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Childe - Introducción A La Arqueología
Childe - Introducción A La Arqueología
INTRODUCCIÓN
A LA ARQUEOLOGÍA
Prólogo de
JU A N M ALUQUER DE MOTES
EDICIONES ARiEL
Esplugu es de Llobregat
BARCELO N A
Título del original inglés:
A 5H O R T IN TRO DUCTXO N T O A R C H A EO LO G Y
J. M a lu q u er d e M o tes
ARQUEOLOG ÍA E HISTORIA
1. — E l te s t im o n io a r q u e o ló g ic o
2. — T ip o s
2, C H IL D E
banco de arena. En un agregado de esta índole, nin
guna excavación, aunque se llevara a cabo de la mane
ra más experta, distinguiría conjuntos de tipos aso
ciados. En este sentido, un examen del “estado de
conservación” de los utensilios podría ser de gran
avuda.
✓
3. — C ulturas
4. — T ie m p o d e e v o l u c ió n a r q u eo ló g ic a
BIBLIOGRAFÍA
1. — L a t r ip l e ba se
2 . — C l a s ific a c ió n f u n c io n a l
3. C H IL D E
rro (leisters) usados actualmente por los pescadores es
candinavos.
Más adelante se dedica un capítulo a indicar cómo
pueden completarse con certeza los fragmentos que
subsisten en el testimonio arqueológico. Los dos ejem
plos que acabamos de citar pretenden indicar la for
ma en que las referencias al folklore y a la etnografía
pueden contribuir a esclarecer la función de algunos
ejemplares arqueológicos misteriosos. En rincones de
Europa que todavía escapan a la industrialización, en
las Islas Occidentales de Escocia, en las profundidades
de los bosques finlandeses o a lo largo de los valles
menos accesibles de los Balcanes, los campesinos y pes
cadores han conservado intactas tradiciones que se re
montan, sin interrupción, a la Edad de Piedra y que
ellos expresan por medio de utensilios y productos que
pueden ser equiparados con las reliquias y monumen
tos de hace cuatro mil años o más. En el Ártico o en
el desierto de Kalahari las gentes viven aún de forma
muy parecida a como vivían los europeos durante el
período glaciar o como vivían los contemporáneos de
estos últimos en el norte de África. Las semejanzas
existentes en los avíos que han subsistido justifican
que, en cierto modo, tratemos a estos salvajes actuales
como representantes de las sociedades de la Antigua
Edad de Piedra.
Cuando las muestras se han distribuido de esta ma
nera en grupos funcionales, es muy posible que nues
tro director se sienta desconcertado al ver que en mu
chos de los grupos hay demasiados objetos para expo
ner en su Torre de la Historia, por muy espaciosa que
sea. Puede reducir estos grupos a proporciones más
manejables pasando por alto las diferencias poco im
portantes que existen entre las piezas individuales. Por
consiguiente, algunas de ellas se considerarán como
pertenecientes al mismo tipo y únicamente será nece
sario exponer una, pudiendo almacenarse o desecharse
las restantes.
Por ejemplo, la Bulby Motors Inc. ha producido
anualmente desde 1925 un millar de sus Democrats
5-HP, que se diferencian entre sí únicamente por el
número del motor y de chasis. Nuestro director ha
adquirido cuarenta ejemplares del modelo de 1928,
que se distingue especialmente por la forma de sus
guardabarros. Pero, para sus propósitos, este detalle
tiene tan poca importancia como el de los números.
Expondrá uno como ejemplar-tipo y desechará los
treinta y nueve restantes. Así también, una colección
puede estar compuesta de treinta trajes de caballero,
diferenciándose naturalmente por las tallas y la tela,
pero correspondiendo todos al mismo corte en boga.
Un solo traje será suficiente para representarlos. Los
vestidos de señora pueden ocasionar más dificultades,
puesto que las “creaciones” de la alta costura son evi
dentemente menos manejables en este sentido. No obs
tante, los vestidos de un pueblo balcánico, y a veces
de toda una provincia, son todos de idéntico modelo,
con excepción de los dibujos bordados en cada uno.
Estas últimas diferencias pueden ser pasadas por alto;
un solo vestido representará al tipo común en la pro
vincia de Split. Aplicando de esta forma el concepto de
tipo, ya expuesto en la página 13, el director podrá eli
minar lo superfluo de su colección y reducir cada uno
de sus grupos funcionales a un conjunto de tipos no
demasiado voluminoso. Podrá entonces distribuir los
ejemplares-tipo así seleccionados entre los diversos
conservadores de sus departamentos. Cada uno de
ellos deberá reagruparlos en el piso adecuado, asignan
do a cada uno un segundo número indicador: su coor
denada cronológica.
4 . — C l a s ific a c ió n co ro ló g ic a
5. — C u l t u r a s y pe r ío d o s p r e h is t ó r ic o s
4. C H IL D E
caza. Como neolíticos se consideraron aquellos artefac
tos, incluyendo instrumentos cortantes afilados y puli
mentados, que habían sido hallados en los palafitos o
habitaciones lacustres (lake-dwellings) suizos y en los
dólmenes daneses asociados a una fauna reciente y a
los huesos de animales domésticos y a indicios de agri
cultura. La división se basó, pues, en tres criterios:
1) geológico (Pleistoceno o reciente); 2) tecnológico
(afilado por medio de lascado solamente o pulimenta
do), y 3) económico (una economía de cosecha silves
tre —recolección— o de cultivo —producción—). Se
supuso que los tres criterios coincidían, pero en reali
dad no fue así. Luego, después de 1921, se añadió una
tercera división de la Edad de Piedra: el Mesolítico.
Actualmente, el Paleolítico equivale al Pleistoceno, y
todas las culturas posteriores al Pleistoceno que man
tienen invariable la antigua economía de caza, pesca
y recolección, se clasifican como Mesolíticas. O más
bien deberían estarlo: en la práctica, el término no
se aplica a los recolectores contemporáneos de Aus
tralia, África del Sur o Tierra de Fuego, ni tampoco a
las tardías culturas prehistóricas de las zonas de coni
feras o de tundra del norte de la región eurasiática.
Tres edades proporcionaron una base lógica e inequí
voca para la clasificación cronológica, o al menos suce
siva; cinco edades, no. Sin embargo, aún así represen
tan en cualquier región estadios sucesivos que tam
bién constituyen divisiones del tiempo de evolución
arqueológica, secciones del testimonio local.
Se han propuesto “edades” adicionales, pero en ge
neral no han sido adoptadas, afortunadamente, y sólo
se hace necesario mencionarlas para tranquilizar al es
tudiante que pueda tropezar con ellas durante su lec
tura. Algunos autores han sugerido que se inserte entre
las Edades de Piedra y de Bronce (etapas), un Calcolí-
tico (en italiano Eneolítico, en francés ÉnéoUthique).
Tal como era empleado en su origen por los prehisto
riadores italianos, este término significaba una etapa o
período en el que se habían utilizado instrumentos y
armas de cobre, junto con tipos similares de piedra.
Pero esto ocurría en todas partes durante las fases pri
mitivas de la Edad de Bronce, ya que los metales,
que resultaban muy costosos, sólo eran asequibles a
unos pocos miembros de la mayoría de sociedades y
apenas se usaban para puntas de armas arrojadizas o
para instrumentos destinados a trabajos groseros. Esta
etapa, pues, no puede compararse ventajosamente con
la "Edad del Bronce Antiguo”, denominación más
generalizada.
Quizá sería más práctico distinguir una etapa en la
que se empleaba solamente el cobre nativo, tratado
como si fuera una clase superior de piedra y forjado.
El Calcolítico se aplica a veces a esta etapa tecnológi
ca. Pero, debido a que el cobre nativo es muy poco
frecuente, dicha etapa no precede universalmente a la
Edad de Bronce y, por consiguiente, no representa
una etapa general del progreso tecnológico. De vez en
cuando se emplea la expresión “Edad de Cobre” para
indicar dicha etapa, pero aún más frecuentemente se
utiliza para designar un período en el que se utilizaba
el cobre sin alear en lugar del bronce, que es una alea
ción de cobre y estaño. No obstante, esta norma es
difícil de aplicar, ya que, sin la ayuda de análisis, los
artefactos de cobre no pueden ser distinguidos con se
guridad de los de bronce. Siempre que se ha podido
disponer de análisis fuera de Europa, ha resultado que
la mayor parte de utensilios y armas atribuidos tradi
cionalmente al Bronce Antiguo, eran en realidad de
cobre sin alear. Él término "Edad de Bronce” es, pues,
químicamente inexacto y sería mejor reemplazarlo por
“Paleómetálico”. Pero el intento de diferenciar una
“Edad de Cobre” independiente en este segundo sentido
sólo puede ocasionar mayores confusiones.
Los arqueólogos turcos, inducidos a error por un ex
cavador alemán, usan desgraciadamente los términos
Edades del “Calcolítico”, del “Cobre” y del “Bronce”
para designar fases consecutivas de la prehistoria de
Anatolia. De hecho, su “Edad de Cobre” es tipológi
camente equivalente, y ampliamente contemporánea
también, a lo que se conoce como el “Bronce Antiguo”
en las costas del Egeo y en Siria-Palestina. El “Calco
lítico”, que precede, parece ser sobre todo homotáxico
con el Neolítico de Grecia, aunque quizá cubra tam
bién el Bronce Antiguo del Egeo. Así pues, las Edades
del Calcolítico y del Cobre pueden ser rechazadas. El
Mesolítico se halla hoy demasiado firmemente estable
cido para hacer lo mismo. ¡El estudiante deberá luchar
con cinco edades!
Incluso cinco edades ofrecen un marco demasiado
tosco para reflejar satisfactoriamente el progreso de la
cultura humana. La primera, y la más larga, de las
edades, el Paleolítico, fue subdividida por De Morti-
llet en el siglo pasado. Basándose en la estratigrafía
observada en diversos lugares de Francia, distinguió
seis conjuntos o culturas que se sucedían unos a otros
en el mismo orden en todos los lugares correspondien
tes. Los adoptó para representar períodos dentro de la
Edad Paleolítica y, por analogía con el Devónico,
Cámbrico, etc. en la nomenclatura geológica, denomi
nó a cada uno según el lugar donde había sido des
cubierto por primera vez o se hallaba bien representa
do —Chelles, Saint-Acheul, Le Moustier, Aurignac,
Solutré, La Madeleine (aquí he simplificado un poco
la historia, a propósito). Ahora bien, en tanto que las
series de De Mortillet reflejaban la sucesión estratigrá-
fica observada (no sucedía lo mismo en su forma ori
ginal), estas seis culturas representaban divisiones cro
nológicas del testimonio arqueológico en Francia y
etapas del desarrollo de la cultura en Francia. Pero
bajo la influencia de la entonces nueva doctrina de la
evolución, fueron adoptadas para representar etapas en
la evolución de la cultura humana y períodos del tiem
po absoluto, tan universalmente contemporáneos como
los períodos y eras de los geólogos.
En realidad, Auriñaciense o Magdaleniense o cual
quier otro de estos nombres, denota un conjunto de
tipos asociados unos con otros repetidamente en un
área específica. Fuera de esta área, no todos los tipos
se encuentran en asociación, y los mismos tipos diver
sos que la componen no son universales. Así, pues, es
totalmente erróneo hablar de “período Auriñaciense”
en Siberia o África del Sur. No obstante, muchos pre
historiadores han incurrido precisamente en este error.
En los libros y artículos ingleses publicados antes de
1938 y en los trabajos rusos llevados a cabo hasta 1950,
los términos de De Mortillet se utilizan para indicar
divisiones del tiempo absoluto (geológico, si no sideral)
y se aplican a conjuntos que el escritor suponía que
ocuparían en la secuencia local la misma posición que
la cultura originalmente designada ocupaba en la se
cuencia francesa. La verdad es que el Auriñaciense, el
Magdaleniense, etc., indican culturas —unidades en la
clasificación corológica—. Se presta a confusión el uso
del mismo término para significar divisiones cronoló
gicas.
Este abuso no se limita a las divisiones de la Edad
de Piedra Antigua. Los nombres de culturas, es decir,
de divisiones corológicas, se aplican todavía a divisio
nes cronológicas de la prehistoria de Mesopotamia y
Egipto, y a subdivisiones de la Edad de Hierro euro
pea. Incluso en Inglaterra el rótulo “Hallstatt” se aplica
a conjuntos de tipos, de los cuales ninguno ha sido ha
llado en el lugar epónimo, ni en sitios relacionados con
éste en Europa central y este de Francia, y que en
el tiempo son contemporáneos de las culturas de La
Téne de estas últimas regiones. El problema, pues, es
el siguiente: una división del tiempo de evolución ar
queológica o período, y una división corológica o cul
tural, están constituidas ambas por un conjunto de tipos
característicos que el nombre indica. Su ambivalencia
no causa equívoco alguno cuando la división cronoló
gica corresponde a los tiempos históricos. Si hablamos
de cultura jacobina, no significa que la estemos compa
rando con la cultura coetánea de Francia o la India,
sino con la cultura Tudor o la georgiana, es decir, con
la cultura de la Inglaterra Tudor o georgiana. Para
dicha comparación podemos traducir jacobina por “si
glo xvn”, gracias a los documentos escritos. En un tra
bajo sobre historia arqueológica local, muchas veces
es conveniente y totalmente inocuo usar el nombre de
una cultura para designar una división cronológica del
testimonio local; en un trabajo sobre historia mundial
debería darse preferencia a un cronómetro indepen
diente.
Puede disponerse de uno incluso en prehistoria. Las
culturas paleolíticas pueden, de este modo, asignarse a
las divisiones adecuadas del testimonio geológico dado
por los avances y los retrocesos de los glaciares, y por
los flujos y reflujos del mar (es decir, los períodos de
mareas altas y bajas). La única excusa para escribir
acerca de un período “Musteriense” o un “Magdale-
niense” sería una profunda desconfianza hacia las co
rrelaciones corrientes de estas culturas con fases del
período glaciar. En este caso sería mejor hablar de pe
ríodos del Paleolítico Inferior, Medio y Superior, y di
vidir este último en fases diferenciadas por medio de
números. “Solutrense” sería entonces reemplazado
como período por “Paleolítico Superior Occidental I I ”.
En épocas posteriores al Pleistoceno es menos fácil
encontrar un subtítulo para los nombres de las cultu
ras. Se ha intentado con los términos descriptivos —los
nombres de los fósiles-tipo—. Así, los prehistoriadores
daneses tenían la costumbre de hablar de los períodos
“Dolménico”, “de los dólmenes de corredor” y “Dag-
ger” (“Período de los puñales o espadas cortas”) refe
rentes al Neolítico local, y los alemanes actualmente
llaman la última fase de la Edad de Bronce en Europa
central el período “de los campos de urnas” ( Urnen-
felder). Dichos términos, si están calificados por un ad
jetivo geográfico —danés, alemán sudoccidental— tie
nen la ventaja de expresar abiertamente lo que signi
fican. Pero los dólmenes de corredor o los campos de
urnas en realidad sólo son característicos de una de las
varias culturas que florecieron durante el período así
denominado. Los prehistoriadores daneses, por consi
guiente, prefieren hablar ahora del Neolítico Antiguo,
Medio y Reciente, y los prehistoriadores ingleses están
siguiendo su ejemplo. Durante largo tiempo se ha ve
nido aplicando una división tripartita similar de la
Edad de Bronce a la Europa cisalpina y a Palestina-
Siria, mientras que en Creta, Grecia, las Cicladas y
Chipre el término “Edad de Bronce” ha sido rempla
zado por “Minoico”, “Heládico”, “Cicládico” y “Chi
priota”, respectivamente. Quizá sería mejor abandonar
la cuestión de las “edades” e indicar los sucesivos pe
ríodos de cultura de cada provincia con los números
consecutivos. Lo ideal sería, claro está, correlacionar
las diversas series locales por los medios arqueológicos
esbozados en la página 44, con el fin de que toda la
prehistoria quedara comprendida en un sólo esquema
de divisiones numeradas. Es más fácil que llegue a ser
posible convertir las diversas fechas relativas en fechas
absolutas con la ayuda de la física y la astronomía.
BIBLIOGRAFÍA
1. — C u ev a s
2 . — C asas y p o b la d o s
5, — C H IL D E
ha de estar suficientemente húmedo para ser maleable
y permitir que las hiladas sucesivas se peguen unas a
otras; pero, expuesto al sol, se volverá duro y se soli
dificará. Utilizado de esta manera, el material se deno
mina, incluso en inglés, tapia (ot pisé j. Si las masas
de barro se moldean primero con las manos hasta con
seguir la forma deseada y luego se dejan endurecer al
sol antes de juntarlas, tenemos ya los adobes; pero de
momento son sólo ladrillos a mano. Se obtienen mejo
res resultados si todas las masas de barro son reducidas
a la misma forma a base de comprimirlas en un molde
de madera mientras están húmedas y maleables. Los
resultados, que son como los ladrillos a mano, se deno
minan adobes regulares, para distinguirlos de los la
drillos cocidos en un homo. Estos últimos se utiliza
ban ya en el año 3000 a. J. C., pero solamente en
palacios y templos. En un clima seco, los ladrillos co
cidos en horno constituyen un lujo innecesario, ya
que consumen un trabajo inútil y bastante combusti
ble, que suele ser poco abundante.
Los adobes se colocan en mortero de barro húmedo
y la superficie de los muros se reviste generalmente
con capas de argamasa de barro que pueden ser blan
queadas o pintadas seguidamente. Siempre que la parte
superior de los muros esté protegida por anchos aleros
de paja, losas o baldosas de piedra, una casa de tapial o
de adobe se mantendrá en pie durante un par de gene
raciones, quizás incluso durante muchos siglos en un
clima seco. Por todo el sudoeste y el centro de Asia el
ladrillo de adobe es aún, y siempre lo ha sido, el mate
rial corriente para la construcción de casas. Donde la
lluvia cae con bastante fuerza, como en ciertas partes de
Turquía y la península balcánica, los cimientos de los
muros han de consistir en dos o tres hiladas de piedra
que sostengan la obra de adobe.
Muchos de los ladrillos primitivos, a pesar de estar
formados con un molde, son bastante diferentes de los
nuestros en cuanto a la forma. Los primeros ladrillos
usados en Mesopotamia fueron planos como baldosas.
2
F ig . 1
1. Adose planoconvexo; 2 . Param ento de opus spiccitum.
3. — L u g a res d e en t e r r a m ien t o
6. C H IL D E
Las sepulturas son esencialmente hoyos cavados en
la tierra —fosos, zanjas o pozos—. Pueden estar revesti
das de esteras o trabajo de cestería, de madera, de
obra de ladrillos o de losas de piedra. Una sepultura
revestida de losas técnicamente se denomina cista —o
más exactamente, cista de piedra; ya que el término
“cista (de ladrillo)” se aplica corrientemente a las se
pulturas de ladrillo—. En las Islas Británicas se acos
tumbra distinguir entre cistas cortas (short cists) y cis-
tas alargadas (long cists). Las primeras están general
mente revestidas con cuatro losas de canto y cubiertas
con una quinta losa. Son suficientemente amplias para
acomodar en ellas solamente un esqueleto encogido
(doblado) y se las atribuye generalmente a nuestra
Edad de Bronce. Las cistas alargadas están ideadas
para recibir un cadáver extendido en toda su longitud,
de modo que se requieren varias losas a los lados y
piedras para cubrimiento. Las cistas alargadas más tí
picas en estas islas corresponden a la época cristiana
primitiva y unas pocas a la Edad de Hierro.
A los fosos sepulcrales profundos se les puede de
nominar pozos (shafts). Hay con frecuencia un travesa
rlo en las paredes laterales, a unos dos pies por enci
ma del fondo, para sostener una cubierta. En las se
pulturas de pozo del sur de Rusia, las estacas de ma
dera que sirven de cabios para sostener el techo se han
podido distinguir con sus extremos todavía descansan
do en el travesaño. En el fondo del pozo puede haber
un nicho excavado en una de las paredes laterales,
que constituiría el verdadero lugar de enterramiento.
Luego tenemos también lo que se conoce con el nom
bre de foso (pit cave). Pero un foso constituye ya una
tumba, puesto que todo receptáculo artificial para ca
dáveres más trabajado que una simple excavación ver
tical merece este título.
Las tumbas pueden estar excavadas en el suelo o
construidas, total o parcialmente, por encima del nivel
del suelo. La mayoría consta de una o más cámaras a
las que se penetra por medio de una especie de entra
da, que frecuentemente va precedida de un pasadizo. Al
fin y al cabo, la tumba era la morada del difunto y
podía imitar de un modo manifiesto una casa o un pa
lacio. Incluso en los cementerios cristianos eran muy
corrientes a principios del siglo xrx las reproducciones
de fachadas de casas. La tumba de un faraón o un no
ble egipcio en la dinastía III era una fiel reproducción
de su morada, excavada en la roca viva y provista de
una serie de habitaciones, ¡incluyendo letrinas y un
harén! Una tumba de este género estaba concebida
para albergar los restos mortales de un solo individuo,
ya que en esa época las esposas, concubinas y servi
dores necesarios podían proporcionarse de un modo
mágico. Sin embargo, una serie de cámaras subterrá
neas igualmente complicadas, como el hipogeo neolí
tico de Hal Safiieni, en Malta, numerosas tumbas de
la Edad de Bronce en Chipre y las catacumbas en
Roma, sirvieron como depósito de una multitud de ca
dáveres. Entre estas moradas subterráneas o laberin
tos y el simple nicho del foso, podría establecerse una
serie completa de formas intermedias. De las tumbas
con cámaras subterráneas, cuyas paredes y techos no
están construidos, se dice que están excavados en la
roca, aun cuando la “roca” sea arcilla resistente.
Con frecuencia, las entradas de las tumbas excava
das en la roca están cuidadosamente talladas imitando,
por ejemplo, un portal de madera. Podían estar tapa
das por medio de una pesada piedra o con una puerta
auténtica. A no ser que las tumbas estuvieran excava
das en la cara de un acantilado vertical, el acceso al
fondo debía realizarse por medio de un dromos (un
corredor inclinado o rampa) o de una escalera. Tramos
regulares de peldaños excavados en la roca conducían
al fondo de las tumbas egipcias ya en la Dinastía I.
Por otro lado, allí donde, como sucede en Chipre, se
podía sostener un techo muy delgado de roca, bas
taba un pozo vertical con un solo travesaño que servía
de peldaño, lo que nos lleva nuevamente al foso. La
boca del corredor o de la escalera de entrada puede a
su vez tener la forma de un portal. Lo más corriente
es que estuviera cuidadosamente disimulada y todo el
corredor o escalera tapado con ripio.
Donde la roca del subsuelo o la roca local no per
miten la excavación de cámaras subterráneas, se podía
construir una tumba en el fondo de un gran pozo o en
una amplia zanja cavada en una ladera. En el cemen
terio real de Ur 7 se construyó una simple cámara de
ladrillo de adobe o de piedra caliza para el “rey” o la
“reina”, al fondo de un enorme pozo en el que se pe
netraba por medio de una rampa descendente. Los
cuerpos de los servidores, así como el carro fúnebre
y otros atavíos se dejaron en el suelo del pozo fuera
de la cámara, y el pozo entero fue rellenado. Del mis
mo modo, se erigieron casas mortuorias hechas con ro
llizos en el fondo de pozos para jefes hallstátticos en
la Europa central, para reyes escitas en el sur de Ru
sia y para príncipes en el Altai.8 En mucho casos,
gran parte de la madera de construcción se ha conser
vado en el suelo húmedo, mientras que en el Altai la
construcción entera, junto con tapices y colgaduras, se
ha conservado en el hielo. (De paso, estas tumbas
constituyen una información acerca del tipo de cons-
tracción de madera que podía servir para albergar a
los seres vivos durante el período en cuestión.) tínica
mente se conservan los orificios de estacas en el suelo
del pozo sepulcral para demostrar que algunos jefes
de la Edad de Bronce en Inglaterra y en el sur de
Rusia habían sido depositados en tiendas o cabañas
mortuorias. La dirección de los orificios prueba que
los postes convergían en la cúspide de la estructura.
Las casas mortuorias podían igualmente estar cons
truidas de madera o con un armazón de madera en
cima del suelo, y de hecho se han descubierto huellas
de las mismas bajo túmulos, por ejemplo en Holanda,
Suiza y Escocia. A la inversa, algunas de las cámaras
construidas en piedra que se describirán a continua
ción, fueron de hecho edificadas en zanjas o pozos o
en cortes abiertos en una ladera. Algunas de estas cá
maras de piedra se denominan corrientemente cistas y
concuerdan con la definición dada en la página 82,
con la salvedad de que están provistas de puertas u
orificios de entrada. No obstante, al ser subterráneas
y no estar provistas de dromos o pozo de acceso, es
evidente que las “entradas” eran simplemente 'porta
das simuladas (dummy portáis), habiéndose introduci
do los cadáveres por el sistema de alzar las losas de
techado o las piedras de cubrimiento como en una
cista corriente.
Las tumbas de piedra más célebres y de construc
ción más notables son las que se han clasificado como
megalíticas.9 Originariamente aplicado a las cámaras
funerarias con las paredes y el techo construidos con
gigantescos bloques de piedra sin labrar, que pueden
ser calificados ahora de ortostáticos (vid. pág. 78), el
término se ha extendido a las cámaras de idéntica
planta, pero con muros realizados en manipostería de
ripio en hiladas y con techo en forma de falsa bóveda.
Se cree que en un principio todas las tumbas en cues
tión fueron construidas bajo tierra de modo artificial
a base de cubrirlas con un túmulo de tierra o un mon
tículo de piedras (cairn), aunque en muchos casos no
existe en la actualidad evidencia alguna en la super
ficie del túmulo de cubrimiento.
Según la planta, las tumbas megalíticas han sido
divididas tradicionalmente en dólmenes (ing. dolmens,
dan. dysser), dólmenes de corredor (ing. passage gra
ves, fr. dolmens a galerie, al. Granggraber) y galerías
cubiertas o cistas alargadas de piedra (ing. gallery gra
ves o long stone cists, fr. allées couvertes, sueco hall-
kistor).
Los dólmenes deberían estar formados por cuatro
piedras verticales sosteniendo una sola piedra de cu
brimiento, diferenciándose entonces de las cistas sola
mente por la magnitud de las piedras. De hecho, los
dysser daneses fueron concebidos en un principio para
contener un solo cadáver extendido. Los dólmenes
constituyen la forma más simple de tumba megalítica,
pero al parecer únicamente en Dinamarca son más
antiguos que otros tipos.
En un dolmen de corredor, la cámara debería ser
más ancha y más alta que el corredor a través del
cual fueron introducidos los cadáveres. En las galerías
cubiertas, la cámara en sí es larga y estrecha y está
precedida solamente por un porche o antecámara poco
profunda, generalmente de la misma anchura. No se
debe exagerar demasiado el significado de esta dife
rencia y la atribución de una tumba a uno u otro gru
po es a menudo una cuestión de gusto, como sucede,
por ejemplo, con los “dólmenes de corredor no dife
renciados” o las “galerías cubiertas con transepto” ci
tados por Daniel. En ambos tipos de tumba puede
haber nichos o celdas abiertos fuera de la cámara prin
cipal. Al menos algunas veces estos nichos servían
F ig . 2
1. Dolm en poligonal; 2 . Sepulcro de corred or; 3 . Galería cubierta
con pu erta perforada.
2
F ig . 3
1. Sección de una falsa bóveda; 2 . íd em de una auténtica bóveda
de m edio cañón.
3 . -7^ ^^ 7777777777^
F ig . 4
1 -3. Diversas secciones posibles de túm ulos; 4. Sección de un
recinto cóncavo.
7. C H IL D E
modo se interpretan generalmente como casos de sati
(,suttee: costumbre de inmolar a la viuda junto con el
marido difunto).) Por consiguiente, los objetos funera
rios procedentes de una sepultura individual son todos
contemporáneos arqueológicamente y ofrecen un ejem
plo clásico de asociación. Las tumbas de cámara pue
den asimismo contener los restos de una sola persona,
como sucedía en Egipto, y en ese caso sus respectivos
contenidos pueden ser considerados igualmente asocia
dos. Por otro lado, la mayor parte de las tumbas de
cámara eran “criptas familiares” y contienen enterra
mientos colectivos, habiendo recibido sucesivamente
en el transcurso de muchas generaciones los miembros
fallecidos de una familia, un linaje o un grupo todavía
más amplio. Así pues, las tumbas de cámara pueden
contener los esqueletos de cien o más individuos y lo
mismo sucede con las cuevas, ya que las cuevas natu
rales eran usadas con bastante frecuencia como sepul
cros colectivos. Es evidente que las reliquias de dichas
tumbas no son todas contemporáneas y sólo raras ve
ces la posición de los objetos funerarios depositados en
la tumba revela su edad relativa respectiva en la suce
sión de enterramientos. Además, las antiguas tumbas
de cámara eran a veces utilizadas posteriormente como
lugares de culto. Así, los griegos del período arcaico
celebraban su culto a los héroes en algunas tumbas
micénicas, mientras que los galos del período romano
depositaban ofrendas votivas en los dólmenes de corre
dor y galerías cubiertas neolíticos de la Bretaña. Fi
nalmente, el saqueo de las tumbas en Egipto constitu
yó una industria regular y lucrativa desde los comien
zos de la historia escrita, mientras que los túmulos
han atraído en todas partes la atención de los ladro
nes. Las sepulturas planas y las tumbas excavadas en
la roca, cuyas entradas han sido sagazmente disimula
das, son las más idóneas para haberse conservado in
tactas. Pero por esta misma razón el descubrimiento
de sepulturas intactas por parte de los arqueólogos ha
sido generalmente una cosa puramente accidental. Si
el excavador no ha sido afortunado, entonces tiene que
tener en cuenta las reliquias dejadas por los anteriores
ladrones.
BIBLIOGRAFIA
2 . — R e c in t o s
8. C H IL D E
ínanera que quien se acercase se veía precisado a girar
primero a la izqiuerda al atravesar la puerta exterior,
y luego proseguir con el lado derecho del cuerpo sin
protección, exponiéndose a recibir el impacto de armas
arrojadas desde el glacis interior, antes de poder llegar
a la puerta de acceso. A menudo se construían obras
de defensa externas en frente de la puerta de acceso
para así ejercer una vigilancia más efectiva.
En Gran Bretaña, la mayor parte de los fuertes de
colina fueron construidos durante la Edad de Hierro,
si bien hay un grupo de ellos, fácilmente identificable,
que debe ser atribuido a la etapa neolítica. La carac
terística de estos fuertes neolíticos6 —o campamen
tos— es que sus zanjas se hallaban interrumpidos a
intervalos frecuentes por accesos de entrada con sus
correspondientes aberturas en el glacis. De ahí que
estos bancales se conozcan como campamentos con cal
zadas. Este tipo de campamentos del Neolítico son co
nocidos también en Francia y en la región del Rhin,
pero en el continente existen fuertes neolíticos que no
presentan la característica de disponer de zanjas inte
rrumpidas. La mayor parte de los grandes fuertes de
la Europa templada pertenecen a la Edad de Hierro,
como la Gran Bretaña, o a la fase final de la Edad de
Bronce. Alrededor del Mediterráneo se construyeron,
desde luego, fortalezas imponentes durante la Edad de
Bronce, y en esta misma Edad las ciudades cultas
de Oriente estaban dotadas de murallas gigantescas.
3 . — B a n c a les l in e a l e s
4 . — C am po s , granjas y minas de s í l e x
Lynchet
F ig . 5
Sección de campos inclinados: A) Prim eros años de cultivo;
B) Resultados de nivelación, debidos a la “ agricultura de arado” .
5. — M o n tíc u lo s d e pied r a s
BIBLIOGRAFIA
9. C H IL D E
INTERPRETACIÓN DE DATOS ARQUEO-
LÓ6IC0S; TE C N 0 L0 6 ÍA ELEMENTAL
1. — L a t a l l a d e s í l e x
F ig . 6
1. Plano de percusión en un bloque de sílex; 2 , Bulbo de percusión
con las huellas de las ondas vibratorias,
2 . — P ied r a s d e grano f in o
3 . — T ra ba jo en m eta l
10. C H IL P E
esto presentará el aspecto de un pequeño ribete, deno
minado costura, que se prolongará a lo largo de los dos
lados de la fundición al ser retirada del molde. Esta
costura era a menudo limada por el herrero, pero ves
tigios de ella pueden a menudo hallarse en puntos poco
destacados, por ejemplo dentro de los ojales de que al
gunas veces se hallan provistas las puntas de puñal y
las hachas. La presencia de una costura o nervio cons
tituye la prueba indudable de que se ha utilizado un
molde bivalvo; su ausencia, empero, no demuestra lo
contrario. A veces, ambas piezas no han encajado con
precisión o se han deslizado durante la fundición. Los
objetos de bronce que muestren estos defectos son fre
cuentes, y pueden llegar a ser de utilidad como dato
informativo de la técnica seguida.
El procedimiento de la cera perdida (cire perdue,
lost wax) es el tercero de los empleados para fundir
objetos de bronce. En este caso, el patrón es un mo
delo reproducción del objeto que se desea obtener,
modelado en cera. El modelo se cubre totalmente de ar
cilla, quedando encerrado en ella, con excepción de
un orificio o abertura en el extremo superior. Cuando
la arcilla está seca, el modelo recubierto se calienta,
procurando que el orificio quede situado hacia abajo.
Con ello la arcilla se cuece y la cera fundida sale a
través del orificio. Una vez la envoltura se ha vaciado
totalmente, se invierte y se inyecta metal fundido a
través de la abertura, en el vacío interior. Como puede
fácilmente comprenderse, el metal fundido adquiere la
forma exacta del modelo de cera. Para retirar la pieza
fundida es preciso romper el molde. Los moldes rotos
constituyen una de las señales más permanentes y, por
tanto, más corrientes en las actividades de un forjador
en una localidad determinada. Por supuesto, con el
procedimiento de la cera perdida no queda rastro de
costura en los moldes.
La técnica de la cera perdida todavía se emplea hoy
en día para fundir estatuas de bronce, y se han encon
trado vestigios de su utilización que se remontan a la
Edad de Bronce. De todos modos, hay objetos que se
suponía habían sido fundidos por el procedimiento de
la cera perdida, pero que en realidad pueden haber
sido fabricados mediante sencillos moldes de arcilla, tal
como sea ha descrito en la pág. 143. Patrones delicados
podrían, desde luego, haber sido fácilmente elaborados
practicando incisiones en un modelo de cera, y queda
rían fielmente reproducidos en el modelo fundido. Se
ha alegado que elementos exquisitamente decorados
por incisión en armas y ornamentaciones de la Edad de
Bronce, encontrados en el norte de Europa y en el
curso medio del Danubio, fueron ejecutados por dicho
sistema, pero tal alegación es probablemente un error.
Todo moldaje, cuando sale del molde, necesita ser
acabado por el forjador. De una manera especial, los
bordes de instrumentos cortantes y de armas arrojadi
zas han de ser afilados a martillo, lo cual los endurece
al mismo tiempo. El achaflanado de la hoja de un
hacha de cobre o de bronce es en parte el resultado de
este martillado y, en un principio, no fue más que el
resultado secundario inesperado de la operación princi
pal del afilado. En su secuela, fue deliberadamente
exagerada configurando el molde en forma de trapecio,
visto de plano, en lugar de ser rectangular. Excepto en
los moldeados por el procedimiento de la cera perdida,
era también indispensable alisar la costura, las partícu
las de metal que hubieran quedado en la abertura (lo
que se conoce como “jet”) y otras excrecencias acci
dentales, mediante la lima o la sierra. Las limas de
metai eran desconocidas antes de la Edad de Bronce
Reciente, pero la superficie del moldaje podía ser afi
nada mediante piedra pómez o piedra arenisca. Peque
ños serruchos de bronce eran característicos del equipo
de una fundición durante la Edad de Bronce Reciente.
El hierro probablemente no llegó a ser fundido has
ta la Edad Media. Hasta entonces sólo se disponía de
hierro forjado. Los procedimientos adoptados por he
rreros prehistóricos, orientales y grecorromanos son
prácticamente idénticos a los que aún pueden verse
hoy día en el taller del herrero del pueblo y, por lo
tanto, 110 precisan ser descritos. Los antiguos fabrican
tes de armaduras también conocían las técnicas de
embutido, damasquinado y similares, pero estas técni
cas resultan demasiado sutiles para ser tratadas en un
capítulo dedicado exclusivamente a la tecnología ele
mental.
Excepto en condiciones desfavorables del suelo,
como ocurre por ejemplo en Mesopotamia, los objetos
hechos de cobre y de bronce tienen grandes posibilida
des de perdurar miliares de años. El hierro está más
expuesto a la corrosión y puede llegar a desintegrarse
totalmente al cabo de poco tiempo. La desintegración
se ve acelerada especialmente por cambios de hume
dad; la capa de orín que se forma en un objeto de hie
rro al humedecerse puede llegar a desprenderse si el
objeto se seca. Por lo tanto, si el lector liega a descu
brir un objeto importante de hierro, encontrándolo en
terreno húmedo de Gran Bretaña, debe proceder inme
diatamente a sumergirlo en agua o a envolverlo con un
paño mojado, hasta que se le pueda dar el tratamiento
adecuado por un especialista. A la inversa, si el objeto
es hallado en las arenas resecas del desierto egipcio,
ha de ser protegido herméticamente, utilizando de pre
ferencia (pero sin llegar a tocarlo) un agente deshidra
tante tal como cal viva o sosa cáustica. La manipula
ción de los metales constituye una operación delicada
que sólo debe realizarse en el laboratorio y por un
especialista.
4 . — C er á m ic a
5. — V id rio
Sección 3:
C o g h la n , H. H.: Notes on the Prehistoric Metallurgy of Copper
and Bronze (Oxford, 1951).
F o r r e s , R. J.: “Extrácting, Smeliing and Alloying”, en A His-
tory of Technology, págs. 572-99.
M a r y o n , H.: “Fine Metal-work”, ibid., pp. 623-62.
— “Technical Methods of the Irish Smiths”, Proc. R. Irish
Acad., XLIV, C (1938).
O l d e b e r g , A. E .: Metallteknik under forhistorisk Tid (Leipzig,
1943).
Sección 4:
H a r r is o n , H . S.: Pots and Pans (Londres, 1928).
S c o t t , L in d s a y :“Pottery“, en A History of Technology, p ág s.
376-412.
Sección 5:
No existe ningún libro reciente que describa las técnicas de
los antiguos trabajadores del vidrio, comparándolas con sus
productos, excepto L u c a s , A. M.: Ancient Egyptian Mate
rials (Londres, 1948).
Para “brillo” en las cerámicas griega y romana, cf. L a ñ e , A.:
Greek Pottery (Londres, s. f.).
INTERPRETACIÓN DE DATOS A R Q U EO
LÓGICOS: COMPLETANDO LOS
FRAGMENTOS
1. — H achas y a z u e l a s ; h a c h a s pr e h is t ó r ic a s
DE PIEDRA
11. — C H IL D E
mango así perforado (gaine perforée), provisto de una
hoja afilada de piedra insertada en un extremo, en
principio correspondería de hecho a las hachas de
mano contemporáneas de hierro. Los mangos de asta
se encuentran entre los hallazgos más corrientes en las
habitaciones lacustres alpinas y en los lugares neolíti
cos citados anteriormente. Pero los mangos perforados
eran ya corrientes en la fase mesolítica de Dinamarca,
y aparecen fuera del área alpina en Francia en contex
tos del Neolítico Reciente. Los melanesios empleaban
habitualmente cañas de bambú como montura para
sus hachas de piedra, completamente iguales a los tipos
más simples de los mangos de asta.
Las hachas de piedra pueden montarse en mangos,
y servir como azuelas (es decir, con el filo formando
ángulo recto con la vara) y también como hachas de
mano, con el filo paralelo a la empuñadura. De hecho,
algunas tribus melanesias montaban hachas de mano
en mangos giratorios, que se introducían en orificios
circulares de la empuñadura, para que pudieran con
vertirse en azuelas con sólo hacer girar el mango
en 90°.
Las hachas de piedra pueden montarse directamen
te como azuelas sólo con usar lo que se llama un eje
acodado, el cual se podía emplear asimismo como una
empuñadura de hacha. Un eje acodado se podía formar
con suma facilidad cortando un árbol joven y firme jus
to por debajo y unos pocos centímetros por encima del
punto de bifurcación de una rama formando un ángulo
abierto (75°-90°). La rama se convertía normalmente en
empuñadura y el hacha de piedra se fijaba en la parte
del tronco principal que quedaba encima del punto de
las dos bifurcaciones. Si el hacha de piedra tenía que
servir como azuela, era suficiente separar una tira
F ig . 7
Diversos sistemas de enm angar las hachas de piedra: 1. D irecto;
2 -3 . Con talón suplem entario; 4 -7 . Con hendidura en el m ango.
de parte a parte en la sección extrema del tronco, en
la parte opuesta a la empuñadura. El hacha de piedra
podía amarrarse simplemente a la superficie plana así
obtenida (Fig. 7, 6). Alternativamente, la sección del
tronco podía partirse por el centro y el hacha de pie
dra ajustarse en la hendedura. El resultado, en el caso
de que esta rajadura fuera paralela al tronco, era un
mango de hacha (Fig. 7, 4) y si era perpendicular a
él, un mango de azuela. Finalmente el eje acodado
podía usarse conjuntamente con un mango de asta he
cho de una sección de madero, cuyos dos extremos
habían sido vaciados. El tronco —o en este caso la
rama— no está rajado sino simplemente biselado, y
la punta encaja en el extremo vaciado del mango,
mientras que la otra sostiene el hacha de piedra (Fig.
7, 7). Este procedimiento puede llamarse un manguito
de encaje. En las viviendas lacustres de la región alpi
na aparecen mangos de encaje de tiempos del Neolí
tico Medio.
Se han recobrado hachas de piedra montadas en
ejes acodados con puntas afiladas, en los lagos alpinos,
en una tumba de Alemania central y en otros lugares.
Las hachas de piedra con cantos y lados de metal, y
las hachas de bronce de las Edades de Bronce Antiguo
y Medio deben haber sido montadas exactamente de la
misma manera, y en efecto, en las minas de sal y de
cobre de los Alpes orientales se han conservado ejes
acodados quebrados que sostenían hachas. Las hachas
de piedra vaciadas características de la Edad de Bron
ce Reciente en el norte de Eurasia, desde China hasta
Irlanda, así como sus descendientes de la Edad de Hie
rro Antiguo I, sólo pueden haber sido montadas de la
misma forma que un manguito de encaje, descrito en
el párrafo anterior.
Así pues, exceptuando quizá las hachas lisas de co
bre más tempranas, todas las hachas de bronce y de
hierro al norte de los Alpes se montaban por el siste
ma de ejes acodados. Se desconoce cómo se montaban
las hachas lisas de metal •
—no aparecen otras varieda
des— en el sudoeste de Asia e India. En Egipto el ex
tremo recto de las hachas lisas locales se alargaba por
ambos lados, proyectándose en forma de agarraderas.
Las correas alrededor de estos salientes servían para
sujetar el hacha de mano a su mango. Las azuelas se
montaban en ejes acodados de mango corto.
2. — P u n ta s de p r o y e c t i l
3. — A r r e o s
4 . — V e h íc u l o s
12. — C H IL D E
Hill-top forts: fuertes de colina: 111.
Hollow boring: perforado en vacío, 140.
Hollow way: sendero natural, 116.
Homotaxial: homotáxico, 49.
Hut circle: círculo de chozas, 106.
Prólogo .....................................................................
I. — Arqueología e historia............................
E l testimonio arqueológico. — Tipo. — Culturas.
— Tiem po de evolución arqueológica.
TI. — Clasificación................................................
L a triple base. — Clasificación funcional. — C la
sificación cronológica. — Clasificación corológica.
— Períodos y culturas prehistóricos.