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EL AGUA ENLA CIVILIZACIÓN MUISCA:

DE LA DIOSA SIE A LA RANA

“… el cacique cubría de oro su cuerpo


para darse en sus aguas un baño
solemne todos los años.
Miguel Triana.
La Civilización Chibcha.

El inmenso y milenario lago Funzé revela el origen, y explica también el devenir,


de la historia del agua en Bogotá. La actual sabana de Bogotá fue el asiento de
ese profundo lago Funzé, o lago de Bogotá, que empezó a drenarse hace treinta o
cuarenta mil años1, dejando numerosos lagos andinos de menor tamaño. En esta
región, por lo menos hace doce mil años, habitaba ya una cultura humana, la del
llamado “HOMBRE DEL TEQUENDAMA”2. Sobre la civilización muisca se estima
que su presencia en la zona data, al menos, de dos mil años atrás 3.

El paisaje lacustre fue por milenios el rasgo característico de la actual altiplanicie.


“En los remotos tiempos del pueblo CHIBCHA, de los cuales no quedó sino el
perfume vago de las leyendas, el suelo de la altiplanicie no era lo que hoy se ve;
no había sabana y valles esmaltados de gramíneas, sino grandes lagunas
solitarias, encerradas entre cerros, con tal cual isla cubierta de bosque, refugio de
los venados”4. Las lagunas eran lo más importantes santuarios para estos indios.
Tenían multitud de ídolos a los que rendían culto, pero su devoción por los ríos,
arroyos y lagunas era especial. Sus peregrinaciones, ofrendas y sacrificios
encontraban en las lagunas el lugar de consumación. Los cinco lugares centrales
en los que se consagraban a sus divinidades acuáticas eran las lagunas de
GUATAVITA, GUASCA, SIECHA, TEUSACA Y UBAQUE5.

El temor y el respeto de los indios por sus santuarios acuáticos se observa en un


paisaje que relata Rodríguez Freire. Quiso él sacar de la laguna de Teusacá dos
caimanes de oro que según decían había sido sumergidos en ella durante la
ceremonia. Para tal fin convenció a Chyquy, es decir el Jeque según la
denominación que les dieron los españoles, a cuyo cargo estaba el santuario, a
pesar de que, como lo dice Vargas Machuca, “si les dan millón de tormentos no
declararan donde y a qué parte esta el oro” 6.
Pero tan pronto llegaron al lugar, Rodríguez Freire, “y así como descubrimos la
laguna, que vio el agua de ella, cayo de bruces en el suelo, y nunca lo pude alzar
de él, ni que me hablase más palabra. Allí lo deje, y volví sin nada” 7 Era el temor a
profanar el santuario.

Se entiende por tanto, que el libro para la confesión de los Chibchas, que se
encuentra en la gramática de tal idioma escrita por el padre Bernardo Lugo, se les
preguntará: “¿Habéis adorado en las lagunas?” 8 y, “¿Has ofrecido al santuario
mantas chibchas, pepitas de algodón, esmeraldas, oro, moque, cuentas y otra
cosa, y como?”9

En una comunidad agrícola, como la muisca, de la acción del agua depende el


éxito de las cosechas y por tanto el bienestar general de la población. Es el agua,
y de hay algunas de las mitologías muiscas, el origen de la vida. “Así como la luz,
el sol y la luna integran el aspecto astral de la mitología chibcha, el agua es motivo
de culto y fuente de leyendas religiosas”10.

El agua fue llevada a la posición de deidad. Sie o Sia era la diosa agua. Ella se
encontraba presente en la vida entera de los muiscas; desde el nacimiento hasta
la muerte el agua era el recurrente en los distintos aspectos de su vida, sus
costumbres y su cultura. Los nombres de varios lugares recuerdan esa referencia
permanente al agua: Siecha, Siatá (la labranza del agua), Suasia (el agua del sol),
Siachoque (el trabajo del agua), Cacasia, Tobasía.

La presencia del agua en algunos sucesos y ceremonias de la vida muisca


encuentran especial expresión en el nacimiento, la pubertad de la mujer, la
ceremonia de “correr la tierra”, la consagración de los jeques, la muerte del
cacique, y en ciertas historias o leyendas como las de la Cacica de Guatavita,
Bachué y Bochita.

Para el parto la mujer se iba sola a la orilla de un río y luego se bañaba en él con
su hijo. El cronista Rodríguez Freire dice al respecto que “no se han hallado
parteras en esta tierra porque no son menester” 11. “Tal era la eficacia del agua” 12,
comenta Triana, y desde luego la de la ayuda de Sie. La vida el recien nacido era
encomendada posteriormente a la diosa Sie. Esta ceremonia la describió el
cronista Fray Pedro Simón. Informa él que un “rodillo” empapado en leche
materna, el cual representaba al niño, era lanzado a la corriente y tras él nadaban
luego para recuperarlo algunos jóvenes… “si el rodillo se volvía entre el oleaje del
agua antes que lo alcanzasen a tomar, decían había de ser desgraciado el niño
por quien se hacia aquello; pero si lo recobraban sin trastornarse, juzgaban había
de tener mucha aventura, y así contentos se volvían a casa de los padres, y
diciendo lo que había pasado, se hacían fiesta según el suceso” 13. Aparte de esto,
en la ceremonia y fiesta del nacimiento, se daba, según Triana, la primera ofrenda
a su divinidad. En esa ofrenda se le entregaban a Sie los cabellos del recién
nacido. “Los convidados a la fiesta del nacimiento le cortaban el pelo al infante, y
provisto cada cual de un mechón, después de darle al recién nacido el primer
baño, como sagrada unción, botaban al agua sus cabellos en señal de tributo a la
diosa”14.

Cuando la joven indígena llegaba a la pubertad se realizaba una ceremonia de


purificación en el agua, la cual buscaba además que la diosa Sie la amparara “en
la vida de la mujer”15 Relata el cronista Simón: “Cuando a la doncella le venía su
mes por primera vez, la hacían estar sentada seis días en un rincón, tapada con
una manta cabeza y rostro, después de los cuales se juntaban algunos indios que
llamaban para esto, y puestos en dos hileras como en procesión, llevándola en
medio , iban hasta un barrio (río) donde se lavaba, y después le ponían el nombre
Daipape, que es lo mismo que nosotros llamamos doña fulana, y volviéndola con
esto a la casa, hacían las fiestas que solían de chicha” 16. Junto con el aspecto
higiénico se mezclaba toda la connotación mágico – religiosa vinculada al agua
como símbolo de fecundidad.

Los caciques celebraban una larga fiesta, de veinte o más días, en honor del
agua. Se trataba de la ceremonia de “correr la tierra”, relatada así por Rodríguez
Freire: “Coronaba los montes y las altas cumbres la infinita gente que corría la
tierra”, encontrándose los unos con los otros; porque salían del valle de Ubaque y
toda aquella tierra con la gente de la sabana de Bogotá, comenzaban la estación
desde la laguna de Ubaque. La gente de Guatavita y toda la demás de aquellos
valles, y los que venían de la jurisdicción de Tunja, vasallos de Ramiriquí, la
comenzaban desde la laguna grande de Guatavita; por manera que estos
santuarios e habían de visitar dos veces. Solía durar la fuerza de esta fiesta veinte
días o más, conforme el tiempo daba lugar, con grandes ritos y ceremonias; y en
particular tenían uno donde le venía al Demonio su granjería, además de todo lo
que se hacía era en su servicio. Había, como tengo dicho, en este término de
tierra que se corría otros muchos santuarios y enterramientos; pues era el caso
que en descubriendo los corredores del cerro donde había santuario, partían con
gran velocidad a él, cada uno por ser el primero y por ser tenido por más santo” 17.

En la consagración de un jeque o chyquy estaba de nuevo presente la diosa Sie.


Esta ceremonia “se hacía mediante un baño solemne, para estar purificados en
una vida de penitencia. Los fieles que querían hacer ofrendas por el intermedio
indispensable de los Jeques, también debían purificarse previamente en las aguas
sagradas, para que los dioses les fueran propicios” 18 . En los rituales fúnebres la
presencia del agua ocurría cuando se trataba de un cacique. Algunos de ellos
ordenaban que al morir, “se arrojasen sus cuerpos, con sus riquezas como
ofrenda, al seno de las lagunas y en ciertas ocasiones los Jeques, a cuyo cargo
estaban las honras fúnebres de los grandes Jeques, desviaban el cauce de los
ríos para hacer allí las sepulturas, volviendo después a cubrirlas con las aguas,
bajo cuyo amparo habían de dormir el sueño eterno” 19.

Una dolorosa historia de adulterio, en la que de nuevo se encuentra el agua,


originó la famosa leyenda de EL DORADO. De las mujeres que tenía el cacique
de Guatavita había una “de tan buenas partes en sangre y hermosura, que así
como en esto excedía a las demás también las excedía la estimación que hacia
ella tuvo el guatavita”20. Esta mujer, conocida como la Cacica de Guatavita,
cometió adulterio con uno de los cortesanos. El Cacique lo ordenó a muerte
mediante la pena del empalamiento, “habiéndole primero hecho cortar las partes
de la punidad, con las cuales quiso castigar a la mujer sin darle otro castigo que
dárselas a comer guisadas en los comistrajes que ellos usaban en sus fiestas, que
hizo por ventura sólo para el propósito en público, por serlo ya tanto el delito” 21.

Para la cacica cada día era más difícil sobre llevar la humillación. El Cacique
ordenó “para escarmiento de las demás mujeres y castigo de la adultera” que los
indios cantaran el delito en sus fiestas y borracheras “no solo en el cercado y casa
del cacique, a la vista y oídos de la mujer, sino en los de todos sus vasallos” 22. La
cacica para huir de su pena, “un día en que hallo la ocasión que deseaba, se salió
del cercado y casas de su marido a deshoras con el mayor secreto que pudo, sin
llevar consigo más que una muchacha que llevaba cargada una hija que había
parido de su marido el cacique, y caminando a la laguna apenas hubo llegado
cuando, por no ser sentida de los jeques que estaban a la redonda en sus
chozuelas, arrojó a la niña al agua y ella tras ella, donde se ahogaron y fueron a
pique, sin poderlas remediar los mohanes que salieron de sus cabañas al golpe
que oyeron el agua; aunque conocieron luego por ser de día, quien era la que se
había ahogado”23. El Cacique fue avisado y lleno de dolor y arrepentimiento llegó a
la orilla de la laguna de Guatavita y ordenó al mayor hechicero de los jeques que
las sacara con vida. El Jeque, luego de una ceremonia, se lanzó al agua “hasta
que salió solo como entró, diciendo que había hallado a la cacica viva (embuste
que el demonio le puso en la imaginación) y que estaba en unas casas y cercado
mejor que el que dejaba en Guatavita, y tenía el dragoncillo en las faldas; estando
allí con tanto gusto que aunque le había dicho de parte de su marido el que
tendría en que saliera y que ya no trataría más del caso pasado, no estaba de ese
parecer, pues ya había hallado descanso de sus trabajos a que no quería volver,
pues él había sido causa de que lo dejasen ella y su hija, a la cual criaría allí
donde estaba, para que la tuviese compañía” 24. El Cacique no se calmó con la
razón que le trajo el Jeque y le ordenó que volviera y, por lo menos, sacara a su
hija. Se volvió a sumergir el jeque y, al salir, “traía el cuerpo de la niña muerto y
sacados los ojos, diciendo se los había sacado el dragoncillo estando todavía en
las faldas de la madre, para que, no siendo la niña sin ojos ni alma de provecho
entre los hombres de esta vida, la volviesen a enviar a la otra con su madre que la
quedaba aguardando; a que acudió el Cacique por entender lo ordenaba así el
dragoncillo a quien él reverenciaba tanto. Y así, volvió a mandar echar el
cuerpezuelo a la laguna donde luego se hundió, quedando el Guatavita sin poder
consolarse en nada por lo mucho que quería a su hija y madre, no obstante lo que
había usado con él”25.

El suceso de la Cacica de guatavita y su hija, y el intento del cacique por


rescatarlas, se extendió por la región de forma que la laguna, que ya era un
importante santuario, cobró aún mayor valor como lugar para el culto a Sie, al
dragoncillo que la habitaba y a la Cacica que pasó a ser una divinidad
antropomórfica. Los indios peregrinaban hasta la laguna llevando valiosas
ofrendas y hacían ceremonias en sus orillas. En una de ellas, EL DORADO, “el
Cacique cubría de oro su cuerpo para darse en sus aguas un baño solemne
todos los años…”26.

La mitología muisca de la creación asignó al dios Chimigagua la creación del cielo


y de la tierra. Como mito complementario de éste se encuentra el de la diosa
Bachué o Furachogua, madre de los hombres, salida de las aguas de la laguna de
Iguaque. Dos cronistas, Fray Simón y el Padre Zamora, recogieron esta leyenda.
“El distrito de la ciudad de Tunja, a cuatro leguas a la parte Norte-Este, y una de
un pueblo de indios que llaman Iguaque, se hace una coronación de empinadas
sierras, tierra muy fría y tan cubierta de páramos y ordinarias neblinas, que casi en
todo el año no se descubren sus cumbres si no es al medio día por el mes de
enero. Entre estas sierras y cumbres se hace una muy honda, de donde dicen los
indios que a poco que amaneció o apareció la luz, y criadas las demás cosas,
salió una mujer que llaman Bachué, y por otro nombre, acomodado a las buenas
obras que las hizo Furachogua, que quiere decir “mujer buena”, porque, “fura”
llaman a la mujer y “chogua” es cosa buena; sacó consigo de la mano un niño de
entre las mismas aguas, de edad hasta tres añitos, y bajando ambos juntos de la
sierra a lo llano, donde está ahora el pueblo de Iguaque, hicieron una casa donde
vivieron hasta que el muchacho tuvo edad para casarse con ella; porque luego
que la tuvo, se casó, y el casamiento fue tan importante, y la mujer tan prolífica y
fecunda, que en cada parto paría cuatro o seis hijos, con lo que vino a llenar la
tierra de gente, porque andaban ambos por muchas partes dejando hijos en todas,
hasta que después de muchos años, estando la sierra llena de hombres, y los dos
ya viejos, se volvieron al mismo pueblo y del uno llamando a mucha gente que los
acompañaba a la laguna de donde salieron, junto a la cual les hizo la Bachué una
plática exhortando a todos la paz y conservación entre sí, a la guarda de los
preceptos y leyes que les había dado, que no eran pocos, en especial en orden al
culto a los dioses, y concluido se despidió de ellos con singulares clamores y
llantos de ambas partes, convirtiéndose ella y su marido en dos muy grandes
culebras, se metieron por las aguas de la laguna, y nunca más parecieron por
entonces, si bien la Bachué, después, se apareció muchas veces en otras partes,
por haber determinado desde allí los indios contarla entre sus dioses, en gratitud a
los beneficios que le había hecho”27.

El padre Zamora la referirse a Bachué dice: “La razón que daban a la creación del
mundo y del origen de su nación, era que poco después que amaneció, y apareció
la luz, criadas todas las cosas, salió una mujer, a quien llaman Bachué, que quiere
decir mujer buena. Esta, decían que sacó de las aguas un niño de edad de tres
años, y bajó con él al pueblo de Iguaque, apartado cuatro leguas de la cuidad de
Tunja. Críalo hasta que tuvo edad para casarse con él, y de cada parto nacían
cuatro o seis hijos, de cuya generación se llenó toda la tierra. Llegó a la vejez, y
juntando gran número de sus descendientes, se fueron a una laguna, que está en
la cumbre de los cerros más altos, que miran a este pueblo de Iguaque, hicieron
les una platica, y con lagrimas de ambas partes, al despedirse, convertidos en
culebras, se entraron en la laguna. El demonio después, disfrazado en el cuerpo
de aquella mujer llamada Chía, les mandó que hicieran sacrificios a estos padres
de su generación. De que se originó adorar lagunas, ríos, arroyos y pantanos, en
diferentes pueblos de este Reino”28.

En la laguna, en el agua, se originó, según la leyenda y gracias a Bachué, la


“mujer buena”, la humanidad. Bachué emergió del agua “como personificación
pagana de la fecundidad y origen de la vida del hombre” 29. En este sentido la
etimología del segundo nombre con el que se conocía a Bachué, Furachoga, es
explicita. Está compuesto de “fac” afuera (voz convertida en “bac”, cambiando la f
en b), y chué pechos; es decir, pechos salientes o turgentes. La etimología de esta
dirección era, sin duda, alusiva a la numerosa prole que decían los Chibchas
había criado a sus pechos, la que ellos veneran como origen de su pueblo” 30 . Se
le rendía también culto a Bachué porque su fecundidad mítica se extendía hasta la
agricultura.

Otro mito, vinculado con el agua, es el de Bochita, Nemqueteba o Zuhé. Bochita


reguló las lluvias y drenó la sabana, el lago Funzé, para evitar la destrucción de
los cultivos. Dice la leyenda que Chibchacum, “báculo de los Chibchas”, dios de la
provincia, agraviado por los excesos de los indios los castigó con una gigantesca
inundación por medio de prolongadas lluvias y desviando los ríos de Tibitó y Sopó
hacia las partes llanas en donde tenían los cultivos. El castigo de Chibchacum,
dios local, fue levantado por un dios de mayor jerarquía como lo era Bochita.

El mito de Bochita, que explica a su vez el del origen del Salto de Tequendama,
dice que, en la versión que se encuentra en las Noticias Historiales de Fray
Pedro Simón, “fue tan en lleno y universal este castigo, e iba creciendo cada día
tan a varas la inundación, que ya no tenían esperanza del remedio, ni de darlo a
las necesidades que tenían de comidas, por no tener donde sembrarlas y ser
mucha la gente, por lo cual toda se determinó por mejor consejo de ir con la queja
y pedir el remedio al dios Bochita, ofreciéndole en su templo clamores, sacrificios
y ayunos, después de lo cual una tarde, reverberando el sol en el aire, un ruido
contra esta sierra de Bogotá, se hizo un arco como suelen naturalmente, en cuya
clave y capitel se apareció el demonio en figura de hombre, representado en
Bochita con una vara en la mano, y llamando a voces desde allí a los caciques
más principales a que acudieran con brevedad con todos sus vasallos, les dijo
desde lo alto: “He oído vuestros ruegos, y condolido de ellos y de la razón que
tenéis en las quejas que dais de Chibchacum, me ha parecido venir a daros favor
en reconocerme; me doy por satisfecho en lo que me servís, y a pagároslo en
remediar la necesidad en que estáis, pues tanto toca mi providencia, y así, aunque
no os quitaré los dos ríos, porque algún tiempo de sequedad los habréis
menester, abriré una sierra por donde salgan las aguas y queden libres vuestras
tierras”, y diciendo y haciendo, arrojó la vara de oro hacia Tequendama y abrió
aquellas peñas por donde ahora pasa el río; pero como la vara era delgada, no
hizo tanta abertura como fuera de menester para las muchas aguas que se juntan
en los inviernos, así todavía rebalsa; pero al fin quedó la tierra libre para poder
sembrar y tener sustento, y ellos obligados a adorar y hacer sacrificios, como lo
hacen en el aparecido arco, aunque llenos de temores por lo que después les
puso Chibchacum, de que habían de perecer muchos en apareciéndose el arco;
pero el castigo que a él la ha dado el Bochita por el hecho fue cargar en sus
hombros toda la tierra y que la sustentara, lo cual antes de eso dicen se
sustentaba sobre cuatro grandes guayacanes, y esa es la razón de que tiemble la
tierra, lo que antes de esto no hacían, porque como le pesa mucho, al mudarla de
un hombro a otro le hace se mueva y tiemble toda” 31.

La versión del cronista Lucas Fernández de Piedrahita es la siguiente: “Del


Bochita refieren en particular muchos beneficios que les hizo, como son decir que
por inundaciones del río Funza en que intervino el arte de Huythaca, se anegó la
sabana o pampa de Bogotá… hasta que llegó el Bochita y con el bordón, hiriendo
en una serranía, abrió el camino a las aguas… y se formó el salto de
Tequendama”32.

Una última deidad que evidencia y afirma la importancia del agua en la cultura de
los chibchas es la rana. El croar de las ranas les anunciaba la cercanía de lluvias
necesarias para sus cultivos, pero que, en exceso, obstaculizaban sus labores.
Según Liborio Zerda en un escrito para el Papel Periódico Ilustrado en 188333;
“… una de las deidades celestes era para ellos la rana, dios precursor y creador
de las aguas”, cuyas diversas aptitudes simbolizaban “las diferentes fases de la
luna en relación con la estación lluviosa o seca” 34.

Dibujos de ranas se encuentran dispersos en las piedras a lo largo del que fuera
territorio muisca. Las diversas actitudes de la rana simbolizan las siguientes
situaciones: “En actitud de brincar representaba la aproximación de las aguas y
también caracterizaba la entrada del año muisca (zocam)… La figura de dos ranas
o sapos unidos era símbolo de suna aca o nuevo mes lunar, época en que
observaban la generación de estos animales.

La rana en actitud recogida simbolizaba el tiempo seco, porque en esa época se


oculta en los lugares sombríos. Una rana extendida o sin patas como signo de
quietud o reposo representaba a suna gueta, luna sin influencia en las
operaciones del campo; era también símbolo de la felicidad en el goce de las
cosechas y de los bienes de las casa (gueta). Algunas veces se ha encontrado la
figura de la rana con cabeza de hombre, y en nuestro concepto de este modo
significaba la personalidad de que estaba caracterizado este animal como dios
inteligente y poderoso en su elemento, el agua…” 35. El águila, que atrapaba y se
llevaba la rana simbolizó el verano. En muchas otras culturas estos animales
ocuparon un papel simbólico similar.

La adoración del agua, y los dioses a ella vinculada, que se sintetizó en los
anteriores ejemplos muestra un lugar prioritario que tuvo en la cultura muisca. La
diosa Sie estaba presente en el nacimiento de cada indígena y lo estuvo además
en el origen de toda la civilización. Su culto en diversas ceremonias fue
persistente, así como también su presencia en los mitos. La presión
evangelizadora de los conquistadores llevó a que Fray Pedro Simón afirmara
despectivamente que no era al agua a quien rendían culto y sacrificios y que más
bien lo hacían “no porque tuviesen a las aguas por dioses sino porque el demonio,
cuyas eran las trazas por donde estos miserables se gobernaban, se las tenían
dadas de manera que lo honrasen a él en las aguas, queriendo con su depravada
voluntad igualarse con esto a Dios que tanto se da por honrado y servido en las
aguas como lo dio a entender luego a los primeros pasos de la creación del
mundo, cuando el espíritu del Señor andaba sobre las aguas –y- también quiere
que le bendigan todas las aguas del mar, fuentes y ríos, y al fin quiso ser honrado
con lasa aguas del bautismo, ordenando que ellas fuesen instrumento con que
saliesen las almas del poder del demonio y se escribiesen y alistasen debajo de
su bandera de Cristo, por la gracia que allí reciben” 36.

Aparte del carácter eminentemente mítico y religioso del agua en la cultura


muisca, también se encuentran algunas referencias que la asocian a aspectos
terapéuticos y de higiene. En cercanías de Tabio aún existen vestigios de lo que
fue uno de los principales lugares de recreo y descanso. Dice el cronista
Fernández Piedrahita que allí “produjo la naturaleza dos fuentes poco distantes en
el nacimiento, la una de agua fría y la otra de caliente, en tanto grado, que apenas
se puede sufrir el calor que da mientras entran y sacan la mano. Estas dos fuentes
se juntan a muy breve espacio, y en el que viene a ser donde se templan
mezclados, estaba el estanque más nombrado de los Reyes de Bogotá” 37. Sobre
estos baños cuenta Triana que “en las Piedras de Facatativa hay un jeroglífico
donde se conmemora el sendero que recorría el Cacique de Bojacá para
trasladarse a la laguna de Tena, llamada hoy Pedropalo, y en esta todavía
subsiste los vestigios de la calzada que daba acceso a sus yertas aguas.
Teusaquiyo, donde se fundó la ciudad de Santafé, era el sitio de baños del Zipa
de Bacatá”38.

En el aspecto higiénico son mínimas las referencias. Fernández de Piedrahita al


describir el “Palacio Principal” de los Reyes, es decir del Zipa, menciona la
existencia en él de “retretes”: “… dividían el interior de la casa en forma de
caracol, en que tenían aposentos y retretes, o dejaban las rasas con sólo un
tabique de carrizo…”39. Dice también este autor que “mientras ayunaban, antes del
sacrificio no se lavaban el cuerpo, siendo cosa que usan por momentos…”, luego
del sacrificio “con cierto jabón que usan de unas frutillas llamadas guabas, se
bañaban y limpiaban los cuerpos muy bien”40.

La del baño fue una costumbre bastante arraigada en estos indígenas. Vale la
pena mencionar al respecto, aunque para el caso de los Incas y sin perder de
vista las proporciones, dos grandiosas obras. En primer lugar el “Plan del Palacio
Destinado para Baño de los Incas” que fue elaborado en 1.786 por el Padre
Sobrevuela. El segundo ejemplo se encuentra en una de las obras, un acueducto,
construida por Viracocha, el octavo Inca en sucesión, que junto con otras, llevó a
los cronistas Jorge Juan y Antonio de Ulloa a afirmar que “no permiten la injusticia
de reputar a aquella nación por floja y perezosa, cuando todas ellas prueban lo
contrario”41. Se trato, según comenta David Barry editor del escrito de estos
cronistas, de “la grande acequia que conducía el agua desde lo alto de las sierras
de Parcú y Picus hasta los Rucanas por mas de 120 leguas de camino por las
faldas de los montes, en un cauce de 12 pies de ancho… La fundación del Imperio
de los Incas no contaba más de 400 años cuando Francisco Pizarro favoreció al
Perú con su visita, y ya tenía aquel país leyes establecidas, escuelas, industrias,
agricultura, caminos seguros, posadas espaciosas, y gran cantidad de riquezas,
que no pudieron negar los conquistadores. Comparen los Españoles sus caminos,
sus ventas, sus acequias, etc., anteriores al siglo XVIII, y confesaran su
inferioridad a las que hallaron en el país de aquellos Indios tan perezosos en su
opinión”42.
Con la llegada de los españoles a la tierra de los muiscas, la labor de
evangelización, que recurrió desde mecanismos sutiles hasta, y estos con mayor
extensión, el castigo físico y la violencia, condeno el culto al agua. De ahí que
Fray Pedro Simón dijera que se trataba más bien de un culto y sacrificios al
demonio. La diosa Sie y todos los mitos relacionados con el agua se consideraron
como la persistencia de creencias paganas prehispánicas. Los indios convertidos
al cristianismo debían confesar su pecado de haber adorado al agua y temerosos
de la venganza del dios impuesto, “en su mal consolidada nueva fe, huían del
agua. El indio cristiano no volvió a bañarse”. 43

Referencia:

EL AGUA EN LA HISTORIA DE UNA CIUDAD.


EL ACUEDUCTO COLONIAL LA DIOSA AGUA Y LA TUBERÍA DE HIERRO
DESDE ANTES DE 1.538 HASTA 1.887

Apartes de una obra de investigación realizada en convenio con la Universidad


Externado de Colombia y La Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá
1
José Pérez de Barradas.
Los Muiscas Antes de la Conquista.
Instituto Bernardino de Sahún. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1950.
2
Gonzalo Correal Urrego; Thomas Van Der Hammer.
Investigaciones Arqueológicas en los Abridos Rocosos del Tequendama
Banco Popular. Bogotá. 1977.
3
José Perez de Barradas. Op.cit.
4
Miguel Triana.
La Civilización Chibcha. Escuela Tipográfica Salesiana. Bogotá 1922. pg. 27
5
Vicente Restrepo.
Los Chibchas antes de la Conquista Española
Imprenta de la Luz. Bogotá 1895.
6
Vargas Machuca.
Milicia y Descripción de las Indias.
7
Juan Rodriguez Freire.
El Carnero.
Imprenta Nacional. Bogotá, 1963.
8
Miguel Triana Op. cit. pg. 35.
9
Vicente Restrepo. Op. cit. pg. 51.
10
Guillermo Hernandez Rodriguez.
De los Chibchas a la Colonia y a la República.
Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1975. pg. 176.
11
Rodríguez cit por Triana. Pg. 38
12
Miguel Triana. Op. cit. pg. 38.
13
O. Simón II. 384. cit 35 Triana.
14
Miguel Triana. Op. cit. pg. 36
15
Ibid. pg. 37.
16
Pedro Simón. II, 291 cit Triana 37.
17
Rodríguez F. Vol II. Pg. 291. cit Triana 37.
18
Miguel Triana. Op cit. pg. 38.
19
Ibid. pg. 38
20
Fray Pedro Simón. Op. cit. Tomo III, pg. 324.
21
Ibid.
22
Ibid.
23
Ibid.
24
Ibid
25
Ibid
26
Miguel Triana. Op. cit. pg. 41.
27
Simón II. 279-280 cit Pérez. II. 383, 384
28

Zamora I, 320. cit Pérez II, 384.


29
Guillermo Hernandez Rodriguez. Op cit. pg. 177.
30
Vicente Restrepo. Op. cit. pg. 32
31
Simón. II. 289-220 cit Pérez II 399-400.
32
Fernández (13). Pérez II. 384.
33
Liborio Zerda… ppl.
34
Ibid pg. 71.
35
Ibid pgs 71-73.
36
Fray Pedro Simón. Op. cit. Tomo III pg. 322.
37
Fernández, I, 72.
38
Miguel Triana. Op. cit. pgs 36-37
39
Fernández, I, 72
40

Piedrahita. Pérez I, 392.


41
Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Noticias Secretas de América. Imprenta de R. Taylor. Londres, 1826. Tomo II. Pg. 287.
Edición Facsimilar. Biblioteca Banco Popular. Bogotá, 1.983.
42
Ibid. II. Pg. 287-288.
43
Miguel Triana. Op. cit. pg. 39.

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