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La Mãºsica Puertorriqueã A
La Mãºsica Puertorriqueã A
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Como sociedad caribeña conformada, desde su propia génesis, por encuentros desiguales
de diversas culturas, Puerto Rico hubo de soportar un proceso colonial que conllevó
terribles elementos de etnocidio. Muy pronto, este proceso se cimentó económicamente
sobre un sistema de explotación basado en la trata esclavista (que minusvaloraba las raíces
culturales de una considerable proporción de su población, ideológicamente “racializada”), y
en la Isla se fueron desarrollando, a nivel popular, prácticas culturales alternas, al margen
de los canales institucionales de la oficialidad colonial.
Pero, distinto de la sucesión temporal lineal alrededor de la cual se estructuran las melodías
y armonías en “occidente” -es decir, sus metros predominantes de 3/4 y 4/4 (sumandos de 7
y múltiplos de 12), constituidos por combinaciones de unidades equivalentes with a regularly
recurrent accent on the first beat of each group, en palabras del Harvard Dictionary of Music -,
las músicas “mulatas” de América adoptaron de su otra tradición constitutiva, la africana, el
sistema metronómico de claves. Este sistema está conformado por patrones de unidades -
golpes o silencios- de variadas dimensiones temporales, donde los acentos no se establecen
necesariamente al inicio del patrón, pues se encuentran diseminados de acuerdo con los
distintos tipos de combinación de tiempos. La clave 3-2 que define la métrica de la mayor
parte de la música puertorriqueña, y constituye parte de nuestro lenguaje musical, se
representa en notación “occidental” así:
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Esta clave, en diferentes tempos, subyace métricamente tanto en algunas de las más
señoriales danzas y románticos boleros, como en la más bullanguera guaracha, la plena
festiva, el melancólico seis mapeyé y en la mayoría de las combinaciones polirrítmicas de la
salsa. Otro ejemplo de clave, entre numerosas variaciones cuyo análisis y transcripciones
debo al colega etnomusicólogo Luis Manuel álvarez, es la clave 2-3:
Toda música tiene ritmo, pero en algunos lenguajes sonoros la elaboración rítmica ejerce
un mayor protagonismo. En sus investigaciones sobre la música campesina de Europa
oriental, Béla Bartók dividía la expresividad sonora primigenia entre aquella orientada a la
palabra (al canto) y la dirigida al movimiento corporal (al baile). Si el baile es, entre otras
cosas, una forma de expresar con el cuerpo la relación entre el tiempo y el espacio, en la
medida en que se manifiesta como encadenamientos de movimientos donde se producen
figuras o configuraciones expresivas (no una mera multiplicación de reacciones corporales
inmediatas, aisladas, a particulares sonidos), entraña interrelaciones. En efecto, nos
referimos a interrelaciones más estrechas con las dimensiones sucesiva y diacrónica del
tiempo en la música -es decir, el ritmo- que con la dimensión sincrónica de las escalas y la
expresión melódica. Precisamente, las formas de música en las cuales el elemento rítmico
reviste un mayor protagonismo, como manifiesta el lenguaje musical puertorriqueño, son,
por lo general, aquellas más claramente inseparables de su expresión espacial bailable.
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músicas “mulatas” por lo general -tanto cantables como bailables- entretejen ambas esferas
de las relaciones de género -lo romántico y lo erótico-, compleja combinación que
enriquece nuestro lenguaje musical.
Desde Uruguay hasta la cuenca del Caribe, las músicas profanas tradicionales de
afrodescendientes son, en gran medida, rituales de comunicación entre tamboreros y
bailadores, donde un tambor marca el ritmo básico, o toque, y otro (u otros) elabora (n)
numerosas variaciones del ritmo básico en repiqueteos improvisados; mientras, los
bailarines en conjunto siguen el toque e individualmente, o en parejas, “dialogan” con el
tambor improvisador, como es en Puerto Rico el caso de la bomba. Los lenguajes de las
músicas “mulatas” heredaron de las músicas negras su riqueza rítmica y coreográfica.
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Los diálogos descentrados entre melodía,
armonía y ritmo
Antes señalé cómo a nivel melódico y armónico, las músicas “mulatas” eran básicamente
“occidentales”. Pero…, si se constituían con las mismas unidades de tonos y semitonos, con
un mismo alfabeto tonal, ¿por qué cualificarlas como básicamente? Al combinar unidades de
dicho alfabeto en frases y temas musicales, las músicas “mulatas” recurren con mucha
frecuencia a lo que en jazz se denomina el blue note. Esta característica genera un tipo de
armonía (de séptimas abemoladas), y construcciones melódicas en torno a ella, que
produce la sensación de expresión inconclusa, que perennemente “invita” a acordes
sucesivos. La sensación de encadenamientos armónicos, que podrían continuar ad
infinitum, fortalece el carácter descentrado de estas músicas; rompe con la contundencia de
“amarrar” la conclusión en la tónica, abriéndose a la indefinición del momento de la
conclusión.
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la composición, a través de unas prácticas musicales que combinan las sonoridades
“abiertas” con la forma sistémica “redondeada”. Veamos algunas de estas prácticas
“mulatas” compartidas.
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Esta comunicación desde “el público” (frecuentemente corporal) es muy importante para el
desarrollo espontáneo de la improvisación, pues los músicos responden a las llamadas
“vibraciones” en torno a lo que están tocando o cantando. En ese sentido, se quiebra la
división tajante entre productores y “consumidores” en la elaboración musical. Esta práctica
también quiebra la concepción de la composición como universo predeterminado,
infinitamente repetible por la partitura, ante la incorporación constante de la sorpresa.
Combinar el conocimiento de “secuencias” tradicionales, con la creatividad innovadora
sorpresiva, es uno de los atributos más valorados de instrumentistas y bailadores en estos
eventos sonoro-corporales de comunicación recíproca.
Una última práctica de elaboración musical compartida entre las músicas “mulatas” de
América y sus lenguajes se ubica en la valoración que otorgan a la heterogeneidad de los
timbres, i.e. a quebrar la jerarquía entre los distintos agentes sonoros.
Frente a la poderosa cosmovisión musical cada vez más eurocéntrica, para escuchar
pasivamente, bailar representa la posibilidad de que las relaciones humanas pueden ser de
otro modo. En efecto, esa comunicación gestual entre los cuerpos, siguiendo el orden anti-
orden de la síncopa en toques y repiqueteos, esa manifestación espacial de tiempos
heterogéneos, da fe de que cuerpo y cultura no son antagónicos sino, al contrario,
“espacios” intrínsecamente entrelazados. De aquí la seducción utópica del baile en nuestro
lenguaje musical.
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Luchas históricas en la conformación de un lenguaje musical compartido
En otras palabras, a los bailes de bomba – ghettoizados– se les niega el merecer ser
incluidos en “el cuadro de costumbres”, en lo que el canonizado libro de Manuel Alonso
concebía a mediados del siglo XIX como el país, como lo autóctono.
Sin embargo, estudios etnomusicológicos posteriores, más rigurosos (de Luis Manuel
álvarez y este servidor) evidencian claramente que los toques de bomba ya eran tan
importantes y generalizados que estaban presentes -camuflados por su melodización a
través del timbre hispano-campesino del cuatro- en muchos de los bailes de garabato de la
música jíbara.
Pero el carácter populachero de esas primeras danzas -La Sapa (1848), Siña María la colorá,
Menéndez boca é covacha, El Merengazo, El macetazo, Rabo’e puerco, ¡Ay, que no quiero
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comer mondongo!…- que incorporaba a un molde formal europeo numerosas sonoridades
(rítmicas, melódicas y armónicas) de la música jíbara y de la bomba, un lenguaje musical en
formación, llevó a muchos a no querer aceptar su evidente puertorriqueñidad. Como
evidencia, un documento ponceño del 1854:
Llámenla contradanza, merengue, upa ó lo que se quiera, siempre es que no existe otra danza
mas llena de gracia i casto abandono que la que nos ocupa. Rabia me dá, por Dios, oír hablar á
personas que debían saber lo que dicen, de la necesidad de desterrar tal ó cual costumbre del
país porque no cuadra con los usos y costumbres que se observan en la culta Europa y en tal
virtud desean relegar del suelo que ha visto nacer á la contradanza del país, meramente
porque se le ha encaprichado á alguno el llamarla merengue…
Como bien ha analizado Luis Manuel álvarez, una de las primeras danzas, originalmente
titulada La almojábana y que pronto se convirtió en La Borinqueña (1868) -nuestro himno
nacional oficialmente desde 1952 y popularmente desde El Grito de Lares, prácticamente-,
comienza su merengue (su sección bailable) y su canto con una frase que transfiere a nivel
melódico uno de los ritmos de bomba. El etnomusicólogo y folklorista Emmanuel Dufrasne
añade:
…el patrón de cuas que corresponde al son de bomba conocido como güembé es igual al de
secciones de la parte del bombardino de la danza La Borinqueña.
Todavía hoy suelen abusar algunos… dándole un ritmo amanerado y propio para que resalte la
influencia… africana. Debería purgarse de todo esto como lo ha hecho Tavárez… y modificarse
la manera de bailarla cuando se usa por gentes comme il faut… pues despojada de lo que
tiene de voluptuosa, quédale siempre… la poesía… característica de nuestra manera de sentir.
Como todavía ocurre con frecuencia respecto a nuevos géneros -como el reggaetón y su
perreo-, una de las razones para querer excluir la danza fue la manera considerada
“voluptuosa” de bailarla. En 1882, Luis Bonafoux -hoy recordado, sobre todo, como el
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primer biógrafo de Betances- estremeció a la “sociedad” isleña con la publicación, en un
periódico madrileño, de la siguiente descripción de un baile popular de danza:
Alegres y lúbricas parejas se entregan con una voluptuosidad de sátiros á un baile orgástico,
denominado merengue por el esquicito sabor que tiene. Y es de ver allí la descocada y sensual
mulata… imprimiendo á las caderas ondulaciones lascivas, jadeante, sudorosa, ardiente,
pensando sólo en el placer y por el placer viviendo, emprender aquel baile… cual ninguno
voluptuoso.
¡Con razón Tapia proponía “modificar la manera de bailarla” a la manera de gente comme il
faut (como “corresponde”)!. Manuel de Elzaburu, fundador y entonces presidente del docto
Ateneo, alzó su voz también contra la danza como música de los sentidos, maldición de
nuestra herencia de la plantación esclavista.
Oh Danza!… calla!!… Cuánto hay en tí de voluptuoso… no has podido nacer sino como un castigo!
castigo lento!! y más castigo!!!… cuanto más suavemente te metes como un demonio por nuestros
sentidos, para acallar nuestra energía soñolienta…
Los más conservadores, como el propio gobierno colonial o miembros del Partido
Incondicionalmente Español, como Carlos Peñaranda, proponían abolir o prohibir la danza
por su “sensualidad desmoralizante”. Los más liberales, como Tapia, proponían
“blanquearla”. Con preocupaciones similares al qué dirán los extranjeros, que desatara la
relativamente reciente popularización de la salsa En un viejo motel (tarea a cargo de David
Pabón), en el Siglo XIX el “liberal” José Pablo Morales argumentaba respecto a la danza:
O se reforma la Danza, la voluptuosa danza del país en los términos que cuadre mejor á las
buenas costumbres… ó los extraños, que nos visiten en lo sucesivo, tendrán el derecho de
sospechar de nosotros y de los hábitos que en nuestra manera de ser se han infiltrado…
La música, sobre todo la bailable, ha sido -como hemos ido evidenciando- un ardiente
campo de batalla respecto a visiones encontradas en torno a lo que consideramos -o
quisiéramos considerar- “nacional”.
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Los avatares de nuestro dinámico folklore
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En la conflictiva conformación de un lenguaje
musical puertorriqueño, los seises de bomba
y los aguinaldos y seises campesinos
constituyen, definitivamente, nuestras raíces
históricas fundamentales. No por representar
cada uno “lo africano” y “lo español”,
respectivamente, como se argumentaba hace
algunas décadas y que iconografía el sello
oficial del Instituto de Cultura Puertorriqueña,
sino por constituir las primeras fusiones
criollas al respecto. La bomba no es africana;
¿Qué une a los puertorriqueños?
es nuestra música autóctona más cercana a
la herencia musical africana. La música jíbara
no es española, sino una creación autóctona, donde diversas herencias sonoras son
camufladas a través de una tímbrica cercana a la de nuestra herencia española.
La puertorriqueñización de géneros
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Su música fue, incluso, adoptada como himno por un partido político que se auto-bautizó
“del Pueblo” en 1968.
Rafael Hernández, por ejemplo, es sin lugar a dudas figura fundamental en la historia del
bolero (género latinoamericano, Puerto Rico incluido, que consideramos erróneo
atribuírselo a un país en particular); pero en la historia de la guaracha (género que Cuba,
con buenas razones, ha querido atribuirse), hemos encontrado que es en realidad cubano-
puertorriqueño. No es casualidad que los tres grandes boleros de tema social de Rafael
Hernández –Lamento Borincano, Preciosa y Campanitas de Cristal– utilicen protagónicamente
la secuencia armónica denominada “cadencia andaluza”, tan importante en el lenguaje de la
música jíbara, ni tampoco que la usara protagónicamente en Temporal, su famosa plena
social.
En forma similar podríamos analizar el jazz, originalmente música afro norteamericana que
comenzó a internacionalizarse unas seis o siete décadas atrás. El hoy llamado jazz latino es
un movimiento de desarrollo musical donde la sonoridad puertorriqueña, y muchos
músicos del país, han jugado un papel fundamental. Hablamos desde su probable iniciador,
Juan Tizol, hasta algunos de los más destacados músicos de salsa como Tito Puente, Eddie
Palmieri, Ray Barreto, “Perico” Ortiz y Papo Lucca; más otros formados en diversas
tradiciones nacionales, como William Cepeda en la bomba, Miguel Zenón en la música
jíbara, y David Sánchez en el bolero, por citar algunos.
No pretendo que el conjunto de estas referencias sea una enumeración exhaustiva, sino
sólo ejemplos de cómo una tradición cultural inclusiva ha logrado incorporar a nuestras
prácticas de creación artística musical, y su lenguaje, formas de elaboración sonoras
originadas en otras sociedades.
El lenguaje musical autóctono como “terreno común” entre puertorriqueños, para posibles
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proyectos compartidos, necesita investigarse y estudiarse con mucho más detalle y
profundidad. Espero que estos apuntes sobre su conformación y constante reformulación
generen interés en la necesaria elaboración, más a fondo, de los procesos socioculturales
que abarca.
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