Está en la página 1de 2

E. P. Thompson. Costumbres en Común.

1.“Introducción: Costumbre y Cultura”

Thompson cree que la conciencia de la costumbre y los usos consuetudinarios eran


fuertes en el s. XVIII. Los historiadores que se ocupan de los s. XVI y XVII han tendido a ver el
s. XVIII como una época en que los usos consuetudinarios estaban en decadencia junto con las
supersticiones. Desde arriba se ejercía presión sobre el pueblo para que reformara la cultura
popular, el conocimiento de las letras iba desplazando la transmisión oral.
Pero las presiones reformistas encontraban resistencias y durante el s. XVIII se creó una
distancia profunda entre la cultura de los patricios y la de los plebeyos. Desde su origen el
folclore llevó consigo esta sensación de distancia, de subordinación y de las costumbres como
reliquias. Durante 150 años la metodología de recopilación fue agrupar las reliquias como
“costumbres de calendario”, de esta manera, se perdió todo sentido de la costumbre en singular,
de la costumbre como ambiente, como vocabulario completo de discurso, de legitimación y de
expectación.

En siglos anteriores, se usaba el término costumbre para referirse a lo que hoy se llama
cultura. La costumbre era la segunda naturaleza del hombre. Bacon creía que ésta era un
comportamiento inerte por lo que había que inducir hábitos mejores en una fase temprana de la
vida. Bernard Mandeville se mostró menos favorable a la provisión de educación ya que creía
necesario que “multitudes de gente acostumbraran su cuerpo al trabajo”ya que “para que la
sociedad sea feliz [...] es preciso que gran numero de personas sean ignorantes además de pobres.
El conocimiento aumenta y a la vez multiplica nuestros deseos”
Si a los pobres se les negaba la educación ¿a qué podían recurrir sino a la costumbre?. Si
el folclore del s. XIX, al separa las reliquias de su contexto, perdía la conciencia de la costumbre
como ambiente y mentalité y sus funciones racionales dentro de las actividades del trabajo diario
y semanal. Muchas costumbres eran respaldadas por las protestas populares.
La invocación a la costumbre de un oficio indicaba un uso ejercido durante tanto tiempo
que habían adquirido vistos de privilegio o derecho. Muchas de las luchas contra la Rev.
Industrial giraban en tormo a la costumbre de los salarios o las condiciones de trabajo.
Cuando la cultura plebeya se hizo más opaca a la inspección de las clases altas, también
otras costumbres se hicieron menos visibles. En el s. XIX muchas procesiones perdieron el
respaldo de los oficios, los patronos temían que dieran pie a la jarana y al desorden.

En el s. XVIII la costumbre era la retórica de la legitimación. Lejos de tener la


permanencia fija de la tradición, la costumbre era un campo de cambio y de contienda.
Hay que tener cuidado con las generalizaciones al hablar de cultura popular. En una
visión antropológica puede sugerir una visión demasiado consensual de esta cultura como
sistema de significados, actitudes y valores compartidos. Pero una cultura es también un fondo
de recursos diversos, en el cual hay tráfico entre lo escrito y lo oral, lo superior y lo subordinado,
el pueblo y la metrópoli, son elementos conflictivos que requieren un poco de presión para
formar un sistema. El término cultura, con su invocación de consenso, puede servir para distraer
la atención de las contradicciones sociales y culturales. La cultura plebeya que se vestía con la
retórica de la costumbre no se definía a sí misma ni era independiente de las influencias externas.

Rasgos característicos de la cultura plebeya del s. XVIII: El aprendizaje como iniciación


en las habilidades adultas no se halla limitado a su expresión industrial formal, también es un
mecanismo de transmisión intergeneracional. Aunque la vida social esta cambiando, todavía no
se da por sentado que los horizontes de las generaciones sucesivas serán diferentes. Tampoco no
se toma la educación reglamentaria como significativa en la transmisión generacional. Las
tradiciones se perpetúan por transmisión oral y complementariamente por los productos impresos
de mayor circulación, como libritos de coplas. La cultura transmite representaciones
ritualizadas. En las comunidades más tradicionales actúan fuerzas automotivadas de regulación
social y moral. Las normas que se definen así no son idénticas a las de la Iglesia o la autoridad,
se definen dentro de la cultura plebeya misma. Es una cultura conservadora en sus formas que
apela a los usos tradicionales y procura reforzarlos. Pero no puede clasificarse de conservadora
con tanta facilidad, ya que el trabajo va liberándose de los tradicionales controles señorales,
parroquiales, corporativos y paternales. Tenemos una cultura consuetudinaria que en sus
operaciones cotidianas no se halla sujeta a la dominación ideológica de los gobernantes.
Es una cultura tradicional rebelde que se resiste a las racionalizaciones y las innovaciones
económicas del proceso capitalista. Muchas veces la plebe experimenta la explotación, la
expropiación de derechos de usufructo acostumbrados, o la alteración de pautas valiosas por lo
que la rebeldía es en defensa de la costumbre.

La identidad social de las personas no está libre de ambigüedades. Para Gramsci el


hombre la masa podía tener dos conciencias teóricas: una de la praxis y la otra heredada del
pasado y absorbida sin espíritu crítico. Para él, la ideología se apoya en la filosofía espontánea
que es propia de todos y se deriva de tres fuentes: el lenguaje, el sentido común y la religión y el
folclore populares. Esa filosofía se derivaba de las experiencias compartidas en el trabajo y en
las relaciones sociales. Las dos conciencias teóricas pueden verse como derivadas de dos
aspectos de la misma realidad: por un lado, la necesaria conformidad con el statu quo si uno
quiere sobrevivir y por otro lado, el sentido común que se deriva de la experiencia compartida
con los vecinos de explotación. Gran parte de la historia social del s. XVIII podemos leerla
como una sucesión de enfrentamientos entre una innovadora economía de mercado y la
acostumbrada economía moral de la plebe.

En cierto sentido, la cultura plebeya es la propia del pueblo, una defensa contra las
intrusiones de la gentry o del clero. No se trata de ninguna cultura tradicional sino de una cultura
peculiar. Es picaresca, no fatalista. La población trabajadora tiene poco sentido profético del
tiempo, la oportunidad se aprovecha cuando se presenta.

No deberíamos olvidar que cultura es un término agrupador que puede confundir u


ocultar distinciones que se deberían hacer entre tales actividades y atributos. Necesitamos
deshacer ese conjunto y examinar sus componentes. Si tuviese que nombrar los componentes
que requieren hoy mayor atención diría las necesidades y las expectativas. La Rev. Industrial y
la Rev. Demográfica revolucionaron las necesidades y las expectativas consuetudinarias. Esto
continúa con presión irreversible hoy, acelerada por los medios de comunicación. Jamás
volveremos a la naturaleza humana precapitalista, pero un recordatorio de sus otras necesidades,
expectativas y códigos puede renovar nuestro sentido de la serie de posibilidades de nuestra
naturaleza. Es invocar el reconocimiento de una nueva clase de conciencia consuetudinaria, en
la cual sucesivas generaciones se encuentren en relación de aprendizaje una con otras, en la cual
las satisfacciones materiales permanezcan estables y las culturales aumenten, y en la cual las
expectativas se nivelen y formen un estado de costumbre estable.

También podría gustarte