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Instituto Arquidiocesano de Ciencias

Sagradas

BIBLIA I
APUNTES DE CLASES

Pbro. Alejandro G. Ramírez


INSTITUTO ARQUIDIOCESANO DE CIENCIAS SAGRADAS
Asignatura: Biblia I
Profesor: Pbro. Alejandro Gabriel Ramírez
Año: 2020

PROGRAMA
Introducción: NOCIONES GENERALES SOBRE LA BIBLIA
Los nombres de la Biblia. Las divisiones. Las lenguas. Capítulos y versículos. Como se cita. Geografía
bíblica: Medio Oriente y Palestina.

Unidad I: UBICACIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA DENTRO DEL PLAN SALVADOR DE DIOS


Visión del Catecismo de la Iglesia Católica. La lectura de la Sagrada Escritura. Presentación de la
Biblia como memoria documental de una “familia”: Una vida condensada. Una vida interpretada.
Testimonio real de una historia real. Comprensión de cada elemento en su contexto. Muchos
elementos y una sola realidad.

Unidad II: LA SAGRADA ESCRITURA, PALABRA HUMANA Y PALABRA DIVINA


El mundo de la palabra humana. El hablar humano. Las tres funciones del lenguaje: información,
expresión, llamada. El lenguaje de la amistad y el amor.
La palabra amistosa de Dios. El lenguaje humano de la Escritura según la Dei Verbum.
Consecuencias para la lectura y compresión de la Sagrada Escritura.
Revelación en la historia y a través de la historia. Historia y Revelación. Palabras y obras.

Unidad III: HISTORIA DE LA PUESTA POR ESCRITO DE LOS LIBROS SAGRADOS


La Biblia, memoria escrita del Pueblo de Dios. Formación del Antiguo Testamento (etapas de
formación). Intertestamento. Formación del Nuevo Testamento (la vida de Jesús y de la Iglesia de
los primeros tiempos).

Unidad IV: EL LENGUAJE HUMANO DE LA BIBLIA


Las lenguas de la Biblia. Hebreo, arameo y griego.
Las Formas literarias. Contenido y forma. Intención literaria (ejemplo del libro de Jonás). Sitz im
leben. Los géneros literarios y su clasificación. A modo de ejemplo: la Anunciación.
La redacción final y el esfuerzo de los autores.
El texto de la Biblia: crítica textual. Papiros y pergaminos. Textos originales y testimonios del texto.
Versiones del AT. Versiones del NT. Resumen de la crítica textual.

Unidad V: LA BIBLIA COMO PALABRA DE DIOS


Los libros escritos son Palabra de Dios. Testimonios del AT. Testimonios del NT.
La Inspiración de la Sagrada Escritura. La actuación del Espíritu de Dios en la historia. El Espíritu de
Dios en la Revelación de acontecimientos y palabras. La Sagrada Escritura está inspirada por Dios.
Reflexión eclesial sobre el misterio de la “inspiración”: mundo greco-latino; judaísmo; la Biblia; los
padres de la Iglesia; Santo Tomás de Aquino y la noción de causa eficiente; los concilios de Florencia
y de Trento; entre Trento y el Vaticano I; la “Providentissimus Deus”; la “Spíritus Paraclitus”; la
“Divino Afilante Spíritu”; el Concilio Vaticano II y Dei Verbum 11. Problemas abiertos.

Unidad VI: EL CANON DE LA SAGRADA ESCRITURA


El Canon del Antiguo Testamento. Terminología. Canon entre los hebreos. Canon entre los
cristianos.
El Canon del Nuevo Testamento. En la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia. De Trento al
Vaticano II. Criterios de fijación del Canon: protestantismo e Iglesia Católica. ¿Pueden existir libros
inspirados pero no canónicos?

Unidad VII: LA VERDAD DE LA BIBLIA


Historia del problema (la “inerrancia”). Los primeros siglos. Del caso Galileo Galilei al Vaticano II.
La Verdad de la Biblia. Dei Verbum 11. Principios fundamentales de la verdad bíblica.

Unidad VIII: INTERPRETACIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA


Historia de las interpretaciones de la Biblia. La Biblia como primero momento hermenéutico: AT y
NT. De los Padres de la Iglesia al medioevo. Tiempos modernos: el renacimiento, La Providentissimus
Deus y la Divino Afilante Spíritu.
Principios para una hermenéutica católica. La Dei Verbum. El Magisterio de la Iglesia. El Catecismo
de la Iglesia Católica.

BIBLIOGRAFÍA
EDICIONES DE LA BIBLIA
BIBLIA DE JERUSALÉN. Bilbao, Declée de Brower, 1998.
LA BIBLIA. El LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS. Traducción argentina de los Pbros. A.J. Levoratti y A.B.
Trusso. Notas, introducciones, preliminares y apéndices de Editorial Verbo Divino. Buenos Aires,
Verbo Divino, 20151.
THE GREEK NEW TESTAMENT. 4° edición revisada, Stuttgart, Sociedades Bíblicas Unidas, 2002

DOCUMENTOS MAGISTERIALES
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (1992)
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Dei Verbum (1965)

1
Esta es una versión revisada y actualizada de El libro del Pueblo de Dios, la Biblia, de editorial Paulinas.
LEON XIII, Providentissimus Deus (1893)
BENEDICTO XV, Spiritus Paraclitus (1920)
PIO XII, Divino Afflante Spiritus (1943)
BENEDICTO XVI, Verbum Domini (2010)
FRANCISCO, Lumen Fidei (2013)
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993)
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, El Pueblo Judío y sus sagradas Escrituras en la Biblia Cristiana
(2001)

AUTORES UTILIZADOS PARA LOS APUNTES DE CLASES


CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Antiguo Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989.
CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Nuevo Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989.
ECHEGARAY, J.G. - ASURMENDI, J. y Otros. La Biblia en su entorno. Navarra, Verbo Divino, 1999.
MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985.
RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras.
Buenos Aires, San Benito, 2013. 1° ed.

AUTORES PARA CONSULTA


ARTOLA, A.M. – SÁNCHEZ-CARO, J.M. Biblia y Palabra de Dios. Navarra, Verbo Divino, 1995.
BIANCHI, E. Pregare la Parola. Introduzione alia ‘lectio Divina’. Torino, Gribaudi, 2001.
BROWN, R. Leer los Evangelios con la Iglesia. Madrid, PPC, 1999.
FERNÁNDEZ, V.M. Cómo interpretar y cómo comunicar la Palabra de Dios. Buenos Aires, San Pablo,
2009.
HAAG, H. – VANDENBORN, A. Diccionario de la Biblia, Barcelona, Herder, 1981.
MARTINI, C.M. Innmorarsi di Dio e della sua Parola. Bologna, EDB, 2011.
RAVASI, G. I Vangeli, Bologna, EDB, 2016.
SCHÓKEL, L.A. La Palabra inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje. Barcelona,
Herder, 1969.
Biblia I Apuntes de clases

Introducción: NOCIONES GENERALES SOBRE LA BIBLIA1


Los nombres de la biblia
El libro que es sagrado tanto para los judíos como para los cristianos está compuesto por una
cantidad de obras que pertenecen a muy distintos géneros (leyes, relatos, poemas, cartas…) Si se
quisiera poner un título que exprese lo que contienen todas ellas, no se encontraría una palabra
adecuada. Por eso recibe distintas denominaciones que generalmente aluden a su carácter sagrado:
• Las Sagradas Escrituras
• Los Libros Sagrados
• La Biblia
Esta última denominación se deriva de la lengua griega y significa textualmente: “Los libros”

Las divisiones
La Biblia de los cristianos está dividida en dos grandes partes, teniendo como criterio el momento
de la aparición de Nuestro Señor Jesucristo.
Todos los libros de la Biblia que fueron escritos por el pueblo judío antes del nacimiento de Jesús
forman un gran bloque que se denomina “Antiguo Testamento”2. Son 46 libros (o 47 si la carta de
Jeremías se toma como una obra separada del “libro de Baruc”). Los judíos -como no reconocen el
Nuevo Testamento- no utilizan la denominación “Antiguo” o “Primero” para designar esta parte de
la Biblia, que es “su” Biblia. Ellos han utilizado siempre la denominación: “La Ley y los Profetas” (Cf.
Mt. 22,40). En la actualidad, utilizan la sigla TANAK (que se pronuncia TANÁJ). Está formada por las
iniciales de las tres grandes partes de los libros que ellos aceptan como sagrados:
T – La Ley (en hebreo Torah);
N – Los Profetas (en hebreo Nebi'im) y
K – Los Escritos (en hebreo Ketubim).
Los libros de la Biblia que se escribieron después de la muerte y la resurrección de Jesucristo, y que
contienen el testimonio apostólico, componen la parte llamada “Nuevo Testamento”3. Son 27
libros.

Las lenguas
Si bien este tema será un apartado de nuestra cátedra, a modo de introducción podemos decir que
la mayor parte del AT (39 libros) se conserva en lengua hebrea. Algunos fragmentos de estos libros
están además en arameo. Hay siete libros (Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría y 1 y 2 de
Macabeos) que se conservan en lengua griega, así como también algunos fragmentos de otros
libros. Hay además una versión griega de los libros del AT que se llama “Versión de los Setenta” 4.

1
Resumen tomado de RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras.
Buenos Aires, San Benito, 2013. 1° ed. “Lección preliminar”. Sobre la geografía bíblica: CHARPERNTIER, Etienne. Para
leer el Antiguo Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989; y ECHEGARAY, J.G. - ASURMENDI, J. y Otros. La Biblia en su
entorno. Navarra, Verbo Divino, 1999.
2
También llamado Libro de la Antigua Alianza, Primer Testamento o Primera alianza. En adelante AT
3
También llamado Libro de la Nueva Alianza. En adelante NT
4
Se abrevia LXX. En la unidad IV se desarrollará esta versión. Tiene una distribución distinta que el TANAJ: Pentateuco,
libros históricos, Poesía y Sapienciales y Profetas.

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La parte de la Biblia que para los cristianos es el AT, es libro sagrado también para los judíos. Pero
tanto los judíos como las Iglesias protestantes admiten como libros sagrados solamente los que se
conservan en lengua hebrea.
El NT fue escrito y se conserva en su totalidad en lengua griega. Este es admitido como libro sagrado,
con todos sus libros, tanto por los católicos como por todas las iglesias Ortodoxas y los protestantes
(en su mayoría).

Capítulos y versículos
Tanto los libros del AT como del NT están actualmente divididos en capítulos y versículos. Los
capítulos son trozos más o menos extensos, los versículos pretenden ser frases numeradas. Esta
división en capítulos y versículos no es original: no fue puesta por los autores, sino que fue añadida
a partir de la Edad Media con la intención de facilitar la búsqueda y ubicación de los textos.
Después de varios intentos de división del texto (que se realizaron desde la época de los Santos
Padres) se adoptó la división en capítulos introducida por el Cardenal Stephen Langton, arzobispo
de Canterbury (fallecido en 1228) en una edición de la Biblia en latín.
La numeración de las frases, los versículos, fue realizada en 1527 por un dominico de Lucca, Santes
Pagnino. En 1551, el editor francés Robert Estienne publicó una edición del NT en griego y latín con
esta clase de divisiones. Finalmente, en 1555, hizo una publicación de la Biblia en latín en la que
tomó la división de Pagnino para los libros traducidos del hebreo, pero para los traducidos del griego
hizo una división propia que es la que actualmente se imprime en todas las Biblias. Esta división
tiene algunos defectos, pero se conserva porque un cambio traería demasiadas complicaciones.

Cómo se cita
Para citar los libros del AT y del NT se utilizan las abreviaturas de los nombres que se encuentran en
todas las ediciones de la Biblia. Para evitar confusiones conviene ajustarse a la forma que ofrece
alguna Biblia de gran difusión y no hacer “inventos” de nuevas abreviaturas.
Cuando se cita un versículo, después de la abreviatura del libro se coloca el número de capítulo
seguido de una coma, y luego el versículo. Por ejemplo: Gn. 1,26; Mt. 16,18.
Cuando se citan dos o más versículos seguidos, se pone el primer y el último número de versículos
separados por un guion. Por ejemplo, para indicar que se quieren leer los versículos del 16 al 21 del
capítulo 3 del Evangelio de Juan, se escribe: Jn. 3,16-21.
Para citar varios versículos separados de un mismo capítulo, se ponen los números de versículos
separados por un punto. Si se quiere hacer referencia a los versículos 4 y 12 del Salmo 72, se escribe:
Sal. 72,4.12.
Si una cita abarca un texto que va más allá de un capítulo, se escribe de la forma siguiente: Is. 52,13-
53,12.
En algunos casos es necesario citar sólo una parte de un versículo, entonces se lo divide lógicamente
y se escribe de esta manera: Gn. 2,4a y Gn. 2,4b.

Geografía bíblica
Al menos hagamos un breve acercamiento al lugar donde se ha movido el pueblo de Israel y la Iglesia
primitiva: Medio Oriente y Palestina. No intentamos hacer un desarrollo profundo del tema, sino
solamente un somero acercamiento que nos ayude a entender y a ubicarnos cuando citemos textos

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bíblicos. En la mayoría de las ediciones de la Biblia encontramos mapas que nos pueden ayudar a
recorrer la geografía de dichos lugares.
Respecto a Medio Oriente, debemos decir que fue la cuna de grandes civilizaciones, como lo
apreciamos en el siguiente mapa:

En el sur, en el valle del Nilo, a partir del año 3000 a.C., Egipto se convierte en un pueblo importante
gobernado por dinastías de reyes o faraones. En el norte, en las mesetas del Asia menor, prosperan
los hititas, que fueron muy poderosos durante 1500 años, pero desaparecieron prácticamente en
la historia bíblica.
Al este se extiende la Mesopotamia (en griego mesos potamos = entre los ríos) que también se
llama el Creciente fértil. Allí coexistieron magníficas civilizaciones, como Sumer, Akkad y Babilonia
al sur, y al norte Asiria (territorio del Irak actual). Más al este de los medas y los persas.
Del oeste, de la Europa actual, llegaron otros pueblos a invadir medio oriente: los griegos, tres siglos
antes de Cristo, y luego los romanos, un siglo antes de Cristo.
¿Y qué es lo que pasa cuando unos grandes pueblos limitan entre sí? ¡Luchan! Y para luchar hay que
encontrarse o ir al territorio del otro, y para ello hay que pasar por ese corredor estrecho situado
entre el Mediterráneo y el desierto de Arabia. Lo malo es que en este estrecho corredor vive el
pequeño pueblo que a nosotros nos interesa: Israel. Se comprende entonces que su vida dependa
continuamente del poder de las otras naciones. Servirá de atalaya a unas y a otras respectivamente
y sufrirá la tentación de aliarse unas veces con unas y otras veces con otras.

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La palabra Canaán designa en la Biblia y en los textos extrabíblicos un país o una población del país.
El país de Canaán alude en general a la Palestina de hoy. Fue en este país donde en el siglo XII a.C.
se instalaron unas tribus que por el año 1000 se convirtieron en el reino de David y Salomón. Al
morir el último el reino se dividió en dos: al sur el Reino de Judá, con la capital en Jerusalén y al
norte el Reino de Israel, con la capital en Samaría. También por el siglo XII se instalaron los filisteos
en la costa mediterránea.
Digamos ahora unas palabras de la región conocida como Palestina (en hebreo de pelistim: filisteos).
Ella se encuentra en la zona sur de la fachada más oriental del mar Mediterráneo y comprende los
actuales Estados de Israel y Jordania. De un lado nos encontramos con la cuenca hidrográfica del
Río Jordán y por el otro la cuenca del mar Mediterráneo.
Respecto del río Jordán, debemos decir que nace al pie del monte Hermón, desde donde comienza
a bajar y continúa hacia el sur encajonándose en una estrecha garganta por donde desciende hasta
desembocar en el lago Kinneret o
Genesaret o Tiberíades o mar de
Galilea (la superficie del lago está
a 211 metros bajo el nivel del mar,
con una profundidad de 40
metros). El agua de este lago es
dulce y abundante en peces. El
Jordán reanuda su curso
partiendo de la Ribera sur del lago
y entre numerosos meandros va
deslizándose por una
impresionante fosa a lo largo de
una distancia de unos 100
kilómetros, hasta desembocar en
el mar Muerto (la superficie está
a 403 metros por debajo del nivel
del mar, siendo el lugar más
profundo de nuestro planeta, con
una profundidad de 400 metros).
Su agua es tan salobre que impide
la presencia de peces y de
cualquier ser viviente.
La región de la Cisjordania, es
decir, al oeste del Jordán, tiene
una cadena montañosa que corre
paralela al Jordán y se llama al
norte Montaña de Samaría y
Montaña de Judá al Sur. Hacia el
sur, cuando la costa se aleja del
mar Muerto, la llanura se
ensancha y termina la cadena
montañosa, comenzando el

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desierto del Négueb. Al norte de la montaña de Samaría se extiende una fértil y gran llanura llamada
de Yizreel o Esdrelón, donde hay algunas montañas aisladas, como el Tabor, dónde se da la
transfiguración, lo que se llama baja Galilea. Más al norte el país se vuelve abrupto, con alturas de
1200 metros, es la alta Galilea.
La región de la Transjordania, al este del Jordán, se reduce una inmensa meseta cortada por los
afluentes del Jordán. Desciende hacia el valle del Jordán de una manera brusca mientras que por el
Oriente se prolonga hasta confundirse con el gran desierto siro-arábigo de una forma más suave.
El clima viene determinado por la influencia de dos factores opuestos: el mar Mediterráneo y el
desierto, separados ambos por unos 130 kilómetros, lo cual provoca diferencia de países en un país
pequeño y cambios climáticos a lo largo de las estaciones.
La zona de la llanura costera está dominada por
vientos húmedos del mar, es fértil, verde y de
clima mediterráneo con temperaturas de entre 10
y 15 grados en invierno y en verano entre 27 y 32,
con un régimen de lluvia de 1200 mm anuales. Los vientos húmedos entran en el territorio cuando
la geografía se lo permite, por ejemplo, en el valle de Yizreel, creando una zona rica, llena de bosques
de Encinas, por esto se desarrolla la agricultura.
La montaña de Samaría y de Judá son, debido a su
altura y a la naturaleza del terreno, regiones ásperas
con vegetación más pobre, donde se cultiva la vid el
olivo y abundan los cipreses. La medida anual de
lluvias es de 600 mm anuales.
En el desierto de Judá la vegetación desaparece, el aire
se calienta y todo se reseca. En las cercanías del mar
Muerto no hay vegetación, ya que por estar debajo del
mar Mediterráneo no recibe los vientos húmedos y se
genera un sistema de alta presión que constituye uno
de los paisajes más desolados del planeta. Sin
embargo, hay algunos oasis naturales como Jericó.
La Galilea es de clima suave y paisaje verde por estar
expuesta a la influencia de los vientos mediterráneos.
La moderada altura de las colinas y el nivel del lago de
Genesaret no permiten el fenómeno de la
desertización.
El Négueb no se ve beneficiado por los vientos
costeros y por lo tanto es un enorme desierto que
parcialmente han podido transformar con actuales
técnicas de regadío.

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Unidad I: UBICACIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA


DENTRO DEL PLAN DE DIOS
VISIÓN DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA5
Para introducimos de alguna manera en al tema de la Escritura Sagrada, podemos considerar el
lugar que ocupa la misma en el mismo plan de Dios. El nuevo catecismo6 nos ayuda a ubicar en su
respectivo lugar a la Biblia. El tema viene tratado en la primera parte dedicada a la profesión de fe.
Antes de comenzar con el prolongado comentario al credo se nos dan algunos elementos para que
entendamos lo que es creer, los “personajes” que participan y los elementos que entran en juego
en ese proceso de la fe.
Así encontramos una sección que el CEC divide en tres grandes capítulos. Primero trata el tema del
hombre como “capaz de Dios” (cap. 1), o sea que se nos habla del “terreno” de la fe que es este
hombre concreto, abierto al misterio de Dios, que por su inteligencia y voluntad puede acceder al
reconocimiento de Dios y de sus obras.
A ese hombre que es así “Dios le saldrá al encuentro” (cap. 2). Aquí se señala la iniciativa de Dios
en orden a que el hombre entre en comunión con Él. La relación ya no se establece solamente
porque el hombre está hecho de tal manera que puede acercarse al misterio de Dios, sino que es el
mismo Señor el que abre su misterio al hombre, el que “comparte” lo suyo con el ser humano.
Frente a este acontecimiento el hombre puede cerrarse y no aceptar la propuesta divina o, por el
contrario, puede responder afirmativamente y reconocer al Dios que le sale al encuentro y le habla.
En este último caso tenemos la fe, como “respuesta del hombre a Dios” (cap. 3).
El tema de la Sagrada Escritura se ubica, dentro del CEC, en el segundo capítulo, ya que es de las
cosas con las que Dios ha salido y sale al encuentro del hombre. Por un lado, la Biblia no es fruto de
esa primera capacidad del hombre (cap. 1), ya que éste por sí mismo no puede escribir nada acerca
de Dios si Él primero no le dice algo y, por otro, tampoco pertenece al campo de la respuesta del
hombre (cap. 3) porque ante el Dios que le habla y le sale al encuentro, el hombre no le responde
con la Biblia. Ella no es una carta del hombre a Dios sino “una carta de Dios a los hombres” como
decía San Agustín de una manera tan hermosa.
Con esto, el Catecismo nos está diciendo que la Biblia está en el terreno de las cosas que tienen su
origen en Dios y que buscan como destinatarios al mismo hombre. Dios sale de sí para
comunicarse, para revelarse al nombre que ya era “capaz” de Él, pero que no era capaz de escribir
acertadamente acerca de Él. Un periodista, por ejemplo, es también capaz de hacer un artículo
sobre un acontecimiento grande y especialmente importante, pero no puede hacerlo efectivamente
hasta tanto ese acontecimiento ocurra o hasta tanto no entre en contacto con los testigos oculares
que le digan y lo informen acerca de ese acontecimiento.
Esto ya nos está poniendo no simplemente ante un libro cualquiera, sino ante el misterio de la
Sagrada Escritura, que viene de Dios, no de un modo mágico y extraordinario sino de una manera
muy original que la Iglesia logrará entender después de varios años de dar vueltas por el tema. Y
porque tiene este origen indudablemente tiene que ser tratado en un contexto de fe: “para

5
Será de mucha utilidad hacer una lectura previa de la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum
del Concilio Vaticano II (en adelante DV), mirar su estructura y definiciones más importantes.
6
Catecismo de la Iglesia Católica, firmado por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1992. En adelante CEC. Será importante
tener el Catecismo a mano para ver su estructura.

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comprender hay que creer y para creer hay que comprender” (P. Ricoeur). Podemos decir que resulta
una grandísima falta de respeto ir a la Sagrada Escritura sin esta advertencia fundamental. Querer
entrar en ese mundo sin darse cuenta que ella se gestó en el contexto del Dios que habló al hombre
para que éste le respondiese, es como renunciar a entenderla desde el inicio.
Todo esto nos ayudará a captar desde el arranque cuál es la intención del estudio bíblico y qué es
lo que tiene que ser considerado primero y qué lo que tiene que ser tratado en segundo lugar.
Porque generalmente vamos a la Biblia con ciertas pretensiones “utilitarias” en el sentido de querer
encontrar en ella el libro de las “recetas” de vida o de conductas, o un libro de moral que solamente
contiene preceptos y máximas que uno tiene la obligación de cumplir, o tal vez un “gran catecismo
sagrado” que nos presente de una manera resumida y abreviada lo que hay que creer y lo que hay
que hacer. O sea, nuestra mirada parece quedar prendida de la pregunta: ¿para qué me sirve la
Biblia? dejando de lado la primera y fundamental: ¿qué es la Sagrada Escritura? Vamos
directamente queriendo usarla sin tratar de interiorizamos primero de lo que ella es. Es una
mentalidad que aplicamos a muchas cosas, pero es una mentalidad que en más de una ocasión nos
hace quedar fuera de lo central, de lo fundamental, de lo esencial de cada cosa.
El CEC, al hablar de la Escritura, nos trae cinco apartados, que son:
I- Cristo, Palabra única de la Sagrada Escritura
II- Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura
III- El Espíritu Santo, intérprete de la Sagrada Escritura
IV- El canon de las Escrituras
V- La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia
Esto está como diciéndonos: “ustedes están muy preocupados por saber qué tienen que hacer o
para qué les sirve el texto sagrado, pero adviertan que no van a llegar a una solución real y verdadera
si primero no se detienen y disponen a comprender qué es la Biblia, quién ha hablado en ella, de
qué forma lo ha hecho, qué verdad es la que hay que buscar en ella, etc.” O sea, el CEC trata de que
nuestra mirada no se pierda ni entusiasme tan rápidamente con el apartado cinco sin antes
considerar los cuatro anteriores.

LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA


Un gran número de decepciones y deserciones en la lectura de la Biblia viene dado por este factor
de la falsa expectativa o del interés marcadamente utilitarista con el que nos disponemos a
abordar el texto sagrado. La queremos “usar” para nosotros, pero en el fondo no queremos
“introducimos” en su misterio. Y así puede suceder que tratando de encontrar una palabra de paz,
de bienestar, de calma, de sosiego, de tranquilidad abrimos al azar la Biblia y resulta que nos
encontramos, por ejemplo, con el libro de los Números que en el cap. 16 nos trae el episodio de la
rebelión de Coré y en donde YHWH7 hace que se abra la tierra para tragar a los rebeldes y por si eso
fuera poco, al final devora con el fuego a doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido el
incienso con ellos (vv. 31-35)… a pocos les puede traer paz este texto. O también, cosa no tan rara,
sucede que queremos curiosear un poco por ese “librito tan misterioso” como es el Apocalipsis y
resultan que de repente se nos vienen encima una tropa de caballos, un malón de bestias, un

7
Éstas son las cuatro letras (consonantes), trasliteradas desde el hebreo, que forman el nombre de Yahvé (nombre
propio del Dios de Israel - cf. Ex. 3,13-15), traducido en la versión del Libro del Pueblo de Dios como “El Señor” (se puede
leer la nota al pie de dicha edición de la Biblia). Como tal era una palabra que ningún judío pronunciaba, por lo que no
se sabe exactamente su fonética.

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montón de leones, cualquier cantidad de tigres de todos los colores, rayos, truenos, ruidos, sangre,
llantos, gritos, etc… cosas que no terminamos de entender.
Todas estas experiencias nos llevan prácticamente hacia el mismo final y tienen por lo general la
misma conclusión: cerramos ese libro “tan complicado”, tan indescifrable y postergamos su lectura.
Porque, por ahora, nos resulta más coherente, más ameno, más llevadero un libro en el que el
capítulo segundo tiene que ver y continúa rigurosamente el capítulo primero y en el que al final se
solucionan y tienen su desenlace todas las cosas que el autor planteó a lo largo de la obra. Eso es
mucho más fácil de comprender que este otro libro que se inicia relativamente bien con el relato de
la creación, de la salida de Egipto y del destierro, pero que, de repente y sin avisar, empieza a habla
de personajes que ya está sepultados y a repetir cosas que ya sucedieron y ya se contaron. Y por allí
sigue el recorrido de un personaje determinado y después lo deja para hablamos de estos “niños de
la guerra” que son los Macabeos. Y de golpe, sin presentación previa nos habla de las desgracias
que le ocurren a este hombre piadoso que se llama Job. Y cuando nos parece qué ahora sí
comenzamos a captar algo y que todo continuará con el relato de los hijos de Job y sus hazañas,
resulta que nos topamos con un libro que contiene una especie de cánticos de toda especie pero
que nada nos dice de los autores de esos “Salmos” ni de los lugares donde se entonaban. Y después,
cuando ya tenemos afinada la voz para entonar esas canciones, resulta que nos corta la inspiración
una obra que contiene una colección de “dichos” que la Biblia llama “Proverbios” y que nos habla
de varios temas: amistades, mujeres, vino. Y en medio de todo ese lío aparece un libro que nos
parece incompatible con la visión que el cristiano ha de tener de la vida porque parece sumamente
pesimista, para él “todo es vanidad” y en este mundo no vale la pena mover un solo dedo porque
en definitiva todo acaba de la misma manera. Y cuando esto ya nos está convenciendo llega un libro
presentándonos a un enamorado y apasionado que no deja de hablamos de su amada, aunque no
nos dice cómo se llama, y la describe comparándola con las “yeguas del carro del faraón”. Ella
también está loca detrás de él y le sigue el juego comparándolo con una “gacela” y “un joven
cervatillo”. Y cuando la película gana en colorido y emoción, se nos corta el relato y la palabra la
toma un “descolgado” que empieza a hablar de la sabiduría, de lo que ella significa, de las
condiciones para alcanzarla y poseerla, etc. Y así podríamos continuar esta cadena que nos irá
diciendo cada vez con mayor fuerza que no se puede entrar ingenuamente en ese universo de la
Sagrada Escritura, sin ningún tipo de elemento y de aviso que nos vaya haciendo como de lazarillo
en nuestro esfuerzo por penetrar en el mundo bíblico.
Por eso, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que estamos en presencia de un libro muy
particular que no se asimila en nada al “libro” que actualmente manejamos y que estamos
acostumbrados a leer. Este no es un “tomo”, un “volumen”, una obra que empieza y termina, un
“ensayo” sobre vida religiosa, un escrito sobre historia, un “manual” de ideas piadosas, una obra
literaria pareja en la que se contienen ideas, estilos y escritos más o menos homogéneos, más o
menos iguales. Aquí hay que abrir la mente y darse cuenta que uno está tratando con todo un
mundo muy particular que lo único que puede llegar a tener de común es esta pasión de Dios que
abre su misterio al hombre y elige, guía y salva a los hombres a través de un pueblo: ese es el
hecho fundamental con el que tiene que entrar en contacto quien se asoma al estudio bíblico. Pero
en torno a ese hecho fundamental, en torno a ese “núcleo” giran todos y cada uno de los renglones
de la Biblia que no dejan de decir, a su manera y con sus características, lo que Dios quiso revelar.

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LA BIBLIA, MEMORIA DOCUMENTAL DE UNA “FAMILIA”


La misma palabra “Biblia”, que viene del griego y es un plural, nos está indicando que aquí no
estamos situados frente a una unidad perfectamente articulada, sino que aquí hay “varios Libros”,
varias obras, como etimológicamente significa la palabra. Podríamos decir perfectamente que
estamos en presencia de una “biblioteca” compuesta por setenta y tres (73) libros distribuidos en
dos grandes bloques: la Antigua (46 libros) y la Nueva Alianza (27 libros).
Pero lo Interesante es que estos libros que componen esta “biblioteca” no se escribieron en un año
ni en dos ni en tres, como si fuese una obra en la que un autor determinado escribiera con la
conciencia de estar continuando la obra de un predecesor y preparando, a su vez, el terreno para
que un sucesor retomara lo dejado por él y continuara el libro. Aquí no ocurre nada de eso. Por el
contrario, estos setenta y tres libros se escribieron en el espacio de mil años y tuvieron distintos
autores, cada uno de los cuales escribía, muchas veces, sin tener en cuenta obras anteriores ni
posteriores. Para darnos una idea de cómo puede incidir esto en la composición de la Sagrada
Escritura pensemos en el modo de relatar una noticia en un periódico local de los años cincuenta
con el modo de relatar una noticia similar en el mismo periódico, pero en nuestros días. Si
comparamos uno y otro texto las diferencias saltaran a la vista y eso que en este ejemplo solo existe
una diferencia de medio siglo. Cuántas no serán las diferencias que podremos detectar en el
transcurso de mil años.
Por otro lado, cada uno de esos autores utilizó géneros literarios diversos y se dejaron guiar por la
ciencia que poseían en ese momento acerca de determinada verdad. Más todavía: escribían en
lugares distintos, para destinatarios distintos, con finalidades distintas.
Todo ello ha llevado a que un biblista conocido, Etienne Charpentier, para presentamos el misterio
de la Sagrada Escritura hiciera una comparación entre la Biblia y una caja de recuerdos en la que
una familia va archivando distintos tipos de documentos: fotografías, papeles, boletas, dibujos de
los hijos cuando niños, cartas, etc. Todo referido a la historia de esa familia. Aparentemente son
objetos comunes, de uso cotidiano. Pero lo que en realidad está allí guardado es toda una vida que
se ha hecho tangible, sensible y que ha quedado plasmada en cada uno da esos testimonios. Cada
elemento de esos que están allí ocupa su lugar dentro del gran conjunto y dentro de todo el
recorrido histórico de esa familia. La comparación realizada, por Charpentier nos permito señalar
varios aspectos:

Una vida condensada


Cada uno de esos documentos condensan un momento de vida ya pasado, algo que ya fue, pero
que de alguna manera permanece a través de ese papel, de esa foto o lo que sea. Y como, a través
de lo que estamos viendo, se nos está haciendo presente y se nos está dando la posibilidad de
refrescar lo que ya ocurrió y, por eso mismo entrar en sintonía con la alegría de un acontecimiento
feliz, con el buen recuerdo de aquellas vacaciones, con aquel momento en el que tuvimos que
ajustamos para comparar la casa, etc. (cuántas veces sucede que al contemplar una foto o al volver
a releer una carta o un documento, esbozamos una sonrisa o fruncimos el ceño porque lo que
estamos viendo nos hace como “revivir” algo de aquello que ocurrió en otro tiempo). Y aún aquellos
que no integran esa familia, al entrar en contado con los objetos que guarda esa caja pueden
comenzar a participar de lo que les ha ocurrido a otros.

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Biblia I Apuntes de clases

También los escritos de la Biblia, los distintos libros, cada una de sus páginas se nos presentan como
distintos elementos de una vida condensada, son momentos de historia pasada convertidos o
transportados al texto. Podemos detenemos en su estilo y tratar de comprender o estudiar su
vocabulario (así como de las fotos que están en la caja podemos analizar la calidad de su papel o el
desgaste sufrido por el paso del tiempo) pero lo que más nos interesa es que, gracias a ellos,
podemos “comulgar” con una historia real, con una vida riquísima y llena de acontecimientos de
toda especie. Eso que leemos ya fue, ya ocurrió, pero, de alguna manera ha quedado fijado allí, en
ese documento.

Una vida interpretada


Como a todos esos testimonios los contemplamos y los miramos después de mucho tiempo de
ocurridos los hechos, se nos permite hacer una especie de interpretación que no estábamos en
condiciones de realizar en el momento en que sucedían las cosas. Cuántas veces ocurre que nos
damos cuenta del verdadero sentido de un hecho, de una expresión, de una intervención después
de transcurrido cierto tiempo: “Ahora comprando que era mejor que sucediera tal cosa porque de
haber seguido como antes muy distinta sería mi suerte ahora”. De esa manera, un acontecimiento
que en su momento tenía un sentido incierto, un “por qué” y un “para qué” bastante oscuros
quedan clarificados con el transcurso de los años o con otro suceso ocurrido posteriormente (en
el orden vocacional es maravilloso comprobar cómo se cumple esto).
Si proyectamos esto al mundo de la Sagrada Escritura, podemos comprobar que quien entra en
contacto con ella, no entra en contado con páginas sueltas, con acontecimientos aislados y
desmarañados o con cosas que no tienen pie ni cabeza, sino con todo un plan, con toda una
pedagogía, toda una sabia disposición por la que cada cosa ocupa su lugar en vistas a algo y, en
definitiva, en vistas al Alguien. Pensemos, por ejemplo, en al caso del Cantar de los Cantares que,
aparentemente relata el “metejón” de dos muchachitos que se buscan, que se llaman, que se
“piropean”, etc. pero que, si trata de interpretarse sin referencia a lo que viene después, puede
pasar a la historia como una tierna novela y nada más. En cambio, si nosotros dejamos que Dios siga
revelándose y nos presente a su Hijo en el Nuevo Testamento y que éste Hijo establezca la Iglesia
sobre la fe de Pedro, nos daremos cuenta que lo que aparecía simplemente como un llamativo
romance amoroso no era sino el esbozo de este amor definitivo y eterno que sellaría las nupcias
entre Dios y su Esposa, la humanidad, entre Cristo y su amada la Iglesia, a quien vino a buscar y
amar.

Testimonio real de una historia real. No un reportaje “histórico”


Otro aspecto a destacar en el ejemplo que nos está ayudando a introducimos con mucho respeto y
amor en el mundo de la Sagrada Escritura es que una foto, una carta o algún otro documento que
se encuentre en esa caja nos ayudarán, sí, a enteramos o a refrescar lo sucedido hace un tiempo,
pero tanto si nos cuenta lo que pasó como si personalmente estamos reviviendo lo ocurrido a través
de ese testimonio que tenemos entre manos, habrá detalles que se nos van a escapar. No todo
queda grabado en nuestra memoria al modo como queda en una computadora. No todo se puede
recordar al detalle milimétrico, lo cual no puede transformarse en excusa como para llevamos a
afirmar que lo que estamos recordamos es falso o que en realidad no ocurrió. O sea, esto que
estamos diciendo nos obliga a realizar una distinción entre historia real e historia exacta. Para que
una historia sea real basta que haya ocurrido o esté ocurriendo en este momento. Para que una

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historia sea exacta tiene que haber ocurrido o estar ocurriendo de una determinada manera. Para
que sea no al solamente tiene que ser. Para que sea exacta, en cambio, tiene que ser “así”8.
La Sagrada Escritura nos presenta de continuo cosas reales, aunque tal vez no sean tan exactas en
sus detalles históricos. Pensemos, por ejemplo, el caso clásico de la creación en siete días: ¿fue así
exactamente? ¿esos días tenían veinticuatro horas como los nuestros? Y si las tenían ¿por qué Dios
destinaba un día entero para un acto que duraba unos pocos segundos? ¿Qué hacía en el resto de
la jomada? ¿Por qué y cómo pudo hacer la luz antes que el sol?9 ¿Cómo fue el diluvio? ¿Qué tamaño
habrá tenido el arca de Noé? Podríamos hacer una lista extensísima de cosas, de personajes, de
acontecimientos, de fechas, de detalles que aparecen en la Escritura y que muchas veces si uno se
zambulle en ellos con el ojo crítico de la exactitud histórica tendrá que preparase para quedar
defraudado en más de una oportunidad. Si uno va advertido con este criterio a los primeros
capítulos del Génesis, por ejemplo, reconocerá que allí están encerradas varias verdades
fundamentales, es decir cosas y afirmaciones reales que conviven con detalles que tal vez desde
el punto de vista histórico no sean estrictamente exactos.
En las interpretaciones demasiado literales de la Escritura que nos presentan ciertas corrientes
protestantes (o sectas) se nota frecuentemente demasiada preocupación por atender a ciertos
detalles y minuciosidades que no hacen al núcleo de la cuestión. Desde un solo aspecto, desde un
detalle quieren juzgar el todo, el vaso de agua es el punto de partida para interpretar a todo el mar.
Nosotros sabemos que es más bien el todo el que explica la parte, es toda la Escritura la que puede
iluminar un versículo, un párrafo, un elemento, un acontecimiento y no es ese versículo o ese
párrafo o ese elemento tomado aisladamente el que nos va a abrir el sentido de toda la Escritura.

Comprensión de cada elemento en su contexto: la densidad de una vida


Cada cosa que se guarda en esa caja ha nacido en un momento determinado, cada elemento se
entiende no con las categorías que manejamos actualmente y con los criterios que usamos al
presente sino tratando de reconocerla y ubicarla en el contexto preciso en que nació. Hoy tal vez
nos pueda parecer un tanto ridícula una carta que leemos allí o fuera de uso algunas expresiones
que se usaron entonces en la redacción o, como suele suceder, nos puede parecer, un tanto ridícula
la ropa que teníamos puesta cuando nos sacamos esas fotos. Pero tanto esas expresiones como esa
vestimenta cuadran perfectamente al ubicarlas en el momento en que se escribieron o se usaron.
La Escritura también contiene una cantidad de expresiones, costumbres, géneros literarios que se
utilizaban en el momento en que el autor sagrado componía su obra y que él supo conjugar para
dar a conocer un acontecimiento ocurrido al pueblo de Dios. Y si uno toma esas expresiones o esos
géneros literarios por separado sin tratar de ubicarlos en su lugar tendrá que perderse muchas
veces la oportunidad de entender el libro sagrado que está leyendo. Si consideramos nuevamente
el caso del libro del Cantar de los Cantares tratando de entenderlo con las categorías de nuestro
tiempo nos va a sonar a demasiado “cursi” y tal vez nos resulte más cercano a un artículo de la
revista “caras” que a un libro sagrado. Pero si uno se traslada al contexto de aquellas culturas

8
Podemos pensar también, a modo de ejemplo, en como cada uno de los cuatro hermanos de una familia contarían la
historia de la vida de su madre o de su padre. Los cuatro estarían contando una historia real, pero cada uno desde su
propia interpretación de los hechos, con su propia personalidad y estilo literario, con su juicio sobre la realidad, con lo
que otros le han contado, etc. Cf. LF 8-10: “… si queremos entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido, el
camino de los hombres creyentes, cuyo testimonio encontramos en primer lugar en el Antiguo Testamento.”
9
cf. Gn. 1,3 con 3,14

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orientales donde era muy común que se hicieran poemas de amor para una especie de ceremonias
matrimoniales y tiene en cuenta que Israel para ese entonces ya conocía la atribución del título de
“esposo” a este YHWH que buscaba con enloquecido amor a ese pueblo que se le perdía de
continuo, la “cursilería” comienza a dar paso a la piedad y a la fe, y las páginas del libro comienzan
a entenderse un poco más.

Muchos elementos, una sola realidad


Esta gran caja de recuerdo, a pesar de la variedad de cosas que contiene y de la complejidad de
hechos y acontecimientos que nos testimonian, sin embargo, entre todas esas cosas hay una
realidad común y aglutinante: la vida de una familia. Ese es el uno y el todo presente en cada uno
de los objetos presentes en esa caja de recuerdos.
Así también los textos bíblicos en sus variadas experiencias, en la riquísima gama de géneros
literarios, a través de sus innumerables palabras quiere decimos simplemente una sola cosa:
CRISTO. Esa es la Palabra a la que apuntan todas las palabras. Es la Palabra presente en cada página,
en cada hecho, en cada personaje de la Escritura Sagrada. Lo que lo precede (AT) es un adelanto y
una insinuación continua de su persona y de su misterio. Lo que le sigue (NT) no es sino un eco
continuo de lo que Él es y ha revelado.
Y todavía podemos decir que así como en esa caja lo que está unificando los distintos elementos
que allí se encuentran no es la caja misma sino todo ese núcleo familiar de quienes se nos habla en
esos documentos, así también la unidad de la Sagrada Escritura viene dada no por la reunión
material de los libros, no por la “encuadernación” que ha llevado a que estos diversos libros hoy
se encuentren juntos (esto sería tener una unidad meramente exterior) sino porque todo eso nos
habla, nos prepara, nos indica, nos sugiere, nos adelanta y nos refiere a Cristo.
¿Para qué Dios habla? Para pronunciar a su Hijo. Y cuando decimos Cristo decimos todo ese
misterio de Dios al encuentro del hombre, del Dios que “sale amorosamente al encuentro de sus
hijos para conversar con ellos” (DV 21), cuya realización definitiva está dada en el Verbo hecho
carne, el Dios hecho hombre en el cual el diálogo amoroso entre uno y otro llegó a su plenitud.

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UNIDAD II: LA SAGRADA ESCRITURA, PALABRA HUMANA Y PALABRA


DIVINA
EL MUNDO DE LA PALABRA HUMANA10
La profesión de fe cristiana sobre la Biblia no nos dice simplemente: “Dios habló en la Sagrada
Escritura” sino “Dios ha hablado en la Sagrada Escritura por medio de los hombres y de una forma
humana” (DV 12).
La historia de la Biblia es la historia de la Palabra de Dios a los hombres. Podríamos decir que el
AT y el NT no hacen sino describirnos el itinerario, el camino de la Palabra de Dios: crea el mundo
(Gn. 1), llama a Abraham (Gn. 12,1) y a Moisés (Ex. 3,7), suscita a los profetas (Os. 1,1; Jer. 2,1), toma
rostro humano en Jesús de Nazaret (Jn. 1,14), contribuye a la expansión de la Iglesia (Hch. 6,7),
regula el fin del universo y el comienzo del Mundo Nuevo (Ap. 19,11-13; 21,5-6).
Pero nunca nos encontramos con la Palabra de Dios directamente. Siempre llega a nosotros por
determinados hombres, siempre de una forma humana y en un lenguaje humano. De lo contrario
permaneceríamos “incomunicados”. El antiguo Israel vivía con cierta sorpresa y asombro el hecho
de haber “oído la voz de Dios en medio del fuego y desde lo alto del cielo” (Dt. 4,32-36). Y el nuevo
Israel no podrá menos que experimentar como una locura de amor de Dios esa iniciativa de querer
acercarse Él mismo, como “Palabra hecha carne” a la cual no solo se la puede oir, sino también ver
con los ojos y tocar con las manos (1 Jn. 1,1-4).
Este carácter auténticamente humano de la Escritura revela el profundo secreto de Dios que no es
otro que el de amar a los hombres al punto que llega a hablarle en su lenguaje y se comunica con
ellos haciéndose comprender con un modo de hablar que resulta accesible a todos los mortales.

El hablar humano
¿Qué significa que el hombre “hable”? o ¿para qué habla el hombre?
Podemos decir que el hablar nos permite ingresar en el universo humano porque nos da la
posibilidad de entrar en contacto con los demás seres de este mundo: el mundo exterior. Cuando
alguien habla está, de alguna manera, como sacando a las cosas de la nada, las está llamando a ser,
las está haciendo ingresar en la región de las cosas que son, para que no permanezcan como algo
inútil o sin sentido. El hecho más patente de lo que estamos diciendo ya lo encontramos en los
primeros días de la creación, cuando las cosas estaban allí creadas por Dios, pero podríamos decir
que no son seres totalmente reales mientras el hombre no les otorgue un nombre “porque las cosas
debían tener el nombre que el hombre le pusiese” (Gn. 2,19). Por esa imposición del nombre el
hombre pone orden en la creación y “se hace cargo” de la criatura que tiene delante, la pone “bajo
su cuidado” porque de ahora en adelante él es el “pastor” de los seres creados. A través de la palabra
el hombre penetra en el interior del mundo y con ella puede, además, conocerlo e interpretarlo.
En segundo término, por el hablar el hombre se afirma más en sí mismo, “toma posesión de sí
mismo”. El hablar lo pone en contacto con su mundo interior porque él habla de lo que piensa y
vive en su interior. Las palabras, a su vez, le ayudan a clarificar su interior que por momentos es
confuso, impreciso y muy variado (a todos nos ha pasado que en momentos de mayor confusión ha

10
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 1.

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sido una palabra la que nos ha hecho reaccionar y darnos cuenta de lo que ocurría). En una palabra,
hablando me voy dando cuenta de quien soy yo.
Finalmente podemos señalar también que la palabra permite al hombre realizar y mantener
relaciones personales, tanto con Dios como con el resto de los mortales, es decir, hace posible la
comunicación con el otro. Este es el aspecto más conocido en lo que hace a la función del lenguaje.
El hablar nos pone en relación y comunicación con alguien que puede entender lo que digo.

Las tres funciones del lenguaje


De lo dicho podemos deducir que las funciones de la palabra humana son tres: respecto al mundo
y a las cosas ella sirve para la información; respecto a uno mismo ella realiza la expresión y en
relación a los demás ella representa una llamada.
Estas tres funciones en nuestro lenguaje nunca se encuentran en estado puro (no decimos “ahora
voy a informar, a partir de aquí voy a expresarme y de aquí en adelante voy a ser una llamada”). Por
el contrario, las tres se encuentran siempre relacionadas y condicionadas, a tal punto que puede
suceder que dos personas nos digan exactamente lo mismo materialmente hablando, pero tal vez
susciten distintas respuestas o reacciones en nosotros -porque resultarán distintas las llamadas para
nosotros- y casi seguro también que nosotros vamos a percibir lo diferentes que son esas personas
por su modo de expresión. Resultará más que positivo tener en cuenta estas tres funciones del
lenguaje a la hora de querer entender e interpretar la palabra de Dios en la Biblia porque a
menudo empobrecemos su sentido creyendo que ella está solamente para cumplir la función de
informar, cuando en la realidad allí también se cumplen a la perfección las otras dos funciones: la
de expresar porque allí se está manifestando el que habla, que es Dios y la de llamar, porque Dios
no habla por el simple placer de lanzar su monólogo sino apelando, llamando, buscando la respuesta
de su interlocutor, el hombre.
La función de informar tal vez sea la más común, la más apropiada a la ciencia, a la didáctica, a la
historia. A través de la información nos enteramos de hechos, sucesos y cosas que han pasado y que
están ocurriendo. Aquí prevalece el sentido objetivo de la expresión (aunque no desaparezca del
todo la carga subjetiva con la que alguien pueda estar informando). En este tipo de lenguaje se apela
a fórmulas fijas y de uso común. En la Sagrada Escritura es posible rastrear el lenguaje informativo
en las obras y en los pasajes de tipo histórico. Citemos como casos típicos el Libro del Éxodo o de
los Reyes o los de las Crónicas.
En cuanto a la palabra como expresión decimos que toda persona al hablar se expresa, dice algo de
sí misma, aunque no hable en primera persona. No existe el hablar totalmente inexpresivo. Esto no
sería humano. Siempre que hablamos ponemos en actividad nuestro propio ser, salimos de nosotros
mismos, realizamos aunque más no sea un tímido desenmascaramiento de nuestra interioridad (los
enamorados se dan cuenta lo que cada uno siente por el otro porque en algún momento se dijeron
“te quiero”, es decir expresaron su amor hacia el otro por medio de la palabra, abrieron su interior
al otro a través del lenguaje). Pero existen situaciones en las que la dimensión expresiva aparece
especialmente usada: las exclamaciones con las que se dan a conocer personas alegres,
sorprendidas, miedosas, tristes, etc. Es el lenguaje especialmente usado en la lírica y en la poesía en
la que el poeta traslada su corazón a la tinta y a la estrofa. Así como en la expresión predominaba
el aspecto objetivo del lenguaje, aquí se destaca, por el contrario, la dimensión subjetiva del hablar.
En la Biblia podemos detectar este tipo de lenguaje, por ejemplo, en el libro de los Salmos, en el
Cantar de los Cantares, etc.

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En cuanto a la palabra como llamada decimos que el hombre puede hablar de las cosas del mundo,
pero no habla “al” mundo. La palabra humana es “búsqueda”, búsqueda del otro porque el hombre
al hablar manifiesta que él es ante todo relación. Nuevamente el recordar los primeros días de la
creación nos ayudará a entender esta función del lenguaje. Adán puede darle nombre a las
creaturas, pero aun así se encuentra como insatisfecho porque no encuentra un ser semejante con
quien comunicarse. No encontró en esas cosas “la ayuda adecuada”. Necesitaba alguien con quien
relacionarse, alguien con quien pudiera definitivamente ser (porque el hombre se hace “yo” en el
diálogo con el “tú”), necesitaba alguien con quien hablar. El hombre busca un “tu” que le sea
semejante (Gn. 2,18). El hombre vive para el encuentro con el otro, y para eso la palabra es el lazo
de unión por excelencia para todo intento de comunicación. En la Sagrada Escritura encontramos
esta función especialmente en ciertas formas literarias como la llamada, la vocación, la orden. En
este tipo de lenguaje podríamos decir que se destaca el aspecto intersubjetivo: la palabra que se
transforma en búsqueda y llamada de alguien distinto del que habla.
Es en el lenguaje de la amistad y el amor donde la triple función de la palabra encuentra su más
perfecta síntesis. En el encuentro amistoso con el otro, el amigo no teme realizar la tremenda fatiga
de liberar el secreto sentido de su ser. La objetividad de la información y la exacta precisión de los
términos pierden valor frente a las posibilidades que se abren a la expresión y la comunicación
interpersonal: medias palabras, alusiones, silencios, miradas pueden decir más que muchas palabras
exactas. La amistad constituye una exigencia de la vida… Así, como un amigo, nos habla Dios.

LA PALABRA AMISTOSA DE DIOS11

El lenguaje humano de la escritura según la DV


¿Cómo aparece reflejado todo esto en el Concilio? La Constitución Dogmática sobre la Divina
Revelación denominada “Dei Verbum” nos habla en varios pasajes de una manera clara acerca del
tema. Vamos a tratar de rastrear y comentar brevemente los conceptos más importantes.
“Quiso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad,
mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el
Espíritu Santo y se hacen participes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación,
Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para
invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se
realiza con hechos y palabras intrínsecamente unidos entre sí, de forma que las obras realizadas
por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados
por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido
en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por
la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación” (DV 2)
Se describe aquí la revelación de Dios dentro de los términos de la palabra y más en concreto en los
términos de un diálogo amistoso entre Dios y los hombres. Dios ha hablado a los hombres y ha
tomado el lenguaje humano de la amistad con una finalidad muy precisa: la de una comunión de
vida.

11
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 2.

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Por otro lado, queda bien subrayada la iniciativa divina: Dios quiso revelarse y se reveló. La
Revelación es, ante todo, una gracia. La palabra de Dios es una gracia.
También se aclara perfectamente cuál es el objeto y el contenido de la revelación: se reveló a Si
mismo. O sea que la revelación no nos da simplemente a conocer algo, sino a Alguien, al Dios
viviente en Cristo Jesús.
La expresión habla a los hombres como a amigos a algunos les pareció exagerada en su momento o
tal vez hubieran preferido que se dijera que les habla como a hijos. Sin despreciar esta última
posibilidad que, de hecho, la DV usa en varias ocasiones12, sin embargo, se dejó lo de amigos porque,
por un lado, esta palabra tiene connotaciones especiales de intimidad y comunionalidad, que
enriquecen la realidad filial (uno puede ser hijo pero no amigo de su padre) y, por otro, porque la
idea y la imagen es profundamente bíblica: En Ex. 33,11 leemos “El Señor hablaba con Moisés cara
a cara, lo mismo que un hombre habla con su amigo”. Notemos que en la comparación ya se resalta
el misterio de la condescendencia y del abajamiento de Dios porque allí Él es puesto al nivel de un
hombre. Aquí está presente la idea de que, para comunicarse, para revelarse al hombre, Dios optó
por asumir el lenguaje humano. La idea de los amigos vuelve a aparecer en un texto muy conocido
del NT, Jn. 15,14-15: “Ya no los llamo servidores porque el servidor ignora lo que hace su Señor; yo
los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre”. O sea que la prueba
grande de su amistad es que entre Él y nosotros ya no hay secreto ni reserva alguna.
Ha sido en la Biblia misma donde la Iglesia y, en concreto, el Concilio, ha recuperado el carácter
interpersonal, dinámico, dialógico, existencial y amical de la revelación de Dios. Hasta ese
momento predominaba una idea más bien estática de la cosa: Dios habló, Dios enseñó. El Concilio
quiere que completemos está idea recuperando estas categorías tan bíblicas que nos presentan su
revelación y, por ello, a la Escritura misma, como una iniciativa de amor que toma nuestro Dios
para salir a nuestro encuentro y entrar en diálogo con cada uno de los hombres a quienes
pretende hacerlos sus amigos. Dios no es sólo un Maestro que habla y enseña (función informativa
de la palabra), sino también Aquel que se expresa, que habla de sí mismo, que manifiesta a los
hombres su vida íntima (función expresiva) y que llama, convoca, interpela a los que habla para que
escuchen y respondan a su llamada (función de llamada).

Consecuencias para la lectura y compresión de la Sagrada Escritura


A) La Biblia no es reducible a mera función informativa. A la Sagrada Escritura no se la puede leer
reduciéndola a una lista de proposiciones frente a las cuales tenemos la libertad de asentir o
rechazar lo que allí se dice. No se pueden “extirpar” de ella todos los demás elementos que son
también lenguaje y palabra que no son “información”. Tenemos pasajes bíblicos para nada
reducibles a la función informativa, como, por ejemplo, Os. 11,1-9 y Rom. 7,14-25. Es cierto que, en
el caso del primero, de lo que se nos quiere “informar”, en definitiva, es del amor de Dios hacia su
pueblo. Pero no se puede negar que allí está el mismo Dios expresándose y mostrando todo su
corazón y, a la vez, impresionándonos, pinchándonos con esas quejas de su amor no correspondido
ni reconocido. Respecto al pasaje de la carta a los Romanos se puede afirmar igualmente que el
objeto del mismo va más allá de la mera información sobre un estado de ánimo por el que atraviesa
el Apóstol, sino que allí entramos en contacto con un texto que nos impresiona y nos conmueve
especialmente porque es toda una confesión del poder de la gracia obrando en el hombre y un

12
Por ejemplo, DV 21: “En los libros sagrados el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos
para conversar con ellos…”

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llamado a la confianza ilimitada en el poder de Dios que no nos deja librados a nuestra pobres y
escasas fuerzas humanas.
B) Primacía de la escucha. Si la revelación es palabra personal de Dios, si el centro de la Revelación
no es un conjunto de palabras y formulaciones abstractas sino una Persona que me habla, me busca,
me llama y me invita, entonces la palabra de Dios va dirigida ante todo a un oyente. La espiritualidad
bíblica es ante todo la espiritualidad de alguien que escucha a un interlocutor presente: “Escucha
Israel (Dt. 6,4 – Shemá Israel). Y aquí la escucha se hace con todo el ser. Todo el hombre, alma y
cuerpo, ha de permanecer en esta escucha. Escuchar es aquí la primera condición del diálogo. Y en
este diálogo entre Dios y los hombres no se nos pide solamente atención al mensaje sino a quien
profiere ese mensaje.
C) Lectura sapiencial. El fin de la lectura de la Biblia no es tanto el conocimiento científico de la
misma ni tampoco un conocimiento intelectual conceptualmente elaborado sino un conocimiento
vital, gustoso, que se saborea poniendo en juego todas las facultades del hombre y que desemboca
en la fe obediente. ¿De qué servirá un conocimiento de la Biblia que se pueda fundamentar
científicamente si no se ha sabido penetrar en su recinto más sagrado que es el corazón mismo de
Dios llamando a su amistad y comunión? Uno puede hacer un estudio profundo del “Martín Fierro”,
analizándolo desde el punto de vista literario, histórico y social sin entrar en amistad con José
Hernández. En cambio, si uno intenta hacer la misma experiencia con la Sagrada Escritura y no
termina reconociendo y rindiéndose ante Aquel que se expresa en esas páginas, sin duda que ha
dejado de lado el mejor de los caminos para entender definitivamente al libro sagrado.
D) El Magisterio de la Iglesia al servicio de la Palabra de Dios. Si redujésemos la revelación a pura
y simple expresión doctrinal (función informativa de la palabra) la enseñanza del Magisterio de la
Iglesia sería superior a la Palabra de Dios por el mero hecho de que la Iglesia en sus definiciones
expresa la verdad revelada mediante conceptos y formulaciones más precisas, más elaboradas que
las que encontramos en la Escritura (cuántas veces nos ha ocurrido que ante ciertas cuestiones que
se nos presentan y que queremos resolver o para las que queremos encontrar una respuesta nos
sentimos más “a gusto” con un texto del Magisterio de la Iglesia que con la lectura de la Biblia, en
la que se nos hace difícil encontrar la respuesta bien presentada). En este sentido la Biblia aparecerá
como un libro arcaico que utiliza expresiones pasadas de moda y tranquilamente podríamos
prescindir de ella.
Sin embargo, la Iglesia siempre ha sostenido la superioridad de la Palabra de Dios respecto del
Magisterio. Más aún siempre ha tenido en claro que “el magisterio está a su servicio” (DV 10). no
solamente por el hecho de que los enunciados dogmáticos no sean inspirados ni revelados, como sí
lo es la Palabra de Dios, sino también porque los enunciados dogmáticos tanto si se los considera
individualmente como si se los toma en su globalidad nunca podrán agotar el insondable misterio y
la inagotable riqueza que la Palabra de Dios posee por ser su misma palabra viva y personal. Por eso
mismo la Iglesia nunca dejará de ser una “oyente”, una “discípula” de la Escritura Sagrada.
Todas las formas de magisterio, incluso las más solemnes, no tienen otra función que la de hacer
visible y legible todo aquello que ya está presente en la Revelación y, por tanto, en la Escritura.
Estrictamente hablando podemos decir que el magisterio es la misma revelación expresada en un
lenguaje de enseñanza y exposición. Incluso sería legítimo sostener que lo único que hacen las
fórmulas del magisterio es remitirnos a algo distinto de lo que son, algo que las supera totalmente
y se halla situado en un plano superior: el de la revelación divina. Von Balthasar13 habla en este

13
Urs Von Balthasar, Gloria, Vol. 1, pág. 250

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sentido de la revelación como de la "forma primordial" de la que el Magisterio se alimenta y a la


que hace referencia continuamente.
Podemos concluir diciendo que el teólogo debe renunciar permanentemente a la pretensión de
encerrar el Misterio en fórmulas fijas. Por el contrario, debe reconocer que la plenitud del Misterio
desborda tanto la definición del teólogo, como la del magisterio, como, incluso, la de la misma
letra bíblica.

REVELACIÓN EN LA HISTORIA Y A TRAVÉS DE LA HISTORIA14

Historia y Revelación
El Dios de la revelación bíblica es un Dios que actúa. Para comunicarse no le basta la palabra, sino
que también se revela actuando. El Dios de la Biblia no es extraño al desarrollo de la historia. El
Concilio afirma que “la revelación se lleva a cabo por medio de hechos y palabras (gestis verbisque)
íntimamente relacionados; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez las palabras proclaman las
obras y explican su misterio” (DV 2).
La misma Escritura nos presenta las dos realidades íntimamente relacionadas. Antes de darle a
conocer los mandamientos (las diez palabras) en el Sinaí a su pueblo YHWH pronuncia su nombre;
“Yo soy YHWH” y agrega: “aquel que te ha sacado del país de Egipto” (Ex. 20,2). O sea que para
manifestar algo que podría decirlo simplemente con palabras se vale de lo que ha hecho en la
historia. Con lo cual se aclara, se ilumina y se refuerza lo dicho en el plano de la teoría (YHWH
quiere decir “el que está presente siempre”). Para entender la Revelación al pueblo de Israel es
esencial conocer la historia y descubrir a Dios actuando en la historia15.
Y si vamos al NT observamos el cuidado especial que han puesto los evangelistas en presentarnos
al Hijo de Dios, la Palabra hecha carne, pero no como una realidad caída del cielo y al margen del
tiempo sino como Aquel que ingresó en el tiempo y se metió en la historia y “compartió en todo
nuestra naturaleza humana, menos en el pecado” (cf. Hb. 4,15). San Mateo, por dar un ejemplo, no
ha querido comenzar su evangelio sin dejar bien aclarada la “generación de Jesucristo” (Mt. 1,1), o
sea quién es y de dónde viene, cuáles son las raíces históricas de este “hijo de David, hijo de
Abraham”. No podemos entender a el mesías, el Cristo, sin pensar en el Jesús histórico, que nació,
vivió, actuó, y murió en un contexto y en un tiempo determinado.
De esta manera podemos resumir:
1. La Revelación puede situarse en el tiempo y en el espacio, no es algo abstracto.
2. La Revelación se da a través de hechos concretos, no de verdades abstractas.
3. La Revelación engendra credibilidad a través de algunos acontecimientos (cf. Hch. 2,22).

Palabras y obras
La DV nos obliga a realizar la siguiente aclaración: decir que Dios se revela en la historia no equivale
a afirmar que la historia sea de forma automática, revelación de Dios. Porque de esa manera
conocer la historia significaría entrar en contacto, al mismo tiempo, con la revelación. Esa historia

14
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 3.
15
Se podría recorrer la historia veterotestamentaria y sus hechos y personajes centrales para descubrir esta afirmación:
Abraham, Moisés, Josué, David, Salomón, los profetas, el destierro, etc. Cf. Dt. 26,5-9, el “credo histórico”.

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necesita por ello, como bien lo proclama la DV, de “las palabras, que proclaman las obras y explican
su misterio”. De allí que resulte tan feliz la expresión gestis verbisque intrinsice inter se connexis
(“obras y palabras intrínsecamente relacionadas”). Todos sabemos que en el orden de las acciones
humanas se cumple perfectamente esto porque nadie puede interpretar a fondo el obrar del
prójimo, nadie puede llegar a conocer en plenitud sus intenciones y el sentido de lo que hace e,
incluso, con frecuencia se nos escapa el verdadero sentido de lo que nosotros mismos hacemos.
Podemos decir entonces que las acciones no bastan. El medio ordinario para salir de la ambigüedad
de las acciones es la palabra que las interpreta. Algo similar sucede en los sacramentos: la ablución
con el agua, por ejemplo, no produce por sí sola el bautismo, sino que necesita de la fórmula, de la
“palabra” que acompaña a ese rito, a ese “gesto”16.
Lo que nos dice el concilio sobre las obras y las palabras nos permite comprobar que, como ocurre
en la historia de los hombres, a veces la palabra precede al hecho y manifiesta la intención de lo
que uno va a realizar17, o también sucede a lo que ya ocurrió interpretándolo y dando su
significado18.
Teniendo en cuenta todo lo dicho al binomio: Dios habla-el hombre escucha tenemos que agregar
este otro: Dios obra-el hombre debe reconocerlo. El Salmo 111,2 dice: “Grandes son las obras del
Señor, dignas de estudio para los que las aman”. O sea que las obras también lo manifiestan y así
como sus palabras han de ser oídas, sus obras han de ser estudiadas, indagadas en profundidad.
Esto también explica la importancia que adquiere el contar y narrar las maravillas de Dios: “Lo que
hemos oído y que sabemos, lo que nuestros padres nos contaron, no se lo callaremos a nuestros
hijos; narraremos a la futura generación las alabanzas del Señor, su poder y las maravillas que Él ha
realizado” (Salmo 78,3-4).
El pueblo de Dios debe contar la historia del pasado, porque ella revela y compromete su presente
y su futuro. Olvidar y no recordar es considerado prácticamente un pecado gravísimo (cf. Salmo
106,7.13.21) y esto porque no se trata de un simple olvido e los hechos consignados en las crónicas,
sino de un olvido del mismo Dios, que se revela y nos salva interviniendo en la historia.

16
En este sentido el pensamiento bíblico no coincide para nada con la concepción perteneciente a la mentalidad griega
según la cual la verdad y la esencia de las cosas es irreductible al orden de la existencia, de los hechos y de la historia.
La verdad debe buscarse más bien por el camino de la abstracción. Al griego la Biblia le parecerá recargada de cosas
particulares, de personajes, de hechos históricos, siendo que la verdad es universal. En la Escritura se encuentran
demasiadas cosas contingentes, mientras que la verdad para ellos es necesaria. Demasiada geografía, siendo que la
verdad se encuentra fuera del espacio. El griego reflexiona sobre una teoría, el judeocristiano obedece a la verdad que
acontece y que le viene propuesta e interpretada para que él la realice. Por ello la revelación bíblica llama a la obediencia
más que a la reflexión.
17
Por ejemplo, la predicción (2 Re. 19,32-37), la llamada y misión (Gn. 12,1), el mandato (Os. 3,1-5).
18
Por ejemplo, la proclamación (Dt. 26, 5-10), la meditación (Sal. 137) y, sobre todo, la narración. Esta última implica,
de alguna manera, una interpretación. No es simple crónica puramente “objetiva” porque en la medida en que uno
selecciona los hechos para contar los que le parecen más importantes primero y los secundarios después, en la medida
en que pone más énfasis en una expresión que en otra, en la medida en que destaca detalles que para otros pasan
desapercibidos, va narrando y al mismo tiempo va interpretando los hechos ocurridos (nos ocurre a todos en el hablar
cotidiano).

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Unidad III: HISTORIA DE LA PUESTA POR ESCRITO DE LOS LIBROS


SAGRADOS19
LA BIBLIA, MEMORIA ESCRITA DEL PUEBLO DE DIOS
Ningún pueblo comienza su historia escribiendo libros. Primero se vive y después se escribe para
recordar y transmitir aquello que se ha vivido, ofreciéndolo como lección a las generaciones
futuras. Los libros son como la “memoria” de los pueblos. Así, tanto el antiguo como el nuevo Israel
han fijado su historia y su experiencia en una memoria escrita: la Biblia. Ella no es un libro caído
del cielo a la manera como conciben los musulmanes el origen del Coram, que le fue dictado a
Mahoma por un ángel de principio a fin y que coincide en todo con un arquetipo celestial llamado
“tabla guardada”.
Esta concepción no es compatible con el modo de nacimiento de nuestro libro sagrado que fue
escrito por varias decenas de autores, hombres verdaderos (inspirados por Dios), algunos
conocidos y la mayoría desconocidos que a lo largo de más de diez siglos trataron de llevar a la
escritura lo que Dios les inspiraba. Pero sus escritos no eran ajenos a lo que el pueblo de Dios
estaba viviendo en el momento en el que ellos hacían su trabajo. Más aún podemos hacer un breve
recorrido de los grandes pasos de la historia de la salvación y analizar cómo se dio una verdadera y
permanente interrelación entre los distintos acontecimientos vividos y los distintos libros 20.

Formación del Antiguo Testamento21


1) De Abraham a Moisés: Todo comenzó con la peregrinación de Abraham desde Ur hasta Canaán.
En el siglo XIX-XVIII antes de Cristo se hizo común este tipo de movimientos entre los clanes
seminómadas de la Mesopotamia. Pero nosotros sabemos que la marcha de Abraham obedeció al
llamado recibido de Dios (Gn. 12,1ss). Toda esta historia patriarcal de Abraham, Isaac y Jacob es
contada y transmitida oralmente de padres a hijos para que todos vayan aprendiendo la gran
lección de que su vida y su historia están en las manos de Dios, dirigida por Él hacia un futuro que
interesa a toda la familia humana. Estas tradiciones orales, que encontrarán definitiva redacción en
el libro del Génesis, constituyen la etapa más primitiva de la formación del AT.
La familia de Jacob se traslada de Canaán a Egipto donde se encuentra su hijo José (siglo XVIII-XVII
a.C.). Sobreviene un largo tiempo de silencio que ocupará varios siglos hasta que lleguen al poder
nuevos faraones que condenarán a la esclavitud a los extranjeros descendientes de Jacob. Estamos
ya en el siglo XIII a.C. Se da entonces un nuevo llamado. Esta vez recae sobre Moisés a quien se le

19
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 5. Vale a aclarar que el autor (en 1985) se atiene, para explicar la puesta por
escrito de los Libros Sagrados, a las hipótesis tradicionales sobre el tema (tanto para el AT como para el NT), si bien
podemos encontrar, en la teología actual, otras teorías que tratan de dar respuesta a las mismas preguntas.
Exactamente como se dio el desarrollo de la escritura bíblica no llegamos a saberlo.
20
La cultura y el momento histórico en que se vive influye en la puesta por escrito de los libros, tanto desde la
interpretación de los hechos, como en el género literario utilizado, la forma de escribir, etc.
21
Para comprender la puesta por escrito de los Libros Sagrados debemos necesariamente conocer la historia del
pueblo, ya que la Sagrada Escritura es la narración de la fe histórica del mismo. Profundizar en la Historia de la Salvación
daría para toda una materia, por lo cual nos es imposible, dado el alcance de este curso. Pero en estos puntos
intentaremos dar un pantallazo general sobre el tema, para poder ir entendiendo el desarrollo del proceso de
formación. Si se quiere profundizar en los libros y la historia: RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia:
Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San Benito, 2013. 1° ed. Capítulos 5 al 15 de la PRIMERA PARTE.
CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Antiguo Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989.

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encomienda encabezar un nuevo traslado, un nuevo éxodo. Siguen creciendo esas historias que se
comentaban a las nuevas generaciones. Ahora indudablemente el hecho de haber podido atravesar
a pie el Mar Rojo y dejar atrás la esclavitud ocupará el grueso de la narración. Por otro lado, el Dios
de los padres ha roto su silencio y ha revelado su nombre: YHWH, o sea “el que es, el que está
presente siempre”. De ese modo ha trazado un puente que une lo pasado con lo presente porque
el Dios de Moisés es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Moisés guía a los liberados hasta el monte Sinaí donde el pueblo entero vivirá una experiencia
especialmente fuerte: oirá la voz de su Dios y sellará con él un pacto de alianza (“berit”). Este pacto
se realiza a través de un documento escrito por el que Dios se compromete a ser “el Dios de Israel”
y el pueblo promete ser “el pueblo de Dios”. En el corazón de esta alianza se encuentra lo que tanto
venerará Israel: la Tora (la ley). Todo esto constituirá el eje de la obra que pasará a la historia como
el libro del Éxodo. Moisés muere en el monte Nebo, frente a Jericó. El gran caudillo tiene que
conformarse con ver la tierra desde lejos, pero sin poder entrar (Dt. 34). Hasta este momento no
hay nada escrito (o muy poco), todo es tradición oral.
2) De Josué a Salomón: Josué continúa a Moisés. Después de pasar el río Jordán conquista Canaán.
Estamos aproximadamente entre los años 1220 y 1200 a.C. Los episodios de la conquista irán a parar
al libro de Josué y algunos hechos de menor relevancia se ubicarán en el libro de los Jueces. Ha
cambiado la situación del pueblo ya que se ha sedentarizado y esto llevará al desarrollo y
explicitación de la ley fundamental dada por Moisés en el Sinaí.
En el S. XI llegará la monarquía y, a partir de ese momento, se podrá contar con documentos
extrabíblicos que irán confirmando los datos que luego encontraremos en el libro sagrado. Saúl es
el primer rey (1030-1010 aprox.). Lo sucede David (1010-970), quien conquista Jerusalén y la
convierte en la capital del reino. Llega después Salomón (970-931), que construye el famoso templo
y favorece el desarrollo cultural de Israel. Entre otras medidas el Estado creará sus propios archivos
con lo que esto significa para la historia. Todo lo relacionado con estos tres reinados se volcará luego
en los dos libros de Samuel y en 1 Reyes caps. 1-11.
A finales del reinado de Salomón localizamos al primero de los narradores del AT: el yahvista (J)22,
llamado así porque el Dios de la creación lleva el nombre de YHWH. Este “autor”, sobre la base de
tradiciones orales antiguas y algunos fragmentos aislados puestos ya por escrito y haciendo una
relectura crítica de los mitos cosmogónicos de las culturas circundantes, elabora una pequeña
“historia de salvación” que parte de la creación, pasa por la historia de los patriarcas y de Moisés y
llega hasta la entrada en la tierra de Canaán. Un siglo más tarde otro “autor”, llamado Elohista, de
Elohim, nombre dado a Dios en sus narraciones, realizará un intento similar que abarcará desde
Abraham hasta Josué.
En la época de David se inicia la composición del libro de los Salmos y también en los ambientes
reales verá la luz la parte más antigua del libro de los Proverbios (caps. 10-29) que será completado
al regreso del exilio de Babilonia.
Con la muerte de Salomón el reino se divide en dos: el del norte, con capital en Samaría que durará
aproximadamente dos siglos (del 931 al 721) y el del Sur, con capital en Jerusalén y que durará hasta
el año 587, fecha en que Jerusalén es asediada por Nabucodonosor y es destruida. Sus habitantes
irán a Babilonia.

22
Se supone que hay cuatro “narradores” principales de los libros históricos del AT: el Yahvista (J), el Elohista (E), el
Deuteromista (D), el Sacerdotal (P).

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3) Los profetas pre-exílicos: Sobre las dos zonas en que había quedado dividido el reino velaron
hombres de Dios que hacían llegar de parte del Altísimo su llamado a la conversión y a la fidelidad
al pacto sellado en el Sinaí. Amenazan y lanzan al pueblo un “ultimátum”.
Elías y Eliseo, profetas que no escribieron, predicaron en el norte. De lo que ellos hicieron nos dan
noticia el libro primero y segundo de los Reyes.
A partir del S.VIII encontramos a los profetas escritores. Al norte Amos y Oseas, al sur Isaías (caps.1-
39) y Jeremías entre los profetas “mayores”; Miqueas, Sofonías, Nahum y Habacuc entre los
“menores”. En general los libros actuales de estos profetas son obra de discípulos y redactores, que
fueron reuniendo los oráculos del profeta maestro.
A lo largo del S.VII se pone por escrito la parte central del actual Deuteronomio. La idea central es
la de la alianza, don gratuito de Dios y, al mismo tiempo, llamada a la fidelidad responsable por parte
de Israel. Más adelante comenzará a escribirse la llamada obra deuteronomista que abarca los libros
de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes.
4) El exilio en Babilonia: el exilio constituye la más grave crisis de la historia de Israel. Esos cincuenta
años de destierro significaron una reconciliación con la memoria del pasado. Allí Israel se vuelve
más escritor que nunca.
Los círculos sacerdotales, sobre la base de las antiguas tradiciones yahvista y elohista (esta última
emigrada al sur después de la caída de Samaría en el 721 y refundida con la yahvista) vuelven a
escribir en el destierro la antigua historia de la creación hasta la muerte de Moisés. Se la llamó
tradición sacerdotal (su sigla es P: “Priesterkodex”). Este documento muestra un marcado interés
por el sábado, la circuncisión, la pascua, cuya observancia era posible a los que estaban en situación
de destierro y, a su vez, salvaguardaba su identidad como pueblo de YWHW. Recopilan una cantidad
considerable de leyes sobre todo de tipo cultual: el tabernáculo del desierto, por ejemplo, se
describe como si se tratase del lejano templo destruido.
Los círculos sacerdotales son asistidos y mantenidos por un profeta: Ezequiel, quien va a describir
tanto el destierro como el regreso del mismo con términos cultuales: la gloria de Dios abandona el
templo y la ciudad de Jerusalén (Ez. 10,18ss.) y el regreso de la misma al lugar de donde se había
marchado (Ez. 43,1ss.). Cuando la esperanza del regreso renazca surgirá otro profeta: el Deutero
Isaías (llamado así porque sus oráculos fueron incorporados al libro de Isaías: caps.40-55) que canta
la inminente vuelta de Israel a su patria. Estamos alrededor del año 540.
Al final del destierro aparecen las Lamentaciones llamadas “de Jeremías” que evocan el dolor y el
arrepentimiento de Israel ante las ruinas de la ciudad santa.
5) Período del judaísmo: La vuelta de los exiliados se produce en el 538 (reino del sur). La
restauración política y religiosa será muy lenta. Transcurrirán varias decenas de años antes de que
se reconstruya el templo. El nuevo no tendrá nada del esplendor del antiguo, de allí el lamento
generalizado de los viejos (cf. Esd. 3,12-13).
Aunque se reedifiquen las murallas y los muros externos la independencia política nunca más
volverá. De allí que para permanecer fiel a sí mismo el pueblo tendrá que buscar su identidad en
otras bases. Es por eso que al regresar del exilio Israel se vuelve una comunidad eminentemente
religiosa. Así nació lo que se denomina el judaísmo23. La nueva comunidad se organiza en torno al
gobernador Nehemías y al sacerdote y escriba Esdras (S.V a.C.). No falta la ayuda de algunos profetas

23
Por judaísmo entendemos la religión y la cultura del pueblo hebreo tal como llegaron a definirse desde la época post-
exílica hasta el surgimiento del cristianismo y que tuvieron sus pilares en la Ley, el Templo y la espera escatológica.

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como Ageo, Zacarías, el Trito Isaías (caps. 56-66), Abdías, Joel, Malaquías, el Deutero Zacarías (caps.
9-14).
Este es el período en el que la mayor parte de los libros del AT recibe su redacción definitiva
porque el libro sagrado constituirá también un elemento aglutinante para Israel. Se produce, por
ejemplo, la fusión de las cuatro tradiciones existentes (J, E, D y P) quedando así configurado el
llamado Pentateuco (“cinco rollos”): Gn., Ex., Num., Lv., Dt. A finales del S.V nace la llamada obra
del Cronista: 1 y 2 Cron., Esd. y Neh. y que abarca, como complejo literario, el período más largo de
la historia sagrada ya que va desde la creación hasta la reconstrucción del Templo. Además de hacer
historia, la intención de este autor es buscar los fundamentos de la vida judaica (ley, instituciones,
esperanza mesiánica, etc).
Después del exilio se desarrolla la literatura sapiencial, la recopilación de los Salmos y de los
Proverbios se completan. Luego llegan los libros de Job, Eclesiastés, Cantar de los Cantares,
Eclesiástico (Sirácida). Es bueno aclarar que el libro de la Sabiduría será el último del AT en
componerse (alrededor del 50 a.C.).
Junto al género sapiencial surgirá el llamado género midrash que consiste en una libre utilización
de la tradición y de los datos de la historia antigua, con el fin de edificar e instruir para la vida.
Ejemplos de este género son los libros de Tobías, Ester, Judit, Jonás, Rut (llama la atención en estas
obras la exaltación de ciertas virtudes propuestas como ejemplos a imitar).
6) Helenismo: El judaísmo tendrá que soportar una última resistencia frente al helenismo (fusión de
la cultura griega con la de las naciones que se iban conquistando). El rey de Siria, Antíoco IV Epifanio,
desata una violentísima persecución que provocará la reacción de los Macabeos (167-135 a.C.),
testimonios de estos hechos ocurridos podemos encontrar en el 1 y 2 Mac. Además, estos tiempos
de crisis y persecución son propicios para la literatura apocalíptica que trata de ampliar las
posibilidades y los horizontes más allá de la historia que se está viviendo. Un ejemplo claro de esta
literatura lo ofrece la segunda parte del libro de Daniel (caps. 7-12) que muestra el triunfo de Dios
sobre los enemigos de Israel.

Intertestamento
Entre el último libro del AT, la Sabiduría, escrito alrededor del año 50 a.C. y el primero del NT, carta
a los Tesalonicenses, redactado cerca del 51 de nuestra era, se dan cien años en los que no ubicamos
ningún libro de la Escritura. Casualmente este es el siglo en el que nació y vivió el Señor. Florece en
este período, llamado por algunos “Intertestamento”, una variada literatura. Por un lado, tenemos
los escritos judíos de gran influencia apocalíptica: Libro de Henoc, La Asunción de Moisés, El
Apocalipsis de Elías. También ubicamos los escritos de Qumram descubiertos en 1947. Encontramos
también por este tiempo a los llamados targumes: traducciones parafraseadas del hebreo al arameo
para que se puedan entender las Escrituras. De estos libros es la conocida frase: “donde hay varios
reunidos para estudiar la ley, allí está la Shekinah (santa presencia de Dios) en medio de ellos” (cf.
Mt. 18,20).
En general se nota que esta literatura acentúa mucho la esperanza en los últimos tiempos en los
cuales Dios establecería su Reino. Así entendemos mejor que una de las primeras afirmaciones de
Jesús sea: “Ha llegado a vosotros el Reino de Dios”.

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Formación del Nuevo testamento24


1) Jesús de Nazaret: Parece una irreverencia comenzar hablando del NT sin nombrar al hecho
fundamental que lo distingue y destaca como es la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de
Dios, culmen de toda la Escritura. Sin embargo, el Señor no ha escrito nada ni tampoco tuvo a su
lado un “reportero” que fuera registrando hecho por hecho y palabra por palabra lo que iba
haciendo y diciendo. Tendremos que esperar más bien la era apostólica para encontrar los primeros
escritos de la nueva y definitiva Alianza. Jesús anunció el Reino con sus palabras y obras (Cf. Mc.
1,15), formó la comunidad de discípulos, murió y confirmó con su resurrección sus palabras.
2) La predicación y de los apóstoles y los escritos de San Pablo: Al comienzo la predicación de los
apóstoles fue solamente oral (a tal punto que al comienzo para ellos la “Sagrada Escritura” era
solamente el AT), el órgano transmisor del mensaje es la Iglesia, jerárquicamente estructurada en
torno a los doce apóstoles y a Pedro, unidos a la tradición viva25.
Pero los primeros escritos no tardaron en llegar. Los primeros testimonios que aparecen son los del
apóstol San Pablo quien dirige diversas cartas a las comunidades por él fundadas. Entre los años 50
y 60 aparecen las dos cartas a los Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios, a los Filipenses, Gálatas y Romanos.
Entre los años 61 y 63 surgen las cartas llamadas “de la cautividad” por ser escritas mientras está
prisionero en Roma: Colosenses, Efesios y Filemón. La última serie de cartas tiene como destinatarios
a personas particulares, sus discípulos Timoteo, a quien escribe dos cartas, y Tito. Nos encontramos
entre los años 63 y 67.
Todas las cartas constituyen un hermoso testimonio del nacimiento y crecimiento de las
comunidades cristianas: muestran sus esperanzas, sus éxitos, sus conflictos internos y externos.
La carta a los Hebreos es obra de un discípulo de San Pablo y fue escrita antes de la destrucción de
Jerusalén del año 70 (hay varios detalles que revelan esta falsa autoría atribuida a San Pablo: el
encabezamiento, el tema desarrollado, el lenguaje, etc., todo lo cual lleva a la conclusión que ni es
una carta, ni es de Pablo, ni es a los hebreos). Desarrolla la tesis de la universal mediación sacerdotal
de Cristo y anima a los cristianos tentados de apostasía.
3) los evangelios sinópticos: de sin (con) y orao (ver). La fundamental conformidad de contenido de
estos tres evangelios (Mt., Mc. y Lc.) se explica gracias a la existencia de una común tradición oral,
homogénea y bien estructurada que ha precedido a la puesta por escrito de los evangelios. También
hay dependencias de fuentes escritas comunes e, incluso, Mt. y Lc. utilizan como fuente común el
evangelio de Mc. Las diferencias se deben, bien a las distintas personalidades de los evangelistas,
bien a los destinatarios diversos para quienes escriben su evangelio.
El Evangelio de Mc. está dirigido a los cristianos provenientes del paganismo por eso es que tiene
un lenguaje narrativo popular que quiere poner al lector en contacto inmediato con los hechos. Se
propone presentar progresivamente el misterio de “Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc. 1,1. cf. con 8,29 y

24
Lo que se dijo para el AT vale para el NT. Sobre la formación de los evangelios hay varias hipótesis. En este punto se
presenta la más aceptada hoy en día, la tradicional, pero algunos autores proponen otras, en general, más complejas.
Por la finalidad del curso, creo que es suficiente adentrarnos en la que se propone aquí.
De igual forma aclaro que no se intenta dar un desarrollo de cada libro bíblico nombrado (finalidad de otras materias
de los años posteriores del IACS), sino una mera contextualización histórica que nos ayude a ubicarnos espacio
temporalmente y entender la puesta por escrito de los Libros Sagrados. Si se desea profundizar en el tema: RIVAS, Luis
Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San Benito, 2013. 1°
ed. Capítulos 1 al 10 de la SEGUNDA PARTE. CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Nuevo Testamento. Navarra, Verbo
Divino, 1989.
25
Los primeros capítulos del libro de los Hechos de los apóstoles dejan patente esta realidad.

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15,39). Se ha hablado de este evangelio como el evangelio del catecúmeno porque va gradualmente
introduciendo y guiando al que no cree por un camino de fe.
El evangelio de Mt. está escrito para los judeo-cristianos y presenta a Jesús como el Mesías
anunciado por las escrituras: es el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, afirmación que abre y cierra
su evangelio (Mt. 1,23 y 28,20). Convencido de que el verdadero judío es el que se hace cristiano y
entra en la Ekklesía, es el único que pone en la boca de Jesús esta palabra (Mt. 16,18 y 18,17). Como
sabe que sus oyentes tienen un manejo bastante fácil de la Escritura, continuamente está haciendo
referencia “a lo que está escrito” o “para que se cumpliera la Escritura”. El de Mt. es llamado el
evangelio del catequista.
San Lucas se caracteriza por realizar su obra en dos tiempos: el Evangelio que desarrolla la historia
de Jesús y los Hechos de los Apóstoles que nos presenta la historia de la Iglesia (cf. Hch. 1,1). Escribe
para que los cristianos comprendan la solidez de su fe (Lc. 1,4). A su vez nos presenta el Evangelio
de la misericordia (es el único que nos presenta la parábola del "hijo pródigo"). Tal vez podríamos
decir que es el evangelio del cristiano que tiene que dar testimonio en el mundo.
Es interesante notar cómo el libro de los Hechos es una obra que queda abierta porque concluye
con la imagen de Pablo que está encadenado en Roma (Hch. 28,16-20) pero a su vez enseña las
cosas del Reino con toda libertad y sin impedimento alguno (Hch. 28,31). Esta será la realidad
permanente de la Iglesia en el mundo.
4) las epístolas católicas: Otros escritos apostólicos (Santiago; 1 y 2 Pedro; 1,2 y 3 Juan; Judas) se
agruparon bajo la denominación de “epístolas católicas” (esta denominación data del S. IV). Su
nombre se debe a que no estaban destinadas como tal a una comunidad determinada sino a los
cristianos en general. Son más bien, mensajes en forma de carta, escritos por apóstoles o por
hombres de su círculo íntimo. En su contenido encontramos enseñanzas que todo creyente tiene
que tener en cuenta: la fe vivificada por las obras (Santiago), los falsos doctores están ya juzgados
(Judas), estar preparados para dar razón de nuestra esperanza (1 Pedro), vivir en la espera del día
del Señor (2 Pedro), vivir en el amor y amar en la verdad (1, 2 y 3 de Juan).
5) los escritos de Juan: Cierra la colección del NT la colección joanea. Además de las cartas ya
mencionadas la tradición cristiana ha atribuido desde los orígenes el cuarto evangelio al apóstol
Juan, un escrito que ha sido madurado lentamente y que incluso evidencia varias redacciones que
no han hecho perder la impronta del autor principal (cf. 20,30-31 que marca un final con 21,1ss. que
marca otro comienzo y con 24-25 que señala el epílogo definitivo). El cuarto evangelio tuvo una
tradición paralela pero independiente a la de los sinópticos. Incluso el tiempo transcurrido le
permite realizar y presentar una reflexión más madura sobre la persona de Cristo (de allí que se lo
identifique con el “águila”: el que vuela más alto). Nunca deja de presentar al Cristo humano, pero
siempre desde una perspectiva del misterio que mueve a la fe (cf. Jn. 2,11). En Juan, Cristo está
pendiente de “la hora” (2,4; 7,30; 8,20; 12,23.27; 13,1; 17,1). Es la hora de la gloria, de su vuelta al
Padre (12,23.27; 13,1 y 17,1, lo mencionan explícitamente).
En Juan uno se ve invitado a entrar en un drama caracterizado por las antinomias “luz-tinieblas” (Jn.
3,20-21; Jn. 13,30), “nacimiento de la carne-nacimiento del Espíritu” (Jn. 3, 5-6), “ser juzgado-no ser
juzgado” (Jn. 3,18), “esclavitud-libertad” (Jn. 8,31-35). Jesús en realidad llega para el juicio, es decir,
para el discernimiento, para la separación: el que lo recibe y cree en Él se salva y el que no cree ya
está condenado. En una palabra, Cristo obliga al hombre a definirse, a salir de su indiferencia y optar
(Jn. 3,19).

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Biblia I Apuntes de clases

Finalmente, el Apocalipsis atribuido a Juan (Ap. 1,1.4; 22,8), aunque no sería del todo desacertado
pensar en un discípulo suyo, es un libro profético escrito en un lenguaje simbólico misterioso y que
intenta despertar la conciencia de la Iglesia en los tiempos de las persecuciones que sufrían los
cristianos. En el ambiente de una asamblea litúrgica, uno lee y los demás escuchan (cf. Ap. 1,3), la
Iglesia es llamada a la conversión y a la purificación. Así purificada la Iglesia podrá comprender “las
cosas que deben suceder” (Ap. 4,1) y cuál es su destino dentro de la historia de salvación. La Iglesia
peregrina por el mundo en un perpetuo itinerario pascual, camina hacia la Jerusalén celestial, la
Nueva Jerusalén, la ciudad de Dios y de los hombres (Ap. 21,11).

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Unidad IV: EL LENGUAJE HUMANO DE LA BIBLIA


Hemos insistido ya en la idea de que la Biblia es la memoria escrita del Antiguo y del Nuevo Israel,
caminando a través del tiempo y de la historia, y como tal es también palabra humana. Por eso en
ella podemos encontrar limitaciones científicas, imperfecciones, lagunas, inexactitudes cronológicas
o topográficas, etc. Esta característica de ser palabra humana no ha sido “absorbida” por la Palabra
de Dios, sino que ha sido “asumida” por ella. No encontramos la Palabra de Dios si no es tocando
y atravesando todo el espesor de la palabra humana. Hagamos un desarrollo, entonces, del lenguaje
humano que utiliza la Sagrada Escritura.

LAS LENGUAS DE LA BIBLIA26


Como hemos mencionado en la unidad introductoria, la Biblia ha sido escrita en tres lenguas:
hebreo, arameo y griego. En hebreo fue escrito casi todo el AT. Algunas partes fueron escritas en
arameo: pasajes del libro de Esdras y de Daniel. En griego fueron escritos originariamente el libro
de la Sabiduría y 2 Macabeos. El libro del Eclesiástico representa un caso particular ya que es una
traducción griega de un original en hebreo (cf. el prólogo 15-26). Hay algunos libros que
originalmente fueron escritos en hebreo, pero como se han extraviado nos han llegado en antiguas
versiones griegas (1 Macabeos, Judit, Tobías). Todo el NT fue escrito en griego.
La lengua no es solamente un conjunto determinado de signos convencionales que utiliza un grupo
social con vistas a la comunicación. Es sobre todo un modo de interpretar la realidad y que
caracteriza el modo de ser de un pueblo. Refleja y supone una determinada actitud ante el mundo
y la realidad. Un modo de hablar en este sentido es, al mismo tiempo, un modo de ser. Esto no quita
que entre hombres de diversas lenguas sea posible la comunicación porque el espíritu humano es
esencialmente comunicativo. Pero sí queda claro que para comprender otra lengua es necesario
realizar un esfuerzo de distanciamiento de sí mismo para entrar en el otro (algo de esto se da cuando
estamos aprendiendo un idioma distinto al nuestro y se nos dice: “no pienses en castellano”).
Por todo esto las traducciones llevan consigo una cierta alteración del texto original (“traduttore
traditore”). Toda traducción agrega o quita algo del sentido original que el autor quiso dar a su
obra. Nadie puede decir que conoce a fondo una obra literaria si no la ha leído en su idioma original.
Un ejemplo de los tantos que nos presenta el AT: Is. 5,1-7 es una canción de amor no correspondido
que Dios canta a su pueblo por boca de Isaías. El canto se cierra con un ingenioso juego de palabras
que la traducción no alcanza a dejar bien en claro: el amante esperaba mishpat y recibió mispah (la
traducción dice esperaba justicia y recibió derramamiento de sangre o iniquidad), esperaba sedaqá
y recibe se'aqa (la traducción pone: esperaba rectitud u honradez y recibe alaridos o gritos de
opresión).
Es bueno resaltar ahora algunas características, aunque sea generales, de cada una de las lenguas
en que fue escrita la Biblia.

El hebreo
El hebreo es una lengua semítica. Como es característico de estas lenguas, trabaja mucho con las
palabras-raíces compuesta de tres consonantes que expresan el significado básico de todas las

26
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 6.

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palabras derivadas. Originalmente el hebreo no tenía más que consonantes. Recién en la Edad
Media se inventó un sistema de vocales por medio de puntos que se aplicó al texto de la Biblia
hebrea para facilitar su lectura (texto masorético).
1) Muchas veces el lector debe suplir adivinando el sentido sugerido a partir del contexto (por
ejemplo, Gn. 7,6: “tenía Noé 600 años cuando sobrevino el diluvio”. Literalmente: Era Noé de
600 años y llegó el diluvio).
2) En hebreo no existe el superlativo y para suplirlo se han intentado algunas soluciones:
a) repetir el adjetivo (el tres veces santo de Is. 6,3 en lugar de “santísimo”).
b) con una construcción de complemento (Cantar de los Cantares en lugar de “el cántico más
bello”).
c) poniendo el artículo antes del adjetivo (“el joven de sus hijos” en lugar de el más joven de
sus hijos).
3) Para reforzar el sentido de un verbo se usa mucho el infinitivo (“morir morirás” para decir
“ciertamente morirás” en Gn 2,17).
4) Son muy raras las palabras abstractas. Para suplirlas se emplean plurales concretos: “cosas
perversas” para indicar “perversidad” o “cosas viejas” para indicar “vejez”. Aquí señalamos
como ejemplo claro el comienzo del libro del Eclesiastés: “¡Vanidad de Vanidades!” cuando en
realidad la palabra hebrea utilizada es hebel que significa “soplo”, “niebla ligera”, o sea algo
concreto que da la idea de una cosa que se desvanece y esfuma.

El Arameo
El arameo es una lengua muy emparentada con el hebreo, pero no es, como se ha pensado, una
forma corrupta de la lengua hebrea, que los hebreos trajeron consigo a la vuelta del destierro de
Babilonia. El arameo es una lengua original en algunos aspectos más arcaica que el hebreo y en
otros un poco más evolucionada. Fue la lengua de las tribus nómades que invadieron Mesopotamia
y Siria en el segundo milenio a. C. y durante el primer milenio bajo el nombre de caldeos invadieron
Babilonia. Estos arameos actuaban como intermediarios en las operaciones comerciales que se
hacían entre Mesopotamia, Asia Menor y las costas del Mediterráneo. Esta lengua, por eso, se
convirtió en la lengua del comercio internacional. A partir de la época del exilio los hebreos, no solo
en Babilonia sino también en su propia patria, comienzan a hablar el arameo que poco a poco fue
suplantando al hebreo (el cual se siguió usando solamente en la literatura sagrada y en la liturgia).
El arameo fue la lengua materna de Jesús, de los apóstoles y de la Iglesia primitiva de Jerusalén.
En cuanto a sus características lingüísticas el arameo es muy similar al hebreo.

El griego
El griego de la Biblia se distingue en ciertos aspectos del griego de los clásicos. Es el griego que
comenzó a hablarse desde la época de Alejandro Magno, o sea a partir de la segunda mitad del S.
IV a.C. Fue la lengua comúnmente hablada en toda la cuenca del Mediterráneo. De este uso
generalizado toma su nombre característico: koiné. Con relación al griego clásico la koiné resulta
más simple. Tiene frases más breves y un estilo más directo.
Tenemos que decir, sin embargo, que el griego bíblico no es pura y simplemente la koiné, sino una
koiné semitizada, porque ha recibido de las otras lenguas bíblicas ciertas influencias. Por eso
nosotros podemos hablar del griego bíblico como si se tratase de un género particular de la lengua
griega.

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En el evangelio nos encontramos tanto rasgos característicos de la lengua hebrea (“El habló
diciendo”, “y sucedió que”, “los hijos de la luz”) como de la lengua aramea (“geenna”, “satán”,
“Sabbat”, “amén”). Detectamos incluso expresiones y vocablos griegos que cobran un sentido
nuevo: “cáliz” (poterion) para indicar “suerte” (cf. Mt 26,39), “camino” (odos) para indicar
“doctrina”.

LAS FORMAS LITERARIAS27


Con la Biblia nos ocurre algo similar que lo que nos ocurre dentro de una gran biblioteca: los libros
están clasificados en novelas, poesías, historia, biografías, obras de teatro, libros de texto, etc.
Podemos decir que la Sagrada Escritura abarca un gran número de formas o géneros literarios.
En la misma Biblia se hace una especie de reconocimiento implícito de la existencia de estas formas.
El AT, por ejemplo, se clasifica en Ley, Profetas y Escritos (T,N,K: Toraj, Nebihim y Ketubim). Así lo
afirma el mismo prólogo del libro del Eclesiástico. Otro intento de clasificación fue la distinción entre
“libros históricos, proféticos y sapienciales”. El NT por su parte fue clasificado en “Evangelios, Hechos
de los Apóstoles, Cartas y Apocalipsis”.
Después se vio que estas distinciones resultaban extremadamente simples y un estudio más
detallado del asunto reveló que aún dentro de esos grandes complejos literarios existían pequeñas
unidades que conformaban distintos géneros o formas. Esta investigación que comenzó a fines del
S. XIX recibió el nombre de crítica de las formas. Estos estudios revelaron ciertos criterios y
principios para determinar un género literario:
1) Una serie de ideas y de emociones dominantes (un hecho histórico o una acción de gracias).
Aquí señalamos también la intención del autor.
2) Fórmulas estilísticas particulares (por ejemplo, el encabezamiento de las cartas de Pablo)
3) un vocabulario típico (imágenes de bestias y de luchas entre diversos poderes en el género
apocalíptico, por ejemplo).
4) Una situación vital común (en alemán sitz im leben) de la cual suele brotar el género literario
(persecución en el género apocalíptico, infidelidad en el género profético, etc).
Lo que resulta decisivo y específico a la hora de determinar el género literario es el evidente vínculo
existente entre la forma literaria, el contenido que se quiere expresar y la situación vital que
determina tanto la forma como el contenido (un qué se quiere decir, un cómo se quiere decir, un
cuándo o dónde se dijo). Es Justamente la escuela de las formas la que trabaja en orden a descubrir
y describir las distintas formas fijas28 utilizadas en el lenguaje corriente y en la literatura, tratando
de determinar su intención literaria y su contexto histórico-existencial (sitz im leben).

27
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 6. Para los géneros literarios: resumen tomado de ECHEGARAY, J.G. -
ASURMENDI, J. y Otros. La Biblia en su entorno. Navarra, Verbo Divino, 1999.
Como resumen para comprender con ejemplos sencillos se puede leer: CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Antiguo
Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989: páginas 11 a 15 y página 25 (los géneros literarios).
28
En cuanto a las formas fijas no siempre es fácil determinar rigurosamente los pasos. Ayuda el atender al comienzo y
al final del texto porque tanto al hablar como al escribir, empezar o terminar suelen ser las cosas más difíciles y suelen
ser los momentos en que uno se aferra y apela a moldes y esquemas predeterminados y comunes (“había una vez…” “y
colorín colorado…”). Desde este punto de vista, atendiendo al comienzo, en el AT tenemos el “himno” que comienza
siempre con una invitación, llamada o mandato a la alabanza: Salmo 33,1-4. Y atendiendo al final o conclusión en el NT
tenemos las cartas de Pablo que siempre terminan con un saludo y deseos de bendición y en los sinópticos podemos
señalar la aclamación o reconocimiento grupal con el que terminan los milagros (Mc. 1,27; 2,12; 4,41; 7,37; Lc. 7,16).

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Intención literaria
Este es uno de los secretos más importantes en la “Escuela de las formas” que no siempre surge del
análisis de la estructura externa. En el saludo, por ejemplo, decimos: “¿Qué tal? ¿cómo te va?” y la
respuesta generalmente es: “Bien, gracias”. Si analizamos la estructura externa parece que lo que
se está pidiendo es una información: cómo anda el otro. Pero en realidad es una forma usada con
la intención de iniciar el diálogo, la relación. O sea, es una fórmula de comunicación y no de
información (de hecho, cuando realmente tenemos la intención de saber cómo anda muchas veces
volvemos a reiterar la pregunta).
En la Biblia hay que estar muy atentos a la intención de cada texto y de cada libro para no creer
que en todos se nos está presentando un relato histórico. Un ejemplo típico en este sentido es el
libro de Jonás29 que por su forma exterior puede parecer un escrito profético, pero si uno está atento
a la intención se dará cuenta que estamos en presencia de una narración didáctica (“midrash”). A
esto lo muestra especialmente la última escena en la que Dios y Jonás dialogan frente a frente, sin
esquivarse, sin escaparse, como lo había intentado el profeta al iniciarse el libro. Casi que podría
decirse que lo que ocurre antes de este diálogo es como una gran introducción al mismo. Lo
encontramos en el c.4 y se abre el diálogo con la queja de Jonás, escandalizado por la conducta de
YHWH frente a Nínive. Tanto es su enojo que prefiere la muerte. A esta queja Dios responde en la
frase final del libro (4,10-11) que por otra parte es el discurso más extenso que tiene YHWH en toda
la obra. Entre la queja y la respuesta divina se intercala el episodio del ricino con la breve pregunta
de Dios: “¿Te parece bien irritarte por este ricino?” (4,9), que sirve de transición.
El hecho de que la respuesta de Dios acabe con una pregunta ya nos está diciendo que más que
querer contarnos una historia está como haciendo una apelación, una enseñanza. Si fuese un libro
histórico sería imperdonable que no nos dijese lo que fue del profeta, si aceptó de buena gana o no
la propuesta de Dios. Es que en realidad la conclusión del libro no depende estrictamente de la
respuesta final de Jonás sino del lector del libro. A ese lector va dirigida en realidad la pregunta. De
allí que hay que concluir que, en último término este Jonás no es el profeta histórico, sino el lector
judío personificado en un supuesto actor. El que escribió el libro trata de hacerle entender al que lo
lee que Dios es completamente distinto a como se lo imagina.
Este carácter didáctico se refuerza al notar lo rápido que se desarrolla la escena del ricino y quién
es el que la produce: “Dios dispuso una planta de ricino…” (4,6), “el Señor mandó un gusano…”
(4,7), “mandó Dios un sofocante viento…” (4,8). La rapidez con la que sucede todo esto muestra
que lo que le interesa en realidad es contraponer el dolor del profeta con el del mismo Dios. Lo del
ricino termina siendo una ficción narrativa, un episodio sin mayor relevancia. Lo mismo ocurre con
la presencia del pez que le sirve al autor para mostrar que era Dios el que lo estaba llevando a ese
hombre terco hacia un desenlace que él ni se imaginaba. De hecho, en la escena del pez aparece la
misma expresión que en la escena del ricino; “Dispuso el Señor un gran pez que se tragase a Jonás”
(2,1. cf. también el v.11: “Y el Señor dio orden al pez que vomitó a Jonás en tierra”).
Otra observación que podemos hacer en orden a establecer que el libro de Jonás no es un libro de
orden histórico es la mención del “rey de Nínive”. No menciona su nombre y ni siquiera lo llama
“rey de Asiria” como hubiera correspondido en realidad ya que Nínive nunca tuvo rey. Esto sucede
porque está lejos del ánimo del autor referirse a un personaje histórico o darnos noticia de un
suceso real, sino que es un elemento necesario que le sirve para lograr cierta tensión en el relato.

29
Si no se recuerda la historia de Jonás conviene leerla, en el AT.

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Biblia I Apuntes de clases

Lo mismo podemos decir de “la gran ciudad de Nínive” (1,2; 3,2). En realidad, no se conoce que
Nínive fuera alguna vez una ciudad tan grande. Esta mención que hace el autor también se debe a
que en realidad no nos quiere presentar las relaciones entre Dios y una ciudad determinada sino las
relaciones entre Dios y ese grande y poderoso mundo pagano simbolizado en la obra en una ciudad
concreta.
Vemos entonces que la figura de Jonás es una personificación porque representa al lector judío al
que se dirige el autor del libro. Del profeta histórico no ha tomado sino el nombre. Por otro lado, a
la hora de presentarse no lo hace como “profeta” sino como “hebreo” (1,9). No sin razón se ha
pensado entonces que en la figura del Jonás se ha simbolizado todo el pueblo hebreo, pueblo que
corre el riesgo de cerrarse cada vez más sobre sí mismo y que olvida la auténtica voluntad de Dios
que desea la salvación de todos los pueblos no menos que la de Israel.
Este libro constituye para Israel como un “espejo” donde mirarse y reconocerse. Es una lección
suave del Dios que con toda delicadeza y amor quiere hacerle entender a su pueblo sus designios.
Quizá podamos encontrar puntos de contacto con el género literario de las parábolas en las que no
se pretende darnos una noticia histórica y cuyo sentido ha de buscarse en un plano distinto del
estrictamente histórico. Si el autor hubiera querido se habría arrancado la máscara al final y nos
hubiera podido explicar el sentido de su obra -como “explicaba” el Señor las parábolas a los
apóstoles- y nos hubiera dicho: “Señores de Israel, este Jonás son ustedes”. Pero con gran finura y
delicadeza prefirió este final en el que Dios mismo abre la lección para que el buen lector la
comprenda.

Sitz im leben
Aquí se busca averiguar en qué ocasión, o en qué contexto surgió esa forma literaria. El “dónde”
y el “cuándo”.
Un caso típico para comprobar la importancia de este elemento es el de los numerosos salmos en
los que aparece la “queja” de un inocente injustamente acusado o perseguido. Esto se debe a que
en Israel los casos judiciales más difíciles se llevaban al santuario para ser tratados allí. El sacerdote
dictaba sentencia, la cual era escuchada como si fuese el “juicio de Dios”. El acusado imploraba a
Dios pidiéndole justicia y esto lo hacía mediante un salmo (cf. Salmo 7).
Otro ejemplo lo constituyen los salmos de “subida” que eran entonados mientras los israelitas
ascendían a Jerusalén con ocasión de una fiesta o de la peregrinación anual. El ejemplo más claro
es el del Salmo 122.
Otro caso donde se aplica esto es en el caso de algunos Proverbios: 16,10.32; 18,13;20,17-18. Son
proverbios especiales que pertenecen a la instrucción reservada para los oficiales y diplomáticos de
la corte y del palacio (“texto escolar para aprender a gobernar”).

Los géneros literarios y su clasificación


Para los católicos de hoy resulta obligado el conocimiento del tema de los géneros literarios en
orden a la buena comprensión de la Sagrada Escritura. La Encíclica “Divino Afflante Spíritu”30 de Pio
XII ya mencionaba y desarrollaba el tema (téngase en cuenta que estamos en el año 1943).
Extraemos los principales pasajes de su N. 65:

30
En adelante DAS

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“…no es con las solas leyes de la gramática o filología ni con solo el contexto del discurso con lo que
se determina qué es lo que ellos quisieron significar con las palabras; es absolutamente necesario
que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos de Oriente para que, ayudado
convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología, y de otras disciplinas,
discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho
emplearon los escritores de aquella edad vetusta…"
“…Esta investigación llevada a cabo en estos últimos decenios con mayor cuidado y diligencia que
antes, ha manifestado con más claridad qué formas de decir se usaron en aquellos antiguos
tiempos, ora en la descripción poética de las cosas, ora en el establecimiento de las normas y leyes
de la vida, ora por fin en la narración de los hechos y acontecimientos…”
“…Porque ninguna de aquellas maneras de hablar, de que, entre los antiguos, particularmente entre
los orientales, solía servirse el humanos lenguaje para expresar sus ideas, es ajena de los libros
sagrados, con esta condición, empero, que el género de decir empleado en ninguna manera repugne
a la santidad y verdad de Dios…”
“…Porque así como el Verbo sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todas las cosas
“excepto el pecado”, así también las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron
semejantes en todo al humano lenguaje, excepto el error…”
“…Por esta razón el exégeta católico, a fin de satisfacer a las necesidades actuales de la ciencia
bíblica, al exponer la Sagrada Escritura y mostrarla y probarla inmune de todo error, válgase también
prudentemente de este medio, indagando qué es lo que la forma de decir o el género literario,
empleado por el hagiógrafo, contribuye para la verdadera y genuina interpretación; y se persuada
que esta parte de su oficio no puede descuidarse sin gran detrimento de la exégesis católica.
Puesto que no raras veces cuando algunos reprochándolo cacarean que los sagrados autores se
descarriaron de la fidelidad histórica, o contaron las cosas con menos exactitud, se averigua que no
se trata de otra cosa sino de aquellas maneras corrientes y originales de decir y narrar propias de
los antiguos, que a cada momento se empleaban mutuamente en el comercio humano, y que en
realidad se usaban en virtud de una costumbre lícita y común…”31

Sin intentar hacer una clasificación exhaustiva de los géneros literarios, en la Sagrada Escritura
podemos encontrar:
• en el AT: hagiografías (cf. 1 Sam. 16 – 1 Rey. 2), elementos mitológicos (Cf. Ez. 28,1-19), leyendas
(Cf. Gn. 22.28,10-22), fábulas (cf. Jc. 9,8-15), novelas históricas ejemplares (ej. José, Rut, Judit,
Jonás), genealogías (en Gn. encontramos muchas), narraciones populares (cf. Gn. 1-11), salmos
de diversa especie, proverbios, legales (Cf. Ex.21-22) y literatura profética, con diversos géneros
además (oráculos, visiones, apocalíptico, etc.).

31
Cf. DV 12: “Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el
intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que
pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a “los géneros literarios”. Puesto que
la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en
otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el
hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados
en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender
cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del
hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres. […]”

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• en el NT: evangelios, que son el anuncio eclesial de la Buena Noticia, no son una historia de
Jesús, sino que quieren transmitir la fe pascual (cf. Jn. 20,30-31), donde además encontramos
géneros menores como las parábolas, alegorías, proverbios, signos, himnos, narraciones de
milagros, etc. Los Hechos de los apóstoles, como el libro eclesiástico por antonomasia, con
centralidad del Espíritu Santo y de la historia, y donde encontramos narraciones, discursos, etc.
Las Cartas son de distintos tipos: públicas o personales, pastorales, católicas, apologéticas,
polémicas, etc. Y el género apocalíptico.

A modo de ejemplo: la Anunciación – Lc. 1,26-38


En este texto podemos ver bien relacionados los elementos de todo género literario.
“Al sexto mes”: relación con el anuncio a Zacarías. Se vincula la historia de Juan con la de Jesús.
Podemos decir que aquí comienza el fragmento que vamos a analizar.
La narración es construida con expresiones tomadas del AT:
1- Alégrate: So. 3,14; Zac. 9,9
2- El señor está contigo: Jue. 6,12
3- No temas: lo dicen los seres celestiales cuando se les aparecen a los hombres: Jos. 8,1; Jc. 6,23
4- No hay nada imposibles para Dios: Gn. 18,14 (nacimiento de Isaac)
5- El será grande y llamado hijo del Altísimo… su reino no tendrá fin: clara alusión a la profecía
de Natán en 2 Sam. 7,12-16; Is. 9,6; Dn. 7,14.
No solo las expresiones nos vienen del AT sino también la estructura de la narración sigue
esquemas veterotestamentarios, donde encontramos numerosos textos que predicen el
nacimiento de un niño, por ejemplo, Gn. 16,7-12 (aparición del Ángel a Agar anunciando el
nacimiento de Ismael) y Gn. 17,15-19 (aparición a Abraham para anunciarle el nacimiento de Isaac).
La estructura es la siguiente:
1- Aparición de un ser celeste
2- Anuncio del nacimiento de un hijo
3- Imposición del nombre
4- Revelación de su futuro
Este esquema que, por otra parte, Lucas utilizó previamente en el anuncio del nacimiento de Juan
el Bautista en 1,5-20, era conocido por el escritor en el momento de poner por escrito este pasaje.
A esta estructura o esquema se ajusta la primera parte del relato: Lc. 1,26-33. Pero la cuestión sigue
con la duda de María y con la respuesta del Ángel que llega a darle una señal. ¿Encontramos en el
AT un esquema al que pueda ajustarse esta segunda parte del relato? Sí. En los relatos llamados “de
vocación” que siguen más o menos el siguiente esquema:
1- Llamado de Dios
2- El llamado expresa sus dudas
3- Dios las disipa con una aclaración
4- Dios avala su aclaración con una señal
En el AT encontramos aplicado este esquema, por ejemplo, en Ex. 3,10-12 cuando se lo llama a
Moisés para que la haga frente al faraón y en Jer. 1,4-10 donde se describe la vocación del profeta.
Vemos que la intención del texto es presentarnos al Mesías, Hijo de Dios (vv.32.35). El autor lo hace
siguiendo esquemas del AT donde se anunciaban nacimientos importantes.

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La situación vital en la que surge el texto es la de la comunidad que quiere afirmar el origen divino
del Mesías y desea señalarlo también como el que lleva a su cumplimiento las promesas mesiánicas
realizadas al pueblo de Israel. Nos da también noticia sobre la concepción virginal del Hijo de Dios.
La tesis es: Jesús es hijo de Dios porque su concepción es obra del Espíritu de Dios.
De esta manera podemos disipar todas las dudas de orden histórico que nos puedan surgir: ¿La
Virgen tuvo una visión? ¿Entró en éxtasis? Tal vez lo tuvo o tal vez no. Pero todo eso no se puede
deducir partiendo del texto construido no en base a relatos de testigos oculares del hecho sino en
base a textos y esquemas conocidos. Incluso el tema de si la Virgen tenía o no hecho un voto de
virginidad, ya que en el texto la objeción presentada por María es la pista de la que se vale el autor
para darnos a entender el origen divino del Hijo de Dios que está presentando.

LA REDACCION FINAL Y EL ESFUERZO DE LOS AUTORES32


Como corolario de lo dicho hasta aquí hemos de notar el esfuerzo personal de los autores de cada
uno de los libros. El recurso de los géneros literarios ya nos dice de un trabajo de selección y de
respeto frente a “formas” ya trabajadas y elaboradas en la época en que ellos escribieron. A eso se
suma todo su aporte personal ya que ellos no se comportaron como meros recopiladores de un
material preexistente ni tampoco fueron instrumentos inertes en las manos de Dios. Ellos fueron
“verdaderos autores” (DV 11).
Junto al estudio de las formas, que ha insistido demasiado en la tradición de las pequeñas unidades
literarias que precedieron a la redacción definitiva, ha ido surgiendo el estudio de la “redacción”
que pretende hallar la idea central que guio a los escritores y el sentido que quisieron darle a sus
obras, aun cuando utilizaran materiales provenientes de otras fuentes. En efecto, de todo el
material ellos han realizado una labor de selección, de estructuración, de coordinación mediante
anotaciones personales, dando sentido a todo en un conjunto nuevo.
En la misma Escritura encontramos testimonios vivos de este trabajo personal de los escritores
sagrados: el autor de 2 Mac. habla de “sudores y vigilias” en su tarea (2,24-33). Incluso en el epílogo
hace una especie de descargo frente a las posibles imperfecciones de su relato (15, 37-39). Lucas en
su prólogo habla de una “cuidadosa investigación” y de una “narración ordenada” (1, 1-4). Pablo da
cuenta de su aporte humano cuando interrumpe el curso de su pensamiento e inserta un recuerdo
casual como podría hacerlo cualquier escritor de cartas (1Cor. 1, 14-16).

EL TEXTO DE LA BIBLIA: CRITICA TEXTUAL33


Ya que los originales de cada uno de los libros de la Biblia se han perdido trataremos de hacer una
rápida presentación del estado en que se encontraban las ediciones de la Biblia antes de la imprenta.

Papiros y pergaminos
Los primeros testimonios nos vienen del sur de Babilonia de los que son considerados los inventores
de la escritura: los sumerios (aproximadamente 3500 a.C.). Escribían sobre tablillas de arcilla
todavía fresca con un estilete de madera o metal, de allí su nombre: escritura cuneiforme.

32
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 6.
33
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 7.

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Biblia I Apuntes de clases

Los egipcios conocían otro tipo de material para la escritura, tal vez un poco más práctico, pero más
fácilmente deteriorable: el papiro (usado ya en el 3000 a.C.). La caña de papiro se cortaba en tiras
que luego se entrecruzaban, se pegaban y se prensaban. Se obtenía así “la hoja” sobre la cual se
escribía con tinta usando un pincel o una especie de pluma. Esas hojas podían pegarse o coserse
unas con otras y así se obtenía una tira de varios metros de largo. Colocándole luego dos listones en
las extremidades la tira podía enrollarse obteniéndose así el rollo de papiro (cf. Jer. 36,1-4 y Lc.
4,17.20).
Sólo más tarde los hebreos conocerán de los persas un material más consistente pero más costoso:
la piel de los animales. La preparación del cuero de las ovejas y de las cabras para el uso de la
escritura se perfeccionó en la ciudad de Pérgamo hacia el 100 a.C. de donde derivó el nombre de
pergamino (cf. 2Tim. 4,13). También con los pergaminos podían hacerse los rollos. Ellos hicieron
posible, además, un nuevo formato: el códice o libro, que se logra colocando las hojas una encima
de la otra y unidas en un extremo. Este sistema de códices que comenzó a usarse en el S.I d.C. se
usó también con las hojas de papiro.

Textos originales (perdidos) y testimonios del texto 34


El hecho de que la Biblia haya nacido en estas circunstancias editoriales explica por qué se han
perdido los originales. Los papiros y pergaminos se deterioran muy pronto. El caso de Qumram ha
sido una circunstancia afortunada ya que el resguardo de las cavernas permitió que esos textos se
conservaran hasta 1948, año del descubrimiento de los rollos y códices realmente muy antiguos
(algunos datan del S.II a.C.). Por supuesto ninguno de ellos es precisamente el original, sino
transcripciones. Hay que tener en cuenta que el deterioro que provocaba el uso de los rollos y
códices obligaba a nuevas transcripciones, las cuales fueron aumentando los errores de los distintos
copistas.
Así pues, no poseemos el original de ningún texto bíblico, pero tenemos testimonios del texto, es
decir ejemplares del texto que han llegado hasta nosotros a través de numerosas transcripciones
durante las cuales el texto sufrió errores, correcciones, modificaciones y también revisiones. De allí
que exista lo que se llama la crítica textual que tiene la finalidad de reconstruir el texto lo más
cercano posible al original, partiendo de los textos que hoy tenemos a nuestra disposición. Estos
textos con los cuales trabaja son fundamentalmente de dos tipos:
A) Testimonios directos: son aquellos que reproducen el mismo texto, ya sea íntegramente (rollos
o códices), ya sea por secciones (leccionarios)
B) Testimonios indirectos: aquellos que reproducen fragmentos de la Biblia dentro de otras obras
literarias (por ejemplo, las citas que hacen los Padres de la Iglesia en sus escritos).

Versiones del AT
Por su importancia y renombre debe destacarse aquí la versión griega del AT llamada “de los
Setenta”. La leyenda dice que Tolomeo II, 283-246 a.C., deseaba tener en la biblioteca que había
fundado en Alejandría de Egipto una versión griega de los libros sagrados hebreos. Setenta y dos
hombres de Jerusalén, seis por cada tribu, fueron enviados para cumplir con el pedido del
emperador. Llevados a una isla fueron distribuidos en distintas habitaciones para que cada uno

34
Para un desarrollo más profundo de los testimonios del texto (nombre de papiros, pergaminos, etc.) recurrir al
capítulo citado para este tema.

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Biblia I Apuntes de clases

realizara una traducción. Al cabo de setenta y dos días concluyeron su tarea con la gran sorpresa
que las traducciones eran idénticas unas con otras.
Está fuera de discusión la importancia de los textos de los LXX, ya que fue la Biblia usada y citada
por los escritores del NT y fue la traducción utilizada por los Padres de la Iglesia de lengua griega
sobre la cual construyeron su teología.
Como la versión de los LXX fue siendo cada vez más usada por los cristianos, los judíos la dejaron de
lado y para la diáspora fueron surgiendo nuevas traducciones: Aquila, Simmaco y Teodoción. Con
todas estas versiones Orígenes hará una obra monumental: Exaplas (= seis columnas paralelas):
texto hebreo, transliteración del texto hebreo en letras griegas, versión de los LXX, Aquila, Símmaco
y Teodoción.

Versiones del NT
También destacamos por su importancia las dos traducciones de la Biblia al latín: una es la llamada
“Vetus Latina” (antigua latina) que era usada ya en los primeros siglos de cristianismo en las
regiones menos influidas por el helenismo (África, Galia, España). La otra es la famosa “Vulgata”
(divulgada, difundida) realizada por San Jerónimo a finales del S. IV. Se basó en los textos hebreos
para el AT y en la antigua versión latina para el NT. Durante mucho tiempo la Vetus Latina y la
Vulgata tuvieron una difusión e importancia más o menos pareja, pero, a partir de los siglos VIII-IX
se impuso la segunda sobre la primera, casi como texto de uso común en la teología, en la liturgia y
en la espiritualidad. En 1546 el Concilio de Trento declaró a la Vulgata como “auténtica”, es decir
como la versión normativa dentro de la Iglesia respecto de las otras versiones latinas (DH 1506).

Resumen de la crítica textual


Con todos estos testimonios y muchos más trabaja la crítica textual tratando de llegar mediante su
confrontación, comparación, clasificación y armonización al texto original o, al menos lo más
cercanamente posible al mismo. En una palabra, trata de reconstruir el texto original trabajando
con los testimonios que actualmente poseemos. Uno puede decir que es un trabajo sin mucho
sentido o tal vez demasiado científico, pero habrá que advertir que al estar en la búsqueda del texto
original está buscando en realidad el texto que Dios ha inspirado y no el que los hombres y
traductores han arreglado y acomodado con el paso del tiempo.
Para concretar su tarea la crítica textual suele utilizar -con la flexibilidad que los casos presentan-
algunas reglas, como, por ejemplo:
- Una lectura más difícil ha de preferirse a una más fácil, ya que el copista tiende a facilitar el
texto que puede resultarle oscuro y muy raramente tratará de agregar dificultades a lo que
naturalmente resulta dificultoso.
- Una lectura breve se prefiere a una más larga, ya que al transcribir uno se ve tentado a añadir
observaciones a un texto que resulta demasiado conciso y ajustado.
- Por lo mismo una lectura de construcción defectuosa ha de preferirse a una de acabada
corrección.
- Ha de considerarse genuina aquella lectura variante, a partir de la cual se puede explicar el
origen de las demás (por ejemplo, en el episodio de Marta y María, Lc. 10,38-42, muchos
testimonios ponen “una sola cosa es necesaria”. Otras versiones ponen “con poca cosa basta”.
Y otras “con poca cosa basta, o sea con una sola”. Se prefiere la primera fórmula porque se ve
que es el origen de las otras dos).

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Biblia I Apuntes de clases

Unidad V: LA BIBLIA COMO PALABRA DE DIOS


LOS LIBROS ESCRITOS SON PALABRA DE DIOS35
Tanto el antiguo como el nuevo Israel consideran que el anuncio escrito, el Libro, es Palabra de
Dios. No solamente contiene la revelación hecha por Dios, no solamente abarca palabras de Dios,
sino que la Biblia es verdaderamente Palabra de Dios. Veremos ahora cómo se confirma esto en el
interior mismo de la Biblia, o sea veremos cómo la Biblia misma, tanto en el AT como en el NT nos
presenta claramente esta conciencia de ser Palabra de Dios.

Testimonios del AT
Por el lado del AT tenemos que, en lo que hace a la “Torah” (primer gran “bloque” de los escritos
veterotestamentarios), Israel siempre consideró a la Ley como divina, es expresión de la voluntad
de Dios y por eso se pone por escrito en las diversas épocas y se la actualiza para cada generación.
En el Sinaí se nos dice que Dios pronunció “todas estas palabras” (Ex. 20,1ss) y también que Moisés
refirió esas “palabras” al pueblo (Ex. 24,3). En el Deuteronomio aparece más claramente que “la
Palabra” o “las Palabras” ya no designan tanto las palabras pronunciadas por Dios sino más
directamente las palabras codificadas y escritas. A tal punto es así que a lo escrito “no se le puede
añadir ni quitar nada” (Dt. 4,2; 13,1).
Para expresar su admiración, veneración y reconocimiento de la Palabra de Dios contenida en la Ley
el autor del salmo 119 trabajó muy cuidadosamente. Compuso un salmo alfabético de veintidós (22)
estrofas, la cantidad de las letras del alfabeto hebreo y en su orden. Cada estrofa está compuesta
de ocho versos (7+1= perfección consumada). Además, en cada una de las ocho estrofas la ley es
recordada con ocho sinónimos: testimonio, precepto, querer, mandato, promesa, palabra, juicio y
camino. El salmista por tanto profesa su fe en la Palabra de Dios manifestada en la ley escrita.
En lo que hace a los “profetas” (segundo gran segmento del AT) continuamente vemos aparecer la
idea de que ellos son “la boca de Dios” (Jer. 15,19) y de que ellos transmiten “lo que les llegó de
parte de Dios”, a tal punto que no escuchar a los profetas equivale a no escuchar a Dios (Jer. 7,25-
26; Ez. 3,7). Incluso cuando sus oráculos son puestos por escrito comienzan a llamarse “libro de
YHWH” (Is. 34,16).
Hay un episodio en el capítulo 36 del libro de Jeremías en el que se nos comenta que una vez
dictadas y leídas las palabras del profeta en el Templo, el rey -Joaquim- mandó traer el escrito y lo
quemó en su corte. Las palabras escritas allí son “palabras de YHWH” (vv. 6.8.11). De allí la gravedad
del delito cometido por el rey y la necesidad de escribirlas de nuevo (v.32).
Otro hecho que manifiesta la conciencia de la palabra escrita como palabra de Dios en los libros
proféticos lo encontramos en la vocación de Ezequiel al que se le invita a comer del libro para
después predicar: Ez. 3,1-4.
Para seguir comprobando esa conciencia en el tercer grupo de los libros del AT, los demás escritos,
basta con recordar ciertos pasajes donde la sabiduría es identificada con la Torah y es asimilada a la
Palabra de Dios (Prov. 1,20.23; Sir. 24,31; Sab. 9,17).

35
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 8.

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Biblia I Apuntes de clases

Testimonios del NT
Si queremos comprobar ahora qué es lo que dice Jesús y la Iglesia primitiva acerca de la palabra
escrita nos bastará recurrir a esos pasajes en donde el Señor con un simple “está escrito” cierra
algún discurso señalando la autoridad irrefutable de la Escritura (por ejemplo, Mt. 4,4-10; 21,13).
Para Jesús la “palabra de Dios no puede fallar” (Jn. 10,34-36). La fórmula: “para que se cumpla la
Escritura” que muchas veces utilizan los evangelistas (Jn. 19,28) y los mismos apóstoles (Hch. 1,16;
17,2) son una señal evidente de la convicción que tenían acerca de lo que era para ellos la Escritura.
Ahora bien, hasta ahora hemos citado pasajes donde se considera “palabra de Dios” al AT. Pero
¿Qué podemos decir acerca de la conciencia que existía de los Escritos del NT como Palabra de Dios?
Jesús es la revelación definitiva del Padre. Si miramos a Jesús es evidente que Él está plenamente
convencido de traer la nueva y definitiva revelación de Dios. En muchos pasajes se coloca por sobre
el AT: “aquí hay alguien que es más importante que el Templo” (Mt 12,6), “aquí hay alguien que es
más que Jonás” (Mt 12,41), “aquí hay alguien que es más que Salomón” (Mt 12,42). Incluso opone
su autoridad a la de la ley misma; “ustedes han oído que se dijo…, pero yo les digo…”.
Cuando todo lo que hizo y dijo el Señor fue puesto por escrito la Iglesia primitiva no tuvo reparos
en recibir como “Palabra de Dios” estos nuevos escritos. Esto se deja traslucir claramente en el
pasaje de 1Tim. 5,18 que cita con toda naturalidad como “Escritura” un texto del AT junto con un
dicho de Jesús que se encuentra en el Evangelio de Lucas.
Y no solamente lo escrito en el Evangelio ingresa en la categoría de “Palabra de Dios” sino también
los escritos apostólicos serán considerados de la misma manera. Dios no solamente ha pronunciado
en Cristo su Palabra última y definitiva, sino que Él también la pronuncia cuando Cristo es anunciado
en la predicación apostólica (1Tes. 2,13).
Pablo exhorta a observar las tradiciones, tanto las que se recibieron por viva voz como las que él les
transmitió en “sus cartas” (2Tes. 2,15). Y más claramente en 2Pe. 3,14-16 se asocian las cartas de
Pablo con “las demás Escrituras”, lo cual manifiesta que ambas realidades eran recibidas y
observadas bajo la misma denominación.
Finalmente señalamos el testimonio que nos trae el último libro del NT cuando amenaza a quien se
atreva a quitar o añadir algo a las palabras de su libro profético (Ap. 22,18-19). O sea que el autor
reclama para su escrito el mismo respeto que se pedía antiguamente para la Palabra de Dios (cf. Dt.
4,2).

LA INSPIRACION DE LA SAGRADA ESCRITURA36


Tenemos el dato común a la antigua y nueva alianza que nos dice que el anuncio escrito de lo que
Dios dijo e hizo en la historia es Palabra de Dios. Queremos averiguar ahora cuál es el fundamento
de esa afirmación, a sea, por qué nosotros hacemos tal afirmación. Indudablemente nos estamos
refiriendo al tema de la inspiración. Casualmente el Concilio Vaticano II nos muestra como
inseparable la afirmación: “la Sagrada Escritura es Palabra de Dios” de esta otra: “la Sagrada
Escritura ha sido inspirada por el Espíritu Santo”. (cf. DV 9).

36
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 9, 10 y 11. Si se quiere profundizar se puede también leer: RIVAS, Luis
Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San Benito, 2013. 1°
ed. Unidad 1 de la PRIMERA PARTE.

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Biblia I Apuntes de clases

La afirmación plena y explícita de la inspiración se encuentra sólo en los libros más recientes del
NT. O sea, Israel tenía conciencia de contar con la Palabra de Dios hecha libro, pero todavía no podía
explicitar en virtud de qué acción divina se podía afirmar tal cosa. Para explicar tal cosa el NT cuenta
con dos herramientas: la categoría de “acción del Espíritu Santo” (cf. 2Pe. 1,21) que ya venía del AT
y la categoría más técnica de origen helénico de “inspiración” (2Tim. 3,16: “inspirada por Dios”).

La actuación del Espíritu de Dios en la historia


Ahora bien, esta categoría de “inspiración”, ligada a la acción del Espíritu Santo, nos lleva a ubicar
mejor el carisma de la inspiración bíblica porque nos hace ver que dicho carisma no es un carisma
aislado que brota de golpe como si fuese lo primero que hace el Espíritu Santo en la historia.
A ese Espíritu ya lo conocemos como “viento” que se cernía sobre las aguas al comienzo de la
creación (Gn. 1,2). Lo conocemos también como el Espíritu que vivifica esos huesos secos que
contemplaba el profeta Ezequiel (Ez. 37,9) y que daba a los jueces y profetas la fuerza para llevar a
cabo la misión encomendada por Dios. Lo conocemos como brisa suave que mitiga la angustia de
Elías (1Re. 19,12). También lo conocemos como “viento huracanado” y “lenguas de fuego” el día de
Pentecostés (Hch. 2) y es el que nos ayuda a invocar a Dios diciéndole “Abba” (Gal. 4,6). Además, es
el que reparte los dones y carismas en la Iglesia (1Cor. 12,4-11). Así tenemos que pensar al Espíritu:
fuerte, libre, activo, múltiple, presente e invisible. Y en este contexto dinámico tenemos que
pensar la inspiración de los libros sagrados.
En esta permanente y variada acción del Espíritu Santo se percibe una constante y es que Dios
mediante su Espíritu se “posesiona”37 de lo humano y lo impulsa más allá de sí mismo, lo eleva,
lo convierte en sacramento, es decir, signo e instrumento, de lo divino.
Así en la creación pone orden a ese caos primitivo. Manda su Espíritu y se renueva la faz de la tierra.
Da vida a ese montón de huesos secos. Irrumpe el Espíritu en Pentecostés y la Iglesia comienza a
hablar y muchos se convierten a la fe. La creación y la humanidad aparecen, así, como arcilla en
manos del alfarero, como material que aguarda ser elevado para trascenderse y volverse
transparente a lo divino.
El misterio de la “inspiración” es la presencia y acción del Espíritu de Dios entre los hombres, que
penetra el mundo entero de la historia y de la revelación bíblica y constituye el contexto
indestructible de la inspiración bíblica propiamente dicha.

El Espíritu de Dios en la Revelación de acontecimientos y palabras


En este contexto general adquiere especial importancia, en orden a entender mejor la inspiración
bíblica, la presencia activa y eficaz del Espíritu en los protagonistas carismáticos de la historia de
la salvación y en sus intérpretes auténticos que fueron los profetas. En ellos actúa para hacerlos
obrar y hablar en nombre de Dios.
Es el Espíritu quien hace que Moisés y los ancianos lleven la carga del pueblo (Nm. 11,17) y quien
mora en Josué al conquistar la tierra prometida (Nm. 27,18) y quien animará a los jueces a luchar
en nombre de Dios al servicio del pueblo. Es el Espíritu que reposará sobre el Mesías con todos sus
dones (Is. 11,1ss.) y quien desciende sobre cada uno de los reyes de Israel.

37
No hay que entender aquí la “posesión” como una privación de la libertad humana, sino como un posarse sobre el
hombre y darle la fuerza, la luz y el impulso para cumplir su misión.

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Biblia I Apuntes de clases

Este mismo Espíritu que hace actuar también será el que haga hablar, en especial a los profetas. En
Ez. 11,4ss. vemos cómo el Espíritu lo invade y lo hace hablar. Y en casi todos los profetas podemos
comprobar la relación que existe entre la irrupción del Espíritu y sus profecías: Is. 59,21; Zac. 7,12;
Neh. 9,30.
Jesús no manda a sus apóstoles a escribir libros, sino a predicar el Evangelio y a fundar la Iglesia, y
será el mismo Espíritu quien dirija a estos nuevos pastores y profetas (cf. Hch. 8,29-39; 10,19ss;
13,2-4; etc.). Sabemos además cómo se muestra esta acción del Espíritu Santo en orden a hacer
actuar y hablar a los apóstoles (en este sentido el libro de los Hechos fue llamado por algunos “el
Evangelio del Espíritu”).
Resumiendo, podemos decir que todo lo que se dijo y se hizo en la historia de la salvación antes
de ser escrito ya tenía una raíz y un origen divino en virtud de la acción del Espíritu en la historia
y en los hombres. De esto se desprende que la presencia del Espíritu Santo en los libros sagrados
aparece como una lógica consecuencia de las premisas que el mismo Espíritu había puesto ya al
actuar en la historia. Podemos decir que justamente en el momento de poner por escrito todo lo
vivido y realizado el Espíritu no podía ausentarse y dejar de manifestar su acción. Los eslabones
de esta gran cadena, constituida por las diversas actuaciones del Espíritu en el mundo, tuvieron
finalmente este eslabón final de la inspiración bíblica por el que todo lo dicho y realizado quedó
consignado como memoria escrita.

La Sagrada Escritura está inspirada por Dios


En la Escritura (tanto en el AT como en el NT) encontramos la conciencia de la relación que existe
entre Espíritu de Dios y Palabra de Dios escrita: cf. Is. 34,16; Zac. 7,12. Especialmente destacables
son las citas de Hch. 1,16 donde se afirma que “es necesario que se cumpla cuanto ha predicho el
Espíritu Santo en la Sagrada Escritura por boca de David” y la misma referencia que hace el Señor
en Mc. 12,36: “David mismo, en efecto, movido por el Espíritu Santo dijo…”. Sin embargo, hay dos
textos clásicos del NT donde se nos habla explícitamente de la acción del Espíritu de Dios en la
Palabra escrita, es decir en los mismos libros sagrados de la Biblia: 2Pe. 1,16-21 y 2Tim. 3,14-17.
Respecto a 2Pe. 1,16-21 el tema del que se está hablando es el retraso de la parusía que constituye
un problema para los cristianos. El autor recuerda la fe cristiana en el regreso glorioso de Cristo y
apoya su afirmación en dos argumentos: uno es la transfiguración en el monte Tabor donde el Señor
reveló su condición gloriosa a los discípulos y otro es la palabra profética que había anunciado la
gloria del Mesías. Y esto debe tenerse por seguro ya que los profetas no hablaron por cuenta propia
sino movidos por el Espíritu de Dios.
Notemos que en el texto no se hace distinción entre profecía escrita y profecía oral, sino que se
pasa automáticamente de “la profecía de la Escritura” del v.20 a la profecía-palabra, es decir
profecía oral en el v.21. Ambas están colocadas en el mismo nivel y ambas participan del Espíritu de
Dios, responden a su acción y no a la iniciativa humana del profeta.
Respecto a 2Tim. 3,14-17 ante la infiltración de falsos doctores “engañadores y engañados” el
Apóstol exhorta a su discípulo a permanecer fiel a lo que le fue enseñado desde la infancia, sobre
todo a lo que aprendió en la Sagradas Escrituras.
El término técnico utilizado por única vez en la Escritura es theopneustos38 y es referido a pasa
graphé, es decir a “toda la Escritura”. De 2Tim. 3,17 resulta claro que la Escritura es concebida como

38
Theo=Dios y Pnéo=soplar. Hay un soplo de Dios en el escritor para que produzca el libro sagrado.

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Biblia I Apuntes de clases

una realidad viva y eficaz para la salvación, precisamente porque salió del Espíritu de Dios. El que
esta Palabra de Dios se haya hecho libro se atribuye a la acción del Espíritu (pneuma) exactamente
como la Encarnación de la Palabra de Dios en Jesucristo es obra del mismo Espíritu Santo (cf. Lc.
1,35).
Sin dudas Pablo está hablando aquí del AT, ya que se refiere a la “Sagrada Escritura” que Timoteo
ha conocido por su madre (v.15), la cual era una judía creyente (Hch. 16,1); pero también puede
referirse a los escritos del NT que ya en la época estaban escritos (cf. 1Tim. 5,17-18, donde se cita
un dicho de Jesús al nivel de un texto del AT; 2Pe. 3,15-16, que muestra que las cartas de Pablo
están al nivel de las “demás Escrituras”).

Así como hemos concluido que la inspiración bíblica explícitamente afirmada en el NT es la


conclusión de una permanente acción del Espíritu Santo en la historia, tenemos que decir que esa
acción se prolonga hoy en el presente de la Iglesia. Es decir que, así como hubo “inspiraciones” que
precedieron a la inspiración bíblica propiamente dicha, así hoy se dan “inspiraciones” que prolongan
la acción del pneuma en la historia de la Iglesia. La fe, por ejemplo, que es la respuesta al Dios que
se revela, es impensable sin una moción del Espíritu Santo (DV 539). La Tradición, que acompaña la
revelación escrita, es posible gracias a la asistencia del Espíritu Santo (DV 840). La misma Escritura
debe ser leída e interpretada con el auxilio del Espíritu Santo (DV 12). Es importante notar
finalmente cómo antes de la consagración del Cuerpo y la Sangre del Señor se invoca al Espíritu
Santo en la llamada epíclesis. Es decir que el pueblo de Dios puede nutrirse del Pan de Vida gracias
a la acción del Espíritu Santo sobre las especies de pan y vino. De la misma manera podemos pensar
que se puede seguir alimentando de la Palabra de Dios gracias a que realiza una especie de
consagración de la Historia de la Salvación bajo las especies de la palabra humana.

Reflexión eclesial sobre el misterio de la “inspiración”41


La Iglesia nunca dejó de interrogarse acerca de este fenómeno de la “inspiración” y ha reflexionado
sobre él a lo largo de su historia. Quizás un acercamiento a esta reflexión nos ayude a comprender
mejor de que se trata este carisma.
El mundo greco-helenístico tenía la concepción de que el soplo divino se posesionaba del sacerdote
o sacerdotisa, lo hacía entrar en éxtasis, quedando fuera de sí, perdiendo su libertad y alienando a
la persona. Una concepción similar había entre algunos autores del judaísmo, como, por ejemplo,
Filón de Alejandría, que pensaba casi en un “dictado” de Dios. Otros, en cambio, como Flavio Josefo,

39
“…Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo,
el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar y creer
la verdad". Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona
constantemente la fe por medio de sus dones.”
40
“…Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va
creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los
creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya
por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad…”
41
Cf. RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San
Benito, 2013. 1° ed. Unidad 1 de la PRIMERA PARTE. Allí se desarrolla de modo más sintético este mismo tema, tratando
el “fenómeno complejo” de la inspiración, como una discreta acción de Dios, en lo profundo del autor sagrado,
respetando la humanidad del mismo, su cultura, sus inclinaciones, sus gustos, su forma de escribir… cada hagiógrafo
escribe con sus conocimientos, con su genio literario, con su manera de expresarse lo que Dios manda escribir. Es esto
lo que hace que cada libro de la Sagrada Escritura sea distinto.

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Biblia I Apuntes de clases

hablaban de un modelo de elección y autorización de Dios hacia los autores sagrados. Pero ninguno
de estos modelos es el que encontramos en la Sagrada Escritura.
En la Biblia el ejemplo de los profetas es el más significativo. La acción del Espíritu Santo no niega
la personalidad del profeta, quienes no escriben al dictado de Dios, ni repiten simplemente de
memoria un mensaje recibido, sino que hay un verdadero trabajo personal-artesanal. Está
presente lo divino y lo humano: lo divino eleva a lo humano, no lo suprime; la vocación supone la
personalidad del profeta, no la destruye; Dios actúa, pero mantiene la libertad del profeta (Cf. Jr.
20,7-9).
Algo similar ocurre con los apóstoles en el NT. Ellos tienen la misión de proclamar la Palabra de Dios,
revelada en Jesucristo, recordando, testimoniando, con todas las facultades humanas activas (Cf.
Jn. 14,25-26; 15,26-27). De este modo, además de la memoria y la inteligencia, interviene todo el
trabajo literario de componer y redactar, de seleccionar y transmitir (cf. Lc. 1,1-4). Los carismas de
Dios no evitan el trabajo humano, sino que lo estimulan y dirigen.
Los Padres de la Iglesia no sólo afirmaron que la Escritura es palabra de Dios por haber sido inspirada
por Dios (2Tim. 3,16) sino que comenzaron a trabajar algunos conceptos y categorías con la finalidad
de aclarar la relación entre la Palabra de Dios y la palabra humana en la Biblia, o entre Dios que
inspira y el escritor que es movido por el Espíritu Santo a fin de redactar los libros sagrados.
Al principio los Padres de la Iglesia toman el concepto de instrumentalidad ya conocido en el NT
(2Pe. 1,21: “los hombres movidos por el Espíritu Santo”), equiparándolo a un instrumento musical:
El Espíritu hace uso de los profetas como el flautista sopla en una flauta (San Hipólito).
Indudablemente esa imagen destaca y subraya el origen sobrenatural de los libros sagrados, que
nos lleva a concebir hermosamente la Escritura como la música de Dios, pero hay que tomar la
idea como una realidad meramente simbólica y no como una descripción técnica que podría
hacernos concluir que el autor sagrado es un simple objeto inerte en las manos de Dios.
Los Padres admiten la participación activa de las facultades espirituales e intelectuales del escritor
sagrado, no anuladas por el carisma dado por el Espíritu. Por eso cuando la categoría de
“instrumento” sea desvirtuada y usada para comparar a los profetas con aquellos que comunicaban
oráculos paganos en una especie de éxtasis que anulaba su participación consciente (pitonisas y
sibilas) se aclarará que no es así como hablaban los profetas. Estos últimos no actuaban
inconscientemente, sino que son “instrumentos u órganos”, pero instrumentos “vivos y dotados
de razón” (DAS 6442).
Otra línea que se fue perfilando entre los Padres de la Iglesia es la noción de Dios como autor de la
Sagrada Escritura (San Ambrosio y San Agustín). Es una postura que sale al cruce de la herejía
gnóstica y maniquea que sostenía que todo el AT era obra de satán. Los Padres respondieron que el
mismo Dios es autor de ambas economías, de ambos testamentos. Aquí todavía hay que hacer
ciertas aclaraciones porque ¿en qué sentido se dice de Dios que es autor? Nosotros lo entendemos
en un sentido unívoco: el que hace una determinada obra y sólo él. Lo entendemos en el sentido de
autor literario. Aplicado a la inspiración bíblica vemos que la cuestión no es tal cual así lo vemos en
la autoría literaria. Dios sería un autor especial, que escribe por medio de otros, que son a su vez
verdaderos autores.
Otro concepto que se utilizó para explicar el fenómeno fue el de dictado: el Espíritu Santo dicta a
sus secretarios lo que tienen que escribir. Lo usan San Jerónimo y San Agustín. Pero para ellos ese

42
Más adelante la cita textual de este punto.

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Biblia I Apuntes de clases

dictar (=dictare) significaba también componer, enseñar, prescribir, arte, poesía, operación
inteligente. Después del Concilio de Trento, 1580, esto se va a desvirtuar, ya que se considerará a
los actores humanos como meros “anotadores”. Por eso será una categoría que se irá dejando de
lado.
La noción de “carta de Dios” es más bien un intento de explicar pastoralmente el misterio más que
describir técnicamente el fenómeno. Los Padres de la Iglesia querían señalar el hecho grandioso de
Dios que habla a los hombres de todos los tiempos a través de la palabra escrita.
Un intento un poco menos “unilateral” lo constituye el hecho de comparar una obra literaria y sus
distintos personajes con su autor. Un gran escritor es capaz de crear personajes que dicen las
palabras como brotando de su interior. Cuando ellos hablan en la novela son realmente palabras
suyas (por eso es que realmente cuando vemos una película o leemos un libro le cobramos simpatía
a los personajes simpáticos y nos resultan antipáticos los personajes malos). Sin embargo, las
palabras de los personajes en definitiva son palabras del escritor: hace hablar a sus personajes, pero
habla él en realidad. La Biblia sería ese gran drama en el que Dios -autor- hace hablar a sus
personajes con palabras humanas. Esos personajes son los escritores de los libros creados por su
autor, que es Dios. Indudablemente la analogía tiene sus elementos rescatables, pero también hay
que señalar sus limitaciones ya que el personaje literario no es una persona viva y real. Es un hombre
que se mueve dentro de la órbita y dentro de la mente del autor; y esto no es tan así en el caso de
los escritores sagrados.
Santo Tomás de Aquino, en el S. XIII, hará un gran aporte para explicar este carisma. Los conceptos,
imágenes y analogías de los Padres de la Iglesia se mantendrán hasta finales del s. XII. Aquí
comenzará un poco más el interés por reconocer la contribución humana del escritor sagrado. Para
esto les resultó apropiadísima la noción (filosófica) aristotélica de causa eficiente, la cual puede ser
principal o instrumental. Tomás dice: causa principal es Dios, causa instrumental es el autor
humano, y ambos son causa eficiente. Esto explica varias cosas:
1. La causa principal es la que actúa por sí misma. La causa instrumental actúa solamente por la
moción de la causa principal.
2. En el instrumento se distingue una doble acción: la que es conforme a la naturaleza del
instrumento y aquella que puede hacer con la causa principal.
3. El resultado de la operación se debe atribuir a los dos, no a uno solo.
4. Las dos causas actúan simultáneamente en la producción del efecto.
5. la capacidad del agente principal tiene un carácter permanente, mientras que la del agente
instrumental tiene un carácter pasajero, cesa cuando el agente principal deja de usar la
instrumental.
Más adelante el Concilio de Florencia (1442) introduce por primera vez en un documento oficial de
la Iglesia la categoría de “inspiración” (cf. DH 133443). El Concilio de Trento (1546) recalcó el hecho
de la inspiración bíblica, pero para ello echó mano del término “dictar” para referirse a las
tradiciones oralmente recibidas (está respondiendo al principio de “sola scríptura” de los
reformadores) (cf. DH 150144).

43
“Profesa que uno solo y mismo Dios es autor del Antiguo y Nuevo Testamento, es decir, de la ley, de los profetas y del
Evangelio, porque por inspiración del mismo Espíritu Santo han hablado los Santos de uno y otro Testamento…”
44
“…viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y las tradiciones no escritas que,
transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de
labios del mismo Cristo, o bien por inspiración [dictado] del Espíritu Santo…”

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Pasado el Concilio tridentino se propusieron varios caminos: algunos se pronunciaron favorables a


la inspiración verbal de la Biblia: el Espíritu Santo no sólo inspira el contenido de la Sagrada
Escritura, sino que además dictó y sugirió cada una de las palabras con que fueron escritas (se
negaba la actividad del escritor y se hacía difícil, entre otras cosas, explicar la diversidad de lenguaje
en la Escritura Sagrada). Esta es llamada también inspiración concomitante.
Otros se decidieron por la inspiración real. Remarca que lo inspirado es el contenido de la Escritura,
pero no cada palabra; la inspiración es de los contenidos, pero cada autor pone la expresión verbal.
Esta es llamada también inspiración antecedente.
Más adelante otros identificaron la inspiración con la ausencia de error en los Escritos Sagrados y
otros pusieron el acento no en el antes o en el durante, sino en el después. Una especie de
inspiración consecuente: son inspirados aquellos libros que recibieron especial aprobación por
parte de la Iglesia. Resulta interesante comprobar que, así como Cristo no fue considerado Dios en
virtud de un acto posterior de proclamación y exaltación, sino que lo era desde el comienzo, así
tampoco una aprobación posterior de la Iglesia pudo transformar la naturaleza de la Escritura
convirtiéndola, por ese acto, en Palabra de Dios.
El Concilio Vaticano I (1869-1870) promulga la constitución dogmática Dei Filius sobre la fe católica,
dedicando el capítulo 2 al tema de la Revelación. Allí se refuta en especial las opiniones de la
inspiración consecuente (cf. DH 300645). El Vaticano I recuperó sobre todo la categoría de “Dios
autor” y afirmó así el origen divino de la Escritura. De todas formas, y más allá de estas definiciones,
deja abierto el campo a ulteriores reflexiones teológicas sobre la naturaleza del carisma.
Después del Concilio Vaticano I apreció una explicación aparentemente muy convincente que daba
lugar tanto a la actividad del autor divino como a la del autor humano. El Cardenal Franzelin, en un
libro de 1870, dice que en todo libro existen dos elementos: uno formal que son las ideas, los
pensamientos, los conceptos y otro es el elemento material que son las palabras, las expresiones,
las construcciones literarias. Dios sería el autor del elemento formal mientras que el escritor lo
sería del elemento material. Pero la misma psicología fue debilitando esta argumentación porque
no se puede establecer una división tajante entre una cosa y la otra. Un autor no puede concebir un
pensamiento al margen de un determinado lenguaje y viceversa.
La Providentissimus Deus46 de León XIII (de 1893) es el primer documento del Magisterio que
intenta una descripción de la naturaleza de la inspiración. Hace una aplicación de la psicología
humana al fenómeno concreto de la inspiración bíblica: lo intelectivo, lo volitivo y lo operativo.
“De hecho todos los libros íntegros que la Iglesia reconoce como sagrados y canónicos, en todas sus
partes han sido escritos por inspiración del Espíritu Santo. Tan lejos está de todo error la inspiración
divina, que no solo excluye por sí misma todo error, sino que lo excluye y repudia tan necesariamente,
como necesariamente no puede Dios, soberana Verdad, ser autor de ningún error.
Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia, definida solemnemente por los Concilios de
Florencia y de Trento y confirmada por fin y más expresamente expuesta en el Concilio Vaticano, que
dio este decreto absoluto: “los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento, con todas sus partes,
tales como están enumerados por el decreto del mismo Concilio (de Trento) y tales como están

45
“[los libros sagrados] …la Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque compuestos por sola industria humana,
hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin error; sino porque escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido transmitidos a la misma Iglesia…”
46
En adelante PD. A partir de DH 3280.

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contenidos en la antigua edición Vulgata Latina, deben ser tenidos como sagrados y canónicos, no
porque escritos por la sola ciencia humana, hayan sido aprobados después por su autoridad, ni
solamente porque encierren la revelación sin error, sino porque, escritos por inspiración del Espíritu
Santo, tienen por autor a Dios”. Es enteramente inútil pues decir que el Espíritu Santo se haya valido
de los hombres como instrumentos para escribir, de modo que algún error pudiera escaparse, no
seguramente al primer autor, sino a los escritores inspirados. Pues Él mismo los excitó y movió con
virtud sobrenatural a escribir y Él mismo les asistió mientras escribían, de tal manera que ellos
concebían exactamente, querían relatar fielmente y expresaban a propósito con verdad infalible
todo y solamente lo que Él les ordenaba escribir. De otro modo no sería Él autor de toda la Sagrada
Escritura" (PD 20).
Actualmente a esa fórmula tan lograda se lo llama “esquema leonino”: el autor sagrado concibe la
obra (momento intelectivo), se decide a escribirla (momento volitivo) y la ejecuta (momento
operativo). Todo se da bajo la acción del Espíritu.
Otra encíclica, la Spiritus Paraclitus47, de Benedicto XV (de 1920, con ocasión del XV centenario de
la muerte de San Jerónimo), sigue también explicándola desde la psicología del autor:
“Recórrase los libros del gran doctor; no hay una página que no atestigüe con evidencia, que él
sostuvo, firme e invariablemente, con la Iglesia Católica entera, que los santos libros fueron escritos
bajo la inspiración del Espíritu Santo, que tienen a Dios por autor y que como tales los ha recibido
la Iglesia. Los libros de la Sagrada Escritura, afirma, fueron compuestos bajo la inspiración, o la
sugestión, o la insinuación, y aún el dictado, del Espíritu Santo, más todavía, el mismo Espíritu fue
quien los redactó y publicó.
Pero, por otra parte, Jerónimo no tiene duda alguna de que todos los autores de estos libros, cada
uno conforme a su carácter y a su genio, prestaron libremente su concurso a la inspiración divina.
...De este modo distingue cuidadosamente lo que es particular a cada uno de ellos. Desde múltiples
puntos de vista -ordenación de materiales, vocabulario, cualidades y forma de estilo- muestra que
cada uno de ellos aportó a la obra sus facultades y fuerzas personales.
...Para mejor explicar esta colaboración de Dios y del hombre en la misma obra, Jerónimo propone
el ejemplo del obrero que emplea en la confección de algún objeto un instrumento o una
herramienta: en efecto, todo lo que dicen los escritores sagrados constituye las palabras de Dios, no
las palabras de ellos; al hablar por su boca el Señor se sirvió de ellos como instrumentos.
Si ahora tratamos de saber cómo hay que entender este influjo de Dios sobre el escritor sagrado y
su acción como causa principal, veremos en seguida que la opinión de San Jerónimo está en perfecta
armonía con la doctrina común de la Iglesia Católica en materia de inspiración: Dios, afirma Jesús
mismo, por un don de su gracia ilumina el espíritu del escritor en lo que respecta a la verdad que
este debe transmitir a los hombres por la virtud de Dios; mueve en seguida su voluntad y lo impulsa
a escribir; y por fin le da la asistencia especial y continuada hasta el término del libro” (SP 25).
Por último, la Divino Afflante Spiritu de Pío XII (1943) volvió a la idea de “instrumentalidad” -tan
querida por Santo Tomás- pero subrayando que las características personales del autor no
desaparecen a la hora de escribir. No analiza desde el punto de vista de la psicología la naturaleza
de la inspiración como lo hacían los dos documentos anteriores.

47
En adelante SP. A partir de DH 3650.

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“Partiendo del principio de que el escritor sagrado al componer el libro es órgano o instrumento del
Espíritu Santo, con la circunstancia de ser vivo y dotado de razón; rectamente observan que él, bajo
el influjo de la divina moción, de tal manera usa de sus facultades y fuerzas, que fácilmente puedan
todos colegir del libro nacido de su acción la índole propia de cada uno y por decirlo así sus singulares
caracteres y trazos” (DAS 64).
Finalmente el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum 11 recogiendo lo dicho por la tradición riquísima
expresó no sólo el “que” sino también el “modo” de la naturaleza de la inspiración bíblica tratando
de dejar expresado con claridad que ambos, Dios y el hombre, son verdaderos autores. En este
caso no hará un análisis de la psicología del autor. Mantiene la idea de instrumentalidad, pero no
profundiza demasiado en la naturaleza de la inspiración.
“Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se
consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene
por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes,
porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le
han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres,
que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos,
escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado
por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con
fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.
(cf. 2Tim. 3,16-17).” (DV 11)

Problemas abiertos:
A) No uno sino varios autores inspirados: Los libros que no tienen un solo autor, sino que son
producidos por el trabajo de varios autores ¿Hay que decir que el inspirado es solamente el último?
Aquí es necesario hablar de muchos autores inspirados, pero con la aclaración que Dios inspiraría a
cada autor en vistas a la obra última, al “resultado final”. La inspiración en este caso habría que
considerar en un todo, ya que Dios no inspiró a cada autor para que cada uno realice su obra, sino
que Dios inspiró a cada uno para la obra común.
B) El carisma de la inspiración no es un carisma aislado: Un libro no brota por generación
espontánea y en el aire, sino que brota a raíz de determinados acontecimientos y con la influencia
de personas concretas. Eso que precede y acompaña a la composición del libro también sería fruto
de la acción, de la “inspiración” del Espíritu Santo. El carisma de la inspiración bíblica sería un
carisma relacionado con esa acción previa del Espíritu divino. Aquí se explica todo el proceso y el
fenómeno desde su gran protagonista: el Espíritu Santo. Tanto lo que ocurre como lo que hacen y
dicen ciertos personajes como, finalmente, lo que se pone por escrito está guiado por esa sabia
acción del Paráclito.
C) Dimensión comunitaria de la inspiración: Se subraya la interacción, la dependencia y la mutua
influencia que existe entre el autor sagrado y la comunidad a la que pertenece. El autor sagrado usa
el lenguaje de la comunidad, usa los géneros literarios del grupo porque si quiere darse a conocer y
hacerse entender no puede menos que echar mano de la tradición literaria de aquellos a quienes
les habla. También es portador de los sentimientos de ese pueblo al que le habla. Es “intérprete” de
la comunidad. Destacar esta relación nos ayuda a valorar el carácter eclesial de los escritos bíblicos:
nacen en el seno de una comunidad y, a su vez, son para ella.

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D) Obra literaria inspirada: Algunos autores hablan de que la inspiración bíblica afecta al mismo
tiempo a los hagiógrafos y a su obra literaria, ya que es la obra la que está inspirada por el Espíritu
Santo. Alonso Schökel dice que el proceso inspiratorio sobre el autor está ordenado a la obra como
a su término y a la obra literaria en toda su “plural estructura”.
En la Sagrada Escritura aparecen los dos matices: 2Pe. 1,20 afirma la inspiración del escritor, 2Tim.
3,16 afirma la inspiración del texto. Los padres de la Iglesia, al igual que el CVI, prefirieron tener en
cuenta que es la Escritura la que está inspirada, sólo la especulación neoescolástica del S. XIX y XX
puso su acento en el autor y en el aspecto psicológico.
Alonso Schökel plantea que no debemos dejarnos llevar por la psicología, sino que hay que
equilibrarlo con un enfoque más literario: en el orden de importancia todo apunta a la obra literaria,
todo el trabajo del autor mira la obra escrita. Plantea entonces un esquema en tres tiempos:
• Los materiales: lo que capta el autor, la experiencia vital, la experiencia de otros… aquí no hay
inspiración propiamente dicha.
• La intuición: es el momento inicial de la obra literaria, dando vida a los materiales y poniendo en
marcha e iluminando el proceso… aquí ya hay inspiración del Espíritu.
• La ejecución: es el momento de la escritura, la puesta en marcha del impulso interior… todo este
momento es creativo y sigue siendo un momento desarrollado bajo la acción del Espíritu.

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