Está en la página 1de 14

8. INTRODUCCIÓN A LA ARQUEOLOGÍA HISPANORROMANA.

8.1. Breve historia de la investigación arqueológica sobre la España romana (pp. 28-30).

El despertar de la Arqueología Clásica española fue algo más tardío que en el resto de Europa.
Aunque aún pervive en un pequeño sector una práctica continuista de los planteamientos
positivistas que cultiva el análisis per se de piezas o edificios aislados, los intereses de la
investigación han basculado hacia campos influidos por los marcos teóricos elaborados en el
campo de la Prehistoria o de la Historia Antigua. Desde finales del siglo XX se han abierto nuevas
líneas de investigación que implican visiones multidisciplinares y la aplicación de nuevas técnicas
de datación y análisis de registro.

La Arqueología Clásica se configura hoy como una disciplina histórica interesada en el


conocimiento mediante su cultura material de las sociedades que poblaron el ámbito
mediterráneo o interactuaron con él entre mediados con él entre mediados del II milenio a.C. y
el siglo VII d.C. y que hace uso de un conjunto ordenado de procedimientos aplicado a dicho
objeto de estudio. El conocimiento que se obtiene debe aspirar a ser objetivo, pero no es
infalible. Destaca J. Aróstegui (2001, 332) que la propia objetividad no deja de ser una
construcción. No es factible pensar en una reconstrucción certera e inamovible de los contextos
que se excavan, en cuya interpretación es difícil que no intervenga la posición intelectual y el
sedimento cultural de quien lo investiga. Algunos autores propugnan que “la práctica de las
ciencias humanas se debe basar en la realización de estudios empíricos informados por modelos
teóricos robustos” (Criado, 2013, 103). En opinión de las autoras del manual, “el conocimiento
arqueológico no es un conocimiento cerrado, por lo que es posible (y deseable) cambiar el
sentido de las preguntas, reformular los planteamientos y reinterpretar el registro y la
documentación cuantas veces sea preciso”.

La Arqueología Clásica se interesa hoy por el estudio de los paisajes rurales analizando el
impacto de las diferentes formas de ocupación y apropiación del territorio, en un afán decidido
por superar el estudio de los grandes edificios rurales de tipo villa y centrado en las áreas
residenciales dotadas de acabados suntuarios. En el ámbito urbano se analiza la composición y
estructura urbanística desde una perspectiva ideológica, social y económica. Es una forma de
desplazar el sujeto de interés desde las élites a la población común, esa “gente sin historia” que
representa el grueso de las poblaciones a estudiar. Ha cobrado también un importante peso la
investigación de las diversas actividades económicas llevadas a cabo en el territorio hispano
intentando obtener datos sobre su papel en la articulación económica general del Imperio
romano. Incide en el interés por conocer las estructuras de obtención y producción de materias
primas de naturaleza diversa y su transformación en bienes y productos desde el enfoque de la
Arqueología de la Producción.

Se han abierto paso perspectivas transversales como la Arqueología de Género que pretenden
visibilizar a las mujeres en el contexto histórico, más allá de las feminae privilegiadas por
ascendencia social y económica.

Otra de las dimensiones que más ha influido en los cambios en la disciplina es la patrimonial. El
desarrollo de la arqueología en contexto urbano ha promovido en los últimos 30 años (con la
legislación sobre el Patrimonio Histórico) la recuperación de restos de las viejas urbes que
afloraban en los solares de ciudades actuales. Muchas ciudades como Mérida, Zaragoza,
Valencia, Córdoba o Cartagena entre otras han hecho de su pasado un importante foco de
atracción turística, a la par que un nodo de desarrollo económico y cultural. La recuperación de
espacios y monumentos en varias ciudades les valió su inscripción en la lista de Patrimonio
Mundial. Aquí entra en juego la Arqueología Pública, que encauza las relaciones de la
Arqueología con la sociedad. La excavación y musealización de restos monumentales en estas
ciudades ha hecho de ellas un buen campo de trabajo para generar las vías de acción que
permitan implicar a la sociedad más allá del rol de mero espectador.

Bibliografía. Arqueología romana en la península ibérica, pp 28-30.

8.2. La “romanización” de Hispania: concepto y discusión sobre el abuso de un término.

¡NOTA! Según la guía, este epígrafe ni el 8.1 “será en ningún caso objeto de estudio y sirven para
enmarcar y comprender el fenómeno conocido tradicionalmente como romanización”

Desde mediados de los 90 se han alzado voces, sobre todo en Reino Unido y Países Bajos, que
rechazan el empleo de “romanización” por considerar que no constituye una herramienta
conceptual útil para hablar de las transformaciones generadas por la expansión romana. Aunque
se mantiene el consenso, que no unanimidad, pero sin connotaciones ideológicas que tiene
desde el siglo XIX, como defienden autores como Greg Woolf, Simon Keay y Nicola Terrenato. El
primero se fija en aspectos militares, y los otros dos, en los políticos.

El concepto de “romanización” ha variado de significado desde el siglo XIX. Es hijo de su época


y nace enmarcado de experiencias coetáneas, como el proceso de unificación alemana
(Mommsen) o el imperialismo británico (Haverfield).

La investigación moderna está abriendo un panorama más matizado. No se entiende la


romanización a la manera tradicional, sino entendida como un proceso complejo de interacción
cultural que, aunque empujado por la potencia dominante, va resultando realidades híbridas.

La idea principal de la consideración de la romanización en la tradición historiográfica española


es que la conquista de Hispania por Roma tuvo como consecuencia el inicio de un cambio
cultural básico, determinado por la imposición progresiva de los modelos culturales, usos y
costumbres romanos, y la consiguiente desaparición de las culturas vernáculas. Proceso que se
tendría por concluido a fines de la República, según se “confirma” por autores como Estrabón
sobre los turdetanos. Sin embargo, el hallazgo de grafitos ibéricos y púnicos en cerámicas de los
siglos I y II d.C., y otros testimonios muestran que las lenguas vernáculas no se olvidaron tan
rápido.

Solo se entiende el éxito de la conquista si Roma dispuso de una estructura válida en la que
apoyar su dominio. Resulta imposible encerrar en un solo término toda la diversidad histórica
que encierra desde los inicios del ascenso de Roma como potencia itálica hasta la división del
Imperio en 476 d.C.. Por mucho que desde una óptica post moderna se rechacen “grandes
narrativas” es necesario dar nombres específicos a los fenómenos históricos y hasta el momento
no parece hacer una alternativa preferible a “romanización”.

Fuentes:

-Hispania y la “romanización”. Una metáfora. ¿Crema o menestra de verduras? Bendala Galán,


M.. 2006.

-Acerca del concepto de romanización. Beltrán Llopis, F.


8.3. Las huellas arqueológicas de la conquista. Los campamentos.

-Las fuentes clásicas -

El análisis de los textos clásicos es una fuente de extraordinaria importancia para el


conocimiento de las características constructivas de los campamentos romanos. Las referencias
específicas al tema son escasas y la mayoría de las descripciones se centran en las técnicas de
castramentación. Las más completas son un largo pasaje de las Historias de Polibio (VI, 28, 10 a
VI, 42, 6) escrito en la segunda mitad del siglo II a.C., y la obra de Higinio “De Metatione
Castrorum” o “De Munitionibus Castrorum”, de las primeras décadas del siglo II d.C. También
hay noticias dispersas en Apiano, César, Tito Livio, Vitrubio o Vegecio.

Sobre los campamentos hispanos, las referencias de Polibio, Tito Livio, Apiano o Salustio han
sido tradicionalmente un punto de partida en los intentos de localización geográfica de los
campamentos. Las citas literarias suelen ser breves, de escaso valor para la identificación
concreta de los recintos, lo que no ha quitado que la investigación arqueológica haya estado
mediatizada por la necesidad de ubicar históricamente cada asentamiento militar hallado de
forma más o menos fortuita. La excavación propiamente dicha del asentamiento supuestamente
militar tenía una importancia secundaria, lo que ha provocado que se hayan identificado como
campamentos romanos enclaves que tenían poco que ver arqueológicamente con este tipo de
asentamientos, pero que se ajustaban bien al marco geográfico. Los asentamientos militares
republicanos, por la fuerte influencia de Schulten, han sufrido especialmente esta situación. Es
la denominada “arqueología filológica”. El proceso arqueológico debe ser el inverso. Partiendo
de una identificación arqueológica previa de un recinto militar, a través de los materiales
arqueológicos o estructuras constructivas, se debe intentar enmarcar su ubicación en un
determinado lugar dentro de los hechos narrados por las fuentes.

-Historiografía –

La investigación española ha presentado tradicionalmente un gran retraso respecto a países


como Alemania o Gran Bretaña, cuyas excavaciones en recintos militares se remontan a las
últimas décadas del siglo XIX. Hasta finales del XX pocos recintos militares habían sido excavados
en España, y los resultados rara vez se han publicado. Esto viene motivado por un manifiesto
desinterés sobre la estrategia militar romana aplicada a Hispania y de los métodos sobre los que
pivotaba dicha estrategia. Más allá de referencias laudatorias a la resistencia de los pueblos
prerromanos. Sin duda, este desinterés reside en determinadas concepciones ideológicas. El
ejército romano era considerado un factor exógeno de carácter claramente imperialista
innecesario y superfluo para argumentar la intensa y rápida romanización de las regiones
meridionales, o era un instrumento necesario para mantener a los “levantiscos” pueblos
septentrionales dentro de la órbita del Imperio. Estas premisas no se sostienen.

La península ibérica conserva el mejor conjunto de recintos militares romanos de época


republicana. Los trabajos de Schulten sobre los campamentos romanos de las guerras
numantinas, especialmente del asedio escipiónico, además de otros recintos republicanos como
Cáceres el Viejo, proporcionaron abundante información sobre la estructura del campamento.
Sus monografías, escritas en alemán, jamás fueron traducidas y pasaron prácticamente
desapercibidas dentro del panorama científico español. Sus aportaciones planteaban
numerosos problemas de orden metodológico, derivados de su sistema de excavación
consistente en seguir los muros, sin tener en cuenta las estratigrafías. La pérdida de datos
cronoestratigráficos está en la base de los
problemas que aquejan todavía al
conocimiento de los campamentos
numantinos. Sus dataciones se basan en las
indicaciones proporcionadas por los textos
clásicos sobre el periodo de la conquista de la
antigua Hispania. Eso y la intuición.

A. García Bellido en 1961 se acercó a la


problemática derivada de la presencia
continua del ejército romano en las regiones
septentrionales de la península. J.M. Roldán
(1974) y P. Le Roux (1982) publican años más
tarde sus monografías de carácter histórico
sobre el ejército romano en la península
ibérica, centradas en el periodo imperial. Se
establece la importancia del ejército romano
en la articulación territorial de la región
septentrional.

A partir de los años sesenta se van dando a


conocer nuevos fuertes y campamentos
militares, identificados mediante prospección
y fotografía aérea, como en Rosinos de
Vidriales (Zamora) o A Cidadela (A Coruña),
García y Bellido publica en 1968 y 1970 los
resultados de sus intervenciones en el LIDAR de los campamentos regulares altoimperiales de La
Poza
campamento de León.

La publicación de G. Ulbert (1984) inaugura una fase. Se han renovado los planteamientos
metodológicos y un salto cualitativo en el conocimiento de los recintos militares; pero no ha ido
acompañada de una publicación de los resultados. Las últimas décadas, los esfuerzos se han
centrado en las excavaciones arqueológicas en medio urbano; con un doble objetivo:

-El estudio de las construcciones y los materiales de campamentos y fuertes auxiliares de época
altoimperial con estructuras pétreas (León, Rosinos II, A Cidadela, Baños de Bande), los mejor
documentados.

-La identificación y caracterización arqueológica de los campamentos legionarios del periodo


augusteo y julioclaudio (León, Astorga, Herrera del Pisuerga, Rosinos I).

Desde los años noventa, la aplicación del detector de metales con fines científicos, unido al
reconocimiento aéreo y la prospección sistemática del terreno mediante nuevos métodos de
teledetección como el LiDAR han permitido avanzar en la localización de fuertes, campamentos
y campos de batalla (Andagoste, Pedrosillo, Baecula, Uxama…). Especial relevancia ha tenido la
localización de numerosos recintos vinculados a las guerras cántabras y a la ocupación posterior
de la Cordillera Cantábrica y los Montes de León, para lo que ha sido fundamental la labor de E.
Peralta a partir de 1999; o el descubrimiento de recintos y modelos de ocupación del periodo
tardorrepublicano en Cataluña, el valle del Ebro, el sudeste peninsular, la Contestania o y la
desembocadura del Tajo.
Los resultados abren nuevas perspectivas sobre la disposición de las unidades militares y los
objetivos principales del ejército en la península. Hoy en día el foco se ha ampliado y estamos
en condiciones de integrar nuevas realidades arqueológicas.

-Problemas terminológicos y de identificación arqueológica, la cuestión de la planta y el origen


de los campamentos-

Buena parte del problema se centra en la propia confusión terminológica y conceptual que rodea
la investigación sobre castramentación romana (de castra, campamento, y metatio,
medición/limitación), que deriva tanto de la información parcial y contradictoria de las fuentes
clásicas, como de las dificultades de la investigación actual para ofrecer una visión contrastada.

Es imprescindible emplear cierta cautela al correlacionar los términos latinos con las evidencias
arqueológicas concretas de campamentos. En la bibliografía latina los términos empleados más
habitualmente son castra y castellum. Castra (plural) se utiliza en las fuentes clásicas para hablar
de campamentos destinados a albergar una o más legiones, de 20 ha o más; mientras que
castellum es el fuerte o campamento para una unidad auxiliar de tamaño más reducido (3-6 ha).
Otras denominaciones menos habituales son castra necesaria (campamento irregular), castra
tumultuaria (campamento levantado sobre una eminencia del terreno), castra lunata (recinto
con forma de media luna) o castra semirotunda (asentamiento militar dispuesto aprovechando
una o varias corrientes de agua como defensa).

Otros tipos de asentamientos militares como turris o torres atalayas de madera o piedra de base
cuadrada, poligonal o circular que disponen de pocos hombres para su custodia, a menudo sin
acceso al piso bajo y con acceso por escalera al piso alto; o burgus, torre cuadrada integrada
dentro de un reducido espacio fortificado, destinado a la vigilancia y control de la población y al
transporte de tropas; los fuertes miliarios (milecastles) o pequeños fortines.

Mayor problema generan las denominaciones castra aestiva (campamentos legionarios de


verano) y castra hiberna o stativa (de invierno o estables). Las fuentes clásicas nunca hablan de
los materiales constructivos de los campamentos y se ha supuesto el empleo de madera y tierra
por una parte, y piedra por otra. Esto no siempre se cumple desde un punto de vista
arqueológico, por ejemplo, en los recintos del asedio de Numancia o Masada, cuya temporalidad
no deja lugar a dudas por su función, presentan piedra como material constructivo de sus
zócalos e hiladas inferiores. La piedra como material constructivo de las defensas se constata en
Renieblas, Aguilar de Anguita, Pedrosillo o Cáceres el Viejo. Esto indica que no existía una norma
única, sino una adaptación a las circunstancias militares concretas, al criterio particular de cada
general y a la naturaleza topográfica y geológica del terreno. La gran mayoría de campamentos
y fuertes debieron ser construidos con materiales perecederos, de acusada temporalidad.

Algunos autores siguen insistiendo en que existe una relación directa entre la calidad de la
construcción y la entidad temporal de ocupación, generalizando el término castra aestiva a
cualquier asentamiento militar. Dicha asimilación tiene efectos bien perjudiciales. El ejemplo
más claro lo podemos ver en recientes publicaciones sobre campamentos en la región
cantábrica, donde la presencia de cualquier recinto edificado en madera y tierra, lleva a
identificar dicho asentamiento como un establecimiento militar de las guerras cántabras (castra
a estiva) y “encajarlo” en el relato histórico, sin pensar que dicho modelo constructivo perdura
durante siglos y puede obedecer a casuísticas bien diferentes. “Creamos” a veces escenarios de
campañas militares a partir del sistema constructivo de un recinto militar y su supuesta
asociación con un episodio bélico sin que el registro arqueológico lo confirme. Se resolvería
llamándolo “campamento temporal” o “de campaña”. Problemas parecidos empieza a generar
el término “castellum” aplicado a fortificaciones republicanas sin discriminar si estamos ante un
establecimiento puramente militar canónico o a otra realidad aún en proceso de tipificación.

El concepto de “campamento temporal” no está aclarado, se emplea para referirse a realidades


arqueológicas muy diferentes. En la bibliografía científica usa esta denominación para definir
opciones interpretativas distintas: cuando se ha constatado sobre el terreno la presencia de
sistemas defensivos construidos en madera y tierra, con estructuras interiores también
perecederas; asignándolas a campamentos de campaña; y a los recintos que empleaban
parcialmente la piedra en las estructuras defensivas o interiores, en zócalos y partes bajas,
mientras sus alzados eran de materiales perecederos, como los del cerco de Numancia. También
puede referirse a asentamientos militares que poseen defensas pétreas hasta cierta altura a
modo de parapetos y tiendas de campaña en su interior.

En relación a esto, la cuestión radica en el concepto de “temporalidad”, que va de un día a años.


Los campamentos estables del periodo augusteo y julioclaudio (León, Herrera de Pisuerga), que
mantuvieron durante varias décadas estructuras defensivas y construcciones interiores en
madera y tierra.

La gran adaptabilidad del modelo de campamento romano se hace extensiva a la planta. La


investigación suele aceptar el modelo teórico cuadrangular definido en las fuentes clásicas, en
los pasajes de Polibio e Higinio. Las diferencias principales entre ambos autores se centran en la
planta. Para Polibio (siglo II a.C.) el campamento ideal debe de ser cuadrado, aunque la
arqueología desmiente que fuera lo habitual; e Higinio describe (a comienzos del siglo II d.C.) un
campamento rectangular. Las reformas militares de Mario (siglo II-I a.C.) fueron las que
determinaron la necesidad de un espacio más grande para acoger a los antiguos socii o aliados
dentro del ámbito del campamento, hasta un tercio de su longitud. Tanto los castra como los
castella se configuran de una forma muy semejante. Este modelo común obedece a la
conveniencia de que las tropas conocieran perfectamente la disposición interna de su
campamento y supieran cuál era su lugar concreto y la ubicación de los principales servicios e
infraestructuras.

La forma está muy vinculada a la práctica augural y la limitatio o esquema de organización del
territorio. La fundación está precedida por una cuidada elección del emplazamiento, cerca o a
cierta distancia de un río, evitando zonas boscosas o excesivamente montañosas si era posible.
Su similitud con la planta de la ciudad ha planteado la antecedencia de un modelo respecto a
otro. Según Polibio la planta canónica de la colonia romana, rectangular con dos calles que se
cruzan en ángulo recto, se inspiraba en la de los campamentos romanos y que los romanos
supuestamente habrían inventado. Pero ciudades regulares romanas se documentan mucho
antes de que se adoptara el modelo de campamento. Frontino dice que solo tras el 275 a.C. con
la invasión de Pirro (rey de Épiro), los romanos inventaron un campamento regular, el modelo
que propone Polibio. Esta versión discordante parece la más verosímil actualmente, por lo que
en realidad el modelo de campamentos romanos tendría un origen helenístico. El reciente
hallazgo de campamentos púnicos muy similares al modelo romano “canónico” en Baecula a
finales del siglo III a.C. apunta en esta misma línea.
El campamento romano muestra una rígida organización ortogonal estructurada en torno a dos
calles perpendiculares, este-oeste (via principalis) y norte-sur (via praetoria), que se cruzan en
ángulo recto delante del cuartel general y conducen a las cuatro puertas. En los más antiguos, a
ambos lados de este cruce se sitúan dos plazas ocupadas por el fórum y quaestorium
respectivamente. En época imperial, las funciones de dichos espacios son asumidas por los
principia, edificio que constituye el cuartel general y que interrumpe la antigua via praetoria,
surgiendo una calle en dirección a la puerta norte o decumana, que adopta este nombre (via
decumana). A veces hay una tercera calle paralela a la via principalis, la via quintana. Estas calles
permiten dividir el campamento en tres zonas: la retentura, entre la puerta decumana y la via
quintana; los latera praetorii, en el sector central del campamento, donde están los edificios
principales, entre la via quintana y la principalis, y la praetentura, como la via principalis y la
puerta praetoria. En torno a las defensas, por el interior, corre la via sagularis.

El problema principal sobre la planta está en correlacionar los relatos de las fuentes clásicas con
la realidad arqueológica. Los campamentos numantinos distan mucho del campamento
cuadrado recogido en Polibio, contemporáneo del asedio de la ciudad arévaca. La ausencia de
modelos cuadrangulares o rectangulares anteriores al siglo I a.C. se ha planteado si el modelo
del historiador griego no era tanto una realidad como un desideratum, que con el tiempo se
convertiría en realidad. La evidencia arqueológica confirma que los primeros recintos regulares,
o rectangulares con esquinas en ángulo recto, como Cáceres el Viejo y Renieblas IV y V aparecen
durante el conflicto sertoriano en la península ibérica (83-72 a.C.). El nuevo modelo rectangular
convive no obstante con el viejo sistema de campamentos en los recintos del asedio de Alesia o
en los documentados en el contexto geográfico de las guerras cántabras y en época augustea.

Aquellos que adoptan las plantas más regularizadas parecen ser los más permanentes, mientras
que en campamentos de asedio o campaña se mantienen modelos poligonales antiguos, más
flexibles y adaptables a la topografía. El tamaño podría ser determinante. La estabilización de
las fronteras supone el impulso definitivo a la regularización planimétrica de plantas
rectangulares con esquinas redondeadas, que se generalizan a partir de mediados del siglo I d.C.
La mayoría de los recintos militares de las fronteras septentrionales muestran esta tipología.

-El sistema defensivo-

Constituye una estructura compleja denominada agger, compuesta por uno o varios fosos
(fossae) y un terraplén (agger), donde se depositaba la tierra extraída durante la excavación del
foso, sobre el que se levantaba la empalizada de madera consistente en postes o estacas de
madera clavadas en el suelo (vallum). El proceso de construcción en tierra o madera está bien
documentado en Polibio, Higinio, Vitrubio, Vegecio o César, y resulta perfectamente visible en
los relieves de la Columna Trajana. Desde finales del XIX, estructuras de este tipo se han
identificado y conservado en las fronteras septentrionales del antiguo Imperio romano,
confirmándose que no existían grandes diferencias en los modelos aplicados a asentamientos
aplicados a asentamientos castrenses de madera o piedra.

En suelo hispano apenas se había documentado científicamente hasta hace unas pocas décadas.
Aunque sean más difíciles de identificar sobre el terreno, los recintos militares de tierra y madera
debieron ser los más habituales durante el periodo republicano. Son estructuras de construcción
mucho más sencilla, que sacrifican la comodidad de las estructuras pétreas ante la rapidez de
ejecución. En entornos boscosos o parameras, donde el subsuelo no ofrece piedra, el barro y la
madera se convierten en los materiales constructivos por excelencia, sirviendo incluso para
recintos más duraderos, como sucede en las primeras décadas de expansión imperial romana
hacia las llanuras centroeuropeas. La conservación de la madera en la península ibérica, donde
predominan suelos ácidos y secos y con escasa cobertera de tierra, ha determinado que las obras
hayan desaparecido casi por completo, a diferencia de países como Alemania o Gran Bretaña,
donde la humedad y las características edafológicas las han preservado mucho mejor.
Las fosase consisten en una o dos zanjas (a veces 6) que rodeaban el perímetro externo del
campamento, cuya anchura oscilaba entre 2,5 y 6 m, y con 1,2-2,7 m de profundidad, que podían
ser en forma de “V” (fossa fastigata), simple o doble (fossa duplex), con uno de sus lados vertical
(fossa punica), e incluso con fondo plano, algo propio de campamentos de batalla. La tierra
extraída del foso se acumula en terraplenes. La arqueología revela que pueden reforzarse
mediante vigas o travesaños interiores de madera e incluso construirse paredes de madera
sujetas con postes y rellenas con la tierra de los fosos y cubiertas por tablones de madera que
configuran el camino de ronda. Cuando el terreno lo permite se emplean caespites, trozos de
cobertera arcillosa de forma rectangular (tepes o tapines) extraídos de zonas pantanosas
mediante palas, que una vez secos se apilan y se recubren con arcilla, constituyendo lo que se
denomina un murus caespiticius, sobre el que crece la hierba. El acceso al camino de ronda
desde el interior del campamento se realizaba mediante escalones tallados en la cara interna
del propio terraplén (ascensi). Los campamentos de tierra y madera a veces cuentan con
refuerzos defensivos de las puertas de acceso, como el titulum (sección del agger desplazada en
el exterior del frente de la puerta) o la clavivula (curvatura de un lado del agger, generalmente
en el interior del área campamental).

Estos sistemas defensivos se conocen muy bien en los campamentos altoimperiales de Gran
Bretaña y el limes centroeuropeo. Recientemente documentados, del siglo II (Chões de
Alpompé, Alpiarça, La Cabañera, Ses Salines) y del I a.C. (Villajoyosa, Andagoste) presentan este
tipo de estructuras
temporales. Menos
habituales son los
terraplenes de tepines o
tepes de arcilla natural
(murus caespiticius), que
se extrae de zonas
pantanosas o
encharcadas, poco
habituales en suelos
peninsulares. De
momento solo se ha
documentado en
Villajoyosa, que es
republicano, y es más
habitual en el periodo
imperial. Se ha
documentado en el
campamento tiberiano de
León (León II) y Rosinos de
Vidriales.

Dichos recintos
republicanos construidos
en materiales
perecederos conviven con
otros de carácter
temporal, cuyas defensas
han sido realizadas total o parcialmente en piedra, la mayoría sin fosos. Suelen incluir una
técnica constructiva consistente en dos paramentos de opus incertum de piedras de
dimensiones medianas y grandes con la cara exterior alisada y trabajada para dar cierta
apariencia de regularidad, y un relleno interior de piedra menuda y tierra, el emplecton, término
muy cuestionado por algunos especialistas. Es el caso de recintos como Aguilar de Anguita, El
Pedrosillo y los campamentos del cerco numantino, con “murallas” de 1,8-2 m de ancho por 1-
1,4 m de alto. Esto nos indicaría que estaríamos ante parapetos con altura muy parecida a las
estructuras romanas militares contemporáneas realizadas con tierra y madera, que
proporcionarían protección a la vez que visibilidad y operatividad para emplear la artillería ligera
(hondas, venablos). Otro modelo en piedra lo representan obras masivas, de unos 4 m de
anchura, pero edificadas con el mismo sistema, con tirantes o muros interiores que traban
ambos paramentos. Tampoco aquí los muros defensivos pudieron alzarse mucho más de 1,40-
1,60 m de altura, inferior a los 2 m., ya que el propio muro se habría desmoronado si alcanzaba
más altura al carecer de hormigón. Los alzados se podrían haber realizado en materiales
perecederos, como adobe, como en el caso de Cáceres el Viejo y los recintos III y V de Renieblas.

Dichos modelos
constructivos en piedra
no se verifican en la
península durante el
periodo augusteo y
julioclaudio, cuando
parecen imponerse de
forma generalizada los
recintos de madera y
tierra.

En el último tercio del


siglo I d.C., en los
campamentos estables
construidos tanto en los
limites del Imperio como
en las provincias
interiores con
guarniciones
Fotografía aérea del campamento de Cáceres el Viejo. (Tarraconense), la
empalizada y la cara
externa del terraplén fueron sustituidas por una muralla, manteniendo la caída interior del
agger. Suele estar realizada en piedra, con dos paramentos careados regularizados y núcleo de
hormigón. En muchas ocasiones su cara externa se pinta en blanco con las juntas pintadas de
rojo imitando sillería. El proceso de petrificación impulsó el proceso de estandarización de la
planta rectangular.

En los extremos de las principales calles del campamento se abren las puertas, 4 o 6, las más
importantes de las cuales es la meridional o porta praetoria. Todas cuentan con torres
rectangulares de flanqueo, dotadas de cuerpo de guardia. Torres intermedias con proyección
hacia el terraplén interior y escasa proyección exterior se colocan a intervalos regulares a lo
largo de las defensas y en las esquinas.

Un intervallum o vía de circunvalación (via sagularis) separaba las defensas de los edificios
interiores. El más destacado son los principia o cuartel general, centro administrativo y religioso
del campamento
donde se encuentran
dependencias como la
armería o arsenal
(arma o
armamentarium), la
basílica, destinada a
las ceremonias
militares y a la
impartición de justicia
por parte del
comandante de la
unidad o la capilla
(sacellum o aedes),
donde están los signa
y vexila, emblemas y
estandartes de la
Foso del campamento de Villajoyosa unidad, los retratos e
inscripciones
imperiales, las condecoraciones de la unidad e incluso el tesoro o caja común, controlada por el
signifer, además de todas las dependencias y archivos imprescindibles. En campamentos
legionarios puede ser una construcción monumental. Al norte de ésta, se suele situar el
praetorium o residencia del comandante. Otros edificios son los horrea o graneros, con su
característico doble suelo, el valetudinarium u hospital, que se suele identificar por la
abundancia de material quirúrgico, las thermae o baños, las fabricae militares, stabula o
establos, almacenes de tipo diverso, etc. El resto del espacio está dedicado a barracones de
tropa (centuriae), edificios alargados con pórticos subdivididos en contubernia, destinados a 8
hombres, la unidad menor que reposa la organización militar que convivían en dos reducidas
habitaciones (arma y papilio).

Este modelo se verifica en


Hispania por primera vez en el
caso del segundo recinto de la
legio VI victrix en León (León II),
edificado a principios del
reinado de Tiberio, que se dotó
de un agger defensivo del tipo
murus caespiticius. El primer
recinto con muralla de piedra
fue el construido por la legio VII
gemina sobre el anterior en
torno al 74 d.C. (León III),
reaprovechando sus
Muro perimetral del recinto mayor del complejo militar de Pedrosillo
estructuras defensivas de forma
selectiva, concretamente la
caída interior del antiguo terraplén tiberiano. Las estructuras interiores siguen el mismo
esquema de los recintos legionarios de las fronteras. El modelo de León será imitado por los
fuertes destinados a unidades auxiliares, como los fuertes de A Cidadela (A Coruña), Aquae
Querquennae (Bande, Ourense) y Rosinos de Vidriales II (Zamora).

Restitución virtual de la porta principalis del campamento flavio de la legio VII gemina en León.

-Los asentamientos civiles exteriores.

En el entorno de los campamentos, tras su estabilización, se desarrolla una población civil


dependiente, jurídicamente adscrita al campamento. La visión más aceptada es que aparecen
para cumplir las necesidades de consumo y recreo de los habitantes de los campamentos y
fuertes. Según la epigrafía, la composición poblacional de estos enclaves era muy heterogénea,
desde veteranos a población desplazada del entorno, entre los que destacaban las mujeres. La
oportunidad de beneficio condicionó la paulatina y creciente llegada de comerciantes,
artesanos, familiares, concubinas y esposas de los soldados, veteranos y esclavos empleados en
los hogares de estos habitantes.

Las excavaciones en las fronteras renano-danubiana y británica, nos indican la preferencia por
situar las diversas construcciones a lo largo de las vías que conducían fuera de los campamentos,
cerca de las puertas principales, buscando la cercanía de los potenciales clientes de los negocios
que allí se ubicaban, donde el tránsito era más intenso. Sommer establece una tipología de vici
militares a razón de su posición y estructura.

Los vici surgidos en la vecindad de campamentos militares parecen adoptar una planimetría
mucho más estandarizada que otras aglomeraciones secundarias rurales. El urbanismo, de
tendencia ortogonal, se estructura a partir de bloques constructivos de forma rectangular, con
uno de sus lados cortos alineado con la calle principal. Stricto sensu no se trata de manzanas
(insulae), ya que en los lados cortos como mucho se detectan callejones, no siendo extraño que
las construcciones se adosen unas a otras. La parte delantera, abierta hacia la calle, alojaría
tiendas o tabernae y otros negocios como thermopolia, con apartamentos en las primeras
plantas y sótanos o bodegas. En la parte trasera estaría la zona de habitación, además de
talleres, almacenes de todo tipo, establos, hornos, pozos, letrinas, jardines y zonas de laboreo.
A menudo alojan un tipo de viviendas muy característico de los vici militares, conocidas en la
bibliografía como casas-corredor, caracterizadas por sus estrechas fachadas y gran profundidad,
que fueron construidas tanto en piedra como en materiales perecederos.

Una cuestión problemática es la notable confusión entre los términos canaba y vicus aplicados
a asentamientos civiles surgidos al calor de los acantamientos militares. El primero se suele
interpretar como campamentos de barracones, cabañas, tenderetes, aludiendo a su fisonomía
originaria. Fue utilizado solamente en el contexto de los campamentos legionarios, pero
tampoco tuvo un uso generalizado. No se documenta en textos clásicos y solo aparece en
evidencias epigráficas de algunos asentamientos concretos, por lo que tal vez perteneciera al
lenguaje coloquial. Donde mejor se atestigua es en las provincias danubianas. Vicus se utiliza
para referirse a las aglomeraciones civiles situadas en torno a los fuertes a los fuertes auxiliares
como a los establecimientos surgidos al otro lado de los fosos de campamentos legionarios. A
veces se establece un doble asentamiento de carácter civil, uno surgido junto al otro lado de los
fosos campamentales y un segundo vicus surgido un par de kilómetros más allá.

Aunque hay evidencias aisladas en algunos campamentos legionarios altoimperiales hispanos,


es León donde mejor se constata esta realidad arqueológica. Vinculados a este campamento se
constatan dos asentamientos civiles, uno junto a los propios fosos, muy poco conocido y un
segundo vicus a 2,2 km junto al actual barrio de Puente Castro.

Planta del trazado hipotético del campamento de la legio VII gemina en León

Bibliografía. Arqueología romana en la península ibérica, pp 385-407.

También podría gustarte