Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Rachel Sieder
País % de la
población
Bolivia 71,00
Guatemala 66,00
Perú 47,00
Ecuador 43,00
Belice 18,80
Honduras 15,01
México 14,00
Chile 8,00
El Salvador 7,01
Guyana 8,03
Panamá 5,98
Surinam 6,03
Nicaragua 5,01
Paraguay 3,01
Colombia 2,00
Venezuela 2,00
Costa Rica 0,99
Argentina 1,00
Trinidad y Tobago 1,12
Brasil 0,20
Uruguay 0,03
Total en América Latina 11,00
Según todos los indicadores sociales, las poblaciones indígenas están entre
los sectores más pobres y excluidos de la población latinoamericana. Como
consecuencia del despojo histórico de sus tierras y la explotación esclavista
de su mano de obra durante los pasados coloniales y republicanos, sufren
una aguda marginación económica, social, política y cultural. Aunque sólo
constituyen el 11% de la población de América Latina, del 40% de la po-
blación total que vive en situación de pobreza en la región un 20 a 25% son
indígenas, quienes constituyen un porcentaje aún más alto dentro del 17%
del total de la población latinoamericana que vive en extrema pobreza. Más
de la mitad de los bolivianos y los guatemaltecos son pobres, pero casi tres
cuartas partes de los ciudadanos indígenas de esos países pertenecen a esa
categoría. En Ecuador, más del 80% de los indígenas vive en situación de po-
breza, y en las áreas rurales del altiplano esta cifra se eleva al 90%. En Perú,
más del 40% de las unidades familiares que viven en situación de pobreza
son indígenas (UNDP, 2009).
Cuando desagregamos las estadísticas, los índices de exclusión son aún
más altos para las mujeres y los niños indígenas. Los indígenas también son
víctimas del racismo y la discriminación en la vida cotidiana y dentro de las
instituciones del Estado, por ejemplo en escuelas, hospitales o juzgados.
Estas dinámicas afectan especialmente al número creciente de indígenas
que vive en las ciudades latinoamericanas (más de la mitad de los once
millones que habitan el continente vive en zonas urbanas). Además, sufren
de múltiples formas de violencia y hostigamiento, lo cual está directamente
relacionado con patrones dominantes de desarrollo económico como la ex-
plotación acelerada de los recursos naturales (petróleo, minerales, madera
y recursos biogenéticos), la construcción de carreteras y represas, la ex-
plotación agroindustrial y la colonización agrícola. Todas estas actividades
tienen un impacto muy dañino en las formas de vida de los pueblos y, por
ende, en sus posibilidades de sobrevivencia, particularmente en las tierras
bajas.
En los últimos años, todas estas temáticas –la discriminación, el control so-
bre territorios y recursos naturales, y el acceso a los derechos sociales y econó-
micos, por mencionar algunas– han sido objeto de procesos de judicialización
en distintos países de América Latina. Como caso “fuerte” de codificación e
invocación de derechos, y de judicialización de demandas ante los juzgados
nacionales y regionales, la problemática de los pueblos indígenas puede con-
tribuir mucho a un análisis del poder transformador del derecho. ¿La codifi-
cación de derechos y la judicialización de demandas pueden realmente bene-
ficiar las condiciones para los pueblos indígenas y contribuir a la mejora de
modelos de desarrollo más justos en América Latina? ¿Cómo debemos enten-
der la judicialización de las demandas por los derechos indígenas? ¿Cuáles
son los factores que la favorecen o inhiben? ¿Y cuáles son los efectos de estos
procesos a mediano plazo?
más importantes están las que establecen que los pueblos indígenas tienen un
derecho de decisión respecto de los procesos de desarrollo que los afecten2
y garantías sobre su derecho a ser previamente consultados sobre tales pro-
cesos.3 Aunque existen diferencias sustantivas entre ellas, las reformas cons-
titucionales multiculturales de los años noventa fueron muy influidas por el
Convenio 169 (Van Cott, 2000; Yrigoyen Fajardo, 2010). Esta primera fase de
reformas constitucionales ha sido interpretada por algunos autores como un
intento de rescate de legitimidad por parte de los gobiernos y una forma de
ampliar derechos en general (Van Cott, 2000). Otros lo ven como una nueva
manera de regulación que refleja formas contemporáneas de gobernanza neo-
liberal (Hale, 2004; Hernández y otros, 2004).
Ciertamente, esas medidas dieron lugar a una ola de reformas calificadas
por muchos como “neoindigenistas” a lo largo del continente, apoyadas por
las agencias multilaterales de desarrollo, particularmente el BID y el Banco
Mundial (Plant, 2002; Davis, 2002; Andolina y otros, 2010). En algunos países
las reformas y programas abrieron importantes espacios para profesionales
indígenas en la elaboración y aplicación de las políticas públicas, creando
incluso nuevas instituciones como el Proyecto de Desarrollo de los Pueblos
Indígenas y Afroecuatorianos del Ecuador (PRODEPINE) (Andolina y otros,
2010). Sin embargo, la primera ola de reformas no respondió plenamente a
las demandas de los pueblos indígenas.
1) la autodeterminación
La Declaración, en su artículo 3, afirma que “Los pueblos indígenas tienen
derecho a la libre determinación. En virtud de ese derecho determinan libre-
mente su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico,
social y cultural”. El reconocimiento del derecho de libre determinación es,
efectivamente, la base para el reconocimiento constitucional de la autonomía
de los pueblos indígenas. También constituye un reconocimiento de que la
consecuencia de no haber tenido ese derecho de autodeterminación en el
pasado se tradujo en la negación sistemática de sus derechos humanos.
El artículo 4 de la Declaración vincula la autonomía directamente con el
derecho de autodeterminación: “Los pueblos indígenas, en ejercicio de su
derecho de libre determinación, tienen derecho a la autonomía o al autogo-
bierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y locales, así
como a disponer de los medios para financiar sus funciones autónomas”. Esto
supone medidas eficaces para permitir un cierto grado de autonomía para los
pueblos indígenas que se basen en formas de gobierno que ellos mismos deci-
dan, e implica que en sus territorios autonómicos tienen facultades legislativas
y jurisdiccionales.
4) derechos a la tierra
Mientras el Convenio 169 reconoce la propiedad de las tierras tradicionales
de ocupación o uso de los pueblos indígenas, la Declaración contiene una
formulación mucho más clara. En su artículo 26 señala: “1. Los pueblos indí-
genas tienen derecho a las tierras, territorios y recursos que tradicionalmente
han poseído, ocupado o de otra forma utilizado o adquirido. 2. Los pueblos
indígenas tienen derecho a poseer, utilizar, desarrollar y controlar las tierras,
territorios y recursos que poseen en razón de la propiedad tradicional u otra
forma tradicional de ocupación o utilización, así como aquellos que hayan
adquirido de otra forma. 3. Los Estados asegurarán el reconocimiento y pro-
tección jurídicos de esas tierras, territorios y recursos. Dicho reconocimiento
respetará debidamente las costumbres, las tradiciones y los sistemas de tenen-
cia de la tierra de los pueblos indígenas de que se trate”. Obviamente las defi-
niciones legales de “posesión tradicional” o “forma tradicional de ocupación o
utilización” quedan por definirse.
6) derechos al desarrollo
La Declaración refleja un derecho emergente de los pueblos indígenas a deci-
dir sus propias formas de desarrollo. El artículo 32 señala que “1. Los pueblos
indígenas tienen derecho a determinar y elaborar las prioridades y estrategias
para el desarrollo o la utilización de sus tierras o territorios y otros recursos.
Su consentimiento previo, libre e informado tiene que existir antes de iniciar
cualquier proyecto que afecte sus territorios o recursos (art. 2. “Los Estados
celebrarán consultas y cooperarán de buena fe con los pueblos indígenas in-
teresados por conducto de sus propias instituciones representativas a fin de
obtener su consentimiento libre e informado antes de aprobar cualquier pro-
yecto que afecte a sus tierras o territorios y otros recursos, particularmente en
relación con el desarrollo, la utilización o la explotación de recursos minerales,
hídricos o de otro tipo”). Asimismo, los impactos del desarrollo económico en
los pueblos indígenas tienen que ser mitigados o reparados (art.3. “Los Estados
establecerán mecanismos eficaces para la reparación justa y equitativa por esas
actividades, y se adoptarán medidas adecuadas para mitigar las consecuencias
nocivas de orden ambiental, económico, social, cultural o espiritual”).
La manera en que la Declaración afecte la política judicial y las políticas
económicas en los países de América Latina dependerá, en gran medida, de
las estrategias de los movimientos indígenas y de sus aliados, por un lado, y de
la estructura de las oportunidades legales nacionales y supranacionales que
se presenten, por el otro. El papel del Relator Especial de la ONU para los
Pueblos Indígenas es relevante en ese sentido, pues ha publicado una serie
de informes muy importantes sobre países de América Latina, todos con reco-
mendaciones para las políticas públicas de las respectivas naciones. Asimismo,
ha hecho importantes declaraciones sobre la reglamentación y garantía de la
consulta previa, e hizo referencia a la Declaración desde antes de que fuera
aprobada por la Asamblea General de la ONU.
En el año 2003, el entonces relator Rodolfo Stavenhagen manifestó en un
informe que “en relación con los grandes proyectos de desarrollo, el consen-
timiento libre, previo e informado es esencial para los derechos humanos de
los pueblos indígenas”, y adujo que este, junto al “derecho de libre determina-
ción de las comunidades y pueblos indígenas, han de ser condiciones previas
necesarias de esas estrategias y proyectos” (citado en Morris y otros, 2009: 15).
El relator actual, James Anaya, también ha hecho recomendaciones muy
específicas a los gobiernos sobre la consulta. Por ejemplo, en una visita a Ecua-
dor en mayo de 2008 recomendó la inclusión de la plurinacionalidad y del
consentimiento informado previo en el texto de la nueva Constitución. Du-
rante su tiempo como relator, Stavenhagen señaló la “brecha de la implemen-
tación” entre las normas y la jurisprudencia existentes y las políticas de los
gobiernos hacia sus poblaciones indígenas.
reflexiones finales
referencias bibliográficas
Van Cott, Donna Lee (2000), The Friendly Liquidation of the Past,
Pittsburgh, University of Pittsburgh Press.