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CIF/ SADAF
Centro de Investigaciones Filosóficas
Sociedad Argentina de Análisis Filosófico
___________________________________________________________________________
Ibarlucía, Ricardo,
Hechos y valores : en filosofía teórica, filosofía práctica y filosofía del arte / Ibarlucía, Ri-
cardo ; Diana Pérez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Investigaciones
Filosóficas, 2016.
230 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-29834-4-4
1. Filosofía. 2. Filosofía del Arte. 3. Teoría y Filosofía del Arte. I. Pérez, Diana II. Título
CDD 190
ISBN: 978-987-29834-4-4
CIF/ SADAF
Indice
Prefacio _ 6
Diana Pérez
4 Videre videor _ 55
Pablo E. Pavesi
7 ¿Qué debería hacer usted por los pobres del mundo? _ 101
Julio Montero
Índice 5
Filosofía teórica
1
Oscar M. Esquisabel
1
Para el problema de los lenguajes universales en el siglo XVII, véase Eco 1993 y Maat
2004.
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 15
2
Un texto emblemático de esta vertiente del proyecto es De numeris characteristicis ad
linguam universalem constituendam (A VI 4 263-270 [OFC 5 115-121]). Véase Pombo 1987 y
Esquisabel 1998: 87-123.
16 Oscar M. Esquisabel
3
Para una revisión actualizada del proyecto lógico de Leibniz, véase Lenzen 2004: 1-83.
Para los diversos aspectos del proyecto leibniziano de la característica, véase Esquisabel
2003: 147-197.
4
Entre los muchos escritos de Leibniz, el texto publicado con el título De lingua Philoso-
phica (A VI 4: 881-908, OFC 5 327-357) representa uno de los trabajos más completos para
la perspectiva a posteriori.
5
Sobre los cambios de rumbo y la complementación de las estrategias leibnizianas res-
pecto de la construcción de un lenguaje universal, véase Pombo 1987, especialmente parte
III, cap. 1.
Leibniz y los límites de los lenguajes racionales 17
6
Según consta en Harnack (1900: 189), un ejemplar impreso del proyecto se encuentra en
los Archivos de la Academia. Véase también Rödeke 1725.
18 Oscar M. Esquisabel
Sin embargo, algunos alegan que, en primer lugar, los signos pro-
puestos por el solicitante y también por otros se refieren a las
cosas mismas y que, en cierto modo, suponen un análisis lógico
y estimativo de los pensamientos y discursos. En consecuencia,
quien no pueda comprender la gramática y la lógica con todo su
22 Oscar M. Esquisabel
Conclusiones
Bibliografía
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(2004: 1-83).
24 Oscar M. Esquisabel
Alberto Moretti
haya dejado esbozos muy incompletos y que haya llegado a pensar que
debía seguirse una doble vía (a priori/a posteriori) para realizarlo.
En esta nota intentaré: (a) formular algunas dudas sobre la distin-
ción (debida a Couturat y usada en la caracterización anterior) entre es-
trategias a priori y a posteriori y, consecuentemente, dudas acerca de que
haya un viraje de Leibniz que explicar; (b) una reivindicación parcial de
Rödeke: los argumentos de Leibniz no eran suficientes para impedir el
proyecto; pero no total: hay mejores argumentos en contra de esos pro-
yectos en su versión ambiciosa.
(3) Pero: (a) es dudoso que haya tales reglas; (b) si las hubiere, pue-
den no servir (y deberían servir) entre LRU y algún LC3.
(4) Para aprenderlo, el hablante de LC2 puede necesitar compren-
der la teoría de la gramática y la lógica de LRU y, probablemente,
también comprender muchos (quizás todos) los conocimientos hu-
manos. Lo cual es improbable.
entender LC2 y LC3, entonces desde LC1 hay un camino para hacer
que los hablantes de LC2 y LC3 entiendan LRU. (Contra (3.b)).
(iv) Para comprender la gramática y la lógica de LRU no se requiere
conocer la teoría de esa gramática y de esa lógica; pueden enten-
derse en uso, por ejemplo, vía los mecanismos de interpretación
radical. (Contra (4)).
Así pues, las dificultades pragmáticas señaladas por Leibniz, que sólo
cuestionan la universalidad de LRU en el segundo sentido señalado al
comienzo y que pueden superarse, no son suficientes para desechar el
proyecto Rödeke/Leibniz.
Sin embargo, hay motivos para creer, en contra de las expectati-
vas leibnicianas, que la “solución semántica” del problema de la relación
entre LRU y los LC, y la del de la pretendida universalidad de LRU en
el primer y más fundamental sentido de universalidad, no pueden lo-
grarse satisfaciendo las ambiciones iniciales del proyecto (en particular
la pretensión de calculabilidad). Sólo cabe aquí recordar, por una parte,
las limitaciones expresivas de los lenguajes formales capaces de proveer
cálculos adecuados y formalizaciones apropiadas de los conocimientos
expresados en los lenguajes comunes. Y, por otra parte, los problemas de
indeterminación referencial en la interpretación de cualesquiera lengua-
jes y la inevitable historicidad de los lenguajes y conocimientos. Sobre
esas bases puede empezar a sostenerse que un LRU no puede simultá-
neamente ser: (a) cerrado respecto de su vocabulario básico o respecto
de sus principios lógicos; (b) referencialmente unívoco; (c) algorítmica-
mente completo; (d) único.
3
Imaginemos que alguien le pregunta a Ismael si cree que las ballenas es-
tán en peligro de extinción. Ismael repasa datos sobre la población exis-
tente de ballenas, su tasa de reproducción, el porcentaje de ejemplares
cazados anualmente, etc., y contesta afirmativamente: “sí, creo que las
ballenas están en peligro de extinción”.
Hay un sentido en que podemos decir que Ismael sabe lo que pien-
sa de manera inmediata. ¿Por qué decimos que Ismael sabe lo que piensa?
¿Y por qué lo sabe inmediatamente? Tiene sentido aplicar a Ismael el voca-
bulario del saber porque Ismael podría haberse equivocado y afirmar que
no cree que las ballenas se encuentren en peligro de extinción cuando en
realidad sí de hecho lo cree. Esto ocurriría, por ejemplo, si Ismael dijera
que no cree que las ballenas estén en peligro de extinción y contribuyese
económicamente con las campañas de las organizaciones que se ocupan
de protegerlas. Su juicio manifestaría una creencia que no tiene. Ismael
no sabría que, en realidad, cree que las ballenas están en peligro de extin-
ción. Ismael estaría equivocado al decir lo que piensa. Por tanto, lo que
vuelve a la proferencia de Ismael una pieza de autoconocimiento es que
la respuesta de Ismael tiene condiciones de verdad, las cuales se satisfa-
cen cuando Ismael no se equivoca al decirnos lo que piensa.
Además, Ismael no meramente adivina en qué estado mental está
34 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo
1
Véanse las siguientes palabras de Moran: “[l]a inmediatez ha de ser entendida como una
afirmación completamente negativa sobre el modo de acceso de primera persona, a saber,
un percatamiento consciente que no es inferido de algo más básico” (2001: 11). El hecho
de que nuestros juicios sean inmediatos no está relacionado con el acierto epistémico
sobre el contenido de estos juicios (los juicios introspectivos no son infalibles); son inme-
diatos porque no son inferidos o no descansan en algo más básico.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 35
3
Para una discusión del constitutivismo y sus problemas para capturar lo genuinamente
epistémico de la primera persona, véase Moran 2001: 20-27.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 37
4
Peacocke (1998) supone que el juicio del sujeto que realiza la autoatribución comporta
una acción mental, cuya característica principal, en este caso, es aportar garantías raciona-
les para poner al sujeto en condiciones de realizar una afirmación de conocimiento sobre
los contenidos así autoatribuidos. Sin embargo, esto está en tensión con la condición mis-
ma de transparencia, cuya satisfacción no descansa en la operación de ningún mediador
epistémico. Enfoques como los de Peacocke son enfoques muy motivados por cómo se
adquiere el autoconocimiento, donde en mayor o menor medida, esta pregunta se modela
38 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo
como una pregunta sobre cómo ocurre el tránsito con garantías desde un estado mental
de primer orden a un estado mental de segundo orden, y para explicar la obtención de
garantías se plantean, según el caso, distintos intermediarios.
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 39
Sin embargo, para que ocurra la evaluación racional que (2) retrata, debe
darse (3), el sujeto debe ser consciente de cómo sus compromisos episté-
micos están enlazados con sus razones para creer una cosa y otra.
Y para que (3) pueda ser el caso, (4) el sujeto debe estar en condi-
ciones de conocer sus propios compromisos en tanto que actitudes ra-
cionales. Si esto no fuese posible, el sujeto no estaría en condiciones de
volverse epistémicamente responsable, ante sí y ante los otros, de lo que
racionalmente piensa y hace.
De algún modo, (1)-(4) muestran cómo nuestra habilidad de res-
ponder a razones en el proceso de nuestro pensamiento, núcleo de nues-
tra condición de agentes responsables, está enlazada con nuestra capaci-
dad para autoconocernos de manera inmediata. Si éste no fuese el caso,
resultaría difícil dotar de sentido a nuestras prácticas de autoatribución
y atribución a otros de responsabilidad epistémica y, por otra parte, re-
sultaría difícil a su vez conocer los contenidos de la propia vida mental
como contenidos sujetos a la revisión racional.
esa que brinda las razones que justifican el hacer del agente a través de
indicar por qué lo hace. Lo interesante es que causa quiere decir aquí
“causa formal”, esto es, constitutiva (al menos parcialmente) de eso que
es conocido. El corolario es que un sujeto posee conocimiento práctico
(e inmediato) de sus acciones en la medida en que las considera bajo una
cierta descripción o perspectiva que las constituye en lo que son.
Una sugerencia como ésta podría aplicarse al caso de las creencias
para dar cuenta del carácter del conocimiento que los sujetos están en
posición de obtener de algunas de sus condiciones psicológicas, en par-
ticular sobre las que en cierto modo “actúan” conformándolas. En el te-
rreno filosófico del conocimiento en primera persona de las creencias, se
afirmaría que este conocimiento es un aspecto bajo el cual el agente con-
sidera aquello mismo que es conocido –es decir, sus propias creencias de
primer orden. Este es un hecho que refleja el característico conocimien-
to en que lo que es conocido es el ser que es el conocedor (McDowell
2011). Cuando la creencia es vista como un compromiso suscrito por
el sujeto a través de una instancia deliberativa, ella queda “constituida”
por las razones a las cuales responde. Si el conocimiento práctico de una
acción intencional se refiere a ese aspecto de la acción bajo el cual el
agente la aprehende, al ejecutarla, como la acción que es, el conocimien-
to “práctico” de la creencia se refiere a ese aspecto de la creencia bajo
el cual el agente la considera como lo que es, a saber, como aquello que
mantiene una relación de dependencia con el propio agente suscriptor,
por supuesto en el contexto de su involucramiento en una actividad cog-
nitiva deliberativa. En virtud de que el agente suscribe las razones que
justifican su creencia está autorizado en su conocimiento de la creencia
de la que es autor. Esto es resultado de que la creencia es, como otros
estados mentales, sensible a razones.
Los sujetos pueden ser conscientes de modos diferentes de las
creencias que forman parte de sus vidas mentales. Hay primariamente
un modo de ser consciente no “exterior” a la creencia, un modo de ser
consciente que podríamos tildar de “conciencia desde adentro de la pro-
pia creencia”; un modo que se refleja en el mismo hecho de sostener la
creencia a sabiendas (a imagen y semejanza del actuar a sabiendas). Este
“a sabiendas” expresa ese logro simultáneamente práctico y teórico. Eso
que un sujeto conoce en primera persona, su creencia, lo conoce bajo el
aspecto de algo de lo que es consciente, puesto que lo conforma a través
de su deliberación. Hay una forma de creer que p en la que no es posible
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 43
que un sujeto crea que p y no sepa que cree que p, porque este saber
constituye parcialmente la creencia, es decir, este saber contribuye a
realizar el caso siguiente: que sea así (de este modo) que el sujeto crea
que p. Lo que está en juego es una manera particular de ser conscien-
te de que efectivamente es el caso que uno cree que p. Este modo de
devenir consciente es constitutivo de la suscripción de la creencia por
parte del sujeto. Es un creer que involucra el reconocimiento de que
uno cree. El sujeto sabe que cree y está en posición de manifestarlo en
una aserción que suscribe y sostiene como verdadera, esto es, como lo
que de hecho es el caso. El sujeto es así agente de su creencia entre otras
cosas porque sabe (implícitamente) por qué la tiene7.
Algunas dificultades
7
Gracias a Ignacio Ávila por indicarnos esta forma de poner la cuestión.
44 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo
10
Quienes atribuyen una creencia a un sujeto no están directamente concernidos con la
cuestión de la verdad de la creencia atribuida; por el contrario, al estar ocupados en la
explicación de la vida mental de ese sujeto, son relativamente indiferentes a la verdad o
falsedad de la creencia. Diferente es el caso de quien se encuentra en la posición de la pri-
mera persona, como bien lo evidencia la condición discutida de la transparencia.
46 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo
Reed (2010) argumenta que hay juicios de autoconocimiento del tipo que
nos ocupa en los que no se exhibe transparencia. Plantea el caso de una
economista que había realizado en su juventud estudios sobre un asunto
cualquiera y resuelto su mente acerca de ello; alguien, muchos años más
tarde, le plantea la cuestión sobre si cree que p en relación a ese asunto
y ella, en vez de deliberar sobre la cuestión ajustándose a la condición
de transparencia, defiere a sus juicios previos. Aquí determinar si p no
se trata como transparente a si p sino como dependiendo de si anterior-
mente creía que p, tal que –salvo evidencias claras en contra– seguiría
creyéndolo racionalmente. Su curso racional sería seguir aceptando su
creencia previamente aceptada. A pesar de su aparente fuerza, esta obje-
ción se puede soslayar de varios modos: primero, uno puede pensar que
no todo autoconocimiento y toda actualización consciente de las creen-
cias se hace siguiendo la estrategia deliberativa descrita; el mecanismo de
actualización de una creencia a través de recordar cuál era esta creencia
sería un ejemplo de este tipo; segundo, uno podría igualmente argumen-
tar que, en este caso, uno tomaría la creencia que uno resuelve continuar
aceptando como respondiendo a razones transparentes a la cuestión de
si p, aunque estas mismas razones ahora no estén disponibles (perdidas
en el olvido); por último, cabría igualmente decir que uno trata estas
razones como otras razones a las que uno difiere pero que toma como
suficientes para resolver la cuestión de si p.
Conclusiones
La literatura actual sobre el autoconocimiento sostiene consensuada-
mente que éste difiere de otras formas de conocimiento. Hay formas
de autoconocimiento en las que el sujeto racional exhibe una capacidad
para que su propia realidad psicológica se conforme a sus razones12. Eso
12
El peligro de interpretar estas observaciones en un sentido constitutivista no es menor.
Pero hay que vencer la tentación de decir que la conformación de la propia condición
psicológica es en respuesta a los juicios del sujeto que se autoatribuye sus estados. Re-
cuérdese que el enfoque constitutivista clásico supone que la existencia de contenidos en
la vida psicológica de un sujeto está simplemente constituida por la disposición del sujeto
a autoatribuirse esos estados. Pero en una lectura de este tipo, la idea de conformidad de
un juicio con un estado mental elimina la posibilidad misma de que eso que se expresa
en la autoatribución sea conocimiento sustantivo. En el fondo, una autoatribución no
expresaría realmente juicio alguno.
50 Diego Lawler y Jesús Vega Encabo
quiere decir dos cosas. Por una parte, que el sujeto se conoce a través
del ejercicio de un cierto control sobre el objeto de conocimiento; por
otra parte, que hay conjugados dos tipos de conocer: un conocer que
presenta un carácter receptivo –a saber, el de responder a aquello que
se conoce–; y un conocer añadido que supone un aspecto activo –el de
responder al hecho mismo de conocerlo–. La estrategia de la autoría que
hemos expuesto en las páginas anteriores, a partir principalmente de las
sugerencias de R. Moran, se esfuerza por reconocer ambas dimensiones
del fenómeno del autoconocimiento. Al mismo tiempo, promueve un
entendimiento acompasado de estas dos dimensiones (pasiva y activa)
especialmente cuando el autoconocimiento es articulado a través de las
instancias agenciales del sujeto epistémico. Que el autoconocimiento
esté vinculado a la condición agencial no significa que el sujeto sea vo-
luntariamente activo. No es necesario dar cuenta de la actividad del suje-
to desde el modelo de la actividad voluntaria. Respecto de la pasividad,
las creencias cristalizan en la mente del sujeto en virtud de las razones
que lo fuerzan en una u otra dirección en virtud de aquello con lo que se
compromete, razones a las que el sujeto, en términos de O’Shaughnessy
(2000), presta su “asentimiento interno”, i.e. un asentimiento basado en
razones.
Generalmente, las críticas a los modelos de autoría o agencia racio-
nal insisten en su carácter limitado, en el hecho de que se aplica a un ám-
bito restringido de aspectos de la propia vida mental. Quizá, de nuevo,
esto no sea sino el efecto de un esfuerzo por tratar todos los fenómenos
del conocimiento en general bajo un mismo esquema. El interés de la
estrategia de autoría es que sirve para identificar una forma de autocono-
cimiento en la cual la exhibición de autoridad de primera persona deriva
de la contribución que realiza el sujeto a conformar racionalmente su
vida mental como un espacio de compromisos que son suscritos por él
mismo. Se trata de una autoridad diferente de la elaborada a través de
un acceso subjetivo especial a los hechos psicológicos de la propia vida
mental. No asumimos que es el único modelo de autoconocimiento po-
sible, pero explica al menos un aspecto de nuestra relación epistémica con
nuestra vida mental que queda oculto en modelos basados en el acceso.
Hemos intentado argumentar que esta forma de autoridad de primera
persona proporciona un modelo de autoconocimiento en el que se da un
tipo de logro epistémico de naturaleza práctica.
Nuestra línea argumentativa podría resumirse así: en cierta medida,
La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 51
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La autoridad de la primera persona y la estrategia de la autoría 53
Videre videor
Pablo E. Pavesi
La pregunta es: ¿por qué suponer dos estados mentales? De hecho, per-
cibir es creer percibir. Lawler y Vega Encabo invocan a G. Evans, quien
ha propuesto una sugerencia que ofrece una posible respuesta directa a
cómo llegar a saber lo que se piensa. Pero ¿cómo podríamos no saber lo
que pensamos? Sometidos a la angustia y la incertidumbre, condenados
a la impotencia, al dolor o al tedio, sufrimos sufrir. A riesgo de bana-
lidad, me permito traducir un texto clásico, cuyo sentido debe ser aún
recuperado:
Videre videor: ver es creer ver. Mi visión bien puede ser una creencia; quizás
no veo nada de lo que creo ver, quizás lo que creo ver no es nada. Pero,
en cualquier caso, nada justifica postular una creencia de segundo orden,
porque tener una percepción es siempre creer que tengo una percepción.
Si así no fuera, si fuese posible un desdoblamiento entre la percepción
y la creencia de percepción, quedaría abierta una progresión al infinito,
por la cual percibo, creo que percibo y por lo tanto, creo que creo que
percibo, en un vértigo evidentemente absurdo pero que, luego del pri-
mer clivaje entre percepción y creencia de percepción, es ineludible.
Transparencia y opacidad
La pregunta es: ¿qué quiere decir “en cierta forma”? La vacilación ocul-
ta un hecho evidente: siento o creo sentir –es lo mismo– sentimien-
tos, ideas o creencias que de manera patente no dependen de mí. Me
permito de nuevo citar otro texto clásico:
Luego, hay pensamientos que se revelan como tales, como mis pensa-
mientos pero que, de hecho, se presentan, sin ninguna duda, a pesar
mío, involuntariamente, en un doble sentido: sin mi voluntad, o, más
radicalmente, contra mi voluntad. La esencia de dichos pensamientos
(y recurro al término con deliberada conciencia de su densidad), reside
58 Pablo E. Pavesi
Autoconocimiento práctico
como los deseos) ¿cómo pueden ser estas razones objeto de conocimien-
to práctico o dar lugar, si se prefiere, a un tipo de conocimiento práctico?
Quizás los autores podrían responder que la dimensión práctica es la
capacidad que posee una persona para darle forma a los contenidos de su
vida mental. Pero esa respuesta no es buena: de hecho, esa capacidad no
se verifica en muchos estados mentales, y menos aún, en la mayor parte
de las creencias. Por otra parte, si se admite esa capacidad, ella coincide
inmediatamente con la voluntad, lo cual vuelve a plantear la pregunta
sobre la pasividad de las creencias y el riesgo del “voluntarismo doxásti-
co” que los autores señalan.
Eso es todo. Sólo me queda esperar que estos argumentos, esboza-
dos desde un marco conceptual que no es el de los autores, sean perti-
nentes, es decir, útiles.
Bibliografía
Descartes, René ([1641] 1996), Meditationes de Prima Philosophia; en Oeuvres, VII
edición a cargo de Charles Adam y Paul Tannery (AT) (Paris: Vrin).
PARTE II
Filosofía práctica
5
Francisco Naishtat
1
Weber menciona allí un texto de Karl Jaspers (“Allgemeine Psychopathologie”–
“Psicopatología general”), el célebre texto de Rickert de 1902 (“Grenzen der Na-
turwissenschaftlichen Beggrifsbildung”–“Límites de la formación conceptual de las
ciencias naturales”), el opus de Simmel sobre filosofía de la historia (“Problemen der
Geschichtsphilosophie”–“Problemas de filosofía de la historia”) , de F. Gottl (“Die He-
rrschaft des Worts”– “El imperio de la palabra”), de Tönnies (“Gemeinschaft und Ge-
sellschaft”- “Comunidad y sociedad”) y, last but not least, de Rudolf Stammler, a la vez el
texto que es objeto del estudio crítico de Weber, es decir, “Wirtschaft und Recht nach der
materialischen Geschichtsauffassung”– “Economía y derecho según la opinión del mate-
rialismo histórico”, y su propia crítica, remitida allí al lugar de su edición original en el
Número XXIV del Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik. A pesar de tener el honor
de figurar entre las pocas fuentes privilegiadas por Weber al inicio de su Opus Magnum,
Rudolf Stammler es empero el único de los autores que viene precedido de una áspera
descalificación, que reza, literalmente, “la equivocada obra de R. Stammler”); pero esto
hace aún más decisiva la mención allí de su recensión crítica del libro, que se convierte
64 Francisco Naishtat
de hecho en el único escrito propio que Max Weber menciona en su lista de antecedentes
bibliográficos a los conceptos de su Verstehende Soziologie (véase Weber [1922] 1972: 1 y
1944: 3).
Derecho, sociedad y poder 65
Esta figura de una nebulosa ilusionista, que Weber compara con el len-
guaje de Stammler, nos recuerda un aforismo conocido de las Investi-
gaciones filosóficas de Wittgenstein, cuando el vienés observaba que la
filosofía es una “lucha de la inteligencia contra el embrujo del lenguaje”
([1953] 1968: 47, §109). La asociación con el segundo Wittgenstein tam-
bién es procedente en el modo en el que Weber organiza sus objeciones
contra Stammler: discriminando escrupulosamente los diferentes usos y
niveles semánticos de los conceptos para dejar al desnudo lo que Weber
considera las trampas e ilusiones del libro de Stammler. Cuando Weber es-
tablece y desarrolla en la sección 4 de su ensayo la plurivocidad semántica
del concepto de regla, para deshacer la prestidigitación stammleriana (que
asume en Stammler la forma de una proyección ontológica de la norma-
tividad en los cimientos de la socialidad humana), su prosa nos sorprende
por sus anticipaciones wittgensteinianas, un cuarto de siglo antes de la se-
gunda filosofía de Wittgenstein, como no escapó al propio Oakes, ni más
tarde, a Colliot-Thélène3.
2
En verdad, los descalificativos impregnan todo el ensayo, desde sus primeras líneas. We-
ber comienza hablando de “lo monstruoso” que es en este libro la desproporción entre
sus resultados y la “ostentación” de los medios utilizados, es decir, si comprendemos
bien, entre el uso que se hace de la filosofía transcendental kantiana y el haz de ilusiones
en el que este uso desemboca en manos de Stammler : “Es casi –señala Weber– como
cuando un fabricante pone en movimiento todos los logros de la técnica, grandiosos me-
dios de capital e incontables fuerzas de trabajo, para producir en una fábrica poderosa, de
la más moderna construcción , aire atmosférico (¡en forma de gas, no licuado!)” (Weber
2013: 1 y 1968: 291). El defecto del libro criticado se agrava según Weber por el hecho que
se trate de una segunda edición incambiada, lo que profundiza más a los ojos de Weber la
responsabilidad del autor y la defectuosidad del libro (Weber 2013: 1 y [1922] 1968: 291).
3
En la nota 16 de su estudio preliminar Oakes observa con sagacidad no sólo el tono pre-
wittgensteiniano de este ensayo temprano de Weber sino su prefiguración de la pragmá-
tica austiniana y de las mediaciones sociológicas que Alfred Schutz iba a establecer más
tarde entre la fuente fenomenológica y las vertientes weberiana y wittgensteiniana de la
intersubjetividad (Weber 1977: 50). Catherine Colliot-Thélène también destaca, en su pro-
pio comentario del ensayo de Weber, un paralelismo entre Weber y Wittgenstein, no sólo
a propósito de la noción de “seguir una regla”, sino entre el modo en el que el segundo
Wittgenstein recusa el apriorismo logicista (que ve en la lógica el elemento constituyente
del lenguaje), y el modo en el que Weber recusa el apriorismo stammleriano, que ve en la
normatividad el elemento constituyente del hecho social: si Wittgenstein se apoya en la
idea de juego de lenguaje para desnudar el carácter contingente de las reglas lingüísticas,
Weber, por su parte, se apoya en su noción heurística de tipo ideal para desnudar el carác-
Derecho, sociedad y poder 67
Pero veamos más de cerca cómo opera este uso sofístico que
Stammler, según Weber, realiza de Kant. Para Stammler, la demarcación
entre las ciencias sociales y las ciencias naturales parte en dos la noción
de Gesetztlichkeit (conformidad a leyes): mientras que, en el plano de la
naturaleza, las ciencias teóricas obedecen a leyes causales sin conteni-
do normativo, en el plano de la sociedad, las ciencias sociales conside-
ran un objeto, la vida social, que descansa, en última instancia, según
Stammler, en normas y regulaciones generales, válidas desde un punto
de vista ideal. Ahora bien, forzando bastante, como lo denuncia Weber,
los límites categoriales del autor de la Crítica de la razón pura, Stammler
pretende comprender las normas como forma de la sociedad, cuya mate-
ria es la economía. A diferencia entonces del materialismo histórico, que
considera en términos de determinación causal (en última instancia) la
relación entre la economía y el derecho, Stammler la considera a partir
de la relación kantiana entre materia y forma, de modo que la Gesetztli-
chkeit, en lo atinente a lo social, se vuelve a su vez la forma de la factici-
dad económica y la estructura nomotética específica de la ciencia social.
Por ende, la sociedad, como objeto de la ciencia social, escapa a
las leyes causales de la naturaleza y descansa, en cambio, de acuerdo al
jurista alemán, en regulaciones normativas que responden al punto de
vista de lo correcto desde un criterio ideal, investido aquí, sin embar-
go, de una función ontológica como fundamento mismo de las ciencias
sociales. No obstante, Stammler no lo quiere afirmar dogmáticamente,
como una petitio principii, sino trascendentalmente, como parte de una
concepción kantiana del conocimiento4.
Las normas constituyen de este modo, según Stammler, la forma
misma de la realidad social, del mismo modo, pretende Stammler, en un
golpe digno de la prestidigitación, que las categorías del entendimiento
puro y las intuiciones a priori de la matemática constituyen en Kant la for-
ma de la experiencia que es objeto de la ciencia natural. Para Stammler,
por ende, como lo reconoce Weber al inicio de la sección 3 de su ensayo
5
Véase la sección 3 del ensayo contra Stammler, titulada “La ‘teoría del conocimiento’ de
Stammler” (Stammlers „Erkenntnistheorie”) en Weber 2013: 6-20 y [1922] 1968: 300-322).
Derecho, sociedad y poder 69
En este análisis del concepto de regla (2013: 20-34, sección 4), Weber
deja por ende en claro que hay reglas de las más variadas formas, que
74 Francisco Naishtat
6
Stammler se servía ya del caso de Robinson para alegar que las reglas de destreza técnica
y las máximas de supervivencia son meras disposiciones instrumentales que no caen
bajo el dominio de las reglas y normas sociales. Para Weber, en cambio, el personaje de
Robinson, como tipo ficcional de un caso extremo, echa mano sin embargo de habilidades
y de máximas económicas de refinado sentido instrumental y utilitario, que no tienen nada
que envidiar a las máximas que los actores deberían perseguir en el seno de situaciones
de conducta económica, con lo que Weber entiende establecer, contra Stammler, que las
máximas y reglas instrumentales son también propias de la interacción social (Stammler,
por el contrario, pretendía depurar las reglas sociales de todo resabio instrumental para
dejarles solamente un carácter deontológico). Véase Weber 2013: 20-21 y passim.
Derecho, sociedad y poder 75
mentado en la vida social moderna, esto es, los agentes suelen orientarse
por el derecho y por las leyes positivamente establecidas, como máxima
comprobada de conducta; pero también pueden reunirse para complo-
tar contra la ley positiva, y esto no es menos del orden del seguimiento
de regla que los ejemplos anteriores de diverso tipo. No hay para Weber
ningún “mandato último” de carácter fundamental en el plexo de moti-
vaciones empíricas y, admitir lo contrario, sería para Weber dar un “salto
mortal” en la argumentación.
Pero Stammler, sin embargo, no se priva de realizarlo (véase Weber
2013: 12 y passim). Para Stammler, en efecto, las reglas sociales, distin-
guidas de las meras reglas técnicas de supervivencia, están subordinadas
a una norma superior necesaria, que es la que da forma a la sociedad.
Cuando Weber, por su parte, poda las pretensiones trascendentales de
la normatividad, deja en claro que el derecho es dependiente de figuras
siempre históricas y contingentes. Weber, en este sentido, destrascenden-
taliza el derecho y las reglas sociales para abrir el campo a la sociología
empírica del derecho. En esto, el sociólogo alemán sigue a Nietzsche, y
mantiene respecto de la sociedad una posición semejante a la que el se-
gundo Wittgenstein mantendrá respecto del lenguaje: un reconocimien-
to de la contingencia y de la imposibilidad de una regimentación a priori
de la sociedad según una normatividad trascendental. Podemos decir
que Weber salva la contingencia y la particularidad histórica del derecho
y de las normas sociales desde un punto de vista sociológico, separando
claramente los planos empírico y dogmático. Pero es esto, precisamente,
lo que le permite dejar abierto el terreno de una sociología del derecho
en el marco de una sociología de la dominación, tal como lo despliega,
unos años después de su ensayo contra Stammler, en Economía y Sociedad
y, ya casi al final de su vida (1918), en la tonalidad más marcadamente
pesimista y antiburocrática de una teoría de la racionalización moderna,
dentro del marco de sus últimos ensayos políticos (véase Weber [1918]
1958b y [1918] 1958c).
Ahora bien, es inevitable aquí, para capturar todo el peso y el sen-
tido de la crítica de Weber a Stammler, colocar esta crítica precisamente
en fase con los trabajos más tardíos acerca de la sociología de la domi-
nación y la sociología del derecho, en el marco de la teoría weberiana
de la racionalización moderna. En efecto, la contingencia del derecho se
despliega en el pensamiento weberiano junto a este otro elemento, de
central importancia, que Weber llama la Racionalización, y que pareciera
76 Francisco Naishtat
8
Para la traducción española, tomo aquí la de González García (1989: 185-186). Véase la
traducción española de José Aricó en Weber, 1982b.
Derecho, sociedad y poder 79
Violencia y derecho
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6
Luciano Nosetto
1
En el capítulo que Strauss dedica a Weber pueden reconocerse las siguientes secciones
(1) presentación sumaria de la perspectiva de Weber (párrafos 1 a 8); (2) discusión de la
filosofía social weberiana (párrafos 9 a 15); (3) discusión de la ciencia social weberiana
86 Luciano Nosetto
weberiana entre hechos y valores resulta para Strauss lesiva de las más
básicas aptitudes del hombre de ciencia, dando lugar a una filosofía so-
cial nihilista y a una ciencia social absurda.
En la perspectiva de Weber, la moderna ciencia empírica es de
validez universal: sus hallazgos son válidos para todas las culturas, en
todas las épocas. Sin embargo, Strauss señala que Weber se ve en la obli-
gación de considerar una dificultad. Es que los hallazgos de la ciencia
empírica constituyen respuestas a preguntas de investigación. Y, si bien
estas respuestas pueden ser de validez intemporal, las preguntas a las
que atienden surgen del interés del investigador. Esto es decir que los
objetos de investigación surgen de un recorte de la realidad gobernado
por consideraciones sobre qué es relevante investigar, qué es importante
y qué valioso, es decir, por consideraciones relativas a valores. Si bien los
hallazgos de la ciencia pueden ser de validez universal, el hecho de que
estos hallazgos estén referidos a valores los hace dependientes de princi-
pios históricamente variables. El que la ciencia esté referida a valores de-
bería dar por tierra con toda posibilidad de un conocimiento de validez
objetiva y universal. Sin embargo, la posibilidad de una ciencia objetiva
se mantiene en pie en virtud de la distinción entre hechos y valores. Esta
distinción se manifiesta claramente en la heterogeneidad entre juicios
de hecho y juicios de valor. Constatar la ocurrencia de un determinado
hecho no implica evaluarlo positiva o negativamente. Sostener que algo
es valioso no implica predicar sobre su existencia o inexistencia. Enton-
ces, si bien los objetos de la ciencia emergen en referencia a valores, el
conocimiento científico de los fenómenos históricos y culturales debe
atenerse a la comprensión y explicación de los hechos, debe conducirse
con neutralidad valorativa, esto es, sin emitir juicios de valor.
Ahora bien, los juicios de valor que determinan las acciones de los
hombres pueden ser objeto de una reflexión sistemática, orientada a cla-
rificarlos, a despejar contradicciones donde las haya, a señalar las colate-
ralidades que acarrean. Estas tareas, características de la filosofía social,
no alcanzan a confirmar ni refutar juicios de valor; sólo contribuyen a
ganar claridad sobre las diferentes posiciones en juego. De este modo,
la ciencia social toma a su cargo el estudio de los hechos (o del ser),
mientras que la filosofía social toma a su cargo el estudio de los valores
(párrafos 16 a 25); (4) discusión de la tesis central de Weber (párrafos 26 a 34); y (5) presen-
tación de alternativas no consideradas por Weber (párrafos 35-42). Esta comunicación se
limita a la reconstrucción de las primeras tres secciones.
Filosofía política contra ciencia social 87
3. Tendrás ideales
4. Vivirás apasionadamente
de la existencia”; se libera así “de las frías manos esqueléticas de las es-
tructuras racionales” y se injerta “en el núcleo de lo auténticamente vi-
viente”. Según recuerda Strauss, Weber no puede más que reconocer la
legitimidad de los valores vitalistas que, en su afirmación, suspenden
todo imperativo ético, valor cultural o causa personal. Ante una vida
apasionada, “la razón debe permanecer en absoluto silencio”. Strauss
indica entonces que excelencia y vileza cambian nuevamente de sentido:
la excelencia equivale a vivir apasionadamente; vileza, a vivir en la co-
modidad de una vida sin sobresaltos. Strauss se pregunta en función de
qué criterios es posible elogiar la preferencia por una vida apasionada y
censurar la preferencia por una vida de comodidades. Si la legitimidad
de una vida apasionada descansa en una decisión individual, irracional e
incomunicable, no hay razones para negar igual legitimidad a la decisión
individual por una vida desapegada y sin sobresaltos.
Así y todo, Strauss indica que todavía es posible para Weber erigir
un criterio en virtud del cual juzgar las acciones de los hombres. Es que,
cualesquiera sean los fines que el hombre se proponga, Weber sostiene
que es posible actuar con racionalidad teleológica, es decir, articulando
los medios adecuados para la obtención de los fines propuestos. Emerge
aquí un criterio posible, de consistencia con los propios fines; un princi-
pio formulable en estos términos:
5. Serás consistente
7. Tendrás preferencias
El retorno a la caverna
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Filosofía política contra ciencia social 99
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7
Julio Montero
Capacidad
Prioridad
deber implica que ese agente viole algún otro deber prioritario que pesa
sobre él. Esto explica por qué pensamos, por ejemplo, que el gobierno
no puede tener un deber de disminuir la tasa de asaltos o de homicidios
si esto sólo se puede conseguir mediante el uso de tortura o la violación
de las garantías procesales de los detenidos. Y explica también por qué
pensamos que no podemos desatender la salud de nuestra madre ancia-
na para dedicarnos a mejorar la situación de desconocidos.
Alguien podría tal vez pensar que dada la prioridad que normal-
mente asignamos a la satisfacción de las necesidades básicas o urgentes
de las personas, los deberes de brindar asistencia a los seres humanos
que viven en la pobreza extrema tienen siempre prioridad sobre otros
deberes que puedan pesar sobre nosotros. Pero este modo de razonar no
es del todo correcto. Si examinamos rápidamente nuestra experiencia
moral cotidiana pronto descubrimos que existen varias clases de deberes
a los que asignamos primacía sobre otros deberes que se relacionan con
la satisfacción de necesidades básicas de las personas. Algunas de nues-
tras obligaciones políticas corrientes podrían, por ejemplo, integrar esa
categoría. En este sentido, normalmente creemos que el hecho de que
podamos destinar el monto de un impuesto a brindar asistencia directa
a personas que mueren de hambre no basta para excusarnos de nuestro
deber de pagar dicha carga –ni siquiera si se trata de un impuesto ex-
traordinario destinado a financiar la construcción de un museo, una re-
serva natural o un costoso programa de investigación espacial. Y, por lo
general, diríamos que no estamos justificados a negarnos a cumplir con
el servicio militar argumentando que podríamos destinar ese tiempo a
promover los derechos humanos básicos de personas que están en riesgo
de morir de hambre. El mero hecho de que cierta obligación se relacione
con la satisfacción de necesidades básicas no basta para que asignarle
prioridad por sobre otras obligaciones.
Agencia
de actividades que se supone que dicho agente debe realizar dado el tipo
de agente que es.
La condición de agencia explica que pensemos, por ejemplo, que
no se nos puede pedir que renunciemos a tener una familia o a seguir
nuestra vocación para destinar la vida a aliviar la pobreza extrema en
países remotos o a alfabetizar niños pobres. Esto se debe a que la perso-
na humana se define en el nivel más básico por su capacidad de compo-
ner una concepción de la vida valiosa y de actuar para hacerla realidad.
Toda concepción de lo que es una vida humana valiosa o una vida
humana con sentido está compuesta, a su vez, por ciertos proyectos vi-
tales o planes de vida, como el amor a una causa, la construcción de una
familia, la persecución de una vocación, el afecto hacia ciertas personas,
el cultivo de la amistad, la experimentación sensual, la expresión de los
propios talentos, la pertenencia a una comunidad, etc. Estos planes de
vida son de hecho tan cruciales que si nos viéramos impedidos de actuar
para realizarlos probablemente sentiríamos que nuestras vidas son va-
cías y no tienen ningún sentido. Lo que la condición de agencia protege
es precisamente la libertad de los agentes humanos de vivir una vida dis-
tintivamente humana. Es decir, una vida en la que podamos abocarnos
a realizar nuestra imagen de lo que es una vida que vale la pena de ser
vivida.
Si bien a esta altura la condición de agencia debería resultar bas-
tante intuitiva, es crucial proponer un respaldo argumentativo que nos
permita combatir intuiciones contrarias como las que algunos de mis
lectores podrían invocar. Ese respaldo puede buscarse en una interpre-
tación ampliamente compartida del principio de dignidad de la persona,
uno de los principios que sostiene toda la arquitectura de la moralidad
liberal. En sus formulaciones más clásicas, este principio sostiene que
la persona humana tiene un valor intrínseco y que no deber ser tratada
nunca como un mero medio para promover otras metas sino siempre
como un fin en sí misma. Tratar a las personas con respeto implica, en la
interpretación que propongo, observar el principio de dignidad a la hora
de interactuar con ellas o de imponerles demandas morales. Y esto requie-
re, a su vez, no asignarles obligaciones que les impidan actuar para rea-
lizar sus proyectos vitales, convirtiéndolos en esclavos de una moralidad
de santos. Por consiguiente, cuando razonemos sobre la distribución de
las obligaciones de asistir a las personas que padecen pobreza, debemos
considerar no solamente los intereses de los destinatarios de la ayuda sino
¿Qué debería hacer usted por los pobres del mundo? 107
Una conclusión que alguien podría verse tentado de extraer de las con-
diciones pautadas en la sección anterior es que la concepción de la res-
ponsabilidad que propongo sería incompatible con imponer deberes de
cualquier clase a los seres humanos. Si respetar la dignidad de la persona
humana requiere que preservemos su libertad de perseguir y realizar sus
proyectos vitales, deberíamos tal vez dejar que cada uno siguiera su ca-
mino con la dotación de recursos y talentos que la naturaleza o la suerte
pusieron a su disposición. No es ésta, sin embargo, la conclusión que se
sigue de mi argumento.
El principio de dignidad establece, como vimos, claras restriccio-
nes a las obligaciones que podemos imponer a las personas. Pero este
108 Julio Montero
Conclusiones
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8
Bibliografía
Conclusiones
Este artículo mostró que el objeto del igualitarismo no puede ser mo-
nista, es decir, que no es posible identificar un único valor como el que
agota el significado del trato igualitario hacia los individuos. Dada esta
conclusión parcial, se mostró que una manera razonable de conciliar los
dos valores típicamente conflictivos en la literatura igualitarista –el res-
peto y la equidad– es establecer una prioridad entre ellos. La prioridad
normativa que se estableció aquí coincide con la sugerida por las ver-
siones moderadas del Igualitarismo Democrático y fue establecida en
base a dos argumentos. El primero relacionado con las precondiciones
necesarias para ejercer una agencia responsable y el segundo vinculado
con el carácter penetrante e inescapable de los insultos y humillaciones
emitidas por el Estado.
Bibliografía
140 Facundo García Valverde
Mauro Sarquis
Spencer. Del primero sabemos con certeza que ha leído The expression of
the emotions in man and animals, aunque algunos de sus desarrollos teóri-
cos sugieren que estaba familiarizado con las nociones expuestas en On
the origin of species y The descent of man. Además de conocer los princi-
pios elementales de la selección natural y sexual darwiniana, nuestro au-
tor mantuvo un contacto productivo con la obra de Spencer, sobre todo
el segundo volumen de Principles of Psychology y varias compilaciones de
ensayos, entre los que reviste aquí una importancia especial el artículo
“The origin and function of music”, aparecido en Essays: Scientific, Poli-
tical and Speculative.
El objetivo de la presente investigación consiste en aportar algu-
nos elementos para la comprensión de la ascendencia nietzscheana y
evolucionista del concepto barrenechiano de “belleza”. De esta manera,
intenta proveer algunas piezas para el armado de la hoja de ruta que ha
servido a Barrenechea para arribar a sus principales tesis sobre la estética
en general y la música en particular. En el caso particular de la belleza,
Historia estética de la música ensaya una “reducción” de la dimensión es-
tética a un plano biológico. Nuestra hipótesis de trabajo consiste pues en
que dicha reducción hace converger elementos de la visión nietzscheana
del mundo como voluntad de poder, aspectos de la teoría darwiniana
acerca de la conservación y la selección natural y sexual y desarrollos
spencerianos sobre el origen y función evolutivos de la música.
De la estética a la biología
3
Véase GOA 16, 238-240 y KSA 13, 14[170], 356-357.
146 Mauro Sarquis
Bien, bello, bueno, útil, es lo que realiza el fin determinado del or-
ganismo; mal, malo, inútil, feo, es todo lo que causa el empobreci-
miento del tipo […]. La belleza es todo lo que refuerza la energía, el
ritmo funcional del tipo; la fealdad obra de una manera depresiva,
es la negación del ritmo de la vida. (Barrenechea [1918] 1963: 19)
4
Resulta interesante advertir cómo Barrenechea, mediante esta reducción, rechaza táci-
tamente un concepto de lo “bello” fundado en el desinterés subjetivo. Semejante estética,
de raigambre kantiana, era perfectamente conocida por Barrenechea, que habría de ense-
ñar estas problemáticas en los cursos de Estética de la Universidad de Buenos Aires entre
los años 1922 y 1930. Los programas de estos cursos han sido recopilados por Ricardo
Ibarlucía (Biblioteca del Centro de Investigaciones Filosóficas).
148 Mauro Sarquis
los hombres como en los animales existe una relación proporcional di-
recta entre “sentimiento” (feeling) y movimiento, de modo que a mayor
intensidad del aquél, mayor vehemencia en éste. De acuerdo a la segun-
da, los sentimientos se hacen evidentes tanto en los movimientos como
en los sonidos, de modo que las variaciones de la voz son el resultado
fisiológico de las variaciones en el sentimiento (Spencer 1891: 403 y ss.).
Spencer identifica y analiza detenidamente las características sonoras
que modulan, por causas musculares, la expresión del sentimiento (el
volumen, la cualidad del timbre, la altura, los intervalos y las variaciones
de la altura) y concluye que “la música vocal, y por consecuencia toda la
música, es una idealización del lenguaje natural de la pasión” (Spencer
1891: 413-414).
Considerada a través del prisma del evolucionismo spenceriano, la
música aparece como una manifestación decantada de la expresividad
natural del hombre. Si bien Barrenechea no recurre a los argumentos de
Spencer en su reducción a lo biológico, existe un paralelismo manifiesto
entre estos desarrollos en torno a la naturaleza esencialmente expresi-
va de la música y el deslinde barrenechiano de lo bello con respecto al
formalismo hanslickiano. La remisión de Barrenechea a la conservación
señala en dirección al evolucionismo darwiniano en el mismo sentido en
que toda la reducción pretende sentar las bases de una estética no feme-
nina. En este sentido, es verosímil postular que Barrenechea condiciona
los valores estéticos a la conservación con el fin de hacer concordar una
noción biológica de lo “bello” con una teoría estética expresiva basada
en las discusiones desatadas en el seno de la teoría evolucionista.
7
El título original del fragmento ha sido tergiversado. Donde Nietzsche titula “Aesthetica.
Zur Entstehung des Schönen und des Häßlichen” (Estética. Sobre la génesis de lo bello
y lo feo), la edición de Kröner tergiversa en “Biologischer Werth des Schönen und des
Hässlichen” (Valor biológico de lo bello y lo feo).
El valor biológico de la belleza 153
8
Véase Stack 1983: 180. Asimismo KSA 13, 15[8]: 408-409 (GOA 15: 204); KSA 13, 14[123]:
303-305 (GOA 16: 148-151); KSA 5: 182-183 (BM 206-208); KSA 5: 214-217 (BM: 242-245).
154 Mauro Sarquis
11, 36[22]: 560-561; GOA 16: 117). En virtud de la alianza entre estos do-
minios, la vida ya no queda restringida al campo de lo orgánico, sino que
es definida en relación con la fuerza y los procesos en los que un estado
de la lucha de fuerzas queda relativamente fijado. La disolución de la
diferencia orgánico-inorgánico y la consecuente expansión del concepto
de vida son tales que ya no tiene sentido hablar de lo propiamente inor-
gánico: “la voluntad de poder es aquello que guía el mundo inorgánico, o
mejor dicho –sentencia Nietzsche– no existe ningún mundo inorgánico”
(KSA 11, 34[247]: 504)11.
Si ya no cabe hablar de un mundo inorgánico, afirmaciones como
la de Barrenechea en torno a la equivalencia entre la mera materia y la
vida podrían quedan justificadas en el marco de una influencia o reper-
cusión de la doctrina de la “voluntad de poder” en la concepción misma
de “vida”.
Si todo lo vivo responde a la lógica de la voluntad de poder, ¿cómo
comprender la remisión nietzscheana de los valores estéticos a la “con-
servación”, noción relegada a un segundo orden? Y sobre todo, ¿cómo
recibe y comprende esta problemática el mismo Barrenechea?
En primer lugar, es probable que el sentido de “conservación” tra-
bajado por Nietzsche en el mencionado fragmento 804 no equivalga al
sentido darwiniano. Como se desprende de los desarrollos de The origin
of species y The descent of man, la preservación del individuo depende
siempre de una selección, sea ésta natural o sexual. El punto de disiden-
cia de Nietzsche reside en el tipo de hombre que sobrevive mediante
el curso natural de la selección: para Darwin será el más apto, es decir,
el más fuerte (vigorous) (Darwin 1859: 79), mientras que para el filóso-
fo será el hombre promedio, esto es, el “hombre de rebaño”. Debido a
que el fragmento 804 relaciona la noción de lo “bello” a la conservación
de diversos tipos de hombre, entre los que han de contarse, además del
hombre promedio, el hombre de excepción (cercano seguramente a la
figura del “espíritu libre”) y el mismo Übermensch, es verosímil postu-
lar que el sentido de “conservación” utilizado por Nietzsche responde
a una selección artificial, es decir, a la “cría” (Züchtung) de diversos ti-
pos de hombre (Stack 1983: 161)12. Los “valores de conservación inferio-
res” mencionados por Nietzsche no implicarían así necesariamente un
11
Este fragmento no aparece en GOA.
12
Nietzsche se refiere al tópico de la “cría” en varios pasajes. Véase KSA 12, 9[153]: 424-426
(GOA 16: 305-307) y EH: 79; BM: 206-208, 218-220, 242-245 y CI: 78-80.
156 Mauro Sarquis
Conclusiones
A lo largo del recorrido realizado, han sido puestas de relieve posibles fi-
liaciones entre las afirmaciones de Barrenechea, relativas a su reducción
de lo estético a lo biológico, y elementos de la corriente evolucionista,
presentes tanto en Darwin como en Spencer, así como nociones claves
de la filosofía nietzscheana. Más allá de las dificultades que en cada caso
emergen ante la falta de exactitud terminológica y referencia explícita a
las fuentes, es indudable que la reducción barrenechiana presenta rasgos
de parentesco con las mencionadas vertientes. La correcta proporción y
distribución de pesos en este parentesco no es fácil de determinar, pero
pueden hacerse algunos señalamientos a modo de conclusión.
Uno de los ejes que pueden ayudar a dirimir esta cuestión es el
concepto de “conservación”, que si bien es pensado por Barrenechea
(y por Nietzsche) en el marco de una teoría general y poco rigurosa de
la evolución biológica, su sentido específico parece escapar a las preci-
siones de Darwin y de Spencer y aparenta tomar la coloración de las
críticas nietzscheanas a la “selección natural”. Con todo, Barrenechea no
es determinante en cuanto a la pertinencia de una selección artificial y,
por ende, el sentido último de la “conservación” queda oscurecido. Aun
así, en la hoja de ruta de Barrenechea, Nietzsche parece prevalecer sobre
Darwin porque traza la matriz sobre la cual el intelectual argentino desa-
rrolla su teoría de la “base biológica de la función del arte”. Esta matriz
se encuentra estructurada por la equivalencia entre lo orgánico y lo inor-
gánico y el rol central otorgado a la “embriaguez”, ambas consecuencias
directas de una visión del mundo como “voluntad de poder”.
Si bien la teoría de Darwin podría explicar la divergencia
El valor biológico de la belleza 159
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La biologización de la belleza
Santiago Ginnobili
Darwin y la belleza
Belleza y conservación
Esencialismo
¿Primatocentrismo?
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168 Santiago Ginnobili
Lucas Bucci
La paradoja
1
Alex Neill (1993) atribuye problematizaciones similares anteriores a Platón (aunque no
da referencia) y a Samuel Johnson ([1765] 1969: 26-28) el siguiente comentario: “Cómo es
que el drama conmueve, si no se lo acredita…”
170 Lucas Bucci
(1) Por una parte, solemos describir aquello que nos sucede con el arte
como momentos de emoción: “esa novela me conmovió profundamen-
te” o “el teatro clásico está muy cargado de emoción” o “esa película me
asustó mucho”, etc. En general, no consideramos que aquellas reaccio-
nes emocionales que tenemos cuando contemplamos una obra de arte
narrativa son distintas –o provienen de un lugar distinto– a cuando nos
emocionamos por un hecho actual (como la entrada de un ladrón en
nuestra casa o la pérdida de un ser querido). El sentido común no suele
distinguir entre experiencias emocionales de nuestra vida cotidiana y ex-
periencias emocionales en un contexto de ficción.
2
Radford nunca formalizó la paradoja.
La paradoja de la ficción y las emociones ficcionales 171
(2) Por otra parte, parece una parte constituyente de la práctica de con-
templar una obra de arte narrativa el hecho de que sepamos que ésta
tiene un autor y que los eventos y personajes involucrados en ella están
siendo manipulados en pos de un fin estético. En este sentido, a menos
que se nos indique lo contrario de manera explícita, consideramos que
todos los eventos y personajes involucrados en una historia son ficticios.
Así, alguien que intente detener un crimen que está por perpetrarse en
una obra de teatro desconoce un aspecto esencial de las prácticas involu-
cradas en la contemplación de una obra de teatro3.
(3) En un primer análisis, además, parece que necesitamos creer en la exis-
tencia del objeto de nuestra emoción. Al menos, son situaciones bastante
comunes aquellas en que la madre le dice al niño asustado que “los mons-
truos no existen” y la novia le dice a su amado muerto de celos que “nunca
estuvo con otros”. Así, como afirma Radford, no es posible que nos con-
mueva la súplica de una persona, si sabemos que la historia que nos cuenta
es inventada. Si fuéramos a creerla, nos conmoveríamos y podríamos estar
dispuestos a ayudar. Sin embargo, si luego nos enteráramos de que la his-
toria es falsa, nos sentiríamos engañados y con cierta rabia hacia quien nos
contó la historia.
(4) Por último y sin adentrarnos mucho en el problema de la consistencia
de nuestros pensamientos, parece sensato pensar que si le indicamos a un
amigo que tiene dos creencias acerca de una misma cosa que son contra-
dictorias, él se verá compelido a revisar alguna de ellas. Es decir, se pue-
de afirmar que no somos criaturas irracionales que sostienen creencias
contradictorias. Así, las contradicciones pueden ser inconscientes y una
vez que nos volvemos conscientes de ellas, revisamos nuestras creencias
para hacerlas compatibles.
Algunas soluciones
4
Esto, claro, tiene matices tanto en Walton como en Currie pero podemos presentarla así
por el momento.
La paradoja de la ficción y las emociones ficcionales 175
5
Sólo que, claro, no podían comprarse porque, en realidad, se trataba de un fraude.
6
Fuente: Wikipedia.
7
La aclaración al inicio de toda película o serie de televisión de que “todos los eventos
retratados en la historia son ficticios y toda coincidencia con la realidad es producto del
azar” parece responder a esta necesidad.
La paradoja de la ficción y las emociones ficcionales 177
Contextos de emoción
vi los títulos; y sin embargo, no puedo evitar asustarme”. Así, en este con-
texto, y a diferencia del contexto anterior, la información acerca de que
el objeto de mi emoción es inexistente –o que la apreciación que hice era
incorrecta– no disipa mi emoción. ¿Por qué?
En este momento sería importante traer a colación la postura de
Lamarque (1981) quien sostiene que todo tratamiento de la paradoja de
la ficción debe respetar una intuición –que él sostiene que es comparti-
da por muchos– acerca de lo que pasa cuando contemplamos arte. La
intuición sostiene que, mientras contemplamos ficción, no estamos inte-
resados en el valor de verdad de aquellas cosas que contemplamos8. Es decir, no
tenemos una actitud activa en pos de buscar la verdad de los hechos que
se nos presentan. Esta intuición me parece central a la hora de entender
el contexto de la contemplación de la ficción porque devela que la moti-
vación que tenemos cuando contemplamos una película es distinta a la
motivación de otros contextos. Una intuición similar parece habitar en
“Sobre el sentido y la denotación” de Gottlob Frege:
8
Lamarque traía a consideración esta “intuición” porque le parecía que su propuesta acer-
ca del pensamiento respetaba este aspecto de la contemplación de ficción.
9
El subrayado es mío.
La paradoja de la ficción y las emociones ficcionales 181
10
Entiendo que esta noción debe ser desarrollada en extenso pero para los fines de este
trabajo es suficiente con que la noción de seguir una historia se contraponga a la de bús-
queda de la verdad. Aun así, y como referencia, sigo a Bordwell (1991) con respecto a la
comprensión del significado de una historia. Según el autor los significados de una obra
son de cuatro tipos: el referencial que incluye el mundo de la historia más la historia que
se cuenta dentro del mismo; el explícito que refiere al punto de la obra o si se quiere a la
moraleja de la obra; el simbólico o implícito del cual la obra habla de una manera indirecta
(el tema de la obra) y el sintomático que es aquel significado que la obra divulga de manera
involuntaria (Bordwell 1991: 8). Bordwell afirma que los dos primeros niveles –referencial
y explícito– están relacionados con la comprensión de la obra, mientras que los dos restan-
tes están relacionados con la interpretación de la obra. Siguiendo esta clasificación, seguir
una historia implica la comprensión de una obra (su nivel referencial y su nivel explícito).
182 Lucas Bucci
11
Quizá sí formemos creencias cuando interpretamos las obras de arte. Así, si el significado
implícito de “Psicosis” es que es imposible distinguir salud mental de locura, esto puede
llevarnos a creer que los límites de la locura son borrosos. Sin embargo, esto ocurre en la
actividad interpretativa posterior a la contemplación de la obra. En el nivel de la comprensión
de la obra no estamos interesados acerca de la veracidad de los significados que allí nos
muestran. Nadie cree, luego de ver “Psicosis”, que Norman Bates existe.
12
O, de nuevo, la búsqueda de algún significado trascendente que nos permita sobrellevar
nuestro mundo cotidiano.
La paradoja de la ficción y las emociones ficcionales 183
Conclusiones
Bibliografía
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13
Valeria Castelló-Joubert
La imaginación
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Lo que hace la ficción 197
Eleonora Orlando
A
Julia: Demasiada felicidad, de Alice Munro, es un libro excelente.
Isabel: No, no creo que sea excelente; a mí me aburrió bastante.
B
Julia: Rio de Janeiro está al norte de Porto Alegre.
Isabel: No, no creo; Porto Alegre está más al norte que Rio.
200 Eleonora Orlando
1
Esto es así aun cuando no todos los estándares estén en pie de igualdad.
2
Es en este sentido que Mackie propuso su argumento en favor del carácter subjetivo de
los valores basado en el relativismo (1988: 109).
3
Una posición alternativa que no es considerada en este trabajo es aquélla según la cual
los enunciados estéticos no dan lugar a afirmaciones sino a algún otro tipo de acto de
Las afirmaciones evaluativas estéticas 201
Ante todo, es importante señalar que el marco teórico que permite en-
tender el debate en torno al relativismo de la verdad es la semántica de
doble índice propuesta por Kaplan (1977) y Lewis (1980). De acuerdo con
este modelo, hoy clásico, para que la emisión de un enunciado reciba una
interpretación semántica es necesario que se la represente mediante una
cláusula adecuada (por lo general, una oración-tipo con una determina-
da estructura gramatical) y se la ponga en relación con un contexto, es
decir, toda emisión debe ser correlacionada con un par constituido por
una cláusula y un contexto. Ahora bien, hay dos nociones fundamentales
en juego que deben ser cuidadosamente distinguidas: la de contexto de
emisión y la de circunstancias de evaluación.
El contenido semántico de un enunciado queda completamente
determinado en relación con el contexto de emisión, el cual es individuali-
zado (y, en Kaplan, formalmente representado) en términos de un índice
constituido por un conjunto de parámetros (agente, lugar, mundo posi-
ble y tiempo), en relación con el cual se asignan valores a los correspon-
dientes indéxicos (tales como el hablante a ‘yo’, el lugar de la emisión a
‘acá’, el mundo real a ‘de hecho’ y el momento de la emisión a ‘ahora’)
mediante un proceso semejante al de la saturación de una variable lógi-
ca. En una segunda etapa, dicho contenido es evaluado como verdadero
o falso por defecto en relación con la circunstancia del contexto, también
representada como un índice, en general constituido por dos paráme-
tros (mundo posible y tiempo)4. El contexto en el cual un enunciado es
habla (por ejemplo, un acto de habla de tipo expresivo), por lo cual no pueden ser evalua-
dos como verdaderos o falsos. Véase, por ejemplo, Gibbard (1990), para una propuesta
emotivista en relación con la ética.
4
Si la oración contiene operadores intensionales, modales o temporales (expresiones
como ‘es posible que’ o ‘en el futuro’, por ejemplo), su evaluación respecto de la circuns-
tancia del contexto involucrará la evaluación de la oración subordinada respecto de toda
circunstancia que difiera de la del contexto (a lo sumo) en el parámetro pertinente: por
ejemplo, si se trata del operador de posibilidad, la oración subordinada deberá evaluar-
202 Eleonora Orlando
se respecto de un mundo posible diferente del mundo real; en el caso de un enunciado que
contenga el operador temporal ‘en el futuro’, respecto de un momento posterior al de la
emisión de la oración original.
Las afirmaciones evaluativas estéticas 203
5
Los corchetes angulares se usan en este trabajo para designar proposiciones o conteni-
dos proposicionales.
6
No debe entenderse que el contextualista no indéxico considera que todo caso de afirma-
ción y negación de un mismo contenido constituye un caso de desacuerdo, dado que eso
introduciría un problema de sobregeneración de desacuerdos. A modo de ejemplo, si Julia
dice “Simón está durmiendo” en relación con un momento determinado en el que efec-
tivamente Simón está durmiendo, e Isabel, en relación con un momento posterior en el
que Simón acaba de despertarse, dice en cambio “Simón no está durmiendo”, hay afirma-
ción y negación de un mismo contenido proposicional, <Simón está durmiendo>, pero
sin embargo nadie diría que se están contradiciendo mutuamente o están desacordando.
204 Eleonora Orlando
Estándares y perspectivas
A’
Julia: Demasiada felicidad es un libro excelente para mí.
Isabel: No, no lo es para mí.
C
Julia: Yo tengo hambre. Me comería una manzana.
Isabel: Yo no.
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212 Eleonora Orlando
Descripción y evaluación
Ricardo Ibarlucía
Objetos y valores
El valor estético
del estado mental del crítico, toda vez que se refiere a las propiedades
de objetos intencionales, de artefactos cuya producción responde por lo
general a principios, reglas o convenciones y que suponen, entre otras
cosas, habilidad o destreza técnicas. Considerado bajo este ángulo, el
juicio experto de la crítica es un juicio teleológico, en el sentido indicado
por Kant: el juicio por medio del cual encontramos una obra “bella” a
causa de sus propiedades no es en rigor un juicio estético, no es un juicio
expresivo, un juicio “sin conceptos” que traduce el placer inherente a
una “finalidad subjetiva”, sino un juicio normativo, “un juicio intelectual
según conceptos que da a conocer una finalidad objetiva” (KdU: § 62). En
términos de Luis Juan Guerrero, podríamos decir que los juicios exper-
tos se basan en criterios “operatorios” que tienen un “apriorismo funcio-
nal” y poseen “un carácter normativo” (EO, I D: § 28). Estos juicios nor-
mativos de “aptitud funcional” o de “éxito operativo”, como los llama
Schaeffer, pueden basarse en criterios técnicos (por ejemplo, cuando se
valúa si un pianista ejecuta correctamente una sonata, si un poeta aplica
las reglas de versificación, si un pintor domina la perspectiva), en la con-
formidad con un modelo presupuesto (un estilo, una tradición artística,
un programa estético) o, más generalmente, en las reglas inherentes a
las prácticas artísticas, que no necesariamente deben imaginarse como
siendo previas a su aplicación e independientes de ellas: en todos los ca-
sos, serían “juicios de adecuación teleológica o pragmática, que miden la
conformidad de un producto con la causalidad intencional de la que son
resultado, ejemplificando un saber hacer y su adecuación funcional, son
efectivamente juicios objetuales y no caen bajo el golpe del relativismo y
del subjetivismo” (1996: 233).
Todos estos criterios normativos, que tienen un fundamento pu-
ramente descriptivo, cumplen tanto una función intencional, para las
prácticas de creación o ejecución, como una función atencional, que se
presenta en dos niveles: por una parte, para la evaluación y, por otra más
general, para la recepción e incluso la simple identificación de una obra
de arte. Veamos el caso de este haiku de Jorge Luis Borges: “La vasta
noche/no es ahora otra cosa/que una fragancia” (1981: 335). Como sa-
bemos, la métrica del haiku (un poema de diecisiete sílabas, distribuido
en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas sin rima) es una composición
canónica de la poesía japonesa. Estas reglas de versificación, en la me-
dida en que traducen prescriptivamente las propiedades de este géne-
ro poético, estipulan a la vez criterios de ejecución y de evaluación. Sin
Descripción y evaluación 219
embargo, cabe decir que juegan un rol todavía más esencial: proporcio-
nan el marco categorial que interviene en la construcción receptiva del
“objeto-haiku”. La familiaridad que el lector tiene de estas reglas le per-
mite discernir propiedades (sintácticas y prosódicas) que de otro modo
no sólo le impedirían evaluar si está correctamente ejecutado, sino que,
sin este conocimiento, el haiku podría pasarle inadvertido y parecerle un
simple poema breve o una idea poética formulada en prosa. En cambio,
cuando señalamos críticamente que en el segundo verso (“no es ahora
otra cosa”) las siete sílabas prescritas sólo se alcanzan por medio de dos
sinalefas, nos servimos de ellas para medir su mayor o menor grado de
eficacia operatoria.
En la medida en que estos criterios normativos direccionan la expe-
riencia atencional del objeto, establecen también las coordenadas dentro
de las cuales puede producirse la interpretación. Podemos, ciertamente,
tener lecturas distintas de un cuadro como el Noli me tangere de Tiziano,
pero no cualquiera. No todas las interpretaciones son válidas; sólo las
que son posibles sobre bases descriptivas que están en condiciones de
proclamarse como correctas. Hay, de hecho, interpretaciones muy diver-
sas sobre la significación que tiene esta imagen de un Jesús que, tras ha-
ber resucitado, se encuentra con María Magdalena, que lo confunde con
el jardinero, según el evangelio de Juan. Alguien podrá decir que, en esta
temprana pintura de Tiziano, se hace patente la influencia de Giorgione,
su maestro; otro podrá comparar la tela con la pintura homónima de
Sandro Boticelli y otras tantas representaciones de este episodio bíblico
en la historia del arte. Afirmar, en cambio, que se trata de una obra repre-
sentativa del expresionismo abstracto, en la que se percibe la influencia
de Jackson Pollock, es un sinsentido: existen procedimientos objetivos
para identificar esta pieza como una pintura de principios del siglo XIV
y ofrecer una interpretación acorde, sin que ello cancele lecturas y hasta
valoraciones completamente diferentes.
El juicio crítico
Conclusiones
pretende sino amalgamar ambas posturas bajo una perspectiva que res-
cata tanto el carácter objetual como relacional de la experiencia estética,
señalando que la práctica efectiva de la crítica involucra tres operaciones
que son interdependientes: la apreciación subjetiva, la descripción obje-
tual y la evaluación razonada.
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Colaboradores