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Sesión 2 Dilemas morales Autor: Mariano Bartoli.

Lo que la Ética no es

Muchos son los errores que en el mundo moderno proliferan en torno a la Ética y que
debieran ser debidamente explicados. Sin embargo, nos limitaremos a explicar tres cosas
que no dicen relación con la Ética, pero que en la actualidad se las vincula con ella. Y lo
haremos a través de la explicación de un mito, de una historia y con una búsqueda del
tesoro.

a) En primer lugar, el mito. Este mito nos revela y nos refleja uno de los errores en la
comprensión de la Ética. Se trata del mito de Eco y Narciso. Eco era una ninfa 1 de los
bosques, alegre y muy parlanchina, que fue condenada por Hera, la esposa de Zeus a
repetir la última frase de su interlocutor y decidió esconderse en los bosques. Narciso,
por su parte, era un joven hermoso, tan hermoso como nadie en todo el mundo quien,
caminando un día por el bosque, fue sorprendido por la ninfa Eco, la que quedó prendada
de la belleza del joven. Él, sin embargo, se burló de ella de tal modo que volvió a
esconderse hasta quedar confundida casi con la misma roca de la cueva. Como castigo,
Nemesis, la diosa de la venganza, le causó a Narciso una gran sed, que llevó al joven a
beber agua en el río. Al ver su reflejo, quedó enamorado poderosamente de su propia
belleza. No podía dejar de mirarse, él lo era todo para sí mismo. Tan fuerte era su amor a
sí mismo que quiso unirse con la imagen y se ahogó. Como recuerdo, junto al lago creció
una flor a la que se le llamó Narciso.

Como se ve, Narciso es aquel que está enamorado de sí mismo de tal modo que le lleva a
su propia ruina. Este mito es el que da nombre al trastorno psicológico narcisista y que
describe muy bien a la cultura contemporánea, una cultura centrada en sí misma.

La Ética no tiene nada que ver con el narcisimo, ni con Narciso. En efecto, el error que es
necesario descartar es el que está fundado sobre un cierto individualismo moderno o
posmoderno. Nos referimos a aquel que sostiene que la moral, esto es, la bondad o la
maldad de los actos, dependen de lo que cada uno piense o crea. Es el famoso "para ti" o
"para mí", el conocido "yo pienso que" o "yo creo que". Es tal el amor que se tiene el
hombre moderno a sí mismo, que solo considera bueno lo que a él le parece bueno; y
considera malo, lo que a él le parece como malo. Este error está fundado en el
1
Las ninfas eran diosas menores, hijas de Zeus, que habitaban diversos lugares de la naturaleza.
También llamadas Heréades.
agnosticismo moral que sostiene que en estas materias nada puede ser conocido con
certeza y, por tanto, el conocimiento sobre el obrar humano en relación con su felicidad
queda reducido a la opinión personal.

Pero afirmar que cada uno puede sostener esa opinión como correcta es suponer que
todo es relativo, que no hay bondad absoluta. Este relativismo moral, aunque está muy
extendido en nuestros días no deja de ser una equivocación, dado que se funda en un
error del orden especulativo: la negación del principio de no-contradicción. ¿Qué señala
este principio? “Es imposible que lo mismo sea y no sea a la vez y en el mismo sentido”.
Dicho más simplemente: todo lo que es, es y lo que no es, no es. Así una cosa no puede
ser buena y no buena a la vez y en el mismo sentido. Puede alguien ser vanidoso y
estudiante a la vez, sin duda, pero alguien no puede ser y no ser estudiante a la vez y en
el mismo sentido, como alguien no puede ser vanidoso y no vanidoso a la vez y en el
mismo sentido. Afirmar esto es a todas luces violar un principio fundamental de nuestra
inteligencia, principio primero y, por tanto, evidente.

Protágoras fue quien primeramente afirmó este relativismo. “El hombre es la medida de
todas las cosas”. Es el hombre el que decide lo que las cosas son, no tienen ellas una
naturaleza establecida. “Según cada cosa me aparece, tal es para mí, según a ti se te
muestra, tal es para ti”. De este modo, las cosas son y no son, lo cual es absurdo y
contradictorio. Así, llevado al orden moral la negación de este principio tenemos que, por
ejemplo, quitar la vida a un niño inocente en el seno de su madre (aborto) es bueno y es
malo a la vez, dependiendo de quien lo esté considerando. Ahora no se trata de afirmar si
el aborto es bueno o es malo, lo que importa ahora es que no puede ser bueno y malo a
la vez, porque eso es contradictorio. O es bueno o es malo, pero no las dos cosas, porque
si no, no es ninguna. Todo esto resulta tan descabellado como absurdo, las cosas son lo
que son y no lo que queremos que sean. La dificultad está en llegar a conocer lo que son,
en descifrar la bondad o maldad intrínseca de los actos, pero ese es otro problema, pero
afirmar que en moral todo es relativo conduce a un completo escepticismo, que en el
fondo nos lleva a pensar que da lo mismo lo que hacemos. Para salir de este error es
preciso realizar un gran esfuerzo por conocer la verdad en el orden moral, pero no
contentarse con la posición fácil del relativismo que no es otra cosa que el capricho y el
egoísmo personal, que como a Narciso, puede suponer grandes males.
b) En segundo lugar, una historia. Procedentes de viajes, corrían en Grecia noticias que
contaban cosas fantásticas de las costumbres (ethos) de los pueblos vecinos. Una de
esas noticias era la de las mujeres escitas, un pueblo de la antigüedad esencialmente
guerrero. Las mujeres, también conocidas como amazonas, eran guerreras y luchaban
codo junto a los hombres. Eran diestras con el arco y la flecha. Y ¿qué tenían de
especial? Pues que para lanzar con más precisión se amputaban un seno. No se sabe si
realmente era así; lo que sí se sabe era que los griegos lo pensaban 2. Las escitas
consideraban buena esa costumbre, mientras que los griegos, no. Esta historia nos lleva
al segundo de los errores.

Un segundo error en materia moral es el que está fundado en el culturalismo o


historicismo. Ambos errores están íntimamente ligados al relativismo. Según esta
corriente culturalista, la moral cambia según las culturas y las épocas. Esto aumenta la
sensación de que la moral es inestable y provisional. Lo que es bueno y lo que es malo
moralmente, se afirma, va cambiando con el tiempo y las culturas. Algunas cosas que
para los escitas eran consideradas como buenas y nobles, para los griegos era
considerado una aberración; algunas cosas que para los griegos eran dignas de elogio y
admiración, para nosotros en el mundo actual es considerado malo y reprobable. La
esclavitud suele ser un ejemplo que se esgrime a menudo: para los griegos era buena la
esclavitud, para nosotros es mala. Y más aún, en un mismo momento histórico hay
diversas culturas con preceptos morales diferentes. En nuestros días, por ejemplo,
mientras se defiende en el mundo occidental la dignidad de la mujer, vemos que en otros
lugares no se la considera. Es decir, para ellos no es malo conculcar los derechos de la
mujer, porque para ellos no los tiene. Esta consideración no deja de ser un error ya que
es el mismo "para mí", "para ti" del relativismo, pero aplicado al orden cultural. Y es que el
culturalismo, como dijimos, no es más que otra forma de relativismo. ¿No hay culturas
que tienen por buenos los sacrificios humanos? ¿No hay sociedades que mantienen la
esclavitud? ¿Los romanos no concedían al padre el derecho de exponer al hijo recién
nacido? ¿Los musulmanes no permiten la poligamia, mientras que los cristianos solo
aceptan la monogamia? La moral no puede ser universal, dicen, depende del tiempo y de
las culturas.

2
Lo que sí es verdad, en pleno siglo XXI, es la práctica de la ablación que se realiza en la
actualidad en países como Benín, Burkina Faso, Kenia, Togo, Tanzania, La República
Centroafricana, etc., costumbre que para este tema puede considerarse similar para comprender lo
que sostenemos.
Quien afirme lo anterior desconoce que la moral no descansa en la ignorancia de estos
hechos. Todo lo contrario, la reflexión racional sobre la cuestión de lo bueno y lo malo
comenzó precisamente, con el descubrimiento de esos hechos. En el siglo V a. C eran ya
ampliamente conocidos. Pero los griegos no se contentaron con encontrar esas
costumbres sencillamente absurdas, despreciables o primitivas, sino que los filósofos
buscaron una medida o regla con la que medir las distintas maneras de vivir. Y a esa
regla o medida la llamaron fisis o naturaleza. Así la costumbre de las jóvenes escitas que
se cortaban un pecho, resultaba peor que su contraria. No diremos ahora cuales actos
están conformes a esa naturaleza, solo digamos que existe lo que podemos denominar
con C.S Lewis "normas del comportamiento decente"3 que son obvias e iguales para
todos los hombres.

Que existan muchas culturas con diversas costumbres no significa nada más que hay
diversas culturas con diversas costumbres. Porque si quisiéramos, a partir de ello, afirmar
que cada moral es válida en su cultura, ¿con qué derecho intentaríamos avanzar en la
defensa de la dignidad humana? ¿Tienen dignidad las mujeres o solo las occidentales?
¿Qué pasa en las culturas en las que en nuestros días se condena al castigo de la
lapidación, por ejemplo? ¿Solo porque se practica en un determinado lugar basta para
que digamos que es lícito y bueno, sin considerar lo que significa para esas personas
concretas que son discriminadas? ¿Con que autoridad moral podríamos contribuir para
que esa práctica cambie, si “para ellos” es buena? Lo cierto es que la moral no puede
depender de la cultura, porque no todas las culturas poseen costumbres que protejan la
dignidad humana. Ya lo hemos dicho, no puede ser que la práctica de la ablación, por
ejemplo, sea buena y no sea buena a la vez y en el mismo sentido. Esa contradicción no
es posible en el orden del razonamiento lógico, porque en la realidad o es una cosa o es
la otra.

Para salir de este error es necesario considerar que el criterio no puede ser la propia
cultura, sino la dignidad de la persona. Visto así, se aprecia en seguida, cómo en realidad
las diferencias entre las culturas son menos, mucho menos que las semejanzas, porque
todas tienen en común el cultivo del ser humano. Así, no existe cultura alguna que admire
a los traidores, o a los egoístas; lo mismo en relación al matrimonio: hay culturas que
permiten el matrimonio con 1, 2 o más esposas, pero en todas es claro que no se puede
estar con la mujer que a uno se le antoje. Dicho de otra manera, existe una ley natural

3
Lewis, C.S. Mero Cristianismo. Editorial Rayo, Nueva York, 2006.
común a todos los hombres en todos los tiempos y lugares. Otra cosa muy distinta es que,
por diversas razones, por diversos motivos, no se conozca o no se quiera seguir dicha ley
y por costumbre llegue a deformarse el sentido común en materias morales. Así, no
puede afirmarse que la moral dependa de las culturas, ni de las épocas, sino que está
inseparablemente unida a la naturaleza humana, como veremos en esta obra.

c) Finalmente, la búsqueda del tesoro. Si efectivamente existiese un verdadero mapa del


tesoro y llegara a tus manos, ¿qué harías? Dirías: “yo quiero disfrutar y pasármelo bien en
la isla, por lo que iré por donde me guste y me sienta mejor” o, en cambio, dirías: “seguiré
las indicaciones para poder llegar al tesoro”. Y es que otro error muy difundido con
respecto a la moral en nuestros días es aquél que sostiene que la moral es algo que
impide pasarlo bien, disfrutar de la vida. La moral sería un conjunto de principios que
reprimen, que coartan la "libertad de uno de hacer lo que le gusta". Aparece la moral ante
quienes así opinan como un conjunto de prohibiciones, más que de principios. La
respuesta a tal afirmación exige una larga reflexión, pero diremos aquí, siguiendo
nuevamente a C.S Lewis, que "las reglas morales son instrucciones para hacer funcionar
la máquina humana". Son como las claves para hacer un uso correcto de eso que
llamamos “nuestro Yo”. Dicho de otro modo, es la manera de asegurarnos la felicidad. Si
encontráramos un mapa que nos indica el camino para encontrar un tesoro en una isla
perdida, ¿lo seguiríamos al pie de la letra o no? La respuesta es “sí”, siempre y cuando, lo
que queramos sea encontrar el tesoro, porque si no lo queremos, entonces no es
necesario el mapa.

Pues bien, ese tesoro del que hablamos ahora existe realmente y es la felicidad, de modo
que el mapa para encontrarlo también existe y no son sino las reglas morales que nos
guían en el camino hacia nuestra perfección. Las reglas morales en lugar de coartarnos la
libertad, son las que aseguran su mejor uso. ¿Podríamos afirmar que las leyes del tránsito
nos coartan nuestra libertad de ir por donde se nos ocurra? O debemos afirmar, por el
contrario, que son ellas las que nos garantizan llegar sanos y salvos a casa. Claramente
es esto último, ya que precisamente aquellos que no logran llegar "sanos y salvos" a casa
es debido, en la mayoría de los casos, a que alguien no quiso respetar las normas.

El orden moral, pese a ser tan cotidiano y tan cercano a nosotros, exige una reflexión y
profundización al igual que el resto de saberes sobre la realidad. Mejor dicho, exige una
mayor reflexión que el resto de saberes, porque está en juego nada menos que nuestra
propia felicidad. En este sentido, debemos estar alerta a ciertas “ideas” que prevalecen en
nuestros días y que pueden afectar la consideración que tengamos del recto orden moral.
Así, luego de lo visto, vemos que la moral no es algo que dependa de lo que cada uno
piense o sienta, que no depende de la cultura o la historia y que, finalmente, no es algo
que coarte la libertad, sino que la garantiza. Con estos principios, puede uno
adecuadamente, enfrentar la reflexión sobre qué es propiamente el saber moral.

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