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All content following this page was uploaded by Juan Antonio Bustamante Donoso on 24 July 2014.
RESUMEN
El presente artículo tiene como objetivo la revisión de las intervenciones en el abordaje del abuso
sexual que se delinean de la terapia narrativa desarrollada por David Epston y Michael White (White &
Epston, 1993; White, 1994; White, 1997; White, 2002; White, M. 2007). Con el objetivo de contextualizar
este abordaje terapéutico, se expone el contexto de desarrollo de la terapia narrativa y sus antecedentes
teórico-conceptuales. A continuación se exploran los desarrollos en materia de intervención en el
abordaje del abuso sexual. Respecto al trabajo con víctimas de abuso, se señala la intervención denominada
“Mapa de establecimiento de posición” (Sue Mann & Rusell, 2003); además de la noción de “reparación y
perdón”, referida por Jenkins, Hall y Joy; intervenciones que promueven el surgimiento de relatos
alternativos que respetuosos de la víctima y de su identidad, como también la comprensión de las políticas
sociales que avalan el abuso y dictan una manera única de afrontarlo.
INTRODUCCIÓN
1 2 3 4
El desarrollo de lo que se ha conocido como enfoque narrativo (White, 1997), terapia narrativa
(White & Epston, 1993) y posteriormente prácticas narrativas (White, M. 2007) ha sido principalmente el
desarrollo de terapeutas en el campo de la terapia familiar y la terapia de pareja (Freedman & Combs, 1996;
Polkinghorne, 2004). Su desarrollo emana de las prácticas, de la implementación de técnicas e ideas tal
como lo han expresado sus principales contribuyentes: “la mayoría de los “descubrimientos” que han
jugado un papel importante en el desarrollo de nuestras prácticas han ocurrido después de los hechos (en
respuesta a los logros extraordinarios en nuestro trabajo con familias) donde las consideraciones teóricas
nos han asistido para explorar y extender los límites de estas prácticas” (White & Epston, 1993).
Tal como lo plantean los autores, los desarrollos de las prácticas narrativas han sido informados por
diversas ideas y enfoques teóricos, con el objetivo de dar sentido a las prácticas y también de expandirlas a
otros contextos. Donald Polkinghorne (2004) plantea, desde un enfoque histórico del desarrollo de las
prácticas narrativas, que el desarrollo de este nuevo enfoque narrativo hacia la terapia de hecho precedió el
atractivo que significó la incorporación de las ideas de algunos autores posmodernos como soporte teórico
y explicación de esta nueva forma de práctica terapéutica.
1
Monografía conducente a Postítulo en Intervención en Violencia Familiar y Abuso Sexual infantil: un abordaje
multidisciplinario e integral, Escuela de Psicología, Universidad de Valparaíso.
2
Psicólogo, estudiante Magíster Psicología Clínica mención Psicoterapia Constructivista y Construccionista, Universidad
de Valparaíso, Postítulo Intervención en Violencia Intrafamiliar y Abuso Sexual Infantil. Académico Universidad de
Valparaíso.
3
Psicólogo, Postítulo Intervención en Violencia Intrafamiliar y Abuso Sexual Infantil. Coordinador Programa Comunal de
Seguridad Pública. I. Municipalidad de Olmué.
4
Psicólogo, Postítulo Intervención en Violencia Intrafamiliar y Abuso Sexual Infantil. Psicóloga DAM Pilleltu, Valparaíso.
La terapia narrativa, a partir de los desarrollos en Oceanía, ha dado a luz un amplio cuerpo de
literatura relativa a intervenciones (White & Epston, 1993; Epston, 1994; White, 1994; White, 1997; White,
2007; Dulwich Centre Publications, 2003), intervenciones que han resonado con este enfoque desde
distintas partes del mundo y aplicadas a diferentes ámbitos de la práctica terapéutica tanto familiar como
individual (Freedman & Combs, 1996; Anderson, 1999; Polkinghorne, 2004), el trabajo comunitario
(Denborough, 2008) y las intervenciones en los ámbitos de la violencia(Mann et al,2003) y abuso sexual. En
la presente monografía se abordan las intervenciones desarrolladas por Sue Mann y Shonna Russell y Alan
Jenkins, Rob Hall y Maxine Joy (Sue Mann et al., 2003), con el objeto de constituir un mapa orientador
de los abordajes que este enfoque aporta al desarrollo de la asistencia a personas que han vivido
experiencias de abuso sexual, como también aquellas que buscan abordar el problema del abuso sexual
desde los que la han ejercido hacia otros. Para realizar esta revisión consideramos importante, como
un primer paso, contextualizar histórica y teóricamente el enfoque narrativo.
La visión de los consultantes y los terapeutas como socios o colaboradores (b) surge del
cuestionamiento por parte de los terapeutas de la idea de que los clientes son objetos sujetos de ser
observados, clasificados y manipulados por un terapeuta-observador objetivo. Con el planteamiento
del noruego Tom Andersen (Andersen, 1991) en la práctica de equipos reflexivos, se reforzó esta visión
alternativa de la relación consultante-consultado, inicialmente como una respuesta a la impresión de los
consultantes de ser objetos a ser analizados. En la práctica de los equipos reflexivos la terapia es conducida
por un equipo donde los roles de observador son intercambiados entre aquellos que observan el proceso
terapéutico; éstos , a intervalos, tienen la posibilidad de dialogar con el consultante sobre su experiencia de
la terapia y el trabajo del terapeuta, sobre lo que puede ser hecho o abordado para lograr los objetivos de la
terapia. De esta forma el mensaje que se busca entregar es que el control y la responsabilidad por el cambio
están distribuidos entre los miembros participantes del proceso.
El conflicto relativo al origen y lugar del significado en la experiencia ha sido sujeto de considerable
literatura en la terapia familiar e individual (Neimeyer & Mahoney, 1998; Gergen & McNamee, 1996) dando
lugar a diferentes posiciones siendo una de ellas la constructivista, (Neimeyer & Mahoney, 1998) que
estima que el significado es derivado de múltiples fuentes como las experiencias personales, el ambiente
social, la maduración física y los esquemas desplegados en el desarrollo (Piaget, 1973; Guidano, 1987).
Una segunda posición plantea que el significado humano es derivado del sistema lingüístico/social del que
forma parte una persona, planteamiento teórico que ha venido a ser llamado construccionismo social
(Gergen, 1996; Gergen & McNamee, 1996; Danziger, 1997). Desde este enfoque se plantea que el lenguaje
sirve como modelo para la generación de significado. Los actos, expresiones, palabras y demás
manifestaciones complejas de la experiencia humana sólo cobran sentido en la participación en un sistema
social que posee un lenguaje determinado y en donde se ponen en juego diferentes discursos que organizan
y relacionan el significado en distintas maneras. Este giro ontológico en la consideración del significado, su
lugar y despliegue constituye el contexto en el que se desarrolla el énfasis en la forma narrativa o
“historiada” del significado (d), a la cual los autores narrativos recurren para dar sentido a sus prácticas.
Las narrativas personales constituyen el material central con el que los terapeutas narrativos
realizan su trabajo. Desde este enfoque se plantea que la forma del lenguaje en la que las personas
entienden sus vidas es la narrativa. A partir del trabajo de Jerome Bruner en psicología narrativa, Michael
White plantea la adscripción a la metáfora de la narración (White & Epston, 1993, cap. 1). La metáfora
narrativa permitiría entender la vida y experimentarla en un desenlace temporal, pues es una forma de
discurso que concatena los eventos a través del tiempo y refleja la dimensión temporal de la existencia
humana. Las narrativas personales proveen el contexto en el que los eventos de su vida adquieren
significado. Estos relatos se encuentran íntimamente ligados a las identidades y los contextos culturales de
quienes los narran y viven, existiendo un juego de poder entre los relatos, por un lado dando significado a
las vidas de las personas pero también generando alianzas con ciertos discursos culturales (White, 1997).
Los relatos se vuelven problemáticos cuando fallan y no logran otorgar significado o sentido a la vida de una
persona, volviéndose constrictivos al aliarse con discursos culturales que limitan o restringen su
experiencia.
La terapia narrativa ha sido llamada en otros lugares “terapia posmoderna” (Freedman & Combs,
1996), “terapia postestructuralista” (White & Epston, 1993; Galarce, 2003; García, 2006) puesto que
además White & Epston informan su enfoque de los planteamientos del filósofo postmoderno Michel
Foucault (1978) quien sostiene que las tramas o discursos dominantes son productos de quienes se
encuentran en el poder, posición que los pone en ventaja para construir el significado que las personas
adjudican a su vida. Desde el enfoque narrativo se considera que los consultantes llegan a terapia pues sus
historias “se quebraron” y sus vidas parecen tener poco o ningún sentido. White & Epston explican que
estas historias “quebradas” están enraizadas en discursos culturales dominantes, son historias que
descalifican, limitan o niegan aspectos significativos de su experiencia y su sentido de identidad (White &
Epston, 1993). Esta influencia postmoderna en la terapia narrativa no sólo está caracterizada por la
adscripción al concepto de discurso y biopoder de Michel Foucault (White, 1993; Foucault, 1978 y 1996) sino
también del concepto de “deconstrucción” del filósofo francés Jacques Derrida como el proceso dialógico
desmitificador del origen, implicancias y efectos de un discurso o práctica social (en White, 1991). La
influencia de las ideas postmodernas han venido más directamente de lo que se conoce como
antropología postmoderna a través del diálogo y trabajo conjunto con David Epston quien había trabajado
como antropólogo mucho antes de ejercer como terapeuta familiar (Epston, 1994; White 1994). En
este sentido los planteamientos hermenéuticos del antropólogo Clifford Geertz han servido para
fundamentar la idea de que las acciones de las personas están basadas en el significado interpretativo que le
asignan a las experiencias de la mismidad, los otros y su medio ambiente, más que en un conocimiento
directo de estos fenómenos (Geertz, 1973). Los planteamientos de Geertz sobre la hermenéutica
descriptiva han servido también para caracterizar y enriquecer la aproximación al trabajo terapéutico
con las narraciones: el concepto de descripciones magras ha sido utilizado para hacer alusión a las historias
dominantes, saturadas de problemas que oscurecen las relaciones de poder y los actos de resistencia de la
persona. Los terapeutas narrativos, informados por las ideas sobre conocimiento local e interpretación del
significado cultural de Geertz, buscan desarrollar en el contexto terapéutico descripciones densas,
historias alternativas con descripciones ricas y detalladas de la experiencia del consultante, sus
habilidades, conocimientos, valores y actos de resistencia (Morgan, 2000).En la literatura sobre terapia
narrativa también es posible encontrar la influencia del sociólogo Erving Goffman (1974) particularmente a
través de la adopción del término logros extraordinarios como el nombre de las acciones y experiencias que
han sido dejadas fuera e invisibilizadas por el relato dominante y que constituyen el material con el cual se
lleva a cabo el fortalecimiento de las historias alternativas (White, 2002).
Para finalizar y resumir este acercamiento al desarrollo de la terapia narrativa y sus antecedentes
teórico-conceptuales, se hace útil utilizar la clasificación que utiliza Galarce (2003) y García (2006) de las
característica de la terapia narrativa de White y Epston respecto a sus planteamientos acerca del (a)
problema psicológico, (b) la concepción de la terapia, (c) la relación consultante-terapeuta y (d) su visión
del cambio terapéutico.
El problema psicológico (a) desde este enfoque es entendido como la constricción y limitación que
imponen las historias dominantes, historias “quebradas” cono las que los consultantes entran en el
proceso terapéutico. Estos relatos dominantes incluyen todas las conductas y significados que elaboran
las personas en torno la situación que les preocupa. Estas historias dominantes están directamente
enraizadas en discursos dominantes que promueven el disciplinamiento del cuerpo, los pensamientos y las
conductas y que descalifican, limitan o niegan aspectos significativos de su experiencia y su sentido de la
identidad (White & Epston, 1993).
La terapia es concebida (b) como un espacio en el que las historias dominantes pueden desligarse
de las identidades de las personas, debilitando los lazos con los discursos culturales que las sostienen. White
(1993 y 2002) y Epston (1994) sostienen que la terapia se alza como un espacio disponible para la
elaboración de historias alternativas. Más que la búsqueda de soluciones a los problemas, este
enfoque busca nuevas historias donde el problema y las personas se logren entender por separado
(Freedman & Combs 1996; Tomm, 1989).
Desde el enfoque narrativo, considerando el concepto de poder propuesto por Michel Foucault, el
abuso sexual es visto dentro de un contexto cultural, de poder y de ideología patriarcal (White, 2002). Esta
idea, señala la creencia colectiva de que el hombre (o los perpetradores) es un ser privilegiado y
superior; el cual puede hacer lo que desea, y tiene el derecho de ocupar y mantener una posición que le
permite ejercer cualquier tipo de explotación, opresión, desigualdad, control, utilización y subordinación,
contra la mujer (o las víctimas). Esta ideología es la que permite la existencia de cualquier tipo de abuso o
agresión contra personas que dentro de la escala social, son vistas como inferiores, ya sea mujeres,
ancianos o niños; lo cual es normalizado y permitido por el contexto social. Por lo tanto, tomando en cuenta
lo anterior, el enfoque narrativo plantea un desafío sistemático en el abordaje terapéutico que implica la
construcción de relatos donde las mujeres (o las víctimas) no son responsables por los actos violentos, ni
deben hacerse cargo de las agresiones; y son los hombres (o los perpetradores) quienes se responsabilizan
de los actos violentos.
La intervención puede ser vista como un proceso que consta de cuatro pasos (Sue Mann, Rusell,
2003): El primero concerniente a la Construcción de una definición externalizada del problema, partiendo
de la idea de que el profesional no posee un conocimiento experto de la experiencia de la víctima,
comunicando a su vez que es la propia víctima la experta en su vida y en poder reconocer las formas de
superar el problema; Este paso implica tomar de las propias palabras de las mujeres el nombre del
problema que refleje los efectos del abuso. Lo anterior, impide una etiqueta patologizadora que pueda ser
internalizada por las mujeres y que pudiera llevarlas a una imagen totalizadora de su identidad; en este
punto se busca paralelamente la internalización de la agencia personal (Tomm, 1989; Rusell & Sue Mann,
2003). El segundo paso consta del Mapeo de los efectos del problema, consistente en identificar y nombrar
los efectos y la influencia del problema en la vida de las mujeres, tomando en cuenta además, el contexto
político en donde se gestaron y desarrollaron estos efectos, refiriendo a la responsabilidad del
perpetrador y no de la víctima de la situación de abuso y control. Así, se crean rutas de exploración de
acontecimientos o situaciones de la vida de la víctima que estén fuera del alcance de los efectos adversos
provocados por la situación (es) de abuso. Esto da pie al tercer paso, donde se invita a las víctimas a una
evaluación de los efectos del problema en sus vidas, poniendo énfasis en la experiencia, conocimientos y
habilidades de éstas, con respecto a cómo hacen frente a estos efectos, contribuyendo nuevamente a la
internalización de la agencia personal y a la construcción de una identidad relacionada con las habilidades,
conocimientos, opiniones y valores que han llevado a esta persona a ser una sobreviviente de los efectos
del abuso.
La última etapa consiste en la Justificación de la evaluación, en donde los consultantes toman una
posición y opinión particular acerca del problema y cómo han ido construyendo formas de superar sus
efectos. Esto abre paso para conversaciones acerca de los valores que sustentan estas acciones de
superación; así como de aquellos personajes relevantes del relato de la o el consultante, que han
contribuido en estas acciones.
La intervención en víctimas de abuso, desde el punto de vista del enfoque narrativo, se centra
principalmente en el conocimiento y las habilidades de resistencia de las propias víctimas, como también en
la reconstrucción de un relato alternativo que se genere desde los valores y conocimientos de éstas,
evitando una rotulación patologizante y retraumatizante. De esta manera, se promueve la idea, de que es la
víctima la experta en su propia vida; y entrega agencia en la elección de las soluciones posibles y de los
rumbos que estime convenientes para su vida. Lo anterior, genera reflexiones y nuevas comprensiones de la
experiencia abusiva; centrándose en la víctima y dejando de lado los discursos sociales. De esta manera, la
víctima se convierte en protagonista de la intervención, evitando la re-victimización. ( Sue Mann & Rusell,
2003)
En las prácticas narrativas relacionadas con la intervención con víctimas de abuso sexual podemos
encontrar los planteamientos de sobre la utilización de la ceremonia de definición y de testigos externos
(White, 2007; Rusell 2003; Sue Mann, 2003), práctica que consiste en la participación de personas que han
estado presentes y que han sido testigo de los efectos del abuso, que han contribuido en la resistencia a
éstos. Ésta tiene como finalidad autentificar, confirmar y validar los relatos en contra del abuso y sus
efectos, como también enriquecer los relatos positivos y preferidos para ellas (Rusell S. & Sue Mann; 2003).
Se busca, desde esta práctica, generar el sentido de agencia personal, así como también posibilitar la
conexión con experiencias, similares, de otras mujeres que han sufrido la experiencia de abuso.
Además, es importante revisar y comprender el contexto político en donde aconteció el abuso para
así re-evaluar sus significados acerca de la culpa, la vergüenza y responsabilidad acerca del abuso vivido. Es
decir, lo más importante dentro del enfoque narrativo y los viajes de realización planteados Jenkins, Hall &
Joy, es que la persona que fue víctima de abuso sexual logre identificar los deseos de perdón que nacen por
opción propia, por sus propios valores de los impuestos por el perpetrador, la familia, o la sociedad.
Este proceso terapéutico se divide en tres partes (en Jenkins, Hall & Joy, 2003). El primero tiene
relación con el Reconocimiento de los efectos del abuso en donde se invita a los perpetradores a
realizar un compromiso para hacer frente a la responsabilidad por intentar comprender y respetar los
sentimientos de la víctima producto del abuso. En este momento se insta a que el perpetrador acepte su
total responsabilidad por los efectos del abuso, esto a través de conversaciones donde se analicen
algunas creencias culturales que puede compartir el perpetrador y que pueda estar utilizando de
justificación, como por ejemplo afirmar que las mujeres constantemente seducen a los hombres al utilizar
ropa escotada o que los hombres responden a impulsos innatos a los cuales no pueden negarse (Jenkins,
Hall & Joy, 2003) Se invita también a enfrentar los sentimientos de vergüenza y remordimiento por los
efectos del abuso sobre las víctimas y se inician conversaciones en donde se discute de la posibilidad de no
poder volver a tener contacto con la víctima. En la segunda etapa de la Restitución se continúa enfatizando
sobre los sentimientos de la víctima y en el reconocimiento de la total responsabilidad del hecho
abusivo y sus efectos adversos en la vida de la víctima, entendiendo el impacto de abuso en ésta. En este
punto se fomentan las conversaciones acerca del poder que él ejercía en la situación de abuso, por lo tanto
de la política de la situación abusiva, explorando además las intenciones que tenía él con este tipo de
acciones. Se abren en este punto caminos de conversación acerca del carácter imperdonable de la
conducta abusiva, así como que las condiciones del perdón son fijadas por la víctima y no por el
perpetrador, por lo tanto se crea una restitución incondicional. Esto tiene relación directa con lo que
ocurre a menudo cuando los hechos de abuso sexual se hacen públicos, pues aquellos que lo perpetraron
tienen con frecuencia reacciones que incluyen una preocupación por el perdón, por la posible pérdida de sus
relaciones, con el objeto de conservar su imagen social o pública, desde un punto de vista egocéntrico, por
lo que estos sentimientos pueden confundirse con el de remordimiento. Por lo tanto los terapeutas
pueden hacer preguntas acerca de las motivaciones a la restitución y la resolución, englobando un trabajo
que vaya más allá del compromiso por parte del perpetrador, sino que hacia una Restitución, conversando
acerca de valores que mantengan el compromiso enfocado en el descubrimiento de los efectos negativos
del abuso en la vida de la víctima y de su total responsabilidad de ello. Finalmente en la última etapa
identificada como de Resolución. En ésta se plantea la necesidad de que para que exista una reconexión y/o
posible reconciliación con la víctima, debe existir una restitución real. Para ello, es imprescindible que
también debe cesar la situación abusiva, puesto que el abuso permanente puede destruir la confianza y el
deseo de reconciliación por parte de la víctima.
Desde el enfoque interventivo de Alan Jenkins (Jenkins, Hall & Joy, 2003) se persigue el cambio
desde la perspectiva egocéntrica del perpetrador, que se condice con los discursos culturales acerca
de las condiciones en que se da el abuso, la responsabilidad por ello y su resolución, hacia una perspectiva
centrada en la víctima y en los efectos adversos para ella provocados por el abuso. Este proceso se
relaciona con el compromiso y la comprensión de la necesariedad de este cambio, deconstruyendo (White,
1991) las justificaciones del perpetrador ante las conductas abusivas y comprendiendo los efectos negativos
de estas conductas hacia la víctima, para lograr una posible reconciliación con la víctima. No obstante, ante
esto último, se considera siempre en primera instancia la voluntad de la víctima ante el perdón, las
condiciones de éste, y la posible reconciliación.
CONCLUSIONES
A lo largo de la presente monografía se plantea que la terapia narrativa es un desarrollo situado
históricamente en los últimos desarrollos de la terapia familiar. El enfoque narrativo se caracteriza por un
énfasis en las fortalezas de los consultantes, la visión del consultante y terapeuta como socios involucrados
en un proceso de enriquecimiento de relatos y experiencias mutuo, la adaptación a una aproximación
construccionista del significado que da relevancia al contexto sociolingüístico y el énfasis en la narrativa o
forma de relato del significado.
DISCUSIÓN
En la presente monografía se han presentado los antecedentes de desarrollo histórico y conceptual
de una perspectiva que representa, en una de sus líneas de desarrollo, un fuerte compromiso con el
propósito de terminar con la violencia y el abuso sexual. El trabajo que se delinea desde las
intervenciones expuestas en la presente monografía representa una aproximación al trabajo
complejo y político que involucra la promoción de los derechos y el bienestar de aquellas y aquellos que
han sido víctimas, así como la responsabilidad y compromiso respetuoso que buscan las intervenciones
que involucran a aquellos y aquellas que han sido perpetradores de abuso sexual.
Las intervenciones desde el enfoque narrativo plantean asumir una postura de interés genuino por
el significado personal inscrito en las narrativas personales que poseen una base social y política. Desde
aquí, el trabajo de intervención se concibe como parte del proceso para poder iniciar la inmersión y rescate
de relatos que enfaticen la supervivencia y valía experiencial de los que han sido victimizados, así como el
compromiso con la igualdad y la justicia con los que han sido perpetradores.
Desde nuestro punto de vista, un abordaje y/o intervención en materia de abuso sexual, debiera
tomar en cuenta tanto el trabajo con las víctimas, así como el trabajo con perpetradores. Esto tomando en
cuenta que las intervenciones tienen como intención un trabajo que vaya más allá del compromiso por parte
del perpetrador, con respecto a su responsabilidad y la toma de conciencia con respecto a las políticas
relacionales en donde se produjeron las situaciones de abuso, sino que hacia una Restitución (Jenkins, Hall
& Joy, 2003), enfatizando aquellos valores que mantengan el compromiso enfocado en el descubrimiento de
los efectos negativos del abuso y con la necesidad de que se produzca un cambio de perspectiva
(deconstruyendo sus justificaciones ante las conductas abusivas y comprendiendo los efectos negativos
de esas conductas en la vida de la víctima, para el logro de una posible reconciliación con la víctima y para
evitar futuras situaciones de abuso con otras posibles víctimas.
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