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Una nueva "Historia del Uruguay" publica el historiador

Francisco R. Pintos. Se suma a una nutrida producción que comprende


como títulos más importantes "Batlle y el proceso histórico del
Uruguay" (1938), "De la Dominación Española a la Guerra Grande"
(1943), su anterior "Historia del Uruguay" (1946) y la "Historia del
Movimiento Obrero del Uruguay" (1960). En escala menor "José
Artigas", "La Defensa de Paysandú", trabajos de crítica literaria,
estudios sobre grandes temas políticos e innumerables artículos
periodísticos, completa una obra singularmente fecunda, a la que habrá
que añadir materiales en preparación.
Sin ensayar un estudio crítico que no es posible realizar en el
simple plano de una "Advertencia", cabe hacer algunas puntualizaciones
e indicar lo que consideramos más valioso de la obra de Pintos. En lo
fundamental ésta se orienta hacia el ensayo sobre la base de materiales
editos, aunque en su "Historia del Movimiento Obrero" la elaboración
crítica se sustenta en una rica apoyatura documental inédita. En todos
los casos Pintos trabaja con probidad y rigor, ajenos por completo a
especulaciones puramente subjetivas.
Sin duda su aporte fundamental a la historiografía uruguaya es la
introducción del materialismo histórico. Hoy cuando la concepción y el
método marxista y su infinita riqueza instrumental seducen a los
estudiosos de todas las disciplinas y obviamente a los que trabajan con
la Historia también en nuestro país, es que la labor de Pintos merece
reconocimiento.
Pero no sólo en su carácter "pionero" es valiosa su obra. La
temática a la que accede procurando esclarecer grandes etapas,
importantes nudos y dar una visión global de nuestro proceso, además
de expresar un criterio amplio, ayudan a una primera aproximación
lúcida al pasado nacional. Intenta por primera vez -si exceptuamos el
por tantos conceptos valioso "Proceso Histórico del Uruguay" de Zum
Felde, en sus "De la Dominación Española a la Guerra Grande" e
"Historia del Uruguay" enfocar el desarrollo histórico uruguayo desde
sus orígenes coloniales hasta momentos próximos al de su publicación.
Su anterior "Batlle y el proceso histórico del Uruguay", enfocando el
comienzo del siglo XX, la época del acceso al poder de la burguesía
nacional y su "Historia del Movimiento Obrero del Uruguay" abordan
sin duda los aspectos esenciales de la vida del Uruguay moderno. Este
no temer los temas fundamentales y por el contrario el enfocarlos de
lleno con responsabilidad es sin duda otro de los grandes méritos de
Pintos historiador.
Fruto de su concepción filosófica es el modo de encarar los
temas. El fenómeno nacional, al que dedica su trabajo, aparece
vinculado al proceso mundial, hecho nuevo en nuestra historio grafía.
Los sucesos políticos se presentan conca tenados a la base económico-
social, en su mutuo condicionamiento y buscando poner de relieve en
cada etapa los condicionantes fundamentales. Las clases y sobre todo la
lucha de clases se introducen con Francisco R. Pintos en nuestros
trabajos históricos.
El análisis de algunos fenómenos históricos es particularmente
exitoso. Las grandes transformaciones económicas, sociales del último
siglo aparecen condicionando y a la vez son aceleradas por las
transformaciones políticas del militarismo y singularmente del gobierno
de Latorre, y el batllismo comienza a ser despojado del cuasi
providencialismo con que lo signó cierta literatura histórica partidista o
poco crítica. Sin duda el esfuerzo
por estudiar a la clase obrera uruguaya, sus luchas, su organización, el
crecimiento de su estatura política e ideológica, constituye, a nuestro
entender, lo más importante de la obra de Pintos.
Por encima de discrepancias de enfoque o de limitaciones -que
son también un fenómeno histórico- la obra de Pintos tiene
importantísimos valores. Su conocimiento es ineludible para todo
estudioso pero a la par muy útil para todo hombre del pueblo que desee
acercarse al pasado nacional.
Dos palabras finales y poco comunes al pro logar una obra, ellas
están referidas a Francisco R. Pintos como hombre. Pocas veces nos ha
sido dado acercarnos a una personalidad tan rica, tan infinitamente
humana, a un ser tan auténtica mente bueno.

LUCÍA SALA.
CAPITULO 1

SEGUNDA ETAPA DE LAS


LUCHAS DE LIBERACION
I
Maduración de nuevas condiciones
revolucionarias

Sabido es que buena parte de los dirigentes políticos y militares,


integrantes en su mayoría de las clases privilegiadas, que habían
acompañado a Artigas en la guerra independentista, se sometieron a los
portugueses y aceptaron sus dictados e imposiciones. Nada en cambio,
logró suprimir ni aun atenuar la hostilidad del pueblo hacia los
ocupantes extranjeros, que se manifestó de continuo y en diversas
formas. A medida que el tiempo transcurría este descontento penetraba
en capas sociales que inicialmente vie ron en los portugueses su tabla de
salvación. Aun mismo, parte de los comerciantes y hacen dados, los más
entusiastas de los primeros días de la invasión, que habían aplaudido sin
reservas la ocupación lusitana, comenzaron a mirar con intranquilidad la
resolución del gobierno portugués de anexarse la Provincia Oriental. La
misma oligarquía porteña, responsable principal y
directa de la invasión, no ocultaba la inquietud y alarma que sentía, y
sólo el terror que le inspiraban las masas del campo armadas, el temor
de ver resurgir un movimiento liberador con las características del
encabezado por Artigas, la mantenía inmóvil, sin atreverse a adoptar una
actitud resuelta. El descontento más marcado se advirtió entre los
hacendados cuando los dominadores, cambiando la política inicial y
actuando ya en son de conquista, usando el derecho de la fuerza,
comenzaron a sacrificar los intereses de los terratenientes y ganaderos
uruguayos, para dar satisfacción a los reclamos de sus hacendados, de su
burguesía, que deseaba obtener ventajas directas, despojando de sus
propiedades a estancieros orientales.

"En un abrir y cerrar de ojos -decía Rivera en nota dirigida a


Lecor haciendo el proceso de la conquista lusitana-
desaparecieron de nuestras manos las pingües estancias que
constituían la base esencial de nuestra riqueza. Los terrenos
pasaron luego a poder de otros, sus antiguos dueños quedaron en
la indigencia, y algunos de ellos que osaron reclamar fueron
arrojados a los calabozos de la isla Das Cobras; y otras medidas
para aterrar a nuestros ciudadanos, y muy particularmente a
aquellos que soñaron siquiera con la libertad y la independencia
de nuestra adorada patria."
En julio de 1821, el gobernador Martín Rodríguez, envió una
circular a los gobernadores provinciales proponiéndoles resistir la
incorporación
y en los últimos meses de ese año se constituyó una sociedad secreta
denominada "Caballeros Orientales" con el "fin único -decían- de poner
fin a la dominación portuguesa, fuera por los medios que fueren,
siempre que los orientales no deseen seguir siendo ni portugueses ni
brasileros"1.
El obstáculo más serio que se levantaba frente a Portugal,
impidiéndole declarar oficial mente sus intenciones de conquista y
anexión, lo constituían las potencias europeas, agrupadas por el acuerdo
de Viena, deseosas de mantener junto a ellas a España que no había
renunciado a "sus derechos" sobre sus colonias de América y de evitar
un choque armado entre España y Portugal, indudablemente de graves
consecuencias para los Estados europeos. Además, Inglaterra, particular
mente atenta a sus intereses comerciales en América del Sur, se opuso
siempre a todo proyecto de conquista como el que pretendía realizar la
corona lusitana. Fue Inglaterra, en 1816, quien primero protestó ante el
gobierno del Brasil, al iniciarse la invasión portuguesa de la Provincia
Oriental, manteniendo una actitud vigilante sin confiar en las
seguridades dadas por las autoridades de Río de Janeiro de que "sólo se
trataba de una expedición en defensa de sus intereses amenazados por
las hordas artiguistas".
En setiembre de 1822 se produjo un hecho extraordinario que
debía cambiar el rumbo que

1
A. Cruz: "Epitome da guerra entre o Brazil e as Provincias Unidas do Rio da Prata."
en ese instante seguían los acontecimientos: Brasil se declaró
independiente rompiendo los lazos que lo unían al reino de Portugal.
Aprovechando la ausencia del Rey Juan VI, que había regresado
a Lisboa, después de una larga permanencia en el Brasil, las clases
nativas enriquecidas, lograron, por vía pacífica, la inde pendencia
política que el pueblo anhelaba, convirtiendo la colonia en Imperio del
Brasil. Y, a consecuencia de la situación creada, que dividió las fuerzas
de ocupación estacionadas en la Provincia Oriental -una parte se plegó a
la causa de la emancipación del Brasil y otra asumió la defensa de la
Corona de Portugal- se dividieron también las fuerzas nacionales. Los
dirigentes de las masas del campo se pusieron de parte del nuevo Estado,
y sólo una fracción de la burguesía ciudadana, vinculada al comercio
rodeó al Barón de la Laguna, sostenedor de los intereses del Bando
Imperial; pero, frente a estas tendencias, apareció otra, en la que se
encontraban saladeristas, ganaderos, las masas y dirigentes militares
como Lavalleja, que compren dieron que era llegado el momento de
iniciar la lucha contra la dominación portuguesa y brasileña y
reincorporar la Provincia Oriental a las Provincias Unidas del Río de la
Plata.
No quiere decir esto que la posición de los dirigentes orientales
que acompañaban al Brasil en contra de Portugal, estuviera desprovista
de sentido progresista, pues veían en ello un paso hacia mejores
soluciones, pero sí, indicaba el temor que aún les producían las masas
armadas y en lucha para expulsar a los dominadores extranjeros
Temían caer dentro del centralismo absorbente, pese a repetidas
declaraciones federalistas, que trataba de imponer la burguesía
bonaerense y temían se iniciara un nuevo período de luchas en el interior
de la provincia, al desaparecer la fuerza coercitiva de Portugal o Brasil.
Tal la posición de Fructuoso Rivera. A la proposición de lucha por la
emancipación formulada por el Cabildo de Montevideo, Rivera contestó:
"V.E. se decide y me invita a defender la independencia de la
patria y, felizmente, estamos de acuerdo en principio y opiniones.
La diferencia entre V.E. y yo en la causa que sostenemos sólo
consiste en el diverso medio de calcular la felicidad común a que
ambos aspiramos. V.E. cree que el país será feliz con la
independencia absoluta y yo estoy convencido de que ella puede
serlo con una independencia relativa; porque la promesa, sobre
imposible es inconciliable con la felicidad del pueblo. Para
establecer la inde pendencia absoluta de la Banda Oriental
necesita V.E. hacer la guerra al imperio, mantener el orden
interno y evitar la anarquía después de haber triunfado."
Los hombres más adelantados de la burguesía nativa -decimos-
entre ellos hacendados, saladeristas y comerciantes, sostenían en cambio
que la Provincia debía independizarse de Portugal y del Brasil volviendo
al seno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Se suponían con
fuerzas suficientes como para abordar la empresa y dominar la situación
y trataban de aprovechar
las nuevas condiciones creadas, con el fin de deshacerse de toda atadura,
y ellas le permitirían marchar por cuenta propia alejando a los
portugueses y brasileños del territorio oriental. Junto a este grupo,
estimulándolo e impulsándolo se encontraban los representantes de Gran
Bretaña, impacientes por dar solución al complicado problema del Río
de la Plata que estorbaba sus planes de expansión comercial.
Pero era un hecho indiscutible que el sentimiento nacional, de
independencia, aumentaba, y expresándose en diversas formas llegaba al
seno del Cabildo. El 16 de diciembre de 1822 el Cabildo decidió hacer
un llamado a la soberanía popular, declarando que "Entre tanto los
poderes contendientes, el poder portugués y el poder brasileño eran
contrarios a estas tierras no podían ni debían dominarlas." Esto
declaraba el mismo Cabildo, aun cuando eran otros los hombres, que
seis años atrás habían recibido alborozados a las tropas lusitanas; pero
las condiciones habían cambiado. Al mismo tiempo, destacados
hombres de Montevideo se dirigían al gobernador de Santa Fe, general
López, pidiéndole auxilios para "liberar a la Banda Oriental".

II
La guerra de liberación

En noviembre de 1823 quedó liquidado el pleito entre Portugal y


Brasil embarcándose rumbo a Lisboa los últimos contingentes de tropas
lusitanas que aún quedaban en Montevideo. Se
afirmó, así, la dominación brasileña en la Provincia Cisplatina, y con
ello aumentaron las posibilidades de los orientales de reanudar las
luchas de liberación nacional. Estas posibilidades fueron mayores hacia
1824, pues se habían con solidado las posiciones de las fuerzas criollas
en las Provincias Unidas. En los últimos meses de ese año, las tropas
americanas habían derrotado a los españoles en la batalla de Ayacucho,
quedan do los peninsulares reducidos a grupos dispersos, desconectados
con los del resto del continente; y esto infundió confianza a los
dirigentes políticos y militares de Buenos Aires. Habían experimentado,
a partir de 1821, las ventajas de un período de paz interior que trajo
aparejado el comienzo de un resurgimiento económico por demás
promisorio. Ese año había sido nombrada una comisión encargada del
estudio de la Deuda Pública con un interés de un cuatro por ciento para
las que provenían de la dominación española y de un seis por ciento para
las contraídas durante las luchas por la independencia.
"Fue éste -dice Parish- el primer ejemplo de un establecimiento
en un Estado de Sud Amé rica, de algo semejante a fondo público y
deuda consolidada. La Comisión encargada aconsejó pagar la deuda por
trimestre. Las entradas provenientes de Derechos de Aduana que, en el
año 1822, eran de 1.987.199 pesos fuertes, pasó a 2.267.705 en el año
1825"2.

Ya a comienzos de 1822 se había constituido en Buenos Aires,


por iniciativa de Rivadavia, una junta de comerciantes y hacendados
2
W. Parish: "Buenos Aires y las Provincias Unidas del Río de la Plata". Librería Hachette. Buenos
Aires, pág. 539.
"para contribuir al progreso del comercio, de la industria la mejora de la
agricultura"; y, paralelamente al comienzo de estabilidad económica,
Rivadavia y a se empeñó en introducir una serie de innovaciones de
carácter político y social. Reivindicó para el Estado, en medio de la
protesta cerrada de los reaccionarios, particularmente del clero, algunas
de las funciones que tenía a su cargo la Iglesia; impulsó el
desenvolvimiento de la instrucción primaria y contribuyó a la creación
de las Academias de Música de Medicina.
El nuevo Estado parecía encontrarse en condiciones de demostrar
a las potencias europeas que era capaz de organizar su vida económica y
política, que había puesto fin al período de revueltas y que se
encaminaba resueltamente hacia su consolidación definitiva. En esta
posición, alentado por Inglaterra, el gobierno de Buenos Aires, advirtió
las posibilidades de abordar la empresa de enfrentar al Brasil y
reconquistar la Provincia Oriental, librando al Río de la Plata del
peligroso contralor que ejercía el flamante imperio separado del dominio
portugués. Comerciantes y saladeristas se pusieron a la obra apoyando a
militares uruguayos contrarios a la dominación brasileña. En 1823 se
iniciaron intensos trabajos en Montevideo para provocar la insurrección
oriental contra la dominación brasileña, con apoyo de determinados
círculos que se movían en Buenos Aires. Mientras en la capital de la
Provincia actuaban sigilosamente grupos

conspirativos, hombres de negocios de ambas márgenes del Plata


procuraban acumular recursos económicos, destinados a financiar la
ardua empresa. Tres saladeristas porteños -dice Pedro Velazco- Félix
Castro, Braulio Costa y Pedro Trápani, entregaron $26.874 y el
comercio montevideano reunía una suma hasta completar $88.000.
El fracaso de este primer intento no desalentó a los futuros
expedicionarios ni a los fuertes capitalistas industriales y comerciantes-
interesados en la liberación de la Provincia Oriental. Hacia los últimos
días de 1824 y los primeros meses de 1825 se reanudaron los
preparativos de invasión. En el saladero de Pascual Costa, en Buenos
Aires, Juan Antonio Lavalleja se reunía con Pedro Trápani y Luis de la
Torre, planean do operaciones, y ajustando detalles, tomando medidas
para impulsar una nueva colecta destinada a la adquisición de armas y
abastecimientos de las futuras fuerzas revolucionarias. "Rápidamente -
añade más adelante Pedro Velazco- se levantó una suscripción de $
16.000 en la que se destacaron los hermanos Anchorena, los Lezica,
Molina, Riglos, Larrea, Alzaga, etc. El gobierno de Buenos Aires,
mediante un eslabonado encadenamiento de letras aportaría
sucesivamente hasta $158.000"3,
Entre tanto, los integrantes de los distintos grupos preparaban
cuidadosamente desde fuera la proyectada empresa, mantenían contacto
permanente con grupos conspirativos diseminados

en la Provincia Oriental. Juan Antonio Lavalle ja, formado militarmente


junto a Artigas tomó entre sus manos la tarea de dirigir la insurrección.
Tiempo hacía que el futuro jefe de los Treinta y Tres Orientales
trabajaba empeñosa mente preparando las fuerzas para iniciar el

3
Pedro Velazco: "El Popular", 23-VIII-963.
movimiento emancipador. Durante el período de lucha entre Portugal y
Brasil, sabiendo que las provincias de Santa Fe y Entre Ríos habían
ofrecido apoyo al Cabildo de Montevideo, Lavalleja organizó un cuerpo
expedicionario, debiendo desistir bajo la presión del gobierno de Buenos
Aires.
"Construir la Provincia bajo el sistema republicano -se leía en el
programa formulado por Lavalleja- en uniformidad con la antigua
unión. Estrechar con ella los vínculos que antes la ligaban,
preservarla de la horrible plaga de la anarquía y fundar el imperio
de la ley."
En los primeros meses del año 1825, habían madurado las
condiciones revolucionarias en la Provincia Oriental. Había ascendido
verticalmente el espíritu de oposición a la dominación extranjera. Las
masas populares miraban con odio a los que, sobradamente,
consideraban como intrusos. Los hacendados, que en cierta medida
apoyaron a las fuerzas imperiales contra los portugueses esperando así la
definitiva solución de la propiedad de la tierra, no encontraron la salida
que buscaban bajo la dominación del gobierno del Brasil. Así fue como,
poco tiempo después del desembarco en la Agraciada

el 19 de abril de 1825 de un contingente de treinta y tres orientales,


llegados para organizar y dirigir el movimiento liberador, encontraron a
toda la provincia en pie de guerra, incorporándose a los expedicionarios
varios militares, entre ellos Rivera, que habían apoyado anteriormente a
Portugal y al Brasil.
III
La Asamblea de la Florida

Antes de cumplirse cuatro meses de iniciada la insurrección,


habiéndose registrado acciones militares de reducida importancia, quedó
instala da en la villa de la Florida la Asamblea Nacional y el 25 de
agosto de ese año declaraba solemnemente, la separación de la Provincia
del imperio del Brasil y su incorporación a las Provincias Unidas.
"Declara decía el artículo primero del acta en que consta esta
resolución- írritos, nulos, disueltos y de ningún valor, para
siempre, todos los actos de incorporación, aclamación y
juramentos arrancados a los pueblos de la Provincia Oriental por
la violencia de la fuerza unida a la perfidia de los intrusos
poderes de Portugal y Brasil que han tiranizado, hollado y
usurpado sus inalienables derechos sujetándola al yugo de un
absoluto despotismo desde el año de 1817 hasta el presente de
1825. Y por cuanto el pueblo oriental aborrece y detesta hasta el

recuerdo de los documentos que compren den tan ominosos


actos...".
La Asamblea de la Florida dirigió sus pasos a impulsar la
revolución liberadora con contenido democrático. Suprimió el derecho
de diezmo, aplicó un recargo al trigo extranjero y declaró la libertad de
los esclavos "para evitar -decía- la monstruosa inconsecuencia que
resultaría que los mismos pueblos en que se proclama y sostiene los
derechos del hombre, continúen sujetos a la bárbara condición."
La segunda legislatura, constituida según una ley de enero de
1826, fijando en cuarenta el número de diputados, ratificó la
reincorporación sin condiciones de la Provincia Oriental a las Provincias
Unidas y dio poderes en este sentido a los delegados que envió al
Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas.
"En diciembre del mismo año dice Eduardo Acevedo era
sancionada por el Congreso Constituyente de las Provincias
Unidas una constitución que adoptaba, efectivamente, la forma
representativa republicana, pero que destruía la autonomía de las
provincias al someterlas al Consejo Administrativo de origen
popular y gobernadores elegidos de una terna por el Presidente de
la República, que funcionaría bajo la inmediata dependencia de
éste. La Sala de Representantes declaró, en su ley de marzo de
1827, que esa constitución unitaria, que centraliza todas las
gobernaciones en Buenos Aires era capaz de hacer la felicidad
del

pueblo argentino y encaminarlo en el eleva do destino de que se


había hecho acreedor por sus esfuerzos y sacrificios»"4.
Se había decretado, pues, la reincorporación de la Provincia
Oriental a las Provincias Unidas sin condiciones, consagrando "la
unidad del nuevo Estado", y con ello, recibían un tiro de gracia las viejas
concepciones artiguistas, que fue el a pensamiento de los hacendados
anticentralistas y de las masas desquiciadas del campo, que odiaban todo

4
Eduardo Acevedo: "Anales Históricos del Uruguay", tomo II.
poder instalado en Buenos Aires. Triunfaba en toda la línea la política
que exigía la burguesía mercantil "para poner orden" y someter a las
fuerzas dispersas, por medio de un Estado poderoso centralizado, pese a
la fórmula federalista, con sólo una apariencia exterior en este sentido.
La burguesía oriental, que contaba con el apoyo de una parte de
la burguesía argentina, pe ro no aún con el del gobierno de Buenos
Aires, hizo antes y después de la Asamblea de la Florida, un esfuerzo
supremo encaminado a afirmar su dirección, creando una base jurídica,
anulando toda posible influencia de las masas en la dirección política,
barriendo los vestigios del artiguismo a través de su dictadura de clase.
"Sólo los vecinos propietarios" tuvieron derecho a concurrir como
delegados a la Asamblea del 25 de Agosto que aseguró que:
"Ya era tiempo que nos presentáramos

ante el mundo de modo digno y que así como desgraciadamente


fuimos el escándalo de los pueblos, ahora servimos de ejemplo
para los que hoy son tan desgraciados como lo fuimos nosotros.
Si la anarquía nos hizo ge mir bajo el yugo de la tiranía
doméstica, si ella despobló nuestra tierra y sirvió de pretexto al
extranjero astuto que nos hizo arrastrar sus cadenas por diez años,
los principios de orden que hoy practicamos contribuirán sin duda
a construir el país y cerrar para siempre las revoluciones."
Todo esto para explicar y justificar la incorporación
incondicional que se había resuelto. A ello conducía el afán de
desprestigiar la acción de Artigas y cargar sobre su persona toda la
responsabilidad de la situación en que el país se encontraba sumergido
por la lucha desespera da en derredor de intereses de clases o capas
sociales. La responsabilidad, si la había, correspondía, más que nada, a
quienes pretendían que solo prevalecieran sus intereses mercantiles o sus
intereses de grandes propietarios de la tierra.
Siendo así, no habrían de ser las declaraciones pomposas las encargadas
de arreglar la situación, de fundir en un todo, sin conmociones, intereses
en la mayor parte de los casos, encontrados; y los acontecimientos
inmediatos mostraron cuál era la realidad. La Provincia de Entre Ríos
rechazó la Constitución y Lavalleja que secundaba los planes
separatistas, en octubre de 1827 disolvió la Asamblea porque -según
declaraciones del coronel Laguna, que estaba de su parte- la legislatura

y el gobierno "eran corrompidos y serviles y entre sus hombres había


agentes de los portugueses que tenían, además, la tacha de haber
aceptado la constitución unitaria votada por el Congreso argentino y
rechazada por las provincias."
Después de instalada la Asamblea de la Florida, las fuerzas
revolucionarias lograron dos victorias importantes sobre los ejércitos
brasileños, quedando estos reducidos a las plazas de Monte video y
Colonia. El 24 de setiembre de ese año, el general Fructuoso Rivera, al
frente de doscientos cincuenta hombres, derrotó en el Rincón de las
Gallinas a un contingente de tropas brasileñas compuesto de setecientos
soldados. "Yo pensaba -dice Rivera, describiendo el ardor combativo de
los milicianos patriotas- que llevaba a retaguardia mil coraceros, según
el valor y el orden con que se presentaron nuestros soldados a la
presencia del peligro", y, el 12 de octubre, el ejército de liberación,
integrado por dos mil hombres, al mando de Lavalleja, obtuvo una
brillante victoria en los campos de Sarandí sobre el aguerrido y bien
armado ejército brasileño, coman dado por el coronel Bentos Manuel.
Los orientales, a la voz de Lavalleja de "carabina a la espalda y sable en
mano", arremetieron contra los brasileños desorganizando sus filas y
quebrantan do la resistencia que ofrecían. "Verse y encontrarse -escribía
Lavalleja en el parte dando cuenta de la batalla- fue obra de un
momento. En una y otra línea no se procedió de otra manera que la carga
y fue ella, ciertamente, la más formidable que puede imaginarse."

En los últimos días de 1825, el gobierno del Brasil declaró la


guerra a la Argentina, como respuesta al decreto dictado por el Congreso
Constituyente de reincorporación de la Provincia Oriental a las
Provincias Unidas,, pero, en el transcurso del año 1826, cesaron casi por
completo las operaciones militares y recién a partir de 1827, se
registraron dos hechos de armas importantes: Batalla de Ituzaingó, el 20
de febrero, donde las milicias uruguayas y las fuerzas arma das
argentinas, al mando del general Alvear, derrotaron a las tropas
brasileñas, y el combate del Juncal en el Río Uruguay que finalizó con la
victoria de la escuadra argentina, al mando del almirante Brown.
No obstante, pese a su indiscutible importancia, no fueron
decisivas estas acciones de guerra. La contienda amenazaba prolongarse
indefinida mente, y, segura de ello, la diplomacia inglesa presionaba sin
descanso sobre Buenos Aires y Río de Janeiro para lograr la terminación
del conflicto bélico que perjudicaba sus intereses comercia les. En el
momento en que Gran Bretaña acentuaba su presión diplomática, se
descubrió la existencia de un tratado secreto firmado entre los gobiernos
de Argentina y Brasil, por medio del cual el presidente Rivadavia
reconocía la ocupación de la Provincia Oriental por el Brasil. El
Congreso argentino se levantó airado cuando tuvo conocimiento del
"arreglo" y el pueblo de Buenos Aires ganó la calle dispuesto a impedir
que se consumara una nueva traición a la Provincia Oriental, que lo era,
en realidad, a las Provincias Unidas en su conjunto. Así, bajo el

poderoso movimiento de masas, Rivadavia se vio obligado a dejar sin


efecto la concertación del tratado y presentó renuncia del cargo que
ocupaba.
Entretanto, el pueblo oriental en armas renovó la lucha contra los
dominadores. En marzo de 1828, el general Rivera, al frente de un
contingente de fuerzas orientales, se internó en territorio que ocupaba el
Brasil y se apoderó de las Misiones, al tiempo que se producían
insurrecciones en algunas provincias del Imperio, sin que, en lo
fundamental, cambiara la situación militar que existía.

IV
Del final de la guerra a la Convención Preliminar de Paz
Sin embargo, tres años de guerra entre dos países de economías
débiles e inestables, debían agotar las mejores energías. Se notaban ya
síntomas de cansancio y agotamiento. Todos menos los comerciantes
que se enriquecían con la guerra anhelaban el advenimiento de la paz. El
gobierno brasileño se encontraba frente a la insurrección a que nos
hemos referido y el gobierno argentino se veía al borde de una catástrofe
económica provocada por los crecidos gastos que demandaba la
campaña militar en la Provincia Oriental, a extremo tal, que se habían
agotado los recursos acumulados en el período de paz

comprendido entre los años 1821-1825. La miseria, las privaciones, aun


el hambre aniquilaban al pueblo; el pequeño comercio se encontraba en
trance de cerrar sus puertas por falta de mercancías, en tanto que los
grandes acaparadores se entregaban a una especulación desenfrenada
con los artículos de consumo que escaseaban por efectos del bloqueo de
los puertos. José María Roxas, ministro de Dorrego, gobernador éste que
había sustituido a Rivadavia, en una carta dirigida a Rosas, se refería a la
situación del país en estos términos:
"Entre tanto estábamos en un bloqueo riguroso y
carecíamos de todo, los comercian tes se entregaban al agiotage
de los efectos en general, principalmente de los de consumos
necesarios, elevándose a precios fabulosos. Por ejemplo: la
arroba de sal llegó a valer mil pesos moneda corriente de hoy.
Las pipas, fardos y cajones pasaban de mano en mano, de
almacén en almacén, como los fondos públicos y las acciones de
sociedades en la Bolsa. Jamás se había visto en esta plaza una
actividad mayor, aunque fantasmagórica. La paz debía concluir
con ello y con sus actores o dueños que, por lo tanto, querían la
guerra a todo trance".
"La situación del Brasil -decía Pelliza era peor que la de la
Argentina. Las tropas estaban desmoralizadas y los austríacos se
desbandaban pasándose en grupos al ejército argentino, valga el
testimonio del general Paz, por cuyos labios jamás pasó una
mentira. El capital del banco había sido absorbido

por el gobierno, dictándose, para salvarlo de la bancarrota, el


curso forzoso, forzándose a la vez las emisiones con doble de
presión del billete"
La situación imperante permitía al gobierno británico maniobrar
con más eficacia, tratando de sacar partido. Deseaba la paz, pero
deseaba que ésta se hiciera en condiciones que sus resultados en ningún
momento pudieran dificultar en el fu turo la libertad de comercio.
Inglaterra no deseaba que sólo Argentina controlara ambas márgenes del
Plata, la enorme puerta de entrada y salida para todo el comercio del
centro de Amé rica del Sur, ni que el Brasil se colocara en posición tan
estratégica, como lo era la ribera septentrional del estuario que
dominaba el acceso a Buenos Aires y a los grandes ríos Uruguay, Paraná
y Paraguay.
En la carta ya mencionada, refiere Roxas que en una entrevista que tuvo
con el ministro inglés en Río de Janeiro, Lord Ponsomby, dijo a éste:
"Milord, la simpatía que se trasluce en usted a favor del Brasil en
las reclamaciones injustificadas de las presas hechas por nuestros
corsarios, de buques cargados de armas que tienen la corona y las
iniciales del Emperador del Brasil y además los papeles que
acreditan su destino, prueban que el objeto principal es su
mediación en la independencia de la Banda Oriental para
fraccionar las costas de América del Sur. Era un hombre que,
aunque viejo, tenía pólvora en el cerebro. Sí, señor, me contestó
con viveza. El

gobierno inglés no ha traído a América a la familia real de


Portugal para abandonarla. La Europa no consentirá jamás que
dos Esta dos: Brasil y Argentina, sean dueños exclusivos de las
costas orientales del Atlántico del Sur, desde más allá del
Ecuador hasta el Cabo de Hornos."
Inglaterra había logrado comprometer con anterioridad a favor de
sus planes a destacados jefes militares y civiles orientales. Lavalleja, que
había sido ayudado por la burguesía porteña en sus proyectos de
insurrección en 1825 y por esa misma razón saludó alborozado, desde su
campamento en Melo, la reincorporación de la Provincia Oriental a las
Provincias Unidas, decretada por la Asamblea de la Florida, disolvió,
como ya lo indicamos, la segunda Asamblea, acusándola de aceptar la
reincorporación incondicional.
"Lord Ponsomby -dice Pablo Blanco Acevedo- temía que un
triunfo de Buenos Aires sobre el Brasil, trajese como resultado la
incorporación de la provincia a la Argentina y aconsejó a
Lavalleja, por intermedio de Trápani, que se mantuviera quieto en
Cerro Largo, no iniciando operaciones de fondo contra el Brasil".
"Y, -agrega luego-, Ponsomby trató de servirse de Lavalleja para
lograr éxito en la maniobra."
Después de ponderar la actitud del jefe de los Treinta y Tres,
agrega: "A Lavalleja, como gobernador de la Provincia Oriental, me
parece a mí que debe dársele Montevideo, La Colonia

y las otras plazas fuertes y deduzco que Buenos Aires deberá


retirar sus tropas de la Provincia, al mismo tiempo que el
Emperador del Brasil las suyas."5
La resistencia inquebrantable y obstinada de las masas
populares uruguayas de la ciudad y del campo, su lucha tesonera,
el duro batallar que permitieron infligir severas derrotas a los
ocupantes brasileños: Rincón, Sarandí, luego Ituzaingó en
colaboración con las fuerzas arma das argentinas, finalmente la
intrépida acción de Fructuoso Rivera invadiendo con sus
soldados las Misiones, en tanto el ejército imperial no logró una
sola victoria, convencieron al enemigo de que, pese a su poderío
podía ser vencido. A esto se añadía la situación económica y
financiera existente en Argentina y Brasil, a la que ya nos hemos
referido, más la presión de la diplomacia británica, que también
hemos señalado, culminó en la celebración de la Convención

5
Pablo Blanco Acevedo: "La Convención de Paz de 1828", pág. 21.
Preliminar de Paz firmada en Río de Janeiro el 27 de agosto de
1828, entre los de legados de los gobiernos argentino y brasileño,
con la intervención directa del representante británico en el
Brasil. Los orientales, a quienes más directamente afectaba el
tratado, quienes en primer término debían sufrir sus
consecuencias, no estuvieron representados en Río de Janeiro.
Empero, carece de exactitud la afirmación de algunos
historiadores, de que el tratado se firmó a espaldas de los
orientales, dicho con más propiedad

de los dirigentes políticos y militares del Uruguay, pues, como lo


atestiguan las declaraciones transcriptas, Lavalleja y Trápani
participaron en los trámites de la Convención. Era explicable que
el representante de Inglaterra, interesado cuanto antes en una paz
más o menos estable, tuviera en cuenta la opinión de los di
rigentes de la Provincia Oriental. No ignoraba el diplomático de
S.M.B. que jefes como Lavalleja disfrutaban de gran prestigio y
arraigo en el pueblo, y no sólo en la Provincia Oriental, también
en vastas regiones del Occidente del Uruguay y aun mismo en
Buenos Aires, cuya población seguía atentamente y en actitud
vigilante las incidencias del prolongado pleito uruguayo-
brasileño.
Las masas, sí, no desempeñaron, no podían desempeñar
por la situación en que se encontraban, ningún papel de dirección,
aun cuando estuvieran siempre en juego sus intereses básicos y
aun cuando habían entregado el mayor caudal de energía y sangre
a la lucha.
Por el protocolo firmado, Argentina y Brasil reconocían la
independencia de la provincia de Montevideo -como se le
llamaba en esa época a la Provincia Oriental- comprometiéndose
ambas naciones firmantes a defender su integridad territorial
"siendo un deber -decía- de los gobiernos contratantes auxiliar y
proteger a la Provincia de Montevideo hasta que ella se
constituya completamente, prestándole ayuda desde la jura de la
Constitución hasta cinco años después, a los gobiernos legítimos,
y si la tranquilidad y la seguridad fueran perturbadas dentro

de ellas por la guerra civil, contrayendo igual mente el


compromiso de ayudar al nuevo Estado a que organice
rápidamente su vida política, a que elija autoridades provisorias
para llamar a elecciones con el fin de sancionar una constitución,
que será examinada por los gobiernos con tratantes". "Además,
ambas partes se comprometen a aplicar los medios a su alcance, a
fin de que las márgenes del Río de la Plata y todos los que
desembocan en él, se conserven libres para el uso de los súbditos
de una y otra nación en la forma que ajustase el tratado definitivo
de paz."

V
La Constitución de 1830. Su contenido de clase

El 24 de abril de 1829, a los cuatro años de iniciada la


insurrección contra los dominadores brasileños, las tropas
imperiales desalojaron Montevideo, donde, poco después, se
instaló el gobierno provisorio y la Asamblea Nacional; el 10 de
setiembre fue sancionada la Constitución del nuevo Estado, pero,
recién entró en vigencia en julio de 1830, debido a la tardanza en
dar su aprobación los gobiernos de Río de Janeiro y de Buenos
Aires.
La Constitución de 1830, consagraba con fuerza una
severa dictadura de clase; la dictadura las clases privilegiadas:
terratenientes, hacendados

comerciantes e industriales sobre las clases productoras de la


ciudad y del campo. La ciudadanía, es decir el derecho de elegir
que daba además suspendido según la Constitución, por
cuestiones de carácter moral, por incapacidad mental; por no
saber leer ni escribir, por la condición de sirviente a sueldo, peón
jornalero, sim ple soldado de línea o por vagancia
(desocupación). Es decir, tales derechos ciudadanos no podían ser
ejercidos por la casi totalidad de la clase trabajadora. La
aplastante mayoría de los desposeídos eran analfabetos en los
albores de nuestra independencia y muchos años después;
trabajaban como peones sin oficio o como sirvientes a sueldo o se
encontraban en los cuarteles en calidad de soldados, o se veían
obligados a vagar por los caminos sin trabajo y sin recursos. Por
otra parte, como el voto era público, los pocos asalariados que se
encontraban en condiciones de ejercerlo, tenían que votar por
quienes le indicara el patrón o el caudillo político so pena de
sufrir las consecuencias de un momento de rebeldía. Sólo a partir
del artesanado hacia arriba, una insignificante minoría, disfrutaba
del derecho al voto.
Aparecía visible la dictadura de clase; se marcaba con más
precisión, en la parte del articulado de la carta fundamental
estableciendo que los puestos de dirección política estaban
reservados exclusivamente a los hombres que disponían de bienes
o ingresos equivalentes, que los diferenciaban de las clases
populares, restringiéndose gradualmente el círculo a medida que
se ascendía en la escala del poder. Para ser elegido

representante se necesitaba tener veinticinco años de edad, poseer


un capital de cuatro mil pesos o profesión u oficio que produjese
renta equivalente. Para ser senador, era necesario haber cumplido
treinta y tres años de edad, poseer un capital de diez mil pesos o
renta equivalente o profesión científica que la produjese. Iguales
condiciones que para ser senador, con el agre gado de ciudadanía
natural, se requería para ser presidente de la República.
Con escasas variantes, la primera constitución uruguaya
estaba vaciada en los mismos moldes que las demás
constituciones de los países latinoamericanos en sus primeros
años de independencia política. La joven burguesía indígena
recogía las experiencias suministradas por las burguesías
veteranas de los grandes países: por ejemplo, la legislación
electoral inglesa, que consagraba el voto calificado y lo negaba
obstinadamente a los trabajadores; de la Constitución
norteamericana, que obviamente no permitía votar a 300.000
esclavos negros; de la Constitución francesa de 1791, salida de
las entrañas de la Revolución, que sólo otorgaba derechos
electorales a los hombres que pagaban determinada cantidad de
dinero anualmente al Estado, en calidad de impuestos, lo que
privaba de la ciudadanía a tres millones de hombres en edad de
elegir y ser electos.
Sin embargo, el estatuto que estructuraba el Estado cuya
independencia política fue establecida en la Convención
Preliminar de Paz, afirmaba lo fundamental del contenido de la
revolución comenzada en 1810, de la cual el aspecto

democrático se perfiló en las Instrucciones del año XIII y


mantenida en la segunda etapa de la revolución oriental que
abarcó el período de 1825 a 1828. La dictadura de clase de la
burguesía nacional derivaba de su madurez política, que le
permitía comprender que ninguna clase social puede mantenerse
en la dirección conquistada si no se apoya en una dictadura, tanto
más severa cuanto mayor sea la resistencia de las clases o grupos
de clases desalojadas del poder o de las masas explotadas
descontentas, dentro de la sociedad dividida en clases. Orientada
la primera Constitución uruguaya a afirmar la revolución
democrática, se dirigía, a través de la dictadura de clase a
suprimir la montonera gaucha, quitando a los explotados de la
ciudad y del campo toda posibilidad de influir en la dirección de
la cosa pública; pero, al mismo tiempo, establecía los derechos
elementales que sostenía la burguesía adelantada de la época,
compatible con el sistema librecambista en las relaciones
comerciales, cuyos teóricos y representantes máximos se
encontraban en Inglaterra. Fijaba como forma de gobierno la
republicana, unitaria, es decir, centralizada, con la división en tres
poderes independientes unos de otros: ejecutivo, legislativo y
judicial6.

La Constitución de 1830 -a pesar de sus declaraciones de


libertad para todos los hombres, de igualdad ante la ley,
pomposamente estampadas en su texto, no suprimió la esclavitud.
Con templaba la situación de los dueños de esclavos y no
prohibía el tráfico de "carne de ébano". Efectivamente, el artículo
9º decía: "Nadie nacerá esclavo en el territorio de la República",
y aun cuando la Asamblea dictó una ley complementaria
aboliéndola, la extinción de tan bárbaro y atrasado sistema de
explotación del ser humano, la supresión de la esclavitud debía
llegar más tarde como resultado de la necesidad que tenía la
burguesía de cambiar las formas de producción, cuando por el
grado de desarrollo de las fuerzas productivas, el trabajo
esclavizado ya no daba resultado, y por el contrario,

6
La división de poderes no es otra cosa que un aspecto más de la dictadura de clase de la
burguesía, tendiente a restringir más aún las posibilidades de infiltración de influencias extrañas a la
clase detentadora del poder y aparece como fruto de una larga experiencia. En un estudio publicado
en "La Correspondance
Internationale", en noviembre de 1935, analizando las razones que tuvo la burguesía para establecer
la división de poderes, se decía: "Ello fue ideado por el jurista francés Montesquieu, expuesto en su
libro «El espíritu de las Leyes», publicado en 1784 y es, como expresión de la lucha de clases, una
tentativa de conciliación entre la nobleza francesa de mediados del siglo XVIII, que veía hundirse el
suelo bajo sus pies... Juan Jacobo Rousseau, un representante de la pequeña burguesía
revolucionaria del siglo XVIII, desaprobaba categóricamente, lo mismo que otros revolucionarios de
aquel tiempo, la doctrina de la sepa ración de poderes, pues veía en esto una enseñanza opuesta a
la doctrina democrática de la soberanía del pueblo."
"Esta doctrina que ha sido formulada por Rousseau con la mayor precisión y con el mayor
espíritu de continuidad, afirma que el pueblo es

detenía el proceso hacia formas más acentuadas de producción


capitalista. No fue por casualidad, sin duda, el hecho de que en el
campo, donde el trabajo esclavizado daba aún cierto resultado,
por su atraso, por las formas precapitalistas de producción,
tardara más que en los centros urbanos el ser definitivamente
suprimido.
El conjunto del contenido de la Constitución de 1830
tenía, pues, como misión fundamental, dar paso gradualmente a
las fuerzas de la burguesía, rompiendo la estructura jurídica de
origen colonial.
la única fuente y el único detentador del poder del Estado. Esta es la razón por la cual Rousseau
combatió la doctrina de la separación de poderes. Como él afirma no puede haber más que una so
lución: o bien la voluntad es general o esta voluntad no existe, o bien común a todo el pueblo o bien a
una parte. En sus ataques contra los defensores de la separación de poderes, Rousseau escribía
que hacían del poder supremo un ser imaginario, reuniendo partes diferentes."

CAPITULO II

DE LA JURA DE LA CONSTITUCION DE 1830 A


LOS PROLEGOMENOS DE LA GUERRA GRANDE
I
Primeros pasos de vida independiente

Sancionada la Constitución consagrada en 1830, y en tanto


se cumplían las condiciones establecidas en el Tratado de Río de
Janeiro, se cerró en la Provincia Oriental la segunda etapa de su
lucha liberadora, la última.
Se había realizado, y así lo consagraba la carta
fundamental -decimos- la revolución liberadora de contenido
democrático, pero el problema de la tierra permanecía
incambiado. La división de los grandes latifundios y su reparto
entre los desposeídos del campo, iniciado por el gobierno de
Artigas, habría creado una base estable y sólida para permitir al
país avanzar firmemente hacia soluciones con un contenido
capitalista adelantado. Tal subdivisión no se continuó; a la
inversa, a lo largo de un proceso tortuoso, como lo veremos más
adelante, se facilitó la concentración de la tierra en pocas manos,
se afianzó el nefasto sistema del latifundio, que fue consagrado,
de hecho dentro de los

marcos del flamante estatuto, pues al reafirmar la Constitución


los derechos inalienables de la propiedad privada, incluyendo,
claro está, los derechos a la propiedad del suelo, cerraba
herméticamente las puertas a cualquier modificación posterior
por vías legales, y por ello quedó gravitando sobre el país una
pequeña minoría dueña de enormes extensiones de campo y una
masa inestable de desposeídos, sin apego a la tierra cuya posesión
se le presentaba como definitivamente vedada. La Constitución
estructuraba un Estado burgués, pero al no cambiar las relaciones
de propiedad en el campo, que fueran uno de los fundamentos de
la propiedad colonial, junto con el comercio, dejó intacta una
herencia destinada a pesar como plancha de plomo sobre el
conjunto de la vida nacional, trabando el desarrollo normal del
progreso durante años y años, manteniendo al país en un estado
de debilidad permanente, con una economía anémica,
ofreciéndolo como fácil presa a las grandes potencias capitalistas,
cuyas ambiciones de dominio y de posesión colonial crecían sin
cesar. Con esa forma de posesión de la tierra, el latifundio
mantenía a la campaña despoblada e incomunicada. Según datos
estadísticos suministrados en el momento de realizarse las
elecciones para de signar delegados a la Asamblea Nacional
Constituyente, existían en toda la República 74.000 habitantes,
habiendo departamentos como el de Paysandú, que abarcaba lo
que fueron más tarde Paysandú, Tacuarembó, Rivera, Salto y
Artigas, poblado apenas por 5.000 personas. El escaso
poblamiento del campo ofrecía la característica de

una capital con exceso de habitantes en relación a una campaña


dilatada y despoblada. Según el padrón de la ciudad de
Montevideo de 1805, dentro del casco de la ciudad vivían 9.530
personas7. En el año 1809, el cura párroco de El Pintado, se
refería al cuadro que ofrecía aquella región en estos términos:
"Treinta años ha que se fundó la capilla en el mismo lugar
(en el Pintado) que hoy ocupa la parroquia y solo cinco
vecinos se han reunido, estando algunos de éstos talves
prontos a mudar de domicilio, convencidos de que es
imposible sostenerse en el que hoy tiene, de forma que no
me extrañaría que darme solo dentro de breves días, sin
embargo de que habiendo familias para formar numerosas
poblaciones. El pobre morador de la campaña que no
posee otro patrimonio que su trabajo, el labrador a quien la
fortuna ingrata no ha favorecido para hacer suyas algunas
cuadras de buen terreno que vaga siempre sembrando, ya

7
Padrón de Montevideo "Revista Histórica" N.º 3.
una parte ya otra, y aveces tan retirados de la parroquia,
que se ve obligado a abandonarla entera mente por atender
a su trabajo..."8
Al subsistir todo lo que Artigas quiso corregir por medio
del Reglamento de 1815, y al destruir su reforma agraria quienes
le sucedieron

después de la independencia, por la permanencia del sistema de


explotación primitiva de la tierra, ni una sola de las cuestiones
económicas que habían trastornado la vida de la Provincia
Oriental de 1811 1828, quedó descartada. Tal estado de cosas
debía fatalmente influir e influyó en parte considerable sobre la
vida económica y política de la República.
Era lógico esperar, pues, la reanudación de conflictos
internos no bien desaparecieran las fuerzas coercitivas que los
frenaban. Los acontecimientos se encargaron de descubrir cuánto
de imposición externa había en la situación creada desde Río de
Janeiro por la Convención Preliminar de Paz. Ya en el período de
casi dos años que medió entre la firma del tratado y la Jura de la
Constitución, se habían producido choques entre distintas fuerzas
que actuaban dentro de la Provincia Oriental y ello era la
demostración irrefutable de la permanencia de viejos
antagonismos y la aparición de nuevos no menos graves. Era en
mucho, insistimos, fruto de la forma que revestía la tenencia de la

8
Actas de la Fundación de la Florida "Revista Histórica" N.º 14.
tierra, más el nuevo factor de disgregación creado por la Deuda
Pública, en que cada acreedor o grupo de acreedores echaba
mano a cualquier recurso, incluso la provocación de movimientos
armados, en el afán de ser cada uno el primero en cobrar. En
torno a estas cuestiones, primero la Deuda Pública y luego la
disputa de la propiedad de la tierra, se fueron polarizando las
fuerzas.
En un bien documentado trabajo de Pedro Velazco,
publicado en el diario "El Popular" el 23 de agosto de 1963, se
muestra en forma visible

los primeros pasos de la Deuda Pública en el Uruguay y las


discusiones, choques y rupturas que de originó cuando llegó la
hora de cobrar al Estado. El préstamo inicial fue obtenido entre
saladeristas y comerciantes, particularmente de Buenos Aires
para subvencionar la fracasada insurrección de 1823 y el
segundo, dos años más tarde, también entre saladeristas y
comerciantes, destinado a armar y equipar las fuerzas de la
Revolución de 1825, a cuyo frente se encontraba Juan Antonio
Lavalleja. Hubo luego otros empréstitos, siendo de ellos el más
importante el concedido al llamado Ejército del Norte,
comandado por Rivera, que luego invadió las Misiones.
"¿Cómo se lograría cobrar tanto dinero?? "Cuando a partir
de la proclama de Joaquín Suárez -anota Pedro Velazco-
en la que se declaraba la independencia de la Ban da
Oriental en 1828, nuestro país se halló dueño de sus
destinos, una serie de hombres se enfrentaron estupefactos
al ignoto futuro. La pregunta de todos fue la siguiente:
¿Quién se hará cargo de mis créditos? ¿Quién cobrará en
primer lugar? ¿Los prestamistas del 23, los abastecedores
del ejército republicano lavallejista del 23 al 28, o los que
financia ron la empresa de Misiones, el llamado ejército
del norte de Rivera...?"
La pugna fue enconada, creciendo en intensidad, los
reagrupamientos se transformaban de a circunstanciales en
permanentes, para culminar más tarde en partidos políticos
organizados, colocados frente a frente. Es comprensible que esta

situación, la extrema debilidad de la vida económica del país,


impidiera la formación de una clase fuerte bien organizada, capaz
de orientar, a través de sus mismos intereses de clase, toda la vida
económica de la República y era esto mismo otro factor de
disgregación.
El nombramiento de Rondeau como gobernador provisorio
por la Asamblea Constituyente se hizo con el fin de mantener
alejados del poder a Lavalleja y Rivera ya en pugna, cuyas
actitudes intransigentes amenazaban desembocar en la guerra
civil.
Rondeau como gobernador puso empeño en encauzar la
vida económica del país por vías progresistas, adelantándose a las
resoluciones de mica la Asamblea Constituyente. Adoptó
disposiciones para poblar de ganados los campos diezmados
durante la dominación portuguesa y brasileña. Procuró fomentar
la exportación por las fronteras lo que hizo subir a doce pesos el
valor de las vacas y a ocho el de los caballos. Dictó órdenes
reforzando las policías de campaña con el propósito de reprimir
el robo de ganado y la matanza clandestina de animales; creó una
junta integrada por seis comerciantes y seis hacendados que tenía
el cometido de "proponer y llevar a conocimiento del gobierno
todo cuanto juzgue conveniente al fomento del comercio, de la
industria y mejoras del ganado y de la agricultura". Para facilitar
el desarrollo de los cultivos en las tierras próximas a Montevideo,
que amenazaban abandonar los chacareros por no poder hacer
frente a las deudas por concepto de impuestos y arrendamientos,
la Asamblea, por iniciativa del

gobernador, aprobó una ley "declarando extinguidas las tres


cuartas partes de las deudas con traídas tratándose de
arrendatarios solventes y la totalidad tratándose de insolventes."
Se preocupó también Rondeau de establecer un plan de
impuestos que debían reemplazar a los impuestos creados por la
segunda Legislatura, los cuales a su vez, habían sustituido a los
viejos impuestos y diezmos de origen colonial. Estableció,
asimismo, un registro estadístico, a cargo de una comisión central
y subcomisiones locales, con la misión de recabar datos de los
juzgados, comandancias y oficinas recaudadoras, levantar el
censo de la población, estudiar la existencia de terrenos del
Estado y clasificarlos, determinar el monto de capital fijo y
circulante, formar cuadros de las exportaciones por decenios a
partir de 1800, estudiar los caudales de los ríos y arroyos para
averiguar las posibilidades de su navegación. En noviembre de
1830 el gobierno envió un mensaje a la Asamblea pidiendo
autorización para invertir seis mil pesos en el fomento de la
inmigración, necesaria al desarrollo de la agricultura y la
obtención de mano de obra calificada para la incipiente industria
manufacturera y el aumento del artesanado. Se adoptaron
medidas para liberar al país del exceso de monedas de cobre
dejadas por los brasileños y de la plaga del empapelamiento. Se
abordó el estudio del mejoramiento del puerto de Montevideo con
el fin de facilitar el arribo de barcos de ultramar, reclamado por el
comercio de importación y exportación. Ese año entraron al
puerto de la capital

tal 586 embarcaciones, con un registro total de 74.135 toneladas.


Paralelamente a estas disposiciones de carácter
económico, y como complemento correspondiente a un comienzo
de desarrollo burgués, fue formulado y ejecutado un plan de
ampliación de la enseñanza: creación de escuelas primarias en
Montevideo y en todos los pueblos y establecimientos de la
Inspección Departamental de Escuelas.
Nada de esto evitó el derrumbe del gobierno. El general
Rivera, apoyado por la parte de las fuerzas del campo que en él
confiaban, luchaba por tomar el poder y disolver la Asamblea
Nacional, creando dificultades hasta obligar a Rondeau a
presentar renuncia del cargo. Con ello comienza -luego de
constituida la República Oriental del Uruguay- la lucha continua
por el poder, en mucho sangrienta, que debía prolongarse por más
de tres cuartos de siglo.

II
El origen de los partidos tradicionales
El otro elemento paralizador de las fuerzas -decimos-
derivó de la forma irregular de la posesión de la tierra. Este
problema que debió quedar resuelto en gran medida por la
Revolución artiguista, detenido y en mucho mantenido por cierto
tiempo durante la primera etapa de la ocupación portuguesa, y
luego hecho retroceder

en la segunda fase de la dominación lusitana, apareció con


caracteres especiales, agudos, desde los primeros días de la
independencia definitiva del país, y continuó durante largo
tiempo. Fue este el otro factor de importancia junto a los
reclamos de pago de la Deuda Pública, que contribuyó al
reagrupamiento de fuerzas: unas junto a Rivera y otras en
derredor de Lavalleja (y luego de Oribe) formándose en esta
forma, luego, el Partido Colorado (riverista) y el Partido Blanco
(oribista).
En la pugna por la posesión de la tierra ac ruaron tres
fuerzas principales: grandes terratenientes expropiados,
ocupantes, muchos de los cuales poseían extensos latifundios y
donatarios de la época del gobierno artiguista. "Apenas Sarandí
despejó la campaña de fuerzas brasileñas, la masa de pequeños
hacendados creyeron que 1825 repetía el recorrido de 1815", se
lee en "Revista de los Viernes" de "El Popular", 10 de setiembre
de 1965.
Y más adelante: "La independencia asomada en 1828
renovó los ánimos de los hombres. Varios donatarios de los
campos que fueron de Arvide, Huérfanas, Correa Morales,
Rincón del Rosario, etc. renovaron sus intentos o los inicia ron
por primera vez, tendientes a revalidar aquellos curiosos
documentos heredados del gobierno artiguista."
De esa época en adelante la lucha no tuvo tregua. La
justicia oficial, aún organizada a medias, queriendo cumplir su
misión de guardadora celosa del "sagrado" derecho de propiedad,
se negaba por regla general a reconocer la validez

del reparto ordenado por el gobierno de Artigas, pero los


caudillos, los dueños del poder político o aspirantes a obtenerlo,
jugaban a varias cartas, maniobraban hábilmente procurando
mantener y acrecentar su base de masas en la que trataban de
apoyarse para lograr los fines que perseguían. Los hombres
cumbres en estas maniobras eran -claro está- Lavalleja y Rivera,
circundados de caudillos de segundo o tercer orden y de destaca
dos hombres salidos del seno de la joven intelectualidad
burguesa.
"Cuando en 183 -se lee en el trabajo publicado en "Revista
de los Viernes", ya citado- las de cenas de poseedores del
latifundio de Pedro Manuel García, solicitaron a Lavalleja que se
transformara en su apoderado y los representase en el litigio, no
apelaron por supuesto a su talento de letrado, sino a su
contundente capacidad de caudillo para decidir que las tierras
fueran de tal persona".
Durante todo el período señalado era visible el
descontento entre diversos sectores, en el ya muy reducido de los
donatarios de la época de Artigas y en el muy numeroso de los
ocupantes, así hasta el 23 de noviembre de 1833 en que Rivera y
su ministro Lucas Obes promulgaron el decreto favorable a los
intereses de una parte considerable de los ocupantes.
"El decreto era, por fin, -expresa el trabajo. repetidamente
citado- la adopción completa, legalizada, de las viejas
aspiraciones de Rivera y Lucas Obes. El primero consolidaría así
la campaña y obtendría su adhesión así lo esperaba..." No fue
pues el riverismo y el lavallejismo,

así en abstracto, nacidos por simples simpatías personales como


señalan algunos historiado res lo que dio origen a los partidos
tradicionales del Uruguay. El decreto mencionado no fue otra
cosa que parte de la política de tierras em prendida por Rivera y
continuada todo el tiempo que le fue posible, lo que le permitía
seguir ampliando su base de masas y le ayudaba a resolver
apremiantes problemas económicos que el país tenía planteados.
"Así fue sancionada la ley de enfiteusis, estableciendo -dice Pivel
Devoto- que las tierras públicas destinadas a pastoreo, que se
hallan poseídas por más de veinte años, se darán en enfiteusis por
el término de cinco, debiendo el que lo recibiera pagar al Estado
el canon correspondiente a un dos por ciento anual sobre el valor
de la tasación. Fueron numerosos los vecinos de la campaña que
en virtud de la fórmula amplia con que se aplicó esta ley, pasaron
a ocupar tierras públicas, mediante denuncias, sin preocuparse
luego de realizar diligencias a que la ley los obligaba para obtener
el título de propiedad. Bastará recordar que en abril de 1835
ascendían a 793 las denuncias efectuadas, lo que significaba una
superficie de 1.586 leguas adjudicadas"9.
1Teniendo en cuenta estos antecedentes, añadidos al otro factor,
cobro de la Deuda Pública, ya señalado, no es aventurado decir
que estos repartos y más repartos de tierras, que continuaron

hasta agotar por completo las que poseía el Estado, accionaron


como una de las causas de las guerras civiles en el Uruguay
durante casi tres cuartos de siglo.

III
Dificultades y exacerbación de
las contradicciones

Con la "solución" del problema de la tierra dada por


Rivera, se ahondaron las contradicciones dentro de las clases
dominantes en el Uru guay; la existencia de la dictadura de Rosas
en Argentina, su intromisión en la vida política del país, originó
un mayor distanciamiento entre los recién nacidos partidos
políticos nacionales.
Aplastado el movimiento armado dirigido por Lavalleja,
Rivera terminó su mandato y en 1835 subió legalmente a la
primera magistratura, el general Manuel Oribe, iniciando su
9
Pivel Devoto: "Historia de los partidos y de las ideas políticas en el Uruguay", Editorial Río de la
Plata, Montevideo, 1956, pág. 117.
gobierno en medio de dificultades que parecían insalvables. Los
gastos del Estado para hacer frente a la insurrección dirigida por
Lavalleja habían agotado los recursos y aumentado la deuda
pública. De 1829 a 1833 la deuda exigible del Estado pasó de
$151.000 a $1.102.000. En 1834, el Ministro de Hacienda
informó a la Asamblea que en uso de la ley de la creación de la
Caja de Amortizaciones, había buscado dinero con desastrosos
resultados, puesto que, a cambio de $300.000, a un año de plazo,
los prestamistas exigían el producto de derechos adicionales de
Aduana, calculados en

$700.000 y para hacer frente a la creación de la Caja de


Amortizaciones, el gobierno de Rivera no encontró otra salida
que la enajenación de 1.000 leguas de campos propiedad del
Estado que fueron a manos de un grupo poco numeroso de
nuevos latifundistas.
Sin embargo, pese a todo, al asumir Oribe la Presidencia
de la República, su política parecía definida. Bien mirado por las
capas sociales que secundaban a Rivera, se mostró dispuesto a
mantener la línea política trazada por éste; pero, a poco de andar
vacilante, Oribe empezó a sentir la influencia y la presión de
Rosas, empeñado en atraerlo a la órbita de sus planes,
amenazándolo con armar a Lavalleja y lanzarlo a los campos de
la República Oriental si el gobierno no cedía. Exigía Rosas al
Presidente Oribe que impidiera la propaganda de la prensa de
Montevideo contra su gobierno, y Oribe cedió; cedió igualmente
ante la creación de un impuesto de 25% a las mercancías de
origen extranjero destinadas a Buenos Aires, que trasbordasen en
Montevideo; y en 1836, bajo la presión redoblada de Rosas,
interesado en la eliminación de Rivera del cargo de Comandante
General que ocupaba, capituló nuevamente el mandatario
uruguayo ante el tirano argentino. El general Rivera se rebeló
contra la resolución y el 18 de julio con el concurso de los
unitarios argentinos, entre ellos el general Lavalle, se levantó en
armas contra Oribe, que obtuvo toda clase de apoyo por parte de
Rosas. Rosas promulgó un decreto estableciendo la pena de
muerte para toda persona que apoyara la insurrección riverista y
dio orden a los gobernadores

de las provincias de proceder sin contemplaciones con aquellos


que proporcionaran ayuda a las fuerzas levantadas en armas
contra Oribe.
El 19 de febrero de 1836, las tropas comandadas por
Rivera fueron vencidas por las fuerzas del gobierno en la batalla
del arroyo Carpintería10, y Rivera, ante una situación insostenible
y la deserción de 600 hombres, se refugió con las fuerzas que le
quedaban en Río Grande do Sul, sin que fueran desarmadas por el
gobierno estadual. Entre tanto, Oribe, que vio afirmar sus
posiciones, con el fin de atraerse las simpatías de la población, al
tiempo que señalaba a Rivera con el viejo calificativo de
"anarquista" tan insistentemente usado para desprestigiar a
Artigas, se proclamaba a sí mismo y a quienes rodeaban a su
gobierno: "defensor de las leyes"; "amigos del orden";
"sostenedores de la legalidad", y, agitando títulos tan sugestivos,
se realizaron elecciones ese año, a las que sólo concurrieron los
partidarios del gobierno.

10
En la batalla de Carpintería, los combatientes usaron por primera vez las divisas, cuyos colores
dieron nombre a los partidos tradicionales, Colorada era la divisa de los hombres de Rivera y blanca
la de los de Oribe.
Pero no era sólo la dictadura argentina la que pesaba sobre
la vida política del Uruguay, sino también el movimiento
separatista - republicano, del Estado brasileño de Río Grande do
Sul. Mientras Rosas lograba atraer a sus planes

a Oribe, Rivera se entendía con los jefes de las fuerzas brasileñas


insurreccionadas11.

IV
La lucha por el poder en la Argentina.
El gobierno de Rosas y su contenido

La separación de la Provincia Oriental de las Provincias


Unidas, para convertirse en Estado independiente, no cortó del
todo el cordón umbilical que las unía. Lo fundamental de los
antiguos problemas -decimos- quedó en pie y debía gravitar por
largo tiempo en la vida económica y política de ambos países.
Por esta misma razón, la psicología popular en la Provincia
Oriental continuaba adaptada a los viejos moldes, sin comprender
bien la nueva situación que se había creado. En los primeros años
que sucedieron a la liberación definitiva no existía en el Uruguay,
concepto claro sobre la nacionalidad, sobre la realidad de país
libre e independiente, pues, por encima de todo primaba la vieja
concepción provincialista. Tal era así, que fue necesario se
11
En la primera parte de una carta en viada por Rivera a Bentos Gonçalves le decía: "Estando como
estamos hermanados en principios, pues una misma es la causa por que ambos pelearnos, pues si
V. aspira a liberar a su patria sacudiendo el yugo de un gobierno monárquico, yo peleo por destruir
un tirano que se ha introducido en mi patria."
volcara todo el peso de la propaganda, de la literatura para lograr
arraigar en la conciencia de las masas la idea de que el Uruguay
había roto por completo y definitivamente los vínculos políticos
que lo mantuvieron ligado a las Provincias Unidas. Con razón
afirma Zum Felde, que, de esa época en adelante y por largo
tiempo, sólo se compusieron himnos y marchas, haciendo que el
tema patriótico primara por todo. y sobre todo, relegando a
segundo plano los demás motivos.
Los dirigentes políticos y militares desconformes,
aprovecharon este estado de ánimo popular, para poner en
práctica sus planes de acuerdo a los intereses que representaban.
Cada clase, cada fracción a la que servían de estímulo las
ambiciones personales de los caudillos, puso en juego las fuerzas
de que disponía con el propósito de imponerse, en la vida
económica y política de la joven República. En diciembre de
1828, el ejército argentino que regresaba de la Provincia Oriental,
de acuerdo a lo estipulado en la Convención Preliminar de Paz, se
sublevó al mando de su jefe, general Lavalle, a la voz de:
"Porteños, todo lo somos, hagamos feliz a nuestra querida patria."
Poco después, el gobernador Dorrego caía prisionero y era
fusilado por orden del mismo Lavalle.
Los unitarios bonaerenses, realizaron un nuevo y
desesperado esfuerzo por retomar el poder que se les había ido de
las manos, pero carecían de fuerzas suficientes y la tentativa
momentánea mente triunfante, se transformó en derrota,
permitiendo el afianzamiento de los federales en

el gobierno, y, en ese preciso momento aparece en primer plano


en el escenario político argentino la figura de Juan Manuel de
Rosas.
Era Juan Manuel de Rosas, un genuino representante del
latifundio, el hombre que, al decir de Sarmiento, era propietario
de tierras, acaparador de tierras y entregaba tierras como pago a
sus sostenedores. Rosas trató de sacar partido del motín
encabezado por Lavalle. Vio con perspicacia la posibilidad de
consolidar el dominio de los federales. Conocía de sobra el odio
profundo que las masas -sobre todo en el campo- sentían por los
unitarios, la "clase distinguida de Buenos Aires" y utilizó
inteligentemente ese odio hasta provocar la insurrección de las
provincias arrastrando detrás de sí a las multitudes descontentas.
En una carta dirigida a Estanislao López, ha blando de la
necesidad de derrocar a los unitarios, Rosas pone en claro su
pensamiento, el conocimiento exacto que tenía de la realidad
nacional y de las perspectivas favorables que ella ofrecía a sus
planes. Caudillo del campo, actuando permanentemente entre las
masas, sabía cómo era posible utilizar demagógicamente los
sentimientos y las necesidades de las clases explotadas, cómo
podía y debía servirse de las multitudes que buscaban en vano
una salida a su situación angustiosa y de la cual responsabilizaba
a los "magnates porteños".
"Esta vez -decía Rosas en la carta dirigida a López- se ha
de unificar el sistema federal a mi ver de un modo sólido y
absolutamente. Todas las clases pobres de la ciudad y de la
campaña están contra los sublevados

Sólo creo que están con ellos los quebrados, los agiotistas
que forman esta aristocracia mercantil. Repito que todas
las clases pobres de la ciudad y de la campaña están contra
ellos dispuestos con entusiasmo a castigar el atentado y
sostener las leyes."
Un tiempo más tarde -Rosas ya en el poder- en una
entrevista sostenida con el hombre público uruguayo Santiago
Vázquez, decía:
"He tenido siempre mi sistema particular; conozco los
talentos de muchos de los hombres que han gobernado al
país, especialmente a los señores Rivadavia y Agüero y
otros de su tiempo, pero, a mi parecer, todos cometían un
grave error: se conducían bien con las clases ilustradas,
pero despreciaban a los hombres de la clases bajas, los de
la campaña que son gente de acción."
Considerando la situación insostenible frente a un
arrollador movimiento de masas que se levantaba de todos los
rincones de la Argentina, Lavalle firmó un pacto con Rosas el 24
de junio de 1829, en el que se establecía la obligación de
convocar a elecciones generales, y en ellas, aun cuando los
unitarios recurrieron al fraude para evitar el triunfo de sus
adversarios, cayeron del poder a impulso de tumultuosas
manifestaciones populares realizadas en las calles de Buenos
Aires.
El 8 de octubre, la legislatura disuelta por Lavalle y
restablecida por los federales, confirió el cargo de gobernador a
Juan Manuel de Rosas, al que éste asciende con el pomposo

y sugestivo título de "Restaurador de las Leyes". En concreto, era


el triunfo de la reacción, provista de una amplia base de masas.
Empero, la ascensión de Rosas al poder exacerbó la lucha de
clases, llegando a límites insospechados. "Es preciso distinguir
decía el general unitario Paz- la población de la ciudad y la de la
campaña, dentro de estas dos últimas clases: los propietarios y los
hombres sin arraigo, propiamente dicho, gauchos. Estos últimos,
en general, son nuestros enemigos."
Va de suyo que estas clases -las explotadas- como venía
sucediendo desde los comienzos de la Revolución de Mayo,
actuaban en la contienda como clases dirigidas; en estas nuevas
condiciones, en contra de sus intereses llevadas por la
desesperación y engañadas por la demagogia. Como dirigentes
estaban los terratenientes y gran des ganaderos, cuyo
representante cabal era Rosas. Para éstos, Rosas, al frente del
poderoso Partido Federal, era el hombre fuerte capaz de
restablecer el orden, poner fin a la "anarquía", el que daba
posibilidades de conservar y ampliar sus dominios fundiarios y
sus negocios, de librarlos de la "peligrosa" política de Rivadavia
y poner punto final a la dominación de los unitarios "ateos,
influenciados por el extranjero".
Rosas, en el poder, impuso una dictadura terrorista de
exterminio de sus enemigos, de todos los que pretendieron
colocarse en el camino obstaculizando sus planes. "Restaurador
de las leyes", título que adquirió popularidad, simuló someterse a
la legislatura, acatar sus resoluciones, consiguiendo se le
otorgaran poderes discrecionales

que necesitaba para conducir hasta el fin sus planes


cuidadosamente trazados. El 23 de julio de 1830 "se acordaron al
señor gobernador --dice la resolución legislativa- toda la plenitud
de facultades hasta que el Poder Ejecutivo anuncie a la sala la
cesación de la crisis peligrosa".
Concluida la primera etapa, habiendo conseguido destruir
las rebeldías de los unitarios de las provincias, mediante una
acción directa y en alianza con los caudillos, Rosas renunció al
cargo de gobernador alegando que se le retaceaban las facultades
extraordinarias que necesitaba para obtener la pacificación del
país, y, en esa forma, ponía entre la espada y la pared a la misma
legislatura y lograba más aún la presión de las masas, lo que le
permitiría volver al gobierno revestido de poderes incontrolados.
Y tal fue así, que, "desde el llano", Rosas consiguió aumentar su
ya enorme prestigio, preparando las fuerzas para retomar el
poder, teniendo en sus manos la totalidad de la dirección política
del país. Nada descuidó para lograrlo, desde la campaña de
desprestigio de sus enemigos a la demagogia habitual, para
extender más y más su base de masas, al terror organizado en
Buenos Aires por su propia mujer y ejecutado por la trágica
"Sociedad Restauradora".
El 13 de abril de 1835, Rosas reasumió el poder en forma
discrecional, en medio de una muchedumbre inmensa y delirante
que lo aclamaba desbordando las calles de la capital. "He
admitido -decía Rosas- con el visto bueno casi unánime de la
ciudad y de la campaña, la investidura de un poder sin límites
que, a pesar

de su odiosidad, lo considero absolutamente necesario para sacar


a la patria del abismo en que la lloramos sumergida".
"Persigamos de muerte -agregaba- al impío, al sacrílego, al
ladrón, al homicida y sobre todo al pérfido y traidor que tenga la
osadía de burlarse de nuestra buena fe."
Efectivamente, cumplió la promesa. Impuso a sangre y
fuego, a cuchillo y torturas, una dictadura como jamás había
conocido ni sospechado América. Utilizaba la dictadura
terrorista, ante todo, en beneficio de sus propios intereses, para
consolidar lo que ya había conseguido por el pillaje y para
acaparar más tierras y ganados, sometiendo a su contralor
absoluto todo el sistema económico del país. Sin miramientos, sin
necesidad de recurrir a expedientes legales, Rosas se fue
apoderando de grandes fracciones de tierras, pertenecientes a
pequeños y medios propietarios y de todos los hacendados, aun
latifundistas, que no se manifestaban dispuestos a secundarlo.
Monopolizó casi por completo la industria del tasajo y el
comercio exterior de este producto, el de cueros y sebo; y,
empeñado en transformar la Argentina en una inmensa estancia
de su propiedad y de los hacendados que no lo enfrentaban, sin
más industrias de significación que la de la carne y sus derivados,
impuso el aislamiento del país, restaurando en apreciable medida
la situación de la época colonial, anterior al decreto de libertad de
comercio. Las medidas de aislamiento y la clausura de los ríos,
fue acompañada de una intensa propaganda destinada a exacerbar
el nacionalismo en el seno de las masas, en lo que él tiene de
exclusivista y

reaccionario, cimentado en el odio al extranjero, a todo lo que no


fuera argentino y federal; y encontró terreno propicio en la
malquerencia que la mayoría de la población del campo sentía
hacia los unitarios.
La ejecución del programa en hacía girar la economía
argentina en derredor de que Rosas sus cuantiosos intereses, fue
acompañada -y así tenía que ser forzosamente- de una ofensiva
reaccionaria contra las reformas progresistas que se llevaron a
término a lo largo de la trayectoria que arrancaba de mayo de
1810. En poco tiempo fue destruida buena parte de las conquistas
de carácter liberal de la época unitaria. Devolvió al clero y a las
congregaciones religiosas los privilegios retaceados por
Rivadavia y proclamó los "derechos de nuestra santa religión
despreciada por los salvajes unitarios". Había consecuencia en
esta línea. Si observamos los rasgos generales de la política
seguida por Rosas, la acción económica que desplegó, vemos que
ella partía de sus años juveniles, determinada por las condiciones
generales del país, por la clase a que pertenecía y por el medio en
que vivió. Esta posición lo llevó en 1807, adolescente aún, a
combatir en forma destacada contra las fuerzas expedicionarias
inglesas que desembarcaron en Buenos Aires, y a no participar en
la Revolución de Mayo de 1810 junto a las fuerzas patrióticas de
liberación. Es bueno recordar que en 1807 corrían peligro los
intereses fundamentales de España en América, la propia
organización feudal y comercial creada por la metrópoli, que se
afirmó transitoriamente a raíz de la derrota de los británicos.

La independencia de la República Oriental,


obstáculo a los planes de Rosas

La existencia de la República Oriental del Uruguay, es


decir, del Estado Oriental independiente, conspiraba contra el
programa y los planes del dictador argentino, trababa, en cierta
medida, su aplicación. Rosas temía, primero: que el Brasil, como
lo diera a entender más tarde su gobierno, a raíz de la
insurrección de Rio Grande do Sul en 1831, desconociera el
tratado de 1828, invadiera la República Oriental, para impedir
que ésta continuara alentando a los riograndeses
insurreccionados. En segundo lugar Rosas cedía a la presión que
sobre su gobierno ejercía el "grupo de grandes terratenientes
cuyos campos fueron expropiados por Artigas" en 1815. En el
trabajo publicado por "Revista de los Viernes" del 10 de
setiembre de 1965, ya citado, se lee: "El grupo de grandes
propietarios confiscados por Artigas, que medraba exitosamente
en el gobierno argentino se encontró con que su política de
reivindicaciones de campos debía ser trasladada a un gobierno
independiente, donde antes de soñar con nada había que
reedificar una nueva trama de influencias y compadrazgos". En
tercer lugar, necesitaba adueñarse de la ex provincia Oriental, o
por lo menos lograr influir decisivamente sobre ella, para
eliminar un obstáculo y un competidor serio de su comercio
monopolista del tasajo y demás productos industrializados de la
ganadería

En cuarto lugar, deseaba "apagar" cuanto antes los focos de


conspiración contra su gobierno diseminados por el litoral.
uruguayo y en Montevideo. Y, finalmente temía y no ocultaba
este temor, el ejemplo y el estímulo que ofrecía a sus enemigos y
a la masa, un país tan cercano encaminado por la vía de un
progreso efectivo. El contraste entre Argentina, donde se
encontraba en cierta medida detenido el proceso de acumulación
primitiva capitalista, y la República Oriental, donde las clases
dirigentes estimulaban esa acumulación, saltaba a la vista y debía
acentuarse a medida que transcurriera más tiempo de la dictadura.
En un informe presentado por Domingo Faustino
Sarmiento en 1835 al Instituto de Historia de Francia,
refiriéndose a las causas que motivaron la guerra entre Rosas y la
República Oriental, se expresaba en estos términos:
"El sitio de Montevideo es un acto del gran drama
de descomposición de la colonia española; una lucha entre
la barbarie de la campaña que tocaba su cenit y la aurora
de la civilización. Rosas era el representante de esa
barbarie de la campaña argentina y sus ejércitos batiendo a
la República entera. Pero mientras así triunfaba la barbarie
en la mar gen derecha del Plata, triunfaba la civilización
en la izquierda. Desde 1836 empezó la entrada de colonos
canarios, vascos, franceses, españoles e italianos que abren
talleres, improvisan industrias, labran la tierra, navegan los
ríos, catean la piedra, edifican ciudades

dades, construyen muelles e introducen mercaderías" 12.


El periódico "El Comercio del Plata", en un estudio de la
situación de la República Oriental antes de la invasión, de los
ejércitos de Oribe, se refería a los progresos de su campaña en
estos términos:
"Las lanas han mejorado notablemente por la
propagación de los merinos y el progreso en el
procedimiento de explotación; en las estancias se empieza
a difundir el empleo de la prensa de enfardar como medio
de facilitar la exportación. El negocio de estancia daba
hasta un treinta por ciento a la vez que aumentaba el valor
de los campos."
En el año 1841, en toda la República Argentina, en sus tres
millones de kilómetros cuadra dos, había 8.300 comerciantes
ingleses y franceses, mientras que en la República Oriental, con
una superficie de sólo 187.000 kilómetros cuadrados, sumaban
8.900 los comerciantes de las dos nacionalidades nombradas. De
1827 a 1842 el valor de las importaciones en el Uruguay había
12
Cartas de Sarmiento a Fidel López. En "Revista Histórica" N.º 3.
pasado de $2.651.067 a $9.234.696 y las exportaciones de
$2.077.257 a $7.321.066, respectivamente.
En el año 1831, el general Rondeau, refiriéndose al
rechazo del representante uruguayo por el gobierno argentino,
reveló en una carta confidencial, los propósitos de Rosas
diciendo:

"Ella (la política rosista) consiste en la


incorporación de la República Oriental del Uruguay a la
Argentina llegado que sea el período del tratado definitivo,
empleando cuantos medios puedan conducir a eso, y uno
de los principales el contar, como en efecto se cuenta, con
los disidentes del gobierno residentes aquí y en ese Estado.
Claro está que concebido ese proyecto no se quiere
reconocer la independencia absoluta de esa República por
medio de un acto oficial el cual sería el reconocimiento
público y sí considerándolo como tutela hasta que llegue la
ocasión de desplegar aquel plan maquiavélico."
Para alcanzar los fines perseguidos, el dictador argentino
puso atención especial en las desavenencias que aparecían y
aumentaban en el interior de la República Oriental, atrayendo a
los caudillos descontentos, principalmente a los que
ambicionaban conquistar el poder sin lograr lo. Entre ellos
estaban los que habían seguido con mayor o menor consecuencia
la política de permanencia dentro de la Confederación, contrarios
a la idea de separatismo. Lavalleja, por ejemplo, que fuera en la
época de la Convención Preliminar de Paz instrumento de las
maniobras separatistas de los ingleses, retornaba a sus antiguas
posiciones. Y, frente a Rosas, en la República Oriental, se alzaron
la mayor parte de la burguesía urbana y núcleos de hacendados.
Estos no se dejaron sorprender por las declaraciones federalistas
del dictador. Advirtieron con

sagacidad, que, detrás del federalismo estaba la absorción, la


pérdida de la libertad de comercio y, por lo tanto, la seguridad de
transformarse en simples instrumentos en manos del enorme
monopolio comercial rosista, que podía llegar a la pérdida de sus
estancias. Los integrantes del comercio importador y exportador
de Montevideo y los elementos más cultos de la burguesía,
influenciados por las doctrinas liberales de la Revolución
Francesa y por el ejemplo de los Estados Unidos, adoptaron una
posición hostil frente a la dictadura entronizada en Buenos Aires.
A estas clases y grupos se unieron los unitarios argentinos,
residentes en el Uruguay, los hombres más destacados de la
intelectualidad burguesa del vecino país, que veían, junto con la
pérdida de sus bienes y la destrucción de la obra progresista tan
penosamente construida, el alejamiento, tal vez por mucho
tiempo, de las posibilidades de continuar edificando la
Confederación Argentina sobre bases burguesas, si no se
modificaba la situación.
El general Fructuoso Rivera apareció desde el principio
como dirigente principal de las fuerzas uruguayas enfrentadas al
rosismo. Hombre del campo, Rivera, vinculado a ciertos núcleos
de ocupantes de tierras transformados en terratenientes y
hacendados, disfrutaba, por ello, de gran popularidad entre
diversas capas del campo, y se caracterizó por una resistencia
más o me nos activa a la política centralista del gobierno
argentino. Como dirigente, advirtió todo lo que de absorbente y
liquidador había en la política de Rosas, enmascarado dentro de
un falso federalismo

pues en los hechos jamás se había visto en el continente un


gobierno más centralizado que el que implantó el dictador.
Junto a los caudillos descontentos favorables a Rosas, se
agrupaban en el Uruguay, algunos hacendados, y terratenientes,
como Bernardo Pereira, gran latifundista del departamento de
Cerro Largo, (fusilado más tarde por orden de su compadre y
amigo Manuel Oribe, acusado de introducir ganado en la plaza
sitiada) apoyaron con su dinero a los ejércitos que invadieron en
complicidad con el rosismo, la República Oriental, y también se
nuclearon en derredor de los jefes militares calificados que
secundaron a Rosas, je fes militares de segundo plano,
aventureros que vieron posibilidades de hacer carrera rápida, y
una parte de la montonera gaucha descontenta. El 3 de julio de
1832, se sublevó un batallón en Montevideo al grito de "¡Vivan
las leyes! ¡Viva el general Juan Antonio Lavalleja y todos los
bravos que lo acompañan! ¡Muera el caudillo Rivera y los
unitarios que lo acompañan!". Lavalleja ayudado por el dictador
argentino y por caudillos riograndenses se mantuvo en armas
contra el gobierno de Rivera de 1832 a 1834, a quien acusaba de
"actitud hostil hacia un gobierno amigo": (el de Rosas. F. P.).
El 12 de octubre de 1837, Rivera, con la colaboración del
general Lavalle, inició un levantamiento armado en el país y diez
días después derrotó a las fuerzas de Oribe en la batalla de
Yucutujá, y aun cuando un mes más tarde los soldados del
gobierno vencieron a las fuerzas de Rivera en las márgenes del
Yi, la posición

de Oribe quedó debilitada. A fines de ese año, Rivera atacó a


Paysandú; en enero de 1838 inició el sitio de Montevideo que
abandonó transitoriamente, y el 15 de junio volvió a infligir una
derrota a las fuerzas gubernamentales en la batalla del Palmar.
Entre tanto, el gobierno francés entró en acción. Su
escuadra estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires con el
fin de presionar y arrancar concesiones a Rosas y la situación
crea da por el bloqueo debilitó la ayuda del, dictador argentino al
gobierno uruguayo, mientras Rivera recibía abundantes
elementos militares proporcionados por la marina francesa, todo
lo cual hizo insostenible la posición de Oribe que se vio obligado
a renunciar embarcándose para Buenos Aires y unos días después
el poder pasó a manos de Rivera.
Capitulo III

LA GUERRA GRANDE

La intervención extranjera en el Río de la Plata afirmó el


gobierno de Rosas

A partir de 1830, después del advenimiento al poder en


Francia de Luis Felipe de Orléans, a raíz de la insurrección
popular encabezada por los trabajadores de París, que destronó a
los Borbones, el gobierno de aquel país, en manos de los
banqueros se abocó a la tarea de crear un vasto imperio colonial
destinado a asegurar un mayor desarrollo al comercio,
obstaculizado permanentemente por la burguesía industrial
inglesa. Una vez sentado pie en varias regiones de África, los
conquistadores franceses se dirigieron a las tierras de América
Latina, suponiéndolas fácil presa. Pensaban sacar partido del
estado caótico, de anarquía que imperaba en la mayor parte de
sus regiones, asegurando, como siempre, que venían a "combatir
por la libertad, contra la piratería". La primera expedición militar
se dirigió a México atacando los puertos de Vera cruz y San Juan
de Ulloa. En la realización de

estos planes, la clase dominante de Francia parecía hacer un


doble juego. Hablaba de con quistar lisa y llanamente a América,
o de la devolución por la fuerza de las armas de las ex-colonias
de América a España, a cambio de ventajosas concesiones
comerciales. En un documento titulado: "Algunas ideas sobre la
con quista de las posesiones españolas en América por su
metrópoli", el visconde de Venancourt, expresaba:
"Creo que será fácil llevar al Rey de Francia a
ayudar a S.M. Católica a reconquistar sus virreinatos de
Buenos Aires y de Chile, con algunas ventajas para el
comercio francés y por una colonización del país de la
Patagonia."

Refiriéndose a la intervención anglo-francesa en el Río de


la Plata durante la lucha contra Rosas, dice Carlos Visca:
"El mismo desarrollo industrial de los centros
fabriles europeos exigía la conquista de nuevos mercados
y en cuanto uno de esos mercados se perdía, resentíase en
algún punto la economía del país industrial así
perjudicado. Por tales motivos fue América, desde
mediados del siglo XIX, una de las zonas de lucha más
disputada entre las gran des potencias industriales. Esas
circunstancias como es ahora bien sabido, explica en el
fondo el por qué de la intervención anglo francesa en la
larga lucha entre Rosas y el gobierno de la Defensa de
Montevideo, buscando

de cualquier manera dejar pacificada la cuenca del Plata. Lo


importante era abrir los puertos a los productos que cada vez en
mayor escala se producían en Europa."13
La cuestión previa para la armada de Luis Felipe, y en esto
coincidía con Inglaterra, era imponer la apertura de los ríos
clausurados a la navegación exterior por Rosas. Detrás se
perfilaba la conquista, y bien lo puso de manifiesto el almirante
de la escuadra francesa en el Río de la Plata, Le Blanc, que, en
una conferencia con los cónsules de su país, acordó: "No dejar
escapar esta ocasión favorable para someter a Rosas y establecer
la influencia de Francia a la vez en Buenos Aires y en
Montevideo."
En los últimos meses de 1853, teniendo como argumento
-los agresores siempre alguno encuentran- el hecho de que Rosas
no concedía prerrogativas a los súbditos franceses residentes en
Argentina, obligándolos a prestar servicio en el ejército, la
escuadra francesa inició el bloqueo -ya señalado- del puerto de
Buenos Aires, y los representantes militares de Luis Felipe de
13
Carlos Visca: "Aspectos económicos de la época de Reus". "Revista Histórica de la Universidad",
1959, N.º 1.
Orléans, buscaron aliarse con los dirigentes políticos de las
fuerzas orientales y argentinas contrarias a Rosas. Primeramente
trataron de llegar a un acuerdo con el gobierno de Manuel Oribe,
y, como éste, que ya gravitaba dentro de la in fluencia rosista, se
negara haciendo valer su condición de neutral, se entendieron
directamente

con Rivera, que dirigía la insurrección contra Oribe, y con los


jefes argentinos emigrados. Así, como ya fue señalado, se creó
una situación tal que Oribe se vio obligado a renunciar.
"Era bien claro -manifestaba Thiers en el
parlamento francés- que Francia no protegía ya a Oribe y
que le era hostil; Rivera triunfó y un gobierno amigo
sucedió a un gobierno enemigo."
Entraba así, la burguesía argentina y oriental, en el deseo
de combatir a Rosas, por la más peligrosa de las sendas, por la
que conduce con frecuencia a la pérdida de la soberanía nacional.
En vez de confiar en las fuerzas populares para vencer la
reacción, tratando de traerlas a su lado, dando satisfacción a sus
justas aspiraciones, prefirieron colocarse bajo la protección de
una potencia extranjera, cuyas miras expansionistas no eran un
secreto para nadie. Esta actitud, que mucho tenía de
desesperación motivada por sus intereses lesionados, este temor a
las masas que no le abandonaba un instante, y que ella misma
aplicando una política negativa había echado una parte en brazos
de Rosas, debía conducir más tarde a la burguesía uruguaya, al
verse abandonada y traicionada por Francia, a posiciones de
entrega a la voluntad discrecional de la fuerte clase dominante
británica. Así, en 1842, el gobierno oriental pedía protección a
Inglaterra, "ofreciendo en compensación las ventajas comerciales
y de otro orden que se le exigiera y pudiera conceder la
República Oriental, pues era urgentísimo procurar un protector
poderoso que le pusiera a cubierto de la injusta invasión."

Frente a quienes sostenían tan grave posición, una minoría


de jóvenes pertenecientes a la intelectualidad burguesa argentina
que se agrupaba en la Asociación de Mayo: Esteban Echeverría,
Juan Manuel Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi y algunos
uruguayos como el coronel Pacheco y Obes y el general Paz,
abarcaban el problema en su conjunto y con criterio justo se
opusieron a la intervención extranjera, confiando en el pueblo.
Echeverría, incluso, criticaba la ausencia de un programa, de una
plataforma que sirviera de base para abordar la reconstrucción del
país, partiendo de la revolución liberadora iniciada en 1810, a
través de un capitalismo progresivo, cuya trayectoria había sido
frenada y detenida con la llegada de Rosas al poder.
Refiriéndose a Echeverría, decía Gutiérrez:
"En la lucha contra Rosas sólo tenía fe en las
grandes batallas, en los sistemas levantados y en los
principios probados por la experiencia, capaz de producir
por sus resortes vitales un cambio radical en la sociedad.
En carta dirigida a un amigo, el autor de «Dogma
Socialista» expresaba: «Es necesario desengañarnos; no
hay que contar con elemento alguno extranjero para
derribar a Rosas; la revolución debe salir del país
mismo»". 14 15

"Aun la intervención anglo-francesa tan anunciada


quiere ahora realizarse -manifestaba el coronel Pacheco y
Obes, Ministro de la Guerra, al coronel Báez- y yo deseo
que se vuelque el barco que traiga las órdenes definitivas,
porque entiendo que para salvarnos con honor sólo
necesitamos una intervención: la de las lanzas. Me gusta
mu cho el viejo Artigas, cuando apurado por todas partes
sólo apeló a sus gauchos y sólo confió en sus chuzas."
Lejos de debilitar al gobierno de Rosas, la intervención
extranjera vino a afirmarlo. Para las masas, el dictador aparecía
con mayor relieve. Era, particularmente, el "defensor de la patria
agredida por el extranjero". Miraban a los unitarios -de destacarlo
se encargaba el mismo Rosas- como enemigos del país, aliados a
los agresores. El mismo general Paz, unitario y enemigo
irreconciliable de Rosas, vaciló ante los hechos, vislumbrando
inquieto la enorme responsabilidad que asumía.
"Creo, estoy seguro -decía- que ella (Francia) no
abriga intenciones sobre nuestro territorio. Pero el
gobierno de Rosas, sea lo que fuere, es nacional, y yo
tengo la convicción

14
J. M. Gutiérrez: "Vida de Echeverría". Ed. Cultura Argentina. En "Dogma Socialista", pág. 66.
15
Todo esto obliga a pensar que dentro de esa intelectualidad progresiva, se agrupaban los
gérmenes de la burguesía industrial, de la pequeña burguesía urbana; en una palabra, el ala más
plebeya de la burguesía aún no separada del pueblo y que no había "aprendido" a temer al pueblo y
que formaba con él, lo que en Europa dio en llamarse el "estado llano".

de regresar a mi patria con honor y no volver a emigrar


jamás, rechazado por la opinión pública."

II
La guerra contra Rosas

El 31 de diciembre de 1838, Rivera firmó un tratado


ofensivo y defensivo con la Provincia de Corrientes y el 10 de
febrero de 1839 declaró la guerra a Rosas, iniciándose la lucha en
territorio argentino. El ejército rosista, al mando de Echagüe,
derrotó a las fuerzas correntinas en la batalla de Pago Largo y
avanzó hacia la República Oriental, cuya invasión se inició en ju
lio de ese año, a la altura de Salto. Acompañaban al ejército de
Rosas destacados militares orientales, entre ellos Juan Antonio
Lavalleja, que volvía a invadir al Uruguay desde tierra argentina,
pero, a la inversa de 1825 cuando llegó como jefe querido y
respetado de las fuerzas de liberación nacional, pisaba ahora el
suelo patrio al servicio de un tirano extranjero que oprimía a su
propio pueblo y se proponía subyugar al Uruguay trayendo sus
métodos terroristas de dominación.
"La independencia nacional, la constitución y el
orden público -decía Rivera- en la proclama anunciando la
invasión- se ven ya atacadas por las fuerzas armadas de
una horda de extranjeros imbéciles y por algunos

orientales desnaturalizados a quienes es preciso oponer


una resistencia firme y constante."
La lucha del gobierno y del pueblo oriental contra Rosas,
que sólo era por mantener su independencia, se fundía con la
lucha del pueblo argentino por su libertad, por los postulados de
Mayo y por el progreso. Por esta razón, mientras grandes núcleos
de hombres de la ciudad y del campo corrían presurosos a
alistarse en las filas del ejército nacional, destacadas
personalidades: políticas, militares e intelectuales uruguayas y
argentinas, muchas de ellas refugiadas en Montevideo, apoyaban
cálidamente a Rivera.
"¿Tenéis por poco -expresaba Juan Bautista Alberdi
en 1841- el poseer un núcleo a pocas leguas de Buenos
Aires, donde todo enemigo de Rosas tiene asilo y aliados,
donde se puede gritar y escribir sin reservas contra Rosas:
¡Muera Rosas!, de donde pueden salir todavía diez
tentativas de reacción contra el tirano argentino y de donde
se ven aportes y soldados para el ejército argentino en
Corrientes? Pues esto es lo que nos da el general Rivera;
es la revolución contra Rosas en el Estado Oriental; es un
campo espléndido que pertenece por sus armas y bandera a
la causa libertadora de la República Argentina."

Y así era en efecto. El Uruguay, Montevideo en particular,


se convirtió en la plaza donde se nucleaban y organizaban las
fuerzas más calificadas del progreso que pasaban de inmediato

a la vanguardia de los ejércitos de la libertad y de la democracia;


y en primera línea se veía lo mejor de la intelectualidad uruguaya
y argentina, los hombres que hicieron suyas las ideas más
avanzadas de la época. Así, las doctrinas del socialismo utópico,
que predicara Saint-Simon, traídas a Buenos Aires por Esteban
Echeverría a su regreso de Francia, en la década del 30, abrazadas
con entusiasmo por los "habitués" al salón literario de Marcos
Sastre, luego integrantes de la Asociación de Mayo, llegaron a
Montevideo junto con Echeverría, Gutiérrez, Mitre, Alberdi,
Miguel Cané y otros. Dirigido por el uruguayo Andrés Lamas y
por el argentino Miguel Cané, se publicó en esa época en
Montevideo el periódico "El Iniciador", literario, político y
social, donde había una sección saintsimoniana.
La doctrina que formulara el gran socialista utópico,
cuando la clase obrera francesa se encontraba aún poco
desarrollada, debía, por fuerza, prender y prendió, en el cerebro
de la joven intelectualidad rioplatense, época en que la burguesía
era débil todavía y particularmente mercantil; y por ello, esas
ideas, a su turno, debían dar paso a concepciones burguesas
definidas, sir viendo de base política a las fuerzas que pugna ban
por conducir a estos países hacia soluciones capitalistas, por el
desenvolvimiento industrial y por cambios en las formas de
explotación del suelo.16

Las fuerzas orientales al mando de Rivera, salieron al


encuentro de los invasores, y el 29 de diciembre de 1839 los
derrotaron en la batalla de Cagancha. Esta importante victoria
permitió al ejército nacional actuar nuevamente en territorio
argentino, despertando entusiasmo en los pueblos de las
provincias; la lucha continuó con alternativas y en abril de 1842,
se constituyó en Gualeguaychú una liga de lucha contra Rosas,
integrada por la República Oriental y por las provincias de Entre
Ríos, Santa Fe y Corrientes. No obstante el compromiso asumido
y el entusiasmo que despertó la liga, sus fuerzas no lograron
actuar, y el 12 de diciembre de ese año, los ejércitos de Rosas, al
mando de Oribe, derrotaron a las fuerzas de Rivera en la batalla
de Arroyo Grande, perdiendo éste casi todos los efectivos y el
material bélico de que disponía. Libre de obstáculos el camino,
Oribe, al frente de 11.000 hombres, invadió la República y el 16
de febrero de 1843, una parte de esas fuerzas, integradas por
5.700 soldados, inició el sitio de Montevideo que debía
prolongarse por más de ocho años, trayendo numerosas y
peligrosas complicaciones políticas y un verdadero desastre de
carácter económico a la República.

16
"La generación saintsimoniana -explica José Ingenieros- dio al país sus más ilustres estadistas
y pensadores. Desprendida del romanticismo juvenil, se adaptó a la realidad política y transfundió a
varios medios el espíritu revolucionario de Mariano Moreno, de Dorrego y Rivadavia a las luchas de
la organización de los res tantes del siglo XIX." José Ingenieros, "La Evo lución de las ideas
argentinas". Ed. "Problemas", tomo IV, pág. 399.

No bien iniciado el sitio, los representantes diplomáticos


de Francia e Inglaterra intervinieron comunicando a Rosas que el
sitio "quedaría transformado en bloqueo, con exclusión de todo
ataque, ya por parte de mar ya por parte de tierra", afirmándose
desde ese momento la intervención de las fuerzas navales de
ambas potencias en la contienda, con la acentuación del bloqueo
a Buenos Aires iniciado en los últimos meses de 1838. Ya con
anterioridad, la diplomacia francesa había hecho saber a Oribe,
cuan do éste ocupaba la presidencia de la República, que trataría
como enemigos a los amigos de Rosas, aceptando como aliados a
sus más encarnizados enemigos, e indujo al gobierno de Rivera -
ya hemos señalado- a declarar la guerra a la dictadura argentina,
ofreciendo la colaboración permanente de su marina de guerra.
Tales las promesas; la realidad fue otra. El gobierno de
Francia advirtió que la guerra iba a ser larga creando más
dificultades de las que al principio parecían, pues la resistencia de
las fuerzas rosistas amenazaba prolongarse indefinidamente.
Sobre todo, escolló ya en el comienzo, por la oposición de
Inglaterra, dispuesta a dificultar la intromisión francesa en el Río
de la Plata, por lo que Rosas aprovechó hábilmente esta situación.
Apoyado por Inglaterra llegó a un acuerdo con Francia, firmando
con este país un tratado en octubre de 1840, por medio del cual
hacía algunas concesiones, pero, a pesar del compromiso de
respetar la independencia de la República Oriental, Rosas
quedaba con las manos

libres para hacer frente a sus enemigos internos y externos y


continuar la guerra.
"Rosas dice Florencio Varela en una carta dirigida
al general Lavalle tiene positivo interés en que los
neutrales, principalmente Inglaterra, su protectora y la más
perjudicada en su economía, crean que Francia bloquea a
fuer de obstinada, y que resiste proposiciones de
avenimiento. Rosas ha logrado ya su objetivo, desde que
por medio del ministro inglés ha hecho proposiciones a
Francia."
La aceptación por parte del gobierno francés de entrar en
el terreno de la conciliación con Rosas en procura de una
solución que le permitiera lograr ventajas comerciales, no lo llevó
-lo mismo que al de Inglaterra- a disminuir la vigilancia de la
política y las maniobras del dictador argentino. Francia e
Inglaterra procuraban obtener la apertura de los ríos interiores,
clausurados por Rosas a la navegación y al comercio extranjeros,
pero ambas potencias estaban resueltas, empleando todos los
medios, a evitar que la República Oriental volviera a integrar la
Confederación Argentina. Las razones que llevaron en 1828 a la
firma del tratado de Río de Janeiro subsistían en toda su amplitud
y era necesario sostenerlo sin vacilar. Para los gobiernos francés e
inglés no había argumento ni promesa capaces de hacerlos
desistir del propósito que les animaba de impedir que Argentina
controlara directamente las principales vías fluviales que
conducen al corazón de América del Sur. La misma

política aislacionista impuesta en ese momento por Rosas,


reforzaba este convencimiento archi arraigado en el cerebro de la
clase dominante británica. De eso derivaba la oposición a que la
guerra de Rosas contra la República Oriental traspasara los
límites de un bloqueo que, por otra parte, nunca quedó
establecido en forma, pues los navíos de guerra anglo-franceses
se encargaron de proteger el aprovisionamiento de la plaza de
Montevideo por vía marítima.17
III
La defensa de Montevideo y las contradicciones
dentro de las fuerzas de la defensa

La presencia de los ejércitos al mando de Oribe


frente a las murallas de Montevideo, agrupó más a las
fuerzas de la burguesía urbana, de los hacendados y a las
masas del pueblo, organizándose la resistencia. Se decretó
la libertad de los esclavos, por lo tanto la guerra aceleraba
la formación burguesa de la República; centenares de

17
En 1845 llegaron a Montevideo gran cantidad de artículos de consumo: 18.216 barricas de harina;
2.463 barricas de azúcar; 3.436 bolsas de arroz; 5.026 tercios y 3.472 medios tercios de yerba; 8.420
botijuelas, 1.652 cajones y 403 barriles de aceite de oliva; 3.446 pipas y 1.227 medias pipas de vino.
jóvenes de las más diversas capas sociales corrieron
presurosos a enrolarse en los batallones

de guardias nacionales y se constituyeron destacamentos de


legionarios extranjeros. "Paz y Garibaldi dice Gutiérrez se
alistaron al lado de Pacheco y Obes y muchos otros en una lucha
diaria que duró diez años".
La misma formación de las legiones de voluntarios
extranjeros, era índice inequívoco del carácter burgués-
progresista del conjunto de las fuerzas enfrentadas a los ejércitos
que coman daba Oribe. La Legión italiana, a las órdenes de José
Garibaldi, uno de los representantes más altos del pensamiento y
la acción liberal-burguesas de la época, contaba con 5.000 plazas;
en 1843, los legionarios franceses sumaban 2.904 y centenares de
argentinos y españoles se incorporaron directamente a los
batallones de guardias nacionales. En su mayoría los legionarios
europeos eran obreros y artesanos. Años más tarde, en un informe
presentado en París sobre la actuación de los legionarios
franceses se decía: "los franceses que así corrieron a empuñar las
armas eran elementos de la clase obrera, industriosos y
emprendedores."
Y todos aquellos combatientes, tanto los de filas como
quienes los comandaban lo hacían poseídos del convencimiento y
el deseo de luchar por una causa a la que consideraban como
suya, sin que nada tuvieran que ver con los manejos solapados de
gobiernos como el de Francia y el de Inglaterra, dispuestos a virar
en redondo favoreciendo los planes de Rosas, si ello beneficiaba
los intereses de la gran burguesía industrial y comercial que
representaban. Por eso, cuando en el mes de setiembre de 1843,
el cónsul general

de Francia, obedeciendo órdenes superiores, intimó a sus


compatriotas el abandono de las armas, pues de lo contrario
habrían de ser privados de la ciudadanía francesa, éstos se
resistieron y adoptaron la ciudadanía oriental, dispuestos a
continuar la lucha. Por su parte, el coronel Thibaut -dirigente de
los legionarios franceses-, expresando el pensamiento de sus
subordinados, su estado de ánimo, al recibir orden de no utilizar
la insignia nacional de Francia, dijo:
"El cónsul ha hablado en nombre del rey, sus
súbditos debemos obedecer... se nos niega el uso de
nuestra cucarda, haremos como hizo la guardia imperial: la
colocaremos sobre el corazón. Nuestra bandera es un
obstáculo: pleguémosla hasta tiempos mejores; ya la
hemos visto flotar ante el enemigo; su recuerdo bastará
para asegurar nuestra victoria. El nombre de la Legión
Francesa causa miedo a Rosas; tomemos el nombre de
voluntarios; nuestros golpes dirán a los satélites del tirano
que son lanzados por los voluntarios franceses."
Garibaldi por su parte, fijando posición dijo ante el
Presidente de la República:
"Yo soy un proscripto. He adoptado aquí y en todas
partes la causa de la libertad y de la civilización y
combatiré por ella en esta República con el mismo interés
y de cisión que lo haría por mi patria."
La defensa de Montevideo adquirió, pues, un carácter
revolucionario por el contenido y por la

forma. Se decretó la confiscación de los bienes de quienes se


colocaran al servicio del enemigo; se estableció una fuerte
patente a las casas de comercio extranjeras, con excepción de
aquellas cuyos propietarios ingresaran a las filas de la defensa.
No obstante la gravedad permanente de la situación y el
objetivo común perseguido por los que enfrentaban a Rosas, la
verdad es que los jefes políticos y militares que desde el interior
de las murallas dirigían la resistencia, no lograron conservar hasta
el fin la unidad necesaria. Y, fue así, porque las fuerzas que en el
Uruguay enfrentaban a los ejércitos de Rosas, no formaban un
todo compacto y homogéneo. La defensa de intereses no siempre
acordes, pero amenazados igualmente por un enemigo común,
llevó a constituir un frente único antirrosista a clases y capas
sociales que venían combatiéndose desde los primeros días de la
independencia. El temor de ser succionados por la potente bomba
aspirante del monopolio creado por el dictador y el sentimiento
de independencia nacional, con dujo a esa polarización de
fuerzas; pero, era inevitable que, a cierta altura, los intereses de
clase chocaran, aun estando frente al enemigo que a todos
amenazaba, produciéndose profundas grietas que colocaron en
peligro la estabilidad de la defensa.
"Un sentimiento común -dice Echeverría,
refiriéndose a los hombres de la defensa- los hizo olvidar
sus opiniones y resentimientos pasados. En unos el odio a
Rosas, en otros el amor a la patria. Pero ese vínculo

no era sobrado fuerte para aunar en un todo indisoluble


voluntades tan disconformes; no era una creencia común,
concentración de poderes y acuerdo simultáneo en
acción."18
La misma intervención de las dos potencias europeas
nombradas actuaba como elemento de disgregación. Rivera en la
campaña, al frente de las montoneras gauchas, aparecía para la
burguesía urbana como un peligro permanente, como una
amenaza de resurrección del período llamado de anarquía. La
cuestión de la tierra, ya señalada, entre propietarios y ocupantes,
servía de combustible que reanimaba el fuego latente de las
rivalidades.
A mediados de 1844 se produjo un choque violento
provocado por el proyecto de ley presentado por el Poder
Ejecutivo, de confiscación de los bienes de todos los que se
habían pasado al enemigo. Frente a Joaquín Suárez, Presidente de
la República, se alzaron los propietarios del suelo, los
terratenientes o representantes de éstos que integraban la

18
Esteban Echeverría en "Dogma Socialista". Ed. Cultura Argentina, pág. 181.
legislatura, temerosos de las graves consecuencias que para sus
intereses establecía tal precedente.
"En cuanto al primer punto -decía un diputado
refiriéndose al proyecto de confiscación- pretende dársele
un concepto de latitud que para salvar la patria hagamos el
sacrificio de la misma patria; porque patria, señores, es la
tierra, es todo lo que hay

en ella, las casas, los hombres, la fauna; y si para salvar la


existencia del riesgo que corre, destruimos la propiedad,
exterminamos a los hombres y ultrajamos la gloria, no la
salvamos, de cierto, por el contrario apresuramos su
ruina."19
Desde ese momento en adelante los choques se sucedieron
casi sin interrupción. En 1846 el Poder Ejecutivo disolvió el
Parlamento nombrando en reemplazo una "Junta de Notables", lo
que era, de hecho, el establecimiento de una dictadura destinada a
dominar la grave situación creada en las filas de las fuerzas de la
defensa. Empero, la medida no evitó se renovaran los choques,
ahora entre el Presidente de la República y los miembros del
parlamento improvisado, ni impidió la sublevación de algunos
regimientos en el interior de la plaza, ni el estallido de un motín
encabezado por el propio Ministro de la Guerra, ni que Rivera,
que se hallaba en el Brasil, donde se había refugiado después de
la derrota de Arroyo Grande, regresara e intentara asumir la
dirección de la lucha, enfrentando al gobierno. Todas estas

19
Discurso del diputado Sagra. Actas de la Asamblea Legislativa, 1844.
tentativas felizmente fracasaron, no obstante, continuó la
agitación y apareció una corriente orientada a la conciliación con
Rosas, a la que, por cierto, no eran ajenas las maniobras
subterráneas de la diplomacia anglo-francesa. El nombramiento
del general Garibaldi como jefe de la guarnición de Montevideo,

aseguró el triunfo de los que querían continuar la resistencia hasta


el fin, pero dio armas a los opositores que trataron de especular
con el sentimiento nacionalista de las masas. "Aquí no hay más
que extranjeros -decía la esposa del general Rivera, en una carta
dirigida a éste- porque el país está contigo. ¿Qué podemos
esperar de esta gente que no siendo de aquí nada le interesa sino
su bolsillo?".

IV
La lucha decisiva contra el
poder de Rosas

En 1845 Francia e Inglaterra intervinieron como


mediadores para poner fin al conflicto armado, exigiendo como
base, por parte de Rosas, el reconocimiento de la independencia
de la República Oriental del Uruguay, y desembarcaron fuerzas
de marina en Montevideo para presionar sobre el dictador
argentino y sobre Oribe; pero, como no obtuvieron respuesta, las
escuadras francesa y británica atacaron y derrotaron a las fuerzas
navales argentinas, abriendo, así, la navegación del Paraná.
Logrado esto, que era una de las principales metas
perseguidas por el gobierno de Inglaterra, llegó éste a un acuerdo
con Rosas, que le permitió restablecer la corriente comercial con
Argentina, de largo tiempo atrás interrumpida; y, en 1849, el
representante de Gran Bretaña en

Buenos Aires, al dirigirse al dictador, descubrió la política de


doble faz de su gobierno, atento sólo a sus menguados intereses
comerciales.
"Considero -dijo el representante inglés- que no
puede haber diferencia de opinión sobre el punto de que el
abandono de la dirección de los negocios de este país por
S.E. el señor gobernador, sería bajo cualquier
circunstancia y especialmente en las presentes la mayor
calamidad que podría suceder."
Y el marqués de Lansdone, desde su banca parlamentaria,
refiriéndose al intercambio anglo argentino, decía lleno de
satisfacción:
"Este comercio ha ido aumentando de mes en mes y
el comisionado que llegó de Buenos Aires, enviado por el
gobierno de S.M., al descubrir el deseo que se siente por el
comercio inglés bajo ese gobierno absoluto de Rosas
declara que hay allí hambre y sed de comodidades y que
esa hambre y esa sed son saciadas de un modo efectivo por
medio de uno de los comercios más provechosos que
jamás se haya hecho."
Detrás de Inglaterra siguió Francia, cuya burguesía
temiendo ser desplazada, entró de lleno en negociaciones con
Oribe, y las maniobras de entrega de las potencias que habían
apoyado inicialmente a las fuerzas antirrosistas, dio nuevos
argumentos a los partidarios del "entendimiento" con Rosas y
Oribe y en el deseo de justificar la posición que asumían,
mostraban el estado en

que se encontraba el país, después de largos años de lucha.


"La postración, el cansancio, la falta de fe es
general -decía el ministro de gobierno, doctor Herrera y
Obes, dirigiéndose a Andrés Lamas-. La idea del
abandono y la necesidad de poner fin a los males del país
cunde por todas partes y, lo que es más, se ha introducido
en el ejército. Vd. se asombrará cuando le diga que uno de
los que así piensan es el coronel Díaz. Melchor en este
sentido ha hecho mucho mal. El ha generalizado el
pensamiento de que es necesario buscar a Oribe para un
arreglo, proponiéndole que deserte de Rosas y se ponga a
la cabeza de la defensa del país en cuya em presa nosotros
lo seguiremos tomándolo como caudillo...Cuando Melchor
me anunció esa su idea, me dijo que Tajes, Batlle, Díaz,
Thibaut y todos los jefes del ejército la tenían prohijada."
Cuando el sector de la burguesía partidario de la
continuación de la lucha hasta el fin, se dio cuenta de que nada
favorable podía esperar ya de la intervención de las potencias
extranjeras, y apenas los capitulacionistas vacilantes fracasaron
en las tentativas de conciliación con Rosas y con Oribe, entonces
volvieron de nuevo los ojos hacia las masas populares -que jamás
negaron su apoyo- para librar las batallas contra la reacción y por
la independencia nacional amenazada. Compren dieron, al fin, a
pesar de los temores que nunca le abandonaron, que en las
multitudes campesinas.

en los trabajadores urbanos, encontrarían la fuerza necesaria para


llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias. Mejoraban día a
día las condiciones para obtener una solución favorable en el
terrible pleito que ardorosamente se ventilaba; la cuestión era
dirigir todos los esfuerzos para unir en un solo haz el conjunto de
fuer zas que se encontraban dispersas. Favorecía los esfuerzos
unionistas la aplicación sistemática de la política de beneficio
propio que mantenía Rosas en la Argentina, a través del
gigantesco organismo de producción y comercio que él do
minaba, con las consecuencias explicables e imaginables;
sembrando el descontento por todas partes. Hacendados y
comerciantes sentían cada vez con mayor intensidad la forma
como eran absorbidos y triturados, como, apenas, en el mejor de
los casos, quedaban convertidos en sim ples satélites
inmovilizados, sin perspectiva de crecimiento, cuando no
marchando a una ruina inevitable. Todas las fuerzas de
producción y el comercio se encontraban estrujadas por el mono
polio saladeril rosista y las masas engañadas por la demagogia de
Rosas y el espejismo de un federalismo que, en la práctica, había
dado paso a un poder centralizado, excluyente, como no se había
visto ni sospechado jamás, sentían ahora caer sobre ellas lo más
pesado de una crisis tremenda provocada desde arriba.
El descontento popular subía como una marea en todas las
provincias y los mismos daños que esta situación producía en los
Estados colindantes con Argentina, acumulaban elementos
explosivos que amenazaban estallar de un momento

a otro; eran cada instante más violentas las sacudidas que hacían
estremecer, produciendo desprendimientos en el inmenso aparato
económico-político y militar montado por Rosas. El Paraguay,
con su intercambio trabado por los obstáculos a la navegación
fluvial, buscaba una coyuntura favorable que le ayudara a romper
el círculo de hierro en que se encontraba encerrado, y en Rio
Grande do Sul, dirigido por los fazendeiros que veían saqueadas
sus estancias por los soldados al mando de Oribe, se originó un
movimiento que culminó con la invasión de la República Oriental
por las fuerzas brasileñas.
A principios de 1847, el general Urquiza, que fuera brazo
derecho de Rosas en la campaña mi litar contra las provincias
rebeldes, presionado por comerciantes, hacendados y saladeristas
de Entre Ríos, se rebeló contra el monopolio y restricciones
impuestas por Rosas. Autorizó la apertura de los saladeros y
graserías y permitió que los comerciantes utilizaran los puertos
intermedios despachando productos por vía fluvial hacia
Montevideo y trajeran de esta plaza cantidad de mercancías
manufacturadas de origen europeo, desobedeciendo órdenes
terminantes impartidas desde Buenos Aires. Según datos
publicados por "El Comercio del Plata", de Montevideo, desde
junio de 1846 a febrero de 1847, llegaron a esta plaza
procedentes de Entre Ríos, 354.031 cueros secos y salados,
representando un valor total de 635.000 pesos.
"Los negocios de Entre Ríos toman un aspecto serio
-decía el Ministro Herrera en una carta dirigida a Andrés
Lamas, en noviembre

de 1849- Urquiza y Rosas están en una muy formal


polémica. El primero quiere la franquicia de comerciar
directa mente y despachando en los puertos de su
provincia los buques que vayan allá con objeto mercantil y
el segundo se lo niega."
Y meses más tarde, en otra carta, también de Herrera a
Lamas, se decía:
"De Entre Ríos he tenido noticias directas,
fidedignas; todo va perfectamente. A las cuestiones que ya
existían con el gobierno de Buenos Aires, se agrega otra
de carácter muy serio y que Urquiza trata con semblante
ce ñudo. Rosas ha impuesto a las carnes que no se fabrican
en Buenos Aires un derecho bastante fuerte para evitar la
concurrencia, causando a los introductores pérdidas
considerables. Como las únicas que se encuentran en ese
caso son las de Entre Ríos, Urquiza ha tomado aquellas
disposiciones como dirigidas únicamente a trabar el
desarrollo y prosperidad de su provincia y en ese concepto
ha entablado una reclamación adoptando un tono alto."
Esta situación no podía, lógicamente, permanecer
indefinidamente estable y tenía que culminar en el rompimiento
entre Rosas y Urquiza, seguido de una ya inevitable solución de
fuerza. A principios de 1851, Urquiza se encontraba en estado de
guerra con Rosas. Había sustituido la vieja consigna reaccionaria:
¡Viva la Confederación Argentina, mueran los salvajes unitarios!,
por la consigna progresista: ¡Viva la Confederación

Argentina, mueran los enemigos de la organización nacional!; y,


en mayo, se firmó en Montevideo un tratado de carácter ofensivo
y defensivo, contra Rosas, entre los gobiernos del Brasil,
Uruguay y de la Provincia de Entre Ríos.
En el tratado se establecía que era una alianza para
mantener la independencia de la República Oriental del Uruguay,
haciendo salir del territorio de ésta al general Manuel Oribe y las
fuerzas argentinas que mandaba, y cooperando para que
restituidas las cosas a su estado normal, se procediese a la
elección de Presidente de la República, según la Constitución del
Estado Oriental.
Luego de una serie de otras disposiciones sobre
designaciones para comandos militares, etc. y sobre la isla de
Martín García, añade:
"Como consecuencia natural de este pacto,
deseosos de no dar pretextos, a la más mínima duda acerca
del espíritu de cordialidad, buena fe y desinterés que le
sirven de base, los Estados aliados se afianzan mutua
mente sus respectivas independencias y soberanías y la
integridad de sus territorios, sin perjuicio de los derechos
establecidos."

Detrás de las fuerzas militares agrupadas por el tratado


que, entre otras cosas, vino a desbaratar los planes
confeccionados por el gobierno de Francia, en complicidad con
Oribe, se alzaron imponentes las masas alentadas por un nuevo
optimismo, arrastrando a nutridas capas pobres del campo; y en
julio se inició una nueva etapa de la guerra de defensa nacional,
dentro de las

condiciones favorables que creaba un frente único de los


gobiernos y los pueblos. Poco días más tarde, 1.500 soldados de
Oribe se plegaron a las fuerzas nacionales sin disparar un tiro;
siguieron luego el mismo camino con los hombres a sus órdenes,
los coroneles Quincoces, González y Neira; se disolvieron las
fuerzas que comandaba Ignacio Oribe, y así en poco tiempo, sin
entablar un solo combate, ni siquiera acciones de guerrillas,
abandonaron la lucha todas las fuerzas que respondían a Oribe
dislocadas en el norte y litoral de la República. El 8 de octubre
finalizaba definitivamente el prolongado y terrible sitio de
Montevideo, y el 3 de febrero de 1852, los ejércitos de Rosas
eran aniquilados en la batalla de Monte Caseros, por las fuerzas
aliadas uruguayas, brasileñas y argentinas, bajo el mando del
general Urquiza, poniendo fin a la dictadura terrorista de Rosas
que había durado veinte años.
La caída de Rosas afirmó la independencia de la República
Oriental del Uruguay, destruyó los planes del gobierno francés,
pues impidió la firma de un tratado con Oribe, aseguró la
estabilidad del Estado nacido en la Convención Preliminar de
1828. Un deseo vehemente de paz animó a las masas de la ciudad
y del campo. Una ola de optimismo se extendió por toda la
República; el sentimiento de nacionalidad se hizo más fuerte,
reflejándose con claridad en la literatura de la época, y una
tendencia hacia el apacigua miento interno fue advertida a través
del empeño en mantener la alianza de diversas capas sociales
para comenzar la reconstrucción del país en ruinas. La caída del
dictador argentino equivalía

también para el Uruguay, al derrumbe del muro de contención


levantado frente a las posibilidades de un acentuado desarrollo
burgués. Sin embargo, quedaron en pie una serie de
contradicciones no resueltas que continuarían incidiendo en la
vida nacional por muchos años aún, y ellas seguirían actuando
negativamente en la vida del país; ni siquiera hubo un largo
compás de espera. No se habían incorporado a sus casas la
totalidad de los soldados desmovilizados que habían intervenido
en la contienda, cuando se manifestaron viejas desavenencias,
precursoras de violentos choques entre distintas capas sociales
con intereses opuestos.
CAPITULO IV - 1852-1874

NUEVA FASE DE LA LUCHA CONTRA LA


INTERVENCION EXTRANJERA
EN EL PAIS

La situación de la República después de la derrota de la


reacción rosista

La guerra sostenida contra las fuerzas de Rosas, dejó a la


República en un estado de postración indescriptible. Quedó
destruida la obra dificultosamente iniciada en el período
comprendido entre la declaratoria de la independencia y el
comienzo del sitio de Montevideo. En toda la República vivían
130.000 personas; las rentas nacionales se encontraban
enajenadas a particulares; hasta las plazas y edificios públicos
habían sido vendidos o hipotecados por el gobierno de Suárez
con el fin de hacer frente a los gastos que demandó la guerra.
No era mejor el estado de las diversas ramas de la
producción. La industria del tasajo apenas si existía, de los cinco
saladeros establecidos a lo largo del litoral sólo uno continuó
trabajando

durante la guerra, en vastas zonas del país el ganado había


desaparecido casi por completo.
"Todos los establecimientos de campo, todas las
estancias, todas las poblaciones rurales -se lee en el «Libro
del Centenario del Uruguay»- fueron abandonados y las
familias se refugiaron en los pueblos y ciudades de la
República. La campaña se convirtió en un inmenso
desierto, poblado por ganados que se hicieron cimarrones.
Manadas de cerdos y perros cruzaban los campos en todas
direcciones, y las estancias quedaron convertidas en
taperas".20

Sobre el país económicamente en ruinas, militarmente


indefenso, pesaba como una plancha de plomo la presión terrible
de la monarquía feudal esclavista del Brasil. Los señores de Río
de Janeiro no habían abandonado el proyecto de llegar junto al
Río de la Plata; pero, sabiendo la imposibilidad en que se
encontraban de concretar sus aspiraciones, lograron encadenar

20
"Libro del Centenario del Uruguay", pág. 79.
económica y políticamente al Uruguay por medio de los tratados
de 1851, impuestos por el imperio al gobierno de Suárez. Esta era
la única realidad. Dentro del tono, al parecer equitativo, lo
concreto era que el país, su economía, y, como consecuencia en
mucho su vida política, quedaban subordinados a la voluntad del
gobierno del Brasil.
Los tratados fueron la condición establecida por el Imperio
para intervenir en la guerra contra

93
Rosas, sin perjuicio del interés particular que tenían los
ganaderos y saladeristas riograndenses en la destrucción del
monopolio rosista de la producción de tasajo. El gobierno de
Joaquín Suárez cedió ante la presión de la Corte de Río de
Janeiro, obligado por la situación en que el país se hallaba, pero
el precio pagado fue excesiva mente elevado y sus resultados
trajeron apareja dos graves males, como hemos destacado ya. Los
tratados eran: de alianza, de subsidio, de comercio y navegación,
de extradición y de límites. El de alianza permitía al Imperio
intervenir militarmente cuando fuera necesario "mantener el
orden" en el interior del país. Como subsidio, el gobierno
brasileño se obligaba a entregar al gobierno uruguayo 138.000
patacones por una sola vez y una cuota mensual de 60.000
patacones sin plazo fijo; el de comercio y navegación libraba de
impuesto de exportación al ganado uruguayo con destino a Rio
Grande do Sul, facilitando a sus saladeros materia prima a bajo
precio, mientras que el Brasil gravaba con el cinco por ciento los
derechos al tasajo uruguayo que pasaba por la frontera. Este
tratado, impedía, además, la utilización de las aguas del río
Yaguarón y de la Laguna Merín por barcos de matrícula
uruguaya. El de extradición obligaba a las autoridades de la
República a devolver a los negros esclavos que huían de las
infernales torturas de sus amos y se internaban en el territorio
nacional en procura de libertad. Por el de límites, quedaban
definitivamente incorporados al Brasil territorios que éste
ocupaba y formaban parte de la ex-provincia Oriental.

Al amparo de la situación privilegiada que los tratados


concedían al Brasil -situación que, por otra parte, ya existía antes
de la terminación de la guerra contra Rosas y que los tratados
definían y consolidaban- considerables zonas del Uruguay fueron
invadidas por hacendados brasileños que adquirieron grandes
porciones de tierras en el norte, en el este y en el litoral,
sumándose a las que poseían ya los favorecidos por los decretos
de Lecor, imponiendo en aquellos "dominios de señores" su
idioma, sus costumbres, las formas esclavistas de producción que
existían en su país de origen. En el año 1850, los brasileños
poseían en el Uruguay 428 estancias, abarcando una superficie
total de 4.739.992 hectáreas.21

Los hacendados brasileños radicados en el Uruguay eran los


principales proveedores de los saladeros de Río Grande y
actuaban como "pun tas de lanza" en la economía nacional,
esforzándose por influir políticamente, colaborando con el

21
"Libro del Centenario del Uruguay", pág. 86.
gobierno imperial en la presión que éste ejercía sobre el gobierno
uruguayo a través de centenares de reclamaciones por daños
reales o supuestos producidos a sus intereses. Las estancias
propiedad de brasileños, por su posición estratégica en la frontera
norte, fueron utilizadas con frecuencia como centros
conspirativos contra los gobiernos nacionales que estorbaban los
planes de la monarquía, contra los gobernantes que se

negaban a someterse incondicionalmente a sus exigencias


intolerables.
"Los departamentos fronterizos con el Brasil -decía
el presidente Pereira en su mensaje- están ocupados en su
mayor parte por hacendados brasileños. La zona del
territorio comprendida entre la frontera y el Río Negro es
el criadero del ganado para la faena de los saladeros de
Río Grande, de suerte que una fracción importante de
nuestro territorio se inutiliza para la industria principal de
nuestro país. Pero no es eso solo lo que nuestro país
perderá -agregaba luego de señalar el mal que
traía aparejado el no desarrollo de la agricultura-; perderá
igual mente sus elementos de poder, de seguridad y de
defensa; y si continúan las cosas como están, si la
población brasileña tan considerable ya, se hace exclusiva
y predomina en aquellas zonas, podrán sobrevenir en el
futuro dificultades tan graves que se resuelvan quizás, en
cuestiones de nacionalidad y de independencia."
Todo un aparato montado desde Río de Janeiro por la
monarquía brasileña, que se esforzaba en cerrar el paso a las
fuerzas de la burguesía en su propio país, no se avenían, por esa
misma razón, a permitir la existencia de un Estado con formas
republicanas de gobierno, que había abolido la esclavitud,
teniendo como base de producción el trabajo asalariado, lo que
era mal ejemplo para su país, donde la producción, en gran parte,
se realizaba explotando el trabajo de

los esclavos. La experiencia evidenciaba la inferioridad en la


calidad y en el rendimiento de la ganadería brasileña en relación
con la ganadería y la industria saladeril oriental, y la competencia
de las carnes uruguayas en el mercado brasileño sólo era
neutralizada por fuertes barreras arancelarias y medidas
represivas aplicadas al contrabando.

II
La alianza de clases frente al peligro común

Los peligros que encerraba la situación eco nómica y


financiera sin precedentes que el país enfrentaba, la amenaza
exterior, el recuerdo de los años de guerra y privaciones; la
comprobación de los perjuicios enormes que sufrían los intereses
nacionales y particulares, hicieron ver a las fracciones principales
de la clase dominante nacional, que si no lograban una rápida
unificación de sus fuerzas para hacer frente a la situación, el país
se hundiría desapareciendo como Estado independiente entre los
tentáculos de la monarquía brasileña. Un deseo vehemente de
tranquilidad, paz y trabajo para lograr la reconstrucción nacional
se apoderó de la mayor parte de las clases sociales. De los
diversos pues tos de dirección política, se levantaron voces
enérgicas exigiendo la supresión de los partidos tradicionales y de
las divisas, a los que atribuían todos los males que el país
padecía, y la formación

de un fuerte bloque de unidad nacional. En un editorial publicado


en el primer número del periódico "La Constitución", redactado
por el doctor Eduardo Acevedo, uno de los dirigentes políticos
más destacados de la época, se decía:
"Sostendremos, pues, la necesidad de la extinción
absoluta y completa de los antiguos partidos; pero para
conseguirlo, sostendremos también la igualdad de esos
partidos ante la Constitución de la República y la
necesidad en que estamos todos de abjurar de nuestros
pasados errores, de tirar las antiguas divisas y de trabajar
en el bienestar del país".

Abstracción hecha de las grandes dificultades que se


levantaban para lograr la supresión de los partidos políticos, sin
más fuerza que la voluntad colectiva, donde el tradicionalismo ya
existía y profundamente arraigado, no cabe duda que la iniciativa
y el deseo de ver desaparecer a los partidos que entonces existían
en la República obedecía a la necesidad de unificar todas las
fuerzas nacionales para emprender de inmediato la reconstrucción
del país y desterrar para siempre el espectro de la guerra civil,
cuyo re cuerdo funesto estaba en la mente de todos.
En noviembre de 1852 se reunieron dirigentes de los
partidos Blanco y Colorado y dejaron constituida la "Sociedad de
Amigos del País"; y, refiriéndose a ella y a la orientación que sus
integrantes deseaban imprimirle, Juan Carlos Gómez, luego de
establecer que la Sociedad bregaría por el respeto a los poderes
constituidos, a

la ley y a los tratados internacionales, abordaba resueltamente la


cuestión relacionada con el desarrollo de la economía nacional en
estos términos:
"En este sentido -expresa- promoveremos
incansablemente la introducción de toda industria que
prometa al país riqueza y bienestar a la ciudadanía,
inmigración extranjera por todos los medios directos e
indirectos que estén al alcance del Estado y de los
particulares; la educación moral, intelectual y material del
pueblo, la importación de capitales extranjeros; la
implantación de seguras instituciones de crédito. El
crecimiento del comercio, de la agricultura y del pastoreo,
el ensanche de la navegación a vapor en nuestras costas y
ríos, la multiplicación de vías y medios de comunicación a
través del territorio: en una palabra, todo cuanto tienda a la
opulencia de la Nación".22 23

22
"Juan Carlos Gómez, su actuación en la Prensa de Montevideo", tomo I, pág. 18.
23
Esta posición de Juan Carlos Gómez, compartida por otras cabezas dirigentes de la época, indica
la existencia ya, en el país, de corrientes dirigidas a crear las condiciones necesarias para dar paso
al desarrollo capitalista de la República, posición que los separaba de otros líderes
Los dirigentes políticos, civiles y militares, se inclinaban
decimos a una alianza de las distintas capas sociales, realizando
insistentes esfuerzos en ese sentido, con la colaboración de

comerciantes, saladeristas y una parte considerable de los


estancieros nacionales, perjudicados por la ruina de los saladeros
orientales y que no se beneficiaban del tráfico de ganado hacia el
Brasil. Contra la unidad se levantaban los terratenientes, fuertes
estancieros brasileños y uruguayos, que acumulaban ganancias
vendiendo ganado a los saladeros de Rio Grande do Sul,
apoyándose en los jefes militares descontentos y estimulados por
los señores feudales-esclavistas del norte.
Este reagrupamiento de fuerzas, pese a su poca
estabilidad, a su misma debilidad, mostraba, no obstante, que no
era inconmovible la posición de los partidos Blanco y Colorado;
que podían o no modificarse, en la medida de existir condiciones
para ello, pese a lo arraigado del tradicionalismo en el seno de las
masas. Es cierto que el Partido Blanco representaba, en líneas
generales, los intereses de los grandes propietarios de la tierra y,
por eso, aparecía vinculado al Partido Federal Argentino, cuyas
fuerzas principales se encontraban diseminadas en las campañas
provinciales. El Partido Colorado representaba
políticos, que no veían las cosas más que desde el ángulo de los terratenientes: del pasto reo y del
aumento del comercio exterior. Este se ría, años después, el punto de vista del gobierno de Berro,
que parecía el más ajustado a las condiciones del país de entonces, a las circunstancias de nuestra
acumulación capitalista inicial, pues tenían que reunirse un cúmulo de condiciones para que siguiera
la República hacia el desarrollo industrial, hacia la formación de un Estado de con tenido capitalista.

sentaba, también en líneas muy generales, los intereses de capas


de hacendados, de ocupantes, de la burguesía comercial
ciudadana, de los dueños de las industrias incipientes, del
artesanado, y por eso se sentía solidario con los unitarios
argentinos, sostenedores de los intereses de la burguesía, cuyas
fuerzas principales se encontraban en la Provincia de Buenos
Aires, todo lo cual determinaría el proceso a seguir por el país en
un futuro inmediato.
Fruto de la unidad a que se consiguió arribar, fue la
elección de Juan Francisco Giró, primer Presidente de la
República luego de la terminación de la "Guerra Grande". Giró,
afiliado al Partido Blanco, fue votado por los legisladores blancos
y colorados.
Descansando sobre esta unidad, comenzó la obra de
reconstrucción nacional, lográndose algunos éxitos iniciales.
Contribuyó a mejorar la situación del país la guerra de Crimea
que, por la demanda de carnes y cueros, produjo la elevación de
los precios del ganado y de las lanas a un nivel hasta entonces
desconocido. Los ganaderos repoblaron los campos, utilizando
vacunos salvajes, e iniciaron en gran escala la cría de ovinos y su
refinamiento, estimulados por la de manda de lana en el mercado
internacional. En julio de 1852, Giró adoptó medidas
organizando el reparto gratuito de chacras y solares en los ejidos
de los pueblos, dando preferencia a las familias nacionales que no
disponían de tierras. Se dictaron disposiciones protegiendo el
desarrollo de algunas industrias. En esa época alcanza ban ya a
57 el número de los establecimientos

saladeriles en el país y llegaron al puerto de Montevideo 120


barcos de ultramar, 1.140 de cabotaje y arribaron 3.056
inmigrantes.

III
Reaparición de los viejos antagonismos y
ruptura de la unidad nacional

Lo que quizá no fuera para todos previsible, se produjo.


Los éxitos logrados no fueron suficientes, no alcanzaron a dar
solidez a la base económica de la República, ni el vigor necesario
a las fuerzas democráticas para detener el estallido de una intensa
crisis política. Los tratados con el Brasil y la falta de recursos por
encontrarse enajenadas las principales rentas con que contaba el
Estado, rompieron el equilibrio momentáneo amenazando la
estabilidad del gobierno. La situación se volvió grave; para salir
de ella se imponía introducir reformas de fondo; deshacerse de
las cláusulas leoninas de los tratados con el Brasil y abordar la
cuestión del campo.
El problema de la tierra seguía sin solución. Como en la
época de la colonia, el latifundio continuaba dominándolo todo:
cientos de miles de hectáreas de tierras improductivas, en tanto
una parte considerable de los trabajadores del campo se
desplazaba de un lado al otro sin posibilidades de realizar trabajo
útil; y tal era así, que de diversos sectores se levantaron voces
pidiendo se abordara el estudio y solución de

tan agudo problema. En un informe presentado por el Jefe


Político de Soriano, publicado en diciembre de 1852, se decía:
"Cuando se publique el censo se verá que para una
familia que tiene algo para vivir hay cincuenta que nada
tienen de productivo. Departamentos hay cuyo ganado
vacuno puede apacentarse perfectamente en 30 leguas de
campo, mientras que cuentan con 300 de superficie."

A principios de 1853, la mayoría de los sectores que


rodeaban al gobierno, decidieron librar batalla, procurando aflojar
las ligaduras que in movilizaban y ahogaban la economía
nacional y quitaban a la administración los recursos para su
sostenimiento. El Presidente de la República dictó un decreto,
refrendado por el Parlamento, rescatando a favor del Estado las
rentas de aduana, enajenadas a particulares, y anunció que so
metería a ratificación legislativa los tratados firmados con el
Brasil, proponiendo modificaciones en las cláusulas más
gravosas.
Al conocerse la resolución gubernamental es tallaron
simultáneamente dos conflictos: uno de carácter interno,
provocado por los usufructuarios de las rentas y propiedades del
Estado hipotecadas, y otro, más grave, por sus proyecciones
internacionales; y el doble conflicto dislocó la unidad establecida,
originó dispersiones y nuevos reagrupamientos. No sólo se
separaron los dirigentes de los partidos Blanco y Colorado que
intervinieron en la formación del frente único bajo la fórmula
"Sociedad de Amigos del

País", sino que, el Partido Colorado se dividió en colorados y


conservadores, formándose más tarde un tercer grupo (florista) en
apoyo del general Venancio Flores. Sostenían y apoyaban a Giró
dirigentes políticos de la burguesía comercial que veían hundirse
todo el sistema financiero y administrativo del Estado en un mar
de dificultades y los saladeristas arruinados por la competencia de
los saladeros riograndenses. De 618.926 arrobas de tasajo que
habían sido exportadas a Río Grande en el ejercicio 1850-51,
descendió a 256.076 en el ejercicio 1851-1852. Frente al
gobierno se levantaron los ganaderos uruguayos y los brasileños
residentes en el Uru guay que comerciaban con los saladeros del
vecino Estado de Rio Grande do Sul, los usufructuarios de los
bienes y rentas del Estado y los jefes militares que respondían a
esas capas sociales; y en es trecha colaboración con los grupos
descontentos operaba abiertamente la representación diplomática
del Brasil en Montevideo. Su acción se orientaba,
particularmente, a agudizar las contradicciones, a fomentar
choques y a amenazar al gobierno con la intervención directa de
su país, utilizando las fuerzas armadas brasileñas que se
encontraban dislocadas en territorio uruguayo, desde la acción
contra el gobierno de Rosas. Refiriéndose a la política del
ministro brasileño en Montevideo, durante el desarrollo de los
acontecimientos señalados, Juan Carlos Gómez escribía a Andrés
Lamas en 1855:
"¿Cuál fue la política del señor Carneiro Leao
(diplomático brasileño)? Buscar a los hombres de la
defensa de Montevideo o

a los adversarios naturales de la administración,


proponiéndoles el derrocamiento de Giró, prometiéndoles
hacer retroceder en su ayuda al ejército brasileño que aún
se hallaba en territorio oriental."

Los agentes de la monarquía especulaban también con los


recelos que despertaba en ciertos sectores del pueblo el origen
político de Giró, exhibiendo sus condiciones de afiliado al
Partido Blanco y sus viejas vinculaciones con el oribismo. En
julio de 1853 se produjo un motín militar rápidamente sofocado,
pero la profundidad de la crisis impidió al gobierno consolidar
sus posiciones y, dos meses más tarde, se derrumbaba al empuje
de un nuevo movimiento armado, cuyo contenido reaccionario
era harto evidente.
El presidente depuesto fue sustituido por un triunvirato
integrado por los caudillos militares Fructuoso Rivera, Juan
Antonio Lavalleja y Venancio Flores. Rivera y Flores eran
miembros del Partido Colorado y a Lavalleja se le consideraba
como el fundador del Partido Blanco. La constitución del
triunvirato, en calidad de gobierno provisorio, apareció ante los
ojos del pueblo como un nuevo intento de conciliación entre
capas de la clase dominante, ya que, en aquel momento, ningún
partido ni grupo de partido, aislado, se encontraba con fuerzas
suficientes para imponer decisiones. Empero, su composición no
conformó a Río de Janeiro, que veía en Lavalleja y Rivera un
obstáculo a sus planes de dominación en el Uruguay; y esto fue
resuelto en la forma que lo deseaba la corte del

Brasil, con la muerte de Rivera y Lavalleja, que dando Venancio


Flores como único gobernante. Y, efectivamente, dueño del
poder, Venancio Flores lo colocó al servicio del Brasil, cuyo
gobierno le había ayudado a la lucha contra Giró; y para mayor
seguridad, llegó a Montevideo un delegado especial del Imperio,
-el Ministro Amaral-, con encargo de vigilar la actitud de los
dirigentes políticos del Uruguay, cuidando que el poder
permaneciera en manos de aquellos que mayor garantía ofrecían
de cumplir sin vacilar lo estipulado en los tratados de 1851 y
todas las directivas que los señores de Río de Janeiro
pretendieran imponer a la República. Y, por si todo esto no fuera
suficiente, poco tiempo había transcurrido desde el momento en
que Flores se hizo cargo del poder, cuando una división de 4.000
hombres de las fuerzas armadas del Brasil, penetraba en territorio
oriental.
La injerencia de los representantes del gobierno brasileño
en la vida interna del país llegaba a todas las instancias,
utilizando para ello diversos medios, desde la presión sobre el
gobierno nacional a la intervención directa cuando advertía su
inestabilidad, o falta de diligencia en realizar lo que ellos
ordenaban, amenazando con utilizar la fuerza armada si las
circunstancias lo exigían.
"No siempre, sin embargo, era posible al
diplomático imperial permanecer en la penumbra -dice el
historiador Eduardo Acevedo, refiriéndose al representante
diplomático de la Corte de Río de Janeiro-. A veces que
daban en claro sus manejos y entonces estallaba

la protesta. A fines de agosto, por ejemplo, cuando


se buscaba las fórmulas de conciliación, que por fin no se
encontraron por culpa de la misma diplomacia brasileña,
uno de los delegados populares, Jacobo Varela, dijo al
presidente Flores que el Ministro Amaral se había
presentado al pueblo reunido en los alrededores del
domicilio de don José María Muñoz para ofrecerle sus
servicios, pero todos habían contestado que no podían
aceptarlos por emanar de un ministro extranjero."

"Tan se preocupaba la diplomacia imperial de


asegurar su tutoría, que al escribir el relatorio de 1855, no
vaciló el canciller brasileño en estampar este estupendo
párrafo, al decreto sustitutivo de la libertad de imprenta:
«Las buenas relaciones tan largo tiempo sostenidas entre
la legación imperial y el Gobierno de la República, fueron
con secuencia de aquella medida excepcional y alterada
repentinamente. El ministro del Brasil no podía dar su
asentimiento a una medida excepcional que el orden
público, fuertemente defendido por la intervención
brasileña, no reclamaba. El tenía el derecho de ser oído
previamente y de ser atendido respecto a medidas de tal
naturaleza".24

Falto de apoyo popular, el nuevo gobierno implantó una


dictadura, seguro que de otra manera

su posición era indefendible. Suprimió las libertades públicas, de


reunión y de prensa y recurrió al fraude electoral para la
formación de un parlamento dócil a sus planes. No alcanzó con
ello a acallar las voces de descontento, no logró poner dique a la
ciudadanía. Los intereses lesionados y el sentimiento de
nacionalidad herido elevaron la capacidad combativa del pueblo.
La juventud universitaria ocupó un puesto de vanguardia en la
lucha contra la política de entrega en la que se había embarcado
Flores. Estudiantes, profesionales recién egresados, fundaron un
diario: "La Libertad", "órgano -decían- de la juventud que se
levanta", desde cuyas columnas emprendieron una ardiente
prédica contra el caudillismo perturbador. El periódico fue
clausurado y su director encerrado en la fortaleza del Cerro. Todo
fue inútil; a medida que la reacción se hacía más violenta, con
mayor energía respondía el pueblo guiado por la burguesía
intelectual y progresista. Otros jóvenes ocuparon el puesto dejado
por el director. La oposición ascendía y la dictadura se debilitaba
con rapidez creciente; y, en esas condiciones, los representantes
de la monarquía brasileña no creyeron conveniente seguir
sosteniendo el gobierno de fuerza, pues era visible su absoluta
inestabilidad, y, girando en redondo, dejaron avanzar la acción de

24
Eduardo Acevedo: "Anales Históricos", tomo II, pág. 542.
los enemigos de Flores, tratando de sacar partido de la nueva
situación creada.
En agosto de 1855, bajo la dirección de los jefes más
destacados de los partidos políticos enfrentados a la dictadura, el
pueblo ganó la calle en la capital. Obreros, artesanos, empleados
y

estudiantes se reunieron en una manifestación inmensa, exigiendo


la liberación de un periodista detenido y el restablecimiento de
las libertades públicas; el empuje del movimiento popular
arrastró a los jefes y oficiales de la guarnición; el pueblo
fraternizó con los soldados y, sin disparar un tiro, fue derribada la
dictadura de Flores.
No obstante su amplitud y el triunfo obtenido, el
movimiento popular no llegó a fondo, quedó detenido por las
divergencias que existían en el seno del conglomerado que tenía
entre sus manos la dirección de la lucha contra la política que
sostenía el gobierno depuesto y sus supervivencias. Permaneció
en pie el parlamento que respondía a la orientación florista. El
Presidente del Senado, Manuel Basilio Bustamante, identificado
con la vieja política impuesta por Flores, asumió la primera
magistratura.

IV
El triunfo de la burguesía centralista argentina y su
repercusión en el Uruguay
A mediados de 1855 el gobierno brasileño ordenó el retiro
de las fuerzas armadas que mantenía en las inmediaciones de
Montevideo. No le quedaba otro camino. Con el sistema de
amenaza permanente no había logrado todo lo que se proponía.
La protesta ininterrumpida del pueblo uruguayo conmovió el
ambiente rioplatense y llamó la atención del gobierno británico,
que,

como de costumbre, es decir, de acuerdo a sus intereses, trató de


sacar partido del estado de cosas que se había creado, y ello
obligó a la corte de Río de Janeiro a proceder con mayor cautela.
Advirtió que la persistencia sólo servía para empeorar la situación
sin ningún resultado positivo.
El peligro, pues, que ofrecían las tropas imperiales se alejó
momentáneamente, pero un nuevo factor procedente del exterior,
contribuyó a complicar la situación en que se encontraba la
República, incidiendo en su vida política. La reanudación de la
lucha entre la burguesía centralista argentina y las fuerzas que
defendían los intereses locales en cada provincia, repercutió en el
Uruguay.
En mayo de 1853 había sido sancionada la Constitución
Argentina y en noviembre de ese año se instaló la capital en la
ciudad de Paraná; siendo electo presidente el general Urquiza,
vencedor de Monte Caseros. Urquiza era federalista, genuino de
saladeristas, ganaderos y comerciantes de las provincias, se
separó de Rosas, a quien había acompañado cierto tiempo,
asumiendo la dirección de los ejércitos que combatieron y
derribaron la dictadura terrorista. Para ello se alió a los unitarios
y a todos los antirrosistas; pero, aplastado el enemigo común, las
fuerzas se dividieron de nuevo, recomenzando la lucha. Frente a
la Confederación se plantó Buenos Aires, convertido en Estado
independiente por los unitarios bajo la presidencia de Bartolomé
Mitre. La burguesía centralista hizo de Buenos Aires el
trampolín, la plaza de armas para

proseguir la batalla por la conquista de todo el poder, apagando


los focos de resistencia que encendían en diversas zonas los
caudillos locales.
Iban más lejos las aspiraciones de la clase dominante en
Buenos Aires. Deseaba reconquistar la totalidad de los territorios
que ocuparon las Provincias Unidas del Río de la Plata. Las
poderosas fuerzas de la burguesía comercial argentina,
empujaban a los unitarios en esta dirección. Les interesaba la
República Oriental, por su excelente posición geográfica. La
burguesía que detentaba el poder en Buenos Aires, había
sostenido la independencia del Uruguay mientras se combatía
contra Rosas, pero, una vez derrotado el dictador, se volvió
contra las cláusulas de la Convención Preliminar de Paz firma da
en Río de Janeiro en 1828; y, para la ejecución de sus propósitos,
se apoyaba en ciertos sectores de la burguesía uruguaya, que se
oponían a las aspiraciones del Brasil, y entendían que sólo sobre
la base de un Estado poderoso por la extensión territorial, por el
número de sus habitantes, podría lograrse un efectivo y rápido
des arrollo capitalista. Juan Carlos Gómez -líder de esta
tendencia- decía en el periódico "La Nación" de Buenos Aires en
julio de 1852:
"Mientras el Estado Oriental constituya una
nacionalidad independiente no habrá integridad nacional,
por consiguiente no habrá posibilidad de organización de
la República. Lucharemos en vano con la imposibilidad
que es más fuerte que la voluntad de los hombres. La
cuestión de integridad nacional

no está, pues, en Buenos Aires, como Urquiza quizá finge


creerlo en su propósito de caudillaje, no está en Entre
Ríos, como los hombres de Estado en Buenos Aires se han
imaginado hasta ahora, extraviados por una ilusión de
óptica que les hace ver allí el horizonte de la patria. La
cuestión nacional está en el Estado Oriental; es allí donde
ha de debatirse y es allí donde la providencia prepara los
sucesos que han de darle solución definitiva. Tan ciegos
están a ese respecto los hombres de estado de Bs. Aires y
la gente del caudillaje de Entre Ríos que unos y otros en
vez de allanar esa solución, aglomeran obstáculos para
entorpecer la, abandonando elementos e intereses morales
en el Estado Oriental que han de oponer resistencia a la
solución del problema. El Estado Oriental ha de venir a la
reunión, es cuestión de tiempo. Veintinueve años de
desgracias y desastres han probado que la paz es imposible
con esa ficción de nacionalidad que lo mantiene en
condición de provincia brasileña, con todas las cargas y
sin ninguna de las ventajas de las demás provincias del
Imperio."
Por su parte, los caudillos federales argentinos, protegían a
grupos de estancieros uruguayos y de ellos se servían en la lucha
contra Bue nos Aires. Alimentaban el sano sentimiento de
independencia de las masas explotadas del campo, que mantenían
viva la vieja tradición artiguista, exaltaban el odio que sentían
hacia los "porteños”,

tanto como a los terratenientes-esclavistas del Brasil.


En el cuadro de la situación señalada, creada por las
condiciones nacionales e internacionales, se realizó una nueva
elección presidencial en la República. Las fuerzas que
enfrentaban la línea política seguida por Venancio Flores
chocaban y se dispersaban; y Flores, aprovechando la debilidad
de sus adversarios, se alió a Manuel Oribe, imponiendo entre
ambos la candidatura presidencial de Gabriel Antonio Pereira,
que asumió la primera magistratura en medio de una situación
política colmada de inquietudes y de una aguda crisis económica.
Pereira, para mayor de los males, anunciaba el propósito de
continuar la nefasta tendencia florista de adaptar su política a los
dictados del Imperio del Brasil. A la economía nacional anémica
se añadía el comienzo de una nueva crisis del capitalismo en
escala mundial, que culminó en el país, a principios de 1858 con
suspensión de pagos, cierres de comercios y de pequeñas
industrias, empeoramiento de las condiciones del artesanado y
aumento de la desocupación. Las exportaciones de los productos
de la ganadería descendieron verticalmente. En el período 1852-
53 se exportaron 891.649 cueros y 6.274 fardos de lana, y en el
período 1857-58 fueron exportados 565.931 y 3.461,
respectivamente. En 1857 se firmó un nuevo tratado de comercio
entre Uruguay y Brasil, estableciendo rebajas a los derechos de
aduana y liberando completamente de derechos los artículos de
gran consumo en ambos países. Quedó suprimido el impuesto
brasileño que gravaba al tasajo uruguayo

pero el aumento de la exportación al Brasil no compensó la


merma en los demás mercados ni el déficit general de las
exportaciones.25

Atado a los intereses del Brasil, Pereira nada efectivo hizo en


favor de las fuerzas nacionales de producción: antes bien,
permitió el restable cimiento de la explotación del trabajo
esclavizado en las estancias del norte, propiedad de brasileños,
con la introducción de centenares de negros procedentes del
Imperio y vendidos con la apariencia de contrato de trabajo por
los traficantes de carne de ébano". En julio de 1857 autorizó la
creación del Banco Mauá, acordándole todas las prerrogativas
imaginables.

"El barón de Mauá, fundador y dueño del banco,


hizo de su establecimiento una poderosa casa de crédito,
25
La pugna entre los dueños de los saladeros riograndenses empeñados en monopolizar en
cualquier forma la venta de tasajo en el Brasil, y los dueños de las fazendas que exigían un tasajo
barato para alimentar a sus esclavos, ter minó con el triunfo de éstos, ante el fracaso de los
establecimientos saladeriles de Río Grande, que no lograban cubrir medianamente, siquiera, las
exigencias del mercado interno del Brasil. El visconde del Uruguay uno de los plenipotenciarios
brasileños que intervinieron en las negociaciones, expresaba: "fuera de toda duda, la carne que
produce Río Grande, no es suficiente para el Imperio. A éste le interesa ser abastecido por la
República."
una agencia diplomática del Imperio, más poderosa aún,
capaz

de influir en los destinos de la nacionalidad oriental".26


Esta situación trajo mayor descontento en el seno del
pueblo e influyó en las fuerzas que integraban la coalición que
dio el poder a Pereira. Oribe se separó de Flores y los dos del
Presidente de la República; y los dirigentes políticos derrotados
por la coalición de Oribe y Flores, se encaminaron a Buenos
Aires en busca de apoyo para emprender un movimiento armado
contra Pereira, que le fue ampliamente acordado por el gobierno
de Mitre: recibieron armas y municiones y un barco para
transportarlas. El malestar, el descontento reinante por la mala
situación económica y por la reedición de la política de
entregamiento al Brasil, ofrecían condiciones excelentes para la
insurrección. Pero el pueblo no la secundó en la medida
necesaria, no siguió a los jefes que no tuvieron tiempo o no
supieron plantear a las clases afectadas por la política de Pereira,
sus reivindicaciones elementales y profundamente sentidas.
Carente de suficiente apoyo popular el movimiento armado

26
"Libro del Centenario del Uruguay", pág. 395.
sucumbió aplastado despiadadamente. El 28 de enero de 1858, las
tropas del gobierno derrotaron a las fuerzas insurreccionadas en
el paso de Quinteros, tomándoles decenas de prisioneros y
fusilando a los principales jefes, a pesar de habérseles prometido
respetar sus vidas. Entre los fusilados se encontraba Cesar Díaz,
el que fuera

glorioso jefe de las fuerzas orientales en la batalla de Monte


Caseros, que puso fin a la dicta dura terrorista de Juan Manuel de
Rosas.
El triunfo de Quinteros afirmó transitoria mente al
gobierno, pero dio nuevas armas a las fuerzas que enfrentaban su
política. Venciendo todos los obstáculos, cobró nuevos bríos la
propaganda contra la absorción que proyectaba la monarquía
brasileña y las miras anexionistas del gobierno de Buenos Aires.
La agitación contra el gobierno de Pereira concitó a nuevas y
nuevas capas de la población, llegó al Parlamento, hasta formar
una mayoría que, con el apoyo del pueblo movilizado, creó las
condiciones para obtener un cambio en la situación.

V
El gobierno de Bernardo P. Berro.
Su contenido progresista
La elección de Bernardo P. Berro en 1860, por absoluta
mayoría parlamentaria, fue la ex presión del deseo y el propósito
de la burguesía comercial, de los terratenientes y de núcleos
ganaderos, de atraer nuevamente el mayor contingente posible de
fuerzas y formar un bloque que permitiera hacer frente con éxito
a la grave situación en que el país se encontraba, salvando a la
economía nacional en bancarrota. La actuación anterior de Berro
ofrecía garantías para el cumplimiento de estos deseos. En carta
publicada antes

de realizarse la elección presidencial, el candidato expresaba:


"Desde la solución de octubre de 1851, mi
pensamiento fijo e invariable, ha sido la unión... He creído
siempre, como creo ahora, que sin la unión bien entendida,
no habrá seguridad para nuestra independencia ni solución
para nuestras instituciones, ni paz duradera, ni libertad, ni
nada bueno para nuestra patria. He creído siempre, como
creo ahora, que esa unión no puede efectuarse bajo la
bandera de ningún partido, solo podrá tener lugar en el
campo nacional, di sueltos los partidos y olvidado
completamente el pasado. Esta creencia ha venido a ser mi
religión política, a la que estoy adherido con mi corazón y
mi conciencia."

Y, procurando unir a todos los sectores políticos, Berro


formuló un programa de gobierno con contenido progresista y de
liberación nacional, en cuya parte básica establecía:
"Ampliación del régimen municipal. No dar
privilegio a ninguna nación, como medio de obtener la
amistad de todas. Procurar la cooperación diplomática de
la Francia y de la Inglaterra, cerca del gobierno argentino,
para garantizar la paz y el orden en nuestro país. Sanción
de códigos en reemplazo de la actual legislación.
Establecimiento de líneas ferroviarias. Establecimiento de
libre cambio. Creación de un Banco nacional con
monopolio de la emisión menor.

Sanción de una ley de Banco Hipotecario y de emisión."

El nuevo gobernante fue recibido con vibran tes


demostraciones públicas en la capital y centros poblados del
interior; la mayoría de la prensa blanca y colorada saludó con
entusiasmo su orientación política y económica; y los hechos
demostraron la voluntad que animaba a Berro de aplicar el
programa enunciado con el apoyo de las distintas capas sociales.
Pronto, venciendo los obstáculos creados por una sequía
prolongada y los restos de la crisis mundial del capitalismo, se
lograron resultados positivos, lo que evidenciaba un viraje en la
marcha económica de la República. Una de las primeras medidas
puestas en práctica por el gobierno fue la destinada a impedir el
tráfico de negros esclavos que desde Rio Grande do Sul, se
realizaba hacia las estancias brasileñas en el país. Se ordenó la
mensura del territorio nacional, se ratificó la prohibición que
existía de vender tierras de propiedad del Estado y se dispuso su
entrega en arrendamiento; se dio impulso a la instrucción pública
y fueron restringidos los privilegios de que disfrutaba la Iglesia.
En el terreno económico, Berro se empeñó en afirmar una
orientación librecambista, que seguían sosteniendo,
particularmente los hacendados, impulsados por Inglaterra que,
en este sentido, con carácter general, llevaba adelante una intensa
campaña desde 1846. Tenía el libre cambio, en ese momento, el
sentido progresista de vincular más el país al mercado mundial;
tal orientación contemplaba las aspiraciones e intereses

del comercio mayorista de importación, con centrado en


Montevideo, proveía al comercio minorista nacional y realizaba
lucrativos negocios con el sur del Brasil. Beneficiaba asimismo a
los estancieros interesados en tener mercancía manufacturada
abundante a bajo precio, y facilitaba la salida para los productos
de la ganadería. Dicho beneficio se acercaba también a las masas
populares de las ciudades a quienes no alcanzaban las ventajas en
la adquisición de los artículos de consumo contrabandeados del
Brasil.

"Los principios proteccionistas -decía el Ministro


de Hacienda del gobierno de Berro, Tomás Villalba en
1860, refiriéndose a la ley de Aduanas- ni son ya de la
época ni pueden tener aplicación particular en un país
esencialmente pastoril y mercantil como el nuestro,
rodeado de mercados competido res y con una legislación
aduanera sumamente liberal. La protección entre nosotros
no ha dado sino resultados negativos, confirmando por
demás un axioma vulgar, si se quiere, pero de una rigurosa
exactitud: el sacrificio del interés mayor al menor, el
beneficio de unos pocos a costa de la generalidad de los
consumos."

En el deseo de poner en práctica su programa de gobierno,


el mandatario realizó esfuerzos por obtener la colaboración de
hombres de las diversas ideologías que entonces existían en el
país; envió un mensaje al Parlamento de amplia amnistía para
todos los complicados en anteriores movimientos contra el
gobierno y prohibió el uso

en público de los distintivos de los partidos blanco y colorado.


En los marcos de esta política mejoró la situación del país,
aumentó el valor de la tierra, aparecieron algunas nuevas
industrias manufactureras, y a los dos bancos existentes, Mauá y
Comercial, se sumó el Banco de Londres y Río de la Plata.
Creció el artesanado y se ensayaron diversos sistemas para la
conservación de las carnes destinadas a la exportación. En
diciembre de 1861, el diario "El Comercio del Plata", decía:
"Una de las pruebas palpitantes de la confianza que
empieza a inspirar a las naciones europeas el estado de
nuestro país, ha sido el arribo a nuestras playas de 1.200
inmigrantes."

La aplicación de la nueva orientación política desbarataba


los planes de la monarquía brasileña y daba en tierra con los
propósitos anexionistas de la gran burguesía mercantil de Buenos
Aires. La República Oriental encaminaba sus pasos hacia
soluciones económicas de acuerdo a las condiciones que se iban
creando, animados el pueblo y sus mejores dirigentes del
propósito de resistir las condiciones leoninas de los tratados de
1851, amenazaba modificar la situación en sentido contrario al
que dirigía sus pasos la corte de Río de Janeiro. De ahí derivaba
la actitud de amenaza permanente adoptada por aquel gobierno.
¿En qué consistía la amenaza argentina? Allí la lucha entre
unitarios y federales se resolvió en 1852 a favor de los primeros.
El país quedó unificado

la constitución federal, en realidad, permitía ejercer desde Buenos


Aires sobre toda la Nación, el contralor y dominio exigido por los
unitarios. Bartolomé Mitre, en la presidencia de la República,
procedió a aplastar los movimientos armados que subsistían,
dirigidos por caudillos al frente de las masas descontentas. Y,
cumplida esta etapa, la clase dominante argentina se aprestó a
pasar a una segunda, teniendo como meta inmediata la
reincorporación de la República Oriental a la Confederación.
Deseaba tener el contralor absoluto del comercio a través del Río
de la Plata. El diario "La Nación Argentina", propiedad de Mitre,
un mes después de subir éste a la presidencia decía:
"Las naciones americanas deben tender a
ensancharse, porque es ley natural... Por eso hemos dicho
que la Confederación Americana vendrá con el tiempo...
Esos medios son, por una parte, los tratados particulares y
por la otra, la presión de las naciones aliadas que tienen
verdadera afinidad de intereses y que se hallan unidas,
cuando menos, por la posición geográfica. Así lo que es
materia de Congreso, quedaría reducido separadamente,
con Chile, Perú, etc.... El segundo medio, ya indicado,
consiste en la anexión recíproca de las repúblicas
limítrofes."

En tanto el Uruguay, bajo el gobierno de Berro, ordenaba


y hacía avanzar su vida política y económica, el Paraguay,
unificado y fuerte se en caminaba hacia soluciones con marcado
contenido burgués, despertando recelos e inquietudes en

los gobiernos de Buenos Aires y de Río de Janeiro. Paraguay


había realizado sensibles progresos en poco tiempo que
contrastaban con el atraso y estancamiento de la mayor parte de
los países latinoamericanos.
"A la muerte de Francia -se lee en «Nueva Historia
de América Latina»- el Congreso Nacional del Paraguay
puso al frente de la República a Carlos Antonio López.
Durante el gobierno de éste, el sistema de autoaislamiento
del Paraguay se suavizó considerablemente. Los puertos
fluviales fueron abiertos para los barcos extranjeros. Pero
el gobierno vigilaba para que los capitalistas extranjeros
que establecían relaciones con el Paraguay observaran
estrictamente las leyes vigentes y para que estas relaciones
no amenazaran la independencia del país. Se tomaron
medidas para consolidar la pequeña economía campesina;
la propiedad feudal de la tierra, como antes fue sometida a
diversas restricciones. También se puso en práctica una
serie de medidas tendientes a provocar el ulterior
desarrollo industrial del Paraguay; se empezó la extracción
de mineral de hierro, fueron creados astilleros navales,
fábricas de cañones, etc. En 1859 se comenzó a construir
uno de los primeros ferrocarriles de América Española.
Paraguay, que durante el período de dominación española
no poseía ninguna industria, a comienzos de la séptima
década del siglo XIX se convirtió en el país más
desarrollado en

el aspecto económico de América Española”.27


"El Presidente López -decía Andrés Calvo en 1864-
manda periódicamente jóvenes a estudiar a Europa, y de
esta manera está dotando al país de ingenieros,
maquinistas, fundidores que, a su regreso, ocupan los
puestos públicos que corresponden a sus estudios. El
primer ferrocarril paraguayo tendrá 50 leguas. Ya están en
Asunción los materiales para el primer telégrafo eléctrico."

VI
La guerra reaccionaria encabezada por
Venancio Flores, preludio de la guerra
de agresión al Paraguay

27
S. N. Rotovski: "Nueva Historia de América Latina", pág. 76.
Las clases dominantes de Argentina y Brasil no concebían
otro camino que la agresión y el pillaje para verse libres de
vecinos tan molestos que no se avenían a retroceder
reintegrándose a los viejos moldes, que no se prestaban dóciles a
sus manejos de camarillas antipopulares; y para hacer efectivos
sus planes de agresión contra el Uruguay y el Paraguay, el
gobierno imperial decidió imponerse previamente a la República
Oriental, asegurando, así, la colaboración de un

gobierno "títere" en este país, para luego organizar la cruzada


contra el Paraguay.
En la lucha contra el gobierno uruguayo, los gobiernos
brasileño y argentino, utilizaron a militares uruguayos,
ambiciosos, sin escrúpulos, enemigos jurados de la orientación
progresista de liberación nacional que Bernardo P. Berro había
impreso a su administración. Eran estos militares la expresión del
pensamiento y de los intereses de grandes terratenientes
uruguayos y brasileños instalados en el país, que se enriquecían
con el tráfico de ganado hacia Rio Grande do Sul. El general
Venancio Flores se convirtió, una vez más, en el instrumento de
los siniestros planes brasileño-argentinos. Regresaba al país a
encender la guerra civil reaccionaria por cuenta ajena, después de
permanecer en la Argentina al servicio de la oligarquía unitaria,
interviniendo, junto a Mitre, en la lucha contra los federales,
contra las masas campesinas de las provincias que defendían sus
intereses y derechos.
El 16 de abril de 1863 partió Flores de Buenos Aires a
bordo de un barco de guerra argentino, pasando a territorio
nacional el día 19 para asumir el mando de las fuerzas
organizadas y equipadas, parte en la Provincia de Corrientes,
parte en el Estado de Rio Grande do Sul.
En derredor del gobierno de Berro se situó la totalidad de
los dirigentes más destacados de los partidos Blanco y Colorado;
casi toda la prensa de Montevideo condenó la invasión; el pueblo
se levantó en masa frente a los militares al servicio de los
gobiernos extranjeros, que los utilizaban contra el país. En
Montevideo se organizaron

grandes demostraciones; columnas compactas, integradas por


hombres de las más diversas clases sociales, desfilaron por sus
calles bajo la consigna ¡Viva la Bandera Nacional! ¡Abajo los
Piratas del Plata!".
"¿Cuál podía ser el programa de la invasión -dice el
historiador Eduardo Acevedo- contra un gobierno que
respetaba todos los derechos, que impulsaba vigoroso el
des arrollo de las fuerzas de producción nacional y que
administraba los caudales públicos con escrupulosidad
nunca igualada?".28

El estandarte con la imagen de la Virgen María, en calidad


de símbolo, marchando delante de las tropas que comandaba
Flores, y la promesa que éste formulara de restituir al clero los
injustos privilegios de que antes disfrutaba y retaceados por el

28
Eduardo Acevedo: "Anales Históricos del Uruguay", tomo IV, pág. 47.
gobierno de Berro, eran, sin duda, síntesis de aquella cruzada
antinacional, que se autotitulaba pomposamente "cruzada
libertadora", y venía apoyada por grupos reaccionarios que
actuaban en el interior del país contra el gobierno. Fracciones de
los partidos Colorado y Blanco trabajaban en ese sentido,
obstaculizando la acción legislativa y promoviendo conflictos de
toda índole. Dentro del Partido Blanco, el grupo denominado
"Amapola" que respondía a caudillos del campo y en ellos se
respaldaba, se plantó frente a Berro pretendiendo obligarlo a
rectificar normas. A fines de 1863 estalló un conflicto

entre el Poder Ejecutivo y varios senadores que se oponían al


ingreso a la legislatura de senadores partidarios de Berro, y, poco
después, fue destituido y sometido a Consejo de Guerra el
caudillo blanco Olid, que se había sublevado y se dictó un
decreto desterrando a varios senadores complicados en maniobras
obstruccionistas.
También la Iglesia Católica intervino contra la gestión del
gobierno de Berro desde su iniciación, desconociendo los
derechos del Estado, de la Constitución y de las leyes del país.
Consecuente con su posición de siempre, en toda época y lugar,
desde que el clero adquirió influencia en el mundo, los jerarcas
de la Iglesia uruguaya se levantaron para impedir la aplicación de
un programa avanzado de gobierno. La lucha de la Iglesia contra
el mandatario estalló en octubre de 1861. En franca rebelión, los
dirigentes eclesiásticos desconocieron al gobierno el derecho de
patronato, que le confería facultades para intervenir en la
designación de autoridades eclesiásticas, lo que obligó al Poder
Ejecutivo a declarar acéfala la Iglesia nacional y desterrar a dos
de sus miembros más destacados.
Las fuerzas que comandaba Venancio Flores lograron dos
victorias importantes sobre los soldados gubernistas: una en
Coquimbo y otra en Las Cañas, permitiéndoles aproximarse a
Montevideo. Sin embargo, a pesar del éxito inicial y del apoyo
que le prestaban los gobiernos argentino y brasileño y a la falta
de armamento de las fuerzas nacionales, la reacción no logró
imponerse, ante la resistencia porfiada de los soldados y del
pueblo en armas, que defendían la

independencia del suelo patrio. Desprovisto de calor popular el


levantamiento armado, los invasores sólo lograron reunir 3.000
hombres, contando los contingentes brasileño y argentino. En una
carta del 14 de agosto de 1864, dirigida al barón de Maúa,
Atanasio Aguirre demostraba que las fuerzas de Flores estaban
compuestas, casi exclusivamente, por hombres oriundos del
Brasil y de la Argentina.
Berro dejó la presidencia al cumplirse el término legal de
su mandato, marzo de 1864, sin que las fuerzas floristas lograran
éxitos decisivos. El nuevo mandatario, Atanasio Aguirre, se
comprometió ante, el pueblo a continuar la resistencia, poniendo
en juego todas las fuerzas y medios de que disponía.
"Para salvar las instituciones en peligro y la
independencia nacional amenazada -decía Aguirre en un
manifiesto dirigido al ejército- para que podáis vivir
tranquilos y respetados en vuestras propiedades y en
vuestros hogares, es preciso no descansar hasta que la
anarquía haya sido completamente vencida. No temáis que
el gobierno, olvidando vuestro patriotismo y vuestro
sacrificio, entre en concesiones".

Era indudable la impotencia de la reacción encabezada por


Flores; y esta comprobación decidió al gobierno brasileño a
intervenir directamente. A fines de 1864, previa la aplicación de
un plan canallesco de provocaciones, las fuerzas armadas del
Brasil iniciaron las hostilidades contra la República, bloqueando
sus puertos e invadiendo

con una fuerza de 7.000 hombres y doce baterías de artillería.


Nada atemorizó al gobierno ni al pueblo. Se multiplicó el deseo
de resistencia de las masas, agrupadas y firmes. La juventud
montevideana retomó la consigna artiguista de defensa nacional y
se aprestó a la acción frente a las fuerzas extranjeras y a las que
comandaban militares uruguayos al servicio del extranjero. Un
grupo de jóvenes universitarios fundó un periódico titulado
"Artigas", desde cuyas columnas llevó a cabo una intensa
campaña contra la reacción encabezada por los esclavistas del
norte y los traidores nacionales.

"Cuando la patria está en peligro -decía el periódico


en el número inicial, 24 de agosto de 1864- por el doble
amague de los esclavos del imperio y de los traidores de la
rebelión, ¿qué nombre podíamos poner al frente de nuestro
diario, como símbolo del pensamiento que preside la
fundación, como programa sintético, sino el del venerable
vencedor de Las Piedras y el padre glorioso de esta
independencia que amamos."

Y más adelante:
"Artigas es la independencia. El enseñó el camino de la
redención de la patria y realizó la jornada de aquella magnífica
epopeya que continuó en 1825".

En agosto de ese año, las tropas reaccionarias capturaron


la ciudad de Florida y más tarde Durazno, Porongos y Mercedes,
y en diciembre las fuerzas combinadas de la armada brasileña y

las de tierra que comandaba Flores, iniciaron el ataque general a


lo largo del Río Uruguay, capturando Salto y luego Paysandú.
Esta ciudad cayó después de un mes de asedio naval y terrestre. A
la intimación del vice-almirante Tamandaré, el jefe de las fuerzas
que defendían Paysandú, coronel Leandro Gómez, contestó:

"El bloqueo que pretende imponer el vice-


almirante, barón de Tamandaré a los puertos indicados, no
tiene otra explicación que un acto de piratería análogo a la
vandálica e inicua violación del territorio de la República
por las fuerzas del gobierno brasileño en Cerro Largo. Así,
pues, señor comandante, tengo que prevenir a usted que
rechazo este inicuo bloqueo con que el señor vice-
almirante Tamandaré viene a arruinar las riquezas de este
país, reanudando las miras del gobierno imperial, cuyas
tradiciones están grabadas en letras de sangre en el pecho
de los orientales que han jurado morir mil veces antes de
consentir ver ultrajada la dignidad de su país y la
integridad de su independencia."

Los hechos se encargaron de demostrar que había algo


más que simples palabras en tan gallarda respuesta. Bajo la
consigna de independencia o muerte, el pueblo uruguayo escribió
en Paysandú una de las páginas más gloriosas de sus luchas por la
independencia y la soberanía nacional. Los patriotas encerrados
en la plaza, al mando del coronel Leandro Gómez, combatieron
contra fuerzas considerablemente superiores en

número y armamentos, defendiendo cada palmo de terreno hasta


agotar las municiones, siendo vencidos cuando sólo quedaba un
puñado de héroes extenuados, sin armas, en medio de ruinas
humeantes. La ciudad fue capturada por los rebeldes e invasores
el 2 de enero de 1865. "Paysandú ha, sucumbido a los golpes de
la más ruin de las monarquías -decía el periódico "Artigas"- lo
que ayer fue una ciudad es hoy la tumba de un pueblo."
Para completar la traición los militares orientales al
servicio de la monarquía, hicieron fusilar al coronel Leandro
Gómez y demás jefes prisioneros. Bajo el plomo suministrado
por los negre ros de puñal y látigo, cayeron para siempre aquellos
heroicos defensores de la libertad y la democracia.
Dominado el litoral, la mayor parte de la Re pública quedó
en manos de los invasores. En los primeros días de febrero de ese
año, las tropas pusieron sitio a Montevideo. En el interior de la
ciudad las fuerzas se encontraban divididas. Grupos de dirigentes
políticos, apoyados por el pueblo, exigieron del Presidente
Aguirre la continuación de la resistencia; y el Ministro de la
Guerra, doctor Jacinto Susbiela, dirigió un vibrante llamado al
pueblo, demostrando que existían condiciones para hacer frente al
enemigo, para resistir el sitio aun cuando éste fuera prolongado.

"Los imperialistas, los esclavos y los traidores


-decía- están frente a la capital. Ahí los tenéis. Ese ejército
poderoso, para asesinar a nuestros hermanos, pretendiendo
villanamente

mancillar el honor de nuestra bandera, sudó sangre durante


un mes luchando contra seiscientos orientales y siete
malos cañones. Allí los esclavos tuvieron dos mil hombres
fuera de combate y sólo entraron alevosamente a la
sombra de una negociación. Aquí tenemos poderosos
medios de defensa, cuarenta cañones, cinco mil bayonetas
y víveres para seis meses, y a nuestra cabeza todos los
bravos jefes que han peleado por la independencia de la
República."

En sentido contrario se movían grupos que actuaban por


cuenta de la reacción, sostenidos por capituladores de la
burguesía comercial importadora. Preocupados por los perjuicios
que la guerra prolongada causaba a sus intereses, deseaban se
restableciera el tráfico hacia el Brasil, al amparo de una paz a
cualquier precio; y estos grupos lograron imponerse, provocando
la renuncia del presidente Aguirre. En febrero de 1865 se firmó el
convenio de paz y la entrega del poder a Flores.
VII
La guerra del Paraguay. Sus consecuencias
en la República Oriental

Triunfante los invasores, Venancio Flores volvió a


imponer al país una dictadura para acallar el descontento de las
masas, impedir toda pro testa y resistencia al programa que debía
cumplir de acuerdo con los dictados del gobierno del

Imperio. Como en su anterior administración adoptó medidas


antipopulares y antinacionales; destituyó a empleados públicos
adictos al gobierno depuesto y restituyó a la Iglesia los
privilegios retaceados durante la presidencia de Berro. Colocó
nuevamente a la República al servicio de la monarquía brasileña,
restableció la vigencia de los tratados de 1851, anulados por las
autoridades uruguayas a raíz de la agresión; el banco del magnate
brasileño, barón de Mauá, eje financiero del Uruguay, volvió a
ser uno de los centros fundamentales de dirección política del
país, como lo era de su economía.
Así y todo, a pesar de los esfuerzos realiza dos, las miras
anexionistas del imperio no pudie ron concretarse. Quedaron
detenidas por la resistencia de las masas populares del Uruguay,
contrarias a los planes de Flores y por la oposición de Paraguay,
Argentina e Inglaterra.
"La intromisión brasileña en el Uruguay -expresa el
Dr. Eduardo Acevedo- había ido más allá de lo que
deseaba el gobierno argentino, que concluyó por alarmarse
con la idea de una anexión por parte del imperio, más o
menos disimulada. El Ministro de Relaciones Exteriores
de Mitre, declaró que: «Desde el momento que la actitud
del Brasil se tradujera en amenaza a la independencia de la
República Oriental, el gobierno argentino vendría al
Congreso a pedir autorización para declarar la guerra al
Imperio. »"29

Era claro que, descartadas las posibilidades de anexión,


Brasil se serviría de la dictadura de Flores para obtener la
cooperación político-mi litar de la República en la agresión que
prepa raba contra el Paraguay. Así sucedió. Sólo dos semanas
habían transcurrido desde el asalto del poder por Flores, cuando
una fuerza armada de 16.000 hombres y 18 barcos de guerra
brasileños se instaló en las inmediaciones de Montevideo para
emprender operaciones militares contra el pueblo del Paraguay.
Ante la grave amenaza que enfrentaba, el gobierno
paraguayo inició hostilidades contra el Brasil y el 15 de marzo
declaró la guerra a Argentina, cuyo gobierno era cómplice de la
monarquía en la provocación y agresión; y el 19 de mayo de ese
año se firmó secretamente en Buenos Aires el tratado llamado de
la Triple Alianza, entre los gobiernos de Argentina, Brasil y
Uruguay. El gobierno del Uruguay entró así, a participar en
calidad de vasallo, en una guerra de agresión en beneficio de los
comerciantes y terratenientes de Argentina y de los fazendeiros
del Brasil.

29
Eduardo Acevedo: ob. cit., tomo IV, pág. 321.
En carta dirigida a Bartolomé Mitre, en diciembre de
1869, Juan Carlos Gómez sintetizaba el pensamiento de los
hombres más avanzados de la época, en estos términos:
"...Espero ver en tortura su brillante inteligencia
para justificar a los que con Vd. han hecho y sostenido la
alianza de los siguientes cargos: 1º La alianza ha reducido
a los pueblos del Plata a un rol secundario, a

meros auxiliares de la monarquía brasileña. 2º Principal


autor en la lucha, la monarquía brasileña, ha hecho su obra
y no la nuestra; deja establecida su conveniencia y suprime
la nuestra en el Paraguay. 3° No pudiendo esquivar la
misión providencial que nos está impuesta a pesar nuestro,
tenemos que re comenzar los sacrificios y los esfuerzos res
pecto al Paraguay, más tarde o más temprano. 4º Hemos
adulterado la lucha en el Paraguay, la hemos convertido de
guerra a un tirano, en guerra a un pueblo; hemos dado al
enemigo una bandera para el combate, le hemos
engendrado el espíritu de causa y le hemos creado una
gloria imperecedera, que se levantará siempre contra
nosotros y nos herirá con los filos que le hemos librado. 5º
Hemos perpetrado el martirio de un pueblo, que en
presencia de la dominación extranjera, simbolizada por la
monarquía brasileña y no de la revolución que hubiera
simbolizado sobre la República del Plata, se ha dejado
exterminar hombre por hombre, mujer por mujer, niño por
niño, como se dejan exterminar los pueblos varoniles que
defienden su independencia y sus hogares. 6º La Alianza
acabará pero el pueblo para guayo no se acabará, la
defensa heroica del Paraguay ha de ser allí la bandera de
un gran partido que ha de predominar como lo ha sido la
defensa de la Rusia y de la España cuando Napoleón, a
pesar de los zares y de los Fernando VII, y entre nosotros
la defensa

de Montevideo y Buenos Aires a pesar de los pesares."30

La República pagó un precio excesivamente alto por una


guerra injusta que no era la guerra del pueblo uruguayo31, La
división oriental fue diezmada; las batallas y las enfermedades se
llevaron a centenares de soldados. El heroísmo del pueblo
paraguayo, rodeando a su gobierno sin distinción de clases
sociales, despertó la admiración y la simpatía de los pueblos de
América.
Todo esto acrecentó el desprestigio del gobierno de Flores.
A medida que la guerra avanzaba crecían las dificultades en que
éste se debatía. De nada valieron algunas victorias militares ni la
prédica de la prensa al servicio de la corte de Río de Janeiro. Para
los dirigentes políticos más esclarecidos una cosa era nítida e

30
Juan Carlos Gómez: "Su actuación en la prensa de Montevideo", tomo II, pág. 113.
31
Ya terminada la guerra del Paraguay decía José Pedro Ramírez en un editorial publicado en "El
Siglo": "Imposible parece que hoy, ante el cadáver del Paraguay, muerto a manos de la Alianza, ante
el protectorado establecido por el Imperio sobre aquel territorio, ante el triunfo completo, en fin, de la
política brasileña, haya todavía en el Río de la Plata, quienes defiendan aquel pacto criminal, por el
cual estas repúblicas pusieron los elementos de que disponían al servicio de la causa, de una política
que no es su política, de un interés que era sólo el interés del Brasil."
inconfundible: la guerra del Paraguay constituía la segunda etapa
de la batalla de la reacción victoriosa en esta parte de América
del Sur, cuya primera fase se

desarrolló dentro de las fronteras de la República Oriental y


cuyas proyecciones eran difíciles de prever.
A las dificultades políticas se añadieron serias dificultades
de carácter económico. El auge de los primeros momentos de la
guerra desapareció por completo debido a una extraordinaria
mortandad del ganado, a la situación inestable de la campaña, a la
prohibición establecida por el gobierno argentino del comercio de
tránsito que realizaba Montevideo con los ejércitos en
operaciones y a la aparición del cólera traído de los campamentos
militares del Paraguay. Refiriéndose a la situación que el país
enfrentaba, Lucas Herrera y Obes, en una carta fechada en
Paysandú, decía:
"Hace cuatro años las vacas valían seis pesos y las
ovejas tres. Hoy se cotizan a tres pesos las primeras y a
uno las segundas. Las lanas han bajado en Europa a mitad
del precio que tenían hace cuatro años y por efecto de ello
las majadas han sido descuidadas y su número disminuye
considerable mente."
Como no podía ser de otra manera, el descontento invadía
a la mayor parte de las capas de la población creándose un estado
de confusión e inestabilidad que amenazaba desembocar en una
situación insostenible. La atmósfera política se tornó inquietante;
los choques entre personas y grupos políticos se sucedían uno tras
otro, dentro y fuera de las esferas gubernamentales, traduciéndose
en levantamientos militares, insurrecciones

y atentados. En febrero de 1868, Flores regresó al país del teatro


de la guerra, esperando hacer frente personalmente a la situación,
pero sucumbió víctima de un atentado terrorista; y los jefes
militares adictos al gobierno respondieron también con medidas
de terror, asesinan do a varios ciudadanos que dirigían el
movimiento de protesta en Montevideo, entre ellos al ex
presidente de la República Bernardo P. Berro.
Sin embargo, nada de esto modificó en lo esencial, la
situación política ni aportó indicios de cambios. El sucesor de
Flores en el gobierno, general Lorenzo Batlle, continuó
representando los mismos intereses de clase de su antecesor.
Nada hizo por dar satisfacción a los anhelos y a las necesidades
del pueblo. A la inversa, anunció el propósito de hacer "gobierno
exclusivamente colorado", lo que equivalía, traducido en los
hechos, a afirmar la funesta línea política diseñada y aplicada por
Venancio Flores, al servicio de la monarquía brasileña, de los
grandes terratenientes nacionales y de los terratenientes
brasileños establecidos en el país.
Carlos María Ramírez, que había fundado el diario "La
Bandera Radical" para luchar por la desaparición de los partidos
tradicionales, al referirse a la gestión del general Lorenzo Batlle
en el gobierno, decía, el 6 de agosto de 1871:
"Cuando el gobierno del general Batlle se proclama
a cada paso heredero de la dictadura de Flores, y la
dictadura de Flores fue obra de la invasión extranjera,
forzoso es tener un tanto crecido descaro para proclamar

a todos los vientos que el gobierno del general Batlle


representa el principio de la autonomía nacional."

A principios de 1870 terminó la guerra del Paraguay,


coincidiendo con un empeoramiento de la crisis económica que el
país soportaba. La vuelta al régimen de conversión, suspendido
en 1865, lejos de atenuar la situación, provocó la quiebra de
bancos, entre ellos la del banco Mauá; y el cierre de las
instituciones de crédito arrastró a numerosas casas de comercio y
pequeños establecimientos industriales, provocó una baja general
de precios, agravó las condiciones de vida del artesanado y de los
obreros y creó al erario público una situación insostenible.
"Desde 1866 -informaba el Ministro de Hacienda al
Parlamento- actúan factores de crisis: el cólera, que redujo
la faena saladeril y nuestro comercio de importación, las
agitaciones políticas, la depreciación de las lanas, las
epidemias rurales, que deprimen el valor de las ovejas de
dos pesos a dos reales, las terribles lluvias de 1869 que
destruyeron casi todas las sementeras."
En esos años, el país perdió 30 millones de pesos. En 1870
estallaron dos insurrecciones. Una de ellas, dirigida por el
caudillo blanco Timoteo Aparicio, contó con el apoyo del
gobierno argentino, interesado, entonces, en anular la influencia
de la monarquía brasileña sobre el gobierno uruguayo. Fue la
rebelión de los estancieros semi-arruinados, arrastrando a las
masas del campo atenaceadas por la miseria. La insurrección

se inició en marzo y a fines de setiembre las fuerzas de Timoteo


Aparicio se encontraban frente a Montevideo, luego de infligir
dos derrotas a los ejércitos gubernistas, en febrero del año
siguiente se apoderaron de la fortaleza del Cerro de Montevideo.
El movimiento adquirió tal fuerza que, a pesar de algunos reveses
sufridos: batallas del Sauce y de Manantiales, los claros en sus
filas fueron rápidamente llenados por nuevos contingentes,
continuando la lucha. Y, en tanto seguía el movimiento armado,
se hizo más angustiosa la situación de la República, dando ori
gen a nuevos conflictos en el seno del gobierno y en los cuadros
de dirección del Ejército Nacional, situación que recién llegó a
mejorar al firmarse la paz entre el gobierno de Tomás
Gomensoro, sucesor de Lorenzo Batlle, y las fuerzas
insurreccionadas, con la mediación del gobierno argentino.
A todos los orientales preocupaba hondamente la situación
de la República. Las cabezas dirigentes de la joven
intelectualidad que integraba el movimiento llamado principista,
se mostraron justamente alarmadas y procuraban afanosamente
encontrar las fuentes de donde provenían los males; pero sólo en
forma esporádica, aislada mente, se referían a problemas tan
importantes como el de la tenencia de la tierra. Hablaban sí, de
atraso del campo y orillaban poner de manifiesto en qué consistía
la nefasta herencia dejada por la colonización española. En franca
posición idealista acusaban a los partidos tradicionales y a los
caudillos, mostrándolos como causas y no como efectos y
procuraban, una vez más, conseguir

su extinción dentro de las condiciones de la época. Era éste el


objetivo básico que pretendía alcanzar el principismo desde sus
orígenes, que se remontaba a los días que siguieron a la paz de
octubre de 1851, por más que tal organización adquirió carácter
especial y nombre en la década del setenta.
"Nuestra vida política -se lee en «El Siglo» de
Montevideo, el 10 de junio de 1873- ha sido hasta ahora
tenaz y desesperada lucha entre el caudillaje y la
civilización, entre la libertad y el despotismo, a punto que
la actividad nacional no ha tenido otra manifestación
sensible que la vorágine de revoluciones y guerras civiles
que nos han absorbido y arrebatado en vértigo infernal."

La ausencia de una base material donde asentarse, que


fuera advertida y comprendida por todos los integrantes de aquel
movimiento -que, a pesar de todo, por su acción de crítica aguda,
tuvo indudable importancia- lo mantuvo débil, expuesto siempre
a resquebrajarse y aun a derrumbarse al primer impacto,
determinado por una realidad inconfundible, por la existencia de
condiciones que en poco o nada se habían modificado. Por eso el
levantamiento dirigido por Timoteo Aparicio, produjo la primera
sacudida recia en el seno del principismo y llevó a buena parte de
sus dirigentes a sus antiguos puestos de lucha en las filas de los
partidos tradicionales. Muchos de ellos no lograron desentrañar el
con tenido, la razón del movimiento armado, no advirtieron en él
la acción de los ganaderos, particularmente

los pequeños y medios gravemente perjudicados, arruinados


muchos como consecuencia de la guerra del Paraguay y del
cólera tras plantado de los campamentos militares desde tierra
guaraní.
"La rápida propagación del movimiento de Timoteo
Aparicio y Anacleto Medina -dice Oddone- con la
consiguiente alarma nacional, cambió rápidamente el
rumbo de la prédica principista. La invasión de los
caudillos blancos, que comprometía con su posible triunfo
las posiciones del principismo, llevó a «El Siglo» a
describir un viraje en redondo para proteger -ahora junto a
Batlle y una vez más invocando la tradición de la Defensa-
la legalidad de las instituciones y el principio de autoridad
que la revolución amenazaba. José Pedro Ramírez y Julio
Herrera y Obes claman así mientras Aparicio acecha desde
el Cerro y la Unión a la capital en jaque. Carlos María
Ramírez, posponiendo su repugnancia por el régimen,
acompaña al general Gregorio Suárez en calidad de
secretario de campaña".32

Carlos María Ramírez, asqueado del espectáculo que


ofrece la lucha armada, se retiró del ejército, regresó a
Montevideo, y añade más adelante Oddone:
"Decepcionado de los viejos partidos, propone,
desde La Bandera Radical», a partir

del 30 de enero de 1871, la formación de una nueva


agrupación, concretando las aspiraciones del flamante
folleto: «La guerra civil y los partidos». Por lo pronto sus
trabajos cristalizan en la creación del Club Radical». La
asociación -decía su primer programa adopta la
denominación de Radical, creyendo significar de esa
manera todo el alcance y toda la verdad de sus propósitos
al elevar con majestad sobre los intereses transitorios que
engendran las divisiones accidentales de los bandos para
buscar la solución fundamental de las cuestiones
permanentes, cuya apreciación puede delinear en el futuro
verdaderos partidos de principios que luchen siempre en el
terreno pacífico y legal".33

Poco tiempo de vida pudo tener el movimiento principista,


que no hizo carne en la conciencia de las multitudes; nuevos
factores debían ponerle término y a corto plazo. Sus propósitos de
32
Juan Antonio Oddone: "El Principismo del Setenta", pág. 127.
33
Juan Antonio Oddone: Ob. cit., páginas 18-19.
reforma constitucional, comprendiendo que la Carta Magna de
1830, desde su ángulo político, dificultaba el avance del país
hacia soluciones burguesas más adelantadas, sólo pudieron
cristalizar casi medio siglo más tarde, cuando el desarrollo de las
fuerzas productivas del país dieron origen a la formación de una
burguesía que, dueña del poder político, pudo abordar con éxito
esta tarea.

CAPITULO V
1875-1886
PERIODO DE LOS GOBIERNOS MILITARES
Factores que determinaron cambios
en la situación

La coalición armada brasileño-argentino-uruguaya -


decimos- logró aplastar la heroica resistencia del pueblo
paraguayo, diezmándolo. Sus consecuencias sobre el porvenir
económico y político del país vencido fueron desastrosas, al
lograr la coalición reaccionaria el objeto perseguido: detener y
anular la obra de progreso con contenido capitalista, realizada
bajo los gobiernos de Carlos y Solano López. Para la joven
república centro-sudamericana se abrió una larga época de
estancamiento y atraso.
Empero, los resultados de esta guerra, añadidos a factores
determinados por profundos cambios que se operaban en el
mundo, influyeron

también, en otro sentido, sobre las naciones vencedoras y sus


relaciones mutuas. Refiriéndose a las consecuencias de la guerra
del Paraguay sobre el régimen brasileño, el historiador Joaquín
Nabuco dice:
"Señala (la guerra del Paraguay, F.P.) el apogeo del
imperio, pero de ella dimanan las causas principales de la
decadencia y caída de la dinastía: Fascinación por el
desarrollo de la República Argentina y el prestigio militar
vinculado a su nombre; espíritu de clase, lazos de
compañerismo que la guerra creara; americanismo, la
misma emancipación de los esclavos, hecho que, de
diversos modos, se enlaza con la guerra; residencia de
millares de brazos brasileños en países extranjeros sin
esclavos; ultraje constante al Brasil por esclavista de los
enemigos de la alianza; inferioridad militar efectiva, por
este motivo; libertad concedida a los esclavos por el conde
de Eu; la propaganda republicana (en parte de origen
rioplatense) producto de la influencia de las instituciones y
de los hombres del Río de la Plata durante la campaña
sobre Quintín Bocayuba y otros, e influjo del campamento
aliado sobre la oficialidad, principalmente la de Río de
Janeiro".34

La influencia creciente de las corrientes progresistas en el


Brasil, enfiladas hacia la lucha

por la República, un nuevo impulso en el des arrollo del


capitalismo en la Argentina, la amarga experiencia que dejó, no
obstante el triunfo, la guerra de agresión; la resistencia popular
hacia esta clase de aventuras, más una nueva característica de la
influencia del capitalismo británico (la iniciación de inversiones
en estos países) hicieron aflojar la presión que ejercía la
monarquía brasileña sobre el Uruguay.
El desarrollo y terminación de la guerra de agresión contra
el Paraguay coincidió con una serie de acontecimientos que
señalaban profundos cambios en el mundo: La guerra de Secesión
(norte contra sur) en los Estados Unidos por la abolición de la
esclavitud, para dar paso a las fuerzas del capitalismo que habían
avanzado, particularmente en el norte; la desaparición de los
treinta y seis reinos y principados alemanes, fundidos en el
moderno y poderoso Estado Alemán; la unificación de Italia y
una expansión considerable del imperio colonial británico (desde

34
Joaquín Nabuco: "La Guerra del Paraguay", pág. 54.
1860 a 1870, Inglaterra se anexó 5.200.000 kilómetros cuadrados
de territorios, con una población de 122 millones de habitantes),
aparecían como indicios de las postrimerías del capitalismo de la
libre concurrencia e iniciación de la "era" imperialista, cuyos
prolegómenos se advirtieron mucho antes.

"El comienzo de la década del 70 -se lee en el libro


«La Primera Internacional»- representa un momento
crucial en la historia del mundo; la crisis de 1873 ha sido
considerada por Lenin como un jalón importante

en la historia de la economía capitalista; el viejo


capitalismo dejaba atrás la etapa más alta de su desarrollo.
La sociedad burguesa había llegado a su cenit, comenzaba
su declive hacia el ocaso. El «reinado milenario» de la
libre concurrencia capitalista, a propósito de lo cual tanto
habían alegado los ideólogos de la burguesía liberal, fue
un reinado de bien corta duración. En los años del 70 al
90, de una manera desigual, pero con un ritmo cada vez
más rápido, se desarrollan y se extienden los monopolios
capitalistas. Al finalizar el siglo XIX y comienzos del XX
el capitalismo «maduro y remaduro», pasa a su última
fase, la fase imperialista".35

35
Soloviev: "La Primera Internacional", pág. 69.
"Por lo que se refiere a Europa -explica Lenin- se puede
fijar, acaso con exactitud, el momento en que se produjo la
sustitución definitiva del viejo capitalismo por el nuevo".

Más adelante, luego de referirse al desarrollo de los


monopolios, los divide en tres etapas:
"1°) 1860-1880. Extremo límite de la libre
concurrencia. Los monopolios no constituyen más que
gérmenes apenas perceptibles. 2º) Después de la crisis de
1873, período de vasto desarrollo de los cártels, pero éstos
constituyen aún una excepción, no son todavía sólidos,
representan un fenómeno pasajero

3°) Período de prosperidad de fines del siglo XIX y crisis


de 1900 a 1903; los cártels se convierten en una de las
bases de toda la vida económica. El capitalismo se
transforma en imperialismo".36

La transformación de la estructura capitalista en los países


más desarrollados influyó desde los comienzos sobre los países
de economía débil y atrasada. El capital industrial al fundirse con
el capital bancario, desbordó a raudales las viejas metrópolis,
volcándose por todos los rincones del mundo como capital
usurario, en forma de empréstitos o en inversiones para la
explotación de fuentes de materias primas, construcción y
explotación de ferrocarriles y otras empresas de servicios
públicos, al tiempo que aseguraba nuevos mercados para la
colocación de la producción industrial en aumento.

36
V. I. Lenin: "El imperialismo. Etapa superior del capitalismo". Ed. Europa América, págs. 27-29.
La explotación de las minas, de los bosques, la
introducción del cultivo de plantas industriales, la creación de
nuevas zonas agrícolas, una mejor cría del ganado, la
construcción de caminos y ferrocarriles, dieron impulso a
regiones de vida primitiva y surgieron centros poblados en
lugares poco tiempo atrás desiertos, con el natural
desenvolvimiento del comercio y la aparición de algunas
industrias.37

(36)

En resumen: dominio económico del mundo por las


grandes potencias, garantizado con la dominación política en el
interior de cada país. Dentro de las nuevas condiciones se
crearon, fuera de las grandes metrópolis, dos categorías de países
explotados: las colonias propiamente dichas, gobernadas y
administradas por agentes directos de los colonizadores, y los
países dependientes, en los cuales actúan gobernantes indígenas
bajo la vigilancia y el contralor de las grandes potencias
capitalistas. Estos agentes se han valido, por regla general, de las
clases más reaccionarias, principalmente de los terratenientes y
de una parte de la gran burguesía bancaria, comercial e industrial,
cuyos intereses se conectan con los intereses del capital
extranjero.
Así fue como los países latinoamericanos pasaron a la
situación de países dominados por el los países débiles. "La
constitución de ferrocarriles -dice- es en apariencia una empresa
37
) Lenin veía en los ferrocarriles en manos de los consorcios imperialistas uno de los instrumentos
principales de opresión, ejercida sobre
simple, democrática, natural, civilizadora: se presenta como tal
ante los ojos de los profesores burgueses pagados para
enmascarar la esclavitud capitalista y ante los ojos de los
filibusteros pequeñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos
capitalistas, por medio de los cuales estas empresas se hallan
ligadas a la propiedad privada de medios de producción en
general, han transformado esas construcciones en un medio para
oprimir a millares de seres (en las colonias y en las semi colonias,
es decir, en más de la mitad de la población de la tierra) en los
países dependientes, a los esclavos asalariados del capital en los
países civilizados." V. I. Lenin: "Imperialismo fase superior del
capitalismo". Ob. escogidas. Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú,
1941, tomo II, pág. 336.

capital monopolista, sin poder disfrutar de una verdadera


independencia económica. El sistema del monocultivo o la
existencia sólo de industrias extractivas, fue estimulado y
afirmado desde Londres, pues ello mantenía débiles
económicamente a los países que entregarían materias primas a
los precios que se le fijaran y como clientes obligados de la
producción industrial inglesa, que debían pagar, también, a los
precios fijados desde la metrópoli. Y para estabilizar y afirmar
esta situación fue acentuada la opresión política con la creación
de gobiernos fuertes, que ayudaron a destruir parte de las
conquistas democráticas ya obtenidas.
Pero, siendo verdad incuestionable y naturalmente lógica
que donde quiera se desarrolla el capitalismo aparece y se
desarrolla también el proletariado, ello es verdad asimismo para
los países coloniales y dependientes, y en éstos las masas
trabajadoras soportan una explotación inaudita, tanto de parte de
los capitalistas nacionales como de las poderosas empresas
extranjeras. Para luchar contra todos ellos el proletariado se
organiza y une.
Sin embargo, una parte de la clase obrera en estos países,
cuando tras largo batallar, adquiere determinado grado de
conciencia y una mejor organización, comprende que sin
abandonar un instante el combate en defensa de sus intereses
frente a todos los explotadores, no debe tomar a la burguesía
como un todo indivisible al encarar la lucha por liberarse de la
opresión imperialista y por llevar a cabo una profunda reforma
agraria. En tal caso sabe que tiene y tendrá siempre

frente a ella, como frente a los intereses nacionales, no sólo al


capital monopolista extranjero, sino también a los terratenientes y
a la gran burguesía entregada en cuerpo y alma a los
monopolistas. En cambio, otra parte de la burguesía nacional, aun
cuando vacilante, dispuesta a conciliar con los monopolistas, con
los latifundistas y la gran burguesía, puede unirse al proletariado,
a los campesinos y demás capas sociales que en mayor o menor
grado sufren la opresión del capital extranjero. En estos casos
juegan un papel importante las contradicciones entre las
burguesías nacionales y los monopolios, las que deben ser tenidas
en cuenta por la clase obrera. El proletariado está en el deber de
esforzarse en profundizar estas contradicciones, mostrar el
carácter antinacional de la acción que ponen en práctica los
señores del latifundio y de la gran burguesía. Debe explicar a
quienes dirigen las fuerzas de la burguesía nacional, que ésta
asimismo es víctima de los intereses de los fuertes grupos
reaccionarios, que sobre ella cae, también, el peso insoportable
que descarga el incontrolado capitalismo extranjero; hacerle ver
que tarde o temprano sus intereses serán sacrificados a los
intereses de los poderosos que disponen del poder político.
II
La situación de la República hacia los años 70

No obstante las serias dificultades económicas que


enfrentaba el país y su permanente

inestabilidad política, sus fuerzas productivas pugnaban por


expandirse con visibles resultados positivos. Hacia 1863 había ya
en la República algunas industrias de importancia, crecía el
comercio interior y exterior.
"Hace bien pocos años -señalaba la Comisión
organizadora de la sección uruguaya de la Exposición de
Londres- que ha empezado la cultura del trigo y una
regular cosecha de hoy no sólo da lo suficiente para el
consumo interno, sino que se exportan anualmente grandes
cantidades al Brasil y a Buenos Aires. Además de los
innumerables molinos movidos a viento o por caballos que
trabajan en pequeña escala, hay en los alrededores de
Montevideo cuatro a vapor de grandes dimensiones."

En 1863 se instaló en el país una fábrica de alcohol, una de


cerveza, una de gaseosa y una de fósforos, con cuarenta obreros
esta última.
En el libro "El Uruguay en la Exposición de Viena",
Adolfo Vailland, señala la existencia de 659 establecimientos
industriales en el país, entre ellos tres aserraderos a vapor y 24
molinos de viento y a vapor. Destaca que en el interior de la
República había: Soriano, 6 saladeros; Paysandú, 14 saladeros y
graserías, un molino a vapor y otro hidráulico; Fray Bentos,
fábrica Liebig; Salto, un astillero, una fundición a vapor y 13
canteras; San José, un saladero, que fabrica, además, conservas,
extractos de carne y abonos. En 1870 los saladeros instalados en
el Cerro daban ocupación a 2.500 obreros y sumaban

6.000 los obreros de esta industria en todo el país. En 1872 estos


establecimientos exportaron 35.144 toneladas de carne. Y según
el mismo Vailland, en 1873 existían en Montevideo 7 molinos a
vapor, 20 a viento, 3 a agua y 30 tahonas; y entre todos molían
386.500 fanegas (40.600 toneladas) de trigo.
En 1863 se inauguró la primera línea de tranvías en
Montevideo y un año más tarde se inició la construcción de la
primera línea de ferrocarril en el país, entre Montevideo y Las
Piedras. En 1871, la empresa pasó a poder de una compañía
inglesa, construyéndose poco después otro tramo.
Con solo lo anotado se demuestra que incurren en error
quienes señalan esta época como exclusivamente pastoril, pues en
ella se advierten los primeros pasos hacia un posterior desarrollo
industrial, pasos, aún débiles, encaminados hacia la "revolución
industrial" del país, y, con ello, se produce una marcada división
del trabajo, pues aparecen mezclados numerosos pequeños
talleres manufactureros, muchos de ellos artesanos, sin duda, con
otros mecanizados, que concentran cierta cantidad de obreros.
El otro síntoma del desarrollo de la producción industrial,
del crecimiento del comercio y de esfuerzos para incrementar la
producción en el campo se encuentra en el número de
inmigrantes que, en un lapso relativamente corto, arribaron al
país. Según Andrés Lamas, mientras en el período 1836-1842,
desembarcaron en los puertos nacionales 48.000 inmigrantes, en
el quinquenio 1866-1871, llegaron a la República 103.682
trabajadores europeos y en tres años,

1872-1874, el número de inmigrantes alcanzó a 49.699. Una


parte de los trabajadores extranjeros se radicó en el campo, pero
otra, con oficio, se quedó en la capital, otra fue a los centros
poblados más importantes del interior, contribuyendo a impulsar
la producción y a formar los obreros calificados que el país
necesitaba.
El crecimiento de la producción industrial en la República,
se realizó en medio de luchas enconadas, pues no siempre era
fácil vencer la resistencia de comerciantes importadores y
hacendados. A mediados de 1870, la parte más adelantada de la
burguesía urbana se dispuso a combatir a favor del
establecimiento de nuevas industrias, procurando, de esta manera,
aflojar las ligaduras que oprimían y estrangulaban la débil
economía nacional. En la creación y expansión de nuevas ramas
industriales, veían la posibilidad de un cambio efectivo en la
situación del país en el cual sin más fuentes de producción, en
cierta escala, que una ganadería primitiva, la balanza comercial
acusaba continuos déficit. Desde 1864 a 1872, en ningún año fue
equilibrado el intercambio con el exterior, arrojando, en el
período señalado, un saldo desfavorable al país de 27 millones de
pesos.
Esos déficit fueron cubiertos con la exportación de oro y,
con ello, se debilitó el encaje metálico de los bancos y disminuyó
la reserva de oro de que disponía el país. En el año 1874 se
produjo una gran mortandad de ganado, que según la Oficina de
Estadística, abarcó de 9 a 10 millones de cabezas, con lo que el
panorama se volvió más sombrío.

Analizando la situación del país, no sólo momentánea,


también en toda su perspectiva, el destacado hombre público
Francisco Labandeira, al hacerse cargo de la Cátedra de
Economía Política de la Universidad de la República en 1873,
decía:
"Nos hemos dado nuevas instituciones, nos hemos
puesto si no al frente, en primera línea del movimiento
político de la humanidad; a pesar de nuestras revoluciones,
de nuestros desastres hemos permanecido fieles al
pensamiento de 1810. Pero la faz de la sociedad conserva
a pesar de todo, marcados rasgos coloniales; la ignorancia
de sus masas, la unidad embrionaria de sus industrias y el
baldío y el despoblado de sus vastas planicies, el comercio
interno convertido en un mero auxiliar del comercio
exterior; la circulación lenta, trabada por la distancia, la
inseguridad y el estado naciente del crédito, la involución
incompleta del mercado interno, convertido por la fuerza
de las cosas en una simple factoría de los talleres del
mundo. ¡Ahí está el problema del presente! La
constitución de la tierra, de la industria, de la propiedad, el
hombre interior que reforma para ponerlo en armonía con
la avanzada organización política que hemos adoptado.
Tal es en su más simple expresión el gran problema a cuya
solución debemos contribuir, la jornada de pioneros que
debe hacer la época actual, desmontando y preparando la
tierra bárbara de la colonia, a

fin de que llegue a ser un día la magnífica morada de la


civilización y de la libertad".

Estas palabras de Francisco Labandeira reflejaban el


pensamiento de la joven burguesía que aspiraba a realizar
cambios favorables en la vida económica de la República, pero
sus deseos se estrellaban en una realidad notoria. Carecían de
fuerzas y energías para emprender las reformas que la situación
del país exigía. Muchos de sus dirigentes comprendieron que la
política de libre cambio, calurosamente defendida por el Ministro
de Hacienda de Berro, Tomás Villalba, ya no correspondía y por
lo tanto había que pasar cuanto antes a una nueva etapa. La
epidemia de cólera de 1868 y las consecuencias de la guerra del
Paraguay, las lluvias excesivas primero, luego la sequía y las
pestes en el ganado de 1869 a 1870, el levantamiento armado de
1870-1871, el hecho de que la industria del tasajo estuviera
supeditada a los mercados del Brasil, donde se hacía sentir la
competencia de los saladeros de Rio Grande do Sul, y al de La
Habana en manos de un monopolio que imponía precios, había
colocado al país en un callejón sin salida. Tal situación determinó
que apareciera una fuerte corriente proteccionista. Sus partidarios
veían en el establecimiento de sólidas barreras arancelarias a los
artículos manufacturados en el extranjero, en condiciones de
producirse en el país y en la rebaja o supresión total de derechos
de aduana a máquinas y materias primas, la posibilidad de que
nacieran y crecieran algunas nuevas ramas de la producción
industrial, el "único

camino" -afirmaban- para salir de aquel estado de cosas.


No obstante, nada efectivo se realizaba y la situación
deplorable de la economía del país incidía sobre su vida política;
hacía áspera la lucha entre las distintas fracciones de las clases
dominantes y se producían continuos conflictos. La elección de
José Ellauri para ocupar la presidencia de la República en 1873,
fue reflejo de aquella situación inestable. Si bien Ellauri
representaba el pensamiento de las capas burguesas más
adelantadas, no se encontraba en condiciones de romper las mil
ataduras que lo unían a los señores de la tierra, pues carecía de
base sólida donde apoyarse para concretar en los hechos un
programa impregnado de audacia. La situación del país, como se
ha señalado, demandaba medidas radicales, pero el gobierno
vacilaba presionado de diversas direcciones, por intereses
encontrados. El rendimiento de la producción ganadera no
guardaba relación con las condiciones que se iban creando en el
país por la inversión de capitales, particularmente en la
construcción de ferrocarriles, ni con las necesidades del
comercio. El latifundio seguía siendo la base de la explotación
extensiva del suelo, pero la misma propiedad de la tierra no se
había afirmado suficientemente. Una parte considerable de los
terratenientes seguían siendo simples ocupantes. sin títulos de
propiedad, sin saber siquiera cuáles eran los límites de los
"dominios" que retenían, demarcados por arroyos, zanjas y
lagunas, contadas veces por los primitivos cercos de piedra. Los
abogados se enriquecían con decenas de pleitos

las disputas y reyertas por cuestiones de líneas divisorias y por


los ganados que pasaban de una estancia a otra, eran asuntos de
todos los días.
Un breve período de prosperidad, anterior a 1873, dio
margen a la especulación sobre el valor del suelo, particularmente
en Montevideo, motivando subas artificiales debido a crecidas
inversiones de capitales en la compra de tierras, produciéndose
una baja violenta al hacerse presente la crisis de 1873. Como era
de esperar, la crisis fue acompañada del estancamiento del
comercio, pues encontró las casas importadoras abarrotadas de
mercancías, mientras la producción saladeril seguía
disminuyendo; y los latifundistas, ganaderos y saladeristas
empujaban al gobierno para que tomara el camino de la inflación
como fórmula destinada a forzar las exportaciones, pero ella era
resistida por los comerciantes importadores, contrarios a toda
medida conducente a la desvalorización de la moneda. Fue
entonces, en medio de tanta desorientación, que apareció una
tendencia a hacer pagar por lo menos una parte de la crisis a los
usufructuarios de las grandes porciones de tierra. En breve lapso
fueron presentados al Parlamento dos proyectos de ley obligando
a pagar entre $2.000 y $4.000 por cada suerte de campo a quienes
los tenían en su poder, y otro exigiendo la denuncia de tierras
fiscales por los propios ocupantes, obligándolos a adquirir títulos
de propiedad y pago del 10 por ciento de recargo sobre la
contribución inmobiliaria. Todo esto no pasó de proyectos
destinados a dormir en las siempre abultadas carpetas legislativas

pues los que tenían en sus manos la dirección política del Estado,
por los mismos intereses que representaban, no estaban en
condiciones de enfrentar a los latifundistas.
A principios de 1875 la situación adquirió más gravedad y
la lucha inusitada violencia. El 10 de enero, un grupo de
militares, interrumpió violentamente la realización de elecciones
de alcalde ordinario para evitar fuera electo José Pedro Varela
que tenía asegurada la mayoría y era candidato de los elementos
más esclarecidos de la burguesía intelectual. Varias personas
cayeron asesinadas en el atrio de la Iglesia Matriz, entre ellas el
destacado dirigente Francisco Labandeira. Pocos días después, un
levantamiento militar, dirigido por el Ministro de Guerra,
Coronel Lorenzo Latorre, derribó al gobierno de Ellauri,
asumiendo la Presidencia de la República, Pedro Varela, uno de
los complicados en el ignominioso motín del 10 de enero.

III
Del libre cambio al proteccionismo

El golpe militar que derribó al gobierno de Ellauri, entregó


el poder decimos, a Pedro Varela, pero éste no resolvió uno solo
de los problemas importantes que afectaban al país, y que
invocara para justificar el golpe de Estado. El decreto de curso
forzoso, una de las primeras medidas del flamante dictador, no
contribuyó, como algunos esperaban, a aumentar el caudal

de las exportaciones; creó descontento entre los comerciantes,


artesanos y ahorristas que vieron disminuir sus ingresos reales, y
entre los obre ros y empleados al ver reducidos más aún sus
míseros salarios y sueldos. De "año terrible", fue calificado el
período de la dictadura de Varela, en que el descontento, cuando
no la desesperación de la mayor parte del pueblo, alcanzó
inusitadas proporciones. Para asegurar la realización de su
programa, Varela recurrió al terror como arma suprema de lucha
del gobierno con el fin de frenar el estallido del descontento
imperante. Suprimió las libertades públicas, clausuró la prensa
que no le era adicta y deportó a la mayor parte de los dirigentes
políticos y militares de notoria tendencia democrática.38
Empero, las medidas de terror no afianzaron al gobierno ni
detuvieron el descontento popular, que ascendió como una ola
hasta culminar en movimientos insurreccionales, primero
dispersos y luego condensados en un gran levantamiento

38
Un gran número de ciudadanos integrantes del movimiento principista y de otras tendencias,
tuvieron que huir del país para evitar la prisión; otros fueron arrestados y varios embarcados en un
navío: la barca "Puig" y deportados a Cuba, con el indudable propósito de deshacerse
definitivamente de ellos pues las condiciones de la embarcación no permitía suponer llegaran a
destino. Entre los desterrados se encontraban: Julio Herrera y Obes, José Pedro Ramírez, Juan José
de Herrera, Agustín de Vedia, Aureliano Rodríguez Larreta, Juan Ramón Gómez, coronel Fortunato
Flores, Comandante Carlos Gurméndez, etcétera.
armado bajo el signo de unidad nacional. En esta insurrección,
que ha pasado a la historia con el nombre de "Revolución
Tricolor" participaron hombres de los distintos partidos y
fracciones políticas, de las más diversas clases sociales, en tanto
varios jefes militares, como Timoteo Aparicio, se pusieron
incondicionalmente al servicio de la dictadura.
Falta de una dirección capaz, de armas y recursos, la
insurrección no tuvo éxito, pero la oposición inquebrantable de
las masas se hizo más enérgica; incluso los representantes de las
compañías extranjeras miraban con inquietud la política seguida
por Varela, que conducía al país hacia una total bancarrota, con
riesgo de los intereses que representaban. Sólo a la empresa del
Ferrocarril Central, el gobierno le adeudaba por concepto de
garantías $1.065.938.
A principio de 1876 la situación del gobierno era ya
insostenible. El grupo que respondía al coronel Latorre pasó a la
oposición, provocando su derrumbe el 10 de marzo de ese año, en
medio de una extrema efervescencia popular.
Asumió el gobierno Lorenzo Latorre, primero en forma de
dictadura desembozada, prometiendo adoptar medidas capaces de
provocar un vuelco en la situación de la República, "inaugurando
-dijo- una época de tranquilidad y de honradez administrativa, y
convocando a elecciones a breve plazo". No cumplió esta última
parte de lo prometido; la dictadura se prolongó por espacio de
tres años, con la ayuda de dirigentes políticos blancos y
colorados, hasta el 19 de

marzo de 1879, en que la Legislatura consagró a Latorre


presidente constitucional.
Sin embargo, con el programa abstracto formulado de
entrada, poco se podía conseguir, y Latorre sabía,
indudablemente, que era impostergable abordar la solución de
problemas de fondo; había que encarar con una buena dosis de
audacia la solución de las principales cuestiones de orden
económico, única manera de sacar al país del pantano en que se
encontraba sumergido. Para ello se propuso y logró liquidar los
efectos de la crisis, suprimir el sistema de papel moneda
inconvertible, estimular el desarrollo industrial, contando ya con
una ley proteccionista promulgada en 1875 por Varela bajo su
inspiración; acelerar la construcción de vías férreas, abrir de par
en par las puertas de la República al capitalismo extranjero e
impulsar con fuerza el alambrado de los campos con el fin de
afirmar la propiedad terrateniente.
El año 1875, quizás con más exactitud, al asumir el
gobierno Latorre, marca un viraje pronunciado en la vida
económica del país y en la política económica seguida por
sectores de las clases dominantes; y, para comprender todo su
significado e importancia, conviene referirse a las características
del desarrollo anterior, a sus lados positivos, aun a riesgo de
algunas repeticiones.
A partir de 1861, el Uruguay había emprendido en forma
definida la marcha por la senda del libre cambio, ajustándose -lo
señaló el entonces Ministro de Hacienda, Tomás Villalba- a su
condición de país "pastoril mercantil". De

este modo, al mismo tiempo se le adaptaba a las exigencias del


"taller del mundo", Inglaterra39
El libre cambio en aquella época -ya lo anotamos, pero
insistimos- tuvo el significado progresista de estrechar más los
vínculos que ya existían con el mercado mundial, y, al mismo
tiempo, fomentar la acumulación de riqueza ("acumulación
inicial"). Esa acumulación primitiva, vale decir, anterior al
desarrollo de la sociedad capitalista, tiene como rasgos esenciales
la acumulación de excedentes en manos particulares y la
acumulación, en el polo opuesto, del obrero "libre", como señala
Marx, en su doble sentido: de no estar subordinado a sujeción
alguna y, segundo, en el sentido de que no dispone de ningún
medio para trabajar por cuenta propia: herramientas, materias
primas, etc. Estas dos premisas se construyen por una serie de
medios, entre ellos, por el desarrollo de la Deuda Pública que
permite a un puñado de especuladores enriquecerse por su
condición de acreedores del Estado, a la par que expropia y
empobrece al productor independiente por medio de impuestos,

39
Decía Marx en 1867: "Se impone una división internacional del trabajo, ajustado a los centros
principales de la industria maquinizada, división del trabajo que convierte a una parte del planeta en
campo preferente de producción agrícola, para las necesidades de la otra parte, organizada
preferentemente como campo de producción industrial." C. Marx: "El Capital", tomo I, pág. 360. Ed.
Cartago.
por el sistema proteccionista. A eso se añade la expropiación
violenta del pequeño productor campesino porque así

lo resuelven y le interesa a los grandes terratenientes.


¿Cómo se realizó este proceso en el Uruguay? La
acumulación de riquezas fue a manos de particulares,
principalmente a los bolsillos de los latifundistas, grandes
hacendados y fuertes comerciantes importadores y exportadores a
quienes los vínculos con el mercado mundial, reforzados por la
ley de 1861, proporcionaron grandes ganancias. A partir de 1853,
la tierra se fue valorizando aceleradamente. En ese año la suerte
de estancia valía $1.200; $2.000 en 1855 y $8.000 en 1861. La
cría de ovejas, por ejemplo, en tres suertes de campo con una
inversión de $180.000 dejaba $100.000.40
En 1860 la riqueza del país -en cifras absolutas- era de
$103.500.000, lo que es indudable mente muy baja, pero hay que
tener en cuenta que la República tenía sólo 209.000 habitantes,
que aún se encontraba en ruinas como consecuencia de la Guerra
Grande -como lo señala Adolfo Vailland- y por la ocultación que
ha cían ganaderos y comerciantes, que sólo declara ban la tercera
parte de lo que tenían. Sin embargo, a partir de esa fecha, la
riqueza del país y el comercio subieron rápidamente. Hacia 1875,
sólo la riqueza declarada para el pago de la contribución directa
en el departamento de Montevideo, sobrepasaba a la declarada

40
Eduardo Acevedo: Ob. cit., tomo III, págs. 146-147.
para todo el país en 1860. De 1860 a 1874 se multiplicó en más
de seis veces el tonelaje de los buques de ultramar

llegados al puerto de Montevideo; de 1861 a 1872 el comercio


exterior de la República aumentó en el 97 % las importaciones y
en 104% las exportaciones. En este período la burguesía
comercial montevideana se desarrolló acelerada mente. De 1858
a 1872 el comercio mayorista -según cifras incompletas- se
incrementó en 153% y el minorista en 307%. Las estadísticas
asignan a Montevideo: 15 agencias y compañías, 53 almacenes al
por mayor de comestibles, siete almacenes navales y siete de
suelas. En 1863 había sólo dos bancos: Comercial y Mauá y
cuatro años más tarde, 1867, eran siete los bancos. Al mismo
tiempo que crecía el comercio, claro está, crecían los transportes
y las comunicaciones. A partir de 1865 empiezan a aparecer y
multiplicarse las compañías telegráficas, nacen y se desarrollan
los ferrocarriles. Las primeras empresas de ferrocarriles en el país
se constituyen con capitales nacionales, lo que indica que se
había logrado una acumulación de capital de relativa importancia.
Fue más tarde que llegó el capital británico y tomó por su cuenta
la construcción de la red ferroviaria nacional, empleando en ello
más del último cuarto del siglo XIX y el primer decenio del
actual. Los primeros pasos se remontan al año 1863, cuando un
tal Senén Rodríguez, en representación de una firma inglesa,
solicitó construir la línea Montevideo-Durazno.
El libre cambio determinaba la composición del comercio
exterior, predominando la importación de objetos
manufacturados. En 1864 la importación de comestibles sumó
$1:300.000; en 1873, $3.107.948; la de tabacos y cigarrillos en

1862 fue de $276.000, y en 1873 alcanzó a $584.882; el valor de


las importaciones de artículos de vestir: ropa hecha, calzado,
sombreros, de 1862 a 1873 pasó de $546.000 a $2:640.406.
Como se ve creció con rapidez la importación de artículos
manufacturados, estimulada por la ley librecambista; sin
embargo, aun cuando en menor escala y al amparo de la misma
ley, a partir de los años 70 creció la importación de máquinas y
materias primas. En un solo año, de 1872 a 1873, el valor de
estos renglones pasó de $2.200.000 a $3.900.000.
Una de las primeras medidas de Latorre en el gobierno fue
restablecer las relaciones diplomáticas con Inglaterra, hacía un
tiempo interrumpidas, escuchando de labios del representante
británico, las siguientes y sugestivas palabras, símbolo del
concepto de dominación e imposición que guiaba los actos del
entonces primer país capitalista del mundo:
"La población es evidentemente -expresó el flamante
representante, dirigiéndose a Latorre- la suprema necesidad de
esta República. Para traer emigración y lo que no deja de ser
menos preciso, también el capital superabundante en los países
más ricos, dos cosas esenciales son precisas: la certidumbre del
fiel cumplimiento de los contratos que se establezcan y la
perspectiva de una completa seguridad en la vida y la propiedad,
junto con la confianza en la estabilidad de los poderes
gubernativos."
La llegada del capital monopolista al país, de terminó un
evidente progreso inicial, pues impulsó

el desarrollo de los transportes y la instalación de algunas


industrias subsidiarias; pero contribuyó -como señalamos
anteriormente- al aliarse con los latifundistas, a la continuidad
por tiempo indefinido del sistema del monocultivo que ya trataba
de mantener Inglaterra en los países dependientes, como en las
colonias, en los mismos países que eran clientes obligados de su
industria, particularmente en el período de concentración del
capital y formación de los cártels.
"Sólo la gran industria -dice Marx- aporta, con la
maquinaria, la base constante de la agricultura capitalista,
expropia radicalmente a la inmensa mayoría de la
población del campo y remata el divorcio entre la
agricultura y la industria doméstico-rural cuyas raíces -la
industria de hilados y tejidos- arranca."

Y más adelante, contestando a una afirmación de David


Urquhart, añade:
"Pero he aquí que viene Carey y acusa a Inglaterra,
seguramente con razón, de querer convertir a todos los
demás países en simples pueblos agrícolas reservándose
ella el papel de fabricante y afirma que de este modo
arruinó a Turquía pues a «los poseedores y cultivadores de
la tierra no se les consentía jamás (en Inglaterra) fortalecer
se mediante la alianza natural entre el arado y el telar,
entre el martillo y la grada»".41

IV
Contenido capitalista de las reformas
propiciadas por Lorenzo Latorre

Refiriéndonos a la dictadura de Lorenzo Latorre, decimos


en nuestro libro "Batlle y el Proceso Histórico del Uruguay":
"Servidor del capital monopolista, hizo a éste
grandes concesiones y cumplió la promesa formulada a los
terratenientes y ganaderos. Contrajo compromiso con la
compañía del Ferrocarril Central, a quien entregó en
títulos de Deuda Pública 1.025.938 pesos, que el Estado le
adeudaba por concepto de garantías, quedando la
compañía liberada del pago de derechos de Aduana para
todos los materiales que importara, recibiendo del Estado,
durante diez años, en lugar de garantía $250.000
mensuales. El Estado cedió a la empresa 5.000 acciones
que había suscripto para la formación del capital, no
pudiendo intervenir en los negocios de ésta, mientras las
utilidades no pasaran del diez por ciento."
"La forma como estaban delimitadas -ya hemos
señalado- la propiedad de los campos y del ganado que en
ellos había, debilitaba un tanto la propiedad privada, lo

41
Carlos Marx: "El Capital". Ed. Fondo de Cultura. Parte I, pág. 839.
que era necesario resolver para afirmar la propiedad
terrateniente, dar término a un estado

caótico y estimular la producción. Y sobre esta base -añadimos


ahora- es decir, de la gran propiedad terrateniente, hacer avanzar
al país hacia una estructura capitalista."
"Con energía y empleando en muchos casos
métodos expeditivos, Latorre consiguió dar impulso al
alambrado de los campos, cuyo comienzo había sido
sumamente lento. En el año 1852, el valor del alambre
importado para cerco fue de $ .511 mientras que en el
período 1872 a 1876 su valor alcanzó a $700.000 por año.
En el 1878-79 se introdujeron 19.965.272 kilogramos de
alambre y 700.000 postes de ñandubay, con un costo total
de $4.500.000. De 1877 a 1880, fueron alambrados
101.810 cuadras lineales de campo; y el 21 de abril de
1877 se creó la oficina de marcas y señales para el ganado,
haciéndose obligatorio el uso de marca sujeta al sistema de
numeración progresiva. Por otra parte, el gobierno de
Latorre regularizó el servicio de deuda pública, puso orden
en el presupuesto general de gastos, liquidó el régimen de
curso forzoso, creó una comisión especial para el fomento
de la agricultura, impulsó el comercio exterior con vistas a
obtener saldos favorables en la balanza comercial,
llegando, en 1881, al año de dejar Latorre la presidencia, a
$20.219.512 las exportaciones y a $17.918.884 las
importaciones, y, en total, el comercio exterior que en
1872 fue de $34.349.218, y que había descendido

en 1875 a $25.225.018 subió a $39.231.060 en 1890.”42


La nueva orientación económica dada al país, exigía la
ampliación de la enseñanza y la adopción de diversas medidas
respondiendo a las necesidades del desarrollo industrial que, con
razón, se esperaba como resultado de la ley proteccionista de
1875. Latorre llamó a colaborar con su gobierno a José Pedro
Varela, que se había especializado en el estudio de las cuestiones
relacionadas con la educación popular, particularmente con la
instrucción primaria, y Varela aceptó, aun sabiendo que corría el
riesgo de malquistarse con sus antiguos compañeros del
movimiento democrático. Los resultados fueron excelentes, la
reforma escolar se llevó a cabo con la oposición de los
reaccionarios, particularmente, como siempre cuando del
progreso se trata, de la Iglesia, cuyos jerarcas colmaron de
injurias y calumnias a Varela.
En 1877, al dictarse la ley de Educación Común,
funcionaban en todo el país 196 escuelas con 17.541 alumnos y,
tres años más tarde, 1880, el número de escuelas se elevaba a
310, a las que concurrían 24.785 niños de ambos sexos. Junto a
esto fue ampliada la instrucción secundaria y superior, para dotar
al país de técnicos y especialistas y se dió fuerte impulso a la

42
F. R. P.: "Batlle y el Proceso Histórico del Uruguay", págs. 33-34. Ed. Rodó. Montevideo, 1938.
Escuela de Artes y Oficios, con el fin de formar obreros
calificados, destinados a actuar junto a las máquinas

complicadas, respondiendo así a las necesidades de la industria


creciente ferroviario. y del transporte
En estas condiciones generales, particularmente por la
existencia de la ley proteccionista, aumentó la producción en las
ramas industriales existentes y aparecieron nuevas industrias.
En un estudio publicado por la Dirección de Estadísticas
en 1879, se decía: "Ha disminuido por efecto de ella (la ley
mencionada, F. P.) la importación de alpargatas, calzado en
general, ropa blanca, legumbres secas, afrecho, cebada, fideos,
suelas curtidas, velas de estearina, licores, cigarrillos, cigarros;
aumentando, a la vez, la importación de géneros y materias
primas para la elaboración de artículos en condiciones de
fabricarse en el país. De 1875 a 1877 el valor de la importación
de alpargatas, bolsas vacías, calza do, zapatillas, zuecos, cigarros,
cigarrillos y ropa hecha acusó un descenso de $287.354; dejando
de percibir el fisco por tal concepto $147.887 de derechos de
aduana. Pero, en cambio, la importación de plantillas, elásticos,
máquinas de coser, tabacos y, sobre todo géneros, experimentó
un aumento de $1.376.158, con un rendimiento para la Aduana de
$419.000, es decir, el doble de lo perdido por otros conceptos.
Durante el cuatrienio 1872-1875, fueron despachadas 7.456
máquinas de coser y durante el trienio 1876-1878, 4.613. En
algunos renglones el aumento de la producción nacional hizo
descender en pocos años las cantidades de importación de
numerosos artículos. Así las alpargatas, de las que en 1872 fueron
introducidas al país 41.400 docenas de pares, en

1886 sólo se importaron 900 docenas; calzado: se importaron en


los dos años señalados 59.400 y 9.000 docenas de pares
respectivamente; caña y aguardiente, 4.300.000 litros en 1872 y
2.498.200 en 1886, y fideos, de los cuales fueron introducidos en
1872, 456.900 kilogramos, en 1886 sólo se importaron 23.200
Kgs."
Años después de dictada la ley de protección a la industria
nacional, 1887, en una nota de los industriales que pedían se
aumentaran las medidas restrictivas a las mercancías extranjeras
decían:
"La fideería nacional ha cerrado los puertos al
producto extranjero. Las curtidurías y las mueblerías han
realizado progresos asombrosos. Tenemos más de cien
curtidurías con un millar de obreros. La suela que en otro
tiempo valía once pesos, se vende hoy a la mitad de ese
precio."

Y, va de sí, con el desarrollo de las industrias en la


República creció el proletariado que inició la construcción de sus
organismos específicos de lucha. En 1870 quedó constituida la
Sociedad Tipográfica Montevideana, con carácter mutualista al
principio, para transformarse poco después en un órgano de lucha
con claro sentido clasista; y el 25 de julio de 1875, se realizó una
reunión a la que concurrieron 800 obreros y fundaron la
Asociación Internacional de los Trabajadores, y, hacia los años
80, comenzaron las luchas obreras por conquistar mejores
condiciones de vida y trabajo, particularmente por aumento de
salarios y disminución de la jornada de labor. Además

del factor industria en desarrollo, contribuyeron otros dos al


nacimiento de la organización del proletariado en el Uruguay; la
terrible explotación a que era sometido deparándole la existencia
de una vida que lindaba con la miseria y la presencia en la
República de numerosos trabajadores europeos, entrenados en las
luchas obreras de sus países de origen.
Así comenzó, también en el Uruguay, la organización
obrera, teniendo como objetivo la conquista de mejoras
inmediatas, lo que habría de permitirle después, a medida que fue
creciendo y madurando la organización, pasar a otras etapas,
hasta soldar la lucha reivindicativa cotidiana con la lucha
destinada a resolver los grandes y candentes problemas
nacionales.
Las medidas relacionadas con el campo dictadas por
Latorre, se encaminaban -decimos- a afirmar la propiedad del
suelo sin tocar la forma de distribución de la tierra que existía, sin
extraer un solo trozo de la propiedad latifundista. No sólo no
sucedió esto, sino que, al contrario, el alambrado de las estancias
facilitó a los terratenientes el aumento de sus extensiones de
campo a expensas de pequeños y medianos propietarios. Muchos
de éstos perdieron lo que tenían, pasando sus pequeñas estancias
y chacras a manos de los grandes propietarios del suelo, mientras
ellos y sus hijos se transformaban en peones o troperos, o,
simplemente, junto con sus mujeres e hijos fueron a engrosar los
"cinturones de miseria" que circundan las ciudades y pueblos del
interior del país.
El plan reformista se realizó sin la intervención

de las masas y, como hemos visto, accionando frecuentemente


contra ellas. Latorre en el poder, mantuvo los métodos de terror
inaugurados por Varela, acentuándolos a medida que tropezaba
con dificultades en la aplicación del programa de gobierno que se
había propuesto llevar a término. El alambrado de los campos
-señalamos ya- hizo más difícil la vida de los trabajadores rurales,
aumentando la desocupación. Sin tener cómo ganarse el pan, los
desocupados del campo se vieron obligados muchas veces a
atacar las propiedades de sus antiguos explotadores. Esto se
extendió por todo el país; el robo y la matanza clandestina de
ganado para el consumo de subsistencia fueron hechos corrientes
y, para contrarrestarlos, se dictaron disposiciones severas; se
estableció la "leva", que consistía en encerrar en los cuarteles a
cuanto trabajador desocupado encontraba la policía por los
caminos. La aplicación de este bárbaro sistema llegó a extremos
tales, que los estancieros se encontraron con escasez de brazos de
reserva para utilizarlos en los períodos de las zafras.43
Nada de extraño fue que tal cosa sucediera. Es por demás
frecuente que los cambios en la técnica de la producción en el

Con el título "Ley de vagancia y sus efectos", el diario "La Razón" de Montevideo
43

decía en su número del 17 de octubre de 1882: "Leemos en un diario de Mercedes:


«Con motivo de aproximarse la estación de las esquilas empiezan ya los estancieros a
buscar brazos que se ocupen de las operaciones de dichos trabajos; pero, según
campo (desde luego también en la industria) dentro del régimen
de

la gran propiedad terrateniente, traigan aparejados el


empobrecimiento, la miseria de las masas trabajadoras de la
tierra, tanto pequeño-campesinas como asalariadas; pero traen,
también, serias complicaciones al sistema que consagra el
despojo, y los gobiernos han tratado de resolver la situación
aplicando medidas de violencia contra los despojados o los
asalariados. Marx, refiriéndose al proceso de acumulación
primitiva del capital y señalando cómo en Inglaterra y luego en
Europa, fueron destruidas las pequeñas propiedades campesinas
para pasar a manos de los grandes propietarios de la tierra, dice:
"Han conquistado el campo para la agricultura, han
incorporado el suelo al capital y han creado el proletariado
libre y sin arraigo, necesario para la industria de las
ciudades."
Y más adelante:
"La naciente manufactura no podía, naturalmente,
absorber al proletariado, tan pronto como lo echaban al
mundo la disolución de los séquitos feudales y la violenta
y brusca expropiación del suelo. Por otra parte,
se nos dice, ya comienza a sentirse las con secuencias de la ley de vagos sancionada última mente.
Con la promulgación de la referida ley, parece que los que no fueron traídos por las autoridades
como vagos, se han ido de las secciones en que acostumbraban a vivir, y es fácil comprender que
esto debía producir escasez de trabajadores.
Así es que no sabemos cómo se verán nuestros hacendados este año, si, como parece faltan
esquiladores que verifiquen tales trabajos. »”

esa gente no podía someterse a la disciplina del nuevo estado de


cosas, tan rápidamente como había sido arrancada de sus
condiciones ordinarias de vida. Formóse, pues, una masa de
mendigos, bandoleros y vagabundos, en parte por inclinación, en
parte por la fuerza de las circunstancias. De ahí la legislación
sanguinaria que a fines del siglo XV y durante el siglo XVI reina
en el oeste de Europa contra la vagancia. Los padres de la actual
clase trabajadora fueron castigados por haber sido transformados
en vagabundos y pobres. La legislación los trató como a
criminales «voluntarios», suponiendo que dependía de la buena
voluntad de ellos el continuar trabajando en las antiguas
condiciones que ya no existían."44
Como naturalmente debía suceder, los cambios
introducidos en la vida económica de la República motivaron
nuevos reagrupamientos entre las distintas capas sociales.
Comerciantes e industriales, liberados del papel moneda los unos,
y protegidas sus industrias los otros, ganaderos y terratenientes
que vieron afirmarse sus propiedades y se sintieron más
garantidos de la "violencia desesperada de los de abajo",
rodearon y sostuvieron a Latorre. En un álbum conteniendo

44
Carlos Marx: "El Capital". Libro I, pág. 539. Ed. Biblioteca Nueva. Buenos Aires, 1949.
firmas de los comerciantes de Montevideo en homenaje al
dictador, se decía:
"En un cortísimo período ha elevado Vd. la
situación financiera del país de la absoluta

postración en que se hallaba. Ha establecido en nuestros


campos desiertos el respeto a la propiedad y la vida; en
medio de las exigencias de una época anormal, ha dado
Vd. impulso extraordinario a la instrucción gratuita."

En sentido opuesto, a medida que el gobierno utilizaba el


terror, fue creciendo y agrupándose la mayor parte de las fuerzas
de la burguesía intelectual, teniendo como vanguardia a muchos
de sus elementos más esclarecidos y a la juventud universitaria
impregnada de un elevado sentimiento democrático. Los hombres
de este grupo rechazaban y combatían los métodos terroristas de
Latorre, la supresión de todo vestigio de democracia, la
persecución cruel de los desocupados del campo. Herederos de
las tradiciones de libertad legadas por los dirigentes de las masas
que intervinieron en las luchas emancipadoras, imbuidos de las
enseñanzas que aportaba la Revolución Francesa, sólo concebían
el desarrollo de la vida nacional, la marcha del progreso sobre la
vía que trazaba la democracia liberal burguesa. Centros y
asociaciones, particularmente el Ateneo de Montevideo, se
transformaron en armas valiosas en defensa de los derechos
populares, por la recuperación democrática de la República y de
ataque al gobierno de Latorre.
Esto en líneas generales, sin que hubiera unidad completa
de pensamiento y posiciones. No sólo el golpe de Estado en sí,
también la trayectoria seguida por el gobierno de la dictadura
provocó división entre las fuerzas de la ilustración,
particularmente en las separadas de los

partidos tradicionales y reagrupadas en el Partido Radical.


Reflejo de esta situación fue la polémica sostenida en 1876, entre
dos de las figuras más representativas de la intelectualidad
burguesa uruguaya de la época: entre Carlos María Ramírez, de
extracción universitaria, enérgico opositor a la dictadura y José
Pedro Varela, que pese a sus convicciones también democráticas
había entrado a colaborar con Latorre en calidad de dirigente
reformador del sistema de instrucción primaria. No fue la
polémica sólo, ni principalmente -como bien lo señala Arturo
Ardao- una discusión académica en derredor de dos teorías
filosóficas, entre espiritualismo y positivismo, y ni aun mismo
una polémica en derredor del problema universitario. Fue, ante
todo, derivación de dos posiciones políticas opuestas y bien
definidas: la intelectualidad burguesa de extracción universitaria,
representada por Carlos María Ramírez, que aspiraba a realizar -
pero no realizaba- por vía democrática reformas económicas
urgentes destinadas a sacar al país del pantano en que se
encontraba, y José Pedro Varela, ideólogo de la burguesía, que no
se resignaba a esperar más y exigía avanzar hacia nuevas etapas,
y esta posición lo llevó, incluso a aceptar métodos no
democráticos de gobierno, el bonapartismo, con el fin de lograr
una nueva estructuración económica de la República con
contenido capitalista adelantado.
Habían madurado, pues, en el país las condiciones para
introducir reformas, muchas de las cuales fueron iniciadas por
Lorenzo Latorre, pero ellas se realizaban dejando intacta la vieja
base

de propiedad latifundista, es decir, siguiendo el "camino


prusiano", el más doloroso, para llegar a la formación de un
estado con contenido capitalista.
Combatían a Latorre, decimos, la burguesía intelectual,
particularmente de extracción universitaria, la que quería crear
condiciones para facilitar el desarrollo capitalista del país, pero
no está demás señalar, que los dirigentes de estas fuerzas tenían
buena dosis, sin duda la mayor, de responsabilidad en el asalto al
poder realizado por Latorre. Carecían de suficiente base donde
apoyarse, dado el escaso desarrollo económico alcanzado
entonces por el país y eso los mantenía débiles y vacilantes, sin
decisión para abordar soluciones capaces de sacar al país de la
grave situación en que se encontraba. Durante años, los mismos
dirigentes de la burguesía intelectual integraron y señalaron ante
el pueblo como modelo las Cámaras del 73 al 75, donde cada uno
de sus integrantes se suponía Demóstenes o Cicerón, donde los
bellos e impecables discursos eran rubricados con ademanes
impecables y elegantes y se sucedían unos tras otros, pero ni el
Poder Legislativo ni el Ejecutivo adoptaron las medidas que las
circunstancias reclamaban. ¿Qué de extraño fue, pues, el golpe de
Estado latorrista y las esperanzas que la burguesía y todas las
clases afectadas por el desastre económico nacional, depositaran
en el gobierno de la dictadura? Por otra parte, sabido es que los
gobiernos personales, las dictaduras, los métodos de terror, las
crueldades que siempre los acompañan, son fórmulas corrientes
utilizadas por la burguesía cuando se

sienten incapaces de resolver sus dificultades por métodos legales


y democráticos. El bonapartismo del siglo XIX hizo escuela en
América Latina y, en lo esencial, fue utilizado por las clases
explotadoras de varios países, adaptándolas a las condiciones
específicas de cada lugar.
En el caso del gobierno de Latorre, luego de cumplido lo
esencial del programa y al aparecer nuevas dificultades en la vida
económica del país, renació y creció la oposición,
particularmente al comprobar que la constitucionalidad del nuevo
poder ejecutivo sólo era una fórmula para continuar en el mando.
Este descontento fue aumentado rápidamente y quebrantó la base
en que el mandatario se apoyaba, hasta provocar su renuncia en
marzo de 1880.
"No obstante el restablecimiento de las normas
-decía el diario «El Siglo», analizando las causas de la
renuncia- todos tienen que reconocer que una parte
considerable del pueblo ha entendido que la realidad de las
cosas no correspondía a las fórmulas y que el poder real y
efectivo estaba concentrado en una misma persona que
imprimía su voluntad a cuanto le rodeaba, y el jefe del
Poder Ejecutivo, desalentado así de la suerte de la patria,
resignó sus funciones."
Resumiendo. Se ha dicho con sobrada razón, que Lorenzo
Latorre en el gobierno hizo lo que la burguesía, particularmente
industrial, quería que se hiciera y que ella, por su debilidad y
vacilaciones, no pudo hacer.

El gobierno de Latorre, abstracción hecha de los métodos


bonapartistas, de la represión y el terror impuestos, de la crueldad
de que fueron víctimas miles de trabajadores del campo arrojados
a los caminos y castigados con el cepo o el encierro en los
cuarteles de la tropa de línea para pagar una culpa que no era su
culpa, sino de sus explotadores, abstracción de esto, -repetimos
que se debe condenar siempre con energía-, la verdad es que con
Latorre en el poder, se iniciaron y se desarrollaron la industria y
los transportes, se amplió la enseñanza, siendo por ello el
comienzo del afianzamiento de la burguesía en el poder, que
luego con altibajos, con triunfos y derrotas se logra afirmar más a
través de un cuarto de siglo, en 1903, con el advenimiento de
Batlle y Ordóñez a la Presidencia de la República.

V
Segunda etapa de los gobiernos militares

La caída del gobierno de Latorre no originó cambios en la


vida política del país. El capitalismo británico, en pleno proceso
de penetración y dominación, tenía ya entre sus manos palancas
importantes de la economía nacional. Explotaba diversas
empresas de servicios públicos, exigía nuevas concesiones y
pasaba a ser el primer prestamista del país. Necesitaba en ese
momento gobiernos como el de Latorre, capaces de asegurarle

en cualquier forma abultadas utilidades a sus capitales colocados


en la República, mediante la explotación sin tasa ni medida de las
riquezas del país y del trabajo de sus habitantes, acallando por
medio de la violencia el descontento popular cada vez que él se
manifestaba. También los grandes comerciantes exportadores e
importadores, los terratenientes y acaudalados estancieros exigían
la continuidad de "gobiernos fuertes", esperanzados de que así
evitarían un nuevo desastre financiero y económico, dando
seguridades a la propiedad en el campo.
La segunda etapa de gobiernos militares abarca el período
1880-1886 -Vidal y Santos-. El 13 de marzo de 1880, a raíz de la
renuncia de Latorre, la primera magistratura fue ocupada por el
Presidente del Senado, Francisco A. Vidal que en realidad, no era
otra cosa que un instrutrumento dócil en manos del Ministro de
Guerra, general Máximo Santos. No fue, por lo tanto, la
presidencia de Vidal, un alto entre uno y otro gobierno militar,
entre el de Latorre y el de Santos, puesto que la misión de Vidal
fue aplicar la línea política dictada por Santos y preparar la
elección de éste. Santos asumió directa mente el gobierno, al ser
electo Presidente de la República por la Asamblea General, el 28
de febrero de 1882.
Se caracterizaron los gobiernos de Vidal y Santos por
nuevas concesiones al capital extranjero y un mayor avance de
las fuerzas de producción. Agitando la consigna: "Necesitamos el
capital extranjero para que haga fructificar nuestra riqueza",
continuaron las concesiones leoninas a

las empresas británicas, cuyos agentes eran consejeros obligados


de los gobiernos nombrados. En 1883, -luego de obtener sanción
parlamentaria- Santos contrató con la firma inglesa Cutbill and
Delungo la construcción del puerto de Montevideo por un valor
de $14.000.000, garantizando a la empresa constructora y
explotadora del puerto, una utilidad líquida del 10% anual.
Durante 75 años el Estado pagaría 247.000 libras por año. Es
verdad que esta operación no pudo concretarse y fue anulada más
tarde por el gobierno de Tajes, pero ello se debió al período de
intranquilidad que sobrevino, que no ofrecía a los capitalistas
ingleses toda la garantía que ellos exigían.
Durante la administración de Vidal quedó detenida la parte
complementaria de las reformas iniciadas por Latorre, que luego
llevó a cabo Santos, tales como el establecimiento de la
obligatoriedad del casamiento civil, para asegurar las relaciones
familiares, necesarias a la consolidación de la propiedad privada
y sus consecuencias: herencia, etc. De 1878 a 1886 crecieron las
industrias, los transportes y el comercio en la República. Según
datos estadísticos muy incompletos, en el año 1883 había en el
país 300 fábricas diversas, 50 saladeros y graserías; 34 molinos,
algunos a vapor, una empresa de aguas corrientes, 153 barracas,
314 casas importadoras, 849 almacenes al por mayor, cuatro
empresas ferroviarias y nueve empresas de tranvías. En el año
1884, según el censo ordenado por el Poder Ejecutivo, el número
de trabajadores en el departamento de Montevideo se distribuía
así:

Obreros y empleados ocupados


- en la industria
16.439
- en el comercio
8.054
- en el transporte
8.310
Clasificados aparte como simples jornaleros 7.986

Total
40.789

El comercio exterior que en 1882 alcanzó a la cifra de


$40.237.000, subió a $50.528.000 en 1885.
Estas cifras no reflejan por entero la realidad económica
de la República, por lo menos sus posibilidades del momento e
inmediatas, pues la economía se encontraba quebrantada por los
despilfarros y el pillaje del gobierno de Santos al que no había
dinero que alcanzara para sostener y ampliar el aparato represivo
del Estado, para sus gastos y el aumento constante de su fortuna
personal y para hacer regalías a sus allegados y a quienes bien le
servían. El presupuesto militar que en 1881 era de $875.681,
aumentó a $1.384.662 en 1886 y la deuda pública, en ese período
pasó de $57.834.611 a $72.220.721.
Como índice de este estado de cosas, que llevó a la miseria
a las clases más explotadas, aparece la disminución del consumo
anual de carne por la población de Montevideo. En 1874, en la
capital, con una población de 127.496 habitantes, se consumieron
17.295.560 kilogramos de carne y, en 1884, con 164.000
habitantes fueron consumidos en Montevideo 17.831.302
kilogramos de ese alimento, lo que equivale a un consumo anual
por

persona: año 1874, Kgs. 135,655; año 1884, Kgs. 108,727. Los
obreros y empleados del Estado eran particularmente castigados
por el atraso permanente en el cobro de sus sueldos y salarios. El
13 de mayo de 1886, el diario "La Razón" de Montevideo, decía
que los maestros de Cerro Largo y San José se declararon en
huelga cansados de esperar que se les pagaran sus haberes
atrasados; el 7 de julio de ese mismo año en un suelto titulado
"Hambre de 13 meses", el mismo diario anunciaba que a los
empleados del Estado se les adeudaban 10, 11 y 12 meses de
sueldos. Como Varela, como Latorre, como Vidal, San tos trató
de hacer frente al descontento popular y a la oposición creciente
por medio del terror sistematizado. Lo mismo que en la época de
sus antecesores nombrados, las prisiones, las torturas, los
asesinatos y el amordazamiento de la prensa independiente, se
convirtieron en métodos corrientes de gobierno. Sin embargo,
tales procedimientos no atemorizaban a las fuerzas opositoras ni
las hacían retroceder. Las distintas clases sociales contrarias al
gobierno, respondían a la opresión y represión gubernamental
uniéndose y у concentrando las fuerzas para el contraataque, para
seguir la batalla hasta conseguir el restablecimiento de las
libertades democráticas y el establecimiento de una verdadera
legalidad.

VI
La lucha por la reconquista de la democracia

Ante los hechos de este gobierno, que como en las


anteriores épocas de crisis política había puesto de manifiesto la
incapacidad de los partidos tradicionales, divididos, parte de cada
uno de ellos a favor y parte en contra del gobierno de Santos y de
sus métodos, algunos de los dirigentes de los viejos
conglomerados políticos, se abocaron a la tarea de crear una
nueva fuerza política. En 1886 millares de personas se congrega
ron en asambleas integradas por hombres de diversas clases
sociales, que habían militado en las filas de los partidos
tradicionales y fundaron una nueva agrupación política: "Partido
Constitucional", para coordinar mejor la lucha contra el santismo
Carlos María Ramírez reeditó las consignas del principismo y se
colocó en puestos de primera fila contra los partidos Blanco y
Colorado.
"Cada día -decía- tiene su misión y su tarea. Es
absurdo acumular las perturbaciones lejanas ya
extinguidas, a las perturbaciones inevitables del momento.
La nueva vida requiere organismos nuevos. Las
necesidades, las esperanzas y los ideales de una época
deben siempre encararse en un partido, so pena de morir
en la desorganización y en la impotencia."

Entre tanto, la clase obrera nacional reanudaba la lucha


con otras características, cumpliendo

una nueva etapa, más elevada. Después de los primeros pasos


vacilantes dados en 1870-1875 avanzó en el año 1884 en el
proceso de su organización, y, un año más tarde, se encontraban
organizados la mayor parte de los gremios de Montevideo y
algunos en el interior del país. De 1884 a 1886 se produjeron
huelgas parciales entre les obreros de los saladeros y de los
tranvías; en agosto de 1884 estalló la primera huelga en el país
abarcando la totalidad de una rama de la producción: obreros
fideeros que lograron imponer ampliamente las reivindicaciones
por las cuales luchaban. Con ella el proletariado de la capital
realizó una importante experiencia al comprobar el valor de la
lucha sostenida y firme, con el apoyo de toda la clase obrera. En
noviembre de ese año se produjo una huelga entre los obreros
gráficos, y hacia los últimos meses de 1885, se acentuó el
malestar en el seno de la clase trabajadora, sobre todo entre los
que servían al Estado, por la falta de pagos, como hemos dicho,
produciéndose numerosos conflictos.
En esta forma, el proletariado del Uruguay, reaparece en
escena en un momento singular de la vida del país. Sus nuevos
pasos coincidían con la lucha tenaz de la burguesía por el
restablecimiento de las libertades democráticas y, sobre esta base,
afianzar el desenvolvimiento del capitalismo en la República.
Llegaba la organización obrera, con sus luchas, traída de la mano
por los factores señalados y, en su avance posterior, estaba
llamada a cumplir papel decisivo, a realizar las tareas que impone
la revolución democrática -la revolución agraria- que la burguesía

era incapaz de abordar, que jamás abordó en su trayectoria tanto


en la oposición como en el poder, pues siempre concilió con el
latifundio.
Unificadas las fuerzas democráticas, la lucha contra el
régimen santista adquirió mayor intensidad. De nada valió el
terror desencadenado por el gobierno. Ni la cárcel, ni las torturas,
ni el puñal o el cañón de la pistola apuntando en la sombra
frenaban la oposición. A las medidas de terror, los dirigentes de
las fuerzas democráticas respondían llenos de coraje, luchando
con redoblada energía. Durante el gobierno de Santos se
produjeron cuatro levantamientos armados: en 1880, en 1883, en
1884, siendo el de mayor importancia el de marzo de 1886,
vencido por las fuerzas del gobierno en los campos del
Quebracho. En esta insurrección participaron los dirigentes
políticos más destacados: José Batlle y Ordóñez, Rufino T.
Domínguez, Claudio Williman y otros. Empero, el desastre del
Quebracho no aminoró el ímpetu de la lucha que el pueblo
sostenía contra Santos; cobró nuevas formas que fueron
debilitando el poder del mandatario; en agosto, Santos fue
víctima de un atentado y los elementos que lo acompañaban
trataron de aprovechar el episodio para desencadenar una ola de
terror, pero fueron frenados por las masas dispuestas a no
retroceder, y Santos se vio obligado a hacer concesiones; llamó a
integrar el ministerio a José Pedro Ramírez, Juan Carlos Blanco y
Aureliano Rodríguez Larreta, dirigentes de la oposición, que
dieron su conformidad, previa aceptación por Santos del siguiente
programa:

"Derogación de la ley de imprenta que amordaza a


la prensa independiente. Elecciones el 19 de marzo
próximo de nuevo Presidente de la República. Supresión
de la leva (que consistía no sólo en el encierro de los
desocupados del campo en los cuarteles, sino también de
todos aquellos que manifestaran su desconformidad con
los actos de gobierno). Garantía para el regreso al país de
los emigrados políticos y reincorporación al ejército de los
jefes y oficiales dados de baja por cuestiones políticas."

Los dirigentes democráticos que participaron en el


gobierno y quienes los apoyaron, pusieron de manifiesto una
clara comprensión política que hacía flexible la acción. Pasaron
de una forma a otra de lucha, hasta transformar en victoria la
derrota militar que les infligieron las fuerzas del gobierno. 45
Pocos días después advertíase claramente el

aumento en las contradicciones que trastornaban la marcha del


gobierno de Santos, éste se vio obligado a presentar renuncia del
cargo y em prendió viaje hacia Europa.
¿Qué es posible decir, resumiendo, de la acción y de los
resultados que al país trajeron once años de verdaderas dictaduras
militares, incluidos los períodos de aparente legalidad?
Trajeron, indudablemente, valiosos elementos de progreso,
contribuyeron a impulsar el desarrollo industrial del país, pues
había condiciones para ello; se orientaron a afianzar y ampliar las
relaciones capitalistas de producción en la ciudad y, en menor
medida, en el campo: desarrollo de la producción manufacturera
y fabril, alambrado de las estancias y chacras y otras medidas
que, si bien afianzaron la propiedad terrateniente, permitieron
introducir nuevos métodos en la producción ganadera y agrícola;
desenvolvimiento del transporte, particularmente ferroviario, que
ayudó a transformar las condiciones de vida en los lugares más
apartados. Todo ello, dando amplia entrada al país al capital

45
Batlle y Ordóñez, en un artículo publicado en el diario "El Día", el 22 de noviembre de 1886, decía:
"Yo vi en el movimiento del 4 de noviembre, un hecho desprovisto de toda legalidad, pero un hecho
tendiente al restablecimiento de las instituciones, y, por consiguiente, un hecho aceptable." "¿Habría
de suscitarle obstáculos a pretexto de que debían emplearse medios mucho más radicales? No. Que
cada cual vaya por su camino hacia el fin. Colocado en la dirección de El Día yo hubiera aplaudido la
entereza moral y el afán patriótico con que se acometía la em presa y habría esperado el resultado
final más bien dispuesto a separar obstáculos que a colocarlos."
monopolista extranjero, poderosa fuerza que contribuyó
inicialmente al progreso de la República, pero que debía frenar su
desarrollo normal independiente, por su mismo poder, por el
objetivo explotador que persigue, por las condiciones que
impone, por la forma en que se le otorgan las concesiones, por el
sometimiento de la burguesía indígena a estos intereses. En esto
han marchado parejos los gobiernos que revistieron formas de
dictadura y los denominados democráticos que les siguieron.
Todos se sometieron a los dictados

del capital monopolista extranjero. En esta forma se facilitó la


expropiación por éste de las riquezas del país, encaminadas a las
metrópolis en forma de abultadas ganancias de sus empresas o de
intereses y amortizaciones cuando de empréstitos se trata.
¿En el terreno político? Fue evidente la repercusión de los
gobiernos militares en el seno de los partidos de la burguesía y de
los terratenientes, llamados partidos tradicionales. La
composición de estos conglomerados políticos, por más que en
ellos han predominado siempre determinadas fuerzas, ya del
latifundio, ya de la burguesía industrial o comercial, a veces de
todas ellas, ya de uno u otro imperialismo al cual se entrega una u
otra fuerza de las clases privilegiadas. Todo esto los convierte en
grupos o conglomerados heterogéneos. Estos grupos que
mantienen cierta unidad en los momentos de ascenso o
estabilidad económica, por la armonía de distintos intereses,
cuando nuevos factores económicos o políticos inciden en forma
distinta sobre la vida económica del país, los partidos
tradicionales se sienten sacudidos con acuciada violencia,
produciéndose choques internos, dispersiones y nuevos
reagrupamientos y en ciertos momentos dejan virtualmente de
existir y lo que de ellos queda pierde -transitoriamente
a veces, definitivamente otras- sus antiguas fisonomías.
Así sucedió, fue inevitable que así sucediera en la época
de los gobiernos militares, debido a los cambios que se operaron
en la vida económica y política de la República. Grupos de
blancos y de colorados, con hombres de dirección en primera

línea, cuyos intereses se sintieron respaldados por los gobiernos


de fuerza; terratenientes que vieron aseguradas, en muchos casos
ampliadas sus propiedades; sectores industriales que
vislumbraron posibilidades de desarrollo, comerciantes liberados
del papel moneda inconvertible, rodearon a Latorre, a Vidal y a
Santos; y grupos de blancos y colorados y de otros núcleos de la
burguesía, particularmente intelectuales de extracción
universitaria, que también anhelaban ver al país avanzar por el
camino de la industrialización, querían lograr la elevación de su
economía, sin tocar la propiedad terrateniente aun cuando
luchaban contra los caudillos del latifundio; deseaban alcanzar
estos objetivos dentro de normas que establece la democracia
burguesa.
CAPITULO VI

CONSOLIDACION DE LA DEMOCRACIA

El gobierno de Máximo Tajes y el proceso de


afianzamiento de la vida institucional del país

Cuando las fuerzas democráticas del Uruguay dieron en


tierra con el gobierno de Máximo Santos, los demás pueblos de
América Latina, bajo la dirección de los sectores más avanzados
de las burguesías indígenas, se aprestaban a las luchas decisivas
contra las fuerzas reaccionarias que encabezaban las oligarquías
terratenientes, procurando consolidar las revoluciones iniciadas
en las duras batallas por la independencia. Poco antes de finalizar
los gobiernos militares en el Uruguay -18 de setiembre de 1886-
asumió la presidencia en la República de Chile, José Manuel
Balmaceda, y, por más que fue derribado en 1891, por un
movimiento de carácter reaccionario, durante su gobierno se
realizaron esfuerzos no despreciables para encaminar la vida
económica del país hacia soluciones de contenido capitalista, en
las cuales no estuvieron excluidas

del todo las posibilidades de cierto capitalismo de Estado. En


Brasil, la lucha finalizó con la abolición de la esclavitud en 1888
y la proclamación de la República un año después. En setiembre
de 1889 quedó constituido en la Argentina el Partido de la Unión
Cívica Radical, levantando como bandera de combate el "libre
derecho al sufragio sin intimidación y sin fraude". Tan
rápidamente se agruparon las masas en derredor del nuevo
partido que, pocos meses más tarde -julio de 1890- se encontró al
frente de un movimiento insurreccional que, no obstante la
derrota sufrida, creó tales condiciones favorables que, poco
después, caía el gobierno reaccionario y antipopular de Juárez
Celman.
Derribados en el Uruguay los gobiernos estructurados
como dictaduras militares, pese a la apariencia de legalidad que
revistieron en ciertos momentos, los dirigentes de la burguesía
que habían guiado las batallas contra la opresión, se abocaron a la
tarea de destruir las supervivencias políticas dejadas por los
gobiernos de Varela, Latorre, Vidal y Santos. Para ello
impulsaron un amplio movimiento de masas, rodeando al general
Máximo Tajes, al ocupar éste la presidencia de la República en
reemplazo de Santos. Millares de obreros, empleados, artesanos,
comerciantes, profesionales y estudiantes desfilaron en apretadas
columnas por las calles de la capital manifestando el propósito de
respaldar al nuevo gobernante en la tarea de consolidar el
régimen democrático y el mantenimiento de las libertades
públicas. Tajes había sido ministro en el gobierno de Santos y
vencedor del Quebracho, pero, en aquel

momento, vacilaba y era indispensable, por lo tanto, acumular


grandes fuerzas a su alrededor, que lo respaldaran al abordar la
tarea de liquidación de los restos del militarismo, destrozando el
aparato que Santos había montado.
Esta justa política dio el resultado que de ella se esperaba;
el nuevo gobernante separó de los puestos de comando a los jefes
de las fuerzas militares que suponía adictos a Santos y disolvió el
tristemente célebre Quinto de Cazadores, uno de los principales
instrumentos de represión utilizados por aquél.
Con la vuelta al régimen democrático, se inició en el país
un período de auge económico. A las buenas perspectivas que
ofrecía la prosperidad capitalista en escala mundial, se agregaba,
en la República una manifiesta confianza en la gestión de Tajes,
la certidumbre de un período de paz y tranquilidad, además de
condiciones particulares por la acumulación capitalista,
determinada por la ampliación del comercio y el
desenvolvimiento de la industria.
Al año de asumir la primera magistratura, en 1888, Tajes
dirigía un mensaje a la Asamblea General, exponiendo la
situación en que se encontraba la República y las perspectivas
que ante ella se abrían. Este mensaje, con orientación positiva, a
pesar de la invocación de las causas morales y algunas
exageraciones (como en la parte referente a la instrucción
pública) decía así:
"Hay un hecho fundamental, incontrovertible, la
consolidación de la paz pública y la estabilidad de la
situación política fundada

sobre esa ancha base de gobierno. La situación y


trascendencia de este gran hecho está en que no es un
accidente de circunstancias, y, por lo tanto precario; en
que no es el efecto de acuerdo de voluntades, sino en que
es la consecuencia necesaria, la presión sensible de una
evolución lenta que se viene operando de mucho tiempo
atrás en la vida de la nación. Es la riqueza particular
acumulada por su importancia y por su influencia, que
tiene ya en los acontecimientos de la vida pública voz y
voto para defender sus intereses, vinculados de igual modo
a la consolidación de la paz y de la efectividad de las
leyes; es el crecimiento progresivo de la población,
engrosada con las nuevas generaciones y con la
inmigración extranjera ajenas a las pasiones de nuestras
luchas políticas tradicionales, pero en las cuales influye
indirectamente como elemento moderador; es la educación
pública gratuita, que el Estado difunde pródigamente,
haciendo penetrar en todos los hogares y especialmente en
el hogar del pobre, donde es ya raro encontrar un hombre
o una mujer que no sepa leer y escribir; y a donde, por
consiguiente, puede llegar y llega poco a poco, la
influencia poderosa de las ideas y de la civilización que la
ciudad irradia incesantemente sobre la campaña; es la
transformación de la industria pastoril que, perfeccionando
progresivamente sus productos, bajo la instigación del
interés privado, entra en sus resultados,

como factor principal de las causas determinantes del


progreso y de la civilización de nuestro país; y son, en
primer término, entre estas modificaciones de carácter
privado, pero de influencia social, los cercos de alambre
destinados a valorizar y garantir la propiedad particular,
que han cambiado las costumbres y modificado el carácter
de los habitantes de nuestra campaña, fuente de nuestra
riqueza y también de nuestras pasadas guerras civiles. A
estas causas, han venido a agregar se, como elementos de
paz y de gobierno, los adelantos de la ciencia aplicados a
la guerra, los ferrocarriles, los telégrafos, las armas de
precisión y de largo alcance; y con éstas la preponderancia
incontrastable de la infantería, de la artillería y de la
caballería de línea, que requieren organización, disciplina
e instrucción, y que han cambiado fundamentalmente las
condiciones de nuestras guerras y de nuestros ejércitos de
otros tiempos, en que preponderaba la caballería irregular.
Este conjunto combinado de causas morales y materiales,
determina en sus efectos necesarios, un nuevo estado
social, cuya caracterización es el imperio del principio de
autoridad, que asegura la permanencia de los gobiernos y
la consolidación de la paz, que asegura la efectividad de
las leyes a los gobiernos."

Pero estas mismas condiciones promisorias, mostraron una


vez más, el monstruoso desorden que lleva en sí el régimen
capitalista, particularmente

en países dependientes, y cuánto son capaces de hacer las clases


privilegiadas ávidas de ganancias en perjuicio de los intereses
populares. Estas condiciones precisamente dieron origen a una
especulación bursátil desenfrenada, mezclada con estafas,
despojos de que fueron víctimas, no sólo acaudalados capitalistas,
sino, ante todo, millares de artesanos, pequeños comerciantes y
pequeños ahorristas, a la sombra de los mismos organismos del
Estado. "Se especulaba la más de las veces -dice Carlos Visca-
sobre la base de rumores, que se hacían correr de exprofeso para
obligar a vender o comprar acciones".46
"Jamás -se lee en el «Libro del Centenario del
Uruguay»- se había visto una época de mayor actividad en
todos los órdenes, ni jamás se había producido un mayor
aprovechamiento de todas las energías individuales y
colectivas. Empresas, compañías anónimas, sociedades
con fines bizarros, industrias exóticas, comercios
singulares, negocios trashumantes, todo pues, aceptado y
46
Carlos Visca: "Aspectos económicos de la época de Reus". "Revista Histórica de la Universidad".
2" Época N° 1, 1959.
amplificado por la avidez pública. Inventos, minas,
palacios, nuevos barrios, áurea opulencia, tierras de
Nabab, surgieron como por arte de encantamiento, creados
por la mágica varita de aquel fantástico personaje que
amasaba millones y parecía invulnerable como un Dios.
Veintisiete nuevos bancos inundaron

la ciudad y más de cien sociedades anónimas de la nada


con un capital superior a 400 millones de pesos. Pero entre
todos hubo una creación que fue la obra maestra de Emilio
Reus: esa obra fue el Banco Nacional".47

El 24 de mayo de 1887, se había promulgado la ley


creando el Banco Nacional, a cuyo frente se encontraba Emilio
Reus, que había actuado en parecidos negocios en su país de
origen, España, y en Argentina. Aquella máxima institución de
crédito fue organizada como sociedad anónima, con un capital de
10 millones de pesos; dos terceras partes de los miembros del
directorio eran designados por los accionistas y una tercera parte
por el Poder Ejecutivo. El banco tenía a su cargo servir la Deuda
Pública del Estado, recibir los depósitos judiciales; todos sus
documentos estaban libres de timbres y sellos y el gobierno podía
tener en descubierto una deuda hasta de $1.500.000.
"Desde el momento mismo de nacer -dice Marx-
los grandes bancos adornados con títulos nacionales, no
fueron nunca más que sociedades de especuladores

47
pág. 398. "Libro del Centenario del Uruguay".
privados que cooperaban con los gobiernos y que, gracias
a los privilegios que ellos les otorgaban, estaban en
condiciones de adelantarles dinero".48

Como forzosamente tenía que suceder, toda la prosperidad, a la


que contribuía en gran medida la parte construida artificialmente,
debía desembocar y desembocó en 1890 en una catástrofe
económica y financiera como jamás había conocido el país.
En el período que acabamos de señalar, el comercio
exterior que en 1886, sumaba 44.049.154 de pesos, llegó en 1890
a $61.537.087, debiendo indicarse que en ese período se produjo
una disminución en las cifras de importación y un aumento en las
de exportación. El censo industrial de 1889 arrojó las siguientes
cifras para el departamento de Montevideo:
Establecimientos industriales,
comerciales y pequeños talleres:
6.564
Número de obreros y empleados:
32.794
Capital en giro:
$56.614.610
Monto nominal de los salarios:
$7.445.604

48
Carlos Marx: "El Capital". Ed. Fondo de Cultura, México, tomo II, pág. 845.
En el transcurso de los cuatro años de la presidencia de
Tajes, desapareció la desocupación, no obstante las fuertes
corrientes inmigratorias. De 1887 a 1889, el saldo favorable al
país entre la inmigración y la emigración, fue de 45.502 personas.
La demanda de brazos fue crecida; las facilidades que daban los
bancos para adquirir terrenos y para edificar, permitió un intenso
desarrollo de la edificación. En 1888 se construyeron en
Montevideo 549 casas, en 1889, 883 y la ejecución de un plan de
obras proporcionó trabajo a millares de obreros. No obstante los
salarios continuaban siendo extremadamente reducidos

Los obreros de la construcción ganaban entre $ 1.80 y $ 2.20; los


de la madera de $ 1.40 a $ 3.60 y los panaderos de $ 1.80 a $
3.60.

II
La crisis económica de 1890. Su influencia
sobre la vida política del país

Al finalizar el gobierno de Tajes, existían todas las


condiciones para el encauzamiento definitivo de la vida política
del país. Reforzadas las fuerzas de la burguesía, llevaron a la
presidencia de la República a Julio Herrera y Obes, uno de los
hombres más prestigiosos del país, de larga trayectoria en la
lucha por la democracia. Pero, a poco de asumir el mando,
Herrera y Obes se encontró bloqueado por un cúmulo de
dificultades económicas que debían interferir e interfirieron en la
vida política del país, desviándolo de la trayectoria que había
iniciado. A mediados de ese año, había terminado el período de
prosperidad mundial y el capitalismo entraba violentamente en
una nueva crisis cíclica, haciéndose más aguda la situación del
país por el agotamiento de las reservas bancarias devoradas por la
especulación y el monto excesivo de las obligaciones del Estado.
El historiador Eduardo Acevedo explica los antecedentes de la
crisis en esta forma:
"El período 1886-89 es de utilización febril de los
ahorros nacionales acumulados desde la liquidación de la
crisis de 1875. Durante

los doce años de los gobiernos de La torre, Santos y Vidal,


que corresponden a ese período de ahorro, las
exportaciones subieron a $237.500.000 y las
importaciones a $218.000.000, resultando a favor de la
plaza una diferencia de $19.500.000. Al abordarse la
unificación de la deuda en 1883, la gran masa de los
fondos públicos estaba localizada en el país. El servicio de
intereses y amortizaciones correspondientes a abril de
1884, demostró que en Montevideo había 6.808.500 libras
esterlinas de la Unificada y en Londres 4.318.500. Pues
bien: el 19 de enero de 1890 el stock en Montevideo había
bajado a 2.992.230 libras esterlinas y el de Londres había
subido a 7.776.800; y el 19 de enero de 1891, llegaba la
existencia en la plaza de Montevideo a 2.815.800 y en la
de Londres a 8.467.700 libras esterlinas. Comparando los
dos extremos se ve que el Uruguay había exportado
20.000.000 de pesos nominales y ello en pleno
movimiento bursátil."
"En 1888 fueron contratados los empréstitos de
Conversión y Obras Públicas de $ 20.000.000, destinado al
pago de la Consolidada de 1886 y a obras de vialidad y
colonización, y el empréstito municipal de seis millones y
en 1890 el empréstito de $9.400.000 para rescatar los
bonos del Tesoro que estaban caucionados en Londres y
cubrir el déficit. En conjunto $35.500.000, que agregados
a la exportación de la Unificada, daba un total de
55.000.000 nominales, sin agregar las operaciones
particulares, como

la venta de los tranvías a un sindicato inglés en 1889, por


seis millones de pesos. Sobre la base de estos ahorros y de
estos fondos públicos pudo desarrollarse y se desarrolló en
el país un gran movimiento de expansión encabezado por
varias de las 186 instituciones y empresas de que hemos
he cho mención al ocuparnos de la administración Tajes.
El precio de la propiedad territorial se infló hasta
duplicarse, y bajo su impulso crecieron considerablemente
también las ventas territoriales, desde $14.276.454 en
1885, hasta 63.546.694 en 1889, y las hipotecas, desde
$12.788.660 en 1888 hasta 27.821.663 al año siguiente.49

49
Eduardo Acevedo: Ob. cit., tomo IV, págs. 546-547.
Refiriéndose al Banco Nacional, que sin ser propiedad del
Estado, era el órgano financiero máximo, integrado en parte, por
capital del Estado, añade Eduardo Acevedo:
"Seis días antes del derrumbe, el 31 de julio de
1890, tenía el Banco Nacional, un monto circulante de
$6.931.500, con un encaje de $1.958.704. Al finalizar el
mes siguiente, mes de la catástrofe, la circulación de
billetes era de $6.758.289, el encaje de $594.194; después
del 31 de agosto la circución era $6.332.756 y el encaje
$256.610".50

En esa época, la situación económica y financiera del país


alcanzó contornos de catástrofe.

Habiéndose dictado un decreto de inconvertibilidad del billete


bancario, el comercio se negó a recibirlo, imposibilitando a la
población laboriosa adquirir hasta los artículos de primera
necesidad. La industria y el comercio se sintieron violentamente
sacudidos; el monto de los capitales empleados disminuyó
vertiginosamente. Según la Dirección de Impuestos, el conjunto
de los capitales sujetos a impuestos, invertidos en los
establecimientos comerciales e industriales de la República, que
en 1890 sumaban $103.739.615, quedaron reducidos en 1893 a
$55.605.779. Las rentas nacionales bajaron de $16.960.154 en el
ejercicio 1889-90 a $13.994.968 en 1893; y al dejar la
presidencia Herrera y Obes, el déficit del Estado llegaba a

50
Ibid., pág. 551.
$4.470.761. El comercio exterior que en 1889 sumaba
$52.577.970, en 1893 quedó reducido a $ 47.353.013.
En tales condiciones fácil es suponer en qué medida
repercutió la crisis sobre el nivel de vida de los trabajadores. En
los establecimientos a que nos hemos referido anteriormente,
había en 1890, 12.834 empleados y 21.803 obreros; en 1893, los
números eran 10.549 y 14.371, respectivamente. Además la
profundidad de la crisis puso en descubierto el grado de
hipotecamiento en que el país se encontraba sometido al
capitalismo monopolista extranjero. En un mensaje del Poder
Ejecutivo a la Asamblea General, solicitando recursos para hacer
frente a los gastos y cubrir la diferencia entre las entradas y las
salidas, decía:
"No es posible buscar economías considerables
dentro del Presupuesto General de

Gastos. De los 14.059.933 pesos a que asciende nuestro


presupuesto, 9.050.938 corresponden al servicio de deuda
pública y garantía de ferrocarriles."

La crisis que afectaba al capitalismo en es cala mundial y


que en el país se encontraba agravada por los efectos de la
especulación ya señalada, caía como un alud sobre la economía
nacional, estrujada por el latifundio y por el capitalismo
extranjero. La burguesía había des alojado del poder a Máximo
Santos, terminando el período de gobiernos militares, pero sólo
había encarado la solución de algunos problemas -estímulo a la
industrialización que ya se venía cumpliendo-, pero ella misma
impidió diera resultado inmediato por haber favorecido la
especulación, porque continuó haciendo concesiones onerosas al
capitalismo extranjero y no realizó, siquiera, un débil intento para
solucionar el problema de la tierra, no quiso tocar el latifundio,
no dictó -ni podía dictar por los intereses que representaba- una
sola medida para aminorar los privilegios de los grandes
propietarios del suelo. Se confirmaba, también en el Uruguay, la
apreciación de Lenin, al criticar la forma como conduce la
burguesía la revolución democrática.51
Tal situación de debilidad frente a los que tenían en sus
manos las palancas más importantes

de la economía nacional, debía influir e influyó, sobre la marcha


del gobierno, sobre su orientación política, llevándolo a capitular
sin asomo de resistencia frente a las fuerzas de la reacción. Julio
Herrera y Obes dejó de lado las masas, que lo habían rodeado en
los días de su elección, para volver a la política de "élite", es
decir, a una forma de dictadura disimulada y utilizó la corrupción
y el fraude electoral para sostener a toda costa las posiciones que
ocupaba, al sentirse atacado por la mayor parte de los dirigentes
políticos, particularmente por aquellos que habían sido sus
compañeros de lucha contra las dictaduras militares, y por las
fuerzas populares.
"Si se observan todos los rasgos culminantes (del
gobierno, F. P.) -decía Batlle y Ordóñez- se verá
claramente que los verdaderos intereses nacionales nunca
han sido tomados en cuenta; muy al contrario, se verá que
han sido sacrificados a los intereses de lo que aquí llaman
51
"A la burguesía -señala Lenin refiriéndose a la revolución democrática en Rusia- le
conviene que la revolución burguesa no barra demasiado resueltamente todas las
supervivencias
alto comercio, o sea a los intereses de un grupo de
dependientes y factores de fábricas europeas, cuyos
productos introducen al país".52

Y más adelante agrega:


"El gobierno del doctor Herrera conserva la
apariencia de las formas constitucionales todavía, pero en
su carácter y en su tendencia es una verdadera dictadura".53

Ante la capitulación del gobierno de Herrera frente a las


fuerzas más reaccionarias, recomenzó la lucha por encauzar a la
República por las vías democráticas. Los dirigentes de los
partidos de la burguesía, secundados por fuertes sectores de la
pequeña burguesía, reorganizaron las masas, empeñados en
continuar la batalla. Por iniciativa de Batlle y Ordóñez y bajo su
dirección, se reconstruyó el Partido Colorado. Un partido de
nuevo tipo en el país, agrupando capas de la pequeña burguesía,
de obreros y de artesanos en clubes seccionales y de barrio.
También se reorganizó el Partido Nacional o Blanco, teniendo
como base las masas del campo.

52
del pasado, sino que deje en pie algunas de ellas; es decir, que esta revolución no sea del todo
consecuente, no se lleve hasta el final, no sea decidida e implacable." V. I. Lenin: "Dos tácticas en la
Revolución Democrática", Ob. esc., en tres tomos, Lenguas Extranjeras, Moscú, t. I, pág. 529.
Roberto Giúdice: "Batlle y el Batllismo", pág. 184.
53
Roberto Giúdice: "Batlle y el Batllismo", pág. 191.
En la primera etapa de la lucha, sacando ventajas de la
composición parlamentaria que no representaba la verdadera
orientación y fuerzas de los partidos en pugna, la fracción que
respondía a Herrera y Obes, pudo imponer en 1894 la candidatura
presidencial de Juan Idiarte Borda, luego de una porfiada lucha
en el seno de la Asamblea General. Exponente de los
antagonismos que dividían a las fuerzas políticas de la clase
dominante, fue aquella elección. Sólo después de veintiún días de
realizarse cuarenta

votaciones, salió triunfante la candidatura de Idiarte Borda. Pero,


como con razón se suponía, tal resultado no aquietó el ambiente
político, no aminoró la lucha que embistió amenazando es tallar
con violencia en cualquier momento y provocar nuevas crisis.
Idiarte Borda, reaccionario, atado al latifundio, a los intereses del
capitalismo británico y a los altos jerarcas de la Iglesia, era
resistido por las fuerzas de la burguesía, sin conformar a los
adversarios de ésta, particularmente a los latifundistas, que
advertían la debilidad del gobierno. De ahí que cada fracción
pusiera en juego las fuerzas de que disponía procurando tomar el
poder, y el mandatario se vio obligado a hacer frente, por un lado,
a la mayoría del Partido Colorado, y por el otro, al Partido Blanco
y a sus caudillos.
III
El proletariado

Cuando la lucha entre las fuerzas mencionadas adquiría


mayor agudeza, apareció de nuevo en escena el proletariado
nacional, organizado como clase independiente, con mayor
energía y mejor preparación que en ninguna otra época,
planteando sus propias reivindicaciones, pesando en la vida
económica y comenzando a gravitar en la vida política de la
República. Hacia fines de 1894, principios de 1895, se reunía
periódicamente un grupo de socialistas: españoles, italianos y
orientales -entre ellos Mario Lazoni, José

Capelans y Alejandro Garibaldi- que emprendieron la tarea de


organizar a los trabajadores con el propósito de conducirlos a la
lucha por sus reivindicaciones fundamentales. En abril de 1896 se
fundó el primer centro socialista en el país y el primero de mayo
de ese año, la clase obrera montevideana, bajo la dirección del
Centro Socialista, celebró por primera vez la gran fecha
internacional del proletariado.
Hacía ya algunos. 'años -como hemos señalado- existían
organizaciones obreras en el país y se registraron huelgas entre
los años 1880-1886, pero sólo fueron los primeros pasos. En
cambio el año 1896 figura como el año del comienzo de una
organización más firme del proletariado por el ritmo que
adquirió, por la cantidad de sindicatos creados, por el número de
obreros que en ellos ingresaron y por los gremios que abarcaron.
La rápida organización de los gremios obreros y la reivindicación
de la lucha contra los dueños de los instrumentos de producción,
mostraron, entonces, que, también en el Uruguay, la clase
destinada históricamente a suceder al capitalismo entraba en
acción teniendo como punto de partida -insistimos en esto-
elementales reivindicaciones de carácter económico, que han
constituido en todas partes pasos previos, preparando la marcha
hacia nuevos tipos de reivindicaciones económicas, sociales y
políticas.
En un breve período de tiempo los trabajadores
montevideanos lograron entrenar en la acción a masas compactas
y disciplinadas. Los distintos gremios se organizaron y
robustecieron. El sentido de asociación se amplió y surgió la

idea de unificar a toda la clase obrera. De las huelgas pequeñas de


talleres, aisladas la mayor parte de las veces, que caracterizaron
el incipiente movimiento anterior, se pasó hacia 1895-96, a las
huelgas de gremios enteros sostenidas por los demás trabajadores,
en muchos casos por el pequeño comercio interesado en la
elevación del nivel de vida de los explotados. En septiembre de
1895 se encontraban organizados en Montevideo los siguientes
gremios: albañiles y anexos, carpinteros, herreros, mecánicos y
anexos, pintores, marmolistas, picapedreros, zapateros,
tipógrafos, trabajadores de la Bahía (portuarios), tabacaleros,
sastres, costureras, constructores de carruajes y hojalateros.
¿Qué factores intervinieron para acelerar la organización
obrera en el país? El aumento visible del proletariado,
consecuencia de un desarrollo industrial con cierto grado de
concentración y una mayor extensión de los transportes; de 1876
a 1890 se fundaron 577 establecimientos industriales, algunos
ocupando varias decenas de trabajadores. En segundo lugar, las
pésimas condiciones de vida y trabajo de los asalariados,
agravadas por la crisis económica de 1890-91, que se hizo sentir
con intensidad hacia 1895-97.54

En tercer lugar, como había sucedido ya, la presencia de


dirigentes obreros activos y abnegados, venidos de Europa, que
habían participado en los movimientos proletarios de sus países
de origen. Y, finalmente, contribuyó a estimular la organización
de la clase obrera uruguaya, la intensa agitación de los
trabajadores argentinos, las grandes luchas que tenían por
escenario la ciudad de Buenos Aires. En enero de 1895 estalló un
poderosa huelga en el puerto de aquella capital extendiéndose a
lo largo de todo el litoral argentino. En esa época, se encontraban
organizados casi todos los gremios de Buenos Aires; los
anarquistas contaban con numerosos grupos activos y el Partido
Socialista tenía doce "centros" agrupando a 1.175 afiliados.
Organizada en gran parte, la clase obrera uruguaya se
lanzó a la lucha. A partir de 1895 las huelgas se sucedieron casi
sin interrupción, abarcando diversos gremios de Montevideo,
entre ellos los de la construcción y de los transportes urbanos, y
en enero de 1896 se inició la huelga más importante registrada
hasta entonces en la República, pues afectaba servicios
fundamentales de la vida económica del país: transportes
marítimos y fluviales y el puerto de la capital.
54
El 8 de marzo de 1897, el diario "La Tribuna Popular", decía: "Una de las más importantes fábricas
de calzado de esta plaza ha cerrado sus puertas. Todos los negocios están paralizados y no es
posible retener el más pequeño número de obreros. Otras casas de importancia también han
reducido su personal, en vista de la mala época que se presenta y de la inutilidad. de los empleados."
Los dirigentes políticos de la joven burguesía que
combatían la reacción adueñada del poder, comprendieron que la
clase obrera organizada era un factor importante en la batalla que
libra ban procurando encaminar al país hacia soluciones
democráticas, y trataron de aprovechar esa nueva fuerza que
surgía, en beneficio de los intereses

burgueses que representaban y defendían. Para lograr este


objetivo entendieron que el mejor medio era emprender una
política de concesiones a los trabajadores, que le quitara como
clase organizada la independencia que éstos deben mantener
invariablemente frente a los explotadores y a las fuerzas políticas
que los representan. Esto aun en los casos en que el proletariado
entiende que debe apoyar las luchas de otras clases sociales, si
esas luchas tienen un contenido progresista, pues esta
independencia ayuda a avanzar a todo el proceso revolucionario y
de liberación nacional y pasar luego, sin ataduras, a etapas
superiores de lucha. Tal la cuestión que se plantearía más tarde al
llegar también para el Uruguay, el instante de enderezar todas las
fuerzas hacia la revolución agraria y antimperialista, en que el
proletariado, en forma definitiva, se transforma en clase dirigente.
En las columnas de la prensa burguesa de oposición a
Idiarte Borda, se encontraban comentarios y artículos
aplaudiendo y estimulando la organización y luchas de los
trabajadores. Así, por ejemplo, el diario "El Día", propiedad de
José Batlle y Ordóñez, decía el 24 de julio de 1895, comentando
el discurso pronunciado por un dirigente obrero:
"Vemos, pues, con simpatía el movimiento obrero
que se inicia entre nosotros. Este discurso es una de las
primeras notas del movimiento obrero en nuestro país, y
de sus resultados, del triunfo de sus ideales que llevan por
bandera el bienestar humano sin distinción

de rangos, sin privilegios, de ese triunfo han de participar


los pueblos de América libre y ha de repercutir sobre las
instituciones florecientes".

Otro diario burgués opositor, "La Prensa", refiriéndose a


las huelgas, el 19 de agosto del mismo año expresaba:
"Cuando sea capaz (el proletariado, F. P.) de
intervenir con éxito en el movimiento político y en el
destino de la nación, habremos dado un gran paso en el
camino del verdadero progreso, preparando el
advenimiento de un gobierno verdadera mente popular, de
que es un remedo infame la administración del señor
Borda."

También los jefes de la reacción comprendieron la


importancia que adquiría la organización de los obreros y sus
luchas. El gobierno aplicó cuanta medida represiva tuvo al
alcance de la mano para destrozar el movimiento obrero en
ascenso. Decenas de trabajadores huelguistas fueron
encarcelados, las reuniones sindicales obstaculizadas o
prohibidas. La huelga de los trabajadores portuarios terminó
aplastada por las fuerzas represivas del Estado y la de los
tranviarios fue declarada "movimiento político" y la organización
colocada al margen de la ley.55

IV
La crisis política

Hacia fines de 1896 la situación de la República se hizo


insostenible; el ambiente nacional se colmó de inquietudes y
zozobras. La crisis económica se sentía cada vez con mayor
intensidad y los desórdenes administrativos y la falta de garantías
individuales acumularon descontento en el seno de las masas. El
3 de setiembre, el periódico "La Voz del Obrero", decía:
"Se nota en todos los ramos del trabajo una
paralización aterradora. La escasez de trabajo que existe
desde hace tiempo ha venido a colocar a la clase proletaria
en una situación crítica."

Como tenía que suceder, a medida que el gobierno de


Idiarte Borda intensificaba su política antipopular, se
intensificaba también la lucha de las fuerzas de oposición y ella
se manifestaba en dos sentidos. Por una parte, la burguesía y el
proletariado urbano pugnaban con toda energía por devolver al
país el disfrute de las libertades restableciendo el régimen
democrático, y, paralelamente, como hemos visto, combatía por
conseguir

55
) El 26 de enero de 1896, la firma comercial Rodríguez Semaden y Cía., luego de ter minada la
huelga portuaria con la derrota de los obreros, envió a la Comandancia de Marina la siguiente nota:
"Señor Capitán General de Puerto
coronel don Julio Muró: Cumplimos con el deber de expresar a Vd. nuestro sincero agrade cimiento
por el valioso concurso prestado por la repartición a su cargo durante la huelga de los trabajadores
de la Bahía." "El Día" 27 de enero de 1896.

mejores condiciones de vida y trabajo. Por la otra el Partido


Blanco aprovechó las dificultades del gobierno para intentar la
toma del poder político. En diciembre de 1896 Aparicio Saravia,
caudillo de las fuerzas terratenientes, terrateniente él mismo, se
levantó en armas; y aun cuando la insurrección fue rápidamente
sofocada, sus fuerzas se dispersaron, no renació la tranquilidad en
el ambiente nacional.
Hacia los primeros meses de 1897 se agravó la situación
política del país. En febrero, cuando se consideraba inminente la
iniciación de un levantamiento armado, se organizaron grandes
demostraciones públicas de protesta. El día 24 des filaron treinta
mil personas exigiendo paz a cualquier precio. Formaron en la
columna distintas clases sociales; el comercio cerró sus puertas,
fuertes contingentes de trabajadores corrieron a engrosar las filas
de manifestantes y figuraban adheridos, como gremios, los
vendedores de diarios y los cocheros de plaza. Sin embargo, nada
podía detener la marcha de los acontecimientos que se
desenvolvían con extraordinaria rapidez; y en marzo se reanudó
la insurrección resuelta por el Partido Blanco, dirigida por los
caudillos militares Diego Lamas y Aparicio Saravia. El 17 de ese
mes el ejército blanco obtuvo una importante victoria en la
batalla de Tres Arboles, y poco después fue derrotado en el
combate de Arbolito. A estos hechos de armas sucedieron otros
encuentros de menor importancia: en Cerros Colorados, Cerros
Blancos, Aceguá, sin aportar un triunfo decisivo a ninguno de los
dos bandos.
Los dirigentes del Partido Colorado que respondían

a los intereses de la burguesía industrial y combatían al gobierno


de Borda, creyeron ver que el levantamiento armado, por los
grupos que lo dirigían, no perseguía como fin el afianzamiento de
la democracia, a pesar de las sugestivas consignas que agitaba:
"libertad de sufragio y garantías individuales", sino que, era la
insurrección un medio utilizado por los terratenientes para tomar
el poder y ponerlo completamente al servicio de sus intereses. La
fórmula de paz que más tarde puso fin a la contienda armada,
mostró sin lugar a dudas que éste y no otro era el objetivo
perseguido por los caudillos Saravia y Lamas y por el Directorio
del Partido Blanco.
"La insurrección blanca que germina en los vecinos
territorios -decía Batlle y Ordóñez en un artículo
publicado en el diario «El Día» el 18 de enero de 1897- es
un fenómeno que puede reputarse como excepcional.
Veinticinco años que no se pensaba que una revolución
blanca fuera cosa posible. Ha sido necesario que el señor
Idiarte Borda ocupara la presidencia de la República y se
empeñara como por deliberado pro pósito en abatir y
desquiciar al Partido Colorado, para que el Blanco pudiera
pensar en una revolución".

La agitación popular, la lucha tenaz de la oposición a


Borda no disminuyó con la guerra civil; a la inversa, fue
creciendo rodeada de un clima de violencia, particularmente en
Montevideo. El 25 de agosto de ese año, un balazo certero
disparado por un joven ciudadano, puso fin a la vida

de Idiarte Borda y ocupó la presidencia de la República el


presidente del Senado, Juan Lindolfo Cuestas.
De todos los rincones del país volvieron a sentirse voces
exigiendo la vuelta a la normalidad, y, el 18 de setiembre, se
firmó el convenio de paz entre los representantes del gobierno
legal y los caudillos insurreccionados; y en él se estableció que se
entregarían al Partido Blanco la dirección política y económica de
siete departamentos, quebrando, con ello, la unidad política que
la Constitución de la República establecía.

V
El gobierno de Juan Lindolfo Cuestas señala un
nuevo avance de las fuerzas de la burguesía

La agitación contra el gobierno de Idiarte Borda y la


minoría oligárquica que lo sostenía, se transformó en un poderoso
movimiento de apoyo al nuevo mandatario, que había formulado
un programa de realizaciones democráticas y de lucha contra la
supervivencia de la reacción política.
La mayor parte de las clases sociales, con excepción de los
terratenientes y la minoría que capitaneaba el ex-presidente Julio
Herrera y Obes, estaban empeñadas en cambiar la orientación del
gobierno, para asegurar al país un período de tranquilidad y abrir
nuevos cauces a su vida eco nómica, y para ello se alinearon
tratando de impulsar a Cuestas en esa dirección. Firmado por
comerciantes

mayoristas y minoristas apareció un manifiesto de franca


adhesión a la política enunciada por el Presidente de la
República, y en marzo de 1898, con el título: "Cambio de
situación", el periódico "La Voz del Obrero" decía:
"Por fin, se ha despejado el horizonte de esta
desgraciada tierra, cuyos destinos han sido confiados a un
honrado ciudadano. Una nueva era de moralidad
administrativa, de respeto a las leyes, a las libertades y al
sufragio parece renacer en reemplazo del despotismo."

Todas estas fuerzas querían que Cuestas continuara en el


gobierno, luego de cumplir el período que correspondía a Idiarte
Borda, y, cuan do se acercó la fecha que la Constitución
establecía para el cambio de la Presidencia de la Re pública,
cobró nuevo impulso el movimiento popular en apoyo de
Cuestas. Como medida previa, las fuerzas democráticas exigieron
la disolución del Parlamento, fruto del fraude y en el cual se
encontraba parapetado el grupo de legisladores que respondía a
Julio Herrera y Obes, que había sostenido la política de Idiarte
Borda, y se aprestaba a retomar el poder. En noviembre de 1897,
la Comisión Directiva del Partido Colorado convocó una
manifestación política, desfilando más de 50 mil personas en
adhesión a la candidatura de Cuestas. Así fue como, respaldado
por las masas, el gobierno sofocó algunos intentos de
levantamientos, como el motín militar del 4 de julio de 1898,
disolvió las Cámaras, introdujo reformas en el sistema electoral y
llamó a

nuevas elecciones, asegurando el triunfo de su candidatura en la


forma que lo reclamaba el pueblo y dictó disposiciones
restringiendo la intromisión del alto clero en los asuntos del
Estado.
El gobierno de Juan Lindolfo Cuestas -agosto de 1897-
febrero de 1903- desenvolvió su acción, cuando el capitalismo en
las grandes potencias culminaba su proceso de formidable
concentración (trusts y cártels), que ponía fin al capitalismo de la
libre concurrencia y llegaba a su etapa superior: el imperialismo.
La nueva etapa se iniciaba en condiciones especiales con la
aparición en escena de tres nuevas potencias imperialistas:
Alemania, Estados Unidos y Japón, que encuentran el mundo
repartido entre los viejos Estados colonialistas: Inglaterra,
Holanda, Francia, Bélgica y Portugal. Esta situación traía en sí
los gérmenes para el desencadenamiento de luchas rabiosas por
fuentes de materia primas, por zonas de influencia y por
mercados, pues mientras los recién llegados no se resignaban a
carecer de "espacio vital" -frase que habría de estar en boga
muchos años después- los ya bien colocados y afirmados viejos
explotadores de colonias, no se mostraban dispuestos a perder
terreno.
Esta lucha por posiciones había comenzado ya en América
Latina; y el primero de los "jóvenes" en presentarse fue el
imperialismo germano, utilizando diversas formas y métodos, de
acuerdo a las condiciones de cada país, en cuya vida económica
pretendía penetrar: concesiones en empresas de servicios
públicos, instalación de bancos,

empréstitos y comercio. La penetración del imperialismo


germano en el Uruguay -como veremos más adelante- se realizó
utilizando, particularmente, el comercio mayorista, y era bien
explicable que así fuera. La posición geográfica del Uruguay, que
ya en plena época colonial fue factor de la existencia de una
economía casi exclusivamente mercantil, le dio ciertas
particularidades a la entonces Banda Oriental, a la guerra de
liberación iniciada en 1811, e hizo que el Uruguay, constituido
como Estado independiente, se convirtiera, sobre todo
Montevideo, en centro de importación de artículos
manufacturados en cantidades considerables, muy superiores a la
capacidad de absorción de la República, y, a la vez, en centro de
exportación de una buena parte de lo importado hacia el sur del
Brasil, hacia el Paraguay y en menor escala hacia Bolivia.
Nada de extraño fue que en este terreno, que ofrecía el
comercio de importación, lanzara el imperialismo alemán una
formidable y continua. da ofensiva contra sus rivales, contra
Inglaterra y demás países proveedores de mercancías
manufacturadas. De esto nos ocuparemos más adelante.
En los primeros años de gobierno, Cuestas tropezó con las
dificultades inherentes a la crisis mundial del capitalismo, que
perduraba desde hacía ya tiempo y a ello se añadía la secuela
dejada por la especulación de la época de Tajes, dificultades que
el país no pudo vencer rápidamente al iniciarse el período de
prosperidad, debido al estancamiento en las formas de
elaboración de los

productos de la ganadería -particularmente la carne- que


inmovilizaban, y aun hacían retroceder las cifras de su
exportación. La consecuencia de la abolición de la esclavitud en
el Brasil y, más recientemente, la separación de Cuba de España,
repercutieron sobre el mercado del tasajo, no siendo compensado
por la exportación de otros productos y sub-productos ganaderos.
En el quinquenio 1893-1897 -período de crisis- el valor de las
exportaciones de estos productos sumó $153.178.000 y en el
quinquenio 1898-1902 fue menor al anterior en $1.049.000.
A las dificultades económicas se unía como factor serio la
conformación política del país, resultado del convenio de paz
firmado en 1897 entre el gobierno de Cuestas y los caudillos
blancos. Por ese convenio -decimos- se entregaba al Partido
Blanco la administración y el gobierno de siete departamentos,
dando a estas fuerzas una sólida base política y militar. Por un
lado, pues, los caudillos blancos, por otro las poderosas empresas
monopolistas extranjeras que explotaban los servicios públicos,
presionaban incesantemente al gobierno. A estas fuerzas se unían
los comerciantes mayoristas e industriales impresionados por el
rápido y extraordinario crecimiento de las organizaciones obreras
y la combatividad que exhibían.
Empero, pese a las dificultades que hemos señalado, el
país no podía ya detenerse en su avance hacia la consolidación de
las relaciones capitalistas de producción. Ni aun el gobierno de
Idiarte Borda, clerical y reaccionario, trabado por

la guerra civil de 1897, determinó su retroceso; a la inversa, se


registraron algunos avances, pero ellos fueron más pronunciados
y firmes durante los cinco años del gobierno de Cuestas, que
permitieron abrir posibilidades a la aplicación del programa
burgués-reformista que formularía más tarde José Batlle y
Ordóñez. Luego de sobrepasar la doble crisis de 1890, en los
últimos años del siglo XIX, el país obtuvo saldos favorables en su
balance del comercio exterior, lo cual contribuyó a una mayor
acumulación capitalista. De 1897 a 1902, las importaciones
sumaron $141.136.850 y las exportaciones $187.135.191
quedando, por lo tanto, un saldo a favor de la República de
$45.998.341.
Dos factores principales contribuyeron a estos resultados:
el aumento de las exportaciones de lanas, que vino a compensar
el debilitamiento de las ventas de tasajo y la disminución de la
importación de artículos industriales que ya se producían en el
país. Así, mientras en el quinquenio 1888-1892, la exportación de
lana alcanzó un valor de $40.230.654, en el quinquenio 1898
1902 fue vendida al exterior lana por valor de $52.065.919. En
cuanto a las importaciones, si tomamos algunos renglones para
que ellos sirvan de ejemplo demostrativo, nos encontramos que el
valor del calzado introducido al país, que fue de 694.000 pesos en
el quinquenio 1879-1883, descendió a $222.000 en el quinquenio
1894-1898. En 1889 fueron comprados en el exterior 2.129.038
litros de alcohol y 1.444.500 en 1898; en estos mismos años, el
valor de la ropa importada

fue de $ 240.269 y $ 154.009, respectivamente.56


Durante el gobierno de Cuestas se adoptaron nuevas medidas
para apresurar el desarrollo de las industrias. En 1898 se autorizó a la
firma comercial Salvo y Campomar a instalar una fábrica de tejidos en
Montevideo y luego la Asamblea General dictó una ley suprimiendo los
derechos de aduana a las máquinas y materias primas destinadas a la
industria textil: yute, algodón en rama sin hilar ni cardar ni peinar; otra
ley protegiendo la industria del papel y otra la del azúcar.
Y, en consonancia Cuestas se empeñó en dar gran impulso a las
obras públicas, entre ellas las del puerto de Montevideo, que se iniciaron
en 1901, y continuaron las inversiones del capital monopolista
extranjero, particularmente en el tendido de vías férreas. En 1900 las
vías de ferrocarril tenían una extensión de 1.604 kilómetros; en 1902,
final de la administración de Cuestas, su longitud era de 1.964 km.
alcanzando ya los lugares más alejados de la capital: Rivera, Salto, Santa
Rosa del Cuareim y se daba término a los proyectos de ampliación de
las líneas del este con objeto de hacerlas llegar a Cerro Largo, Villa
Artigas (luego se denominó Río Branco).

56
Esta diferencia aparece más pronunciada si se tiene en cuenta que en 1889 la población de la
República era de 683.943 habitantes y en 1898 de 863.840.
No está demás señalar, a esta altura, -el fenómeno es general en
los países proveedores de materias primas- que las líneas
ferroviarias en

el país, entonces en poder del capitalismo británico no se


construyeron para asegurar la circulación de mercancías en
general, sino, con el fin de unir los grandes centros ganaderos al
principal puerto de embarque, Montevideo.57
Con el impulso que habían adquirido las fuerzas
productivas, con el mayor desenvolvimiento de la industria, con
la construcción del puerto de Montevideo y el tendido de nuevas
vías férreas, aumentó proporcionalmente el proletariado nacional
y adquirió un mayor grado de concentración. En esa época el
movimiento sindical uruguayo emprendió un nuevo rumbo,
debido al crecimiento de las fuerzas anarquistas, que tomaron
entre sus manos la dirección de las grandes batallas obreras.
Los socialistas, iniciadores de la organización obrera
nacional, en su segunda etapa, perdieron perspectiva, no
comprendieron la forma como había que encarar las luchas, no
vieron con claridad lo que de nuevo existía, ni midieron en toda
su extensión la importancia de las luchas que se avecinaban ni
cómo había que organizarlas y dirigirlas.
57
En carta dirigida a Danielson, Marx decía: "En general los ferrocarriles dieron por supuesto un
inmenso impulso al desarrollo del comercio exterior, pero en los países que exportan, principalmente
materia prima, el comercio aumentó la miseria de las masas. No sólo por cuanto las nuevas deudas
contratadas por el gobierno para el fomento de los ferrocarriles aumentaron el peso de los impuestos
que las aplasta, sino también por cuanto desde el momento en que toda producción local pudo
convertirse en oro internacional, muchos artículos anteriormente baratos
Por eso los trabajadores aceptaron la dirección anarquista que,
pese a su sectarismo, a la orientación "antipolítica", economista,
estrecha, hicieron en aquel momento lo que los trabajadores
querían que se hiciera: organización y lucha.
Las condiciones de vida del proletariado nacional, su
rápida organización, indicaban el comienzo de un poderoso
movimiento de huelgas, teniendo como principales consignas
reivindicativas la disminución de la jornada de labor y el aumento
de salarios. Este movimiento apuntó levemente en los primeros
días de 1901, tomó impulso hacia noviembre y diciembre y
continuó sin interrupción durante varios meses del año siguiente
englobando a decenas de miles de obreros de las industrias y de
los transportes urbanos, marítimos, portuarios y los ocupados en
la construcción del puerto de Montevideo. Y, a me dida que el
proletariado intensificaba la lucha, la propaganda de la prensa
reaccionaria adquiría mayor violencia, instando a Cuestas a
proceder contra los trabajadores y Cuestas no se hizo rogar.
tos debido a que eran invendibles en gran escala -tales como la fruta, el vino, el pescado, etc.
encarecieron y desaparecieron del consumo popular; en tanto que la producción misma, me refiero a
la clase especial de producción, se transformó de acuerdo a su mayor o menor adaptabilidad a la
exportación, cuando anteriormente estaba principalmente adaptada al consumo local." Marx y
Engels: "Correspondencia", pág. 376. Ed. Problemas, Buenos Aires.

La capitulación del mandatario ante las fuerzas más


reaccionarias se traducía en concesiones a los caudillos del
latifundio y en medidas represivas contra las organizaciones
obreras. Una de legación del Partido Colorado se apersonó a
Cuestas solicitándole adoptara medidas contra los manejos de los
blancos en los departamentos que administraban, recibiendo de
labios del primer mandatario la siguiente repuesta: "No puedo, se
ría la revolución". En cambio ordenó una cruzada contra los
trabajadores y sus mejores dirigentes.
A partir de setiembre de 1901, las reuniones obreras
fueron prohibidas y dificultadas; la policía clausuró varios locales
sindicales, sobre los restantes estableció severa vigilancia.
Empero, la clase trabajadora no retrocedió ni un paso frente a la
reacción. Ocupó el puesto que le correspondía y respondió a las
medidas gubernamentales acentuando la propaganda y aprestando
sus fuerzas para resistir. Una delegación obrera se apersonó al
jefe de policía manifestándole: "La clase obrera está dispuesta a
hacer valer sus derechos por todos los medios." La prevención
surtió efecto, los locales de los sindicatos fueron abiertos y
puestos en libertad los dirigentes que habían sido detenidos.
La complacencia de Cuestas con los sectores más
destacados de la reacción, se expresó en concesiones continuas a
los terratenientes, a los mismos caudillos militares y políticos del
latifundio y se vio más tarde con absoluta claridad al plantearse la
cuestión de las candidaturas a la Presidencia de la República.
Tres eran los candidatos

en juego: José Batlle y Ordóñez, Mac Eachen y Juan Carlos


Blanco. Poco después la lucha se polarizó en derredor de Batlle y
Ordóñez y Mac Eachen, representando cada uno lo fundamental
de las fuerzas en pugna. En derredor de Mac Eachen se
encontraron las fracciones del Partido Blanco, las ligadas a los
grandes terratenientes y ganaderos, la de los representantes del
capital monopolista británico con intereses en el país y la fracción
conservadora del Partido Colorado que respondía a los intereses
del comercio de exportación. Junto a Batlle y Ordóñez, se
agrupaban los representantes de la burguesía industrial, de la
pequeña burguesía, capas del pequeño y medio ganadero,
determinadas capas del proletariado y una fracción del Partido
Blanco, ligada a sectores industriales y pequeños estancieros y
por lo tanto, lo más adelantado de ese partido.
Cuestas apoyó la candidatura de Mac Eachen. El pleito
electoral terminó el 19 de marzo de 1903 con la elección de José
Batlle y Ordóñez, y, con ello, se afirmó el dominio de la
burguesía, particularmente industrial, en el poder y se inició una
nueva etapa en el desenvolvimiento progresivo del país.
CAPITULO VII

TRIUNFO DE LAS FUERZAS DE LA BURGUESIA

I
La primera presidencia de José Batlle y
Ordóñez. Consolidación de las formas
democráticas de gobierno

En la intensa batalla librada dentro y fuera del Parlamento,


decimos, resultó triunfante la candidatura de José Batlle y
Ordóñez para ocupar la Presidencia de la República, votada por la
mayoría de la Asamblea General, compuesta por los colorados
contrarios a la política capitulacionista de Cuestas y siete
legisladores blancos (nacionalistas), opositora a los caudillos de
su partido, disidentes de la fracción que representaba los intereses
de los terratenientes y grandes ganaderos. La elección fue
exponente de las agudas contradicciones que existían en el seno
de los conglomerados políticos de las clases privilegiadas. De
todas maneras, la ascensión de Batlle y Ordóñez al poder
contribuyó a afirmar las posiciones de la burguesía en la
dirección de la vida
política y económica en el país. Si la acción desarrollada por el
gobierno de Lorenzo Latorre, señaló cambios de importancia en
el proceso del desenvolvimiento de las fuerzas productivas en el
país, la elección de Batlle y Ordóñez el 1º de marzo de 1903,
señala el principio de una nueva etapa hacia un mayor
crecimiento de esas fuerzas, hacia modificaciones en los métodos
de dirección política de la República.
Así lo comprendieron las masas populares. Nuevamente el
país, particularmente Montevideo, asistió a un extenso e intenso
movimiento de grandes multitudes, que exigían cambios
efectivos en la vida económica y política del país. El pueblo
movilizado urgía la iniciación inmediata de reformas capaces de
sacar a la República de la situación de estancamiento en que se
encontraba. Los gobiernos que sucedieron a las dictaduras
militares, es decir, los que tuvo el país en el período comprendido
entre los años 1887-1903, no aportaron mayores cambios ni
estuvieron en condiciones de hacerlo, aun cuando, con altibajos,
la República había andado un buen trecho en el proceso de su
desarrollo económico. En ese período se fueron preparando las
condiciones para cambios más acentuados. Las importaciones
que en el quinquenio 1876-1880 sumaron $162.719.319, se
elevaron en el quinquenio 1896-1900 a $275.442.355 y la
importancia del desarrollo comercial lo indica, también, el hecho
de que en el año 1886 arribaron al país 4.101 buques con un
registro total de 2.182.000 toneladas y en 1903 el número de
buques llegados fue de 4.468-367 más- pero sumaban en
conjunto 5.799.000 toneladas

En 1898 el capital invertido en la industria y el comercio en el


país era de $ 57.834.000 y en 1903 $66.200.000 y el número de
obreros y empleados de la industria y el comercio era en los años
señalados, de 29.416 y 36.505 respectivamente.
Como hemos señalado ya, durante los prime ros años que
siguieron a la independencia, el Uruguay importaba la casi
totalidad de los artículos manufacturados que consumía y recién
en la segunda mitad del siglo XIX aparecieron las primeras
industrias fabriles creciendo al principio con extrema lentitud. En
1860 se instaló la primera fábrica de calzado; en 1862 comenzó a
funcionar la primera fábrica de muebles movida a vapor; en 1897
se inauguró en Paso Molino la primera fábrica de tejidos, siendo
reequipada con maquinaria moderna en 1899, y en la misma
época entraba en funciones la primera fábrica de papel y se
encontraban en marcha varios talleres de fundición de hierro y de
bronce. Fue el principio de la "revolución industrial" uruguaya.
Junto al alambrado de los campos quedó planteada la
cuestión del aumento de la exportación de los productos de la
ganadería, cuya forma de conservación casi exclusivamente era la
salazón, para lo cual -ya lo hemos dicho- sólo había dos
mercados importantes: Brasil y Cuba. Durante mucho tiempo se
buscó afanosa mente nuevas formas de conservación de la carne,
pues cada vez se restringían más los clásicos mercados del tasajo.
"En los años que corren al final del siglo XIX-dice
Ruano Fournier, en su obra

«Estudios Económicos de la Producción de Carnes en el


Río de la Plata», la matanza saladeril aflojó, pues de haber
llegado en años anteriores a una cifra que giraba sobre
700.000 reses, en el lustro 1891-95 el promedio es de
571.000 y en el lustro siguiente, 572.000. En cuanto a la
exportación de tasajo los números siguientes dicen de su
estanca miento:
Años Toneladas
1894 56.000
1899 59.000
1903 57.000
En cuanto a la exportación de los extractos de carne que
constituían otro renglón de importancia en la venta al
exterior, su situación era igual a la del tasajo: siendo las
cifras de exportación:
Años Toneladas
1890 810
1891 700
1902 790
1903 710

Urgía, pues, encontrar otros métodos en el tratamiento de


la carne destinada a nuevos mercados para lograr aumento en las
cifras de su ex portación.
"En 1890 -añade Ruano Fournier, en la obra citada-
una firma presentó al Cuerpo legislativo un proyecto, por
el cual se comprometía a destinar $3.500.000 para
comprar campos y criar ganados de alta mestización,

a adquirir navíos especiales para ex portar ganado y traer


emigrantes de Eu ropa... ".58

Hubo otros proyectos que tampoco tuvieron andamiento;


el problema debía quedar solucionado años más tarde con la
conservación de la carne por medio del frío, cuyo inventor fue
Charles Tellier que, apoyado por dos uruguayos: Francisco Lecoq
y Federico Nin Reyes, logró después de algunos fracasos, obtener
éxito completo con un cargamento de carne transportada en el
vapor "Le Frigorifique", que partió de Burdeos el 20 de setiembre
de 1876, llegando al Río de la Plata con la carne en perfecto
estado de conservación.
Sin embargo, la industria frigorífica recién hizo su
aparición en el país en 1904, y ella estaba destinada a producir
cambios fundamentales en las formas de producción de lo que
constituye aún la industria básica del país. Su desarrollo debía
hacer desaparecer la vieja estancia, para dar paso a
establecimientos ganaderos modernos con acentuadas formas
capitalistas de producción, con la inversión de capitales en la
adquisición de animales de raza fina y en instalaciones
especiales: potreros, bretes, baños, en reemplazo de la boleadora,
del lazo, de la faena a campo abierto. En 1897 había en toda la
República, entre importados y nacidos en el país, 52 animales de
raza fina; en 1901 la cifra alcanzaba a 455 y en

58
Ruano Fournier: "Estudios Económicos de la Producción de Carnes en el Río de la Plata".
1906 a 2.030. Así comenzó la desaparición del ganado criollo,
cuyo rendimiento en carne era sólo de 40 al 45 por ciento del
peso vivo, mientras que los mestizos dan del 50 al 55 por ciento.
Según el censo agropecuario realizado en 1908 la
existencia de ganado bovino criollo era de 2.700.000, sobre un
total de 8.000.000 y en los censos de 1916 y 1925 las cifras de los
animales criollos habían desaparecido.59

II
La lucha interimperialista en el país

Como es posible ver por el panorama que ofrecía el


Uruguay, eran excelentes las condiciones para lograr un amplio
desarrollo independiente, pero, es bien sabido, que en los países
de América Latina, como en la totalidad de los países coloniales
y dependientes, aparecía como cuestión imposible hablar siquiera
de desarrollo in dependiente por la posición a veces entreguista,
otras vacilante de la burguesía. Esas posibilidades recién
aparecen y se transforman en realidad, cuando se desalojan en
cada país donde existen es tas condiciones, a las fuerzas del
imperialismo y se destruye el sistema latifundista, tarea que
deberá cumplir el proletariado en alianza con todas las fuerzas
progresistas en cada país de América.

59
Ruano Fournier: "Estudios Económicos de la Producción de Carnes en el Río de la Plata".
Hemos visto ya cómo, a partir de los años 70 del siglo
XIX, el capital monopolista británico había penetrado en el país,
invirtiendo en empresas de servicio público: ferrocarriles,
transporte urbano de pasajeros, gas, aguas corrientes, teléfonos y
telégrafos, en instalaciones de bancos y grandes casas
comerciales; en compañías de seguros, en tierras y en
empréstitos. De hecho, importantes palancas de la economía
nacional quedaron en sus manos, y, como consecuencia fue de
peso la influencia política que ejerció Gran Bretaña en el país. Al
llegar los representantes de las poderosas compañías inglesas,
establecían ligazón con los terratenientes y grandes ganaderos, es
decir, con los dueños de la producción básica de la República.
Los integrantes y representantes de estas fuerzas no tenían interés
en acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas; al capitalismo
británico le convenían mucho el sistema del monocultivo, la no
existencia de una industria fabril para que el Uruguay, como toda
América, continuara indefinidamente siendo proveedora de
materias primas y cliente obligado de su producción industrial; y
los terratenientes y ganaderos aspiraban a mantener incambiada
la estructura agraria y el sistema de la ganadería extensiva, con el
fin de enviar al mercado exterior carnes, lanas y cueros y adquirir
en el extranjero los artículos industriales necesarios. No fue por
casualidad, sin duda -insistimos- que el trazado de los
ferrocarriles no se hizo con el fin de asegurar la circulación
normal de mercancías pro cedentes de una industria nacional
desarrollada y diversificada, sino partiendo de las regiones
ganaderas
hacia Montevideo, principal puerto de embarque.
Sabido es, además, que a principios del presente siglo,
cuando el capitalismo de los grandes países, "maduro y
remaduro", al decir de Lenin, pasaba decididamente a su última
fase, la fase imperialista, tres nuevas potencias: Estados Unidos,
Alemania y Japón llegaban encontrando al mundo ya repartido
entre Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal. Empero,
lejos de aceptar esta situación, los recién llegados provocaron una
intensa lucha por un nuevo reparto del mundo, es decir, de las
fuentes de materias primas y de los mercados. La lucha en
nuestro país se realiza entre el imperialismo inglés para conservar
posiciones y conquistar nuevas y el alemán primero y luego el
estadounidense que pugnaban por abrirse paso.
El imperialismo germano al llegar al Uruguay -señalamos-
se orientó a tomar posiciones en el comercio mayorista. En
servicios públicos sólo logró obtener la concesión de explotar una
parte de la red de tranvías eléctricos en Montevideo e instaló el
Banco Alemán Transatlántico, filial del Reich Bank. Pero el
joven imperialismo germano, aprovechó con eficacia las
características del comercio uruguayo de importación y en parte
de exportación. El hecho de que, hasta el estallido de la primera
guerra mundial el Uruguay, Montevideo más concretamente, por
su posición geográfica tuviera un comercio de importación
superior, considerablemente superior a la capacidad de absorción
del país, favoreció los planes del capitalismo alemán. La capital
de la República
era un fuerte centro de reexportación de mercancías europeas;
parte de ellas eran introducidas en el país y parte quedaban en los
depósitos de aduana para ser reembarcadas con destino a Brasil,
Paraguay, y en menor escala a Bolivia y el este argentino. Brasil
que aún no disponía de puertos adecuados en Rio Grande do Sul,
ni buenas vías terrestres de comunicaciones, era el gran mercado
para el comercio de tránsito. Procedente de Montevideo existía
una corriente comercial continua hacia Uruguayana, Santa Ana
do Livramento y Yaguarón. En este terreno, con el propósito de
desalojar el clásico comercio mayorista montevideano en poder
de españoles, italianos, ingleses y franceses, entraron a competir
grandes firmas alemanas, entre ellas la fuerte casa Staud y Cía.,
subvencionada por el gobierno у alemán, importadora de
artículos europeos, preferentemente germanos y exportadora de
artículos uruguayos.60
El imperialismo norteamericano trató de apoyarse en las
fuerzas de la burguesía nacional afianzada en el poder con la
elección de Batlle y Ordóñez y se orientó a adueñarse de la
industria

60
"Si Alemania -decía Lenin polemizando con Kautsky- desarrolla más rápidamente que Inglaterra su
comercio con las colonias inglesas, esto demuestra... que el imperialismo alemán es más lozano,
más fuerte, está mejor organizado que el inglés, que es superior a él, pero no demuestra ni mucho
menos la preponderancia del libre cambio, porque no es él el que lucha contra el proteccionismo,
contra la dependencia colonial, sino que un imperialismo lucha contra otro, un monopolio contra otro,
un capital financiero
frigorífica que daba los primeros pasos en el país y conceder
empréstitos, en una fuerte lucha con el imperialismo inglés.
"En los primeros gobiernos batllistas: 1903-1907;
1911-1915 -se lee en la revista. "Estudios"- pesó
decisivamente en el gobierno la burguesía nacional, aliada
a una capa de los ganaderos, a la cual le interesaba una
determinada evolución económica del país. La burguesía
nacional, en contradicción con los imperialistas ingleses,
los grandes terratenientes semifeudales y sectores del gran
comercio importador, estableció relaciones con los
imperialistas norteamericanos a los cuales facilitó su
entrada al país."61

En este mismo número de la revista "Estudios", se ofrece


un cuadro completo de la forma como se desarrolló la lucha entre
los imperialistas británicos y norteamericanos por la posesión de
la industria frigorífica del Uruguay, en estos términos:
"Con los primeros años de la primera década de
este siglo, podemos decir que se inicia en nuestro país la
industrialización por

61
contra otro. La preponderancia del imperialismo alemán sobre el imperialismo inglés es más fuerte
que la muralla de las fronteras coloniales, o de los aranceles proteccionistas..." Lenin: "El
imperialismo, fase superior del capitalismo". Ob. Escogidas, tomo I, Moscú, 1960, pág. 821.
Rodney Arismendi: "Para un mejor estudio de la correlación de las fuerzas políticas en el país".
Revista "Estudios" N° 3-4, pág. 43.
medio del frío, de nuestra producción pecuaria. Data de
esa fecha la fundación del establecimiento llamado «La
Frigorífica Uruguayas (año 1902) con capitales uruguayos
que inicia sus faenas en 1904."
"Como tantas otras industrias en la historia del país,
pasa luego (1911) a manos de capitales extranjeros, en este
caso de origen anglo-argentino, la Compañía Sansinena de
Carnes Congeladas, sucesora de la firma Gastón
Sansinena, la cual tenía instaladas sus fábricas en el país
de origen, en terrenos pertenecientes a la empresa
ferrocarrilera inglesa y sus contratos de embarque con la
firma, también inglesa James Nelson and Sons."

Y más adelante:
"Es por el año 1907 que inician su intervención en
el Río de la Plata los capitales norteamericanos, tratando
de adquirir los frigoríficos ya instalados, proceder a su
reequipamiento, modernización de las técnicas de
organización y mecanización de las faenas; lo cual trajo
aparejado una lucha económica encarnizada con los
establecimientos en funcionamiento, en su mayoría de
origen británico".62

Batlle y Ordóñez al frente del Poder Ejecutivo, luego de


algunas vacilaciones, aplicó una política en desacuerdo con los
intereses del imperialismo

62
Cornelio Rivas: "La industria frigorífica de las carnes y su comercialización". Revista "Estudios",
pág. 65.
británico, con lo cual, indudablemente favorecía las posiciones
del capital monopolista norteamericano. Estas vacilaciones, se
expresaron durante su primera presidencia, en haber puesto el
cúmplase a la ley vetada por Cuestas, que entregaba a la
compañía inglesa "Sociedad Comercial de Montevideo", filial de
la "Atlas" de Londres, la instalación y explotación de los tranvías
eléctricos de Montevideo, y en concesiones a las compañías de
ferrocarriles, también inglesas, Ferro Carril Central del Uruguay
y Midland Ltda. Autorizó a la primera a construir dos ramales:
uno de Nico Pérez a Treinta y Tres y a la segunda la construcción
y explotación del ramal que va de la estación Algorta a Fray Ben
tos. Luego de esto se inició la ofensiva de la en el poder contra el
capitalismo británico, y Batlle se negó a hacer nuevas
concesiones al capital monopolista extranjero para inversiones en
empresas de servicios públicos que trató de poner en manos del
Estado.
Es indudable que la complacencia de la burguesía nacional
con el imperialismo norteamericano y el no haber tocado la gran
propiedad terrateniente, debía provocar dificultades en la
aplicación del programa nacional-reformista esbozado por Batlle
y Ordóñez. Es verdad que combatió y derrotó a los caudillos del
latifundio, pero no es menos verdad que Batlle no hizo el más
leve intento de abordar la solución del problema de la tierra.
Pretendiendo justificar esta posición, no vaciló en apelar a
argumentos de los cuales lógicamente él mismo no podía estar
convencido.
"No reconozco -decía en un esbozo de programa, en
julio de 1910- la existencia en el país, de un problema
agrario que reclame con urgencia la atención de los
poderes públicos. Entiendo que la división racional de la
tierra se ha operado y se seguirá operando por el
desenvolvimiento de nuestra riqueza rural. No hay que
pagar tributo a impaciencias nobles pero peligrosas."63

III
La resistencia de las fuerzas del latifundio

Desde los primeros pasos de su gestión gubernamental,


Batlle y Ordóñez debió hacer frente a la oposición intransigente
de las fuerzas del Partido Blanco. Sin ninguna causa exterior
aparen te, no obstante haber declarado el gobernante que pondría
en práctica una política de paz y de concordia nacional, a
mediados de marzo de 1903, transcurridos apenas pocos días de
la elección presidencial, el Partido Blanco se levantó en armas
contra el gobierno. No existían causas aparentes, pues la simple
designación de un jefe de policía, que era el motivo invocado, no
podía justificar hecho tan grave, pero existían causas reales no
confesadas, determinadas por los intereses del imperialismo
inglés y de los latifundistas, que necesitaban hombres de
gobierno que les respondieran

por entero, que les inspiraran absoluta confianza, lo que no


sucedía con Batlle, como lo había probado la lucha en torno de la
elección presidencial.

63
Roberto Giúdice: "Batlle y el Batllismo", pág. 407.
Pero una cosa era evidente: si Batlle quería poner en
práctica su programa de gobierno con orientación capitalista
adelantada, apoyándose en cierto desenvolvimiento industrial, no
podía dejar las cosas como estaban so pena de fracasar en toda la
línea. No le sería posible dar un paso hacia adelante en tanto
existiera la organización política derivada del deplorable pacto
firmado entre representantes del gobierno de Juan Lindolfo
Cuestas y los caudillos blancos en 1897. Los siete departamentos
administrados por los blancos, constituían un país aparte,
rompían la unidad que establecía la Constitución de la República
y, al destruir la forma unitaria de gobierno, pues no se trataba de
simple autonomía, sino de régimen políticamente aparte y hostil
al gobierno central, de hecho se habían convertido en puntos de
apoyo sólido para la organización de fuerzas militares al servicio
de los caudillos del latifundio que serían utilizados
oportunamente para tentar la toma total del poder. No fue por
casualidad que Aparicio Saravia, el jefe militar indiscutido del
Partido Blanco, dueño de vastas extensiones de tierra, estuviera
sostenido, simultáneamente, por Joao Francisco Pereira, fuerte
terrateniente, amo omnipotente del Estado de Rio Grande do Sul,
representante cabal de lo más bárbaro y atrasado que el campo
brasileño encierra, de la "fazenda" manejada a latigazos y
custodiada por guardias propias armadas, con facultades

discrecionales sobre los peones esclavizados; y por el general


Julio A. Roca, Presidente de la República Argentina, el agente
más obsecuente del imperialismo británico en el Río de la Plata.
Durante la guerra civil de 1904, el comité dirigente del
levantamiento armado funcionaba públicamente en Buenos Aires;
fue utilizada la Legación Argentina en Montevideo para permitir
la fuga e incorporación a las fuerzas insurreccionadas de un
militar blanco, y las unidades navales de la escuadra de aquel país
escoltaban las embarcaciones que transportaban armas para el
ejército blanco. En cuanto a la protección de Joao Francisco
Pereira y de las autoridades brasileñas a los blancos era tan
descarada, que las fuerzas armadas de este partido, cruzaban
tranquilamente las fronteras con el Brasil cuantas veces lo creían
conveniente.
La situación en que se encontraba el gobierno, con un
ejército insuficientemente organizado y con escaso material
bélico para enfrentar a las fuerzas facciosas bien armadas y
equipadas por sus aliados argentino y brasileño, obligó a Batlle a
firmar un tratado de paz dejando las cosas como estaban, paz que
sólo habría de durar hasta los primeros días del año siguiente.
En enero de 1904 estalló nuevamente la guerra civil. Se
afirma que el presidente de la República provocó
intencionalmente la lucha. Haya sido cierta o no esta afirmación,
la verdad es que al mandatario no le quedaba otro camino para
salir de la encrucijada en que la República se encontraba, para
cambiar el estado de cosas existente, que hemos señalado, y era
lógico que utilizara

ese camino so pena de fracasar por completo. De todas maneras,


fue un hecho que los blancos se insurreccionaron por entender
que la permanencia de dos regimientos de caballería en el
departamento de Rivera constituía una "violación del derecho"
que, afirmaban, les correspondía sobre los departamentos que
administraban, derecho que Batlle y Ordóñez no reconoció,
pudiendo afirmarse y mantenerse en la posición adoptada, por
contar con suficiente armamento como para imponer su
autoridad.
La insurrección de Aparicio Saravia de 1904, de cualquier
ángulo que se la observe, fue una lucha entre las fuerzas
terratenientes y las fuerzas de la burguesía que aspiraba a realizar
determinados cambios para afirmar las relaciones de producción
capitalistas en el país. La guerra civil duró cerca de nueve meses
librándose sangrientas batallas en Mansavillagra, Fray Marcos,
Paso del Parque, Paso de los Cerros, Tupambaé y Masoller. Esta
última, librada el 19 de septiembre, determinó el fin de la guerra;
fue herido gravemente Aparicio Saravia, que murió diez días más
tarde. Poco tiempo después fue firmado un tratado de paz entre
los jefes de las fuerzas insurreccionales y el gobierno y el país
volvió a su vida normal.

IV

Reorganización y luchas de la clase obrera


La reorganización de la clase obrera nacional, iniciada
poco después de la elección de Batlle y Ordóñez, fue
interrumpida por el movimiento armado del Partido Blanco.
Nutridos contingentes de obreros fueron movilizados e
incorporados a las fuerzas del gobierno; otra parte marchó a
engrosar las filas de la insurrección. Empero, no bien lograda la
pacificación del país, reintegrados los obreros movilizados a sus
puestos de trabajo, se reinició la tarea de organización del
proletariado y comenzaron las luchas para imponer una serie de
reivindicaciones.
"Han comenzado a sentirse los efectos de la paz en
el Centro Internacional -decía el diario «El Día», en su
número del 28 de setiembre de 1904-. Entre ayer y hoy, la
secretaría de dicho Centro ha recibido de cinco gremios
pedidos de local para efectuar otras tantas asambleas.
Como se ve, la clase trabajadora se prepara para luchar por
sus propios intereses".

Desde ese momento hasta fines de 1905, se organizaron y


reorganizaron veintiocho sindicatos en Montevideo y once en el
interior del país, abarcando a la inmensa mayoría del proletariado
industrial de la capital de la República y los ferroviarios de todo
el país; marítimos y portuarios de Montevideo y de los puertos
del litoral. En esa época se editaban cinco periódicos

obreros en Montevideo, dos en Salto y uno en Mercedes.


En cuanto a las luchas, alcanzaron proporciones poco
comunes, por la cantidad de gremios y por el número de obreros
que en ellas intervinieron. En los comienzos de 1905 se produjo
la primera huelga ferroviaria en el país, y en mayo abandonaron
el trabajo 11.000 obreros marítimos y portuarios comprendidos
todos los servicios, y los que trabajaban en la construcción del
Puerto de Montevideo. A mediados de ese año se declararon en
huelga los obreros de la madera y de la construcción y se produjo
una nueva huelga ferroviaria, y en diciembre se lanzaron a la
lucha los trabajadores de la Municipalidad de Montevideo. Este
amplio movimiento que abarcó a varias ciudades del interior,
continuó con intensidad durante el año 1906. Y es de notar que
las características de las huelgas producidas eran con escasas
variantes, las mismas, fue mucha su similitud, parecidas o iguales
las reivindicaciones planteadas, siendo el centro la conquista de
mayores salarios y de la jornada de ocho horas, reivindicaciones
que fue ron alcanzadas por varios de los gremios en lucha.
Este poderoso movimiento, la acción enérgica y
permanente de los trabajadores, planteó una serie de problemas a
las masas explotadas y a sus dirigentes. Uno de los principales
fue la vigilancia y el esfuerzo para evitar que la burguesía en el
poder, arrastrara detrás de ella a las fuerzas organizadas del
proletariado colocándolas al servicio de sus intereses de clase
explotadora,
para disipar todo confusionismo que tendía a hacer aparecer las
conquistas obreras como fruto de la política "obrerista" de Batlle
y Ordóñez y no de sus luchas cada día más intensas y mejor
organizadas.

Unificación política del país y sus resultados

La guerra civil de 1904 terminó -decimos— con la muerte


de Aparicio Saravia a raíz de la grave herida producida en la
batalla de Masoller y la derrota completa del ejército que éste
comandaba. La muerte de Saravia fue un golpe decisivo dado al
caudillismo levantisco; con su desaparición se fue el último
representante de importancia del. estanciero caudillo y jefe
militar; las fuerzas del latifundio sufrieron un rudo contraste
político, sin perder en lo más mínimo sus privilegios. A la
inversa, la burguesía democrática que en lo económico seguía el
camino abierto por Lorenzo Latorre, ofrecía a los señores del
suelo posibilidades de ensanchar sus dominios a costa del
pequeño y medio propietario, de seguir al socaire de la nueva
situación enriqueciéndose más, acumulando ganancias por medio
de la especulación.
La primera presidencia de Batlle debe ser caracterizada,
políticamente, como la iniciación de una nueva época, de
restablecimiento de la unidad nacional y de afianzamiento de las
libertades democráticas.
Restablecida la paz se imponía como tarea urgente
introducir el mayor orden posible en las finanzas nacionales, una
organización más racional del Presupuesto General de Gastos y
un reajuste en el aparato administrativo. Y el gobierno lo logró no
obstante las serias dificultades creadas por los movimientos
armados de 1903 y 1904. En un mensaje elevado por el Poder
Ejecutivo en 1906, se informaba que se habían hecho efectivos
los pagos de los gastos de guerra, que ascendían a 10 millones de
pesos; cuatro millones en oro y seis millones en títulos de deuda;
y se destinaron tres millones para obras de vialidad, un millón
aproximadamente para atender los problemas de la cultura
-edificios escolares, bibliotecas, institutos de Agronomía y
Veterinaria-. El ejercicio de 1905-1906 acusó un superávit de
$500.000, en el ejercicio 1906 1907 el superávit fue de
$1:800.000. El comercio exterior que en el año 1899 alcanzó una
cifra máxima de $62.254.540, descendió en 1902 a $57.177.647 y
durante la guerra civil de 1904 a $59.701.507; en 1907, último
año de la primera presidencia de Batlle subió a $72.434.679, cifra
desconocida hasta esa fecha.
Una de las trabas al desarrollo del país y a la circulación
de mercancías, lo constituía la cuestión del transporte
interdepartamental a cargo de las empresas imperialistas de
ferrocarriles. Sólo la ganadería podía soportar con cierta holgura
los elevados fletes ferroviarios; la agricultura se veía limitada a
los departamentos más próximos a la capital; varios ensayos de
plantaciones efectuadas en la región norte del
país, fueron abandonados porque, invariablemente, el transporte
se llevaba las utilidades. No había carreteras, los caminos eran
intransitables durante la mayor parte del año y la falta de puentes
dejaba incomunicadas regiones enteras apenas comenzaban las
lluvias de invierno. En el año 1899, durante el gobierno de
Cuestas, se creó la Inspección Técnica Regional, pero, carente de
recursos, poco pudo realizar. En 1905, Batlle y Ordóñez presentó
un proyecto de vialidad que fue aprobado y en 1907 comenzó la
construcción de puentes, caminos y carreteras macadamizadas, y
desde esa fecha hasta 1924 se invirtieron en obras de vialidad
$12.149.549. Durante todo el período de la presidencia de Batlle
continuó en forma acelerada la construcción del puerto de
Montevideo, no interrumpiéndose ni durante los meses que duró
la guerra civil; siguió registrándose un aumento progresivo en el
desarrollo de las industrias, sin haberse dictado nuevas leyes
proteccionistas, teniendo como único estímulo las leyes de 1888
y 1897, que elevaban los derechos a pagar por determinados
artículos manufacturados en el extranjero.
En un estudio comparativo publicado en el Anuario
Estadístico 1905-1906, refiriéndose al aumento de la producción
fabril nacional de 1877 a 1905 se dice lo siguiente:
"Con respecto a la importación es de advertir, a
pesar de ser en la actualidad la población de la República
dos y media veces mayor que en 1877, que el aumento de
la exportación no depende de artículos destinados
al consumo, sino de materias primas, instrumentos y útiles
destinados a la agricultura y a la industria. Las harinas y
féculas de papas que en 1877 importaron pesos 178.000,
descendieron a $170.000. Bajaron también las bebidas de
$2.046.000 a pesos 1.174.000 y los tabacos de $526.000 a
$306.000. En cambio aumentaron: los aceites no
comestibles de $156.000 a $692.000; los colores y tintas
de $62.000 a $225.000; las maderas y cartones, de
$234.000 a pesos 616.000; el hierro y acero en barras y
planchas, de $179.100 a $681.000; las máquinas e
implementos agrícolas, de $104.000 a $299.000; las
máquinas, materias primas y útiles para la industria, de
$603.000 a pesos 1.050.000; los metales, excluido el
hierro, de $461.000 a $1.073.000 y las tierras, piedras y
cerámicas, de $1.050.000 a $2.321.000".

El cuadro que va a continuación demuestra el aumento de


esos mismos renglones desde el año anterior a la primera
presidencia de Batlle, hasta el primero de su segunda presidencia:

Promedios anuales

Quinquenios Mat. Textiles Aceites no Colores y


comest. tint.
1902-1906 $7.066.583 $645.000 $108.032
1907-1911 $8.117.785 $1.133.383 $285.366
Quinquenios Prod. quim. Mader. Y Hierr. acer.
Y farmac. prod. y artefactos
leñosos
1902-1906 $606.407 $1.829.988 $2.508.682
1907-1911 $910.798 $2.763.297 $3.596.622
Como durante el gobierno de Lorenzo Latorre, pero en un
plano superior, pues eran otras las condiciones en que el país
vivía, no sólo por la recuperación de las libertades democráticas,
sino, muy particularmente, por el mayor desarrollo de las fuerzas
productivas, junto al plan general económico y político, se
estableció un plan de enseñanza.
Por un lado, el progreso industrial exigía técnicos y
obreros capacitados, poseedores de una instrucción general y de
cierta especialización que les permitiera desempeñar en buenas
condiciones su trabajo junto a las máquinas altamente
perfeccionadas y complicadas. Y, por otro lado, el cambio de
formas de explotación de la ganadería, requería técnicos y
especialistas, de los cuales el país carecía. El ganado de raza fina
no podía ser cuidado empíricamente, "a la Dios que es grande",
como lo fue siempre el ganado criollo, las nuevas razas exigían
veterinarios, hombres poseedores de conocimientos, capaces de
cuidar y mejorar los nuevos tipos de ganado. Y lo mismo
corresponde decir de la agricultura.
En 1909 el presupuesto de las escuelas públicas era de
$716.654 y fue destinado un millón de pesos ese mismo año para
la construcción de edificios escolares. Desde 1903 funcionaban
ya cursos primarios nocturnos para adul tos, dando así facilidades
a los obreros analfabetos y semianalfabetos de concurrir a clases
sin abandonar el trabajo. Durante la primera presidencia de Batlle
y Ordóñez fueron creadas las Facultades de Comercio,
Veterinaria, Agronomía, Arquitectura, se crearon institutos de
investigaciones científicas, laboratorios, se ampliaron las
bibliotecas existentes y se fundaron nuevas, fueron establecidas
becas para estudios especiales en el extranjero, se inició la
creación de los Liceos departamentales y se destinaron abultadas
sumas de dinero para construir el edificio de la Universidad, de
las Facultades de Derecho, de Medicina y de Agronomía.
La fuerza creciente del movimiento obrero del Uruguay,
particularmente la lucha sin interrupción por imponer la jornada
de ocho horas de trabajo, dio margen a la iniciación de la
legislación social en el país. Efectivamente, pocos meses antes de
terminar el primer mandato presidencial, Batlle envió un mensaje
al Parlamento acompañando un proyecto de ley des tinado a
prevenir los accidentes de trabajo en fábricas y talleres, y luego
otro fijando el tiempo máximo de labor diaria de los obreros y
empleados en las ciudades y centros poblados. Esto demostró que
la burguesía nacional, todavía en el período de ascenso y bajo la
presión obrera, llegó a comprender que estaba obligada a
contemplar, por lo menos una parte, de las reivindicaciones
planteadas por los trabajadores organizados. Los mejores
dirigentes de las fuerzas progresistas de la burguesía, advirtieron
que ya no daba el resultado que se pretendía lograr la aplicación
sistemática de medidas represivas al estilo de las puestas en
práctica por las viejas oligarquías terratenientes de América
Latina, y por lo tanto era necesario, sin abandonar del todo los
viejos métodos, buscar otros caminos. Tenían cerca el ejemplo
que ofrecía Argentina,
donde la clase obrera respondía a las medidas de terror, con
nuevas y más amplias luchas, y, aun, mismo después de sufrir
derrotas, reagrupaba sus fuerzas para recomenzar el ataque. Las
deportaciones, las prisiones, el ametrallamiento en las calles -que
hicieron célebre al gobierno de Figueroa Alcorta, por citar uno-
no impidieron la existencia de un poderoso movimiento obrero,
no paralizaron la lucha ascendente de los explotados, ni el
crecimiento del Partido Socialista, como no impidieron a la clase
obrera lograr numerosas conquistas. Y aun mismo en el Uruguay,
el gobierno de Idiarte Borda y el gobierno de Cuestas habían
dejado una buena experiencia en este terreno; en medio de
severas medidas represivas, nació, creció y se afirmó la
organización obrera en el país.
La burguesía uruguaya afianzada en el poder, Batlle y
Ordoñez, en particular, negaban intencionalmente la existencia de
la lucha de clases y acusaban a los dirigentes del proletariado de
querer "encender la guerra de clases", y por más que Batlle en
general no se pronunció contra las huelgas, aunque sí en
particular, y negaba ese derecho a los trabajadores del Estado,
predicaba la "paz social" suponiendo que, de con seguirlo, le
sería más fácil aplicar su programa nacional reformista de
acuerdo a los intereses de la clase a que pertenecía y
representaba.
VI

El gobierno de Claudio Williman. Demostración


que la posición de Batlle no era la de
toda la burguesía

Los hechos posteriores al período señalado se encargaron


de demostrar que la posición de Batlle y Ordóñez no era
compartida por todos los sectores de la burguesía nacional, ni que
todos los sectores de la burguesía estaban contra el imperialismo
británico, y deseaban un mayor acercamiento con los latifundistas
que, por permanecer incambiado el régimen de tenencia de la
tierra, seguían siendo una fuerza formidable no dispuesta a
retroceder.
Durante el gobierno de Claudio Williman, sucesor de
Batlle y Ordóñez, fueron sancionados algunos de los proyectos de
leyes a estudio del Parlamento: supresión de la pena de muerte, el
que establecía la inembargabilidad de los sueldos y el de
derechos de los hijos naturales. El sistema de enseñanza continuó
perfeccionándose; fue creado el Instituto de Sordomudos, se
reorganizó el sistema universitario; fue creado el Instituto
Antirrábico y se dio término a la construcción de edificios para
escuelas y para la enseñanza secundaria y superior.
La terminación de este programa ya en marcha, durante el
gobierno de Batlle y Ordóñez no pudo ocultar dos aspectos
definitorios del gobierno de Williman: 1°) Su marcada
complacencia con las empresas británicas de servicios públicos.
2°) Represión violenta del movimiento
obrero y la persecución de sus más destacados dirigentes.
Como demostración de la complacencia de Williman con
los agentes del capital imperialista británico, quedó una serie de
compromisos con la empresa de tranvías eléctricos "Sociedad
Comercial de Montevideo", con la empresa del "Ferro Carril
Central del Uruguay", ambas filiales de consorcios ingleses y
otorgó a una compañía británica la concesión para construir la
Rambla Sur en Montevideo, concesión anulada más tarde por
Batlle al asumir nuevamente la primera magistratura.
A los pocos días de haber sido electo, Williman nombró
Jefe de Policía a Jorge West, militar y empresario de obras,
conocido por sus tendencias reaccionarias, uno de los principales
dirigentes de la patronal de la construcción. Su actitud frente al
movimiento obrero apareció de inmediato en forma
inconfundible, iniciando un período de represión violenta, sin
desdeñar ninguna clase de medios, desde la provocación
sistemáticamente organizada, asalto a sedes sindicales, disolución
violenta de mítines y asambleas, prisiones y deportaciones de los
mejores dirigentes de los sindicatos obreros, pasando por encima
de claras disposiciones constitucionales. A mediados de 1908, las
compañías inglesas de ferrocarriles, por medio de una
provocación, em pujaron a sus obreros a una huelga general, y el
gobierno descargó con toda violencia el peso del aparato
represivo del Estado, logrando aplastar la huelga y destruir la
Unión Ferrocarrilera. El golpe fue tan violento que, recién 36
años
más tarde los obreros del riel lograrían reconstruir su
organización.
Sin embargo, no sería correcto observar aisladamente la
trayectoria seguida por el gobierno de Williman, como una
simple capitulación de las fuerzas de la burguesía nacional ante
las fuerzas del latifundio y del imperialismo británico. Fue,
indudablemente, parte de un plan de conjunto abarcando a los
países del sur del continente, como lo indica la similitud de
orientación de la oligarquía argentina en ese momento y la que
observaba la burguesía capitulacionista del Uruguay. Es
necesario advertir, más que nada, que fue en mucho consecuencia
de la lucha interimperialista, de la pugna entre el capital
monopolista británico y el estadounidense, por el dominio sobre
los países de América. La controversia aguda y áspera mantenida
entre Brasil y Argentina en el año 1907, que llegó, incluso, a
plantear las posibilidades de un conflicto armado entre ambos
países, era resultado de las posiciones ocupadas ya por el
capitalismo norteamericano en Brasil, que preparaba sus fuerzas
para una arremetida económica hacia la cuenca del Plata, con
miras de abrirse paso hacia Uruguay y Argentina. Como hemos
señalado ya, el capitalismo inglés había comenzado a perder
posiciones en el Uruguay a raíz del afianzamiento en el poder del
sector más adelantado de la burguesía; no así en Argentina, donde
aún imperaba soberano apoyándose en la vieja oligarquía
ganadera y terrateniente de aquel país.
Uno de los aspectos de esta lucha fue el conflicto
planteado por el gobierno argentino en
derredor de la jurisdicción de las aguas del Río de la Plata,
utilizando para ello al archi-reaccionario canciller Estanislao
Zeballos. "La República Oriental -afirmaba Zeballos- no tiene
derecho alguno sobre el Río de la Plata. Su dominio sólo se
extiende hasta la línea de la más baja marea", y poco después, sin
duda con fines intimidatorios, una escuadrilla de la armada
argentina realizó maniobras y simulacros de combate en las
proximidades de las costas uruguayas. Y, en tanto, cuanto mayor
era la esfervescencia en medio del pueblo uruguayo, desbordante
de indignación, cuando de todos los sectores y clases sociales
surgían voces airadas de protesta, contra la conducta de la clase
dominante argentina, el gobierno del Brasil, anunció que
reconocería al Uruguay el derecho de condominio de las aguas
del Río Yaguarón y de la Laguna Merín, derecho del que estaba
privado desde 1801, y confirmado en uno de los cinco Tratados
de 1851.
Es indudable hoy que -abstracción hecha de numerosas
declaraciones nacionalistas en lo más álgido de la lucha popular
de los hombres que acompañaban en la gestión gubernamental a
Williman-, éste, cediendo a la presión extranjera y a la oligarquía
terrateniente uruguaya, se inclinó a favor de los intereses
monopolistas británicos. No puede atribuirse a simple casualidad
-decíamos en un trabajo anterior- que paralelamente a la
represión llevada a cabo contra el movimiento obrero, a la
destrucción de la fuerte organización de los trabajadores del riel,
el gobierno de Williman fuera más complaciente con
las empresas del Ferrocarril Central y otorgara concesiones a la
compañía inglesa de tranvías eléctricos. Idéntica orientación
caracterizaba al gobierno de la oligarquía argentina de esa época,
que alternaba con crueles medidas represivas contra los
trabajadores, nuevas concesiones a las compañías inglesas de
navegación, de ferrocarriles y tranvías.
¿Significó, acaso, una derrota de la burguesía,
particularmente industrial, la política puesta en práctica por el
gobierno de Williman, aprobada por una parte de los dirigentes
del Partido Colorado, silenciada por el resto de esos dirigentes,
una anulación total del programa reformista de Batlle y Ordóñez?
Indudablemente, no; y no fue una derrota, no obstante la actitud
capitulacionista y conciliadora de los dirigentes del Partido
Colorado, por la posición vigilante de las masas populares que
apoyaban las reformas. Las elecciones de 1910 aseguraron la
reelección de Batlle y Ordóñez. En esa legislatura, por no haberse
presentado a elecciones el Partido Blanco, el Partido Socialista,
en alianza con el Partido Liberal, obtuvo una banca en la Cámara
de Diputados que ocupó Emilio Frugoni, primer representante del
partido político de la clase obrera nacional, y Frugoni, por
resolución partidaria sumó su voto a la candidatura de Batlle y
Ordóñez. El Partido Blanco, al ver que el gobierno de Williman
no resistía la candidatura de Batlle y Ordóñez se levantó en
armas, siendo rápida mente sofocada la insurrección, que no fue
contra el gobierno de Williman, sino contra el proyecto de
reelección de Batlle y Ordóñez.
CAPITULO VIII

SEGUNDA ETAPA DE
LOS GOBIERNOS BATLLISTAS

I
El programa de reformas y la oposición de los
terratenientes y agentes del
imperialismo británico

José Batlle y Ordóñez ascendió por segunda vez a la


primera magistratura en medio de la oposición cerrada de los
sectores más reaccionarios del país. A la inversa, la clase obrera y
el pueblo, pusieron de manifiesto su satisfacción en medio de
demostraciones de repudio al gobierno de Williman y a su jefe de
policía Jorge West que cesaban. La clase obrera, debilitada
momentáneamente por los duros contrastes sufridos, logró, luego,
reagrupar una parte importante de sus fuerzas y reemprendió la
lucha. Puso de manifiesto el nivel que había alcanzado ya su
conciencia de clase; mostró el convencimiento que tenía de que,
sin perjuicio de apoyar oportunamente las posiciones progresistas
del gobierno, debía seguir confiando por entero a sus propias
fuerzas organizadas, la defensa de sus intereses y derechos.
Durante los últimos meses del año 1910 y durante todo 1911 se
constituyeron nuevos sindicatos, se reorganizaron otros y se
desencadenó un intenso movimiento de huelgas. La mayor parte
de los gremios entraron en conflicto, señalándose como las de
mayor significación en Montevideo la huelga de los trabajadores
de Asistencia Pública y la de los ocupados en el transporte
colectivo; en el interior del país una huelga de grandes
proporciones en Pando y otra en las canteras de piedra de El
Minuano, departamento de Colonia.
Entre otros méritos, la huelga de los trabajadores de la
Asistencia Pública y la de los tranviarios -estos últimos contra
dos poderosas em presas extranjeras, una inglesa y otra alemana-
sirvieron para poner de manifiesto las posiciones vacilantes y
conciliadoras de la burguesía dueña del poder, presionada por las
fuerzas de la reacción. Batlle y Ordóñez condenó la huelga en los
hospitales, porque era contrario a la huelga de obreros y
empleados del Estado; y el 13 de mayo las fuerzas de policía -
confirmando una vez más la afirmación de Lenin, ya transcripta-
cargaron sobre una multitud de obreros que realizaban un mitin
en el cruce de la avenida 18 de Julio y Médanos.
La acción desarrollada por el batllismo, a partir de la
segunda presidencia de Batlle y Ordóñez se orientó a lograr:
1º) Consolidación y ampliación de las conquistas
democráticas: inscripción obligatoria en los registros cívicos,
voto secreto, representación
proporcional, aumento del número de bancas en la Cámara de
Diputados, autonomía municipal; creación de Asambleas
Representativas y Concejo Departamental en sustitución de las
Intendencias.
2º) Ampliación de la base de gobierno; Ejecutivo
Colegiado.
3º) Ampliación del dominio industrial, comercial y
financiero del Estado; creación del Instituto de Química
Industrial, de la Administración de Combustible, Alcohol y
Portland (ANCAP); creación del Frigorífico Nacional (éste en
parte con capitales privados); nacionalización total del Banco de
la República; nacionalización del Banco Hipotecario; creación
del Banco de Seguros del Estado.
4º) Explotación de los servicios públicos por el Estado:
monopolio de la producción de energía eléctrica; servicio de
aguas corrientes en los departamentos del interior; monopolio del
servicio de lanchaje del puerto de Montevideo; construcción de
una red ferroviaria propiedad del Estado.
5°) Protección a la industria fabril nacional por medio de
fuertes barreras arancelarias y liberación o rebaja de derechos de
aduana a las máquinas y materias primas para la industria.
6°) Legislación obrera y social: ley de divorcio por la sola
voluntad de la mujer, derecho de los hijos naturales; ley de ocho
horas; ley de pensiones a la vejez; ley de jubilaciones generales
para los obreros y empleados de los ser vicios públicos, de la
industria y el comercio, ley
de indemnización por accidentes de trabajo, ley de salario para
los trabajadores rurales.
7°) Separación de la Iglesia y del Estado.
8°) Ampliación de la enseñanza: creación de la
Universidad de Mujeres, y de liceos en todos los departamentos
del interior.
La resistencia a la política reformista preconizada por
Batlle y Ordóñez durante su primera presidencia de parte de los
sectores terratenientes, grandes ganaderos y representantes del
imperialismo británico, arreció considerablemente a partir de su
segunda presidencia. A estas fuerzas se unieron los grandes
comerciantes importadores, partidarios del libre cambio porque
ello favorecía sus intereses de compradores en el extranjero, y la
fracción del Partido Colorado que representaba los intereses de
determinados sectores de ganaderos y grupos de grandes
propietarios de tierra de ese partido. La ley de divorcio, el
proyecto de ejecutivo colegiado en sustitución de la presidencia
de la República había dado motivos para justificar su actitud a las
fuerzas que se incorporaban a la resistencia, pero ésta se hizo más
visible y fuerte al iniciarse la legislación obrera, particularmente
en derredor del proyecto de ley de ocho horas, presentado por
Batlle, que modificaba el de 1906.
El programa reformista del mandatario, los proyectos de
legislación social y más que nada los proyectos de ley destinados
a ampliar el do minio industrial, comercial y financiero del
Estado, y los monopolios de empresas de servicios públicos, que
cerraban el principal camino al capital
monopolista británico, debía motivar que arre ciaran las
arremetidas de los antiguos opositores y producir una ruptura en
las filas del Partido Colorado, con la separación del ala derecha
de ese Partido, que se apoyaba en capas de terratenientes y
grandes ganaderos. Y, una vez más, en la historia de los partidos
tradicionales, al producirse el choque inevitable de intereses, al
fraccionarse las filas de los partidos Blanco y Colorado, se
efectuó un nuevo reagrupamiento de fuerzas: nutridos
contingentes del Partido Colorado se unieron al Partido Blanco
para llevar, en conjunto la campaña de oposición al programa de
reformas. El 30 de julio de 1912 se reunieron los directores de los
diarios contrarios a la orientación del gobierno con el fin de
"dejar planeadas las bases de una campaña de oposición al
Presidente de la República", y la campaña se llevó con violencia
sin desdeñar medios, aun los más reprobables. Particular
intensidad adquirió la propaganda contra el proyecto que
incorporaba en la Constitución en sustitución del ejecutivo
unipersonal, un ejecutivo integrado por siete o más miembros.
Este proyecto precipitó la crisis que se incubaba en el seno del
Partido Colorado, pero como hemos señalado ella no tuvo origen
exclusivo en el proyecto de colegiado. Y tanto fue una oposición
a toda reforma, que al separarse el ala derecha del Partido
Colorado -que luego tomó el nombre de Partido Colorado
Riverista- once senadores que se plegaron a la fracción disidente,
firmaron un compromiso de resistir toda la legislación social.
Pedro Manini y Ríos, líder del flamante partido,
votó en Cámara contra la sanción de la ley de ocho horas, cuyo
proyecto inicial llevaba su firma, en calidad de ministro que había
sido del gobierno de Batlle y Ordóñez.
Frente a la coalición cerrada de las fuerzas reaccionarias
de oposición, se levantó un impetuoso movimiento de masas
como jamás había visto el país teniendo como vanguardia una
juventud combativa, dispuesta a sostener el programa reformista.
Un grupo de jóvenes fundó un diario, "La Reforma", en apoyo de
la campaña dirigida por Batlle desde las columnas del diario "El
Día".
La campaña reformista se realizaba en medio de
dificultades crecientes, que afectaban la marcha del gobierno. La
crisis cíclica del capitalismo iniciada en 1913 y el estallido de la
primera guerra mundial en 1914, agravaban la situación. En un
mensaje enviado por el Poder Ejecutivo al Parlamento a
principios de 1915, se decía: "Desde mediados de 1913, viene
repercutiendo la crisis general que gravita sobre el mundo
financiero. El ejercicio 1913-1914 ha creado un déficit de
2.000.000 de pesos. La Aduana ha sufrido una merma de
3.000.000 de pesos. Si el déficit no ha llegado a esta última cifra
lo debemos a que el cálculo de recursos era bajo. La guerra
europea empieza ahora a actuar como un nuevo y grave factor de
perturbación. Nuestro déficit hasta fines de 1914 que estaba
calculado en $556.000 subió a pesos 3.500.000."
Esta situación venía de perlas a la reacción y de ella trató
de sacar partido. La crisis que
enfrentaba el país no derivaba ni estaba determinada, según los
opositores, por la crisis cíclica del capitalismo ni por las
estructuras económicas del país, provenía del "afán reformista del
gobierno", en tanto la prensa que secundaba sus planes
oposicionistas alentaba a los patronos a rebajar los salarios y
aumentar las horas de trabajo.

II
Capitulación de las fuerzas de la
burguesía progresista

El 19 de marzo de 1915 terminó el período de la segunda


presidencia de Batlle y Ordóñez y fue electo para reemplazarlo el
doctor Feliciano Viera, cuya candidatura había sido prestigiada
por la fracción mayoritaria del Partido Colorado. Había sido
proclamado candidato con el compromiso de continuar la lucha
por la aplicación del programa de reformas, particularmente, por
la reforma constitucional. En los comienzos de su gestión
presidencial, Viera parecía dispuesto a cumplir el compromiso
contraído, pero no fue consecuente.
El 30 de julio de 1916 en las elecciones a la Asamblea
Nacional Constituyente, que debía tratar el proyecto de reforma
estructurado por Batlle, las fuerzas coaligadas de la reacción
obtuvieron un triunfo completo, cerca de noventa mil votos en un
total de ciento cuarenta y ocho mil.
¿Qué factores intervinieron en la derrota de las fuerzas
reformistas que contaban indudable mente con un fuerte apoyo
popular?
Era un hecho que durante cierto tiempo se había realizado
una intensa movilización de masas en apoyo de la reforma
abarcando a Montevideo y a los principales centros del interior
del país; pero faltaba algo imprescindible para que la
movilización arrastrara por lo menos a la mayoría de las masas
populares, engañada por la propaganda demagógica y mentirosa
de los diarios al servicio de los terratenientes, del capital
monopolista inglés y del comercio de importación y exportación.
Las masas obreras y populares ciudadanas no vieron satisfechas
sus legítimas aspiraciones de mejoramiento real. La
desocupación, el bajo nivel de los salarios, el alza constante del
costo de la vida, el atraso de las masas del campo, etc. fue
aprovechado hábilmente por los líderes antirreformistas.
La derrota de las fuerzas reformistas, determinó la actitud
capitulacionista del gobierno de Viera que no se hizo esperar, por
el contrario, se apresuró a tranquilizar y hacer concesiones a los
reaccionarios en medio del aplauso clamoroso de la llamada gran
prensa. Pocos días después de conocido el resultado electoral, el
Presidente de la República hizo público un manifiesto en estos
términos:
"Las avanzadas leyes económicas y sociales,
sancionadas durante los últimos períodos legislativos han
alarmado a muchos correligionarios y son ellos los que
han negado
su concurso en las elecciones. Bien, señores, no
avancemos más en materia de legislación económica y
social, conciliemos el capital con el trabajo. Hemos
marchado bastante aprisa. Hagamos un alto en la jornada,
no patrocinemos más leyes de esta índole y aún
paralicemos aquellas que están en trámite en el cuerpo
legislativo."

En una palabra, una capitulación en forma frente a las


fuerzas de la vieja oligarquía terrateniente y del capital
monopolista extranjero; y lo que era más grave, la Convención
del Partido Colorado Batllista, aprobó sin discrepancias la
declaración del Presidente de la República. Era la segunda actitud
claudicante del Partido que dirigía Batlle y Ordóñez, después que
éste hizo público su programa de gobierno, de cambios al que se
oponían los terratenientes y el imperialismo inglés. La primera -
ya señalada- tuvo lugar durante la presidencia de Williman,
cuando el batllismo toleró en silencio la represión del
movimiento obrero, la persecución de sus mejores dirigentes y la
política pro-imperialismo inglés.
Sin embargo, ante la actitud de las masas que exigían la
continuidad del programa de reformas y que se avanzara en la
legislación social, expresada en cierta medida en las elecciones
parlamentarias que siguieron a las de la Asamblea Nacional
Constituyente, además de una serie de diversos otros factores;
entre ellos, la necesidad que tenían las clases privilegiadas de
evitar conflictos de fondo en el momento en que terratenientes,
ganaderos, industriales y comerciantes comenzaban a obtener
resultados de la situación de guerra. Esto quebró la intransigencia
de los vencedores y los llevó a entrar en el terreno de las
concesiones, lográndose se sancionara una Constitución con
sentido más progresista que la ya envejecida de 1830. La nueva
Constitución, hacía extensivo el derecho de voto a los jornaleros
y a los analfabetos; creó un Consejo Nacional de Administración
que compartía el poder ejecutivo con la Presidencia de la
República, estableció la autonomía municipal y la separación de
la Iglesia y el Estado.
Fue natural, consecuencia lógica de la política entreguista
de Feliciano Viera, no resistida por la dirección del batllismo, que
ella se completara con una ola de medidas represivas contra el
movimiento obrero. Así, ante la amenaza de huelga de los
obreros de los frigoríficos, acosados por sus malas condiciones de
vida y de trabajo, el Presidente de la República hizo saber a los
ganaderos y a los gerentes de las poderosas empresas frigoríficas
"que aseguraría la libertad de trabajo", lo que quería decir,
traduciendo la frase a su verdadero significado, que se utilizaría
al máximo el aparato represivo del Estado para aplastar el
movimiento. Así lo hizo, y así enfrentó más tarde la huelga de los
obreros marítimos y portuarios y la de los obreros tranviarios que
reclamaban aumentos de salarios y se complicó con el jefe de
policía, Virgilio Sampognaro, en la invención de un "complot
revolucionario" para justificar prisiones de dirigentes
obreros, clausura de locales sindicales y deportación de obreros
extranjeros.
Esta actitud del primer mandatario, que ejercía el poder en
nombre del Partido Colorado Batllista, provenía también, y en
mucho, del terror que se apoderó de todas las capas privilegiadas
del mundo, del Uruguay, desde luego, como consecuencia del
triunfo de la Revolución Socialista de Octubre. Empero, provenía
también, de la influencia que ya ejercía en el país el imperialismo
norteamericano, en cuyas manos se encontraba la mayor parte de
la industria frigorífica y había pasado a ser prestamista del
gobierno uruguayo, en el momento en que los monopolios
estadounidenses realizaban esfuerzos redoblados por arrebatar
posiciones al capital monopolista británico, a la sombra de la
posición ventajosa que les proporcionaba la guerra.
Tal era ya la influencia de Estados Unidos en el Uruguay
que, cuando aquél se vio arrastrado a la contienda bélica para
defender sus capitales comprometidos en Europa, obligó al
Uruguay a romper relaciones y declarar la guerra a los Imperios
Centrales. Los monopolios estadounidenses se valieron de
Baltasar Brum, también batllista, candidato a la presidencia de la
República en sustitución de Viera, a fin de lograr su propósito.
Antes de asumir el mando Brum fue invitado a visitar los Estados
Unidos, desde donde regresó con el compromiso de romper
relaciones diplomáticas con Alemania y entrar en la guerra. Ya al
frente de la Presidencia, Baltasar Brum cumplió con lo
prometido, anunciando al mismo tiempo que fortificaría el
aparato
represivo del Estado, con el propósito no confesado de volcarlo
cuando las circunstancias lo exigieran contra la clase obrera
organizada.
Hacia el año 1919, las contradicciones que existían en el
seno del Partido Colorado subieron de punto hasta estallar en una
nueva crisis y una nueva ruptura en sus filas. El grupo a cuyo
frente se encontraba Feliciano Viera planteó públicamente sus
discrepancias con la política puesta en práctica por Batlle y
Ordoñez. Hacia la segunda mitad de ese año, Viera, respondiendo
a la posición de un grupo de integrantes del comercio mayorista y
de la alta burocracia, decidió separarse del batllismo, formando el
Partido Colorado Radical y el 3 de setiembre, en un manifiesto
público, el ex mandatario explicaba su actitud en estos términos:
"Pero cuando abandoné el poder y lo vi (a Batlle)
convertirse en el campeón de las ideas disolventes, ni yo ni
mis amigos, como tampoco la mayoría de los colorados
que piensan, creímos estábamos en la obligación de tolerar
y aceptar todas esas iniciativas".

III
Desarrollo del capitalismo en el Uruguay.
El capitalismo de Estado

Hemos señalado con anterioridad, cómo, con el


advenimiento del batllismo al poder, se inició la penetración del
capital monopolista norteamericano
en el país, adueñándose de la mayor parte de la industria
frigorífica y otorgando empréstitos a los gobiernos que, en parte
fueron utilizados para el desarrollo del capitalismo de Estado. En
el año 1903, el monto circulante de la Deuda pública era de
$123.754.455 y en 1905 la deuda pública, entre nacional y
municipal se elevaba a $156.136.918,28. De los empréstitos
contratados de 1925 a 1928 se destinaron para obras públicas
$70.335.226,46; para la construcción de vías férreas
$10.992.810.64
En la época en que los banqueros norteamericanos se
iniciaban como fuertes prestamistas de la República y sus
inversionistas se habían adueñado de la mayor parte de la
industria frigorífica, instalaban plantas de montaje, o equipaban
fábricas con máquinas de su propiedad que entregaban en
arriendo, el imperialismo norteamericano se mostraba ya en toda
su desnudez, se sindicaba por una brutal agresividad, no
desmereciendo en nada al imperialismo británico superándolo.
Washington había formulado ya su y aun inequívoca e insolente
prevención: "donde quiera se encuentre un ciudadano americano,
donde quiera sea necesario defender los intereses de nuestros
conciudadanos, nuestro gobierno sabrá tomar las medidas que las
circunstancias exijan". ¡Qué terrible amenaza encierran estas
palabras!, estampadas cuando la "doctrina Monroe", modernizada
y mejor adaptada, era resucitada por los hombres de la Casa
Blanca, para ser aplicada

64
Ricardo Cosio: "El Día", 30 de junio de 1928.
a lo largo de toda América Latina. Empréstitos y concesiones,
facilidades para inversiones otorgadas al capital monopolista, no
son otra cosa que armas que se entregan a quienes aspiran a
dominar al mundo. No es posible desconocer el valor que
contuvo la política industrial y financiera aplicada por el
batllismo, pero no es posible también, dejar de señalar la parte
peligrosa de esta política, en cuanto ella no fue acompañada de
resistencia a todos los imperialismos y sí sólo a uno, en este caso
el británico.
La lucha interimperialista, sabemos, está llena de
contradicciones; en determinados casos pueden aprovecharse esas
contradicciones pero a condición, claro está, de mantener una
actitud vigilante y cautelosa, pues, casi siempre, cuando parece
que la lucha entre las grandes potencias capitalistas culmina, en el
momento en que peligra la estabilidad de los intereses de la
metrópoli, los imperialistas se ponen de acuerdo para aplastar a
los pueblos débiles, si no han sido aplastados ya. Esto significa
que sólo la clase obrera, con sus luchas, unida a todo el pueblo,
puede, en determinadas condiciones, aprovechar exitosamente las
contradicciones interimperialistas; sólo la clase obrera, junto a las
demás capas populares de la población está en condiciones de
impedir que las fuerzas de la burguesía, todo lo progresista que se
quiera, vacile y caiga al fin dentro de la órbita de una u otra
fuerza imperialista, llevada por sus intereses de clase.
Vemos, pues, que con la ascensión al poder de la fracción
más adelantada de la burguesía, se inicia la formación del
capitalismo de Estado,
inversiones del Estado en empresas de servicios públicos y luego
en el ensanche de su dominio industrial y financiero. En el
mensaje enviado por Batlle y Ordónez al Parlamento, en
noviembre de 1911, acompañando el proyecto de monopolio
estatal de la producción de energía eléctrica, luego de explicar los
beneficios que reporta a la colectividad el hecho de que los
servicios públicos no estén en poder de empresas privadas, añade:
"No hay cambio en el régimen de producción. Lo
que hay es un mayor grado de cooperación, aplicado a los
Poderes Públicos. Es atender un servicio, una necesidad
general sin intermediarios; no es ejercer una industria
privada como erróneamente se cree. Es administrar por sí
y para sí sus propios intereses..."
"...Las concesiones no pueden contemplar el interés
público; los plazos de duración resultan en el hecho, y por
razones muy comprensibles, además de largas, las tarifas
quedan inmovilizadas y no todos pueden utilizar el
servicio, por las dificultades de su desarrollo, por la
extensión o intensificación de la vida urbana, cuando se
trata de los cuatro grandes servicios: distribución de agua,
alumbrado y energía, saneamiento y transporte común..."

En este terreno Batlle fue consecuente, pues se negó, junto


con la parte del Partido que lo acompañaba, a hacer concesiones
en materia de servicios públicos, a ninguna empresa extranjera.
En otra parte del informe aclara y aclara bien, que no se
trata de ningún ataque a la pro piedad privada, pues "él ha nacido
y se desarrolla -dice- dentro del régimen económico actual".
Sabido es que el capitalismo de Estado puede existir y aun ser
fomentado dentro de determinadas condiciones. Incluso después
de la toma del poder por el proletariado, como sucedió en la
Rusia Soviética durante la vigencia de la NEP (Nueva Política
Económica).
Refiriéndose a esto, decía Lenin en 1918:
"El capitalismo de Estado representará un paso
adelante con respecto a la situación actual de nuestra
República Soviética. Si se estableciera en nuestro país,
aproximadamente dentro de medio año el capitalismo de
Estado, esto significaría un éxito enorme y la garantía
segura que dentro de un año el socialismo se desarrollará
dentro de nosotros definitivamente y se hará invencible".65

El capitalismo de Estado puesto en práctica cuando el


proletariado ha tomado el poder político, ayuda, pues, a la tarea
del pasaje del capitalismo al socialismo. El capitalismo de Estado
en forma de monopolio de determinadas empresas, dentro del
dominio del capitalismo, no limita a éste, lo afirma, contribuye a
su expansión. El Estado suele tomar en sus manos lo que
constituye el eje financiero, el monopolio de emisión; se hace
cargo a veces de empresas cuando éstas son

65
Lenin: Ob. Esc. en cuatro tomos. Tomo IV, pág. 406. Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú.
aún necesarias y no producen rentas o son poco rentables,
cargando sobre sí con todas las contingencias a que esas
empresas se encuentran expuestas; pero, además, en determinadas
condiciones, pasa al Estado el monopolio de producción y
suministro de energía eléctrica, de gas, de aguas corrientes, se
adueña de los ferrocarriles, etc., para ayudar a la industria, al
comercio, al desenvolvimiento de ramas de la producción agraria.
Esto se advierte, muy particularmente, en el caso de los
ferrocarriles; pero aun mismo cuando se trata de empresas en
condiciones de dar utilidades y son necesarias al sostenimiento
del Estado.
En algunos casos, dentro de los países dependientes, en
cuyo interior se libran intensas luchas interimperialistas, la
política de capitalismo de Estado puede favorecer a uno de los
bandos en pugna. En el caso concreto del Uruguay, quien más
sufrió con la política de estatización preconizada y puesta en
práctica por la burguesía, nacional, fue el capital monopolista
británico en cuyas manos se encontraba la mayoría de las
empresas de servicios públicos, a lo cual no se opuso el
imperialismo estadounidense porque le convenía el
debilitamiento de las posiciones que ocupaba un fuerte rival.
Debieron transcurrir varios años, luego que las empresas inglesas
instaladas en el país pasaran a manos del Estado, para que los
monopolios norteamericanos intervinieran en ese terreno
penetrando por vía de empréstitos como "asociados" de las
empresas nacionalizadas.
De todas maneras, esta intervención directa del
Estado en el Uruguay, en numerosas empresas, ha contribuido a
impedir que una parte de las utilidades que comúnmente se
llevaban al exterior las empresas extranjeras, ayudara a crear
mejores condiciones para resistir, en cierta medida, la penetración
del capital monopolista en el país, ha contribuido a crear una
conciencia colectiva, el concepto de que, por ser propiedad del
Estado es necesario defender las empresas nacionalizadas de las
arremetidas del capital monopolista; ayuda a que las masas vean
y comprendan que sin el concurso del capital privado es posible
organizar la producción, que puede marchar y desarrollarse sin la
existencia de patrones.
Cuando la burguesía uruguaya se afirmó en el poder en
1903, la mayor parte de los servicios públicos urbanos en
Montevideo -gas, aguas corrientes, transporte colectivo de
pasajeros- estaban en manos de empresas privadas extranjeras, lo
mismo el transporte interdepartamental efectuado por dos o tres
compañías inglesas de ferrocarriles. Estando en vigor, en esa
época y por largos años aún, las concesiones otorgadas a las
empresas ferroviarias, el gobierno proyectó la construcción de
nuevas líneas que serían propiedad nacional, en medio de la
resistencia de los capitalistas ingleses y sus bien pagados
defensores. Apenas hecho público el proyecto, los directores de la
empresa del Ferrocarril Central, manifestaron que se opondrían a
la entrada de una nueva línea a Montevideo, pues -afirmaban-, la
concesión de que disfrutaba le otorgaba el derecho exclusivo de
entrada a la Capital.
En 1912 se votó una ley creando un fondo
permanente para la construcción de vías férreas, dando base para
la formación de un capital de 15.000.000 de pesos, destinados a
la construcción de 800 kilómetros de vías férreas. Años más
tarde, el Consejo Nacional de Administración nombró una
comisión especial encargada de estudiar un nuevo plan de
construcciones ferroviarias, la cual presentó dos proyectos, uno
en mayoría y otro en minoría. El primero aconsejaba la
construcción de 2.678 kilómetros de vías y el segundo 3.027.
Empero, de todo lo proyectado sólo se llevó a la práctica la
construcción de 488 kilómetros de vías, en realidad tributarias del
Ferrocarril Central.
Debe señalarse que la construcción de carreteras paralelas
a las vías de ferrocarriles extranjeros que se desenvolvió con
cierta claridad, constituyó una de las formas para resistir la
opresión -ésta es la palabra- que ejercían los ferrocarriles sobre
toda la economía nacional. Los 1.037 kilómetros de carreteras,
construidos de 1905 a 1932, al permitir el desarrollo del
transporte motorizado, obligaron a una reducción en el precio de
pasajes y tarifas ferroviarias. Corresponde añadir que el
imperialismo norteamericano estaba interesado en la construcción
de carreteras en el Uruguay para facilitar el desenvolvimiento del
transporte automovilista, cuya producción aumentaba sin cesar en
Estados Unidos.
En noviembre de 1911 fue votado el proyecto de
monopolio de producción de electricidad. En 1905 se había
iniciado la transformación de la anticuada usina eléctrica de
Montevideo, produciendo entonces 3.287.457 Kw. hora por año,
en
1912 la producción había ascendido a 10.000.000 Kw. hora. Ese
año, la Usina Eléctrica de Monte video se transformó en el
comienzo de la formación del organismo denominado "Usinas
Eléctricas del Estado", pues entraba en vigencia el monopolio de
Estado de la producción de energía eléctrica. En 1913, se decretó
la municipalización del servicio de caños colectores en
Montevideo y desde 1912 existía una ley que autorizaba la
instalación, por el Estado, de aguas corrientes y caños colectores
en todas las poblaciones del país, con más de 5.000 habitantes.
En el dominio financiero del Estado las realizaciones
preconizadas por la burguesía afirmada en el poder fueron las
siguientes: Nacionalización total del Banco de la República, del
cual una parte estaba integrada por capitales privados. En abril de
1911 el Poder Ejecutivo presentó un proyecto de ley
estableciendo el monopolio de seguros por el Estado; pero el
proyecto no pudo convertirse en ley debido a la presión del
gobierno imperialista británico; la Cancillería inglesa amenazó
con la intervención directa, en medio de demostraciones de
complacencia de la prensa reaccionaria; y el gobierno retrocedió,
creándose el Banco de Seguros del Estado, que aun cuando no
tiene en sus manos el monopolio total del negocio de seguros, se
volvió un organismo poderoso en manos del Estado. Fue
nacionalizado, además, el Banco Hipotecario por ley de marzo de
1912, que, lo mismo que el Banco de la República -desde su
fundación a raíz de la liquidación del Banco Nacional en 1892-
estaba formado por capitales privados y del Estado.
Para hacer frente, por lo menos en cierta medida, a la
rapacidad de las empresas frigoríficas, en poder de los poderosos
monopolios extranjeros, fue creado el Frigorífico Nacional,
integrado por capitales del Estado y privados. Como todas las
empresas en poder de formidables consorcios extranjeros, fueron
en sus comienzos los frigoríficos elementos de progreso,
contribuyeron a acentuar las relaciones de producción capitalista
en el campo, al obligar a los hacendados a invertir fuertes sumas
en la adquisición de animales de razas finas y en instalaciones;
pero, luego, se transformaron en palancas frenadoras de todo
adelanto, en bombas aspirantes que absorbían la mayor parte del
valor efectivo de la producción pecuaria. En la sesión de la
Cámara de Senadores realizada el 13 de noviembre de 1934, se
hicieron revelaciones sensacionales sobre las utilidades obtenidas
por los frigoríficos extranjeros. Se demostró que por cada novillo
de 500 kilogramos, que pagaban a $40 los frigoríficos obtenían
una utilidad líquida de $40, es decir, el cien por ciento.
"El Frigorífico Nacional en proyecto -se decía en
un estudio publicado sobre esta cuestión- será por otra
parte un ensayo de independencia industrial y económica
del Uruguay, y de su funcionamiento pueden derivarse
enseñanzas beneficiosas para el futuro dominio y ejercicio
de la superproducción exportable del país."

Sin llegar al monopolio total de todos los renglones que


explota, la A.N.C.A.P. (Administración
Nacional de Combustible, Alcohol y Portland), cuya creación
formó parte del proyecto general de la burguesía entonces en el
poder, de ensanche del dominio industrial y comercial del Estado,
se convirtió en auxiliar beneficioso de la economía pública, pese
a las maniobras constantes para dificultar su acción normal. La
creación de este organismo estuvo plagada de dificultades,
colocadas en el camino por los monopolios extranjeros, por sus
agentes y por la llamada gran prensa al servicio de intereses
extraños a los intereses del país. Los grandes consorcios
estadounidenses y británico-holandeses que monopolizan la
explotación del petróleo en el mundo capitalista, se negaron
terminantemente a suministrar petróleo crudo a la A.N.C.A.P.,
sin embargo fue posible romper la maniobra gracias a la
intervención de la Unión Soviética, que accedió de inmediato a
vender petróleo al gobierno uruguayo en excelentes condiciones.
Aún así y todo, la A.N.C.A.P. no pudo lograr el monopolio de la
venta del petróleo y sus derivados debiendo compartir el mercado
interno con la West Indian y la Shell Mex, y tampoco fue
establecido el monopolio de la producción de portland, cuya
fabricación y venta en el país comparte con una fuerte empresa
norteamericana. Fue nacionalizado el servicio de lanchas del
Puerto de Montevideo.
IV

La protección a la industria nacional

Simultáneamente con el programa de ampliación del


dominio industrial, comercial y financiero del Estado y de los
monopolios de servicios públicos, la burguesía en el poder se
empeñó en aplicar una política orientada a fomentar el desarrollo
industrial del país, continuación de la política iniciada en 1876
por Lorenzo Latorre, teniendo como base principal la protección
aduanera. Existían ya dos leyes, una del año 1875, otra
sancionada en 1888, siendo completadas por la ley de protección
a la industria textil en 1897 y la ley de materias primas
promulgada en octubre de 1912. El 5 de enero de 1913, el Poder
Ejecutivo adoptó una resolución estableciendo que consideran
materias primas para usos industriales "se aquellas que, en
general se apliquen a este destino" y otra resolución de julio de
1917, definiendo las franquicias que deben ser otorgadas a las
materias primas e instrumentos útiles destinados a la industria,
estando comprendidas: máquinas para la industria y la
agricultura. Ya en 1906, con el propósito de favorecer la
producción azucarera, se había sancionado una ley acordando
primas durante cinco años a la siembra de la remolacha,
garantizando también, la aplicación de un margen de 67
milésimos por kilo de azúcar no refinada y de 75 milésimos por
kilo de azúcar refinada y se liberó de impuestos de aduana a las
semillas de plantas sacarígenas, máquinas destinadas a esa
industria, etc. El 4 de julio se fijaron
derechos prohibitivos a la introducción de manteca y productos
similares y el 15 de junio del mismo año se concedió por el
término de quince días, liberación de patentes de giro,
contribución inmobiliaria y exoneración de derechos de aduana a
las máquinas y útiles destinados a las fábricas de portland a
instalarse en el país, y así con otras industrias.
El primer año que entró en vigencia la ley protegiendo la
industria de sombreros, los derechos de aduana que se obtenían
sobre este renglón descendieron de $116.557 en 1915 a 61.699
pesos en el año siguiente.
El censo industrial del año 1930 daba para todo el país
7.403 establecimientos industriales, cuya época de fundación y
cantidad se establecen así:

Hasta el año 1876 fueron fundados 137


De 1876 a 1900 fueron fundados 577
De 1901 a 1914 fueron fundados 1.272
De 1915 a 1919 fueron fundados 1.009
Posteriormente a 1919 hasta 1930 4.408

Total 7.403

El personal ocupado en la época de mayor producción por


todos los establecimientos industriales fue de 99.952 y 85.867 en
los momentos de producción restringida, o sea un promedio de
92.909.
El total de capitales invertidos en 1930 en los 7.403
establecimientos industriales, ascendía a $273.136.063.
Antes del afianzamiento de la burguesía en el poder, es
decir antes de 1903, el monto total de los capitales empleados en
la industria era de $ 66.200.035 y los establecimientos
industriales daban ocupación a 36.805 obreros y empleados,
siendo considerable su crecimiento hacia 1930 como lo indican
las siguientes cifras:
Años Obreros y Capitales
empleados invertidos

1903 36.805 $66.200.035

1930 92.909 $273.136.068

Aumento 56.104 $206.936.028

Es fácil advertir por lo anotado los resulta dos obtenidos


por la política proteccionista aplicada por la burguesía dueña del
poder y cómo a la sombra de la protección del Estado se logró
cierto desarrollo en varias ramas, casi exclusivamente de la
industria liviana, lo que detuvo el drenaje de fuertes sumas de
dinero que antes marchaban fuera del país en la adquisición de la
mayor parte de los artículos fabriles, y cómo por este medio se
logró hacer avanzar al país hacia una estructura capitalista más
desarrollada. Pero, al señalar esto, indudablemente positivo, no es
posible dejar de poner de manifiesto los lados negativos que tal
política de la burguesía encierra. En primer lugar, al seguir la
burguesía que dirigía Batlle y Ordóñez el "camino prusiano"
abierto por Lorenzo Latorre, es decir, fomentar el crecimiento de
la industria, dejando intacta la estructura latifundista del país, que
impedía la creación de un fuerte mercado interno

por esta razón, recurrir al sistema proteccionista exagerado, sin


establecer limitaciones a los precios de venta de lo producido, se
contribuye al encarecimiento de la subsistencia, al
enriquecimiento de un puñado reducido de industriales a costa del
sacrificio de las masas populares y facilita que el capital
monopolista extranjero se establezca en el país tomando en sus
manos ramas importantes de la industria a las que coloca etiqueta
de "nacionales". Tal el caso de los frigoríficos, la fabricación de
portland, que les permite acumular abultadas ganancias que
marchan hacia las metrópolis imperialistas. Los hechos mostraron
más tarde, que la burguesía industrial uruguaya que en sus
comienzos fue progresista, a medida que se enriquecía y se
transformaba en gran burguesía fue perdiendo su fisonomía
original, su característica nacional, al unir sus intereses, parte con
los de los gran des terratenientes, parte con el capital monopolista
extranjero, cambiándose en una burguesía antinacional,
antipatriótica.

Las reformas de carácter político

Las reformas con carácter económico, pues tas en práctica


por la burguesía, fueron seguidas por una serie de reformas
políticas indispensables. Los dirigentes más destacados de la
burguesía -particularmente Batlle y Ordóñez- advirtieron que la
subsistencia del viejo código
de 1830 era, a esa altura, un obstáculo serio, dificultando la
marcha emprendida, se había hecho imprescindible romper parte
de su estructura, y se planteó la reforma constitucional para hacer
participar, aun cuando nada más que ejerciendo el derecho de
voto, a amplias capas del cual se encontraban privadas por
mandato expreso de la primera Constitución que el país se había
dado. La burguesía se sabía fuerte, estaba en condiciones de
apoyarse en nutridas capas urbanas y aun rurales y ello le
permitía otorgar el derecho a voto a los analfabetos, a los
jornaleros, implantar el voto secreto, la representación
proporcional, etc. La forma de ejecutivo colegiado, respondía,
particularmente, a la necesidad de ampliar la base de gobierno,
obligando a otras fracciones de las clases sociales privilegiadas, a
participar en la dirección de la cosa pública, tratando de
transformar la oposición, particularmente la que respondía a los
terratenientes, en instrumento de colaboración, quitándole
motivos para levantamientos armados.
Aun cuando la reforma no se realizó como lo había
propuesto el batllismo, por la derrota de las fuerzas que la
prestigiaban, la manera como quedó estructurada la nueva
Constitución, significó un evidente paso hacia adelante en
relación a la de 1830. La creación de un Consejo Nacional de
Administración, integrando, junto con la Presidencia de la
República el Poder Ejecutivo, la autonomía municipal y demás
conquistas ya señaladas, representaban avances en la
organización democrática del Estado. No obstante, conviene
señalar, que tanto la forma
de Poder Ejecutivo que consagró la Constitución de 1918, como
la que propuso Batlle y Ordóñez, sin perjuicio de la ampliación
de la base del Poder Ejecutivo, tendía a asegurar el dominio
absoluto a los dos grandes partidos tradicionales, en esta rama del
aparato de dirección del Estado, cuyo poder seguía siendo
decisivo, sin responsabilidad ante el Parlamento, con el contralor
del Presidente de la República sobre la dirección del Ejército y de
la Policía, que aseguraba, como era lógico, la dictadura de clase
de la burguesía.

No obstante, la introducción de la representación proporcional en


la Cámara de Represen tantes y en la Asamblea Municipal
(Asamblea Representativa) daba posibilidades a la clase obrera
de lograr representación en el seno de estos dos organismos, de
utilizarlos como instrumentos de su lucha en combinación con las
gran des acciones de masas.
CAPITULO IX

TRAYECTORIA SEGUIDA POR LA


BURGUESIA CONCILIADORA

Principio de la crisis general del capitalismo y


su reflejo en el país

La prosperidad en el mundo capitalista determinada por la


coyuntura de la guerra mundial de 1914 a 1918, se prolongó
durante el período inmediato que siguió a la concertación de la
paz hasta fines de 1919. El año 1920 marca el comienzo de una
profunda crisis cíclica dentro de la iniciación de la crisis general
y definitiva del capitalismo. El final de la primera guerra mundial
con la victoria de las fuerzas aliadas que integraban el bloque
imperialista formado por Francia, Inglaterra, Estados Unidos,
Japón e Italia, lejos de suprimir ni aun atenuar las contradicciones
del mundo capitalista, las acentuó considerablemente, las hizo
más agudas y con características especiales por la existencia del
primer Estado Socialista, la República Socialista Federal de los
Soviets Rusos, que luego se denominaría
Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La crisis mundial del capitalismo repercutió densamente también
en el Uruguay. De pesos 147.251.735 que sumaron las exportaciones en
1919, descendieron a $80.751.735 en 1920 y en el período de tres años
1920-1922, la balanza comercial con el exterior arrojó un déficit de
$59.782.266; y como sucede siempre en el mundo dominado por el
capitalismo la crisis cayó con inusitada violencia y peso sobre las
espaldas del proletariado y demás clases populares
En los últimos meses de 1919, se advirtieron ya los síntomas de
crisis. Se había producido la paralización parcial y una disminución
sensible en las transacciones comerciales. En 1920 se vió con más
claridad la situación que enfrentaba el país. En el primer semestre de ese
año era ya crecido el número de los sin trabajo y la miseria ahogaba a
numerosos hogares obreros. La Sociedad de Beneficencia "Cristóbal
Colón" proporcionó alimento a 6.626 familias, en total 31.800 personas
y el Ejército de Salvación dio albergue nocturno a 3.185 desocupados
sin hogar, y comida a 11.050.
La aparición y extensión de la crisis general del capitalismo
coincidía con un avance de las fuerzas revolucionarias en Europa. Luego
del contraste sufrido por el proletariado húngaro, el aplastamiento de la
República de los Soviets en aquel país, debido a la coalición de las
potencias imperialistas y la contrarrevolución interior, se extendió una
verdadera red de soviets por las principales regiones de Alemania y el
Ejército
Rojo, de obreros y campesinos de Rusia lograba importantes
éxitos en guerra con las fuerzas intervencionistas extranjeras y los
guardias blancos; y en el resto del continente los trabajadores se
mantenían a la ofensiva.
El 5 de mayo de 1919 fue fundada en Moscú una nueva
Internacional política del proletariado, la Internacional Comunista
o Tercera Internacional como comúnmente se le llamó. La
fundación de la Tercera Internacional estuvo determinada por la
necesidad de devolver al movimiento obrero internacional su
contenido revolucionario, vale decir, clasista, que había perdido
la Segunda Internacional que fuera fundada en 1889 en París,
para ocupar el puesto dejado por la Primera Internacional,
fundada e inspirada por Marx y Engels. La Segunda Internacional
había perdido su contenido clasista, decimos, puesto de
manifiesto en el paso de sus secciones a uno u otro bando
imperialista en guerra. La Tercera Internacional, recogiendo las
gloriosas tradiciones de la Primera, se empeñó y logró aglutinar y
educar a lo más sano de las fuerzas obreras con un sentido
revolucionario de acuerdo a las condiciones que vivía el mundo.
El proceso de reconstrucción de la Internacional obrera y
sus partidos alcanzó a todos los países; llegó al Uruguay,
determinó que se formaran dos grupos con tendencias opuestas,
por o contra la Internacional Comunista y en septiembre de 1920
la mayoría del Partido Socialista uruguayo votó su adhesión a la
Tercera Internacional. En abril de 1921 ratificó la adhesión,
aceptando las veintiuna condiciones que exigía
la I. C. a los partidos del proletariado para ingresar en sus filas.
El Partido Socialista del Uruguay, denomina do desde
entonces Partido Comunista del Uru guay, estaba destinado a
influir considerablemente sobre el movimiento obrero nacional,
ya con movido por la Revolución Socialista de Octubre, y, desde
luego, en la trayectoria a seguir por la política nacional.

II

Cambios producidos en la situación mundial durante la


tercera década del siglo XX

En el transcurso del año 1921 se había hecho sumamente


difícil la situación económica en la Rusia Soviética, con fuerte
repercusión en su vida política. Había descontento, el comunismo
de guerra, impuesto por la necesidad de hacer frente a la
contrarrevolución y la intervención extranjera, chocaba con las
nuevas condiciones creadas luego del aplastamiento de las
fuerzas enemigas de intervencionistas y guardias blancos. Fue
necesario pasar a otra etapa, y en ese año, por iniciativa de Lenin,
fue implantada la llamada Nueva Política Económica (N.E.P.),
que consistió en lo fundamental, en la supresión de la entrega
obligatoria de productos campesinos a las ciudades,
estableciéndose el impuesto en especies, y libertad del comercio
al por menor. Los resultados fueron sorprendentes, antes de
transcurrir un año la situación había cambiado radicalmente,

el poder de los soviets se afirmó, y renació la confianza general.


Había cambiado también la situación en el resto del
mundo, dominado por el capitalismo, la burguesía que se había
batido en retirada durante varios meses retomó la iniciativa,
dispuesta a aplastar a la clase obrera, deshacer sus
organizaciones. En la mayor parte de los países europeos los
dueños de los instrumentos de producción arremetieron contra el
nivel de vida de los trabajadores, produciéndose una rebaja de los
salarios y aumento de las horas de trabajo diario. La ofensiva
contra el nivel de vida de los trabajadores iba acompañada de una
represión continua que adquiría caracteres de terror organizado
en los países menos adelantados. En 1921 el fascismo asaltó el
poder en Italia; en la mayoría de las Repúblicas Latinoamericanas
y en las colonias dominaba ampliamente el terror. También en el
Uruguay adquirió singular intensidad la ofensiva de los patrones
y el Estado contra la clase obrera y su nivel de vida. En abril de
ese año los diarios informaban que pasaba de 15.000 el número
de los desocupados, y, junto al despido en masa de obreros,
aprovechando la abundancia de brazos disponibles, los patrones
rebajaron los salarios y se organizaron para quebrar todo intento
de acción defensiva de los obreros. En julio quedó constituida
una fuerte organización patronal: "Liga del Trabajo Libre",
formada por industriales y comerciantes mayoristas, y en el
informe que la flamante organización envió a la prensa decía que
tenía como principal cometido combatir las huelgas y demás
movimientos obreros

Unos meses antes de constituirse la "Liga del Trabajo Libre" se


había realizado en Buenos Aires un congreso policial, en el que
estuvieron representadas las policía de Argentina, Uruguay,
Brasil y Chile, con el fin de estudiar los "métodos mejores de
combatir el movimiento organizado de los trabajadores". En el
transcurso de los años 1923 y 1924, el Partido Comunista y los
sindicatos obreros del país realizaron una intensa campaña contra
las medidas represivas puestas en práctica por el gobierno
batllista de Baltasar Brum, y continuadas por sus sucesores.
El giro que tomaba la ofensiva del capitalismo en todos los
países donde dominaba y la posición defensiva que se vio
obligada a adoptar la clase obrera, llevó al Comité Ejecutivo de la
Internacional Comunista a proponer a los dirigentes de la
Segunda Internacional y a todas las fuerzas obreras, la formación
de un frente común mundial para resistir las embestidas de la
reacción y reacondicionar las fuerzas para volver al ataque. La
iniciativa no cristalizó por la resistencia de los sectores
derechistas de la socialdemocracia; los jóvenes Partidos
Comunistas de América Latina carecían de fuerza y de capacidad
táctica como para plantear el problema y quebrar la resistencia de
los enemigos de la unidad. En el Uruguay, la clase obrera
dividida, aislada del campesinado, de los asalariados rurales, de
una parte considerable de las masas ciudadanas, debió hacer
frente a la reacción, teniendo como vanguardia al Partido
Comunista.
En 1923 el fascismo trató de organizarse en el Uruguay,
realizando un acto con la participación

de un delegado de Mussolini. Frustrada la tentativa debido a la


enérgica intervención del Partido Comunista, en los meses
siguientes se renovaron los esfuerzos de los fascistas,
estrellándose una y otra vez por la actitud vigilante y firme del
Partido Comunista y de los trabajadores organizados; en medio
de la crítica áspera y cerrada de los sectores democráticos de la
burguesía en "frente único" con los grupos más reaccionarios,
acusaban de "enemigos de la libre expresión del pensamiento" a
quienes tomaban en sus manos la defensa de la democracia, de
las libertades, haciendo frente a sus confesados y comprobados
enemigos.

III

Estabilidad precaria del capitalismo; su repercusión en el


Uruguay

A fines del año 1922 y principios de 1923, se advertían


síntomas de reanimación en el mundo. capitalista, precursor de un
período de prosperidad, aun cuando en forma precaria y con
ritmo desigual, sin abarcar a todos los países.
"En Estados Unidos -decía el economista soviético
Eugenio Varga- el período de prosperidad retardado por la
huelga de los mineros y ferroviarios, ha sobrevenido. Un
cierto mejoramiento en los países empobrecidos de
Europa, Inglaterra y Francia y países neutrales. Al
contrario, nada de mejoramiento

en la Europa Central. En Alemania continúa una


prosperidad ficticia. En Italia depresión persistente. En
Checoslovaquia progresión de la crisis".66

Hacia 1924 existía una alta coyuntura en Estados Unidos,


mejoramiento de la situación en Francia donde millares de
obreros trabajaban en la reconstrucción, a lo que se añadía una
afiebrada actividad comercial, determinada por la desvalorización
del franco, en tanto Alemania enfrentaba una aguda crisis a raíz
de la estabilización de la moneda. En 1925 hubo nuevos cambios
dentro del cuadro desigual. En los Estados Unidos, en las
colonias, en los países dependientes, el proceso económico seguía
una línea ascendente. El restablecimiento del libre
desenvolvimiento de los capitales, restringidos desde el principio
de la crisis y el levantamiento del embargo que pesaba sobre los
emprésticos en Inglaterra, provocó fuertes exportaciones de
capitales ingleses y también norteamericanos, contribuyó a
fomentar el intercambio y a reanimar los mercados internos y
externos en los diversos continentes.
En 1927 el capitalismo, siempre en línea desigual alcanzó
el mayor nivel de estabilidad. El aumento de la producción de los
distintos países era: 112 por ciento en Alemania; 124 por ciento

66
Eugenio Varga: "Correspondencia Internacional", No 25 de 1926.
en Francia; 99 por ciento en Inglaterra y 139 por ciento en los
Estados Unidos. Actuaban como

factores diferenciales, entre otros, pero principalmente, las


distintas situaciones derivadas de la Paz de Versalles, en contra
de los países vencidos obligados a hacer frente a las pesadas
cuotas de pagos por concepto de reparaciones e indemnizaciones,
por una más acentuada transferencia del centro de gravedad
económico de los países europeos de Norteamérica.
La estabilidad relativa del capitalismo se reflejaba también
en forma desigual, en los países coloniales y dependientes,
caracterizados por el sistema de monocultivo y por su condición
de proveedores de materias primas. El resurgimiento económico
en cada país de esta categoría estuvo determinada por la clase y
cantidad de materia prima de que disponía.
Así los países poseedores de yacimientos petrolíferos en
explotación, advirtieron un rápido mejoramiento de su situación
económica por demanda creciente de combustible para las
industrias y los transportes.
Va de suyo que esta prosperidad relativa alcanzó también
al Uruguay. Tomando como base las cifras del comercio exterior
y fijando en 100 el monto de las exportaciones del año 1913, año
anterior al estallido de la guerra, llegan en 1919, año cumbre de
la prosperidad capitalista que siguió al fin de la contienda, a
327,7 y a 156,4 y 153 en 1921 y 1922 respectivamente, años de
plena crisis económica en el mundo dominado por la burguesía;
asciende a 209,9 en 1926 y a 215,2 en 1927. En cuatro años
1924-1927 la balanza comercial del país arrojó un saldo favorable
de $104.212.273. La acumulación capitalista en el

país en la época señalada, fue fruto en gran parte de los saldos


favorables en la balanza comercial del país, determinó una serie
de reinversiones no sólo en el campo sino también en la industria.
Así en el transcurso del tercer decenio del presente siglo fueron
fundados en el país 4.408 establecimientos industriales, algunos
de importancia, la mayor parte de los cuales se instala ron
después de 1925. De 1926 a 1930 fueron inauguradas 1.136
fábricas y talleres.67

IV

Retroceso de la burguesía ante los sectores de derecha

A medida que se producían cambios en el mundo


capitalista, con las explicables derivaciones de carácter político,
repercutían con acentuada fuerza en el Uruguay. Aumentaron las
contradicciones y con ello las dificultades en el seno de las
diversas clases sociales particularmente en las filas de la
burguesía que se había afirmado en el poder en 1903. Empero,
tales dificultades tenían origen particular de dos cuestiones
fundamentales. Primero: del avance acentuado del imperialismo
estadounidense a costa del imperialismo británico, a la sombra de
la situación que creó la guerra. El batllismo mantenía una
negativa permanente a hacer concesiones al capital

67
"Síntesis Económica y Financiera del Uruguay", año 1936.
extranjero para la explotación de empresas de servicios públicos
y resistía su penetración en aquellas ramas comerciales e
industriales que deseaba poner en manos del Estado; empero,
hizo de la banca norteamericana el principal prestamista del país.
El primer empréstito en Estados Unidos fue contratado en 1915 -
ya anotamos- y siete años más tarde, entre nacionales y
municipales se habían obtenido empréstitos en Estados Unidos
por valor de $44.869.000 y las inversiones norteamericanas en
frigoríficos, diversas industrias, compañías distribuidoras de
derivados del petróleo y casas comerciales sumaban 27.737.789
pesos.68
Y, factor: La coyuntura derivada de la primera guerra
mundial 1914-1918 y los meses de prosperidad que la siguieron,
permitió a vastos sectores de la joven burguesía industrial -igual
que a los grandes comerciantes, fuertes ganaderos y latifundistas-
enriquecerse con inusitada rapidez. Estos sectores de la burguesía
industrial, a medida que aumentaban sus ganancias
transformándose en gran burguesía fueron soldando sus intereses,
por un lado, con los intereses del capital monopolista
norteamericano y por el otro, con los intereses de los poderosos
"barones" del suelo, al invertir los excedentes de sus ganancias en
tierras y en ganadería.
Reflejo de esta nueva situación fueron las candidaturas
triunfantes a la Presidencia de la República, en alianza con el
batllismo, de José

68
"Informe de la Inspección de Bancos y Sociedades Anónimas", año 1932.
Serrato, 1923-27, y de Juan Campistegui, 1927 1931. Serrato era
ya en la época señalada la cabeza más visible de los grandes
industriales del país, cada día menos reformistas, opositores
encarnizados a toda concesión a los legítimos intereses de los
trabajadores y Juan Campistegui, aparecía como figura de primer
plano del Partido Colorado Riverista, fuerza política que
representaba los intereses y aspiraciones de los fuertes ganaderos
y latifundistas.
La retirada de las fuerzas que dirigía Batlle y Ordóñez, sus
concesiones a los grupos no progresistas del Partido Colorado,
lejos de afirmar a su 'Partido, lo condujo a perder posiciones en el
seno de las masas y sirvió de aliciente a las fuerzas conservadoras
y reaccionarias que combatían su programa reformista. En el año
1924 se habían introducido modificaciones en el sistema
electoral, permitiendo una mayor participación de núcleos que
hasta entonces no habían intervenido como votantes, llegando
casi a un equilibrio de las fuerzas electorales de los dos grandes
conglomerados políticos tradicionales: el Partido Nacional o
Blanco y el Partido Colorado. La diferencia de las cifras
electorales en 1925 fue sólo de un dos por ciento a favor de este
último. El Partido Nacional había progresado conquistando
nuevos contingentes entre las capas más atrasadas del campo,
también entre núcleos sociales descontentos que no se habían
beneficiado del mejoramiento de la situación económica. En las
elecciones realizadas ese año para integrar el Consejo Nacional
de Administración triunfó el Partido Nacional, debido a la
abstención del

grupo colorado que acompañaba a Feliciano Viera. Este éxito


electoral hizo entrever a la oligarquía ganadera y terrateniente las
posibilidades de conquistar todo el poder por vías legales y
redobló sus esfuerzos para ganar nuevas posiciones; sin embargo,
en las elecciones para ocupar la Presidencia de la República, fue
derrotado el Partido Nacional, por haberse separado de sus filas
un importante grupo que rodeaba al doctor Lorenzo Carnelli,
descontento con la posición conservadora, en mucho reaccionaria
de la dirección de ese partido. El Partido Colorado, a la inversa,
se presentó unido, triunfando la candidatura del riverista Juan
Campistegui al que ya nos hemos referido.
El riverismo conquistaba la Presidencia de la República,
no a través de una bien organizada e intensa agitación, en la cual
las masas habrían podido manifestar su opinión, conocer la
posición del candidato, dar su palabra, usar sus propias armas
legales para garantizar las conquistas logradas y avanzar hacia
nuevas realizaciones. Conquistaba el Partido Colorado Riverista
la primera magistratura, que seguía siendo decisiva, a pesar de la
existencia del colegiado, cuyas funciones eran particularmente
administrativas, quedando en sus manos el ejército y la policía, el
aparato represivo del Estado, entre cuyos comandos superiores
contaba el riverismo con numerosos adeptos. Años más tarde
-1933- los hechos confirmaron que era la parte unipersonal del
Poder Ejecutivo la que disponía exclusivamente de la fuerza
armada.
Llegaba al poder la fracción del Partido Colorado
que respondía a los intereses ganaderos y terratenientes en el
momento en que la reacción se esforzaba por afirmar sus
posiciones.
En una primera versión de "Historia del Uruguay", año
1946, refiriéndonos a esta situación decíamos: Con la ayuda
económica del capital monopolista anglo-norteamericano, el
fascismo aseguró su dominio en Italia y en Polonia. En Francia e
Inglaterra se formaron gobiernos de "derecha" integrados por los
elementos más reaccionarios, delegados directos de la banca y la
gran industria. En 1924 el Partido Conservador inglés había
tomado el poder sostenido por una mayoría parlamentaria
absoluta, bajo la jefatura de M. Baldwin, una de las figuras más
destacadas del grupo reaccionario de Cliveden.
La misma trayectoria trataban de seguir las burguesías en
los países coloniales y dependientes. El programa de gobiernos
"fuertes" se transformó también fuera de las metrópolis en el
problema de fondo para la mayoría de los dirigentes políticos al
servicio de las oligarquías terratenientes y del capital monopolista
extranjero. No concebían otro método para poner "freno" a las
masas que se agitaban nuevamente en defensa de sus derechos, de
su pan y de las libertades democráticas. Les hacía falta algo más
que gobiernos conservadores de tipo corriente. Las experiencias
del fascismo en Italia eran seguidas de cerca y con atención por
los amos de la banca y la gran industria, y, desde luego, por los
dirigentes latifundistas, sus aliados naturales en los países
débiles. En los países coloniales y dependientes les resultaban
insoportable hasta los vestigios de democracia
y libertad. Las metrópolis exigían una explotación despiadada de
los países sometidos a su dominación política y económica para
obtener mayor rendimiento de los capitales invertidos en la
extracción de materias primas, en las industrias y en el transporte.
Hacia mediados de la tercera década de este siglo, la mayor parte
de los países latinoamericanos, sus pueblos, soportaban gobiernos
fuertes, dictaduras como el gobierno de Calles en México o
dictaduras abiertas como la de Ibáñez en Chile.

Comienzos de la bancarrota definitiva de los partidos


tradicionales

Las condiciones en que el país se encontraba en la época


señalada, las maniobras aceleradas de las fuerzas reaccionarias
acentuadas por la existencia del gobierno riverista y la situación
imperante en el mundo capitalista, llenó de explicable inquietud y
preocupación a los dirigentes esclarecidos de la clase obrera, a los
mejores hombres de los sectores democráticos de la burguesía y a
las masas obreras y populares. Esta preocupación e inquietud
subió de punto al advertirse cómo se movilizaban los grupos más
reaccionarios procurando obtener ventajas. El jefe máximo del
riverismo, Pedro Manini y Ríos se había con vertido en uno de
los teóricos más entusiastas de la transformación violenta del
sistema guberna mental, y en la misma línea figuraba Julio María
Sosa -dirigente desgajado de las filas del batllismo- enarbolando
en alto la bandera del tradicionalismo, no en lo que tiene de
aleccionador y sanamente heroico, sino en su fase más
reaccionaria, de vuelta a un pasado que la historia había dejado
muy atrás. Julio María Sosa fue a Italia, se entrevistó con
Mussolini y al regreso se dedicó a predicar y proclamar las
"virtudes salvadoras del fascismo".
En abril de 1928 el país fue llevado al borde de un golpe
de Estado; Campistegui amenazó con renunciar y un grupo de
militares fascistizantes, de alta graduación, recogió firmas en los
cuarteles asegurando colaboradores dispuestos a accionar para
derribar la estructura democrática de gobierno que el país se
había dado. Hacia 1929, la Federación Rural, cabeza de la
reacción terrateniente y ganadera, logró nuclear en un organismo
a latifundistas, opulentos estancieros, fuertes industriales,
comerciantes exportadores e importadores y otras fuerzas,
consiguiendo formar un poderoso organismo centralizado
denominado "Comité de Vigilancia Económica". Se asignó el
flamante organismo, como tarea inmediata, combatir los
proyectos de leyes sociales sometidos a consideración del
Parlamento y lograr la derogación de las leyes sociales en
vigencia. Empero era esta parte del programa, una cuestión
previa, el objetivo a alcanzar era mucho más vasto. El Congreso
realizado por el Comité de Vigilancia Económica en setiembre
del año señalado, puso de manifiesto que lo fundamental para las
clases que representaba era lograr la destrucción del sistema
gubernamental vigente,
suprimir las libertades democráticas y sindicales. "El Congreso
que se realiza el 21 del corriente -decía un manifiesto del Partido
Comunista- será el paso inicial para sus objetivos reaccionarios".
Frente a tan turbios manejos antipueblo, anti organización
obrera y sus conquistas, la clase trabajadora del Uruguay, en su
mayoría, se encontraba desorganizada y las débiles
organizaciones sindicales existentes estaban divididas. Desde
tiempo atrás existían dos Centrales: Federación Obrera Regional
Uruguaya (FORU) y Unión Sindical Uruguaya (USU). En
noviembre de 1928 se constituyó el Block de Unidad Obrera con
el fin de reunir en una sola central a todos los organismos
sindicales del proletariado, sin lograrlo, pues chocó con el
obstáculo, en ese momento insalvable, que ofrecía el sectarismo;
y en abril de 1929, se disolvió el Block de Unidad Obrera, dando
paso a la Confederación General de Trabajadores del Uruguay,
que logró agrupar a la mayor parte de las organizaciones obreras,
pero sin lograr la unificación de todas las fuerzas proletarias.
La división obrera, la precariedad de sus organizaciones de
lucha no les permitía ser factor decisivo en la batalla que se
libraba contra la reacción. No obstante, la clase obrera, con el
Partido Comunista en primera línea, más las masas batllistas y los
integrantes del Partido Socialista, hicieron frente a las fuerzas
agrupadas en derredor del Comité de Vigilancia Económica,
obligándolas a retroceder.
El país había sido llevado, pues, a una situación
extremadamente delicada derivada de factores mundiales y
nacionales, que permitieron a los integrantes de las fuerzas más
oscuras maniobrar con audacia, en tanto la burguesía, por demás
conciliadora, se limitaba a entregar posiciones a la reacción, y
veía disgregarse sus filas. Las dispersiones escalonadas y nuevos
rea en el seno del Partido Colorado -que por otra parte, como lo
señala la historia no constituía ninguna novedad en los partidos
tradicionales pues se venía produciendo periódicamente desde los
años 30 del siglo XIX- re vestía en ese momento determinadas
particularidades por las modificaciones que se operaban en las
capas sociales que integraban el llamado Partido de la Defensa y
que hemos indicado anteriormente.
En concreto, se destacaban ya los primeros síntomas de
que no sólo los terratenientes, también fuertes sectores de la
burguesía, ponían en evidencia su falta de capacidad para dirigir
al Estado utilizando los métodos clásicos establecidos por la
democracia burguesa y de acuerdo con sus intereses de clase tales
métodos les daban cada día menos resultados, y una parte de esa
burguesía se aprestaba a pasar a otra etapa en medio de continuas
conmociones económicas y políticas.
De 1927 a fines de 1929 entraron en el mundo dos nuevos
factores de dispersión: la construcción victoriosa del socialismo
en la Unión Soviética y la nueva crisis cíclica del capitalismo,
siempre en el marco de la crisis con carácter mundial y
permanente, que en poco tiempo alcanzó
proporciones nunca registradas hasta entonces. En medio del
terror producido por la fuerza que iba tomando el primer Estado
Socialista y lo imprevisible de las consecuencias de la crisis, la
burguesía, -también la uruguaya-, se empeñó en tomar las
medidas necesarias para que el peso de la crisis cayera por entero
sobre las espaldas del proletariado, de las masas campesinas, de
todo el pueblo.
En 1929 había muerto José Batlle y Ordoñez, sin que
apareciera un solo dirigente en condiciones de ponerse al frente
del batllismo, y esta situación se puso de manifiesto al comenzar
la década del 30, cuando se intensificó la propaganda a favor de
resolver la crisis planteada por medio de un golpe reaccionario
capaz de impedir a las masas la más leve resistencia ante los
planes de hacerlas soportar el peso de la situación económica
imperante. A mediados de 1931 se dividió el Partido Nacional
por iniciativa de su líder Luis Alberto de Herrera, iniciando la
lucha contra las formas democráticas de gobierno, contra el
colegiado en primer término, con el apoyo del imperialismo
británico, empeñado en reconquistar posiciones perdidas ante el
empuje arrollador de los monopolios estadounidenses. Herrera
logró apoyarse en una fuerte base de masas que le proporcionaba
el des contento de nutridas capas de la población, obtuvo más
tarde la colaboración del grupo bat llista que rodeaba al
Presidente de la República, Gabriel Terra, que fuera con
anterioridad agente de los monopolios norteamericanos, más el
riverismo.
INDICE

CAPITULO I

SEGUNDA ETAPA DE LAS LUCHAS DE LIBERACION

I Maduración de nuevas condiciones revolucionarias


II La guerra de liberación
III La Asamblea de la Florida
IV Del final de la guerra a la Convención Preliminar de Paz
V La Constitución de 1830. Su contenido de clase

CAPITULO II

DE LA JURA DE LA CONSTITUCION
DE 1830 A LOS PROLEGOMENOS
DE LA GUERRA GRANDE

I Primeros pasos de vida independiente


II El origen de los partidos tradicionales
III Dificultades y exacerbación de las contradicciones
IV La lucha por el poder en la Argentina. El gobierno de Rosas y
su contenido
V La independencia de la República Oriental, obstáculo a los
planes de Rosas
CAPITULO III
LA GUERRA GRANDE
I La intervención extranjera en el Río de la Plata afirmó el
gobierno de Rosas
II La guerra contra Rosas
III La defensa de Montevideo y las contradicciones dentro de las
fuerzas de la defensa
IV La lucha decisiva contra el poder de Rosas

CAPITULO IV
1852-1874
NUEVA FASE DE LA LUCHA CONTRA
LA INTERVENCION EXTRANJERA EN
EL PAIS

I La situación de la República después de la derrota de la


reacción rosista
II La alianza de clases frente al peligro común
III Reaparición de los viejos antagonismos y ruptura de la unidad
nacional
IV El triunfo de la burguesía centralista argentina y su
repercusión en el Uruguay
V El gobierno de Bernardo P. Berro. Su contenido progresista VI
La guerra reaccionaria encabezada por Venancio Flores, preludio
de la guerra de agresión al Paraguay
VII La Guerra del Paraguay. Sus consecuencias en la República
Oriental

CAPITULO V
1875-1886
PERIODO DE LOS GOBIERNOS
MILITARES
I Factores que determinaron cambios en la situación
II La situación de la República hacia los años 70
III Del libre cambio al proteccionismo
IV Contenido capitalista de las reformas propiciadas por Lorenzo
Latorre V Segunda etapa de los gobiernos militares
VI La lucha por la reconquista de la democracia

CAPITULO VI
CONSOLIDACION DE LA DEMOCRACIA

I El gobierno de Máximo Tajes y el pro ceso de afianzamiento de


la vida institucional del país
II La crisis económica de 1890. Su influencia sobre la vida
política del país
III El proletariado
IV La crisis política
V El gobierno de Juan Lindolfo Cuestas señala un nuevo avance
de las fuerzas de la burguesía

CAPITULO VII
TRIUNFO DE LAS FUERZAS DE
LA BURGUESIA

I La primera presidencia de José Batlle y Ordóñez. Consolidación


de las formas democráticas de gobierno
II La lucha interimperialista en el país
III La resistencia de las fuerzas del latifundio
IV Reorganización y luchas de la clase obrera
V Unificación política del país y sus resultados
VI El gobierno de Claudio Williman. Demostración que la
posición de Batlle no era la de toda la burguesía
CAPITULO VIII

SEGUNDA ETAPA DE LOS


GOBIERNOS BATLLISTAS

I El programa de reformas y la oposición de los terratenientes y


agentes del imperialismo británico
II Capitulación de las fuerzas de la burguesía progresista
III Desarrollo del capitalismo en el Uruguay. El capitalismo de
Estado
IV La protección a la industria nacional
V Las reformas de carácter político

CAPITULO IX

TRAYECTORIA SEGUIDA POR


LA BURGUESIA CONCILIADORA

I Principio de la crisis general del capitalismo y su reflejo en el


país
II Cambios producidos en la situación mundial durante la tercera
década del siglo XX
III Estabilidad precaria del capitalismo; su repercusión en el
Uruguay
IV Retroceso de la burguesía ante los sectores de derecha
V Comienzos de la bancarrota definitiva de los partidos
tradicionales
Impreso en
diciembre de 1966
en los Talleres de
Imprenta Letras S.A.
La Paz 1825,
Montevideo – Uruguay
Edición – Peñarol Inteligencia -

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