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Los “marginales populares”.

Uno de los exponentes del movimiento iluminista más leído y


aplaudido por la gente es Helvetius. Pero Cassirer coloca sus doctrinas como una exageración y de
carácter marginal. Considera a De l’esprit un libro “débil y poco original”.[42] Para Helvetius todos
los fenómenos de la conciencia se hallan en un mismo plano, todo es equivalente e indiferente.
Encuentra siempre los mismos impulsos uniformes. No existe ninguna grandeza moral que se eleve
por encima de este nivel, pues por altos que sean los fines que la voluntad se proponga y por muy
extraterrenos los bienes y suprasensibles los fines que se figure, permanece siempre en el círculo del
egoísmo, de la ambición y de la vanidad. La sociedad no logra la represión de estos instintos
fundamentales, sino tan sólo su sublimación y disfraz, y si pretende ser sensata, eso es lo único que
puede esperar y estimular en los individuos”. [43] La misma idea debe aplicarse en la consideración
del mundo teórico. Así “...el edificio de los valores éticos y la gradación lógica del conocimiento
quedan eliminados radicalmente; ambos se allanan hasta el nivel del suelo, porque se cree que sólo
en éste se puede encontrar un fundamento inconmovible”.10 10 Esta actitud queda representada en
la sección en que Hegel habla de la “vanidad de la cultura”. 19 Sin embargo Cassirer señala: 20 21
do no raras veces, se considerara la idea representada por Helvetius como típica del contenido de la
filosofía de la Ilustración, ni siquiera como típica de la manera de pensar del enciclopedismo
francés.11 Precisamente en este grupo se ejerció una aguda y rigurosa crítica contra la obra de
Helvetius, crítica que procede de los nombres más prestigiosos de la literatura filosófica francesa,
de hombres como Turgot y Diderot. Pero hay una cosa que no se puede negar y es que, tanto en
Helvetius como en Condillac, funciona una determinada metódica que caracteriza todo el siglo
XVIII, una forma de pensamiento que alberga, de antemano, sus futuras aportaciones positivas y
sus límites, sus victorias y sus derrotas.”[44] Y de hecho, mal le pese a Cassirer, Helvetius escribía
en la enciclopedia. La sustancia. La otra “corriente” que influye en forma decisiva en el
pensamiento del Siglo de las Luces es la iniciada por Leibniz. También él continúa el método
cartesiano del análisis, al punto que intenta buscar un “alfabeto del pensamiento”. Pero su gran
innovación es su concepción de la sustancia, o “mónada”. Esta es dinámica, fecunda; cada simple
momento suyo contiene su pasado y está preñado de su futuro. Jamás uno de estos momentos es
igual a otro. Su principio fundamental no es la “identidad” sino la “continuidad”: la unidad en la
multiplicidad, ser en el devenir, permanencia en el cambio. Cómo esto es posible, Cassirer no se
detiene a explicarlo. Cómo podemos conocer la existencia de la mónada y sus características, que es
otro gran problema que plantearía cualquier moderno, tampoco en esto Cassirer se detiene. La
mónada es un todo que no se compone de partes ni resulta de ellas, sino que, permanente y
constantemente, se va desplegando en una multiplicidad de determinaciones. Su particularidad se
pone de manifiesto en tales actos progresivos de particularización, la cual no es posible ni
comprensible sino en el supuesto de que la forma total, de la que se despliega, permanece cerrada y
contenida en sí la sucesión de sus determinaciones, sino que en cada una de ellas se halla contenida
pura y entera, en cierto modo, está presente [48/9]. La mónada, en la particularización infinita de
exteriorizaciones de fuerza se conserva como uno y el mismo centro vivo de fuerza. Esta
concepción, que ya no se basa en el concepto de ser, sino en el de pura actividad, presta un sentido
completamente nuevo al problema de lo individual. Leibniz mantiene la concepción de la lógica
tradicional por la cual comprendemos lo individual sólo y en la medida en que podemos reducirlo a
conceptos universales. Pero cada sustancia individual, para la filosofía leibniziana, no sólo es una
parte o fragmento del universo, sino este universo mismo visto desde un determinado lugar y con un
determinado punto de vista. 11 Hegel coloca a Helvetius como uno de los representantes claves de
la Ilustración, especialmente cuando habla de la ‘utilidad’ [Nützlichkeit] como un aspecto esencial
del pensamiento ilustrado. 22 Sólo la máxima potenciación, elevación de todas las energías
individuales, y no su nivelación, su homologación y reducción, puede conducirnos a la verdad del
ser, a la suprema armonía y a la plenitud máxima de la realidad. Se inicia así, según Cassirer, un
nuevo camino espiritual, no sólo en Alemania. La recepción de Leibniz en el siglo XVIII tiene sus
accidentes. Se lo conoce, hasta 1765 sólo a través de la Monadología y la Teodicea, “escritos
nacidos de ocasión externa y accidental, y que contienen su doctrina en forma resumida y popular”
[50/1]. En ese año se edita la obra principal de la teoría de conocimiento de Leibniz Nouveaux
essais sur l’entendement humain, es decir, en un momento en el que el desarrollo intelectual de este
siglo ya estaba consumado. Por el resto, el influjo es indirecto, “a través de la alteración
experimentada en el sistema de Wolff”, advierte Cassirer [51]. El metafísico racionalista más
reconocido por Kant, y a través del cual éste último se había formado, no recibe un buen papel en el
libro de Cassirer. Apenas un lugar marginal, y generalmente como “alterador” de Leibniz, como
exageración del espíritu de sistema, esquemático. La concepción de la mónada leibniziana tiene una
profunda recepción entre los franceses que se dedican a la ciencia natural. Descubren con él un
modelo de pensamiento que escapa a la matemática. Así, Maupertuis, Diderot y Buffon tomarán de
Leibniz muchos principios. Y si Voltaire ironiza sobre él en Candide (Cassirer aclara que según su
parecer lo conoce a través de Wolff, en El siglo de Luis XIV) lo tiene en alta consideración. Así
también Diderot en la Enciclopedia. Cassirer se sale un poco de su habitual discreción al decir, con
respecto a los franceses: “Claro que todavía hay un largo trecho desde esta alabanza personal hasta
la penetración radical y la comprensión honda de los principios de la filosofía leibniziana”[52/3].
Hay una distinción muy importante que establece Leibniz, entre “verdades eternas” y “verdades
fácticas”. Las primeras son la meta suprema del conocimiento. Expresan una relación universal y
necesaria entre las ideas, entre el sujeto y el predicado del juicio. En cambio las otras son puramente
contingentes, no tienen cabida en este modelo lógico y serán conocidas con tanta mayor claridad y
distinción cuanto más logremos acercarlas a puras determinaciones racionales, hasta reducirlas a
ellas. 12 En principio, esta concepción parece el extremo opuesto que la corriente empirista
expuesta más arriba. Ahora bien; esta última pretendía por medio del método resolutivo mostrar
cómo muchos de los conceptos que utilizamos no necesitaban para su comprensión remitir a
entidades metaempíricas sino que era suficiente con descomponer en los elementos últimos y
componerlos nuevamente de acuerdo a la ley que lo regía. ¿Qué sucede en la corriente leibniziana?
Aquí se dará la misma dirección por el camino del racionalismo. La razón puede conocer todas las
verdades eternas sin necesidad de ningún auxilio, sin necesidad de la intromisión de ningún factor
extraño en su camino.

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