à
rabouter ses chorographies.

3. Qu’est-ce qu’un espace géographique?

On ne peut manquer d’être frappé, en somme, par la petite place que tiennent dans
le livre III les passages consacrés proprement à la description des espaces géo-
graphiques. Certes, on y trouve des passages dignes d’une géographie moderne,
comme la géographie physique de la Lusitanie42. Par ailleurs, la côte méridionale
de la péninsule Ibérique est présentée entièrement sous forme de périples où la des-
cription énumère vectoriellement les lieux remarquables de la côte sur laquelle ils
sont situés43. Mais même les périples, à y regarder d’un peu près, sont davantage
le prétexte à des excursus historiques ou légendaires, qu’à l’analyse des distances,
du relief, des ports, et de tout ce que l’on pourrait attendre d’une étude géographi-
que44. Sur le canevas périplographique, le discours se fait historique, naturellement;
il organise la discussion entre Artémidore et Posidonius, entre Polybe et Aristote,
entre les partisans et les ennemis d’Homère.
Lorsque Strabon se détourne de la géographie physique, lorsque même le péri-
ple n’est plus là pour organiser le discours, d’autres modèles prévalent. Certaines
de ces notices sont à peine organisées comme celles qui portent sur l’ethnogra-
phie de la Lusitania45. On a vu, à propos des Celtibères, comment des rubriques
secondaires, appelées par un mot, venaient s’y enclaver. Cet élément nouveau sert

40
Les Karpètanoi sont associés aux Ôrètanoi et aux Ouettônes, III 1.6; aux Ôrètanoi et aux Bastètanoi,
III 2.1; aux Celtibères, III 2.3; aux Celtibères, aux Ouettônes, aux Lusitanoi et au Tage, III .3.1, III 4.12-13. Les
Ouettônes apparaissent une fois seuls, III 4.16. Les Ouakkaioi sont associés au Dourios, au Lèthè, au Bainis et aux
Celtibères, III 3.4.
41
Cf. n. 4.
42
STR., III 3.3-4.
43
STR., III 1.7-9;III 4.1-9.
44
On en revient toujours aux questions fondamentales posées par PRONTERA, F. (1984).
45
Nombre d’entre elles se contentent d’amplifier un mot-clé développé sommairement, cf. III 3.6: Tou;~
dÆ ou\n Lusitanouv~ fasin ejnedreutikouv~, ejxereunhtikouv~, ojxei`~, kouvfou~, eujexelivktou~. Ou: Qutikoi;
dÆ eijsi; Lusitanoiv, suivi d’un développement sur les sacrifices. Ou, III 3.7: {Apante~ dÆ oiJ o[reioi litoiv,
uJdropovtai, camaieu`nai.

75
Patrick Counillon

parfois lui-même d’amorce au paragraphe suivant, par un phénomène de concaténa-


tion dont on on a vu l’exemple avec le Hiérion Akrôtèrion ou les Ôrètanoi46. Dans
d’autres cas, la collection des rubriques est organisée dialectiquement47: mettre l’ac-
cent sur certaines régions, en passer d’autres sous silence ou utiliser les transitions
pour préparer la description qui arrive, par exemple en créant des oppositions rhéto-
riques entre ces régions secondaires et les régions principales. Les oppositions, les
comparaisons, qui se traduisent dans le texte par des systèmes de parataxe ou par
l’usage de comparatifs (adjectifs, adverbes divers, verbes signalant la supériorité
ou l’infériorité d’une région sur une autre) sont, certes, la trace d’un jugement de
valeur porté sur tel ou tel climat, mais ils ont aussi pour fonction de donner vie aux
régions décrites dans la relation dialectique de leur mutuelle opposition: les régions
minières mais infertiles s’opposent aux bassins riants des fleuves; les côtes à l’in-
térieur des terres, et, naturellement, le nord sauvage et austère au sud prospère et
civilisé48. Dans la description de la Tourdétania, enfin, annoncée, on l’a vu, comme
un éloge, on ne sera pas surpris que la description retrouve les modèles de la rhéto-
rique épainétique: les villes sont classées selon leur degré d’honneur, et non selon
leur position géographique49.
Les régions chorographiées, une fois leurs contours tracés, deviennent des
espaces dont l’espace disparaît, le cadre vide d’une narration qui emprunte ses caté-
gories à d’autres genres discursifs.
La géographie de Strabon fourmille d’informations, souvent les seules dont
nous disposions: c’est que son projet est clairement encyclopédique, qu’il utilise
la géographie pour ordonner les savoirs de tout ordre qu’il entend y faire passer: la
géographie elle-même, au bout du compte, n’y tient qu’un rôle secondaire. Le pro-
jet strabonien mène à l’impasse d’un livre absolu qui ne pouvait avoir de postérité.
Après Strabon vient le temps de la poésie et de la géographie mathémathique, le
temps de Denys d’Alexandrie et de Ptolémée.

46
L’articulation des différentes parties entre elles, le fait qu’elles soient à la fois closes sur elles-mêmes de
façon régulièrement circulaire, et le système de concaténation des paragraphes entre eux pour organiser le discours
évoque irrésistiblement la Ring-Komposition de la poésie épique.
47
L’ethnographie Ibérique commence (III 4.16) par souligner la barbarie des peuples du nord de la pénin-
sule, en arrive aux usages féminins (III 4.17); ceux-ci servent de transition pour présenter d’autres usages comme
n’étant «pas propres» aux Ibères (III 4.18, Oujk i[dion): cette opposition n’a d’autre fonction que rhétorique.
48
Voir supra.
49
Cf. supra n. 13. L’évocation des villes de Tourdètania commence par les plus célèbres, Corduba et Gadeira
(décrite en III 5.3-9). Corduba est fondée par un général Romain, prime par l’excellence et l’étendue de son ter-
ritoire et la présence du Bétis, tous critères retenus, par exemple, par MEN.RHET., Peri Epideictikôn, 2.2. Vient
ensuite Hispalis parce qu’elle est une colonie romaine, puis des villes secondaires (III 2.1-2). Qu’il s’agisse de
population, de mines, de territoire, les superlatifs s’accumulent, et l’éloge est de plus en plus appuyé, la progression
de l’hyperbole structurant la description: ainsi, les explorations de l’intérieur sont-elles encore inférieures à celles
de la côte, et celles-ci encore inférieures aux ressources minières.

76
LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...
77

Fig. 1. La péninsule Ibérique selon la description géographique du livre III de Strabon


78
Patrick Counillon

Fig. 2. Les étapes de la description: parcours et découpages chorographiques


LA REPRÉSENTATION DE L’ESPACE ET LA DESCRIPTION GÉOGRAPHIQUE...

BIBLIOGRAPHIE

AUJAC, G., ed., (1969): Strabon, Géographie. Livre II, Paris.


BELTRÁN LLORIS, F., (2006): «El valle medio del Ebro durante el período republicano: de limes a
conuentus», en G. Cruz Andreotti, P. Le Roux et P. Moret (eds.), La invención de una geografía
de la Península Ibérica. I. La época republicana. (Actas del Coloquio Internacional celebrado en
la Casa de Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de marzo de 2005), Málaga-Casa de Velázquez-
Madrid, pp. 217-240.
CAPALVO, A., (1996): Celtiberia: Un estudio de fuentes literarias antiguas, Zaragoza.
CIPRÈS, P., (2006): «La geografía de la guerra en Celtiberia», en G. Cruz Andreotti, P. Le Roux et P.
Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica. I. La época republicana.
(Actas del Coloquio Internacional celebrado en la Casa de Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de
marzo de 2005), Málaga-Casa de Velázquez-Madrid, pp. 177-197.
COUNILLON, P., (2004): «Homère et l’hellénisation de la Paphlagonie», en J.M.ª Candau Morón, F.J.
González Ponce et G. Cruz Andreotti (eds.), Historia y mito. El pasado legendario como fuente de
autoridad. (Actas del Simposio Internacional celebrado en Sevilla, Valverde del Camino y Huelva
entre el 22 y el 25 de abril 2003), Malaga, pp. 109-122.
CRUZ ANDREOTTI, G., (2006): «Polibio y la integración histórico-geográfica de la Península Ibéri-
ca», en G. Cruz Andreotti, P. Le Roux et P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Pe-
nínsula Ibérica. I. La época republicana. (Actas del Coloquio Internacional celebrado en la Casa
de Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de marzo de 2005), Málaga-Casa de Velázquez-Madrid,
pp. 77-96.
JACOB, Ch., (1986): «Cartographie et rectification. Essai de lecture des “prolègomènes” de la Géo-
graphie de Strabon», en G. Maddoli (ed.), Strabone. Contributi allo studio della personalità e
dell’opera, II, Perugia, pp. 29-61.
LASSERRE, F., ed., (1966): Strabon, Géographie. Livre III-IV, Paris.
LEBRETON, St., (2005): «Le Taurus en Asie Mineure: contenus et conséquences de représentations
stéréotypées», RÉA 107: 655-674.
MORET, P., (2004): «Chronique de protohistoire. Celtibères et Celtici d’Hispanie: problèmes de défi-
nition et d’identité», Pallas 64: 99-120.
PRONTERA, F., (1984): «Prima di Strabone; Materiali per uno studio della geografia antica come
genere letterario», en F. Prontera (ed.), Strabone. Contributi allo studio della personalità et
dell’opera, Perugia, pp. 189-256.
— (2003): «Notas sobre Iberia en la Geografia de Estrabón», en Otra forma de mirar el espacio: Geo-
grafía et Historia en la Grecia antigua, Málaga, pp. 89-101 ( = G. Cruz Andreotti, ed., Estrabón e
Iberia: nuevas perspectivas de estudio, Málaga, 1999, pp. 17-29).
— (2006): «La penisola iberica nella cartografia ellenistica», en G. Cruz Andreotti, P. Le Roux et P. Mo-
ret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica. I. La época republicana. (Actas
del Coloquio Internacional celebrado en la Casa de Velázquez de Madrid entre el 3 y el 4 de marzo
de 2005), Málaga-Madrid, pp. 15-29.

79
Patrick Counillon

THOLLARD, P., (1987): Barbarie et civilisation dans Strabon. Étude critique des livres III et IV de la
Géographie, Paris.
— (2003): «Représentation de l’espace et description géographique: les peuples du Nord de la Gaule
chez Strabon», en Peuples et territoires de la Gaule méditerranéenne. Hommage à Guy Barruol.
Suppl. 35 à la Revue archéologique de Narbonnaise, Montpellier, pp. 367-374.
TROTTA, F., (1999): «Estrabón, el Libro III y la tradición geográfica», en G. Cruz Andreotti (ed.),
1999: Estrabón e Iberia: nuevas perspectivas de estudio, Málaga, pp. 81-99.
VALLEJO, J., (1952): «Un paisaje de Estrabon dislocado (descripción de la Península Ibérica III, 3,
2)», Emerita 20: 461-466.

80
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

PIERGIORGIO PARRONI
Università di Roma «La Sapienza»

Il panorama della letteratura latina del I sec. d.C. è, come è noto, dominato in larga
misura dagli Spagnoli. Il progressivo aprirsi di Roma al mondo provinciale accres-
ce via via la sua forza di polo d’attrazione, che nei secoli precedenti si era eser-
citato prevalentemente in Italia e in Gallia Cisalpina1. Dalla Spagna provengono
infatti numerosi scrittori di quest’epoca, dai due Seneca a Quintiliano, da Lucano
a Marziale, da Columella a Pomponio Mela appunto, per limitarci ai maggiori, i
quali a Roma si formano, si insediano stabilmente, operano per tutta la vita o quasi,
insomma si romanizzano a tal punto che non appare azzardato concludere che «la
grande stagione degli Spagnoli … è stagione soprattutto romana»2.
La romanizzazione della Spagna, anche da un punto di vista linguistico, deve
essere avvenuta per tempo, parallelamente o quasi a quella che «portò all’affer-
mazione della lingua latina e della cultura romana in Italia e alla scomparsa delle
lingue diverse dalla latina»3. In particolare per quanto riguarda Pomponio Mela,
la zona da cui, per sua stessa testimonianza (II 96), egli proviene, l’attuale baia di
Algeciras sullo stretto di Gibilterra, fu colonizzata nei primi decenni del II sec. a.C.
Dice Livio (XLIII 3.1-4) che nel 171 a.C. un gruppo di oltre 4000 uomini, nati da
libere unioni di soldati romani con donne iberiche (ex militibus Romanis et Hispanis
mulieribus, cum quibus conubium non esset), chiesero che fosse loro assegnata una
città in cui abitare (orabant ut sibi oppidum in quo habitarent, daretur) e che il
senato concesse loro di fondare una colonia latina a Carteia ad Oceanum4. E Carteia
1
Sull’argomento GUALANDRI, I. (1989): 469 ss.
2
Ibid.: 483.
3
LO CASCIO, E. (2003): 15.
4
Dato e relativa bibliografia in Ibid.: 14, n. 24.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 81-93.
81
Piergiorgio Parroni

sorgeva a brevissima distanza dalla città natale di Mela. Egli infatti, procedendo da
est a ovest, la nomina subito dopo Carteia. Doveva trattarsi di una località minore,
considerato che in tutta l’antichità Mela è il solo a citarla. Una piccola concessione
all’amor di patria, che possiamo perdonargli: Mela non riserva un trattamento parti-
colare alla Spagna, né glielo avrebbe permesso il piano dell’opera, ma sono questa
ed altre piccole spie di cui diremo tra breve a tradire il suo profondo legame con la
sua terra d’origine.
Dunque, dopo aver parlato delle Columnae Herculis e dei due promontori che
le delimitano, Abila e Calpe, Mela ricorda il sinus che si apre subito ad ovest di esse
(l’attuale baia di Algeciras), in cui si trovano Carteia, ut quidam putant aliquando
Tartesos, et quam transvecti ex Africa Phoenices habitant atque unde nos sumus
Tingentera. Tingentera (trattandosi di un unicum non siamo del tutto sicuri che la
forma tramandata sia quella giusta) era, a detta di Mela, una fondazione di Fenici
trapiantati dall’opposta sponda africana. In quella stessa posizione Strabone (III
1.8) conosce una città «trapiantata» di nome Iulia Ioza, mentre Tolemeo (II 4.6),
Marciano Eracleense (II 9 = GGM I, p. 545) e il Geografo Ravennate (305.12 P.
P.) ricordano una località dal nome «parlante»: Traducta. Quest’ultimo toponimo è
noto anche come Traducta Iulia da un passo di Plinio (NH 5.2)5 e da alcune monete
del tempo di Augusto6. È dunque comprensibile come queste coincidenze abbia-
no fatto pensare a una identità fra Tingentera, Iulia Ioza e Traducta Iulia. Anche
se quest’ipotesi non si può ulteriormente confermare7, resta comunque il fatto che
Tingentera, colonia in terra spagnola di popolazioni della costa nordafricana, richia-
ma nella forma il nome della supposta madrepatria Tingis. Naturalmente anche
questa fondazione libico-fenicia avrà subito la colonizzazione romana, se la vicina
Carteia, come abbiamo visto, venne colonizzata per la prima volta nel 171 a.C.
Questa e simili fondazioni «sono sin dall’inizio caratterizzate dalla fusione
dell’elemento indigeno con gl’immigrati»8, né poteva essere altrimenti, considera-
to che questi romano-ispanici si trovavano nelle migliori condizioni per integrarsi
facilmente nella preesistente comunità, che non veniva soppiantata dai sopraggiunti
coloni, ma poteva, se voleva, tranquillamente convivere con essi a parità di condi-
zioni e per di più, come testimonia Livio, agro adsignato. Tale fenomeno di roma-
nizzazione dovette intensificarsi nel corso di due secoli fino a raggiungere il suo

5
Il quale peraltro sembra far confusione fra il nome della colonia e quello della madrepatria: oppida fuere
Lissa et Cottae ultra Columnas Herculis, nunc est Tingi, quondam ab Antaeo conditum, postea a Claudio Caesare,
cum coloniam faceret, appellatum Traducta Iulia. Riserve sull’errore di Plinio sono state espresse da DETLEFSEN,
D. (1908): 25. Qui e di seguito attingo ampiamente materiale da PARRONI, P. (1984), senza di volta in volta rin-
viare al commento della mia edizione.
6
Vid. DESANGES, J. (1980): 85. Ciò, secondo ID. (1980: 84), rende poco plausibile nella testimonianza di
Plinio anche la parte relativa alla rifondazione della città attribuita a Claudio.
7
Pienamente giustificato lo scetticismo di GALSTERER, H. (1971): 32 s.
8
LO CASCIO, E. (2003): 13.

82
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

culmine con la colonizzazione cesariana e augustea9, al punto che all’epoca di Mela


la Spagna non doveva essere considerata «dissimile dall’Italia»10. La stessa osserva-
zione può estendersi a Seneca, al quale, secondo Lo Cascio, il «mondo della Betica,
della Hispania Ulterior .. doveva apparire nulla più e nulla meno che un’estensione
di Roma e dell’Italia»11.
Stando così le cose, non è sorprendente che Mela ragioni da romano. Egli
avverte come proprio (noster) tutto ciò che appartiene a Roma: i costumi (I 41: orae
[sc. Africae] sic habitantur ad nostrum maxime ritum moratis cultoribus), la cultura
(II 83: Grais nostrisque etiam auctoribus; III 57: Grais et nostris celebrata carmi-
nibus [Thyle]), la lingua (III 15: quorum [sc. populorum et fluminum Cantabrorum]
nomina nostro ore concipi nequeant). In quest’ultimo caso è particolarmente signi-
ficativo che gli ineffabilia riguardino proprio un popolo spagnolo, che dunque non
diverge nella sua considerazione da quello germanico o africano, di cui analoga-
mente non è in grado di citare alcuni nomi (III 30: montium altissimi Taunus et
Retico, nisi quorum nomina vix est eloqui ore Romano; I 25: promunturium quod
Graeci Ampelusiam, Afri aliter sed idem significante vocabulo appellant). È pur
vero però che i Cantabri appartengono alla costa atlantica, cioè alla parte che, come
dice Strabone (III 4.16), era abitata da uomini rozzi e incivili come i Celtiberi, di
cui si ricorda la barbara usanza che aveva già richiamato gli strali di Catullo (39).
Per il resto Mela non è disposto, a differenza di Strabone, ad ammettere que-
ste diversità all’interno della Spagna. Strabone infatti fa una netta distinzione fra la
costa mediterranea, ricca di olivi, viti e piante da frutta, e quella atlantica povera e
rozza. Per Mela la Spagna, oltre ad essere famosa per le sue miniere (lode questa
generalmente riconosciutale), è ovunque feracissima al punto che, se in qualche
luogo deroga dalla norma ed è povera di acque, produce tuttavia lino e sparto (II
86: ipsa Hispania … viris, equis, ferro, plumbo, aere, argento auroque abundans
et adeo fertilis ut, sicubi ob penuriam aquarum effeta ac sui dissimilis est, linum
tamen aut spartum alat). Ma, come dice Strabone (III 4.9), lo sparto cresce appunto
in luoghi aridi e neppure il lino ha bisogno di molta acqua12. Insomma Mela volge
abilmente in lode anche quelli che erano limiti obiettivi della sua terra.
In sostanza Mela, romano a tutti gli effetti, non avrà rivelato la sua origine spa-
gnola che attraverso il cognomen, identico a quello di un altro spagnolo famoso, il
padre di Lucano13. Se venuto a Roma da bambino non avrà forse neppure conserva-
to marcati iberismi nella pronuncia, ai quali peraltro non si sottraeva un retore della
statura di Porcio Latrone originario di Italica (SEN., contr. 2.4,8) e più tardi lo stes-

9
Ibid.: 16.
10
Ibid.: 11.
11
Ibid.: 10.
12
Cf. COLUM., II 10.17: lini semen … locum … modice umidum poscit.
13
Questo naturalmente non prova la parentela con la famiglia di Seneca: vid. GLEASON, J.M. (1974): 279.

83
Piergiorgio Parroni

so imperatore Adriano (SPART., Hadr. 3.1), i cui maiores ai tempi degli Scipioni
erano stati residenti apud Italicam e la cui madre era Gadibus orta14.
Si è già detto che il piano dell’opera non consentiva a Mela una trattazione
privilegiata della Spagna e che a tradire il suo affetto di provinciale sono i picco-
li dettagli di cui abbiamo parlato. Il criterio del periplo, che egli adotta in osse-
quio alla tradizione greca, è inattuale in quanto non corrisponde più alle esigenze
di una civiltà come quella romana, orientata verso una geografia prevalentemente
«continentale». È vero che, non insensibile alle nuove esigenze, Mela abbandona
spesso la costa per addentrarsi nelle regioni dell’interno, ma non si può negare che
il criterio del periplo da lui seguito lo costringe a evidenti forzature, come quella
di tornare due volte sullo stesso argomento. Questo si verifica in modo particolare
per la Gallia e appunto per la sua Spagna, la cui trattazione è smembrata fra II e III
libro. Il II libro infatti parte dalla descrizione della riva destra del Tanais per arriva-
re alle Columnae Herculis, mentre il III libro comprende il periplo dei mari esterni
in senso orario, con la conseguenza che la costa mediterranea della penisola iberica
è descritta alla fine del II libro, mentre quelle occidentale e settentrionale sono rin-
viate all’inizio del III. Più fortunate da questo punto di vista la Grecia e l’Italia, alle
quali il criterio del periplo assicura una posizione centrale all’interno del secondo
libro e dell’intera opera, quasi a sottolineare la posizione preminente di queste due
regioni nell’ambito dell’ecumene (cf. fig. 1).
Lo smembramento della Spagna soggiace a un’altra forzatura: le sue principali
isole, le Baleari (Maiorca e Minorca), Ibiza e Formentera, sono ricordate molto più
avanti, alla fine del II libro, dato che la trattazione delle isole del Mediterraneo è
demandata a un excursus, col quale si conclude appunto il II libro. Poiché l’excur-
sus segue la stessa direzione del periplo, le isole della Spagna vengono ad occupare
gli ultimi tre paragrafi del II libro. Lo stesso accade per le isole della costa atlantica
e di quella settentrionale, la cui trattazione è rimandata a un analogo excursus, che
trova posto circa a metà del III libro (§§ 46-58), quando Mela, prima di dirigersi a
sud lungo l’oceano orientale, fa una sosta per enumerare le isole, sempre nella dire-
zione del periplo, da Cadice alla Scizia. È qui che ricorre una minuziosa descrizione
di Gades, dove, accanto a varie notizie confermate da altre fonti antiche, si trova un
dato tramandato dal solo Mela. A proposito del tempio di Ercole egizio (in realtà del
dio fenicio Melqart identificato con Ercole), le cui rovine sono ancora visibili nel-
l’isoletta di Santipetri15, si dice infatti che la particolare sacralità del luogo dipende
dal fatto che vi sono custodite le ossa del dio (§ 46: cur sanctum sit ossa eius ibi
sita efficiunt). Altra notizia che non trova altrove conferma è quella relativa alla
straordinaria fecondità dell’isola di Erythia e di altre isolette adiacenti sine certis

14
GUALANDRI, I. (1989): 477.
15
SILBERMAN, A. (1988): 279.

84
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

nominibus. Strabone (III 5.4) a proposito di Erythia si limita a menzionare la bontà


del pascolo, mentre Mela per questo gruppo di isole tramanda una notizia annove-
rabile fra i mirabilia: adeo agri fertiles, ut, cum semel sata frumenta sint, subinde
recidivis seminibus segetem novantibus, septem minime, interdum plures etiam
messes ferant (§ 47). Più generica la menzione delle isole Cassiteridi, di cui si dice
semplicemente che plumbo abundant, senza specificarne il numero (dieci secondo
Strabone, III 5.11 e altri) e senza aggiungere che queste isole oltre al piombo vero e
proprio (plumbum nigrum) producevano lo stagno (plumbum album), a cui doveva-
no propriamente il nome (in greco kassíteron).
La trattazione della Spagna prende l’avvio da II 85 con la descrizione della
catena dei Pirenei, di cui si precisa che procede in direzione del Britannicus oceanus,
ossia più propriamente verso il mare Cantabricum. Mela non dice espressamente che
la direzione è sud-nord, ma quasi certamente così egli la immaginava sulle orme
di Polibio (III 37), di Strabone (II 5.27; III 1.3), e di Artemidoro di Efeso, come
ci rivela il papiro recentemente portato all’attenzione degli studiosi16. Poi la catena
montuosa piega con la sua frons all’interno della Spagna (in terras fronte conversus
Hispaniam irrumpit) fino a raggiungere quei lidi che guardano ad occidente (donec
… in ea litora quae occidenti sunt adversa perveniat), «escludendo» così alla sua
destra, cioè a settentrione, la parte minore di essa (minore parte eius ad dexteram
exclusa), cioè le attuali province basche, le Asturie e la Galizia. Da questa descrizio-
ne pare evidente che Mela considerasse l’attuale Cordigliera Cantabrica come una
prosecuzione dei Pirenei, anche se la sproporzione tra la minor pars, rappresentata
da queste regioni settentrionali, e il resto della Spagna appare sorprendente (cf. fig.
1). Silberman17 sospetta una confusione con i monti della Castiglia, ma non mi sem-
bra un’ipotesi persuasiva. Se invece di minore parte eius Mela avesse detto minima
parte eius ci sentiremmo più soddisfatti, ma non dobbiamo lasciarci condizionare
dalle nostre conoscenze geografiche attuali.
La descrizione della penisola iberica (II 86) è ridotta all’essenziale, ma pre-
cisa: la Spagna è cinta da ogni parte dal mare nisi qua Gallias tangit; da questo
lato è maxime angusta, poi via via si allarga procedendo a occidente dove raggiun-
ge la sua massima estensione (paulatim se in Nostrum et oceanum mare extendit,
magisque et magis latior ad occidentem abit ac fit ibi latissima). Mela, a differen-
za di Strabone e Plinio, rifugge dalle misure e dai dati numerici: non poteva fare
un’eccezione per la Spagna. Sempre nell’ambito dello stesso periodo informa sulle
peculiarità della sua terra: viris, equis, ferro, plumbo, aere, argento auroque etiam

16
GALLAZZI, G., SETTIS, S. (2006): 157. Devo la segnalazione a Guglielmo Cavallo. Non ha ancora visto
la luce Il Papiro di Artemidoro, a cura di C. Gallazzi, B. Kramer, S. Settis, in collaborazione con G. Adornato,
annunciato come in corso di stampa nel 2006 presso la Casa Editrice L.E.D. di Milano. Vid. anche KRAMER, B.
(2006): 101.
17
SILBERMAN, A. (1988): 219.

85
Piergiorgio Parroni

abundans et adeo fertilis ut, sicubi ob penuriam aquarum effeta ac sui dissimilis
est, linum tamen aut spartum alat. A parte la lode abilmente celata nel riferimen-
to alla feracità della Spagna a cui abbiamo già accennato (non dimentichiamo che
Mela più che un geografo è un retore), l’enumerazione dei principali prodotti è fatta
in maniera oggettiva e quale ci è in genere confermata da altre fonti. Celebri erano
i cavalli della Lusitania e ben note le miniere di ferro, piombo (piombo e stagno
secondo Plinio –NH 4.112–), argento e oro, presenti in tutta la regione (PLIN., NH
3.30: metallis plumbi, ferri, aeris, argenti, auri tota ferme Hispania scatet), ma in
modo particolare nella Turdetania (STR., III 2.8). A proposito delle cavalle della
Lusitania, Mela, così pronto ad accogliere notizie favolose, avrebbe potuto fare spa-
zio alla leggenda della loro fecondazione attraverso il vento favonio, di cui trovia-
mo notizia in Plinio (NH 4.116; 7.166) e Varrone (R.R. 2.1,19) e di cui serbano l’eco
Columella (VI 27.4) e Virgilio (Georg. 3.275 ss.), ma se ne astiene. Questo mi pare
in carattere con la sua descrizione della Spagna, condotta in modo contenuto, poco
concedendo al personalistico o al pittoresco. Se la confrontiamo con la descrizione
che ne fa Solino (XXIII 1-2), che non risulta essere stato spagnolo, si può vedere
quanto più accesa e vivace sia quella tramandataci da quest’ultimo: terrarum plaga
comparanda optimis, nullis posthabenda frugibus et soli copia, sive vinearum pro-
ventus respicere sive arborarios velis. Omni materia affluit, quaecumque aut pretio
ambitiosa est aut usu necessaria. Argentum vel aurum requiras, habet: ferrariis
numquam deficit: non cedit vitibus, vincit olea. Un dato che non trova conferma in
altre fonti è piuttosto quello della abbondanza della popolazione. Viris abundans è
una notizia che risulta solo di qui. Si ritrova più tardi in Marziano Capella (VI 630),
che nell’attribuire alla Spagna, sulla scorta di Plinio (NH 3.7), 175 oppida, aggiun-
ge che essi erano habitantium multitudine frequentata, una notizia che deriva certa-
mente da Mela.
Dopo la descrizione fisica della Spagna e l’enumerazione dei suoi prodotti,
Mela passa alla sua divisione politico-amministrativa. Egli ha presente la divisio-
ne più recente e non fa cenno a quella più antica. Dopo che nel 206 a.C. la Spagna
divenne provincia romana fu infatti divisa in Hispania Citerior e Hispania Ulterior.
Nel 27 a.C. dall’Hispania Ulterior viene ritagliata la parte occidentale, che prende
il nome di Lusitania; la parte orientale della Ulterior viene chiamata Baetica, men-
tre la Citerior viene detta anche Tarraconensis, da Tarragona sede del governo cen-
trale. Lusitania e Tarraconensis diventano province imperatorie, rette quindi da un
legatus Augusti pro praetore, mentre la Baetica è eretta a provincia senatoria ed è
governata da un proconsole. E Mela appunto dice della Spagna: tribus … est distinc-
ta nominibus, parsque eius Tarraconensis, pars Baetica, pars Lusitania vocatur,
senza fare alcun cenno alla precedente divisione. Non sarà un caso che egli, che si
serve di solito di fonti invecchiate, si dimostri invece aggiornato per quanto riguar-
da la sua terra.

86
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

Seguono i confini delle tre province. Qui Mela si dimostra come al solito essen-
ziale, ma anche non completamente aggiornato. Sia i confini della Tarragonese,
delimitati a oriente dalle Gallie, a occidente dalla Betica e dalla Lusitania, a sud e a
nord rispettivamente dal Mar Mediterraneo e dall’Oceano settentrionale, sia i confi-
ni della Betica, individuati nel fiume Anas (Guadiana) verso la Lusitania e di nuovo
nel Mar Mediterraneo a sud e nell’Oceano a ovest, sono sostanzialmente esatti (§
87: Tarraconensis, altero capite Gallias, altero Baeticam Lusitaniamque contin-
gens, mari latera obicit Nostro qua meridiem, qua septentrionem spectat oceano.
Illas fluvius Anas separat et ideo Baetica maria utraque prospicit, ad occidentem
Atlanticum, ad meridiem Nostrum). Ma per quanto riguarda la Lusitania, dicendo
che guarda verso l’Oceano da tre lati (Lusitania oceano tantummodo obiecta est,
sed latere ad septentriones, fronte ad occasum) mostra di ignorare che intorno alla
fine del I sec. a.C. la parte nord-occidentale della penisola fino al Durius era stata
annessa alla Tarragonese, come informano Strabone (III 4.20) e Plinio (NH 4.113).
Prima di iniziare la descrizione della costa mediterranea, procedendo secon-
do il criterio del periplo dai Pirenei verso occidente, Mela fa una piccola deroga
nominando alcune città significative dell’interno della Spagna (de mediterraneis).
In precedenza aveva citato nell’ordine Tarragonese, Betica e Lusitania, ora, obbe-
dendo al gusto retorico della variatio, inverte la posizione di Betica e Lusitania.
Della Tarragonese ricorda come un tempo clarissimae Palantia (Palencia a nord di
Valladolid), invano assediata nel corso della guerra contro i Celtiberi dal 181 al 134
(STR., III 4.13), e Numantia, distrutta da Scipione Emiliano nel 134; fra le recenti
c’è solo Caesaraugusta, rifondata da Augusto nel 19 a.C. sul luogo della preesis-
tente Salduba. Della Lusitania si menziona solo Emerita, anch’essa fondata da
Augusto nel 25 a.C.; della Betica Astigi (Écija), Hispal (Siviglia), Corduba.
Il periplo è interessante per alcuni toponimi che non ricorrono altrove, ma
che trovano spesso corrispondenza nell’onomastica moderna. Il punto di partenza,
Cervaria, già citata al § 84 come Galliae finis, corrisponde all’odierna Cerbère; se
il Mons Iovis è da identificare col Mongó, le Scalae Hannibalis (oggi La Escala)
ne rappresenterebbero il versante orientale, non occidentale come dice Mela (§ 89:
mons Iovis, cuius partem occidenti adversam, eminentia cautium quae inter exi-
gua spatia ut gradus subinde consurgunt, Scalas Hannibalis appellant)18. L’attuale
Cabo de la Nao sarebbe il promunturium quod Ferrariam vocant (§ 91). Di un
promontorio così chiamato non abbiamo nell’antichità altre attestazioni, ma più o
meno in quella posizione Strabone (III 4.6) ricorda delle miniere di ferro, di cui
potrebbe serbar traccia l’oronimo. Neppure del sinus Sucronensis (l’odierno Golfo
di Valenza), il cui nome è sicuramente da mettere in relazione col fiume Sucro che
vi sfocia o con l’omonima città, possediamo altre testimonianze. Murgi (§ 94) è la

18
SCHULTEN, A. (1955): 228.

87
Piergiorgio Parroni

prima città della Betica anche per Plinio (NH 3.8), ma né Plinio né alcun altra fonte
antica conosce il Murgitanus sinus. Non credo che si debba leggere con i più Urci
e di conseguenza Urcitanus sinus (che peraltro sarebbe anch’esso un unicum), con-
siderato che Urci era città della Tarragonese, come sappiamo da Plinio (NH 3.19) e
altri19. In ogni caso non vi è dubbio che questo sinus, comunque lo si voglia chia-
mare, corrisponde all’odierno Golfo de Almería.
Nell’excursus sulle isole spagnole (II 124-126) Mela non dice nulla a proposi-
to di Baleari, Ibiza e Formentera che non sia noto anche da altre fonti. Si può solo
osservare che egli, assecondando il suo gusto per il thaumastón, accorda uno spazio
maggiore di Plinio alla leggenda secondo la quale la terra di Ibiza (Ebusos) portata
a Formentera (Colubraria) servirebbe ad allontanare i serpenti di cui la prima era
priva, la seconda assai ricca. All’assenza di conigli ad Ebusos si accenna solo in
modo indiretto: omnium animalium quae nocent adeo expers, ut ne ea quidem quae
de agrestibus mitia sunt aut generet aut si invecta sunt sustineat.
La descrizione della costa atlantica della Betica riprende, dopo un breve
excursus sull’origine delle maree, all’inizio del III libro. La definizione di essa fino
al fiume Anas (Guadiana) come paene recta (paene in quanto incisa dal sinus dove
sorge Cadice e poi da quello più ampio, oggi Golfo di Cadice), è sorprendente, con-
siderato che questo tratto di costa piega verso nord-ovest, e quindi presuppone da
parte di Mela un orientamento sostanzialmente errato20. Diverso il caso della costa
dal fiume Durius al promontorio Celtico (più o meno Capo Finisterre), anch’essa
definita, ma in questo caso a ragione, generalmente recta: infatti la frons procede,
a parte le irregolarità della costa, nella direzione del periplo, cioè sud-nord (§ 9).
In modo analogo è perfettamente giustificata in III 12 la definizione di paene recta
attribuita alla costa settentrionale della penisola iberica dal promontorio Celtico ai
Pirenei (su questo punto torneremo tra poco).
La descrizione del fiume Baetis (Guadalquivir) è inesatta: è vero che nasce
nella Tarraconensis, ma non che per hanc fere mediam … decurrit (§ 5), a meno
che non si voglia forzare il testo supponendo, con Tzschucke, che hanc designi la
Baetica. È ipotesi decisamente insostenibile, considerato che di Baetica non si parla
neppure nel contesto prossimo, ma semmai, poco prima (§ 3), di ora Baeticae fron-
tis, che è cosa diversa.

19
A favore di Urci e Urcitanus starebbe la tradizione, rappresentata dal solo Vat. Lat. 4929, che così traman-
da il passo: urgi in sinum quem uirgitanum vocant. Ora, a parte sinum che va corretto sicuramente in sinu, io credo
che uirgitanum sia corruzione di murgitanum, complice il quem che precede, e che tale corruzione abbia poi attratto
a sé murgi trasformandolo in urgi. Oltretutto Urci segnava il confine fra la Hispania Citerior e Ulterior, una distin-
zione che, come abbiamo visto, è ignota a Mela. Sul problema vid. PARRONI, P. (1981): 429.
20
STÜRENBURG, H. (1932): 13. Anche nel nuovo Artemidoro si dice che questo tratto di costa «che dà a
nord, si estende verso ovest»: vid. GALLAZZI, C., SETTIS, S. (2006): 157; KRAMER, B. (2006): 101.

88
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

Nel tratto di costa che va dall’Anas al Tago Mela conosce tre promontori, il
Cuneus, il Sacrum e il Magnum, in cui si sono riconosciuti abbastanza concor-
demente il C. de S. Maria, il C. de São Vicente e il C. da Roca, e due sinus, che
dovrebbero essere compresi, anche se non espressamente detto, l’uno fra C. de S.
Maria e C. de São Vicente e l’altro fra C. de São Vicente e C. da Roca. E qui sorge
un problema perché al primo sinus Mela ascrive Salacia, che è invece compresa
fra C. de São Vicente e C. Espichel (il Capo Barbario, che Mela non conosce), al
secondo Ulisippo (Lisbona), città compresa fra C. Espichel e C. da Roca. Altri ten-
tativi di interpretazione del passo21 vanno incontro a non minori difficoltà, per cui
converrà rassegnarsi a riconoscere in questa erronea localizzazione una delle tante
incongruenze di Mela.
Degna di nota è la descrizione del Tago come fiume ricco, oltre che d’oro, di
gemmae (§ 8: Tagi ostium, gemmas aurumque generantis), notizia quest’ultima che
non trova riscontro in nessun’altra fonte antica.
La frons della penisola iberica è descritta sommariamente al § 6: at Lusitania
trans Anam, qua mare Atlanticum spectat, primum ingenti impetum in altum abit,
dein resistit ac se magis etiam quam Baetica abducit. La parte prominente nel-
l’Atlantico è rappresentata dai promontori che abbiamo detto, poi la costa rientra e
si ritira fino a formare un arco più grande di quello formato dalla Betica, più grande
nel senso di più vasto raggio, non più profondo. Questa descrizione è poi ripresa in
modo più dettagliato ai §§ 8-9: ab his promunturiis in illam partem quae recessit
ingens flexus aperitur. Si tratta ovviamente dell’ingens flexus che si distende da C.
da Roca a Finisterre. Qualche problema interpretativo pone l’espressione in illam
partem quae recessit, che Silberman intende come «la côte nord de la péninsule
ibérique, a partir du cap Finisterre»22, ma recessit sembra variatio del precedente
se abducit e forse in illam partem non indica il punto di arrivo (non a caso Mela
dice in non ad), ma la direzione: (procedendo) nella direzione di quella parte della
costa che si ritira si apre un ingens flexus. In esso vengono correttamente collocati
il Munda e il Durius. L’intero tratto di costa che va dal Magnum al Durius è consi-
derato da Mela come latus dell’ultimo promontorio, cioè del Magnum, sicché egli
può dire che il Munda sfocia a metà di detto latus e il Durius lambisce le «radici»
del Magnum: Munda in medium fere ultimi promunturii latus effluens, et radices
eiusdem alluens Durius (§ 8).
Da questo momento (§ 9) la costa procede in linea retta (frons illa aliquamdiu
rectam ripam habet), poi rientra un po’ per emergere di nuovo probabilmente con
quello che è oggi il C. Silleiro e che Mela non nomina (dein, modico flexu accepto,
mox paululum eminet), infine, pur incisa da numerose insenature, presenta un anda-

21
Vid. BRAUN, F. (1909): 40.
22
SILBERMAN, A. (1988): 252.

89
Piergiorgio Parroni

mento sostanzialmente rettilineo fino al Capo Celtico (tum, reducta iterum iteru-
mque, recto margine iacens ad promunturium quod Celticum vocamus extenditur).
Quando al paragrafo successivo Mela dice che totam (sc. frontem illam) Celtici
colunt, credo che abbia presente solo quella frons che ha nominato prima, cioè quel-
la che va dal Durio al Celtico, non «la façade … délimitée par le cap Magnum au
sud et le Celticum au nord», come vorrebbe Silberman23. È vero che i Celtici alme-
no a partire dal V sec. abitavano tutto il sud-ovest della penisola iberica, ma qui si
ha l’impressione che ormai Mela sia interessato solo all’ultimo tratto della costa
atlantica che sta descrivendo e che dunque i Celtici di cui parla siano quelli che abi-
tavano intorno al capo Celtico, come dice Strabone (III 3.5), il quale precisa che si
tratta di Celtici ‘parenti’ di quelli che abitavano presso il fiume Anas. Da segnalare
in questa zona due idronimi, Laeros e Ulla, non menzionati da altre fonti, ma quasi
certamente da identificare rispettivamente nel Lerez che sbocca a Pontevedra e nel-
l’Ulla, che mantiene anche oggi lo stesso nome.
La descrizione della penisola iberica continua (§ 12) col lato settentrionale
che guarda verso l’oceano: deinde ad septentrionem toto latere terra convertitur a
Celtico promunturio ad Scythicum usque. Il promunturium Scythicum è immagina-
to all’estremità nord dell’ecumene, come sappiamo dal § 59, e dunque qui è citato
a sproposito. Il tentativo di giustificarlo, ritenendo che Mela descriva l’intero lato
settentrionale della terra abitata24 si scontra contro una difficoltà a mio avviso insor-
montabile: terra non può che riferirsi alla Spagna, considerato che immediatamente
dopo Mela passa alla descrizione della sua ora: perpetua eius ora, nisi ubi modici
recessus ac parva promunturia sunt, ad Cantabros paene recta est. D’altra parte
un costrutto analogo è impiegato in II 47: terminata con Capo Sunio la descrizione
della costa orientale della Grecia (§ 46: Sunium promunturium est, finitque id litus
Hellados quod spectat orientem), così si introduce la descrizione di quella meridio-
nale: inde ad meridiem terra convertitur usque ad Megaram. G. Ranstrand25, che
accoglie la congettura di Bursian Pyrenaeum, non si nasconde la difficoltà paleo-
grafica di una simile soluzione; converrà, io credo, pensare piuttosto a una svista di
Mela, non nuovo a tali confusioni (in I 14 i Babylonii sono collocati del tutto fuori
posto; in I 89 l’Hermus è confuso col Thermodon).
Da segnalare in questo tratto il Salia (§ 14), non noto da altre fonti, che senza
dubbio sopravvive nell’odierno Sella, il fiume che sfocia presso Ribadesella, e il
Namnasa (§ 15), certo da identificare coll’odierno Nansa. La descrizione fino ai
Pirenei è ricca di toponimi mal tramandati o irrimediabilmente corrotti, sulla cui
ricostruzione ci si è invano affaticati e su cui non è opportuno soffermarci in questa

23
Ibid.: 253.
24
Vid. ID. (1983): 103 s.
25
(1971): 32 s.

90
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

sede. Non si può escludere che ulteriori scoperte archeologiche possano apportare
elementi utili a identificare tutta una serie di nomi che non trovano altrove confer-
ma. Delle isole della costa atlantica, la cui descrizione è differita all’excursus sulle
isole in III 46 ss., abbiamo già detto.
Non resta dunque che trarre le conclusioni di questa sommaria esposizione.
La descrizione della Spagna dello spagnolo Pomponio Mela non è priva di interes-
se. Essa è nel suo insieme senz’altro corrispondente alla realtà geografica, politi-
co-sociale ed etnografica del suo tempo, il che è tanto più apprezzabile se si tiene
conto che il geografo spagnolo attinge notizie spesso a fonti invecchiate. La cosa
più interessante è rappresentata dal fatto che egli accanto a dati noti da altre fonti, ci
tramanda in qualche caso toponimi altrimenti ignoti. Spesso, proprio perché hapax,
non siamo in grado di dire se la forma tramandata sia quella corretta (a cominciare
da Tingentera, il nome della sua patria), ma talvolta è il nome moderno ad assicu-
rarci della loro esattezza. Il piano dell’opera lo ha costretto a descrivere la sua terra
non in modo unitario, ma dividendo la trattazione fra secondo e terzo libro. Mela
avrebbe potuto superare questo limite se avesse saputo svincolarsi dal criterio del
periplo, che, elaborato da una civiltà marinara come quella greca, mal si adattava
a una civiltà tipicamente «continentale» come quella romana. Ma il peso della tra-
dizione era troppo forte per consentirgli di muoversi in modo autonomo. Alla sua
terra non poteva riservare un trattamento particolare, anche se qualche piccola dero-
ga qua e là se l’è concessa. D’altra parte egli si sentiva perfettamente romano e la
sua ispanicità non era tutto sommato diversa dall’arpinità di Cicerone o dalla pata-
vinità di Livio. Ciascuno di noi anche oggi ha una patria cordis e una patria iuris:
come per Mela la patria iuris era l’impero romano, così per noi oggi è diventata
l’Europa.

91
92
Piergiorgio Parroni

Fig. 1. L’ ecumene di Pomponio Mela (ricostruzione di P. Parroni; esecuzione di I. Pierangeli, Instituto di Geografia,
Università di Roma “La Sapienza”)
LA SPAGNA DI POMPONIO MELA

BIBLIOGRAFÍA

BRAUN, F., (1909): Die Entwicklung der Spanischen Provinzialgrenzen in römischer Zeit, Berlin.
DESANGES, J., (1980): Pline l’Ancien, Histoire Naturelle, Livre V, 1-46, Paris.
DETLEFSEN, D., (1908): Die Geographie Afrikas bei Plinius und Mela und ihre Quellen. Die Formu-
lae provinciarum eine Hauptquelle des Plinius, Berlin.
GALLAZZI, C., SETTIS, S., edd., (2006): Le tre vite del Papiro di Artemidoro. Voci e sguardi
dall’Egitto greco-romano, Milano.
GALSTERER, H., (1971): Untersuchungen zum römischen Städtwesen auf der iberischen Halbinsel.
(Madrider Forschungen, 8), Berlin.
GLEASON, J.M., (1974): «A Note on the Family of the Senecae», Classical Philology 69: 278-279.
GUALANDRI, I., (1989): «Per una geografia della letteratura latina», in G. Cavallo, P. Fedeli & A. Giar-
dina (edd.), Lo spazio letterario di Roma antica, II, La circolazione del testo, Roma, pp. 469-505.
KRAMER, B., (2006): «La península Ibérica en la Geografía de Artemidoro de Éfeso», in G. Cruz An-
dreotti, P. Le Roux e P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica. I. La
época republicana, Málaga-Madrid, pp. 97-114.
LO CASCIO, E., (2003): «La Spagna degli Annei», in I. Gualandri & G. Mazzoli (edd.), Gli Annei.
Una famiglia nella storia e nella cultura di Roma imperiale. (Atti del Convegno internazionale di
Milano-Pavia, 2-6 maggio 2000), Como, pp. 9-18.
PARRONI, P., (1981): «Animadversiones in Pomponium Melam», Rivista di filologia e di istruzione
classica 109: 424-432.
— (1984): Pomponii Melae De Chorographia libri tres, Roma.
RANSTRAND, G., (1971): Textkritische Beiträge zu Pomponius Mela, Göteborg.
SCHULTEN, A., (1955): Iberische Landeskunde. Geographie des antiken Spanien, I, Strassburg-Kehl.
SILBERMAN, A., (1983): «Les emplois de ‘frons’ et de ‘latus’ dans la Chorographie de Pomponius
Mela et le promontoire Scythique (III, 12)», Revue de philologie 57: 99-104.
— (1988): Pomponius Mela, Chorographie, Paris.
STÜRENBURG, H., (1932): Relative Ortsbezeichnung zum geographischen Sprachgebrauch der
Griechen und Römer, Leipzig-Berlin.

93
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION
ET POLITIQUE: PLINE L’ANCIEN ET LES FRONTIÈRES
DE LA CONNAISSANCE DU MONDE

GIUSTO TRAINA
Università di Lecce

1. Introduction

Ainsi que l’a bien démontré Claude Nicolet, l’étude de la géographie romaine
a été longtemps conditionnée par une vision «dichotomique» de la science
des Anciens. Dans cette vision, les Grecs ont été considérés comme les seuls
dépositaires de la science «pure», tandis que les Romains ne seraient que les
représentants d’une attitude «pratique»1. Bien que des historiens de l’Antiquité
aient commencé à balayer ce poncif, comprenant qu’il s’agit d’un faux problème,
cette attitude n’a pas entièrement disparu de la réflexion des savants. C’est ainsi
que le mathématicien Lucio Russo, dans un livre qui a connu un certain succès en
Italie, considère l’Empire romain comme le responsable principal de la décadence
de la science hellénistique. Le problème est que toute la construction de Russo
s’appuie sur un malentendu car la culture romaine était bilingue, et le grec était
la langue scientifique. C’est pourquoi le fait que les Eléments d’Euclide n’ont pas
été traduits en latin ne doit pas être considéré comme la preuve de l’absence de
culture scientifique à Rome2.
Néanmoins, au Ier siècle de notre ère, Pline l’Ancien a voulu dresser un «inven-
taire du monde» en latin. Cette heureuse expression n’a pas été introduite dans la
littérature scientifique par Nicolet, qui en a fait le titre de son remarquable ouvrage,
mais par le latiniste Gian Biagio Conte qui a ainsi introduit la traduction italienne
1
NICOLET, Cl. (1989): 82 s.
2
RUSSO, L. (2001); pour la géographie mathématique voir les pp. 89-95. Pour une critique des positions
de Russo voir notamment GEYMONAT M., MINONZIO, F. (1998a); MINONZIO, F. (2005): 281; TRAINA, G.
(sous presse).

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 95-114.
95
Giusto Traina

de l’Histoire Naturelle de Pline l’Ancien, parue entre 1982 et 19883. Dans cet essai,
Conte a très bien saisi l’enjeu du projet encyclopédique de Pline: «Trop peu scien-
tifique pour plaire aux positivistes, Pline est éminemment positiviste par rapport à
son propre travail, rassembler les données»; «Ce n’est pas à la gloire de l’explo-
rateur que Pline peut prétendre. En revanche, il a la chance d’arriver au début de
l’automne d’une culture entière, quand les fruits de la grande saison classique ont
mûri depuis longtemps»4.
Sur le plan scientifique et culturel cela est sans doute vrai. Mais sur le plan des
connaissances géographiques, Pline ne vivait pas du tout au début d’un automne.
Au contraire, le Naturaliste se trouvait au plein milieu d’une saison exceptionnelle
d’explorations et de découvertes qui s’est développée au moins jusqu’à l’époque des
Antonins5. Comme nous le verrons, il pouvait utiliser des données très récentes comme
les chiffres du recensement accompli par Vespasien et Titus en 73-74 ap. J.-C.6
Selon Francesco Prontera, «La contribution originale que Pline donne à la géo-
graphie descriptive consiste dans l’intérêt particulier qu’il prête, en bon fonctionnaire
de l’Empire, à son organisation administrative»7. Prontera a remarqué que ces ren-
seignements peuvent être occasionnellement «extra-littéraires», comme dans le cas
d’Apamée de Syrie où la source est représentée par des marchands romains (nostri
negotiatores, 6.146). En même temps, Pline ajoute plusieurs indications tireés des com-
mentarii de généraux entre l’époque de Claude et celle de Néron. «Mais même là où
l’engagement à mettre à jour le tableau ethnico-géographique traditionnel est évident,
souvent il y a une cohabitation de vieux et de nouveau. C’ est ainsi qu’il juxtapose des
notices acquises par la littérature hellénistique avec des renseignements plus récents,
sans que Pline arrive à systématiser l’ensemble de façon méditée et ordonnée»8.
Cette limite dans l’ouvrage de Pline est évidente dans les livres géographi-
ques, une partie de l’Histoire Naturelle dont le caractère technique a attiré l’inté-
rêt de la Quellenforschung –dès Detlefsen et jusqu’à Sallmann–, mais qui ont été
négligés par la récente floraison de monographies sur la nature de l’ouvrage: du
côté anglo-saxon, les livres de Beagon, Carey et Murphy, en France celui de Valérie

3
Ce détail n’a pas été retenu dans le milieu savant francophone: voir, par exemple, NAAS, V. (2002): 416:
«Malgré la différence des époques concernées, L’Inventaire du monde pourrait servir de sous-titre à l’HN…».
4
CONTE, G.B. (1982): xviii; xix.
5
NICOLET, Cl.(1989): 79-82.
6
Voir le commentaire de LE ROUX, P. (1998): 148 s.; cf. NICOLET, Cl. (1989): 140 s.
7
PRONTERA, F. (2002): 241. Sur le rapport entre les fonctions administratives et l’ouvrage de Pline, voir
maintenant l’approche critique de CECCONI, G.A. (sous presse): «Non credo abbiamo sufficienti elementi in
mano per dire che la routine amministrativa, vista come scissa da ogni forma di gestione del potere, fosse l’unica
ambizione del nostro autore: c’è un problema di confronto fra gli effettivi contenuti della Storia Naturale (dove di
tracce dirette e indirette del Plinio dirigente indefesso ne rimangono poche e poco visibili) e la lettera dedicatoria
a Tito con i condizionamenti retorici e di maniera delle dediche ai principi e del genere proemiale anche in forma
epistolare…». Je remercie l’auteur pour m’avoir envoyé son article avant sa publication.
8
PRONTERA, F. (2002): 241.

96
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

Naas et, en Italie, les ouvrages de Citroni Marchetti et, tout récemment, de L. Cotta
Ramosino. D’ailleurs c’est la méthode même de Pline déterminant son manque
relatif d’organicité qui a fait sourciller les admirateurs de la science hellénistique
comme, par exemple, Geoffrey E.R. Lloyd qui considère le Naturaliste comme une
«victime de la tradition littéraire»9. Mais nous ne pouvons pas analyser l’ouvrage
de Pline comme s’il s’agissait d’une tentative manquée de récupérer la tradition de
la science grecque. Au contraire, nous verrons que son souci d’ajouter le maximum
de détails, de préférence exceptionnels, qui l’emporte sur le principe d’organicité
de l’Histoire Naturelle, ne peut s’expliquer sur des bases purement culturelles, sans
prendre en considération le contexte historique10.

2. Peut-on comparer Pline et Strabon?

Dans son «inventaire», Pline l’Ancien distingue ses auctores –les auteurs latins– des
sources externae «étrangères», généralement des auteurs grecs. Les distances qu’il
prend avec l’érudition hellénistique ont fait conclure que son énumération des auteurs
grecs n’impliquerait pas une véritable connaissance directe de ces auteurs. Il s’agit là
d’une interprétation trop poussée11. Certes, sa manière de se rapporter à la littérature
grecque montre son effort de présenter le monde dans une véritable dimension latine.
Ceci est particulièrement évident dans les livres géographiques. Non seulement
Pline s’éloigne des usages littéraires courants, mais de plus, il blâme ces auteurs «a
iuratissimis ex proximis» qui ne citent pas les textes dont ils recopient pourtant des
passages entiers ad verbum12. L’examen des livres géographiques montrera les limites
d’une interprétation exclusivement littéraire, voire scientifique de Pline.
On rencontre souvent des comparaisons entre Strabon et Pline. Comme l’a
indiqué Nicolet, Pline aurait fait mieux que Strabon car il a intégré la géogra-
phie dans un projet plus vaste et ambitieux, en utilisant la description du monde
pour mieux encadrer la totalité de la nature autour de Rome, le nouveau centre de
l’œcumène, le terrarum caput (3.38)13. Certains ont même observé que Pline est

9
LLOYD, G.E.R. (1983): 136; voir MURPHY, T. (2003): 301 s., selon lequel Lloyd «makes a persuasive
case». Voir également ID. (2004): 52 s.
10
CONTE, G.B. (1982): xlvi. Le problème de la géographie comme composante scientifique pour la forma-
tion du gouvernant a été abordé par OLIVEIRA, F. de (1992): 200 ss. Une étude importante a été réalisée récem-
ment par CECCONI , G.A. (sous presse).
11
Voir les critiques de SALLMANN, K. (1971): 49 ss.
12
PLIN., NH, praef. 21-22: argumentum huius stomachi mei habebis quod in his voluminibus auctorum
nomina praetexui. est enim benignum, ut arbitror, et plenum ingenui pudoris fateri per quos profeceris, non ut ple-
rique ex <i>is, qu<os> attigi, fecerunt. scito enim conferentem auctores me deprehendisse a iuratissimis e<x>
proximis veteres transcriptos ad verbum neque nominatos…
13
PLIN., NH 3.38: Italia dehinc primique eius Ligures, mox Etruria, Vmbria, Latium, ibi Tiberina ostia et
Roma, terrarum caput, XVI p. intervallo a mari. Cf. NICOLET, Cl. (1989): 69.

97
Giusto Traina

moins friand de détails ethnographiques, ce qui, curieusement, a été expliqué par


une baisse d’intérêt pour les Barbares à l‘époque flavienne14. Mais est-il correct de
mettre sur le même plan la Géographie et l’Histoire Naturelle? Les spécialistes ont
souvent oublié que chez Pline, on ne trouve pas la moindre citation, voire la moin-
dre trace de la Géographie de Strabon: cette omission est très curieuse, d’autant que
dans l’épître à Vespasien qui introduit son ouvrage, Pline énonce son intention de
citer systématiquement ses sources.
Selon Aubrey Diller qui a étudié la tradition de la Géographie de Strabon,
Pline n’avait pas connaissance de cet ouvrage, sinon il l’aurait forcément men-
tionné15. En effet, à l’époque de Pline, Strabon n’est cité que par Flavius Josèphe, et
uniquement pour son ouvrage historique. Il faudra attendre la fin du IIe siècle pour
trouver la première citation de la Géographie, chez Athénée16. Faute de données
concrètes, il est donc risqué de tirer des conclusions trop péremptoires. Toutefois,
c’est justement le souci d’exhaustivité énoncé par Pline qui rend quelque part sus-
pecte l’absence de Strabon dans son ouvrage. D’ailleurs, Pline énonce l’originalité
de son projet encyclopédique, non seulement par rapport aux auteurs latins, mais
aussi aux Grecs17.
Toutefois, si cette notion est évidente dans l’ensemble de son encyclopédie,
le traditionalisme de la culture classique n’a pas permis à Pline d’adapter la struc-
ture de ses livres géographiques, organisés comme un périple grec, à la vision
d’un Empire romain désormais consolidé. Comme d’ailleurs pour Strabon, la tra-
dition ethnographique réélaborée par Pline avait son centre à Rome et non plus à
Alexandrie. Pour Pline, il s’agissait d’affirmer la centralité de Rome, même si elle
ne sera énoncée sur le plan géographique que vers le IIIe siècle, dans la compilation

14
SHAW, B. (2000): 374; voir MURPHY, T. (2004): 87.
15
DILLER, A. (1975): 7: «Pliny in his Natural History gives long lists of authors in all fields of knowledge
and would surely have mentioned Strabo’s Geography if it had been known».
16
Deipn. 3.121a; 14.657 ss. Voir DILLER, A. (1975): 8 s.
17
PLIN., NH, praef. 14: praeterea iter est non trita auctoribus via nec qua peregrinari animus expet<a>t.
nemo apud nos qu<i> idem temptaverit, nemo apud Graecos qui unus omnia ea tractaverit. Dans son courriel du
19 avril 2006, mon ami et collègue Roberto Nicolai, qui a eu l’amabilité de m‘envoyer plusieurs suggestions pour
améliorer cet article, écrit: «Se Plinio conosceva l’opera di Strabone si può pensare che l’abbia presa in conside-
razione –per escluderla– nel momento in cui confrontava la sua opera con altre precedenti. Nell’ottica di Plinio
la Geografia non è paragonabile alla sua opera, che è la vera enciclopedia. Il vero problema potrebbe essere che
Plinio considerava Strabone come un precedente troppo diretto (imbarazzante?) e non come un auctor da citare. Su
questo punto si possono fare solo supposizioni»; «Non si può ridurre la geografia al solo aspetto delle esplorazioni.
Il filone di studi scientifico-matematici, in effetti, raggiunge i risultati più alti in età ellenistica, per poi decadere
nella ripetizione. Questo non avviene per colpa dell’impero romano (pace RUSSO, L. 2001), ma bisogna tener pre-
sente che lui per scienza considera quasi esclusivamente le scienze cosiddette esatte, in particolare la matematica e
la fisica. Strabone, che non è certamente al livello di Eratostene e di Ipparco sotto questo profilo, è già un enciclo-
pedista come Plinio: riassume i risultati della scienza ellenistica, talvolta fraintendendoli». Sur la culture scientifi-
que de Strabon voir AUJAC, G. (1966). Pour une autre comparaison (entre Strabon et Pausanias) voir PRETZLER,
M. (2005).

98
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

de Solin, inspirée il est vrai du modèle de Pline18. Il ne serait donc pas nécessaire
de préférer la conjecture urbi, proposée par Detlefsen, à la leçon orbi de la tradi-
tion manuscrite, dans le célèbre passage de 3.17, où Pline fait allusion à la carte
d’Agrippa19. Ce dernier «s’apprêtait à offrir le monde entier», et non pas «l’Urbs»,
«aux regards du monde» (cum orbem terrarum orbi spectandum propositurus
esset). Plusieurs savants ont néanmoins retenu cette conjecture20. Encore récem-
ment, Catherine Edwards et Greg Woolf ont ainsi commenté ce passage: «The
notion of display is foregrounded here, the city itself personified as the viewer»21.
Parmi d’autres différences entre Strabon et Pline, il faut remarquer la manière
dont ces auteurs décrivent la ville de Rome. Dans sa description de l’Urbs, Strabon
commence par les remparts et par quelques considérations d’ordre économique22,
mais quand il parle de la ville, il s’attarde surtout sur le Champ de Mars aménagé
par Agrippa qui, en effet, lui confère une caractéristique hellénistique. Il s’agit de
la véritable agorà, là où le Forum a perdu toute importance politique. Quant au
Capitole, véritable centre de la ville aux yeux d’ un Romain, il ne fait l’objet que
d’une petite remarque finale (STR., V 3.7-8). Pline quant à lui fait une description
plus courte, proportionnée à la taille de son ouvrage, mais avec une certaine atten-
tion aux realia de Rome, où il intègre une «fiche» augustéenne, en résumant la noti-
tia Urbis, avec les données tirées du recensement accompli en 73/4 par Vespasien et
Titus23.
Le projet de Pline avait peut-être l’ambition de marginaliser la tradition hellé-
nistique, ainsi que la géographie qui constituait, comme l’a bien expliqué Katherine
Clarke, la réponse des Grecs à l’impérialisme romain dont Strabon constituait un
paradigme24. Dans cette perspective, il lui arrive souvent de confondre l’orbis terra-

18
GEYMONAT, L., MINONZIO, F. (1998b): 416 s.
19
PLIN., NH 3.17: Baeticae longitudo nunc a Castulonis oppidi fine Gadis CCL et a Murgi maritima ora
XXV p. amplior, latitudo a Carteia Anam ora CCXXXIIII p. Agrippam quidem in tanta viri diligentia praeterque in
hoc opere cura, cum orbem terrarum orbi spectandum propositur<u>s esset, errasse quis credat et cum eo Divum
Augustum? Sur l’attitude de Pline à l’égard des Grecs, voir SERBAT, G. (1985).
20
Voir BRODERSEN, K. (1995); DESANGES, J. (1996). Selon Roberto Nicolai (courriel cité supra, n.17),
«Se andiamo a esaminare il passo, possiamo trovare argomenti a difesa di orbi e di urbi: l’autore può aver cercato
il poliptoto; viceversa, per chi accoglie l’emendamento, l’errore potrebbe essersi generato dal precedente orbem.
La soluzione del problema testuale è legata con l’intera questione della carta di Agrippa».
21
EDWARDS, C., WOOLF, G. (2003): 6 (d’après Nicolet).
22
MURHPY, T. (2004): 188-193, fait une longue et brillante digression sur l’anecdote concernant la cons-
truction de la Cloaca Maxima (XVI 2-4). Il ignore visiblement le passage de STR., V 3.8. J’ai parlé de ces problè-
mes dans TRAINA, G. (sous presse).
23
Un autre indice de l’évolution de Pline par rapport au modèle augustéen, qui semble plutôt refléter les
événements des années 50/70, est sa considération de l’Empire parthe. Ce dernier et l ‘Empire romain sont appelés
summa imperia (5.88), et ils courent le même risque de succomber à la luxuria (6.162). Ces indications contrastent
de toute évidence avec l’idéologie de l’œcumène augustéenne, avec l’image virgilienne de l’imperium sine fine.
Sur cette dernière question voir SCHLANGE-SCHÖNINGEN, H. (2005).
24
CLARKE, K. (1999): 1-76.

99
Giusto Traina

rum avec l’orbis Romanus25. Son langage, comme on l’a remarqué, relève d’un état
d’esprit «colonialiste»26. Mais il ne s’agit pas de la même attitude que l’on peut ren-
contrer chez des auteurs de tradition grecque comme Strabon. C’est donc une erreur
de méthode que considérer l’ouvrage de Pline exclusivement comme un chapitre de
l’ethnographie gréco-romaine27.

3. «Nuda nomina»

Pline est conscient de la faiblesse structurelle de son ouvrage, mais il préfère tou-
jours l’exhaustivité à l’organicité. D’ailleurs, submergé par le nombre de ses sour-
ces, différentes selon le genre et l’époque, il n’aurait pas pu fondre dans un tout
organique sa vision et sa description de l’Empire28. La structure des livres III-VI,
fondés sur trois sources principales plus ou moins intégrées par d’autres renseigne-
ments, reste hybride et variable29. En même temps, la dimension encyclopédique
lui évite la contrainte de suivre le modèle littéraire de Strabon, et lui permet d’en-
registrer un maximum de toponymes et d’ethnonymes, y compris ceux qui étaient
perçus comme barbares. Au début du IIIe livre, il défend son choix d’exposer les
nuda nomina des lieux, «avec toute la brièveté possible»30. Également brèves, sinon
sporadiques, les données de caractère antiquaire qui concernent les villes mortes,
les mythes de fondation, d’autres allusions à des récits mythologiques et, dans une
certaine mesure, les étymologies31. À la différence de Strabon, qui alterne des péri-
ples avec des excursus de contenu variable32, Pline préfère renvoyer ces détails aux
livres correspondants de l’Histoire naturelle: «maintenant, c’est de l’ensemble que
je vais parler» (ibid.). Les livres géographiques de Pline constituent donc la struc-
ture qui permet de mieux comprendre le tout.
L’élément distinctif le plus important est la présence relativement massive
de toponymes et d’ethnonymes exotiques et donc barbares que Pline a triés parmi
ses sources, souvent des documents officiels relatifs à des recensements. Là où les
Grecs déforment les toponymes, en fabriquant par exemple des «noms parlants»,
quand il n’éliminent pas les noms jugés trop «barbares», Pline le fonctionnaire

25
Bibl. chez NAAS, V. (2002): 418.
26
JAL, P. (1987): 491.
27
Il s’agit de la faiblesse principale de MURPHY, T. (2004).
28
GEYMONAT, M., MINONZIO, F. (1998a): 232.
29
ZEHNACKER, H. (2004): xviii.
30
PLIN., NH 3.2: locorum nuda nomina et quanta dabitur brevitate ponentur, claritate causisque dilatis in
suas partes; nunc enim sermo de toto est. quare sic accipi velim, ut si vidua fama sua nomina, qualia fuere primor-
dio ante ullas res gestas, nuncupentur et sit quaedam in his nomenclatura quidem, sed mundi rerumque naturae.
31
SALLMANN, K. (1971): 193-197.
32
Voir NICOLAI, R. (sous presse).

100
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

s’applique à en énumérer un certain nombre, et cela même s’il les considère «peu
faciles à prononcer», comme en Liburnie33, sinon ineffabilia, «imprononçables»
comme les tribus de l’Afrique du Nord34. Certes, le nombre de ces tribus est fort
réduit par rapport au chiffre de 500 indiqué par Pline. Le même type de sélection
est appliqué pour la Bétique: des 175 villes recensées, on ne retient que «celles
qui méritent mention ou qu’il est facile de nommer en latin»35. En définitive, pour
utiliser l’expression de Dick Whittaker, nous avons ici une sorte de «carte men-
tale» qui reflète une manière de voir «comme un Romain»36. L’acte de cataloguer,
au moins en partie, ces noms imprononçables, est en quelque sorte une forme de
romanisation37.
Dans plusieurs cas, l’inventaire de Pline constitue la source la plus complète
et souvent la seule attestation du nom d’une tribu indigène38. C’est l’aspect le plus
difficile de la philologie plinienne, d’autant que nous manquons encore d’une syn-
thèse qui tienne compte des données textuelles. En revanche, le texte de l’His-
toire Naturelle a fait souvent l’objet d’interventions non nécessaires39. Un autre
exemple, très intéressant pour l’histoire des études classiques, a été étudié par
Jehan Desanges, dans une contribution offerte en l’honneur du Président Senghor.
Desanges a revu une conjecture de Mayhoff à 6.190, dans la description de l’Ethio-
pie, concernant le peuple des Hipsodores qui «enduisent de rouge tout leur corps
d’une noire couleur»40. Le philologue allemand a remplacé hipsodores par hi
p<u>dore, en imaginant que ces Noirs auraient eu honte de leur propre couleur!
C’est attribuer à Pline, ou bien à sa source, des propos assez courants durant l’âge
d’or du colonialisme, mais tout à fait anachroniques pour l’époque41.

33
PLIN., NH 3.139: Arsiae gens Liburnorum iungitur usque ad flumen Titium. pars eius fuere Mentores,
Himani, Encheleae, Bu<l>ini et quos Callimachus Peucetios appellat, nunc totum uno nomine Illyricum vocatur
generatim. populorum pauca effatu digna aut facilia nomina.
34
PLIN., NH 5.1: populorum eius [scil. Africae] oppidorumque nomina vel maxime sunt ineffabilia praeter-
quam ipsorum linguis, et alias castella ferme inhabitant.
35
PLIN., NH 3.7: oppida omnia (scil. Beticae) numero CLXXV, in iis coloniae VIIII, municipia c. R. X, Latio
antiquitus donata XXVII, libertate VI, foedere III, stipendiaria CXX. ex his digna memoratu aut Latio sermone
dictu facilia, a flumine Ana litore oceani… Voir à ce propos CAREY, S. (2003): 34 s.
36
WHITTAKER, Ch.R. (2002).
37
CAREY, S. (2003): 36.
38
Voir, pour l’Afrique du Nord, DESANGES, J. (1962).
39
Voir ci-dessus, p. 99.
40
PLIN., NH 6.190: ultra eos Dochi, dein Gymnetes, semper nudi, mox Anderae, Mattitae, Mesaches;
Hipsodores atri coloris tota corpora rubrica inlinunt. at ex Africae parte Medimni, dein Nomades, cynoce-
phalorum lacte viventes, Alabi, Syrbotae, qui octonum cubitorum esse dicuntur.
41
DESANGES, J. (1977): 313 s. Les nouveaux volumes de la Collection des Université de France commen-
cent à combler cette lacune, mais on remarquera que la «nouvelle vague» d’études sur Pline tend à privilégier le
commentaire brillant à l’analyse des détails.

101
Giusto Traina

4. Limites, frontières, points de repère

Malgré la brièveté qu’il énonce au début de sa section géographique, fort peu con-
venable sur un plan littéraire, Pline commence sa description du monde à partir du
détroit de Gibraltar, avec une image fort suggestive: «Le point de départ est à l’Occi-
dent, au détroit de Gadès, par où l’Océan Atlantique fait irruption et se répand dans
les mers intérieures. En entrant par là, on a l’Afrique à sa droite, l’Europe à sa gauche
et l’Asie entre les deux; leurs limites sont les fleuves Tanaïs et Nil» (tr. Zehnacker)42.
Quand Pline composait le IIIe livre, le territoire de l’ancien royaume de Maurétanie
était entré depuis plus d’une trentaine d’années dans le système provincial romain,
ce qui permettait à Pline de pénétrer le mare internum par un point de départ –les
Colonnes d’Hercule– entièrement romain. Après quoi, il indique immédiatement la
supériorité de l’Europe par rapport aux autres parties du monde43.
Ce passage d’une grande intensité, avec sa perspective «aérienne», devrait faire
réfléchir les historiens qui s’attachent à revoir le concept de Méditerranée44. Il serait
souhaitable d’ étudier la conception de la Méditerranée dans la Naturalis Historia; à
ce sujet on peut évoquer un autre passage sur les échanges maritimes et leur impor-
tance sur le développement de l’économie45. Une orientation semblable se retrouve
dans le célèbre début de la dixième Satire de Juvénal, où l’ensemble des terres est
décrit a Gadibus usque Auroram et Gangem. Il s’agit d’un parcours d’Ouest en Est,
où Cadix est considéré comme le point de départ, mais aussi le terme ultime du
monde connu, selon une ancienne tradition littéraire qui remonte au moins jusqu’à
Pindare. Polybe observait que le détroit de Gibraltar était une merveille de la natu-
re, et que sa description était incontournable pour les géographes (PLB., III 57)46.
Glen Bowersock a récemment rappelé un passage analogue de Sénèque, dans la

42
PLIN., NH 3.3: Terrarum orbis universus in tres dividitur partes, Europam, Asiam, Africam. origo ab
occasu solis et Gaditano freto, qua inrumpens oceanus Atlanticus in maria interiora diffunditur. hinc intranti dex-
tera Africa est, laeva Europa, inter has Asia. termini amnes Tanais et Nilus.
43
Selon Pline, le détroit est nommé porthmos par les Grecs, tandis que les Romains l’appellent Gaditanum
fretum (3.74). Après quoi, il indique immédiatement la supériorité de l’Europe par rapport aux autres parties du
monde. Voir WHITTAKER, Ch.R. (2002): 65: «The distortions of the size, shape and centrality of Europe, when
compared to Asia or Africa in then continental divisions of cosmic maps, both fed and fed upon the Euro-centric
and Romano-centric prejudices reflected in Roman mental mapping and Roman rhetoric».
44
Voir notamment HARRIS, W.V.(2004). On préférera la perspective plus traditionnelle de TIMPE, D.
(2004, p. 15 s.): «Die relative und zeitweilige Einheit des Mittelmeerraumes ist ein spezifisches Ergebnis, nicht
aber die allgemeine Voraussetzung der antiken Geschichte». Sur la perspective à vol d’oiseau voir PLIN., NH 27.2-
3, avec le commentaire de MURPHY, T. (2004): 131-133. Pour ses parallèles grecs, notamment Denys le Periégète,
voir JACOB, Ch. (1984); cf. WHITTAKER, Ch.R. (2002): 75 s.
45
Cf. PLIN., NH 14.2: quis enim non communicato orbe terrarum maiestate Romani imperii profecisse
vitam putet commercio rerum ac societate festae pacis omniaque, etiam quae ante occulta fuerant, in promiscuo
usu facta ? Voir WHITTAKER, Ch.R. (2002): 68: «Pliny’s eye for description is that of the traveller who pauses to
view the landscape stretching horizontally in front of him».
46
Sur l’image de la Péninsule Ibérique voir CRUZ ANDREOTTI, G. (2006).

102
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

préface des Questions naturelles, dans lequel il fait allusion à un monde qui s’étend
ab ultimis litoribus Hispaniae usque ad Indos47. Il va de soi qu’une telle orientation
relève d’un espace géographique marqué par la Méditerranée, où le seul axe pos-
sible est celui d’Orient à Occident ou vice-versa. D’ailleurs, l’intérêt des Romains
pour la limite occidentale du monde était déjà marqué à l’époque de Cicéron. Ce
dernier, dans les Tusculanes (1.45), fait allusion aux gens qui visitaient cet endroit
pour l’admirer, sans nécessairement l’associer à la culture mythologique48. Un autre
passage d’une intensité extraordinaire, remarqué par Mary Beagon et plus récem-
ment par Murphy, concerne la chaîne du Taurus49. Ce passage, tout comme celui sur
l’Euphrate (5.84 s.) que l’on verra plus loin, pourrait bien être tiré des Commentarii
de Corbulon ou, à la limite, des epîtres ou des acta de Mucien. Ces écrits, riches
d’images spectaculaires (ce qui est par ailleurs typique de l’époque de Néron), relè-
vent d’une véritable narration et non pas d’une simple description des lieux.
Si l’on peut être sceptique à l’égard d’une conception romaine de la frontière
au sens moderne, comme le fait Dick Whittaker, il n’est pas déplacé de rechercher,
dans la «carte mentale» de Pline , sa perception des limites du monde. Il suffira de
lire le début du livre 27 consacré à la botanique médicale: «et (quelle merveille de
voir) d’autres plantes transportées de part et d’autre sur toute la terre pour le salut
des hommes; grâce à l’immense majesté de la paix romaine, qui permet la connais-
sance mutuelle non seulement des hommes qui appartiennent à des terres et à des
nations éloignées les unes des autres, mais aussi leurs montagnes et leurs cimes qui
disparaissent dans les nuages, et leur faune et leur flore!»50.
Le début du livre 27, que l’on a évoqué, est aussi important pour son allusion
à l’appropriation par les Romains d’un autre espace situé, dans un certain sens, aux
limites du monde: les cimes des montagnes. L’intérêt pour la découverte des mon-
tagnes se retrouve dans d’autres passages de Pline. Au début du livre 36, il observe
qu’à son époque la montagne n’est plus considérée comme une entité étrangère: si,

47
BOWERSOCK, G.B. (2005): 169 s.
48
MURPHY, T. (2004): 46.
49
PLIN., NH 5.97 s.: Taurus mons, ab Eois veniens litoribus, Chelidonio promunturio disterminat, inmen-
sus ipse et innumerarum gentium arbiter, dextro latere septentrionalis, ubi primum ab Indico mari exsurgit, laevo
meridianus et ad occasum tendens mediamque distrahens Asiam, nisi opprimenti terras occurrerent maria. resilit
ergo ad septentriones flexusque inmensum iter quaerit, velut de industria rerum natura subinde aequora oppo-
nente, hinc Phoenicium, hinc Ponticum, illinc Caspium et Hyrcanium contraque Maeotium lacum. torqueturitaque
collisus inter haec claustra et tamen victor flexuosus evadit usque ad cognata Ripaeorum montium iuga, numerosis
nominibus et novis, quacumque incedit, insignis etc. Voir BEAGON , M. (1986): 199; MURPHY, T. (2004): 149 s.
50
PLIN., NH 27.2-3: Scythicam herbam a Maeotis paludibus et Euphorbeam e monte Atlante ultraque
Herculis columnas e<x> ipso rerum naturae defectu, parte alia Britannicam ex oceani insulis extra terrapositis,
itemque Aethiopidem ab exusto sideribus axe, alias praeterea aliunde ultro citroque humanae saluti in toto orbe
portari, inmensa Romanae pacis maiestate non homines modo diversis inter se terris gentibusque, verum etiam
mont<e>s et excedentia in nubes iuga partusque eorum et herbas quoque invicem ostentante! aeternum, quaeso,
deorum sit munus istud! adeo Romanos velut alteram lucem dedisse rebus humanis videntur. Voir le commentaire
de NAAS, V. (2002): 424 s., note 112.

103
Giusto Traina

durant l’expédition d’Hannibal, le simple passage des Alpes constituait un fait mer-
veilleux, à présent les hommes s’attachent à les démolir pour obtenir du marbre51.
Ces passages ont été étudiés surtout sur le plan scientifique, pour déceler une sorte
de moralisme écologique52.
Une déclaration encore plus explicite se retrouve à 3.39, à propos de l’Italie
«choisie par la volonté des dieux pour donner au ciel même plus d’éclat, rassembler
des empires dispersés, adoucir les mœurs, rapprocher par la pratique d’une langue
commune les idiomes discordants et sauvages et de tant de peuples et faire naître
le dialogue, donner aux hommes la civilisation (humanitatem), en un mot devenir
l’unique patrie de toutes les nations du monde entier»53.
Certes, ces passages contrastent avec un passage du livre 14, dans lequel le
Naturaliste déplore la laxitas mundi qui porte la richesse, mais en même temps la
décadence54. Cet extrait relève d’une conception pessimiste qui se retrouve chez
d’autres historiens. C’est ainsi que Tite-Live remarque les difficultés périodique-
ment rencontrées par les Romains pour élever leur Empire in hanc magnitudinem,
quae vix sustinetur (VII 29.2). Mais chez Pline, les deux tendances ne se contre-
disent pas nécessairement: si la pax Romana permet de nouvelles découvertes, il
convient cependant d’être vigilant sur les conséquences d’un élargissement des
frontières de l’Empire. Trevor Murphy a pris en considération le contexte de ce pas-
sage, concluant que ces observations montrent le «dilemme de l’encyclopédiste»
partagé entre le progrès de la connaissance et l’avaritia qu’une telle connaissance

51
PLIN., NH 36.1-3: montes natura sibi fecerat <u>t quasdam compages telluris visceribus densandis,
simul ad fluminum impetus domandos fluctusque frangendos ac minime quietas partes coercendas durissima sui
materia. caedimus hos trahimusque nulla alia quam deliciarum causa, quos transcendisse quoque mirum fuit. in
portento prope maiores habuere Alpis ab Hannibale exsuperatas et postea a Cimbris: nunc ipsa caeduntur in mille
genera marmorum. promunturia aperiuntur mari, et rerum natura agitur in planum; evehimus ea, quae separandis
gentibus pro terminis constituta erant, navesque marmorum causa fiunt, ac per fluctus, saevissimam rerum naturae
partem, huc illuc portantur iuga, maiore etiamnum venia quam cum ad frigidos potus vas petitur in nubila cae-
loque proximae rupes cavantur, ut bibatur glacie. secum quisque cogitet, et quae pretia horum audiat, quas vehi
trahique moles videat, et quam sine iis multorum sit beatior vita. ista facere, immo verius pati mortales quos ob
usus quasve ad voluptates alias nisi ut inter maculas lapidum iaceant, ceu vero non tenebris noctium, dimidia parte
vitae cuiusque, gaudia haec auferentibus! En général voir BEAGON, M. (1986).
52
CITRONI MARCHETTI, S. (1991). Voir récemment DESIDERI, P. (2001): 17-20.
53
PLIN., NH 3.39: nec ignoro ingrati ac segnis animi existimari posse merito, si obiter atque in transcursu
ad hunc modum dicatur terra omnium terrarum alumna eadem et parens, numine deum electa quae caelum ipsum
clarius faceret, sparsa congregaret imperia ritusque molliret et tot populorum discordes ferasque linguas sermonis
commercio contraheret ad conloquia et humanitatem homini daret breviterque una cunctarum gentium in toto orbe
patria fieret. Sur ce passage voir le commentaire de ZEHNACKER, H. (2002): ad l., et surtout les remarques de
CAREY, S. (2003): 35 s.
54
PLIN., NH 14.4 s.: nimirum alii subiere ritus circaque alia mentes hominum detinentur et avaritiae tantum
artes coluntur. antea inclusis gentium imperiis intra ipsas adeoque et ingeniis, quadam sterilitate fortunae necesse
erat animi bona exercere, regesque innumeri honore artium colebantur et in ostentatione has praeferebant opes,
inmortalitatem sibi per illas prorogari arbitrantes, qua re abundabant et praemia et opera vitae. posteris laxitas
mundi et rerum amplitudo damno fuit.

104
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

apporte55. Murphy –qui a écrit un ouvrage ingénieux mais assez faible sur le plan
historique, avec un panorama bibliographique plus que sélectif– observe chez Pline
une «théorie de l’histoire» déterminant la décadence du savoir et due à une sorte de
globalisation qui effacerait les éléments traditionnels. Il est difficile de tirer d’une
analyse brillante, mais limitée à l’étude de l’Histoire Naturelle, des certitudes sur
les effets de la romanisation. J’ai plutôt l’impression que les réflexions de Pline,
dont l’œuvre historique ne nous est pas parvenue, constituent un écho d’un débat
politique dont nous avons quelques éléments –par exemple, le célèbre discours de
Calgacus dans l’Agricola de Tacite–, et qui se retrouve dans les changements de la
politique étrangère impériale au Ier siècle.

5. Des sources bien romaines

L’«ambiguïté fondamentale» de Pline l’Ancien consiste à accepter l’idéologie


politique flavienne tout en déplorant la décadence de la culture de cette époque56.
Le projet encyclopédique de Pline doit à la fois tenir compte des éléments désor-
mais traditionnels et des éléments nouveaux57.
Mais je voudrais ici prendre en considération les aspects historiques à propre-
ment parler. Et c’est sur le célèbre passage concernant l’exploration de l’Atlas que
j’aimerais m’arrêter. Les Romains atteignirent la montagne dans le but de pour-
suivre des «barbares», c’est-à-dire les troupes d’Aedémon à l’époque de Claude.
Et c’est à la suite de cette guerre que la Maurétanie entra dans l’espace provincial
romain. Pline ajoute une observation intéressante: «Non seulement les personnages
consulaires et les généraux pris dans le Sénat qui conduisirent alors des expéditions,
mais encore des chevaliers romains qui, par la suite, gouvernèrent ce pays, ont tiré
gloire d’avoir pénétré dans l’Atlas»58. Commentant ce passage, Jehan Desanges
remarque que Pline condense ici plusieurs phases de la conquête romaine de la
Maurétanie, concernant à la fois des duces consulaires ou bien sortis du Sénat, qui
tum rem gessere, et des procurateurs équestres qui, à la suite de la conquête, prae-

55
MURPHY, T. (2004): 71: «As a consequence , knowledge specific to individual lands decays as the hori-
zon of human experience widens to international scale».
56
NAAS, V. (2002): 398; CAREY, S. (2003): 24.
57
Valérie Naas a récemment défini le rapport de ce projet à la politique impériale. Face à la «dégradation du
savoir», «l’originalité de Pline consiste précisément à donner à sa réaction un ancrage politique: l’HN se rattache à
la perspective universaliste préparée par la République finissante et systématisée par Auguste»: NAAS, V. (2002):
408.
58
PLIN., NH 5.11: Romana arma primum Claudio principe in Mauretania bellavere, Ptolemaeum regem
a Gaio Caesare interemptum ulciscente liberto Aedemone, refugientibusque barbaris ventum constat ad mon-
tem Atlantem. nec solum consulatu perfunctis atque e senatu ducibus, qui tum res gessere, sed equitibus quoque
Romanis, qui ex eo praefuere ibi, Atlantem penetrasse in gloria fuit.

105
Giusto Traina

fuere. À propos de ces derniers, stimulé par une remarque de J. Gascou, Desanges
remarque: «Nous ne pouvons savoir si les gouverneurs équestres qui tirèrent gloire
d’avoir pénétré dans l’Atlas à partir de 45 le firent au cours de raids militaires
de moindre importance ou d’expéditions pacifiques à prétention scientifique qui
auraient pu leur valoir aussi une certaine renommée»59. C’est peut-être pousser
l’interprétation un peu loin. Pline voulait simplement valoriser l’activité des pro-
curateurs équestres dont il était l’un des représentants, ces auctores in equestri
ordine splendentes qui rapportent, entre autres, la présence de monstres marins
en Espagne60. Peut-être, comme le croyait Münzer, Pline se référait-il à Turranius
Gracilis, un chevalier originaire de Gadès qui lui avait fourni des renseignements
sur les distances maritimes entre l’Espagne et l’Afrique61. Mais il y avait une autre
autorité sur la faune marine, Trebius Niger, dont on ne connaît pas le rang, qui
donne également des renseignements sur l’Espagne et la Maurétanie. Pomponius
Mela peut être inclus de droit dans ce groupe de lettrés équestres62, tout comme
Columelle (un autre chevalier originaire de Gadès dont il nous reste un traité sur
l’agriculture), mais aussi Cornelius Bocchus, que Pline utilisa pour des informa-
tions sur l’Afrique et la Lusitanie (Fr. 4*-7* Peter). L’identification de ce person-
nage est incertaine63. Si nous nous en tenons à l’hypothèse de Ségolène Demougin,
qui a identifié au moins trois personnages de cette famille, appartenant à trois géné-
rations différentes, on pourrait identifier la source de Pline avec le plus jeune de ces
personnages, ce L. Cornelius L.f. Bocchus qui fut flamine de Lusitanie après avoir
milité en Afrique, dans la IIIe légion Auguste, vers 60/70. Il s’agit du «seul cheva-
lier attesté dont le flaminat de Lusitanie couronna la carrière»64. Une récente étude
de L. da Silva Fernandes, qui a eu le mérite de rassembler tout le dossier (qui com-
prend les nouvelles trouvailles épigraphiques au Portugal, AE 1999; n.° 857 = 2002,
n.° 662), ne résout pas le problème mais confirme l’hypothèse que ce personnage
était originaire de Salacia65. Les difficultés de lecture du dossier épigraphique, étu-

59
DESANGES, J. (1980):123 s.; cf. GASCOU, J. (1974): 308, note 5.
60
PLIN., NH 9.10 s.: auctores habeo in equestri ordine splendentes, visum ab iis <in> Gaditano oceano
marinum hominem toto corpore absoluta similitudine; ascendere <e>um navigia nocturnis temporibus statimque
degravari quas insederit partes et, si diutius permaneat, etiam mergi. […] Turranius prodidit expulsam beluam in
Gaditana litora, cuius inter duas p<i>nnas ultimae caudae cubita sedecim fuissent, dentes eiusdem CXX, maximi
dodrantium mensura, minimi semipedum.
61
MURPHY, T. (2004): 61, accepte cette identification sans pour autant citer ses sources.
62
Voir ibid. et SYME, R. (1969): 760.
63
PETER, H. (1906): cxxiii-cxxv; les fragments 1*-3*, cités par Solin, parlent d’autres contextes. Sur son
identité SYME, R. (1969): 759.
64
LE ROUX, P., dans l’Année Épigraphique (2002): n.° 662; DEMOUGIN, S. (1992): n.° 513 du cata-
logue; GONZÁLEZ HERRERO, M. (2002). Sur les problèmes prosopographiques de ce personnage voir aussi
LEFEBVRE, S. (2001): 231, note 87 et p. 234.
65
SILVA FERNANDES, L. da (2002); LE ROUX, P., dans l’Année Épigraphique (2002): n.° 661.

106
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

dié par Mme González Herrero, posent toutefois des problèmes qui peut-être pour-
ront être résolus par de nouvelles découvertes.
Pline utilise plusieurs commentarii pour intégrer ses listes géographiques66:
pour l’Arabie, l’autorité est constituée par un autre chevalier, Aelius Gallus67; pour
l’Ethiopie, c’est le préfet d’Egypte Publius Petronius qui relate l’expédition des pré-
toriens68; Pline fait aussi allusion à une forma Ethiopiae69. Dans plusieurs passages
des livres V-VI il évoque même l’autorité littéraire de l’empereur Claude. En outre,
Pline fait référence à ses propres observations. Comme l’a remarqué Henriette Pavis
d’Escurac, ses nombreuses informations sur la fertilité exceptionnelle du Byzacium
et notamment de Tacape pourraient bien remonter à l’époque de sa procuratèle fis-
cale, datable sans doute entre 70 et 7270. Ce détail ajoute de nouveaux éléments à
ceux assemblés par Ronald Syme dans son étude pionnière sur les procuratèles de
Pline. Syme a pris en considération une série de données que Pline aurait pu acqué-
rir lors de sa procuratèle en Espagne citérieure, probablement entre 72 et 7471. Si
d’une part, en 3.27, il n’enregistre pas le changement de nom de Iuliobriga, devenue
Flaviobriga sous Vespasien, en même temps l’épithète d’urbs magnifica attribué à
Asturica ainsi que le stagnum amœnum près de la regio Editania pourraient être les
indices d’une observation personnelle72. Murphy a relevé l’utilisation d’épithètes
de ce genre pour les montagnes et les fleuves, comme dans le cas du Rhin (4.99) ou
bien du Parthenias, un affluent du Tigre (6.129)73. D’ailleurs, ces épithètes doivent
être étudiés en relation avec les nombreux cas où des cités ou des tribus sont affu-
blées de l’épithète d’ignobilis, comme par exemple les dix-neuf oppida ignobilia

66
Sur le rapport entre géographie, commentarii et renseignements militaires, voir aussi les remarques, mal-
heureusement limitées, de AUSTIN, N.J.E et RANKOV, N.B. (1995): 118-120.
67
PLIN., NH 6.160: Romana arma solus in eam terram adhuc intulit Aelius Gallus ex equestri ordine, nam
C. Caesar Augusti filius prospexit tantum Arabiam.
68
PLIN., NH 6.181: Haec sunt prodita usque Meroen, ex quibus hoc tempore nullum prope utroque latere
exstat. certe solitudines nuper renuntiavere principi Neroni missi ab eo milites praetoriani cum tribuno ad explo-
randum, inter reliqua bella et Aethiopicum cogitanti. intravere autem et eo arma Romana Divi Augusti temporibus
duce P. Petronio, et ipso equestris ordinis praefecto Aegypti.
69
PLIN., NH 12.19: cognita Aethiopiae forma ut diximus, nuper allata Neroni principi raram arborem
Meroen usque a Syene fine imperii per DCCCCLXXXXVI p. nullamque nisi palmarum generis esse docuit. Voir
MURPHY, T. (2004):163.
70
PLIN., NH 5.24; 17.41; 18.94, 188 s. Voir PAVIS D’ESCURAC, H. (1980): 178-181.
71
Pour une synthèse de la carrière de Pline, voir DEMOUGIN, S. (1992): n.° 706 du catalogue.
72
PLIN., NH 3.27 s.: nam in Cantabricis VII<II> populis Iuliobriga sola memoretur, in Autrigonum X
civitatibus Tritium et Virovesca. Arevacis nomen dedit fluvius Areva. horum VI oppida, Secontia et Vxama, quae
nomina crebro aliis in locis usurpantur, praeterea Segovia et Nova Augusta, Termes ipsaque Clunia, Celtiberiae
finis. ad oceanum reliqua vergunt Vardulique ex praedictis et Cantabri. Iunguntur iis Asturum XXII populi divisi
in Augustanos et Transmontanos, Asturica urbe magnifica. in iis sunt Gigurri, Paesici, Lancienses, Zoelae. nume-
rus omnis multitudinis ad CCXL liberorum capitum. Lucensis conventus populorum est sedecim, praeter Celticos
et Lemavos ignobilium ac barbarae appellationis, sed liberorum capitum ferme CLXVI; 3.20: regio Editania,
amoeno praetendente se stagno, ad Celtiberos recedens. Voir SYME, R. (1969): 757.
73
MURPHY, T. (2003): 313 ss.

107
Giusto Traina

de la Narbonnaise, mentionnés à 3.3774. Devons-nous traduire ignobilis par «peu


important» ou par «peu connu?»75.
D’ailleurs, peu après, Pline rapporte une longue citation de Suetonius Paulinus,
«le premier chef romain qui ait traversé tout l’Atlas»76. Pline l’Ancien connaissait
personnellement et avait de la considération pour ce sénateur qui, dans l’année fati-
dique de 69, était vetustissimus consularium (TAC., Hist. 2.37). Suétonius Paulinus
fait partie d’un groupe d’auteurs que Pline utilise pour intégrer et mettre à jour
l’Histoire naturelle. Ces personnages, des gouverneurs consulaires dont un ter con-
sul, Mucien, ont publié les commentaires de leurs expéditions, dont il ne reste pour
la plupart que les indications de Pline même. Leurs fragments ont été rassemblés par
Hermann Peter77. Les philologues ont longtemps cru que Mucien avait écrit un livre
de mirabilia, en se basant sur les fragments cités par Pline. Mais les epistulae et les
acta de ce gouverneur devaient toucher d’autres aspects que les mirabilia à pro-
prement parler. C’est un aspect bien connu de la méthode plinienne: le Naturaliste
a tendance à citer ses sources quand il veut prendre des distances, soit parce qu’il
n’en est pas convaincu, soit parce qu’il s’agit d’un sujet fabuleux. Mais Mucien
n’avait pas rédigé que des mirabilia: la preuve en est un fragment de caractère géo-
graphique au livre V (5.83 = Mucien, fr. 7 Peter), où Pline croit nécessaire d’établir
une comparaison entre les témoignages de Corbulon et de Mucien sur l’emplace-
ment des sources de l’Euphrate78. Ce dernier relève un indice assez important car il
les situe sub radicibus montis, quem Capotem appellant. La source de Mucien était
donc le témoignage, sans doute oral, d’un arménien car le latin Capoten est la trans-
cription de l’arménien kapoyt, «bleu»79. Pline a voulu citer le nom de sa source pour
mieux marquer ses doutes à l’égard du témoignage de Corbulon.

74
PLIN., NH 3.36 s.: In mediterraneo coloniae Arelate Sextanorum... oppida Latina Aquae Sextiae
Salluviorum…, Vocontiorum civitatis foederatae duo capita Vasio et Lucus Augusti, oppida vero ignobilia XVIIII,
sicut XXIIII Nemausiensibus adtributa.
75
Pour la première interprétation voir CAREY, S. (2003): 34 (qui cite d’autres cas); pour la deuxième voir
ZEHNACKER, H. (2004): ad l. Selon OLIVEIRA, F. de (2005): 71 s., une telle dénomination relève de la «vitupe-
ratio do desconhecido, do bárbaro e do inculto».
76
PLIN., NH 5.14: Suetonius Paulinus, quem consulem vidimus, primus Romanorum ducum transgressus
quoque Atlantem aliquot milium spatio, prodidit de excelsitate quidem eius quae ceteri, imas radices densis altis-
que repletas silvis incognito genere arborum, proceritatem spectabilem esse enodi nitore, frondes cupressi similes
praeterquam gravitate odoris, tenui eas obduci lanugine, quibus addita arte posse quales e bombyce vestes confici.
verticem altis etiam aestate operiri nivibus.
77
Sur Mucien voir mon étude: TRAINA, G. (1987).
78
PLIN., NH 5.84 s.: Et de Euphrate hoc in loco dixisse aptissimum fuerit. oritur in praefectura Armeniae
Maioris Caranitide, ut prodidere ex iis, qui proxime viderunt, Domitius Corbulo, in monte Aga, Licinius
Mucianus, sub radicibus montis, quem Capoten appellant, supra Zimaram XII p., initio Pyxurates nominatus.
fluit Derzenen primum, mox Anaeticam, Armeniae regiones a Cappadocia excludens. Dascusa abest a Zimara
LXXV p.; inde navigatur Sartonam L, Melitenen Cappadociae XXIIII, Elegeam Armeniae X, acceptis fluminibus
Lyco, Arsania, Arsano. apud Elegeam occurrit ei Taurus mons nec resistit, quamquam XII p. latitudine praevalens.
Ommam vocant inrumpentem, mox ubi perfregit Euphraten, ultra quoque saxosum et violentum.
79
SYME, R. (1969): 744 en déduit, sans fondement, que Mucien aurait milité comme légat d’une légion

108
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

Les chevaliers et les sénateurs qui permettaient à Pline de mieux préciser les
données augustéennes de la géographie impériale se trouvaient sur le même plan
que le Naturaliste qui avait déjà précisé sa propre position dans Epître à Vespasien,
18: celle d’un homme «accaparé par ses propres fonctions», qui travaillait à ses heu-
res perdues. Ces généraux devaient faire rêver les Romains. Leur renommée encou-
rageait les citoyens qui poussaient leurs enfants à intégrer les unités légionnaires, à
l’instar de ce père évoqué par Juvénal (Sat. 14.96), peu importe qu’il s’agisse des
cabanes des Maures ou des castella des brigantes de Bretagne.
On peut considérer ces auteurs comme le trait d’union entre l’ethnographie
césarienne, encore liée aux clichés hellénistiques, et l’ethnographie de Tacite. Ces
légats fournissaient une série de détails plus ou moins autoptiques, recueillis lors
de leurs services dans une ou plusieurs provinciae. Leurs ouvrages furent compo-
sés à une époque où la dimension littéraire latine s’ouvrait à un public plus vaste,
et en même temps ajoutait une perspective autobiographique. Pline récupère ces
données à la fin d’une époque glorieuse pour les découvertes géographiques, pro-
mues notamment par Néron qui envoya des explorateurs pour obtenir des informa-
tions aux frontières du monde, de la Baltique à l’Ethiopie, jusqu’au Caucase d’où
il se fit envoyer des situs depicti80. Une autre donnée importante est fournie grâce
au recensement des vingt-trois îles connues par les militaires romains dans l’Océan
septentrional81. En revanche, les sources du Nil restent inconnues, faute de guerres
qui auraient pu conduire des explorateurs: un texte qui n’aurait pas déplu à Yves
Lacoste82.
Mais cette génération de généraux écrivains, qui ajoutaient un chapitre romain
à une histoire déjà tracée par les auteurs hellénistiques de Commentaires, devait
bientôt s’interrompre. Les Empereurs ne pouvaient pas tolérer que leurs chefs mili-
taires s’illustrassent par des conquêtes qui devaient être attribuées au prince. C’est
peut-être ce qui constitua la cause principale de la mort de Domitius Corbulon, un

sous le commandement de Corbulon. Il est plus probable que Mucien ait retenu cette information à l’époque de son
proconsulat en Syrie: TRAINA, G. (1987): 383 s.
80
PLIN., NH 37.45: DC M p. fere a Carnunto Pannoniae abesse litus id Germaniae, ex quo invehitur, per-
cognitum nuper, vivitque eques R. ad id comparandum missus ab Iuliano curante gladiatorium munus Neronis
principis. qui et commercia ea et litora peragravit, tanta copia invecta, ut retia coercendisferis podium protegen-
tia sucinis nodarentur, <h>ar<en>a vero et libitina totusque unius diei apparatus in variatione pompae singulo-
rum dierum esset e sucino; 6.40: Corrigendus est in hoc loco error multorum, etiam qui in Armenia res proxime
cum Corbulone gessere. namque ii Caspias appellavere Portas Hiberiae, quas Caucasias diximus vocari, situs-
que depicti et inde missi hoc nomen inscriptum habent. Voir KOLENDO, J. (1971) et DESANGES, J. (1978).
WHITTAKER, Ch.R. (2002): 64, met en garde contre la tendance à identifier ces documents comme de véritables
cartes.
81
PLIN., NH 4.97: promunturium Cimbrorum excurrens in maria longe paeninsulam efficit, quae Tastris
appellatur. XXIII inde insulae Romanis armis cognitae. earum nobilissimae Burcana…
82
PLIN., NH 5.51: Nilus incertis ortus fontibus, ut per deserta et ardentia et inmenso longitudinis spatio
ambulans famaque tantum inermi quaesitus sine bellis, quae ceteras omnes terras invenere…

109
Giusto Traina

autre représentant de ce groupe d’auteurs. La fin de Néron ne changea guère cet


état de chose, au contraire. Et c’est sous Domitien, comme l’a bien montré Pascal
Arnaud sur la base de Suétone (Dom. 10), que la simple divulgation d’une carte
(depictum orbem in membrana) fut considérée assimilable au crime de maiestas83.

83
ARNAUD, P. (1983). Pour un état de la question sur la cartographie à Rome, avec un examen critique de
la bibliographie principale, voir LEBRETON, St. (2005): 267-273.

110
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

BIBLIOGRAPHIE

ANDO, C., (2000): Imperial Ideology and Provincial Loyalty in the Roman Empire, Berkeley-Los An-
geles-London: University of California Press.
ARNAUD, P., (1983): «L’affaire Mettius Pompusianus ou le crime de cartographie», Mélanges de
l’Ecole Française de Rome 95: 677-699.
AUJAC, G., (1966): Strabon et la science de son temps, Paris.
AUSTIN, N.J.E., RANKOV, N.B., (1995): Exploratio. Military and political intelligence in the Roman
world from the Second Punic War to the battle of Adrianople, London-New York.
BEAGON, M., (1986): «Nature and Landscapes in Pliny the Elder», dans G. Shipley & J. Salmon
(éds), Human Landscapes in Classical Antiquity. Environment and Culture, Londres-New York,
pp. 284-309.
— (1992): Roman Nature. The Thought of Pliny the Elder, Oxford.
BOWERSOCK, G.B., (2005): «The East-West Orientation of Mediterranean Studies and the Meaning
of North and South in Antiquity», dans W.V Harris (éd.), Rethinking the Mediterranean, Oxford,
pp. 167-178.
BRODERSEN, K., (1995): Terra cognita. Studien zur römischen Raumerfassung, Zürich-New York.
CAREY, S., (2003): Pliny’s Catalogue of Culture. Art and Empire in Natural History, Oxford.
CECCONI, G.A., (sous presse): «Res, historiae, observationes a tema militare e la legittimazione dei
principi: passato e presente in Plinio il Vecchio», dans Costruzione e uso del passato storico nella
cultura antica, Actes du Colloque international (Florence, 18-20 septembre 2003).
CITRONI MARCHETTI, S., (1991): Plinio il Vecchio e la tradizione del moralismo romano, Pise:
Giardini.
CLARKE, K., (1999): Between Geography and History. Hellenistic Constructions of the Roman World,
Oxford.
CONTE, G.B., (1982), «L’inventario del mondo. Ordine e linguaggio della natura nell’opera di Plinio
il Vecchio», dans Gaio Plinio Secondo. Storia naturale I, Torino, pp. xvii-xlvii = ID., Generi e
lettori. Lucrezio, l’elegia d’amore, l’enciclopedia di Plinio, Milan, 1991, pp. 95-144.
COTTA RAMOSINO, L., (2004): Plinio il Vecchio e la tradizione storica di Roma nella Naturalis
historia, Alessandria.
CRUZ ANDREOTTI, G., (2006): «Polibio y la integración histórico-geográfica de la Península Ibéri-
ca», dans Id., P. Le Roux & P. Moret (éds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica.
I. La época republicana, Málaga-Madrid, pp. 77-96.
DEMOUGIN, S., (1992): Prosopographie des chevaliers julio-claudiens (43 av. J.-C.-70 ap. J.-C.),
Rome.
DESANGES, J., (1962): Catalogue des tribus africaines de l’Antiquité classique à l’Ouest du Nil,
Dakar.
— (1977): Philologica quaedam necnon Aethiopica = DESANGES, J. (1999): 313-324.
— (1980): Pline l’Ancien. Histoire naturelle. Livre V, 1ère partie. 1-46, L’Afrique du Nord, Paris.

111
Giusto Traina

DESANGES, J., (1987): «Les sources de Pline dans sa description de la Troglodytique et de l’Ethiopie
(NH 6,163-197)» = DESANGES, J. (1999): 301-311.
— (1996): «Géographie de l’Afrique et philologie dans deux passages de la Chorographie de Méla» =
DESANGES, J. (1999): 123-130.
— (1999): Toujours Afrique apporte fait nouveau. Scripta minora (éd. M. Reddé), Paris.
DESIDERI, P., (2001): «La montagna nel pensiero ecologico degli antichi», dans Silvia Giorcelli Ber-
sani (éd.), Gli antichi e la montagna/Les anciens et la montagne, Turin, pp. 17-26.
DILLER, A., (1975): The Textual tradition of Strabo’s geography: with appendix: the manuscripts of
Eustathius’ commentary on Dionysius Periegetes, Amsterdam.
EDWARDS, C., WOOLF, G., (2003): «Cosmopolis: Rome as a World’s City», dans C. Edwards & G.
Woolf (éds), Rome the Cosmopopolis, Cambridge, pp. 1-20.
GASCOU, J., (1980): «M. Licinius Crassus Frugi, légat de Claude en Maurétanie», dans Mélanges
Boyancé, Rome, pp. 299-310.
GEYMONAT, M., MINONZIO, F., (1998a): «Scienza e tecnica nell’Italia romana. I. Saperi della tra-
dizione», dans Storia della società italiana. 4. Restaurazione e destrutturazione nella tarda anti-
chità, Milan, pp. 189-319.
— (1998b): «Razionalità matematica, indagine sulla natura e saperi tecnici nella cultura romana», ibid.:
321-458.
GIARDINA, A., (1996): «Roma e il Caucaso», dans Il Caucaso: cerniera fra culture dal Mediterraneo
alla Persia (secoli IV-XI) (Settimane di studio CISAM, XLIII), Spoleto, pp. 85-141.
GONZÁLEZ HERRERO, M., (2002): «Contribución al estudio prosopográfico de los equites lusitano-
romanos: el cursus honorum del tribuno Lucius Cornelius Lucii filius Galeria Bocchus», Aquila
legionis, 2: 33-57.
HARRIS, W.V., (2005): «The Mediterranean and Ancient History», dans ID. (éd.), Rethinking the Me-
diterranean, Oxford.
JACOB, Ch., (1984): «Dédale géographe. Regard et voyage aériens en Grèce», LALIES 3: 147-164.
JAL, P., (1987): «Pline et l’historiographie latine», dans J. Pigeaud & J. Oroz (eds.), Pline l’Ancien,
témoin de son temps, Actes du Colloque (Nantes 1985), Salamanque.
KOLENDO, J., (1971): A la recherche de l’ambre baltique, Varsovie.
LEBRETON, St., (2005): «Cartographier l’Asie Mineure dans l’Antiquité: pour quelle utilité? La carte
1 du manuscrit de saint Jérôme», Res Antiquae 2: 265-294.
LEFEBVRE, S., (2001): «Q. (Lucceius Albinus), flamen provinciae Lusitaniae? L’origine sociale des
flamines provinciaux de Lusitanie», dans M. Navarro Caballero & S. Demougin (éds.), Elites His-
paniques, Paris: de Boccard, pp. 217-239.
LE ROUX, P., (1998): Le Haut-Empire romain en Occident d’Auguste aux Sévères (Nouvelle Histoire
de l’Antiquité, 9), Paris.
LLOYD, G.E.R., (1983): Science, Folklore and Ideology, Cambridge.
MINONZIO, F., (2004): «Recenti studi su scienza e tecnologia nel mondo antico», Quaderni di Storia
60: 263-312.

112
LA GÉOGRAPHIE ENTRE ÉRUDITION ET POLITIQUE...

MURPHY, T., (2003): «Pliny’s Naturalis Historia: the Prodigal Text», dans A.J. Boyle & W.J. Dominik
(éds), Flavian Rome. Culture, Image, Text, Leide-Boston, pp. 301-322.
— (2004): Pliny the Elder’s Natural History. The Empire in the Encyclopedia, Oxford.
NAAS, V., (2002): Le projet encyclopédique de Pline l’Ancien, Rome.
NICOLAI, R., (sous presse): «Geografia e filologia nell’Asia di Strabone», Geographia antiqua.
NICOLET, Cl., (1989): L’inventario del mondo. Geografia e politica alle origini dell’impero romano,
Rome-Bari (éd. originale française Paris 1988).
OLIVEIRA, F. de, (1992): Les Idées Politiques et Morales de Pline l’Ancien, Coimbra.
— (2005): «Geoantropologia e imperialismo em Plínio o antigo», dans ID. (éd.), Génese e Consoli-
dação da Ideia de Europa. Vol III. O Mundo Romano, Coimbra, pp. 65-80.
PAVIS D’ESCURAC, H., (1980): «Irrigation et vie paysanne dans l’Afrique du Nord antique», Ktéma,
5: 197-191.
PETER, H., éd., (1906): Historicorum Romanorum reliquiae, vol. II, Lipsie.
PIGEAUD, J., OROZ, J., eds., (1987): Pline l’Ancien, témoin de son temps, Actes du Colloque (Nantes
1985), Salamanque.
PRETZLER, M., (2005): «Comparing Strabon with Pausanias: Greece in context vs. Greece in depth»,
dans D. Dueck, H. Lindsay, S. Pothecary (éds.), Strabo’s cultural geography. The making of a ko-
lossourghia, Cambridge, pp. 144-160.
PRONTERA, F., (2002): «Geografia», dans Carlo Santini (dir.), Letteratura scientifica e tecnica di
Grecia e Roma, Rome, pp. 227-245.
RUSSO, L., (2001): La rivoluzione dimenticata. Il pensiero scientifico greco e la scienza moderna, 2e
éd, Milan.
SALLMANN, K.-G., (1971): Die Geographie des älteren Plinius in ihrem Verhältnis zu Varro. Versuch
einer Quellenanalyse, Berlin & New York.
SCHLANGE-SCHÖNINGEN, H., (2005): Compte rendu de T. Murphy (2004), Sehepunkte 5
(15.05.2005): http://www.sehepunkte.historicum.net/2005/05/6839.html
SERBAT, G., (1973): «La référence comme indice de distance dans l’énoncé de Pline l’Ancien», Revue
de Philologie, 47: 38-49.
— (1986): «Pline l’Ancien. Etat présent des études sur sa vie, son œuvre et son influence», dans Aufs-
tieg und Niedergang der römischen Welt II.32.4, Berlin & New York, pp. 2069-2200.
SHAW, B., (2000): «Rebels and Outsiders», dans A. Bowman, P. Garnsey & D. Rathbone (éds.), The
Cambridge Ancient History2. XI. The High Empire, AD 70-192, Cambridge, pp. 361-403.
SILVA FERNANDES, L. da, (2002): «Cornelius Bocchus, auctor Lusitanus e notável de Salacia?»,
dans A.A. Nascimento (éd.), De Augusto a Adriano. Actas de Colóquio de Literatura Latina, Lis-
bonne, pp. 155-171.
SYME, R., (1969): «Pliny the Procurator» = Roman Papers II (éd. E. Badian), Oxford 1979, pp. 742-
773.
TALBERT, R., (2004): compte rendu de T. Murphy (2004), Bryn Mawr Classical Review 2004.12.23,
http://ccat.sas.upenn.edu/bmcr/2004/2004-12-23.html
TIMPE, D., (2004): «Der Mythos vom Mittelmeerraum», Chiron 34: 3-23.

113
Giusto Traina

TRAINA, G., (1987): «Il mondo di C. Licinio Muciano», Athenaeum, n.s. 65: 379-406.
— (sous presse): «I romani, maestri di tecnica», dans E. Lo Cascio (éd.), Innovazione tecnica e pro-
gresso economico nel mondo romano, Actes du colloque international (Capri, 13-16 avril 2003),
Bari, sous presse.
WHITTAKER, Ch.R., (2002): «Mental Maps and Frontiers. Seeing like a Roman» = Rome and Its
Frontiers. The Dynamics of Empire, Londres-New York, pp. 63-87.
ZEHNACKER, F. (2004): «Introduction», dans Pline l’Ancien. Histoire naturelle. Livre III, Paris, pp.
vii-xxxvii.

114
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA
DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA1

FRANCISCO BELTRÁN LLORIS


Universidad de Zaragoza
Grupo de Investigación Hiberus

De las muchas noticias relativas a Hispania que recoge la Naturalis historia a lo


largo de sus treinta y siete libros, el grueso de la información geográfica se loca-
liza, como era de esperar, en la sección que este tratado enciclopédico consagra a
la Tierra y, más concretamente, en tres pasajes de los libros III y IV que compo-
nen una descripción sistemática de la Península Ibérica2. Pese a su relativa conci-
sión –menos de diez páginas impresas–3, se trata del testimonio más relevante que
conservamos para el conocimiento de la geografía política y de la organización
administrativa de las provincias hispanas a comienzos del Principado, pues aun-
que otras obras geográficas del período reúnan más topónimos, caso de Ptolomeo,

1
Una primera reflexión sobre esta cuestión, «Plin. NH III 13-14: ¿Beturia céltica o convento hispalen-
se? Sobre la estructura de la descripción pliniana de la Bética», fue presentada en el III Congreso Peninsular de
Historia Antigua, celebrado en Vitoria en 1994, e incluida en sus Preactas (vol. II, pp. 413-426), que no llegaron
a editarse en forma de libro; desde 2005 puede consultarse en la página web del Grupo de Investigación Hiberus,
http://155.210.60.15/hant/hiberus/beltran.html, por desgracia sin los gráficos, una carencia que puede suplirse
ahora con las figuras 2 y 3 de este artículo. Agradezco muy cordialmente a Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le
Roux y Pierre Moret la posibilidad que me han brindado de volver diez años después sobre la cuestión, invitándo-
me a participar en la segunda edición de estos fructíferos coloquios sobre la geografía antigua de Hispania.
2
III 6-30, III 76-78 y IV 110-120. Como edición crítica he utilizado fundamentalmente la teubneria-
na de IAN, L. & MAYHOFF, C. (1906) –que, al menos en la parte relativa a Hispania, no ha sido substancial-
mente mejorada por la más reciente de la Colección Budé a cargo de ZEHNACKER, H. (2004)– y asimismo la
de DETLEFSEN, D. (1904). Existe traducción al castellano de los pasajes hispanos –GARCÍA Y BELLIDO,
A. (1947) con comentario; BEJARANO, V. (1987); FONTÁN, A., GARCÍA ARRIBAS, I., DEL BARRIO, E.
& ARRIBAS, M.L. (1998)– y al portugués, de los relativos a Lusitania: GUERRA, A. (1995), con comentario.
Para el libro III pueden verse también las ediciones alemana de WINKLER, G. & KÖNIG, R. (1988) e italiana de
CONTE, G.B. (1982).
3
Por ejemplo, la descripción de Hispania no supera las nueve páginas en la edición de BEJARANO, V.
(1987): 22-30.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 115-160.
115
Francisco Beltrán Lloris

o presenten mayor calado antropológico y variedad de noticias, caso de Estrabón,


la información seleccionada por Plinio no sólo destaca por ser copiosa en términos
comparativos4, sino sobre todo por conjugar la precisión numérica con una perspec-
tiva política y administrativa que la hacen única. Así, gracias a Plinio conocemos,
por ejemplo, el número exacto de ciuitates de las tres provincias hispanas y cuántas
eran estipendiarias, libres o federadas, municipios romanos o latinos, o colonias, y
también los nombres –y a menudo los epítetos– de todas las colonias, de muchos de
los municipios y de un porcentaje considerable de las restantes comunidades. Pero,
además, Plinio suministra datos históricos tan fundamentales como puedan ser las
cifras censales del noroeste peninsular (III 28), la existencia de los conuentus iuri-
dici o la concesión vespasiánea del ius Latii a toda Hispania (III 30), de los que nin-
guna otra fuente literaria se hace eco.
El objetivo específico de estas páginas es situar la descripción pliniana de
Hispania en el contexto de los libros geográficos, señalar sus principales partes
constitutivas y poner de manifiesto su estructura, una labor que, pese a la importan-
cia de este texto y a los numerosos trabajos a él consagrados, no había sido nunca
acometida, en buena medida debido al descrédito que tradicionalmente ha pesado
sobre la figura de Plinio y sobre su obra.

1. Valor y valoración moderna de los libros geográficos de la Naturalis historia

La condición de alto funcionario de Gayo Plinio Segundo, que no en vano ejerció


de procurator Augusti en la Tarraconense hacia 66-745 y desempeñaba el elevado
cargo de almirante de la flota de Miseno en el momento de su muerte en 79 d.E.6,
explica la manifiesta orientación política y administrativa de algunas secciones de
su obra y asimismo la inclinación por el manejo de secos documentos, en apariencia
de archivo, como los consistentes en listas alfabetizadas de ciuitates jerarquizadas
en función de su rango –colonias, municipios romanos y latinos, ciudades federa-
das, libres, estipendiarias, …–, que tan características y exclusivas son de la geogra-

4
Ya GARCÍA Y BELLIDO, A. (1947): 92 señalaba que Plinio reunía en los libros III y IV cerca de 400
nombres propios frente a los 200 de Estrabón y los 150 de Mela; los recogidos por Ptolomeo en sus listados se
aproximan a 600. A propósito de estos autores, además de las aportaciones recogidas en este mismo volumen,
puede verse por ejemplo sobre Estrabón CRUZ ANDREOTTI, G. (1999).
5
Según Suetonio, Plinio procurationes splendidissimas et continuas summa integritate administrauit (de
uir. ill. frag. 80), sin embargo sólo el cargo hispano está atestiguado con seguridad gracias a una carta de su sobrino
(PLIN., ep. 3.5,17: cum procuraret in Hispania): hay acuerdo en torno a la fecha aproximada y la provincia en la
que lo desempeñó, aunque se discute si como procurator provincial, según me parece más probable –así también
PFLAUM, H.G. (1960): 106-111 y (1961): 1048 u OJEDA, J.M. (1993): 135 ss.– o con su autoridad restringida
a Asturia y Gallaecia, como sugiriera ALFÖLDY, G. (1969): 81-84 y 243-245. Sobre la carrera de Plinio pueden
verse además los trabajos de SYME, R. (1979; 1987) y la síntesis de NAAS, V. (2002): 86-87.
6
PLIN., ep. 6.16; SUET., de uir. ill. frag. 80.

116
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

fía pliniana, como bien señalara hace más de un siglo D. Detlefsen7. Sin embargo la
austeridad de estilo –tan denostada por algunos críticos8– que muestran la Naturalis
historia en general y los libros geográficos en particular no es en absoluto ni una
consecuencia de la incapacidad literaria de su autor ni un resultado indeseado del
uso de fuentes administrativas, sino una opción deliberada que Plinio anuncia al
comienzo del libro III:

Locorum nuda nomina et quanta dabitur breuitate ponentur, claritate causisque dilatis
in suas partes, nunc enim sermo de toto est. Quare sic accipi uelim, ut si uidua fama
sua nomina, qualia fuere primordio ante ullas res gestas, nuncupetur et sit quaedam
in his nomenclatura quidem, sed mundi rerumque naturae (III 2).

Tras ocuparse en el libro II del universo y los astros, y antes de proceder a


tratar del hombre así como de los animales, las plantas, los minerales y sus dife-
rentes utilidades para los seres humanos, Plinio aborda la descripción de la Tierra
en su conjunto –nunc enim sermo de toto est–, limitándose a mencionar las partes
que la integran a través de sus nombres desnudos –locorum nuda nomina– a modo
de catálogo del mundo y la naturaleza –nomenclatura (…) mundi rerumque natu-
rae– y remitiendo a otras secciones de su obra a quien desee conocer las razones
de su fama. Su geografía tiende a convertirse así en una enumeración de elementos
geográficos y comunidades humanas, es decir de situs, gentes, maria, oppida, por-
tus, montes, flumina, mensurae, populi qui sunt aut fuerunt, por utilizar sus mismas
palabras9, distribuidos por provincias o por regiones geográficas o históricas, aun-
que, por fortuna, estos secos inventarios se vean enriquecidos más a menudo de lo
que esta declaración de principios induce a creer con numerosas precisiones y datos
misceláneos –res et historiae et obseruationes los denomina en los índices– que el
naturalista extrae de su extenso repertorio bibliográfico10.

7
DETLEFSEN, D. (1908); más recientemente, CHRISTOL, M. (1994): 45-63.
8
Véanse, por ejemplo, las observaciones de SERBAT, G. (1986): 2085 ss., matizando los negativos juicios
–«mise à mort» sans nuances los denomina– vertidos en obras como el Oxford Classical Dictionary (1979: 703-
704) por D.J. Campbell («his style is the most formless among contemporary writers») o en la Cambridge history
of classical literature (1982, II: 670-672) por F.R.D. Goodyear («an aspirant to style who could hardly frame a
coherent sentence»).
9
Con ellas introduce Plinio los contenidos de los libros III a VI en los índices.
10
Éstas son las principales noticias de contenido no estrictamente geográfico –incluyendo las étnográfi-
cas– que Plinio introduce a propósito de Hispania: en la Bética, observaciones sobre los pueblos que a lo largo de
los siglos llegaron a la Península Ibérica e indicaciones etimológicas sobre el nombre de Lusitania y de Hispania
(III 8), alguna escueta referencia histórica como la dedicada a Munda (III 12), reflexiones etnográficas como la
consagrada a los Célticos de la Beturia (III 13) o advertencias sobre los factores que pueden afectar al cómputo de
las medidas, incluida su sorpresa por el error cometido por Agripa y por el mismo Augusto en el mapa de la por-
ticus Vipsania (III 17). En el tratamiento de la Hispania Citerior, además de la referencia inicial a las alteraciones
de sus fronteras a lo largo del tiempo (III 18), se permite en el periplo litoral algunos comentarios sobre el Ebro y
la etimología de Hiberia (III 21) o sobre las principales ciudades costeras –Saguntum… oppidum fide nobile (III

117
Francisco Beltrán Lloris

Tradicionalmente, se ha tendido a minusvalorar la Naturalis historia en gene-


ral y los libros geográficos en particular por su carácter enciclopédico y por su
limitado valor literario –esperable, por otra parte, en una obra de tipo técnico–,
presentándolos como una obra de mera compilación sin personalidad ni estructura
propias11 o incluso como una labor de «scissors-and-paste»12, es decir de «cortar y
pegar» como diríamos recurriendo al lenguaje informático. Esta perspectiva redujo
injustamente a Plinio a la condición de un zurcidor sin criterio propio que se habría
limitado a enhebrar pasajes extraídos de otras fuentes, entre las que, desde que D.
Detlefsen y A. Klotz pusieran las bases de la llamada «Dreiquellentheorie»13, suelen
señalarse tres principales14: un supuesto periplo marítimo que se atribuye habitual-
mente a Varrón15; los commentarii y el mapa de Agripa a los que el propio Plinio
hace referencia a menudo16; y las llamadas formulae prouinciarum, cuya existencia
se deduce de los listados alfabéticos de ciudades utilizados por Plinio. Este tipo de
aproximación produjo un nocivo desplazamiento del objeto de investigación, que
dejó de ser Plinio mismo –anulado como autor y transformado en un auténtico
campo de excavaciones filológicas17– para trasladarse a sus desconocidas fuentes,
en uno de los peores excesos de ese «sport hasardeux», como lo denominara Cl.
Nicolet18, que es la «Quellenforschung» tradicional en sus manifestaciones más
extremas. El devastador efecto disuasorio de esta línea de investigación se comprue-
ba con particular claridad en la escasez de estudios realizados sobre la geografía de

20), Tarracon Scipionum opus, sicut Carthago Poenorum (III 21), Emporiae, geminum hoc ueterum incolarum et
Graecorum, qui Phocaensium fuere suboles (III 22)– y, en la descripción del interior, comentarios sobre la homo-
nimia de algunas ciudades (III 27), el carácter bárbaro de los nombres de ciertas comunidades (III 28), así como las
referencias a los datos censales de los conventos noroccidentales (III 28). En III 30 introduce el conocido comen-
tario sobre las riquezas mineras de Hispania y la concesión a toda ella del derecho latino por Vespasiano. En la
sección dedicada a Pitiusas y Baleares, además de las notas etimológicas tan de su gusto (III 76), termina con un
comentario sobre las serpientes y los conejos que las poblaban (III 78). En el tratamiento de las regiones occiden-
tales de Hispania introduce un comentario sobre las minas del noroeste de la Tarraconense (IV 112) y, en lo que
respecta a Lusitania, además del largo excurso geográfico sobre el promunturium Magnum (IV 113-114), una refe-
rencia a las legendarias yeguas olisiponenses (IV 116). Finalmente, desarrolla una larga serie de citas a propósito
de los nombres de Gades y de sus orígenes, remontándose hasta Hércules y Gerión (IV 120).
11
Sobre Plinio el Viejo pueden verse, entre otros, los estados de la cuestión de SALLMANN, K. (1975) y
SERBAT, G. (1986), y más recientemente el estudio de NAAS, V. (2002).
12
Así la denomina SHAW, B.D. (1981): 431.
13
Especialmente DETLEFSEN, D. (1877) y (1908), y KLOTZ, A. (1906).
14
Así, por ejemplo, DÉSANGES, J. (1980): 11 ss. o ZEHNACKER, H. (2004): xiv-xvi aceptan explícita-
mente la «Dreiquellentheorie» en sus ediciones de los libros V y III.
15
Sin embargo, como demostrara SALLMANN, K. (1971), Plinio 1ejos de utilizar una obra de Varrón o de
otro autor para componer sus descripciones costeras, recurrió para ello a fuentes diversas.
16
Agripa es mencionado habitualmente como fuente de diversas medidas y en III 17 se menciona el orbis
terrarum expuesto en la porticus Vipsania, que RODRÍGUEZ ALMEIDA, E. (2001): 24-31 y fig. 5 ha propuesto
concebir como un mapa semejante a la Tabula Peutingeriana. MURPHY, T. (2004): 130, a cambio, niega la utiliza-
ción de mapas por Plinio sin argumentación específica.
17
De «philogische Ausgrabungskunst» habla SALLMANN, K. (1971): 1, a este respecto.
18
(1988): 250, nota 32.

118
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Plinio19, razón por la que algunos de los rasgos más conspicuos y originales de esta
sección de su obra han permanecido obscurecidos, mientras que se han subrayado a
cambio los aspectos más deficientes y se han vertido valoraciones de conjunto muy
negativas sobre ella20.
Pero si, por el contrario y como recomendara Kl. Sallmann en su fundamen-
tal estudio de 197121, se parte de un análisis estructural de la descripción pliniana
que procure establecer los criterios rectores de su composición y que, sólo secun-
dariamente y en función de este propósito, se ocupe de las fuentes que manejó22,
el estudio de la geografía pliniana y en particular de sus secciones hispanas revela,
además de la acusada originalidad que supone el recurso a fuentes documentales y
cartográficas, la existencia de un método expositivo propio y de una reflexión pre-
via sobre la materia que se traducen en principios rectores muy claros, por mucho
que en cada unidad descriptiva se plasmen de manera diferenciada o se adapten a
la documentación disponible. Ello, evidentemente, no eximió a Plinio de cometer
errores ni produjo siempre descripciones de igual precisión, pues los resultados de
su trabajo dependían no sólo de la calidad y actualidad de sus fuentes –en ocasio-
nes insuficientes o desfasadas–, sino también de su misma actitud ante el trabajo
que, por ejemplo, parece más concentrada y cuidadosa al comienzo de la descrip-
ción de Europa, cuando aborda los importantes territorios de Bética, Tarraconense,
Narbonense o Italia, que al final de su periplo continental cuando debe ocuparse
de tierras menos relevantes y peor documentadas como Lusitania, Galia comata o
Britania, de cuyo tratamiento se desprende una cierta lasitud, señalada también en
otras secciones de su geografía23.
En realidad y aunque no haya sido suficientemente destacado, lo cierto es que
en su descripción de Hispania Plinio compuso pasajes dotados de una gran pre-
cisión geográfica, particularmente en la Bética, donde su tratamiento del interior
presenta rasgos que, como veremos, parecen haber exigido el manejo de un mapa y
ofrece secciones tan minuciosas como la dedicada al curso del Guadalquivir, en la
que señala incluso la ubicación de las ciudades con respecto a la orilla del río, infor-
mación que ha sido valiosísima para fijar la situación de muchas de ellas:

Oppida Hispalensis conuentus Celti, Axati, Arua, Canama, Naeua, Ilipa cognomine
Ilia, Italica et a laeua Hispal colonia cognomine Romulensis, ex aduerso oppidum

19
Así lo señala, por ejemplo, NICOLET, Cl. (1988) en p. 19 a propósito de los geógrafos latinos en general.
20
Desde BUNBURY, E.H. (1879): 371 ss. –«the geographical portions, which are perhaps de most defective
parts of the whole work» (sc. de la Naturalis historia)– hasta DILKE, O.A.W. (1985): 66-71.
21
SALLMANN, K. (1971): 4.
22
Una perspectiva reciente sobre las fuentes de Plinio en NAAS, V. (2002): 137 ss.
23
Así KLOTZ, A. (1910): 475 n. 3 a propósito de la descripción del Mar Rojo y Etiopía al final del libro VI
y, siguiéndole, DÉSANGES, J. (1980): 27.

119
Francisco Beltrán Lloris

Osset quod cognominatur Iulia Constantia, Lucurgentum quod Iuli Genius, Orippo,
Caura, Siarum, fluuius Maenuba, Baeti et ipse a dextro latere infusus (III 11).

Amigo de expresarse en cifras, un raro privilegio para los historiadores de la


Antigüedad tan ayunos de datos cuantitativos, Plinio al tratar cada una de las pro-
vincias hispanas sintetiza numéricamente una parte fundamental de la información
que después hará explícita de manera selectiva (III 7, 18, 117), enumerando los
conventos jurídicos e indicando la cifra total de ciuitates –más de quinientas para el
conjunto de Hispania24–y, dentro de ellas, el número de colonias, municipios roma-
nos y latinos, ciudades federadas, libres y estipendiarias:

Nunc uniuersa provincia [sc. Hispania Tarraconense] diuiditur in conuentus VII,


Carthaginiensem, Tarraconensem, Caesaraugustanum, Cluniensem, Asturum,
Lucensem, Bracarum. Accedunt insulae, quarum mentione seposita25. Ciuitates
prouincia ipsa praeter contributas aliis CCXCIII continet, oppida CLXXVIIII, in iis
colonias XII, oppida ciuium Romanorum XIII, Latinorum ueterum XVIII, foederato-
rum unum, stipendiaria CXXXV (III 18).

Pero aquí, además, si estoy en lo cierto, Plinio parece distinguir entre comu-
nidades urbanas y no urbanas, una sorprendente precisión que ha pasado un tanto
desapercibida debido a la desacertada interpretación del pasaje en algunas ediciones,
según las cuales 179 sería el número total de comunidades de la provincia y 293 el de
ciuitates contributae26, un error que resulta evidente si se suman las cifras parciales
que Plinio va desgranando en cada convento27, de las que se desprende claramente,
como ya viera en su día Detlefesen28, que la provincia contaba con 293 comunidades
además de las contributae. Sin embargo lo que llama la atención es que Plinio preci-
se que de ellas 179 eran oppida, es decir ciuitates dotadas de un centro urbano, con-
cretamente 12 colonias, 13 municipios romanos, 18 latinos viejos –o preflavios29–, 1
24
175 en la Bética (III 7), 293 en la Tarraconense (III 18) –sin contar la decena de ciuitates de Baleares y
Pitiusas (III 76-78, cf. III 18 y 25)– y 45 en Lusitania (IV 117).
25
Aunque en las ediciones críticas no suele incluirse un punto entre seposita y ciuitates, la cesura resul-
ta necesaria y así queda reflejada en las traducciones del texto: BEJARANO, V. (1987): 122; ZEHNACKER, H.
(1998): 14; FONTÁN, A., GARCÍA ARRIBAS, I., DEL BARRIO, E. & ARRIBAS, M.L. (1998): 18. Esta es una
de las típicas indicaciones que Plinio introduce para remitir al lector a otra sección de la obra.
26
Por ejemplo, «Pero la provincia misma, además de las 293 anejas a otras, tiene 179 poblaciones, entre
ellas 12 colonias, 13 poblaciones de ciudadanos romanos, 18 de latinos viejos, una de federados y 135 poblacio-
nes estipendiarias», BEJARANO, V. (1987): 122. Bien interpretado a cambio por ZEHNACKER, H. (1998): 14:
«quant a la province proprement dite, elle contient 293 communautés, sans compter celles qui sont rattachées à
d’autres…», y por FONTÁN, A., GARCÍA ARRIBAS, I., DEL BARRIO, E. & ARRIBAS, M.L. (1998): 18.
27
42 en el tarraconense, 55 en el cesaraugustano, 65 en el cartaginense, 69 en el cluniense, 22 en el astur, 16
en el lucense y 24 en el bracaraugustano (III 23-28).
28
DETLEFSEN, D. (1873): 603-604.
29
Plinio es perfectamente consciente de que los datos que suministra sobre los municipios latinos de Hispania,

120
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

ciudad federada y 135 estipendiarias. ¿Qué ocurre entonces con las 114 comunidades
restantes que eran ciuitates, pero no oppida? Aunque el número sea muy elevado, no
parece existir otra solución que identificar esas 114 ciuitates como «comunidades no
urbanas». Y para entender el alcance de esta expresión ningún ejemplo mejor que las
comunidades integradas por castella de los Susarri y los Gigurri mencionadas en el
edicto de Bembibre del año 15 a. E.30 y coetáneo por lo tanto de los datos –evidente-
mente augústeos– que maneja Plinio: buena parte de las 62 ciuitates mencionadas por
el enciclopedista en los conventos noroccidentales debían ser de este género y tam-
bién otras muchas del convento cluniense o de las áreas marginales de los tres con-
ventos más orientales en los que se concentraba la inmensa mayoría de los oppida.
Precisamente para el Noroeste peninsular suministra Plinio otra información
excepcional como son las cifras censales, único dato demográfico conservado para la
antigua Hispania31, según las cuales la población libre de los conventos astur, lucen-
se y brácaro ascendía respectivamente a 240.000, 166.000 y 285.000 personas libres,
distribuidas en 22, 16 y 24 populi o ciuitates (III 28). La generalización de esta corre-
lación –700.000 personas en 62 ciuitates– está en la base de la difundida atribución al
conjunto de Hispania de una población de unos 6 millones de habitantes32.

correspondientes con toda probabilidad a un momento no muy tardío del principado de Augusto, han quedado desfasa-
dos tras la concesión a Hispania del ius Latii por Vespasiano de la que se hace eco en III 30; por ello cuando se refiere a
ellos rara vez deja de señalar (III 15.23: Latinorum) que se trata de comunidades privilegiadas mucho antes –Latio anti-
quitus donata (III 7), Latinorum ueterum (III 18, 24), Lati ueteris (III 25), Latii antiqui o ueteris Latii (IV 117)– para
distinguir los municipios cesarianos y augústeos de los que se beneficiaron de la concesión de Vespasiano (III 30).
30
HEp 7 (2001), 378. Entre las diferentes ediciones del texto puede verse, por ejemplo, la de ALFÖLDY, G.
(2001): 17 ss. y los estudios reunidos por SÁNCHEZ-PALENCIA, F. J. & MANGAS, J. (eds.) (2000). Los Gigurri
son mencionados por Plinio entre los Astures (III 28).
31
No está claro de cuándo datan estas cifras que no parecen corresponder a un censo general de ciudadanos
romanos como los ordenados por Augusto, Claudio o Vespasiano (BRUNT [1981]: 163 s.), puesto que se refiere
a capita libera y no a ciues Romani, ni tampoco a un censo provincial como el realizado por Quinto Vibio Prisco
en época de Vespasiano (AE 1939, 60), pues en tal caso Plinio contaría con datos censales para toda la provincia y
no sólo para el noroeste. Pese a las objeciones de TRANOY, A. (1981): 181, no puede excluirse la posibilidad de
que deriven de un censo realizado, no en época flavia, sino tras la conquista del noroeste por Augusto, como sugi-
rió BOSWORTH, A.B. (1973): 76-77. En efecto, ésta era una medida habitual tras reducir a un enemigo (caso de
los Helvecios en tiempos de César –CAES., bell. Gal. 1.29,3–; de Capadocia bajo Tiberio –TAC., ann. 6.41,1–; de
Dacia bajo Trajano –LACT., mort. persec. 23.5–; … véase BRAUNERT, H. [1957] para Judea). En tal caso, que no
haya cifras relativas a los cántabros podría explicarse si el censo hubiera sido realizado desde la Lusitania ampliada
con Asturia y Galaecia: de hecho hay constancia de un Tito Clodio Pró[culo], [ab imp(eratore)] Caesare Aug[usto
missus pro] censore ad Lus[itanos] (CIL X, 680), que bien pudo estar relacionado con esta medida. Recuérdese que
en otras ocasiones también maneja Plinio datos correspondientes a este breve período en el que Asturia y Galaecia
estuvieron incorporados a Lusitania (ALFÖLDY, G. [1969]: 207 y 224-225), como las medidas provinciales (IV
118) o la producción aurífera (XXXIII 78).
32
Por ejemplo, SALMON, P. (1974): 23 ss. La fórmula está clara: la población media de las 62 ciuitates del
noroeste sería de 11.290 habitantes que multiplicada por las c. 523 ciuitates hispanas daría un total de casi 6 millones
de habitantes. Obsérvese, no obstante, que Plinio habla sólo de personas libres y que, precisamente, por su carácter no
urbano en noroeste hispano no es precisamente representativo de toda la Península, máxime si el censo se realizó tras
la conquista (ver nota anterior) con toda la mortandad que provocó, sin que ello suponga que deba rechazarse la cifra
de 6 millones, entendida como una mera aproximación.

121
Francisco Beltrán Lloris

Añádase que Plinio nombra a menudo sus fuentes y detalla en los índices los
auctores relevantes para cada libro, proporciona sumarios de contenidos de cada sec-
ción con indicación final del número de entradas temáticas y multiplica las remisiones
internas para facilitar la consulta de su monumental obra, recursos todos ellos que
prestan a su trabajo un aspecto de modernidad científica pionero en su época33.
A pesar de todas las condiciones objetivas de credibilidad que la descripción
hispana de Plinio reúne –renuncia a la retórica, manejo de documentos administra-
tivos, búsqueda de la precisión geográfica, exactitud en la caracterización jurídica,
apoyo en datos cuantificados, uso de mapas, conocimiento de primera mano en el
caso de la Tarraconense, …–, el texto ha suscitado entre los investigadores dudas de
todo género. Así, se discute acerca de la fecha del grueso de la información transmi-
tida por Plinio, que algunos no consideran de tiempos de Augusto, sino que atribu-
yen a época tardorrepublicana o flavia34. Se duda del significado de términos cuyo
sentido, sin embargo, parece claro y no sólo en latín, sino en Plinio mismo como
oppida ciuium Romanorum, oppida Latinorum, municipium ciuium Romanorum,
ciuitas, populus, gens,…35. Y, lo que es más grave, se sospecha de la fiabilidad del
texto, recurriéndose con demasiada frecuencia a la fácil, pero muy peligrosa receta
de «corregir a Plinio» ante el menor problema36.
Los avatares de la transmisión textual y la condición enciclopédica de la obra
son sin duda parcialmente responsables de la incertidumbre que pesa sobre el texto
de Plinio; sin embargo ésta es fruto ante todo de la particular trayectoria que han
seguido las investigaciones, asunto en el que no podemos detenernos ahora, pero
del que conviene destacar cuatro circunstancias negativas:

• la falta de una recensión reciente y sistemática de los manuscritos de la


Naturalis historia37;

33
Véase en último lugar NAAS, V. (2002) : 171 ss.
34
Véase, por ejemplo, LE ROUX, P. (1986): 335 ss.
35
Al respecto, CAPALVO, Á. (1986): 49-67 y BELTRÁN LLORIS, F. (1999): 247-267.
36
Particularmente abrupta en este sentido fue la labor de Mayhoff en la edición teubneriana; a modo de ejem-
plo, en III 24, optó por introducir enmiendas como salduba, edetaniae o ispallenses sin apoyo en la tradición manus-
crita y que se han revelado totalmente desacertadas, pese a lo cual siguen apareciendo en ediciones críticas recientes
como la de ZEHNACKER, H. (2002) o en traducciones como la de FONTÁN, A., GARCÍA ARRIBAS, I., DEL
BARRIO, E. & ARRIBAS, M.L. (1998): 20-21 que recitifican Salduvia, pero mantienen Edetania e Ispalenses; al
respecto, véanse FATÁS, G. (1973) sobre la Sedetania; FATÁS, G. & BELTRÁN LLORIS, M. (1997): 27 ss. sobre
Salduie; BELTRÁN LLORIS, F. (2000): 78-79 sobre ispallenses y la posible lectura Grallenses.
37
Sobre los códices de la Naturalis historia, que no han sido objeto de una recensión general desde hace
un siglo, puede verse DETLEFSEN, D. (1904): vii-xvii y JAN, P. & MAYHOFF, C. (1906): v-xiv, para los libros
geográficos, y REYNOLDS, L.D. (1983): 307-316, en general; debe señalarse como excepción la Colección Budé
cuyos últimos volúmenes comportan el examen directo de algunos códices: pese a ello, por ejemplo en el tomo
dedicado al libro III son mínimas las diferencias respecto de la edición de Jan y Mayhoff –ZEHNACKER, H.
(2004): xxvi–, que pese a recoger los resultados previos de Detlefsen y Jan, y ser en términos generales sólida, pre-
senta algunos errores de lectura, un aparato crítico caprichoso en ocasiones y sobre todo, como ya se ha dicho (ver

122
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

• la inexistencia de un comentario histórico, sistemático y reciente, de los pasa-


jes hispanos38;
• la valoración negativa de la obra pliniana por la influyente «Quellenforschung»
de fines del XIX y comienzos del XX con la consecuente falta de estudios de
conjunto sobre los libros geográficos39;
• y la nociva tendencia a examinar el texto pliniano de forma fragmentada40.

2. Principios rectores de los libros geográficos

Pero antes de abordar la descripción pliniana de Hispania, resulta imprescindi-


ble referirse, aunque sea brevemente, a la estructura y a los criterios descriptivos
empleados en los libros geográficos (III-VI), sin duda una de las secciones de siste-
mática más elaborada de toda la Naturalis historia41.
En mi opinión, a la hora de organizar la materia de sus libros geográficos
Plinio recurre a dos principios básicos que, hasta donde se lo permiten sus fuentes,
procura aplicar metódicamente a toda la ecúmene: el periplo como hilo conductor y
la compartimentación sucesiva del espacio.

(i) El periplo, que al fin y al cabo era el género más clásico entre los geógrafos
antiguos, le suministra una secuencia expositiva general para el conjunto de su
geografía al tiempo que le permite describir las tierras y ciudades litorales de
cada provincia o región según un orden lineal al que, después, agregará el tra-
tamiento de las zonas del interior.

(ii) La compartimentación sucesiva del espacio le permite obtener unidades des-


criptivas manejables en función de su tamaño, de su complejidad o de la infor-

nota 36), enmiendas un tanto violentas. Una tabla comparativa de las variantes de lectura en las diferentes edicio-
nes de los libros III y IV en WINKLER, G. & KÖNIG, R. (1988): 494-524.
38
Remediado en parte para Lusitania por GUERRA, A. (1995); no era éste el objetivo de la edición anotada
de GARCÍA Y BELLIDO, A. (1947).
39
Con la destacada excepción de SALLMAN, K. (1971) y la previa tesis doctoral –no editada– de RÖMER,
F. (1968).
40
Como queda de manifiesto si se repasan, por ejemplo, los trabajos dedicados a la geografía pliniana reco-
gidos por SERBAT, G. (1986): 2114 ss. En parte estas deficiencias intentaron ser solucionadas para Hispania en un
proyecto de investigación desarrollado en la Universidad de Zaragoza (1988-1991) bajo mi dirección con la cola-
boración de G. Fatás y Á. Capalvo, que pese a estar muy avanzado no llegó a culminar en su día en una monografía
como estaba previsto, pero que no descarto revisar y completar a medio plazo.
41
Sobre la geografía pliniana, ver especialmente SALLMAN, K. (1971): 191-236 (reeditado en una versión
abreviada por WINKLER, G. & KÖNIG, R. [1988]: 466-493), donde se individualizan y analizan los diferentes tipos
de informaciones aportados por el naturalista: antiquaria, relatos de fundaciones, noticias mitológicas, etimologías,
«metonomasias», datos etnográficos, datos históricos, paradoxa, datos estadísticos, medidas de esfrágidas, distancias
y periplos. Más recientemente, MURPHY, T. (2004): 129 ss., subrayando también la importancia del periplo.

123
Francisco Beltrán Lloris

mación disponible, recurriendo para ello a criterios articuladores muy diversos


sean históricos, étnicos, administrativos o geográficos.

a) La compartimentación del espacio

Así, Plinio empieza por dividir el terrarum orbis uniuersus en tres partes princi-
pales correspondientes a los tres continentes entonces conocidos, Europa, África y
Asia (III 3), que a su vez articula en grandes sectores en función de criterios estric-
tamente geográficos: así, por ejemplo, distribuye la Europa mediterránea en cuatro
peculiares grandes «golfos» correspondientes grosso modo al litoral entre Gibraltar
y el sur de Italia el primero (III 3-94), al mar Adriático el segundo (III 95-152), a la
costa entre el Épiro y el Bósforo el tercero (IV 1-74), y al mar Negro el cuarto (IV
75-93), tras el tratamiento de cada uno de los cuales inserta el de las islas sitas en
ellos42 (figura 1), todo a modo de un gran periplo mediterráneo.
Tras esta primera articulación general según criterios estrictamente geográ-
ficos, Plinio procede a delimitar unidades descriptivas menores recurriendo para
ello a criterios administrativos, históricos o étnicos. En occidente el marco privi-
legiado es la provincia43, un tanto más desdibujada en el Ilírico y la zona danubia-
na44. A cambio en oriente, si se exceptúa Egipto, tanto en Siria-Palestina como en
Anatolia y Grecia prefiere recurrir a criterios etno-históricos en detrimento de los
límites provinciales que, aunque siempre presentes, quedan más desvaídos. Podría
decirse así que mientras el oriente helenístico imponía sus profundas raíces étnicas
e históricas, sustentadas además en una larga y densa tradición literaria, en occi-
dente, esa parte del mundo «descubierta» en gran medida por Roma, era la nueva
personalidad provincial –es decir romana– la que se superponía a las previas iden-
tidades étnicas.
En cualquier caso, esta compartimentación en grandes unidades quedaba supe-
ditada al orden expositivo general de la obra, en beneficio del cual Plinio no duda

42
Mientras que los dos primeros golfos y el último resultan coherentes con nuestra percepción de la geogra-
fía mediterránea, el tercero resulta chocante por corresponder a la Península Balcánica; ahora bien si se contemplan
las versiones que conservamos de mapas antiguos como la copia del siglo XIII del de Ptolomeo (Bibl. Apost. Vat.,
Urbinas Graecus 82, fols. 60v-61r; HARLEY, J.B. & WOODWARD, D. (1987): lám. 9) o la Tabula Peutingeriana
(p. ej. BOSIO, L., 1983) podrá observarse que, en efecto, el cabo Acroceraunio, al sur de Dyrrhachium, es el punto
que marca el cambio de inflexión en este tramo de la costa, si bien, desde luego, la caracterización de la Península
Balcánica como golfo sea totalmente arbitraria y parezca obedecer a la necesidad de Plinio de repartir el lito-
ral mediterráneo en cuatro secciones de tamaño similar. En cualquier caso, esta circunstancia hace verosímil que
Plinio empleara un mapa para delimitar estos cuatro «golfos».
43
Bética, Tarraconense, Narbonense, Britania, tres Galias, Lusitania,… y, en África, Mauritanias Tingitana y
Cesariense, Numidia y África.
44
La descripción pliniana se centra en Dalmacia (III 139-144) y trata de manera somera el Nórico, Panonia y
Mesia (III 146-149).

124
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

en segmentarlas, empezando por la propia Italia, cuya descripción queda repartida


entre los dos primeros «golfos» mediterráneos, interrumpida por el tratamiento de
las islas del primero de ellos (III 76-94). Y algo semejante ocurre con Macedonia
dividida entre el segundo «golfo» (III 145) y el tercero (IV 2 ss.), con Creta y
Cirene abordadas en sus respectivos continentes (IV 58-60, V 31-40) o, como
veremos, con la Tarraconense –y mínimamente con la Bética– articulada según sus
fachadas mediterránea y atlántica.
La ulterior subdivisión de estas unidades en secciones menores depende en
gran medida de su tamaño y conformación, de la información disponible o de su
relevancia, de suerte que cuanto mayores sean éstas más articulado resulta el terri-
torio como puede apreciarse en Asia Anterior, en Grecia y sobre todo en Italia.
Como ya se ha señalado, en la Hélade, Anatolia y el Próximo Oriente dominan las
articulaciones étno-históricas, combinadas en ocasiones con otras administrativas,
caso de los conventos jurídicos de Asia45, de manera que las provincias, aunque
sean mencionadas siempre, desempeñan un papel estructurador secundario. Así,
por ejemplo en la Grecia europea, correspondiente a las provincias de Macedonia y
Acaya y al territorio aún no provincializado en época de Augusto de Tracia, Plinio
basa su descripción en las regiones históricas que aborda siguiendo la línea del lito-
ral desde Épiro hasta Tracia46, es decir las tierras que configuran el tercer «golfo»,
en cuyo tratamiento, dice, se detendrá un poco más –paululum in eo conmorabi-
mur– en atención a sus méritos culturales (IV 1). Pero quizá sea en Italia, donde
el método seguido por Plinio queda más claramente de manifiesto al exponerlo el
naturalista de manera explícita:

Nunc ambitum eius urbesque enumerabimus, qua in re praefari necessarium est auc-
torem nos Diuum Augustum secuturos discriptionemque ab eo factam Italiae totius in
regiones XI, sed ordine eo qui litorum tractu fiet; urbiumque quidem uicinitatis ratio-
ne utique praepropera seruari non posse, itaque interiore parte digestionem in litteras
eiusdem nos secuturos, coloniarum mentione signata, quas ille in eo prodidit numero
(III 46).

Así pues, indica, abordará Italia siguiendo el litoral y adoptando como sec-
ciones descriptivas las once regiones augústeas, pero no por orden numérico, sino
siguiendo su disposición a lo largo de la costa de acuerdo con su programa expo-
sitivo general, mientras que en el interior, al no ser fácil enumerar las ciudades de

45
V 102-127.
46
IV 1: Epiros, Acarnania, Aetolia, Phocis, Locris, Achaia, Messenia, Laconica, Argolis, Megaris, Attice,
Boeotia iterumque ab alio mari eadem Phocis et Locris, Doris, Phthiotis, Thessalia, Magnesia, Macedonia,
Thracia.

125
Francisco Beltrán Lloris

acuerdo con su posición relativa –comentario que pone de manifiesto la voluntad


de precisión de Plinio–, empleará la ordenación alfabética utilizada por Augusto,
haciendo como éste mención particular de las colonias. Resaltan aquí de manera
diáfana los dos principios rectores de la geografía pliniana antes señalados, el peri-
plo como hilo conductor y la compartimentación sucesiva del espacio, y se obser-
va también la importancia asignada tanto a esas Romas en miniatura que son las
colonias –que Plinio, siguiendo a Augusto, enumera de manera exhaustiva– como a
las divisiones administrativas romanas en tanto que elemento de articulación, pues
al fin y al cabo la descripción pliniana más allá de su condición de inventario del
mundo47 es ante todo un catálogo del Imperio Romano48 y las colonias simboliza-
ban de forma óptima la expansión de la romanidad por las provincias.
Estos últimos aspectos se observan con mayor claridad tanto en el norte de
África –Mauritania Tingitana, Mauritania Cesariense, Numidia, África– como en
el occidente europeo, especialmente en provincias mediterráneas como las tres
Hispanias y la Narbonense49, y con sus peculiaridades en las insulares de Córcega
y Cerdeña, y Sicilia e incluso en Dalmacia. En todas ellas domina el marco pro-
vincial y es frecuente el recurso a las circunscripciones administrativas romanas
para articular el espacio –sean las regiones en Italia o los conuentus en Hispania
y Dalmacia– así como las referencias sistemáticas a los diferentes tipos de ciu-
dades privilegiadas y en particular a las colonias, numerosas en esos territorios.
Naturalmente en las provincias de pequeño tamaño la articulación del espacio suele
quedar circunscrita a dos únicas secciones, correspondientes al periplo y el interior,
como ocurre por ejemplo con la Narbonense; pero también aquellas provincias para
las que no cuenta con suficiente información o que considera poco relevantes son
tratadas con brevedad y articuladas simplemente en las dos consabidas secciones
litoral e interior, aunque sean relativamente extensas como ocurre con Lusitania,
Britania o las tres Galias. De hecho, son la Bética y la Tarraconense y de forma
más confusa Dalmacia las únicas que Plinio subdivide en más de dos secciones,
de donde resulta claro cómo el grado de articulación de la descripción no depende
exclusivamente del tamaño del territorio, sino que toma en consideración también
su importancia y seguramente la calidad de la documentación disponible50.
47
Por mencionar la afortunada expresión de NICOLET, Cl. (1988).
48
NAAS, V. (2002): 424 ss.; MURPHY, T. (2004).
49
Como ya señalara SALLMAN, K. (1971): 201.
50
Extensión de las diferentes descripciones de las provincias europeas occidentales: Tarraconense (III 18-
29, 76-78, IV 110-112: 18 parágrafos); Bética (III 7-17, IV 119-120: 13 parágrafos); Narbonense (III 31-37, III
79: 8 parágrafos); Sicilia (III 86-91: 6 parágrafos); Lusitania (IV 113-118: 6 parágrafos); Córcega y Cerdeña (III
80, 84-85: 3 parágrafos); Aquitania (IV 108-109: 2 parágrafos), Bélgica (IV 106: 1 parágrafo) y Lugdunense (IV
107: 1 parágrafo), además de un parágrafo común para toda la Galia Comata (IV 105); Britania (IV 102: 1 pará-
grafo): en total 59 parágrafos. En comparación sólo a Asia (V 102-127, 132-140) consagra 35, a las dos provincias
–Macedonia y Acaya– que cubrían la Grecia europea 58 (IV 2-39, 52-57, 61-74) y a Italia (III 38-74, 80-82, 95-
138) 84. Véase el último apartado.

126
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

b) El orden descriptivo

Respecto del orden descriptivo, Plinio inicia su recorrido en Europa, el continente


a su juicio más importante –altrix uictoris omnium gentium populi longeque terra-
rum pulcherrima– y además el más extenso, en su equivocada opinión, por abarcar
la mitad del mundo (III 5), de ahí que le dedique los dos primeros libros de los cuatro
que componen su geografía (III-IV). Sigue con África (V) y termina con Asia (V-VI).
Para describirlos, como se ha dicho, adopta la técnica del periplo, completada con
tratamientos de las regiones interiores. En consecuencia, Europa es recorrida desde
el extremo occidental del Mediterráneo, en la Bética, hasta el oriental en el Mar de
Azov, atravesada después en dirección inversa a lo largo de la supuesta orilla del Mar
Septentrional y, finalmente, desde la costa germana hasta la hispana (figura 1).
En función de estos criterios, si bien la mayor parte de la descripción de
Hispania queda bastante agrupada en dos secciones, III 6-30 –Bética sin Gades y
Tarraconense– y IV 110-120 –litoral atlántico de la Tarraconense, Lusitania e islas
atánticas–, a las que debe añadirse III 76-78 –Pitiusas y Baleares–, lo cierto es que
con la excepción de Lusitania, tratada unitariamente en IV 113-118, las otras dos pro-
vincias resultan seccionadas. La Bética, de forma mínima, pues sólo Gades (IV 119-
120) queda fuera de la sección principal (III 7-17)51, y ello gracias a la alteración del
programa pliniano, según el cual el gran periplo circuneuropeo debería haber comen-
zado y concluido en el Estrecho de Gibraltar (III 5), dividiendo así la provincia en
dos; precisamente para evitarlo inicia la descripción bética no en Gibraltar, sino en la
desembocadura del Guadiana, frontera entre Lusitania y Bética, en pleno litoral atlán-
tico. En cuanto a la Tarraconense se refiere, es abordada en tres secciones: la general
(III 18-29), la insular mediterránea (III 76-78) y la atlántica (IV 110-112). No obstante
introduce al comienzo de la descripción un párrafo sobre la configuración de las pro-
vincias hispanas (III 6) y una escueta valoración de conjunto de Hispania al final de la
sección dedicada a la Tarraconense, en la que destaca su riqueza minera y la reciente
concesión del ius Latii por Vespasiano uniuersae Hispaniae (III 30), que confieren
una cierta unidad al tratamiento de la Península Ibérica (ver Apéndice).

c) Los apartados de las descripciones

Al margen de esta fragmentación a la que le obliga su programa expositivo, el trata-


miento de cada una de las tres provincias hispanas consta de cuatro apartados fun-
damentales52:
51
Plinio, no obstante, remite al ulterior tratamiento en el lugar correspondiente del periplo atlántico: cuius ex
aduerso Gadis inter insulas dicenda (III 7).
52
Esta estructura cuatripartita, que se presenta con particular claridad en las provincias hispanas, reaparece

127
Francisco Beltrán Lloris

(i) la introducción, con una breve referencia a la configuración geográfica, la


enumeración de los conventos –que tan importante papel articulador desem-
peñan en la descripción de Hispania– y un resumen numérico de las ciudades
jerarquizadas según su categoría política53;

(ii) el periplo litoral, consistente en una lista de ciudades enumeradas en orden


geográfico siguiendo la costa, con breves excursos sobre los ríos principales,
indicación de los principales accidentes geográficos y referencias a las etnias
más importantes;

(iii) la descripción del interior, en la que los listados de ciudades –distribuidas por
conventos, rangos jurídicos y, dentro de ellos, por orden alfabético– se articu-
lan en secciones menores según criterios diversos –étnicos, administrativos,
geográficos– con la excepción de Lusitania, en donde las tierras interiores
conforman una sola sección;

(iv) y las medidas generales en longitudo y latitudo, frecuentemente según Agripa.

A las que en la Bética y la Tarraconense hay que añadir un quinto apartado:

(v) las islas.

En las dos primeras descripciones, Bética y Tarraconense, los cuatro aparta-


dos fundamentales se suceden en el orden expuesto; en cambio en la descripción de
Lusitania, mucho más sintética, Plinio omite la introducción, comienza directamen-
te con el periplo, introduce después muy escuetamente los datos conventuales y el
resumen numérico de comunidades y describe el interior en una sola sección, termi-
nando con las medidas.
Esquemáticamente, estos serían los apartados de la descripción hispana:

Bética:
Introducción con datos numéricos (III 7)
Periplo (III 7-8)

con peculiaridades en otras descripciones provinciales –por ejemplo en la Narbonense la introducción carece del
resumen numérico de las ciuitates (III 31-37)–, pero no es ni mucho menos sistemática.
53
Estos datos estadísticos no los hace constar Plinio de forma sistemática: sólo en África (V 29) aparecen
tan articuladamente como en las provincias hispanas; en Córcega (III 80) y Sicilia (III 87) indica el número de ciui-
tates y el de colonias, en la Narbonense los oppida ignobilia y adtributa (III 37), en algunos conventos de Asia
(V 96, 105, 106) el número total de ciuitates, o el total de oppida en Chipre (V 130), de populi ac tetrarchiae en
Capadocia (V 146), de decuriae en Dalmacia (III 142 ss.), de populi (V 150), … Los conventos sólo son menciona-
dos, además de en Hispania, en el Ilírico y en Asia.

128
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Interior (III 9-15)


Medidas (III 16-17)
---
Islas (IV 119-120)

Tarraconense:
Introducción con datos numéricos (III 18)
Periplo (III 19-22 --- IV 110-112)
Interior (III 23-28)
Medidas (III 29)
---
Islas (III 76-78)

Lusitania:
Periplo (IV 113-116)
Datos numéricos (IV 117)
Interior (IV 117-118)
Medidas (IV 118)

Pero pasemos ya a examinar la estructura de la descripción de Hispania, empe-


zando por la Bética.

3. La Bética

La descripción de la Bética constituye, sin duda, una de las más cuidadas, articu-
ladas, precisas y complejas de toda la geografía pliniana, y también una de las más
originales54, según ponen de manifiesto la alteración del programa expositivo ini-
cial, el elevado número de secciones descriptivas, la acusada orientación geográfica
de secciones y enumeraciones, y el papel desempeñado por el Betis:

(i) Efectivamente y como ya se ha indicado, Plinio altera su plan expositivo para


evitar tener que seccionar la provincia en dos, y traslada el punto inicial desde
el estrecho de Gibraltar por donde anuncia que va a comenzar (III 6) hasta la
desembocadura del Guadiana, en pleno Atlántico, dejando pendiente tan sólo
el tratamiento de Gades para el final del periplo europeo (IV 119-120).

54
Una primera aproximación a la estructura de la descripción pliniana de la Bética, en la que se basan estas
páginas, fue presentada en BELTRÁN LLORIS, F. (1994), en donde se estudian con detalle varios pasajes, particu-
larmente III 10, y se recoge la bibliografía específica, a la que remito.

129
Francisco Beltrán Lloris

(ii) Por otra parte y pese a no ser una circunscripción de gran tamaño, divide la
Bética en doce secciones, lo que representa un número muy superior a las res-
tantes provincias occidentales, despachadas normalmente en dos, y ligeramente
superior a las diez que emplea en la Tarraconense, pese a ser ésta cuatro veces
más extensa: recuérdese que la misma Italia es dividida por Plinio en once sec-
ciones en función de las regiones augústeas, si bien cada una de ellas se articula
después al menos en otras dos, correspondientes al litoral y la costa.

(iii) Además y a diferencia de la Tarraconense o de Italia, en donde las secciones


son delimitadas según criterios administrativos, y del Oriente helenístico, en el
que se imponen los de tipo étnico e histórico, en la Bética dominan claramente
los geográficos, aunque combinados con los étnicos y administrativos, circuns-
tancia que introduce una particular complejidad en la descripción provincial, y
que le obligó a fragmentar la información de sus fuentes y a combinar conti-
nuamente los datos que ofrecían periplos, mapas, listados de ciudades, geogra-
fías, etc. elevando así muy considerablemente la dificultad de la composición.
Esta acusada orientación geográfica queda de manifiesto también en el hecho
de que mientras en la mayor parte de las descripciones provinciales sólo el
periplo litoral presenta un orden geográfico, en la Bética también lo aplica en
el interior a las tierras ribereñas del Guadalquivir que conforman una especie
de periplo fluvial y, si no yerro, a las ciudades privilegiadas de la provincia
que son enumeradas en un orden secuencial. Tal proceder contrasta vivamente
con el aplicado a la Tarraconense, cuyo tratamiento interior es abordado por
conventos, dentro de los cuales las ciudades o bien son enumeradas en listados
alfabéticos jerarquizados según su condición jurídica (III 23-25), o bien se dis-
tribuyen en función de su adscripción étnica (III 26-28).

(iv) Finalmente, como ya viera M. Mayer55, la descripción de la Bética se funda-


menta en el río Guadalquivir, que, excepcionalmente, no es despachado con un
breve excurso en el periplo56, sino que, caso único en los libros geográficos,
desempeña un papel estructural, pues sirve para articular el interior de la pro-
vincia en tres grandes ámbitos correspondientes a la programática frase con
la que se inicia la descripción provincial, Baetica, a flumine mediam secante
cognominata (III 7): por un lado la ribera del Guadalquivir y sus afluentes y,
por otro, las dos regiones que quedan a ambos lados del río, a las que deno-
mina Bastetania y Baeturia, y que junto con el litoral constituyen los cuatro
grandes ámbitos descriptivos de la provincia (vid. figura 2).

55
(1989): 303-333.
56
Como ocurre con el Ebro en III 21 o con el Ródano en III 33, por ejemplo.

130
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

De esta manera la descripción provincial queda estructurada como sigue (vid.


figura 3 y Apéndice):

• Se inicia el periplo del litoral en la desembocadura del Guadiana, continúa a lo


largo de la costa atlántica o litus oceani hasta Calpe y el estrecho de Gibraltar
(BS 1, III 7), y prosigue después por la costa mediterránea o litus internum
hasta la frontera con la Tarraconense (BS 2, III 8), tierras todas ellas integradas
probablemente en el convento gaditano.

• Tras ciertas observaciones misceláneas y la referencia al nacimiento del


Guadalquivir en la Tarraconense (III 9), inserta la teórica descripción de la
región situada entre el río y el mar Mediterráneo que denomina Bastetania
uergens ad mare (BS 3, III 10), aunque en realidad se limita a tratar tan sólo
una parte de ella correspondiente al convento astigitano, por lo que quedan
pendientes otros tres sectores pertenecientes a los conventos astigitano, hispa-
lense y gaditano que deberá incluir más tarde (BS 7, 9, 11).

• Después emprende el «periplo» del Guadalquivir a lo largo de sus secciones


cordubense (BS 4, III 10), hispalense (BS 5, III 11) y la correspondiente al
estuario, comprendida seguramente en el convento gaditano (BS 6, III 11), y de
sus afluentes el Singilis –que, en realidad, completa la descripción del convento
astigitano– (BS 7, III 12) y el Maenuba, perteneciente seguramente al hispalense
(BS 8, III 12).

• A continuación se ocupa de las tierras situadas entre Guadalquivir y Guadiana,


que denomina Baeturia y divide en dos secciones la céltica e hispalense (BS
9, III 14) y la túrdula y cordubense (BS 10, III 14), aunque incluye también en
la primera por error las ciudades situadas en la cuña hispalense sita al sur del
Guadalquivir que debería haber tratado en BS 3.

• Con ello finaliza el recorrido por la provincia, aunque debe agregar, a modo de
apéndice, las ciudades del interior del convento gaditano que también debería
de haber tratado en BS 3 (BS 11, III 15).

• Por último, la ciudad de Gades es abordada al final de la descripción de


Europa (BS 12, IV 119-120), en el lugar que le hubiera correspondido al litoral
atlántico de la Bética, si Plinio no hubiera optado por tratarlo conjuntamente
con la fachada mediterránea y el interior.

131
Francisco Beltrán Lloris

La articulación de la descripción pliniana es producto, pues, de una compleja


combinación de criterios geográficos y administrativos, de suerte que cada una de
las 12 secciones resultantes corresponde a un solo convento jurídico:

Gaditano Astigitano Cordubense Hispalense


Periplo
1. Litus oceani X
2. Litus internum X
Interior al E del Betis
3. Bastetania X
Betis y afluentes
4. Baetis cordubense X
5. Baetis hispalense X
6. Aestuaria Baetis X
7. Singilis X
8. Maenuba X
Interior al O del Betis
9. Baeturia Hispalensis X
10. Baeturia Cordubensis X
Resto del convento gaditano
11. Gaditanus conuentus X
Islas
12. Gades X

Como se podrá apreciar en el siguiente cuadro, el reparto de los listados con-


ventuales en los cuatro grandes sectores geográficos delimitado por la costa y el
Guadalquivir, no ofrecía demasiados problemas en lo que respecta a los conventos
astigitano y cordubense, que bastaba con dividir entre una sección fluvial y una sec-
ción del interior:

Interior al este Guadalquivir y Interior al oeste


Periplo (e islas)
del Betis afluentes del Betis
Astigitano — X X —
Cordubense — — X X
Gaditano X X X —
Hispalense — X X X

Pero, a cambio, no ocurría lo mismo con el gaditano y el hispalense. El con-


vento gaditano además del territorio cubierto por las secciones correspondientes al

132
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

litoral (BS 1, 2 y 12) y a los estuarios del Betis (BS 6) se extendía al este de la des-
embocadura del Guadalquivir por el interior de lo que hoy es la provincia de Cádiz
–Carisa, Cappa, Saudo, Saguntia, Lascuta, Vsaepo?, …– . Y el hispalense, además
de las tierras situadas al norte del Guadalquivir, en la Beturia (BS 9), y junto al río
(BS 5), disponía de una cuña al otro lado del Betis que se adentraba por la actual
provincia de Sevilla hasta la de Málaga –Arunda, Acinippo, …–. Teóricamente estas
dos zonas del gaditano y el hispalense, cuya percepción no era fácil encerradas
como estaban entre las áreas cubiertas por el periplo litoral y el recorrido fluvial del
Guadalquivir y Genil, deberían de haber sido tratadas en la sección situada entre el
Betis y el Mediterráneo (BS 3), sin embargo no fue así, pues Plinio sólo delimitó al
Sur del Betis dos sectores y ambos del astigitano, el que denomina Bastetania uer-
gens ad mare (BS 3) y el dedicado al Genil (BS 7), por lo que quedaron excluidas
de su programa expositivo tanto las comarcas más internas del gaditano, que debie-
ron ser añadidas al final –repitiendo además por error las ciudades de Barbesula y
Baesippo– (BS 11), como la cuña meridional del hispalense (BS 9), error este que
motivó los mayores desajustes de la descripción.
Como argumento detenidamente en el trabajo de 1994, ésta es a mi juicio la
explicación de que Plinio incluya entre las ciudades célticas e hispalenses de la
Beturia algunas que realmente no pertenecían a esta región geográfica, sino que se
ubicaban al sur del Guadalquivir. El naturalista creyó que tras abordar las ciudades
hispalenses en el periplo del Guadalquivir, sólo restaba por introducir las de la Beturia
céltica, cuando en realidad había omitido previamente algunas de las ubicadas en la
cuña sita al sur del río como Callenses Aeneanici, Arundo, Acinippo o Salpesa, que
desde luego eran hispalenses, pero no se encontraban en la Beturia ni en el territo-
rio de los célticos, por lo que yerra al introducirlas con las palabras praeter haec in
Celtica, cuando debería haber dicho praeter haec in Hispalensi o algo similar57.
En cualquier caso estos errores son consecuencia de la voluntad de precisión
geográfica que Plinio muestra en la descripción de la Bética y que se ve acentuada,
además, con el particular tratamiento de las ciudades privilegiadas de la Bastetania
(III 10) y de la Beturia céltica (III 14), de los municipios latinos del convento gadi-
tano (III 15) y de las colonias romanas del astigitano (III 12) que no son menciona-
dos por orden alfabético como las restantes comunidades, sino en un orden distinto
que parece geográfico y que debió exigir el manejo de un mapa como se observa,
por ejemplo, en III 12, donde tras mencionar Astigi introduce los nombres de las
restantes colonias del convento –Tucci, Ituci, Vcubi y Vrso– en un orden que no es
evidentemente el alfabético, pero que corresponde a su ubicación geográfica de este
a oeste. A todo ello debe añadirse, finalmente, que todas las secciones descriptivas

57
No resuelve en absoluto el problema enmendar el texto para que diga praeter haec in <Bae>tica, como
propone CANTO, A.M.ª (1993): 178 ss.

133
Francisco Beltrán Lloris

cuentan con referencias geográficas absolutas: sea el mar o el Guadalquivir en los


periplos marítimo y «fluvial», sean precisiones como las que delimitan la Bastetania
inter hunc (sc. Baetim) et oceani oram –en realidad, el Mediterráneo– (III 10) o la
Beturia a Baete ad fluuium Anam (III 13).
La utilización de un mapa en el que figuraran los cursos del Betis, el Singilis
y el Menuba permite comprender mucho mejor tanto esta compartimentación del
interior de la provincia, que casi se impondría de manera natural al contemplarlo,
como la acusada orientación geográfica de la descripción.
La complementación de la información reflejada en el mapa y en otras obras
geográficas con la contenida en los listados administrativos conventuales debió con-
vertir la descripción bética en una tarea extraordinariamente laboriosa y compleja,
pues, como se ha visto, le obligó a distribuir dichos listados en dos, tres o cuatro sec-
ciones. En los apartados expuestos por orden geográfico –periplo litoral y recorrido
fluvial– Plinio habría de consultar primero el mapa o una obra corográfica para fijar
el orden de enumeración y, después, las listas administrativas de los cuatro conventos
para introducir el nombre completo de las comunidades privilegiadas y su condición
jurídica, cosa que hace sistemáticamente sólo en el caso de las colonias romanas. En
los restantes, elaborados a base de listados, Plinio procedería de forma inversa: tra-
bajaría sobre los documentos administrativos conventuales, recurriendo al mapa sólo
para enumerar por orden geográfico las ciudades privilegiadas o para subdividir en su
caso las comunidades de un convento en diversos apartados geográficos. Resulta así
perfectamente comprensible que, para no complicar excesivamente su trabajo, Plinio
optara por subdividir la provincia de forma que las once secciones resultantes perte-
necieran cada una a un solo convento, pues, de lo contrario, se habría visto en la obli-
gación de manejar simultáneamente el mapa y varios listados conventuales.
Frente a los criterios de compartimentación de tipo geográfico y adminis-
trativo, los de tipo étnico, por razones que no podemos examinar ahora, juegan a
cambio un papel marginal: en el periplo marítimo sencillamente no hace referencia
alguna a los pueblos que se asentaban en el litoral, limitándose a añadir al final la
opinión de Agripa que atribuía la costa a los púnicos y señalando que, sin embargo,
el litoral atlántico correspondía a Bástulos y Túrdulos, deslizándose después hacia
una serie de comentarios sobre los pueblos que emigraron a Hispania y sobre la
etimología de Lusitania e Hispania misma (III 8). Tampoco introduce ninguna refe-
rencia étnica en el «periplo» del Guadalquivir. Sólo recurre a los pueblos para dar
una cierta coherencia a la dos regiones interiores que quedaban a ambos lados del
Guadalquivir, dividiendo la Beturia entre Célticos y Túrdulos –en realidad, entre
los conventos hispalense y cordubense–, en este caso en clara contradicción con
lo que dice en III 8, donde los sitúa en la costa58, y dando el sorprendente nombre

58
Obsérvese que también menciona a unos Bastuli en la costa Tarraconense (III 19).

134
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

de Bastetania uergens ad mare a la región comprendida entre el Guadalquivir y el


Mediterráneo, quizá para distinguirla de la Bastitania tarraconense (III 19).
La conclusión que se extrae de este examen de la descripción bética es que su
composición fue fruto de una detenida planificación y de ejecución extremadamen-
te laboriosa59, todo lo contrario de lo que suponían algunos filólogos de fines del
XIX o de la primera mitad del XX que presentaban a Plinio realizando una mera y
veloz yuxtaposición de sus fuentes. Esta podría ser la razón por la que el naturalista
no prodigó este esquema expositivo a lo largo de los libros geográficos y se decantó
por soluciones menos trabajosas. El intento de presentar la información de los lis-
tados conventuales de ciudades distribuida en pequeños compartimentos geográfi-
cos fue un experimento sin continuidad y quedó restringido a la Bética, al fin y al
cabo la primera provincia que abordaba en sus libros geográficos y dotada además
de una fisonomía muy específica como consecuencia del papel fundamental que en
ella jugaba el Guadalquivir.

4. Tarraconense

Como ya se ha señalado, la descripción de la Tarraconense queda fragmentada en tres


partes (ver Apéndice). La primera y principal se ubica a continuación de la Bética en
III 18-30, dentro de lo que Plinio denomina el primer «golfo» mediterráneo (III 5), e
incluye la introducción (III 18), el periplo mediterráneo (TS 1, III 19-22), la descrip-
ción del interior (TS 2-8, III 23-28) y las medidas provinciales, complementadas con
algunas observaciones de carácter general (III 29-30). Las islas mediterráneas y la
costa atlántica son abordadas en el lugar correspondiente según el plan general estable-
cido para la descripción de Europa: las Pitiusas y las Baleares junto con las demás islas
del Mediterráneo occidental al final del primer «golfo» mediterráneo (TS 9, III 76-78),
mientras que el litoral atlántico es objeto de atención, mucho más adelante, al final del
libro IV, entre las descripciones de las Galias y de Lusitania (TS 10, IV 110-112).
Pese a la fragmentación de la descripción provincial, los dos periplos y la
descripción del interior forman una clara unidad, incluso desde el punto de vista
estilístico. En cuanto a la sección dedicada a las Pitiusas y Baleares, más allá de las
particularidades que presentan todas las descripciones insulares60, se integra con el
resto perfectamente gracias a las remisiones que Plinio introduce tanto en la intro-
ducción a la provincia (III 18) cuanto en la sección del convento cartaginense (III
25) al que las islas pertenecían.

59
Como ya señalara HOYOS, B.D. (1979): 439-471.
60
Abundan por ejemplo lo que SALLMAN, K. (1971): 200-201 denomina paradoxa o las referencias a
diversos auctores como se observa en el caso de Gades (IV 119-120).

135
Francisco Beltrán Lloris

En comparación con el tratamiento de la Bética, el rasgo más llamativo en la


presentación de la Tarraconense es que en ella pierden peso los criterios geográfi-
cos y ganan protagonismo tanto los administrativos –particularmente los conven-
tos– como los étnicos.
El empleo del orden geográfico queda circunscrito en la Tarraconense como
en la mayor parte de las restantes provincias y regiones a los dos periplos litorales
(III 19-22; IV 110-112) y, más limitadamente, a la sección insular que, de acuerdo
con una larga tradición, es presentada en dos archipiélagos diferentes: las Pitiusas
(III 76) y las Baleares (III 77-78). Por el contrario brilla por su ausencia en la des-
cripción del interior que se articula rigurosamente en función de criterios adminis-
trativos como queda de manifiesto en la expresión que marca la transición entre el
periplo mediterráneo y el interior que no es como en otras provincias in mediterra-
neo61, sino significativamente nunc per singulos conuentus reddentur… (III 23).
Así, la descripción del interior se ajusta a los siete conventos jurídicos de la provin-
cia –tarraconense, cesaraugustano, cartaginense, cluniense, astur, lucense y bráca-
ro–, enumerados grosso modo de este a oeste (III 23-28) y presentados de manera
unitaria, salvo en lo que respecta a las áreas litorales que son descritas en los peri-
plos. En los tres primeros (III 23-25), el tratamiento se solventa a base de listados
alfabéticos de ciudades62, jerarquizadas según su condición jurídica: colonias y
municipios de ciudadanos romanos, municipios latinos, ciudades federadas y ciu-
dades estipendiarias; a cambio en el cluniense las comunidades se articulan según
criterios étnicos (III 26-27) y en los tres noroccidentales son presentadas en listados
únicos (III 28), por razones que examinaremos después.
Otra discrepancia respecto de la Bética afecta al peso de los criterios étnicos,
que en la tarraconense juegan un papel muy relevante sobre todo en la articulación
de los largos periplos litorales (III 19-22; IV 110-112), aunque también en la pre-
sentación del convento cluniense. Si en la Bética las referencias étnicas son esporá-
dicas y desempeñan pocas veces un papel estructural, a cambio en la Tarraconense
–como en la mayor parte de los libros geográficos– son sistemáticas. De hecho,
Plinio procura dar un panorama completo de las etnias provinciales, por más que
muchas de ellas, sobre todo las situadas en la parte oriental de la provincia, fueran
en sus días poco más que meros referentes sentimentales, históricos o culturales.
Para ello (vid. figuras 4 y 5) lleva a cabo al comienzo y al final del periplo
mediterráneo dos excursos introducidos exactamente con las mismas palabras,
post eos quo dicetur ordine intus recedentes (III 19 y 22), en los que enumera,
por un lado, las etnias situadas junto a la frontera con la Bética y Lusitania hasta

61
III 10 (Bética), 36 (Narbonense), 130 (regio X), …
62
Excepcionalmente no se ajustan exactamente al orden alfabético las comunidades de ciudadanos romanos
del convento tarraconense: Dertosani, Bisgargitani (III 23).

136
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

los Arévacos del alto Duero63 (fig. 4 núm. 1) y, por otro, las ubicadas al pie de los
Pirineos hasta los Vascones64 (fig. 4 núm. 3). Estas dos series convergentes delimi-
tan a grandes rasgos la parte de la provincia ocupada por los tres conventos jurídi-
cos más orientales –tarraconense, cartaginense y cesaraugustano–65 y suministran
junto con las referencias étnicas sistemáticas introducidas en el periplo (III 19-22)
(fig. 4 núm. 2)66 y las más selectivas insertadas en el convento cesaraugustano (III
24) (fig. 5 núm. 4) un panorama bastante completo de los pueblos de la Hispania
oriental, en el que sólo se echa de menos la mención de los Celtíberos más orienta-
les o de los Berones.
En lo que respecta a la parte occidental de la provincia, la información étnica
domina en la presentación de las comunidades del convento cluniense que sigue
una confusa secuencia espiraliforme que se inicia en los Várdulos y termina pre-
cisamente en los Arévacos (III 26-27) (fig. 5 núm. 5), mientras que en los tres
conventos del noroeste deja de ser relevante pues uno, el de los Ástures, coincide
con un único solar étnico y los otros dos, el Lucense y el Brácaro, corresponden al
territorio de los Galaicos (III 28) (fig. 5 núm. 6), según queda claro por otra parte
en el periplo atlántico, en el que se suceden las referencias a Vascones, Várdulos,
Cántabros, Astures y Lucenses y Brácaros, quos super Gallaecia y, más adelante
y en referencia al Duero, disterminatis (…) a Lusitania Gallaecis (IV 112) (fig. 4
núms. 7-8).
Mientras que en los periplos litorales Plinio tiende a introducir las referencias
étnicas de manera territorializada mediante el término regio, a cambio en las dos
listas que enmarcan el periplo mediterráneo y en el tratamiento del interior suele
recurrir a los etnónimos, aunque haya excepciones en uno y otro caso: así, por
ejemplo, en el periplo mediterráneo se refiere a los Bastuli, Laeetani e Indigetes sin
emplear el término regio (III 19, 21) y en el atlántico a Vascones, Varduli, Cantabri,
Bracari o Gallaeci (IV 110-112), mientras que por el contrario alude a la regio
Edetania, a la regio (S)uessetania y a una gens Surdaonum en la descripción del
convento cesaraugustano (III 24). Sin embargo la equivalencia de estas expresiones
queda meridianamente clara en casos como el de los Cántabros o Ástures, a los que
alude sucesivamente como Cantabri (III 27, IV 111), Cantabrici populi (III 27) o
regio Cantabrorum (IV 111), o bien como Asturum populi (III 28), regio Asturum
(IV 111) o Asturia (IV 112).

63
Post eos (sc. Bastuli) quo dicetur ordine intus recedentes Mentesani, Oretani et ad Tagum Carpetani,
iuxta eos Vaccaei, Vettones et Celtiberi Areuaci (III 19).
64
Post eos (sc. Indigetes) quo dicetur ordine intus recedentes radice Pyrenaei Ausetani [Fitani], Lacetani
perque Pyrenaeum Ceretani, dein Vascones (III 22). Como explico en otro lugar, me parece preferible la lectura
lacetani a la conjetura iacetani introducida por Mayhoff: BELTRÁN LLORIS, F. (2001): 70 ss.
65
Resulta tentador suponer que Plinio se valió de un mapa para localizar estos pueblos.
66
Con el error de mencionar a los Ilergetes en la costa pese a su emplazamiento claramente interior.

137
Francisco Beltrán Lloris

Como expongo con más detenimiento en otro lugar67, el mero hecho de que
Plinio haga referencia también en la costa atlántica, conquistada en época de
Augusto, a una regio Cantabrorum y a una regio Asturum invalida la conocida pro-
puesta de R. Knapp de considerar las regiones plinianas como una reminiscencia
de una vieja organización territorial de época republicana68, un problema que no se
soluciona en absoluto transfiriendo la cronología de esas supuestas circunscripcio-
nes hasta época augústea69. Conviene recordar que el uso del término regio lejos de
ser una peculiaridad propia de Hispania70 –y naturalmente de Italia–, como supo-
nen quienes lo interpretan como referencia a una circunscripción administrativa, se
aprecia en diversas secciones de los libros geográficos correspondientes al Ponto,
África, Egipto, Siria, Asia, etc., en ocasiones utilizado con bastante frecuencia,
como ocurre en Grecia71, o incluso de forma casi tan sistemática como en el litoral
tarraconense tal y como sucede especialmente en la costa de la Narbonense72, que
es obviamente una prolongación geográfica de la Tarraconense. En estos últimos
casos el término regio hace referencia normalmente a etnias y es empleado como
una mera variante del etnónimo, aparentemente para evitar la monotonía73, pero
Plinio lo emplea también para designar regiones geográficas como la Baeturia béti-
ca (III 13) o territorios de ciudades como en las islas Baleares74 o en Grecia75.
No debe sorprender el diferente tratamiento que recibe en las descripcio-
nes conventuales la información étnica, marginal en los tres conventos orientales
–salvo un par de referencias en el cesaraugustano– frente al papel estructural que
desempeña en el cluniense. Sin duda estas discrepancias obedecen, ante todo, a la
contraposición existente en el período augústeo –del que datan las listas manejadas
por Plinio– entre la Tarraconense oriental, en la que se concentraban las ciudades
privilegiadas políticamente –colonias, municipios, ciudades federadas y libres–,
y la parte occidental, en la que casi todas, si no todas, eran peregrinas y estipen-
diarias. Por ello en la parte oriental condensa la información étnica en el periplo y
en los dos listados que lo enmarcan (III 19, 22), y así puede presentar después las

67
BELTRÁN LLORIS, F. (en prensa).
68
KNAPP, R. (1977): 66-79, sugerencia que plantea también problemas de índole histórica y numismática:
BELTRÁN LLORIS, F. (1986): 902-905 y (en prensa).
69
Pese a las argumentaciones en este sentido de RODRÍGUEZ COLMENERO, A. (1996): 271-274;
MORET, P. (2004): 31-62; OZCÁRIZ, P. (2006): 27 ss.
70
Como equivocadamente suponía KNAPP, R. (1977): 66.
71
IV 8, 13, 14, 15, 20, 23, 33, 36, 38, 43, 45, 47, ...
72
III 32-25: In ora regio Sordonum intusque Consuaranorum (…) regio Volcarum Tectosagum (…) regio
Anatiliorum et intus Dexiuatium Cauarumque; rursus a mari Tricorium et intus Tritollorum Vocontiorumque et
Segouellaunorum, mox Allobrogum (…) regio Camactulicorum (…) regio Oxubiorum Ligaunorumque (…) regio
Deciatium.
73
III 35: regio Oxubiorum Ligaunorumque, super quos Suebri, Quariates, Adunicates.
74
III 78: e regione Palmae urbis.
75
IV 20: regio Nemea.

138
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

ciudades interiores de los conventos tarraconense, cesaraugustano y cartaginense


en listados alfabéticos jerarquizados según su categoría política sin necesidad de
aludir a las etnias, con la salvedad de un par de referencias en el cesaraugustano.
En el convento cluniense, a cambio, donde la información augústea manejada por
Plinio no recogía ciudades privilegiadas76 se apoya en las etnias para articular mejor
la descripción, evitando un listado único de ciudades estipendiarias77. Finalmente,
como ya se ha indicado, la cuestión no se plantea en los conventos más occidentales
al coincidir el astur con el pueblo homónimo y corresponder a los Galaicos los con-
ventos lucense y brácaro.
El recurso a las circunscripciones conventuales para organizar la descripción
del interior de la Tarraconense hace que ésta resulte mucho más clara que la corres-
pondiente de la Bética, aunque más imprecisa geográficamente al no contar con las
abundantes referencias que Plinio introduce en aquella provincia –inter hunc et oce-
ani oram, a Baete ad fluuium Anam, …–, y permite también trazar con mayor niti-
dez las fronteras conventuales en comparación con lo visto en la Bética, en donde la
compartimentación según criterios geográficos la dificulta.
En definitiva y en lo que a la Tarraconense se refiere, Plinio, emplea un esque-
ma más simple y geográficamente menos preciso que en la Bética, recurriendo
grosso modo al periplo para las costas y a la compartimentación conventual –deri-
vada de sus listados administrativos– para el interior, pero introduciendo en ambas
referencias a las agrupaciones étnicas. En los conventos orientales que, como la
Bética, contaban con numerosas ciudades privilegiadas –tarraconense, cartaginen-
se y cesaraugustano– se basa fundamentalmente en los listados administrativos de
ciuitates jerarquizadas según sus rangos; a cambio en los occidentales, que sólo
contaban con comunidades peregrinas antes de la concesión flavia del derecho lati-
no –a la que alude, pero que, seguramente por ser reciente y no disponer de listados
actualizados, no toma en consideración–, recurre a las articulaciones étnicas. De
esta manera, las complicaciones –y los errores en la composición– disminuyen con
respecto a la Bética, aunque también el resultado sea menos preciso desde el punto
de vista geográfico. De acuerdo con ello, en la Tarraconense Plinio privilegia entre
su información, por un lado, los periplos y las obras geográficas en las que tan habi-
tuales eran las referencias a las ciudades agrupadas por etnias –como en Estrabón
y Ptolomeo– y, por otro, los listados administrativos conventuales; por el contrario

76
La menor importancia de las ciudades de la mitad occidental de la provincia queda de manifiesto en la
valoración que Plinio realiza de sus nombres que considera cacofónicos y bárbaros, por lo que su enumeración
tampoco resultaba fundamental como indican las expresiones ex quibus Alabanenses tantum nominare libeat (III
26), praeter Celticos et Lemauos ignobilium ac barbarae appellationis o … Querquerni citra fastidium nominentur
(III 28).
77
No puede excluirse la posibilidad de que en los listados manejados por Plinio las ciudades peregrinas estu-
vieran organizadas por etnias.

139
Francisco Beltrán Lloris

los mapas, a diferencia de lo que parece ocurrir en la Bética, desempeñan un papel


mínimo aunque pudiera haberlos utilizado, por ejemplo, en los listados étnicos de
III 19 y 22.
De cualquier forma, también en el caso de la provincia Tarraconense se obser-
va como en la Bética una elevada articulación del espacio, dividido en diez seccio-
nes, así como una evidente planificación, visible, por ejemplo, en la forma de tratar
la información étnica en los conventos orientales.

6. Lusitania

Finalmente, el tratamiento pliniano de Lusitania es, en consonancia con su menor


número de comunidades y con la menor importancia de la provincia, mucho más
breve que los consagrados a la Bética y a la Tarraconense: seis parágrafos frente a
trece y dieciocho respectivamente para una provincia que contaba con 45 ciuitates
frente a las 175 béticas y las más de 300 tarraconenses. De ellas Plinio menciona
expresamente 34 –es decir c. 75%–, un porcentaje semejante al de la Bética, de
cuyos 175 oppida cita más de un centenar, pero muy superior al de la Tarraconense,
de cuyas más de 300 ciuitates apenas nombra un 40 %. Sin embargo no hay que
dejarse engañar por estas cifras, pues la información que Plinio suministra sobre
Lusitania es en conjunto menos detallada y precisa que la relativa a las otras dos
provincias hispanas y, sobre todo, menos articulada como queda de manifiesto en la
descripción del interior.
Plinio divide el tratamiento de Lusitania en los mismos cuatro apartados que
emplea en las otras dos provincias hispanas –resumen numérico de comunidades,
periplo, interior y medidas–, pero dispuestos en un orden distinto (ver Apéndice).
Empieza directamente con el periplo, que constituye una prolongación natural del
previo tratamiento del litoral atlántico de la Tarraconense, aunque engrosado por
dos largos y polémicos excursos en los que, por cierto, pretende corregir presun-
tos errores que, en realidad, es él mismo quien comete (IV 113-116). Sólo después
inserta a modo de brevísima introducción los nombres y número de los conventos
jurídicos, la cifra total de comunidades y las parciales de cada categoría política de
comunidad, todo en cuatro líneas, sin emplear en esta ocasión palabras de elogio o
referencias a la conformación de la provincia (IV 117). Después resuelve la descrip-
ción del interior mediante una enumeración jerarquizada de ciudades, encabezada
por las colonias78 y, tras ellas, las demás categorías de ciudades en orden alfabético,
sin distribuir las ciudades por conventos ni articularlas geográficamente (IV 117-

78
El orden no queda claro: la secuencia Augusta Emerita, Metellinum, Pax, Norba Caesarina y Scalabis,
que respeta el orden alfabético salvo por Norba, no se ajusta a ninguna disposición geográfica.

140
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

118). Y termina con las medidas de Lusitania y Gallaecia según Agripa, a las que
añade las correspondientes al circuito de la Península (IV 118).
Frente a la austeridad de la descripción del interior, a cambio destacan en el
periplo dos largos excursos sobre el promunturium Magnum y sobre los ríos de la
parte norte de la provincia, ambos con un fuerte tono polémico y ambos errados.
El primer error deriva de la falsa configuración de la Península que Plinio
maneja, pues sitúa el punto extremo noroccidental de Hispania no en el finisterre
gallego junto al que habitaban los Ártabros o Arrotrebas mencionados por él mismo
previamente (IV 111), sino en el cabo de Roca (IV 113). Esta confusión, que tal vez
remonte a Agripa79, le conduce a malinterpretar lo que otros autores dicen respecto
del punto noroccidental de Hispania –en referencia al finisterre gallego– creyen-
do que aluden al cabo de Roca, al que, equivocadamente, supone que otros llaman
promunturium Artabrum y negando la existencia en sus cercanías de un pueblo lla-
mado Ártabro, que considera una grafía errónea de los Arrotrebae galaicos, cuando
en realidad, si damos crédito a Estrabón (III 3.5), se trata tan sólo de otro nombre
más moderno del mismo pueblo80: de hecho, ninguno de los geógrafos cuyo texto
se conserva hace referencia alguna a una ubicación de los Ártabros o Arrotrebas
junto al cabo de Roca81. En cualquier caso, conviene subrayar también que frente a
Estrabón y Ptolomeo que no mencionan el promunturium Magnum, Plinio es junto
con Mela (III 6-8) el único que señala la gran prominencia del cabo de Roca, hoy,
en efecto, reconocido como el saliente más occidental de la Península.
El segundo error afecta a los ríos, pues Plinio es el único autor conocido que
menciona el hidrónimo Aeminium82 como nombre del moderno Mondego83 (IV
113), el río que baña la actual Coimbra y al que las demás fuentes denominan unáni-
memente Munda84. Más adelante al precisar el emplazamiento de los ríos lusitanos
menciona casi seguidos los dos hidrónimos, Aeminius y Munda (IV 115), sin repa-
rar en la identidad de la corriente a la que ambos se refieren, señala la confusión de

79
BRAUN, F. (1909): 28 ss., 40 ss., 58 ss. la atribuye a Posidonio, de quien a través de Varrón llegaría a
Plinio; sobre este pasaje y las posibles fuentes de Plinio SALLMANN, K. (1971): 153 ss. con la bibliografía ante-
rior.
80
Sobre el pasaje, GUERRA, A. (1995): 85-87.
81
Para Posidonio son los últimos de Lusitania hacia el Norte y el Oeste (apud STR., III 2.9); Estrabón los
sitúa junto al cabo Nevrion, punto de inflexión entre los lados occidental y septentrional de Iberia (III 3.5) y Mela,
junto al mismo cabo, al que los romanos llamaban Celticum, desde donde corre el lado norte de Hispania hasta
los Pirineos (MEL., III 12-13); Ptolomeo, igualmente, los fija junto al Nevrion, punto que limita el Poniente y el
Septentrión de la Península (II 6.1 y 3).
82
En realidad los manuscritos recogen las lecciones emenium, minium, enumenium, eumenium, sin embar-
go al hacer el topónimo referencia a la vez a la ciudad y el río presuntamente homónimos, oppidum et fluuium
Aeminium, el establecimiento del texto no ofrece dudas.
83
El dato, a juzgar por el inicio de IV 115, podría derivar de Varrón.
84
STR., III 3.4 –mss. Moulivada~–; MELA, III 8; PTOL., II 5.3; sobre el pasaje, GUERRA, A. (1995): 88-
89 y (1996): 147 ss. sobre el Limia.

141
Francisco Beltrán Lloris

otros autores –de la que no tenemos constancia alguna– entre Aeminius y Limia85,
y detalla una distancia de 200 millas, es decir de unos 296 km, entre Aeminius y
Minius según Varrón, que no coincide ni con la existente entre Miño y Limia, que
es de apenas 20 km, ni tampoco con la que separa al Miño del Mondego, que se
aproxima a 190 km. Independientemente de cómo deba explicarse esta medida86,
parece evidente que aquí Plinio comete un nuevo error al atribuir al río comúnmen-
te conocido como Munda el nombre Aeminius y al pensar después que era confun-
dido por otros autores con el Limia. Este error contrasta vivamente con la precisión
del resto de las distancias que señala entre el Tagus y otros puntos87 (IV 115).
En lo que respecta a la articulación de la descripción, Lusitania se asemeja
al tratamiento de la Bética y la Tarraconense por constar de los cuatro consabidos
apartados: el resumen numérico de conventos y ciudades –en este caso reducido a la
mínima expresión–88, el periplo, el tratamiento del interior a base de listados jerar-
quizados de comunidades y las medidas provinciales; a cambio, por su extensión
más bien limitada89 y sobre todo por el tratamiento del interior en una sola sección
muestra afinidad también con las descripciones de provincias poco extensas y con
limitado desarrollo continental como Narbonense, Córcega y Cerdeña o Sicilia, y
sobre todo con provincias de incorporación más reciente o con escasa incidencia de
las políticas de promoción municipal y de fundación de colonias como Aquitania,
Bélgica, Lugdunense o Britania. En este sentido la descripción pliniana del interior
lusitano es la menos articulada y la de menor precisión geográfica de las tres penin-
sulares, pues se limita a mencionar las ciudades jerarquizadas según su condición
política, pero sin precisar a qué convento pertenecen ni dar indicaciones geográfi-
cas o étnicas que permitan localizarlas mejor, en abierto contraste con su modo de
proceder en la Bética y en la Tarraconense. Ello no obsta, sin embargo, para que
Plinio haga constar con bastante detalle los cognomenta latinos de las ciudades
privilegiadas –Scalabis quae Praesidium Iulium uocatur, Olisipo Felicitas Iulia

85
Río de la Tarraconense que menciona en IV 112, en una ubicación, por cierto, desacertada para identificar-
lo con el Limia actual, pues lo menciona entre Bracara (Braga) y el Duero (IV 112), mientras que éste se encuentra
en realidad entre el Miño y Braga.
86
Podría entenderse que las 200 millas son un error por 200 estadios, es decir unas 25 millas o 37 km –de
hecho la grafía Limaea parece apuntar a una fuente griega, si bien sólo la recoge el códice Florentino Ricardiano;
los demás presentan las grafías limeam y lineam–, y que la referencia es al Limia, situado a unos 20 km en línea
recta, que es lo que parece asumir SALLMANN, K. (1971): 263; o bien, como sugiere GUERRA, A. (1996), que
el río conocido como Limaiva (STR., III 3.4), Obliuionis o Lhvqh~ y Bevliwn –SCHULTEN, A. (1963): 85-86, LIV.,
per. 55; FLOR., I 33.12; STR., III 3.5, SIL. ITAL., I 236; XVI 476– y asociado a diversas leyendas que lo identi-
ficaban con una de las entradas del Averno –al respecto GARCÍA QUINTELA, M.V. (1986)–, tuviera en realidad
varias localizaciones correspondientes entre otros a los modernos Limia y Leça.
87
Sobre estas medidas ALY, W. (1957): 116; SALLMANN, K. (1971): 263
88
Pero recuérdese que este resumen no aparece en todas las unidades descriptivas, ver notas 52 y 53.
89
Entre las descripciones de Europa occidental, Lusitania ocupa un lugar intermedio, con un tratamiento de
6 parágrafos de extensión, ver nota 50.

142
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

cognominatum, Ebora quod item Liberalitas Iulia, …–, cuya nómina reproduce
exhaustivamente.
Tampoco hace particular hincapié en las articulaciones étnicas que desempe-
ñan un papel menor aún que en la Bética, pues sólo se refiere a ellas en una escueta
frase del periplo con una enumeración que no parece responder a un orden geográ-
fico: gentes Celtici90 Turduli et circa Tagum Vettones, ab Ana ad Sacrum Lusitani
(IV 116). Si la referencia a los Vetones y al Tajo puede darse por buena91, a cambio
la ubicación de los Lusitanos entre el Guadiana y el cabo Sacro difiere de las que
atribuyen a este pueblo otros autores, como Ptolomeo que los ubica entre el Duero
y el Guadiana (II 5.3 y 6) o Estrabón que los emplaza al norte del Tajo (III 3.3 ss.),
y también de la que suelen atribuirles los investigadores modernos entre el Duero y
el Tajo92.
En definitiva, la descripción de Lusitania, como anticipábamos antes, es la
menos trabajada, extensa, articulada y precisa de las tres hispanas, rasgos estos que
quizá no obedezcan sólo a la menor extensión e importancia de esta provincia en
comparación con la Bética y la Tarraconense, sino también a las contradicciones
que Plinio encontró en sus fuentes y a los errores de orientación y de identificación
que éstas le indujeron a cometer o en los que cayó por sí mismo. En cualquier caso,
todo ello, además de poner de manifiesto ante nuestro ojos la menor calidad de la
información que Plinio manejaba a propósito de Lusitania, forzó al naturalista a
introducir excursos justificativos –promunturium Magnum, Aeminius flumen– que
hicieron más laboriosa la composición y que tal vez le empujaran a concluir de
manera menos cuidadosa y un tanto precipitada esta descripción que no sólo corres-
pondía a la provincia menos importante de Hispania, sino que además cerraba el
tratamiento de Europa.

7. A modo de conclusión: una perspectiva política de las Hispanias

Como anunciábamos al comienzo, el propósito de estas páginas no era en absolu-


to realizar un comentario sistemático de la descripción pliniana de Hispania –ni,
por lo tanto, entrar en cuestiones de detalle–, sino simplemente situarla en el con-
texto de los libros geográficos, señalar sus principales partes constitutivas y poner
de manifiesto su estructura, todo ello desde el convencimiento de que Plinio, lejos
de limitarse a yuxtaponer pasajes tomados de otros autores y proceder a «cortarlos

90
Aunque los manuscritos recogen las lecturas celtice, celtic[---], celticae, la referencia inmediata a los
Turduli induce a pensar que se refiere a los Celtici mencionados en la Beturia (III 13) a caballo de ambas provin-
cias; contra GUERRA, A. (1995): 90 que prefiere la lectura celticae, aunque atribuyéndola a los Celtici.
91
Y encaja con la situación que les atribuyen STR., III 3.4 y PTOL., II 5.7.
92
Por ejemplo ALARCÃO, J. de (1974): 20.

143
Francisco Beltrán Lloris

y pegarlos» apresuradamente como pretendía la crítica tradicional desde los años


dorados de la «Quellenforschung», llevó a cabo en realidad un trabajo reflexivo y
laborioso colacionando la información que ofrecían sus diversas fuentes de manera
selectiva y combinando las noticias de periplos y corografías con la que ofrecían
sus listados administrativos o los mapas a su alcance, de acuerdo con un programa
expositivo general previamente trazado, pero que fue adaptando en función de la
calidad de su información y de la relevancia y particularidades de cada provincia.
La mejor prueba de esto último es que Plinio a pesar de disponer seguramente
de un repertorio de fuentes muy similar para las tres provincias hispanas93 y de apli-
carles pautas de organización comunes, produjo tres descripciones que, aun com-
partiendo un claro aire de familia, difieren en extensión, en precisión e incluso en la
manera de articular el espacio, es decir, que son en cierto modo originales y fruto de
una adaptación específica: así, como se ha visto, en el caso de la Bética ensayó una
intensa compartimentación del interior acusadamente geográfica y de base carto-
gráfica, mientras que en la descripción tarraconense –también muy articulada– pre-
firió recurrir exclusivamente a los conventos jurídicos y en Lusitania se conformó
con un solo listado de ciudades, mientras que en lo que respecta a la información
étnica el tratamiento fue sistemático en la Tarraconense y marginal, a cambio, en la
Bética y Lusitania.
Pero, más allá de estas divergencias, las descripciones de las tres provincias his-
panas presentan rasgos comunes que las individualizan claramente en el conjunto de
los libros geográficos. Entre los más relevantes cabe mencionar el empleo de la pro-
vincia como marco descriptivo, la distribución de contenidos en cuatro apartados, la
presentación de resúmenes numéricos de ciuitates, el recurso a los conventos como
criterio de articulación, una fuerte orientación político-administrativa en los conte-
nidos o un tratamiento pormenorizado, compartimentado y extenso. Dicho de otra
manera: las descripciones hispanas –junto con las de la Narbonense e Italia– se cuen-
tan entre las más claras, estructuradas, precisas y amplias de los libros geográficos,
características a las que quizás no sea ajeno al hecho de ser Hispania la primera región
abordada en ellos. Estos rasgos quedan claramente de manifiesto al compararlas con
las de otras áreas del Imperio: por ejemplo, la división provincial, tan nítida en las
Hispanias y en occidente en general, se difumina a cambio en la Hélade, en Anatolia
o en Siria; los datos numéricos de ciuitates –totales y parciales según categorías– sólo
reaparecen en África94, mientras que los relativos a las comunidades conventuales
se presentan de manera menos sistemática en Dalmacia o en Asia; en lo tocante a
la compartimentación en secciones sólo Italia cuenta con una tan intensa como la
Tarraconense o la Bética, y pocas provincias reciben un tratamiento tan extenso…

93
Aunque quizás algo menos actualizado para Lusitania.
94
Ver nota 53.

144
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Precisamente este último aspecto merece una atención más detenida. En efec-
to, las tres descripciones hispanas tienen en común una longitud considerable, pues
Plinio les consagra 39 parágrafos en conjunto95, un cifra cuya importancia queda de
manifiesto tras una rápida comparación con otros territorios occidentales de dimen-
siones similares:

Hispania (III 6-30, 76-78, IV 110-120) 39 parágrafos


Mauritanias, Numidia y África (V2-30, 41-42) 31
Ilírico y área danubiana (III 139-152) 14
Galias (III 31-37, 79, IV 105-109) 13

De hecho, en el conjunto del Imperio sólo Italia y algunas regiones orientales


merecen un tratamiento más pormenorizado:

Italia con los Alpes (III 38-74, 80-82, 95-138) 84 parágrafos


Macedonia y Acaya (III 145, IV 2-39, 52-57, 61-74) 58
la provincia de Asia (V 102-127, 132-140) 35

a las que se puede añadir:

Siria con Judea, Arabia y el


(V 66-90) 25
Eufrates

Y también a escala provincial las descripciones hispanas, incluida la de


Lusitania, se cuentan con gran diferencia entre las más extensas de todo el Imperio,
según puede apreciarse en el siguiente listado que no pretende ser exhaustivo:

Tarraconense (III 18-29, 76-78, IV 110-112) 18 parágrafos


Egipto (V 48-64) 16
Bética (III 7-17, IV 119-120) 13
Creta y Cirene (III 58-60, V 31-40) 13
África (V 23-30, 41-42) 10
Narbonense (III 31-37, 79) 8
Lusitania (IV 113-118) 6
Dalmacia (III 139-144) 6
Sicilia (III 86-91) 6

95
Aunque los parágrafos fueron introducidos por los editores modernos y no tienen exactamente la misma
extensión, constituyen una referencia útil para nuestros propósitos.

145
Francisco Beltrán Lloris

Cilicia y regiones vecinas (V 91-95) 5


Mauritania Tingitana (V 2, 5, 17-1896) 4
Córcega y Cerdeña (III 80, 84-85) 3
Mauritania Cesariense (V 19-21) 3
Licia y Panfilia (V 96, 100-101) 3
Aquitania (IV 108-109) 2
Chipre (V 129-130) 2
Bitinia (V 143-144) 2
Numidia (V 22) 1
Panonia (III 147-148) 1
Bélgica (IV 106) 1
Lugdunense (III 107) 1
Britania (IV 102) 1
Nórico (III 146) 1
Mesia (III 149) 1
Galacia y Capadocia (V 146) 1

La gran extensión concedida a Italia, terra omnium terrarum alumna eadem


et parens, numine deum electa… (III 39), o a las provincias griegas y a los antiguos
reinos helenísticos de Macedonia, Pérgamo, Siria o Egipto no requieren mayor jus-
tificación. De hecho, el propio Plinio hace explícitas estas razones a propósito de
Grecia: omnis Graeciae fabulositas sicut et litterarum claritas ex hoc primum sinu
effulsit, quapropter paululum in eo conmorabimur (IV 1). ¿Qué es lo que hacía
que merecieran un tratamiento tan pormenorizado provincias occidentales como
Lusitania o Dalmacia, África o la Narbonense, y especialmente la Tarraconense y
la Bética, si no contaban con una gloriosa historia multisecular ni con una larga tra-
dición urbana o una acreditada cultura literaria y artística? La única respuesta a esta
pregunta parece residir en su elevado número de ciudades privilegiadas, del que
puede dar una idea el siguiente cuadro aproximativo elaborado con los datos que el
propio Plinio suministra:

Colonias de ciues con ius otras (ius Parágrafos


Romani Latii Italicum,…) en NH
Tarraconense 12 15 20 — = 47 18
Bética 9 10 27 — = 46 16
Narbonense 7 — 30 — = 37 8
África 6 15 1 — = 22 10

96
Incluye diversas noticias sobre la costa atlántica, el Atlas y las expediciones romanas por el norte de
África: V 3-4, 6-16.

146
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Colonias de ciues con ius otras (ius Parágrafos


Romani Latii Italicum,…) en NH
Dalmacia 3 7 — 4 = 14 6
Lusitania 5 1 3 — =9 6
Sicilia 5 1 3 — =9 6

Sin pretender establecer una proporcionalidad exacta, lo cierto es que la


extensión de la descripción y el número de comunidades privilegiadas muestran
una clara relación. Plinio, en su condición de estadista y consciente de estar com-
poniendo un inventario del mundo en el que Roma desempeñaba el papel prota-
gonista –recuérdense los 84 parágrafos consagrados a Italia–, era sin duda muy
sensible a estas realidades políticas y las refleja concediendo mayor extensión a
las provincias que contaban con un número elevado de colonias y comunidades de
ciudadanos romanos como era el caso sobre todo de la Bética y la Tarraconense
y, en menor medida, de Lusitania, tierras que, además, acababan de recibir de
Vespasiano el excepcional privilegio de hacerse acreedoras en bloque del ius Latii
(III 30)97, la mayor concesión de derechos cívicos que el mundo romano conoció
entre Augusto y la constitutio Antoniniana de Caracala. La importancia atribuida a
Hispania resulta coherente con la valoración que de ella realiza Plinio al final de
la Naturalis historia, en esa laus Italiae que, en cierto modo, puede considerarse
como la conclusión de su tratado enciclopédico98 y en la que entre todas las tierras
del orbe Plinio concede la palma a Italia y, tras ella, a Hispania, si se exceptúa la
India fabulosa:

«Inmediatamente tras ella (sc. Italia), exceptuadas las fabulosas tierras de la India,
colocaría yo a Hispania doquiera esté rodeada por el mar. Aunque en parte áspera, en
verdad donde produce es feraz en grano, aceite, vino, caballos y minas de todas clases;
en esto es igual Galia. Pero vence en verdad Hispania en sus desiertos con el esparto
y la piedra especular, también por la delicadeza de sus tintes, por el ardor en los traba-
jos, por la pericia de sus esclavos, por la dureza corporal de sus hombres y por la vehe-
mencia de corazón» (XXXVII 203)99.

97
De hecho, esta noticia, situada al final de la principal sección dedicada a Hispania (III 6-30), constituye
en cierto modo la culminación de la larga nómina de colonias y municipios mencionados previamente en Hispania,
de igual modo que la afirmación referida a la Narbonense, Italia uerius quam prouincia (III 31), anticipa la nutrida
lista de comunidades privilegiadas de esta provincia.
98
Como ha señalado NAAS, V. (2002): 427 ss.
99
Ab ea exceptis Indiae fabulosis proximam equidem duxerim Hispaniam quacumque ambitur mari: quam-
quam squalidam ex parte, uerum, ubi gignit, feracem frugum, olei, uini, equorum metallorumque omnium generum,
ad haec pari Gallia; uerum desertis suis sparto uincit Hispania et lapide speculari, pigmentorum etiam deliciis,
laborum excitatione, seruorum exercitio, corporum humanorum duritia, uehementia cordis (XXXVII 203).

147
Francisco Beltrán Lloris

Si, para finalizar, situamos la obra de Plinio en perspectiva, resulta manifiesto


el progreso que demuestra en el conocimiento de Hispania respecto, por ejemplo, a
la geografía de Estrabón, redactada sólo medio siglo antes. La visión del geógrafo
griego, acusadamente antropológica e influida por una perspectiva del espacio en
cierto modo hodológica100, muestra un conocimiento muy superficial del noroeste
peninsular y de muchas regiones del centro y, pese a estar redactada en época de
Tiberio, recurre con frecuencia a fuentes de plena época republicana como Polibio
o Posidonio y recoge la imagen de una Hispania recién terminada de someter por
Roma, en la que presta más atención a los hechos bélicos de la conquista y las gue-
rras civiles que a la fundación de colonias. Frente a ella, Plinio combina la pers-
pectiva hodológica tradicional, propia del periplo, con la cartográfica, concede
prioridad a la información política y, pese a utilizar datos administrativos de época
augústea y reflejar muy sumariamente el importante cambio que había supuesto
la reciente concesión del ius Latii101, hace patente el elevado grado de integración
política de las Hispanias merced al simple procedimiento de enumerar los nombres
de colonias y municipios –¡una quinta parte del total de ciuitates hispanas!– junto
con sus sonoros cognomenta latinos en sus listas de locorum nuda nomina.

100
Como sugería para el valle del Ebro en BELTRÁN LLORIS, F. (2006): 232 ss.
101
Ver nota 29. Sobre la concesión del ius Latii a Hispania, ANDREU, J. (2004).

148
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Fig. 1. Orden descriptivo de Europa y los cuatro «golfos» mediterráneos

149
Francisco Beltrán Lloris

Fig. 2. Los cuatro ámbitos descriptivos de la Bética

150
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Fig. 3. Estructura de la descripción bética

151
152
Francisco Beltrán Lloris

Fig. 4. Referencias étnicas en los periplos


LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

Fig. 5. Referencias étnicas en la descripción del interior

153
Francisco Beltrán Lloris

APÉNDICE*

Hispania en la Natvralis Historia


(III 6-30; 76-78; IV 110-120)

• Introducción a Hispania [6] : delimitación de Bética, Tarraconense y Lusitania

BETICA [III 7-17]

1. Introducción [7]:
etimología; elogio; resumen numérico de conventos y ciudades por categorías políticas.

2. Periplo mediterráneo [7-9]:


(a) litus oceani: enumeración de oeste a este de ciudades, ríos y accidentes geográficos de
la costa atlántica [7 / BS 1]
(b) litus internum: enumeración de oeste a este de ciudades, ríos y accidentes geográficos
de la costa mediterránea [8 / BS 2]
(c) etnias de la costa; pueblos llegados a Hispania; etimologías de Lusitania e Hispania [8]
(d) excurso sobre el nacimiento y curso superior del Betis [9]

3. Interior [10-15]:
(a) inter Baetim et oceani oram: Bastetania uergens ad mare: ciudades con cognombre en
orden geográfico (?), ¿ciudad libre? y ciudades sin cognombre por orden alfabético [10 /
BS 3]
(b) Baetis: enumeración por orden geográfico de las ciudades del convento cordubense
[10 / BS 4], del convento hispalense [11 / BS 5] y de los aestuaria Baetis [11 / BS 6];
río Singilis / convento astigitano: colonias por orden geográfico, oppida libera y sti-
pendiaria por orden alfabético [12 / BS 7]; río Maenuba: ciudades por orden geográfico
(?) [12 / BS 8]
(c) Baeturia: comentario étnico-administrativo [13]; Célticos / convento hispalense: ciu-
dades con cognombre por orden geográfico (?), praeter haec in Celtica (= convento
hispalense al sur del Betis): ciudades sin cognombre por orden alfabético [14 / BS 9];
Túrdulos / convento cordubense: ciudades por orden alfabético [14 / BS 10]
(d) convento gaditano: ciudades de derecho romano, latino (¿orden?) y estipendiarias por
orden alfabético [15 / BS 11]

*
S = sección; B = Bética, L = Lusitania, T = Tarraconense.

154
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

4. Medidas [16-17]:
longitudo y latitudo según Agripa, causas de error en las medidas, medidas nunc, el orbis
terrarum de Agripa.

CITERIOR [III 18-29]

1. Introducción [18]:
conformaciones previas, ciudades sometidas por Pompeyo, resumen numérico de conven-
tos, mención separada de las islas y ciudades por categorías políticas

2. Periplo [19-22]:
litoral mediterráneo, enumeración de sur a norte de ciudades, ríos y accidentes geográfi-
cos: etnias de la frontera «occidental» [19], descripción por regiones étnicas con excurso
sobre el Ebro [19-21], etnias de la frontera «oriental» y resto del periplo [22] [TS 1]

3. Interior [23-28]:
(a) convento tarraconense: ciudades alfabetizadas por categorías políticas [23] [TS 2]
(b) convento cesaraugustano: ciudades alfabetizadas por categorías políticas, con alguna
referencia a las regiones étnicas [24] [TS 3]
(c) convento cartaginense: ciudades alfabetizadas por categorías políticas [25] [TS 4]
(d) convento cluniense: ciudades por etnias [26-27] [TS 5]
(e) convento astur: ciuitates y cifra censal [28a] [TS 6]
(f) convento lucense: ciuitates y cifra censal , [28b] [TS 7]
(g) convento brácaro: ciuitates y cifra censal [28c] [TS 8]

4. Medidas [29]:
longitudo y latitudo, conformación de la provincia.

• Varia de Hispania [30]: metales, concesión del ius Latii por Vespasiano, los Pirineos
frontera con las Galias.

5. Islas [III 76-78]:


Pityussae et Baliares
(a) Pityussae / Ebusus: etimología y nombre actual, categorías políticas, distancias a otros
lugares [76]
(b) Baliares: nombre; Maior: medidas, ciudades por categorías políticas; Minor: distancia,
medidas, ciudades; islas menores [77-78]
animales de las islas [78] [TS 9]

155
Francisco Beltrán Lloris

• Conformación de Hispania [IV 110]

6. Periplo [110-112]
litoral atlántico: enumeración de ciudades, ríos y accidentes geográficos de este a oeste
por etnias y conventos (lucense, brácaro) con indicación de islas menores; excurso sobre el
Duero [TS 10]

LVSITANIA [IV 113-118]

1. Periplo [113-116]:
(a) enumeración de ciudades, ríos y accidentes geográficos hasta el promunturium Magnum
[113]
(b) excurso sobre el punto extremo noroccidental de Hispania [114]
(c) excurso sobre los ríos, con distancias [115]
(d) etnias [116]
(e) enumeración de ciudades, ríos y accidentes geográficos hasta el Guadiana [116] [LS 1]

2. Resumen numérico [117]:


enumeración de conventos y número de ciudades por categorías políticas [117]

3. Interior [117]:
ciudades por categorías políticas en un solo listado [117-118] [LS 2]

4. Medidas [118]:
longitudo y latitudo de Lusitania con Asturia y Gallaecia, según Agripa, y de Hispania.

ISLAS DEL ATLÁNTICO [IV 119-120]:


Casitérides y Afortunadas [119]

[BÉTICA 119-120]

5. Islas
Gades [119-120] [BS 12]

156
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

BIBLIOGRAFÍA

ALARCÃO, J. de, (1974): Portugal romano, Lisboa.


ALFÖLDY, G., (1969): Fasti Hispanienses, Wiesbaden.
— (2001): «El nuevo edicto de Augusto de el Bierzo en Hispania», en L. Grau & J.L. Hoyas (eds.), El
bronce de Bembibre. Un edicto del emperador Augusto, León, 17-27.
ALY, W., (1957): Strabons Geographika, t. IV, Bonn.
ANDREU, J., (2004): Edictum, Municipium y Lex: Hispania en época flavia (69-96 d. C.), BAR Int.
Ser. 1293, Oxford.
BEJARANO, V., (1987): Hispania Antigua según Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo.
Fontes Hispania Antiquae VII, Barcelona.
BELTRÁN LLORIS, F., (1986): «Sobre la función de la moneda ibérica e hispano-romana», en Estu-
dios en homenaje al Dr. Antonio Beltrán Martínez, Zaragoza, pp. 889-914.
— (1994): «Plin. NH III 13-14: ¿Beturia céltica o convento hispalense? Sobre la estructura de la des-
cripción pliniana de la Bética», en III Congreso Peninsular de Historia Antigua. Preactas, vol. II,
Vitoria, pp. 413-426 = http://155.210.60.15/hant/hiberus/beltran.html.
— (1999): «Municipium c. R.», «oppidum. c. R.» y «oppidum Latinum» en la NH de Plinio: una revi-
sión del problema desde la perspectiva hispana», en J. González (ed.), Ciudades privilegiadas en
el occidente romano, Sevilla, pp. 247-267.
— (2000): «El terminus republicano de Fuentes de Ebro (Zaragoza)», en G. Paci (ed.), Epigrafai. Mis-
cellanea epigrafica in onore di Lidio Gasperini, Tivoli, pp. 71-82.
— (2001): «Hacia un replanteamiento del mapa cultural y étnico del norte de Aragón», en F. Villar &
M.P. Fernández Álvarez (eds.), Religión, lengua y cultura prerromana de Hispania, Salamanca,
pp. 61-81.
— (2006): «El valle medio de Ebro durante el período republicano: de limes a conuentus» en G. Cruz
Andreotti, P. Le Roux y P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península Ibérica. I.
La época republicana, Málaga-Madrid, pp. 217-240.
— (en prensa): «Les débuts de l’Hispania Citerior», en I. Piso (ed.), Les Provinces romaines. Notion et
Fondation, Cluj-Napoca.
BOSIO, L., (1983): La Tabula Peutingeriana: una descrizione pittorica del mondo antico, Rimini.
BOSWORTH, A.B., (1973): «Vespasian and the Provinces: some Problems of the Early 70’s A. D.»,
Athenaeum 51: 49-78.
BRAUN, F., (1909): Die Entwicklung der spanischen Provinzialgrenzen in römischer Zeit, Berlin.
BRAUNERT, H., (1957) «Der römische Provinzialzensus und der Schatzungsbericht des Lukas-Evan-
geliums», Historia 6: 192-214.
BRUNT, P.A., (1981): «The Revenues of Rome», JRS 71: 161-172.
BUNBURY, E.H., (1879): A History of Ancient Geography, London.
CANTO, A.M.ª (1993): «De situ Siarensium Fortunalium: corrección a Plinio, N.H. III, 13-14 (Baetu-
ria Celticorum)», CuPAUAM 20: 171-183.

157
Francisco Beltrán Lloris

CAPALVO, Á., (1986): «El léxico pliniano sobre Hispania: etnonimia y designación de asentamientos
urbanos», Caesaraugusta 63: 49-67.
CHRISTOL, M., (1994): «Pline l’Ancien et la formula de la province de Narbonnaise», en La mémoire
perdue. A la recherche des archives oubliées, publiques et privées, de la Rome ancienne, Paris,
pp. 45-63.
CONTE, G.B., (1982): Gaio Plinio Secondo. Storia Naturale. I. Cosmología e geografia, Torino.
CRUZ ANDREOTTI, G. ed., (1999): Estrabón e Iberia: nuevas perspectivas de estudio, Málaga.
DÉSANGES, J., (1980): Pline l’Ancien. Histoire Naturelle. Livre V, 1-46, Paris.
DETLEFSEN, D., (1870): «Die geographie der provinz Bätica bei Plinius (N. H. III, 6-17)», Philologus
30: 265-310.
— (1873): «Die geographie der tarraconensichen provinz bei Plinius (N. H. III, 18-30. 76-79. IV, 110-
112)», Philologus 32: 600-668.
— (1877): «Varro, Agrippa und Augustus als Quellenschriftsteller des Plinius für die Geographie Spa-
niens», en Commentationes philologae in honorem Theodori Mommseni, Berolini.
— (1877a): «Die Geographie der Provinz Lusitanien bei Plinius (N. H. IV, 113-118)», Philologus 36:
111-128.
— (1904): Die geographischen Bücher (II, 242-VI Schluß) der Naturalis Historia des C. Plinius Se-
cundus, Berlin.
— (1908): Die Geographie Afrikas bei Plinius und Mela und ihre Quellen. Die formulae prouinciarum,
eine Hauptquelle des Plinius, Berlin.
— (1909): Die Anordnung der geographischen Bücher des Plinius und ihre Quellen, Berlin.
DILKE, O.A.W., (1985): Greek and Roman Maps, London.
FATÁS, G., (1973): La Sedetania, Zaragoza.
— & BELTRÁN LLORIS, M., (1997): Salduie, ciudad ibérica, Zaragoza.
FONTÁN, A., GARCÍA ARRIBAS, I., DEL BARRIO, E. & ARRIBAS, M.L., (1998): Plinio el Viejo.
Historia Natural. Libros III-VI, Gredos: Madrid.
GARCÍA QUINTELA, M.V., (1986): «El río del Olvido», en J.C. Bermejo (ed.), Mitología y mitos de
la Hispania prerromana, Madrid, pp. 75-86.
GARCÍA Y BELLIDO, A., (1947): La España del siglo primero de nuestra Era (según P. Mela y C.
Plinio), Madrid.
GUERRA, A., (1995): Plinio-o-Velho e a Lusitana, Lisboa.
— (1996): «Os nomes do Rio Lima. Um problema de topónimia e de geografia histórica», en F. Villar
& J. d»Encarnação (eds.), La Hispania prerromana, Salamanca, pp. 147-161.
HARLEY, J.B. & WOODWARD, D., (1987): The history of cartography. Cartography in Prehistoric,
Ancient, and Medieval Europe and the Mediterranean, Chicago-London.
HOYOS, B.D., (1979): «Pliny the Elder´s Titled Baetican Towns: Obscurities, Errors and Origins»,
Historia 28: 439-471.
IAN, L. & MAYHOFF, C., (1906): C. Plinius Secundus Naturalis Historia, t. I, Leipzig [reed. Stuttgart
1985].
KLOTZ, A., (1906): Quaaestiones plinianae geographicae, Berlin.

158
LOCORUM NUDA NOMINA? LA ESTRUCTURA DE LA DESCRIPCIÓN PLINIANA DE HISPANIA

KLOTZ, A., (1910): recensión de DETLEFSEN 1909, Göttingische gelehrte Anzeiger 172: 469-498.
KNAPP, R., (1977): Aspects of the Roman Experience in Iberia, 206-100 BC, Valladolid, pp. 66-79.
LE ROUX, P., (1986): «Municipe et droit latin en Hispania sous l’Empire», Revue historique de droit
français et étranger 64: 325-350.
MAYER, M., (1989): «Plinio el Viejo y las ciudades de la Baetica. Aproximación a un estado actual del
problema», en J. González (ed.), Estudios sobre Vrso, Sevilla, pp. 303-333.
MORET, P., (2004): «Ethnos ou ethnie? Avatars anciens et modernes des noms des peuples iberes», en
G. Cruz Andreotti y B. Mora (eds.), Identidades étnicas-identidades políticas en el mundo prerro-
mano hispano, Málaga, pp. 31-62.
MURPHY, T., (2004): Pliny the Elders’s Natural History. The Empire in the Encyclopaedia, Oxford.
NAAS, V., (2002): Le projet encyclopédique de Pline l’Ancien, Rome.
NICOLET, Cl., (1988): L’invention du monde. Géographie et politique aux origines de l’Empire ro-
main, Paris.
OJEDA, J.M., (1993): El servicio administrativo imperial ecuestre en la Hispania romana durante el
Alto Imperio. I. Prosopografía, Sevilla.
OZCÁRIZ, P., (2006): Los conventus de la Hispania citerior, Madrid, pp. 27 ss.
PFLAUM, H.G., (1960-1961): Les carrières procuratoriennes équestres sous le Haut Empire romain,
Paris.
REYNOLDS, L.D., (1983): Texts and Transmission. A Survey of the Latin Classics, Oxford.
RODRÍGUEZ ALMEIDA, E., (2001): Topografia e vita romana: da Augusto a Constantino, Roma.
RODRÍGUEZ COLMENERO, A., (1996): «Integración administrativa del Noroeste peninsular en las
estructuras romanas», en A. Rodríguez Colmenero (éd.), Lucus Augusti. I. El amanecer de una
ciudad, Lugo, pp. 265-299.
RÖMER, F., (1968): Untersuchungen zur Geographie Europas in der Naturalis Historia del Älteren
Plinius, Diss., Wien.
SALLMANN, K. (1971): Die Geographie des älteren Plinius in ihre Verhältnis zur Varro. Versuch ei-
ner Quellenanalyse, Berlin-New York.
— (1975): «Plinius der Ältere», Lustrum 18: 5-299.
SALMON, P., (1974): Population et dépopulation dans l’Empire romain, Bruxelles.
SÁNCHEZ-PALENCIA, F.J. & MANGAS, J., eds., (2000): El edicto del Bierzo. Augusto y el Noroeste
de Hispania, León.
SCHULTEN, A., (1937): Las guerras de 154-72 a. de J. C. Fontes Hispaniae Antiquae IV, Barcelona.
— (1963): Geografía y etnografía antiguas de la Península Ibérica, 2 vols., Madrid.
SERBAT, G., (1986): «Pline l’Ancien. Etat présent des études sur sa vie, son oeuvre et son influence»,
ANRW II 32.4: 2029-2200.
SHAW, B.D., (1981): «The Elder Pliny’s African Geography», Historia 30: 424-471.
SYME, R., (1979): «Pliny the procurator», Roman Papers, vol. II, Oxford, pp. 742-773 (= HSCPh 73,
1969: 201-236).
— (1987): «Carrière et amis consulaires de Pline», en J. Pigeaud y J. Oroz, Pline l’Ancien, témoin de
son temps, Salamanca-Nantes, pp. 539-547.

159
Francisco Beltrán Lloris

TRANOY, A., (1981): La Galice romaine, Paris.


WINKLER, G. & KÖNIG, R., (1988): C. Plinius Secundus d. Ä. Naturkunde. III/IV, München-Zürich.
ZEHNAKER, H., (2004): Pline l’Ancien. Histoire naturelle. Livre III, Paris.

160
PTOLÉMÉE ET LA CONSTITUTION
D’UNE CARTOGRAPHIE RÉGIONALE

DIDIER MARCOTTE
Université de Reims

Dans la littérature scientifique de l’Antiquité, la Géographie de Ptolémée est une


œuvre unique en son genre par sa tradition. Elle a été régulièrement utilisée et citée
jusqu’au cœur du Moyen Âge, dans l’Empire byzantin et dans le monde musul-
man, sans être restée inconnue de l’Occident latin1. Son édition tardo-antique était
pourvue de cartes formant un atlas; l’ouvrage circulait d’ailleurs encore avec cet
atlas au Xe siècle, quand l’encyclopédiste Mas’udi l’a eu entre les mains et pou-
vait constater que le texte, traduit en arabe, lui était accessible, tandis que les car-
tes n’étaient pas exploitables de son point de vue, la nomenclature étant restée en
grec2. Les plus anciens manuscrits à cartes conservés, qui offrent une mappemonde
et vingt-six cartes régionales, datent de la fin du XIIIe siècle3; dans leur écriture
comme dans leur mise en page, ils présentent les caractéristiques de la production
de Maxime Planude, dont le cercle a été un des relais les plus sûrs de la littérature
classique sous le règne d’Andronicos II Paléologue, au tournant des XIIIe et XIVe
siècles. L’attribution de la copie des manuscrits à l’atelier de Planude, aujourd’hui
unanimement admise, a conduit aussi à prêter au maître, dont on sait qu’il possédait

1 Sur la réception de la Géographie à Byzance et dans le monde arabe, voir en dernier lieu DILKE, A.
(1985): 154-160; BERGGREN, J.L. & JONES, A. (2000): 50-52; dans l’Occident latin, avant les traductions de
l’arabe, GAUTIER DALCHÉ, P. (1999): 80-89. –Dans les notes ci-dessous, les renvois à la Géographie suivent
l’édition de Müller (-Fischer) pour les livres I-V, celle de Nobbe pour les livres VI-VIII; voir Bibliographie.
2 Mas’udi, Les prairies d’or, 191 et 193 (trad. C.-A. Barbier de Meynard & A. Pavet de Courteille, rev. par
Ch. Pellat, vol. I, Paris, 1962, pp. 76-77).
3 Il s’agit de l’Urbinas gr. 82, du Seragliensis 57 et du Fabricianus 23, ce dernier étant réduit à un bifolio.
Voir DILLER, A. (1940): 62-67 (et pl. 1-3).

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 161-172.
161
Didier Marcotte

un Ptolémée sans carte (c’est l’actuel Vaticanus gr. 177), la restitution même de la
mappemonde et des cartes régionales, qu’il aurait dressées en partant du texte4.
La Géographie est unique aussi dans sa méthode et par son contenu. Elle ne
souffre aucune comparaison possible avec l’œuvre de Strabon, qui dresse ad usum
principis un état du monde, commandé par des considérations politiques et conçu
comme une synthèse historique totale, ouverte aux faits les plus illustres comme
aux réalités les plus modestes, conformément à une tradition qui se réclamait aussi
d’Hérodote. Le titre retenu par Ptolémée, uJfhvghsi~ gewgrafikhv, exprime claire-
ment une intention différente; ce n’est pas tant une «introduction» qu’il annonce,
ou une «explication», mais bien des «instructions». Le genre uJfhghtikov~, en effet,
comporte en soi quelque chose de prescriptif, qu’assied d’ailleurs son usage dans la
langue des philosophes5. Si l’on suit ce sens, il faut comprendre alors que le texte
porte des recommandations techniques, assez précises pour guider les étapes d’une
représentation graphique (katagrafhv) de la terre habitée. C’est, au reste, l’évi-
dence du pouvoir évocateur des prescriptions, chiffrées ou non, dont l’uJfhvghsi~
gewgrafikhv est lourde, qui a suggéré l’hypothèse que Maxime Planude n’avait
besoin que du texte pour restituer les cartes de Ptolémée et dessiner ainsi le modèle
de nos manuscrits primaires6.
Sans doute Agrippa avait-il observé, avec ses Commentarii, une méthode qui
préfigurait celle de Ptolémée. En un recueil qui tenait du mémoire (tel est bien le
sens de commentarii7), il produisait en effet les données numériques nécessaires à
l’établissement de la carte de l’œcumène. La procédure lui était inspirée par celle
des mensores, qui confiaient à un rapport ou à un procès-verbal, appelé commen-
tarius8, les indications relatives aux mesures d’une parcelle ou du territoire d’une
cité, dans le but d’en dresser une forma le cas échéant. Or, Ptolémée déclare aussi
avoir eu recours, dans la préparation de sa katagrafhv, à des recueils de chiffres,
trouvés par lui dans ce qu’il appelle des uJpomnhvmata, c’est-à-dire précisément des
rapports ou mémoires de techniciens9:

4 La Géographie était encore recherchée par Planude à l’automne 1295, à en juger par sa correspondance;
voir Epist. 119 (éd. M. Treu, Maximi Monachi Planudis epistulae, Breslau, 1890, p. 171). Le texte hexamétrique
par lequel il salue sa découverte (son édition complète est chez STÜCKELBERGER, A. [1996]: 200-201) ne sau-
rait faire exclure que des cartes aient été jointes au texte.
5 Par exemple, le terme intervient chargé de ce sens («qui délivre des instructions») dans la classification
des œuvres de Platon chez Diogène Laërce (III 49), où il désigne, avec le terme zhthtikov~ («qui procède de l’in-
vestigation»), les deux grands caractères des dialogues socratiques.
6 Au livre I, le titre du chapitre 19 établit le but des instructions: peri; tou` th`~ kaq j hJma`~ uJfhghvsew~
proceivrou pro;~ th;n katagrafhvn (p. 50, l. 16-17 Müller).
7 Sur les emplois techniques du terme latin, notamment dans la langue de la magistrature, voir BÖMER, F.
(1953): 212-215 et 228-236; dans le domaine de l’exploration géographique, voir SHERK, R.K. (1974): 537-543.
8 Voir les sources citées par NICOLET, Cl. (1988): 112.
9 PTOL., Géogr., 1.22,4 (p. 55 Müller); cf. Géogr., 1.6,2 (à propos de Marinos); 18,2 et 4. Sur l’emploi tech-
nique de uJpomnhvmata, voir BÖMER, F. (1953): 215-226.

162
PTOLÉMÉE ET LA CONSTITUTION D’UNE CARTOGRAPHIE RÉGIONALE

Poihsov m eqa de; th; n katagrafh; n h[ d h aj p ov te tw` n ej n toi` ~ uJ p omnhv m asi


moirografiw`n mhvkou~ te kai; plavtou~ kaq j e{na e{kaston tw`n shmainomevnwn
tovpwn.
«Nous allons entreprendre désormais la construction de la carte à partir des indica-
tions, trouvées dans la littérature des rapports, de mesure en degrés relatives à la longi-
tude et à la latitude de chacun des lieux signalés».

Mais là s’arrête le parallèle entre les deux entreprises. Chez Ptolémée, en


effet, les instructions sont de deux types, conformément à la double intention qui
gouverne son ouvrage; elles visent à dresser une carte du monde et à définir les
modalités d’un découpage chorographique, consacré par un ensemble de cartes
régionales individualisées. Chez Agrippa, en revanche, l’œcumène tenait de la
marqueterie; il se présentait comme un assemblage de regiones ou partes suscepti-
bles de géométrisation, à la manière des sphragides d’Ératosthène10. Au nombre de
vingt-quatre, taillées qu’elles étaient dans les masses continentales11, les régions en
question étaient mesurées en longueur et en largeur, selon des axes qui n’étaient pas
nécessairement dictés par la science des géomètres et des astronomes; il est certain,
en tout cas, que les lieux n’y étaient pas fixés selon un système de coordonnées et
qu’aucune instruction n’était donnée pour une représentation séparée de chacune
d’elles.
C’est la double finalité de la Géographie qui explique aussi sa structure
binaire: le livre I est consacré exclusivement à l’œcumène et à des considéra-
tions géodésiques, tandis que les livres II-VII déroulent le détail de la géographie
régionale. Dans les représentations cartographiques qu’il dessine, le livre I marque
une rupture radicale avec la projection cylindrique héritée d’Ératosthène, adoptée
par Strabon et reprise par Marinos de Tyr, dernier porte-voix d’une théorie dont
Ptolémée entreprend la rectification (diovrqwsi~). Comme on sait, la projection pré-
conisée par la Géographie est de type conique, mais deux variantes en sont propo-
sées: l’une avec des lignes méridiennes droites, comme la figure la mappemonde de
l’Urbinas gr. 82, l’autre présentant des méridiens courbes, tels que les fait apparaî-
tre le Seragliensis 5712.
Afin de déterminer la position des lieux (qevsei~) en latitude, le recours aux
moyens gnomoniques et dioptriques était commun depuis le IVe siècle avant notre
ère, tandis que la méthode astronomique relevait plutôt de la pure théorie quand il
s’agissait d’apprécier un écart en longitude. Ptolémée en convenait lui-même: face à

10 Voir SALLMANN, K.G. (1971): 207-211; MARCOTTE, D. (1998): 270-271.


11 Vingt-quatre d’après la reconstitution de KUBITSCHEK, W. (1919): 2103-2106, suivi par SALLMANN,
K.G. (1971): 208-209, et par NICOLET, Cl. (1988): 113-114 et 119.
12 Photographies chez STÜCKELBERGER, A. (1994): pl. 10 (Urb.) et 11 (Seragl.), entre les pp. 72 et 73;
BERGGREN, J.L. & JONES, A. (2000): pl. 1 (Urb.).

163
Didier Marcotte

l’insuffisance des repères, les mesures itinéraires étaient un relais indispensable à la


constitution de la carte, mais elles n’étaient pas totalement étrangères non plus aux
évaluations des distances en latitude. De là l’importance qu’il accordait à l’iJstoriva
periodikhv, l’«information qui vient des voyageurs»13. Dans la masse immense et
confuse des données fournies par ceux-ci, il importait surtout de n’ajouter foi qu’à
une tradition empreinte de rigueur14:

Prokeimev n ou d j ej n tw/ ` parov n ti katagrav y ai th; n kaq j hJ m a` ~ oij k oumev n hn


suvmmetron wJ~ e[ni mavlista th`/ kat j ajlhvqeian, ajnagkai`on oijovmeqa prodialabei`n
o{ t i th` ~ toiauv t h~ meqov d ou to; prohgouv m enov n ej s tin iJ s toriv a periodikhv ,
th; n pleiv s thn peripoiou` s a gnw` s in ej k paradov s ew~ tw` n met j ej p istav s ew~
qewrhtikh`~ ta;~ kata; mevro~ cwvra~ perielqovntwn, kai; o{ti th`~ ejpiskevyew~ kai;
paradovsew~ to; mevn ejsti gewmetrikovn, to; de; metewroskopikovn.
«Puisque aussi bien notre objet est maintenant de donner de la terre habitée une repré-
sentation qui s’accorde au mieux avec la réalité, nous pensons nécessaire de poser
comme principe que, dans cette méthode, l’information fournie par les itinéraires
offrira les prémisses. Le savoir qui s’y exprime tient en effet, pour l’essentiel, à une
tradition, celle des voyageurs qui ont parcouru les pays un à un avec le regard attentif
du scrutateur. Nous posons aussi que, dans le travail d’investigation sur le terrain et
dans la tradition, une partie des données relève de l’art des géomètres, l’autre plutôt de
l’observation du ciel».

Les lieux pour lesquels on dispose des indications et des observations les plus
crédibles (aiJ ajkribevsterai thrhvsei~) deviennent les pierres d’angle ou de fon-
dation (qemevlioi) à partir desquelles va s’organiser progressivement la construction
de la figure cartographique15:

Eu[logon a]n ei[h kai; to;n touvtoi~ ajkolouvqw~ gewgrafhvsonta ta; me;n dia; tw`n
ajkribestevrwn thrhvsewn eijlhmmevna prou>potivqesqai th`/ katagrafh`/ kaqavper
qemelivou~, ta; d` j ajpo; tw`n a[llwn ejfarmovzein touvtoi~, e{w~ a]n aiJ pro;~ a[llhla
qevsei~ aujtw`n meta; tw`n pro;~ ta; prw`ta thrw`sin wJ~ e[ni mavlista sumfwvnw~
ta;~ ajdistaktotevra~ tw`n paradovsewn.
«Il peut sembler raisonnable que celui qui entreprend une géographie en accord avec
ces principes fixe les données obtenues à partir des observations les plus sûres comme

13 Hapax en cet emploi, periodikov ~ ne saurait être traduit par «systématique», comme le proposent
BERGGREN, J.L. & JONES, A. (2000): 59.
14 PTOL., Géogr., 1.2,2 (p. 6 Müller). Dans ce passage, le terme ejpivskeyi~ renvoie à une procédure prati-
quée par les inspecteurs du cadastre dans l’Égypte ptolémaïque et impériale; cf. P. Congr. XV, 15, 2; MARCOTTE,
D. (2005): 152.
15 PTOL., Géogr., 1.4 (p. 13 M.).

164
PTOLÉMÉE ET LA CONSTITUTION D’UNE CARTOGRAPHIE RÉGIONALE

le fondement de sa représentation, à la manière de pierres de fondation, et qu’il relie à


celles-ci les données obtenues par d’autres moyens, jusqu’à ce que les positions de ces
dernières les unes par rapport aux autres et par rapport aux premières observent autant
qu’il est possible les plus indiscutables des traditions».

S’il fallait une comparaison, on pourrait dire que les lieux repères étaient à la
carte ce que les dates époques (ejpocaiv) étaient aux tables chronologiques, au sein
desquelles elles autorisaient les datations relatives. De la même façon qu’un fait
daté en chronologie relative est, une fois rapporté à une époque, fixé en chronolo-
gie absolue16, ainsi un lieu quelconque ne se trouve établi dans le réseau de la carte
qu’une fois son rapport à un qemevlio~ traduit par un écart en longitude et en lati-
tude, exprimé en parts de cercle.
Comme on l’a déjà dit, Ptolémée évoque bien, parmi ses sources, des tables
de coordonnées traduites également en parts de cercle (moirografivai), qu’il aurait
trouvées dans des uJpomnhvmata dont il ne cite pas les auteurs17. Avant d’entrepren-
dre sa Géographie, lui-même annonçait dans l’Almageste un kanw;n ejpishvmwn
povlewn, qui aurait répertorié des lieux remarquables pour l’exactitude de leur loca-
lisation géométrique ou astronomique18. La matière en a été intégrée, avec quelque
360 toponymes, aux kanovne~ provceiroi, perdus pour nous, mais elle constitue
sans doute la substance du commentaire annexe aux vingt-six cartes régionales qui
forme le livre VIII de la Géographie19.
Aux livres II-VIII, les descriptions régionales sont organisées en periorismoiv
ou perigrafaiv, littéralement «tracés de contours»; dans la langue de Ptolémée,
ces termes techniques désignent des régions qui se laissent définir par des limites
à la fois géographiques et ethniques, plus rarement politiques20. Quelque quatre-
vingt quatre periorismoiv sont ainsi dénombrés: trente-deux en Europe, huit en
Libye, quarante-quatre en Asie; selon les cas, ils peuvent être appelés ejparcei`ai
ou satrapei`ai, ce dernier terme s’appliquant plutôt aux contrées extérieures à
l’Empire21. Le choix du terme ejparceiva n’entraîne pas que, pour chaque région

16 La méthode avait été mise au point par Ératosthène et développée par Apollodore; cf. JACOBY, F. (1902):
80.
17 PTOL., Géogr., 1.22,4 (moirografivai mhvkou~ te kai; plavtou~; cf. supra n. 9). Hipparque a pu fournir
une partie du matériau.
18 PTOL., Synt., 2.13 (p. 188 Heiberg).
19 Sur les provceiroi kanovne~, voir KUBITSCHEK, W. (1919): 2064-2065. Sur la nature du commentaire
aux cartes en Géogr. 8 et les difficultés textuelles qu’il présente, cf. DILLER, A. (1939): 231-237. POLASCHEK,
E. (1959): 37 attribue à Ptolémée lui-même le projet d’ajouter le commentaire en question aux sept livres de la
Géographie.
20 Sur les periorismoiv ptoléméens, voir DILLER, A. (1939): 228-231.
21 L’adversaire de Rome le plus important est, à cette époque, l’Arsacide; ce fait a dû commander le choix du
terme satrapeiva.

165
Didier Marcotte

de l’Empire, la description relève de la géographie administrative. Par exemple, le


chapitre consacré à l’Italie n’accuse aucune référence aux onze régions augustéen-
nes; pour l’Espagne, la Bétique, la Lusitanie et la Tarraconnaise sont sans doute
mentionnées comme ejparcei`ai, mais, à l’exception de l’ jAstouriva, signalée dans
la Tarraconnaise, les subdivisions sont plutôt données sous la forme d’ethniques. Il
en allait de même dans les Commentarii d’Agrippa, où les partes ou regiones pou-
vaient coïncider avec des prouinciae dans les frontières de l’orbis Romanus, mais
sans que cette règle fût systématique22.
Pour chaque periorismov~, la description suit une même procédure: les limi-
tes sont d’abord fixées comme les o{roi le sont dans les registres cadastraux23; sont
ensuite nommés les repères côtiers naturels, avant les ports ou autres villes du litto-
ral; les repères physiques de l’intérieur annoncent à leur tour les villes de l’arrière-
pays, énumérées sans qu’on puisse toujours reconstituer la logique de la marche;
enfin la mention des îles ferme chaque section24.
Selon les régions, la nomenclature revêt une importance variable, qui traduit,
outre la taille du pays considéré, son degré de romanisation ou l’ancienneté de la
tradition géographique qui s’y attache. Ainsi, parmi les periorismoiv de l’Europe,
aux livres II et III, ce sont successivement la Grèce avec ses îles, l’Ibérie, puis l’Ita-
lie qui offrent les nomenclatures les plus riches.
Pour chaque nom de lieu, le détail des coordonnées est porté en regard dans une
colonne à part, d’où le nom de paraqevsei~ que Ptolémée donne à leurs mentions25.
L’unité de base en est la moi`ra, ou degré, laquelle se laisse subdiviser au maximum
en douze tmhvmata, le dwdevkaton tmh`ma (noté ib’) se trouvant ainsi être la plus
petite fraction utilisée dans la Géographie. Dans la colonne des paraqevsei~, les
longitudes (mhvkh) figurent en premier; elles sont calculées à partir des îles Fortunées,
dont le grand cercle, à quelque 60° 30’ à l’ouest de celui d’Alexandrie, opère ainsi
comme un méridien origine26. À la différence des mesures de mh`ko~, les latitu-
des (plavth) s’apprécient en degrés à valeur constante, auxquels Ptolémée affecte
par principe l’équivalent de cinq cents stades de 186 m, soit 40 milles romains par
degré.
D’après les termes mêmes de la Géographie, la succession des coordonnées
dans le livre doit s’assimiler à un kanovnion, littéralement une «réglette», placé à

22 Voir NICOLET, Cl. (1988): 113.


23 La relation est étroite entre la méthode des arpenteurs et celle des cartographes d’époque hellénistique et
impériale; elle se traduit notamment dans le lexique de ces derniers par l’adoption de la terminologie du cadastre;
cf. MARCOTTE, D. (2005): 152.
24 Sur la marche de la description dans chaque section, voir BERTHELOT, A. (1930): 133-135.
25 Le verbe parativqhmi signifie ici, littéralement, «mettre en parallèle, en regard de».
26 On ne peut déterminer s’il s’agit des Îles du Cap Vert ou des Açores. Elles signalent le méridien origine en
Géogr., 1.12,10 et 1.4,7; 7.5,13; 8.15,10 et 27,13.

166
PTOLÉMÉE ET LA CONSTITUTION D’UNE CARTOGRAPHIE RÉGIONALE

l’extérieur de la colonne d’écriture, c’est-à-dire de la seliv~ ou du selivdion27. Dans


les espaces laissés vides entre les selivde~ ou, si l’on veut, dans les entrecolonne-
ments (dialeivmmata), Ptolémée prévoit la possibilité d’apporter des corrections à
ses tables, si la connaissance des pays décrits vient à progresser; ses réflexions sur
l’iJstoriva pleivwn constituent bien, de ce point de vue, un des témoignages les plus
clairs de l’Antiquité sur le texte scientifique considéré comme un processus28:

Dio; kai; ta;~ paraqevsei~ tw`n moirw`n ejf j eJkavstou toi`~ ejkto;~ mevresi tw`n
selivdwn pareqhvkamen kanonivwn trovpon, protavssonte~ mevntoi ta;~ tou` mhvkou~
tw`n tou` plavtou~, o{pw~, ejavn tine~ ejmpivptwsi diorqwvsei~ ajpo; th`~ pleivono~
iJstoriva~, ejnh`/ ejn toi`~ ejcomevnoi~ dialeivmmasi tw`n selidivwn poiei`sqai ta;~
paraqevsei~ aujtw`n.
«C’est pourquoi nous avons placé les mentions des coordonnées, en regard de chacun
des lieux, dans les marges extérieures des colonnes d’écriture, à la manière de réglet-
tes graduées, en faisant figurer les mesures en longitude avant celles de la latitude, en
sorte que, si quelques rectifications devaient intervenir du fait des progrès de notre
information, il soit possible de les consigner dans les intervalles successifs qui sépa-
rent les colonnes d’écriture».

Dès les premières lignes du livre II, la course de la description régionale est
présentée comme dirigée vers la droite et celle de la main sur le livre comme la tra-
duction même de ce mouvement général, qui fait aller de la matière déjà organisée
vers celle qui ne l’est pas encore29:

Proeilov m eqa de; tav x in tou` peri; th; n katagrafh; n euj c rhv s tou pantach` /
poiouvmenoi provnoian, toutevsti kaq j h}n ejpi; dexia; poihsovmeqa ta;~ metabavsei~,
ajpo; tw`n h[dh katatetagmevnwn ejpi; ta; mhdevpw th`~ ceiro;~ ejklambanomevnh~.
«Nous avons retenu un ordre d’exposition qui réponde d’avance au souci d’une repré-
sentation commode à tout point de vue, c’est-à-dire celle qui nous fera mener nos
déplacements vers la droite, la main se trouvant ainsi portée de ce qui a déjà été mis en
ordre vers ce qui ne l’est pas encore».

En fin de compte, la façon qu’a ainsi Ptolémée d’analyser dans sa dynamique


le travail de la transcription revient à comparer la mise des mots en colonnes d’écri-
ture à un travail de construction et de mise en forme (tel est le sens de katatavssw)

27 La présentation qu’offre Nobbe du texte de la Géographie est un reflet vraisemblable de ce que devait être
une colonne d’écriture dans l’édition antique de Ptolémée (cf. infra n. 30). Autres emplois de kanwvn ou de kanovnion
au sens de «règle graduée»: Géogr., 1.22,5; 24,1; 24,7.
28 PTOL., Géogr., 2.1,3 (p. 72 M.).
29 ID., 2.1,4 (p. 72 M.).

167
Didier Marcotte

de la matière géographique. Mais elle impose aussi avec une certaine force l’idée
d’un véritable déroulement des selivde~ 30, ce qui invite à penser en des termes
matériels très précis le rapport entre le texte et les cartes correspondantes.
Sur le mode d’élaboration de ces dernières, Ptolémée livre des instructions
explicites, qui prennent en compte les contraintes du support. Ainsi, il envisage de
grouper plusieurs ejparcei`ai ou satrapei`ai en fonction des dimensions du pivnax
et préconise, pour réunir la totalité des quatre-vingt quatre periorismoiv, de recou-
rir à vingt-six pivnake~, dix pour l’Europe, quatre pour la Libye, douze enfin pour
l’Asie. La notion d’échelle est introduite à cette occasion31:

[Esti d j oJ toiou`to~ th`~ ejkqevsew~ trovpo~ ejmpoihvsei toi`~ boulomevnoi~ kai;


kata; pivnaka~ ajpogravfesqai ta; mevrh th`~ oijkoumevnh~ ajna; mivan h] kai; pleivou~
ejparciva~ h] satrapeiva~, wJ~ a]n ejfarmovzwsi tai`~ summetrivai~ tw`n pinavkwn,
meta; tou` proshvkonto~ lovgou te kai; schmatismou` tw`n uJf j eJkavstou pivnako~
perilambanomev n wn pro; ~ a[ l lhla kata; to; n auj t o; n trov p on th` ~ ej n tav x ew~
ginomevnh~.
«Voilà le mode d’exposition qui permettra à ceux qui le veulent de procéder aussi
à l’inventaire (ajpogravfesqai) des parties de l’œcumène en les distribuant (kata;)
sur des planches cartographiques et en prenant une à une ou à plusieurs les provinces
ou les satrapies, de manière à les mettre en accord avec les proportions des planches.
C’est alors avec l’échelle (lovgou) adéquate et moyennant une mise en figure appro-
priée que tous les éléments contenus sur une planche feront l’objet, les uns par rapport
aux autres, selon le même mode, d’une inscription (e[ntaxi~) dans la carte».

À considérer l’ensemble, on reconnaît que plusieurs associations s’imposaient


d’elles-mêmes et qu’elles conféraient finalement aux planches qui les recevaient
une unité topographique, ethnique, voire historique. Ainsi le deuxième pivnax por-
tait-il l’intégralité de la péninsule Ibérique, tandis que le cinquième, qui associait la
Rhétie, la Vindélicie, le Norique, les deux Pannonies et l’Illyrie, taillait sur la rive

30 Dans plusieurs manuscrits primaires, dont l’Urbinas et le Seragliensis, on relève des traces de renvoi à
l’organisation du texte en selivde~ dans quelque archétype (voir CUNTZ, O. [1923]: 6; DILLER, A. [1939]: 238);
ainsi dans le synopsis du livre II que conservent notamment l’Urbinas gr. 82 et le Seragliensis 57 (voir MÜLLER,
C. [1883]: 70-71, dans l’apparat critique):
ijouerniva~ nhvsou brettanikh`~ pivnax prw`to~, aÑ sel, oÑõÑ
iJspaniva~ baitikh`~ pÑdÑ
iJspaniva~ lousitaniva~ pÑhÑ
(...) ijllurivdo~ libourniva~ rÑlÑaÑ
De la description de l’Hibernie à celle de l’Illyrie, le texte se déroulait donc sur 55 selivde~; dans l’édition de
Nobbe, qui offre 29 lignes en moyenne par page, la différence est de 68 pages, soit 1972 lignes. Si on admet qu’il y
avait dans l’archétype visé dans le synopsis un nombre de lignes équivalent à celui que produit l’édition de Nobbe,
on se représentera un archétype offrant 36 lignes à la colonne.
31 PTOL., Géogr., 2.1,8 (p. 73 Müller).

168
PTOLÉMÉE ET LA CONSTITUTION D’UNE CARTOGRAPHIE RÉGIONALE

droite du Danube et sur la gauche de la Drina un espace géographique et humain


qui pouvait sembler composite, mais qui se laissait facilement géométriser32.
Sur le plan strictement cartographique, le fait majeur que devaient refléter ces
planches était l’abandon de la projection conique et un tracé pour les méridiens qui
revenait à les tenir pour des droites parallèles. Ce choix pragmatique pouvait, de
l’aveu même de l’auteur, entraîner des difficultés dans le calcul des écarts en longi-
tude, qui continuaient d’être exprimés en parts de cercle (ta; moiriai`a diasthvmata).
La solution proposée consiste donc à donner une échelle relative à chaque représen-
tation: pour une carte quelconque, la référence sera le rapport qui s’établit entre la
valeur du degré de longitude (qui est une donnée variable) et la valeur du degré de
latitude (qui est une donnée constante) à la hauteur du parallèle passant par le milieu
du pivnax33:

jEpi; touvtwn de; oujde; dioivsei tini; ajxiolovgw/, ka]n parallhvloi~ crhswvmeqa
tai`~ meshmbrinai`~ grammai`~, eujqeivai~ de; tai`~ tw`n parallhvlwn, eja;n movnon
lovgon proslambavnh/ ta; moiriai`a diasthvmata tw`n meshmbrinw`n pro;~ ta; tw`n
parallhvlwn, o}n oJ mevgisto~ e[cei kuvklo~ pro;~ to;n mevson ejsovmenon touvtou tou`
pivnako~ paravllhlon.
«Sur ces cartes, il n’y aura pas davantage de différence notable, si nous traitons comme
parallèles les lignes méridiennes et comme droites les lignes traçant les parallèles; il
suffira que, sur les méridiens, les distances en degrés respectent, par rapport aux dis-
tances mesurées sur les parallèles, la même valeur (lovgon) que celle qu’on affectera
au grand cercle par rapport au parallèle qu’on fera passer par le milieu de la carte».

Ce sont ainsi quatorze échelles différentes, déterminées à chaque fois par la


valeur moyenne du degré de longitude, que décrivent les vingt-six notices annexées
à la Géographie comme autant de commentaires aux cartes et réunies sous l’intitulé
ordinaire de livre VIII. Pour l’Espagne, un rapport de 3 à 4, qui confère au degré de
longitude une valeur d’environ 375 stades, s’établit au parallèle de l’embouchure de
l’Èbre34; pour les îles Britanniques, le rapport est de 11 à 20, tandis que l’équilibre
se produit nécessairement à la latitude de Taprobane, située à proximité de l’Équa-
teur35.
Le pivnax régional a donc une physionomie qui lui est propre; la conséquence
en est qu’on ne saurait reconstituer une carte de l’œcumène en assemblant les vingt-

32 Voir ci-dessous, en annexe, la composition du pivnax 5, qui correspond à l’Illyricum d’Agrippa (5e région
dans la liste de KUBITSCHEK, W. [1919]: 2105-2106).
33 PTOL., Géogr., 2.1,9 (p. 73-74 M.).
34 ID., 8.4,1 (II, p. 198, l. 8-12 Nobbe).
35 ID., 8.3,1 (II, p. 196, l. 26-28 N.); 28,1 (p. 254, l. 5-6 N.). Sur les valeurs relatives du degré de longitude
dans la Géographie, voir BERTHELOT, A. (1930): 118-119.

169
Didier Marcotte

six cartes chorographiques de Ptolémée. Ces dernières, avec leur commentaire,


constituaient un ensemble matériel distinct de l’uJfhvghsi~ elle-même, comme le
témoignage de Mas’udi le confirme sans ambiguïté. Dans les manuscrits à cartes
les plus anciens, on peut observer que commentaires et planches peintes occupent
alternativement des doubles pages, une organisation du matériau qu’il faut faire
remonter sans doute au projet original et qui, dans l’Antiquité déjà, nécessitait le
recours à un codex de grand format pour cette section à part.
Comme on l’a vu, chacune des cartes est le produit d’un découpage des terres
imposé par les proportions du pivnax, mais le découpage, d’après les termes mêmes
que Ptolémée retient dans l’avant-dernier passage cité, devait être fonction d’une
échelle appropriée (meta; tou` proshvkonto~ lovgou) et entraîner un regroupement
pertinent, dans un souci de mise en figure ([meta;] schmatismov~) des éléments
destinés à former une carte. Précisément, le corpus des vingt-six cartes paraît avoir
répondu à une même règle: chacune de ses parties trouve au premier chef sa cohé-
rence dans l’étroite association de deux critères: l’un géographique, voire géomé-
trique, l’autre ethnique, le cas échéant politique. Or, c’est l’association de ces deux
critères qui a fondé, d’Ératosthène à Poséidonios, la notion de klivmata, que le pre-
mier de ces savants pouvait appeler sfragi`de~ et que la tradition hellénistique a
dénommés aussi schvmata36; c’est, du reste, la même association qui a déterminé
une bonne partie des vingt-quatre partes reconnues par Agrippa dans la masse des
continents37. En considérant ces précédents, je propose de comprendre que, par la
constitution d’un corpus de pivnake~ régionaux et si même il contestait les prin-
cipes de la représentation générale du monde que son illustre prédécesseur avait
fixée, Ptolémée s’inscrivait nonobstant dans le projet d’Ératosthène de faire appa-
raître comme autant de figures structurées et littéralement individualisées les pièces
constitutives du puzzle physique et humain de l’œcumène.

36 Ainsi chez Strabon, IX 2 (390-391 C.); cf. MARCOTTE, D. (1998): 270-271.


37 Cf. SALLMANN, K.G. (1971): 208, n. 34.

170
PTOLÉMÉE ET LA CONSTITUTION D’UNE CARTOGRAPHIE RÉGIONALE

ANNEXE

Liste des periorismoiv (scil. ejparcei`ai uel satrapei`ai) de l’Europe (Géogr., II-III),
avec références aux pivnake~ et à la pagination de Nobbe (N.)

pivnax aÑ jIouerniva nh`so~ Bretanikhv (et Hébrides: N., p. 64,17- p. 67,6)


jAlouivwn nh`so~ Bretanikhv (et Thulé: N. 67,7-74,14)
pivnax bÑ JIspaniva Baitikhv (N. 74,15-79,16)
JIsp. Lousitaniva (N. 79,17-82)
JIsp. Tarrakwnhsiva (N. 83-99,2)
pivnax gÑ Keltogalativa ÆAkouitaniva (N. 99,3-101)
K. Lougdounhsiva (N. 102-105,16)
K. Belgikhv (N. 105,17-109,19)
K. Narbwnhsiva (N. 109,20-113,23)
pivnax dÑ Germaniva Megavlh (N. 113,24-124,15)
pivnax eÑ JRaitiva kai; Oujindelkiva (N. 124,16-126,17)
Nwrikovn (N. 126,18-127)
Pannoniva hJ a[nw (N. 128-130,2)
Pannoniva hJ kavtw (N. 130,3-132,14)
jIlluriv~ (Dalmativa kai; Libourniva) (N. 132,15-136; des. l. II)
pivnax õÑ jItaliva (N. 138,5-155,22)
Kuvrno~ (N. 155,23-158,18)
pivnax zÑ Sardwv (N. 158,19-162,2)
Sikeliva (N. 162,3-166)
pivnax hÑ Sarmativa hJ ejn Eujrwvph/ (N. 167-174,9)
Taurikh; Cersovnhso~ (N. 174,10-176,5)
pivnax qÑ jIavzuge~ oiJ Metanavstai (N. 176,6-177,6)
Dakiva (N. 177,7-180,19)
Musiva hJ a[nw (N. 180,20-182,7)
Musiva hJ kavtw (N. 182,8-186)
Qrav/kh (N. 187-191,11)
Cersovnhso~ (N. 191,12-192,11)
pivnax iÑ Makedoniva (N. 192,12-201,12)
[Hpeiro~ (N. 201,13-204,4)
jAcai?a (avec Eubée et Cyclades: N. 204,5-210,14)
Pelopovnnhso~ (N. 210,15-218,8)
Krhvth (N. 218,9-221,9)

171
Didier Marcotte

BIBLIOGRAPHIE

BERGGREN, J. L., & JONES, A., (2000): Ptolemy’s Geography. An Annotated Translation of the
Theoretical Chapters, Princeton-Oxford.
BERTHELOT, A., (1930): L’Asie ancienne centrale et sud-orientale d’après Ptolémée, Paris.
BÖMER, F., (1953): «Der Commentarius. Zur Vorgeschichte und literarischen Form der Schriften Cae-
sars», Hermes, 81: 210-250.
CUNTZ, O., (1923): Die Geographie des Ptolemaeus: Galliae Germania Raetia Noricum Pannoniae
Illyricum Italia: Handschriften, Text und Untersuchung, Berlin.
DILKE, O.A.W., (1985): Greek and Roman Maps, Ithaca, N.Y., Cornell University Press.
DILLER, A., (1939): «Lists of Provinces in Ptolemy’s Geography», Classical Philology, 34: 228-238.
— (1940): «The Oldest Manuscripts of Ptolemaic Maps», Transactions and Proceedings of the Ameri-
can Philological Association, 71: 62-67.
FISCHER, J., (1932): Claudii Ptolemaei Geographiae Codex Urbinas Graecus 82 phototypice depic-
tus. Tomus prodromus, Leyde.
GAUTIER DALCHÉ, P., (1999): «Le souvenir de la Géographie de Ptolémée dans le monde latin mé-
diéval (VIe-XIVe siècles)», Euphrosyne, 27: 79-106.
JACOBY, F., (1902): Apollodors Chronik. Eine Sammlung der Fragmente, Berlin (Philologische Un-
tersuchungen, 16).
KUBITSCHEK, W., (1919): s.v. «Karten», in RE, X.2: col. 2022-2149.
MARCOTTE, D., (1998): «La climatologie d’Ératosthène à Poséidonios. Genèse d’une science humai-
ne», in G. Argoud & J.-Y. Guillaumin (éd.), Sciences exactes et sciences appliquées à Alexandrie,
Saint-Étienne, Centre Jean-Palerne (Mémoires, 16), pp. 263-277.
— (2005): «Aux quatre coins du monde. La Terre vue comme un arpent», in D. Conso, A. Gonzales
& J.-Y. Guillaumin (éd.), Les vocabulaires techniques des arpenteurs romains, Besançon, Presses
universitaires de Franche-Comté, pp. 149-155.
MÜLLER, C., (1883): Claudii Ptolemaei Geographia, vol. I (l. I-III), Paris, Firmin-Didot.
— & FISCHER, C.T., (1901): Claudii Ptolemaei Geographia, vol. II (l. IV-V), Paris, Firmin-Didot.
NICOLET, Cl., (1988): L’inventaire du monde. Géographie et politique aux origines de l’Empire ro-
main, Paris.
NOBBE, C.F.A., (1843-45): Claudii Ptolemaei Geographia, 3 tomes, Leipzig, Tauchnitz.
POLASCHEK, E., (1959): «Ptolemy’s Geography in a New Light», Imago Mundi, 14: 17-37.
— (1965): «Ptolemaios als Geograph», in RE, suppl. X: col. 680-833.
SALLMANN, K.G., (1971): Die Geographie des älteren Plinius in ihrem Verhältnis zur Varro. Versuch
einer Quellenanalyse, Berlin-New York.
SCHNABEL, P., (1938): Text und Karten des Ptolemäus, Leipzig (Quellen und Forschungen zur Ges-
chichte der Geographie und Völkerkunde, 2).
SHERK, R.K., (1974), «Roman Geographical Exploration and Military Maps», ANRW, II.1: 534-562.
STÜCKELBERGER, A., (1994): Bild und Wort. Das illustrierte Fachbuch in der antiken Wissenschaft,
Medizin und Technik, Mainz.
— (1996): «Planudes und die Geographia des Ptolemaios», Museum Helveticum, 53: 197-205.

172
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS
TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

JUAN LUIS GARCÍA ALONSO


Universidad de Salamanca

Claudio Ptolomeo escribe su obra en griego, pero depende (como Marino de Tiro)
tanto de la tradición científica de la geografía griega como, en gran medida, de las
fuentes de información romanas y de la ampliación de los conocimientos geográfi-
cos motivada por las conquistas del Imperio.
La influencia de Ptolomeo en el desarrollo de las cartografías europea, árabe,
y moderna, fue enorme, como se puede ver en la intervención de D. Marcotte en
este mismo volumen en lo que se refiere en concreto a la Península Ibérica. Con su
Almagesto1, un tratado de matemáticas y astronomía en 13 libros, y los ocho libros
de su Guía Geográfica, Ptolomeo dominó la astronomía y la geografía durante
más de catorce siglos. Y ello aunque entre los siglos II y XV no ejerció influencia
directa en occidente, sino sólo en los astrónomos y geógrafos árabes. El Almagesto,
traducido al latín en el siglo XII, no tuvo excesivo eco. En cambio, la traducción
al latín de la Geografía en el siglo XV causó una reestructuración completa de la
cartografía europea. Ptolomeo es el vínculo más claro entre el mundo antiguo y el
nuestro en geografía. Sus series de coordenadas son las únicas del mundo antiguo
que nos han llegado.
Curiosamente sabemos poco de su vida. Ni su lugar ni su fecha de nacimiento
están establecidos. Ningún manuscrito es más antiguo del siglo XII y carecemos
aún hoy de una edición científica de su obra. Ni siquiera es claro que los mapas que
acompañan a la Geografía sean realmente suyos2.

1
El árabe al-mjsty procede de un griego megivsth «el (tratado) mayor». Muestra del influjo en el mundo
árabe es el nombre que hoy le damos.
2
Durante mucho tiempo se ha debatido si: a) los hizo él mismo o un contemporáneo, b) fueron añadidos des-
pués de su muerte, pero en época imperial, o c) sólo son de época bizantina. Lo cierto es que mientras no se acometa
una edición crítica global con las suficientes garantías es prácticamente imposible llegar a una conclusión definitiva.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 173-193.
173
Juan Luis García Alonso

Podríamos decir que la principal contribución de Claudio Ptolomeo son


las cuidadosas instrucciones que nos da sobre cómo dibujar los mapas. También
compiló interminables datos empíricos para «rellenar» esos mapas con informa-
ción actualizada. En el Almagesto, se ocupa de enseñarnos cómo hacer un globo
celeste. En la Geografía enseña cómo dibujar la oikoumene sobre un globo, o
bien cómo proyectarla a un plano (vid. fig. 1). El propio título de su obra, Guía
o Manual de Geografía (Geografikh; uJfhvghsi~), es un indicio de una inquie-
tud entre instructiva y pedagógica. Para la elaboración del tratado, recopiló toda
la información disponible, especialmente la proporcionada por Marino de Tiro,
y la ordenó en una tabla sistemática de coordenadas para facilitar el trazado de
un mapa de la oikoumene o bien mapas regionales con las principales ciudades y
características físicas (II 1.2). La discusión teórica sobre los diferentes tipos de
proyecciones posibles de una esfera a un plano es, en mi opinión, la contribución
más importante de Claudio Ptolomeo a la ciencia griega y mundial3. Ptolomeo
discute con gran lucidez un tema muy complicado. En gran medida toda la cien-
cia cartográfica moderna es dependiente de estas reflexiones. El Renacimiento
europeo, con el estímulo de la traducción al latín de Ptolomeo, reconsidera estos
problemas, y es testigo del surgimiento de la llamada proyección de Mercator, en
la base de la más usada hoy.
A la parte hispánica de la Geografía de Claudio Ptolomeo he dedicado una
serie de trabajos, especialmente mi libro de 2003 (una actualización de mi tesis de
1993, publicada en microficha en 1995). Ptolomeo divide la Península Ibérica, de
acuerdo con la división administrativa romana, en tres provincias, Bética, Lusitania
y Tarraconense, y hace un recorrido de las mismas, dándonos los nombres de los
accidentes físicos, los grupos étnicos y sus ciudades, lo que convierte su obra en
una de las fuentes literarias más valiosas sobre la Hispania antigua.
La ubicación de los distintos lugares es de una enorme relevancia para, como
recoge el título de esta obra, una «invención» de una geografía de la Península
Ibérica. Es muy alto el número de lugares que sólo conocemos gracias a Ptolomeo,
al no existir ninguna otra fuente, ni literaria ni epigráfica que nos los mencione.
Esto confiere obviamente una gran relevancia a su texto, independientemente de
que algunos nombres nos hayan llegado corruptos por la tradición manuscrita o mal
situados en su latitud o longitud por los avatares ya de la recopilación de los datos

3
«Cada uno de estos sistemas conceptuales tiene sus ventajas. El primer sistema, que sitúa el mapa en una
esfera, obviamente conserva el parecido de la forma del mundo y elimina la necesidad de ninguna manipulación
posterior; por otro lado, apenas proporciona el tamaño necesario para contener la mayoría de los elementos que
debe recoger, ni tampoco permite contemplar el mapa entero desde un mismo punto […]. El segundo sistema, la
representación en una superficie plana, evita estas limitaciones completamente. Pero carece de algún tipo de méto-
do para preservar el parecido con la forma esférica de modo que pueda conseguir que las distancias recogidas en el
plano sean todo lo proporcionales que sea posible a las distancias verdaderas» (I 20.1-2).

174
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

que llegaron a Ptolomeo o, posteriormente a él, por la difícil transmisión de esta


parte de la información.
«The Geography of Ptolemy has suffered from neglect by the science of clas-
sical philology. It has never been published with even an approximation of adequa-
cy». Estas palabras de A. Diller4 son lo suficientemente gráficas por lo que se refiere
al destino del texto de la Geografía. La última edición completa data nada menos
que de 1843-45 y fue realizada por C.F.A. Nobbe. Entre 1883 y 1901 se llevó a
cabo una nueva edición, que quedó en parcial, de la obra: es la de K. Müller, que
se acaba en el libro 5 (es decir no incluye los libros 6, 7 y 8). Ésta es, en cualquier
caso, a pesar de su edad y de sus muchas carencias, la edición estándar para la parte
de la Geografía en la que estamos interesados: el libro 2 trata la Península Ibérica
en sus capítulos 4 (Bética), 5 (Lusitania) y 6 (Tarraconense)5. Hoy se encuentra en
prensa (Testimonia Hispaniae Antiqua) mi propia edición del texto.
Editar un texto como éste es una empresa especialmente complicada. Un edi-
tor de Platón puede tener que enfrentarse a la elección entre dos sustantivos o dos
verbos griegos. La decisión puede ser ardua en muchos casos, claro está. Pero son
criterios de lengua griega los que han de guiarle. Además, el editor de Platón des-
cansa sobre una tradición textual que ha disfrutado de esas mismas «ventajas».
En cambio, con el texto de Ptolomeo los escribas se tropezaban con un texto
que, en general, consiste en largas listas de nombres propios «extranjeros», exó-
ticos, acompañados por fríos datos numéricos. Y el editor moderno no encuentra
argumentos internos al texto y a la tradición textual que le permitan elegir entre una
forma u otra de un topónimo, entre un dato numérico u otro. Sólo puede servirse del
conocimiento, fragmentario, de la toponimia de cada zona y las lenguas habladas
allí. Esto, entre otros factores, explica el que no se haya abordado en el siglo XX
una edición global de la obra: nadie, a no ser un equipo numeroso, puede estar al
corriente de lo poco que se sabe de las lenguas antiguas de territorio tan vasto.

4
(1939): 228.
5
Posteriormente a Müller, el siglo XX ha ido trayendo avances por la aparición de nuevos códices, por el
trabajo de importantes eruditos sobre la tradición manuscrita de la obra y por la publicación de pequeñas ediciones
parciales: es la obra de autores como O. Cuntz, J. Fischer, P. Schnabel, L. Rénou, I. Ronca, A. Diller, S. Ziegler y
H. Humbach, así como, ahora, yo mismo (referencias en J.L. García Alonso, 2003). Estos trabajos han sacado en
claro, como era de esperar, mucha información nueva sobre el texto de la Geografía, sus códices y las ediciones
decimonónicas. Así sabemos hoy de las muchas deficiencias de la edición de Müller, con su farragoso aparato crí-
tico y comentario. Utiliza treinta y nueve códices diferentes, pero de una forma indiscriminada, dando preferencia
en demasiadas ocasiones a manuscritos que hoy sabemos que son secundarios sobre otros que hoy sabemos que
son primarios. No hay un sistema en su edición. No hay un stemma claro en ningún momento, en ningún sentido.
Además, a pesar de la profusión en códices, Müller no tenía a su disposición dos manuscritos que hoy se consi-
deran de los más importantes, K y U. Hoy los estudiosos están de acuerdo en que los manuscritos primarios esen-
ciales de los que derivan todos los demás son sólo once: los que llamamos, siguiendo las últimas convenciones al
respecto, X A Z C R V W O U K N. En mi libro de 2003 se ofrece una tabla con la información pertinente relativa a
estos manuscritos y una reproducción del stemma que hoy por hoy se maneja.

175
Juan Luis García Alonso

Debido a todo esto se produjo, como derivación ineludible de la tarea de edi-


ción de este texto, una inmersión por mi parte en el complejo mundo de las lenguas
y culturas hispanas prerromanas. Esta segunda vertiente se terminó convirtiendo,
en lo que a mí respecta, en mi principal contribución al estudio de la Geografía de
Ptolomeo. Una fuente como ésta es muy importante para el trabajo del historiador
de la Hispania antigua o para el estudioso de su geografía. Pero también es de un
valor altísimo para nosotros, los lingüistas. La enorme cantidad de nombres propios
procedentes de la Hispania antigua es sin duda también una puerta para el mejor
conocimiento de los pueblos indígenas. Me refiero en concreto a su adscripción lin-
güística y, con ella, a su clasificación étnica.
Los nombres propios se convierten en argumentos centrales en la discusión
acerca de las lenguas habladas en las distintas regiones peninsulares debido a que,
aparte de pequeños núcleos en la Península con epigrafía en lenguas indígenas
(generalmente, además, escasa), tenemos una larga serie de pueblos, de regiones
enteras, ágrafos. Tenemos sólo nombres. Nombres de persona, de lugar, étnicos,
teónimos. Eso sí, su estudio conlleva problemas y siempre es difícil extrapolar la
información lingüística que encierran a la lengua de sus usuarios.
Podemos dividir los nombres propios en diferentes categorías, con problemas
específicos:

a) Los nombres más abundantes y mejor estudiados, los personales, tienen el pro-
blema principal que derivan del fenómeno de la «moda»; son probablemente,
de entre los nombres propios, los que con mayor facilidad se difunden de los
hablantes de una lengua a los de otra, sin que ello prejuzgue nada en relación a
la lengua hablada por los individuos que los usan6;
b) los teónimos, en los últimos años objeto de estudios importantes, pueden ser
un poco más fieles a la lengua hablada por sus usuarios, pero la seguridad no
es siempre completa;
c) los topónimos tienen ya una larga tradición de estudios y también problemas
particulares, como la dificultad de ubicarlos en una dimensión temporal deter-
minada: un nombre de lugar, en el caso de que pueda ser atribuido a una len-
gua concreta, no indica necesariamente que esa lengua se habla en esa zona en
un momento específico7; y, finalmente,

6
Mi nombre, Juan Luis, no implica que yo hable hebreo ni una lengua germánica; a partir de mi nombre no
se podría averiguar que mi lengua es una forma moderna del latín de Hispania; por lo menos no en lo que se refiere
a la etimología de los nombres: en cambio la forma concreta que estos nombres tienen y que los diferencia de, por
ejemplo, el francés Jean Louis, responde a detalles fonéticos típicamente castellanos.
7
Pero puede en cambio ser testimonio inequívoco de que en algún momento esa lengua se ha hablado en
ese territorio, aunque puede ser un fósil de un pasado, cercano en el tiempo o muy alejado.

176
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

d) los etnónimos, los nombres con que nuestras fuentes denominan a los grupos
que ellas perciben como unidades étnicas de una mínima coherencia.

Ptolomeo es fuente para el conocimiento de un número muy importante


de topónimos hispánicos (en torno a 500), muchos sólo conocidos gracias a él.
También nos proporciona información de muchos etnónimos (en torno a 40), algu-
nos sólo conocidos por él.
En las líneas que siguen trataré de estos dos corpus de nombres que propor-
ciona la parte hispánica de la Geografía, y mostraré el tipo de información que los
lingüistas podemos obtener a partir de ellos, creo que de gran relevancia para la
comprensión de la etnicidad de los distintos pueblos.

1. Corpus toponímico

Los problemas planteados por los nombres de lugar en particular son bien conoci-
dos. En muchas ocasiones, muy a menudo, los topónimos creados por los hablantes
de una lengua son mantenidos e incorporados, junto con el paisaje, por los hablan-
tes de una nueva lengua invasora.
Nuestra tarea al estudiar la toponimia de una región es definir lo más clara-
mente posible esos diferentes estratos: establecer una cronología relativa asignando
cada estrato a una lengua determinada, por difícil que ello sea cuando se trata de
lenguas muy poco conocidas.
La toponimia ha sido un elemento fundamental en los estudios relativos a la
Hispania antigua, en relación a la división de Hispania entre una región básicamente
no indoeuropea, y otra básicamente indoeuropea. Todo ello a partir de elementos lin-
güísticos, como la presencia de -briga al que Jürgen Untermann8 concedió una enorme
importancia9. Para J. Untermann la presencia de este elemento al oeste y al norte de
una línea divisoria de la Península que iría desde el oeste del País Vasco hasta Huelva,
junto con su ausencia al este y sur de esta línea, donde tenemos en cambio otros tipos
toponímicos (ili- /ilti-, etc.), documentaría esta división básica de la Península.
Hoy creo que está demostrado que la idea de Untermann debe matizarse.
Encontramos nombres indoeuropeos (célticos y no célticos) en el lado «equivoca-
do» de la famosa línea divisoria. Sólo el estudio detallado de todos los nombres de
todas las zonas basado en el menor número posible de ideas preconcebidas (o al
menos sin condicionar de antemano el resultado de cualquier análisis), puede ayu-
darnos a avanzar en este difícil camino.

8
(1961): 26-27 y Map 3.
9
Acerca de -briga, vid. mi 2006.

177
Juan Luis García Alonso

En lo que sigue mostraré el tipo de análisis que puede hacerse de topónimos de


las distintas zonas, con las implicaciones que de ello pueden extraerse.

a. Cauca

El nombre que Ptolomeo (II 6.49) da como Kau`ka10 es una ciudad vaccea bien cono-
cida11. Se identifica con Coca (Segovia), en la vecindad ya del territorio arévaco12.
Presenta la misma raíz que los antropónimos Caucaius y Cauceti (dat. o genit.)
de Ávila, recogidos por Albertos, un Caucinus de Madrid13, un Caucainos lusitano,
un Caucei (genitivo) de Alconétar y dos Caucirus de la provincia de Cáceres14. En
Irlanda15 Ptolomeo (II 6.8) recoge un grupo étnico de Caucoi, sin duda el mismo
nombre.
Es un derivado por medio de un sufijo adjetival bien conocido en indoeuropeo,
-ka, sobre una base *Kau-. La raíz *k u-, *kHu-16, «golpear» daría al étnico un sig-
nificado del tipo de «los que golpean». Pero si pensamos en el antiguo indio çavas,
«fuerza, poder», el topónimo vacceo Cauca podría ser un derivado adjetival con el
significado de «la fuerte», «la poderosa», algo que cuadra bien en un topónimo y
que está en la misma esfera semántica que topónimos célticos como Segovia, ciu-
dad arévaca vecina. De la misma manera cuadra muy bien este significado para el
etnónimo irlandés Cauci, «los fuertes», «los poderosos», en todo paralelo a nuestro
topónimo vacceo. Todos estos paralelos en países célticos me llevan a sospechar un
origen céltico para el topónimo vacceo Cauca17.

b. Uama

La ciudad que Ptolomeo (II 4.11) llama Ou[ama y atribuye a los célticos béticos se
identifica con Salvatierra de los Barros, provincia de Badajoz, cerca de Jerez de los

10
It. 435; Ravennate 312; Caucenses PLIN., NH 3.3,26.
11
GARCÍA ALONSO, J.L. (2003): 268.
12
TIR K-30: 90.
13
Sobre los antropónimos vid. PALOMAR LAPESA, M. (1957): 62.
14
Pueden verse antropónimos extrapeninsulares en HOLDER, A. (1896-1910): vol. I, 866 y ss.
15
DE BERNARDO, P. (2000): 100.
16
IEW: 535.
17
Sin embargo, M. Palomar Lapesa (1957: 62) relaciona estos nombre con una raíz indoeuropea *keu-
«encorvar» (IEW: 588), con -a- en germánico y en báltico (de ahí el etnónimo germánico Cauci o Chauci), y con
una significación de «altura» o «elevación del terreno» para estos nombres. Aunque esta segunda explicación sea
verosímil en el plano semántico, la fonética impediría que nuestro nombre fuera céltico si deriva de esta raíz. Pero
esto me parece una opción más complicada. La primera idea parece mejor y ubicaría este nombre en un estrato cél-
tico, nada sorprendente en la meseta norte.

178
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

Caballeros18. Además de Ptolomeo sólo menciona este nombre una inscripción19 de


Salvatierra –D(IS) M(ANIBUS) S(ACRUM). Q. ANTONIO SEVERO VAMENSI–,
que confirmaría la forma de Ptolomeo.
El nombre es un resultado céltico de *Up-ama, «la muy baja», una formación
totalmente paralela a la de las varias Uxamas célticas de la meseta, procedentes de
*Ups-ama > Uhs-ama > Uxama. En lugar de * ups-, «arriba, encima», tendríamos
aquí *up(o)-, «abajo, debajo de»20 (> irlandés antiguo fo, «under», galés antiguo gwo-,
galés medio gwo-, gwa- y go-, bretón gou-, gwa-, córnico go-, gwa-, galo vo-21), en
correspondencia con el griego uJpov, gótico uf «under», sánscrito úpa «to, at, on» y
guardan relación con latín sub. El topónimo es así de una celtidad manifiesta: presen-
taría Ø como resultado de una -p- intervocálica y tendría un tipo de superlativo cél-
tico similar al que vemos en Uxama o en uer-am-o-s (< *uper-am-o-s, «supremus»).
Sería una formación totalmente paralela a este ueramos. Simplemente, en lugar de
*uper, tendríamos *upo22.

c. Lapaticorum Promontorium

Este nombre lo conoce sólo Ptolomeo (II 6.4), quien lo atribuye a los galaicos
lucenses. Ya Müller sugiere que se trata del Cabo Ortegal.
Los únicos paralelos (y no es nada claro que tengan algún tipo de relación eti-
mológica con el topónimo galaico) para este nombre, de apariencia en principio no
céltica, por su -p- conservada, son los antropónimos Lapius (y el topónimo Lappi-
acus), Lappianus, Lappius, Lapponius y Lappus23.
Aunque tanto en la edición de Müller de la Geografía como en la de Nobbe24
este lugar se llama «Lapativa Kwvrou a[kron to; kai; Trivleukon», éste es uno
de los numerosos pasajes en los que el manuscrito X se separa de los otros. Este
manuscrito tiene una gran importancia, al ser el único que representa sin ninguna

18
GARCÍA ALONSO, J.L. (2003): 81.
19
CIL II, 989.
20
HOLDER, A. (1896-1910): vol. III, 421, ve este *upo en nombres célticos como Vo-bergensis, *vo-ceton,
Vogladensis, vo-redos, Ad-vorix, Vo-segos.
21
Hay una larga serie de nombres galos con este elemento. Vid. PEDERSEN, H. (1909-1913): vol. I, 92
y vol. II, 295; SCHMIDT, K.H. (1957): 63 y 299s.; POKORNY, J. -IEW- (1951-59): 1106 ss., y EVANS, D.E.
(1967): 288-89, quien señala que a lo mejor en algunos nombres, más que vo- «under», podríamos tener un galo
vo- «two» o «double», como posiblemente en Vocontii, quizá con el sentido de «veinte», aunque para ello hay pro-
blemas. Vid. EVANS, D.E (1967): 289, n. 12.
22
Vid. THURNEYSEN, R. (1946): 511-13.
23
Vid. HOLDER, A. (1896-1910): vol. II, 143.
24
II 6.4 en ambos.

179
Juan Luis García Alonso

contaminación una de las dos recensiones del texto25. X muestra Lapatiakwvroum26


que podría interpretarse como un genitivo de plural latino27. Se trataría de los
*Lapat-ic-i o *Lapat-i-ac-i, nombre formado sobre una base que no parece céltica,
y con un sufijo bien conocido en indoeuropeo.
El etnónimo galaico *Lapatiaci sería una derivación probablemente céltica
formada sobre un nombre personal o un teónimo *Lap-a-to-s?, que, en cambio, no
me parece céltico, lo cual es, en cualquier caso, frecuente. Sobre una base previa,
de origen lingüístico ajeno, se pueden hacer derivaciones en una lengua nueva: cf.
Cordovilla, derivado romance de Córdoba, topónimo prerromano.
L. Monteagudo28, quien también creía que el nombre de Ptolomeo ocul-
ta un grupo étnico, identifica con éste el nombre de la parroquia de Labacengos
(Moeche)29.

d. Illiberis

La ciudad que Ptolomeo (II 4.9) llama jIlliberiv~, la última ciudad en su lista de
ciudades túrdulas, Plinio30 la sitúa en la Bastetania. Debe referirse al mismo lugar
Esteban de Bizancio cuando habla de E j libuvrgh povli~ Tarthssou`. También tene-
mos testimonios epigráficos del Municipium Florentinum Iliberritanum31, y mone-
das latinas (FLORENTIA e ILIBERI), relacionables con las monedas con escritura
ibérica en las que se lee i-l-tu-r-i-r o i-l-be-r-i-r32.
25
Le acompañan, de entre los manuscritos importantes, solamente A (Vat. Palatinus Graecus 388) y Z
(Vaticanus Palatinus Graecus 314), que, sin embargo, muestran síntomas de que en su elaboración ha intervenido
algún manuscrito de la recensión W.
26
Como los manuscritos secundarios FY (Florentinus Laurentianus 28,38 y Florentinus Laurentianus 28,42
respectivamente), y no Lapatikwvroum, como lee Müller en X.
27
Sin duda debido a una fuente latina manejada por Ptolomeo, a quien quizá le pasó desapercibido como
tal, pues si no probablemente hubiera empleado la terminación casual griega. En este mismo sentido dice L.
Monteagudo (1957: 65): «Nosotros creemos que este nombre: Lapatiakwvroum (todo junto) representa la simple
transcripción al griego de un nombre gentilicio, recogido en forma de genitivo de plural, latino, posiblemente a tra-
vés de alguien que militó en las filas de Decio Junio Bruto el Calaico, con motivo de la expedición de éste a Galicia
el 137 a.C. (STR., III 3.4) o bien tomado durante las campañas contra cántabros, astures y calaicos bajo los cónsu-
les Antistio, Furnio y Agripa en 25 a.C. Quien sabe si este nombre fué tomado, en la misma Roma, de alguno de los
poquísimos supervivientes del monte Medulio llevados a la Ciudad Eterna para figurar en algún triunfo... y por ello
escrito, naturalmente, de primera intención en latín».
28
(1957): 65. También en (1947): 78 y ss.
29
24 km al SSW. de la punta dos Aguillóns. Esta identificación resulta muy atractiva a pesar de ciertos pro-
blemas fonéticos no satisfactoriamente resueltos por L. Monteagudo. Por ejemplo, la -n- ausente en la forma de
Ptolomeo: habíamos reconstruido *Lapatiaci, pero el antepasado de Labacengos sería *Lapatian(i)ci. Puede pen-
sarse quizá en una corrupción más de la transmisión textual. O en una -n- no antigua, introducida secundariamente
por algún proceso analógico o fonético.
30
III 10.
31
CIL II, 2070, 2077 y 5505.
32
MLH, I, 2, A. 99.

180
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

A. Tovar33 señala que el nombre se conserva en la Sierra de Elvira y sitúa la


ciudad en Atarfe, nueve kilómetros al O de Granada. Aunque también podría haber
estado en el barrio del Albaicín, en Granada mismo, donde según Tovar34 se encon-
tró el foro de Iliberis.
El nombre es diáfanamente ibérico en su análisis lingüístico, quizá porque el
tipo toponímico se había tomado en préstamo de los iberos por parte de la pobla-
ción indígena de tipo tartesio. Tiene dos elementos toponímicos que podrían com-
partir vasco e ibérico, uno de los más impresionantes puntos que se han señalado
como comunes35 a ambas lenguas: Ili- «ciudad» + -berri «nuevo»36, de modo que
Illiberis será «Villanueva», quizá síntoma de que puede ser un asentamiento más o
menos reciente... ¿de iberos?

2. Corpus etnonímico

Los etnónimos de la Hispania antigua constituyen un grupo de nombres propios de


gran interés, al que quizá aún no se le ha prestado, en su conjunto, la suficiente aten-
ción37. Lo cierto es que los etnónimos muestran una peculiaridad interesante. Con
respecto a los topónimos es bastante verosímil pensar que, en un número importante
de casos, los etnónimos es probable que estén cronológicamente más próximos a la
lengua del pueblo que los usa. Es claro que la transparencia lingüística del etnónimo
para quien lo usaba es importante en la Europa antigua. Sin embargo, el nombre de
una ciudad conquistada a un pueblo enemigo o, especialmente, el nombre de un río
o de una montaña de tierras en las que uno acaba de asentarse, puede perfectamente
mantenerse o incluso, según los casos, no hay más remedio que mantenerlo.

a. Astures

Este nombre es de los que siempre ha resistido una explicación plenamente satis-
factoria. Se aplica a uno de los grupos étnicos de mayor extensión del norte penin-
sular, ocupando las actuales provincias de Asturias, que ha conservado el nombre,
León, donde estaba la capital, Asturica, hoy Astorga, y la mitad norte al menos de la
provincia de Zamora (más o menos hasta el Duero). Las fuentes, como he señalado,
también hablan de Asturica Augusta como la capital, una formación adjetival que

33
(1974): 137.
34
Ibidem. Vid. F. Molina y J.M. Roldán en Historia de Granada, Granada, 1983.
35
No es seguro que el ibérico Il(t)i- tenga que ver, después de todo, con el vasco iri.
36
GARCÍA ALONSO, J.L. (2003): 310-2.
37
Véase no obstante UNTERMANN, J. (1992).

181
Juan Luis García Alonso

hemos de atribuir a los romanos (como el epíteto), responsables de la fundación de


la ciudad, que poblaron con indígenas de la comarca.
Fuentes latinas38 mencionan también un río Astura, que hemos de leer con
acentuación esdrújula (y no como pronunciamos los nombres modernos de Asturias
o Astorga) y que discurre por la región que las fuentes llaman Asturia.
Siempre se han centrado los esfuerzos de explicación en el hidrónimo, que
probablemente antecede al etnónimo, de modo que los Astures serían simplemente
«los que viven a las orillas del río Ástura». De ahí que todos los esfuerzos hayan ido
dirigidos a explicar el nombre con bases semánticas relacionables con las corrientes
de agua, etc.
Tradicionalmente39 hemos visto intentos de explicar el hidrónimo moderno
leonés Esla como una evolución fonética del nombre Astura, que parece se refe-
ría a este mismo río. Con algo de ingenio fonético se pudo reconstruir una posible
evolución, para la que se aducían incluso formas medievales aparentemente inter-
medias40. Carlos Jordán41 mostró que lo más normal es que el nombre del Esla se
pueda poner en relación con la raíz indoeuropea *eis-, *is- «rápido, veloz». Lo más
económico es pensar que el hidrónimo moderno proceda de una forma *Is-l-a42, o
*Eis-l-a43. No podemos descartar tampoco *Ais-l-a, con un tratamiento del grado
vocálico o acorde con la fonética de lo que seguimos llamando alt-europäisch44.
Eso sí, las otras dos formas propuestas o incluso el nombre moderno, no justifica-
rían en sí mismas una hipótesis paleoeuropea.
Ciertamente, tampoco es descartable una forma con una ampliación con -t-,
como *Ais-t-la, que probablemente hubiera dado Esla también. La cuestión es si es
posible reducir el antepasado de nuestro Esla a lo que las fuentes latinas nos dan
como Astura. La -l- en lugar de la -r- puede ser perfectamente un fenómeno romance.
Es decir, podríamos partir de una forma antigua con -r- pese a que la moderna
tiene -l-. F. Villar45 recoge varios hidrónimos Astura en Europa. Su explicación es
que se trata de formas compuestas con *uro-, *ur , «río de aguas sucias, cenago-
sas» (relacionable con latín urina, así como con el hidrónimo hispánico meridional
Urium, del indoeuropeo *(a)wer-, /(a)ur-, «agua, río, corriente»), como segundo
elemento46.

38
Vid. TIR K-30.
39
Vid. GARCÍA ALONSO, J.L. (2003): s.v. Asturica
40
Frente a ello ya COROMINAS, J. (1972): vol. I, 101-2.
41
(1996).
42
Cf. formas bálticas idénticas en IEW: 300.
43
Origen señalado por J. Pokorny para los ríos Iesla y Eisra.
44
J. De Hoz recoge esta raíz entre las del repertorio antiguo europeo (1963: 234).
45
(2000): 191-208 y (2005): 35-6.
46
La hipótesis es verosímil para algunos de los casos. Pero es muy verosímil también que no todas las for-
mas que tengan una secuencia -ur- supongan necesariamente la presencia de este elemento.

182
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

Propongo, para este caso, partir de un nombre pseudo-sintagmático de este


tipo, pensando para la base en una forma con fonética alt-europäisch del grado o:
tendríamos así *Ais-t- + ura. Habríamos llegado en nuestra reconstrucción ya muy
cerca de la forma señalada en nuestras fuentes: *Aistura frente a Astura. Pero queda
por explicar qué ha pasado con el diptongo de la sílaba inicial.
F. Villar47, simplemente, cree que la forma antigua procede de una raíz indo-
europea distinta, que daría hidrónimos antiguo europeos con una base *as-, con
el significado de «secarse», paradójicamente algo apropiado para un río (cf. Río
Sequillo), pero desde luego no para el Esla, posiblemente el río de más caudal de
la meseta norte tras el Duero. No es verosímil que el Esla contenga una etimología
que quiere decir «río Seco».
Prefiero pensar, para el Esla, en una base *ais-, grado o con fonética alt-euro-
päisch de la raíz *eis-. Se tendría que justificar entonces la forma Astura de nues-
tras fuentes por razones fonéticas: como una monoptongación en /ä:/ del antiguo
diptongo (reflejada en la grafía como A), un proceso del que hay fuertes indicios en
la Península al menos para el área lusitana48, aunque no para el celtibérico central49.
Esta /ä:/, por cierto, terminaría evolucionando hasta la /e/ que vemos en la forma
moderna, dado que ni el leonés ni el castellano conocen /ä/.
El río podría ser «el impetuoso, el que discurre con fuerza, con rapidez», de
modo bastante verosímil. La forma antigua de nuestras fuentes entonces sí podría
ser la antepasada de nuestro Esla: *Ais-t-ura > *Ästura (escrito Astura) > *Estla >
Esla. Y el etnónimo implicaría, como decía antes, «los que viven junto al río Esla».
Tenemos un problema con esta explicación, eso sí. ¿Por qué Asturias o Astorga
no muestran E- inicial?
La primera de esas formas no parece patrimonial, sino un cultismo libresco
que no debió seguir la evolución fonética regular. Tanto Asturias como Astorga
modifican el lugar del acento con respecto al hidrónimo. En el caso de Astorga ello
parece perfectamente motivado porque la derivación adjetival da al nombre una
sílaba más, y el cambio evita una pronunciación sobreesdrújula. Así *Ástura pasa
a *Astúrica con la derivación. La evolución desde Asturica sí es patrimonial, y esto
es lo que justifica la sonorización de la sorda intervocálica (-c-), la pérdida de la
vocal postónica (-i-) y la apertura a -o- de la vocal acentuada (-u-)50. Todo parece
impecable. Salvo la vocal inicial51. Quizá sea relevante la diferencia de referentes.

47
(2000): 302.
48
PRÓSPER, B. (2002): 387 ss.
49
JORDÁN, C. (2004): 60-1.
50
En cambio la -u- de Asturias, pese a llevar el acento, no pasa a -o-.
51
Cabe preguntarse si el cambio del acento no provocaría un desarrollo diferente de la /ä:/ inicial postula-
da. ¿Es verosímil pensar que, con el acento sobre ella, se mantuvo a lo largo del tiempo más nítidamente su timbre
palatal y eso la llevó finalmente a pasar a /e/, y que, en cambio, en posición átona, quizá porque perdió antes su
cantidad larga, volvió a /a/? En cualquier caso desde una /ä/ es tan verosímil en principio un resultado /e/ como uno

183
Juan Luis García Alonso

El uno es un río de nombre indígena. El otro una fundación romana con un nombre
de base indígena que ha sido manipulado por hablantes de latín, responsables de la
derivación adjetival. Cabe pensar que el hidrónimo sería esperable que siguiera por
un tiempo indeterminable pronunciándose en labios indígenas como /ä:stura/, con
acentuación en la primera sílaba, mientras que Asturica, fundación romana y acu-
ñación lingüística latina a partir de una base indígena, fuese desde sus comienzos /
asturica/, con acento en la segunda y con pérdida del carácter palatal de la A- inicial
(el latín tampoco conocía una /ä/) e incluso quizá de su cantidad. Así, con el tiempo,
los leoneses diríamos Esla por un lado pero Astorga por el otro.
Quiero llamar la atención sobre un topónimo Esles que podríamos hacer deri-
var de un /ä:stures/ esdrújulo si derivamos Esla de una /ä:stura/ acentuada igual.
¿Podría este lugar provenir del etnónimo en pronunciación nativa? Lamentablemente
el nombre no es de tierras astures, aunque sí muy próximas. Esles es el nombre de un
pueblecito cántabro a media distancia entre Santander y el valle del Pas. Podríamos
pensar que se trata de un grupo de astures establecido en tierras casi limítrofes con las
suyas o en un nombre que hace referencia a la no demasiada lejanía de la Asturia52.

b. Vettones

Este etnónimo muestra rasgos tanto en su fonética como en su formación que hacen
muy verosímil la hipótesis de que se trate de un nombre céltico, lo que, a mi modo
de ver, refuerza mis análisis anteriores, basados en la toponimia, que conferían una
fuerte presencia de celtas en este territorio (Salamanca, Ávila, oeste de Toledo,
norte de Cáceres53), pese a la idea muy difundida de que muy probablemente los
vettones hablaban algo semejante a lo que llamamos lusitano54.

/a/, aunque habría que justificar la diferencia de resultado.


52
También podemos traer a colación el nombre del pueblo costero asturiano de Lastres. La explicación de
este nombre parece clara a simple vista: es el plural de lastre, según la Real Academia «piedra de mala calidad y en
lajas resquebrajadas, ancha y de poco grueso, que está en la superficie de la cantera, y solo sirve para las obras de
mampostería», palabra de origen incierto, o el plural con fonética asturiana de lastra, «lancha de piedra». Muchos
son los nombres que hemos de relacionar con esta base en la toponimia peninsular: 1) A Lastra, aldea lucense muy
cerca del límite con Asturias, junto a un río Lamas, 2) La Lastra, pueblo de Cantabria occidental, junto al río Nansa,
cerca de Asturias, 3) La Lastra, pueblo del extremo noroeste de Palencia, cerca de León y Cantabria, en el entorno
de Asturias, pero también otros lugares de Ávila, Soria, Teruel, Cuenca e incluso Andalucía (Jaén y Córdoba). La
gran dispersión es normal, dado que es un apelativo en uso en castellano. La pregunta es si el Lastres asturiano no
podrá encubrir de algún modo un Ástures > Astres, con algún fenómeno de falso corte en fonética sintáctica para
explicar la -l- inicial. ¿Con una forma del artículo?
53
Vid. mi 2001.
54
Así, por ejemplo, J. Untermann (1992: 29): «por indicios menos directos se desprende (…) que los
Vettones y las tribus de Galicia y Asturia hablaban la misma lengua que los Lusitanos». En cualquier caso, la con-
tradicción aparente es menor si tenemos en cuenta que para este autor el lusitano no es más que un dialecto céltico
arcaico, algo contra lo que ya me he manifestado con anterioridad (vid. por ejemplo 2001).

184
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

La presencia de la geminada en el nombre es la primera pista importante, que


nos sugiere un grupo consonántico en el que ha habido asimilación a la dental del
sufijo. Además, señala B. Prósper55, podría ser que tuviéramos atestiguado el nom-
bre sin la asimilación, bajo la forma Vectones56.
En cualquier caso, estuviera o no la forma correctamente atestiguada, sí pode-
mos muy verosímilmente reconstruir una forma *Vec-t-on-es, un tema en -n de una
raíz con un sufijo dental. La evolución fonética es banal: *vektones > *vectones >
Vettones. Esta misma evolución la muestra de modo muy claro B. Prósper57, que
trae el paralelo para las distintas etapas de formas galas y británicas58.
Bajo el primer elemento, anterior a la dental, podemos pensar en la raíz indo-
europea *wegh-, «mover, tirar, viajar»59, de la que procede por ejemplo el latín veho
(perfecto vexi), de donde nuestro «vehículo», o el latín velox (< *wegh-slo-). La
raíz está atestiguada en céltico con un formante nasal (*wegh-no- > irl. fen, galés
gwain), y también con dental: *wegh-ti- > antropónimo galo Vecti-(rix); *wegh-t-
> galés medio gweith, irlandés antiguo fecht, en ambas lenguas «viaje, tiempo, vez»
y, como desarrollo semántico en principio extraño, «batalla», seguramente por con-
taminación con otra raíz60, *weik- «combatir», con infijo nasal *wink- «vencer»,
de donde el latín vinco, perfecto vici, así como formas germánicas, bálticas y esla-
vas. El irlandés fichid «combatió», que procede del grado cero de la raíz sin infijo
(< *wiketi), se pudo sentir en irlandés muy cerca de fecht, con lo que tiene pleno
sentido la acepción de éste como «batalla». La fonética, en cualquier caso, hubiera
hecho casi confluir *wegh-t- con *weik-t-, al pasar el primero a *wekt- por asimi-
lación de las oclusivas. Así el céltico *wectis, «saqueo, batalla, hazaña», parece que
engloba de alguna manera los campos semánticos de ambas raíces.
El estrecho paralelismo con formas célticas (irlandesas, galesas y galas) me
hace inclinarme por considerar céltico este etnónimo61.

55
(2005): 306.
56
La forma la recoge, efectivamente A. Holder (1896-1910: vol. III, 267) aunque no me parece muy de fiar.
Se trata de variantes textuales de dos o tres fuentes literarias secundarias, variantes sistemáticamente corregidas por
los editores (lo que no es con seguridad una decisión acertada: los editores no hacen más que dar la versión más
conocida del etnónimo). No recoge tal forma sin embargo la TIR en ninguno de los dos ejemplares que tienen la
entrada «Vettones».
57
(2005): 305-7.
58
Como Avectius, AVETUS, ADVETISSO(NIS), VETTILLA, VECTINIA, Ouectinio~ o incluso la forma
(atestiguada en escritura ibérica en el sur de Francia) a-u-e-ti- -i- (< *ad-wecti-rics); también hay formas britanas
como (AD)VECTI o ADVECTO, o incluso el antepasado del antropónimo galés Matgueith (< *Matu-wecto-).
59
Así también PRÓSPER, B. (2005): 305-07. IEW: 1118.
60
Cf. DELAMARRE, X. (2003): 309.
61
Aunque no podemos desechar por completo la posibilidad de que se trate de un cognado de una lengua
afín al lusitano, lo que en cualquier caso sería una opción menos económica: en céltico la forma es conocida. En
lusitano no, salvo que el ejemplo sea éste o algunas otras formas analizadas por B. Prósper. Pero esto sería la pesca-
dilla mordiéndose la cola.

185
Juan Luis García Alonso

Los vettones serían, así pues, «los guerreros» o «los saqueadores», o incluso
«los viajeros». ¿Fue éste un nombre surgido dentro de la comunidad o es exógeno?
Uno puede pensar que si la connotación es positiva es más fácil que sea endógeno.
«Los guerreros» puede ser endógeno. Pero incluso una connotación para nosotros
«negativa» podría provenir de un nombre endógeno que tuviera el fin de aterrorizar
a los vecinos. Así, «los saqueadores». Ya sabemos, en cualquier caso, que para los
romanos era chocante comprobar que entre los bárbaros europeos la actividad del
saqueo y el pillaje de territorios vecinos era una noble actividad.

c. Laeetani

Las tierras de este pueblo ocupan la llanura costera desde Barcelona a Blanes,
además de la ciudad de Rubricata tierra adentro. La forma exacta del étnico es
confirmada por inscripciones latinas62 así como por las monedas indígenas con la
leyenda, en escritura ibérica63, l-a-i-e-s-ke-n. Aquí encontramos una vez más el
«sufijo» ibérico presente en monedas nativas y que marca el origen, mientras que la
terminación es -etani en la versión grecorromana del nombre, de modo que ambas
terminaciones parecen de algún modo equivalentes. El radical sería algo así como
Lai-, que podría ser casi cualquier cosa. Quizás sólo sea homofonía casual, pero, no
obstante, me parece tentador pensar en relacionar este nombre con la raíz indoeuro-
pea *pel-H2 - / pla-, de donde palavmh, planus, flat, OIr. lám, etc., la cual, con foné-
tica céltica, daría el significado de «habitantes de la llanura» o «de las tierras bajas»
al étnico. Lo cierto es que habitaban las tierras bajas cercanas a la costa, las comar-
cas llamadas hoy, significativamente, Vallés y Maresme64. Sería muy interesante si
tuviéramos un par al que oponer este nombre. Pues bien, más al interior, ascendien-
do hacia las alturas del Pirineo, siguiendo, corriente arriba, el río Rubricatus, las
fuentes antiguas sitúan al grupo étnico de los BERGISTANI. Estos podrían ser los
«habitantes de las tierras altas» o los «montañeses»65. También tenemos irlandés
antiguo lám, quizá con un cognado en el británico Veru-lam-ium, además de, como
ya he sugerido en otro lugar66, el hispánico Lama67.

62
CIL, II 4226 y 6171.
63
MLH 1 A. 13.
64
Vid. TOVAR, A.; ibidem.
65
Del indoeuropeo *bhergh-, quizá del grado e céltico, quizá seguido de un sufijo (¿de superlativo?) -isto- y
finalmente del latín -an-i. Es decir, el nombre de los bergistanos, como vimos, no es propiamente un nombre en -
etani.
66
(2001): 393.
67
También he reconstruido una forma *Ver-lan-ia para el nombre del arroyo que discurre a los pies del cas-
tro de Yecla de Yeltes (Salamanca), llamado hoy Varlaña.

186
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

En nuestro Lai-etani parece que tendríamos un derivado en -io-, algo así como
*pla-io-, exactamente el origen supuesto para el irlandés antiguo laë (<*plaiom),
«día», quizá originalmente «giro», aunque Pokorny lo recoge, claro, bajo una raíz
pel-/ pelH-/ pla- distinta, la que explica el griego pevla~ «cerca», o pelavth~ «veci-
no», un campo semántico, por cierto, también apropiado para un grupo étnico68.
Si alguna de estas opciones fuera correcta, el étnico Laeetani mostraría la pre-
sencia en principio sorprendente de celtas en estas tierras. La pérdida de la p- inicial
sería muy elocuente. Si el emparejamiento con los Bergistani no es un espejismo,
ello daría más peso a la posibilidad de una interpretación como céltico del nombre
de los Bergistani, claramente indoeuropeo, aunque sin nada intrínsecamente céltico.
Si hubiera celtas en esta zona, parece fácil explicarlos como una penetración
reciente de galos desde el SE de la Galia, especialmente en el caso de los bergista-
nos o, incluso, como un capítulo más de la expansión céltica por Hispania, quizá de
gentes del mismo grupo de los celtíberos69.

d. Contestani

Este pueblo parece ibérico en sentido estricto y habitaban la parte oriental de la pro-
vincia de Albacete y el norte de la de Murcia, limitando con bastetanos y edetanos.
El nombre es uno de los que no parece tener exactamente la terminación -etani,
-itani de la que se ha hablado más arriba. Parece más bien que nos enfrentaríamos a
una base *Contest- seguida de una terminación banal en latín, -ani. Si partimos de
*contest- podríamos tener, de modo algo sorprendente, una clara explicación indo-
europea, concretamente céltica, desde la raíz *tep-, con derivados como *tepent- o
*tepor-, «calor (tanto físico como espiritual)»: latín tepor «calor», sánscrito tápati
«calentar, quemar», avéstico tafnah- «fiebre», persa tab «fiebre», ruso teplo «calien-
te», hetita «fiebre, calor»70. El celta insular71 conoce una derivación *testus, *tessus,
de *teps-tu-: irlandés antiguo tess «calor», galés tes «calor», bretón tez «calor». El
galo parece mostrar un derivado de *teps-ti-: galo tessi-, te i-.
Pues bien, por medio de este elemento precedido por con- «con» hay un buen
número de nombres personales galos: Con-tessus, Con-tessa, (Ko)nteqi(Con-
teddius, Con-tessilo, Conteddilicia. Una base con-tess(i)o- es también lo que sub-
yace al galés cynnes «cálido, afectuoso, amable, querido», término del que deriva el
verbo cynhesu «to warm, to cherish».

68
Aunque esta explicación haría responsible del nombre a algún otro grupo de la comarca.
69
Acerca de los topónimos layetanos, como de todos los del nordeste, he hecho recientemente un trabajo (en
prensa-b).
70
IEW: 1069-70.
71
DELAMARRE, X. (2003): 294.

187
Juan Luis García Alonso

Una formación idéntica a la que hemos visto en celta insular y en galo, *Con-
teps-t- hubiera dado, con fonética céltica, Contest-, exactamente la base que sirvió
a los romanos para formar el etnónimo que analizamos. Tendríamos que traducirlo
como «los amigos, los aliados», o algo así.
Es difícil rechazar esta idea como homofonía casual, pues se trata de una
secuencia de siete fonemas y de una formación con paralelos idénticos en varias
lenguas. Pero resulta muy chocante una etimología céltica en el corazón del mundo
ibérico. No descarto que hayamos encontrado una explicación desde el indoeuropeo
simplemente porque conocemos mucho mejor esta familia lingüística y no porque
el nombre sea realmente indoeuropeo. Eso sí, aunque conocemos miles de palabras
ibéricas no hay, o al menos yo no conozco, términos ibéricos comparables con el
nombre de los contestanos. De la presencia de algunos celtas en el SE peninsular
sería una evidencia incontestable el topónimo Segisa, hoy Cieza, mencionada por
Ptolomeo (II 6.60) entre las ciudades bastetanas72.

72
Vid. GARCÍA ALONSO, J.L. (2003): 361.

188
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

Fig. 1. Reconstrucción de la oikoumene de Ptolomeo

189
Juan Luis García Alonso

BIBLIOGRAFÍA

ALBERTOS FIRMAT, M.ªL., (1966): La onomástica personal primitiva de Hispania Tarraconense y


Bética, Salamanca.
ANREITER, P., (2001): Die vorröischen Namen Pannoniens, Budapest.
DE BERNARDO STEMPEL, P., (1999): Nominale Wortbildung des Älteren Irischen, Tübingen.
— (2000): «Ptolemy’s Celtic Italy and Ireland: a Linguistic Analysis», en D. Parsons y P. Simms-
Williams (eds.), Ptolemy: Towards a linguistic atlas of the earliest Celtic place-names of Europe,
Aberystwyth, pp. 83-113.
— (2001): «Grafemica e Fonologia del celtiberico: 1. Nuovi dati sulle vocali mute; 2. Una nuova legge
fonetica che genera dittonghi; 3. Fonti e fasi di sviluppo della sibilante sonora», en F. Villar y P.
Fernández (eds.), Religión, Lengua y Cultura Prerromanas de Hispania. (Actas del VIII Coloquio
sobre Lenguas y Culturas Hispanas Prerromanas), Salamanca, pp. 319-334.
— (2002): «Centro y áreas laterales: la formación del celtibérico sobre el fondo del celta peninsular
hispano», Palaeohispanica 2: 89-132.
COROMINAS, J., (1954): Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, 4 vols., Madrid.
— (1972): Tópica Hespérica. Estudios sobre los antiguos dialectos, el substrato y la toponimia roman-
ces, 2 vols., Madrid.
CHANTRAINE, P., (1968): La Formation des Noms en Grec Ancien, París (orig. 1933).
DELAMARRE, X., (2003): Dictionnaire de la langue gauloise. Une approche linguistique du vieux-
celtique continental, París.
DILLER, A., (1939): «Lists of Provinces in Ptolemy’s Geography», Clas.Ph. 34: 228-238 (= 1983:
87-98).
— (1983): Studies in Greek Manuscript Tradition, Amsterdam.
ERNOUT, A. y MEILLET, A., (1985), Dictionnaire Étymologique de la Langue Latine. Histoire des
Mots, París (1ª 1932; 2ª 1959).
EVANS, D. Ellis, (1967): Gaulish Personal Names, Oxford.
— (1972): «Ir. orn : W. orn : Celt. org-no-», en Homenaje a Antonio Tovar, Madrid, pp. 131-136.
FAUST, M., (1966): Die antiken Einwohnernamen und Völkernamen auf -itani, -etani. Eine Untersu-
chung zur Frage des westmediterranen Substrats, Gotinga.
FHA, (1925ss): Fontes Hispaniae Antiquae, A. Schulten, P. Bosch Gimpera y L. Pericot (eds.), 9 vols,
Universidad de Barcelona.
GARCÍA ALONSO, J.L., (1994): «La toponimia de los antiguos pelendones en la Geografía de Clau-
dio Ptolomeo: los nombres autrigones», en Actas del VIII Congreso Español de Estudios Clásicos.
(Madrid, septiembre de 1991), vol. I, Madrid, pp. 503-510.
— (1995): La Geografía de Claudio Ptolomeo y la Península Ibérica, microficha, Salamanca.
— (2000): «On the Celticity of the Duero Plateau: Place-Names in Ptolemy», en D. Parsons y P. Si-
mms-Williams (eds.), Ptolemy: Towards a linguistic atlas of the earliest Celtic place-names of
Europe, Aberystwyth, pp. 29-53.

190
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

GARCÍA ALONSO, J.L., (2001): «Lenguas prerromanas en el territorio de los vetones a partir de la topo-
nimia», en F. Villar y P. Fernández (eds.), Religión, Lengua y Cultura Prerromanas de Hispania. (Ac-
tas del VIII Coloquio sobre Lenguas y Culturas Hispanas Prerromanas), Salamanca, pp. 389-406.
— (2003): La Península Ibérica en la Geografía de Claudio Ptolomeo, Vitoria.
— (2005a): «Ptolemy and the Expansion of Celtic Language(s) in Ancient Hispania», en J. de Hoz,
E.R. Luján y P. Simms-Williams (eds.), New Approaches to Celtic place-names in Ptolemy»s Geo-
graphy, Madrid, pp. 135-152.
— (2005b): «Indoeuropeos en el Nordeste», en IX Coloquio Internacional sobre Lenguas y Culturas
Paleohispánicas. (Barcelona 20-24 de octubre de 2004) = Palaeohispanica 5: 235-58.
— (2006): «-Briga Toponyms in the Iberian Peninsula», e-Keltoi, Journal of Interdisciplinary Celtic
Studies. Vol. 6: The Celts of the Iberian Peninsula, M. Alberro and B. Arnold (eds.), pp. 689-714.
http://www.uwm.edu/Dept/celtic/ekeltoi/volumes/vol6/6_15/garcia_alonso_6_15.pdf.
— (en prensa-a): «La toponimia en el territorio de la Carpetania», en Los pueblos prerromanos en Cas-
tilla-La Mancha. (Ciudad Real, 5 al 7 de julio de 2004).
— (en prensa-b): «La parte hispánica de la Geografía de Claudio Ptolomeo», en J. Mangas et alii (eds.),
Testimonia Hispaniae Antiqua, vols. IIIA y IIIB, Universidad Complutense: Madrid.
GIL, J., (1977): «Notas a los bronces de Cotorrita y de Luzaga», Habis 8: 161-74.
GORROCHATEGUI, J., (1984): Estudios sobre la onomástica indígena de Aquitania, Vitoria.
— (2000): «Ptolemy’s Aquitania and the Ebro Valley», en D. Parsons y P. Simms-Williams (eds.),
Ptolemy: Towards a linguistic atlas of the earliest Celtic place-names of Europe, Aberystwyth,
pp. 143-157.
— (2005): «Establishment and analysis of Celtic toponyms in Aquitania and the Pyrenees», en J. de
Hoz, E.R. Luján y P. Simms-Williams (eds.), New Approaches to Celtic place-names in Ptolemy»s
Geography, Madrid, pp. 153-188.
HOLDER, A., (1896-1910): Alt-Celtischer Sprachschatz, vols. I-III, Leipzig (= Graz 1961/2).
DE HOZ BRAVO, J., (1963): «Hidronimia antigua europea en la Península Ibérica», Emerita 31: 227-
42.
— (1988): «Hispano-celtic and Celtiberian», en G.W. MacLennan (ed.), Proceedings of the First North
American Congress of Celtic Studies, Ottawa, pp. 191-207.
IEW: vid. POKORNY, J., (1951-59).
ISAAC, G.R., (2004): Place Names in Ptolemy»s Geography, (Disco Compacto), Aberystwyth.
JORDÁN CÓLERA, C., (1996): «La raíz *eis- en la hidrotoponimia de la Península Ibérica», Beiträge
zur Namenforschung, Neue Folge 32: 417-55.
— (2004): Celtibérico, Zaragoza.
LAMBERT, P.-Y., (1980): «Étymologies: 4. Irlandais súil», Études Celtiques 17: 175-8.
LAPESA, R., (1981): Historia de la Lengua Española, Madrid (1a ed. 1942).
MARCO SIMÓN, F., (1996): «¿Volcas en Hispania?: a propósito de Livio, 21, 19, 6», Études celtiques
32: 49-55.
MENÉNDEZ PIDAL, R., (1968): Toponimia Prerrománica Hispana, Madrid.

191
Juan Luis García Alonso

MLH: UNTERMANN, J., (1975/1980/1990/1997): Monumenta Linguarum hispanicarum. I. Die Mün-


zlegenden. II. Inschriften in iberischer Schrift aus Südfrankreich. III. Die iberischen Inschriften
aus Spanien. IV. Die tartessischen, keltiberischen und lusitanishen Inschriften, Wiesbaden.
MONTEAGUDO, L., (1947): «Mela III 13 y Ptolomeo «Geog.» II 6, 4», Emerita 15: 71-81.
— (1950): «Casitérides», Emerita 18: 1-17.
— (1951): «Carta de Coruña Romana I. El Interior», Emerita 19: 191-225.
— (1952): «Carta de Coruña Romana II. Costa», Emerita 20: 467-490.
— (1953): «Provincia de Coruña en Ptolomeo», AEspA 26: 91-99.
— (1957): «Carta de Coruña Romana III. Costa», Emerita 25: 14-80.
PALOMAR LAPESA, M., (1957): La Onomástica Personal Pre-Latina de la Antigua Lusitania, Sa-
lamanca.
PEDERSEN, H., (1909-1913): Vergleichende Grammatik der keltischen Sprachen, 2 vols., Göttingen.
POKORNY, J., (1951-59): Indogermanisches etymologisches Wörterbuch (IEW), vols. I-II, Bern &
München.
PRÓSPER PÉREZ, B., (2002): Lenguas y Religiones prerromanas del Occidente de la Península Ibé-
rica, Salamanca.
PTOLOMEO: Claudii Ptolemaei Geographiae libri octo. Graece et Latine ad codicum manu scripto-
rium fidem, ed. F.G. Wilberg y C. H. F. Grashof, Essendiae, 1838-45.
— Claudii Ptolemaei Geographia, ed. K.F.A. Nobbe, 3 vols., editio ster. editionis 1843-45, Leipzig,
1898 (reimpr. con introd. de A. Diller, Hildesheim, 1966 y 1990).
— Claudii Ptolemaei Geographia, ed. K. Müller, 2 vols., París, 1883-1901.
— Die Geographie des Ptolemaeus: Gallia Germania Raetia Noricum Pannonia Illyricum Italia, ed.
O. Cuntz, Berlín, 1923.
— La Géographie de Ptolémée: L’Inde (VII, 1-4), ed. L. Renou, París, 1925.
— Ptolemaios. Geographie 6, 9 - 21. Ostiran und Zentralasien, ed. I. Ronca, Roma, 1971.
— Claude Ptolémée astronome, astrologue, géographe. Connaissance et représentation du monde ha-
bité, G. Aujac, trad., París, 1993.
— Ptolemy’s Geography. An annotated translation of the theoretical chapters, J.L. Berggren, A. Jones,
trads., Princeton, 2000.
— «La parte hispánica de la Geografía de Claudio Ptolomeo», en J. Mangas et alii (eds.), Testimonia
Hispaniae Antiqua, vols. IIIA y IIIB, Universidad Complutense: Madrid, en prensa.
SCHMIDT, K.H., (1957): «Die Komposition in gallischen Personennamen», ZCP 26: 33-301.
SCHMOLL, U., (1959): Die Sprachen der vorkeltischen Indogermanen Hispaniens und das Keltibe-
rische, Wiesbaden.
TIR: J-29 (1995) = Tabula Imperii Romani. Hoja J-29: Lisboa, Madrid.
— K-29 (1991) = Tabula Imperii Romani. Hoja K-29: Porto, Madrid.
— K-30 (1993) = Tabula Imperii Romani. Hoja K-30 Madrid, Madrid.
— K/J-31 (1997) = Tabula Imperii Romani. Hoja K/J-31: Pyrénées Orientales-Baleares, Madrid.
— J-30: (2001) = Tabula Imperio Romani. Hoja J-30: Valencia, Madrid.
TOVAR, A., (1946): «Las inscripciones ibéricas y la lengua de los celtíberos», BRAE 25: 7-42.

192
LA GEOGRAFÍA DE PTOLOMEO Y EL CORPUS TOPONÍMICO Y ETNONÍMICO DE HISPANIA

TOVAR, A., (1974): Iberische Landeskunde. Zweiter Teil. Die Völker und die Städte des antiken His-
panien. Band I, Baetica, Baden-Baden.
— (1980): Mitología e ideología del vasco, Madrid.
— (1989): Iberische Landeskunde. Segunda Parte. Las tribus y las ciudades de la antigua Hispania.
Tomo 3: Tarraconensis, Baden-Baden.
THURNEYSEN, R., (1946): A Grammar of Old Irish, traducción inglesa (de la 1ª edición alemana,
Heidelberg, 1909) y edición revisada y aumentada de D. A. Binchy y O. Bergin, Oxford-Dublín,
1946 (reimpr. 1980).
UNTERMANN, J., (1961): Sprachräume und Sprachbewegungen im vorrömischen Hispanien, Wies-
baden. Trad. española en APL: 10, 1963.
— (1992): «Los etnónimos de la Hispania antigua y las lenguas prerromanas de la Península Ibérica»,
Complutum 2/3: 19-33.
— (2004): «Célticos y Túrdulos», Palaeohispanica 4: 199-214.
VALLEJO RUIZ, J.M., (2005): Antroponimia indígena de la Lusitania romana, Vitoria.
VILLAR LIÉBANA, F., (1990): «La primera línea del Bronce de Cotorrita», en F. Villar (ed.), Studia
indogermanica et palaeohispanica in honores A. Tovar et L. Michelena, Salamanca, pp. 375-92.
— (1993): «Las silbantes en celtibérico», en Actas del V Coloquio sobre lenguas y culturas prerro-
manas de la Península Ibérica. (Colonia 1989) = Lengua y cultura en la Hispania prerromana,
Salamanca, pp. 773-818.
— (1995a): Estudios de celtibérico y de toponimia prerromana, Salamanca.
— (1995b): «Los nombres de Tartesos», Habis 26: 243-70.
— (2000): Indoeuropeos y no indoeuropeos en la Hispania prerromana, Salamanca.
— (2004): «Aresinarii y los topónimos prerromanos de Hispania compuestos con la preposición celta
are», Palaeohispanica 4: 217-224.
— & PRÓSPER PÉREZ, B., (2005): Vascos, Celtas e Indoeuropeos, Salamanca.

193
PARTE SEGUNDA

La aportación de la epigrafía

L’apport de l’épigraphie
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE1

PATRICK LE ROUX
Université de Paris XIII

Il n’y a pas d’indices épigraphiques qui ne comportent une rubrique géographique.


Dès la période de la conquête sous la République, des documents officiels émanant
de l’autorité romaine font état de lieux ou de toponymes obscurs dont la présence se
justifie en priorité par le contexte local2, mais signale au même moment l’interven-
tion de Rome capable de contrôler des territoires récemment soumis. Les développe-
ments quantitatifs et qualitatifs des inscriptions sous l’Empire s’accompagnèrent de
la multiplication des références à caractère géographique, ce qui n’est évidemment
pas limité à la péninsule. Les informations épigraphiques participent, de ce point de
vue, à un recensement voisin de celui de Pline l’Ancien ou de Ptolémée3. Les traits
locaux et régionaux l’emportent, dans un esprit qui ne s’apparente qu’involontaire-
ment à la «chorographie» de Strabon tournée vers l’ethnographie, de même que les
titres de gloire d’un territoire et de sa population depuis les origines, ce qui suppose
une réflexion sur la diversité des approches géographiques possibles ou effectives4.
On note également que les rubriques concernées entrent dans des séries diversifiées
et hétérogènes, aucun croquis ne pouvant synthétiser à lui tout seul cette géogra-

1
Par «épigraphie» j’entends toutes les formes de l’écrit sur support durable (ce qui la distingue de la papy-
rologie mais inclut en principe les légendes monétaires). Conformément à la proposition de nos collègues éditeurs
des IRC, j’adopte l’expression instrumentum inscriptum au lieu de domesticum (CIL).
2
On citera, à titre d’échantillon, les bronzes de Turris Lascutana (CIL I2 614 = ILLRP 514 = CIL II 5041),
d’Alcántara (AE 1984 495 = 1986 304), de Botorrita ou Contrebia Belaisca (AE 1979 377).
3
Sur l’esprit de l’œuvre de Pline et de Ptolémée, outre les contributions incluses dans ce volume:
MURPHY, T. (2004), qui met en valeur, parmi d’autres traits des énumérations pliniennes, une approche intempo-
relle et une parenté avec les pratiques triomphales que rejoint, peut-on ajouter, la pratique épigraphique; AUJAC,
G. (1993), consacré à l’esprit et à l’environnement scientifiques de la géographie de Ptolémée.
4
Sur la chorographie et Strabon: CLARKE, K. (1999).

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 197-219.
197
Patrick Le Roux

phie. Les cartes quelles qu’elles fussent ou quelle qu’en fût la teneur n’étaient pas
en mesure, pas plus qu’aujourd’hui, de représenter la synthèse complète des faits
dans l’espace. La «géographie» est précisément la prise en compte de la dimension
spatiale et territoriale, de découpages territoriaux individualisés, de la construction
et de la représentation d’images destinées à faciliter la distribution dans l’espace
péninsulaire de réalités multiples et d’ordre différent.
À partir d’Auguste, la péninsule Ibérique cesse d’être seulement ce qu’elle
avait été pour les Grecs, une terre extrême-occidentale de l’écoumène dont les divi-
sions demeuraient mal perçues ou identifiées. Il est légitime de parler de «vision
rapprochée» et régionalisée. L’espace ibérique comparé à une peau de boeuf
déployée5 n’est plus seulement une partie de la terre habitée mais un ensemble de
territoires divers dont les contours et les contenus se combinaient suivant les con-
textes et les langages ou les registres administratifs. La mise en relation des apports
de l’épigraphie et des textes à caractère géographique ou ethnographique pose prin-
cipalement la question des discours sur les territoires et leur peuplement, de leurs
interférences ou de leur interversion et impose de distinguer les points de vue, c’est-
à-dire qui nomme et pourquoi.
Comment et en quoi l’épigraphie éclaire-t-elle les rapports entre usages de la
géographie et structuration des relations à l’intérieur des provinces? En quoi les
contenus géographiques des témoignages inscrits nous renseignent-ils sur la géo-
graphie elle-même? Il s’agit surtout d’analyser les constructions et les dynamiques
des espaces provinciaux que reflètent les données des inscriptions de même que
leurs liaisons avec les conceptions et les méthodes traduites par les expressions
géographiques du temps. Après un travail de classification des différentes catégo-
ries d’informations proposées par les documents épigraphiques et l’évaluation des
problèmes d’interprétation qu’ils soulèvent, il convient d’accorder une place à part
aux regards de l’administration et des gouvernants avant de réfléchir à l’émergence
ou non d’une approche régionale de l’Hispania comme contribution de l’épigraphie
à la constitution d’une géographie péninsulaire d’époque romaine.

1. Ubique geographica

Les références géographiques6 ne sont l’apanage d’aucune catégorie d’inscriptions,


même si certaines s’y prêtent plus que d’autres. L’omniprésence des mentions et
des repères géographiques tient, évidemment, à l’expérience quotidienne des popu-
5
STR., III 1.3.
6
Il n’est pas possible de citer dans le cadre de ce travail toutes les données rassemblées; il a paru plus rai-
sonnable de proposer un éventail aussi complet que possible des contenus documentaires et de noter, le cas échéant,
les singularités et les exceptions.

198
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

lations: pour se déplacer ou se mouvoir dans un espace donné, les Anciens avaient
bien sûr besoin de lieux et de localisations commodément identifiés. Une revue de
détail des occurrences ne peut pas oublier que cette opération de reconnaissance
allait de pair avec la nécessité de «nommer», ce qui n’est jamais neutre ni sans
signification même pour les noms apparemment les plus anodins7.
Statistiquement les plus répandues, les épitaphes ne comportent pas systéma-
tiquement des noms de lieux ni d’adjectifs à valeur toponymique, ce qui confère
un intérêt particulier à la présence de telles informations. On note, par exemple,
l’inclusion du nom de la cité dans la formule funéraire banale s. t. t. l., comme à
Baelo, l’interprétation s. t. b. t. l. en s(it) t(ibi) B(aelonis) t(erra) l(euis) étant la plus
vraisemblable8. A Cidadela, Sobrado dos Monxes, dans la province de La Corogne,
Iulius Severianus est dit defunctus in valle Mini9, ce qui ne suggère aucune mort
violente ni accidentelle mais paraît impliquer un décès loin de chez soi en rai-
son d’une activité professsionnelle. On rapprochera cette formule de l’inscription
de Conimbriga dont le jeune homme, disparu à 18 ans, est dit defunctus monte
Mariano, secteur minier confisqué par Tibère au chevalier Sex. Marius10. Il n’en
va pas de même pour le Caedriponensis mort sur le territoire d’Ostippo dont l’épi-
taphe précise: hic interfectus est11. On peut imaginer une rixe voire une attaque par
des voleurs malgré l’absence de la mention a latronibus. Dans la même région, un
affranchi a été enseveli dans sa propriété rurale située dans le pagus Singiliensis12.
Enfin, on relève la formule Aug(ustobrigensis) ann. XXXV obit fine Arcobrigensium
sur un texte funéraire de Trébago, Soria13. Ce type de notation, relativement rare,

7
Voir par exemple PLIN., NH 3.28 et MURPHY, T. (2004): 129-163.
8
Baelo V 20: T(i)b(i), envisageable épigraphiquement, ne paraît pas satisfaisant: le point entre T et B dif-
férencie l’abréviation de MBVS pour M(ani)bus, sans ponctuation; on note, en outre, l’insistance à signaler que le
personnage n’est pas un citoyen local et n’est donc pas enterré dans sa cité comme l’expriment les lettres D. B. à
développer d(efunctus) B(aelone).
9
CIRG I 34. Le lieu de sépulture correspond au camp de la Ire cohorte des Celtibères. Le personnage défunt,
âgé de 47 ans, n’est ni un soldat ni un vétéran, ce qui aurait été mentionné, mais appartenait sans doute à la popu-
lation civile dont les activités dérivaient de la présence militaire. La vallis Minii dont il est question n’est pas
immédiatement localisable, car les textes géographiques montrent qu’il y avait confusion avec l’affluent appelé
aujourd’hui le Sil dont le cours traversait le Bierzo et la province moderne d’Orense: voir TRANOY, A. (1981):
27. Toutefois, la haute vallée du Miño abritait Lugo et c’est probablement dans le secteur en aval de la ville qu’on
devrait situer la disparition de Severianus.
10
ILER 6342; Fouilles de Conimbriga II 32: le défunt, un pérégrin appelé Vegetus Aviti f., était probable-
ment un travailleur de la mine: DOMERGUE, C. (1990): 339-345.
11
CIL II 1444 = CIL II2/5 988. La cité de Caedripo, si c’est bien son nom car le monument est perdu, n’est
pas attestée ailleurs dans les sources disponibles.
12
CIL II2/5 989: sepultus est fundo suo pago Singiliens. Le pagus est nommé d’après le Singilis affluent de
la rive gauche du Baetis. On ne voit pas pourquoi pagus et fundus se confondraient, malgré la référence à un fundus
Singiliensis sur les amphores à huile exportées à Rome (CIL XIV 4447 et 4456).
13
AE 2002 794 = HEp 11 520. Arcobriga, sur la rive droite du Jalón, est localisé à proximité de Monreal de
Aziza, Saragosse. Aug(ustobriga), lieu d’origine probable, se trouvait à Muro de Agreda (CIL II: 390) sur la route
entre Numance et Turiaso, l’abréviation incitant à ne pas retenir Talavera la Vieja appelée aussi Augustobriga et
rattachée à la province de Lusitanie romaine. L’expression fine au singulier (et non le pluriel finibus qui eût indi

199
Patrick Le Roux

reflète un événement inattendu ou imprévu et indique sans ambiguïté une sépara-


tion d’avec le milieu géographique familier au défunt ou, concernant le libertus, un
choix personnel, marque d’autonomie et de volonté manifestée à titre privé.
Les documents évoqués attirent également l’attention sur la présence de l’ori-
go des défunts dans diverses épitaphes. La mention géographique y est formulée
soit à l’aide du nom de lieu à l’ablatif locatif soit de l’adjectif, fréquemment ter-
miné en -(i)ensis ou en -itanus en fonction de la structure linguistique du toponyme,
ou même un ethnique14. L’exemple du Seurrus transmini(anus) mort à Astorga
(Asturica Augusta) et de la Seurra transm(iniana) enterrée au sud du conventus de
Bracara Augusta entrent dans un groupe de témoignages très peu attesté15. Dans
la plupart des cas, la mention géographique dénote, vraisemblablement, l’éloi-
gnement et le décès en terre étrangère, mais plusieurs exceptions montrent qu’on
pouvait revendiquer son origine dans la cité d’appartenance elle-même: à Lugo,
Flavia Paterna, la mère, fait préciser que sa fille, Iulia Flaccilla, morte à 18 ans,
est originaire de Lucus Augusti16; l’ancien duumvir de Mérida, décédé à 37 ans,
L. Antestius Persicus, est dit Emeritensis dans l’épitaphe élevée par ses enfants17;
toujours dans la colonie augustéenne, Argentaria Verana18, par ailleurs dédicante
de l’autel funéraire de son neveu (sobrinus) et affranchi Argentarius Achaicus, dit
lui aussi Emeritensis, porte localement la mention de son origo19; sur le monument
qu’il construit à sa propre mémoire et à celle des siens, l’affranchi d’une flami-
nique de la colonie, G. Valerius Hymineus, rappelle sa citoyenneté Emeritensis20;
plus ambigu est L. Antonius L. f. Quir. Vegetus revendiquant une identité Turdule à
Mérida mais avec une inscription dans la droit tribu Quirina qui n’était pas celle de
la capitale lusitanienne rattachée à la tribu Papiria21. Ce texte fait écho à l’épitaphe

qué le territoire même de la civitas) semble signifier que le voyageur est mort aux confins de la cité nommée, avant
d’avoir pu y arriver, sans que l’on sache si elle représentait sa destination ou si elle se trouvait seulement sur sa route.
14
On recense, dans une moindre mesure, des terminaisons en -anus, -inus: Augustanus, Oretanus, Otobesanus,
Valentinus, etc.
15
ILER 6347; TRANOY, A. (1981): 59: l’adjectif, assurément transminianus et non transminiensis (Tranoy
et d’autres), est employé à Astorga (ILER) et à Felgueiras, Carviçais, Moncorvo (AP 29 (1930-1931): 157 sq); il
indique que les Seurri formaient une communauté à cheval sur le fleuve et que Q. Varius Reburri f. Maternus et
Tridia Modesti f. appartenaient à la partie du peuple située au-delà du Minius selon un regard porté d’est en ouest,
ce qui peut signifier qu’à l’image des Astures, les Seurri, peut-être dominants à un moment donné de la conquête,
avaient été sans doute divisés en deux populi par le pouvoir romain.
16
CIL II 2586 = IRPLugo 30, avec quelques interrogations, non décisives pour le sujet concerné, sur la pro-
venance exacte du document.
17
AE 1952 117 = ERAE 145.
18
AE 1993 903 = HEp 5 88: le dédicant est à la fois le neveu (elle est sa matertera) et l’affranchi de Verana.
Sur le sens de sobrinus: ARMANI, S. (2002).
19
AE 1993 904 = HEp 5 89.
20
CIL II 494 = ERAE 113.
21
AE 1998 709: on ne connaît pas de civitas Turdulorum, à plus forte raison de rang municipal ou de droit
latin qu’impliquerait la tribu flavienne; les Turdules habitaient deux régions principales, celle de Mérida (STR., III
2.15), en Lusitanie, et la Béturie, intégrée au conventus de Cordoue, en Bétique: PLIN., NH 3.13.

200
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

éméritaine de Pompeia Cloutina dite Turdula, ce qui privilégie le recours à l’identi-


té ethnique dans un contexte colonial22. Enfin, Lovesius Anceiti (filius) est présenté
par ses enfants comme Ammaiensis dans la cité d’Ammaia23. La mention du nom
de la cité dans la communauté même exprimait dans tous les cas l’appartenance à
une cité, soit que la résidence n’ait pas été le centre urbain proprement dit, soit que
socialement la revendication de telle ou telle origo soit apparue comme un élément
de dignité ou de prestige, notamment chez des affranchis ou des pérégrins.
L’origine des individus sur les inscriptions funéraires contribue avec d’autres
catégories d’inscriptions à faire connaître des localités, des toponymes, des indica-
tions géographiques ou administratives d’ordre local non inventoriés par ailleurs.
Nous avons vu que, sans le secours de ces documents, nous ignorerions l’existence
de Caedripo de Bétique ou l’identité officielle de Seurrus transminianus en usage
dans le conventus de Lugo. Ce n’est que par l’épigraphie qu’est attestée la cité lusi-
tanienne de Celticum Flavium et, en Callaecia, la res publica des Interamici, sise
dans la province actuelle d’Orense, à Asadur, demeurerait enfouie sans des témoi-
gnages inscrits24. C’est encore plus vrai des petits établissements ruraux, qu’ils
aient eu le statut de vicus ou non, de castellum ou non, ou d’agglomérations indéter-
minées: une illustration limitée à des exemples du quart nord-ouest de la péninsule
permet de ranger sous cette rubrique Amala, Cabrumuria, Calubriga, Cauldobenda,
Curunda, Curunniaca des Susarri, Elaneobriga, Paligum25. À l’opposé, il est relati-
vement rare qu’une inscription funéraire prenne en compte la dimension provinciale
ou hispanique: ce n’est pas fortuitement que l’une des rares occurrences se rencon-
tre chez un militaire décédé à Tarragone alors qu’il servait comme bénéficiaire du
gouverneur26. On doit enregistrer enfin les cognomina à caractère géographique que
véhiculent les épitaphes qu’il s’agisse de Baeticus, Callaecus, Cantaber, Hiberus,
Hispanus ou Vetto27. La gamme en est malgré tout assez restreinte et l’usage ne se
limite pas à la péninsule. D’un point de vue local et régional, les inscriptions voti-

22
CIL II 523. Mérida était située en territoire turdule comme l’on sait par Strabon (supra n. 21).
23
AE 1963 146 = IRCP 621: il est possible que la stèle funéraire provienne du territoire et non de la ville
chef-lieu.
24
Celticum Flavium: AE 1996 890 = HEp 7 374; Interamicus: AE 1989 435.
25
Le répertoire est trop fourni pour être cité en entier. Ici, par ordre de présentation: AE 1993 1035 a-b =
HEp 5 874; AE 1993 1037 (j’interprète Cabrumuria et Paligum comme des toponymes et non comme des anthro-
ponymes: voir AE 1994 1005); AE 1981 526 (ce n’est sans doute pas la même localité que la Calubriga des Gigurri
attestée comme origine d’un prétorien au CIL II 2610); AE 1993 1035 a-b = HEp 5 874; CIL II 2633; ILS 2530
(Salonae); AE 1973 299 (où je supprime volontiers aujourd’hui la ligature AE, non convaincante, qui avait conduit
à la lecture Elaeneobriga); AE 1993 1035 a-b = HEp 5 874.
26
CIL II 4154 = RIT 193: le soldat est dit ex provincia Baetica Italicensis, sans doute par transcription du
matricule et dans le contexte de la capitale administrative de la province voisine de la Bétique. On ajoutera qu’Ita-
lica de Bétique était la patrie d’empereurs et était devenue colonie romaine sous Hadrien.
27
Voir parmi beaucoup d’autres documents: CIL II 395, 3284; 114, 353; 2957, 2971, 3135; 2080, 3388; 283,
1166, 2025; 601, 823.

201
Patrick Le Roux

ves complètent les informations disponibles et révèlent au hasard d’une découverte


ou d’une lecture des toponymes, des districts ou des entités géographiques insoup-
çonnables par ailleurs, le plus souvent28.
On sait que les inscriptions municipales quand elles évoquent l’ordo, les magis-
tratures ou les honneurs concédés à un notable exposent en public le nom de la cité
soit sous la forme officielle et complète, soit en se contentant du toponyme adjectivé
désignant en fait les citoyens ou habitants. C’est en Bétique que les documents con-
servés sont les plus nombreux en raison de la floraison de petites républiques muni-
cipalisées sur une superficie relativement restreinte29. Au hasard, j’ai retenu Aurgi
(Jaén), Singili Barba (Cerro del Castillón) et Obulco (Porcuna)30. On enregistre à Jaén
les formulations suivantes: Aurgitanus, Aurgit(anus), Aurg(itanus), VIvir m(unicipii)
Flavi Aurg(itani), flamen m(unicipii) F(lavi) A(urgitani), municip(es) m(unicipii)
Aurg(itani). Au Cerro del Castillón, Antequera, l’ordo est dit ordo Sing., Singil. Barb.,
le municipe mun. Liberi Sing., Lib. Sing., Flavii Lib. Sing., mais dans certains contex-
tes on rencontre ordo Singiliensium et municipium municipum Singil(iensium)31. À
Porcuna, on peut noter les formules IIvir municipi Pontifici., pontifex ou leg. perpe-
tuus municipi Pontif., ordo Pontificiensis Obulconensis. On observe que le nom repo-
se sur un toponyme d’origine locale qui sert aussi, on l’a dit, à nommer les habitants
au pluriel. Dans un contexte plus politique ou plus civique, l’un des éléments impor-
tés de la titulature prédomine, ce qui est vrai de Pontificiensis à Obulco. On pourrait
ajouter Patriciensis à propos de Cordoue employé comme référence d’origine, ce qui
sous-entend que Corduba était bien connue, à certaines époques, sous le seul nom de
colonia Patricia32. Toutes les villes ou oppida existants ne sont pas répertoriés et l’épi-
graphie propose régulièrement de nouvelles identités et de nouvelles localisations33.

28
Voir à titre d’échantillon: ILER 862 dont la divinité Larocus porte un nom qui se confond avec celui de la
montagne; CIL II 2377 consacré à Tameobricus, théonyme à caractère toponymique ou ethnique; CIL II 5564 dédié
au Genius Tongobrigensium; ILER 687 qui est une inscription à Mars Tilenus évoquant la zone des mines et carriè-
res du mont Teleno; la dea Ataecina Turibrigensis se rapporte à Turi- ou Turobriga: AE 2002 663; AE 1997 778 b-c
mentionne, à Mérida même, les noms de l’Ana et de son affluent le Barraeca.
29
D’après la table des matières du CIL II2/5 (conventus d’Astigi) et II2/7 (conventus de Cordoue), on comp-
tabilise 54 et 23 territoires civiques.
30
En raison des mises à jour récentes des textes dans le cadre de la réfection du CIL II2. Aurgi: CIL II2/5 25-
48; Singili: CIL II2/5 770-801; Obulco, CIL II2/7 92-134.
31
Le CIL II2/5, établit une règle apparemment cohérente en mettant le toponyme au singulier devant un sin-
gulier et au pluriel devant un pluriel, mais on recense un exemple en toutes lettres de l’ordo Singiliensium (791), et
il est probable que le génitif pluriel ait été la forme la plus courante développant l’abréviation Sing. ou Singil. La
collectivité des habitants représentait l’élément déterminant d’une cité et fondait son existence.
32
Emerita et Pax Iulia ne rentrent pas à proprement parler dans cette catégorie, dans la mesure où aucun topo-
nyme au sens strict n’y est accolé, ce qui milite en faveur de fondations coloniales sur un site inoccupé auparavant.
33
Le nom du municipe Flavien d’Irni ne serait pas apparu sans les tables de bronze portant le règlement
municipal (AE 1986 333), ce qui ne peut pas surprendre quand on observe le décalage entre les communautés
effectivement identifiées et les chiffres du texte plinien. Il suffit d’indiquer que les inscriptions ne livrent les noms
que d’environ 200 cités alors que le texte de l’Histoire de la Nature fait état de plus de 500 communautés.

202
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

Cités et communautés locales dessinaient une trame ou un réseau constituant


l’ossature des provinces. Itinéraires et axes de circulation reliant communautés et
secteurs régionaux offraient jalons et signalisations fixées durablement. Les fleu-
ves et rivières ne sont pas absents des inscriptions mais demeurent peu représentés
dans l’épigraphie publique et lapidaire34. Le Guadalquivir servit de point remarqua-
ble pour la grande voie conduisant à Gadès dite via Augusta: les formules princi-
pales sont a Baete et Iano Augusto ad Oceanum LXII ou ab Iano Augusto qui est
ad Baetim usque ad Oceanum LXIIII ou même ab arcu unde incipit Baetica35. La
distribution routière et les divers bornages ajoutaient à la description géographi-
que des terres péninsulaires au même titre que des textes à caractère juridique36, le
plus souvent sur bronze, ou les documents soumis à un contrôle fiscal comme les
amphores. La table fragmentaire de bronze de Fuentes de Ropel, Zamora37, con-
cernant un conflit de delimitatio tranché par un jugement en bonne et due forme,
illustre un fonctionnement particulier de l’utilisation des données spatiales qu’on
connaissait aussi dans le monde grec: la configuration des lieux et de leur occupa-
tion sert de fil conducteur à une description suivant des points identifiables consti-
tués par des accidents géographiques locaux, des toponymes correspondant à des
habitats, des routes, des orientations qui contribuent à déterminer les distances.
La mise en exergue des réalités du terrain et non d’axes abstraitement définis rend
compte de l’esprit du document et des dispositions arrêtées par le juge et s’exprime
par le recours à des formules telles que «à gauche, à droite, tout droit, jusqu’à, au-
delà, etc.». C’est ce qu’évoque, dans d’autres circonstances, l’inscription bien con-
nue de Bétique: viator viam / publicam dex/tra pete!38. Aux deux premiers siècles
et jusqu’en 235 ap. J.-C., les bornes milliaires portent des indications de distance à

34
On a noté précédemment la mention du Minius et du Singilis de même que de l’Ana(s) et du Barraeca (à
Mérida au voisinage de laquelle ils confluent: AE 1997 778 a-c); le Tagus apparaît en liaison avec le pont d’Alcan-
tara (CIL II 761); le flumen Hiberus (CIL II 4075 = RIT 22) est honoré comme divinité dans la capitale provinciale;
le Baetis (par exemple CIL II 6208) est présent dans un contexte routier comme on va voir.
35
Voir note précédente (CIL II 6208, de Caligula, et 4701, d’Auguste); CIL II 4712, de Tibère; CIL II 4722.
Pour le corpus complet, SILLIÈRES, P. (1990): 88-111. Les fleuves et les éléments naturels tels que l’Océan fai-
saient partie des données signalées aux voyageurs et utilisées comme jalon ou borne. Comme pour le Tage, c’est la
facilité à franchir le fleuve grâce aux travaux de l’empereur qui est en fait mise en valeur par le Ianus ou arc sym-
bolisant aussi l’entrée dans la province de Bétique, nommée d’après le fleuve. C’est à ma connaissance une des
seules inscriptions à nous faire connaître une limite provinciale.
36
La loi d’Urso, CIL II2/5 1022, ne fait qu’une place modeste aux informations géographiques et topogra-
phiques concernant la ville et son territoire: outre le nom officiel de colonie Genetiva Iulia on note l’allusion à des
itinera publica et à des viae publicae (R. 78) ainsi que l’énumération, sans doute théorique et empruntée à d’autres
documents, des lieux aquatiques (R. 79): fluvi, rivi, fontes, lacus, aquae, stagna, paludes. On peut citer également
la R. 104 sur les fossae limitales ou fossés bordant les chemins ou limites.
37
AE 1993 1035 a-b = HEp 5 874: tout n’est pas sûr dans la compréhension d’un texte inhabituel et incom-
plet, à plus forte raison s’agissant de réalités locales topographiques et juridiques inconnues par ailleurs.
38
CIL II2/5 343 de Doña Mencía, Cordoue: l’indication, qui émanait sans doute d’un propriétaire, visait à
éviter au voyageur de continuer tout droit.

203
Patrick Le Roux

partir d’une agglomération ou jusqu’à celle-ci: sur 277 milliaires inventoriés dans
les conventus de Clunia, Caesaraugusta, Carthago Nova et Tarraco, seuls 28 ont
conservé un nom géographique de distance correspondant en fait à 11 villes ou
fragment de nom urbain39. Aucun site n’est nouveau. Les bornes routières sont, en
général, moins utiles que les ponts40 sous cet angle et servent davantage à retrouver
des tracés de voie41. On n’oubliera pas enfin les gobelets de Vicarello, en forme
de colonne milliaire, donnant les étapes et les distances de l’itinéraire routier entre
Gadès et Rome42.
Les tituli picti attirent l’attention sur une géographie économique associée à
des produits tels que le vin et surtout l’huile43. Les amphores Dressel 20 compor-
tent en effet plusieurs inscriptions peintes classées suivant une lettre de convention
allant d’alpha à epsilon. Les inscriptions delta sont les plus importantes pour les
références topographiques. Deux données sont exploitables lorsque le titulus est
complet: la ville où s’est effectué le contrôle fiscal (Hispalis, Astigi et Corduba mais
aussi parfois Carmo, Malaca ou Castulo); l’appellation d’origine du produit expri-
mée par le nom de la propriété qui peut être un anthroponyme ou un toponyme, non
localisable avec précision le plus souvent il est vrai. On note, en outre, que l’oleum
est dit Hispanum44, même quand il provient de la Bétique, mais dans des contextes
qui ne sont pas à proprement parler locaux45. Les olearii se présentent pour leur part
comme ex provincia Baetica46. Enfin les lingots métalliques estampillés, à certaines
époques privilégiées en tout cas, révèlent des noms de société dans lesquels entre

39
LOSTAL PROS, J. (1992): 300; cinq textes supplémentaires comportaient une mention géographique
aujourd’hui disparue. La liste proposée dans les indices est la suivante: Andelo, Augustobriga (10 bornes), Cara (2,
entre Saragosse et Pampelune vraisemblablement), Caesaraugusta, Castulo (2), Clunia, Complutum (3), Pisoraca
(4), Segisamo (2), Turiaso, [---]gon[---].
40
Les dédicaces des deux ponts d’Alcántara et d’Aquae Flaviae font connaître chacune 11 et 10 noms de
peuples ou communautés urbanisés: CIL II 760 et CIL II 2477 = 5616 (voir TRANOY, A. (1981): 60-61 pour des
corrections).
41
Certaines indications routières à caractère rupestre constituaient des limites de terrritoire ou de domaine:
par exemple, suivant une lecture restituée, ALFÖLDY, G. (1987): 69-74 (CIL II 3167 près d’Alcantud, sur le terri-
toire d’Ercavica, mentionné dans le texte) qui se rapporterait à la construction évergétique au début de l’Empire de
12 km de voie sur des portions de sol appartenant à la cité municipale. Il convient cependant d’être circonspect sur
le rôle des voies comme facteur d’implantation des villae et des routes comme limites de domaine: SILLIÈRES, P.
(1990 ): 813-818.
42
Ibidem: 35-37, avec la bibliographie et les circonstances de leur découverte. Pour la partie hispanique du
parcours, les gobelets procurent certains détails toponymiques précieux. Ils seraient à ranger dans une série particu-
lière – intermédiaire entre guide routier et borne milliaire – avec les tablettes d’argile d’Astorga (AE 1921 6-9) ou
le document fragmentaire de Valence (CIL II 6239).
43
Voir parmi de nombreux travaux: RODRÍGUEZ ALMEIDA, E. (1989).
44
Et non pas Hispanicum, ce qui confère une identité géographique, sans autre nuance que fiscale peut-être,
au produit, comme quand on dit c’est un «vin français» ou une «huile espagnole». Il est admissible qu’hispanus et
hispanicus aient dans certains contextes été usités l’un pour l’autre au même titre qu’Italus et Italicus.
45
Oleum Hispanum: CIL II 1180 (ad oleum Afrum et Hispanum recensendum); CIL VI 1935 = ILS 7489
(mercator olei Hispani ex provincia Baetica).
46
CIL VI 1625 b = ILS 1340; AE 1980 98.

204
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

une part de géographie minière47: on retiendra ici les fodinae montis Ilucro(nensis?),
la societas C(astulonensis), la societas Ba(edronensis ou eculensis), le timbre Nova
Carthago ou colonia Augusta Firma Astigi. La lex de Vipasca a permis d’identifier
le toponyme antique des exploitations de cuivre et d’argent d’Aljustrel au sud du
Portugal48 et un metallum Alboc(---) d’une inscription d’Asturie paraît rencontrer
un écho chez Pline l’Ancien49. On soulignera enfin la singularité du locus alvari
gravé sur une plaque de plomb trouvée dans la Sierra de Córdoba50.
L’épigraphie relative aux mines et aux terres publiques ouvre sur la dimension
romaine et administrative de l’organisation sous l’Empire des espaces péninsulai-
res. Celle-ci et d’autres documents à caractère militaire ou institutionnel s’ajoutent
à tout ce qui vient d’être évoqué pour composer par touches éparses un tableau foi-
sonnant et en partie déconcertant parce que fragmenté. Avant de consacrer l’atten-
tion qu’elle mérite à la géographie élaborée par le regard de l’administration et du
gouvernement de l’Empire, on peut mettre en exergue le développement progressif
et ininterrompu des références toponymiques et territoriales au diapason de l’évo-
lution des activités de toute sorte et des échanges. On peut parler d’un mouvement
d’appropriation, par la mémoire et le savoir, des lieux et des espaces péninsulaires
dans des contextes et à des niveaux très variés qui ne passaient assurément pas par
la cartographie en majorité.

2. Le regard de l’administration et des gouvernants

La remise en ordre augustéenne reflétée par la littérature géographique bien con-


nue trouve une expression particulièrement riche dans l’épigraphie qu’on ne sau-
rait limiter ici aux inscriptions provenant de l’Hispania. Deux ordres de documents
illustrent, non sans laconisme, la construction et le façonnement des territoires
péninsulaires à des fins impériales et administratives: les inscriptions se rapportant
à l’armée et à ses unités; les carrières des serviteurs de l’empire dans leur diversité.
Outre certaines communautés ou agglomérations d’origine, parfois insoupçon-
nées51, les monuments nommant des soldats ou des unités militaires, notamment des
47
DOMERGUE, C. (1990): 253-277 en particulier.
48
FIRA 104 et 105. On ajoutera l’inscription grecque de Pergame AE 1933 273, qui mentionne comme dis-
trict financier les metalla Oulpa[s]kensia.
49
NH XXXIV 80: metallum Albucrarense donné comme une mine d’or.
50
CIL II 2242: il s’agit de ruches exploitées par un locataire d’un terrain appartenant à la colonie moyennant
un versement en nature: LE ROUX, P. (1999): 161-162.
51
Voir aussi supra, n. 22 (domo Curunniace) et infra ici même. Un premier ordre de difficulté est illustré par
la confrontation des textes et des inscriptions: à Bonn, l’inscription CIL XIII 8098 concerne l’épitaphe de Pintaius
Pedilici f., signifer de la cohorte V des Astures et Astur transmontanus, castello Intercatia; il ne peut s’agir de
l’Intercatia que PLIN., NH 3.26, situe dans le conventus de Clunia chez les Vaccéens. En outre, l’inscription CIL
III 4227 = HOLDER., P. (1980): 283 n° 622, de Pannonie et d’époque tibérienne, indique que le cavalier Abilus

205
Patrick Le Roux

ailes et des cohortes auxiliaires, offrent de nombreuses références de type ethnique


et régional par le biais des dénominations de leurs aires de recrutement initial. J.M.
Roldán a recensé quatorze ailes issues de six communautés différentes au départ
et plus d’une cinquantaine de cohortes formées à partir d’une quinzaine d’entités
géographiques. Par ordre alphabétique on note dans la liste des ailes52: les Aravaci,
les Astures, les Hispani, les Hispani Campagones, les Lemavi, les Vettones. Les
cohortes ont pour nomenclature officielle53: Astures, Astures et Callaeci, Ausetani,
Baetica, Bracari, Bracaraugustani, Callaeci Lucenses, Cantabri, Carietes et
Veniaeses, Celtiberi, Hispani, Lemavi, Lucenses, Lusitani, Lusitani et Baliari,
Vardulli, Vascones. On ignore d’où venaient les Campagones, s’il s’agit bien d’un
peuple, que rien ne permet de placer en Asturie, malgré E. Hübner54. Les Ausetani
sont également mentionnés par Pline l’Ancien qui les range au nombre des com-
munautés latines du conventus de Tarragone en Catalogne55. La cohors Baetica, à
suivre sa dénomination, avait gagné son identité sur les rives du Baetis et n’y était
donc pas obligatoirement en garnison ni ne se composait pas nécessairement de sol-
dats originaires de la province56. Les Carietes et Veniaeses sont à rapprocher des
Carietes et Vennenses que Pline l’Ancien place dans le conventus de Clunia, autour
de la cité de Velia57.
Les noms ethniques ou les adjectifs employés ne font pas tous référence aux
mêmes réalités politiques ou humaines. Plusieurs sont identifiables aisément: les
Aravaci ou Arevaci donnèrent naissance à la cité de Clunia dont ils contribuaient
à former le territoire58, les Ausétans avaient pour chef-lieu Ausa, on l’a vu, et les

Turanci f. était originaire de Lucocadia, non attesté par ailleurs, peut-être à chercher du côté du conventus Asturum
ou de la Lusitanie occidentale d’après les noms, et mentionne l’un des dédicants, Pentius Dovideri f., comme
Aligantiesis soit originaire d’Aligantia, non localisé, et sans doute à situer dans le conventus Asturum d’après
l’onomastique.
52
ROLDÁN, J.M. (1974): 299 et 528-529.
53
Ibidem: 300-301 et 529-532.
54
RE III: 1433; ROLDÁN, J.M. (1974): 104.
55
PLIN., NH 3.22-23. La capitale portait le nom d’Ausa selon PTOL., II 6.69: elle correspondrait à Vich
(TOVAR, A. (1989): 42 et 444).
56
CIL V 1127, de Bergame. Une cohors Gallica, à ne pas confondre avec une cohors Gallorum, s’était peut-
être illustrée en Gaule ou y avait été recrutée non sur un critère ethnique mais suivant un cadre administratif pro-
vincial. Le cas de Baetica, adjectif utilisé pour la province est toutefois plus ambigu et n’interdit pas absolument
une dénomination associée à une affectation, mais serait sans parallèle; un recrutement en Bétique serait une solu-
tion plus conforme aux statistiques. Les légions Italica tirèrent précisément leur nom d’un recrutement en Italie en
vue d’une affectation hors de ce territoire.
57
PLIN., NH 3.26: Velia, selon toute vraisemblance, Veleia, aujourd’hui Iruña, Álava.
58
STR., III 4.13, ne mentionne que Segeda et Pallantia comme villes des Arévaques et situe ce peuple à l’est
et au sud de la Celtibérie, ce qui n’est pas compatible avec les sources d’époque impériale. PLIN., NH 3.27 place
les Arévaques à la limite occidentale de la Celtibérie et non en Celtibérie, attribue l’étymologie du nom du peuple à
la rivière Areva, et nomme six villes (Segontia, Vxama, Segovia, Nova Augusta, Termes et Clunia). PTOL., II 6.55,
inclut Numance parmi les Arévaques de même que Termes et Vxama Argaela. On observe des fluctuations sensi-
bles des contours ethno-politiques qui suggèrent surtout une recomposition des cadres territoriaux lors de la remise
en ordre augustéenne. Voir aussi infra n. 60.

206
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

Bracari furent à l’origine du nom de Bracara Augusta. Les Astures, les Cantabri,
les Lemavi, les Lucenses, paraissent correspondre à un schéma comparable dans
la mesure où ils désignent une communauté formée en cité autour d’Asturica, de
Iuliobriga, de Dactonium, de Lucus Augusti59. Une deuxième catégorie concerne
apparemment des groupes ethniques composés par divers peuples: les Astures et
Callaeci, les Carietes et Veniaeses, les Celtiberi, les Lusitani, les Vettones. Les
trois derniers, malgré une dénomination unique, concernaient effectivement divers
populi susceptibles d’avoir donné naissance chacun séparément à une cité, ce que
montre la lecture de Strabon, de Pline l’Ancien et de Ptolémée60. Les Celtibères de
Pline l’Ancien étaient divisés en quatre peuples dont la cité de Numance, mais aussi
Segobriga61. Les Lusitani et les Vettones, souvent associés par la géographie, ne
sont pas situés de la même manière selon les auteurs. Les Vardulli et les Vascones
soulèvent des questions de définition territoriale similaires et les deux gentes res-
tent associées sous l’Empire comme le montre l’inscription de Rome relative à un
recensement, mais le regroupement effectué ne correspond pas aux répartitions
par conventus de Pline l’Ancien62. Reste un troisième niveau: les Hispani que rien
n’autorise a priori à fixer dans une région plutôt qu’une autre, ce qui interdit de
conclure sans plus que les critères administratifs sont allés dans le sens d’une redé-
finition réductrice des entités ethnographiques et politiques.
La documentation relative aux unités militaires montre que les dénominations
adoptées pour les corps de troupe n’avaient obéi à aucune motivation autre que
celle des circonstances et du moment du recrutement initial des contingents dont
la datation n’est jamais très précise. La combinaison du jeu sur la notoriété dans le
passé de tel ou tel peuple désormais soumis et contrôlé, de la volonté de récompen-
ser des communautés de taille variable jugées respectueuses de leur fides envers
Rome, de l’adaptation indispensable, faute de repères antérieurs, des levées aux
cadres administratifs mis en place sous Auguste, eux-mêmes fondés sur la prise en
compte de facteurs socioculturels, explique la complexité du problème et la diffi-

59
Les Cantabri, dont on ne sait pas s’ils formèrent à l’origine un peuple précis, regroupent neuf peuples
chez PLIN., NH 3.27: Iuliobriga n’était qu’une cité cantabrique parmi d’autres. Il n’est donc pas certain, dans tous
ces cas, que le cadre du populus, c’est-à-dire d’une cité, ait été utilisé comme circonscription de recrutement.
60
Sur les Celtiberi, voir supra n. 58, infra n. 61 et STR., III 2.15. Sur les Lusitani et les Vettones: PTOL.,
II 5.6-7, de définition aussi large qu’imprécise, les Vettons se situant à l’est de la Lusitanie; STR., III 3.4, retient
comme Lusitaniens les peuples entre Tage et cap Finisterre. Les définitions géographiques sont dérivées de l’histoi-
re et Celtibères et Lusitaniens rassemblent tous ceux qui, y compris voisins et alliés, combattirent dans les armées
ennemies de Rome lors des grandes guerres du IIe s. av. J.-C. La géographie administrative augustéenne semble
avoir restreint les territoires ethniques les plus importants: sur ce point, CIPRÉS, P. (1993): 275 sqq en particulier.
61
PLIN., NH 3.26 sur la quadripartition des Celtibères; III 25 sur caput Celtiberiae Segobrigenses.
62
CIL VI 1463: C. Mocconius C. f. Fab. Verus est dit tribunus laticlavius legionis VII Geminae at census
accipiendos civitatium XXIIII Vasconum et Vardulorum (l’orthographe Varduli diffère de celle de Pline, Vardulli,
situation fréquente extensible à de nombreux autres auteurs). PLIN., NH 3.24-26, rattache les Vardulli à Clunia et
les Vascones à Caesaraugusta.

207
Patrick Le Roux

culté à apporter une réponse claire. L’exemple de l’appellation Bracaraugustanus


permet d’en prendre la mesure. On observe dans les inscriptions et diplômes mili-
taires que la même unité est souvent désignée sous deux formes: Bracarorum ou
Bracaraugustanorum63. Il est théoriquement admissible64 que, dans une première
phase, des cohortes de Bracari, c’est-à-dire de soldats provenant du territoire de
ce peuple de la Galice méridionale65, aient été constituées, probablement au début
du règne d’Auguste. Toutefois, les remarques effectuées précédemment et d’autres
indices conseillent de penser la géographie administrative autrement. À la différen-
ce de la communis opinio d’il y a trois décennies, on doit considérer les conventus
non plus comme flaviens ou claudiens mais augustéens66. Il apparaît, en effet, que
l’explication la plus satisfaisante passe par le critère de nouvelles circonscriptions
créées par Auguste seules susceptibles de rendre compte objectivement des appel-
lations des unités de Bracari. Bracari ou Lucenses correspondent à la division de
la Callaecia en deux grandes entités parallèles à celle de l’Asturie67. Les noms
sont donc à interpréter comme (Callaeci) Bracari (c’est-à-dire Bracaraugustani)
et (Callaeci) Lucenses, ce qui définit aussi le conventus comme un cadre nouveau
pour le recensement et la justice et non comme une structure administrative inter-
médiaire entre la province et la cité68. Dans cette perspective, les Hispani seraient
les recrues levées indifféremment et de manière dispersée dans la province d’His-
pania citerior ou de Lusitanie, sans qu’on puisse affirmer qu’un paramètre politique
entrât également en ligne de compte.
Le conventus participait de la reconstruction par Auguste de la péninsule
Ibérique et contribuait à répartir fonctions et espaces à l’intérieur des provinces,

63
LE ROUX, P. (1980): 10-11 et Tableau 1. Il n’est pas nécessaire de répéter ici la démonstration selon
laquelle le génitif pluriel Bracarum de PLIN., NH 3.18, n’est pas la preuve d’un nominatif non attesté Bracares.
64
Comme nous l’avons vu pour les Lemavi, supra, p. 206-207, qui ne sont nommés que dans des sources
d’époque impériale: TRANOY, A. (1981): 58.
65
Ibidem: 64-65. Il considère que les Astures, dont l’appellation viendrait du fleuve Astura, n’ont pas
formé à l’origine un peuple qui aurait donné son nom à un ensemble régional, ce qui fut, en revanche, le cas des
Callaeci (sur ces derniers, ibidem: 65-66). L’origine géographique du nom des Astures ne paraît pas incompatible
avec l’idée d’une procédure romaine de dénomination étendue à un territoire plus large et devenu l’Asturia.
66
Voir LE ROUX, P. (2004): 337-344.
67
Voir IRPLugo 23 où l’on rencontre des Lares Callaeciarum invitant à distinguer les deux secteurs gali-
ciens évoqués. On ajoutera l’expression conventus Bracari au génitif, utilisée dans le texte de la tessère d’hospita-
lité de Castromao, Orense, en 132 p. C.: AE 1972 282.
68
LE ROUX, P. (2004): 348-355; je ne partage pas le point de vue adopté ici même par notre collègue M.ªL.
Cortijo Cerezo, car il me semble trop influencé par la réalité moderne: un conventus ne reproduisait pas une cir-
conscription administrative régionale ou départementale d’un État national contemporain et l’on serait en peine
de nommer des fonctionnaires et des représentants spécialisés des conventus en dehors des prêtres. Comme les
régions d’Italie, les conventus servaient seulement de support commode à des pratiques administratives routiniè-
res (recensement et justice) mettant en jeu les finances et la fiscalité: une démarche abstraite, on pourrait presque
dire géométrique, avait présidé à leur constitution, indépendamment de toute référence à une identité régionale que
tente de promulguer une historiographie récente, calquée sur les évolutions européennes d’aujourd’hui; le conven-
tus romain n’existait en fait que comme la somme des communautés locales rattachées à son chef-lieu.

208
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

elles-mêmes redessinées territorialement. Désormais, chaque provincia acquit un


statut destiné à se stabiliser et à durer et des capitales furent ouvertement désignées
à tous les échelons essentiels du découpage territorial. Au sens strict, la capitale
était la sedes, le lieu de séjour, du gouverneur et accueillait en totalité ou en par-
tie le reste des administrations affectées à la province. Tarraco, Augusta Emerita
et Corduba furent définitivement choisies et abritèrent en même temps les conci-
les provinciaux dont l’existence fut sans doute assez précoce69. Tarragone a livré
une série d’inscriptions qui témoignent que les Génies des sept conventus y étaient
honorés sous la forme de statues dès l’époque flavienne70. Les adjectifs utilisés ren-
voient sans exception au toponyme de la ville d’assises dotée du rang de capitale
du conventus: Asturica Augusta, Caesaraugusta, Clunia, Tarraco. Il manque Lucus
Augusti, Bracara Augusta et Carthago Nova. La cinquième base conservée, de texte
incomplet, ne peut pas être affectée à l’une plutôt qu’à l’autre des trois entités. On
a ainsi la certitude que l’expression Bracaraugustanus était ambivalente et se rap-
portait ou à la ville ou à la circonscription judiciaire. On observe également que le
conventus d’Asturica portait le nom d’Asturicensis mais aussi d’Asturum parce que
le conventus dont la capitale était Asturica Augusta incluait, on l’a dit, et les Astures
Augustani et les Astures Transmontani71. La Lusitanie et la Bétique ne sont jamais
appelées Emeritensis ou Cordubensis; en revanche, la province d’Espagne cité-
rieure est dans certains cas dite provincia (Hispania) Tarraconensis ou même pro-
vincia Hispania citerior Tarraconensis72. Le nom officiel reflété par les statues des
flamines provinciaux ou celui des employés subalternes des bureaux provinciaux
était cependant provincia Hispania citerior73. Ce n’est guère avant les Flaviens que
les inscriptions précisent régulièrement le ressort du legatus pr. pr. ou du procos:
selon les lieux et les contextes, on relève, outre ce qui a été signalé, prov. Hisp. cit.
ou seulement Hispania74; dès Tibère, la mention de la provincia Lusitania suit celle
de la fonction, sans doute parce que ce secteur était récent comme circonscription
provinciale dont aucune autre dénomination n’apparaît par ailleurs75; la provincia

69
LE ROUX, P. (2004): 347-348. Un culte de conventus n’est pensable, à mon avis, que s’il existait un culte
provincial. Le culte municipal fut, pour sa part, à la base de l’extension à la province des honneurs religieux à l’em-
pereur.
70
AE 2001 1253-1257. Si, de ce fait, un lien étroit est affirmé entre la province et ses conventus, il serait
excessif de parler pour autant de hiérarchisation administrative rigoureusement étagée et ciblée: Tarraco, capitale
et siège du concilium, elle-même chef-lieu d’un conventus, traduisait en langage religieux qu’elle dépassait en
prestige et en rang les autres villes de la province habilitées à recevoir régulièrement le gouverneur.
71
L’adjectif transmontanus s’explique évidemment par la répartition des populations au nord et au sud de la
montagne suivant une orientation à partir du chef-lieu, Asturica.
72
Voir HAENSCH, R. (1997): 486. ALFÖLDY, G. (1969): 238: la précision Tarraconensis s’explique par
l’existence d’une deuxième juridiction, celle d’Asturia et Callaecia: voir infra, n. 85.
73
RIT 250-335, pour les flamines.
74
ALFÖLDY, G. (1969): 22, 24-26, 28.
75
Ibidem: 131-148.

209
Patrick Le Roux

Baetica, formulation recensée le plus souvent à partir de la deuxième moitié du


IIe s., garde au début, semble-t-il, son nom d’Hispania Vlterior76, mais Hispania
Baetica se répand et provincia Hispania Vlterior Baetica est aussi utilisé77. Chez les
autres sénateurs, légats ou questeurs par exemple, les appellations pour une même
province offrent la même diversité et les mêmes tendances évolutives.
L’administration financière reflétée par la pratique épigraphique concernant
les fonctions équestres, surtout procuratoriennes, apporte des données originales
sur l’organisation des espaces provinciaux péninsulaires. Un recours aux indices
des «Carrières» de H.-G. Pflaum donne une liste non exhaustive mais suffisante
pour analyser la diversité des découpages78. Certaines missions couvraient les trois
provinces, mais le pluriel Hispaniae ne se rencontre, dans les inscriptions, que par
erreur pour des fonctions qui n’étaient pas concernées par l’ensemble de la pénin-
sule79. À partir des Flaviens, un district émerge, l’Asturia et Callaecia sous la res-
ponsabilité d’un procurateur ducénaire80. Parallèlement, le reste de la province était
placé sous la responsabilité d’un procurateur prov. Hisp. cit. Tarraconensis81. En
Bétique et en Lusitanie, le procurateur ducénaire responsable à l’échelon de la pro-
vince reproduit dans sa titulature le nom officiel de la provincia. On constate seule-
ment que si l’Espagne citérieure constitue une circonscription de perception du XXe
des héritages, il existe, au moins à partir de la fin du IIe s. ap. J.-C. un procurateur
XX her. per Hispanias Baeticam et Lusitaniam82. Les variations territoriales de cir-
conscriptions calquées sur les provinces mais adaptables et aménageables dans l’es-
pace se retrouvent dans de nombreux domaines à caractère financier et judiciaire.
Sur le plan de la justice, en dehors des conventus qui étaient, semble-t-il, la règle
dans la plupart des grandes provinces83, l’Hispania citerior offre un dossier compli-
qué qui demeure l’objet d’appréciations débattues.

76
CIL IX 2335 = ILS 961; ALFÖLDY, G. (1969): 149-150.
77
De Milet: ILS 8970 = ALFÖLDY, G. (1969): 157; d’Antioche de Pisidie: AE 1925 126 = ALFÖLDY, G.
(1969): 160; à Tarquinii, CIL XI 3364 = ILS 1047, on note l’expression provincia Baetica Vlterior Hispania. AE
1950 251, de Nicée, et IG V 1172, de Gytheion indiquent en grec Hispania Baetica.
78
PFLAUM, H.-G. (1960-1961): 1047-1050 et (1982) 117-118.
79
Pour les Hispaniae tres (CIL VIII 23219 = ILS 9016 ou AE 1930 148) et pour les Hispaniae dont le plu-
riel n’est pas justifié par le ressort administratif CIL II2/5, 1022.39: prove magistratu qui provinciar. Hispaniar.
Vlteriorem Baeticae (sic). S’agissant d’une lex coloniale on peut penser à une formule tralatice.
80
TRANOY, A. (1981): 178-189.
81
PFLAUM, H.-G. (1960-1961): 1048, avec les références.
82
Outre PFLAUM, H.-G. (1960): 1048 et (1982): 118; voir également AE 2003 932. L’usage du pluriel
Hispanias souligne que la péninsule n’est plus seulement une réalité géographique et qu’elle est moins encore per-
çue comme un tout homogène et unifié. Les nouveaux découpages de Dioclétien sanctionnèrent une connaissance
renouvelée et approfondie des réalités géographiques provinciales.
83
PLIN., NH 3.18-30, privilégie la péninsule Ibérique sur ce point parce qu’il y avait exercé des responsa-
bilités. Son silence sur les conventus des autres secteurs en dehors de l’Asie, n’est pas la preuve de leur non exis-
tence: voir HAENSCH, R. (1997): 28-35.

210
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

On observe dans les expressions présentes dans les documents épigraphiques


que la province d’Espagne citérieure était considérée comme trop vaste pour pou-
voir être contrôlée et gouvernée en bloc. L’intégration politique et administrative
a conduit à individualiser des espaces nord-occidentaux constitués par les districts
militaires et plus encore par les trois conventus d’Asturie et Galice. Non seulement,
à partir des Flaviens, on l’a vu, une procuratèle autonome fut instituée, mais dès
Auguste des légats à pouvoir judiciaire, auxiliaires du gouverneur de Tarragone,
furent chargés plus spécialement des régions éloignées du Nord-Ouest comme le
signale Strabon84. Les listes, établies par G. Alföldy et prolongées par A. Tranoy85,
indiquent que déjà sous les Julio-Claudiens des tournées d’assises étaient effectuées
de chef-lieu de conventus en chef-lieu de conventus suivant une juridiction limitée
à une partie de la province, sans qu’on possède assez d’éléments pour déterminer
l’étendue exacte des ressorts ou circonscriptions. Il convient d’admettre que l’ap-
parition tardive dans la documentation du titre de legatus iuridicus ne signifie pas
que l’institution venait seulement d’être mise en place. Au mieux, elle avait acquis
durée et stabilité. Sans entrer ici dans les détails, on peut tabler sur l’existence
d’une juridiction d’Asturie-Galice supervisée par un legatus iuridicus de Vespasien
ou Domitien jusqu’à Caracalla. Ensuite, on entre dans une vexata quaestio, celle de
la division temporaire de l’Espagne citérieure qui soulève de difficiles problèmes
de lecture des textes épigraphiques et de chronologie86.
Le dossier a évolué récemment avec l’apparition de la formule inédite Hispania
superior87. Avant cette découverte, des inscriptions de León avaient attiré l’attention
sur la division par Caracalla de la province: le camp de la légion appartenait à la nou-
velle Espagne citérieure appelée Hispania Nova Citerior Antoniniana88. L’autre partie
ne pouvait correspondre, en principe, qu’à la Callaecia dont le nom aurait été selon
G. Alföldy, Hispania superior. L’inscription de Pratica di Mare (Lavinium) qui a révé-
lé la nouveauté n’est malheureusement pas exempte d’obscurités ni d’incertitudes.
Outre que le fonctionnaire ne semble pas être l’auteur du texte dédié par son épouse,
la définition de l’Hispania superior entre dans une présentation au pluriel ambiguë:
proc. CC provinciarum Hispaniarum citerioris et superioris, item proc. C Moesiae
inf. et regni Norici. En toute logique, on ne peut pas ignorer que la formulation impli-
que, en l’état, l’existence de deux territoires provinciaux nommés Hispania citerior
et Hispania superior. Mais selon quel ordre hiérarchique, ce qui est normalement le

84
STR., III 4.20.
85
ALFÖLDY, G. (1969): 67-70; TRANOY, A. (1981): 147-148 sq.
86
L’accord existe pour penser que, si division il y a eu, c’est le territoire de Callaecia proprement dit qui
a été concerné: ou bien celui-ci a constitué une province de rang procuratorien autonome, détachée de l’Espagne
citérieure, et abritant des troupes auxiliaires assez peu nombreuses, ou bien, là aussi durant un temps indéterminé
mais relativement court, il a été rattaché, comme à l’époque augustéenne, à la Lusitanie du légat de Mérida.
87
Voir AE 1998 282; ALFÖLDY, G. (2000): 7-16.
88
CIL II 2661 et 5680.

211
Patrick Le Roux

critère de présentation, s’agissant de postes de même niveau? Or, si l’on se fie aux
postes centenaires l’ordre est indirect, ce qui signifie que le procurateur du Norique
était moins prestigieux en rang que celui de la Mésie inférieure. Il devrait donc en être
ainsi concernant l’Hispanie supérieure qui dans l’hypothèse où il s’agirait non pas
d’une province financière mais d’une province à gouvernement procuratorien devrait
être supérieure en dignité à l’Espagne citérieure. Si tel n’était pas le cas, comme cela
est possible, superior serait ici inscrit pour Asturia et Callaecia et ne saurait donc cor-
respondre à la partie détachée de l’Espagne citérieure, dont on sait qu’elle fut rétablie
dans ses limites originelles après Caracalla, à une date imprécise. Enfin, superior,
dans le vocabulaire de l’époque impériale s’oppose à inferior et est donc l’équivalent
de citerior89: auquel cas on pourrait théoriquement intervertir les identifications.
L’unicum que constitue l’emploi du terme superior dans un contexte péninsu-
laire et le fait que les provinces hispaniques aient préservé le vocabulaire républicain
de citerior et ulterior contraint à envisager aussi l’idée d’une confusion soit avec ulte-
rior soit avec un autre ensemble provincial, malgré le pluriel. Au total, on manque
d’éléments sûrs pour asseoir une conclusion ferme. Quoi qu’il en soit, l’ensemble des
données relatives à la définition des espaces administratifs péninsulaires illustre la
réflexion de Strabon90: «Quant aux Romains, ils ont donné à tout le territoire le nom
d’Ibérie ou d’Hispanie et distinguent ses deux parties par les épithètes Ultérieure et
Citérieure; leurs divisions, d’ailleurs, varient avec le temps, du fait qu’ils adaptent
leur administration aux circonstances du moment». Il est remarquable qu’Hispania
soit un terme exclusivement romain et que Strabon souligne le lien étroit entre domi-
nation et modifications territoriales au fur et à mesure des évolutions de la conquête et
du régime politique. Le fait est d’autant plus notable que les corrections et divisions
récentes étaient appelées à durer en raison même de la stabilisation du pouvoir monar-
chique. Malgré tout, on l’a vu, les adaptations à caractère administratif et interne n’ont
pas cessé au cours des siècles pour des raisons d’efficacité technique le plus souvent,
mais aussi à l’aune d’un progrès des savoirs géographiques.

3. Aux sources d’une géographie régionale?

La documentation épigraphique évoquée et seulement partiellement analysée faute


de place, copieuse et riche dans sa forme et ses contenus, implique que la dimen-

89
Le comparatif superior a le sens en latin de «plus élevé» et inferior de «plus bas», ce qui convient d’un
point de vue romanocentrique (évident dans le cas de citerior/ulterior) à la qualification des paires provinciales de
l’Empire occidental (voir LE ROUX, P. (2006): 118); l’interprétation en est renforcée par un sens attesté de «qui
précède» dans une succession, ce que traduisent également les couples superior/inferior tant de la Bretagne sévé-
rienne, que des Germanies, des Pannonies, des Mésies et des Dacies.
90
III 4.19 (trad. de F. Lasserre).

212
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

sion géographique participait pleinement, dès l’époque d’Auguste, de la culture et


des modes de raisonnement des provinciaux, notamment des élites. Le cadre natu-
rel, familier, sert sans doute à situer et à orienter, mais concourt également à définir
les relations humaines, la circulation, le voyage, à désigner des milieux physiques
favorables à tel ou tel type de ressources et bien sûr les obstacles qu’il convient de
contourner ou d’affronter91. Les témoins épigraphiques prolongent et nuancent les
inventaires ou les descriptions de Strabon et de Pline l’Ancien 92, sans être limités
aux itinéraires routiers ou aux périples. Des géographies croisées et superposées
hiérarchisent en les reconstruisant les espaces péninsulaires en fonction d’une logi-
que ou d’une rhétorique de la civilisation et de l’ingéniosité humaine servies par
l’efficacité bienveillante d’un pouvoir qui veille à la bonne marche des provinces.
Enfin, l’Hispania a été peu à peu remplacée par les Hispaniae, «les Espagnes».
Les inscriptions des ponts de Chaves et d’Alcantara expriment avec clarté les
transformations en cours des communautés locales et l’émergence de peuples en
voie d’intégration politique dans le cadre de la cité93. Il est vrai qu’ensuite on ne les
retrouve guère dans la documentation au point que leur localisation soulève parfois
des difficultés mal surmontées. D’autres indices, tel le Turdule de Mérida, signalent
pourtant que les entités ethniques restent en retrait mais ne disparaissent pas. De
même, les municipes d’Alcantara aux noms indigènes rappellent qu’il n’y avait pas
d’incompatibilité entre une telle appellation et une organisation de type civique ou
municipal. Au fur et à mesure de l’évolution et de la réorganisation des territoires
provinciaux, la péninsule a été le théâtre de redistributions spatiales dont le détail
nous échappe mais dont l’esprit est perceptible. Selon les circonstances et les con-
textes, Rome a encouragé ou laissé faire les restructurations locales et régionales
des populations, a nommé ou renommé les territoires94 en donnant une visibilité
nouvelle à tel ou tel groupe, en laissant émerger dans un cadre modifié de nouvelles
identités locales, en faisant disparaître ceux qui demeuraient trop insignifiants ou
obscurs95, en recomposant certains groupes mal stabilisés ou peu organisés. La cité
des Vadiniens ou Vadinia, au nom improbable d’un point de vue Plinien, accède à
l’existence épigraphique par le biais de supports de galets à l’état presque naturel,
malaisés à graver96. Les cadres territoriaux mis en place inclurent l’ensemble des

91
Voir pour l’esprit d’une chorographie STR., III 1.2. PLIN., NH 3.2 confirme la théorie en prétendant ne
fournir dans un premier temps que les noms qualia fuere primordio ullas res gestas.
92
Qui, à leur tour, les explicitent et permettent de les replacer dans leur contexte.
93
Supra, n. 40.
94
LE ROUX, P. (1995): 42-45.
95
STR., III 3.7; PLIN., NH 3.28. Ces noms obscurs rappellent que l’une des sources de cette géographie
résidait dans les listes des triomphateurs qui ne négligeaient aucun détail pour illustrer leurs mérites et appeler une
juste et glorieuse récompense (voir aussi MURPHY, T. (2004): 129-163).
96
PTOL., II 6.50 la place chez les Cantabres. Voir en outre TRANOY, A. (1981): 155-156.

213
Patrick Le Roux

terres dans un réseau de bornages et de délimitations nouvelles dont le rôle fiscal et


le dénombrement démographique étaient les principales raisons d’être.
L’espace n’était qu’un instrument commode donné par la nature et avec lequel
il fallait composer de manière diversifiée selon les préoccupations et les registres.
Le centre de gravité de l’édifice géographique, auxiliaire du pouvoir et des adminis-
trateurs, était politique chez les Romains, comme le montre Pline et de manière plus
subtile Strabon97. Les inscriptions attestent que chaque unité municipale, nommée
par un toponyme qui l’ancrait à la fois dans le temps et dans l’espace, constituait
la base de l’organisation territoriale fondée sur l’autonomie d’une collectivité de
citoyens. Ceux-ci, fiers d’une existence choisie, reconnue officiellement, affir-
maient aux yeux de tous, par la seule mention de leur identité politique, leur pou-
voir, leur vie civilisée que la concurrence des cités environnantes ne pouvait pas
menacer sérieusement98. L’histoire, s’il l’avait fallu, venait au secours de la reven-
dication identitaire et patriotique et contribuait à la construction de la province,
ce qui ne signifie pas que la provincia, toujours qualifiée par des noms précis99,
se substitua progressivement aux communautés locales comme facteur d’identité.
À l’opposé, Hispanus résumait un regard romain sur la péninsule incluse dans un
continent géographique étendu dont elle était, fixement, un finistère océanique, une
borne de l’Empire. Dans les intervalles larges, les structures administratives avaient
promu des espaces nouveaux, calqués sur le peuplement, le relief et l’histoire per-
mettant la création de points de rencontre entre le gouvernement impérial et les
citoyens provinciaux, de points intermédiaires. On observe donc qu’avec Auguste
et ses successeurs l’empire a inventé, dans la péninsule, une division spatiale con-
centrique induisant des relations échelonnées destinées à réduire la distance impo-
sée par la nature et les moyens de déplacement. Désormais regardée de loin et tout
aussitôt découpée localement en nombreuses petites unités autonomes, la province
avait acquis une stabilité territoriale jamais atteinte auparavant. L’émergence de
l’adjectif Tarraconensis rappela que la capitale jouait, du fait de la présence du
gouverneur envoyé de Rome, un rôle important dans la fixation des règles spatiales
de fonctionnement, mais que d’autres centres la relayaient dans des territoires plus
excentrés. Les inégalités et les différences régionales n’avaient pas été gommées.
Elles constituaient l’élément dynamique des évolutions géographiques. Les territoi-
res, à l’échelle de la cité, avaient aussi gagné en visibilité et en diversité, au diapa-

97
Sur Pline: MURPHY, T. (2004): 129-131. Sur Strabon: CLARKE, K. (1999): 210-228, qui analyse la
vision romanocentrique de l’espace strabonien qui reste simultanément en grande partie grecque. Strabon introduit
ainsi des concurrences et des compétitions sans lesquelles une définition du pouvoir et de la domination romaine
serait biaisée. Voir, en outre, NICOLET, Cl. (1988): 27-68, plus particulièrement.
98
Sur le discours civique et le désir de gloire et de prestige, symbole d’un retour à la dignité grâce à des rap-
ports apaisés avec Rome: AEL. ARST., Éloge 64.
99
Même quand il est question de la péninsule, la formule employée n’est pas Hispania mais Hispaniae tres:
RIT 200-250.

214
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

son d’une géographie sociale qui combinait paysages organisés, exploitation du sol,
propriété et accessibilité des lieux.
Le contenu géographique des inscriptions conduit parfois à poser la question
de la structuration ou non des espaces économiques provinciaux et de la pertinence
d’une géographie économique ordonnée de la péninsule de l’époque impériale. Les
provenances des documents relatifs aux ressources minières ou aux productions tel-
les que l’huile, le vin ou autres spécialités agricoles à usage artisanal dessinent une
répartition des richesses naturelles que les populations furent capables de faire fruc-
tifier. Les contenus épigraphiques, là aussi à l’égal du texte strabonien ou plinien,
induisent le commerce et l’acheminement vers Rome ou d’autres grands centres
urbains sous le contrôle du pouvoir et de l’administration fiscale. L’échelle est ici
la province ou le lieu d’enregistrement mais la notion de regio n’apparaît pas dans
ce contexte100. Dans une perspective qui serait celle de la géographie régionale de
Vidal de la Blache101, l’ethnie, la communauté humaine historiquement constituée,
l’emporterait sur les déterminations du milieu géographique et la situation politique
sur les questions liées à la mise en valeur économique et ses évolutions. Les cho-
rographes anciens n’avaient pas pour critères la reconnaissance d’entités géogra-
phiques régionales, tributaires du relief, du sol et du climat, susceptibles de rendre
compte des complémentarités et des diversités territoriales appelant rééquilibrage
et adaptation aux conditions locales. Les espaces déterminaient en partie l’aptitude
à une vie civilisée, mais le facteur humain importait plus que l’environnement et le
milieu naturel. Le temps primait sur l’espace et les distorsions entre les aptitudes
physiques et les situations concrètes n’entraient pas en ligne de compte. La notion
de regio en latin, polysémique, ne désignait que rarement, voire jamais, ce qu’est
une région géographique moderne. Le premier sens est celui de l’orientation ou
direction associée à la ligne droite102. Un deuxième registre concerne une zone, une
portion d’espace arbitrairement délimitée ou non103. Pline l’Ancien, dans sa descrip-
tion de la péninsule, utilise regio suivi d’un adjectif ethnique ou d’un génitif plu-
riel de nom de peuple104. Différente de la région italienne ou urbaine affectée d’un
numéro105, la région nommait ici un territoire imprécis (les frontières sous l’Empire
obéissaient au départ à des critères politiques ou culturels) correspondant approxi-
mativement à la zone occupée par tel ou tel peuple et non une circonscription. Elle

100
A ma connaissance, le terme regio n’est d’ailleurs pas attesté à ce jour dans une inscription provenant de
la péninsule. Pour ses applications à la péninsule Ibérique: infra n. 104. L’une des acceptions que ne semblent pas
retenir les dictionnaires est celle de territoire non civique placé sous le contrôle d’une communauté locale à laquel-
le il n’appartient pas à proprement parler: voir par exemple la regio Montanensium en Mésie (AE 1969-1970 577).
101
VIDAL DE LA BLACHE, P. (1903).
102
C’est le cas chez César, Cicéron ou Tite-Live.
103
Voir aussi NICOLET, Cl. (1988): 221.
104
PLIN., NH 3.19-21.
105
Ibidem, 3.46.

215
Patrick Le Roux

identifie principalement un cadre conventionnel articulé autour de repères orientés,


indifférent aux données humaines relevant de l’histoire, c’est-à-dire de l’accès aux
mœurs civilisées. La communauté locale formée de citoyens et de leurs familles
jouait le rôle de colonne vertébrale d’une construction géographique régionalisée
fondée non pas sur la cartographie mais sur les héritages du passé, moins sur les
symboles imagés que sur les légendes écrites106. De ce point de vue, la fixation
durable des provinces romaines a joué un rôle de catalyseur.
Les descriptions régionales composaient une forme de palmarès, ce que sou-
lignent aussi les documents épigraphiques. Sous les dénominations officielles des
communautés, outre l’expression d’un pouvoir local reconnu et assumé, perçait le
prestige du statut négocié par les élites garantes de la renommée civique, de la fama
ou bonne réputation. Pouvoir «être nommé» comptait autant que pouvoir «nom-
mer». La dignitas, le «rang», était attachée in perpetuum à la cité qui en bénéficiait.
Un passé glorieux, longtemps après un déclin irrémédiable, demeurait la marque du
mérite que la postérité devait perpétuer. La mémoire d’actions remarquables ou de
titres particuliers tels qu’avoir engendré de grands hommes voire des héros ou des
dieux ou encore avoir été le théâtre de leurs exploits ne s’effaçait pas et était pré-
cieusement conservée de génération en génération. Les cycles du temps forgeaient
des espaces stratifiés que le présent anoblissait au nom de l’ancienneté.
La démarche pourrait étonner. Le prisme des inscriptions offre-t-il quelque
pertinence en matière de géographie? L’approche épigraphique des espaces provin-
ciaux convie à mieux cerner la question de l’utilité et des usages de la géographie.
L’idée de faire connaître, le goût du savoir encyclopédique et de la précision appar-
tiennent pleinement, à lire les textes gravés, à la culture politique et administrative
des cités, des provinces et de l’Empire et caractérisent une aspiration récente des
élites à chaque niveau de la hiérarchie sociale. L’Empire et les provinces sont des
espaces ouverts, arpentés par de nombreux voyageurs qui ne sont pas, sauf rares
exceptions, des touristes mais des délégués de Rome ou de l’empereur, des sol-
dats, des notables, des commerçants, des artisans et spécialistes ou des artistes, des
philosophes, des adeptes d’un culte ou d’une religion, des rhéteurs et des savants.
L’espace rythme à ce niveau leurs déplacements, selon une logique qu’on a quali-
fiée d’odologique107, ce qui revient à suivre des itinéraires ou à effectuer des péri-
ples, à définir des lignes de progression et à privilégier la distance et le temps de
parcours au moyen de repères identifiables. L’exactitude n’est pas en cause et dans
les noms de lieu ou d’étape l’intéressé déchiffrait des conditions de circulation plus
ou moins aisées et enviables. Toutefois, l’indication de toponymes aux noms barba-
res attestait un milieu apaisé et contrôlé. Ce qui était étranger n’était plus à redouter

106
JACOB, Ch. (1992): 310-344.
107
JANNI, P. (1984).

216
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

par définition. D’une manière générale, l’éloignement fut un des facteurs décisifs
d’un besoin de référence géographique dans la mesure où la séparation d’avec la
communauté mettait en jeu l’amour de la patrie, l’identité politique et individuelle,
le désir de retour chez soi.
Confrontés au maintien de l’ordre public et de la sécurité des citoyens dans les
territoires placés sous leur responsabilité, les agents de l’empereur et du sénat ou
des communautés locales ne devaient rien ignorer du passé des territoires traver-
sés. Les Numantins vaincus et organisés selon les modèles politiques civilisés fai-
saient écho à la victoire et à l’invincibilité de Rome et leur nom ravivait la mémoire
d’une résistance farouche toujours susceptible de renaître. La vallée du Minius est
citée non seulement parce que chacun pouvait la localiser au moins grossièrement
mais parce qu’elle demeurait un lieu dangereux qu’il ne fallait emprunter qu’avec
prudence et précautions. Comme je l’ai dit à plusieurs reprises, les espaces consti-
tuifs des provinces étaient modelés par les événements humains et prévalaient par
les populations qui les composaient parfois depuis des temps très reculés. Enjeu
et symbole de puissance et d’autorité, l’espace administratif était pensé comme
malléable et extensible ou réductible: les évolutions des divisions provinciales en
sont les meilleurs témoins. En revanche, les territoires civiques sont de plus en plus
délimités et tendent à se fixer. La nouveauté tient au processus créateur de rela-
tions régulées et de réseaux stabilisés à l’échelon local et entre cités substitués aux
oppositions traditionnelles entre barbarie et civilisation. Le langage de l’épigraphie
examiné sous un angle particulier, les expressions à caractère géographique, rap-
pelle que ses registres ne sont jamais très éloignés, quel qu’en soit le contexte, de la
langue du pouvoir, de la vie civique et de la culture au quotidien. On observe enfin
que les perceptions de l’espace provincial révélées par les inscriptions ne diffèraient
guère de celles que les armées avaient développées et affinées au fur et à mesure de
la conquête: aux prises avec de longues distances, les individus ou les communau-
tés ne pouvaient les réduire et les apprivoiser que par la pratique d’une «géographie
de contiguïté» fondée sur les relations de voisinage et creuset des histoires locales
qui fixaient l’horizon essentiel.

217
Patrick Le Roux

BIBLIOGRAPHIE

ALFÖLDY, G., (1969): Fasti Hispanienses. Senatorische Reichsbeamte und Offiziere in den spanis-
chen Provinzen des römischen Reiches von Augustus bis Diokletian, Wiesbaden, 1969.
— (1987): Römisches Städtewesen auf der neukastilischen Hochebene. Ein Testfall für die Romani-
sierung, AbhHAW 1987, 3, Heidelberg.
— (2000): Provincia Hispania superior, Universitätsverlag C. Winter, Heidelberg.
ARMANI, S., (2002): Relations familiales, relations sociales en Hispanie sous le Haut-Empire: étude
épigraphique, thèse dactylographiée, Rennes 2.
AUJAC, G., (1993): Claude Ptolémée, astronome, astrologue, géographe: connaissance et représenta-
tion du monde habité, CTHS, Paris.
CIPRÉS, P., (1993): «Celtiberia: la creación geográfica de un espacio provincial», Ktèma 18: 259-291.
CLARKE, K., (1999): Between geography and history. Hellenistic construction of the Roman World,
Clarendon Press, Oxford.
DOMERGUE, C., (1990): Les mines de la péninsule Ibérique dans l’antiquité romaine, CEFR – 127,
Rome.
HAENSCH, R., (1997): Capita provinciarum. Statthaltersitze und Provinzialverwaltung in der römis-
chen Kaiserzeit, Mayence, Römisch-germanisches Museum - Köln. Kölner Forschungen heraus-
gegeben von Hansgerd Hellenkemper - Band 7, Cologne.
HOLDER, P., (1980): The auxilia from Augustus to Trajan, BAR International series, 70, Oxford.
JACOB, Ch., (1992): L’Empire des cartes. Approche théorique de la cartographie à travers l’histoire,
Bibliothèque Albin Michel Histoire, Paris.
JANNI, P., (1984): La mappa e il periplo. Cartografia antica e spazio odologico, Università di Mace-
rata. Pubblicazioni della Facoltà di Lettere e Filosofia 19, Rome.
LE ROUX, P., (1980): «Les auxiliaires recrutés chez les Bracari et l’organisation politique dans le
Nord-Ouest hispanique», dans Actas do Seminario de Arqueologia do Noroeste Peninsular III,
Guimarães, pp. 43-65.
— (1995): Romains d’Espagne. Cités et politique dans les provinces, IIIe siècle av. J-C.-IIIe siècle ap.
J.-C., Armand Colin, Paris (trad. esp. Barcelone, 2006).
— (1999): «Vectigalia et revenus des cités en Hispanie au Haut-Empire», dans Il capitolo delle entrate
nelle finanze municipali in Occidente ed in Oriente. (Actes de la Xe Rencontre franco-italienne sur
l’épigraphie du monde romain, Rome 27-29 mai 1996), CEFR-256, Rome, pp. 155-173.
— (2004): «La question des conventus dans la péninsule Ibérique d’époque romaine», dans Au jardin
des Hespérides. Histoire, société et épigraphie des mondes anciens. Mélanges offerts à Alain Tra-
noy, PUR, Rennes, pp. 337-356.
— (2006): «L’invention de la province d’Espagne citérieure de 197 a. C. à Agrippa», dans G. Cruz An-
dreotti, P. Le Roux & P. Moret (eds.), La invención de una geografía de la Península ibérica. I. La
época republicana, Malaga-Madrid, pp. 117-134.
LOSTAL PROS, J., (1992): Los miliarios de la provincia Tarraconense (conventos Tarraconense, Cae-
saraugustano, Cluniense y Cartaginense), Institución Fernando el Católico, Saragosse.

218
GÉOGRAPHIE PÉNINSULAIRE ET ÉPIGRAPHIE ROMAINE

MURPHY, T., (2004): Pliny the Elder’s Natural History: The Empire in the Encyclopedia, Oxford Uni-
versity Press, Oxford.
NICOLET, Cl., (1988): L’inventaire du monde. Géographie et politique aux origines de l’Empire ro-
main, Fayard, Paris.
PFLAUM, H.-G., (1960-1961): Les carrières procuratoriennes équestres sous le Haut-Empire romain,
I - III, Paris.
RODRÍGUEZ ALMEIDA, E., (1989): Los tituli picti de las ánforas olearias de la Bética, I, Tituli picti
de los Severos y la Ratio fisci, Editorial de la Universidad Complutense, Madrid.
ROLDÁN, J.M., (1974): Hispania y el ejército romano. Contribución a la historia social de la España
romana, Salamanca.
SILLIÈRES, P., (1990): Les voies de communication de l’Hispanie méridionale, Paris.
TOVAR, A., (1989): Iberische Landeskunde, Tomo 3: Tarraconensis, Baden-Baden.
TRANOY, A., (1981): La Galice romaine. Recherches sur le nord-ouest de la péninsule Ibérique dans
l’Antiquité, Paris.
VIDAL DE LA BLACHE, P., (1903) [rééd. 1994]: Tableau de la géographie de la France, Armand
Colin, Paris.

219
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE
HISPANIA CENTRAL

JOAQUÍN L. GÓMEZ-PANTOJA
Universidad de Alcalá de Henares. Madrid

Supongo que, además de hacer compañía a mi buen amigo P. Le Roux, la única


razón por la cual los organizadores de esta Table-ronde han solicitado mi cola-
boración es porque los epigrafistas somos maestros en el arte de manejar datos
incongruentes y dispersos. Cuando uno se enfrenta a la esquelética información
superviviente al naufragio de la civilización grecorromana, no queda más remedio
que intentar (vanamente, en la mayoría de los casos), reconstruir lo que la Fortuna,
la incuria y el paso del tiempo nos hurtaron, alistando cualquier información dis-
ponible y sometiéndola a duros interrogatorios y autopsias post mortem; nuestro
afán de saber es tal que no despreciamos las marcas de propiedad esgrafiadas sobre
pobres objetos de uso común o el modesto epitafio de un quídam ni hacemos ascos
a los hechizos y encantamientos; y, por supuesto, convertimos en ciencia el examen
de cualquier partícula de información extraíble de los graffiti soeces y bufos de las
letrinas de Pompeya.
Por otro lado, no hay mejor ejemplo de esta peculiar ars combinatoria que
los ensayos eruditos sobre Geografía greco-romana, cuyo fin último sigue siendo
reconstruir el paisaje físico y humano de la Antigüedad. Sus elementos constitu-
tivos, que son los accidentes como montañas y ríos, no han cambiado y sólo han
desaparecido algunas poblaciones, a veces abandonadas y en la mayoría de los
casos, obliteradas por sus sucesoras. Lo que se ha perdido casi siempre es el vínculo
entre le mot et la chose y una parte del trabajo consiste en emparejar unos con otras.
Normalmente, la fuente más agradecida y fiable son los autores antiguos, sobre
todo cuando se cuenta con el auxilio del registro arqueológico y todo ello se sazona
adecuadamente con datos epigráficos y numismáticos. De esos componentes, los

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 221-248.
221
Joaquín L. Gómez-Pantoja

literarios suelen ser los que dan más problemas, ya que si requieren del aderezo
arqueológico y epigráfico es porque hay serias discrepancias entre lo que sabemos
y el testimonio de las autoridades antiguas; en tales casos, y en contra de lo que a
primera vista pudiera parecer, los restos arqueológicos apenas deciden nada, por
su abundancia y porque ruinas y artefactos suelen permanecer silentes respecto a
su naturaleza, función y nombre. No es infrecuente, pues, que detallados análisis
de geografía histórica antigua lleven a un callejón sin salida en el que el estudioso
clama por el único testimonio ausente y al que se atribuye generalmente un valor
decisivo: la seule véritable identité d’un site, on le sait, est épigraphique1.

1. Las muchas gracias del hábito epigráfico

De ahí la admonición de un distinguido anticuario: «Yo mas fe doi à las medallas y


tablas y piedras, que à todo lo que escriven los escritores»2. Tales palabras salieron
de la pluma de Antonio Agustín y Albanell, erudito arzobispo de Tarragona que,
mucho antes de que Heriberto de Rosweyde convirtiese una pía afición por las
vidas de los santos en la simiente de los Bollandistas y de la moderna crítica tex-
tual, manifestaba paladinamente su desconfianza ante muchos escritos de su tiempo
que pasaban por ser obra de autores antiguos y reivindicaba la utilidad de los obje-
tos de uso cotidiano –inscripciones, monedas–, para reconstruir la Historia clásica.
Desde entonces, ese acercamiento ha sido empleado con provecho en la ilustración
y comentario de las autoridades clásicas y, especialmente, en el caso de la geografía
de las comarcas centrales de la Península Ibérica, a las que los escritores antiguos
se enfrentaron malamente, casi siempre de oídas y sin autopsias, todo lo contrario
de lo que sucedía con el litoral mediterráneo y el valle del Guadalquivir, que eran
regiones más civiles (en el pleno sentido etimológico del término) y por lo tanto,
más expuestas a los visitantes foráneos.
Que éstos considerasen que lo que allí oyeron sobre las peculiaridades y
exóticas costumbres de los pueblos bárbaros vecinos les excusaba de la autopsia
y la investigación directa, constituye seguramente una muestra de pereza y de
desconsideración hacia quienes ahora nos interesamos por estos temas, pero hay
que admitir que ni Catón, Polibio, Poseidonio o Estrabón podían llegar a sospe-

1
ARNAUD-PORTELLI, A. (1998): 93.
2
AGUSTÍN Y ALBANELL, A. (1744): diálogo X. La figura de este notable humanista ha recibi-
do en los últimos tiempos una atención bien merecida y que resalta su contribución a la formación de nues-
tras disciplinas: unas Jornadas (1988-1990) organizadas en la ciudad de la que fue Arzobispo, la edición de su
Epistolario (FLORES, C. [1980]; FERRARY, J. L. [1992]), un estudio de su actividad epigráfica y numismática
(CARBONELL, J. [1992]) y una reunión internacional cuyas Actas (CRAWFORD, M.H. [1994]) acumulan un
considerable acopio de detalles sobre inscripciones y monedas.

222
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

char que, dos milenios después, íbamos a examinar con tal interés lo que escri-
bieron sobre asuntos que ellos tenían por menores e incidentales. De lo contrario,
es posible que nuestra curiosidad les hubiera animado a comprobar en persona
esas noticias, aún al coste de sufrir las incomodidades y peligros que conllevaba
desplazarse por comarcas en extremo agrestes; a tolerar los hábitos incómodos y
chocantes de quienes –recuérdese–, bebían cerveza, preferían las grasas animales
al aceite, usaban orines como colutorio bucal y practicaban otras desagradables
costumbres en cuestiones de mesa y cama; y sobre todo, a arrostrar los riesgos del
trato con quienes les perseguía la mala fama de ser gente bragada y con demasiada
querencia por el latrocinio.
No debe extrañar, pues, que la mayor parte de las informaciones de Estrabón
y, en menor medida, de Plinio, provengan de fuentes indirectas, de los relatos de
segunda y tercera mano de viajeros curiosos que estuvieron en Gades, Corduba,
Saguntum o Tarraco (lo que era, de por sí, una aventura) y que allí fueron infor-
mados o se informaron de cómo eran las tierras de celtíberos, lusitanos y galaicos
y de cuanto de notable tenía la forma de vivir sus moradores. El resultado son las
descripciones esquemáticas y generalizadoras del interior peninsular a las que esta-
mos acostumbrados: un país montaraz, estéril y de clima desapacible, pero rico en
minerales y ganado; además, se resalta su escuálida demografía y se supone que el
carácter de esos pocos habitantes era reflejo directo de la dureza del medio en que
vivían, pues eran ariscos y más dados al pastoreo y al bandidaje que a las pacíficas
costumbres que surgían de la agricultura y la vida urbana. En Estrabón, por ejem-
plo, esos retratos tienden al claroscuro, basculando entre dos conocidas y paradig-
máticas estampas: la de los chocantes hábitos y costumbres de quienes habitaban
los confines occidentales de la Península3 y la fácil asimilación de aquellos otros
que fueron admitidos en ciudades fundadas «a la romana» y que, por ello, se deno-
minaban toga`toi o stola`toi4.
Desde un punto de vista menos etnográfico y más institucional, la detallada
descripción de las tres provincias hispanas constituye una de las partes más conoci-
das de los libros III y IV de la Naturalis Historia5, en los que se supone que Plinio
se guió por algún tipo de plantilla o esquema administrativo, quizá los estadillos del

3
STR., III 3.7; el componente tópico ha sido suficientemente resaltado por otros, vid. THOLLARD, P.
(1987): 7-19 y GARCÍA QUINTELA, M.V. (1990): 181-210.
4
STR., III 2.15, que concierne, específicamente, a los habitantes indígenas de tres ciudades de fundación
augustea: Emerita Augusta, Pax Augusta (sic) y Caesar Augusta. Togatoi era la conjetura erudita que resolvía un
pasaje que se tenía por corrupto y que era aceptada por los editores; pero uno de los últimos (LASSERRE, F.
[1966]: 193, n. 9) la ha rechazado de plano por arbitraria, ya que los Mss. tienen unánimemente stolatoi, un rasgo
que apunta a otras bien conocidas designaciones étnicas que tienen que ver con el vestido. Algunos (LE ROUX, P.
[1995]: 8-10) consideran infundada la enmienda pero hay también quien la ha aceptado con entusiasmo (CANTO,
A.M.ª [2001]: 427-76).
5
3.7-17 (Baetica); 3.18-30 (Citerior); 4.110-112 (más Citerior); y 4.113-118 (Lusitania).

223
Joaquín L. Gómez-Pantoja

officium del procurador o de otro alto cargo de la burocracia provincial, porque los
datos se presentan por riguroso orden alfabético, primero los de la Bética, luego la
Citerior y finalmente, los lusitanos; además, dentro de cada una de las provincias,
el orden es el de los conventus iuridici, una peculiar subdivisión atestiguada en
pocos lugares del Imperio, y que en las Hispanias parece haber cumplido diversas
funciones, de las que la jurídica (a pesar de su nombre) es la peor conocida. En los
conventus más vertebrados (i.e., los de la Bética y los del litoral mediterráneo), el
listado del enciclopedista se ordena por la condición legal frente a Roma de oppida
y civitates, comenzando con los cives optimi iuris de colonias y municipios, seguido
de los cives Latini, los foederati y los stipendiarii; en cada categoría, la lista sigue
un riguroso orden alfabético, lo que da a los datos ese aire de clasificación manida
que otorga el uso burocrático.
Un modelo ejemplar de este esquema descriptivo por sus abundantes entradas
en cada una de las categorías, la ofrece el conventus caesarugustanus, cuya jurisdic-
ción entra directamente en el ámbito de nuestro estudio, porque cubría aproximada-
mente el cuadrante nororiental de la Península, con la depresión del Ebro actuando
de núcleo central de una amplia región que iba desde las comarcas pirenaicas por el
norte, compartía frontera en el oeste con el reborde montañoso de la Meseta y por el
sur penetraba ampliamente en ella hasta alcanzar la cuenca alta del Tajo, incluyendo
los territorios de Segontia, Complutum y Ercavica6.
Frente a este mundo «politizado» o «civilizado», Plinio dibujó las tierras más
occidentales en un tono más «tribal», lo que seguramente indica que los adminis-
tradores romanos tenían mucho menor interés por esos territorios y, por lo tanto,
menos ganas de intervenir (o interferir) en ellos: Lucensis conventus populorum est
sedecim, praeter Celticos et Lemavos ignobilium ac barbarae appellationis, sed
liberorum capitum ferme CLXVI7. Como se ve, un módico de datos y una confir-
mación más de que la fuente de Plinio debió de ser algún tipo de registro oficial,
porque los integrantes de la circunscripción podían ser pueblos mayormente desco-
nocidos y con nombres impronunciables pero está claro que el officium provincial
conocía al dedillo su capacidad demográfica y, por lo tanto, militar y fiscal.
Tanto en Estrabón como en Plinio, el tránsito entre urbes y gentes parece lle-
varse a cabo de modo brusco y la dicotomía es aún más aparente cuando uno se
vuelve a la evidencia arqueológica, pues los yacimientos conocidos y excavados
en las comarcas orientales y meridionales de la Península devuelven planos de edi-
ficios y objetos de uso común apropiados a las formas de vida modeladas según el
paradigma itálico o que podían ser reconocidas como tales por los contemporáneos;
en el resto del país, en cambio, los vestigios materiales parecen adecuarse a las cos-

6
NH 3.24.
7
NH 3.28.

224
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

tumbres de gentes como las descritas por Estrabón y lo foráneo apenas asoma en el
fortísimo sustrato local8.
El análisis de las inscripciones, sin embargo, atempera la nítida frontera ante-
rior entre «civilizados» y «tribales». Es cierto que en la mayor parte de la Meseta,
los usos epigráficos –onomástica, las fórmulas e, incluso, las formas y modelos
decorativos característicos de estelas y lápidas–, aparentan refractar las modas
mediterráneas; baste recordar que es precisamente en esta región donde con más
frecuencia se documenta ese peculiar idiotismo hispano consistente en que los
nombres personales van seguidos de epítetos en genitivo plural, lo que se ha dado
en llamar «gentilidad» o «unidad suprafamiliar»9. Sin embargo, que conozca-
mos individuos con nombres tan peregrinos como Caesarria Paesica Sahi filia10,
Luntbelsar11 o T. Pompeius Urcalocus12 no deja de ser un indicio de apertura a las
influencias exteriores, porque es cada vez más claro que el «hábito epigráfico» (la
necesidad o conveniencia de usar inscripciones) es consecuencia directa o indirecta
de la influencia de Roma13.
Además lo único singular de los ejemplos anteriores es la onomástica porque
en todo lo demás se cumplen las pautas ordinarias en cualquier parte más civilizada
de la Península: Luntbelsar (suponiendo que esa fuera la forma en nominativo de su
nombre) fue enterrado con un epitafio que sigue los cánones del género y Pompeius
Urcalocus sólo tiene de particular su cognomen, pues se trataba de un ciudadano
romano inscrito, como sus demás convecinos de Clunia, en la tribus Galeria.
Pero mi ejemplo favorito de cómo las apariencias pueden resultar engañosas
son sendos pedestales con los que se honró en Tarraco a un aristocrático matrimo-
nio local, cuando ambos accedieron al selecto colegio de los flámines de la pro-
vincia Hispania Citerior; en el que sostenía la estatua del marido, éste fue filiado
como L. Antonius Paterni filius, Quir(ina tribu), Modestus, Intercatiensis ex gente
Vaccaeorum, Cluniensis, mientras que en el otro se identificaba a la esposa como
Paetinia Paterna, Paterni fil., Amocensis, Cluniensis ex gente Cantabrorum14. De
este modo, lo que en lugares más civilizados requería una simple palabra para expre-
sar la origo o la domus, aquí se ha transformado en una triple referencia a la aldea, la

8
Vid., por ejemplo, las observaciones de SASTRE, I. (2001): 38-47 sobre los lugares de habitación llama-
dos «castreños» en el lejano conventus Asturum.
9
Vid. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, M.ªC. (1986):121-165; GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (1996): 77-100.
10
ABÁSOLO ÁLVAREZ, J.A. (1974): cat. n. 11; la inscripción, con su correspondiente fotografía y demás
datos pertinentes está ahora a disposición de todos en Hispania Epigraphica on Line (HEpoL) en http://www.ubi-
erat-lupa.austrogate.at/hispep/public, introduciendo en el cajetín de Búsquedas el número 24194.
11
AE 1994, 1042 = HEp 6, 4 = HEpoL 12776.
12
CIL II, 2800 = DE PALOL, P. & VILELLA, J. (1987): cat. n.73 = HEp 2, 1992, 133.
13
BELTRÁN LLORIS, F. (2003): 179-91.
14
Se trata de CIL II, 6093 y 4233 = ALFÖLDY, G. (1975): cat. nn. 256 y 323 = HEpoL 12439 y 9944 res-
pectivamente.

225
Joaquín L. Gómez-Pantoja

gens y el conventus. Lo interesante es que ambos pedestales se datan imprecisamen-


te en torno a la segunda mitad del siglo II d.C., es decir, que los rasgos indígenas del
conventus cluniensis descritos por Plinio un siglo antes seguían siendo perceptibles e
importantes para los contemporáneos de Marco Aurelio o Cómodo15.
La gran ventaja del testimonio epigráfico es que está en continua expansión,
y mientras que el texto de la obras literarias clásicas ha quedado definitivamente
fijado desde hace más de un siglo y la discusión sobre detalles menores tiende a
enrarecerse por falta de novedades, el hallazgo de nuevas inscripciones resuelve
de un plumazo polémicas encarnadas o, por el contrario, desmorona súbitamente el
consenso logrado en un punto difícil tras siglos de debate.
Todo ello es de rabiosa actualidad en el caso de la Península Ibérica, donde
el corpus epigráfico se ha engrosado de forma espectacular en los últimos veinte
años16 y gracias a esa avalancha de información, hemos sabido de la existencia de la
provincia Transduriana17 y del conventus Ara Augustanus18; conocemos la precisa
localización de los castra legionum III Macedonicae, VI Victricis y X Geminae19,
y podemos estar casi seguros de la situación de diversos oppida citados por Plinio
pero de los que hasta ahora no había constancia segura de su emplazamiento20;
incluso disponemos de un singular fragmento de mapa, una pequeña forma bron-
cínea que representa parcialmente una centuriación cercana a la ciudad lusitana de
Lacimurga21. Y todo ello sin olvidar cuestiones menores relacionadas con gentili-
cios y topónimos, de los que hay tantos ejemplos de adiciones y enmiendas orto-
gráficas que el asunto es ya una vulgaridad. De ahí, que sea de plena aplicación al
presente estado de las Antigüedades hispanas la célebre ocurrencia del maestro L.
Robert: l’épigraphie est l’eau de Jouvence de nos études22.

15
La fecha según ALFÖLDY, G. (1973): 63 y 95-96.
16
Las 6350 inscripciones catalogadas por E. Hübner a fines del siglo XIX son ahora cuatro veces más y el
crecimiento no tiene visos de parar (BODEL, J. [2001]: 160-161). Por si sirve de pauta para valorar el fenómeno,
en Hispania Epigraphica recogemos y comentamos anualmente más de 600 inscripciones halladas en España y
Portugal, de las que algo más de una cuarta parte son absolutas novedades, es decir, nunca habían sido publicadas
con anterioridad.
17
De acuerdo con el ya célebre –y para algunos, controvertido– «Bronce de Bembibre» (HEpoL 16498); vid.
HEp 7, 378 y 8, 325; AE 1999, 915; 2000, 760; 2001, 1214 y 2002, 763 para referencias precisas a la considerable
bibliografía generada desde el hallazgo de este interesante documento a fines de 1999.
18
Citado por primera vez en la sospechosa Tabula Lougeiorum (HEp 1, 458; AE 1984, 553) y unos años
después en otro misterioso epígrafe de la época de Galba en el que se menciona a las gentes Aragustanae (HEp 6,
1005 = AE 1997, 766); vid. ahora FERNÁNDEZ OCHOA, C. & MORILLO CERDÁN, A. (2002): 889-910.
19
Vid. GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (2000a): 105-17; ID. (2000b): 169-90 y MORILLO CERDÁN, A. &
GARCÍA MARCOS, V. (2000): 589-607.
20
BELTRÁN LLORIS, F. (2004): 67-88.
21
SÁEZ, P. (1990): 205-28; ID. (1991):437-38; CLAVEL-LÉVÊQUE, M. (1993): 175-182; GORGES,
J.-G., (1993): 7-24. A pesar de ser quizá uno de los pocos casos de mapa a escala conocidos, la pieza ha pasado
desapercibida en la discusión actual sobre la cartografía antigua, vid. BRODERSEN, K. (2001): 9-11 y TALBERT,
R.J.A. (2004): 113-41.
22
ROBERT, L. (1961): 463.

226
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

2. La ciudad esquiva

Lo anterior, sin embargo, no endorsa que los epígrafes sean el bálsamo de Fierabrás
al que los demás colegas presentes en esta Table-Ronde deban acudir cada vez que
se encuentren en un aprieto de cualquier clase. La mayor parte de las veces las ins-
cripciones sólo proporcionan testimonios curiosos o anecdóticos; además, lápidas,
altares y pedestales tienen por costumbre aparecer privados de un adecuado contex-
to, lo que hace imposible construir un discurso razonablemente coherente basado
sólo únicamente en ellos; en definitiva, es una documentación tan inductora al error
como cualquier otra y no faltan ejemplos recientes que así lo demuestran. El más
descarado por su pujante presencia entre las novedades arqueológicas y epigráficas
del último decenio es el referido a la ciudad celtibera de Segobriga, cuyos espléndi-
dos restos –ahora lo sabemos–, están siendo fructuosamente explorados en el pago
llamado «Cabeza del Griego», en la jurisdicción de Saelices, cerca de Uclés y a
apenas120 km al sureste de Madrid por la A-323.
Sin embargo, a pesar de las claras pistas sobre la situación de la ciudad y la
identidad de sus vecinos según Estrabón, Plinio, Ptolomeo y la «Cosmografía de
Rávena»24, una constante tradición que arranca en el siglo XII y estuvo activa hasta
bien entrado el siglo XX, tendió a situar el solar de Segobriga en Albarracín (Teruel)
y, a partir del siglo XIII, en Segorbe (Castellón). El dislate surgió cuando la marcha
de la Reconquista hizo caer en la zona de influencia de la sede arzobispal de Toledo
(es decir, del reino de Castilla) la comarca de Albarracín, a la que la Geografía y
la Historia reservaban para el también expansivo reino de Aragón. Recreando en
Albarracín el linajudo obispado de Segobriga, cuyas estrechas relaciones con Toledo
estaban bien documentadas en la época visigoda, los prelados toledanos favorecían la
extensión de su cura pastoral (y sus correspondientes flecos en cuanto rentas y bene-
ficios eclesiásticos) hasta el litoral mediterráneo. Lo interesante es que el engaño
continuó, y con mayor fuerza, cuando los obispos de Albarracín, al avanzar la fron-
tera cristiana hacia Oriente, se instalaron en Segorbe (Castellón) y la toponimia aña-
dió fuerza a quienes defendían la identificación de la nueva sede con el obispado de
época visigoda. Incluso cuando el control del obispado de Albarracín-Segorbe, que
se disputaban las Coronas de Castilla y Aragón, recayó en esta última por decisión

23
TALBERT, R.J.A. & BAGNALL, R.S. (2000): mapa 27, C2; COMITÉ ESPAÑOL DE LA TABULA
IMPERI ROMANI (2001): 297-299; ROLDÁN HERVÁS, J.M. (2006): s.v. Segobriga. Sobre los resultados de
los trabajos recientes en el yacimiento arqueológico, vid. ABASCAL PALAZÓN, J.M. (2002): 123-61, aunque los
hallazgos más espectaculares son, sin duda, los epigráficos, vid. ABASCAL PALAZÓN, J.M. & CEBRIÁN, R.
(2000): 199-214; ID. (2002): 151-86; ALFÖLDY, G. & alii (2003a): 255-74 y (2003b): 217-32, que dejan comple-
tamente obsoleto el catálogo de ALMAGRO BASCH, M. (1984). Segobriga, por último, fue también una impor-
tantísima ceca que estuvo en activo en los años inmediatos al cambio de Era, vid. RIPOLLÈS ALEGRE, P.P. &
ABASCAL PALAZÓN, J.M. (1996).
24
Una útil compilación historiográfica sobre el yacimiento en ALMAGRO BASCH, M. (1983).

227
Joaquín L. Gómez-Pantoja

papal en el siglo XIV, la identificación entre Segobriga y Segorbe era tan fuerte que
se convirtió en la opinión común durante quinientos años, apenas erosionada por las
fundadas discrepancias de preclaros humanistas como Antonio Agustín, Ambrosio
de Morales, Jerónimo de Zurita, Juan de Mariana y Gregorio Mayans, así como por
los hallazgos arqueológicos ocurridos en Cabeza del Griego a lo largo de los siglos
XVII y XVIII, que hicieron patente que el campo de ruinas no podía sino pertenecer
a una ciudad de porte y cuyo nombre algunos quisieron leer en un fragmento inscrito
descubierto en las excavaciones de fines del siglo XVII donde se veía con toda clari-
dad la secuencia [------]GOBR[-----]25.
Sin embargo, entre los que militaron en la opinión contraria estuvieron Enrique
Flórez, Jaime Villanueva y Aureliano Fernández Guerra, unos investigadores de
tanta doctrina y buen sentido que influyeron decisivamente en Emil Hübner, cuyo
volumen hispánico del Corpus Inscriptionum Latinarum disocia los títulos descu-
biertos en Cabeza del Griego de Segobriga, que el sabio alemán emplazaba con
algunas dudas en Segorbe; ni siquiera el hallazgo en el mismo Saelices en 1892 del
epitafio de un servus Rei publicae Segobrigensium fue suficiente para acabar con
esa convicción y al recoger esa inscripción, Hübner comentó que de situ Segobrigae
quae olim exposui (loc. cit. en la nota precedente) vix mutantur hoc titulo26. De este
modo, la máxima autoridad en la epigrafía hispana perpetuó por otros cien años el
multisecular dislate de colocar Segobriga fuera de su lugar natural y hasta los años
cincuenta del pasado siglo siguió siendo novedoso mantener lo contrario27.
A modo de coda, nótese que no acaba aquí la disputa geográfica sobre
Segobriga, porque cuando está resuelta definitivamente la cuestión de la identidad
de sus ruinas, numísmatas y arqueólogos han abierto un nuevo frente de discusión
y controversia. El asunto es relativamente simple: salvo por algún que otro hallaz-
go aislado, no se ha encontrado hasta ahora en Cabeza del Griego evidencia alguna
de ocupación urbana anterior a mediados del s. I a.C., pero existe una numerosa
serie monetal con leyendas en alfabeto prerromano procedente de una ceca llama-
da Sekobirikes. La similitud de este nombre con el de la ciudad y el que ésta alo-
jase también un productivo taller monetario desde temprana época augustea hasta
el tiempo de Calígula, cuyas primeras acuñaciones iban signadas como Segobris
(indudablemente una transcripción de la forma céltica *Segobrix), ha sido inter-

25
La inscripción fue descubierta en marzo de 1790 y la conocemos por la carta que el archivero del Priorato
de los Santiaguistas en Uclés envió a un corresponsal sevillano, quien la comunicó a la Academia local, vid.
RADA Y DELGADO, J. & FITA, F. (1889): 115, de quien la tomó CIL II, 3122; más información en ALMAGRO
BASCH, M. (1984): 95-96, con el dibujo de la pieza.
26
Eph. Epigr. VIII (1896): cat. n. 182. La inscripción había sido previamente publicada por FITA, F. (1892):
136; vid. ALMAGRO BASCH, M. (1984): cat. n. 67.
27
Vid. BELTRÁN VILAGRASA, P. (1953): 231-53; ALMAGRO BASCH, M. (1982): 130; ALFÖLDY, G.
(1987): 75 cat. n. 9.

228
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

pretada habitualmente como un claro signo de la continuidad entre las monedas


prerromanas y las imperiales. La discrepancia temporal entre el floruit de la ceca
más antigua entre mediados del s. II a.C. y mediados del s. I a.C. y la ocupación del
Cabezo del Griego hacia los años 50 a.C. se resolvía suponiendo que la población
inicial de Segobriga procedía del vecino yacimiento de Fosos de Bayona, que está
situado a unos pocos km aguas arriba del río Cigüela y que reúne dos apropiadas
características para ser el antecesor de la ciudad romana: fue abandonado a media-
dos del s. I a.C. y de él procede una pequeña placa de bronce con forma de protomo
de toro y la leyenda en alfabeto ibérico Sekobirikia28.
Sin embargo, esta nítida y elegante solución tiene también serios e insuperables
inconvenientes, puesto que los hallazgos de monedas de Sekobirikes se distribuyen
primordialmente en la Meseta Norte y faltan por completo en el área de Segobriga
y, por supuesto, en Fosos de Bayona, donde lo que abundan son las acuñaciones de
otra ceca ibérica, denominada Karbica29. Como el buen sentido pide que la mayor
concentración de monedas se produzcan en la proximidad de sus lugares de fábri-
ca, el paradójico resultado es que Karbica no puede ser la antecesora de Segobriga
(salvo que se explique razonablemente la mudanza de nombre y habitantes) mien-
tras que la que el nombre sugiere que lo fue (Sekobirikes) debe buscarse a cientos
de kilómetros al norte, en las comarcas ribereñas del Duero Medio30. Para mayor
confusión, un estudio reciente de las primeras series monetales de Segobriga revela
tales concomitancias formales con algunas monedas de Karbica, lo que sugiere que
en ambos casos actuaron «el mismo grabador y taller»31.
La única explicación capaz de englobar los datos disponibles y resolver las
discrepancias reivindica la actuación de los ambiciosos prelados toledanos del siglo
XII y a quienes, durante siglos, defendieron que Segobriga era Segorbe, porque no
hay más remedio que admitir la existencia de al menos dos lugares con el nom-
bre Segobrix: uno, la ceca ibérica situada en la Meseta Norte, posiblemente en el
triángulo formado por el curso del Duero entre su nacimiento y el Pisuerga, pero
sin descartar las comarcas del valle Medio del Ebro; y el otro, más moderno, coin-
cidente con la Res publica Segobrigensium, cuyo identificación con las ruinas de
Cabezo del Griego llevó tanto tiempo aceptar. La toponimia redundante no es un
fenómeno desconocido ahora ni debió de serlo en el pasado, porque consta que el
mismo Plinio se quejaba de la abundancia de Uxamae y Segontiae en la Península32;
olvidar este hecho ha sido y será causa de errores a la hora de localizar topográfica-

28
HÜBNER, E. (1893): 174-175, n. 40 = GÓMEZ MORENO, M. (1949): 31, n. 85 = ALMAGRO BASCH,
M. (1984): 17-20, con fotos y dibujos.
29
VILLARONGA, L. (1986-1989): 364-6.
30
GARCÍA-BELLIDO, M.ªP. (1994): 245-59.
31
RIPOLLÈS ALEGRE, P.P. & ABASCAL PALAZÓN, J.M. (1996): 21.
32
PLIN., NH 3.26.

229
Joaquín L. Gómez-Pantoja

mente los datos de las autoridades antiguas33, pero el corolario inevitable en el caso
que nos ocupa es que es más que probable que el nombre moderno Segorbe derive
seguramente de una Segobrix / Sekobirika / Segobriga, que pudo ser o no la sede de
la ceca monetaria cuya situación es aún disputada34.

3. De profesión, sus viajes

No cabe duda que el principal y más útil incentivo del conocimiento geográfico
fue y es la necesidad de viajar; cualquier desplazamiento requiere previamente que
el viajero decida dónde quiere ir y a hacerlo ayuda mucho saber de antemano cuá-
les son las condiciones físicas y humanas de los potenciales destino. Resuelta esa
cuestión, hay que informarse también sobre el itinerario, especialmente en lo que
concierne a las distancias, los obstáculos que la Naturaleza impone al viandante
(puertos de montaña, vados, la temporada climática adecuada) y la idoneidad y con-
dición de los caminos en lo referente a seguridad, aguadas y alojamientos. Muchos
de esos conocimientos se transmiten por la vía de la experiencia personal, pero la
redundancia en los mismos destinos acaba creando un corpus doctrinal que puede
estar más o menos difundido35.
En cuestión de viajes y viajeros de época romana, la opinión corriente es que
se trató de una actividad fuera del alcance de la mayoría de la población, que esta-
ba atada a sus lugares de residencia por la universal necesidad de vivir de la tierra
y porque viajar era una actividad cara, peligrosa y extenuante; sólo circunstancias
peliagudas como guerras, hambrunas y pestes forzaban a esa mayoría a abandonar
sus hogares. Por lo tanto, viajar era algo propio de determinados grupos sociales,
como los militares o los comerciantes y buhoneros, para quienes la itinerancia eran
parte de la forma de vida; y también para quienes, teniendo medios sobrados para
suavizar las dificultades y durezas del camino, podían viajar simplemente para
satisfacer su curiosidad por conocer las antigüedades del Nilo o para acudir al cum-
pleaños de un amiga distante36.

33
El caso más llamativo es quizá el que puso sobre la mesa KONRAD, C.F. (1994): 440-53 al reconstruir la
topografía de las guerras sertorianas, trasladando dos de las operaciones narradas por Plutarco desde la mitad sep-
tentrional de la Península a la Bética.
34
ALBERTOS FIRMAT, M.L. (1990): 131-46.
35
Recientemente se ha señalado la importancia de las rutas pastoriles y de los pastores en la conformación
de la red viaria antigua de la Península o, al menos, las que conocemos de época imperial romana, vid. SALINAS
DE FRÍAS, M. (1999): 281-93 y ALFARO GINER, C. (2001): 215-31.
36
Me refiero, claro está, al famoso viaje de Germánico por Egipto en 19 d.C., cuyo motivo fue según TAC.,
Ann. 2.59 «para conocer sus antigüedades», entre las que se incluían, cómo no, las Pirámides y los Colosos de
Memnón; uno de éstos, «al ser herido por el sol, emite un sonido como el de la voz» (ibid. 61), lo que atrajo a
otros visitantes ilustres como la emperatriz Sabina. Desde su publicación, la más famosa invitación de cumplea-
ños legada por la Antigüedad es la que Sulpicia Lepidina recibió en Vindolanda de su amiga Claudia Severa, vid.

230
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

No es de extrañar que la poca evidencia disponible sobre viajes y viajantes


–la amplia red de calzadas, pero también esos curiosos y singulares textos llama-
dos «Itinerarios»–, hayan sido interpretados tradicionalmente como los inevitables
overhead costs que acarreaba la extensión del imperium populi Romani sobre el
resto del Orbe, porque las carreteras permitían la rápida y fluida transmisión de
informaciones y órdenes mediante el cursus publicus, el despliegue ordinario o
urgente de las legiones y una económica colecta y distribución de los bienes anona-
rios; lo cual lleva a suponer que los Itinerarios conocidos proceden de arquetipos a
disposición de la cancillería imperial o de los mandos legionarios, que debían cono-
cer a la perfección la red viaria para organizar cualquiera de los desplazamientos
antes indicados37.
Sin embargo, esa visión se ha desmoronado poco a poco al enriquecerse el
debate con nuevos y sustanciosos datos. La trascripción y difusión de los documen-
tos egipcios, papiros en su mayoría, revela la frecuencia y universalidad con la que
viajaban gentes de todo tipo y nos descubre que acudir al cumpleaños o al funeral
de un pariente no era costumbre exclusiva de los potentados ni que los únicos visi-
tantes que acudían a presenciar el cotidiano milagro de Memnón clamando por su
madre en el frío amanecer del desierto fueron los miembros de la domus Divina38.
Por el contrario, muchos de esos desplazamientos los realizaron individuos de nula
relevancia histórica por razones que sólo eran transcendentes para ellos, que es el
dato a retener, porque esas noticias anecdóticas y vulgares muestran una sociedad
más móvil de lo que estábamos acostumbrados a pensar39. El problema con la docu-
mentación egipcia es hasta qué punto representa la situación normal en el resto de
la provincias del Imperio, que carecen de informaciones parecidas, aunque en las
regiones del centro de Hispania, que ciertamente corresponden a un ambiente cultu-
ral y social muy alejado del egipcio, hay indicios de una notable actividad viajera.
Una de las peculiaridades de interés geográfico que refleja los epígrafes de
la Meseta es un considerable numero de alieni, es decir, de personajes atestigua-
dos fuera de su tierra natal y que adoraron a divinidades ajenas a sus patrias o, más
corrientemente, fueron enterrados lejos de sus lugares de origen, dejando en el epi-
tafio el testimonio de su forastería. El fenómeno no es desconocido en otras regio-

BOWMAN, A.K. & alii (1994): cat. n. 291; también en BOWMAN, A.K. (1994): 127 cat. n. 21.
37
Respecto al más completo de estos documentos, el arbitrariamente denominado «de Antonino», porque
su fecha no puede ser anterior a la época tetrárquica o incluso constantiniana (vid. recientemente, ARNAUD, P.
[1993]: 33-47), se ha dicho hace poco que se trata de un documento privado, posiblemente compilado por alguien
de origen hispano o mauritano, no sólo por el mayor detalle con que se describe la pars Occidentis, sino porque las
copias más antiguas son, precisamente, de origen visigótico, vid. SALWAY, B. (2001): 39-43 e ID. (2004): 68-69.
38
Los sendos ejemplos de viaje por motivos festivo y luctuoso son, respectivamente P.Oxy XXXVI 2791 y
P. Fouad 175. Para los curiosos atraídos por la fama de los Colosos de Memnón, vid. los índices de BERNAND, A.
& BERNAND, B. (1960).
39
Vid. ADAMS, C. (2001): 138-66.

231
Joaquín L. Gómez-Pantoja

nes del Imperio40 pero la peculiaridad de Hispania es que muchos de los viajeros
procedían de zonas muy concretas y fueron a residir (o morir) en un reducido grupo
de destinos, lo que lleva a suponer que sus desplazamientos sucedieron en el con-
texto más amplio de un fenómeno migratorio, del que no existen referencias explí-
citas en las fuentes antiguas.
Este silencio puede causar una cierta extrañeza en estos tiempos, pero es de
lo más razonable visto desde la perspectiva antigua, porque nuestra especial sen-
sibilidad por las cuestiones migratorias difícilmente fue compartida por quienes
estaban acostumbrados a ver los desplazamientos de población como connaturales
a determinados oficios o consecuencias inevitables de coyunturas como la guerra,
las hambrunas o la peste. Ocasionalmente, esos movimientos llamaron la atención
de los autores clásicos, pero sólo cuando su volumen se salía de lo ordinario o los
migrantes se convertían en un peligro, como sucedió con el largísimo trek que
llevó a cimbrios, teutones y otras gentes afines desde sus comarcas bálticas hasta
el Mediterráneo a fines del s. II a.C., o cuando el ambicioso César se sirvió de los
deseos helvecios de dirigirse desde sus valles alpinos hasta las costas atlánticas para
ganar notoriedad en Roma y rehacer su fortuna. Igualmente, una mención de pasada
de Estrabón sobre la presencia de picentini en el golfo de Apolonia o la transfor-
mada toponimia del Samnium son los únicos indicios disponibles de poblaciones
forzadas a dejar sus lares durante la conquista romana de Italia41. En el caso de
Hispania, nuestras autoridades recuerdan que los promagistrados romanos organi-
zaron ocasionalmente repartos de tierras –quizá en conexión con desplazamientos
forzados de población por motivos estratégicos– que llegaron a congregar miles de
personas y permitieron, inter alia, que Ser. Sulpicio Galba llevara a cabo con éxito
la infame masacre de la que escapó Viriato; también consta que un grupo de celtíbe-
ros (que algunas fuentes califican de latrones) fuera exiliado a tierras de ultrapuer-
tos por Pompeyo como parte del asentamiento del país tras las guerras sertorianas.
Es muy probable, sin embargo, que esos pocos casos visibles oculten una larga serie
de deportaciones de las que sólo queden indicios indirectos42.
Lo que aquí nos ocupa, sin embargo, es un fenómeno mucho más difuso y
difícil de concretar en sus circunstancias temporales y de volumen, aunque esta-
mos bien ciertos de otras peculiaridades, como las del origen y los destinos de los

40
Por citar únicamente estudios referidos a provincias vecinas de las Hispanias, vid. el trabajo modélico de
LASSÈRE, J.M. (1977) o el más reciente de WIERSCHOWSKI, L. (1995); otros ensayos de menor ambición son
los de RICCI, C. (1992): 102-144; ID. (1993): 205-55, respectivamente sobre los hispanos y germanos atestiguados
epigráficamente en Roma o el GARCÍA DE CASTRO, F.J. (1999): 179-88 sobre los hispanos en las Galias.
41
Picentini: STR., V 4.13 = C 251; ligures lejos de sus solares ancestrales, LIV., XL 38.1-9 y vid.
BARZANÒ, A. (1995): 177-201 y LUISI, A. (1995): 203-214. Sobre el fenómeno de la deportación y las migracio-
nes forzadas, vid. SONNABEND, H. (1995): 14-17.
42
El episodio de Sulpicio Galba en APP., Iber. 59-61; los deportados por Pompeyo en IERON., Chr. ad ann.
72, p. 152 Helm. Vid. sobre estos y otros movimientos demográficos forzados, PINA POLO, F. (2004): 211-247.

232
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

migrantes. El conjunto hispánico de epígrafes con declaración expresa de forastería


apenas supera los 650 ejemplares, lo que casi representa el 5% del total de las ins-
cripciones conocidas43. Lo significativo es que quienes se identifican en ellas como
clunienses o uxamenses (sin duda porque procedían de esas dos viejas civitates
celtibéricas, que parecen haber sido asimiladas en la esfera de influencia romana
desde fecha temprana), duplican en número a los procedentes de cualquier otra
civitas o gens hispanas; y si el recuento incluye otros lugares vecinos de la región
(Augustobriga, Avila, Nova Augusta, Segovia, Segontia y Termes), resulta que una
tercera parte de la emigración interna hispana provenía de la misma región, las
comarcas centrales del Valle del Duero o, si se quiere, el conventus cluniensis.
Hace cincuenta años se llamó la atención sobre el fenómeno y, desde entonces,
no ha dejado de ser comentado y explorado, con la resultante de una larga bibliogra-
fía que no cesa de aumentar con el descubrimiento de nuevas lápidas de emigrantes
y porque las causas de ese singular fenómeno siguen eludiéndonos44.
Como botón de muestra de la importancia relativa que los viajeros podía alcan-
zar en algunos lugares de la Meseta, permítaseme que les presente un ejemplo poco
conocido, por lo minúsculo de la muestra y porque el lugar de donde proceden no fue
tampoco de los preclaros de Hispania. Efectivamente, Augustobriga fue un peque-
ño municipium situado al noreste de Numantia y junto a la vía romana que unía la
Meseta con el Valle del Ebro; salvo por un posible campamento militar de época
augustea y un nativo que hizo fortuna en Tarraco45, la civitas ha dejado una corta hue-
lla en la Historia. El lugar corresponde ahora a la aldea soriana de Muro de Ágreda y
la veintena de inscripciones encontradas allí y en sus alrededores (el supuesto territo-
rium de la ciudad), presentan la singular característica de contar con al menos cuatro
cenotaphia erigidos en memoria de varones fallecidos fuera de su patria. El primero
fue descubierto a fines del siglo XIX, posiblemente in situ, y perteneció a quien obit
Calagorri, es decir, que falleció a unos 60 km al noroeste de Augustobriga46; otro epi-

43
El cálculo se basa en los datos compilados hace veinte años por HALEY, E.W. (1986): 294 (cf. ID. [1991]:
87), refinados y actualizados por mí diez años después (GÓMEZ-PANTOJA, J.L. [1998]: 187-201). Ahora habría
que tener en cuenta el notable incremento del catálogo peninsular, que ronda ya las 24000 inscripciones; aunque
también se han descubierto muchos más epígrafes de viajeros, el peso estadístico de este grupo ha disminuido res-
pecto al conjunto total; sin embargo, el porcentaje de migrantes de la región que nos ocupa sigue siendo tan rele-
vante como hace unos años.
44
ARIAS, L.A. (1949): 1-50; ID. (1952): 22-49; ID. (1954): 16-69; ID. (1958): 67-98; GARCÍA Y
BELLIDO, A. (1963): 39-52; FABRÉ, G. (1970): 314-339; GARCÍA MERINO, C. (1973): 9-28; ID. (1975):
187-200; JIMENO, A. (1980): 187-190; HALEY, E.W. (1986): 294; ID. (1991): 93-94; GÓMEZ-PANTOJA, J.L.
(1995): 495-505; HERNÁNDEZ GUERRA, L. (2003): 229-51.
45
Sobre el campamento, vid. GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (1987): 232-6, LE ROUX, P. (1992): 231-57 y
MORILLO CERDÁN, A. & AURRECOCHEA, J. (2006): 247. Sobre el augustobrigensis que triunfó en la capi-
tal provincial en el reinado de Antonino Pío, vid. CIL II, 4277 = ALFÖLDY, G. (1975): cat. n. 352; recientemente
se ha descubierto un titulus pictus (HEp. 7, 952) que lo atestigua como propietario de la rica villa dels Munts, en
Altafulla, próxima a la capital provincial.
46
Vid. FITA, F. (1896): 524; JIMENO, A. (1980): 97-8 cat. n. 78,

233
Joaquín L. Gómez-Pantoja

tafio conmemora a quien murió peregre, sin indicar exactamente dónde sucedió tan
luctuosa circunstancia47, pero esa imprecisión queda compensada por una tercera lápi-
da hallada en las proximidades de Muro de Ágreda y perteneciente sin duda alguna a
un aug(ustobrigensis) al que le alcanzó la muerte fine Arcobrigensium, una indicación
topográfica sobre cuyo significado no se ponen de acuerdo los especialistas48; por
último un cuarto y último epitafio, encontrado también en cercanías de Augustobriga,
atestigua a otro individuo que decesit (!) in [G]allaecia, un lejano destino occidental
que fue buscado al menos por otro compatriota49.
Si esto es revelador de la vocación viajera de las gentes de la Meseta, el fenó-
meno es aún más patente cuando se trata de las dos grandes ciudades de la zona,
Clunia y Uxama, porque la abundancia de datos –en este caso, los epitafios de quie-
nes murieron in itinere o ya en sus destinos–, permite conocer con mayor certeza
algunas características de la migración. El catálogo de los viajeros fue establecido
por mí hace ya unos años y es poco lo que hoy puedo añadir o corregir50. Lo más
47
Vid. JIMENO, A. (1980): 96 cat. n. 77, cuya equivocada recensión del epígrafe ha ocultado el rasgo que
nos interesa. Examiné la pieza en 1995 y de esa autopsia procede mi lectura, ya reseñada en otros lugares.
48
Vid. ibidem: 185-86 cat. n. 115, con la corrección de lectura de HALEY, E.W. (1991): 74; más recientemen-
te, GIMENO PASCUAL, H. & RAMÍREZ SÁNCHEZ, M. (2001-2002): 291-309, han vuelto a editar esta inscrip-
ción con cambios mínimos en la onomástica del difunto. La localización del misterioso finis Arcobrigensium puede
entenderse, como hacen muchos por obvias razones, en referencia al territorio de la no muy lejana Arcobriga, en
el Valle del Jalón (pero entonces, ¿por qué tanto interés en detallar finis cuando bastaba el nombre del lugar, como
sucede en la mayor parte de los epitafios?) o como el topónimo de un lugar menor no identificado, quizá situado en
Lusitania, vid. GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (2001): 200 y P. LE ROUX, n. 13, en estas mismas páginas.
49
Vid. BELTRÁN LLORIS, F. (1989): 141, con la corrección de M. Navarro, en AE 1989, 451 (cf. HEp.
4, 951). El otro turiasonensis es el mencionado en una preciosa tessera hospitalis hallada en Paredes de Nava,
Palencia, vid. HEp 9, 478 = AE 1999, 922.
50
Vid. GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (1998): 186-193 (un resumen en [1995]: 498-499). Mi listado incluye 63
emigrantes de Clunia y Uxama y otros nueve casos dudosos, dejando fuera a los soldados, los sacerdotes pro-
vinciales y a otros personajes como el conocido grammaticus latinus cluniense que fue empleado pecunia publi-
ca (CIL II, 2892) en Tritium Magallum. Un ensayo similar más reciente, pero limitado sólo a los clunienses
(HERNÁNDEZ GUERRA, L. [2003]: 239-245), no modifica sustancialmente mis resultados (cuando se homolo-
gan los criterios de ambas encuestas), aunque L. Hernández omite un nuevo epitafio de Tritium Magallum relevan-
te a su propósito (CIL II, 2899b con HEp 7, 595). Hay más novedades en lo que respecta a los uxamenses, porque
deben añadirse los testimonios de Alcalá de Henares (GÓMEZ-PANTOJA, J.L. [2003a]: 504-505 n. 5) y el curio-
so epitafio de Santibáñez de Vidriales (HEp 6, 996, con mi comentario). He tratado de las circunstancias políticas
y económicas de la comarca de donde proceden los emigrantes en GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (2003b): 231-85. La
adición de los desplazados de ciudades vecinas confirma la impresión apuntada respecto a los destinos: una novau-
gustana se documenta en Río Tinto, en la provincia de Huelva, en un epígrafe de buena factura, quizá del s. II (vid.
GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J. [1989]: 93-94 n. 39 = AE 1965, 300), mientras que los termestini constituyen un
grupo de emigrantes numeroso y bien localizado, con clara querencia por las tierras lusitanas y por los lugares
situados entre sus comarcas de origen y sus destinos: Avila (vid. KNAPP, R. [1992]: 13-14 cat. nn. 15-16 = HEp 4,
90-91 = HERNANDO, R. [2005]: 90-93 cat. nn. 14-15); Augusta Emerita (EE VIII, p. 364-365, n. 23; HEp. 7, 127)
y la zona minera de Huelva (GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J. [1989]: 93-94 n. 39 = AE 1965, 300). Ya se ha dicho
que Segontia fue un nombre de lugar corriente en Hispania, pero el correspondiente etnónimo se prodiga poco en
las inscripciones: aparte de un flamen provincialis de la Citerior (CIL II, 4195) y un personaje de ese origen ates-
tiguado en la propia Roma (CIL VI, 3853), los únicos segontini viajeros son dos cuyos epitafios se encontraron en
Complutum y sus alrededores (ABASCAL PALAZÓN, J.M. [1983]: 69-71 cat. n. 15 y ABASCAL PALAZÓN,
J.M. & FERNÁNDEZ-GALIANO, D. [1984]: 17 cat. n. 13 = KNAPP, R. [1992]: 116-117 cat. n. 124).

234
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

llamativo es su acumulación en una corta y selecta lista de lugares de la vertien-


te septentrional del Sistema Central cuando se trasladan a un mapa esos datos en
torno a Asturica Augusta y sus alrededores y en el interfluvio Tajo-Guadiana, es
decir, en la zona de influencia de dos importantes corredores peninsulares, el que
une las montañas leonesas con el Guadiana (la famosa «Vía de la Plata» o iter ab
Asturica Augusta Emeritam51) y el que cruza en diagonal el centro de la Península
desde el Valle Medio del Ebro hasta el Tajo, una ruta actualmente servida por la
carretera Nacional 110 pero que no figura en los repertorios de caminos antiguos52.
Los casos excéntricos a esas áreas pueden considerarse marginales, porque les falta
el rasgo más característico del fenómeno, que es la redundancia, de tal modo que
la aparición del testimonio del primer emigrante siempre viene acompañada, más
tarde o temprano, de otros individuos del mismo origen, lo que nada tiene de extra-
ño porque los demógrafos señalan que las migraciones son procesos acumulativos,
que atraen viajeros hacia los lugares donde ya existen otros de su misma condición,
sean parientes o coterráneos, quienes no sólo informan a los viajeros sino que, una
vez en el destino, les brindan la asistencia necesaria durante la dura y difícil aclima-
tación a la nueva residencia53.
Los clunienses y uxamenses ciertamente parecen haberse guiado por este prin-
cipio, si se considera la elevada frecuencia con la que están atestiguados en Capera,
un lugar atravesado por la Vía de la Plata y donde los ocho clunienses constatados
constituyen, hoy por hoy, el grupo más prominente en un lugar de por sí favore-
cido por otros migrantes54. Las comarcas más septentrionales alrededor de Aquae
Flaviae, posiblemente por causa del vecino coto aurífero de Trêsminas, atrajeron
a otros siete clunienses, mientras que otros cuatro más dejaron sus epitafios en la
Civitas Igaeditanorum y tres miembros de la misma familia fueron enterrados jun-
tos en Vigo. En Segovia y Complutum hay constancia de sendos grupos de al menos
tres uxamenses, que son sólo dos en Legio VII. Estos números aumentarían si hubie-
ra un modo de probar con certeza la condición emigrante de individuos que portan
determinados cognomina, como Argaelus (recuérdese que según Plinio, ese fue el
cognomentum de Uxama) que aparece con inusitada frecuencia en Segobriga y en
sendos casos en Caldas de Vizella, Cacabelos y Paredes de Nava; igualmente, un

51
Este famoso camino que atravesaba las comarcas occidentales de la Península de Norte a Sur no figura
como tal en los Itinerarios antiguos, sino que resulta de la conjunción de sendas rutas que partían de sus términos
(It. Ant. 433.1-7 y 434.1-6; 439.5-10) y que coincidían en Ocelo Duri para tomar dirección Este hacia a Caesar
Augusta. Es una de las rutas mejor conocidas de la Península, gracias a que en el tramo Emerita-Salmantica (pro-
piamente «la vía o camino de la Plata») quedan muchos restos de infraestructuras viaria y abundantes miliarios vid.
ROLDÁN HERVÁS, J.M. (1971); PUERTAS, C. (1994) y CHAMORRO K. & alii (1995).
52
Pero con indicios patentes de uso antiguo, vid. GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (1999): 98-99.
53
Vid. CLARK, C. (1967): 110-111.
54
Todos los datos en GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (1999): 94-100, con referencia a las inscripciones y un mapa
de la distribución que resalta el papel de Capera en la migración.

235
Joaquín L. Gómez-Pantoja

individuo enterrado en Siruela (Badajoz), podría suponérsele de origen uxamensis


porque el cognomen que porta sólo está atestiguado en los alrededores de esa civi-
tas y su tribu, la Galeria, es la habitual entre los habitantes de Clunia y Uxama55.
La redundancia en los mismos destinos justifica la organización de los emi-
grantes: en Cacabelos, junto a las aurariae del Noroeste, el altar votivo de una divi-
nidad local puesto in honorem Argaelorum parece indicar algún tipo de colectivo de
uxamenses, que quizá esté también tras la inscripción tarraconense de un magister
Larum uxamensium56; pero el mejor ejemplo proviene del destino favorito de los
clunienses, Capera, donde está atestiguada una vicinia Cluniensium que se encar-
gó de pagar el entierro de un coterráneo. Al parecer, vicinia equivale aquí sodali-
tas o collegium, porque está atestiguada también otra vicinia Caperensium y han
aparecido otros epígrafes que confirman la pujanza de la institución y su vocación
funeraria57, a la vez que arrojan luz sobre la posible naturaleza los sodales que pia-
dosamente enterraron a dos uxamensis en Segovia y se encargaron de levantarles
sendos epitafios58; por otro lado, la existencia de asociaciones de migrantes e inco-
lae justificaría por qué hay tantas lápidas con expresa mención de forastería, al ser
precisamente la origo el motivo del entierro en un acotado sepulcral que era propie-
dad del sodalicio o colegio59.
El número de viajeros y su preferencia por determinadas comarcas sugiere
que clunienses y uxamenses buscaban en sus destinos lo que faltaba en sus luga-
res de origen; qué fuera eso es difícil de determinar porque ninguna fuente antigua
–incluidas las inscripciones– lo menciona, como tampoco hay referencia alguna a
su migración, salvo que uno quiera interpretar así un célebre pasaje de Plinio en el
que afirma tajantemente (manifestum est) que una fracción de la población lusitana,
la compuesta por quienes él llamaba Celtici, estaba emparentada con los celtíberos,
ya que ambos grupos compartían sacra, lingua, oppidorum vocabula60. Las expli-
caciones modernas del fenómeno, mas o menos elaboradas, van desde un supuesto

55
Vid. CIL II2/7, 873: L. Iulius C. f. Gal. Ebura[n]cus; sus homónimos norteños proceden de San Esteban de
Gormaz (CIL II, 2828, mal leído; vid., en cambio. JIMENO, A. [1980]: 111 cat. n. 94) y Dombellas (ibidem: 80 cat.
n 59); la primera es un lugar a pocos km de Uxama y la otra está en la inmediaciones de Numantia.
56
Respectivamente, CIL II, 5672 = HEp 10, 350 = HEpoL 11977 y CIL II, 4306 (p 973) = ALFÖLDY, G.
(1975): cat. n. 385.
57
Vid. CIL II, 806 y 821; HEp 2, 224 ; 9, 251 y 11, 204.
58
CIL II, 2731-2732 = KNAPP, R. (1992): 208-210, cat. nn. 227-228 = SANTOS YANGUAS, J. & alii
(2005): 209-211, cat. nn. 133-134.
59
En el caso de las dos inscripciones segovianas antes mencionadas, ello es muy posible porque aparecie-
ron muy juntas en el mismo sector de la muralla medieval de Segovia (vid. SANTOS YANGUAS, J. & alii [2005]:
203), lo que posiblemente indica que originariamente también estuvieron muy juntas, KNAPP, R. (1992): 209. Una
tercera lápida sepulcral de un uxamensis (pero sin mención de sodalitas, vid.. CIL II, 2733 = KNAPP, R. [1992]:
208, cat. n. 226 = SANTOS YANGUAS, J. & alii [2005]: 219 cat. n. 142), apareció en el mismo área pero despla-
zada unos centenares de metros de las otras dos.
60
PLIN., NH 3.13.

236
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

exceso de población en un área de limitados recursos agrícolas por su clima y alti-


tud61, hasta el escarmiento político de los clunienses durante la crisis del 68 a.C.62,
pasando por los inevitables motivos económicos, entre ellas el obvio atractivo de
las aurariae de la mitad occidental de la Península y, recientemente, la práctica del
pastoreo trashumante63.

4. De camino, con ayuda

Desgraciadamente, ninguna de esas hipótesis se adecua perfectamente a todos los


datos disponibles pero el asunto importa poco en este momento porque, cualesquie-
ra que fueran sus motivos, nuestros migrantes viajaban y, a lo que parece, en núme-
ro considerable o con la frecuencia suficiente para haber dejado un numeroso rastro.
Es ahora el momento de indagar en las fuentes de información que siempre se nece-
sitan cuando uno se pone en camino y que, ya se ha dicho antes, no deberían ser tan
escasas y recónditas como las teorías al uso hasta hace poco tiempo sostenían.
A diferencia de los mapas, cuyos datos son difíciles de compilar y su realiza-
ción exige cierta competencia técnica, para ir de A a B basta contar con una lista
de los lugares que hay que atravesar y las distancias existentes entre ellos, es decir,
un itinerario, que son útiles instrumentos para la clase de desplazamiento que nos
ocupa, están al alcance de cualquiera, se recuerdan con facilidad y son fácilmente
transmisibles, sea oralmente, mediante aides-memoire escritos o en forma gráfica64.
En la práctica, Itinerario conjura inmediatamente ante nosotros los ejemplares más
conocidos del género, sean terrestres o marítimos; en el «Itinerario de Antonino», la
«Cosmografía de Rávena» y en otros similares menos famosos, las diferentes rutas
terrestres aparecen descritas por los nombres de sus etapas y sus distancias interme-
dias; en los periplos –el equivalente marítimo del Itinerario–, lo que se detalla son
los amarres y los accidentes del litoral que resultaban útiles para la navegación65.
Menos conocido es el hecho de que esas ayudas de viaje existieron también en sus
versión epigráfica, lo que posiblemente implica que la información viaria, lejos de
ser el conocimiento privilegiado de burócratas y gobernantes de la Antigüedad,

61
GARCÍA MERINO, C. (1973): 20-28.
62
Vid. HALEY, E.W. (1992): 159-63.
63
Vid. GÓMEZ-PANTOJA, J.L. (1995): 495-505; ID. (1998): 187-201; ID. (2001): 177-213; ID. (2004): 98-
106; y GÓMEZ-PANTOJA, J.L. & SÁNCHEZ MORENO, E. (2003): 23-35.
64
Vid. BRODERSEN, K. (1995): 165-190 (resumido en [2001]: 12-19) con una encendida defensa de la
omnipresencia de estos documentos en la Antigüedad; y SALWAY, B. (2004): 43-96, sobre su diversidad, nacida de
la adecuación a distintas necesidades.
65
A pesar de la entusiasta apología de UGGERI, G. (1998): 31-78, es poco probable que el Mediterráneo
clásico conociese otras ayudas de navegación que las meras relaciones verbales o escritas de singladuras y referen-
cias de paso, vid. JANNI, P. (1998): 38.

237
Joaquín L. Gómez-Pantoja

estaba –literalmente– en la calle e incluso un estudio reciente postula que los itine-
rarios (tabellaria66) podían ser un elemento del paisaje viario tan corriente como los
miliarios.
En la Península Ibérica se conserva noticia de al menos tres de esos documen-
tos (uno de ellos en cuatro copias), lo que constituye uno de los más completos y
variados catálogos disponibles, no sólo por su número sino por las múltiples formas
que podían adoptar, cumpliendo todos la misma misión67. Los que quizá fueron más
vulgares por su estricta adecuación al uso fueron las planchas o placas que se colo-
caron en las proximidades de las puertas urbanas para informar a los transeúntes
del camino que aún les quedaba por recorrer hasta sus respectivos destinos; aunque
es de suponer que debió de haber muchos tituli picti sobre planchas de madera o
directamente sobre los muros, los pocos itinerarios de esta clase conservados son
epigráficos, como la tabla pétrea hallada en 1727 junto a la puerta meridional de
la muralla de Valencia, justo por donde el camino de Saetabis y Carthago Nova
embocaba la ciudad68. La inscripción fue destruida a poco de su hallazgo, no sin
que antes un curioso pudiera copiar total o parcialmente su contenido, que listaba,
precisamente, las estaciones principales del tramo entre Valentia y un lugar más allá
de Tarraco (quizá Gerunda, el Summum Pyrenaeum o la capital de la Narbonensis),
porque la inscripción debió de aparecer malamente mutilada a partir de la capital
provincial y los nombres de las mansiones aparecen truncados y faltan las distan-
cias entre ellas69.
El monumento de Valentia, fueran cuales fueran sus características, listaba
uno de los trayectos parciales de la via Augusta, la importante y antigua ruta que
ligaba Roma con Gades a través del litoral mediterráneo y luego, por el valle del

66
El término es el propuesto por SALWAY, B. (2001): 48-54, a partir de los enigmáticos tabellari mencio-
nados en llamado «Elogio de Polla» (CIL I2, 638) entre los equipamientos de la vía, junto con otras infraestructuras
más fácilmente identificables como miliarios y puentes
67
Vid. SALWAY, B., (2001): 54-58, que sólo lista otros cuatro de Galia y Germania, uno de África y la
reciente adición de Patara, sobre la cual vid. infra n. 71.
68
Una circunstancia también interesante es la costumbre de apellidar las puertas urbanas con el nombre de
la vía que recibían o, más frecuentemente, con el de la ciudad que afrontaban, lo que brindaba a sus habitantes
un intuitivo sistema de orientación geográfica; salvo en el bien documentado caso de Roma, para el que existen
abundantes referencias de toda clase, en otras ciudades dependemos del testimonio epigráfico, lo que hace que la
lista sea azarosamente incompleta; aún así, una rápida ojeada a los índices de ILS (p. 674) revela la univesalidad
de la costumbre; en Hispania, sólo he encontrado tres casos: la porta Popilia de Carthago Nova (CIL II, 3426 =
ABASCAL, J.M. & RAMALLO, S.F. [1997]: cat. n. 5 = HEp 6, 664); la porta Romana de Caesar Augusta (CIL II,
*512 pero vid. AE 2000, 773) y la porta Sucronensis de Valentia (CIL II, 3747 = CORELL VICENT, J. [1997]: cat.
n. 42).
69
CIL II, 6239 = II2/14, 38, respetando escrupulosamente el testimonio del único testigo; en cambio el últi-
mo editor (vid. CORELL VICENT, J. [1997]: 321, cat. n. 112), supone que la placa fue descrita sin anotar que esta-
ba rota por la derecha, es decir, que había sitio para indicar los nombre completos de las mansiones, seguidas de las
distancias entre ellas. Aunque la cuestión es delicada por contradecir el testimonio de nuestra única autoridad, los
paralelos con otras piezas similares parecen darle la razón.

238
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

Guadalquivir70. Precisamente, este recorrido ha quedado reflejado en cuatro peque-


ñas vasijas tubulares de plata que fueron arrojadas al manantial de agua caliente de
las Aquae Apollinares, actualmente la aldea de Vicarello (Bracciano, a unos 49 km
al Norte de Roma y orillas del lago homónimo o Sabattini)71; cada vaso es de distin-
to tamaño y ciertamente no salieron del mismo molde ni seguramente son contem-
poráneas, pero todos coinciden en presentar cuatro paneles enmarcados por pilastras
en los que se grabó completa la ruta entre Gades y Roma, con la distancia total del
viaje, las mansiones y las millas que las separaban, en un modo reminiscente de la
presentación del «Itinerario de Antonino». Se ha supuesto que estos pequeños obje-
tos eran reproducciones de algo realmente existente en Gades, lo que es fácilmente
imaginable, no sólo porque existen otros monumentos comparables72, sino por el
valor simbólico de la réplica al famoso miliarium aureum73 de Roma en uno de los
inapelables termini de los caminos del Imperio: si del primero arrancaban las dis-
tancias a todos los lugares del Imperio, el gaditano señalaba un finis Terrae y, por lo
tanto, uno de los puntos significativos del Orbe74.
El tercero y último testimonio es, sin duda, el más modesto de todos, pero
igualmente el más controvertido e interesante porque debe suponerse que quizá
fuese el de uso más común. Me refiero, claro está, a las cuatro singulares terracotas
que se encontraron a fines del siglo XIX en algún lugar cercano a Astorga y que se

70
Para el tramo francés de esta ruta (via Domitia), vid. CLEMENT, P.A., (2005). Al cruzar los Pirineos,
(vid. CASTELLVÍ, G. [1997]), el camino cambia de nombre (via Augusta), aunque es indudable que el cami-
no litoral estaba en uso mucho antes de Augusto, vid. PALLÍ, F. (1985) y MOROTE BARBERÁ, J. G. (2002); a
partir de Carthago Nova, cuando se separa de la costa internándose en las montañas en busca de las fuentes del
Guadalquivir, la via Augusta es conocida tradicionalmente como «el camino de Aníbal»; el último tramo sigue en
gran medida el curso del Guadalquivir, hasta Gades, vid. SILLIÈRES, P. (1990).
71
CIL XI, 3281-3284. Estas cuatro piezas constituyen una minúscula parte del rico tesoro encontrado duran-
te la refacción del establecimiento termal a mediados del siglo XIX; los hallazgos (principalmente numismáticos)
se dispersaron por diversos museos y colecciones de Italia y del mundo y muchos de ellos permanecen sin estudiar
o no han alcanzado la resonancia de los vasos itinerarios; el prof. L. Gasperini me comunica amablemente que está
tratando de reconstruir este singular depósito votivo. Una copia fidedigna de los vasos obra en poder del Gabinete
de Antigüedades de la Real Academia de la Historia de Madrid, adquiridos en Roma por agencia de GARCÍA Y
BELLIDO, A. (1953): 189-92. La edición comentada del tramo hispano de la vía, con imágenes de los vasos, puede
consultarse en ROLDÁN HERVÁS, J.M. (1975): 149-160; también en ARIAS BONET, G. (2002): 1307-22.
72
Las tres tablas aparecidas a lo largo del siglo XIX en Augustodunum (Autun) (CIL XIII, 2681a.b.c = XVII/
2, 490 a.b.c) y muy similares a la de Valentia, debieron formar un monumento de proporciones notables, de quizá
3 m. de altura por 2 de ancho (vid. THÉVENOT, E. [1969]: 59-66). Ciertamente mucho más grande fue el que se
ha dado en llamar stadiasmus provinciae Lyciae, encontrado pocos años ha en Patara, en el litoral meridional de
Turquía, y cuyos sillares inscritos han permitido reconstruir un monumento de c. 5,5 x 1,6 x 2,35 m, en el que se
grabó por orden de Claudio los resultados de una medición de las distancias camineras desde Patara a diversos
lugares de la provincia de Licia, vid. SEG 1994, 1205; y más recientemente, I IK, F. & alii (1998/1999; publicado
sin embargo en 2001).
73
Aunque no se sabe bien qué es lo que tenía inscrito el monumento, si tenía algo, vid. PLIN., NH 3.66 y
PLUT., Galba 24 y cf. la reciente discusión de BRODERSEN, K. (1996-1997): 273-78.
74
Nótese que los Pilares de Hércules (i.e., el Estrecho de Gibraltar) era un apropiado comienzo para las des-
cripciones geográficas antiguas, incluido el «Itinerario de Antonino», vid. SALWAY, B. (2001): 40.

239
Joaquín L. Gómez-Pantoja

denominan corrientemente «Itinerario de barro»75; si nos atenemos a la crítica inter-


na del documento, las tablillas se datan después del 68 d.C. pero no mucho después,
por lo que posiblemente se trata una de las más temprana muestras de esta clase de
documentos76. Sin embargo, las poco claras circunstancias del hallazgo, la ausencia
de paralelos –posiblemente una consecuencia directa de la fragilidad de las terraco-
tas–, y algunas discrepancias con los itinerarios literarios, son responsables de que
estas pequeñas tablillas de forma casi cuadrada y del tamaño de medio folio (15 x
12 cm), que ahora pertenecen al Museo de Oviedo, sufran el estigma de la sospecha
de falsificación desde que fueron editadas por primera vez77; nótese, sin embargo,
que incluso quienes las creen falsas no piensan que todas lo sean, aunque no coin-
ciden en cuáles son esas ni en los argumentos en favor o en contra, aunque general-
mente aducen la singularidad de las piezas y sus divergencias con lo ya sabido por
otras fuentes78; a la inversa, hay también respetados investigadores que convierten
esas mismas razones en los motivos para confiar en la autenticidad de los laterculi79.
La cuestión está lejos de estar resuelta pero, en mi opinión, por cada argumento en
favor de la falsedad se puede encontrar otro que lo anula y, en lo formal, las tablillas
siguen el esquema canónico, listando las mansiones y sus distancias intermedias en
cinco rutas del Noroeste peninsular: la gran ruta que unía Asturica (Astorga) con
Augusta Emerita (Mérida) y que, a tenor de los testimonios epigráficos, fue muy
frecuentada por los emigrantes clunienses y uxamenses; el camino entre Asturica
y Bracara (Braga); el trayecto entre el (castra legionis) VII Gemina (¿León?) y
el Portus Blendius (Suances, en la Bahía de Santander), mientras que la última
tablilla contiene las dos vías que unían Lucus Augusti (Lugo) con Iria (Padrón) y
Dactionum (Monforte de Lemos). Pero difieren de cualquier otro documento cono-
cido en que dos de las rutas –la del campamento legionario al Portus Blendius y la
de Lucus Augusti a Dactionum–, no figuran en ninguna otra fuente conocida y que
en ocasiones divergen del «Itinerario de Antonino» en el número, orden y la dis-
tancia entre mansiones. Además, las cuatro tablillas presentan la singularidad de

75
Las tablas son AE 1921, 6-9, pero esas referencias sólo recoge una parte mínima de la bibliografía genera-
da por estas piezas y por supuesto, carecen de fotos que son imprescindibles para hacerse idea de la naturaleza de
estos documentos; tanto la bibliografía actualizada como las fotos están en HEpoL 14524-14527.
76
La mención del [castra legionis] VII Gemina en una de las tablas es responsable de la fecha post quem
pero la existencia de la mansio Legio I[V] en la misma ruta exige una cercana data ante quo, pues la IV Macedonica
abandonó definitivamente Hispania en época de Claudio o algo antes (GÓMEZ-PANTOJA, J.L. [2000a]: 111),
pero su castra fue ocupado por otra unidad militar hasta bien entrada la época flavia (MORILLO [2000]: 615), lo
que ofrece una cierta justificación al uso (impropio) del topónimo.
77
Aparentemente, esto fue lo que detrajo a SALWAY, B. (2001): 54-58, esp. 55 nt. 102 de considerar estos
documentos en su reciente discusión de los itinerarios epigráficos.
78
Un resumen de los argumentos en contra en ROLDÁN HERVÁS, J.M. (1975): 163-175 (publicado tam-
bién independientemente en forma de artículo en Zephyrus, 23-24 [1972-1973]: 221-32).
79
Vid. GARCÍA Y BELLIDO, A. (1975): 547-63; GONZÁLEZ ECHEGARAY, J. (1979-1980): 7-39;
DIEGO SANTOS, F. (1997): 91-104.

240
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

haber sido suscritas por un magistrado municipal, el IIvir C. Lep(idius) M.f.80, del
que no se menciona ni su ciudad de origen (se ha sugerido Asturica Augusta, pero
sin el menor fundamento) ni las causas de la suscripción, aunque una de las tablas
(y todos los indicios apuntan a que también estuvo en las otras tres) aún conserva
un asa triangular horadada, lo que algunos interpretan como signo de que los later-
culi estuvieron colgados en alguna pared a disposición de todos, siendo entonces
la suscripción el modo de verificar la identidad del ordenante de la exposición. Sin
embargo, el agujero pasante pudo servir también para mantener juntas unas cuan-
tas tablillas permitiendo a la vez su fácil consulta y dado su tamaño, más parecen
hechas para uso privado; es cierto que en tal caso, la mención de un magistrado es
más difícil de explicar salvo que se suponga quizá como una garantía de la veraci-
dad de los datos expuestos, de los que podía depender una tarifa, cuyo estableci-
miento y regulación ciertamente dependía de los magistrados municipales.
Los pocos ejemplos anteriores no son suficientes para evaluar la difusión del
saber geográfico en Hispania, pero es evidente que éste estaba a disposición del
público de un modo más amplio y corriente del que habitualmente se atribuye. Esto,
que parece de sentido común, ha sido sin embargo resaltado en los últimos tiempos
como novedosa, quizá porque la sola consideración de textos como los de Estrabón,
Plinio y Mela o de fuentes como el «Itinerario de Antonino», la «Cosmografía de
Rávena» o los listados de coordenadas astronómicas de Ptolomeo parecían conve-
nir la impresión de un conocimiento esotérico y restringido: los primeros porque su
finalidad era describir regiones y lugares a quienes ciertamente no estaban familia-
rizados con ellos; y el resto, porque no se conoce con precisión la finalidad última
de esas tres compilaciones. Es evidente, en cambio, que los «vasos de Vicarello», la
placa ad portam de Valencia y las tabletas del «Itinerario de Barro», son reflejo de
un notable grado de conocimiento geográfico, lineal u «odológico» y posiblemente
menos completo y adecuado que la Weltanschaung bi-dimensional resultante de la
abundancia y vulgaridad de los mapas81, pero que hacía que clunienses y uxamen-
ses, por ejemplo, llegasen sin dificultad a sus destinos tradicionales y que les permi-
tía, incluso, encontrar Segobriga.

80
La suscripción figura en las cuatro tablillas, pero en sólo dos se conserva completo el nombre en la forma
que se ha trascrito y que habitualmente se ha interpretado como un NP formado por praenomen + cognomen
(Lepidus) + filiación; pero como notó adecuadamente CURCHIN, L. (1990): 232, n. 968, es más corriente y apro-
piada la secuencia praenomen + nomen, sobre todo si las cuatro terracotas se datan c. 68 d.C.; Lepidius es cierta-
mente un gentilicio raro en Hispania, pero no desconocido (vid. CIL II, 1647 y 1654, de Alcalá la Real; HEp 7, 972,
de Consuegra).
81
Sobre el concepto de spazio odologico, vid. JANNI, P. (1984): 34. En este punto, resulta quizá interesante
reflexionar cómo va a cambiar la perspectiva del mundo en los próximos años conforme se popularicen los nuevos
SIG con capacidad de representar la superficie terrestre en tres dimensiones, i.e. Google Maps.

241
Joaquín L. Gómez-Pantoja

BIBLIOGRAFÍA

ABASCAL PALAZÓN, J.M., (1983): «Epigrafía romana de la Provincia de Guadalajara», Wad-Al-


Hayara 10: 49-115.
— (2002): «Segobriga 1989-2000. Topografía de la ciudad y trabajos en el Foro», Mitteilungen des
Deutsches Archäologischen Instituts. Abt. Madrid 43: 123-61.
— & CEBRIÁN, R., (2000): «Inscripciones romanas de Segobriga (1995-1998)», Saguntum (Papeles
del Laboratorio de Arqueología Valenciana) 32: 199-214.
— & CEBRIÁN, R., (2002): «Inscripciones romanas de Segobriga (1999-2001 e inéditas)», Saguntum
(Papeles del Laboratorio de Arqueología Valenciana) 34: 151-86.
— & FERNÁNDEZ-GALIANO, D., (1984): «Epigrafía complutense», Museos 3: 7-36.
— & RAMALLO ASENSIO, S., (1997): La ciudad de Carthago Nova. III: La documentación epigrá-
fica, Murcia.
ABÁSOLO ÁLVAREZ, J.A., (1974): Epigrafía romana de la región de Lara de los Infantes, Burgos.
ADAMS, C., (2001): «Getting around in Roman Egypt», en C. Adams & R. Laurence (eds.), London-
New York, pp. 138-66.
— & LAURENCE, R., (2001): Travel and geography in the Roman Empire, London & New York.
AGUSTÍN Y ALBANELL, A., (1744): Dialogos de medallas, inscriciones y otras antiguedades ex
bibliotheca Anton. Augustini, Madrid.
ALBERTOS FIRMAT, M.ªL., (1990): «Los topónimos en -briga en Hispania», Veleia 7: 131-46.
ALFARO GINER, C., (2001): «Vías pecuarias y romanización en la Península Ibérica», en J.L. Gómez-
Pantoja (ed.), Madrid, pp. 215-31.
ALFÖLDY, G., (1973): Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris. (Anejos del Archivo Español de
Arqueología 6), Madrid.
— (1975): Die römischen Inschriften von Tarraco, Berlin.
— (1987): Römisches Städtewesen auf der neukastilischen Hochebene. Ein Testfall für die Romani-
sierung, Heidelberg.
— & alii, (2003a): «Nuevos monumentos epigráficos del foro de Segobriga. Parte primera: inscrip-
ciones votivas, imperiales y de empleados del Estado romano», Zeitschrif für Papyrologie und
Epigraphik 143: 255-74.
— & alii, (2003b): «Nuevos monumentos epigráficos del foro de Segobriga. Parte segunda: Inscripcio-
nes de dignatarios municipales, fragmentos de naturaleza desconocida, hallazgos más recientes»,
Zeitschrif für Papyrologie und Epigraphik 144: 217-32.
ALMAGRO BASCH, M., (1982): «La discusión de la situación de Segóbriga ante los hallazgos epi-
gráficos», Revista de Cuenca 19-20.
— (1983): Segobriga I: Los textos de la Antigüedad sobre Segobriga y las discusiones acerca de la
situación geográfica de aquella ciudad, Madrid.
— (1984): Segobriga II: Inscripciones ibéricas, latinas paganas y latinas cristianas, Madrid.
ALONSO DEL REAL, C. et alii, eds., (2003): Urbs Aeterna (Actas y colaboraciones del Coloquio Interna-
cional «Roma entre la Literatura y la Historia. Homenaje a la Prof. Carmen Castillo»), Pamplona.

242
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

ARIAS, L.A., (1949): «Materiales epigráficos para el estudio de los desplazamientos y viajes de los
españoles en la España romana», Cuadernos de Historia de España 12: 1-50.
— (1952): «Materiales numismáticos para el estudio de los desplazamientos y viajes de los españoles
en la España romana», Cuadernos de Historia de España 18: 22-49.
— (1954): «Desplazamientos y contactos de los Españoles en la España romana», Cuadernos de His-
toria de España 21: 16-69.
— (1958): «Factores de unión entre los antiguos hispanos», Cuadernos de Historia de España: 67-98.
ARIAS BONET, G., (2002): «La ruta de los Vasos Apolinares: Una propuesta de turismo cultural», en
M. Criado de Val (ed.), Valencia, pp. 1307-22.
ARNAUD, P., (1993): «L’Itinéraire d’Antonin: un témoin de la littérature itinéraire du Bas Empire»,
Geographia Antiqua 2: 33-47.
— & COUNILLON, P., eds., (1998): Geographica Historica. (Collection Ausonius), Bordeaux-Nice.
ARNAUD-PORTELLI, A., (1998): «Babba Iulia Campestris, cité perdue de Maurétanie Tingitane?»,
en P. Arnaud & P. Counillon (eds.), Bordeaux-Nice, pp. 83-95.
BARZANÒ, A., (1995): «Il trasferimento dei Liguri Apuani nel Sannio del 180-179 a.C.», en M. Sordi
(ed.), Milano, pp. 177-201.
BELTRÁN LLORIS, F., (1989): «Escombrera (Tarazona)», en El Moncayo: Diez años de investigación
arqueológica, Tarazona, p. 141.
— (2003): «La romanización temprana en el valle medio del Ebro (siglos II-I a.E.): una perspectiva
epigráfica», Archivo Español de Arqueología 76: 179-91.
— (2004): «Sobre la localización de Damania, Leonica, Osicerda y Orosis», Palaeohispanica 4: 67-88.
BELTRÁN VILAGRASA, P., (1953): «Segobriga», Archivo de Prehistoria Levantina 4: 231-53.
BERNAND, A. & BERNAND, É., (1960): Les inscriptions grecques et latines du colosse de Memnon,
Paris
BODEL, J., ed., (2001): Epigraphic Evidence. Ancient history from inscriptions, London.
BOWMAN, A.K., (1994): Life and Letters on the Roman Frontier, London.
— & alii, (1994): The Vindolanda Writing Tablets (Tabulae Vindolandenses II), London.
BRODERSEN, K., (1995): Terra cognita. Studien zur römischen Raumerfassung, Hildesheim & New
York.
— (1996-1997): «Miliarium aureum und Umbilicus Romae: Zwei Mittelpunkte des römischen Rei-
ches?», Würzburger Jahrbücher 21: 273-83.
— (2001): «The Presentation of geographical Knowledge for Travel and Transportation in the Roman
World. Itineraria non tantum adnotata sed etiam picta», en C. Adams & R. Laurence (eds.), Lon-
don-New York, pp. 7-21.
BURILLO, F., ed., (1995), Poblamiento Celtibérico. (III Simposio sobre los Celtíberos, Daroca 1991),
Zaragoza.
CANTO, A.M.ª, (2001): «Sinoicismo y stolati en Emerita, Caesaraugusta y Pax: una relectura de Estra-
bón III, 2, 15», Gerión 19: 427-76.
CARBONELL I MANILS, J., (1992): Epigrafia i numismàtica a l’epistolari d’Antonio Agustín (1551-
1563). Tesis de doctorado en Filología de la Universidad Autónoma, Barcelona.

243
Joaquín L. Gómez-Pantoja

CASTELLVI, G., (1997): Voies romaines du Rhône à l’Èbre, via Domitia et via Augusta, Paris.
CASTILLO, C. & alii, eds., (2003): Sociedad y economía en el Occidente romano, Pamplona.
CLARK, C., (1967): Population Growth and Land Use, London.
CLAVEL-LÉVÊQUE, M., (1993): «Un plan cadastral à l’échelle. La forma de bronce de Lacimurga»,
Estudios de la Antigüedad 6/7: 175-82.
CLEMENT, P.A., (2005): La Via Domitia. Des Pyrénées aux Alpes, Rennes
CHAMORRO, K. & alii, (1995): La Vía de la Plata, Barcelona.
COMITÉ ESPAÑOL DE LA TABULA IMPERI ROMANI, (2001): Tabula Imperi Romani, J-30: Va-
lencia, Madrid
CORELL VICENT, J., (1997): Inscripcions romanes de Valentia i el seu territori, Valencia.
CRAWFORD, M.H., ed., (1994): Antonio Agustin between Renaissance and counter Reform, London.
CRIADO DE VAL, M., ed., (2002): Actas del V Congreso Internacional de Caminería Hispánica,
Valencia.
CURCHIN, L., (1990): The Local Magistrates of Roman Spain. (Phoenix, Suppl. volume, 28), Toronto.
DIEGO SANTOS, F., (1997): «El Itinerario de barro», Nuestro Museo. Boletín anual del Museo Ar-
queológico de Asturias 1: 91-104.
EDMONSON, J., (2001): «Un Ercavicensis en Augusta Emerita. Una nueva estela funeraria de grani-
to», Mérida. Ciudad y Patrimonio. Revista de Arqueología, Arte y Urbanismo 5: 137-42.
ELÍAS PASTOR, L. V. & NOVOA, F., eds., (2003), Un camino de ida y vuelta. La trashumancia en
España, Madrid.
FABRÉ, G., (1970): «Le tissu urbaun dans le NO de la Peninsule Iberique», Latomus 29: 314-39.
FERNÁNDEZ OCHOA, C. & MORILLO CERDÁN, A., (2002): «El Convento Araugustano y las
Aras Sestianas: reflexiones sobre la primera organizacion administrativa del noroeste hispano»,
Latomus 61: 889-910.
FERRARY, J.-L., (1992): Correspondance de Lelio Torelli avec Antonio Agustín et Jean Matal (1542-
1553), Como.
FITA, F., (1892): «Antigüedades romanas», Boletín de la Real Academia de la Historia 21: 129-53.
— (1896): «Epigrafía romana y visigótica», Boletín de la Real Academia de la Historia 28: 519-28.
FLORES SELLÉS, C., (1980): Epistolario de Antonio Agustín, Salamanca.
GARCÍA DE CASTRO, F.J., (1999): «Hispani qui in Gallia sunt», Hispania Antiqua 23: 179-88.
GARCÍA MERINO, C., (1973): «Las tierras del N0. de la Península Ibérica, foco de atracción para los
emigrantes de la Meseta en época romana», Hispania Antiqua 3: 9-28.
— (1975): Población y poblamiento en Hispania romana. El Conventus Cluniensis, Valladolid.
GARCÍA QUINTELA, M.V., (1990): «Les peuples indigenes et la conquete romaine de I’Hispanie.
Essai de critique historiographique», Dialogues d’Histoire Ancienne 16.2: 181-210.
GARCÍA Y BELLIDO, A., (1953): «Vaciado de los vasos de Vicarello en Madrid», Archivo Español
de Arqueología 26: 189-92.
— (1963): «Dispersión y concentración de itinerantes en la España romana», Archivum 12: 39-52.

244
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

GARCÍA Y BELLIDO, A., (1975): «El llamado «Itinerario de Barro»», Boletín de la Real Academia
de la Historia 172: 547-63 (Disponible en http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/
35772718989144619754491/013781.pdf?incr= 1).
GARCÍA-BELLIDO, M.ªP., (1994): «Sobre la localización de Segobrix y las monedas del yacimiento
de Clunia», Archivo Español de Arqueología 67: 245-59.
GESTRICH, A. & alii, eds., (1995): Ausweisung und Deportation Formen der Zwangsmigration in der
Geschichte, Stuttgart.
GIMENO PASCUAL, H. & RAMÍREZ SÁNCHEZ, M., (2001-2002): «Precisiones a algunos epígra-
fes latinos de la provincia de Soria», Veleia 18-19: 291-309.
GÓMEZ MORENO, M., (1949): Misceláneas: Historia, Arte, Arqueología: (dispersa, emendata, addi-
ta, inedita). Primera serie: La Antigüedad, Madrid
GÓMEZ-PANTOJA, J.L., (1987): «Two Army-related Inscriptions from Central Spain», Zeitschrift für
Papyrologie und Epigraphik 68: 232-6.
— (1995): «Pastores y Trashumantes de Hispania», en F. Burillo (ed.), Zaragoza, pp. 495-505.
— (1996): «Gentilidad y Origen», en F. Villar & J.D’Encarnação (eds.), Salamanca, pp. 77-100.
— (1998): «Celtíberos por el mundo», en J. Mangas & J. Alvar (eds.), Madrid, pp. 187-201.
— (1999): «Historia de dos ciudades: Capera y Clunia», en J.-G. Gorges & F.G. Rodríguez Martín
(eds.), Économie et territoire en Lusitanie romaine. (Coll. de la Casa de Velázquez, n.º 65), Ma-
drid, pp. 91-108.
— (2000a): «Legio IIII Macedonica», en Y. Le Bohec & C. Wolff (eds.), Lyon, pp. 105-17.
— (2000b): «Legio X Gemina», en Y. Le Bohec & C. Wolff (eds.), Lyon, pp. 169-90.
— ed., (2001): Los rebaños de Gerión. Pastores y trashumantes en Iberia antigua y medieval, Madrid.
— (2001): «Pastio agrestis. Pastoreo y trashumancia en Hispania romana», en J.L. Gómez-Pantoja
(ed.), Madrid, pp. 177-213.
— (2003a): «Inscripciones romanas de la Catedral Magistral de Alcalá de Henares», en C. Alonso del
Real et alii (eds.), Pamplona, pp. 493-511.
— (2003b): «Ex ultima Celtiberia. Desarrollo municipal y promoción urbana en las viejas ciudades
arévacas», en C. Castillo et alii (eds.), Pamplona, pp. 231-82.
— & SÁNCHEZ MORENO, E., (2003): «Antes de la Mesta», en L. V. Elías Pastor & F. Novoa (eds.),
Madrid, pp. 23-35.
— (2004): «Pecora consectari: Transhumance in Roman Spain», en B. Santillo-Frizell (ed.), Roma, pp.
98-106 (Disponible en http://www.svenska-institutet-rom.org/pecus/gomez.pdf).
GONZÁLEZ ECHEGARAY, J., (1979-1980): «Las mansiones de la placa I del Itinerario de Barro»,
Altamira 42: 7-39.
GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J., (1989): Corpus de inscripciones latinas de Andalucía. vol. I: Huelva,
Sevilla.
GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, M.ªC., (1986): Las unidades organizativas indígenas del area indoeuro-
pea de Hispania, Vitoria.
GORGES, J.-G., (1993): «Nouvelle lecture du fragment de “Forma” d’un territoire voisin de Lacimur-
ga», Melanges de la Casa de Velázquez 29: 7-24.

245
Joaquín L. Gómez-Pantoja

GORGES, J.-G. & RODRÍGUEZ MARTÍN, F.G., eds., (1999): Économie et territoire en Lusitanie
romaine. (Coll. de la Casa de Velázquez, n.º 65), Madrid.
HALEY, E.W, (1986): Foreigners in Roman Imperial Spain: Investigations on Geographical Mobility
in the Spanish Provinces of the Roman Empire, 30 B.C.–A.D. 284. Ph. Diss., Columbia University,
New York.
— (1991): Migration and Economy in Roman Imperial Spain, Barcelona.
— (1992): «Clunia, Galba and the Events of 68-69», Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik 91:
159-63.
HERNÁNDEZ GUERRA, L., (2003): «Los desplazamientos de clunienses en época romana. Pobla-
ción y onomástica», Santuola 9: 229-51.
HERNANDO SOBRINO, R., (2005): Epigrafía romana de Ávila, Bordeaux.
HÜBNER, E., (1893): Monumenta Linguae ibericae, Berlin.
I IK, F. & alii, (1998/1999): «Miliarium Lyciae. Patara Yol Kilavuz Aniti/ Das Wegweisermonument
von Patara, Önrapor/Vorbericht», Lykia: Anadolu - akdeniz kültürleri IV.
JANNI, P., (1984): La mappa e il periplo: cartografia antica e spazio odologico, Roma.
— (1998): «Cartographie et art nautique dans le monde ancien», en P. Arnaud & P. Counillon (eds.),
Bordeaux-Nice, pp. 41-54.
JIMENO, A., (1980): Epigrafía romana de la provincia de Soria, Soria.
Jornades d’història Antoni Agustín i el seu temps, 1517-1586. Departament d’Història Moderna de
Tarragona. Universitat de Barcelona. Barcelona, 1988-1990.
KNAPP, R., (1992): Latin Inscriptions from Central Spain, Berkeley
KONRAD, C.F., (1994): «Segovia and Segontia», Historia 63: 440-53.
LASSÈRE, J.-M., (1977): Ubique populus: Peuplement et mouvements de population dans l’Afrique
romaine de la chute de Carthage à la fin de la dynastie des Sévères (146 a. C.- 235 p. C.), Paris.
LASSERRE, F., (1966): Strabon, Géographie. Tome 2, (Livres III et IV), Paris.
LE BOHEC, Y. & WOLFF, C., eds., (2000): Les Légions de Rome sous le Haut-Empire (Coll. du Centre
d’Études Romaines et Gallo-Romaines, nouv. série, n.º 20), Lyon.
LE ROUX, P., (1992): «L’Armée romaine dans la Péninsule ibérique sous l’Empire: bilan pour une
décennie», Revue d’Etudes Antiques 94: 231-57.
— (1995): Romains d’Espagne. Cités et politique dans les provinces (IIe siècle av. J.C. - IIIe siècle
apr. J.C, Paris.
LUISI, A., (1995): «La presenza dei ‘Ligures Baebiani’ nel Sannio», en M. Sordi (ed.), Milano, pp. 203-14.
MANGAS, J. & ALVAR, J., eds., (1998): Homenaje al Profesor José María Blázquez, vol. V, Madrid.
MARCO SIMÓN, F. & alii, eds., (2004): Vivir en tierra extraña: emigración e integración cultural en
el mundo antiguo, Barcelona.
MORILLO CERDÁN, A. & AURRECOCHEA, J., eds., (2006): The Roman Army in Hispania. An
Archaeological Guide, León.
— & GARCÍA MARCOS, V., (2000): «Nuevos testimonios acerca de las legiones VI Victrix y X ge-
mina en la región septentrional de la Península Ibérica», en Y. Le Bohec & C. Wolff (eds.), Lyon,
pp. 589-607.

246
UNA VISIÓN «EPIGRÁFICA» DE LA GEOGRAFÍA DE HISPANIA CENTRAL

MOROTE BARBERÁ, J.G., (2002): La Vía Augusta y otras calzadas en la Comunidad valenciana.
Vol. I: Texto; vol. II: Documentos, Valencia.
PALLI AGUILERA, F., (1985): La vía Augusta en Cataluña, Bellaterra.
PALOL, P. de & VILELLA, J., (1987): Clunia II. La epigrafía de Clunia, Madrid.
PINA POLO, F., (2004): «Deportaciones como castigo e instrumento de colonización durante la Repú-
blica romana. El caso de Hispania», en F. Marco Simón et alii (eds.), Barcelona, pp. 211-47.
PUERTAS, C., (1994): Los miliarios de la Vía de la Plata, (Tesis de doctorado en Historia de la Uni-
versidad Complutense), Madrid (disponible en http://www.ucm.es/BUCM/tesis/19911996/H/0/
AH0026501.pdf).
RADA Y DELGADO, J. & FITA, F., (1889): «Excursiones a las ruinas de Cabeza del Griego», Boletín
de la Real Academia de la Historia 15: 107-51.
RICCI, C., (1992): «Hispani a Roma», Gerión 10: 102-44.
— (1993): «Germani a Roma. Testimonianza epigrafiche romane tra I e III sec. d. C.», Polis. Revista de
Ideas y Formas Políticas de la Antigüedad 5: 205-55.
RIPOLLÈS ALEGRE, P.P. & ABASCAL PALAZÓN, J.M., (1996): Las monedas de la ciudad romana
de Segobriga (Saelices, Cuenca), Barcelona.
ROBERT, L., (1961): «Épigraphie. Les épigraphies et l’épigraphie grecques et romaine», en C. Sama-
ran (ed.), Paris, pp. 453-97.
RODRÍGUEZ NEILA, J.F.& NAVARRO, J., eds., (1998): Los pueblos prerromanos del Norte de His-
pania. Una transicción cultural como debate histórico, Pamplona.
ROLDÁN HERVAS, J.M., (1971): Iter ab Emerita Asturicam: El camino de la Plata, Salamanca.
— (1975): Itineraria Hispana. Fuentes antiguas para el estudio de las vías romanas en la Península
Ibérica, Vitoria.
— ed., (2006): Diccionario Akal de la antigüedad hispana, Madrid.
SÁEZ FERNÁNDEZ, P., (1990): «Estudio sobre una inscripción catastral colindante con Lacimurga»,
Habis 21: 205-28.
— (1991): «Estudio sobre una inscripción catastral colindante con Lacimurga (rectificación editorial)»,
Habis 22: 437-8.
SALINAS DE FRÍAS, M., (1999): «En torno a viejas cuestiones: guerra y transhumancia en la Hispa-
nia romana», en F. Villar & F. Beltrán (eds.), Salamanca, pp. 281-93.
SALWAY, B., (2001): «Travel, Itineraria and Tabellaria», en C. Adams & R. Laurence (eds.), London-
New York, pp. 22-66.
— (2004): «Sea and River Travel in the Roman Itinerary Literature», en R.J.A. Talbert & K. Brodersen
(eds.), Münster, pp. 43-96.
SAMARAN, Ch., ed., (1961): L’Historie et ses méthodes, Paris
SANTILLO-FRIZELL, B., ed., (2004): Pecus. Man and animal in Antiquity (Proceedings of the confe-
rence held at the Swedish Institute in Rome), Roma (Disponible en http://www.svenska-institutet-
rom.org/pecus).
SANTOS YANGUAS, J. & alii, (2005): Epigrafía romana de Segovia y su provincia, Segovia.
SASTRE PRATS, I., (2001): Las formaciones sociales rurales de la Asturias romana, Madrid.

247
Joaquín L. Gómez-Pantoja

SILLIÈRES, P., (1990): Les voies de communication de l’Hispanie meridionale, Bordeaux.


SONNABEND, H., (1995): «Deportation im antiken Rom», en A. Gestrich et alii (eds.), Stuttgart, pp.
14-7.
SORDI, M., ed., (1994): Emigrazione e immigrazione nel mondo antico, Milano.
TALBERT, R.J.A. & BAGNALL, R.S., (2000): Barrington atlas of the Greek and Roman world, Prin-
ceton, N.J.
TALBERT, R.J.A. & BRODERSEN, K., eds., (2004): Space in the Roman World. its Perception and
Presentation, Münster.
TALBERT, R.J.A., (2004): «Cartography and Taste in Peutinger’s Roman Map», en R.J.A. Talbert &
K. Brodersen (eds.), Münster, pp. 113-41.
THEVENOT, E., (1969): Les voies romaines de la Cité des Éduens, Bruxelles.
THOLLARD, P., (1987): Barbarie et Civilisation chez Strabon: étude critique des Livres III et IV de
la Géographie, París.
VILLAR, F. & D’ENCARNAÇÃO, J., eds. (1996): Hispania Prerromana. (Actas del VI Congreso de
Lengua y culturas prerromanas de la Península Ibérica, Coimbra 1994), Salamanca.
VILLAR, F. & BELTRÁN, F., eds., (1999): Pueblos, lenguas y escrituras en la Hispania prerromana.
(Actas del VIIº Coloquio de Lenguas y Culturas pre-romanas de la Península Ibérica, Zaragoza
1997), Salamanca.
VILLARONGA, L., (1986-1989): «La qüestió de les seques de Konterbia Karbika i de Segòbriga»,
Empúries 48-50: 364-6.
WIERSCHOWSKI, L., (1995): Die regionale Mobilität in Gallien nach den Inschriften des 1. bis 3.
Jahrhunderts n. Chr : quantitative Studien zur Sozial und Wirtschaftsgeschichte der westlichen
Provinzen des Römischen Reiches, Stuttgart.

248
PARTE TERCERA

Estudio de caso: la Bética

Etude de cas: la Bétique


ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA*

GONZALO CRUZ ANDREOTTI


Universidad de Málaga

La intención de las líneas que siguen es, en la medida de lo posible, complementar


lo dicho en estas mismas páginas por los colegas Patrick Counillon y Francesco
Frontera sobre la naturaleza de la obra estraboniana y su Libro III, individualizán-
dolo en la especificidad de la Bética-Turdetania. Adicionalmente, y siempre tenien-
do en cuenta la tradición de la geografía helenística de la que parte y su propio
método de recopilación y elaboración, dilucidar también qué proceso histórico sub-
yacente existe detrás de la descripción estraboniana de aquélla.

Si Estrabón lo vemos en esta segunda edición de los Coloquios sobre «La invención
de una geografía de la Península Ibérica» obviamente no es solo por una cuestión
cronológica, sino porque representa otra etapa en la percepción de Iberia. Una etapa
que no está marcada por una «geografía de la guerra», es decir, la que se construye al
paso de los ejércitos durante el largo proceso de conquista y pacificación (y que es la
que queda reflejada en las actas publicadas en el 2006)1, sino por una «geografía de
la civilización», entendida como la de la integración de los territorios peninsulares

*
Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación HUM 2004-02609/HIST del Ministerio de
Educación y Ciencia y en el Grupo de Investigación de Estudios Historiográficos (N.º Hum. 0394) de la Consejería
de Educación de la Junta de Andalucía.
Las citas textuales del Libro III corresponden a la traducción realizada por F.J. Gómez Espelosín para Alianza
Editorial, Madrid, 2007. Salvo que se indique lo contrario, las referencias son a la Geografía de Estrabón. Damos
las gracias desde aquí a todos los colegas que nos han permitido consultar los trabajos en prensa.
1
Una introducción muy sugerente a la relación entre conquista y aprehensión geográfica para el período
republicano en LE ROUX, P. (2006): 37 ss.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 251-270.
251
Gonzalo Cruz Andreotti

en el marco mediterráneo, y de la transformación de su paisaje político y humano a


lo largo de buena parte de la historia que –en cada caso– podamos reconocer.
No voy a repetir lo que otros ilustres colegas han escrito en las páginas prece-
dentes, pero, como habitualmente se admite, no pretendamos encontrar en Estrabón
una «geografía del presente», sino, por el contrario, tenemos ante nuestros ojos el
resultado acumulativo de distintas experiencias sobre Iberia, pasadas por el tamiz
reflexivo del corpus teórico y conceptual de la geografía helenística2. Es muy difícil
encontrar en él, de manera explícita, referencias a fuentes que no sean las clásicas de
la disciplina geográfica e histórica, que para el caso de Iberia son más que conoci-
das: Eratóstenes, Píteas, Polibio, Posidonio, Artemidoro, Asclepíades o Timóstenes3.
También es sabido que los datos de carácter jurídico y administrativo, tampoco nada
abundantes, aparecen como escueto resumen final de cada uno de sus capítulos4.
Para Estrabón los territorios que definitivamente integran la ecúmene medite-
rránea (¡como a Heródoto no le interesa otra!) son bastante más que una sucesión de
penínsulas jalonadas por accidentes geográficos, ciudades, villas o pueblos; se con-
forman además a partir de la historia que pasa a través de ellos hasta dotarle de un
nombre, una personalidad y una idiosincrasia particular, y cuyo resultado en última
instancia está en el «carácter» final de sus habitantes y sus pueblos5. Pasado y pre-
sente histórico se terminan fundiendo en una única realidad, lo que condiciona parte
de la descripción geográfica con un material que está muy elaborado. Asumiendo
este principio como estructural a su consideración de qué geografía es útil para el
deleite y el conocimiento del hombre de gobierno (I 1.1), podremos comprender
mejor su idea de la «geografía como una filosofía», es decir, como parte de una
enseñanza (paideia) que informa al hombre culto –a la vez que lo entretiene– sobre
la «mejor forma de vida» entendida desde una perspectiva histórica6.

2
Como apunta PRONTERA, F. (2003): 101: «De la plena y declarada adhesión del autor a los motivos
ideológicos del Imperio, fundado por Augusto, deriva la perspectiva dominante que origina la reelaboración de la
literatura helenística. Pero reflexionar sobre la enorme trama en que se inserta la tradición de la geografía ibérica,
puede quizás ayudar a comprender mejor la novedad de la perspectiva de Estrabón».
3
Vid. TROTTA, F. (1999): 81-99.
4
Y siempre vistos desde una perspectiva procesual: «…los romanos por su parte denominaron de la misma
forma Iberia o Hispania a todo el territorio, a una parte de ella la llamaron ulterior y a la otra citerior; pero sus
divisiones varían con el tiempo adaptando su dominio político a las circunstancias…» (III 4.19). Ello explicaría la
superposición de terminologías distintas: cf. POTHECARY, S. (2005): 162-68.
5
THOMPSON, L.A. (1979): 213-230.
6
Las citas sobre qué entiende por geografía, hasta construir un verdadero manual de la disciplina, son muy
abundantes en todo el libro I, especialmente en su capítulo 1. Elevar a la geografía a la categoría de filosofía es,
de esta manera, ponerla en el primer nivel de las enseñanzas fundamentales, lo que coincide –por ejemplo– con el
renovado interés sobre el tema en estos momentos: cf., por ejemplo, la intención frustrada de Cicerón de redactar
una geografía (CIC., Att. 2.4,1; 2.6,1; 2.7,1) –vid. en estas mismas páginas el trabajo de Pascal Arnaud y el ya clá-
sico de NICOLET, Cl. (1989): 3 ss. Es la geografía una filosofía porque comparten ambas «disciplinas» una forma-
ción interdisciplinar, una tradición común y un conocimiento universal. Y, además, porque es útil al hombre culto y
de gobierno, le aporta sabiduría y placer (vid. PRONTERA, F. [1984]: 215 ss.).

252
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

El caso de Turdetania es particularmente paradigmático en el sentido del que


estamos hablando, como ya ha sido destacado por algunos autores7. Dentro de una
descripción de Iberia que tiene mucho de retórica a partir de la gradación civilización/
barbarie8, a medida que ascendemos de latitud la comunión entre un pasado históri-
co remoto y las transformaciones del paisaje geográfico y humano en el presente se
va diluyendo a favor de un tiempo más cercano, en el que el protagonismo romano
adquiere un papel más sobresaliente no sólo porque estructura unos territorios y orga-
niza unas comunidades hasta ese momento empobrecidas y dispersas en un espacio
muy fragmentado, sino sobre todo porque las introduce en el curso de la historia9.

Aunque el Libro III define una unidad peninsular, delimitada de manera clara con los
Pirineos como frontera (III 1.3; 4.11), la articulación interna sigue un modelo peri-

7
Trabajos que se han convertido en clásicos: ARCE, J. (1989): 213-222; PLÁCIDO, D. (1987-1988): 243-256.
8
En la que juegan un papel substancial las condiciones naturales y climáticas y el nivel de aislamiento/
comunicación: «De ésta [Iberia], la mayor parte de su territorio está poco habitado: pues consiste sobre todo en
montañas, bosques y llanuras de suelo pobre y ni siquiera regado de manera uniforme; la parte situada al norte
es muy fría además de escarpada y se halla situada junto al Océano, a lo que se añade su aislamiento y su falta de
relación con las demás partes, de manera que destaca por las difíciles condiciones de su habitabilidad. Estas par-
tes son tales como decimos. En cambio la parte del sur es casi toda ella fértil, sobre todo la situada más allá de las
Columnas» (III 1.2).
Ver en general THOLLARD, P. (1987); recientemente: CASTRO PÁEZ, E. (2004a): 243-253, y el trabajo de
Patrick Counillon en estas mismas páginas.
9
Clarificador: «Pues en los pueblos más conocidos y reputados se conocen las migraciones y las distribu-
ciones del territorio y los cambios de denominación y cualquier otra cosa similar: pues son objeto de mención por
parte de muchos y especialmente por los griegos, que se han convertido en los más locuaces de todos en estas cues-
tiones. Pero en lo que respecta a los pueblos bárbaros, alejados, pequeños y dispersos, las menciones existentes no
son seguras ni numerosas; pues cuanto más lejos quedan de los griegos más aumenta la ignorancia» (III 4.19).
Aunque no es la intención de este trabajo, el papel de Roma en el interior debe ser matizado, pues no es lo
mismo Celtiberia que la zona septentrional, poniendo por caso. Recuérdese que debe polemizar con Polibio y
Posidonio (en III 4.13) sobre el número de ciudades que computaban uno y otro en la Celtiberia en tiempos de
T.S. Graco, lo que está en relación con el grado de desarrollo de la región en el pasado no romano y el papel juga-
do por Roma: «de la misma manera los que afirman que las ciudades de los iberos son más de mil, me parece que
llegan hasta esta cantidad calificando como ciudades las aldeas grandes. Pues ni la naturaleza del territorio permi-
te la existencia de numerosas ciudades por la aridez, el aislamiento y su carácter salvaje, ni sus modos de vida ni
sus acciones, a excepción de los que habitan el litoral de nuestro mar, avalan nada semejante: pues los que habitan
en aldeas son salvajes, y tales son la mayor parte de los iberos; y ni siquiera las ciudades constituyen un factor de
civilización cuando predomina el hecho de habitar en los bosques para daño de sus vecinos…» (ibidem), porque
ahora «…todos los iberos que han adoptado esta forma de comportamiento son denominados togati (entre estos se
incluyen también los celtíberos que fueron considerados en un tiempo los más salvajes de todos)…» (en III 2.15).
Pero compárese con la descripción de los «pueblos montañeses» que tienen un nivel de vida primitivo y donde la
acción civilizadora a través de la guerra de conquista ha sido más directa e inmediata: galaicos, astures, cántabros,
pleutauros, bardietas, alotriges, etc. (en III 3.7), … «en la actualidad, como dije, todos han dejado de hacer la gue-
rra: pues César Augusto ha puesto fin a las actividades de los cántabros y sus vecinos, que todavía en la actualidad
persistían en sus costumbres de bandidaje…» (III 3.8).

253
Gonzalo Cruz Andreotti

plético y corográfico de costa a interior, en el que ciertas unidades geográficas orga-


nizadas en torno a grandes corrientes fluviales (Ebro; Guadalquivir-Guadiana; Tajo
y, en mucho menor medida, Duero) y cadenas montañosas (Idúbeda y Orospeda)
poseen entidad y homogeneidad por sí mismas10. Paradójicamente, y aunque nuestro
autor es deudor de una ciencia geográfica que poco tiene que ver con la práctica de
la conquista11, su punto de vista coincide con la perspectiva geográfica del conquis-
tador, que después de la segunda guerra púnica prioriza las regiones marítimas sobre
las continentales, y las más cercanas a Roma frente a las más lejanas. Una coinci-
dencia –la perspectiva de los «circuitos de la tierra» y la del avance los ejércitos
romanos en los dos largos siglos de conquista– que aunque Estrabón no lo afirma
taxativamente es posiblemente el resultado de sus afinidades con Polibio, para quién
serán sobre todo los ejércitos los que faciliten el desarrollo de la geografía y permi-
tirán que los espacios vayan siendo definidos (adquieran un nombre, diría él –PLB.,
III 37.11–), aunque a pesar de ello la geografía como tal será siempre el resultado
de una combinación entre el saber acumulado, la necesidad de conocer del hombre
culto y las nuevas realidades históricas (PLB., III 59.3 ss.).
Dicho esto, la estructura descriptiva de la Turdetania es bien sencilla, y común
a otros lugares de similares características: a su localización y extensión (III 1.6;
2.1), le sigue la enumeración más o menos detallada del tipo y la densidad de su
poblamiento (III 1.1 a 3), de las comunicaciones y las posibilidades económicas (III
2.3-6), de las condiciones y de las riquezas naturales (III 2.6 a 10), para, finalmente,
retrotraerse a la «historia antigua» del país (III 2.11 a 14) y el grado de implantación
y adaptación a lo romano (III 2.15). Como puede verse, Estrabón combina básica-
mente un criterio cartográfico y etnográfico con el histórico para definir y describir
esta parte de Iberia, más acorde con la tradición de la que parte y con la geografía
que pretende alcanzar, y no un criterio administrativo –que conoce perfectamente,
cf. III 2.15, 3.8 y 4.20–.
En este sentido, nuestro geógrafo encuentra en Turdetania todos los mimbres
para elaborar una geografía descriptiva que se pueda considerar como tal: posee unos
corpora de tradiciones propias y asociadas al territorio, y la posibilidad de reconstruir
su historia y su geografía hasta el presente; tiene ante sí un paisaje homogéneo, ver-
10
Cf. PRONTERA, F. (2003): 97 ss. y la aportación de Patrick Counillon y sus mapas en estas mismas
páginas, en la que queda meridianamente claro que existen importantes espacios interiores «cartográficamente en
blanco», particularmente los meseteños, condicionado como está nuestro autor ya sea por el peso del periplo como
esquema organizativo y que privilegia las zonas costeras (especialmente las mediterráneas), ya sea por la evidente
falta de datos hidrográficos u orográficos contrastables que moldeen dichos espacios.
Esto produce, asimismo, que en Estrabón coincidan una noción de Iberia/iberos en sentido amplia, con otra en
sentido concreto: la que está entre los Pirineos (desde la zona cántabra), la Idúbeda, la Orospeda y las Columnas –la
Iberia originaria– y perfectamente diferenciada étnico-territorialmente de la Turdetania, la Celtiberia, La Lusitania
y la zona galaica y astur (cf. GÓMEZ FRAILE, J.M.ª [1999]: 159-187).
11
Y ésta es la conclusión principal del Coloquio –editado en el 2006– que precedió al que incluye estas
páginas.

254
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

tebrado y limitado según los principios geográficos más clásicos –costa, río, monta-
ña–; y, para rematar, está la evidencia constatada del «éxito» romano. La Turdetania
se presenta, de esta manera, como el espacio ideal en el que poner en práctica buena
parte de lo elaborado y aprendido hasta ahora sobre la geografía histórica12.

A priori, los límites físicos de Turdetania están claros: la Orospeda o la cadena


montañosa que «discurre sobre» Malaca al este (III 4.2; 6; 10); como frontera sep-
tentrional el curso superior del Anas, aunque también menciona una cadena monta-
ñosa sin nominarla (III 2.3) –posiblemente la parte occidental de Sierra Morena–; el
Anas, en su tramo final, es también la frontera turdetana al occidente (III 2.1; 3) y,
finalmente, la costa atlántica más allá de las Columnas por el sur (III 2.1): el espa-
cio está así perfectamente delimitado por accidentes reconocibles; en su interior una
amplia llanura, rica y densamente poblada (III 1.6; 2.1) (vid. fig. 1).
Obsérvese que aunque establece una clara analogía entre la denominación
derivada del río homónimo –y que termina por definir la unidad administrativa
romana– y la que procede del étnico (III 1.6; Bética/Turdetania), cuando se trata
de delimitar los territorios excluye los que están «más acá» de la Orospeda, que
por el contrario incluye en el relato de la costa mediterránea y el interior desde
las Columnas hasta los Pirineos, así como también los que se encuentran ubica-
dos «más allá» del Anas, hasta el punto de que el Promontorio Sagrado merecerá
un excurso aparte (en III.1.4 ss.). Está claro que la homogeneidad geo-etnográfica
prima sobre cualquier otra consideración. Turdetania es, por tanto, el territorio de
los turdetanos bañado por el Betis como eje primordial, a cuya navegabilidad, a sus
posibilidades de comunicación, de acceso desde desembocadura (incluyendo los
esteros y las fluctuaciones regulares de las mareas), de riqueza agrícola, ganadera,
pesquera y mineral proverbial o a las ciudades de sus orillas dedica buena parte de
los parágrafos, lo que está en consonancia con su esquema de desarrollo histórico
político y económico, alentado ahora por la pax romana13.
Pero los límites están menos claros aún cuando nos trasladamos al «mapa étni-
co», que es el que –no lo olvidemos– le da nombre al país y lo articula (vid. fig. 1).

12
Vid. los trabajos de ARCE, J. (1989) y PLÁCIDO, D. (1987-1988) cits. y CRUZ ANDREOTTI, G. (1993):
13-31.
13
Y obviamente defiende la continuidad Tarteso-Turdetania (pero ¿en algún momento coexistirían ambas
denominaciones, como sostiene F. Villar [1995]: 265?).
Estrabón distingue, además, el nombre derivado del hidrónimo del término administrativo que, para él, sigue
siendo «ulterior» (XVII 3.25 y III 4.20 para la división en dos provincias); en él lo que tenemos en realidad es el
proceso de transición hacia la definición del 16/15 a.C.; vid. POTHECARY, S. (2005): 163-65 e infra, n. 25.

255
Gonzalo Cruz Andreotti

Más allá de que podamos asignarle un origen paleoindoeuropeo, como se ha hecho


recientemente (de las raíces hidronímicas -tar/tart, -tur/-turt derivarían las formas
helena Tarteso y latina Turdetania/turdetanos/túrdulos, al igual que de Baetis deri-
varía Baeturia y Baetica)14, no es menos cierto que no tenemos noticias de la men-
ción de Turdetania antes de de la llegada de Roma15. El «proceso etnogenético» de
la construcción turdetana lo muestra nuestro autor con pinceladas. Éste es el motivo
que explica, por ejemplo, que «actualmente» –es decir entre Polibio y el presen-
te– entre túrdulos y turdetanos «no parece que exista diferencia alguna» (III 1.6);
unos túrdulos que, según Eratóstenes (en STR., III 2.11), eran los que habitaban la
«tartéside», es decir el amplio espacio costero extremo occidental más allá de las
Columnas (y «culturalmente» fenicio), pero que sólo ahora tras la llegada de Roma
se pueden ubicar con más precisión: ya lo hizo Polibio (XXXIV 9.1-3) al colocarlos
diferenciados al norte de los turdetanos, y lo remata Estrabón al «diluirlos cultural-
mente» (III 1.6) con estos últimos aunque resituándolos geográficamente en torno a
Augusta Emérita (III 2.15), corrigiendo al alejandrino (III 2.11), y definirlos como
«togados» o «estolados» (III 2.15) –como, por cierto, define ahora a la otra periferia
de la Turdetania, la Celtiberia16–.
Unos túrdulos, dicho sea de paso, que persisten en su confusa ubicación geo-
gráfica (¿y en una identidad aparte y firme?17): dejando a un lado el polémico
tema de los turduli ueteres del noroeste (Plinio –NH 4.112 y 13– y Mela –III 8–)18,
Plinio (NH 3.8) y Mela (III 3-4) los emplazan junto con los bástulos, en la costa
bética oceánica; pero a la vez el naturalista (PLIN., NH 3.13-14), define una zona
de concentración de poblaciones túrdulas en la Baeturia Turdulorum al norte de la
Turdetania. Asimismo, Ptolomeo (II 4.5), además de adjudicarle incluso poblaciones
levantadas en la costa gaditana (como el Puerto Menesteo, Baelo, etc.), también les
atribuye todos los territorios orientados hacia la Tarraconense, situados al norte de
los bástulos poinoí hasta casi absorber a los turdetanos orientales (PTOL., II 4.9);
unos turdetanos que, precisamente, el mismo Ptolomeo traslada hacia el occidente19.
Pero, como ha demostrado recientemente J. Untermann20, detrás de este etnó-
nimo homogéneo se esconde una realidad toponímica muy distinta: una céltica, la

14
RODRÍGUEZ ADRADOS, F. (2000): 12-16; Un estudio exhaustivo con todas las variables en VILLAR,
F. (1995): 268-270, donde propone un carácter indoeuropeo.
15
Una síntesis en GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2002a): 45 ss.
16
Para este tema CANTO, A.M.ª (2001): 423-474 e infra § 5.
17
Recuérdese un L. Antonio Vegeto Túrdulo (de los alrededores de Mérida), quien todavía a finales del siglo
I o principios del II mostraba interés en resaltar este étnico en su origo (cf. SAQUETE, J.C. [1998]: 117-29).
18
Que Estrabón (III 3.5) hace ir hacia allá junto con los célticos.
19
En extenso: PLÁCIDO, D. (2004): 15-42, especialmente 36-41. Para Plinio nos remitimos al trabajo de
F. Beltrán en estas mismas páginas. Para la Beturia túrdula ver PÉREZ GUIJO, S. (2001): 315-349; (2000-2001):
105-121.
20
(2004): 299-214, especialmente pp. 204-208.

256
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

de los túrdulos de la Beturia y de Lusitania, y otra que llama ibero-tartésica, la de


los túrdulos meridionales; el etnónimo de estos últimos sería el derivado de la raíz
común Turd-, Turt-, Tart-, Tars- en todo el área. La extensión del etnónimo a una
amplia región geográfica se realizaría por homofonía entre el gran ethnos turdetano
y los turduli hispano-célticos del norte, lo que originaría las elaboraciones (y confu-
siones) etnogenéticas comentadas.
Igualmente, Estrabón reconoce explícitamente la posibilidad de incluir dentro
de Turdetania a los bástulos/bastetanos –III 1.7; 4.1– que habitan más allá de las
Columnas, en torno a Calpe/Heraclea (III 2.1: «los bastetanos que mencionamos
también pueden incluirse dentro de la Turdetania…» –en la antigua tartéside de
Eratóstenes–), distinguiendo unos bastetanos «más acá»/«más allá» de Calpe (III
4.1)21. Quizá podemos pensar lo mismo cuando a pesar de erigirse Oretania como
uno de los límites orientales de Turdetania (III 1.6), incluye a sus regiones mineras
y a sus principales ciudades (Cástulo; Sisapo) dentro de la descripción de esta últi-
ma (III 2.1), lo que puede ser lógico si tenemos en cuenta el recorrido del Betis que
pasa «no muy lejos de Cástulo» (III 2.11). De hecho, llega a afirmar en otro lugar
que se incluyen en la Turdetania «…los que habitan más allá del Anas y muchos
otros de los pueblos limítrofes…» (III 2.1); y nos preguntamos: ¿célticos o conios
de Conistorgis? (III 2.2); ¿lusitanos al sur del Tajo? (III 1.6); ¿gaditanos de Asta?
(III 2.2); ¿oretanos o carpetanos occidentales? (III 2.1); ¿túrdulos de la Beturia
céltica de Plinio? (III 2.3); ¿bástulos-bastetanos «más acá» de Calpe (III 4.1)?; o
¿incluso los pueblos limítrofes dónde las fuentes del Betis, que son las del Tajo y
del Anas, antaño tierra de celtíberos? (III 1.6; 2.11)22.

21
Curiosamente, en la estructura descriptiva distingue Estrabón la Turdetania fluvial de la costera; la pri-
mera constituye el grueso de la narración (capítulo segundo), mientras que la segunda (exceptuando Gades que,
como islas, son detalladas por separado, según era habitual) merece unos parágrafos inmediatamente después
de la descripción del Promontorio Sagrado (III 1.7 a 9). Obviamente, la razón inicial hay que verla en fuentes
elaboradas a la manera de periplo –¿Artemidoro?, ¿Timóstenes?– (la organización narrativa así lo indica) (cf.
KRAMER, B. [2006]: 97-114). Pero no es menos cierto que esa «unidad geográfica costera» coincide con una
identidad fenicia particular; una singularidad que también tiene su traslación política (¿conventual?) en torno a
Gades, véase sino en III 2.2: «La ciudad más conocida en los esteros (…) es Asta, donde los gaditanos se reúnen
en asamblea habitualmente, ya que está situada a menos de cien estadios del puerto de la isla». Vid. para un
sustrato púnico a un lado y otro de las Columnas FERRER ALBELDA, E. (2004): 283-298 e ID. y PRADOS
PÉREZ, E. (2001-2002): 273-282; interesante es la consideración de A. Domínguez Monedero –(1995): 223-
239– que piensa que Estrabón en la identidad bástulo-bastetana, «ha contaminado nombres correspondientes a
dos entidades diferentes (o más probablemente a momentos y circunstancias distintas), los bástulos y los baste-
tanos, del mismo modo que se ha producido entre los turdetanos y los túrdulos» –p. 234–; autor que no descarta,
por otro lado, el sustrato púnico.
22
Ampliando lo que apuntábamos al principio (cf. ns. 8 y 9), Turdetania es un espacio con etnias pero –para-
fraseando a G. Nenci cuando se refería a Heródoto– «sin etnografía», pues su condición de «sociedad urbana» con
todo lo que ello implica no precisa de más precisión sobre la «forma de vida» de sus habitantes, al contrario de
otras zonas peninsulares: con afirmar que tenían «crónicas y poemas de antigua tradición, y leyes versificadas de
seis mil años» (III 1.6) bastaba y sobraba.

257
Gonzalo Cruz Andreotti

Observamos que el etnónimo traspasa las «fronteras naturales» del propio


territorio; cuanto no de las supuestos límites administrativos. Esto ha sido explicado
en el sentido de que Estrabón, en su análisis, se ve condicionado por la evolución
y los reajustes de los propios límites provinciales. De esta manera, la Turdetania
sensu lato, aquélla que traspasa el Guadiana –y que habría que poner en relación
con una Lusitania al norte del Tajo (III 3.3)– sería el reflejo de las modificaciones
en los fronteras provinciales del 27 a.C.; en cambio, la Turdetania sensu stricto, que
absorbe a los bástulos pero que se queda en el Guadiana, habría que leerla como la
Hispania ulterior Baetica tras las reformas del 7-2 a.C., y que asimismo habría que
relacionar con la afirmación estraboniana de que «ahora» a los antiguos lusitanos al
norte del Duero se los llama galaicos (III 4.20; III 3.2 y 3), es decir, con la inclusión
del cuadrante noroccidental a la Hispania citerior Tarraconensis y la reducción de
la Lusitania al sur del Duero23. En esta situación de cambios acelerados es donde se
entiende mejor la alusión estraboniana (III 4.20) a la existencia de un legado al norte
del Duero, como paso previo a la definitiva inclusión en la citerior Tarraconensis24.
Con todo, pensamos que es muy posible que Estrabón conozca la nueva deno-
minación de la provincia bética, como la lusitana, pero la posibilidad de confusión
entre el «nombre geográfico» y el «administrativo» le lleva a describir Iberia divi-
dida en dos partes –del César y del Senado–, aunque administrada por tres legados
(III 4.20), lo que concuerda por otro lado con su afirmación de que Hispania recibe
tantos nombres como circunstancias político-militares de cada momento, aunque
privilegiando la perspectiva geográfica sobre la administrativa (III 4.19 cit. n. 4), así
como con la afirmación –claramente aproximativa– de que Turdetania (¿Bética?)
abarca «…los pueblos más allá del Anas y la mayor parte de pueblos limítrofes…»
(III 2.1)25.
Existen, por tanto, evidentes dificultades de ajuste entre un mapa etno-históri-
co y uno administrativo planteado con pinceladas. Solo cabe entenderlo porque, una
vez más, están entrando en conflicto una perspectiva helenística de la geografía,
globalizante pero procesual –y en la que prima la formación etno-geográfica de los
territorios (en este caso alrededor de la Turdetania/el Betis)–, con una información

23
Curiosamente la Lusitania que comprende ahora también el sur del Tajo está «habitada en su mayor parte
por célticos y algunos lusitanos, que habían sido trasladados allí desde el otro lado del Tajo por los romanos; en las
regiones más hacia el interior habitan también carpetanos, oretanos y una buena parte de los vetones» (III 1.6). Cf.
para todo ello PÉREZ VILATELA, L. (1990): 99-125; ID. (1991): 459-467; en extenso: ID. (2000) passim.
24
Que, como tal, Estrabón explícitamente no nombra; ¿hay que ponerlo posiblemente en relación con
la prouincia transduriana del edicto del Bierzo (fechado en el 15 a.C.)? Cf. para este edicto a SÁNCHEZ
PALENCIA, F.J. & MANGAS, J. (2000); GRAU LOBO, L. & HOYAS, J.L. (2001); un análisis muy sugerente
sobre las implicaciones que conlleva para el estudio del alcance real de la transformación romana sobre el paisaje
político y humano de Callaecia y, por extensión, del conjunto de territorios conquistados (diferente interrelación
entre castellum, ciuitas y ethnos; reubicaciones de comunidades; política de premios y castigos, etc.), aunque sin
entrar en lo que implica para un concepto amplio de prouincia, en PEREIRA, G. (2005): 121-128.
25
POTHECARY, S. (2005): 165-67 y GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. (2002b): 193-94.

258
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

más apegada al terreno cual es la romana, es decir, la de un territorio como el his-


pano en el que las fronteras/las denominaciones administrativas no responden a una
realidad homogénea sino a las exigencias político-militares de cada momento26.
Un espacio natural homogéneo debía corresponderse con una etnia integradora.
Los turdetanos son a ojos de Estrabón el elemento aglutinante, que por su idiosincra-
sia «explican» el territorio, no solo lo «definen»; dan sentido histórico a un valle que
–a pesar de lo reiteradamente manifestado por el geógrafo– es en realidad un área
sometida a cambios: fundaciones ex novo y mixtas, viejas ciudades fenicias, zonas
de antiguo control púnicos, traslados de población, «fronteras» que se cambian en un
corto espacio de tiempo, grupos étnicos que aparecen o desaparecen, etc. Para él la
etnia es, del conjunto de fenómenos observables, el que más destaca, porque respon-
de a un tiempo histórico diferente al de las eventualidades del presente. Turdetania
es, en suma, y en este caso, un agente etno-cultural con capacidad de absorber –no
sin dificultades– a grupos menores. Es por ello que su perspectiva procesual deja
entrever una situación etno-territorial –homofonías aparte– en la que la centralidad
del valle del Betis (frente a Gades) ejerce una atracción indudable en demérito de la
periferia. Las antiquísimas etnias hecataicas, si es que alguna vez podemos llegar a
definirlas o identificarlas27, han desaparecido a favor de etnias históricas construidas
a partir del topónimo/hidrónimo actuales; únicamente Tarteso se salva del olvido28.

En este contexto se explica perfectamente que el caso turdetano sea el único en todo
el libro III en el que podemos integrar de una forma más o menos coherente el terri-
torio con una historia antigua mediterránea pos-troyana. Primero aclara su posición
en relación a qué noticias de Homero sobre el extremo occidente son fiables y cuá-
les no: por imposibles de corroborar rechaza todas aquellas lecturas que se pierden
en el tiempo del mito, para aceptar sólo las que se pueden colocar tras la caída de
Troya, el retorno de los heraclidas y las sagas de los nostoi, hasta desembocar final-

26
CADIOU, F. y MORET, P. (2004): en prensa. Eso está claro en la combinación de términos como Ulterior/
Turdetania/Bética-Lusitania/Citerior (vid. POTHECARY, S. [2005]).
27
Cf. MORET, P. (2006): 49 ss.
28
Pero, como afirma Domingo Plácido (2004), Estrabón recoge finalmente una situación cuyo proceso for-
mativo, aunque en buena medida se nos escapa, tuvo que establecerse en torno a la conquista: «La realidad prerro-
mana consistiría en una diversidad amplia con tendencia a la reducción por motivos históricos de hegemonía, y no
en un proceso lineal (…). La etnogénesis de los pueblos conocidos sería resultado de aquel proceso de homoge-
neización política. Ello facilitaría la homogenización étnica (…). La etnicidad aparecería así como producto de la
guerra, más que como causa» (p. 36). Véase nuestro (2007a), en prensa y GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J., en prensa,
en el que se hace una extensa puesta al día de la cuestión turdetana desde esta perspectiva de «etnicidad/identidad
dinámica», y en la que concluye que el caso turdetano se podría caracterizar por su heterogeneidad cultural y su
complejidad étnica, integrante de muy diversos «pueblos», tal como se hace eco Estrabón.

259
Gonzalo Cruz Andreotti

mente el Tarteso y el «dominio» fenicio-púnico y romano sobre la casi totalidad del


mediodía peninsular, es decir, en el arco cronológico asumido por la historia griega
(III 2.12 y 13).
Para dotar de verosimilitud a este largo recorrido histórico de civilidad, y
que ha potenciado la prosperidad natural de las tierras que baña el Betis, tiene la
pruebas irrefutables de la existencia de la propia Gades y del Heracleion gadita-
no (III 5.5 ss.), una serie de vestigios literarios (Homero, Estesícoro, Heródoto,
Anacreonte, etc. –III 2.11, 13 y 14–) y arqueológicos (ciudad de Odisea, Templo
de Atenea –III 2.13; 4.3–), así como el rescate del las fauces del mito a la olvidada
Tarteso, casi homónimo de lo Turdetano (III 2.11). Esta «homonimia» la reafirma,
además, rechazando toda posible derivación de nombre de Tarteso de Tártaro, como
muchos comentaristas de Homero pensaban (III 2.12). Para finalizar, posee la apo-
yatura adicional del argumento citado de una lengua antigua común, unas leyes y
una literatura (¡no como el resto de los iberos!) –III 1.6–, que, aunque olvidadas
casi por completo por la romanización, pone a los turdetanos al nivel de otros pue-
blos mediterráneos, según la definición de «pueblo» dada en su día por Heródoto
(VIII 144.2). Los turdetanos tienen, así, su propia historia e identidad, lo que les ha
conferido un carácter de pueblo laborioso y hospitalario, que la presencia romana
no hace sino potenciar, también con la «construcción» de la etnia hegemónica.
Pero –como hemos desarrollado recientemente29– hay un aspecto que lo aleja
del modelo clásico exportado a buena parte del mediterráneo (como magistralmente
resumió E.J. Bickerman30): la ausencia de un héroe fundacional que marcase el hito
del comienzo, le diese nombre y conformase el lugar; ni Heracles ni Odiseo asumen
esta función. Es posible que el que no haya existido una fuerte impronta colonial
imposibilitase la aplicación de un esquema fundacional griego; los mitos que –pru-
dentemente– asocia al extremo occidente tampoco asumen ese papel: los héroes del
regreso de Troya son presentados –como lo hacía Tucídides– como simples «pira-
tas», que llegaron aquí atraídos por la riqueza de un lugar dominado por los fenicios
(III 2.13).

Y llegados aquí, el segundo elemento que le da una identidad a Turdetania, es,


precisamente, la naturaleza urbana de su organización territorial, que compara
Estrabón explícitamente con otras zonas de la Península31 (vid. fig. 2). Aquí se trata
29
(2007b), en prensa; en ese mismo volumen la aportación de J. Martínez-Pinna, en el que concluye que un
elemento clave para entender lo que sigue es la falta de ciudades en el sentido griego del término.
30
(1952): 65-81.
31
Particularmente con la vecina céltica o la Celtiberia.

260
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

de demostrar que la ciudad hunde sus raíces en el desarrollo histórico, está propi-
ciada por las condiciones naturales del territorio y favorecida por la acción romana
como elemento catalizador. No vamos a entrar sobre qué entiende un geógrafo grie-
go, y en particular Estrabón, sobre ciudad, pues originaría todo un debate aparte.
Lo que es indudable es que lo que Estrabón interpreta como ciudad lo es desde la
perspectiva de un observador acostumbrado a vivir en ellas, a lo que se añade la
de un estudioso habituado a reflexionar sobre sus funciones y características en un
contexto histórico, no administrativo o urbanístico32. Así, Turdetania es un territorio
densamente urbanizado (se afirma con prudencia que tiene «incluso 200 ciudades»
–III 2.1–; un total de 38,09% de las menciones consideradas como tales33), aunque
en la práctica solo cita unas pocas y solo a partir de determinadas características.
Veámoslas:

• La mayoría, son elegidas por su importancia económica y su ubicación en


zonas (costa; ríos; vías principales) donde la producción-comunicación es fácil
y cómoda: como centro agrícola, minero, puerto pesquero o de transformación
del garum; o como centros neurálgicos redistribuidores de materias primas o
productos manufacturados. Aquí sí privilegia Estrabón el dinamismo intrínse-
co del espacio natural y la potencialidad económica del presente, adecuada-
mente organizado en torno a la ciudad opuesta a la «chora» (que no aparece
prácticamente en la descripción de Turdetania y sí como elemento del pasado
reciente en la Celtiberia, por ejemplo –III 4.13–).

• Ciudades vinculadas a la campaña de Munda y a la victoria de César, que marca


el inicio de una «nueva era» (Munda, Ategua, Urso, Tucci, Ulia y Egua –III 2.2–).

• En bastante menor medida, ciudades resaltables por su condición político-jurí-


dica: seleccionadas o por su capacidad de integrar sectores romanos e indí-
genas que ejerzan el liderazgo comunitario (Gades –III 2.1; 5.3 y passim–;
Corduba –III 2.1–), o como instrumento de transformación del entorno indí-
gena, como hemos visto en los límites del territorio turdetano actual (Emerita
–III 2.15; 4.20–; Pax –III 2.15–).

• Por su historia antigua: Tarteso –III 2.11–, Odisea –III 2.13; 4.3– (Uliso/i
– ¿Loja?–34), Carteia –III 2.14–, o la misma Gades –III 2.11; 2.13–35.

32
PRONTERA, F. (1994): 845-858.
33
CASTRO PÁEZ, E. (2004b): 176.
34
CIL II, 880, 1182, 5498, 5499.
35
Seguimos a CORTIJO CEREZO, M.ªL. (2004): 119-138; CASTRO PÁEZ, E. (2004b): 169-199.

261
Gonzalo Cruz Andreotti

Lo que si es cierto es que no encontramos ninguna adscripción étnica en las


ciudades turdetanas –como sí lo vemos para el caso de Pax Augusta, Emerita o
Caesaraugusta–, salvo la alusión genérica al pasado dominio fenicio o púnico de
buena parte del mediodía peninsular (III 2.13 y 14), como tampoco es comparable
con el grado de precisión de la información pliniana pocos años después. La evi-
dencia de la trama urbana que explícitamente nos muestra Estrabón es sobre todo
la de una parrilla donde el factor económico (producción de materias primas expor-
tables, comercio, comunicación interna y externa) prima sobre todos los demás; un
componente que indica una profunda transformación romana del paisaje: no que-
ramos encontrar vestigios de un remoto pasado indígena, porque no los hay, como
tampoco detallados procesos de integración36.
En relación a esto último, cabría para finalizar un parágrafo que ha origina-
do un cierto debate. Se trata del conocido texto con el que cierra la descripción de
Turdetania, y en el que aparece la controvertida caracterización de los turdetanos
como togati:

«La civilización y la organización política fueron las consecuencias naturales de la


prosperidad de este territorio para los turdetanos; también lo son para los célticos a
causa de su vecindad, –según ha dicho Polibio por su parentesco–, pero en un grado
menor (pues la mayor parte viven organizados en aldeas); en cambio, los turdetanos, y
especialmente los que habitan junto al Betis, se han convertido completamente al modo
de vida de los romanos y ya no se acuerdan ni de su propia lengua: la mayoría se han
convertido en latinos y han recibido romanos como colonos de forma que falta poco
para que sean todos ellos romanos; las ciudades mixtas que se han fundado en la actua-
lidad, Pax Augusta entre los célticos, Augusta Emérita entre los túrdulos y Cesaraugusta
en los dominios de los celtíberos, y algunas otras colonias ponen de manifiesto la trans-
formación de las mencionadas organizaciones políticas. Y en efecto todos los iberos
que han adoptado esta forma de comportamiento son denominados togati (entre estos
se incluyen también los celtíberos que fueron considerados en un tiempo los más salva-
jes de todos). Y esto es lo que hay que decir sobre los turdetanos» (III 2.15).

Es indudable que, contrariamente a lo que es habitual en él, combina ele-


mentos de naturaleza jurídica con los más comunes de carácter geográfico. Pero la
expresión concreta –si efectivamente es ésta– no hace alusión a una categoría jurí-
dica como la formula togatorum, aplicada por Roma únicamente a los socii itálicos
y en desuso ya desde casi un siglo37. En otro parágrafo, aclara nuestro geógrafo la
36
Quizá a excepción de Corduba (colonia fundada como mixta de entre «individuos elegidos de los roma-
nos y de los indígenas» –III 2.1–) o Gades (vinculada con Roma por una férrea alianza y que posee, hoy en día, un
importante censo de caballeros –III 2.1; 5.3–).
37
Ver WULFF ALONSO, F. (1991): 173 ss. y (2002): 245 ss. (y las conclusiones respectivas) donde se

262
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

condición del término: «…el tercer [legado] vigila las tierras del interior; se ocupa
de los llamados ya <togados>, como si se les denominara ‘pacíficos’ y han cambia-
do su modo de vida a la civilización y a la manera itálica en su vestimenta togada»
(III 4.20). Itálicos aquí en un sentido muy amplio, es decir, todos los habitantes de
Italia, ya romanos por estas fechas, y togado con un significado evidentemente cul-
tural.
En un trabajo denso y muy cuidado ya citado, A.M.ª Canto38 replantea la
cuestión, no sólo en lo relativo al término togati en sí, sino también respecto a la
interpretación y las implicaciones del conjunto del texto39. Aceptando una lectura
restrictiva –de manera que Estrabón estaría hablando de Turdetania, por un lado, y
de su periferia, por otro40– o general, es cierto que el término togati no aparece en
ningún códice, y es una «imposición» admitida por una interpretación específica
del contexto, ya sea en III 2.15 como en III 4.1041.
De todas maneras, ya sea admitiendo la toga o la stola –lo que está más en con-
sonancia con la tradición manuscrita–, no es menos cierto que es difícil admitir que
detrás de una expresión de este tipo pudiera haber algo más que una reflexión de
naturaleza cultural, es decir, que hiciese una alusión explícita a una categoría jurídi-

demuestra que, en ningún caso, dicha fórmula se aplica más allá de Italia y/o los itálicos. Es por ello que P. Le
Roux –(2006): 22– habla de que el término «evoca» la formula, no la concreta.
38
(2001): 423-474.
39
Sobre todo en lo relativo a la condición de las tres ciudades citadas: apunta que hubo deducciones de vete-
ranos sobre comunidades indígenas preexistentes hasta constituir, por ello, comunidades mixtas a la manera de
Corduba (III 2.1); en este sentido, el texto estraboniano hay que leerlo como una casuística particular –sinoicísti-
ca– aplicable exclusivamente a las citadas comunidades, dentro de las cuales un grupo selecto de «indígenas» fue-
ron seleccionados para integrarse en un modo de vida urbano y ciudadano, conocidos como stolati. Es importante
reproducir su traducción: «…La mayoría [de los Turdetanos] se han convertido en ciudadanos Latinos y han acogi-
do nuevos colonos romanos, de forma que es poco lo que les separa de ser todos Romanos. Por otro lado, las ciu-
dades [preexistentes] que acaban de ser repobladas de forma mixta, como Paxaugusta entre los Célticos, Augusta
Emerita entre los Túrdulos, Caesaraugusta en la vecindad de los Celtíberos y otros asentamientos de veteranos,
demuestran claramente el progreso de los (indígenas) elegidos para vivir como ciudadanos. Los hispanos que pro-
ceden de este origen son llamados estolados [stolátoi], y entre éstos se cuentan incluso los Celtíberos, que antes
eran tenidos por los menos civilizados de todos...» (pp. 433-434). La clave de su argumento es que Estrabón dife-
rencia la realidad de Turdetania, más latinizada y «casi» romanizada, de la periferia, en fase de transición a través
de mecanismos sinoicísticos que conducen a la latinidad de grupos concretos –expresada por Estrabón a través de
la vestimenta o stola– (todo ello en pp. 437-61).
40
Como ya comentamos en otro lugar ([2002-2003]: 35-54, especialmente n. 44, pp. 47-8), la distinción
geográfica es clara: una cosa es la condición de los que habitan junto al/en torno al (peri; to;n) Betis, de los que
habitan entre (ejn) los célticos, entre (ejn) los túrdulos o junto/en torno a (peri; to;n~) los celtíberos. Por consiguien-
te, ni podemos hacer extensiva la condición de togati –en caso de que ese fuese el término usado– a todos los ibe-
ros, ni incluso a los más civilizados, ya que explícitamente afirma que a éstos «poco les falta».
41
La stola, que admite F. Lasserre para III 2.15, no lo acepta para 4.10. Aquí (n. 1, p. 81) conjetura togati
por la alusión a la «vestimenta togada» (...th` thbennikh` ejsqh`ti...) que «nos habla de ciudadanos romanos» que,
obviamente, vestían toga, al contrario de la stola de III 2.15; contra CANTO, A.M.ª (2001): 459-60, quien argu-
menta razones de contexto («…inexacto e incorrecto llamar ‘togados’ a quienes el propio Estrabón dice que no son
aún ‘romanos’ sino todavía ‘itálicos’… –p. 460–) e históricas: como en III 2.15, Estrabón se refiere a un estatuto
intermedio entre lo indígena y lo romano, parangonable con lo itálico, esto es, latino.

263
Gonzalo Cruz Andreotti

ca latina: en uno u otro caso significa una «prenda honorable». Además de que para
estas fechas romanos e itálicos (y más para un griego) son sinónimos, la vestimenta
para Estrabón no es reflejo de un estatus político sino de una condición o forma de
vida: cuando Estrabón quiere expresar una categoría jurídica bien que lo dice con
claridad, como así lo hace para los turdetanos, añadiendo con ello un dato más a la
pérdida de su identidad ligüística y cultural en el sentido más amplio del término42.
En este sentido, son acertadas las palabras de P. Le Roux –quien admite la lec-
tura de togati– que visto el texto en su conjunto, con la adopción de una indumen-
taria romano-itálica «…correspondiente al ámbito de lo visto y lo vivido, la toga
refleja valores culturales y políticos cuyo contenido no está determinado a priori; es
apenas un indicio (…) sugiere que la toga va unida a un determinado tipo de com-
portamiento y propicia una progresión dentro de un proceso de aculturación cada
vez más profundo», de manera que «…el deseo de identificación se transformó así
en título de identidad otorgado por el conquistador», aunque «…la dimensión no
romana no está excluida del proceso de integración» y «remite a las modalidades
y a las dificultades de elaboración de una nueva identidad, pero en un contexto
muy concreto, el del gobierno romano o, mejor dicho, el de las formas sucesivas de
gobierno romano»43.

¿Qué podemos concluir? Estrabón eleva a Turdetania –dentro del conjunto de los
territorios hispanos– a la categoría de paradigma de un proceso histórico de larga
duración, en la que a sus cualidades excepcionales inherentes a un territorio y un
pueblo singulares (pronoia), se le suma su capacidad para aprender de aquéllos que
vienen de fuera (simpateía), hasta desembocar en el modelo idealizado de civili-
dad y cultura en torno al modo de vida urbano, que da estabilidad social y progreso
económico. La presencia romana a través de sus colonias, la progresiva conversión
de los turdetanos en togati –parafraseando a P. le Roux–, los cambios en la catego-
ría de las provincias, la división conventual, la articulación de pactos con ciuda-
des relevantes o la constitución de comunidades mixtas, son escalones dentro de
un esquema que, dadas las condiciones, se entiende como procesual y natural. En
este contexto, una gran etnia con fuertes bases en el pasado (lengua, cultura y tra-
diciones históricas), pero consolidada al calor de la prosperidad romana –a decir de

42
ORTIZ DE URBINA ÁLAVA, E. (2000): 93: aunque no descarta la lectura estraboniana de la situación
de los turdetanos como referida a la categoría concreta de latinos, tiende a pensar que hace más bien una reflexión
cultural, aunque de fondo se puede reconocer dicha condición jurídica. Para la «latinidad» republicana puede verse
GARCÍA FERNÁNDEZ, E. (2001): 150 ss.
43
LE ROUX, P. (2006): 24-25.

264
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

Estrabón–, unida a un territorio homogéneo y privilegiado, son condiciones previas


sin las que no podría darse todo lo demás. Pero es posible que más allá de este pano-
rama armónico, presentado sin estridencias, se nos presenta una realidad diferente;
algo nos indica Estrabón cuando nos habla de cambios de fronteras y de identida-
des étnicas que se suman o dividen; comunidades mixtas y posibles integraciones
selectivas, o culturas antaño hegemónicas (como la fenicia) ahora desaparecidas;
o, incluso, la superposición de dos denominaciones, la hidronímica y la étnica, que
quizá no sean inicialmente intercambiables.
Pero, además, podríamos preguntarnos si la visión que procura reflejar quizá
esté dirigida también a los hombres cultos, a esos togati (¿provinciales?) que nece-
sitan nuevas bases en las que reafirmar su identidad. Roma y los romanos (también
los de provincias) tienen su propia historia repleta de héroes y generales victorio-
sos, con las que refuerzan su identidad frente a un mundo que dominan pero que es
resultado de una conquista. Pero, ¿qué poseen esas oligarquías periféricas –griegas,
turdetanas, etc.– para explicar su posición en este nuevo mundo? ¿podríamos aven-
turar que esta geografía –no la pliniana, obviamente– les da un papel que les niega
la Historia romana? Una geografía donde tan importante como la pax romana es
la vieja condición culta de unos pueblos tan antiguos y civilizados como la propia
Roma e integrados desde antiguo en la koiné helenística44. Es una posibilidad; no
olvidemos que Asclepíades vino a Turdetania a enseñar «gramática» a esos togati
hispanos y escribió una descripción de los pueblos de la zona (III 4.3), posible-
mente occidentalizando viejas tradiciones pónticas45. Podría también la geografía
de Estrabón entenderse en ese contexto: pensamos que no debemos rechazar esta
probabilidad46.

44
En un trabajo muy reciente, y enormemente sugerente, se apunta la posibilidad de que en estos momen-
tos (al menos hasta la «homogenización» flavia) estemos asistiendo en cierta medida a una reafirmación identitaria
propia (alrededor, quizás, de la existencia de un étnico aglutinante como turdetanos/Turdetania) a partir de este ele-
mento común (¿helenístico-púnico?), como sobre todo queda patente en la moneda –un elemento identitario de pri-
mer orden– a pesar de la aparente diversidad de tipos (vid. CHAVES TRISTÁN, F., GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J.
& FERRER ALBELDA, E., [2006]: 813-828).
45
MORET, P. (2006): 67.
46
Para las oligarquías ciudadanas como público lector de la Geografía de Estrabón ver ENGELS, J. (2005):
129 ss.

265
266
Gonzalo Cruz Andreotti

Fig. 1. Etnias de Iberia en Estrabón. Adaptado por M.V. García Quintela de J.M. Gómez Fraile (Los celtas en los valles altos
del Duero y del Ebro, Alcalá de Henares, 2001) y editado en Estrabón: Geografía de Iberia, trad. de F.J. Gómez Espelosín;
introducciones, notas y comentarios de G. Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín, Madrid: Alianza, 2007
Fig. 2. Las ciudades de Iberia en Estrabón, por M.V. García Quintela en Estrabón: Geografía de Iberia, trad. de F.J. Gómez

267
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

Espelosín; introducciones, notas y comentarios de G. Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín, Madrid:
Gonzalo Cruz Andreotti

BIBLIOGRAFÍA

ARCE, J., (1989): «Estrabón sobre la Bética», en J. González (ed.), Estudios sobre Urso. Colonia Iulia
Genetiva, Sevilla, pp. 213-222.
BICKERMAN, E.J., (1952): «Origines gentium», Cl.Ph. 47.2: 65-81.
CADIOU, F. & MORET, P., (2004): «Rome et la frontière hispanique à l’époque républicaine (IIe-Ier
s. av. J.-C.)», en Ch. Velud (éd.), Empires et Etats nationaux en Méditerranée: la frontière entre
risque et protection. (Colloque international, Le Caire, 6 juin 2004, IFAO), El Cairo: en prensa.
CANTO, A.M.ª, (2001): «Sinoicismo y stolati en Emerita, Caesaraugusta y Pax: Una relectura de Es-
trabón III, 2, 15», Gerión, 19: 423-474.
(=http://www.ucm.es/BUCM/revistasBUC/portal/modules.php?name=Revistas2&id=GERI)
CASTRO PÁEZ, E., (2004a): «La géographie de la barbarie dans le Livre III de Strabon. Une approche
à partir de la terminologie», en M.ª-Cl. Charpentier (ed.), Les espaces du sauvage dans le monde
antique. Presses Universitaires de Franche-Comté Collection: Publications de L’ISTA, Franché
Compté, pp. 243-253.
— (2004b): «La ville et le territoire d’après le Livre III de Strabon. Une méthodologie d’approche et un
essai d’application», Gerión 22.1: 169-199.
CHAVES TRISTÁN, F., GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J. & FERRER ALBELDA, E., (2006): «Relacio-
nes interétnicas e identidades culturales en Turdetania (siglos II a.C.-I d.C.)», en L’Africa romana,
XVI. (Rabat 2004), Roma, pp. 813-828.
CORTIJO CEREZO, M.ªL., (2004): «Reflexiones sobre las ciudades de la Bética recogidas en la Geo-
grafía de Estrabón», Espacio, Tiempo y Forma. Serie II, Historia antigua 15: 119-138.
CRUZ ANDREOTTI, G., (1993): «Estrabón y el pasado turdetano: la recuperación del mito tartésico»,
Geographia Antiqua 2: 13-31.
— (2002-2003): «La construcción de los espacios políticos ibéricos entre los siglos III y I a.C.: Algunas
cuestiones metodológicas e históricas a partir de Polibio y Estrabón», Cuadernos de Prehistoria y
Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid 28-29: 35-54.
— (2007a): «Etnias, fronteras e identidades en la Antigüedad hispana: algunas precisiones metodológi-
cas a partir de las fuentes escritas», Arqueología Espacial 24: en prensa.
— (2007b): «Geografía y epos en la Iberia antigua: a propósito de Estrabón y el Libro III», en J. Mar-
tínez-Pinna (ed.), Relaciones interculturales en el Mediterráneo antiguo: Sicilia e Iberia, Málaga,
en prensa.
— LE ROUX, P. & MORET, P., eds., (2006): La invención de una geografía de la Península Ibérica.
I. La época republicana, Málaga-Madrid.
DOMÍNGUEZ MONEDERO, A., (1995): «Libios, libiofenicios, blastofenicios: elementos púnicos y
africanos en la Iberia Bárquida y sus supervivencias», Gerión 13: 223-239.
DUECK, D. et alii, (2005): Strabo’s Cultural Geography. The Making of a Kolossourgia, Cambridge.
ENGELS, J., (2005): « Andre~
[ e[ndoxoi or ‘men of high reputation’ in Strabo’s Geography», en D.
Dueck et alii, Cambridge, pp. 129-143.

268
ACERCA DE ESTRABÓN Y LA TURDETANIA-BÉTICA

ESTRABÓN, (2007): Geografía de Iberia, trad. de F.J. Gómez Espelosín; introducciones, notas y co-
mentarios de G. Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín, Madrid: Alianza.
FERRER ALBELDA, E., (2004): «Sustratos fenicios y adstratos púnicos. Los bástulos entre el Guadia-
na y el Guadalquivir», Huelva Arqueológica 20: 283-298.
FERRER ALBELDA, E. & PRADOS PÉREZ, E., (2001-2002): «Bastetanos y bástulo-púnicos. Sobre
la complejidad étnica del sureste de Iberia», Studia E. Cuadrado. Anales de Murcia 17-18: 273-
282.
GARCÍA FERNÁNDEZ, E., (2001): «El municipio latino. Ensayo de definición y características cons-
titucionales», Gerión, Anejos V: 125-180.
GARCÍA FERNÁNDEZ, F.J., (2002a): Los turdetanos en la historia: análisis de los testimonios lite-
rarios grecolatinos, Écija.
— (2002b): «Turdetania, turdetanos y cultura turdetana», QTNAC 21: 191-202.
— (2007): «Etnología y etnias de la Turdetania en época Prerromana», CuPAUAM: en prensa.
GÓMEZ ESPELOSÍN, F.J., (2007): Estrabón, Geografía de Iberia, trad. de…; introducciones, notas y
comentarios de G. Cruz Andreotti, M.V. García Quintela y F.J. Gómez Espelosín, Madrid: Alianza.
GÓMEZ FRAILE, J.M.ª, (1999): «Los conceptos de Iberia e ibero en Estrabón», SPAL 8: 159-187.
GRAU LOBO, L. & HOYAS, J.L., eds., (2001): El bronce de Bembibre: Un edicto del emperador Au-
gusto del año 15 a.C., Valladolid.
KRAMER, B., (2006): «La Península Ibérica en la Geografía de Artemidoro de Éfeso», en G. Cruz
Andreotti, P. Le Roux & P. Moret (eds.), Málaga-Madrid, pp. 97-114.
LASSERRE, F., (1966): Strabon, Géographie. Tome II (Livres III et IV). Texte établi et traduit par …
Les Belles Lettres: París.
LE ROUX, P., (2006): Romanos de España. Ciudades y política en las provincias [siglo II a.C.-siglo
III d.C.], Barcelona (orig. 1995).
MARTÍNEZ-PINNA, J. (2007): «Las tradiciones fundacionales en la Península ibérica», en J. Martí-
nez-Pinna (ed.), Relaciones interculturales en el Mediterráneo antiguo: Sicilia e Iberia, Málaga,
en prensa.
MORET, P., (2006): «La formation d’une toponymie et d’une ethnonymie grecques de l’Ibérie: étapes
et acteurs», en G. Cruz Andreotti, P. Le Roux & P. Moret (eds.), Málaga-Madrid, pp. 39-76.
NICOLET, Cl., (1989): Le inventario del mondo. Geografia e politica alle origini dell’impero romano,
Roma-Bari.
ORTIZ DE URBINA ÁLAVA, E., (2000): Las Comunidades hispanas y el derecho latino: Observacio-
nes sobre los procesos de integración local en la práctica político-administrativa al modo romano,
Vitoria.
PEREIRA, G., (2005): «Nuevas perspectivas sobre la vida en los castros galaico-romanos», Veleia 22:
121-128.
PÉREZ GUIJO, S., (2001): «La Beturia: definición, límites, etnias y organización territorial», Florentia
Iliberritana, 12: 315-349;
— (2000-2001) [2005]: «El proceso de integración de la Beturia túrdula en la provincia Hispania ulte-
rior», Memorias de Historia Antigua 21-2: 105-121.

269
Gonzalo Cruz Andreotti

PÉREZ VILATELA, L., (1990); «Estrabón y la división provincial de Hispania en el 27 a.C.», Polis
II: 99-125.
— (1991): «Etnias y divisiones interprovinciales hispano-romanas en Estrabón», Klio 73: 459-467.
— (2000): Lusitania. Historia y Etnología. Bibliotheca Archaeologica Hispana, 6. Real Academia de
la Historia: Madrid.
PLÁCIDO, D., (1987-1988): «Estrabón III: el territorio hispano, la geografía griega y el imperialismo
romano», Habis 18-19: 243-256.
— (2004): «La configuración étnica del occidente peninsular en la perspectiva de los escritores greco-
rromanos», Stud.Hist.H.ªAnt 22: 15-42.
POTHECARY, S., (2005): «The European provinces», en D. Dueck et alii, Cambridge, pp. 161-179.
PRONTERA, F., (1984): «Prima di Strabone: materiali per uno studio della Geografia antica come
genere letterario», en F. Prontera (ed.), Strabone. Contributi allo studio della personalitá e
dell’opera, vol. I, Perugia, pp. 189-259.
— (1994): «Sull’immagine delle grandi città nella geografia greca», MEFRA 106-2: 845-858.
— (2003): «Notas sobre Iberia en la Geografía de Estrabón», en Otra forma de mirar el espacio: Geo-
grafía e Historia en la Grecia antigua, Málaga, pp. 87-101.
RODRÍGUEZ ADRADOS, F., (2000): «Topónimos griegos en Iberia y Tartessos», Emerita LXVIII.1:
1-18
SAQUETE, J.C., (1998): «L. Antonio L. F. Quir. Vegeto Turdulo y Estrabón 3.1.6. sobre la romaniza-
ción de la Beturia Túrdula», Habis 29: 117-29.
SÁNCHEZ PALENCIA, F.J. & MANGAS, J., eds., (2000): El Edicto del Bierzo, Ponferrada.
STRABON, (1966): Géographie. Tome II (Livres III et IV). Texte établi et traduit par F. Lasserre. Les
Belles Lettres: París.
THOLLARD, P., (1987): Barbarie et Civilisation chez Strabon. Étude critique des livres III et IV de la
Géographie, París.
THOMPSON, L.A., (1979): «Strabo on Civilisation», Platwu, 31: 213-230.
TROTTA, F., (1999): «Estrabón, el libro III y la tradición geográfica», en G. Cruz Andreotti (coord.),
Estrabón e Iberia. Nuevas perspectivas de estudio, Málaga, pp. 81-99.
UNTERMANN, J., (2004): «Célticos y túrdulos», Palaeohispánica 4: 299-214.
VILLAR, F., (1995): «Los nombres de Tartessos», Habis 26: 243-270.
WULFF ALONSO, F., (1991): Romanos e itálicos en la Baja República: estudios sobre sus relaciones
entre la Segunda Guerra Púnica y la Guerra Social (201-91 a.C.), Bruselas.
— (2002): Roma e Italia de la Guerra Social a la retirada de Sila (90-79 a.C.), Bruselas.

270
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS
EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO
EL VIEJO. EL CASO BÉTICO

M.ª LUISA CORTIJO CEREZO


Universidad de Córdoba

Cuando nos planteamos traer a este foro el tema de los conventus iuridici en la
Bética no teníamos aún muy definido el sesgo que pretendíamos darle; ni siquiera
si había motivos reales (cambios importantes) que justificaran una nueva reflexión
sobre el mismo. De todas formas, en una reunión destinada a tratar la geografía de
la Península Ibérica, la vertiente administrativa debe estar presente, ya que es la
plasmación política de la realidad geográfica. En lo relativo a los conventus iuridici,
la simple mención explícita de esta unidad administrativa en Plinio y en un número
relativamente reducido de epígrafes (algunos poco claros) prueba fehacientemente
su existencia teórica, sostenida parcialmente por los testimonios de otros autores y
por la interpretación dada a ciertas inscripciones que recogen actividades conjuntas
de varias ciudades que, según la descripción pliniana, se integraban todas o varias
en un mismo conventus o eran capitales conventuales.
Pero si su existencia teórica es una realidad indiscutible, el uso práctico que de
ellos se hizo, al menos en algunas provincias, no está tan definido. Para el caso de
Hispania, se conoce relativamente bien la organización de sus provincias y ciuda-
des (las leyes municipales de que tenemos sobrada constancia en la Bética son una
prueba de la vitalidad administrativa y territorial del ámbito urbano) y, como ocurre
en otros territorios, para mantener sujetos a sus súbditos, Roma no hubiera necesi-
tado oficializar ninguna subdivisión de índole jurídica. En la mayoría de las provin-
cias (salvo 5), aunque el ejercicio de la justicia está constatado y garantizado, Plinio
no alude a esta realidad administrativa, cabe pensar que porque no la había, ya que,
al hablar de ellas, sí suele explicitar cuál era su capital y la condición jurídica de las
principales ciudades, siguiendo cierto esquema expositivo.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 271-304.
271
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

1. Plinio, NH 3-6, entre la geografía descriptiva y la administrativa*

En un mundo dominado por Roma, ¿qué importancia podía tener para los escritores
el criterio administrativo a la hora de estructurar sus obras? Es más, ¿qué interés ten-
drían sus lectores en conocer los tediosos entresijos de la administración con la deli-
mitación de las fronteras provinciales o la definición de realidades administrativas
internas? Esos criterios serían útiles a nivel de estado con fines operativos: censo,
fisco, ejército, cargos provinciales, competencia senatorial-imperial..., pero poco
adecuados para presentar a un lector medio la grandeza de Roma y la extensión del
orbe. De las obras que hemos conservado cuyo objetivo fue ofrecer una visión global
del mundo, y que cuentan con una descripción coherente y más o menos amplia de
la Península Ibérica, hemos de quedarnos, como es ya habitual, con Estrabón, Plinio,
Ptolomeo y, bajo otro prisma, con los Itineraria (Antonino y Rávena, básicamente),
todas ellas obras que ofrecen una visión general y que son «amenas» o prácticas,
tanto para el lector como para los cargos administrativos que trabajaban en Roma
o debían administrar una provincia que les era desconocida. El lector ávido tendría
suficiente con estas descripciones; el hombre de estado las completaría con los datos
recogidos en los archivos oficiales, información que, sin duda, consultaron nuestros
autores y que, de una u otra forma, se encuentra solapada en sus obras. La diferencia
es que quizás Plinio, por los avatares de su propia vida, no sólo conoció la teoría,
sino que aplicó la práctica. De ahí que su obra, encuadrada de lleno en las caracterís-
ticas generales que definen a los demás autores1, avance un paso más hacia un tipo
de información derivada de su propia «deformación profesional».

*
Salvo que se indique lo contrario, todas las referencias a fuentes son de la Naturalis historia de Plinio.
Para los límites conventuales, las ciudades y las comunicaciones, en particular de la Bética, véase la figura adjunta.
1
Hay dos ejes básicos en la estructura de todos estos relatos generales: el Mediterráneo, como centro geográ-
fico, político e ideológico, y el extremo occidente, como punto de partida de toda descripción geográfica universal,
salvo en los Itineraria, quizás por la estructura práctica del formato. Son escasas y vagas las alusiones a términos
administrativos (mevro~, cwvra, tovpo~, gh, ejvqno~, ejparci/va, STR., III 4.20, IV 1.3; XVII 3.25, y especialmente III
4.20 única referencia directa; nada sobre conventus iuridici, pero sí habla de impartición de justicia, empleando tér-
minos derivados de dikaiovw. STR., XIII 4.12 afirma que el término latino conventus se asemeja al griego ajgora
dikwn, hJ ajgoraivo~ o hJ ajgoraiva; por extensión, conventus afecta al área geográfica que rodea a la ciudad en que
se hace la reunión, y esto en griego se traduce como dioivkhsi~). Mela emplea escasamente la palabra provincia (II
6.85; III 1.5) que comparte con pars (II 6.87), y recoge algunos términos para describir ciudades o grupos étnicos:
castellum, colonia, gens, oppidum, urbs, pero su obra no se vertebra en un esquema administrativo, sino geográfico.
Ptolomeo utiliza una terminología adecuada: ejparciv/a, mevro~, povli~, metrovpoli~, kwloniva, oppidana, fovro~,
para una estructura provincial (Bética, Lusitania, Tarraconense, delimitándolas) basada en pueblos y grupos étni-
cos, cuya presentación se rompe ante un esquema diferente y geográfico: costa-interior, que, a su vez, tampoco se
cumple al no seguir circularmente la línea costera (sea cual sea el punto de partida) y que le hace incurrir en repe-
ticiones, rompiendo la unidad de sus listas de ciudades. El itinerario de Antonino y el Anónimo de Rávena siguen,
grosso modo, un esquema similar, presentando primero las vías de amplias franjas costeras o pseudocosteras, para
centrarse después en el interior. Ver DESANGES, J. (1980): 20-29; FONTÁN, A. & MOURE CASAS, A.M. et al.
(1995): especialmente págs. 80-82; GARCÍA ALONSO, J.A. (2003); MEANA, M.ªJ. & PIÑERO, F. (1992); PÉREZ
VILATELA, L. (1989-90): 205-214; ID. (1990): 99-125.

272
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

Se recoge una tradición historiográfica, heredera de la cultura griega y helenísti-


ca, de la que Estrabón es un buen exponente, a la vez que un nexo de unión entre una
Iberia retratada en buena medida con fuentes anteriores y la Hispania que nos pre-
sentan Mela, Plinio y Ptolomeo, en una evolución a lo largo, básicamente, del Alto
Imperio. Cabría esperar de Plinio un esquema diferente, dada su dilatada y activa
práctica política en provincias occidentales y su presumible fácil acceso a documen-
tación de carácter oficial, pero la parte geográfica de su obra se pliega a las directri-
ces marcadas por sus antecesores y seguidas con posterioridad. Su esquema, típico y
tópico, presenta Europa-Asia-África, comenzando en Occidente y Gades, para pene-
trar en el Mediterráneo. Su descripción de Europa avanza 1) de W-E por la costa y 2)
de E-W por las tierras del interior, en un movimiento envolvente que no tiene reparos
en partir en dos la Citerior, «su» provincia. Aunque la mayor parte de la informa-
ción administrativa de esta provincia se recoge en los inicios del libro III, a finales
del IV no sólo retoma una mera descripción geográfica de Citerior hasta enlazar con
Lusitania, sino que, de nuevo, cita algunos conventus. Salvo una primera visión gene-
ral, hace caso omiso de la homogeneidad que da a este finis orbis su carácter penin-
sular (cosa que no harán Estrabón, Mela y Ptolomeo). Su condición de hombre de
estado se aprecia en una mayor precisión a la hora de establecer medidas, utilizar la
terminología administrativa, presentar listas oficiales de ciudades con su respectiva
categoría jurídica, recurrir a los datos cartográficos de Agripa y, además, en la men-
ción de los conventus iuridici como instrumentos de poder al servicio de la adminis-
tración provincial, pero es una información subordinada al planteamiento general.
Parece, pues, que hay una tendencia general en estas fuentes, de épocas muy
diversas, a describir el mundo desde occidente (Europa o África) hacia oriente, por
una parte, y desde el mar (por la tradición del periplo) hacia el interior de las tierras,
por otra. Es algo menos patente en los itinerarios, dado el carácter de la fuente, su
sentido eminentemente práctico (que hace variar la estructura según las épocas) y la
rigidez del modelo (que debe ceñirse a los puntos viarios, aunque a veces también
nos resulte difícil entender la articulación de ciertas vías, a nuestros ojos caóticas).
Plinio no es, desde luego, un rompedor, y ni su formación política ni su conocimien-
to de los archivos oficiales priman sobre el modelo prefijado a la hora de redactar la
parte geográfica de su obra; este experto estadista, en mi opinión, inserta su amplia
experiencia política casi como un dato añadido a un modelo heredado y acatado.
El humanista prima sobre el político cuando escribe y, en la amplitud de su obra,
además de sus inquietudes, nos muestra un hombre capaz de «desconectar del tra-
bajo» y entregarse a su afición literaria y a las servidumbres que conlleva. Es ésta
una actitud que, en lo relativo a los conventus, difiere mucho de la de Cicerón, inca-
paz de quitarse la toga cuando coge la pluma. Quizás Plinio alude a los conventus
iuridici en aquellas provincias en las que eran una realidad administrativa oficial, al
margen de la valoración práctica que les dieran los provinciales.

273
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

2. Conventus iuridici y otras divisiones internas de las provincias

La jerarquía ciudad-provincia-Roma parece ser, a simple vista, la básica en el


esquema administrativo romano, pero fuentes de todo tipo nos hablan de etnias,
regiones históricas y naturales, diferencias jurídicas entre habitantes, ciudades y tie-
rras de una misma provincia..., que el gobernador debería tener en cuenta para reali-
zar un trabajo eficaz; sin denominarlos como tal, se está reconociendo la existencia
de distritos o realidades diversas que indican divisiones internas, tal vez no oficia-
lizadas. Plinio presenta casos concretos sobre todo en la zona de Grecia y Oriente,
posiblemente como consecuencia de las fuentes griegas en que se apoya (en III 1.1
dice que usará en cada caso la fuente que estime que más se acerca a la verdad).
Todo esto son, sin lugar a dudas, divisiones intermedias (temporales o permanentes)
que facilitarían la labor de los gobernadores y que reconocen, dentro de la homoge-
neidad administrativa de la provincia, su heterogeneidad interior.
En cinco ocasiones (tres regiones diferentes) Plinio recoge la existencia de
conventus iuridici como forma de división interna de la provincia; conventus que
adquieren, según la descripción del autor, un carácter territorial, al estar adscritas
las distintas comunidades a una sede concreta donde deben llevar sus litigios2. El
término es plenamente romano y se vincula sin lugar a dudas a la administración de
la justicia, pero ¿es esta división jurídico-territorial totalmente necesaria? Los casos
de división interna que conocemos van más allá de lo meramente judicial y, por
otra parte, para el buen ejercicio de la justicia en las provincias, no es necesaria una
división territorial: el gobernador puede desplazarse libremente predeterminando
los lugares que serán sede judicial y la fecha en que visitará cada uno; normalmente
se elegirán las ciudades más relevantes, pero esto no implica que siempre sean las
mismas ni que la población se vea obligada a acudir a una determinada. ¿Por qué
crear entonces distritos de este tipo en los que el apelativo iuridicus incide sobre lo
que sería su principal intencionalidad?
Hace un tiempo (creo que siguiendo un criterio general) yo me planteaba la
creación de los conventus iuridici principalmente bajo el punto de vista de la pro-
vincia en que aparecían, relacionando unas con otras e intentando ver un nexo de
unión, una similitud, que me diera una respuesta que no encontré3. Mi plantea-

2
La bibliografía clásica sobre este fenómeno en Asia, origen de los conventus iuridici, la podríamos con-
densar en BADIAN, E. (1956): 104-117; BURTON, G.P. (1975): 92-106; GIRARD, P.F. (1903): 217-222; GRAY,
E.W. (1978): 965-977; HABICHT, C. (1975): 67 confirma que Cicerón transcribe el término griego dioivkhsi~
por el romano dioecesis, pero, desde Augusto, se generaliza conventus iuridicus o iurisdictio; HASSALL, M.,
CRAWFORD, M. & REYNOLDS, J. (1974): 195-220; LEWIS, N. (1981): 119-129; LIEBMANN-FRANKFORT,
Th. (1969): 447-457; MAGIE, D. (1950); MARSHALL, A.J. (1964): 206-215; ID. (1966): 231-246; WILLIAMS,
W. (1982): 205-208.
3
CORTIJO CEREZO, M.ªL. (1993): 124-130.

274
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

miento actual se centra en el hecho de que no son estas provincias en concreto las
que necesitan de forma específica una estructura de este tipo, sino que es Roma la
que, por razones que a ella afectan, decide adoptar esta solución. El primer lugar
donde se dio esta realidad es la provincia romana de Asia que, además, nos ofre-
ce una información privilegiada (tanto de fuentes literarias y epigráficas como
de estudios y debates sobre el tema) sobre su incorporación como provincia, las
repercusiones que su anexión tuvieron en la propia Roma, su evolución posterior y
la creación y funcionamiento de los conventus iuridici como distritos territoriales.
Y junto a la información sobre Asia, hemos de recordar a Cilicia y Cicerón, que
nos ha dejado testimonios de su actividad judicial en la zona. No vamos a reco-
ger aquí las fuentes clásicas relativas a los conventus de Asia (ni más adelante de
Dalmacia), sólo, y al hilo de lo que nos afecta, recordaremos que Cicerón (ad Q. fr.
1.7,20) dice que la principal función de Asia es la justicia y que el ejercicio de la
misma no es complicado, requiriendo sólo firmeza, debido posiblemente a la can-
tidad de ciudadanos romanos existentes y gentes con privilegios especiales. Esta
opinión se contextualiza perfectamente dentro de lo que, hasta su tiempo, ha sido
la historia de esta provincia y alcanza mayor credibilidad si tenemos en cuenta
que es la opinión de un jurista que, además, será gobernador en la vecina Cilicia
y habrá de encargarse de algunos distritos asiáticos que le son anexionados. Sobre
cuándo se crean estos distritos asiáticos y sobre la época en la que adquieren su
marcado carácter judicial, las opiniones son muy diversas, apuntando los estudios
(muy buenas síntetis en Habicth en su momento y Campanile más recientemente)
a una herencia del reino de Pérgamo, Escévola, Sila, Pompeyo, o el momento de
creación de la provincia. La datación es un tema que aún pertenece al terreno del
debate, al igual que lo será en el caso de Dalmacia e Hispania (muy vinculadas a
César y Augusto), aunque Campanile cree que no sería, al menos, posterior a las
medidas fiscales de Cayo Graco, tras la remodelación del territorio y el fomento de
la red viaria (lo que también tuvo lugar en Dalmacia y en la Hispania de Augusto,
como veremos más adelante para la Bética)4. Pero, al menos para Asia, tenemos
dos hechos creo que fuera de duda: primero, que la organización judicial es un
objetivo prioritario a la hora de delimitar los distritos administrativos territoriales;
y segundo, que la forma en la que se ejerce la justicia en ellos es sobradamente

4
CAMPANILE, D. (2003): 277-284, argumenta que, en Asia, a la construcción de grandes arterias viarias
podría vincularse la aparición de los conventus iuridici, y aduce como argumento el caso de Licia. (pág. 281). En
este sentido, recordemos la labor de los miliarios en los conventos bracaraugustano y asturicense, haciendo partir
de la capital el recuento de las millas de las vías públicas: CASTRO NUNES, J. (1950): 162-174; ESTEFANÍA,
D. (1958): 51-57. No hallaron idénticos resultados ni SANCHO ROCHER, L., (1978): 193, n. 106 ni PRIETO,
A. (1972): 128-132; ID. (1973): 27. También sabemos que en ¿Iliria-Dalmacia? el territorio se va estructurando a
medida que se conquista y luego se reorganiza, articulado por importantes vías militares y colonizando con vete-
ranos la franja costera, desplazando a los dálmatas hacia el interior: WILKES, J.J. (1996): 578. La influencia de la
reestructuración de la red viaria en la Bética la veremos al hablar de sus conventus, especialmente el astigitano.

275
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

conocida (al menos para la época de Cicerón). El primer punto justificaría el hecho
de que se denominara a estos distritos con el nombre de conventus iuridici, aunque
albergaran muchos más aspectos del funcionamiento administrativo; el segundo,
nos acerca a la praxis judicial e impositiva de esta división administrativa5 y a
la evolución de los conventus iuridici como unidades territoriales; en este punto
las opiniones son muy diversas, tanto en lo que se refiere a la estructura como al
número de conventus iuridici que tuvo Asia a lo largo de su historia6, pero, tanto
el cambio en el número de sedes judiciales conocidas como la presencia y tem-
porización de Cicerón en cada una de las que visita (que queda bien recogido en
su correspondencia), nos muestran que no hubo en época republicana una gran
rigidez en la compartimentación judicial, hecho que se mantenía en época impe-
rial, con conocidos casos en los que un litigante se veía obligado a acudir a varios
foros para solucionar (o no) su problema (Arístides, Dión Crisóstomo). El carácter
anual del gobierno provincial, la distinta gravedad de los casos a tratar y su núme-
ro no harían posible su resolución directa por el gobernador, que se vería asistido
o sustituido por legados (quizás el caso de Cicerón respecto a Chipre, o del legatus
iuridicus de Citerior), pero que, además, contaría en la provincia con tribunales
permanentes y la resolución de litigios en diversas instancias judiciales, llegando
a la sede conventual sólo aquellos casos más significativos, resolviendo los demás
la validación firmada del gobernador7. Por tanto, su gira anual no bastaba para
solucionar los problemas judiciales de su provincia8, pero, además, los gobernado-
res no sólo cumplían prioritariamente funciones judiciales, sino también militares,
administrativas, financieras..., y de imagen, para conocer y ser conocidos y para
crear lazos que les sirvieran en sus proyectos futuros. Los conventus territoriales
podrían servir más para organizar esta administración de justicia que se daba «ya
resuelta» al gobernador que para diseñar sus pasos, aunque ambos aspectos (ciuda-
des principales y sedes de conventus) acabarían convergiendo.

5
CAMPANILE, D. (2003): 283-284 cree que esta organización jurídica de Asia pudo estar inspirada en
el modelo impositivo siciliano, la decima, y en su similitud organizativo-cultural: civilización, urbanismo, tierras
catastradas..., que facilitaban las previsiones contributivas. Quizás la Bética y la zona del Ebro en época de César
y Augusto puedan guardar cierta similitud con la visión civilizada y urbana de Asia o Sicilia, pero no sería el caso
para Dalmacia (al menos en su parte interior) ni para Lusitania o el NW peninsular, por lo que los conventus iuridi-
ci, así considerados, no tendrían por qué haber sido en estas zonas el modelo de partición provincial elegido.
6
GRAY, E.W. (1978): 970-971 opina que la flexibilidad pudo afectar más a la capitalidad de los conventus
que a su territorialidad, pero el problema no es que cada vez se nombren ciudades diferentes (pero en un mismo
número), sino que distintas fuentes presentan 9, 10, 12 o hasta 14 ciudades que podrían ser capitales conventuales.
7
El caso de Egipto, aunque no se contemple allí la existencia de conventus territoriales, ha sido uno de los
estudiados con más detalle. Ver LEWIS, N. (1981): 119-129.
8
Como plantea precisamente Cicerón, y precisamente para Asia. Ambos, hombre y provincia, tenían muy
especiales vínculos con el tema judicial, y en este contexto y en la situación especial de la provincia hay que enten-
der la cita del jurista.

276
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

3. Las provincias dotadas de conventus no se articulan en Plinio siguiendo un


mismo esquema

El esquema conventual, que es un elemento articulador del territorio en la admi-


nistración romana, no lo es en la geografía pliniana; las tres regiones dotadas de
conventus iuridici no son descritas siguiendo un mismo modelo, aunque parece que
el más adaptado a criterios administrativos sería el que presenta la jerarquización:
provincia + número y nombre de conventus iuridici + número de oppida ordenados
según su condición jurídica (colonia-municipio de derecho romano-municipio de
derecho latino-libre-federada-estipendiaria-contributa-adtributa). Ese esquema sólo
se concreta en Hispania (III 3.7; III 4.18; IV 35.117). Es más, ni en su descripción
de Asia (incluimos grosso modo Licaonia, Licia, Caria, Jonia, Eólide, Tróade, algu-
nas islas, Misia y Frigia, con alusiones a las tierras ubicadas en su interior: V 25.95
y V 28.100-41.145) ni en la de Iliria-Dalmacia (abarcamos, en general, Ilírico,
Liburnia, Dalmacia, Nórico, Panonia: III 25.139-28.148) emplea Plinio el término
provincia, acudiendo a expresiones como gens, regio, pars...; también en ambos
casos, las provincias romanas están muy mal definidas, quizás porque sus límites
se fueron construyendo progresivamente o porque, sobre todo en el caso de Iliria-
Dalmacia, las uniones y fragmentaciones de territorios y provincias aún no habían
cesado en época de Plinio. A Asia corresponde parte de Licaonia (V 25.95), que en
la descripción aparece algo alejada del resto de los conventus iuridici; existe una
vaga referencia a la provincia romana y a la actividad administrativa de Agripa en
la zona (V 28.102). La Dalmacia de Plinio, también llamada provincia Illyricum
superius, tampoco está bien definida, ya que la hace comenzar en el confín de
Liburnia (III 26.141), tras la descripción del conventus Scardonitanus, que ubica
en Liburnia; en general, existen vagas referencias a una Iliria genérica, en la que se
incluirían los territorios arriba reseñados y que se define en expresiones de carácter
geográfico, étnico o administrativo, a veces anteriores y otras contemporáneas a su
propia época (III 25.139; 26.144; 28.147; 29.150). No implica esto que Plinio no
conozca los límites de ambas provincias, sino que sería la diversidad de sus fuentes
la que genera estas imprecisiones. Así, no utiliza el encuadre provincial ni comien-
za en ninguna de las dos provincias con el esquema jerárquico que hemos descrito
más arriba y que es el que individualiza a la Península Ibérica, recogiendo la fórmu-
la administrativa en la que se citan el número y nombre de sus conventus iuridici.
Tampoco nos dice el número exacto de conventus que tenían.
Pero, incluso dentro de Hispania, como hemos visto, el estadista da paso al
geógrafo, por lo que la península y la provincia Citerior aparecen fraccionadas en
los libros III-IV, y se tratan en lugares muy distantes dos provincias vecinas y resul-
tantes de la división de una sola, como son Bética (libro III) y Lusitania (libro IV).
Si un hombre de estado subordina, al menos en este caso, una unidad organizativa

277
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

como la provincia, parece absurdo pensar que los conventus iuridici tuvieran un
valor especial para él (en su faceta de escritor); pero los de Hispania se presentan
bastante claros y coherentes, aunque con perfiles diferentes. La Lusitania pliniana
(IV 35.113-118) ofrece una descripción somera con predominio de costa y ríos y
una presentación básica e impecable del esquema conventual: nombre de la provin-
cia, tres conventus iuridici, número de pueblos que la integran, condición jurídica
de las ciudades (con individualización clara de las privilegiadas y contributas y lista
alfabética de 19 de los oppida stipendiaria). Dentro de la brevedad del relato, que
nos sabe a poco, el esquema es claro, simple y limpio. Citerior, la que fuera su pro-
vincia, a pesar de integrarse en este esquema básico, se presenta de forma menos
clara: provincia, número y nombre de los conventus iuridici y un total de 179 oppi-
da (a los que se añaden 293 contributos) entre los cuales hay 12 coloniae, 13 oppi-
da c. R., 18 latinorum veterum, foederatum unum, stipendiaria 135 (III 4.18). Sigue
una descripción de la costa mediterránea y los Pirineos, adentrándose en ocasiones
hacia el interior (III 4.19-22) y, nunc per singulos conventus reddentur, recorrerá
estas unidades administrativas comenzando por los conventus más mediterráneos
(Tarraconensis, Caesaraugustanus y Carthaginiensis) para pasar después a los can-
tábricos y atlánticos (Cluniensis, Asturum, Lucensis y Bracarum). La descripción
geográfica (aunque con someras alusiones conventuales) de la costa cantábrica,
aparece ya en el libro IV (34.110-112), después de habernos presentado toda Europa
(la descripción de Hispania abre el libro III y cierra el IV). Lo que individualiza a
la Citerior es ese anuncio (y cumplimiento) de que va a describir los conventus uno
por uno9.
El retrato de la Bética coincide en su planteamiento general con el esquema
seguido en las dos provincias anteriores. La descripción conventual, sobre todo lo
relativo a sus límites y a la identificación de las ciudades privilegiadas, es confusa y
ha dado lugar a infinidad de trabajos que intentaban definir el esquema argumental
pliniano, por una parte y, por otra, cuáles eran las ciudades con un estatus privile-
giado10. El esquema bético es importante porque la provincia, senatorial como Asia,

9
Se observará que en la descripción general el orden seguido es Carthago Nova, Tarraco, Caesaraugusta,
Clunia, Asturica, Lucus y Bracara y en la individualizada se comienza por Tarraco, Caesaraugusta, Carthago
Nova, Clunia, Asturica, Lucus y Bracara. El segundo criterio es claramente geográfico, aunque se contemplen dos
«categorías» de conventus (los 4 últimos siempre aparecen en el mismo orden, y orientados hacia el Cantábrico,
un mar de mucha menos entidad que el Mediterráneo), pero ¿y el primero? Sin poder asegurar nada en este senti-
do, me vienen a la cabeza las reflexiones de GIMENO, J. (1994): 39-79, sobre la primitiva capitalidad de Citerior
(Carthago Nova versus Tarraco). Quizás el orden sea casual o quizás corresponda al de la lista oficial consultada
por Plinio, pero la Bética presenta también una alteración en el orden entre la enumeración y la descripción de sus
conventus iuridici, aunque es indiscutible la capitalidad.
10
Magistralmente sintetizados en MAYER, M. (1989): 303-333. El autor considera la geografía pliniana
como una obra literaria. Este planteamiento, que se ha hecho también con la obra estraboniana, responde quizás
a la importancia excesiva que en otros momentos se ha dado a la información transmitida por estos autores. A mi
entender, cada época, cultura y periodo histórico tiene su forma de ver y expresar los concimientos, y Estrabón,

278
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

zona conocida desde tiempos muy antiguos por griegos, púnicos y romanos, era
posiblemente la región más culturizada y romanizada de la península y la que mejor
conocían los lectores grecorromanos; también es la que abre la geografía de Plinio
y, por tanto, la que primero lleva a la práctica el esquema mental que el autor se fijó
para la parte geográfica de su obra.
Comienza afirmando que la Bética se llama así por el río que la corta por la
mitad; tiene 4 conventus iuridici con sede en Gades, Corduba, Astigi e Hispalis;
alberga 175 oppida de los que 9 son colonias, 10 municipios c. R., 27 de derecho
latino antiguo, 6 libres, 3 federados y 120 estipendiarios. Comienza la descrip-
ción de la costa atlántica y mediterránea, para después informar sobre el Betis
y las poblaciones más célebres del interior (III 3.7-10). A continuación cita los
conventus con sus ciudades: Cordubensis (III 3.10; siguiendo la línea del Betis);
Hispalensis (III 3.11; siguiendo también este río; al final, ciudades de los estua-
rios que Plinio no adscribe necesariamente al conventus: es un criterio geográfico
que, de entrada, podría coincidir o no con el conventual); Astigitanus (III 3.12;
el Singilis es una mera referencia geográfica que no articula la descripción, que
es claramente administrativa: colonias, libres, tributarias en orden más o menos
alfabético; al final se nombran ciudades cercanas al río Maenuba, que Plinio no
adscribe necesariamente a este conventus); Hispalensis (III 3.13-14; con ciudades
de la Beturia céltica que llevan allí sus pleitos y otras ciudades célticas que Plinio
no adscribe necesariamente a este conventus); Cordubensis (III 3.14; con ciuda-
des de la Beturia túrdula que llevan allí sus pleitos ordenadas alfabéticamente) y
Gaditanus (III 3.15; con criterio exclusivamente administrativo: c. R., latinorum,
stipendiaria alfabéticas)11. Quizás, como hemos dicho, Plinio, al aludir a los con-
ventus iuridici de estas cinco provincias, se limita a verter sobre el papel algunos
datos técnicos de la administración, pero el reflejo práctico de la teoría administra-
tiva conventual (recogido en la epigrafía) pudo ser distinto en cada una, hecho que
Plinio desconocía o no quiso recoger.

Plinio..., sólo son exponentes de la suya. Habrá, obviamente, que procesar la información que nos transmiten, pero
recordando siempre que nosotros también somos producto de nuestra época, y que mañana ya es el futuro. Sobre
Estrabón, ver ARCE, J., (1989): 213-222, que considera su Geografía como una obra de lectura, no detallista ni téc-
nica, pero sí una buena incitación pedagógica para ubicar los recursos fiscales.
11
Es un esquema paralelo al usado en Lusitania y Citerior y que presenta el mismo orden en la jerarquía jurí-
dica de las ciudades, salvo cuando alguna condición es privativa de cualquiera de las provincias, en cuyo caso la
ubica en el lugar que estima oportuno, pero aplicando una lógica. Esto nos muestra que sigue un esquema adminis-
trativo, tomado posiblemente de los archivos de las capitales provinciales y de la misma Roma, pero en la descrip-
ción de Lusitania se prescinde del desglose conventual, que tuvo que existir necesariamente, ya que Plinio enumera
en cuatro de los cinco casos de provincias con conventus al menos parte de los oppida que corresponden a la juris-
dicción de cada sede conventual. Sobre la estructura bética, ver ALBERTINI, E. (1923): 83-94, recogiendo la tra-
dición anterior (Hübner, Detlefsen, ...); más recientemente, CORZO, R. & JIMÉNEZ, A. (1980): 21-47; MAYER,
M. (1989): 303-333; CORTIJO CEREZO, M.ªL. (1993): 142-164; CIL II/7. Conventus Cordubensis; CIL II/5.
Conventus Astigitanus, CILA y TIR, J-29 y J-30.

279
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

4. Características del caso bético

La Bética comparte con las otras dos provincias hispanas un esquema muy similar
de presentación, con descripción de los rasgos geográficos del cuadro administrati-
vo. Su descripción es más compleja que la lusitana (al ofrecer más datos dispersos
o poco claros) y que la citerior (al no estructurar la información convento a conven-
to), pero hay otros rasgos distintivos, derivados de su realidad geográfica. Veamos
algunas de las características generales:

4.1. Orden de presentación y descripción de los conventus

En Lusitania enumera emeritense, pacense y escalabitano, que se corresponde con


el posterior orden de aparición de las capitales conventuales. La Citerior conser-
va el mismo orden en los conventus que vierten al Cantábrico, pero respecto a
los mediterráneos, la enumeración es Carthago Nova, Tarraco y Caesaraugusta
y la descripción presenta Tarraco, Caesaraugusta, Carthago Nova. En la Bética
el orden de presentación es gaditano, cordubense, astigitano e hispalense, y el de
desarrollo, cordubense, hispalense, astigitano (salto de nuevo a hispalense-cordu-
bense en Beturia) y gaditano12, al insertarlos en una descripción geográfica. En la
Citerior sigue un esquema costero-interior, comenzando por el Mediterráneo, con
Tarraco (costa), Caesaraugusta (su franja interior) y Carthago Nova (costa); en la
descripción de la Bética el eje vertebrador es el Betis, por eso el orden de sus con-
ventus iuridici es el adecuado: Corduba, Hispalis, Astigi y Gades, aunque las ricas
llanuras agrarias preceden a las zonas montañosas (de ahí la repetición de los con-
ventus Cordubensis e Hispalensis, primero en las proximidades del Betis y después
en la zona serrana). En Citerior y Bética, la descripción geográfica favorece que la
capital provincial sea la primera citada: se sigue, quizás por motivos diferentes, el
mismo orden en Lusitania, con Emerita como primera sede13.
Así, volviendo a la Bética, el eje vertebrador hemos dicho que no es la costa
(aunque su descripción es la primera realizada por Pinio), sino el Betis, y a él se
12
Ver n. 9. De hecho, tanto Estrabón como Plinio citan en más ocasiones a Carthago Nova que a Tarraco.
En la Bética, Corduba es siempre reconocida y respetada como capital, pero, como en el caso de Citerior, la ciudad
más citada por Estrabón y Plinio es, con diferencia, Gades, más por motivos socio-económicos, religiosos y cultu-
rales que por los meramente administrativos; respecto a las demás, el orden es Corduba, Hispalis, Astigi.
Para todo lo que sigue cf. el mapa adjunto.
13
No hemos incluido la provincia en este proceso de paralelismos por la escasez de datos que Plinio aporta
sobre ella y porque no se enumeran los conventus de forma individualizada, lo que impide apreciar si hubiera habi-
do un doble criterio. El conventus Emeritensis, el primero citado, lo hace siguiendo el criterio de la capitalidad pro-
vincial y el orden pacense-escalabitano halla una justificación en la ubicación geográfica de la mayor parte y de las
más importantes ciudades citadas, que se hallan al sur del Tajo, dejando al conventus Scalabitanus como el menos
conocido.

280
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

ajusta la descripción de cada conventus, en un orden a la vez geográfico y adminis-


trativo (manteniendo la «fluvialidad» defendida, por motivos diferentes, por Corzo
& Jiménez y Mayer, que nosotros compartimos) que sigue grosso modo la línea del
Betis y la vía Augusta; a pesar de todo, este orden parece tener un carácter un tanto
aleatorio. El reducido tamaño de la provincia así como el sentido envolvente de
los distritos conventuales, admiten cualquier orden geográfico en la enumeración
partiendo desde Corduba: Corduba-Hispalis-Gades-Astigi siguiendo el Betis y la
costa, o bien Corduba-Astigi-Gades-Hispalis, siguiendo un movimiento circular,
o bien Corduba-Astigi-Hispalis-Gades, siguiendo franjas desde el interior hacia
la costa, criterios todos que en algún momento utiliza Plinio. Pero la opción ele-
gida es Corduba, Hispalis, Astigi, Gades, que antepone al Betis y el Singilis sobre
cualquier otro criterio, que recoge la conocida metáfora del viaje fluvial y que insi-
núa la influencia visual del mapa de Agripa. ¿Por qué de este modo? La Bética es,
en su estructura geográfica, diferente a las otras cuatro provincias con conventus
iuridici: territorio homogéneo, región natural, microcosmos, claro eje fluvial ver-
tebrador cuya orientación se corresponde en muy alto grado con la de sus cadenas
montañosas, amplia línea costera que vierte a dos mares y que conecta Europa con
África..., son conceptos que todos los que hemos estudiado en Andalucía hemos
asimilado desde nuestra infancia, y aprendidos no a través de los historiadores de la
antigüedad, sino de los geógrafos actuales. La Andalucía de hoy y la Bética romana,
salvando las diferencias lógicas e históricas (cambio de fronteras y de primacía de
ciudades y vías de comunicación), presentan un mismo esquema estructural por-
que ocupan, en líneas generales, un mismo territorio. Así, el modelo descriptivo de
Plinio, diverso al de las demás provincias conventuales, responde a las característi-
cas objetivas del territorio, que otorga a la Bética una homogeneidad que las otras
cuatro provincias no tienen, aunque podría haber sido más preciso (repetición de
conventus Cordubensis e Hispalensis).
Plinio comienza su descripción conventual por el Cordubensis (III 3.10). A
nivel oficial es la capital provincial y, a nivel oficioso, es el río los que le dan pie
para comenzar con este conventus; de hecho, las ciudades que cita en esta pri-
mera alusión al conventus Cordubensis son casi todas ribereñas del Betis, salvo
Obulco, muy ligada a César y Augusto, razón que pudo influir en su adscripción
al mismo, con el que estaba mejor comunicada que con el Astigitanus14. Pero

14
Ossigi, Iliturgi, Ipra, Isturgi, Ucia, desciende buscando Obulco («irregularidad» que Plinio constata) y
vuelve a la orilla con Ripa, Epora, Sacili, Onuba, Corduba, Carbula y Detumo. También en III 3.10 se recogen las
ciudades del interior, bastetanas, que se extienden desde el Betis hasta el océano. Aunque la mayoría de ellas pare-
cen ser astigitanas, el caso está descartado para Baedro (cordubense) y Urgao (más cerca del Betis que Obulco,
por lo que se adjudica a Corduba). Igualmente, Arialdunum, si se identificara con El Arahal, podría pertenecer al
conventus Hispalensis (si se traza la frontera de éste con el astigitano en el río Corbones, aunque algunos han abo-
gado por el Guadaira como límite, lo que la dejaría en el astigitano). Este último caso, las dudas sobre la ubicación

281
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

Plinio acaba III 3.10: oppida Carbula, Detumo, fluvius Singilis, eodem Baetis
latere incidens. Quizás hubiera sido lógico comenzar aquí la descripción de ese
conventus (III 3.12), sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de las ciu-
dades de la primera parte de III 3.10 parecen pertenecerle, pero Plinio no lo hace.
Prefiere seguir la línea del Betis, por lo que el segundo conventus individualiza-
do es el Hispalensis (III 3.11), con la enumeración de una serie de oppida con
o sin apelativo, sin orden alfabético, pero con un marcado orden geográfico, al
seguir la línea del río hasta que el Maenuba vierte en él sus aguas. At inter aes-
tuaria ... Nabrissa ... Colobana ... Hasta ... Asido15. Geográficamente, Plinio está
en una situación perfecta para hablar del conventus Gaditanus, pero tampoco lo
hace. El tercer conventus individualizado es el Astigitanus (III 3.12). Plinio da
un salto geográfico consciente hacia atrás (Singilis fluvius, in Baetim quo dictum
est ordine irrumpens) y vuelve al punto en el que dejó de hablar del conventus
Cordubensis y nombró el río Singilis. ¿Por qué Plinio prefiere describir el Singilis
en vez de la margen derecha del Betis (lo que hace en III 3.13-14), con lo que
completaría la información sobre los conventus Cordubensis e Hispalensis en sus
sectores serranos?16. La razón geográfica, como destacaron Corzo & Jiménez, es
válida, aunque se aprecia ya un trasfondo administrativo-económico, influido,
como veremos más adelante, por la promoción de Astigi como capital conventual.
Y es que el conventus Astigitanus (en la individualización pliniana, con indepen-

de Ebura Cerialis, Ilipula Laus, Vesci Faventia, Agla Minor, Sucaleo, Unditanum... ; la certeza de que Baedro
y Artigi son cordubenses y no se hallan entre el Betis y el océano, hacen de este párrafo pliniano uno de los más
oscuros en lo que a su integración en un conventus se refiere, ya que, con total seguridad, hay oppida pertenecien-
tes al Cordubensis y el Astigitanus y, si miramos el tema con la mente abierta, existe la posibilidad de que también
los haya hispalenses. Lo que parece primar es el carácter étnico-geográfico sobre cualquier otra consideración. Para
los comentarios conventuales y de localización de ciudades remitimos a la bibliografía tradicional: D. Detlefsen, E.
Albertini, A. Tovar y R. Corzo & A. Jiménez, CIL II/5 y 7 y TIR J-29 y J-30.
15
Otro de los pasajes confusos de Plinio, adscribible al conventus Hispalensis o Gaditanus según el criterio
que se prefiera seguir. At puede implicar tanto oposición como insistencia; el salto geográfico no es destacable, ya
que el Maenuba conecta perfectamente con las marismas (los aestuaria de Plinio), pero Nabrissa, Colobana, Asta
y Asido están muy bien comunicadas con Gades, sobre todo las dos últimas, por lo que este sector lo más probable
es que sea gaditano.
16
Es obvio que la conexión fluvial es más importante para él que la estructura administrativa y conventual.
Quizás uno de los elementos que diferencian la configuración de Andalucía-Bética dentro del marco geográfico que
le da esa gran coherencia y unidad sea la importancia para la antigüedad de un segundo río navegable, el Singilis
que, en menor medida, estructura la provincia romana en dirección N-S, (y que carece de interés para la Andalucía
actual por razones obvias). Todo esto hace que la oposición costa-interior no sea aquí tan patente como en otras
partes del mundo por él descrito, incluida la propia Italia. Siendo muy frecuente esta oposición, sólo en una ocasión
se constata en la Bética la expresión in mediterraneo vinculada a una región (III 3.10, la Bastetania; en dos oca-
siones se refiere a ciudades, pero sólo para expresar su lejanía respecto al Betis: Obulco, III 3.10 y Asido, III 3.11),
correspondiendo la cita a uno de los párrafos cuya adscripción y lista de ciudades es más confusa. Creemos que
esta fuerte estructura territorial, que no se da en las otras provincias conventuales, ha condicionado el orden de apa-
rición de los conventus béticos, más desorganizados que los de Citerior (Lusitania no ofrece datos suficientes para
establecer comparaciones). Con todo, si Plinio no enumera la Bética per singulos conventus no es porque no pueda,
sino porque no quiere, optando una vez más por un criterio geográfico y no administrativo.

282
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

dencia de las ciudades de III 3.10 que le estén adscritas) no se describe enumeran-
do las ciudades ribereñas del Singilis, sino por categorías jurídicas, adquiriendo
un carácter claramente administrativo, debiendo buscar en III 3.10 algunos muni-
cipios y más ciudades estipendiarias del conventus, o sea, parte de su esquema
geográfico. Esta circunstancia marca entre la descripción administrativa de este
conventus (compartida por el Gaditanus) y la geográfica de los dos anteriores una
diferencia palpable.
Tras cerrar III 3.12 con una referencia al Maenuba y a los oppida de Olontigi,
Laelia y Lastigi, vuelve al Betis, como hemos dicho, para describir su orilla dere-
cha (III 3.13-14), a la que valora menos que al Singilis, posiblemente también por
motivos económicos. El centro de atención no es ya un río ni una jerarquización
de oppida, sino una regio ... in duas divisa partes totidemque gentes: Celticos,
qui Lusitaniam attingunt, Hispalensis conventus, Turdulos, qui Lusitaniam et
Tarraconensem accolunt, iura Cordubam petunt. Retoma Plinio el curso del
Betis como criterio, pero en direccción contraria a la primera vez: antes río abajo
(Cordubensis-Hispalensis), ahora río arriba (Hispalensis-Cordubensis). Las ciu-
dades célticas con apelativo (claramente integradas en el conventus Hispalensis),
conviven con otras célticas (praeter haec in Celtica) que guardan cierto orden alfa-
bético: Acinipo y Arunda (zona de Ronda, conventus posiblemente Hispalensis,
cerca de límite con Astigitanus), Arucci, Turobriga, Lastigi (en la sierra de Huelva,
lo que adscribiría esta zona al Hispalensis), Salpensa, Saepo, Serippo (río Guadaira
a la Sierra de Grazalema, zona de Hispalensis) (III 3.14). Se guarda una terna de
orden alfabético-geográfico-étnico, que no reniega del carácter de tributarias de las
ciudades sin apelativo y ordenadas casi alfabéticamente. Las túrdulas cordubenses
se citan alfabéticamente y sin apelativo; serían estipendiarias (III 3.14) cuando se
redactó la formula (algunas municipios flavios después).
El cuarto conventus citado es el Gaditanus (III 3.15, aunque Gades es la ciu-
dad con más referencias): conciso, con datos sólo administrativos (oppida c. R.,
latinorum con apelativo y stipendiaria alfabéticos), centrado en un área geográfi-
ca que circunda el Estrecho, que se completa con la relación de ciudades costeras
que abre la descripción de la Bética (III 3.7-8). Plinio maneja una documentación
que le informa de la condición y adscripción jurídica de cada centro; listas pare-
cidas usaría para las demás provincias con conventus, pero sólo en la península
concreta al principio de la descripción el número y nombre de los conventus en
que se divide cada una. El relativo uso práctico del conventus como unidad bási-
ca articuladora del territorio, después de presentarlo como una peculiaridad de
muy pocas provincias, es algo que nos decepciona, sobre todo para el caso de la
Bética, pero, dada la amplitud, diversidad, rigor y extensión de su obra, no cre-
mos que concretamente la estructuración de sus libros geográficos se haya hecho
desde la improvisación.

283
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

4.2. Los conventus béticos dentro del territorio de su provincia

Si observamos en un mapa las dimensiones aproximadas de cada una de las cinco


provincias conventuales y el número de conventus que tienen (variable en el caso de
Asia, pero partimos de un mínimo de 9), da la impresión de que las dos provincias
senatoriales alcanzan una densidad conventual mayor. Eso sería explicable teniendo
en cuenta su alto grado de romanización, su pronta entrada en la esfera romana y su
nivel de pacificación (con todo lo que eso conlleva en lo económico, administrativo
y judicial). Si lo que miramos es la ubicación de las sedes conventuales, observamos
cierto equilibrio en su distribución dentro de las provincias. En el caso concreto de la
Península Ibérica, tenemos gran variedad de tamaños para sus 14 conventus, destacan-
do especialmente las dimensiones del Carthaginiensis, equiparable casi a la totalidad
de la Bética. Con todo, respetando los motivos históricos, geográficos, administrativos
o de control que hayan podido influir en la delimitación de sus territorios, siempre hay
una distancia relativa aceptable entre las distintas sedes conventuales, hecho que pare-
ce razonable si la delimitación territorial de los conventus iuridici tenía como objetivo
la mejor accesibilidad del ciudadano a los tribunales. En el caso bético, esa distancia
entre sedes alcanzaría un equilibrio geográfico y administrativo bastante coherente
si se hubieran establecido capitales conventuales en Corduba, Hispalis y Gades. La
creación de un cuarto conventus iuridicus con sede en Astigi, a 36 millas de Corduba
y 57 de Hispalis, por una vía de primer orden, parece, de entrada, no corresponder a
criterios relacionados sólo con paradas judiciales del gobernador o las necesidades
de los provinciales17. La distancia entre sedes conventuales no es tan corta ni siquiera
en el NW peninsular, donde circunstancias especiales relacionadas con el control del
territorio, la explotación de sus recursos, la adecuación de las gentes a modelos de
vida romanos y la pacificación, aconsejaron la creación de conventus iuridici de poca
extensión, como el Bracaraugustanus o el Lucensis; de todos modos, son circunstan-
cias especiales que no tienen nada que ver con la situación de la Bética.
La estructuración de Hispania en conventus iuridici parece que es una medida
de conjunto. El que la Bética ofrezca la misma estructuración interna que las otras
dos provincias hispanas, el que la división conventual corresponda a las mismas
fechas y al mismo criterio y el que sus sedes no sólo sean en su mayoría ciudades
con una amplia tradición, sino leales a los julio-claudios, creo que son argumentos
sobrados para avalar la idea de que la estructuración conventual bética responde a la

17
Quizás hubiera sido más adecuado ubicar una cuarta sede en el curso alto del Singilis, ocupando una posición
central en un conventus que bien podría haber tenido unas dimensiones inferiores a las que tiene (tengamos en cuenta
que Astigi no era una ciudad prestigiosa, sino que se promocionó posteriormente). El Betis, por una parte, y el mar,
por otra, habrían articulado con comodidad los otros tres conventus, a pesar de la posición excéntrica que Gades tiene
respecto a su territorio. Si en 7 días se va de Roma a Gades, en 4 a Citerior, en 3 a Narbonense y en 2 a África, incluso
con poco viento (PLIN., NH 19.1,4), un viaje de 2-3 días por mar en el peor de los casos no sería algo tan extraño.

284
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

voluntad imperial, propuesta o impuesta al Senado; por eso, la elección de una cuar-
ta sede, en una ciudad sin tradición republicana y recién promocionada por Augusto
con veteranos del ejército, adquiere un relieve muy especial18. Centrándonos en
datos relativos al s. I a. C. y, muy especialmente, al momento de las guerras civi-
les, ya destacan con fuerza Corduba, Hispalis y Gades (aunque no Astigi)19, todas
ellas futuras sedes de conventus iuridici y ciudades que jugaron un papel destacado
en las contiendas, lo que muestra su alto grado de implicación en los sucesos que
afectaban a Roma. No entramos a analizar este hecho porque es de sobra conocido
y nos desviaría de nuestro objetivo, centrado en la peculiaridad de Astigi. La ciudad
no aparece en las fuentes prefundacionales salvo en una ocasión, con motivo de las
campañas contra Viriato (APP., Ib. 68) y Estrabón (III 2.2) la recuerda como una
ciudad algo alejada del Betis20. Tenemos, pues, tres centros que desde antes de la
llegada de Augusto al poder destacan en la Bética, con roles (para tiempos de paz)
diferenciados, aunque con matices: Corduba se decanta desde tiempos muy anterio-
res como capital provincial, sede de los gobernadores y centro de vital importancia
para el control del territorio y las comunicaciones con la Citerior y las ricas minas
de Castulo. Hispalis adopta más un papel comercial, como puerto fluvial y lugar de
recepción de los productos agrarios campiñeses cordobeses y sevillanos (vía Singilis,
con frecuencia). Gades se reserva desde tiempos inmemoriales el puesto de gran
puerto comercial, abriendo camino a la exportación de productos de todo tipo; la ciu-
dad, de origen fenicio, tiene trazadas sus escalas en un ámbito político-cultural que
controla y colabora activamente en las contiendas civiles, arrimándose sabiamente al
bando vencedor. Las tres reciben beneficios de César y Augusto. Unidas entre sí por
el Betis y la vía Augusta, mantienen una equidistancia relativa bastante armónica, y
articulan a la perfección la provincia. Corduba e Hispalis se comunican con el inte-
rior, tanto hacia las ricas campiñas del sur como hacia la zona montañosa del norte
(enlazando con las provincias Citerior y Lusitania), Gades articula la línea marítima,
trazando una ruta que la conecta con Roma en 7 días. ¿Y la Astigi preimperial?
18
Está claro, por lo que decimos, que partimos de la base de una cronología augustea para la división con-
ventual hispana, que creemos que concuerda más con este momento (en el que la sumisión teórica de todo el terri-
torio se había logrado y se procedía a una división provincial tripartita), que con otros posteriores, en los que no
se da este vigor organizativo. Nos afirma en esta idea la frecuencia con la que se cita a Agripa en los textos litera-
rios y la epigrafía hispana (muchas veces como patrono) y los apelativos Iulia o Augusta que tienen Pax, Emerita,
Scallabis, Bracara, Lucus, Asturica, Caesaraugusta, Carthago Nova, Astigi e Hispalis, además de los beneficios
que es sabido que César o Augusto otorgaron a Corduba, Gades, Tarraco y Clunia. Síntesis de la polémica respecto
a la cronología de los conventus iuridici hispanos, en CIL II/14, praef. pág. XIII.
19
Recopilaciones de las fuentes relativas a las cuatro ciudades hallamos, por ejemplo, en las siguientes
monografías: IBÁÑEZ CASTRO, A. (1983); ORDÓÑEZ AGULLA, S. (1988); ID. (1991); RODRÍGUEZ NEILA,
J.F. (1980).
20
ORDÓÑEZ AGULLA, S. (1988): 41-44: hechos importantes pasan cerca, pero no se cita: Sertorio (Tucci,
en la ruta; Segovia, en el Genil), guerra civil (B.Alex.: Ilipa y Obulcula; B.Hisp.: Urso, Munda, 17-18 kms de Astigi;
tras Munda, pompeyanos y César vuelven a Corduba, y quizás pasarían por Astigi); PLIN., NH 3.3,12: Astigi Vetus es
libera, quizás la premió César por serle fiel en campaña de Munda. Nada más anterior a Plinio y Augusto.

285
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

4.3. Posible distribución de las funciones entre los cuatro conventus béticos

Se suele considerar a los conventus iuridici como un eficaz sistema para cohesio-
nar comunidades o regiones desestructuradas, eliminar viejas rencillas de época
prerromana (al compartir un centro administrativo común), romanizar de forma no
traumática a comunidades indígenas, crear unidades administrativas de mayor enti-
dad en una geografía muy compartimentada, o para generar la creación y jerarqui-
zación de ciudades que centralicen la administración ante la inexistencia de centros
hegemónicos21. Quizás eso sirva en lugares poco romanizados y con escasez de ciu-
dades; los conventus suplirían el vacío administrativo y sus sedes serían el centro
aglutinador de la población, romanizándola (aunque cualquier otro tipo de subdivi-
sión, sin el apelativo «jurídico», habría servido igualmente). Pero esos argumentos
no parecen muy válidos para la Bética ni para Asia, origen de los conventus iuridici.
En ambas había ciudades e incluso rivalidad por el control del territorio: tanto peca
lo de menos como lo de más, y la Bética estaba lo suficientemente urbanizada como
para ofrecer un número holgado de ciudades que, incluso, rivalizasen (como en
Asia) por tener ese honor22. La «homogeneización» de las tres provincias hispanas
bajo el modelo conventual en época augustea (caso paralelo al de Dalmacia) impli-
ca que éste responde también a otro tipo de necesidades diferentes a las dichas.
Es, por otra parte, normal que se hayan esgrimido esos argumentos para justi-
ficar la necesidad de los conventus en Hispania, ya que, independientemente de la
información pliniana, sólo la epigrafía nos ha dado un número aceptable de inscrip-
ciones conventuales (sobre todo de carácter religioso y honorífico) en la Citerior,
conservadas en buena medida en la capital provincial, pero procedentes muchas
veces (hecho que se intensifica si tenemos en cuenta la proporción número de ins-
cripciones-tamaño del conventus) del NW peninsular, donde bastantes personajes
que llegan a ser flamines provinciales proceden de comunidades menores donde
han ejercido funciones locales y su llegada al flaminado provincial es la prueba de
un gran esfuerzo de integración. Esto no es necesario en la Bética y quizás ésa sea,
en buena medida, la razón del silencio de la epigrafía; pero, en Citerior, la práctica
totalidad de los epígrafes en los que aparece el término conventus aluden a cuestio-
nes diferentes a las judiciales, centrándose mayoritariamente en el culto imperial.
Hay dos posibles alusiones a conventus en la Bética que centran nuestra aten-
ción. La primera, muy ambigua, es una de las interpretaciones dada a CIL II, suppl.,

21
ALBERTINI, E. (1923): 83-85; PÉREZ, J.A. (1981): 37-38; DOPICO CAÍNZOS, M.D. (1986): 273-277;
ID. (1988): 59-63; CURCHIN, L.A. (1994): 87-89.
22
ROBERT, L. (1949): 212-223, donde el orden de las ciudades dedicantes se estableció por sorteo;
CAMPANILE, D. (2003): 275-276, alega que ser capital provincial puede traer problemas, por los roces inevi-
tables que podía haber con la autoridad romana; pero ser sede conventual, con una presencia sólo temporal del
gobernador, era un privilegio ambicionado.

286
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

540723, en la que se sugiere una alusión al conventus Gadiatanus. La segunda, de


carácter literario, se refiere también a este conventus, y es una cita recogida en el
martirio de los santos Servando y Germano, por tanto de datación tardía24. Pérez
Vilatela sugiere que el nombre dado al perseguidor, Viator, es, en realidad, el cargo
que ejercía para la administración en los tiempos de la persecución, que se corres-
ponde con la de Diocleciano. Opina que el refundidor mozárabe del martirio no
tenía por qué saber que se trataba de un cargo, pero procedería de la región gadi-
tana, lo que propició que incluyera los datos geográficos (que aparecen al final del
texto), destacando el protagonismo de su tierra en los hechos, aunque, al no ser
Cádiz sede episcopal, los restos de Servando se trasladaran a Hispalis; este gaditano
reivindicaría así a su beata terra Gaditana frente a Emerita e Hispalis. Ni Fábrega
ni Riesco cuestionan el nombre del perseguidor que, además, existió como tal y
en sus variantes Viarius, Viatorius (como gentilicios) y Viatorianus, Viatorinus y
Viatrix (como cognomina), y que se halla presente también en la epigrafía hispa-
na de las tres provincias25. Sin embargo, para Vilatela, este gaditano mozárabe sí
recordaba una estructuración territorial, la conventual, que ya no se recogía en la
organización administrativa del Bajo Imperio: aunque consideremos como parale-
lo la alusión a los conventus iuridici (en su sentido territorial) que algunos autores
cristianos tardíos relacionan con el NW peninsular, creo que, en este caso, el térmi-
no (contra la opinión de Vilatela) puede interpretarse sin problemas en la acepción
que posiblemente conocía el autor del martirio, como una congregación de carácter
religioso (de hecho, Riesco traduce «diócesis Gaditana» = conuentus Gaditanus),
la gaditana, que tuvo el honor de ser sede del martirio, aunque las reliquias se tras-
ladaran a otros lugares. Finalmente, tanto Fábrega como Riesco parecen dudar de

23
GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, J. (1982): n.º 19, recoge las opiniones anteriores al respecto, en el sentido de
que la lectura: d d/ c g a a, resulta demasiado forzada para interpretar una alusión al c(onventus) g(aditanus).
En general, quizás la clarificación epigráfica llegue de la mano de los tituli picti (Estudios sobre el Monte
Testaccio, I a III, Barcelona, 1999 a 2003), que aluden casi exclusivamente a Corduba, Astigi e Hispalis como cen-
tros de control (casi monopolizan la zona de producción oleícola), quizás conventuales (hay otros centros de con-
trol que no coinciden con capitales conventuales). Ver recientemente OZCÁRIZ GIL, P. (2006): 91-107.
24
FÁBREGA GRAU, J. (1953 y 1955): I: 161-164 y II: 353 ss; RIESCO CHUECA, P. (1995): 202-211;
PÉREZ VILATELA, L. (1997): 13-19. Apartados 9-11: Quum autem Uiator nomine, agens uicariam prefecture, ex
ciuitate Emeritensi de prouincia Lusitanie ad prouinciam Mauritanie pergeret ... Tandem enim quum uentum esset
ad fundum, cui nomen est Ursiano, qui est in territorio Gaditano, huic loco diuina gratia magnum lumen infudit,
ut conuentus Gaditanus tanto diuino munere inlustraretur martyrum passione, qui solus tantam gloriam indigere
uidebatur (9). Inluxit ergo dies passionis eorum in Ursianensi loco ... (10). O quam multum beata terra Gaditana,
que gremio suo beatissimorum martyrum sanguinem suscepit … Sed Spalensium et Emeritensium urbes magne
sunt eorum passionis gratiam consequute, siquidem Germani corpus Emeritensis altrix terra suscepit, … Seruandi
uero corpus, in cimiterio Spalensi …quiescit (11). El texto latino ha sido tomado de Riesco.
25
Basta revisar las conocidas obras de I. Kajanto (págs. 362 y 416), H. Solin & O. Salomies (págs. 206 y
422) y, por ser breves, los índices antiguos y revisados del CIL; para la Bética, concretar en CILA II, Sevilla y en
H.Ep., 1, 2, 3, 5 y 7 (al menos). Buena parte de ellos (aunque no todos por la fecha de la datación del libro) apare-
cen en ABASCAL PALAZÓN, J.M. (1994): 544.

287
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

la veracidad de los hechos recogidos (similares a los genéricos de otros martirios,


salvo por la precisión geográfica) y de los conocimientos del refundidor (aunque la
Pasión, datada en el s. VIII, recoge el traslado de los restos de Servando a Hispalis,
tanto la Misa como el Oficio, del s. VII, ubican su sepulcro en Cádiz, hecho que el
redactor desconoce). Como ocurre con la epigrafía conventual hispana, no se alude
a cuestiones jurídicas, por tanto, conviene revisar otros aspectos, para ver si en ellos
reconocemos una estructura conventual que la epigrafía bética parece ignorar.
Hemos hecho una revisión de los cargos más importantes que se han constata-
do en la provincia para intentar definir si determinadas funciones estaban vincula-
das a una capital o, al menos, a un conventus, pero contamos con pocos testimonios.
Entendemos que el gobernador provincial estaba vinculado a Corduba, como capital
provincial que era, pero nos interesa estudiar el caso de otros cargos, sobre todo si
se definen funciones concretas, tanto en procuratelas (Kalendarium Vegetianum, XX
hereditatium, Ad ripam Baetis) como, sobre todo, otros aspectos económicos, como
los vinculados a la prefectura de la Annona o el fisco26. Son cargos de gran respon-
sabilidad, al menos los primeros, que implicarían la presencia de personajes de alto
nivel, que ubicarían su residencia en algún lugar, desde el que coordinarían sus fun-
ciones. Pero la epigrafía no ayuda en este sentido: parece que sí se podría establecer
(con muy pocos testimonios claros) una relación entre el procurador encargado del
cuidado del Betis e Hispalis, cosa que sería lógica, ya que su puerto concentraría el
transporte de buena parte de los productos tanto serranos como campiñeses, pero
en lo relativo al Kalendarium Vegetianum y la XX hereditatium, las inscripciones
proceden de lugares que parecen tener vinculación familiar con los encargados de
estas funciones, con la residencia del dedicante o con curatelas desempeñadas por
estos personajes al mismo tiempo que ejercían sus cargos superiores, lo que no nos
permite afirmar su lugar de residencia; lo mismo ocurre con las procuratelas que,
en general, se encargaban del patrimonio imperial27. En Hispalis encontramos una
dedicatoria a un liberto imperial, procurator Montis Mariani, hecha por los con-
fectores aeris (CILA II, 25, la inscripción parece más vinculada a la residencia de
estos últimos que a la del primero), pero en Arucci/Turobriga y Minas de Riotinto
(CILA I, 3 y 29), dos libertos imperiales fueron procuratores (sin concretar meta-
llorum) que estarían vinculados a la riqueza minera de la zona y quizás vivieran en
ella. El panorama es aún más difuso si analizamos las inscripciones que, sin más,

26
OJEDA TORRES, J.M. (1994); ID. (1999): 145-166.
27
CIL II/5, 780-782, de Singilia Barba; CILA II, 21 y 23 (conservadas en Hispalis, pero se desconoce su
origen, aunque sería cercano), 294 (de Ilipa, pero dedica un dispensator portus Ilipensis a su superior), 379 (de
Italica, aunque el procurator fue también curator en la ciudad, donde sanearía las finanzas al tiempo que ejercía su
cargo; es un agradecimiento de Italica por los servicios prestados). También en Italica (H.Ep., 5, 718) encontramos
un procurator Aug. patrimonii prov. Baet. y tal vez otro en Astigi (H.Ep., 9, 510 a-b, de lectura dudosa). Hispalis y
Astigi son las capitales conventuales donde pudieron residir, pero no pasa de ser una especulación.

288
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

nos hablan de procuratores, procuratores Aug., o procuratores prov. Baet., donde


se entremezclan dedicatorias a emperadores por parte de los procuradores (las más
concretas, como CILA II, 10 y 11, de Hispalis) con otras por agradecimiento de la
comunidad al personaje (por curatelas), de familiares, o dudosas, por no estar las
inscripciones completas28. Tras analizar las lápidas vinculadas a legatus, curator,
agens, dispensator, praefectus, arcarius, ¿portorium?, ... hemos llegado también a
la conclusión de que, de momento, es inútil intentar ligar funciones específicas con
alguna de las capitales conventuales. Lo intentamos también a nivel jurídico (ya
que ése es el apelativo de los conventus), por el análisis de casos en los que aparecía
algún conflicto legal: las conocidas epístolas de Sabora, Munigua, Baelo, Obulcula,
Italica e Irni (al final de la lex) y los termini de Ostippo, Cisimbrium y Sacili-
Epora-Solia, cada uno con sus características particulares, han tenido un recorrido
judicial, pero, aunque se puedan tener en consideración como testimonios, no son
pruebas, ni de mayor actividad judicial en un conventus, ni de que la cuestión se tra-
mitara o solucionara a través de una determinada sede.
Como dijimos más arriba, la epigrafía de los conventus en la Citerior mantiene
una estrecha vinculación con el culto imperial y el flaminado. La aparición del culto
imperial en la Bética podría datar de tiempos de Tiberio y la mayor parte de las ins-
cripciones se ha hallado en Corduba, que suma más que las constatadas en los otros
tres conventus iuridici juntos; también, las lápidas que indican con total seguridad
la origo del flamen, denotan la primacía de la capital provincial, haciéndose constar
el apelativo patriciense o cordubense indistintamente. Dentro del mismo conventus,
tenemos inscripciones de flamines halladas en Obulco, Urgavo, Seria y Mellaria29;
los otros tres conventus iuridici aportaron flamines con origen seguro en Lacippo,
Malaca y dos en Sexi (para el Gaditanus), Iporca y Munigua (Hispalensis) y Astigi
e Ilurco (Astigitanus)30. También en Castulo (CILA III, 92), Acci (CILA IV, 127) y
quizás Baria (A.E., 1982, 632, ligada a la Bética) hay flamines béticos, que recuer-
dan el periodo en el que estas zonas pudieron integrarse dentro de la provincia,
conservando después un nexo claro de unión con ella. Hay, pues, un predonimio

28
Ver, además, CIL II/5, 441, 623, 1167, 1296; CIL II/7, 133, 278-279, 285 procedentes de Ucubi, Iliberri,
Astigi, Seguida Augurina, en el conventus Astigitanus, y Obulco y Corduba en el Cordubensis.
29
Seguimos básicamente a CASTILLO, C. (1998): 437-460; ID., (1999): 201-218; LE ROUX, P. (1994):
397-411, sin olvidar ETIENNE, R. (1974), aunque el aumento de los hallazgos desvirtúa sus conclusiones. Las
dedicatorias tienen, en su mayoría, carácter honorífico o evergético. Flamines del conventus Cordubensis con origo
segura o casi (Corduba, Obulco, Mellaria, Urgavo) hallamos en CIL II/7, ¿67?; ¿133?; 292; 255; ¿294?; 296; 297;
¿799?; H.Ep., 3, 167; H.Ep., 4, 282; 659. Tres inscripciones halladas en Corduba no indican la origo del personaje,
que bien pudo ser cordubense o no: CIL II/7, 221; 282; ¿294?
30
Conventus Gaditanus: CIL II/7, 259; CILA IV, 169; H.Ep., 7, 282; H.Ep., 9, 367. Conventus Hispalensis,
CIL II/7, 291; CILA II, 1055. Conventus Astigitanus, CIL II/5, 1171, CIL II/7, 293. Teniendo en cuenta el lugar de
hallazgo de la inscripción, casi con seguridad contamos con un igabrense, CIL II/5, 316; celtitano, CIL II/7, 295;
cananiense, CILA II, 238; italicense, CILA II, 343; ossetano o arvense, CILA, II, 587; Los Santos de Maimona,
H.Ep., 7, 163 y abderense, H.Ep., 2, 22.

289
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

de hallazgos en Corduba y de flamines que con seguridad pertenecían a la ciu-


dad. Teniendo en cuenta la origo y, además, el lugar de hallazgo de las inscripcio-
nes, el conventus Hispalensis se halla representado por Iporca, Munigua, ¿Celti?,
Canania, Italica, Los Santos de Maimona (¿Ugultunia?) y Osset/Arva; el astigitano
por Astigi, Ilurco e Igabrum y el gaditano por Lacippo, Malaca, Abdera y Sexi. En
la mayoría de los casos son comunidades promocionadas en epoca julio-claudia o
flavia y no pequeños centros como puede verse en inscripciones de la Citerior; el
culto imperial es el mismo, pero parece afectar a comunidades diferentes, aunque es
normal que la Bética, más romanizada y promocionada jurídicamente, escogiera sus
flamines entre ciudades privilegiadas, y como hacen ver en ocasiones sus curricu-
la, miembros del orden ecuestre o incluso vinculados al senatorial. La primacía del
conventus Cordubensis no permite sacar conclusiones claras, ya que Corduba, al
ser también capital provincial, pudo gozar de un trato preferente; con todo, hemos
de destacar dicha primacía.
Tal vez, más que los motivos judiciales, fueron los de carácter censual, eco-
nómico, impositivo y de control por parte del emperador de una provincia tan
importante los que expliquen la división conventual de la Bética y, aunque parezca
contradictorio, el poco interés que la epigrafía muestra por los conventus iuridici.
Aunque Plinio lo haga, la Bética (cuya «vida diaria» se nos muestra más claramente
a través de la epigrafía) no necesitaba recalcar el papel administrativo de esta divi-
sión interna ya que, incluso antes de tenerla, existían los mecanismos adecuados
para una buena articulación territorial. Si, como hemos visto en el caso de Asia,
un litigio importante de un particular podía pasar por varias sedes antes de hallar
una resolución definitiva, o si una ciudad tenía la capacidad suficiente para recurrir
la sentencia de un gobernador y llevar su causa hasta la misma Roma, llegando la
solución del problema cuando ya había otro gobernador (CILA, II, 1052, Munigua);
si la red viaria de la provincia era tupida, restaurada, ampliada y desarrollada a par-
tir de Augusto31, la compartimentación territorial judicial (u otras) no debió ser tan
relevante para el ciudadano como para que la epigrafía lo reflejase de una forma
directa (como sí sucede en Citerior, básicamente para el culto imperial, más ligado
a la administración que a los asuntos particulares).

4.4. La estructuración de la red viaria provincial y su relación con la división


conventual

«La noción misma de conventus implica que los romanos, para determinar estas
subdivisiones, han debido tener en cuenta los medios de comunicación, hacer de

31
CORZO, R. (1973): 241-257; SILLIÈRES, P. (1989): 357-365.

290
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

manera que los justiciables puedan dirigirse a las capitales con el minimum de difi-
cultades»32. Esto implica, en nuestra opinión que, con independencia de la estruc-
turación provincial de la red viaria, tendríamos que encontrar estructuraciones
conventuales que articulen cada una de las sudivisiones de la provincia. De hecho,
en las páginas anteriores hemos visto cómo, con carácter previo a la división con-
ventual de Asia, Dalmacia e Hispania, hubo una profunda intervención romana en
este sentido. En las provincias con conventus, en casi ningún caso la capital pro-
vincial ha ocupado una posición central, porque su elección está en función de su
relación con Roma, no de los avatares provinciales; así, Éfeso, Tarraco, Emerita y
Corduba ocupan, recurrentemente, una posición excéntrica dentro de su provincia,
pero muy adecuada para su relación con Roma. El gobernador bético altoimperial
se movería por la vía Augusta, resultado de la adecuación de una vía ya existente
a las reformas administrativas que Augusto impuso a la provincia tras la división
tripartita de la península. No sólo el carácter senatorial de la provincia hace innece-
saria la existencia de un legado jurídico que ayude al gobernador en sus funciones,
sino que éste, dado el pequeño tamaño de la provincia, su pacificación y la facilidad
en las comunicaciones, tendría muy fáciles los traslados.
La forma en la que se ordenan los conventus dentro de la provincia parece, en
general, bastante coherente si tenemos en cuenta la red viaria oficial (y nos centra-
mos en el Itinerario de Antonino), aunque vemos cierta dificultad en la conexión de
Astigi con el sector oriental de su conventus, donde colonias como Tucci (por poner
sólo un ejemplo) se comunicarían más fácilmente con Corduba (a través de Urgao
y la vía sur Castulo-Corduba) que con Astigi.
A pesar de la posición central de Astigi dentro de la provincia, su presencia en
los itinerarios33 no pasa de ser la de una mansio dentro de una vía con origen y des-
tino en otros lugares. Las vías béticas recogidas en el Itinerario de Antonino son las
siguientes:

Vía Origen Destino Vía Origen Destino


3 Corduba Castulo 8 Hispalis Corduba
4 Corduba Castulo 9 Hispalis Italica
5 Castulo Malaca 10 Hispalis Emerita
6 Malaca Gades 11 Corduba Emerita
7 Gades Corduba 23 Ostium Anae Emerita

32
ALBERTINI, A. (1923): 85.
33
ITIN. Anton. Aug., 413.3; 414.4; ITIN. Vic., I-II-III-IV; ITIN. Rav., IV 44 (315.3). Nos servimos básica-
mente de ROLDÁN HERVÁS, J. (1975); SILLIÈRES, P. (1990) y CORZO, R. & TOSCANO, M. (1992), acudien-
do a estudios más concretos cuando la situación lo requiera. Para el caso de Astigi, ver ORDÓÑEZ AGULLA, S.
(1988): 23-27. Cf. mapa adjunto.

291
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

Las vías 3-11 son béticas; una anterior alusión a Castulo es la que da pie a la
descripción de esta provincia. El orden correlativo es síntoma de una perfecta per-
cepción de la provincia como un espacio territorial homogéneo y con escasos pro-
blemas de estructuración viaria; sólo la vía 23, que recorre territorio básicamente
bético, pero su origen y destino la hacen parecer lusitana (por lo que aparece junto
a las n.º 21 y 22, que parten de Esuri), se salta esta norma. La comunicación terres-
tre costera queda perfectamente cubierta con el recorrido de las vías 5-6, y com-
plementada con la activa comunicación marítima. La claridad del mapa se aprecia
también en el hecho de que sólo hay un cabalgamiento en el tramo entre Hispalis y
Astigi, la 8 (Hispalis-Obulcula-Astigi) y la 10 (Hispalis-Carmo-Obulcula-Astigi); la
incorrecta sería la 10, que no es una vía directa, y el problema se subsanaría preci-
samente colocando a Astigi (y no a Hispalis) como cabecera de ruta. ¿Por qué tras
terminar la vía 2 en Castulo el redactor no continuó la ruta ligando Corduba-Astigi-
Hispalis-Gades, siguiendo la vía Augusta y la línea del Betis y uniendo las cuatro
capitales conventuales? ¿Por qué desaprovechó también una segunda oportunidad
en la vía 7, a Gadis Corduba? Aunque la Bética queda perfectamente reflejada
como provincia en el esquema del Itinerario, no podemos decir lo mismo de su
esquema conventual.
Teniendo en cuenta que la red viaria reflejada en el Itinerario es el resultado
de un proceso constructivo muy anterior a su datación y considerando que lo que
importa a la hora de preparar el viaje son, en verdad, las ciudades, no los conven-
tus iuridici ni las provincias, buscaremos en la adjudicación de cabeceras de ruta
el posible rastro conventual. En lo relativo a la Bética, Corduba es cabecera en 5
ocasiones, Hispalis 3, Gades 2 y, en ningún caso Astigi (superada por Malaca en
2 e Italica en 1); pero el criterio no es válido sólo bajo la perspectiva origen-des-
tino, sino también en lo relativo a las citas totales: Corduba 7, Hispalis 4, Gades
y Malaca 3, Astigi 2. El orden de importancia en la estructuración de las vías es
coherente: Corduba (capital provincial y conventual), Hispalis (capital conventual
y centro económico de primer orden) y Gades (que compensa su menor aparición
en la red viaria terrestre con la importancia del tráfico marítimo); Astigi vuelve a
representar la peculiaridad. Otra característica de las vías béticas antoninianas es la
coherencia en su estructura y recorridos34.

34
La vía 7, la única bética con un recorrido anómalo, tiene un significado claramente económico, al enlazar
las campiñas de Córdoba y Sevilla con posibles puntos de embarque para el comercio de sus productos (quizás por
eso une Gades-Hispalis-Anticaria-Corduba, considerando Anticaria el enlace con el Mediterráneo en las proximi-
dades de Malaca); también la única repetición de un tramo de vía se da entre Hispalis y Astigi (vías 8 y 10; casos
más destacables son, fuera de la Bética, las vías 1-32, 32-34 y 24-25-26-29), en un sector con un valor económico
muy alto. Tampoco se incluyen en el bloque de la Bética la vía 23 y el último tramo de la 21, dos vías que tienen
como origen y destino ciudades lusitanas; en lo que a la vía 21 se refiere, no importa demasiado en qué lugar se
ubique (porque es plenamente compartida), pero la 23 es una vía «casi» bética, aunque su recorrido serrano la hace
menos atractiva en lo económico, respetando su indudable potencial minero.

292
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

El Anónimo de Rávena, muy alejado en el tiempo de la época que nos interesa,


se articula de forma diferente: hay primero una descripción costera o pseudocos-
tera de la península desde el Pirineo Oriental hasta Ossaron (303.1-308.17) y des-
pués estructuras radiales con centro en Caesaraugusta (309.3-312.3), Complutum
(312.7-314.2), Augusta Emerita (314.5-316.8; con inclusión de una ruta Corduba-
Anticaria que se uniría en este mismo punto a la que conduce de Hispalis a Malaca,
316.11-19) e Hispalis (316.11-317.19). La descripción de la Bética está incluída
en este itinerario dentro del radio de acción de Emerita e Hispalis, siendo Corduba
una simple cabecera ocasional en una vía que rompe la estructuración de las que la
rodean:

1) Por Augusta Merita, Contributa y Curica a Italica (314.13-18).


2) Por Augusta Merita, Regina y Astigi a Carmo (315.1-5).
3) Por Augusta Merita, Metellinum, Mellaria, Corduba a Catulone (315.8-14).
4) Por Corduba, Ipagio a Antigaria (315.17-316.1).
5) Por Hispalis, Cirsone y Antigaria a Rastapen=Arastipi (hacia Malaca)
(316.11-19).
6) Por Hispalis, Cappa y Saguntia a Assidone (hacia Gades) (317.3-9).
7) Por Hispalis, Onoba y Aruci a Serpa (hacia Pax Iulia) (317.13-19).

Los destinos de estas vías son ciudades de poca entidad, pero en la mayoría de
los casos cercanas a núcleos más importantes, que para la Bética son Italica, Carmo,
Anticaria, Arastipi, Assido y Arucci. De todas formas, las principales cabeceras:
Caesaraugusta, Complutum, Emerita e Hispalis definen puntos importantes y nudos
viarios de las provincias bajoimperiales de Tarraconense, Cartaginiense, Lusitania y
Bética; la provincia Gallaecia se perfila en una vía circular (320.1-321.8). El anóni-
mo de Rávena refleja mal la estructura provincial de la Bética (que se articula desde
Emerita en su sector occidental y vagamente desde Hispalis y Corduba en las rutas
hacia el mar) y no deja prácticamente resquicios de su organización conventual; cen-
tra casi todo su interés en Hispalis, disminuyendo la influencia de Corduba, Astigi y
Gades, las otras tres antiguas capitales conventuales. Esto es para nosotros un indi-
cio más de la decadencia de los conventus iuridici en el sur frente a la pervivencia
que mantienen en el NW peninsular, donde provincia y capitales conventuales se
articulan en el anónimo en una red viaria circular (320.1-321.8) que, en un recorrido
ciertamente anómalo, conecta Bracara con Lucus y Asturica.
Excepciones aparte, el ciudadano que tuviera que resolver algún litigio, no
necesariamente utilizaría la red de caminos principal, sino ramales secundarios
o caminos rurales que sirvieran de enlace con la red oficial. Las cuatro capitales
conventuales se hallan, grosso modo, en la línea del Betis, por lo que los desplaza-
mientos del gobernador hacia ellas serían fáciles y rápidos, pero el ciudadano debe

293
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

acudir a su capital conventual. Hemos delimitado los conventus béticos basándo-


nos en las síntesis que para ello suponen las nuevas ediciones del CIL II, 5 y 7,
CILA y TIR, que resumen las opiniones anteriores y, dentro de cada uno, hemos
individualizado, por una parte, aquellas localidades que se encuentran más aleja-
das de su sede, pero integradas dentro de la red viaria conocida y, por otra, las más
aisladas respecto a esta red, y las hemos conectado con la vía conocida más cerca-
na o la que favorece más un acceso a la capital, tomando las distancias recogidas
en el Itinerario de Antonino, lo que nos proporciona un número de millas correcto
o bastante próximo a la realidad. El trayecto hacia ese punto lo hemos trazado por
caminos conocidos o existentes hoy día en la red comarcal o local (sobre todo en
zonas de sierra, donde las distancias sobre el mapa y las millas reales a recorrer
pueden ser muy distintas) y, cuando eso no ha sido posible, hemos unido dos pun-
tos en línea recta y hemos redondeado el número de millas al alza (en zonas llanas,
donde las distancias cartográficas y reales se acercan más). Aunque el método es
sólo aproximativo, la información de las fuentes hace imposible (se use el méto-
do que se use, incluido el arqueológico) un conocimiento exacto de la separación
entre dos puntos concretos.
A pesar de lo que pueda parecer, creemos que el conventus que facilita una
relación más cómoda de sus ciudades con la capital es el gaditano, siempre que
pensemos en navegación más que en vías terrestres (de Murgi a Gades hay 254
millas por tierra). La línea de costa en todo su recorrido y las Marismas en la zona
occidental, permitirían una comunicación fluida, pudiendo llegarse en tres días
desde Murgi a la sede conventual. En el interior, la franja mediterránea, estre-
cha y larga, permite, a través de ríos como el Guadalfeo, Vélez o Guadiaro, una
fácil conexión con la costa, apoyada por el destino de algunas vías en Malaca o
Carteia35. La Via Augusta, la Baesippo-Hispalis y Carteia-Corduba, junto al Betis,
estructuran el sector más extenso del conventus, al conectar con facilidad unas
ciudades con otras. En una posición intermedia entre la dos últimas encontramos
Iptuci, quizás el centro más alejado de esa red oficial; con todo, no estaría a más de
20 millas de la vía Baesippo-Hispalis, que la acerca al río Guadalete y la conecta
fácilmente con Gades, en dos cómodas jornadas. En este conventus sólo se necesi-
ta una jornada de camino para integrarse en una vía conocida, y no más de 2-3 para
llegar a la capital.
El conventus Hispalensis tiene una forma muy peculiar, con un largo recorri-
do en dirección NW-SE y con amplios territorios en zona montañosa, que dificul-

35
Para la bibliografía básica, ver n. 33. Como estos estudios aparecen estructurados en vías perfectamente
individualizadas, no creemos necesario recargar el aparato de notas. Ver, además, GOZALBES CRAVIOTO, C.
(1986). Para las distancias calculadas, usamos los mapas del IGN, escala 1:200.000 y 1:50.000: se trata de estimar
jornadas de viaje más que millas exactas (lo que sería imposible), ya que, hecho nuestro recuento con ediciones
distintas de mapas, el resultado ha sido similar, pero diferente.

294
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

tan las comunicaciones, pero la sede conventual ocupa una posición más o menos
central dentro de una línea imaginaria que uniera su población más NW con la
más SE. Hemos destacado Contributa, Arucci y Callet. La primera (Anton. Aug.,
432.7) se halla en el punto más lejano que podemos concretar hacia el norte (pres-
cindimos de Perceiana por las dudas que aún ofrece su ubicación), pero integrada
dentro de una vía que conecta Italica (a 6 millas de Hispalis) con Emerita; cono-
cemos la distancia respecto a su sede conventual, que es de 119+6 millas, o sea,
125 millas, apreciable si tenemos en cuenta que es una vía serrana (si conectamos
Seria con esta mansión sumaríamos aproximadamente 26 millas más de camino,
151, que podrían cubrirse en 3-4 jornadas de viaje). Arucci se ubica en uno de
los puntos más occidentales del conventus, conecta con Tucci e Italica a través
de vías conocidas con nudo en Urion (Rav., IV 45=317.16) en una ruta que uni-
ría Hispalis con Pax Iulia, dando un gran rodeo en el anónimo de Rávena y mal
definida en el Itinerario de Antonino (Arucci, Anton. Aug., 427.2)36; la distancia
entre Arucci e Hispalis, dudosa por recorrer zonas serranas, sería de unas 110-120
millas aproximadamente, muy parecida a la que separa Contributa de Hispalis.
En el sur Callet se encuentra en un punto intermedio entre la vía Gades-Corduba
y la Carteia-Hispalis, pero en una zona en la que se conoce relativamente bien
el recorrido de los caminos. O tomamos la vía Malaca-Hispalis a la altura de
Lucurgentum y Basilippo (Hispalis-Basilippo=21 millas, item a Gadis Corduba,
Anton. Aug., 410.4, algo escasa), lo que suma unas 16 millas desde El Coronil,
con lo que tendríamos un total de 37 millas; o se toma el item a Gadis Corduba:
Callet, Siarum, puente de Alcantarillas (unas 9 millas al norte de Ugia; Ugia-
Hispalis=33 millas, Anton. Aug., 410.1-3; Vic., I-IV; Rav., IV 44=315.12), lo que
nos daría una distancia desde el puente a Hispalis de 24 millas y desde Callet al
puente unas 18, lo que sumaría un total de 42 millas, que también pueden hacerse
en una jornada de viaje.
En lo relativo al conventus Cordubensis, Contosolia37, al norte, aparece
como mansión en el ITIN. Anton. Aug., 444.5, vía Per Lusitaniam ab Emerita
Caesarea Augusta, pero existe un problema insoluble en las distancias (a 12 millas
de Emerita y 36 de Mirobriga). Si la ubicamos en Magacela y la consideramos
cordubense, la comunicación más fácil con la capital se haría a través del item a
Corduba Emeritam, unas 22 millas al norte de Artigi (Anton. Aug., 416.1; Rav., IV
44=315.9); la distancia Artigi-Corduba es de 88 millas, lo que daría un total de 110

36
RUIZ ACEVEDO, J.M. (1998): 72, 83-90 y 92-94, con los tramos Urion-Arucci, Urion-Italica y Urion-
Tucci. Los recorridos cambian algo respecto a los de Sillières, pero la diferencia no excede de 10-12, lo que no es
muy significativo, sobre todo teniendo en cuenta que las únicas distancias conocidas son las de Tucci a Italica e
Italica-Hispalis (Anton. Aug., 432.2-3 y 413.6), que suman 18+6 y constituyen una mínima parte del recorrido.
37
Su ubicación es problemática, pudiendo ser ¿Magacela?; por su situación fronteriza, podría adjudicarse al
conventus Cordubensis o el Emeritensis. Ver CIL II/7, pág. 216 ss. y TIR, J-30.

295
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

millas, 2-3 días de viaje. Otra ciudad significativa es Solia38, integrada en la red
viaria secundaria, habiéndose rastreado una vía Epora-Solia que iría próxima a la
carretera que conecta Montoro-Vva. de Córdoba-Torrecampo hasta Solia, y una
vía Corduba-Toletum que, desde Torrecampo, desciende hacia Córdoba a través
de Pozoblanco y el puerto del Calatraveño, hasta unirse a la altura de El Vacar con
el item a Corduba Emeritam, que nos ha dejado pocas distancias (a Mellaria, 52
millas, Anton. Aug., 415.3-4), pero que puede seguirse a través de la ruta musulma-
na a Toledo: de Córdoba a Arlés 11 millas, a El Vacar, 6, a Bitraws (=¿Baedro?),
40 millas. De ser así, tendríamos 57 millas entre Corduba-Baedro por una ruta
muy parecida a la que describe Sillières; sólo faltaría conectar Baedro (Belalcázar,
Hinojosa del Duque, El Viso, hemos adoptado un punto convergente, más cercano
a las dos primeras, calculando unas 20 millas por caminos rurales actuales, pero
no deja de ser una vaga aproximación) con Solia, que estaría, siguiendo esta ruta,
a unas 77-80 millas de Corduba. El viaje por Solia y Epora marca ya 28 millas
entre la segunda ciudad y Corduba (Alio itinere a Corduba Castulone, Anton. Aug.,
403.4-6) y le quedaría un recorrido de unas 65-70 millas por zona de sierra, lo que
no hace aconsejable el camino. Finalmente, la ciudad más alejada en la línea del río
y recogida en la red viaria oficial sería Iliturgi (Anton. Aug., 402.6-7, 403.1-3, item
a Corduba Castulone), a 79 millas, que conllevaría un viaje de 2-3 jornadas.
En lo relativo al conventus Astigitanus, los problemas son mayores, por la
posición excéntrica de la capital. La zona occidental del mismo se comunica bien
con ella por su mayor proximidad y por la densa red viaria oficial y local de la que
tenemos constancia; la oriental es más conflictiva. Tomemos como ejemplos Tucci,
Iliberri y Anticaria. La última no ofrece problemas, ya que aparece en el Itinerario
de Antonino (412.2) en item a Gadis Corduba; la distancia entre Anticaria e
Ipagrum es de 43 millas (a Ulia son 53) y, desde este punto, la conexión con Astigi
es viable siguiendo (existen aún caminos locales) el río de Cabra (o el arroyo
Salado, algo más al norte) hasta su enlace con el Genil; habría que sumar unas 30
millas a las 43 existentes (73 millas), en un viaje llevadero de dos jornadas; también
sería viable el viaje desde Ad Gemellas o desde Ulia.
Tucci es quizás el peor ejemplo que tenemos de adjudicación de una ciudad a este
conventus, ya que es obvio que su conexión con Corduba es más rápida y fácil, dada
su proximidad a Obulco, desde la que existía una vía hasta la capital cordubense; salvo
Astigi, ninguna de las colonias del conventus aparece en los itinerarios conocidos,
aunque la vía Obulco-Ulia podría poner en contacto con la capital astigitana a Tucci,
Iptuci y Ucubi a través de cortos ramales de conexión. Dada la abundancia de yaci-

38
Para el conventus Cordubensis y la parte occidental del Astigitanus, nos guiamos también por MELCHOR
GIL, E. (1995) y ORDÓÑEZ AGULLA, S. (1988): 23-27 para las interconexiones de la sede conventual. También,
para la ruta medieval, HERNÁNDEZ GIMÉNEZ, F. (1959): 39-50; ID. (1967): 37-123.

296
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

mientos en la zona tampoco es descabellada una conexión Tucci-Iptucci-Ipagrum, que


propiciara un camino más recto, que podría alcanzar las 50-55 millas hasta Ipagrum,
más unas 30 hasta Astigi, realizándose el viaje cómodamente en tres jornadas (incluso
en dos) por una zona poco accidentada. Respecto a Iliberri, su conexión con Castulo y
Corduba se remonta a tiempos muy antiguos, pero la relación con Astigi no está igual-
mente constatada. De todas formas, seguir la ruta hacia el norte para después, en un
punto concreto (Tucci, Iponoba, Obulco) torcer al oeste, supone alargar en exceso el
camino; buscar Anticaria y seguir después hasta Astigi también es complejo, porque
la ruta discurriría por zonas serranas, peligrosas y mal comunicadas. Lo lógico en este
caso es seguir la línea del Singilis, que contaría con caminos terrestres paralelos y que,
aunque no en su totalidad, permitiría algunos recorridos fluviales, al menos hasta las
proximidades de Ostippo (Anton. Aug., 411.3), en la vía Gades-Corduba, que cuenta
con caminos que la conectan directamente con Astigi. Dadas las características del tra-
yecto, no podemos aventurar un número de millas, que podría alcanzar y superar las
160-170; su integración en el convento gaditano tampoco mejoraría mucho las cosas
ya que, sólo desde Sexi a Gades hay ya 217 millas por tierra y, aunque fuese posible el
viaje por mar, su conexión con la costa es también dificultosa.
El conventus Astigitanus, o mejor, la ubicación de su capital en Astigi, proble-
matizan la llegada de sus habitantes a la capital conventual, por tanto, bajo el punto
de vista exclusivamente judicial y administrativo, sería, en nuestra opinión, el peor
articulado de los béticos. Sin embargo, si consideramos las divisiones conventuales
bajo un aspecto económico (vistos desde el ángulo de Roma), la estructura territo-
rial alcanza otra dimensión, y los cuatro conventus adquieren una gran coherencia.
De hecho, las conexiones entre Sierra Morena y el Betis permiten un cómodo tras-
lado del metal hasta la vía fluvial y, desde ahí hasta la costa, las opciones también
son amplias. El otro gran producto comercial, el aceite (y la movilidad de otros
productos agrarios) también encuentra sus rutas, con destino en los distintos pun-
tos de control, que permiten a la zona más oriental del conventus Astigitanus llevar
sus productos a Corduba y embarcarlos allí. En este sentido, el trazado del item a
Gadis Corduba alcanza su auténtico sentido, conectando las ricas campiñas agrarias
de Sevilla y Córdoba, que contarían con tres centros de control (Corduba-Astigi-
Hispalis) próximos a los que llevar sus productos, en el caso de que hablemos de
gran comercio. El intercambio a pequeña escala se vería facilitado por la amplia
red de caminos secundarios que los estudios locales hacen aflorar con frecuencia.
Astigi, entendiendo la funcionalidad de su conventus en este sentido básicamente
económico, estaría (y está) ubicada en el lugar apropiado, aquél donde el Singilis
comienza a ser navegable y donde conducen una amplia red de caminos campiñe-
ses. De todas formas, no debemos olvidar que buena parte de esta red viaria no es
causa del auge de Astigi, sino consecuencia de ello, comenzando por la propia rees-
tructuración de la Via Augusta a su paso por la zona.

297
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

4.5. El rápido ascenso de Astigi

D. Campanile39 defiende una clara relación entre los conventus iuridici asiáticos,
las primeras medidas administrativas tomadas en la provincia, el fomento de la red
viaria y la política fiscal de C. Graco. La rápida promoción de Astigi está muy vin-
culada a la campaña de Munda, la «creación» de la Bética, la reestructuración de
la red viaria y el desarrollo económico, sobre todo relacionado con el aceite, que
traería un gran volumen de negocio a la zona, obligaciones fiscales y aumento de
los posibles litigios entre comunidades o personas. Si Corduba, Hispalis y Gades ya
eran centros donde los gobernadores republicanos habían impartido justicia, Astigi
emerge de una forma muy rápida y quizás «artificial» como sede conventual, «arre-
batando» el privilegio a ciudades que, por su trayectoria anterior, quizás lo merecían
más o que, sin necesidad de cambios importantes, estaban ya preparadas para ello.
Este hecho podría relacionarse con la situación en la que quedan Munda y Urso
tras la victoria de César sobre los hijos de Pompeyo y con la promoción en lo que
luego será el conventus iuridicus Astigitanus de una serie de ciudades que alcanzan
el rango de colonias inmunes40: Tucci, Ituci, Ucubi, Astigi y Urso, que marcan una
línea casi paralela al Betis y al límite norte conventual, conectando entre sí y jalo-
nando el acceso a los dos ríos que articulan el conventus y su prolífica campiña,
el Salsum y el Singilis. En este proceso, como hemos dicho, la gran derrotada es
Munda, seguida de Urso, al perder ambas sus áreas de control, y la gran vencedora
Astigi, que pasa casi desde el anonimato en las fuentes a ser colonia y capital con-
ventual, proceso que marcha paralelo a una reestructuración de la red viaria (hacien-
do coincidir el cruce de la Via Augusta sobre el Singilis a la altura de la ciudad) y
a un desarrollo económico centrado principalmente en la economía del olivar, que
alcanza su momento de máximo apogeo en el s. II41. Augusto se impone en la Bética
con la fundación de colonias y el apoyo de las promociones julias, hecho que es muy
patente en la articulación de este conventus iuridicus. Sobre si el Astigitanus es un
conventus artificial o no, compartimos con Ordóñez la idea de que el territorio es, al
menos, tan homogéneo y compacto como pueda ser el de cualquier otro conventus,

39
(2003): 278-282.
40
Respecto a los premios y castigos, CAES., Civ. 2.21,2-3; CASS. DIO., XLI 23-24; XLIII 39.5. Colonias
inmunes: PLIN., NH 3.3,12; CIL II, 5, 69 y 1171. Munda, como nos dice Estrabón (III 2.2), era, en cierto sentido,
la metrópolis de su territorio, y el potencial de Urso puede verse con claridad en todo el relato del B. Hispaniense.
GIMENO, J. (1994): 43-44, n. 11 considera que Estrabón utiliza el término metropolis en un sentido comercial, y
Astigi heredará este papel dentro del conventus; Urso tenía un papel más vinculado con el control territorial, que
también cae bajo en ámbito de la sede conventual.
41
Síntesis en ORDÓÑEZ AGULLA, S. (1988): 45-3 y 89-109. Sobre la importancia económica de Astigi,
ver también CHIC, G. (1985 y 1988); ID. (2001); RODRÍGUEZ ALMEIDA, E. (1989). La red viaria en época
republicana es todavía bastante deficitaria en la Bética, potenciándola Augusto entre 8-2 a.C. con la colabora-
ción de los veteranos que se asentaron en el territorio, principalmente en las colonias integradas en el conventus
Astigitanus. Ver CORZO, R. (1973): 241-257; SILLIÈRES, P. (1981): 255-271; ID. (1989): 3357-365; ID. (1990).

298
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

pero no pensamos lo mismo sobre su capital, que, en nuestra opinión, fue potencia-
da conscientemente para este fin, con independencia de que la deductio coincida o
no con la fecha exacta de la creación de los conventus iuridici42.
Una potenciación tan rápida no puede ser sólo explicada por su ubicación
en un punto donde un río (acondicionado en época augustea) «comienza» a ser
navegable. La tradición y prestigio de ciudades como Munda y Urso, muy próxi-
mas a este punto en una región donde las comunicaciones eran densas y rápidas y
donde habrían establecido de antiguo zonas de control, hubiera hecho innecesario
el esfuerzo de levantar una ciudad si las razones fueran sólo económicas. La simi-
litud entre la política de César y Augusto en el sur peninsular, la derrota de ambas
ciudades en la guerra civil, las medidas punitivas tomadas después, los apelativos
de las principales ciudades promocionadas, los de las cinco colonias inmunes de
la Bética y su inclusión en este conventus, la reestructuración de la que será la Via
Augusta (llamada Via Militaris), el interés de Augusto por el control del territorio
(asentamiento de veteranos)..., estimo que son razones sobradas a la hora de valorar
en su justa medida la subdivisión en época de Augusto de la Bética en conventus
(siguiendo la tónica de las demás provincias de la península). La creación de esta
cuarta sede (quizás innecesaria) y la promoción de una nueva ciudad que «anulara»
los lazos político-económicos establecidos en esa zona desde antiguo por Munda
y Urso explicaría, en parte, la «artificialidad» que algunos han querido dar a este
conventus (que engloba la mayor parte del escenario de la campaña de Munda),
que tiene su capital en un punto tan excéntrico que dificulta la conexión con ella
de algunas de sus ciudades de primer orden (Tucci, Iliberri), que incluye 5 de las 9
colonias plinianas, alineadas en la franja septentrional del mismo (la de mayor inte-
rés económico) y provistas de privilegios especiales (pero que sólo se promociona
ampliamente en época flavia). También es el conventus bético donde los itinerarios
oficiales dejan más zonas sin cubrir y cuya capital no es cabecera ni destino de
ninguna ruta importante (rompiendo, además, la equidistancia entre las otras sedes
conventuales) y, para terminar, esta sede surge (si no de la nada, porque hay una
Astigi Vetus con status libre) claramente de la voluntad organizativa del emperador,
no de la dinámica histórica de la región.
Las razones de su promoción no responden a una clara necesidad jurídica (al
menos por los datos que tenemos hasta el momento), ni administrativa (porque se
descuida la accesibilidad de parte de su territorio), ni religiosa (el flaminado que
destaca es el cordubense). Nosotros vemos, ante todo y hasta tener más datos, una

42
Ninguna de las dos realidades puede datarse con exactitud. Respecto a los conventus iuridici, no sólo béti-
cos, sino hispanos en general, nosotros compartimos la tesis de que son consecuencia de la reforma administrativa
de Agripa-Augusto en la península, sin poder ser más precisos; sobre la deductio de Astigi, las fechas se mueven
entre 19 y 14 a.C., pero relacionándose siempre con la labor administrativa augustea. ORDÓÑEZ AGULLA, S.
(1988): 28 y n. 109 y págs. 46-47; GONZÁLEZ, J. (1995): 281-293.

299
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

voluntad política de premio-castigo tras el resultado de una guerra y un interés por


«alterar» la dinámica económica y de control del territorio existentes con anteriori-
dad a la misma. De todas formas, estamos de acuerdo en que el lugar escogido fue
un gran acierto bajo el punto de vista económico (aunque el control Corduba atra-
jera parte de su territorio) y, mientras el Singilis fue una vía de comunicación renta-
ble, la capitalidad se mantuvo, decayendo la ciudad cuando la justificación política
cayó en el olvido y la económica disminuyó. Así, aunque estemos hablando de con-
ventus iuridici, los datos que nos ilustran la formación artificial (o premeditada) del
distrito astigitano, apuntan a una división territorial de la provincia que podríamos
llamar conventus (aunque no necesariamente), pero no hay pruebas que apoyen el
apelativo iuridicus, ni para el conventus astigitano ni para los demás béticos ni, en
general, para Hispania. Tal vez la republicana provincia de Asia sí justifica este
apelativo conventual (posiblemente por el tipo de fuentes y la época), bastante más
matizado para el periodo imperial. Pudo ser un proceso mimético el que trasladó
este concepto a la Hispania augustea, destacando más el primer vocablo (conven-
tus) que el segundo (iuridicus).
La división en distritos de las tres provincias hispanas es verificada a través de
los testimonios más diversos, pero, que su objetivo fuera básicamente jurídico no
está en consonancia con los datos que tenemos de la actividad diaria transmitidos a
través de la epigrafía. En el caso bético, además, ni siquiera el primer vocablo (con-
ventus) mereció (con los datos que tenemos a día de hoy) una mínima atención por
parte de los provinciales. Quizás tomando un modelo cuya operatividad era tangible
en Asia, Augusto diseñó un teórico armazón administrativo homogéneo para las tres
provincias hispanas, que cada una se ocupó de rellenar con la práctica diaria, indi-
vidualizándolo. Así, el que la realidad conventual pase sin pena ni gloria por la epi-
grafía provincial bética es el mayor testimonio (ex silentio, desde luego) que hasta
ahora tenemos del influjo que sobre la población tuvo esta reforma administrativa:
se trataría, simplemente, de presentar con una imagen nueva una organización pro-
vincial plenamente operativa (la inserción de Astigi como sede es un hecho puntual,
ya que no altera la base organizativa) y, en ese sentido, el silencio es una buena
prueba tanto de la innecesariedad de la medida como de su adaptación sin proble-
mas a la vida provincial.

300
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

301
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

BIBLIOGRAFÍA

ABASCAL PALAZÓN, J.M., (1994): Los nombres personales en las inscripciones latinas de Hispa-
nia, Madrid-Murcia.
ALBERTINI, E., (1923): Les divisions administratives de l’Espagne romaine, Paris.
ARCE, J., (1989): «Estrabón sobre la Bética», en J. González (ed.), Estudios sobre Urso Colonia Iulia
Genetiva, Sevilla, pp. 213-222.
BADIAN, E., (1956): «Q. Minucio Scaevola and the province of Asia», Athenaeum XXXIV, fasc. I-II:
104-117.
BURTON, G.P., (1975): «Proconsuls, assisses and the administration of Justice under the Empire»,
JRStud LXV: 92-106.
CAMPANILE, D., (2003): «L’infanzia della provincia d’Asia: l’origine dei conventus iuridici nella
provincia», en C. Bearzot, F. Landicci & G. Zecchini (eds.), Gli stati territoriali nel mondo antico,
Vita e Pensiero, Milano, pp. 271-288.
CASTILLO, C., (1998): «Los flamines provinciales de la Bética», REA 100.3-4: 437-460.
— (1999): «Los flamines provinciales. El caso de la Bética», en J.F. Rodríguez Neila & F.J. Navarro
Santana (eds.), Élites y promoción social en la Hispania romana, Pamplona, pp. 201-218.
CASTRO NUNES, J., (1950): «Os miliarios de Nerva na Gallaecia», CEG XVI: 162-174.
CHIC, G., (1985 y 1988): Epigrafía anfórica de la Bética, I-II, Sevilla.
— (2001): Datos para un estudio socioeconómico de la Bética. Marcas de alfar sobre ánforas olearias,
I-II, Sevilla.
CONDURACHI, E., (1989): «Les délimitations des terres dans la province romaine de Dalmatie», en
Hommages à M. Renard, II, Bruxelles, pp. 145-156.
CORTIJO CEREZO, M.ªL., (1993): La administración territorial de la Bética Romana, Córdoba.
CORZO, R., (1973): «Munda y las vías de comunicación del bellum Hispaniense», Habis IV: 241-257.
— & JIMÉNEZ, A., (1980): «Organización territorial de la Baetica», AEA LIII: 21-47.
— & TOSCANO, M., (1992): Las vías romanas de Andalucía, Sevilla.
CURCHIN, L.A., (1994): «Juridical epigraphy and provincial administration in Central Spain», en J.
González Fernández (ed.), Roma y las provincias. Realidad administrativa e ideología imperial,
Madrid, pp. 87-89.
DESANGES, J., (1980): Pline l’ancien. Histoire Naturelle. Livre V, 1-46, 1º partie (L’Afrique du
Nord), Les Belles Lettres, París.
DETLEFSEN, D., (1972): Die geographischen Bucher der Naturalis Historia des Plinius Secundus,
Roma (orig. 1904).
DOPICO CAÍNZOS, M.ªD., (1986): «Los conventus iuridici. Origen, cronología y naturaleza históri-
ca», Gerión IV: 273-277.
— (1988): La Tabula Lougeiorum: estudios sobre la implantación romana en Hispania, Santiago de
Compostela.
ESTEFANÍA, D., (1958): «Notas para la delimitación de los Conventos Jurídicos en España», Ze-
phyrus IX: 51-57.

302
EL PAPEL DEL CONVENTUS IURIDICUS EN LA DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DE PLINIO...

ETIENNE, R., (1974): Le culte impérial dans la Péninsule Ibérique d’Auguste a Dioclétien, Paris.
FÁBREGA GRAU, J., (I, 1953; II, 1955): Pasionario Hispánico, I-II, Madrid-Barcelona.
FONTÁN, A. & MOURE CASAS, A.M. et alii, (1995): Plinio el Viejo. Historia Natural. Libros I-II,
Ed. Gredos, Madrid.
GARCÍA ALONSO, J.A., (2003): La Península Ibérica en la Geografía de Claudio Ptolomeo, Vitoria.
GIMENO, J., (1994): «Plinio, Nat. Hist. III, 3, 21: reflexiones acerca de la capitalidad de Hispania Ci-
terior», Latomus 53, fasc. 1: 39-79.
GIRARD, P.F., (1903): «Les assisses de Cicéron en Cilicie», en Mélanges Boissier, Paris, pp. 217-222.
GONZÁLEZ, J., (1995): «De nuevo en torno a la fundación de la colonia Astigi Augusta Firma», Habis
26: 281-293.
— (1982): Inscripciones romanas de la provincia de Cádiz, Cádiz.
GOZALBES CRAVIOTO, C., (1986): Las vías romanas de la provincia de Málaga, Madrid.
GRAY, E.W., (1978): «M. Aquillius and the organisation of the Roman Province of Asia», en The pro-
ceedings of the 10 International Congress of Classical Archaeology, Ankara, pp. 965-977.
HABICHT, C., (1975): «New evidence on the Province of Asia», JRStud LXV: 64-91.
HASSALL, M., CRAWFORD, M. & REYNOLDS, J., (1974): «Rome and the Eastern provinces at the
second century B.C.», JRStud LXIV: 195-220.
HERNÁNDEZ GIMÉNEZ, F., (1959): «El camino de Córdoba a Toledo en época musulmana», Al-
Andalus 24: 39-50.
— (1967): «Los caminos de Córdoba hacia el Noroeste en la época musulmana», Al-Andalus 32: 37-123.
IBÁÑEZ CASTRO, A., (1983): Corduba hispano-romana, Córdoba.
LE ROUX, P., (1994): «L’évolution du culte impérial dans les provinces occidentales d’Áuguste à Do-
mitien», Pallas 40: 397-411.
LEWIS, N., (1981): «The prefect’s conventus. Proceedings and procedures», B.A.S.P. XVIII: 119-129.
LIEBMANN-FRANKFORT, Th., (1969): «La provincia Cilicia et son intégration dans l’empire ro-
main», en Hommages à M. Renard, II, Bruxeles, pp. 447-457.
MARSHALL, A.J., (1964): «Cicero’s letter to Cyprus», Phoenix XVIII: 206-215.
— (1966): «Governors on the move», Phoenix XX: 231-246.
MAGIE, D., (1950): Roman Rule in Asia Minor to the End of the Third Century after Christ, Princeton.
MAYER, M., (1989): «Plinio el viejo y las ciudades de la Baetica. Aproximación a un estado actual del
problema», en J. González (ed.), Estudios sobre Urso Colonia Iulia Genetiva, Sevilla, pp. 303-333.
MEANA, M.ªJ. & PIÑERO, F., (1992): Estrabón. Geografía. Libros III-IV, Bibl. Clásica Gredos, 169,
Madrid.
MELCHOR GIL, E., (1995): Vías romanas de la provincia de Córdoba, Córdoba.
OJEDA TORRES, J.M., (1994): El servicio administrativo imperial ecuestre en la Hispania romana
durante el Alto Imperio, Sevilla.
— (1999): «Luces y sombras del estado burocrático. La administración de las provincias hispanas du-
rante el Alto Imperio: el caso de la Bética», en J.F. Rodríguez Neila & F.J. Navarro Santana (eds.),
Élites y promoción social en la Hispania romana, Pamplona, pp. 145-166.
ORDÓÑEZ AGULLA, S., (1988): Colonia Augusta Firma Astigi, Sevilla.

303
M.ª Luisa Cortijo Cerezo

ORDÓÑEZ AGULLA, S., (1991): Colonia Iulia Romula Hispalis, Sevilla.


OZCÁRIZ GIL, P., (2006): Los conventus de la Hispania Citerior, Madrid.
PÉREZ, J.A., (1981): «Una hipòtesi sobre el seu origen: els conventus iuridici romans», L’Avenç XLIV:
37-38.
PÉREZ VILATELA, L., (1989-90): «Etnias y divisiones interprovinciales hispano-romanas en Estra-
bón», Kalathos 9-10: 205-214.
— (1990): «Estrabón y la división provincial de Hispania en el 27 a. C.», Polis 2l: 99-125.
— (1997): «Conventus Gaditanus en la Antigüedad Tardía», El Miliario Extravagante 60: 13-19.
PRIETO, A., (1972): «Sobre los límites del conventus Cordubensis», HA II: 128-132.
— (1973): Estructura social del Conventus Cordubensis durante el Alto Imperio Romano, Granada.
RIESCO CHUECA, P., (1995): Pasionario Hispánico, Sevilla.
ROBERT, L. (1949): «Le culte de Caligula a Milet et la province d’Asie», Hellenica VII: 212-223.
RODRÍGUEZ ALMEIDA, E., (1989): Los tituli picti de las ánforas olearias de la Bética, Madrid.
RODRÍGUEZ NEILA, J.F., (1980): El municipio romano de Gades, Cádiz.
ROLDÁN HERVÁS, J., (1975): Itineraria hispana. Fuentes antiguas para el estudio de las vías roma-
nas en la península Ibérica, Madrid.
RUIZ ACEVEDO, J.M., (1998): Las vías romanas en la provincia de Huelva, Huelva.
SANCHO ROCHER, L., (1978): «Los conventus iuridici en la Hispania romana», Caesaraugusta
XLV-XLVI: 171-194.
SILLIÈRES, P., (1981): «A propos d’un nouveau milliaire de la Via Augusta, une Via Militaris en Be-
tique», REA LXXXIII: 255-271.
— (1989): «Les sources litteraires et le reseau routier de l’Hispanie meridionale a l’epoque republicai-
ne», en J. González (ed.), Estudios sobre Urso Colonia Iulia Genetiva, Sevilla, pp. 357-365.
— (1990): Les voie de communication de l’Hispanie méridionale, Paris.
WILKES, J.J., (1969): History of the provinces of the Roman Empire. Dalmatia, London, pp. 156-177.
— (1996): «The Danubian and Balkan provinces», en The Cambridge Ancient History. Vol. X. The Au-
gustean Empire, 43 B.C.-A.D. 69, [2º edic.], Cambridge University Press, pp. 545-585.
WILLIAMS, W., (1982): «Antoninus Pius and the conventus of Cyrenaica», ZPE XLVIII: 205-208.

304
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE: THE
TOWNS IN CENTRAL AND WESTERN BAETICA IN THEIR
GEOGRAPHICAL CONTEXT

SIMON KEAY
GRAEME EARL
University of Southampton

1. Introduction

Scholarship in recent years has shown that Roman concepts of geography were diffe-
rent from our own. Cl. Nicolet1 has argued that knowledge of the world, particularly
of conquered peoples and cities, was accumulated by means of conquest during the
Republican period, and then deployed in terms of an ideology of empire from the
reign of Augustus onwards. One of the ways in which this knowledge was commu-
nicated within the Roman world, was through written texts, such as the Geographia
of Strabo or the Naturalis historia of Pliny. As far as the Iberian peninsula is con-
cerned, these have provided us with crucial, but highly polemical, information about
the continued existence of major groupings of population (populi, gentes etc.) in the
early imperial period. They also frequently cite a range of towns, thereby providing
us with crucial information about the status of communities in all three provinces of
Hispania Citerior Tarraconensis, Lusitania and Ulterior Baetica. Whilst this kind of
geographical knowledge may well have drawn upon some kind of representation in
map form, it was most frequently conceptualized for the traveller in terms of itinera-
ries, in which towns were recorded in a sequence with distances marked2. In a sense,
therefore, geographical knowledge about the Roman empire in general, and the
Iberian peninsula in particular, was an «invention» intimately bound up in the proc-
ess and ideology of conquest. For example S. Carey3 has argued that Pliny’s Historia

1
(1991).
2
BRODERSON, K. (2001); SALWAY, B. (2001).
3
(2003).

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 305-358.
305
Simon Keay, Graeme Earl

naturalis, a major source for our understanding of the geography of the early Roman
empire, is best understood as a whole as a catalogue of world empire.
Most of the recent discussion about these issues has largely taken place within
the parameters of the historical records themselves. Furthermore, whilst the geogra-
phical location of towns is often taken into account with the use of maps at diffe-
rent scales and resolutions, comparatively little effort has been directed towards
relating urban location to the archaeological reality of towns on the ground, and
thinking through the implications of their relationship to surrounding geographical
contexts. Recent work has also suggested that our understanding of the history of
the Mediterranean in general, not least the Roman period, has been dominated by
a town-specific perspective. It has been argued that instead, more account needs
to be taken of changing inter-regional relationships, or «connectivity»4, if we
are to understand better the key tensions between regionalism and broader pan-
Mediterranean groupings that underlie much Mediterranean history.
This paper analyzes the geographical contexts and spatial relationships of
Iberian and Roman towns in central and western Baetica5. It emphasizes the impor-
tance of inter-urban visibility in structuring the regionalization of relationships
between towns. It considers the archaeological evidence for Roman urbanism in
the region as spatially contingent; products and producers of both real and imagi-
nary multidimensional networks. Furthermore, it argues that Rome created a new
geographical reality in the region in the sense that it worked within geographical
constraints, and adapted pre-existing urban settlement patterns to its administrative
necessities. When this is set against the geographical descriptions of Baetica by
writers such as Pliny, it allows us to appreciate better the relationship between the
day to day reality on the ground and the rhetoric of empire.

2. Background to the Research

This paper is part of an on-going project to study changing social, economic and
geographical relationships between towns and nucleated settlements in the area
of central and western Baetica between c.500 BC and AD 2006. The project from

4
HORDERN, P. & PURCELL, N. (2000).
5
The writers would like to thank the organizers of the Conference for their invitation to participate in what
was a very stimulating meeting. They would also like to acknowledge Prof. Antonio Caballos and Prof.ª Isabel
Rodà for reading and commenting upon an earlier draft of the article.
6
The project is funded by the Arts and Humanities Research Council of the UK. The collaboration and
support of the Delegación Provincial de Cultura (Sevilla) of the Dirección General de Bienes Culturales of the
Consejería de Cultura of the Junta de Andalucía, the Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, the Departamento
de Prehistoria y Arqueología and the Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla, and the
Department of Archaeology of the University of Southampton are gratefully acknowledged.

306
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

which it derives aims to arrive at a better understanding of how Roman urban


entities in the region were created and, as a consequence, how Roman provincial
landscapes developed. It aims to do so by developing new methodologies that allow
different classes of archaeological material and settlement attributes to be modelled
within landscape contexts by means of novel computer-based analyses, situated in
a discourse focussing on inter-connectivity. These methods are based around net-
work models defined in interlinked spatial and conventional database systems that
allow a range of archaeological and epigraphic data to be combined and for inter-
site comparison and network-based spatial and social analyses across central and
western Baetica to be undertaken. The project has drawn on all of this evidence by
means of a multi-scalar7 approach to the analysis of key archaeological attributes of
more than three hundred Iberian and Roman urban settlements, focussing upon the
role that changing networks of connectivity between towns played in structuring the
changing settlement pattern of the region. Landscapes with no rigid boundaries at
multiple inter-related scales that existed and evolved in time have been explored.
The suitability of this region to the kinds of research outlined in this paper
was initially explored through two pilot-studies. The first clearly demonstrated the
existence of long-distance visibility between known archaeological sites, particu-
larly those of major historical significance such as Carmo (Carmona) and Urso
(Osuna)8. It suggested that the visual prominence of urban settlements may have
contributed towards the structuring of urban hierarchies in the region, and their
emergence as dominant centres. The second pilot-study undertook an elementary
statistical analysis of the epigraphic record from the Hispano-Roman town of Celti
(Peñaflor) against the background of that from other towns in the region9. This
highlighted variations which are argued as being significant explainable in terms
of localized traditions of epigraphic evidence, rather than unequal epigraphic sur-
vival. The current paper is the second of four, which examine key issues related
to inter-urban connectivity in central and western Baetica, prior to the full publi-
cation of the project10. The first paper explored the potential of integrating Latin
inscriptions and urban location as a means of analysing social networks11, whilst
the third looks at the relationship between epigraphy, monumentality and visibility
in the landscape12. A fourth paper is planned on issues in the relationship between
urban and rural settlement13.

7
FRACHETTI, M. (2006).
8
KEAY, S., WHEATLEY, D.W. & POPPY, S. (2001).
9
KEAY, S. (2006): forthcoming.
10
KEAY, S. & EARL, G. (2007/ 2008): forthcoming.
11
ID. (2006).
12
ID. (2007): forthcoming.
13
ID. (2007a): forthcoming.

307
Simon Keay, Graeme Earl

2.1. Available Data

Central and western Baetica have been a focus of academic enquiry since the 16th
century14. A number of scholars have gradually drawn together a very rich range of
historical, archaeological and epigraphic data, although any attempt at systemati-
cally analysing them is fraught with difficulties. This is because the archaeological
material has had a long and unequal history of accumulation. Prior to the 1960’s
there had been only sporadic and unfinished investigations of archaeological infor-
mation about sites across the region, such as that by J. Hernández Díaz and others15.
Surveys by M. Ponsich during the 1960’s and 1970’s16 laid the foundations for the
systematization of pre-existing and new data about Roman urban and rural sites
over much of western Baetica. However, he largely excluded Turdetanian sites and
extensive areas to the south of the river Guadalquivir fell outside his survey area,
and the level of recorded detail was minimal. His surveys formed the basis for the
Inventario of the mid 1980’s –a catalogue that comprised map references, very
basic information and bibliography for each known site, to which were added occa-
sional surveys of limited scope17. In the 1990’s this was systematized into a digiti-
zed data retrieval system, originally called ARQUEOS and now SIPHA (Sistema de
Información del Patrimonio Histórico de Andalucía). This has been supplemented
by a number of periodic surveys, leading to revisions of the Inventario, carried out
by the Consejería de Cultura of the Junta de Andalucía, both of which take modern
municipal limits as their boundaries. In addition, there have been many rescue
excavations in towns like Hispalis18, Astigi19 and Carmo20, as well as occasional
research projects at such towns as Munigua21, Celti22 and Laelia23. All of this site-
based information was combined in the present study to form a large project data-
base of some three hundred and fifty Iberian and Roman sites that could be loosely
classed as «urban». This built upon the records in ARQUEOS/SIPHA and drew
in additional published surveys and revisions that had not yet been incorporated.
These data were supplemented by further information derived from visits by pro-
ject members to a large number of these sites, particularly GPS derived site coordi-
nates, photographic records, assessment of vistas and inter-visibility, identifications

14
For example, SALAS ÁLVAREZ, J. (2002): 32ff.
15
BONSOR, G. & CLARK MAXWELL, W.G. (1931); HERNÁNDEZ DÍAZ, J. et alii (1951).
16
PONSICH, M. (1974, 1979, 1987 and 1991).
17
E.g. RUIZ DELGADO, M.M. (1985).
18
Summarized in ORDÓÑEZ, S. (2002).
19
SAÉZ, P. et alii (2004).
20
BELÉN, M. & LINEROS, R. (2001).
21
Most recently, SCHATTNER, T. (2003).
22
KEAY, S. et alii (2001).
23
CABALLOS RUFINO, A. et alii (2005).

308
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

of surface material etc. The end result of this was to produce an up-to-date database
for all three hundred and fifty urban sites in the study area. Entries for individual
sites were then augmented by a large amount of systematically collected epigraphic
evidence24, together with a patchwork of published reports about ceramics, sculptu-
re, coins and other material evidence, much of which had been studied for its own
intrinsic value, rather than for what it might tell us about the towns from which it
derived. All these site records, together with some 150,000 individual data records,
were then linked by means of a Geographical Information System (ESRI ArcGIS)
to vectorized digital cartography and aerial photography at scales of 1:5000 and 1:
10000.
All of the data described above were collected and recorded in such a way that
we have effectively re-contextualized «old» data in order to provide us with a broad
empirically-based framework for urban sites in the region. This has the key advan-
tage that it can be continually updated as new information for individual towns
comes to light. Data integration was fundamental to the success of this approach.
It has drawn extensively upon technologies aimed at minimising the generalisation
so often associated with such a synthetic approach. In particular it has explored
various «fuzzy» database techniques and attempted to define the semantics under-
lying the data when combined25. Thus, the realities of the record –its uncertainty,
variability and inconsistency– remain, without unduly limiting its potential role in a
synthetic approach.

2.2. Urban Chronologies

One of the biggest challenges was designing a method that would allow us to inte-
grate chronological evidence of different degrees of resolution. The chronological
terms used by different archaeologists varied both in terms of their internal consis-
tency –for example use of the competing terms «Late Empire» and «Late Roman»
to describe the same kinds of material on different sites– and in their integrity. In
many cases the original context of the dating source was unclear, giving rise to a
need for a subjective and objective assessment of which sources to trust, what infor-
mation to exclude and how to «weight» the value of various information sources.
Clearly, many chronological data do not support detailed scrutiny but it was vital
that the analyses that used them were qualified in terms of the circumstances of
their origin. Thus, the finished database accepts and combines four sources: (i)

24
GONZÁLEZ, J. (1989); CILA II.1; CILA II.2; CILA II.3; CILA II.4; STYLOW, A. (1995) and ID. et alii
(1998).
25
NICCOLUCCI, F. et alii (2001).

309
Simon Keay, Graeme Earl

«ascribed chronologies» where the chronology of a town has no clear empirical or


evidential support apart from the affirmation of a particular scholar, (ii) chronologi-
cal «arguments» where the dating is tied to some kind of material evidence relating
to a building(s) or the surface of the site, (iii) specifically dated ceramics, where it
is tied to published coins and other material from distinct parts or structures on the
site, and (iv) excavated sequences, in which there is clear evidence for the chrono-
logical development of a building or group of buildings within a town. The sig-
nificance of these can be adjusted, such that the presence of clearly dated, stratified
material counts more significantly than an unqualified «argument», and also makes
allowance for variation in the use of chronological terms in publications and other
factors. For the purposes of this paper and indeed for other forms of analyses, on the
basis of these four sources, all data and urban sites have been accommodated within
the broad chronological (as opposed to cultural) divisions of the Iberian (5th to late
3rd centuries BC –and corresponding to the Iron-Age), Roman Republican (late 3rd
to late 1st centuries BC), Early Imperial (late 1st century BC to late 2nd century AD)
and Mid Imperial (late 2nd to late 3rd centuries AD). Such four-fold classifications
are the result of a fluid process –they derive automatically from the data– rather
than a fixed generalisation. Crucially, this has allowed the project record for the
chronological development of urban sites to be made in a way that is consistent
with its published source(s), rather than having to reappraise all the archaeological
evidence prior to assimilating it into the project system. While this latter approach
would obviously be the ideal way forward, it clearly lies beyond the scope of this
project. One must however also add that a definitive analysis, integration and pre-
sentation of the dating evidence will only come with the final publication, and even
then given their genesis «definitive» will remain an inappropriate description for
such inherently «fuzzy» information.

2.3. Urban Hierarchies

There is little doubt that it would be tempting to use some of the above mentioned
data to create a settlement hierarchy. This is most frequently done on the basis of the
presence or absence of colonial or municipal status at individual towns at specific
periods. A disadvantage of this approach is that urban status tells us little in its own
right about the actual character of the town as a built environment susceptible to
archaeological analysis. The approach adopted by this project has been to produce
a set of data-sensitive regional urban hierarchies based on attributes and variables
that are used in subsequent network and other inter-site analyses. Rather than being
based upon pre-conceived hierarchies defined by historical/ epigraphic evidence or
summary archaeological analyses, these are fluid, synchronic hierarchies predicated

310
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

upon the presence and absence of the different known archaeological and historical
attributes used to define urban sites in the project, such as defences, public archi-
tecture, cemeteries, key classes of pottery, pottery kilns, visual prominence etc.,
as well as a consideration of the historical/ epigraphic evidence, for the Iberian,
Roman Republican, early Imperial, mid Imperial and late Imperial periods26. The
hierarchies draw upon the quantitative presence of a range of data at each of these
sites collected especially for this project by collaborators, all of whom are leading
scholars in their respective fields27. While they are thus limited by being dependant
upon data available at the current time, they can be updated as new material comes
to light.

3. The Characteristics of Iberian and Early Roman Towns in Central and


Western Baetica

3.1. Geography

The research area is focussed upon the middle and lower Guadalquivir valley and
its tributaries from approximately Almodóvar del Río (Córdoba) down to where
the mouth of the river flows into the Atlantic immediately to the north of Sanlúcar
de Barrameda (Cádiz) (Fig. 1). It was chosen so that it encompassed a full range
of geographical variation in the middle valley, whilst conforming to a notionally
contiguous landscape. Thus it includes the foothills of the Sierra Morena in the
north where land rises to c. 400m above sea level, the broad flood plain of the
Guadalquivir westwards from just to the east of its intersection with the Genil,
the very fertile soils of the Campiña lying to its south, and down to the Sierra de
Grazalema; to the south of Seville the lower Guadalquivir valley opens out to
encompass the flatter lands of the Marismas and anticipate the Atlantic coast. One
of the key characteristics of this region is its topography, which consists of very
extensive flat areas interspersed with low-lying hills and plateaux and facilitates
visibility over considerable distances –in some cases well over 60km. This area is
encompassed within the modern province of Sevilla, together with the western edge
of the Provincia de Córdoba, the northern fringe of the Provincia de Cádiz and the
eastern edge of the Provincia de Huelva.

26
KEAY, S. & EARL, G. (2006).
27
Antonio Caballos Rufino (Departamento de Historia Antigua, Universidad de Sevilla), José Beltrán Fortes
(Departamento de Prehistoria y Arqueologia, Universidad de Sevilla), Francisca Chaves Tristán (Departamento
de Prehistoria y Arqueologia, Universidad de Sevilla), Enrique Melchor (Departamento de Historia Antigua,
Universidad de Córdoba), Myriam Gordón (Departamento de Historia Antigua, Universidad de Sevilla) and
Urbano López (Departamento de Prehistoria y Arqueologia, Universidad de Sevilla).

311
Simon Keay, Graeme Earl

3.2. Urban development

It is generally understood that central and western Baetica were amongst the most
densely urbanised regions of the western Roman empire, excluding central Italy
and parts of north Africa. It is also assumed, although not demonstrated, that most
towns would have conformed to the Graeco-Roman understanding of a town in
which a single built-up political focus, with its walls, public buildings and houses,
was conceptually indivisible from its surrounding countryside and rural popula-
tion28. In spite of this, there has been a general tendency by archaeologists to focus
either upon the built-up areas of towns or swathes of rural settlement in isolation,
rather than looking at them together: this is an approach that may have its origins in
some scholars’ adopting the bias of the ancient sources and privileging the study of
towns per se. An opposite view is that in general ancient towns should not be iso-
lated from broader human settlement patterns in Mediterranean landscapes29.
Notwithstanding these considerations, the focus of this project is primarily
upon the built-up area of the towns themselves. This is because the archaeological
evidence for studying political, social and cultural connections between them was
largely created at, and displayed in, urban and not rural contexts30. The project has
also taken a holistic stance in its definition of what can be classed as urban, with a
view to incorporating as broad a range of settlements as possible. Thus sites selected
for analysis range from the largest centres upwards of sixty Hectares, like Italica,
down to much smaller settlements that in conventional hierarchies are too large to
be classed as farms or villas and which are as a consequence often referred to as
agglomerations. In this way, rather than seeking to explore the nature of urbanism
through the medium of pre-defined notions of what constitutes Iberian and Roman
towns, the project adopts a more fluid approach, defining a broad range of urban
characteristics at sites in the study area and then looks for inter-relationships and
the degree to which they changed through time.
Reconciliation of the Iberian and early Roman settlements encompassed within
the project (Fig. 2) with the communities named by the Greek and Roman authors
or with names recorded on epigraphic and numismatic sources is fraught with diffi-
culty31. Although a considerable number of them can thus be identified with known
ancient towns, the names of many others are unknown. This makes it difficult to

28
Some of the complex nuances of the archaeological and historical evidence for the organizational structure
of Roman towns in Iberia are discussed by BENDALA, M. (2003): 26ff. and LE ROUX, P. (1995): 79ff. amongst
others.
29
HORDERN, P. & PURCELL, N. (2000): 89ff.
30
Notwithstanding this – the relationship between urban and rural will be looked at in a future paper (KEAY,
S. & EARL, G. [2007a]).
31
See discussions of individual towns by STYLOW, A. (1995) and ID. et alii (1998); CABALLOS, A. (1996).

312
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

fully reconcile the archaeological remains of Roman towns with the places cited by
Strabo or in the lists of Pliny, or to understand the rationale behind which commu-
nities were mentioned and which were omitted.
The towns are distributed throughout the study area, including the low foothi-
lls of the Sierra Morena and the Sierra de Grazalema, although they are densest in
the rolling hills and plains of the Campiña lying to the south of the Guadalquivir.
Although the precise geographical limits of the conventus are elusive (see discus-
sion below on pp. 323ff), this area corresponds roughly to the area which is gene-
rally understood as lying within the Conventus Astigitanus, while the more sparsely
urbanised regions within the study area correspond to areas encompassed by the
Conventus Hispalensis and Cordubensis (between the foothills of the Sierra Morena
and the southern terrace of the Guadalquivir), and the Conventus Gaditanus (the
Sierra de Grazalema adjacent to the Marismas).
In general terms, the settlement pattern became established in the course of
the Iberian period (5th to later 3rd centuries BC) (Fig. 3) with settlements cluste-
ring away from the Guadalquivir and Genil rivers, across the Sevillan Campiña as
a whole. The key geographical locations, particularly elevated positions and rich
cultural sequences at Carmo (Carmona) in the north-west Sevillan Campiña, and
particularly Urso (Osuna) in the south-east Sevillan Campiña, suggest that these
were key centres at this time; other comparable centres of similar scale and impor-
tance are to be found beyond the study area to the east, at Colina de los Quemados
(Córdoba), Obulco (Porcuna) and Castulo (Linares). Furthermore, many Iberian
centres were provided with fortifications –a majority of which continued in use
through the Republican period down into the early Empire. This is somewhat of a
surprise since traditional studies have tended to imply that, with the obvious excep-
tion of Carmo, settlements along the Guadalquivir were the dominant urban centres
in the pre-Roman period, largely on the assumption that the river was the primary
economic focus of the region.
Within the later Iberian and Roman Republican periods, the urban settlement
pattern remains much the same (Fig. 3), particularly along the Guadalquivir and
Genil, with no evidence for any major transformation of the region by Carthage
or Rome, either in terms of new urban foundations or in the appearance of new
rural settlements32. The limited number of foundations that do take place, occur
on the richer soils of the middle Sevillan Campiña. All of this suggests that Rome

32
Notwithstanding the undoubted importance of the Carthaginian episode of the late third century BC in
southern Iberia (BENDALA, M. [2000]), as may be evidenced by defensive walls at Carmo that are tradition-
ally ascribed to the later 3rd century BC (but which probably date to the 1st century BC: see MORET, P. [1996]:
540ff.; SCHATTNER, T. [2005]: 81ff.), and occasional discoveries of Hispano-Carthaginian coins, specifically
Carthaginian cultural influence is not readily identifiable at many sites in the study area. This makes it difficult to
distinguish Carthaginian horizons from an Iberian cultural background.

313
Simon Keay, Graeme Earl

controlled the Iberian communities of the region by working through pre-existing


settlement patterns based around the dominant Iberian centres of Carmo and Urso.
Differences in the density of «urban» settlements (higher around Urso and lower
around Carmo), as well as differences in the range of material culture present at
the sites, such as the marginally greater number of 1st century BC/ 1st century AD
inscriptions at sites closer to Urso, highlight significant differences between them.
Whilst there is a broad continuity of Iberian urban settlement from the Republic
into the Early Imperial period, the distribution of urban settlements is still markedly
differentiated. The larger early imperial towns still tend to cluster within the Sevillan
Campiña away from the Guadalquivir and Genil (Figs. 4 and 5). However, the
coloniae of Hispalis and Astigi exhibit exceptionally good evidence for the «urban
attributes» that one would expect from major centres of Roman power (public archi-
tecture, well appointed private houses etc.), suggesting that Guadalquivir and the
Genil gained a degree of regional ascendancy that they had lacked in earlier periods
(Figs. 6 and 7). The establishment of the Via Augusta at the start of the early Imperial
period is fundamental to our understanding of these developments. This was a
new route of communication that linked the newly established coloniae at Astigi
and Hispalis with the provincial capital at Corduba (Córdoba), and Gades (Cádiz)
respectively33. It effectively marginalized Urso and incorporated Carmo in an alter-
native axis dependant upon Roman power focused at Hispalis and Astigi. In addition
to these changes, a number of Republican settlements of Iberian origin in the wes-
tern and central Sevillan Campiña were abandoned while several alternative centres
with no precedent were established in the central Sevillan Campiña, some of which
were newly fortified: there is as yet no obvious patterning to this. It is often assumed
that towns with the most Roman «urban» attributes were primarily those with privi-
leged status, particularly coloniae and municipia. However, a quantitative analysis
of the presence of the «urban» attributes that one would expect to find at such towns
across the region set against evidence for their legal status (Fig. 8) suggests that
whilst many privileged towns did indeed exhibit «urban» characteristics, others were
noticeable by their absence. Furthermore, there were quite a few settlements with
«urban» attributes and no evidence for privileged status.
Whilst it might be desirable to extend this kind of analysis to take urban terri-
tories into account, this is impossible within the constraints of this paper. Recent
years have seen a number of important studies that have focussed upon the terri-
tories of towns like Astigi34, Carmo35 and Urso36, with the main emphasis upon

33
SILLIÈRES, P. (1990).
34
DURÁN RECIO, V. & PADILLA MONGE, A. (1990).
35
AMORES CARREDANO, F. et alii (2001).
36
VARGAS JIMÉNEZ, J.M. & ROMO SALAS, A. (2002).

314
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

the patterns of settlement within them37. The extreme rarity of explicit epigraphic
evidence makes it very difficult to comment upon the extent and limits of urban
territories, apart from the obvious point that the greater the density of urban settle-
ment in a given region, the more likely they are to have had smaller territories.
One may note, however, the excellent recently published maps of the Conventus
Cordubensis and Conventus Astigitanus38. These adopt an intuitive approach based
upon the careful analysis of the historical and epigraphic evidence for boundaries
of all towns attested by historical or epigraphic sources, but also take geographical
issues into account. From a computational perspective whilst Cartesian systems of
locational analysis, such as derivations of Thiessen polygons, can be used as a gene-
ral guide, these only allow one to attribute given sites to territories in a notional
geometrical sense (Fig. 9)39. The limitation of this approach is that they effectively
ignore the geographical realities of the landscape and are thus of reduced analyti-
cal value. However, given the dispersed nature of much of the data considered in
this study it is imperative that some notional territory is defined in the case of each
site. We consider that topographic data and its products, such as Thiessen polygons,
visibility, apparent routes and connections, distributions of archaeological vari-
ables and so on, when used in combination and together with the approach adopted
by A. Stylow, can provide further insights. A combination of different approaches
offers the way forward with most potential. This is particularly significant given
the perceived conflict between scientific understandings of landscape seemingly
enforced by Geographic Information Systems and the worlds of place and expe-
rience so prevalent in contemporary archaeological writing. The place of an inte-
grated study such as this remains complex. One might argue40 that digital practice
and digital contexts have themselves a powerful influence on theory and hence the
interpretation of Roman Baetica, in addition to emerging from theories of Roman
use and definition of the landscape; in other words, as tools available within a given
theoretical milieu. The utility of a combined approach can perhaps best be exem-
plified by analysis of urban territories that integrates all these approaches (Fig.
10). Here one may explore the diversity of «territories» associated with the urban
centres considered by A. Stylow. It becomes apparent that territoriality is a func-
tion of many components, each of which has implications for the connectivity of
central and surrounding locations. The landscape can be seen as multifaceted, with
relationships between places ebbing and flowing not merely in time (which is a
highly significant benefit of such analyses) but also in terms of cost of travel, tan-

37
The papers in GUITART, J., PALET, J.M. & PREVOSTI, M. (2003) provide good comparative studies
from the coastal area of north-eastern Hispania Tarraconensis.
38
STYLOW, A. (1995) and STYLOW, A. et alii (1998).
39
In a GIS context see for example LOCK, G.R. & HARRIS, T.M. (1996).
40
Following ZUBROW, E. (2006).

315
Simon Keay, Graeme Earl

gible network factors such as rivers, visibility, similarity of urban material culture
assemblages, chronology and spatial patterning, topography including slope and
landscape character, and so on. The derivation of territories, whether epigraphically,
topographically, culturally or through some other means, is inevitably complex but
deserves to be explored more widely41.

4. Archaeological Evidence for Relationships between Towns

Connections that may have existed between Roman towns across the study area are
fundamental to defining the shape and structure of urban networks. Whilst it might
be argued that these can be intuitively inferred from some of the better published
maps of Roman Baetica42, these do not include all known urban settlement and do
not consider the geographical perspective in a rigorous way. They have been inves-
tigated in this project by means of network analysis, and examples of Geographic,
Derived and Weighted networks are developed to posit possible links between
towns in different locations across the study area.

4.1. Urban Location and Routes of Communication

In the first instance Geographic Networks have been used as a way of defining the
potential for interconnectivity between towns, thus providing spatial shape to the
site hierarchies created by the project and a background context for understanding
the relationship between and around the urban settlements. This paper will focus
upon relationships between towns and routes of communication in central and wes-
tern Baetica43. Here the technique works on the principle of using visual analysis
to understand the relationship of individual towns to a notional broader network
(topology) of towns as expressed in terms of the number of connections (degrees).
These are supported by a range of spatial statistics, including geographical (e.g. dis-
tance) and topological (e.g. degrees) components. Thus, here we consider two indi-
ces for analysing the spatial relationship of towns. The first of these is «Closeness»
which measures topological distance between towns and the degree to which each
is accessible to all the others in the network. The second index is «Betweenness»
which measures the probability of each town (node in network analysis parlance)

41
KEAY, S. & EARL, G. (2007): forthcoming.
42
Amongst the best are maps by SILLIÈRES, P. (1990): fig. 18; ALARCÃO, J. et alii (1995); ÁLVAREZ
MARTÍNEZ, J.M. et alii (2001); TALBERT, R. (2000): sheets 26 and 27, each with different strengths and weak-
nesses.
43
ISAKCSEN, L. (2005).

316
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

being passed by traffic travelling along the shortest route between two other towns
in the network. It thus provides an index of the importance of each town in the
sense of it having a higher degree of «control» over the network –or in transport
terms, its influence over the flow of traffic. The network analyses were conducted
using three approaches: the Pajek network analysis program, the ArcGIS Network
Analyst extension, and custom scripts, utilities and database routines developed by
the authors. Elaboration of the approaches used is explored elsewhere44 although it
is appropriate here to highlight the extent to which such analytical methods remain
under-developed and under-utilised, at least within an archaeological context, and
therefore require technical development.
Whilst the project is analysing these indices with respect to the study area
as a whole, looking at all towns and all known roads and itineraries, this paper
focuses upon two specific case studies. The first of these considers towns along the
rivers Guadalquivir and Genil. Since these two rivers are the main axes of natural
communication in the region it is easy to justify them as the geographic rationale
underlying a linear network. The results of the analysis (Chart 1 and Fig. 11) show
that in terms of «Closeness» all towns are relatively equally spaced and that it is
the towns towards the centre of the network (Axati, Arva, Canania, etc) that have
the higher values, while the conventus capitals of Hispalis and Astigi have nota-
bly lower values –i.e. they are about as far apart as possible. Similarly, in terms of
«Betweenness», it is smaller centres such as Axati, Arva and others which appear
to exercise the highest degree of «control» in this linear system, while Hispalis
and Astigi have the lowest. The second case study looks at the effect of adding
another linear network (Chart 2 and Fig. 12), this time along the Via Augusta, crea-
ting a multimodal network and incorporating a full range of towns along its length.
Analysis of the degree of «Closeness» and «Betweenness» for the Via Augusta
alone yields a similar result to the river system, with towns towards the centre of
network exhibiting prominence, while the Hispalis and Astigi have relatively low
values. However, when the «Closeness» and «Betweenness» for the rivers and the
Via Augusta are considered together as an integrated network, there is a significant
change in which Hispalis and Astigi have amongst the highest values. It seems
likely that this is because they act as interfaces between the fluvial and terrestrial
routes. Individuals using the road system had to pass through Hispalis and Astigi to
access the river and vice versa. They are also best placed to access (and be accessed
by) both those sites on the road, and those on the river45.
These results suggest that the nexus of road and river at Hispalis and Astigi
made them key points in the regional transportation network –and, in the course of

44
EARL, S. & KEAY, G. (2007).
45
ISAKCSEN, L. (2005): 42-5.

317
Simon Keay, Graeme Earl

the 1st century AD onwards, the obvious distributional nodes for the export of olive
oil exported in Dressel 20 amphorae produced at kilns across the area46, and precious
metals from the Sierra Morena to Rome47. This suggestion is further reinforced by
the well-known statements from ancient sources that sea-going ships moving up the
Guadalquivir from the Atlantic could go no further than Hispalis (STR., III 2.3),
while river barges moving up the Guadalquivir to the north of Hispalis and down
the Genil could go no further south than Astigi (PLIN., NH 3.12).

4.2. Inter-urban Visibility

In this second analysis, inter-urban visibility is used as a basis for suggesting the
existence of Derived Networks in central and western Baetica. This was undertaken
with a view to understanding the significance that visibility might have had in con-
tributing to the structuring of urban relationships in a region where long-distance
visibility is an important geographical characteristic. Networks of inter-visibility
were derived from computer-based analyses of regional topographic map cover-
ages, and involved the creation of cumulative viewsheds at varying spatial resolu-
tions. These have ranged from 10m to 50m, supported by additional probabilistic
and fuzzy viewsheds, including a random spread of initial viewer locations within
each proposed town area, and utilising other approaches to uncertainty that incor-
porate analyses in terms of view distance and direction, our own site survey results,
and other factors48. The ground-truthing of visibility analyses formed a significant
aspect of the fieldwork undertaken and has allowed for rigorous study informed
both by the analytical and subjective appraisal of visual territory and context.
Analysis was initially undertaken on a town by town basis for all the towns in
the study area, and it rapidly became clear that there were very marked differences
in the viewsheds of some centres like, for example, El Guijo (Écija), where the
more enclosed nature of the surrounding country meant that visibility of other settle-
ments was comparatively limited (Fig. 13), and Urso where the dominant position
of the town and the comparative openness of the surrounding landscape meant that
a far greater number were visible (Fig. 14). Once this analysis was completed for
all the known settlements within the study area to produce a cumulative viewshed,
it was clear that there were very significant differences in the degrees of visibility
from sites from one region to another. In particular, areas lying immediately to the

46
See for example REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1998).
47
See for example DOMERGUE, C. (1998).
48
ALLEN, K. et alii (1990); FISHER, P.F. (1994); WHEATLEY, D. & GILLINGS, M. (2002); ZHANG, J.
et alii (2002).

318
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

south of the foothills of the Sierra Morena, to the south of the Alcores and in the
eastern Sevillan Campiña were particularly marked (Fig. 15).
The significance of this becomes clearer when these relationships are
expressed in terms of the number of sites which can be seen from a particular
site and, in turn, the number of sites from which that site is visible (Fig. 16). The
interim results point to considerable differences across the study area. In essence,
however, it suggests that inter-urban visibility was primarily a characteristic of that
part of the Sevillan Campiña lying to the south of a line running approximately
from the Alcores to Écija, with most settlements being able to see and be seen by
others. Cases where settlements could see others, but otherwise remained invisible
on account of idiosyncracies in the landscape were rarer and primarily in the foot-
hills of the Sierra de Grazalema in the south-western Sevillan Campiña.
The reality of visibility in these contexts must not be forgotten. In our own and
in other studies it has been clear that distance plays a considerable role in the impact
any given visible site has on its neighbours49. It is for this reason that we have con-
sidered visibility of sites to be a more complex process than simply can or cannot
see50, and thus considered probability error surfaces, view distance and orientation.
The visual territory of an urban centre is thus not a discrete known but rather a
statistically defined function overlying the landscape. This enables comparisions
of patterns of visibility to be defined: where and how changes occur in the visual-
scape51. Such work is ongoing via a total viewshed52 produced for a small sample
area, and by the construction of hierarchies of visibility incorporating the full range
of analytical products available. For example, when the visibility characteristics are
translated into the maximum distance visible from each of these settlements (Fig.
17), it is noticeable that only a few would have been able to see neighbours at a
distance of less than c. 10km, and that most would have been much better able to
see settlements at a distance of between c. 20 and 50km. In these terms the greatest
visibility was primarily from the key centres of Carmo and Urso, in the west and
east Sevillan Campiña, as well as a number of lesser settlements on the periphery
of the study area, such as Carbula (Almodóvar del Río), Setefilla (Lora del Río),
Pancorvo and Cerro del Castillo (Gerena). In contrast to all of this, the lowest visi-
bility was in the depression between the foothills of the Sierra Morena and the
second terrace on the south side of the Guadalquivir.
In some ways these results complement the evidence from the analysis of
urban hierarchies, with high degrees of visibility emphasizing the regional pre-emi-

49
HIGUCHI, T. (1989).
50
GILLINGS, M. & WHEATLEY, D. (2002); LOCK, G. (2000).
51
LLOBERA, M. (2003).
52
ID. (2006).

319
Simon Keay, Graeme Earl

nence of such centres as Urso and Carmo. In other ways, however, they are coun-
ter-intuitive. Hispalis and Astigi, for example, have an extremely low visual profile.
Furthermore, inter-urban visibility in the central and eastern Campiña tends to privi-
lege more distant towns over closer towns, so that towns closer to dominant centres
tend not to be visible. One interpretation of this would be that it would have made
it harder for the two key Iberian and early Roman centres of this region, Urso and
Carmo, visually to monitor neighbouring settlements. Moreover, since the Campiña
was also so rich agriculturally, it is easy to see how it might have become an area of
contention between Urso and Carmo. One might also consider the impact of such
visibility patterns on broader notions of urban connectivity. For example, it is possi-
ble that the long distance views are a consequence of a highly demarcated, compart-
mentalised Roman landscape.

4.3. Social connections within the Region

Inter-urban relationships in central and western Baetica have been further studied in
this project by means of Weighted Networks. These are derived from archaeologi-
cal variables, such as Latin inscriptions, sculptures and locally minted bronze coins
specifically collated for the project and re-contextualized with the town from which
they derived. Since all towns have the same theoretical possibility of access to
these, their cumulative presence or absence at particular sites can be used as a way
of signalling connections between them and, may ultimately suggest the existence
of possible networks, identifiable to some degree by contemporaneous populations.
Underlying this is the assumption that these epigraphic components are symptoma-
tic of the movement of people and ideas between towns in the region.
One analysis focussed upon the distribution of alieni (incolae) recorded on
inscriptions at towns throughout the study area53. These account for only a tiny pro-
portion of all the inscriptions known from these settlements. In general the inscrip-
tions date to between the 1st and 3rd centuries AD, although most are of later 1st or
2nd century AD date. Table 1 shows the town where the inscription was found, its
date, the community from which the named individual originated: this was either
within Baetica, elsewhere in the Hispaniae, elsewhere in the Roman empire or
uncertain, together with its reference number54. This information has then been used
to postulate the existence of connections between the town from where named indi-
viduals originated and where they were commemorated, for whatever reason (Fig.

53
This excludes imperial officials present on official business.
54
This builds upon HALEY, E. (1991) but amends and updates his list in the light of the subsequent publica-
tion of CILA II.1, II.2, II.3, II.4 and CIL II2/7; the table was compiled with assistance of Myriam Gordón.

320
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

18). While the sample of inscriptions used in this analysis is relatively small, those
that are known suggest that there may have been a regionalization of relationships,
possibly with a greater tendency for links between towns in the Campiña than along
the Guadalquivir, even though the latter region tends to have larger epigraphic
assemblages than the former. Furthermore, communities in the west (such as Río
Tinto and Hispalis), centre (such as Celti and Oducia (Lora la Vieja)) and east (such
as Astigi, Urso and Olaura (El Hachillo) of the study area exhibit links primarily
with local communities, as well as beyond both the study area and the province
itself. The evidence from Hispalis, for example, points to connections to Salpensa
(El Casar), Conobaria (Cabezas de San Juan), Segovia (Isla del Castillo), Canania
(Alcolea del Río) and Ilipa (Alcalá del Río), while the only link back to Hispalis
was from Siarum (Torre de Águila). In numerical terms Hispalis and Astigi stand
out as the main poles of «attraction», further hinting at the regional importance
detected earlier.
A second analysis was undertaken to establish the geographical scale of urban
elite involvement in olive oil production in western and central Baetica (Fig. 19).
It would be difficult to overstate the importance of this kind of economic activity
in Roman Baetica. Archaeological research since the late 19th century down to the
present day has revealed up to 100 kilns producing the characteristic Dressel 20
amphorae55 along the Genil and the Guadalquivir between Corduba and Hispalis.
They transported locally produced olive oil down the Guadalquivir to Hispalis, and
then onwards to Gades, Rome and a range of sites across the Roman empire. The
analysis undertaken for this project consisted of relating individuals attested on
stone inscriptions from towns in the study area to abbreviated names that appear
on Dressel 20 amphora stamps. This is not a straightforward exercise since there
is considerable disagreement amongst specialists about the reliability of many pro-
posed reconciliations. For the purposes of this paper, therefore, the analysis has
only used the most unambiguous readings56.
A table of equivalence was produced to show links between the location of
the kiln of specific stamps and the town where the identified individual was located
on a stone inscription (Table 2). This evidence suggests that estates where olive oil
was produced57 were in the hands of elites based primarily in towns along the valley
itself, such as Arva (El Castillejo), Axati (Lora del Río), Celti (Peñaflor), Iporca

55
BONSOR, G. & CLARK MAXWELL, W.G. (1931); PONSICH, M. (1974, 1979, 1987 and 1991);
REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1998).
56
The references to stone inscriptions have been updated to take into account the publication of CILA and
CIL II 2; interpretation of the amphora stamps follow those of REMESAL RODRÍGUEZ, J. (1980), supplemented
by CHIC, G. (2001) and HALEY, E. (2003) when appropriate.
57
Which is one interpretation of the significance of the amphora stamps (REMESAL RODRÍGUEZ, J.
[1998]).

321
Simon Keay, Graeme Earl

(Constantina), Munigua (Castillo de Mulva), Oducia (Mesa de Lora), Orippo


(Torre de los Herberos), Osset (San Juan de Aznalfarache) and Segida Augurina
(La Saetilla). It should be noted, however, that the kilns producing the stamps rela-
ting to the individuals at these towns were not necessarily the most geographically
proximate: thus although there is a link between stamps from Malpica and the town
of Axati the latter is a considerable distance away, separated at least notionally by
an intervening town and its territory. It is noticeable that there is no evidence for
the involvement of individuals from towns from areas further afield, such as the
Sevillan Campiña. As an extension to our analysis of these kinds of issues, we are
beginning to consider these connections in the light of perceived road and riverine
networks in an attempt to tie the apparent connections to physical routes.

5. Discussion

This paper set out to look at the geographical contexts and spatial relationships of
Iberian and Roman towns in central and western Baetica. It has drawn upon syste-
matically collected data and analyses that have been undertaken in the context of a
Geographical Information System. In the first instance, it attempted to characterize
Iberian and early Roman towns on the basis of their location, geographical con-
text and the archaeological evidence for their development. It then looked at the
archaeological evidence for inter-urban relationships, specifically the relationship
between location and routes of communication, inter-urban visibility and social
connections between towns.
Taken together the evidence suggests that Rome was sufficiently aware of
the geographical realities of central and western Baetica and its own adminis-
trative needs to have substantially re-structured urban networks in the course of
the Republican and early imperial periods. Differences in regional topography
mean that as in antiquity the study area can be understood in terms of several
interrelated zones, including the foothills of the Sierra Morena and the middle
Guadalquivir valley, the Genil valley, the central and eastern Campiña, and the
lower Guadalquivir valley. Whilst there are few consistent differences in urban
location or topography across the zone, quite significant variations can be drawn
between the density of urban settlement and inter-urban visibility. Counter-intui-
tively, the Campiña stands out as the main area of settlement in the Iberian period,
with urban settlement tending to polarise around the dominant centres of Carmo
(Carmona), in the west, and Urso (Osuna) in the east. Differences in the density and
inter-visibility of settlements suggest that the latter may have been more loosely
structured than the former. Urban settlement along the Guadalquivir and Genil was

322
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

less intensive and with more limited visibility, suggesting the existence of less cen-
tralized control.
The Roman period saw these differences being subverted better to suit
Rome’s administrative and ideological needs. The major catalysts for change were
the foundation of coloniae at Hispalis (Seville) and Astigi (Écija). Both rapidly
became key nodes of communication with high degrees of «betweenness» because
they lay at the interface of the fluvial (Guadalquivir and Genil) and terrestrial (Via
Augusta) communication networks. The former had been an important centre at
a key trading nexus for the lower valley since the Late Bronze Age, and assumed
special importance in its rôle as a depôt for clearing the export of olive oil and pre-
cious metal exports to Rome in the early imperial period. The latter had little appa-
rent significance prior to Augustus, whilst its position at the limit of navigability
on the Genil provided it with an important economic advantage. It could also have
made sense in strategic terms. It was argued above on the basis of the characteris-
tic inter-urban visibility of towns in the eastern Sevillan Campiña, that Urso could
have played a monitoring role in the pre-Roman and Roman Republican periods.
After the Civil Wars of the mid 1st century BC, Astigi’s position on the Genil and
Via Augusta might have helped ensure that it carried out this role more efficiently
than Urso. These important developments make it easier to understand why the
chain of towns along the Guadalquivir and Genil seem to have gained prominen-
ce over centres in the Campiña –a development that can be gauged in terms of the
high tenor of urban attributes and urban status. These changes have significant
implications for urban settlement to the south of the Guadalquivir. Carmo is effec-
tively «neutralized» by being drawn into a new communication network that runs
across the northern part of the Campiña and connects two key centres of Roman
power, while Urso, with its new colonial foundation, is marginalized and beco-
ming a more regional node of communication in the south-east, closely connected
to Astigi and Ostippo, etc.
Whilst these developments take place within the constraints of the geographi-
cal realities of the region, they represent a manipulation by Rome of existing geo-
political relationships in order to create new hierarchies and networks. This implies
an implicit awareness of the geographical realities of southern Spain that may also
underlie some of the rationale behind the division of Baetica into its four conventus.
These were assize districts, an important feature of which would have been a capital
easily accessible from all the towns within each conventus. Our primary source for
these is, of course, provided by Pliny’s description of Baetica in his Naturalis histo-
ria (3.7-12,14 and 15)58. This was probably informed by official Roman administra-

58
Discussed by ALBERTINI, E. (1923), especially 85-7, and CORZO, R. & JIMÉNEZ, A. (1980), amongst
others.

323
Simon Keay, Graeme Earl

tive lists. Details about the conventus are somewhat obscured by the literary form of
Pliny’s presentation59, which may be best understood in terms of the Rome-centred
and imperialist rhetoric of the Naturalis historia as a whole60.
In any event, Pliny’s narrative suggests that the Conventus Cordubensis61 and
Hispalensis were articulated by the river Guadalquivir, encompassing communities
lying between the Sierra Morena and the south side of the Guadalquivir valley.
This is an area with a handful of sites exhibiting exceptional long distance visi-
bility (the Sierra Morena) and a larger number amongst whom inter-urban visibi-
lity was relatively limited (the valley itself) (see above, pp. 319). By contrast, the
Conventus Astigitanus62, which lay to the south of these conventus, had no major
and readily characterizable landscape features of note, apart from the river Genil
running in a north-westerly direction close to its western edge. The results of this
project from that part of the conventus that today falls within the central and eastern
Sevillan Campiña, suggest that its landscape was considerably different to that of
the Conventus Cordubensis and Hispalensis, and characterized by a high degree of
inter-urban visibility (see above pp. 320)63.
The network analyses introduced above give us some idea about the mecha-
nics of movement between the conventus capitals and other towns in their respec-
tive assize districts. The positions of Hispalis and Astigi at the nexus of the Via
Augusta and the Guadalquivir and Genil respectively ensured that they were key
nodes of communication, although it is unclear how far their foundation as coloniae
can be explained in terms of a conscious decision to create a regional network. It is
hoped that further analysis of the relationship between settlement location, commu-
nications and inter-urban visibility will further enhance our understanding of move-
ment across and between all three of these conventus.
Insufficient analysis of the Conventus Gaditanus has been undertaken in this
project to ascertain how far it can be characterized in terms of inter-urban visibili-
ty. However, the fact that it corresponded to the mountains and coasts of southern
Baetica again points to a geographical rationale. If the conventus divisions are in
any way related to the topographic properties of the landscapes which they encom-
passed, and if one accepts a relationship between these and the patterns of urban
settlement that have been explored above, it suggests that Roman administrators

59
MAYER, M. (1989): 326ff. See also papers by CORTIJO, M.ªL. and BELTRÁN LLORIS, F. in this volu-
me.
60
CAREY, S. (2003): 17-40, particularly 32ff.
61
STYLOW, A. (1995): XVII-XX and map analyzes the most recent epigraphic evidence.
62
ID. et alii (1998): XVII-XX and map analyzes the most recent epigraphic evidence.
63
See also comments by CORTIJO, M.ªL. in this volume about significant differences between the structure
of the Conventus Astigitanus, and the Conventus Hispalensis and Cordubensis.

324
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

were effectively formalizing a reality that they encountered on the ground, and that
conventus divisions were not imposed in a random manner.
Against this background, the analysis of epigraphic evidence for connections
between towns on the basis of the presence of aliens or incolae points to a predo-
minately localized movement of people. Similarly, a comparison of the stone ins-
criptions from towns in the province and stamps on Dressel 20 olive oil amphorae
suggests that production of olive oil was primarily undertaken by local elites in the
Guadalquivir valley, on estates close to their towns. Incomplete though it is, this evi-
dence tends to suggest that whilst major rivers like the Guadalquivir and Genil, and
major roads like the Via Augusta undoubtedly promoted long-distance movement
across Baetica, the primary sphere of every-day activity was at the local or regional
level. This suggests that whilst major routes of communication undoubtedly played
their role in the movement of key traded goods and official business, there would
have been a more indirect capillary movement of ideas and information would have
moved from one community to the next.
All of this leads one to believe that the geographical realities in which urban
communities were situated have important implications for our understanding of
Roman Baetica. Differing degrees of access and inter-urban visibility were key
factors in ensuring that connectivity played an important role in the way that the
provincial landscape was used and negotiated by its inhabitants. This could have
important consequences for our understanding of the movement of the fashions
and styles that are visible in the archaeological record of towns in Baetica, and
which played an important role in cultural change during the Republican and early
Imperial periods.

325
Table 1 Presence of alieni at towns within study Area

326
Town where inscription was found Community from which Individual Originated
Modern Name Ancient name Date Region Town Comments Ref.
This link is not
Alcala del Río Ilipa Magna Late Second Century AD Beyond Roma CILA II.1, 294
shown on Fig.18
Alcolea del Río Canama Late First to Early Second Century AD Baetica Patriciensis CILA II.1, 237
Simon Keay, Graeme Earl

C(colonorum)
Almodovar del Río Carbula Second Century AD Baetica c(coloniae) CIL II 2/7, 730
P(atriciae)
Aparicio El Grande Late Second to Early Third Century AD Baetica Ventipponens[is] CIL II 2/5, 1006
Arcos de la Frontera Unknown Baetica Astigitanus? Haley, 1991: 305
Aroche Arucci Unknown Hispania Arabrigensis Haley, 1991: 213
Interamicus ex
Aroche Arucci Unknown Hispania Haley 1991: 212
(castello)
Aroche Arucci Unknown Hispania Turobricesis Haley, 1991: 214
Carmona Carmo Late Second to Early Third Century AD Uncertain [---]diens(is) CILA II.3, 874
Cerro de las Cabezas Pagem
Late Republican to Early Empire Baetica Singili CIL II 2/5, 1135
(Osuna) Singiliensem?
Cerro del Pascualejo
Unknown Baetica [Obu]l[c]ulens(is) CIL II 2/5, 1133
(Ecija)
Constantina Iporca Second Half of Second Century AD Baetica Naevensis CILA II.4, 1049
[…Co]l(oniae).
Dehesa del Santo Mons Mariorum Unknown Hispania Aug(ustae). CILA II.4, 1042
Eme[ritae..]
Écija Astigi Early to Mid Second Century AD Baetica Emerit(ensis) CILA II.3, 745
Écija Astigi Late First to Early Second Century AD Uncertain Onicitanus CIL II 2/5, 1184
Écija Astigi Late Second to Early Third Century AD Baetica Anticariensis CIL II 2/5, 1185
Écija Astigi Late Second to Early Third Century AD Baetica Carulensis CIL II 2/5, 1187
Écija Astigi Late Second to Early Third Century AD Baetica Nescanie(n)sis CIL II 2/5, 1186
Écija Astigi Unknown Hispania Clun(iensis) CILA II.3, 703
[Lucurgenti..] Iuli
El Casar Salpensa Second Century AD Baetica CILA II.3, 967
G(eni)?
El Castillejo Arva Unknown Uncertain Bedul(ensis) CILA II.1, 250
El Castillejo Arva Unknown Baetica M[uniguensis]? CILA II.1, 227
Ilien[sium
El Gandul Irippo? Unknown Baetica CILA II.3, 916
Il]ipensium
El Gandul Irippo? Unknown Baetica Lucurgent(inus) CILA II.3, 920
El Hachillo Olaura Late Second to Early Third Century AD Baetica [O]stip(ponensis) CIL II 2/5, 942
El Hachillo Olaura Mid Second to Early Third Century AD Baetica [V]entipp(onensis) CIL II 2/5, 945
El Hachillo Olaura Unknown Baetica [O]stipp(onensis) CIL II 2/5, 940
Ermita de San Sixto Unknown Uncertain Lac(…) Haley, 1991: 215
Estepa Ostippo Early to Mid Third Century AD Baetica Cordubensis CIL II 2/5, 966
Estepa Ostippo Late First to Early Second Century AD Uncertain Cedripponensis CIL II 2/5, 988
Estepa Ostippo Third Century AD Baetica Italicens[is] CIL II 2/5, 916
Itálica Italica Late First to Early Second Century AD Hispania Salac(e)nsis CILA II.2, 467
Italicensis origine
Itálica Italica Unknown Baetica CILA II.2, 478
Seriensis
La Rambla Unknown Baetica Muniguensium CIL II 2/3, 523
Las Cabezas de San
Conobaria Unknown Baetica Hisp[alensis] Patron of Hispalis CILA II.3, 992
Juan
Lora del Rio Axati Third Century AD Baetica Patriciensi CILA II.1, 207
Lora La Vieja Oducia Second to Third Century AD Baetica [A]xati CIL II 2/5, 1331
? Baegensi,
Los Baldíos Irni Late First to Second Century AD Hispania Two individuals CILA II.4, 1203
Cembricinus
Late First Century BC to Mid First
Niebla Ilipula Uncertain Al[…]iiensis CILA I, 73
Century AD

327
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...
Town where inscription was found Community from which Individual Originated

328
Modern Name Ancient Name Date Region Town Comments Ref.
Late First Century BC to Mid First Bedonie(n)si;
Niebla Ilipula Hispania Two individuals CILA I, 72
Century AD Limicus
Osuna Urso Late Second to Early Third Century AD Beyond Graccur(i)ta[nus.. CIL II 2/5, 1038
Osuna Urso Unknown Baetica [As]ticitan[a..] CIL II 2/5, 1082
Location
unknown but in
Simon Keay, Graeme Earl

Osuna Urso Second to Third Century AD Baetica Tispitana CIL II 2/5, 1029
the vicinity of
Urso?
Location
unknown but in
Osuna Urso Second to Third Century AD Baetica Tispitana CIL II 2/5, 1039
the vicinity of
Urso?
Peñaflor Celti Mid Second Century AD Baetica Ita[licensis] CIL II 2/4, Unpubl
Peñaflor Celti Third Century AD Baetica Detumonen[s() HEp 10, 537
Peñaflor Celti Mid to Late Second Century AD Baetica Patriciensis HEp 10, 536
Río Tinto Early to Mid First Century AD Hispania Emeritensis CILA I, 37
Río Tinto Late Republican Uncertain b]rigensis HEp 3, 221
Río Tinto Second Century AD Hispania Novaugustana CILA I, 39
Río Tinto Second Century AD Hispania Oli[siponen]sis CILA I, 44
Río Tinto Second Century AD Hispania Olisip(onensis) CILA I, 38
Río Tinto Unknown Uncertain ]pensis CILA I, 45
Río Tinto Unknown Hispania T]alabrig(ensis) CILA I, 40
Río Tinto Unknown Hispania Talabrig(ensis) CILA I, 33
Santaella Mid First Century AD Baetica Aug(usta) Fir(ma) Astigi CIL II 2/5, 1284
Segoviensis…
Sevilla Hispalis Early to Mid Second Century AD Baetica CILA II.1, 4
Naevens(ium)
Ilurconensis idem
Sevilla Hispalis Early to Mid Second Century AD Baetica CILA II.1, 59
Patriciensis
Sevilla Hispalis Unknown Baetica Patriciensis CILA II.1, 72
Sevilla Hispalis Unknown Baetica [Il]ipnes[is?] CILA II.1 38
Cananienses, Erected by
Sevilla Hispalis Unknown Baetica Oducienses et Lyntrarii of all CILA II.1, 32
Naevenses three towns
Sevilla Hispalis Unknown Baetica Conobariens(is) HEp 4, 829
I]lurcon[ensi..]
Sevilla Hispalis Unknown Baetica Obulci[tano..] Bronze Fragment HEp 4, 828
Istu[rgi..]
Sevilla Hispalis Unknown Baetica [Salpen]sana CILA II.1, 122
[Col]onia Ro[mula
Torre del Águila Siarum Second Century AD Baetica CILA II.3, 963
Hispalis]

329
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...
Table 2 Links between individuals named in abbreviated form on stamps from known Dr. 20 amphora kilns and inscriptions from neighbouring towns

330
Source for Individual Mentioned on
Kiln Site Stamp Expansion Town Reference Date
Equivalence Inscription
Azanaque-
L.AE.OP.COL L.Aelius Optatus Chic, 2005: 215 Peñaflor (Celti) Q. Aelius Optatus CILA II.1, 168 Second Century AD
Castillejo
Q AE OPCOL Q.Aelius Optatus
La Catria Q.AE.O.POR Q.Aelius Optatus Chic, 2001: 188 Peñaflor (Celti) Q, Aelius Opatus CILA II.1, 168 Second Century AD
Simon Keay, Graeme Earl

El Judío Q.AE.OPCO Q.Aelius Optatus Chic, 2001: 216 Peñaflor (Celti) Q. Aelius Optatus CILA II.1, 168 Second Century AD
M(arcus) Aem(ilius) Aelia Rustici (filia) Late First to Late
Arva M.AEM.RUS Chic, 2001: 231 Peñaflor (Celti) CILA II.1, 165
Rus(ticus?) Artemisia Second Century AD
La Saetilla (Segida First to Second
Aemilia c.f. Rustica CIL II 2/5, 1319
Augurina) Century AD
Q(uinti) F(lavii) Lora La Vieja 5 Late Second to Mid
La Catria QFF Haley, 2003: 155 Lucius Flavius Flavianus CIL II 2/ , 1342
F(laviani) (Oducia) Third Century AD
P(ortus) Q(uinti) Lora La Vieja Late Second to Mid
La Catria PQFLFL Chic, 2001: 189 Lucius Flavius Flavianus CIL II 2/5, 1342
FL(avii) FL(aviani) (Oducia) Third Century AD
Q. Fulvius Q. Fulvi Attiani
Q(uintus) F(ulvius) f(ilius) Q. Fulvi Rustici Early Second
Penaflor Q.F.C. Haley, 2003: 156 El Castillejo (Arva) CILA II.1, 224
C(arisianus) n(epos) Gal(eria tribu) Century AD
Carisianus
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
Q.I.AL Chic, 2001: 118 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
C.I.A Chic, 2001: 118 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
CIALB Haley, 2003: 158 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir Haley, 2003: 158; C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
CIVENALBEP Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Chic, 2001: 116 Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
Q.I.C.SEG Haley, 2003: 158 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
Q.I.M. Haley, 2003: 158 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
Q.I.MF Haley, 2003: 158 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Casilla de C. Iuventius C.F. Quir C. Iuventius C.F. Quir Mid to Late Second
QIMFN Haley, 2003: 158 Lora del Río (Axati) CILA II.1, 206
Malpica Albinus Albinus Century AD
Cazalla de la Sierra
(Possible site of
L. Sergius Aelius
estate [Chic, 1992: L. Sergius Aelius Rusticus Early to Late
Not Known L.S.A.R. Rusticus Quir(ina Haley, 2003: 161 CILA II.4, 1049
15-16] – while Quir(ina tribu) Second Century AD
tribu)
Naeva (Cantillana)
was his home town
Guadajoz,
Remesal
Adelfa,
Rodríguez, 1980:
Juan Barba II SER Lucius Servilius Pollio Mulva (Munigua) L. Servilius Pollio CILA II.4, 1052 AD 79
142-4; Haley,
& Villar
2003: 161-2.
Tesoro
Guadajoz,
Remesal
Adelfa,
Rodríguez, 1980:
Juan Barba LSPBOEQ Lucius Servilius Pollio Mulva (Munigua) L. Servilius Pollio CILA II.4, 1052 AD 79
142-3; Chic, 2001:
& Villar
260.
Tesoro
Guadajoz,
Adelfa, Remesal, 1980:
Juan Barba MSP Marcus Servilius Pollio 142-4; Chic, 2001: Mulva (Munigua) L. Servilius Pollio CILA II.4, 1052 AD 79
& Villar 263.
Tesoro
Molino de
Early to Mid Second
la Peña de la MEGN M(arcus) Egn(atius).. Haley, 2003: 164 El Castillejo (Arva) Marcus Egnatius Venustus CILA II.1, 223
Century AD
Sal (Arva)
Torre de los Mid First Century
L. Egnatius…. CILA II.2, 601
Herberos (Orippo) AD
Tobalina Oraa, Constantina Late Second
Las Sesenta Q.C.CL Q. Cornelius Clemens Cornelia Clemens CILA II.4, 1047
2003: 103-4 (Iporca) Century AD
Tobalina Oraa, Constantina Late Second
Las Sesenta Q.C.CLE. Q. Cornelius Clemens Cornelia Clemens CILA II.4, 1047
2003: 103-4 (Iporca) Century AD

331
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...
Source for Individual Mentioned on

332
Kiln Site Stamp Expansion Town Reference Date
Equivalence Inscription
Tobalina Oraa, Constantina Late Second
Las Sesenta Q.CO.CLE. Q. Cornelius Clemens Cornelia Clemens CILA II.4, 1047
2003: 103-4 (Iporca) Century AD
Tobalina Oraa, Constantina Late Second
Las Sesenta Q.C.C. Q. Cornelius Clemens Cornelia Clemens CILA II.4, 1047
2003: 103-4 (Iporca) Century AD
Tobalina Oraa, Constantina Late Second
Las Sesenta Q.C.C.F. Q. Cornelius Clemens Cornelia Clemens CILA II.4, 1047
2003: 103-4 (Iporca) Century AD
Simon Keay, Graeme Earl

San Juan de
Tobalina Oraa, Caballos, 1990:
La Catria SISEN Aznalfarache Mummii Sisennae Second Century AD
2003: 105 236-9
(Osset)
or Seville (Hispalis)
Q(uintus) Ant(istius) Tobalina Oraa, Caballos, 1990:
La Catria Q.ANT.R Córdoba (Corduba)? Quintus Antistius Rusticus First Century AD
R(usticus) ? 2003: 105 70-71
Chart 1. Network topological statistics for the Riverine network

333
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...
334
Simon Keay, Graeme Earl

Chart 2. Network topological statistics for the multi-modal Riverine and Via Augusta network
335
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

Figure 1. Urban sites in their topographic context


336
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 2. Urban sites, including those associated with known Latin names
337
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

Figure 3. Periods of urban development –Iberian; Iberian continuing; Republican


338
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 4. Urban sites indicating their relative sizes in hectares overlain on modern Terminos Municipales
339
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

Figure 5. Periods of urban development –Early imperial and Iberian and Rpublican continuing into the Imperial period
340
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 6. Legal status of urban sites


341
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

Figure 7. Periodization of urban development with evidence for urban attributes


342
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 8. Comparitive analysis of urban attributes and urban legal status


Figure 9. A Thiessen polygon map of the study area as a way of illustrating of how geometric territories can be created when based

343
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

solely on relative locations of urban sites


344
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 10. An example of how spatial and other data can be integrated in the creation of multiple «territories» in the western conventus
astigitanus. It includes territores defined on the basis of epigraphic and other data (STYLOW, 1995; STYLOW, et al 1998)
345
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

Figure 11. Riverine network indicating navigable portions of the rivers Genil and Guadalquivir
346
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 12. Multimodal network incorporating the Via Augusta and the navigable rivers Genil and Guadalquivir; a multimodal
network allows for transhipment between road and river and vice versa
Figure 13. The urban site identified at El Guijo; analytical viewshed derived from viewing points randomly distributed within the

347
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

proposed urban area indicating areas of the surrounding landscape visible from El Guijo
348
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 14. The urban site of Urso; analytical viewshed derived from viewing points randomly distributed within the proposed urban area
indicating areas of the surrounding landscape visible from Urso
349
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

Figure 15. A cumulative viewshed of the overall study area indicating areas of the landscape visible to one or more urban sites
350
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 16. Non-reciprocal intervisibility of urban sites across the study area; comparison of sites that are visible to others and which can in turn see
sites. This incorporated the data from Fig 15 but was calibrated by visits to many of the sites to ground-truth the computer-predicted visibility
Figure 17. Lines of sight between urban sites; lines indicate maximum distance visible; derived from 50m viewshed derived probabilistically using

351
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

+/- 5m error surface


352
Simon Keay, Graeme Earl

Figure 18. Connections implied in data concerning alieni; links created between ascribed locations of inscriptions and origins of the
individuals to which they refer
Figure 19. Connections implied in amphora stamps; sample area with suggested links between individuals named in abbreviated form on

353
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

stamps from known Dr. 20 amphora kilns and inscriptions from neighbouring towns
Simon Keay, Graeme Earl

REFERENCES

ALARCÃO, J. de, et alii, (1995): Tabula Imperii Romani. Hoja J-29: Lisboa. Emerita, Scallabis, Pax
Iulia, Gades, Madrid: Instituto Geográfico Nacional & CSIC.
ALBERTINI, E., (1923): Les divisions administratives de l’Espagne romaine, Paris.
ALLEN, K., (1990) «Modelling early historic trade in the eastern Great Lakes using geographic in-
formation», in K.M.S. Allen, S.W. Green & E.B.W. Zubrow (edd.), Interpreting space: GIS and
archaeology, London: Taylor & Francis, pp. 319-29.
ALLEN, K., GREEN, S. & ZUBROW, E., edd., (1990): Interpreting space: GIS and archaeology,
London: Taylor & Francis.
ÁLVAREZ MARTÍNEZ, J.M. et alii, (2000): Tabula Imperii Romani. Hoja J-30: Valencia. Corduba,
Hispalis, Carthago-Nova, Astigi, Madrid: Instituto Geográfico Nacional & CSIC.
AMORES CARREDANO, F., RODRÍGUEZ-BOBADA Y GIL, M.C. & SÁEZ FERNÁNDEZ, P.,
(2001): «La organización y explotación del territorio de Carmo», in A. Caballos Rufino (ed.), Ac-
tas del II Congreso de Historia de Carmona. Carmona Romana, Sevilla: Universidad de Sevilla,
pp. 413-46.
BELÉN, M. & LINEROS, R., (2001), «15 años de arqueología en Carmona,» in A. Caballos Rufino
(ed.), Actas del II Congreso de Historia de Carmona. Carmona Romana, Sevilla: Universidad de
Sevilla, pp. 109-33.
BENDALA, M., (2000): «Panorama arqueológico de la Hispania Púnica a partir de la época Bárqui-
da», in M.ªPaz García-Bellido & L. Callegarin (edd.), Los Cartagineses y la monetización del Me-
diterráneo occidental. Anejos de AEspA XXII, Madrid, pp. 75-88.
— (2003), «De Iberia in Hispaniam: El fenómeno urbano», in L. Abad Casal (ed.), De Iberia in His-
paniam. La Adaptación de las sociedades ibéricas a los modelos romanos, Alicante: Universidad
de Alicante, pp. 17-35.
BONSOR, G. & CLARK MAXWELL, W.G., (1931): An Archaeological Expedition along the Guadal-
quivir (1899-1901), New York.
BRODERSON, K., (2001): «The Presentation of Geographical Knowledge for Travel and Transport in
the Roman Empire. Itineraria non tantum adnotata sed etiam picta», in C. Adams & R. Laurence
(edd.), Travel and Geography in the Roman Empire, London: Routledge, pp. 7-21.
CABALLOS RUFINO, A., (1990): Los senadores hispanorromanos y la romanización de Hispania
(siglos I-III). I. Prosopografía, Écija: Gráficas Sol.
— (1996): «Testimonios recientes con referencia a municipios», in E. Ortiz de Urbina & J. Santos
(edd.), Teoría y práctica del ordenamiento municipal en Hispania. Revisiones de Historia Antigua
II, Vitoria/Gasteiz, pp. 175-210.
CAREY, S., (2003): Pliny’s Catalogue of Culture. Art and Empire in the Natural History. Oxford Stu-
dies in Ancient Culture and Representation, Oxford University Press: Oxford.
CHIC GARCÍA, G., (2001): Datos para un estudio socioeconómico de la Bética. Marcas de alfar sobre
ánforas olearias, (2 vols), Écija.
CIL II 2/5 = STYLOW, A. (1995).

354
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

CIL II 2/7 = STYLOW, A. et alii (1998).


CILA I = GONZÁLEZ, J., (1989): Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía, Volumen I: Huelva,
Sevilla: Consejería de Cultura.
CILA II.1 = GONZÁLEZ, J., (1991a): Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía. Volumen II: Se-
villa. Tomo I. La Vega (Hispalis), Sevilla: Consejería de Cultura.
CILA II.2 = GONZÁLEZ, J., (1991b): Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía. Volumen II: Se-
villa. Tomo I1. La Vega (Italica), Sevilla: Consejería de Cultura.
CILA II.3 = GONZÁLEZ, J., (1996a): Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía. Volumen II: Se-
villa. Tomo II1. La Campiña, Sevilla: Consejería de Cultura.
CILA II.4 = GONZÁLEZ, J., (1996b), Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía. Volumen II: Se-
villa. Tomo IV. El Aljarafe, Sierra Norte, Sierra Sur, Sevilla: Consejeria de Cultura.
CORZO, R. & JIMÉNEZ, A., (1980): «Organización territorial de le Bética», Archivo Español de Ar-
queología 53: 21-48.
DOMERGUE, C., (1998): «A View of Baetica’s External Comerse in the 1st C. A.D. based on its trade
in Metals», in S. Keay (ed.), The Archaeology of Early Roman Baetica. Journal of Roman Ar-
chaeology. Supplement Twenty Nine, Portsmouth, R.I., pp. 209-15.
DURÁN RECIO, V. & PADILLA MONGE, A., (1990): Evolución del poblamiento antiguo en el ter-
mino municipal de Écija, Écija: Gráficas Sol.
EARL, G. & KEAY, S., (2007): «Network Analysis in Roman Baetica: the Urban Connectivity in
Southern Spanish Roman Towns Project», in G. Clarke (ed.), Proceedings of the Computer Appli-
cations and Quantitative Methods in Archaeology Conference, Fargo ND 2006, in prep.
FISHER, P.F., (1994): «Probable and fuzzy concepts of the uncertain viewshed», in M. Worboys (ed.),
Innovations in GIS 1, London: Taylor & Francis, pp. 161-75.
FRACHETTI, M., (2006): «Digital archaeology and the scalar structure of pastoral landscapes: mode-
ling mobile societies of prehistoric Central Asia», in T. Evans & P. Daly (edd.), Digital archaeolo-
gy: bridging method and theory, London: Routledge, pp. 128-147.
GUITART, J., PALET, J.M. & PREVOSTI, M., (2003): Territoris antics a la Mediterrània i a la Cos-
setània oriental. Actes del Simposi Internacional del Baix Penedès. El Vendrell, del 8 al 10 de
Novembre de 2001, Barcelona: Generalitat de Catalunya.
HERNÁNDEZ DÍAZ, J., SANCHO CORBACHO, A. & COLLANTES DE TERÁN, F., (1951): Catá-
logo arqueológico y artístico de la provincia de Sevilla, Sevilla: Diputación de Sevilla.
HALEY, E., (1991): Migration and Economy in Roman Imperial Spain. Aurea Saecula 5, Barcelona:
Universitat de Barcelona.
— (2003): Baetica Felix. People and Prosperity in Southern Spain from Caesar to Septimius Severus,
Texas: University of Austin Press.
ISAKSEN, L., (2005): Network Analysis of Transport Vectors in Roman Baetica. Unpublished MSc
Dissertation, University of Southampton.
HIGUCHI, T., (1989): The Visual and Spatial Structure of Landscapes, Cambridge, (Ma): MIT Press.
HORDERN, P. & PURCELL, N., (2000): The Corrupting Sea. A Study of Mediterranean History,
Oxford: Blackwell.

355
Simon Keay, Graeme Earl

KEAY, S., (2006): «Reflections on the Epigraphy of Roman Celti», in M. Mayer & J. Velaza (edd.),
XII Congressus Internationalis Epigraphiae Graecae et Latinae, Barcelona, 3-8/IX/2002, forthco-
ming.
KEAY, S., CREIGHTON, J. & REMESAL RODRÍGUEZ, J., (2001): Celti (Peñaflor). La Arqueología
de una Ciudad Hispanorromana en la Baetica: Prospecciones y Excavaciones 1987-1992. Ar-
queología Monografías 12, Sevilla: Consejería de Cultura.
KEAY, S. & EARL, G., (2006): «Inscriptions and Social Networks in western Baetica», in A. Sartori &
A. Valvo, (edd.) Hiberia Italia-Italia Hiberia. Atti del Convegno Internazionale di studi. Gargnano
di Garda 2005, Cisalpino: Istituto Editoriale Universitario, pp. 269-90.
— (2007): «Towns, Territories and Epigraphy in Central Baetica» in A. Stylow (ed.) Aufkommen, Ent-
wicklung und Transformation des epigraphic habit in den hispanischen Provinzen. Kolloquium,
Münich, forthcoming.
— (2007a) «Urban and rural settlement in central Baetica: new approaches to archaeological distinc-
tions», in Coloquio internacional sobre Sistemas de Información Geográfica en la Arqueología.
Mérida. Noviembre de 2007.
— (2007/2008): Social and Cultural Integration in Early Roman Baetica: The Urban Perspective,
forthcoming.
KEAY, S., WHEATLEY, D.W. & POPPY, S., (2001): «The territory of Carmona during the Turdetanian
and Roman periods: some preliminary notes about visibility and urban location, in A. Caballos Ru-
fino (ed.), Carmona romana. Actas del II Congreso de Historia de Carmona, Sevilla: Universidad
de Sevilla, pp. 397-409.
LE ROUX, P., (1995): Romains d’Espagne. Cités et politique dans les provinces. IIe siècle av. J.-C. –IIIe
siècle ap. J. J.-C., Paris: Armand Colin.
— (2006): «L’invention de la province romaine d’Espagne Citérieure de 197» a.C. à Agrippa, in G.
Cruz Andreotti, P. Le Roux & P. Moret (edd.), La invención de una geografía de la península ibé-
rica. I. La época republicana, Málaga-Madrid: Servicio de Publicaciones Centro de Ediciones de
la Diputación de Málaga/Casa de Velázquez, pp. 117-34.
LLOBERA, M., (2003): «Extending GIS based analysis: the concept of visualscape», International
Journal of Geographic Information Science 1 (17): 25-48.
— (2006): «What you see is what you get? Visualscapes, visual genesis and hierarchy», in T. Evans & P.
Daly (edd.), Digital archaeology: bridging method and theory, London: Routledge, pp. 148-167
LOCK, G., ed., (2000): Beyond the map: archaeology and spatial technologies. NATO Science Series
A: Life Sciences, Amsterdam: IOS Press.
LOCK, G.R. & HARRIS, T.M., (1996): «Danebury revisited: an English Iron Age hillfort in a digital
landscape», in M. Aldenderfer and H.D.G. Maschner (edd.), Anthropology, Space, and Geogra-
phic Information Systems, Oxford, pp. 214-40.
MACKIE, Q., (2001): Settlement Archaeology in a Fjordland Archipelago: Network Analysis, Social
Practice and the Built Environment of Western Vancouver Island, British Columbia, Canada since
2,000 BP. BAR International Series S926, Oxford: Archaeopress.

356
STRUCTURING OF THE PROVINCIAL LANDSCAPE...

MAYER, M., (1989): «Plinio el Viejo y las ciudades de la Baetica. Aproximación a un estado actual
del problema», in J. González (ed.), Estudios sobre Urso. Colonia Iulia Genetiva, Sevilla: Alfar,
pp. 303-33.
MORET, P., (1996): Les fortifications ibériques, de la fin de l’Âge du Bronze à la conquête romaines,
Madrid: Casa de Velázquez.
NICCOLUCCI, F., D’ANDREA, A. & CRESCIOLI, M., (2001) «Archaeological Applications of
Fuzzy Databases», in Z. Stançiç & T. Veljanovski (edd.) Proceedings of the 28th CAA confe-
rence held at Ljubljana, Slovenia, 18-21 April 2000. BAR International Series 931, Oxford: Ar-
chaeopress, pp. 107-116.
NICOLET, Cl., (1991): Space, Geography and Politics in the Early Roman Empire, Michigan: The
University of Michigan Press.
ORDÓÑEZ, S., (2002): «Sevilla romana», in M. Valor Piechotta (ed.), Edades de Sevilla. Hispalis,
Isbiliya, Sevilla, Sevilla: Ayuntamiento de Sevilla, pp. 11-38.
PONSICH, M., (1974): Implantation rurale antique sur le bas-Guadalquivir, vol. I, Madrid: Casa de
Velázquez.
— (1979): Implantation rurale antique sur le bas-Guadalquivir, vol. II, Madrid: Casa de Velázquez.
— (1987): Implantation rurale antique sur le bas-Guadalquivir, vol. III, Madrid: Casa de Velázquez.
— (1991): Implantation rurale antique sur le bas-Guadalquivir, vol. IV, Madrid: Casa de Velázquez.
REMESAL RODRÍGUEZ, J., (1980): «Reflejos económicos y sociales en la producción de ánforas
olearias béticas (Dr.20)», in J.M. Blázquez (ed.), I Congreso internacional sobre producción y co-
mercio en la antigüedad, Madrid: Universidad Complutense de Madrid, pp. 15-131.
— (1998): «Baetican olive oil and the Roman economy», in S. Keay (ed.), The Archaeology of Early
Roman Baetica. Journal of Roman Archaeology. Supplementary Series Number Twenty-Nine, Por-
tsmouth R.I., pp. 183-99.
RUIZ DELGADO, M.M., (1985): Carta arqueológica de la campiña sevillana. Zona Sureste I, Sevilla:
Universidad de Sevilla.
SÁEZ FERNÁNDEZ, P., ORDÓÑEZ AGULLA, S., GARCÍA VARGAS, E. & GARCÍA DILS, S.,
(2004): Carta Arqueológica Municipal. Écija. 1: La ciudad. Arqueología Monografías, Sevilla:
Consejería de Cultura.
SALAS ÁLVAREZ, J., (2002): Imagen historiográfica de la antigua Vrso (Osuna, Sevilla), Sevilla:
Diputación de Sevilla.
SALWAY, B., (2001): «Travel, itineraria and tabellaria», in C. Adams & R. Laurence (edd.), Travel and
Geography in the Roman Empire, London: Routledge, pp. 22-66.
SCHATTNER, T., (2005): «La Puerta de Sevilla en Carmona y otras puertas romanas en la Península
Ibérica», Romula 4: 67-98.
SILLIÈRES, P., (1991): Les voies de communication de l’Hispanie méridionale, Paris: Boccard.
STYLOW, A.U., (1995): Corpus Inscriptionum Latinarum. Volumen Secundum. Inscriptiones Hispa-
niae Latinae. Pars VII. Conventus Cordubensis (CIL II2/7), Berlin: De Gruyter.
— et alii, (1998): Corpus Inscriptionum Latinarum. Volumen Secundum. Inscriptiones Hispaniae La-
tinae. Pars VII. Conventus Astigitanus (CIL II2/5), Berlin: De Gruyter.

357
Simon Keay, Graeme Earl

STYLOW, A.U., (1998): «The beginnings of Latin epigraphy in Baetica. The case of the funerary ins-
criptions», in S. Keay (ed.), The Archaeology of Early Roman Baetica. Journal of Roman Archaeo-
logy Supplementary Series Number Twenty Nine, Portsmouth, R.I., pp. 109-22.
TALBERT, R., (2000): Barrington Atlas of the Greek and Roman World, Princeton & Oxford: Princeton
University Press.
TOBALINA ORAA, E., (2003): «Bases económicas y relaciones sociales de un clan hispano: los Ster-
tinii», in C. Castillo García, J.F. Rodríguez Neila & F.J. Navarro (edd.), Sociedad y economía en el
occidente romano, Pamplona: Universidad de Navarra, pp. 91-109.
VARGAS JIMÉNEZ, J.M. & ROMO SALAS, A., (2002): «El territorio de Osuna en la Antigüedad», in F.
Chaves Tristán (ed.), Urso. A la búsqueda de su pasado, Osuna: Diputación de Sevilla, pp. 147-86.
WASSERMAN, S. & FAUST, K., (1994): Social network analysis: methods and applications, Cam-
bridge: Cambridge University Press.
WHEATLEY, D. & GILLINGS, M., (2002): Spatial Technology and Archaeology, London: Taylor &
Francis.
ZHANG, J., GOODCHILD, M. & ZHANG, Z., (2002): Uncertainty in Geographical Information, Lon-
don: Taylor & Francis.
ZUBROW, E., (2006): «Digital archaeology: a historical context», in T. Evans & P. Daly (edd.), Digital
archaeology: bridging method and theory, London: Routledge, pp. 10-31.

358
A MODO DE RECAPITULACIÓN

FRANCISCO BELTRÁN LLORIS


Universidad de Zaragoza
Grupo de Investigación Hiberus

Si es cierto que la conquista romana de la Península Ibérica hizo posible construir


una representación geográfica –aunque fragmentaria y parcial– de las regiones cen-
trales y occidentales de Hispania, casi desconocidas previamente para el mundo
clásico, no lo es menos que, a la inversa, el papel desempeñado por la ciencia geo-
gráfica helenística en el avance de las legiones romanas parece haber sido mínimo.
Ésta fue una de las conclusiones fundamentales alcanzadas en la reunión celebrada
en la Casa de Velázquez durante marzo de 2005, como colofón de la cual los organi-
zadores del coloquio concluían que, durante el período republicano, la construcción
de la imagen de Hispania apenas superó lo que cabría denominar una proto-inven-
ción romana de los espacios peninsulares1.
Si para las centurias anteriores a la Era hemos de conformarnos con las noti-
cias dispersas que los geógrafos de época imperial recogen sobre los tratados de sus
predecesores, a cambio durante los dos primeros siglos de la Era, pese a la pérdida
de una parte considerable de la literatura del período, contamos con una serie de
obras conservadas íntegramente que permiten reflexionar sobre la representación
de Hispania que la geografía de la época estaba elaborando, gracias a los escritos
ante todo de Estrabón, Plinio, Mela y Ptolomeo. El estudio de estos cuatro auto-
res constituyó uno de los principales centros de atención de la segunda reunión en
torno a La invención de una geografía de la Península Ibérica, celebrada de nuevo
en la Casa de Velázquez durante los días 3 y 4 de abril de 2006 bajo la dirección de
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux y Pierre Moret.

1
G. Cruz Andreotti, P. Le Roux y P. Moret, «Presentación» en La invención de una geografía de la
Península Ibérica. I. La época republicana, Málaga-Madrid 2006, p. 7.

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 359-363.
359
Francisco Beltrán Lloris

Como puso de manifiesto Pascal Arnaud en la conferencia de apertura y ahora


en el primer estudio de la presente obra, la geografía de época imperial se carac-
teriza por no suponer una ruptura respecto de la ciencia de época helenística, sino
por moverse entre la tradición y la innovación, terreno este último en el que des-
taca ante todo el interés renovado que la sociedad romana muestra por los saberes
geográficos. Un interés que, sin duda, se percibe ya con claridad en el entorno de
Augusto –empezando desde luego por la figura de Agripa– que no ignoraba, obvia-
mente, las ventajas que el conocimiento geográfico suponía para el control de los
territorios del Imperio, pero que era compartido por amplios sectores de las elites
sociales, para cuya formación intelectual, como creía Estrabón, constituían un ele-
mento fundamental. Un interés al que sin duda contribuyó la idea de que los límites
del mundo habitado habían quedado ya desvelados casi por completo durante los
primeros decenios del Principado, delimitando un espacio que debía ser organizado
científicamente. Aunque la geografía de época imperial diste mucho de ser un mero
útil al servicio de la administración, como en ocasiones se ha pretendido, es eviden-
te que la nueva realidad imperial ejerció sobre ella una profunda influencia, impo-
niendo nuevas delimitaciones acordes con los límites provinciales, aprovechando
–como hace sobre todo Plinio– la información generada por la propia administra-
ción e incorporando a unos saberes construidos desde el mar (como eran básica-
mente los helenísticos) la nueva dimensión continental que aportaba el Imperio,
plasmada sobre todo en los itinerarios difundidos en el tránsito del siglo I al II d. E.,
de los que tanto uso hizo por ejemplo Ptolomeo, de manera que las medidas de todo
género pasaron a convertirse en un rasgo característico de la geografía imperial.
Desde esta perspectiva resulta obvio que la representación geográfica de la ecú-
mene a modo de inventario del mundo se convirtió en una realidad innegable del
período imperial, pero concebido más como un conjunto de corografías que como
una construcción global.
La reflexión sobre el tratamiento de Hispania que ofrecen las obras de
Estrabón, Plinio, Mela y Ptolomeo, por mucho que compartan un fondo de conoci-
mientos más o menos común, muestra la diversidad de tradiciones, aproximaciones
y propósitos de la ciencia geográfica de época imperial, estudiada en esta obra a tra-
vés de una serie de parejas de contribuciones que alternan una visión de conjunto y
un análisis más específico de la Península Ibérica.
En lo que respecta a la descripción de Hispania elaborada por Estrabón, más
allá de la conocida dialéctica entre civilización y barbarie, Francesco Prontera indi-
vidualiza como principales ámbitos de interés del erudito de Amasia la etnografía
y la archaiologia, además de la geografía en general, y señala cómo para organizar
la articulación del interior peninsular recurre al empleo de montañas y ríos como
«elementos diagramáticos» –según la atinada expresión de Myres–, caso de los ríos
atlánticos, y en particular de las cordilleras de la Orospeda y la Idúbeda, a los que

360
A MODO DE RECAPITULACIÓN

agrega las etnias, aspecto este último en el que, a propósito de la Turdetania, incide
en su contribución Gonzalo Cruz Andreotti.
A este mismo asunto se aproxima Patrick Counillon desde una perspectiva
distinta, intentando establecer la imagen de Iberia que obtendría el lector de la
geografía estraboniana. Desde su punto de vista el de Amasia divide la penínsu-
la en tres grandes ámbitos –Turdetania, Lusitania y el resto de Hispania– que, en
parte por falta de información, resultan deficientemente integrados a través de otras
áreas intermedias, definidas como scorie du travail chorographique. En cualquier
caso, esos tres espacios principales sirven en realidad a Estrabón como marco para
ordenar una serie de noticias misceláneas de carácter enciclopédico que son las que
caracterizan su aproximación geográfica.
El segundo autor examinado es Plinio el Viejo, en cuya geografía reconoce
Giusto Traina la clave de toda la Naturalis historia, alimentada en buena parte por
los grandes descubrimientos que tanto en áreas marginales del entorno mediterráneo
como en la ecúmene en general se llevan a cabo durante los primeros decenios del
Principado, a menudo de la mano de senadores y caballeros romanos cuyos infor-
mes recoge el enciclopedista. La atención de Plinio se centra en la organización
administrativa del Imperio, como ya señalara Prontera, de manera que el resultado
de su trabajo presenta el aspecto de lo que cabría denominar una «geografía roma-
nizada» alimentada por la búsqueda de la exhaustividad.
Francisco Beltrán Lloris reivindica la labor geográfica de Plinio e intenta desen-
trañar la estructura de las tres descripciones provinciales –Bética, Tarraconense y
Lusitania–, diferentes entre sí, pero que se sitúan entre las más claras, articuladas,
precisas y amplias de los libros geográficos. En ellas combina la perspectiva hodo-
lógica tradicional, propia del periplo, con la cartográfica, concediendo prioridad a
la información política y haciendo patente el elevado grado de integración política
de las Hispanias merced al simple procedimiento de enumerar los nombres de colo-
nias y municipios junto con sus sonoros cognomenta latinos en sus listas de loco-
rum nuda nomina.
En cuanto a Pomponio Mela, Piergiorgio Parroni, subraya cómo pese al origen
hispano del autor, la Península Ibérica no recibe en su obra –un periplo de corte tra-
dicional– un tratamiento privilegiado, salvo en pequeños detalles locales relaciona-
dos con su patria chica. No obstante, muestra un nivel de actualización superior al de
otras regiones del Imperio para las que la información que suministra se encuentra
más anticuada, por más que no falten anacronismos como la vinculación de Asturia
y Galaecia a Lusitania, y lleva a cabo un repaso de los topónimos que desgrana en su
periplo, señalando el carácter de citación única que muchos de ellos tienen.
La última obra geográfica objeto de estudio es la de Ptolomeo, de la que
Didier Marcotte subraya la orientación matemática y cartográfica –tan diferente de
las anteriores– y estudia detenidamente su método y características en lo tocante al

361
Francisco Beltrán Lloris

tipo de proyección adoptada, la forma de expresar las coordenadas y otras particu-


laridades. Subraya la abundancia de información de la que dispone para Hispania y
la orientación corográfica y regional de la obra, en la que recurre básicamente a ele-
mentos geográficos y étnicos para articular la descripción.
Muy distinta es la aproximación de Juan Luis García Alonso que hace hinca-
pié en la vertiente lingüística de los topónimos recogidos por Ptolomeo y en sus
aportaciones potenciales para el establecimiento del texto del geógrafo alejandrino.
Sus estudios de caso ponen de manifiesto la posible identidad céltica de una serie
de nombres de lugar y de pueblo enclavados en áreas peninsulares cuya celticidad
no es habitualmente admitida.
Como complemento a las visiones literarias de Estrabón, Plinio, Mela y
Ptolomeo, los dos siguientes trabajos prospectan un terreno poco frecuentado en los
estudios geográficos, pero de indudable interés: las aportaciones de la epigrafía.
Joaquín Gómez-Pantoja centra su atención en la contribución de las inscrip-
ciones a la reconstrucción del paisaje físico y humano de las regiones centrales de
la antigua Hispania. Particularmente indaga en la capacidad de las fuentes epigrá-
ficas para ampliar nuestros conocimientos geográficos, en problemas como el que
plantean las ciudades homónimas –caso por ejemplo de Segobriga–, los emigran-
tes o bien los itinerarios epigráficos como la inscripción de Valencia, los vasos de
Vicarello o las tablas de Astorga.
Patrick Le Roux, por su parte, insiste en las aportaciones de la epigrafía al
conocimiento geográfico de Hispania identificando topónimos antiguos o infor-
mando sobre lugares desconocidos por las fuentes literarias, y desgrana la rica
información que suministran las diferentes categorías de epígrafes. Tal es el caso de
epitafios, inscripciones municipales, miliarios, tituli picti anfóricos, textos relativos
a soldados o a miembros de los ordines superiores, referencias a conuentus y pro-
vincias…, concluyendo con el apunte de qué tipo de identidades –municipal, hispa-
na, provincial, étnica– reflejan.
El último bloque de contribuciones versa sobre un estudio de caso, la Bética, a
propósito de la cual se presentan tres reflexiones de muy diferente carácter. Gonzalo
Cruz Andreotti examina la descripción estraboniana de la región como ejemplo de
una «geografía de la civilización» en la que destaca el protagonismo romano por
su capacidad tanto de estructurar el territorio como de introducirlo en el curso de
la historia y, sobre todo, la importancia de los turdetanos como etnia integradora
de ese territorio, como elemento aglutinante del mismo, a través de una comunidad
enraizada en el pasado, definida por una lengua, una cultura y tradiciones propias,
consolidada al calor de la prosperidad romana y afincada en un territorio homogé-
neo y privilegiado.
M.ª Luisa Cortijo Cerezo centra la atención en los conuentus iuridici de los que
estudia tanto su papel articulador en la descripción pliniana de la Bética como la fun-

362
A MODO DE RECAPITULACIÓN

ción administrativa que estas circunscripciones desempeñan en la provincia a través


sobre todo de sus capitales, de las que examina otras posibles atribuciones al margen
de la judicial y su emplazamiento en la red viaria. Asimismo, reflexiona acerca de la
emergencia de una nueva fundación, Astigi, frente a los otros tres centros conventua-
les afirmados ya durante el período republicano: Corduba, Hispalis y Gades.
Por último Simon Keay y Graeme Earl centran la atención en las relaciones
que se establecen entre las ciudades y su entorno desde la perspectiva de lo que se
ha dado en denominar inter-connectivity, recurriendo a una base de datos informáti-
ca relativa a las tierras centrales y occidentales de la Bética, a partir de la cual perci-
ben como Roma crea una nueva realidad geográfica actuando sobre la preexistente
y adaptándola a sus necesidades administrativas. La revisión de aspectos como la
ubicación, la importancia relativa, la viabilidad o la evolución cronológica les per-
miten postular una emergencia durante el principado de las ciudades ribereñas del
Guadalquivir, gracias a la complementariedad de rutas fluviales y terrestres, frente
al previo predominio de las situadas en la Campiña.

Estrabón, Plinio, Mela y Ptolomeo representan personalidades, tradiciones, méto-


dos, estadios de conocimiento y propósitos diferentes que aconsejan hablar no tanto
de una geografía de época imperial, sino de geografías de época imperial, marca-
das en unos casos por las preocupaciones culturales y antropológicas, y en otros por
las políticas, basadas en la vieja tradición hodológica del periplo o bien en la astro-
nomía y en la matemática orientadas a la confección de mapas. En todos los casos,
sin embargo, la realidad del Imperio Romano se impone sobre estas representacio-
nes geográficas que recogen, junto al acerbo de datos reunido por la geografía hele-
nística, los conocimientos resultantes de una expansión de Roma que parecía a los
coetáneos haber alcanzado casi los límites de la ecúmene y que invitaba a realizar
un inventario del mundo. En lo que a la Península Ibérica se refiere, la incorpora-
ción al Imperio hizo de ella un espacio bien documentado y plenamente integrado
en la romanidad hasta el punto, por ejemplo, de imponerse las divisiones provincia-
les como criterios de articulación de un espacio, Hispania, al que fue precisamente
Roma quien le dio su personalidad.
La necesidad de examinar con detalle la estructura interna de cada una de las
descripciones, una línea de trabajo no demasiado practicada en los últimos tiempos,
es otra de las conclusiones que, a mi juicio, se desprenden del coloquio y la obra
resultante, y la única vía para comprender cabalmente cada una de esas obras geo-
gráficas, pero confrontando esas representaciones del espacio con las informaciones
que se derivan de otras fuentes de información y disciplinas como la lingüística, la
epigrafía o la arqueología que permiten precisar los realia, por decirlo en términos
filológicos, sobre los que se inventaron esas geografías de la Península Ibérica.

363
RESÚMENES Y PALABRAS CLAVE DE LAS
CONTRIBUCIONES
(por orden alfabético)

RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS


(par ordre alphabétique)

Pascal ARNAUD. Introduction: la géographie romaine impériale, entre tradition et innovation pp. 13-46

Résumé: La géographie impériale est moins bien connue que l’on pourrait le croire. L’érudition
souligne généralement son côté novateur. Elle présente pourtant un caractère très conservateur sur
lequel cet article entend mettre l’accent. Les critères de validation du vrai reposent essentiellement
sur un argument d’autorité : autorité de la tradition ou autorité politique. Ce critère donne les clés
à la fois de l’innovation et du conservatisme d’une géographie impériale qui paraît plus diversifiée
que la tendance fréquente à la réduire à un modèle unique ne laissent d’ordinaire imaginer. La
géographie augustéenne apparaît comme le fruit d’une évolution plus que d’une révolution. Elle
témoigne d’un intérêt croissant des élites qui paraît être l’un des traits les plus novateurs d’une géo-
graphie impériale marquée par la chorographie et prompte à intégrer les données nouvelles issues
de la conquête. Il explique l’important développement de relations de voyages généralement mal
intégrées à l’édifice des connaissances. La place des contemporains d’Auguste, et d’Agrippa en par-
ticulier, dans les citations de Pline, reflète sans doute plus un choix idéologique de l’encyclopédiste
que la notoriété réelle de ces auteurs. La contribution des documents administratifs à la construction
d’une image cohérente du monde est l’objet d’un jugement nuancé. Le recours systématique aux iti-
néraires, qui avait des précédents avant l’empire, n’est sans doute pas antérieur à l’époque flavienne
et ne laisse pas de traces nettes chez Agrippa. La création d’un véritable corpus itinéraire, au plus
tard au IIe s., débouche pourtant sur de nouvelles formes de représentation de l’espace et sur une
forme de saturation documentaire.

Mots clés: Géographie. Cartographie. Itinéraires. Exploration. Pline. Agrippa. Ptolémée. Pomponius
Mela. Isidore de Charax. Varron Atacinus. Juba de Maurétanie.

Resumen: La geografía imperial es peor conocida de lo que parece. Aunque la tradición erudita
suele recalcar sus aspectos innovadores, presenta un carácter muy conservador, sobre lo que este
trabajo quiere insistir. Los criterios de validación de lo verdadero descansan fundamentalmente en
un criterio de autoridad: autoridad de la tradición o de la política. Este criterio nos da la clave tanto
de la innovación como del conservadurismo de una geografía imperial que se revela más diversi-

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 365-374.

365
RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS

ficada de lo que transmite una visión reductora a un modelo único. La geografía augustea aparece,
por tanto, como el resultado de una evolución más que de una revolución, reflejando un interés
creciente de las elites, lo que parece ser uno de los aspectos más innovadores de una geografía im-
perial marcada por la corografía y propensa a incorporar la información generada por la conquista.
Este interés explica el importante desarrollo de los relatos de viajes que encajan mal en la estruc-
tura clásica de los saberes. El lugar ocupado por los contemporáneos de Augusto, particularmente
Agripa, en las citas de Plinio, refleja probablemente una postura ideológica del enciclopedista más
que la notoriedad real de esos autores. La contribución de los documentos administrativos a la
construcción de una imagen coherente del mundo debe ser matizada. La utilización sistemática de
los itinerarios, aunque tiene algún precedente antes del Imperio, no es anterior a la época flavia y no
parece haber dejado rastros en la obra de Agripa. La creación de un auténtico corpus de itinerarios,
como más tarde en el siglo II, entraña nuevas formas de representación del espacio, en las que se
llega a una especie de saturación informativa.

Palabras clave: Geografía. Cartografía. Itinerarios. Exploración. Plinio. Agrippa. Ptolomeo. Pom-
ponio Mela. Isidoro de Cavax. Varrón Atacino. Juba de Mauritania.

Francisco BELTRÁN LLORIS. Locorum nuda nomina? La estructura de la descripción


pliniana de Hispania pp. 115-160

Resumen: El propósito de este artículo es reivindicar la labor geográfica de Plinio y poner de ma-
nifiesto la estructura de las tres descripciones provinciales dedicadas a Hispania, que, sin duda, se
cuentan entre las más claras, articuladas, precisas y amplias de los libros geográficos.

Palabras clave: Plinio el Viejo. Naturalis historia. Geografía. Hispania

Résumé: Cet article consacré à l’œuvre géographique de Pline l’Ancien, analyse la structure des
trois descriptions de provinces qui concernent l’Hispanie. Elles comptent parmi les descriptions les
plus claires, les plus précises, les plus développées et les mieux articulées des livres géographiques
de Pline.

Mots clés: Pline l’Ancien. Histoire naturelle. Géographie. Hispanie.

Abstract: This paper aims to revindicate the work of Pliny the Elder as geographer and to show the
structure of the three provincial descriptions devoted by him to Spain, which are certainly among
the most clear, organized, precise and long of his whole geography.

Keywords: Pliny the Elder. Naturalis historia. Geography. Hispania.

M.ª Luisa CORTIJO CEREZO. El papel del conventus iuridicus en la descripción geográfica
de Plinio el Viejo. El caso bético pp. 271-304

Resumen: Hemos intentado paliar la escasez de datos que las fuentes nos han dejado sobre los con-
ventus iuridici en la Bética realizando un estudio comparativo con las demás provincias que adop-
tan esta estructura, resaltando las peculiaridades de esta provincia, sobre todo en relación con las
otras hispanas. Centrándonos en el caso bético, hemos rastreado la evolución de Corduba, Hispalis,
Gades y Astigi antes de convertirse en capitales conventuales, las funciones que se desarrollarían

366
RESÚMENES Y PALABRAS CLAVE DE LAS CONTRIBUCIONES

en los conventus y la estructuración de la red viaria (facilidad de acceso a la capital), prestando un


especial interés al caso astigitano.

Palabras clave: Hispania. Baetica. Conventus.

Résumé: Nous avons essayé de pallier la rareté des sources disponibles sur les conventus iuridici
de la Bétique en réalisant une étude comparative avec les autres provinces qui ont adopté cette
organisation, en soulignant les particularités de cette province, surtout par rapport aux autres pro-
vinces hispaniques. En nous concentrant sur le cas de la Bétique, nous avons étudié l’évolution de
Corduba, Hispalis, Gades et Astigi avant qu’elles ne deviennent des capitales de conventus, les
fonctions qui incombaient aux conventus et la structuration du réseau viaire (facilité d’accès à la
capitale), en nous penchant surtout sur le cas d’Astigi.

Mots clés: Hispania. Baetica. Conventus.

Abstract: We have tried to make up for the scarcity of facts that sources give us about the conven-
tus iuridicus in the Baetica region by carrying out a comparative study with other provinces that
shared this type of administrative structure. In this way we have underlined the peculiar aspects of
this region when compared to other Spanish regions under the Romans. Focusing on the Baetica
region, we have traced the evolution of Corduba, Hispalis, Gades and Astigi before they became
administrative capitals, investigated the functions of the conventus and the structuring of the road
network (ease of access to the capital), placing special emphasis on the case of Astigi.

Keywords: Hispania. Baetica. Conventus.

Patrick COUNILLON. La représentation de l’espace et la description géographique


dans le livre III de la Géographie de Strabon pp. 65-80

Résumé: Certains passages du livre III construisent pour le lecteur une collection de cartes mentales
de la péninsule Ibérique, ce qui ne va pas sans contradictions et approximations. L’analyse des procé-
dés de construction de ces passages mis en relation avec ceux du reste du livre, amène à s’interroger
sur ce qu’est pour Strabon l’espace géographique, et plus généralement la Géographie.

Mots clés: Strabon. Péninsule Ibérique. Géographie. Cartographie.

Resumen: Algunos pasajes del libro III construyen para el lector una colección de mapas mentales de
la Península Ibérica, lo que no se desarrolla sin contradicciones y aproximaciones. El análisis de los
procesos de construcción de estos pasajes puestos en relación con la totalidad del libro, nos ayuda a
interrogarnos sobre lo que es para Estrabón el espacio geográfico, y más generalmente Geografía.

Palabras clave: Estrabón. Península Ibérica. Geografía. Cartografía.

Abstract: Some parts of the Book III of Strabo’s Geography are devoted to the construction of an
imagery of the Iberian Peninsula. His approach entails contradictions and approximations. When
we analyse how his devices and the organization of Book III interact, we wonder what Strabo
means by geographic space and more generally what his conception of geography is.

Keywords: Strabo. Iberian Peninsula. Geography. Cartography.

367
RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS

Gonzalo CRUZ ANDREOTTI. Acerca de Estrabón y la Turdetania-Bética pp. 251-270

Resumen: Estrabón presenta una Turdetania plenamente integrada en los esquemas históricos
clásicos de civilidad y cultura mediterránea. Etnia y ciudad, en este modelo, son elementos irrem-
plazables sin las que el progreso auspiciado por las nuevas condiciones impulsadas por Roma no
hubiera sido posible. Elabora, por tanto, una geografía particular dirigida, quizá, a unos provincia-
les necesitados de una nueva identidad y un nuevo pasado.

Palabras clave: Estrabón. Turdetania. Bética. Identidad.

Résumé: Strabon présente une Turdétanie pleinement intégrée dans les schémas classiques de la
civilisation et de la culture méditerranéennes. Dans ce modèle, l’ethnie et la cité sont des éléments
essentiels qui rendent possible le développement de la province, dans le contexte favorable créé
par la domination romaine. Strabon élabore ainsi une géographie orientée, qui répond peut-être à la
demande de provinciaux soucieux de se doter d’une nouvelle identité et d’un nouveau passé.

Mots clés: Strabon. Turdétanie. Bétique. Identité.

José Luis GARCÍA ALONSO. La geografía de Ptolomeo y el corpus toponímico


y etnonímico de Hispania pp. 173-193

Resumen: En este trabajo se señala la relevancia que la obra de Claudio Ptolomeo tiene para el
mejor conocimiento de las lenguas indígenas de la Península Ibérica en la Antigüedad. Se inserta
al geógrafo en su contexto científico, en relación con las ciencias geográfico-astronómicas de su
tiempo, y se resalta la relevancia de sus mapas, de sus coordenadas y, de modo especial, su corpus
toponímico y etnonímico. En relación con éste, se hace hincapié en las dificultades, y a la vez
posibles beneficios, de una edición científica de la obra. Los nombres propios se convierten en
argumentos centrales en la discusión acerca de las lenguas habladas en las distintas regiones penin-
sulares debido a que, aparte de pequeños núcleos en la Península con epigrafía en lenguas indígenas
(generalmente, además, escasa), tenemos una larga serie de pueblos, de regiones enteras, ágrafos.
Poseemos sólo nombres: de persona, de lugar, étnicos, teónimos. Aunque siempre es difícil valorar
la información lingüística que encierran, el propósito principal del presente trabajo es mostrar los
procedimientos seguidos por los lingüistas en este sentido.

Palabras clave: Geografía antigua. Claudio Ptolomeo. Lenguas antiguas de Hispania. Toponimia.
Etnonimia.

Résumé: Ce travail a pour objet les informations de première importance l’œuvre de Claude
Ptolémée apporte à la connaissance des langues indigènes antiques de la péninsule Ibérique. Ce
géographe est replacé dans son contexte scientifique, en relation avec la science géographique et
astronomique de son temps, et on souligne l’importance de ses cartes, de son système de coordon-
nées et, plus particulièrement, de son corpus toponymique et ethnonymique. De ce point de vue,
on signale les difficultés, et en même temps les bénéfices possibles, d’une édition scientifique de
l’œuvre. Les noms propres jouent un rôle majeur dans le débat concernant les aires géographiques
des langues parlées dans la péninsule, étant donné qu’à l’exception d’une zone limitée où existe
une épigraphie non latine (d’ailleurs généralement réduite), de nombreuses régions n’ont pas connu
l’écriture. Les seuls témoins de leur langue sont donc les noms : noms de personnes, de lieux, de
peuples ou de dieux. Il est vrai que l’information linguistique qu’ils peuvent procurer est difficile à

368
RESÚMENES Y PALABRAS CLAVE DE LAS CONTRIBUCIONES

évaluer, mais, précisément, le propos principal de ce travail est de présenter les procédures suivis
par les linguistes à cet effet.

Mots clés: Géographie ancienne. Ptolémée. Langues anciennes de l’Hispanie. Toponymie. Ethno-
nymie.

Abstract: In this paper, I try to stress the importance that Claudius Ptolemy’s work has for a better
understanding of the languages spoken in the Iberian Peninsula in Antiquity. This work is adequate-
ly inserted in his scientific context, in relation with the geographic-astronomic sciences of his time.
The paper pays attention as well to the importance of his maps, his coordinates, and, particularly,
his toponymic and ethnonymic corpus. In relation with this, it is noted how difficult and, at the same
time, important, it is to have a new scientific edition of the work. Proper names become central ar-
guments in a discussion about the languages spoken in the different areas of the Peninsula because,
apart from a small number of regions with a native epigraphy (generally limited), we have a long
series of peoples, entire regions, which are absolutely writing-less. We have only names: personal,
place, ethnic, god names. It is true that the linguistic information that may provide is difficult to
evaluate, but, even so, the main aim of this paper is to show the procedure that we, linguists, follow
with this purpose.

Key Words: Ancient Geography. Claudius Ptolemy. Ancient languages from Hispania. Place
names. Ethnic names.

Joaquín L. GÓMEZ-PANTOJA. Una visión «epigráfica» de la geografía de Hispania central pp. 221-248

Sumario: En este artículo se muestra como las inscripciones halladas en las regiones interiores de la
Península ofrecen un notable aporte de información geográfica, que no sólo enmienda y amplia los
datos de las fuentes literarias sino que, en ocasiones, los completan de modo exclusivo, como sucede
en el caso de los viajes y viajeros, topografía y toponimia y las circunscripciones políticas y étnicas.

Palabras clave: Hispania. Meseta Central. Geografía antigua. Inscripciones, viajes y viajeros en la
Antigüedad. Ciudades. Itinerarios.

Résumé: Cet article montre comment les inscriptions trouvées dans les régions intérieures de la
péninsule Ibérique contribuent de façon très notable à la connaissance géographique de l’Hispanie,
en corrigeant et augmentant les informations des sources littéraires. Elles permettent aussi parfois
de les compléter en ce qui concerne les itinéraires des voyageurs, la topographie, la toponymie ou
encore les circonscriptions politiques et ethniques.

Mots clés: Hispanie. Meseta Centrale. Géographie antique. Epigraphie. Voyages et voyageurs.
Itinéraires.

Abstract: This paper shows how the ancient inscriptions from Central Spain could be used to
amend and expand the geographical information provided by our authorities. Sometimes they are
our unique sources for some important social events with geographical implications, such local
topography and place names, political and ethnic district and travellers.

Keywords: Ancient Geography. Epigraphy. Itineraries. Roman Spain, Travel and travellers.
Towns. Topography.

369
RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS

Simon KEAY and Graeme EARL. Structuring of the provincial landscape: the towns
in central and western Baetica in their geographical context pp. 305-358

Abstract: This paper analyzes the geographical contexts and spatial relationships of towns in central
and western Baetica between the late 3rd century BC and the 2nd century AD. It discusses the archaeo-
logical evidence for some 350 towns in the region collected by the Urban Connectivity in Iron-Age
and Roman southern Spain project. This is interrogated within a Geographical Information System
(GIS) context as a means to gauging how far they were spatially contingent at different periods, both
as products and producers of both real and imaginary multidimensional networks. These networks
are characterized by means of the network analysis of a range of epigraphic evidence. The paper also
argues for the importance of inter-urban visibility in structuring the regionalization of relationships
between towns. It builds upon these analyses to argue that Rome created a new geographical reality in
the region in the sense that it worked within existing geographical constraints, and adapted pre-exist-
ing urban settlement patterns to its administrative necessities.

Key Words: Baetica. Roman towns. Geographical Information System. Network Analysis. Re-
gional Networks.

Resumen: En este trabajo se analizan los contextos geográficos y relaciones espaciales de ciuda-
des en la Ulterior Baetica entre finales del siglo III a.C. y el siglo II d.C. Tiene en cuenta para ello
la evidencia arqueológica de unas 350 ciudades de la zona, incluida en el proyecto Conectividad
urbana en la España meridional entre la Edad de Hierro y la época romana. Aquélla es interroga-
da en el contexto de un Sistema de Información Geográfica (SIG) con el objetivo de comprender
hasta qué punto los yacimientos están interrelacionados en diferentes épocas, como «productos» y
«creadores» de redes (networks) reales y imaginarias. Se han caracterizado a estas redes por medio
del «Network Analysis» de una serie de evidencias epigráficas. En este estudio se subraya también
la importancia de visibilidad inter-urbana en la estructuración de relaciones entre ciudades, y se
argumenta que Roma ha creado una nueva realidad geográfica en la zona en el sentido de que fun-
cionó dentro los limites geográficos previos, y adaptó patrones de asentamiento ya existentes para
sus necesidades administrativas.

Palabras clave: Bética. Ciudades romanas. Sistemas de Información Geográfica. Análisis de Net-
works. «Networks» Regionales.

Résumé: Cet article étudie le contexte géographique et les relations spatiales des villes dans le
centre et l’ouest de la Bétique entre la fin du IIIe s. av. J.-C. et le IIe s. ap. J.-C., grâce à l’analyse des
données archéologiques concernant 350 agglomérations de cette région, collectées par le projet Ur-
ban Connectivity in Iron-Age and Roman southern Spain. Ces données sont exploitées dans le cadre
d’un Système d’Information Géographique (SIG), afin d’évaluer les interrelations spatiales de ces
agglomérations à divers moments de leur histoire, à la fois en tant que produits et producteurs de
réseaux multidimensionnels, réels ou imaginaires. Ces réseaux sont identifiés et caractérisés grâce à
l’analyse d’un certain nombre de données épigraphiques. Les conditions d’intervisibilité entre sites
urbains jouent également un rôle important dans la structuration d’espaces de relation régionaux. Il
ressort de cette étude que si Rome a donné une nouvelle réalité géographique à cette région, c’est en
tenant compte des contraintes du milieu géographique et en adaptant des agglomérations urbaines
préexistantes aux besoins de son administration.

Mots clés: Bétique. Cités romaines. Système d’Information Géographique. Analyse de réseaux.
Réseaux régionaux.

370
RESÚMENES Y PALABRAS CLAVE DE LAS CONTRIBUCIONES

Patrick LE ROUX. Géographie péninsulaire et épigraphie romaine pp. 197-219

Résumé: L’article cherche, pour la première fois, à prendre systématiquement et sous tous les an-
gles possibles la mesure de la documentation épigraphique en matière de géographie provinciale,
ici celle des provinces péninsulaires. L’inventaire s’avère d’une grande richesse qu’il s’agisse d’in-
formations ou de construction d’une géographie intégrant les éléments locaux et régionaux. Une
place particulière est occupée par les enseignements tirés de l’épigraphie militaire et des carrières
administratives. Ces données illustrent le passage d’une approche conquérante des territoires à une
structuration ordonnée et apaisée des espaces péninsulaires, avec ce que cela comportait de remises
en question, de découvertes et d’enjeux de pouvoir. Le contrôle attentif des provinces, la diver-
sité de leurs ressources, la multiplication des communautés locales gouvernées selon les modèles
civilisés induisent l’émergence d’une géographie régionalisée qui n’est pas celle des géographes
modernes mais qui révèle des combinaisons et des échanges complexes que les inscriptions situent
dans une perspective quotidienne, politique et sociale.

Mots clés: Inscriptions funéraires. Instrumentum. Inscriptions militaires. Administration provinciale.


Région. Toponymes. Peuples. Cités. Supérieur/inférieur.

Resumen: Por primera vez, se intenta valorar de modo sistemático y completo las aportaciones del
material epigráfico al conocimiento de la geografía peninsular en el Alto imperio. La riqueza de
datos o informaciones diversas, o la construcción de un cuadro geográfico que abarca elementos
locales y regionales mejor definidos, ofrece un primer resultado notable de esta investigación. Las
inscripciones militares y los epígrafes de contenido administrativo constituyen una fuente de parti-
cular importancia para el analisis de la evolución histórica después de la conquista, que camina hacia
una nueva ordenación de los espacios hispanos en un contexto de paz, teniendo en cuenta las nuevas
divisiones de los territorios, los descubrimientos geográficos y la lucha por el poder. Una nueva geo-
grafía regionalizada de la Península surge como consecuencia del atento control ejercido por Roma
sobre sus provincias, de la diversificación de los recursos y del incremento del número de ciudades
organizadas según el modelo romano, aunque no se trata de lo que hoy llamamos geografía regional.
Sin embargo, esta nueva percepción de la península, basada en intercambios y combinaciones com-
plejas, se refleja en las inscripciones a nivel del quehacer cotidiano de la vida política y social.

Palabras clave: Inscripciones funerarias. Instrumentum. Inscripciones militares. Administración


provincial. Región. Topónimos. Pueblos. Ciudades. Superior/inferior.

Didier MARCOTTE. Ptolémée et la constitution d’une cartographie régionale pp. 161-172

Résumé: L’article étudie les modalités de la construction de la mappemonde chez Ptolémée et


le découpage en 84 régions que décrivent les livres II-VII de la Géographie. On montre que la
constitution des 26 cartes régionales, avec leurs différentes échelles, répond aussi à un souci de
géométrisation de l’espace physique et humain hérité de la science du climat et des méthodes de la
cartographie alexandrine.

Mots clés: Ptolémée. Agrippa. Cartographie régionale. Géographie administrative.

Resumen: El artículo estudia las modalidades de la construcción del mapamundi de Ptolomeo y


la división en las 84 regiones descritas en los libros II a VII de su Geografía. Se demuestra que la
constitución de 26 mapas regionales, con sus diferentes escalas, responde asimismo a una preocu-

371
RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS

pación por la geometrización del espacio físico y humano heredada de la ciencia del clima y de los
métodos de la cartografía alejandrina.

Palabras clave: Ptolomeo. Agripa. Cartografía regional. Geografía administrativa.

Piergiorgio PARRONI. La Spagna di Pomponio Mela pp. 81-93

Riassunto: Lo spagnolo romanizzato Pomponio Mela non riserva nel De Chorographia un tratta-
mento privilegiato alla propria terra d’origine. Anzi il criterio del periplo, adottato in ossequio alla
tradizione greca, lo costringe addirittura a smembrarne la trattazione fra II e III libro. Rispetto a questo
rigido schema egli si è consentito qua e là qualche piccola deroga o qualche comprensibile debolezza,
come, p. es., quella di ricordare, fra città ben più note, la sconosciuta Tingentera, che non sembra aver
avuto altro merito che quello di avergli dato i natali. La descrizione della penisola iberica è ridotta
all’essenziale, ma precisa e abbastanza aggiornata, cosa questa non priva di rilievo, se si tiene conto
del fatto che egli attinge per lo più a fonti invecchiate. Mela conosce, p. es., la più recente divisione
della Spagna in Tarraconensis, Baetica e Lusitania, ignorando quella più antica in Citerior e Ulterior,
anche se poi mostra di non sapere che alla fine del I sec. a. C. la parte nord-occidentale della Lusitania
fino al Durius era stata annessa alla Tarraconensis. La conoscenza dell’interno della Spagna è ridotta
a ben poco, ma questo non meraviglia, perché così era richiesto dal periplo. Abbastanza accurata in-
vece la descrizione della costa, pur con qualche errore di orientamento, in genere condiviso con altre
fonti antiche. Di particolare interesse è la presenza di alcuni toponimi non altrimenti tramandati, che
trovano in qualche caso corrispondenza nella toponomastica moderna.

Parole Chiave: Geografia latina. Pomponio Mela. Iberia.

Resumen: El español romanizado Pomponio Mela no reserva un tratamiento privilegiado a su tie-


rra de origen en su De Chorographia. El criterio del periplo, adoptado como atención a la tradición
griega, lo obliga a dividir la descripción entre los libros II y III. En relación a este esquema rígido, él
hace alguna que otra pequeña excepción y comete alguna debilidad comprensible, como por ejemplo
cuando recuerda, entre las ciudades más notorias, la desconocida Tingitera, que no tiene más mérito
que el haber sido su lugar de nacimiento. La descripción de la Península Ibérica se reduce a lo esencial,
aunque bastante precisa y actualizada, lo que no deja de tener mérito si se tiene en cuenta el hecho de
que él atiende por lo común a fuentes antiguas. Mela conoce, por ejemplo, la división de Hispania en-
tre Tarraconensis, Baetica y Lusitania, ignorando aquélla más antigua de Citerior y Ulterior, aunque
parece no saber que a finales del siglo I a.C. la parte nor-occidental de Lusitania hasta el Durius había
sido añadida a la Tarraconensis. El conocimiento del interior de Hispania se reduce a bien poco, pero
esto no debe asombrarnos, pues esto era una exigencia del modelo periplético. Por el contrario, bastan-
te cuidada es la descripción de la costa, aunque con algunos errores de orientación, lo que en general
comparte con otras fuentes antiguas. De particular interés es la presencia de algunos topónimos no
conocidos por otras fuentes, que tienen además correspondencia con la toponimia moderna.

Palabras clave: Geografía latina. Pomponio Mela. Iberia.

Résumé: Dans son De Chorographia, l’Espagnol romanisé Pomponius Mela ne réserve pas un
traitement de faveur à sa terre d’origine. Au contraire, la forme du périple qu’il adopte en honneur
à la tradition grecque, l’oblige même à en décomposer la présentation entre les livres II et III. Mal-
gré ce schéma rigide, il s’est autorisé, ça et là, quelques petites dérogations ou quelques faiblesses
bien compréhensibles, comme par exemple le fait de présenter, parmi des villes bien plus célèbres,

372
RESÚMENES Y PALABRAS CLAVE DE LAS CONTRIBUCIONES

l’obscure Tingentera, qui n’a d’autre mérite que d’avoir été sa cité natale. La description de la pé-
ninsule Ibérique, bien que réduite à l’essentiel, est précise et suffisamment informée, ce qui n’est
pas sans intérêt, si on tient compte du fait qu’il s’est appuyé sur des sources vieillies. Mela connaît,
par exemple, la dernière division de l’Espagne en Tarraconensis, Baetica et Lusitania, laissant de
côté la plus ancienne en Citerior et Ulterior, même si par ailleurs il montre qu’il ignore qu’à la fin
du Ier siècle avant J.-C., la partie nord-occidentale de la Lusitania jusqu’au Durius avait été annexée
à la Tarraconensis. Sa connaissance de l’Espagne intérieure est réduite à très peu de choses, mais ce
n’est pas étonnant car le périple l’exigeait ainsi. Par contre, la description de la côte est très soignée
malgré quelques erreurs d’orientation, que l’on retrouve souvent dans d’autres sources anciennes.
Particulièrement intéressante, la présence de certains toponymes non cités ailleurs, qui trouvent
parfois des correspondances dans la toponymie moderne.

Mots clés: Géographie latine. Pomponius Mela. Ibérie.

Francesco PRONTERA. Strabone e la tradizione della geografia ellenistica pp. 49-63

Riassunto: Una delle conseguenze più significative che ebbe la pubblicazione del trattato di Erato-
stene sulla tradizione geografica fu il legame sempre più stretto fra carta e testo, fra la geografia che
disegna e quella che descrive la terra abitata. L’Iberia di Strabone viene qui considerata sia come
porzione occidentale dell’ecumene, da cui dipende il profilo dell’Europa e del Mediterraneo, sia
nella struttura dei sistemi orografici (Idubeda e Orospeda).

Parole chiave: Iberia. Cartografia. Geografia. Antichità.

Resumen: Una de las consecuencias más significativas que tuvo la publicación del tratado de
Eratóstenes sobre la tradición geográfica, fue la unión más estrecha entre mapa y texto, entre la
geografía que diseña y aquélla que describe la tierra habitada. La Iberia de Estrabón está aquí con-
siderada ya sea como parte occidental de la ecúmene, de la que depende el perfil de Europa y del
Mediterráneo, ya sea desde la estructura interna de su sistema orográfico (Idúbeda y Orospeda).

Palabras clave: Iberia. Cartografía. Geografía. Antigüedad.

Résumé: Une des conséquences les plus marquantes qu’entraîna la publication du traité d’Eratos-
thène sur la tradition de la géographie hellénistique fut le rapport de plus en plus étroit entre carte
et texte, entre la géographie qui dessine la terre habitée et celle qui la décrit. L’Ibérie de Strabon
est ici analysée aussi bien en tant que portion occidentale de l’œcoumène, qui détermine le contour
de l’Europe et de la Méditerranée, que dans la structure de ses systèmes orographiques (Idubéda
et Orospéda).

Mots clés: Ibérie. Cartographie. Géographie. Antiquité.

Giusto TRAINA. La géographie entre érudition et politique: Pline l’Ancien


et les frontières de la connaissance du monde pp. 95-114

Résumé: L’ouvrage encyclopédique de Pline l’Ancien représente un moment important du dé-


veloppement des conceptions géographiques dans l’Antiquité. La position de Pline par rapport à
la tradition géographique hellénistique –en particulier à l’ouvrage de Strabon– n’est pourtant pas

373
RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS

claire. On examine ici quelques aspects de la méthode de Pline et de sa géographie «romanisée»,


ainsi que son utilisation de comptes rendus et commentaires écrits par des sénateurs et des cheva-
liers sous les règnes de Claude et de Néron.

Mots clés: Pline l’Ancien. Strabon. Géographie ancienne. Explorations. Toponymie.

Resumen: La obra geográfica de Plinio el Viejo representa un momento importante en el desarrollo


de la concepción geográfica antigua. No obstante, la posición de Plinio en relación a la geografía
de tradición helenística (en particular Estrabón) no está del todo clara. Se muestran aquí algunos
aspectos del método pliniano y de su geografía «romanizada», así como del uso informes y de co-
mentarios de senadores y de caballeros de la edad de Claudio y de Nerón.

Palabras clave: Plinio el Viejo. Estrabon. Geografía antigua. Exploración. Toponimia.

Riassunto: L’opera enciclopedica di Plinio il Vecchio rappresenta un momento importante nello


sviluppo delle concezioni geografiche antiche. Tuttavia, le posizioni di Plinio rispetto alla geografia
di tradizione ellenistica (in particolare Strabone) non sono del tutto chiare. Vengono qui considerati
alcuni aspetti del metodo pliniano e della sua geografia «romanizzata», e il suo uso di resoconti e
commentari di senatori e cavalieri dell’età di Claudio e Nerone.

Parole chiave: Plinio il Vecchio. Strabone. Geografia antica. Esplorazioni. Topomastica.

374
DIRECTORIO

ADRESSES

Pascal Arnaud
Université de Nice-Sophia-Antipolis
Maison des Sciences de l’Homme (UMS 2979)
Pôle Universitaire Saint-Jean d’Angély
24 av. des Diables Bleus
F - 06357 Nice Cedex 4
E.mail: Pascal.ARNAUD@unice.fr

Francisco Beltrán Lloris


Universidad de Zaragoza
Grupo de Investigación Hiberus
Departamento de Ciencias de la Antigüedad
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Zaragoza
C/ Pedro Cerbuna, 12
E - 50009 Zaragoza
E.mail: fbeltran@unizar.es
Web: http://155.210.60.15/hant/hiberus/hiberusintro.html

M.ª Luisa Cortijo Cerezo


Área de Historia Antigua
Fac. de Filosofía y Letras
Universidad de Córdoba
Plaza del Cardenal Salazar, s/n
E - 14071 Córdoba
E.mail: ca1cocem@uco.es

Patrick Counillon
Maître de Conférence de Grec
Institut Ausonius
CNRS-Université Bordeaux III
F - 33607 Pessac Cedex
E.mail: patrick.counillon@wanadoo.fr

La invención de una geografía de la Península Ibérica. II. La época imperial, CRUZ ANDREOTTI, G., LE ROUX, P., MORET, P.,
eds., Málaga-Madrid, 2007, pp. 375-377.

375
ANNUAIRE

Gonzalo Cruz Andreotti


Departamento de Ciencias y Técnicas Historiográficas, Historia Antigua y Prehistoria
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Málaga
Campus de Teatinos, s/n.
E - 29071 Málaga
E.mail: g_andreotti@uma.es

Graeme Earl
Department of Archaeology
University of Southampton
UK - S017 1BF
E.mail: gpe195@soton.ac.uk

Juan Luis García Alonso


Depto. de Filología Clásica e Indoeuropeo
Facultad de Filología
Universdad de Salamanca
Plaza de Anaya, s/n
E - 37001 Salamanca
E.mail: jlga@usal.es

Joaquín L. Gómez-Pantoja
Dpto. de Historia y Filosofía
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Alcalá de Henares
Colegio de Málaga
C./ Colegios, 2
E - 28801 Alcalá de Henares
E.mail: gomez.pantoja@uah.es

Simon Keay
Department of Archaeology
University of Southampton
UK - S017 1BF
E.mail: sjk1@soton.ac.uk

Patrick Le Roux
UFR des Lettres, sciences de l’Homme et des sociétés - Université Paris 13
99, avenue Jean-Baptiste Clément
F - 93430 Villetaneuse
E.mail: leroux.patrick@club-internet.fr

Didier Marcotte
Faculté des Lettres et Sciences Humaines
Université de Reims
57, rue Pierre Taittinger
F - 51096 Reims Cedex
E.mail: didier.marcotte@univ-reims.fr

376
DIRECTORIO

Pierre Moret
Casa de Velázquez
Calle de Paul Guinard, 3
Ciudad Universitaria
E - 28040 Madrid
E.mail: moret@cvz.es

Piergiorgio Parroni
Dipartimento di Filologia greca e latina
Università degli Studi di Roma «La Sapienza»
Piazzale Aldo Moro, 5
I – 00185 Roma
E.mail: piergiorgio.parroni@uniroma1.it

Francesco Prontera
Dipartimento di Scienze Storiche. Sezione Scienze Storiche dell’Antichità
Università degli Studi di Perugia
Via Aquilone, 7
I - 06123 Perugia
E.mail: prontera@unipg.it

Giusto Traina
Dipartimento di Filologia classica e Scienze filosofiche
Facoltà Lettere e Filosofia
Università degli Studi di Lecce
edificio Parlangeli
via Stampacchia
I - 73100 Lecce
E.mail: giusto.traina@unile.it; giusto.traina@gmail.com

377
ÍNDICE / SOMMAIRE

PRESENTACIÓN/PRÉSENTATION
Gonzalo Cruz Andreotti, Patrick Le Roux y Pierre Moret ............................................................................................ 5

INTRODUCTION: LA GÉOGRAPHIE ROMAINE IMPÉRIALE, ENTRE


TRADITION ET INNOVATION
Pascal Arnaud .................................................................................................................................................................................................. 13

PARTE PRIMERA: LAS FUENTES LITERARIAS/LES SOURCES LITTERAIRES

Strabone e la tradizione della geografia ellenistica


Francesco Prontera ...................................................................................................................................................................................... 49
La représentation de l’espace et la description géographique dans le livre III de la Géographie
de Strabon
Patrick Counillon .......................................................................................................................................................................................... 65
La Spagna di Pomponio Mela
Piergiorgio Parroni ...................................................................................................................................................................................... 81
La géographie entre érudition et politique: Pline l’Ancien et les frontières de la connaissance
du monde
Giusto Traina ................................................................................................................................................................................................... 95
Locorum nuda nomina? La estructura de la descripción pliniana de Hispania
Francisco Beltrán Lloris .......................................................................................................................................................................... 115
Ptolémée et la constitution d’une cartographie régionale
Didier Marcotte .............................................................................................................................................................................................. 161
La geografía de Ptolomeo y el corpus toponímico y etnonímico de Hispania
José Luis García Alonso .......................................................................................................................................................................... 173
PARTE SEGUNDA: LA APORTACIÓN DE LA EPIGRAFÍA/L’APPORT DE L’ÉPIGRAPHIE

Géographie péninsulaire et épigraphie romaine


Patrick Le Roux ............................................................................................................................................................................................. 197
Una visión «epigráfica» de la geografía de Hispania central
Joaquín L. Gómez-Pantoja .................................................................................................................................................................... 221

PARTE TERCERA: ESTUDIO DE CASO: LA BÉTICA/ETUDE DE CAS: LA BÉTIQUE

Acerca de Estrabón y la Turdetania-Bética


Gonzalo Cruz Andreotti .......................................................................................................................................................................... 251
El papel del conventus iuridicus en la descripción geográfica de Plinio el Viejo. El caso bético
M.ª Luisa Cortijo Cerezo ........................................................................................................................................................................ 271
Structuring of the provincial landscape: the towns in central and western Baetica in their
geographical context
Simon Keay and Graeme Earl ............................................................................................................................................................ 305

A MODO DE RECAPITULACIÓN/ESQUISSE D’UN BILAN


Francisco Beltrán Lloris .......................................................................................................................................................................... 359

RESÚMENES Y PALABRAS CLAVE DE LAS CONTRIBUCIONES (POR ORDEN


ALFABÉTICO)/RÉSUMÉS ET MOTS CLÉS DES CONTRIBUTIONS (PAR ORDRE
ALPHABÉTIQUE) .................................................................................................................................................................................. 365

DIRECTORIO/ADRESSES ............................................................................................................................................................ 375

También podría gustarte