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Biblia I - Apuntes PDF
Biblia I - Apuntes PDF
Sagradas
BIBLIA I
APUNTES DE CLASES
PROGRAMA
Introducción: NOCIONES GENERALES SOBRE LA BIBLIA
Los nombres de la Biblia. Las divisiones. Las lenguas. Capítulos y versículos. Como se cita. Geografía
bíblica: Medio Oriente y Palestina.
BIBLIOGRAFÍA
EDICIONES DE LA BIBLIA
BIBLIA DE JERUSALÉN. Bilbao, Declée de Brower, 1998.
LA BIBLIA. El LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS. Traducción argentina de los Pbros. A.J. Levoratti y A.B.
Trusso. Notas, introducciones, preliminares y apéndices de Editorial Verbo Divino. Buenos Aires,
Verbo Divino, 20151.
THE GREEK NEW TESTAMENT. 4° edición revisada, Stuttgart, Sociedades Bíblicas Unidas, 2002
DOCUMENTOS MAGISTERIALES
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (1992)
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Dei Verbum (1965)
1
Esta es una versión revisada y actualizada de El libro del Pueblo de Dios, la Biblia, de editorial Paulinas.
LEON XIII, Providentissimus Deus (1893)
BENEDICTO XV, Spiritus Paraclitus (1920)
PIO XII, Divino Afflante Spiritus (1943)
BENEDICTO XVI, Verbum Domini (2010)
FRANCISCO, Lumen Fidei (2013)
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993)
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, El Pueblo Judío y sus sagradas Escrituras en la Biblia Cristiana
(2001)
Las divisiones
La Biblia de los cristianos está dividida en dos grandes partes, teniendo como criterio el momento
de la aparición de Nuestro Señor Jesucristo.
Todos los libros de la Biblia que fueron escritos por el pueblo judío antes del nacimiento de Jesús
forman un gran bloque que se denomina “Antiguo Testamento”2. Son 46 libros (o 47 si la carta de
Jeremías se toma como una obra separada del “libro de Baruc”). Los judíos -como no reconocen el
Nuevo Testamento- no utilizan la denominación “Antiguo” o “Primero” para designar esta parte de
la Biblia, que es “su” Biblia. Ellos han utilizado siempre la denominación: “La Ley y los Profetas” (Cf.
Mt. 22,40). En la actualidad, utilizan la sigla TANAK (que se pronuncia TANÁJ). Está formada por las
iniciales de las tres grandes partes de los libros que ellos aceptan como sagrados:
T – La Ley (en hebreo Torah);
N – Los Profetas (en hebreo Nebi'im) y
K – Los Escritos (en hebreo Ketubim).
Los libros de la Biblia que se escribieron después de la muerte y la resurrección de Jesucristo, y que
contienen el testimonio apostólico, componen la parte llamada “Nuevo Testamento”3. Son 27
libros.
Las lenguas
Si bien este tema será un apartado de nuestra cátedra, a modo de introducción podemos decir que
la mayor parte del AT (39 libros) se conserva en lengua hebrea. Algunos fragmentos de estos libros
están además en arameo. Hay siete libros (Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría y 1 y 2 de
Macabeos) que se conservan en lengua griega, así como también algunos fragmentos de otros
libros. Hay además una versión griega de los libros del AT que se llama “Versión de los Setenta” 4.
1
Resumen tomado de RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras.
Buenos Aires, San Benito, 2013. 1° ed. “Lección preliminar”. Sobre la geografía bíblica: CHARPERNTIER, Etienne. Para
leer el Antiguo Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989; y ECHEGARAY, J.G. - ASURMENDI, J. y Otros. La Biblia en su
entorno. Navarra, Verbo Divino, 1999.
2
También llamado Libro de la Antigua Alianza, Primer Testamento o Primera alianza. En adelante AT
3
También llamado Libro de la Nueva Alianza. En adelante NT
4
Se abrevia LXX. En la unidad IV se desarrollará esta versión. Tiene una distribución distinta que el TANAJ: Pentateuco,
libros históricos, Poesía y Sapienciales y Profetas.
La parte de la Biblia que para los cristianos es el AT, es libro sagrado también para los judíos. Pero
tanto los judíos como las Iglesias protestantes admiten como libros sagrados solamente los que se
conservan en lengua hebrea.
El NT fue escrito y se conserva en su totalidad en lengua griega. Este es admitido como libro sagrado,
con todos sus libros, tanto por los católicos como por todas las iglesias Ortodoxas y los protestantes
(en su mayoría).
Capítulos y versículos
Tanto los libros del AT como del NT están actualmente divididos en capítulos y versículos. Los
capítulos son trozos más o menos extensos, los versículos pretenden ser frases numeradas. Esta
división en capítulos y versículos no es original: no fue puesta por los autores, sino que fue añadida
a partir de la Edad Media con la intención de facilitar la búsqueda y ubicación de los textos.
Después de varios intentos de división del texto (que se realizaron desde la época de los Santos
Padres) se adoptó la división en capítulos introducida por el Cardenal Stephen Langton, arzobispo
de Canterbury (fallecido en 1228) en una edición de la Biblia en latín.
La numeración de las frases, los versículos, fue realizada en 1527 por un dominico de Lucca, Santes
Pagnino. En 1551, el editor francés Robert Estienne publicó una edición del NT en griego y latín con
esta clase de divisiones. Finalmente, en 1555, hizo una publicación de la Biblia en latín en la que
tomó la división de Pagnino para los libros traducidos del hebreo, pero para los traducidos del griego
hizo una división propia que es la que actualmente se imprime en todas las Biblias. Esta división
tiene algunos defectos, pero se conserva porque un cambio traería demasiadas complicaciones.
Cómo se cita
Para citar los libros del AT y del NT se utilizan las abreviaturas de los nombres que se encuentran en
todas las ediciones de la Biblia. Para evitar confusiones conviene ajustarse a la forma que ofrece
alguna Biblia de gran difusión y no hacer “inventos” de nuevas abreviaturas.
Cuando se cita un versículo, después de la abreviatura del libro se coloca el número de capítulo
seguido de una coma, y luego el versículo. Por ejemplo: Gn. 1,26; Mt. 16,18.
Cuando se citan dos o más versículos seguidos, se pone el primer y el último número de versículos
separados por un guion. Por ejemplo, para indicar que se quieren leer los versículos del 16 al 21 del
capítulo 3 del Evangelio de Juan, se escribe: Jn. 3,16-21.
Para citar varios versículos separados de un mismo capítulo, se ponen los números de versículos
separados por un punto. Si se quiere hacer referencia a los versículos 4 y 12 del Salmo 72, se escribe:
Sal. 72,4.12.
Si una cita abarca un texto que va más allá de un capítulo, se escribe de la forma siguiente: Is. 52,13-
53,12.
En algunos casos es necesario citar sólo una parte de un versículo, entonces se lo divide lógicamente
y se escribe de esta manera: Gn. 2,4a y Gn. 2,4b.
Geografía bíblica
Al menos hagamos un breve acercamiento al lugar donde se ha movido el pueblo de Israel y la Iglesia
primitiva: Medio Oriente y Palestina. No intentamos hacer un desarrollo profundo del tema, sino
solamente un somero acercamiento que nos ayude a entender y a ubicarnos cuando citemos textos
bíblicos. En la mayoría de las ediciones de la Biblia encontramos mapas que nos pueden ayudar a
recorrer la geografía de dichos lugares.
Respecto a Medio Oriente, debemos decir que fue la cuna de grandes civilizaciones, como lo
apreciamos en el siguiente mapa:
En el sur, en el valle del Nilo, a partir del año 3000 a.C., Egipto se convierte en un pueblo importante
gobernado por dinastías de reyes o faraones. En el norte, en las mesetas del Asia menor, prosperan
los hititas, que fueron muy poderosos durante 1500 años, pero desaparecieron prácticamente en
la historia bíblica.
Al este se extiende la Mesopotamia (en griego mesos potamos = entre los ríos) que también se
llama el Creciente fértil. Allí coexistieron magníficas civilizaciones, como Sumer, Akkad y Babilonia
al sur, y al norte Asiria (territorio del Irak actual). Más al este de los medas y los persas.
Del oeste, de la Europa actual, llegaron otros pueblos a invadir medio oriente: los griegos, tres siglos
antes de Cristo, y luego los romanos, un siglo antes de Cristo.
¿Y qué es lo que pasa cuando unos grandes pueblos limitan entre sí? ¡Luchan! Y para luchar hay que
encontrarse o ir al territorio del otro, y para ello hay que pasar por ese corredor estrecho situado
entre el Mediterráneo y el desierto de Arabia. Lo malo es que en este estrecho corredor vive el
pequeño pueblo que a nosotros nos interesa: Israel. Se comprende entonces que su vida dependa
continuamente del poder de las otras naciones. Servirá de atalaya a unas y a otras respectivamente
y sufrirá la tentación de aliarse unas veces con unas y otras veces con otras.
La palabra Canaán designa en la Biblia y en los textos extrabíblicos un país o una población del país.
El país de Canaán alude en general a la Palestina de hoy. Fue en este país donde en el siglo XII a.C.
se instalaron unas tribus que por el año 1000 se convirtieron en el reino de David y Salomón. Al
morir el último el reino se dividió en dos: al sur el Reino de Judá, con la capital en Jerusalén y al
norte el Reino de Israel, con la capital en Samaría. También por el siglo XII se instalaron los filisteos
en la costa mediterránea.
Digamos ahora unas palabras de la región conocida como Palestina (en hebreo de pelistim: filisteos).
Ella se encuentra en la zona sur de la fachada más oriental del mar Mediterráneo y comprende los
actuales Estados de Israel y Jordania. De un lado nos encontramos con la cuenca hidrográfica del
Río Jordán y por el otro la cuenca del mar Mediterráneo.
Respecto del río Jordán, debemos decir que nace al pie del monte Hermón, desde donde comienza
a bajar y continúa hacia el sur encajonándose en una estrecha garganta por donde desciende hasta
desembocar en el lago Kinneret o
Genesaret o Tiberíades o mar de
Galilea (la superficie del lago está
a 211 metros bajo el nivel del mar,
con una profundidad de 40
metros). El agua de este lago es
dulce y abundante en peces. El
Jordán reanuda su curso
partiendo de la Ribera sur del lago
y entre numerosos meandros va
deslizándose por una
impresionante fosa a lo largo de
una distancia de unos 100
kilómetros, hasta desembocar en
el mar Muerto (la superficie está
a 403 metros por debajo del nivel
del mar, siendo el lugar más
profundo de nuestro planeta, con
una profundidad de 400 metros).
Su agua es tan salobre que impide
la presencia de peces y de
cualquier ser viviente.
La región de la Cisjordania, es
decir, al oeste del Jordán, tiene
una cadena montañosa que corre
paralela al Jordán y se llama al
norte Montaña de Samaría y
Montaña de Judá al Sur. Hacia el
sur, cuando la costa se aleja del
mar Muerto, la llanura se
ensancha y termina la cadena
montañosa, comenzando el
desierto del Négueb. Al norte de la montaña de Samaría se extiende una fértil y gran llanura llamada
de Yizreel o Esdrelón, donde hay algunas montañas aisladas, como el Tabor, dónde se da la
transfiguración, lo que se llama baja Galilea. Más al norte el país se vuelve abrupto, con alturas de
1200 metros, es la alta Galilea.
La región de la Transjordania, al este del Jordán, se reduce una inmensa meseta cortada por los
afluentes del Jordán. Desciende hacia el valle del Jordán de una manera brusca mientras que por el
Oriente se prolonga hasta confundirse con el gran desierto siro-arábigo de una forma más suave.
El clima viene determinado por la influencia de dos factores opuestos: el mar Mediterráneo y el
desierto, separados ambos por unos 130 kilómetros, lo cual provoca diferencia de países en un país
pequeño y cambios climáticos a lo largo de las estaciones.
La zona de la llanura costera está dominada por
vientos húmedos del mar, es fértil, verde y de
clima mediterráneo con temperaturas de entre 10
y 15 grados en invierno y en verano entre 27 y 32,
con un régimen de lluvia de 1200 mm anuales. Los vientos húmedos entran en el territorio cuando
la geografía se lo permite, por ejemplo, en el valle de Yizreel, creando una zona rica, llena de bosques
de Encinas, por esto se desarrolla la agricultura.
La montaña de Samaría y de Judá son, debido a su
altura y a la naturaleza del terreno, regiones ásperas
con vegetación más pobre, donde se cultiva la vid el
olivo y abundan los cipreses. La medida anual de
lluvias es de 600 mm anuales.
En el desierto de Judá la vegetación desaparece, el aire
se calienta y todo se reseca. En las cercanías del mar
Muerto no hay vegetación, ya que por estar debajo del
mar Mediterráneo no recibe los vientos húmedos y se
genera un sistema de alta presión que constituye uno
de los paisajes más desolados del planeta. Sin
embargo, hay algunos oasis naturales como Jericó.
La Galilea es de clima suave y paisaje verde por estar
expuesta a la influencia de los vientos mediterráneos.
La moderada altura de las colinas y el nivel del lago de
Genesaret no permiten el fenómeno de la
desertización.
El Négueb no se ve beneficiado por los vientos
costeros y por lo tanto es un enorme desierto que
parcialmente han podido transformar con actuales
técnicas de regadío.
5
Será de mucha utilidad hacer una lectura previa de la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum
del Concilio Vaticano II (en adelante DV), mirar su estructura y definiciones más importantes.
6
Catecismo de la Iglesia Católica, firmado por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1992. En adelante CEC. Será importante
tener el Catecismo a mano para ver su estructura.
comprender hay que creer y para creer hay que comprender” (P. Ricoeur). Podemos decir que resulta
una grandísima falta de respeto ir a la Sagrada Escritura sin esta advertencia fundamental. Querer
entrar en ese mundo sin darse cuenta que ella se gestó en el contexto del Dios que habló al hombre
para que éste le respondiese, es como renunciar a entenderla desde el inicio.
Todo esto nos ayudará a captar desde el arranque cuál es la intención del estudio bíblico y qué es
lo que tiene que ser considerado primero y qué lo que tiene que ser tratado en segundo lugar.
Porque generalmente vamos a la Biblia con ciertas pretensiones “utilitarias” en el sentido de querer
encontrar en ella el libro de las “recetas” de vida o de conductas, o un libro de moral que solamente
contiene preceptos y máximas que uno tiene la obligación de cumplir, o tal vez un “gran catecismo
sagrado” que nos presente de una manera resumida y abreviada lo que hay que creer y lo que hay
que hacer. O sea, nuestra mirada parece quedar prendida de la pregunta: ¿para qué me sirve la
Biblia? dejando de lado la primera y fundamental: ¿qué es la Sagrada Escritura? Vamos
directamente queriendo usarla sin tratar de interiorizamos primero de lo que ella es. Es una
mentalidad que aplicamos a muchas cosas, pero es una mentalidad que en más de una ocasión nos
hace quedar fuera de lo central, de lo fundamental, de lo esencial de cada cosa.
El CEC, al hablar de la Escritura, nos trae cinco apartados, que son:
I- Cristo, Palabra única de la Sagrada Escritura
II- Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura
III- El Espíritu Santo, intérprete de la Sagrada Escritura
IV- El canon de las Escrituras
V- La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia
Esto está como diciéndonos: “ustedes están muy preocupados por saber qué tienen que hacer o
para qué les sirve el texto sagrado, pero adviertan que no van a llegar a una solución real y verdadera
si primero no se detienen y disponen a comprender qué es la Biblia, quién ha hablado en ella, de
qué forma lo ha hecho, qué verdad es la que hay que buscar en ella, etc.” O sea, el CEC trata de que
nuestra mirada no se pierda ni entusiasme tan rápidamente con el apartado cinco sin antes
considerar los cuatro anteriores.
7
Éstas son las cuatro letras (consonantes), trasliteradas desde el hebreo, que forman el nombre de Yahvé (nombre
propio del Dios de Israel - cf. Ex. 3,13-15), traducido en la versión del Libro del Pueblo de Dios como “El Señor” (se puede
leer la nota al pie de dicha edición de la Biblia). Como tal era una palabra que ningún judío pronunciaba, por lo que no
se sabe exactamente su fonética.
montón de leones, cualquier cantidad de tigres de todos los colores, rayos, truenos, ruidos, sangre,
llantos, gritos, etc… cosas que no terminamos de entender.
Todas estas experiencias nos llevan prácticamente hacia el mismo final y tienen por lo general la
misma conclusión: cerramos ese libro “tan complicado”, tan indescifrable y postergamos su lectura.
Porque, por ahora, nos resulta más coherente, más ameno, más llevadero un libro en el que el
capítulo segundo tiene que ver y continúa rigurosamente el capítulo primero y en el que al final se
solucionan y tienen su desenlace todas las cosas que el autor planteó a lo largo de la obra. Eso es
mucho más fácil de comprender que este otro libro que se inicia relativamente bien con el relato de
la creación, de la salida de Egipto y del destierro, pero que, de repente y sin avisar, empieza a habla
de personajes que ya está sepultados y a repetir cosas que ya sucedieron y ya se contaron. Y por allí
sigue el recorrido de un personaje determinado y después lo deja para hablamos de estos “niños de
la guerra” que son los Macabeos. Y de golpe, sin presentación previa nos habla de las desgracias
que le ocurren a este hombre piadoso que se llama Job. Y cuando nos parece qué ahora sí
comenzamos a captar algo y que todo continuará con el relato de los hijos de Job y sus hazañas,
resulta que nos topamos con un libro que contiene una especie de cánticos de toda especie pero
que nada nos dice de los autores de esos “Salmos” ni de los lugares donde se entonaban. Y después,
cuando ya tenemos afinada la voz para entonar esas canciones, resulta que nos corta la inspiración
una obra que contiene una colección de “dichos” que la Biblia llama “Proverbios” y que nos habla
de varios temas: amistades, mujeres, vino. Y en medio de todo ese lío aparece un libro que nos
parece incompatible con la visión que el cristiano ha de tener de la vida porque parece sumamente
pesimista, para él “todo es vanidad” y en este mundo no vale la pena mover un solo dedo porque
en definitiva todo acaba de la misma manera. Y cuando esto ya nos está convenciendo llega un libro
presentándonos a un enamorado y apasionado que no deja de hablamos de su amada, aunque no
nos dice cómo se llama, y la describe comparándola con las “yeguas del carro del faraón”. Ella
también está loca detrás de él y le sigue el juego comparándolo con una “gacela” y “un joven
cervatillo”. Y cuando la película gana en colorido y emoción, se nos corta el relato y la palabra la
toma un “descolgado” que empieza a hablar de la sabiduría, de lo que ella significa, de las
condiciones para alcanzarla y poseerla, etc. Y así podríamos continuar esta cadena que nos irá
diciendo cada vez con mayor fuerza que no se puede entrar ingenuamente en ese universo de la
Sagrada Escritura, sin ningún tipo de elemento y de aviso que nos vaya haciendo como de lazarillo
en nuestro esfuerzo por penetrar en el mundo bíblico.
Por eso, lo primero que tenemos que tener en cuenta es que estamos en presencia de un libro muy
particular que no se asimila en nada al “libro” que actualmente manejamos y que estamos
acostumbrados a leer. Este no es un “tomo”, un “volumen”, una obra que empieza y termina, un
“ensayo” sobre vida religiosa, un escrito sobre historia, un “manual” de ideas piadosas, una obra
literaria pareja en la que se contienen ideas, estilos y escritos más o menos homogéneos, más o
menos iguales. Aquí hay que abrir la mente y darse cuenta que uno está tratando con todo un
mundo muy particular que lo único que puede llegar a tener de común es esta pasión de Dios que
abre su misterio al hombre y elige, guía y salva a los hombres a través de un pueblo: ese es el
hecho fundamental con el que tiene que entrar en contacto quien se asoma al estudio bíblico. Pero
en torno a ese hecho fundamental, en torno a ese “núcleo” giran todos y cada uno de los renglones
de la Biblia que no dejan de decir, a su manera y con sus características, lo que Dios quiso revelar.
También los escritos de la Biblia, los distintos libros, cada una de sus páginas se nos presentan como
distintos elementos de una vida condensada, son momentos de historia pasada convertidos o
transportados al texto. Podemos detenemos en su estilo y tratar de comprender o estudiar su
vocabulario (así como de las fotos que están en la caja podemos analizar la calidad de su papel o el
desgaste sufrido por el paso del tiempo) pero lo que más nos interesa es que, gracias a ellos,
podemos “comulgar” con una historia real, con una vida riquísima y llena de acontecimientos de
toda especie. Eso que leemos ya fue, ya ocurrió, pero, de alguna manera ha quedado fijado allí, en
ese documento.
historia sea exacta tiene que haber ocurrido o estar ocurriendo de una determinada manera. Para
que sea no al solamente tiene que ser. Para que sea exacta, en cambio, tiene que ser “así”8.
La Sagrada Escritura nos presenta de continuo cosas reales, aunque tal vez no sean tan exactas en
sus detalles históricos. Pensemos, por ejemplo, el caso clásico de la creación en siete días: ¿fue así
exactamente? ¿esos días tenían veinticuatro horas como los nuestros? Y si las tenían ¿por qué Dios
destinaba un día entero para un acto que duraba unos pocos segundos? ¿Qué hacía en el resto de
la jomada? ¿Por qué y cómo pudo hacer la luz antes que el sol?9 ¿Cómo fue el diluvio? ¿Qué tamaño
habrá tenido el arca de Noé? Podríamos hacer una lista extensísima de cosas, de personajes, de
acontecimientos, de fechas, de detalles que aparecen en la Escritura y que muchas veces si uno se
zambulle en ellos con el ojo crítico de la exactitud histórica tendrá que preparase para quedar
defraudado en más de una oportunidad. Si uno va advertido con este criterio a los primeros
capítulos del Génesis, por ejemplo, reconocerá que allí están encerradas varias verdades
fundamentales, es decir cosas y afirmaciones reales que conviven con detalles que tal vez desde
el punto de vista histórico no sean estrictamente exactos.
En las interpretaciones demasiado literales de la Escritura que nos presentan ciertas corrientes
protestantes (o sectas) se nota frecuentemente demasiada preocupación por atender a ciertos
detalles y minuciosidades que no hacen al núcleo de la cuestión. Desde un solo aspecto, desde un
detalle quieren juzgar el todo, el vaso de agua es el punto de partida para interpretar a todo el mar.
Nosotros sabemos que es más bien el todo el que explica la parte, es toda la Escritura la que puede
iluminar un versículo, un párrafo, un elemento, un acontecimiento y no es ese versículo o ese
párrafo o ese elemento tomado aisladamente el que nos va a abrir el sentido de toda la Escritura.
8
Podemos pensar también, a modo de ejemplo, en como cada uno de los cuatro hermanos de una familia contarían la
historia de la vida de su madre o de su padre. Los cuatro estarían contando una historia real, pero cada uno desde su
propia interpretación de los hechos, con su propia personalidad y estilo literario, con su juicio sobre la realidad, con lo
que otros le han contado, etc. Cf. LF 8-10: “… si queremos entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido, el
camino de los hombres creyentes, cuyo testimonio encontramos en primer lugar en el Antiguo Testamento.”
9
cf. Gn. 1,3 con 3,14
orientales donde era muy común que se hicieran poemas de amor para una especie de ceremonias
matrimoniales y tiene en cuenta que Israel para ese entonces ya conocía la atribución del título de
“esposo” a este YHWH que buscaba con enloquecido amor a ese pueblo que se le perdía de
continuo, la “cursilería” comienza a dar paso a la piedad y a la fe, y las páginas del libro comienzan
a entenderse un poco más.
El hablar humano
¿Qué significa que el hombre “hable”? o ¿para qué habla el hombre?
Podemos decir que el hablar nos permite ingresar en el universo humano porque nos da la
posibilidad de entrar en contacto con los demás seres de este mundo: el mundo exterior. Cuando
alguien habla está, de alguna manera, como sacando a las cosas de la nada, las está llamando a ser,
las está haciendo ingresar en la región de las cosas que son, para que no permanezcan como algo
inútil o sin sentido. El hecho más patente de lo que estamos diciendo ya lo encontramos en los
primeros días de la creación, cuando las cosas estaban allí creadas por Dios, pero podríamos decir
que no son seres totalmente reales mientras el hombre no les otorgue un nombre “porque las cosas
debían tener el nombre que el hombre le pusiese” (Gn. 2,19). Por esa imposición del nombre el
hombre pone orden en la creación y “se hace cargo” de la criatura que tiene delante, la pone “bajo
su cuidado” porque de ahora en adelante él es el “pastor” de los seres creados. A través de la palabra
el hombre penetra en el interior del mundo y con ella puede, además, conocerlo e interpretarlo.
En segundo término, por el hablar el hombre se afirma más en sí mismo, “toma posesión de sí
mismo”. El hablar lo pone en contacto con su mundo interior porque él habla de lo que piensa y
vive en su interior. Las palabras, a su vez, le ayudan a clarificar su interior que por momentos es
confuso, impreciso y muy variado (a todos nos ha pasado que en momentos de mayor confusión ha
10
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 1.
sido una palabra la que nos ha hecho reaccionar y darnos cuenta de lo que ocurría). En una palabra,
hablando me voy dando cuenta de quien soy yo.
Finalmente podemos señalar también que la palabra permite al hombre realizar y mantener
relaciones personales, tanto con Dios como con el resto de los mortales, es decir, hace posible la
comunicación con el otro. Este es el aspecto más conocido en lo que hace a la función del lenguaje.
El hablar nos pone en relación y comunicación con alguien que puede entender lo que digo.
En cuanto a la palabra como llamada decimos que el hombre puede hablar de las cosas del mundo,
pero no habla “al” mundo. La palabra humana es “búsqueda”, búsqueda del otro porque el hombre
al hablar manifiesta que él es ante todo relación. Nuevamente el recordar los primeros días de la
creación nos ayudará a entender esta función del lenguaje. Adán puede darle nombre a las
creaturas, pero aun así se encuentra como insatisfecho porque no encuentra un ser semejante con
quien comunicarse. No encontró en esas cosas “la ayuda adecuada”. Necesitaba alguien con quien
relacionarse, alguien con quien pudiera definitivamente ser (porque el hombre se hace “yo” en el
diálogo con el “tú”), necesitaba alguien con quien hablar. El hombre busca un “tu” que le sea
semejante (Gn. 2,18). El hombre vive para el encuentro con el otro, y para eso la palabra es el lazo
de unión por excelencia para todo intento de comunicación. En la Sagrada Escritura encontramos
esta función especialmente en ciertas formas literarias como la llamada, la vocación, la orden. En
este tipo de lenguaje podríamos decir que se destaca el aspecto intersubjetivo: la palabra que se
transforma en búsqueda y llamada de alguien distinto del que habla.
Es en el lenguaje de la amistad y el amor donde la triple función de la palabra encuentra su más
perfecta síntesis. En el encuentro amistoso con el otro, el amigo no teme realizar la tremenda fatiga
de liberar el secreto sentido de su ser. La objetividad de la información y la exacta precisión de los
términos pierden valor frente a las posibilidades que se abren a la expresión y la comunicación
interpersonal: medias palabras, alusiones, silencios, miradas pueden decir más que muchas palabras
exactas. La amistad constituye una exigencia de la vida… Así, como un amigo, nos habla Dios.
11
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 2.
Por otro lado, queda bien subrayada la iniciativa divina: Dios quiso revelarse y se reveló. La
Revelación es, ante todo, una gracia. La palabra de Dios es una gracia.
También se aclara perfectamente cuál es el objeto y el contenido de la revelación: se reveló a Si
mismo. O sea que la revelación no nos da simplemente a conocer algo, sino a Alguien, al Dios
viviente en Cristo Jesús.
La expresión habla a los hombres como a amigos a algunos les pareció exagerada en su momento o
tal vez hubieran preferido que se dijera que les habla como a hijos. Sin despreciar esta última
posibilidad que, de hecho, la DV usa en varias ocasiones12, sin embargo, se dejó lo de amigos porque,
por un lado, esta palabra tiene connotaciones especiales de intimidad y comunionalidad, que
enriquecen la realidad filial (uno puede ser hijo pero no amigo de su padre) y, por otro, porque la
idea y la imagen es profundamente bíblica: En Ex. 33,11 leemos “El Señor hablaba con Moisés cara
a cara, lo mismo que un hombre habla con su amigo”. Notemos que en la comparación ya se resalta
el misterio de la condescendencia y del abajamiento de Dios porque allí Él es puesto al nivel de un
hombre. Aquí está presente la idea de que, para comunicarse, para revelarse al hombre, Dios optó
por asumir el lenguaje humano. La idea de los amigos vuelve a aparecer en un texto muy conocido
del NT, Jn. 15,14-15: “Ya no los llamo servidores porque el servidor ignora lo que hace su Señor; yo
los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre”. O sea que la prueba
grande de su amistad es que entre Él y nosotros ya no hay secreto ni reserva alguna.
Ha sido en la Biblia misma donde la Iglesia y, en concreto, el Concilio, ha recuperado el carácter
interpersonal, dinámico, dialógico, existencial y amical de la revelación de Dios. Hasta ese
momento predominaba una idea más bien estática de la cosa: Dios habló, Dios enseñó. El Concilio
quiere que completemos está idea recuperando estas categorías tan bíblicas que nos presentan su
revelación y, por ello, a la Escritura misma, como una iniciativa de amor que toma nuestro Dios
para salir a nuestro encuentro y entrar en diálogo con cada uno de los hombres a quienes
pretende hacerlos sus amigos. Dios no es sólo un Maestro que habla y enseña (función informativa
de la palabra), sino también Aquel que se expresa, que habla de sí mismo, que manifiesta a los
hombres su vida íntima (función expresiva) y que llama, convoca, interpela a los que habla para que
escuchen y respondan a su llamada (función de llamada).
12
Por ejemplo, DV 21: “En los libros sagrados el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos
para conversar con ellos…”
llamado a la confianza ilimitada en el poder de Dios que no nos deja librados a nuestra pobres y
escasas fuerzas humanas.
B) Primacía de la escucha. Si la revelación es palabra personal de Dios, si el centro de la Revelación
no es un conjunto de palabras y formulaciones abstractas sino una Persona que me habla, me busca,
me llama y me invita, entonces la palabra de Dios va dirigida ante todo a un oyente. La espiritualidad
bíblica es ante todo la espiritualidad de alguien que escucha a un interlocutor presente: “Escucha
Israel (Dt. 6,4 – Shemá Israel). Y aquí la escucha se hace con todo el ser. Todo el hombre, alma y
cuerpo, ha de permanecer en esta escucha. Escuchar es aquí la primera condición del diálogo. Y en
este diálogo entre Dios y los hombres no se nos pide solamente atención al mensaje sino a quien
profiere ese mensaje.
C) Lectura sapiencial. El fin de la lectura de la Biblia no es tanto el conocimiento científico de la
misma ni tampoco un conocimiento intelectual conceptualmente elaborado sino un conocimiento
vital, gustoso, que se saborea poniendo en juego todas las facultades del hombre y que desemboca
en la fe obediente. ¿De qué servirá un conocimiento de la Biblia que se pueda fundamentar
científicamente si no se ha sabido penetrar en su recinto más sagrado que es el corazón mismo de
Dios llamando a su amistad y comunión? Uno puede hacer un estudio profundo del “Martín Fierro”,
analizándolo desde el punto de vista literario, histórico y social sin entrar en amistad con José
Hernández. En cambio, si uno intenta hacer la misma experiencia con la Sagrada Escritura y no
termina reconociendo y rindiéndose ante Aquel que se expresa en esas páginas, sin duda que ha
dejado de lado el mejor de los caminos para entender definitivamente al libro sagrado.
D) El Magisterio de la Iglesia al servicio de la Palabra de Dios. Si redujésemos la revelación a pura
y simple expresión doctrinal (función informativa de la palabra) la enseñanza del Magisterio de la
Iglesia sería superior a la Palabra de Dios por el mero hecho de que la Iglesia en sus definiciones
expresa la verdad revelada mediante conceptos y formulaciones más precisas, más elaboradas que
las que encontramos en la Escritura (cuántas veces nos ha ocurrido que ante ciertas cuestiones que
se nos presentan y que queremos resolver o para las que queremos encontrar una respuesta nos
sentimos más “a gusto” con un texto del Magisterio de la Iglesia que con la lectura de la Biblia, en
la que se nos hace difícil encontrar la respuesta bien presentada). En este sentido la Biblia aparecerá
como un libro arcaico que utiliza expresiones pasadas de moda y tranquilamente podríamos
prescindir de ella.
Sin embargo, la Iglesia siempre ha sostenido la superioridad de la Palabra de Dios respecto del
Magisterio. Más aún siempre ha tenido en claro que “el magisterio está a su servicio” (DV 10). no
solamente por el hecho de que los enunciados dogmáticos no sean inspirados ni revelados, como sí
lo es la Palabra de Dios, sino también porque los enunciados dogmáticos tanto si se los considera
individualmente como si se los toma en su globalidad nunca podrán agotar el insondable misterio y
la inagotable riqueza que la Palabra de Dios posee por ser su misma palabra viva y personal. Por eso
mismo la Iglesia nunca dejará de ser una “oyente”, una “discípula” de la Escritura Sagrada.
Todas las formas de magisterio, incluso las más solemnes, no tienen otra función que la de hacer
visible y legible todo aquello que ya está presente en la Revelación y, por tanto, en la Escritura.
Estrictamente hablando podemos decir que el magisterio es la misma revelación expresada en un
lenguaje de enseñanza y exposición. Incluso sería legítimo sostener que lo único que hacen las
fórmulas del magisterio es remitirnos a algo distinto de lo que son, algo que las supera totalmente
y se halla situado en un plano superior: el de la revelación divina. Von Balthasar13 habla en este
13
Urs Von Balthasar, Gloria, Vol. 1, pág. 250
Historia y Revelación
El Dios de la revelación bíblica es un Dios que actúa. Para comunicarse no le basta la palabra, sino
que también se revela actuando. El Dios de la Biblia no es extraño al desarrollo de la historia. El
Concilio afirma que “la revelación se lleva a cabo por medio de hechos y palabras (gestis verbisque)
íntimamente relacionados; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez las palabras proclaman las
obras y explican su misterio” (DV 2).
La misma Escritura nos presenta las dos realidades íntimamente relacionadas. Antes de darle a
conocer los mandamientos (las diez palabras) en el Sinaí a su pueblo YHWH pronuncia su nombre;
“Yo soy YHWH” y agrega: “aquel que te ha sacado del país de Egipto” (Ex. 20,2). O sea que para
manifestar algo que podría decirlo simplemente con palabras se vale de lo que ha hecho en la
historia. Con lo cual se aclara, se ilumina y se refuerza lo dicho en el plano de la teoría (YHWH
quiere decir “el que está presente siempre”). Para entender la Revelación al pueblo de Israel es
esencial conocer la historia y descubrir a Dios actuando en la historia15.
Y si vamos al NT observamos el cuidado especial que han puesto los evangelistas en presentarnos
al Hijo de Dios, la Palabra hecha carne, pero no como una realidad caída del cielo y al margen del
tiempo sino como Aquel que ingresó en el tiempo y se metió en la historia y “compartió en todo
nuestra naturaleza humana, menos en el pecado” (cf. Hb. 4,15). San Mateo, por dar un ejemplo, no
ha querido comenzar su evangelio sin dejar bien aclarada la “generación de Jesucristo” (Mt. 1,1), o
sea quién es y de dónde viene, cuáles son las raíces históricas de este “hijo de David, hijo de
Abraham”. No podemos entender a el mesías, el Cristo, sin pensar en el Jesús histórico, que nació,
vivió, actuó, y murió en un contexto y en un tiempo determinado.
De esta manera podemos resumir:
1. La Revelación puede situarse en el tiempo y en el espacio, no es algo abstracto.
2. La Revelación se da a través de hechos concretos, no de verdades abstractas.
3. La Revelación engendra credibilidad a través de algunos acontecimientos (cf. Hch. 2,22).
Palabras y obras
La DV nos obliga a realizar la siguiente aclaración: decir que Dios se revela en la historia no equivale
a afirmar que la historia sea de forma automática, revelación de Dios. Porque de esa manera
conocer la historia significaría entrar en contacto, al mismo tiempo, con la revelación. Esa historia
14
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 3.
15
Se podría recorrer la historia veterotestamentaria y sus hechos y personajes centrales para descubrir esta afirmación:
Abraham, Moisés, Josué, David, Salomón, los profetas, el destierro, etc. Cf. Dt. 26,5-9, el “credo histórico”.
necesita por ello, como bien lo proclama la DV, de “las palabras, que proclaman las obras y explican
su misterio”. De allí que resulte tan feliz la expresión gestis verbisque intrinsice inter se connexis
(“obras y palabras intrínsecamente relacionadas”). Todos sabemos que en el orden de las acciones
humanas se cumple perfectamente esto porque nadie puede interpretar a fondo el obrar del
prójimo, nadie puede llegar a conocer en plenitud sus intenciones y el sentido de lo que hace e,
incluso, con frecuencia se nos escapa el verdadero sentido de lo que nosotros mismos hacemos.
Podemos decir entonces que las acciones no bastan. El medio ordinario para salir de la ambigüedad
de las acciones es la palabra que las interpreta. Algo similar sucede en los sacramentos: la ablución
con el agua, por ejemplo, no produce por sí sola el bautismo, sino que necesita de la fórmula, de la
“palabra” que acompaña a ese rito, a ese “gesto”16.
Lo que nos dice el concilio sobre las obras y las palabras nos permite comprobar que, como ocurre
en la historia de los hombres, a veces la palabra precede al hecho y manifiesta la intención de lo
que uno va a realizar17, o también sucede a lo que ya ocurrió interpretándolo y dando su
significado18.
Teniendo en cuenta todo lo dicho al binomio: Dios habla-el hombre escucha tenemos que agregar
este otro: Dios obra-el hombre debe reconocerlo. El Salmo 111,2 dice: “Grandes son las obras del
Señor, dignas de estudio para los que las aman”. O sea que las obras también lo manifiestan y así
como sus palabras han de ser oídas, sus obras han de ser estudiadas, indagadas en profundidad.
Esto también explica la importancia que adquiere el contar y narrar las maravillas de Dios: “Lo que
hemos oído y que sabemos, lo que nuestros padres nos contaron, no se lo callaremos a nuestros
hijos; narraremos a la futura generación las alabanzas del Señor, su poder y las maravillas que Él ha
realizado” (Salmo 78,3-4).
El pueblo de Dios debe contar la historia del pasado, porque ella revela y compromete su presente
y su futuro. Olvidar y no recordar es considerado prácticamente un pecado gravísimo (cf. Salmo
106,7.13.21) y esto porque no se trata de un simple olvido e los hechos consignados en las crónicas,
sino de un olvido del mismo Dios, que se revela y nos salva interviniendo en la historia.
16
En este sentido el pensamiento bíblico no coincide para nada con la concepción perteneciente a la mentalidad griega
según la cual la verdad y la esencia de las cosas es irreductible al orden de la existencia, de los hechos y de la historia.
La verdad debe buscarse más bien por el camino de la abstracción. Al griego la Biblia le parecerá recargada de cosas
particulares, de personajes, de hechos históricos, siendo que la verdad es universal. En la Escritura se encuentran
demasiadas cosas contingentes, mientras que la verdad para ellos es necesaria. Demasiada geografía, siendo que la
verdad se encuentra fuera del espacio. El griego reflexiona sobre una teoría, el judeocristiano obedece a la verdad que
acontece y que le viene propuesta e interpretada para que él la realice. Por ello la revelación bíblica llama a la obediencia
más que a la reflexión.
17
Por ejemplo, la predicción (2 Re. 19,32-37), la llamada y misión (Gn. 12,1), el mandato (Os. 3,1-5).
18
Por ejemplo, la proclamación (Dt. 26, 5-10), la meditación (Sal. 137) y, sobre todo, la narración. Esta última implica,
de alguna manera, una interpretación. No es simple crónica puramente “objetiva” porque en la medida en que uno
selecciona los hechos para contar los que le parecen más importantes primero y los secundarios después, en la medida
en que pone más énfasis en una expresión que en otra, en la medida en que destaca detalles que para otros pasan
desapercibidos, va narrando y al mismo tiempo va interpretando los hechos ocurridos (nos ocurre a todos en el hablar
cotidiano).
19
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 5. Vale a aclarar que el autor (en 1985) se atiene, para explicar la puesta por
escrito de los Libros Sagrados, a las hipótesis tradicionales sobre el tema (tanto para el AT como para el NT), si bien
podemos encontrar, en la teología actual, otras teorías que tratan de dar respuesta a las mismas preguntas.
Exactamente como se dio el desarrollo de la escritura bíblica no llegamos a saberlo.
20
La cultura y el momento histórico en que se vive influye en la puesta por escrito de los libros, tanto desde la
interpretación de los hechos, como en el género literario utilizado, la forma de escribir, etc.
21
Para comprender la puesta por escrito de los Libros Sagrados debemos necesariamente conocer la historia del
pueblo, ya que la Sagrada Escritura es la narración de la fe histórica del mismo. Profundizar en la Historia de la Salvación
daría para toda una materia, por lo cual nos es imposible, dado el alcance de este curso. Pero en estos puntos
intentaremos dar un pantallazo general sobre el tema, para poder ir entendiendo el desarrollo del proceso de
formación. Si se quiere profundizar en los libros y la historia: RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia:
Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San Benito, 2013. 1° ed. Capítulos 5 al 15 de la PRIMERA PARTE.
CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Antiguo Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989.
encomienda encabezar un nuevo traslado, un nuevo éxodo. Siguen creciendo esas historias que se
comentaban a las nuevas generaciones. Ahora indudablemente el hecho de haber podido atravesar
a pie el Mar Rojo y dejar atrás la esclavitud ocupará el grueso de la narración. Por otro lado, el Dios
de los padres ha roto su silencio y ha revelado su nombre: YHWH, o sea “el que es, el que está
presente siempre”. De ese modo ha trazado un puente que une lo pasado con lo presente porque
el Dios de Moisés es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Moisés guía a los liberados hasta el monte Sinaí donde el pueblo entero vivirá una experiencia
especialmente fuerte: oirá la voz de su Dios y sellará con él un pacto de alianza (“berit”). Este pacto
se realiza a través de un documento escrito por el que Dios se compromete a ser “el Dios de Israel”
y el pueblo promete ser “el pueblo de Dios”. En el corazón de esta alianza se encuentra lo que tanto
venerará Israel: la Tora (la ley). Todo esto constituirá el eje de la obra que pasará a la historia como
el libro del Éxodo. Moisés muere en el monte Nebo, frente a Jericó. El gran caudillo tiene que
conformarse con ver la tierra desde lejos, pero sin poder entrar (Dt. 34). Hasta este momento no
hay nada escrito (o muy poco), todo es tradición oral.
2) De Josué a Salomón: Josué continúa a Moisés. Después de pasar el río Jordán conquista Canaán.
Estamos aproximadamente entre los años 1220 y 1200 a.C. Los episodios de la conquista irán a parar
al libro de Josué y algunos hechos de menor relevancia se ubicarán en el libro de los Jueces. Ha
cambiado la situación del pueblo ya que se ha sedentarizado y esto llevará al desarrollo y
explicitación de la ley fundamental dada por Moisés en el Sinaí.
En el S. XI llegará la monarquía y, a partir de ese momento, se podrá contar con documentos
extrabíblicos que irán confirmando los datos que luego encontraremos en el libro sagrado. Saúl es
el primer rey (1030-1010 aprox.). Lo sucede David (1010-970), quien conquista Jerusalén y la
convierte en la capital del reino. Llega después Salomón (970-931), que construye el famoso templo
y favorece el desarrollo cultural de Israel. Entre otras medidas el Estado creará sus propios archivos
con lo que esto significa para la historia. Todo lo relacionado con estos tres reinados se volcará luego
en los dos libros de Samuel y en 1 Reyes caps. 1-11.
A finales del reinado de Salomón localizamos al primero de los narradores del AT: el yahvista (J)22,
llamado así porque el Dios de la creación lleva el nombre de YHWH. Este “autor”, sobre la base de
tradiciones orales antiguas y algunos fragmentos aislados puestos ya por escrito y haciendo una
relectura crítica de los mitos cosmogónicos de las culturas circundantes, elabora una pequeña
“historia de salvación” que parte de la creación, pasa por la historia de los patriarcas y de Moisés y
llega hasta la entrada en la tierra de Canaán. Un siglo más tarde otro “autor”, llamado Elohista, de
Elohim, nombre dado a Dios en sus narraciones, realizará un intento similar que abarcará desde
Abraham hasta Josué.
En la época de David se inicia la composición del libro de los Salmos y también en los ambientes
reales verá la luz la parte más antigua del libro de los Proverbios (caps. 10-29) que será completado
al regreso del exilio de Babilonia.
Con la muerte de Salomón el reino se divide en dos: el del norte, con capital en Samaría que durará
aproximadamente dos siglos (del 931 al 721) y el del Sur, con capital en Jerusalén y que durará hasta
el año 587, fecha en que Jerusalén es asediada por Nabucodonosor y es destruida. Sus habitantes
irán a Babilonia.
22
Se supone que hay cuatro “narradores” principales de los libros históricos del AT: el Yahvista (J), el Elohista (E), el
Deuteromista (D), el Sacerdotal (P).
3) Los profetas pre-exílicos: Sobre las dos zonas en que había quedado dividido el reino velaron
hombres de Dios que hacían llegar de parte del Altísimo su llamado a la conversión y a la fidelidad
al pacto sellado en el Sinaí. Amenazan y lanzan al pueblo un “ultimátum”.
Elías y Eliseo, profetas que no escribieron, predicaron en el norte. De lo que ellos hicieron nos dan
noticia el libro primero y segundo de los Reyes.
A partir del S.VIII encontramos a los profetas escritores. Al norte Amos y Oseas, al sur Isaías (caps.1-
39) y Jeremías entre los profetas “mayores”; Miqueas, Sofonías, Nahum y Habacuc entre los
“menores”. En general los libros actuales de estos profetas son obra de discípulos y redactores, que
fueron reuniendo los oráculos del profeta maestro.
A lo largo del S.VII se pone por escrito la parte central del actual Deuteronomio. La idea central es
la de la alianza, don gratuito de Dios y, al mismo tiempo, llamada a la fidelidad responsable por parte
de Israel. Más adelante comenzará a escribirse la llamada obra deuteronomista que abarca los libros
de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes.
4) El exilio en Babilonia: el exilio constituye la más grave crisis de la historia de Israel. Esos cincuenta
años de destierro significaron una reconciliación con la memoria del pasado. Allí Israel se vuelve
más escritor que nunca.
Los círculos sacerdotales, sobre la base de las antiguas tradiciones yahvista y elohista (esta última
emigrada al sur después de la caída de Samaría en el 721 y refundida con la yahvista) vuelven a
escribir en el destierro la antigua historia de la creación hasta la muerte de Moisés. Se la llamó
tradición sacerdotal (su sigla es P: “Priesterkodex”). Este documento muestra un marcado interés
por el sábado, la circuncisión, la pascua, cuya observancia era posible a los que estaban en situación
de destierro y, a su vez, salvaguardaba su identidad como pueblo de YWHW. Recopilan una cantidad
considerable de leyes sobre todo de tipo cultual: el tabernáculo del desierto, por ejemplo, se
describe como si se tratase del lejano templo destruido.
Los círculos sacerdotales son asistidos y mantenidos por un profeta: Ezequiel, quien va a describir
tanto el destierro como el regreso del mismo con términos cultuales: la gloria de Dios abandona el
templo y la ciudad de Jerusalén (Ez. 10,18ss.) y el regreso de la misma al lugar de donde se había
marchado (Ez. 43,1ss.). Cuando la esperanza del regreso renazca surgirá otro profeta: el Deutero
Isaías (llamado así porque sus oráculos fueron incorporados al libro de Isaías: caps.40-55) que canta
la inminente vuelta de Israel a su patria. Estamos alrededor del año 540.
Al final del destierro aparecen las Lamentaciones llamadas “de Jeremías” que evocan el dolor y el
arrepentimiento de Israel ante las ruinas de la ciudad santa.
5) Período del judaísmo: La vuelta de los exiliados se produce en el 538 (reino del sur). La
restauración política y religiosa será muy lenta. Transcurrirán varias decenas de años antes de que
se reconstruya el templo. El nuevo no tendrá nada del esplendor del antiguo, de allí el lamento
generalizado de los viejos (cf. Esd. 3,12-13).
Aunque se reedifiquen las murallas y los muros externos la independencia política nunca más
volverá. De allí que para permanecer fiel a sí mismo el pueblo tendrá que buscar su identidad en
otras bases. Es por eso que al regresar del exilio Israel se vuelve una comunidad eminentemente
religiosa. Así nació lo que se denomina el judaísmo23. La nueva comunidad se organiza en torno al
gobernador Nehemías y al sacerdote y escriba Esdras (S.V a.C.). No falta la ayuda de algunos profetas
23
Por judaísmo entendemos la religión y la cultura del pueblo hebreo tal como llegaron a definirse desde la época post-
exílica hasta el surgimiento del cristianismo y que tuvieron sus pilares en la Ley, el Templo y la espera escatológica.
como Ageo, Zacarías, el Trito Isaías (caps. 56-66), Abdías, Joel, Malaquías, el Deutero Zacarías (caps.
9-14).
Este es el período en el que la mayor parte de los libros del AT recibe su redacción definitiva
porque el libro sagrado constituirá también un elemento aglutinante para Israel. Se produce, por
ejemplo, la fusión de las cuatro tradiciones existentes (J, E, D y P) quedando así configurado el
llamado Pentateuco (“cinco rollos”): Gn., Ex., Num., Lv., Dt. A finales del S.V nace la llamada obra
del Cronista: 1 y 2 Cron., Esd. y Neh. y que abarca, como complejo literario, el período más largo de
la historia sagrada ya que va desde la creación hasta la reconstrucción del Templo. Además de hacer
historia, la intención de este autor es buscar los fundamentos de la vida judaica (ley, instituciones,
esperanza mesiánica, etc).
Después del exilio se desarrolla la literatura sapiencial, la recopilación de los Salmos y de los
Proverbios se completan. Luego llegan los libros de Job, Eclesiastés, Cantar de los Cantares,
Eclesiástico (Sirácida). Es bueno aclarar que el libro de la Sabiduría será el último del AT en
componerse (alrededor del 50 a.C.).
Junto al género sapiencial surgirá el llamado género midrash que consiste en una libre utilización
de la tradición y de los datos de la historia antigua, con el fin de edificar e instruir para la vida.
Ejemplos de este género son los libros de Tobías, Ester, Judit, Jonás, Rut (llama la atención en estas
obras la exaltación de ciertas virtudes propuestas como ejemplos a imitar).
6) Helenismo: El judaísmo tendrá que soportar una última resistencia frente al helenismo (fusión de
la cultura griega con la de las naciones que se iban conquistando). El rey de Siria, Antíoco IV Epifanio,
desata una violentísima persecución que provocará la reacción de los Macabeos (167-135 a.C.),
testimonios de estos hechos ocurridos podemos encontrar en el 1 y 2 Mac. Además, estos tiempos
de crisis y persecución son propicios para la literatura apocalíptica que trata de ampliar las
posibilidades y los horizontes más allá de la historia que se está viviendo. Un ejemplo claro de esta
literatura lo ofrece la segunda parte del libro de Daniel (caps. 7-12) que muestra el triunfo de Dios
sobre los enemigos de Israel.
Intertestamento
Entre el último libro del AT, la Sabiduría, escrito alrededor del año 50 a.C. y el primero del NT, carta
a los Tesalonicenses, redactado cerca del 51 de nuestra era, se dan cien años en los que no ubicamos
ningún libro de la Escritura. Casualmente este es el siglo en el que nació y vivió el Señor. Florece en
este período, llamado por algunos “Intertestamento”, una variada literatura. Por un lado, tenemos
los escritos judíos de gran influencia apocalíptica: Libro de Henoc, La Asunción de Moisés, El
Apocalipsis de Elías. También ubicamos los escritos de Qumram descubiertos en 1947. Encontramos
también por este tiempo a los llamados targumes: traducciones parafraseadas del hebreo al arameo
para que se puedan entender las Escrituras. De estos libros es la conocida frase: “donde hay varios
reunidos para estudiar la ley, allí está la Shekinah (santa presencia de Dios) en medio de ellos” (cf.
Mt. 18,20).
En general se nota que esta literatura acentúa mucho la esperanza en los últimos tiempos en los
cuales Dios establecería su Reino. Así entendemos mejor que una de las primeras afirmaciones de
Jesús sea: “Ha llegado a vosotros el Reino de Dios”.
24
Lo que se dijo para el AT vale para el NT. Sobre la formación de los evangelios hay varias hipótesis. En este punto se
presenta la más aceptada hoy en día, la tradicional, pero algunos autores proponen otras, en general, más complejas.
Por la finalidad del curso, creo que es suficiente adentrarnos en la que se propone aquí.
De igual forma aclaro que no se intenta dar un desarrollo de cada libro bíblico nombrado (finalidad de otras materias
de los años posteriores del IACS), sino una mera contextualización histórica que nos ayude a ubicarnos espacio
temporalmente y entender la puesta por escrito de los Libros Sagrados. Si se desea profundizar en el tema: RIVAS, Luis
Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San Benito, 2013. 1°
ed. Capítulos 1 al 10 de la SEGUNDA PARTE. CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Nuevo Testamento. Navarra, Verbo
Divino, 1989.
25
Los primeros capítulos del libro de los Hechos de los apóstoles dejan patente esta realidad.
15,39). Se ha hablado de este evangelio como el evangelio del catecúmeno porque va gradualmente
introduciendo y guiando al que no cree por un camino de fe.
El evangelio de Mt. está escrito para los judeo-cristianos y presenta a Jesús como el Mesías
anunciado por las escrituras: es el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, afirmación que abre y cierra
su evangelio (Mt. 1,23 y 28,20). Convencido de que el verdadero judío es el que se hace cristiano y
entra en la Ekklesía, es el único que pone en la boca de Jesús esta palabra (Mt. 16,18 y 18,17). Como
sabe que sus oyentes tienen un manejo bastante fácil de la Escritura, continuamente está haciendo
referencia “a lo que está escrito” o “para que se cumpliera la Escritura”. El de Mt. es llamado el
evangelio del catequista.
San Lucas se caracteriza por realizar su obra en dos tiempos: el Evangelio que desarrolla la historia
de Jesús y los Hechos de los Apóstoles que nos presenta la historia de la Iglesia (cf. Hch. 1,1). Escribe
para que los cristianos comprendan la solidez de su fe (Lc. 1,4). A su vez nos presenta el Evangelio
de la misericordia (es el único que nos presenta la parábola del "hijo pródigo"). Tal vez podríamos
decir que es el evangelio del cristiano que tiene que dar testimonio en el mundo.
Es interesante notar cómo el libro de los Hechos es una obra que queda abierta porque concluye
con la imagen de Pablo que está encadenado en Roma (Hch. 28,16-20) pero a su vez enseña las
cosas del Reino con toda libertad y sin impedimento alguno (Hch. 28,31). Esta será la realidad
permanente de la Iglesia en el mundo.
4) las epístolas católicas: Otros escritos apostólicos (Santiago; 1 y 2 Pedro; 1,2 y 3 Juan; Judas) se
agruparon bajo la denominación de “epístolas católicas” (esta denominación data del S. IV). Su
nombre se debe a que no estaban destinadas como tal a una comunidad determinada sino a los
cristianos en general. Son más bien, mensajes en forma de carta, escritos por apóstoles o por
hombres de su círculo íntimo. En su contenido encontramos enseñanzas que todo creyente tiene
que tener en cuenta: la fe vivificada por las obras (Santiago), los falsos doctores están ya juzgados
(Judas), estar preparados para dar razón de nuestra esperanza (1 Pedro), vivir en la espera del día
del Señor (2 Pedro), vivir en el amor y amar en la verdad (1, 2 y 3 de Juan).
5) los escritos de Juan: Cierra la colección del NT la colección joanea. Además de las cartas ya
mencionadas la tradición cristiana ha atribuido desde los orígenes el cuarto evangelio al apóstol
Juan, un escrito que ha sido madurado lentamente y que incluso evidencia varias redacciones que
no han hecho perder la impronta del autor principal (cf. 20,30-31 que marca un final con 21,1ss. que
marca otro comienzo y con 24-25 que señala el epílogo definitivo). El cuarto evangelio tuvo una
tradición paralela pero independiente a la de los sinópticos. Incluso el tiempo transcurrido le
permite realizar y presentar una reflexión más madura sobre la persona de Cristo (de allí que se lo
identifique con el “águila”: el que vuela más alto). Nunca deja de presentar al Cristo humano, pero
siempre desde una perspectiva del misterio que mueve a la fe (cf. Jn. 2,11). En Juan, Cristo está
pendiente de “la hora” (2,4; 7,30; 8,20; 12,23.27; 13,1; 17,1). Es la hora de la gloria, de su vuelta al
Padre (12,23.27; 13,1 y 17,1, lo mencionan explícitamente).
En Juan uno se ve invitado a entrar en un drama caracterizado por las antinomias “luz-tinieblas” (Jn.
3,20-21; Jn. 13,30), “nacimiento de la carne-nacimiento del Espíritu” (Jn. 3, 5-6), “ser juzgado-no ser
juzgado” (Jn. 3,18), “esclavitud-libertad” (Jn. 8,31-35). Jesús en realidad llega para el juicio, es decir,
para el discernimiento, para la separación: el que lo recibe y cree en Él se salva y el que no cree ya
está condenado. En una palabra, Cristo obliga al hombre a definirse, a salir de su indiferencia y optar
(Jn. 3,19).
Finalmente, el Apocalipsis atribuido a Juan (Ap. 1,1.4; 22,8), aunque no sería del todo desacertado
pensar en un discípulo suyo, es un libro profético escrito en un lenguaje simbólico misterioso y que
intenta despertar la conciencia de la Iglesia en los tiempos de las persecuciones que sufrían los
cristianos. En el ambiente de una asamblea litúrgica, uno lee y los demás escuchan (cf. Ap. 1,3), la
Iglesia es llamada a la conversión y a la purificación. Así purificada la Iglesia podrá comprender “las
cosas que deben suceder” (Ap. 4,1) y cuál es su destino dentro de la historia de salvación. La Iglesia
peregrina por el mundo en un perpetuo itinerario pascual, camina hacia la Jerusalén celestial, la
Nueva Jerusalén, la ciudad de Dios y de los hombres (Ap. 21,11).
El hebreo
El hebreo es una lengua semítica. Como es característico de estas lenguas, trabaja mucho con las
palabras-raíces compuesta de tres consonantes que expresan el significado básico de todas las
26
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 6.
palabras derivadas. Originalmente el hebreo no tenía más que consonantes. Recién en la Edad
Media se inventó un sistema de vocales por medio de puntos que se aplicó al texto de la Biblia
hebrea para facilitar su lectura (texto masorético).
1) Muchas veces el lector debe suplir adivinando el sentido sugerido a partir del contexto (por
ejemplo, Gn. 7,6: “tenía Noé 600 años cuando sobrevino el diluvio”. Literalmente: Era Noé de
600 años y llegó el diluvio).
2) En hebreo no existe el superlativo y para suplirlo se han intentado algunas soluciones:
a) repetir el adjetivo (el tres veces santo de Is. 6,3 en lugar de “santísimo”).
b) con una construcción de complemento (Cantar de los Cantares en lugar de “el cántico más
bello”).
c) poniendo el artículo antes del adjetivo (“el joven de sus hijos” en lugar de el más joven de
sus hijos).
3) Para reforzar el sentido de un verbo se usa mucho el infinitivo (“morir morirás” para decir
“ciertamente morirás” en Gn 2,17).
4) Son muy raras las palabras abstractas. Para suplirlas se emplean plurales concretos: “cosas
perversas” para indicar “perversidad” o “cosas viejas” para indicar “vejez”. Aquí señalamos
como ejemplo claro el comienzo del libro del Eclesiastés: “¡Vanidad de Vanidades!” cuando en
realidad la palabra hebrea utilizada es hebel que significa “soplo”, “niebla ligera”, o sea algo
concreto que da la idea de una cosa que se desvanece y esfuma.
El Arameo
El arameo es una lengua muy emparentada con el hebreo, pero no es, como se ha pensado, una
forma corrupta de la lengua hebrea, que los hebreos trajeron consigo a la vuelta del destierro de
Babilonia. El arameo es una lengua original en algunos aspectos más arcaica que el hebreo y en
otros un poco más evolucionada. Fue la lengua de las tribus nómades que invadieron Mesopotamia
y Siria en el segundo milenio a. C. y durante el primer milenio bajo el nombre de caldeos invadieron
Babilonia. Estos arameos actuaban como intermediarios en las operaciones comerciales que se
hacían entre Mesopotamia, Asia Menor y las costas del Mediterráneo. Esta lengua, por eso, se
convirtió en la lengua del comercio internacional. A partir de la época del exilio los hebreos, no solo
en Babilonia sino también en su propia patria, comienzan a hablar el arameo que poco a poco fue
suplantando al hebreo (el cual se siguió usando solamente en la literatura sagrada y en la liturgia).
El arameo fue la lengua materna de Jesús, de los apóstoles y de la Iglesia primitiva de Jerusalén.
En cuanto a sus características lingüísticas el arameo es muy similar al hebreo.
El griego
El griego de la Biblia se distingue en ciertos aspectos del griego de los clásicos. Es el griego que
comenzó a hablarse desde la época de Alejandro Magno, o sea a partir de la segunda mitad del S.
IV a.C. Fue la lengua comúnmente hablada en toda la cuenca del Mediterráneo. De este uso
generalizado toma su nombre característico: koiné. Con relación al griego clásico la koiné resulta
más simple. Tiene frases más breves y un estilo más directo.
Tenemos que decir, sin embargo, que el griego bíblico no es pura y simplemente la koiné, sino una
koiné semitizada, porque ha recibido de las otras lenguas bíblicas ciertas influencias. Por eso
nosotros podemos hablar del griego bíblico como si se tratase de un género particular de la lengua
griega.
En el evangelio nos encontramos tanto rasgos característicos de la lengua hebrea (“El habló
diciendo”, “y sucedió que”, “los hijos de la luz”) como de la lengua aramea (“geenna”, “satán”,
“Sabbat”, “amén”). Detectamos incluso expresiones y vocablos griegos que cobran un sentido
nuevo: “cáliz” (poterion) para indicar “suerte” (cf. Mt 26,39), “camino” (odos) para indicar
“doctrina”.
27
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 6. Para los géneros literarios: resumen tomado de ECHEGARAY, J.G. -
ASURMENDI, J. y Otros. La Biblia en su entorno. Navarra, Verbo Divino, 1999.
Como resumen para comprender con ejemplos sencillos se puede leer: CHARPERNTIER, Etienne. Para leer el Antiguo
Testamento. Navarra, Verbo Divino, 1989: páginas 11 a 15 y página 25 (los géneros literarios).
28
En cuanto a las formas fijas no siempre es fácil determinar rigurosamente los pasos. Ayuda el atender al comienzo y
al final del texto porque tanto al hablar como al escribir, empezar o terminar suelen ser las cosas más difíciles y suelen
ser los momentos en que uno se aferra y apela a moldes y esquemas predeterminados y comunes (“había una vez…” “y
colorín colorado…”). Desde este punto de vista, atendiendo al comienzo, en el AT tenemos el “himno” que comienza
siempre con una invitación, llamada o mandato a la alabanza: Salmo 33,1-4. Y atendiendo al final o conclusión en el NT
tenemos las cartas de Pablo que siempre terminan con un saludo y deseos de bendición y en los sinópticos podemos
señalar la aclamación o reconocimiento grupal con el que terminan los milagros (Mc. 1,27; 2,12; 4,41; 7,37; Lc. 7,16).
Intención literaria
Este es uno de los secretos más importantes en la “Escuela de las formas” que no siempre surge del
análisis de la estructura externa. En el saludo, por ejemplo, decimos: “¿Qué tal? ¿cómo te va?” y la
respuesta generalmente es: “Bien, gracias”. Si analizamos la estructura externa parece que lo que
se está pidiendo es una información: cómo anda el otro. Pero en realidad es una forma usada con
la intención de iniciar el diálogo, la relación. O sea, es una fórmula de comunicación y no de
información (de hecho, cuando realmente tenemos la intención de saber cómo anda muchas veces
volvemos a reiterar la pregunta).
En la Biblia hay que estar muy atentos a la intención de cada texto y de cada libro para no creer
que en todos se nos está presentando un relato histórico. Un ejemplo típico en este sentido es el
libro de Jonás29 que por su forma exterior puede parecer un escrito profético, pero si uno está atento
a la intención se dará cuenta que estamos en presencia de una narración didáctica (“midrash”). A
esto lo muestra especialmente la última escena en la que Dios y Jonás dialogan frente a frente, sin
esquivarse, sin escaparse, como lo había intentado el profeta al iniciarse el libro. Casi que podría
decirse que lo que ocurre antes de este diálogo es como una gran introducción al mismo. Lo
encontramos en el c.4 y se abre el diálogo con la queja de Jonás, escandalizado por la conducta de
YHWH frente a Nínive. Tanto es su enojo que prefiere la muerte. A esta queja Dios responde en la
frase final del libro (4,10-11) que por otra parte es el discurso más extenso que tiene YHWH en toda
la obra. Entre la queja y la respuesta divina se intercala el episodio del ricino con la breve pregunta
de Dios: “¿Te parece bien irritarte por este ricino?” (4,9), que sirve de transición.
El hecho de que la respuesta de Dios acabe con una pregunta ya nos está diciendo que más que
querer contarnos una historia está como haciendo una apelación, una enseñanza. Si fuese un libro
histórico sería imperdonable que no nos dijese lo que fue del profeta, si aceptó de buena gana o no
la propuesta de Dios. Es que en realidad la conclusión del libro no depende estrictamente de la
respuesta final de Jonás sino del lector del libro. A ese lector va dirigida en realidad la pregunta. De
allí que hay que concluir que, en último término este Jonás no es el profeta histórico, sino el lector
judío personificado en un supuesto actor. El que escribió el libro trata de hacerle entender al que lo
lee que Dios es completamente distinto a como se lo imagina.
Este carácter didáctico se refuerza al notar lo rápido que se desarrolla la escena del ricino y quién
es el que la produce: “Dios dispuso una planta de ricino…” (4,6), “el Señor mandó un gusano…”
(4,7), “mandó Dios un sofocante viento…” (4,8). La rapidez con la que sucede todo esto muestra
que lo que le interesa en realidad es contraponer el dolor del profeta con el del mismo Dios. Lo del
ricino termina siendo una ficción narrativa, un episodio sin mayor relevancia. Lo mismo ocurre con
la presencia del pez que le sirve al autor para mostrar que era Dios el que lo estaba llevando a ese
hombre terco hacia un desenlace que él ni se imaginaba. De hecho, en la escena del pez aparece la
misma expresión que en la escena del ricino; “Dispuso el Señor un gran pez que se tragase a Jonás”
(2,1. cf. también el v.11: “Y el Señor dio orden al pez que vomitó a Jonás en tierra”).
Otra observación que podemos hacer en orden a establecer que el libro de Jonás no es un libro de
orden histórico es la mención del “rey de Nínive”. No menciona su nombre y ni siquiera lo llama
“rey de Asiria” como hubiera correspondido en realidad ya que Nínive nunca tuvo rey. Esto sucede
porque está lejos del ánimo del autor referirse a un personaje histórico o darnos noticia de un
suceso real, sino que es un elemento necesario que le sirve para lograr cierta tensión en el relato.
29
Si no se recuerda la historia de Jonás conviene leerla, en el AT.
Lo mismo podemos decir de “la gran ciudad de Nínive” (1,2; 3,2). En realidad, no se conoce que
Nínive fuera alguna vez una ciudad tan grande. Esta mención que hace el autor también se debe a
que en realidad no nos quiere presentar las relaciones entre Dios y una ciudad determinada sino las
relaciones entre Dios y ese grande y poderoso mundo pagano simbolizado en la obra en una ciudad
concreta.
Vemos entonces que la figura de Jonás es una personificación porque representa al lector judío al
que se dirige el autor del libro. Del profeta histórico no ha tomado sino el nombre. Por otro lado, a
la hora de presentarse no lo hace como “profeta” sino como “hebreo” (1,9). No sin razón se ha
pensado entonces que en la figura del Jonás se ha simbolizado todo el pueblo hebreo, pueblo que
corre el riesgo de cerrarse cada vez más sobre sí mismo y que olvida la auténtica voluntad de Dios
que desea la salvación de todos los pueblos no menos que la de Israel.
Este libro constituye para Israel como un “espejo” donde mirarse y reconocerse. Es una lección
suave del Dios que con toda delicadeza y amor quiere hacerle entender a su pueblo sus designios.
Quizá podamos encontrar puntos de contacto con el género literario de las parábolas en las que no
se pretende darnos una noticia histórica y cuyo sentido ha de buscarse en un plano distinto del
estrictamente histórico. Si el autor hubiera querido se habría arrancado la máscara al final y nos
hubiera podido explicar el sentido de su obra -como “explicaba” el Señor las parábolas a los
apóstoles- y nos hubiera dicho: “Señores de Israel, este Jonás son ustedes”. Pero con gran finura y
delicadeza prefirió este final en el que Dios mismo abre la lección para que el buen lector la
comprenda.
Sitz im leben
Aquí se busca averiguar en qué ocasión, o en qué contexto surgió esa forma literaria. El “dónde”
y el “cuándo”.
Un caso típico para comprobar la importancia de este elemento es el de los numerosos salmos en
los que aparece la “queja” de un inocente injustamente acusado o perseguido. Esto se debe a que
en Israel los casos judiciales más difíciles se llevaban al santuario para ser tratados allí. El sacerdote
dictaba sentencia, la cual era escuchada como si fuese el “juicio de Dios”. El acusado imploraba a
Dios pidiéndole justicia y esto lo hacía mediante un salmo (cf. Salmo 7).
Otro ejemplo lo constituyen los salmos de “subida” que eran entonados mientras los israelitas
ascendían a Jerusalén con ocasión de una fiesta o de la peregrinación anual. El ejemplo más claro
es el del Salmo 122.
Otro caso donde se aplica esto es en el caso de algunos Proverbios: 16,10.32; 18,13;20,17-18. Son
proverbios especiales que pertenecen a la instrucción reservada para los oficiales y diplomáticos de
la corte y del palacio (“texto escolar para aprender a gobernar”).
30
En adelante DAS
“…no es con las solas leyes de la gramática o filología ni con solo el contexto del discurso con lo que
se determina qué es lo que ellos quisieron significar con las palabras; es absolutamente necesario
que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos de Oriente para que, ayudado
convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología, y de otras disciplinas,
discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho
emplearon los escritores de aquella edad vetusta…"
“…Esta investigación llevada a cabo en estos últimos decenios con mayor cuidado y diligencia que
antes, ha manifestado con más claridad qué formas de decir se usaron en aquellos antiguos
tiempos, ora en la descripción poética de las cosas, ora en el establecimiento de las normas y leyes
de la vida, ora por fin en la narración de los hechos y acontecimientos…”
“…Porque ninguna de aquellas maneras de hablar, de que, entre los antiguos, particularmente entre
los orientales, solía servirse el humanos lenguaje para expresar sus ideas, es ajena de los libros
sagrados, con esta condición, empero, que el género de decir empleado en ninguna manera repugne
a la santidad y verdad de Dios…”
“…Porque así como el Verbo sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todas las cosas
“excepto el pecado”, así también las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron
semejantes en todo al humano lenguaje, excepto el error…”
“…Por esta razón el exégeta católico, a fin de satisfacer a las necesidades actuales de la ciencia
bíblica, al exponer la Sagrada Escritura y mostrarla y probarla inmune de todo error, válgase también
prudentemente de este medio, indagando qué es lo que la forma de decir o el género literario,
empleado por el hagiógrafo, contribuye para la verdadera y genuina interpretación; y se persuada
que esta parte de su oficio no puede descuidarse sin gran detrimento de la exégesis católica.
Puesto que no raras veces cuando algunos reprochándolo cacarean que los sagrados autores se
descarriaron de la fidelidad histórica, o contaron las cosas con menos exactitud, se averigua que no
se trata de otra cosa sino de aquellas maneras corrientes y originales de decir y narrar propias de
los antiguos, que a cada momento se empleaban mutuamente en el comercio humano, y que en
realidad se usaban en virtud de una costumbre lícita y común…”31
Sin intentar hacer una clasificación exhaustiva de los géneros literarios, en la Sagrada Escritura
podemos encontrar:
• en el AT: hagiografías (cf. 1 Sam. 16 – 1 Rey. 2), elementos mitológicos (Cf. Ez. 28,1-19), leyendas
(Cf. Gn. 22.28,10-22), fábulas (cf. Jc. 9,8-15), novelas históricas ejemplares (ej. José, Rut, Judit,
Jonás), genealogías (en Gn. encontramos muchas), narraciones populares (cf. Gn. 1-11), salmos
de diversa especie, proverbios, legales (Cf. Ex.21-22) y literatura profética, con diversos géneros
además (oráculos, visiones, apocalíptico, etc.).
31
Cf. DV 12: “Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el
intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que
pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a “los géneros literarios”. Puesto que
la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en
otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el
hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados
en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender
cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del
hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres. […]”
• en el NT: evangelios, que son el anuncio eclesial de la Buena Noticia, no son una historia de
Jesús, sino que quieren transmitir la fe pascual (cf. Jn. 20,30-31), donde además encontramos
géneros menores como las parábolas, alegorías, proverbios, signos, himnos, narraciones de
milagros, etc. Los Hechos de los apóstoles, como el libro eclesiástico por antonomasia, con
centralidad del Espíritu Santo y de la historia, y donde encontramos narraciones, discursos, etc.
Las Cartas son de distintos tipos: públicas o personales, pastorales, católicas, apologéticas,
polémicas, etc. Y el género apocalíptico.
La situación vital en la que surge el texto es la de la comunidad que quiere afirmar el origen divino
del Mesías y desea señalarlo también como el que lleva a su cumplimiento las promesas mesiánicas
realizadas al pueblo de Israel. Nos da también noticia sobre la concepción virginal del Hijo de Dios.
La tesis es: Jesús es hijo de Dios porque su concepción es obra del Espíritu de Dios.
De esta manera podemos disipar todas las dudas de orden histórico que nos puedan surgir: ¿La
Virgen tuvo una visión? ¿Entró en éxtasis? Tal vez lo tuvo o tal vez no. Pero todo eso no se puede
deducir partiendo del texto construido no en base a relatos de testigos oculares del hecho sino en
base a textos y esquemas conocidos. Incluso el tema de si la Virgen tenía o no hecho un voto de
virginidad, ya que en el texto la objeción presentada por María es la pista de la que se vale el autor
para darnos a entender el origen divino del Hijo de Dios que está presentando.
Papiros y pergaminos
Los primeros testimonios nos vienen del sur de Babilonia de los que son considerados los inventores
de la escritura: los sumerios (aproximadamente 3500 a.C.). Escribían sobre tablillas de arcilla
todavía fresca con un estilete de madera o metal, de allí su nombre: escritura cuneiforme.
32
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 6.
33
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 7.
Los egipcios conocían otro tipo de material para la escritura, tal vez un poco más práctico, pero más
fácilmente deteriorable: el papiro (usado ya en el 3000 a.C.). La caña de papiro se cortaba en tiras
que luego se entrecruzaban, se pegaban y se prensaban. Se obtenía así “la hoja” sobre la cual se
escribía con tinta usando un pincel o una especie de pluma. Esas hojas podían pegarse o coserse
unas con otras y así se obtenía una tira de varios metros de largo. Colocándole luego dos listones en
las extremidades la tira podía enrollarse obteniéndose así el rollo de papiro (cf. Jer. 36,1-4 y Lc.
4,17.20).
Sólo más tarde los hebreos conocerán de los persas un material más consistente pero más costoso:
la piel de los animales. La preparación del cuero de las ovejas y de las cabras para el uso de la
escritura se perfeccionó en la ciudad de Pérgamo hacia el 100 a.C. de donde derivó el nombre de
pergamino (cf. 2Tim. 4,13). También con los pergaminos podían hacerse los rollos. Ellos hicieron
posible, además, un nuevo formato: el códice o libro, que se logra colocando las hojas una encima
de la otra y unidas en un extremo. Este sistema de códices que comenzó a usarse en el S.I d.C. se
usó también con las hojas de papiro.
Versiones del AT
Por su importancia y renombre debe destacarse aquí la versión griega del AT llamada “de los
Setenta”. La leyenda dice que Tolomeo II, 283-246 a.C., deseaba tener en la biblioteca que había
fundado en Alejandría de Egipto una versión griega de los libros sagrados hebreos. Setenta y dos
hombres de Jerusalén, seis por cada tribu, fueron enviados para cumplir con el pedido del
emperador. Llevados a una isla fueron distribuidos en distintas habitaciones para que cada uno
34
Para un desarrollo más profundo de los testimonios del texto (nombre de papiros, pergaminos, etc.) recurrir al
capítulo citado para este tema.
realizara una traducción. Al cabo de setenta y dos días concluyeron su tarea con la gran sorpresa
que las traducciones eran idénticas unas con otras.
Está fuera de discusión la importancia de los textos de los LXX, ya que fue la Biblia usada y citada
por los escritores del NT y fue la traducción utilizada por los Padres de la Iglesia de lengua griega
sobre la cual construyeron su teología.
Como la versión de los LXX fue siendo cada vez más usada por los cristianos, los judíos la dejaron de
lado y para la diáspora fueron surgiendo nuevas traducciones: Aquila, Simmaco y Teodoción. Con
todas estas versiones Orígenes hará una obra monumental: Exaplas (= seis columnas paralelas):
texto hebreo, transliteración del texto hebreo en letras griegas, versión de los LXX, Aquila, Símmaco
y Teodoción.
Versiones del NT
También destacamos por su importancia las dos traducciones de la Biblia al latín: una es la llamada
“Vetus Latina” (antigua latina) que era usada ya en los primeros siglos de cristianismo en las
regiones menos influidas por el helenismo (África, Galia, España). La otra es la famosa “Vulgata”
(divulgada, difundida) realizada por San Jerónimo a finales del S. IV. Se basó en los textos hebreos
para el AT y en la antigua versión latina para el NT. Durante mucho tiempo la Vetus Latina y la
Vulgata tuvieron una difusión e importancia más o menos pareja, pero, a partir de los siglos VIII-IX
se impuso la segunda sobre la primera, casi como texto de uso común en la teología, en la liturgia y
en la espiritualidad. En 1546 el Concilio de Trento declaró a la Vulgata como “auténtica”, es decir
como la versión normativa dentro de la Iglesia respecto de las otras versiones latinas (DH 1506).
Testimonios del AT
Por el lado del AT tenemos que, en lo que hace a la “Torah” (primer gran “bloque” de los escritos
veterotestamentarios), Israel siempre consideró a la Ley como divina, es expresión de la voluntad
de Dios y por eso se pone por escrito en las diversas épocas y se la actualiza para cada generación.
En el Sinaí se nos dice que Dios pronunció “todas estas palabras” (Ex. 20,1ss) y también que Moisés
refirió esas “palabras” al pueblo (Ex. 24,3). En el Deuteronomio aparece más claramente que “la
Palabra” o “las Palabras” ya no designan tanto las palabras pronunciadas por Dios sino más
directamente las palabras codificadas y escritas. A tal punto es así que a lo escrito “no se le puede
añadir ni quitar nada” (Dt. 4,2; 13,1).
Para expresar su admiración, veneración y reconocimiento de la Palabra de Dios contenida en la Ley
el autor del salmo 119 trabajó muy cuidadosamente. Compuso un salmo alfabético de veintidós (22)
estrofas, la cantidad de las letras del alfabeto hebreo y en su orden. Cada estrofa está compuesta
de ocho versos (7+1= perfección consumada). Además, en cada una de las ocho estrofas la ley es
recordada con ocho sinónimos: testimonio, precepto, querer, mandato, promesa, palabra, juicio y
camino. El salmista por tanto profesa su fe en la Palabra de Dios manifestada en la ley escrita.
En lo que hace a los “profetas” (segundo gran segmento del AT) continuamente vemos aparecer la
idea de que ellos son “la boca de Dios” (Jer. 15,19) y de que ellos transmiten “lo que les llegó de
parte de Dios”, a tal punto que no escuchar a los profetas equivale a no escuchar a Dios (Jer. 7,25-
26; Ez. 3,7). Incluso cuando sus oráculos son puestos por escrito comienzan a llamarse “libro de
YHWH” (Is. 34,16).
Hay un episodio en el capítulo 36 del libro de Jeremías en el que se nos comenta que una vez
dictadas y leídas las palabras del profeta en el Templo, el rey -Joaquim- mandó traer el escrito y lo
quemó en su corte. Las palabras escritas allí son “palabras de YHWH” (vv. 6.8.11). De allí la gravedad
del delito cometido por el rey y la necesidad de escribirlas de nuevo (v.32).
Otro hecho que manifiesta la conciencia de la palabra escrita como palabra de Dios en los libros
proféticos lo encontramos en la vocación de Ezequiel al que se le invita a comer del libro para
después predicar: Ez. 3,1-4.
Para seguir comprobando esa conciencia en el tercer grupo de los libros del AT, los demás escritos,
basta con recordar ciertos pasajes donde la sabiduría es identificada con la Torah y es asimilada a la
Palabra de Dios (Prov. 1,20.23; Sir. 24,31; Sab. 9,17).
35
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 8.
Testimonios del NT
Si queremos comprobar ahora qué es lo que dice Jesús y la Iglesia primitiva acerca de la palabra
escrita nos bastará recurrir a esos pasajes en donde el Señor con un simple “está escrito” cierra
algún discurso señalando la autoridad irrefutable de la Escritura (por ejemplo, Mt. 4,4-10; 21,13).
Para Jesús la “palabra de Dios no puede fallar” (Jn. 10,34-36). La fórmula: “para que se cumpla la
Escritura” que muchas veces utilizan los evangelistas (Jn. 19,28) y los mismos apóstoles (Hch. 1,16;
17,2) son una señal evidente de la convicción que tenían acerca de lo que era para ellos la Escritura.
Ahora bien, hasta ahora hemos citado pasajes donde se considera “palabra de Dios” al AT. Pero
¿Qué podemos decir acerca de la conciencia que existía de los Escritos del NT como Palabra de Dios?
Jesús es la revelación definitiva del Padre. Si miramos a Jesús es evidente que Él está plenamente
convencido de traer la nueva y definitiva revelación de Dios. En muchos pasajes se coloca por sobre
el AT: “aquí hay alguien que es más importante que el Templo” (Mt 12,6), “aquí hay alguien que es
más que Jonás” (Mt 12,41), “aquí hay alguien que es más que Salomón” (Mt 12,42). Incluso opone
su autoridad a la de la ley misma; “ustedes han oído que se dijo…, pero yo les digo…”.
Cuando todo lo que hizo y dijo el Señor fue puesto por escrito la Iglesia primitiva no tuvo reparos
en recibir como “Palabra de Dios” estos nuevos escritos. Esto se deja traslucir claramente en el
pasaje de 1Tim. 5,18 que cita con toda naturalidad como “Escritura” un texto del AT junto con un
dicho de Jesús que se encuentra en el Evangelio de Lucas.
Y no solamente lo escrito en el Evangelio ingresa en la categoría de “Palabra de Dios” sino también
los escritos apostólicos serán considerados de la misma manera. Dios no solamente ha pronunciado
en Cristo su Palabra última y definitiva, sino que Él también la pronuncia cuando Cristo es anunciado
en la predicación apostólica (1Tes. 2,13).
Pablo exhorta a observar las tradiciones, tanto las que se recibieron por viva voz como las que él les
transmitió en “sus cartas” (2Tes. 2,15). Y más claramente en 2Pe. 3,14-16 se asocian las cartas de
Pablo con “las demás Escrituras”, lo cual manifiesta que ambas realidades eran recibidas y
observadas bajo la misma denominación.
Finalmente señalamos el testimonio que nos trae el último libro del NT cuando amenaza a quien se
atreva a quitar o añadir algo a las palabras de su libro profético (Ap. 22,18-19). O sea que el autor
reclama para su escrito el mismo respeto que se pedía antiguamente para la Palabra de Dios (cf. Dt.
4,2).
36
Resumen tomado de MANNUCCI, Valerio. La Biblia como Palabra de Dios. Introducción general a la Sagrada Escritura.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1985. Capítulo 9, 10 y 11. Si se quiere profundizar se puede también leer: RIVAS, Luis
Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San Benito, 2013. 1°
ed. Unidad 1 de la PRIMERA PARTE.
La afirmación plena y explícita de la inspiración se encuentra sólo en los libros más recientes del
NT. O sea, Israel tenía conciencia de contar con la Palabra de Dios hecha libro, pero todavía no podía
explicitar en virtud de qué acción divina se podía afirmar tal cosa. Para explicar tal cosa el NT cuenta
con dos herramientas: la categoría de “acción del Espíritu Santo” (cf. 2Pe. 1,21) que ya venía del AT
y la categoría más técnica de origen helénico de “inspiración” (2Tim. 3,16: “inspirada por Dios”).
37
No hay que entender aquí la “posesión” como una privación de la libertad humana, sino como un posarse sobre el
hombre y darle la fuerza, la luz y el impulso para cumplir su misión.
Este mismo Espíritu que hace actuar también será el que haga hablar, en especial a los profetas. En
Ez. 11,4ss. vemos cómo el Espíritu lo invade y lo hace hablar. Y en casi todos los profetas podemos
comprobar la relación que existe entre la irrupción del Espíritu y sus profecías: Is. 59,21; Zac. 7,12;
Neh. 9,30.
Jesús no manda a sus apóstoles a escribir libros, sino a predicar el Evangelio y a fundar la Iglesia, y
será el mismo Espíritu quien dirija a estos nuevos pastores y profetas (cf. Hch. 8,29-39; 10,19ss;
13,2-4; etc.). Sabemos además cómo se muestra esta acción del Espíritu Santo en orden a hacer
actuar y hablar a los apóstoles (en este sentido el libro de los Hechos fue llamado por algunos “el
Evangelio del Espíritu”).
Resumiendo, podemos decir que todo lo que se dijo y se hizo en la historia de la salvación antes
de ser escrito ya tenía una raíz y un origen divino en virtud de la acción del Espíritu en la historia
y en los hombres. De esto se desprende que la presencia del Espíritu Santo en los libros sagrados
aparece como una lógica consecuencia de las premisas que el mismo Espíritu había puesto ya al
actuar en la historia. Podemos decir que justamente en el momento de poner por escrito todo lo
vivido y realizado el Espíritu no podía ausentarse y dejar de manifestar su acción. Los eslabones
de esta gran cadena, constituida por las diversas actuaciones del Espíritu en el mundo, tuvieron
finalmente este eslabón final de la inspiración bíblica por el que todo lo dicho y realizado quedó
consignado como memoria escrita.
38
Theo=Dios y Pnéo=soplar. Hay un soplo de Dios en el escritor para que produzca el libro sagrado.
una realidad viva y eficaz para la salvación, precisamente porque salió del Espíritu de Dios. El que
esta Palabra de Dios se haya hecho libro se atribuye a la acción del Espíritu (pneuma) exactamente
como la Encarnación de la Palabra de Dios en Jesucristo es obra del mismo Espíritu Santo (cf. Lc.
1,35).
Sin dudas Pablo está hablando aquí del AT, ya que se refiere a la “Sagrada Escritura” que Timoteo
ha conocido por su madre (v.15), la cual era una judía creyente (Hch. 16,1); pero también puede
referirse a los escritos del NT que ya en la época estaban escritos (cf. 1Tim. 5,17-18, donde se cita
un dicho de Jesús al nivel de un texto del AT; 2Pe. 3,15-16, que muestra que las cartas de Pablo
están al nivel de las “demás Escrituras”).
39
“…Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo,
el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar y creer
la verdad". Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona
constantemente la fe por medio de sus dones.”
40
“…Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va
creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los
creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya
por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad…”
41
Cf. RIVAS, Luis Heriberto. Los libros y la historia de la Biblia: Introducción a las Sagradas Escrituras. Buenos Aires, San
Benito, 2013. 1° ed. Unidad 1 de la PRIMERA PARTE. Allí se desarrolla de modo más sintético este mismo tema, tratando
el “fenómeno complejo” de la inspiración, como una discreta acción de Dios, en lo profundo del autor sagrado,
respetando la humanidad del mismo, su cultura, sus inclinaciones, sus gustos, su forma de escribir… cada hagiógrafo
escribe con sus conocimientos, con su genio literario, con su manera de expresarse lo que Dios manda escribir. Es esto
lo que hace que cada libro de la Sagrada Escritura sea distinto.
hablaban de un modelo de elección y autorización de Dios hacia los autores sagrados. Pero ninguno
de estos modelos es el que encontramos en la Sagrada Escritura.
En la Biblia el ejemplo de los profetas es el más significativo. La acción del Espíritu Santo no niega
la personalidad del profeta, quienes no escriben al dictado de Dios, ni repiten simplemente de
memoria un mensaje recibido, sino que hay un verdadero trabajo personal-artesanal. Está
presente lo divino y lo humano: lo divino eleva a lo humano, no lo suprime; la vocación supone la
personalidad del profeta, no la destruye; Dios actúa, pero mantiene la libertad del profeta (Cf. Jr.
20,7-9).
Algo similar ocurre con los apóstoles en el NT. Ellos tienen la misión de proclamar la Palabra de Dios,
revelada en Jesucristo, recordando, testimoniando, con todas las facultades humanas activas (Cf.
Jn. 14,25-26; 15,26-27). De este modo, además de la memoria y la inteligencia, interviene todo el
trabajo literario de componer y redactar, de seleccionar y transmitir (cf. Lc. 1,1-4). Los carismas de
Dios no evitan el trabajo humano, sino que lo estimulan y dirigen.
Los Padres de la Iglesia no sólo afirmaron que la Escritura es palabra de Dios por haber sido inspirada
por Dios (2Tim. 3,16) sino que comenzaron a trabajar algunos conceptos y categorías con la finalidad
de aclarar la relación entre la Palabra de Dios y la palabra humana en la Biblia, o entre Dios que
inspira y el escritor que es movido por el Espíritu Santo a fin de redactar los libros sagrados.
Al principio los Padres de la Iglesia toman el concepto de instrumentalidad ya conocido en el NT
(2Pe. 1,21: “los hombres movidos por el Espíritu Santo”), equiparándolo a un instrumento musical:
El Espíritu hace uso de los profetas como el flautista sopla en una flauta (San Hipólito).
Indudablemente esa imagen destaca y subraya el origen sobrenatural de los libros sagrados, que
nos lleva a concebir hermosamente la Escritura como la música de Dios, pero hay que tomar la
idea como una realidad meramente simbólica y no como una descripción técnica que podría
hacernos concluir que el autor sagrado es un simple objeto inerte en las manos de Dios.
Los Padres admiten la participación activa de las facultades espirituales e intelectuales del escritor
sagrado, no anuladas por el carisma dado por el Espíritu. Por eso cuando la categoría de
“instrumento” sea desvirtuada y usada para comparar a los profetas con aquellos que comunicaban
oráculos paganos en una especie de éxtasis que anulaba su participación consciente (pitonisas y
sibilas) se aclarará que no es así como hablaban los profetas. Estos últimos no actuaban
inconscientemente, sino que son “instrumentos u órganos”, pero instrumentos “vivos y dotados
de razón” (DAS 6442).
Otra línea que se fue perfilando entre los Padres de la Iglesia es la noción de Dios como autor de la
Sagrada Escritura (San Ambrosio y San Agustín). Es una postura que sale al cruce de la herejía
gnóstica y maniquea que sostenía que todo el AT era obra de satán. Los Padres respondieron que el
mismo Dios es autor de ambas economías, de ambos testamentos. Aquí todavía hay que hacer
ciertas aclaraciones porque ¿en qué sentido se dice de Dios que es autor? Nosotros lo entendemos
en un sentido unívoco: el que hace una determinada obra y sólo él. Lo entendemos en el sentido de
autor literario. Aplicado a la inspiración bíblica vemos que la cuestión no es tal cual así lo vemos en
la autoría literaria. Dios sería un autor especial, que escribe por medio de otros, que son a su vez
verdaderos autores.
Otro concepto que se utilizó para explicar el fenómeno fue el de dictado: el Espíritu Santo dicta a
sus secretarios lo que tienen que escribir. Lo usan San Jerónimo y San Agustín. Pero para ellos ese
42
Más adelante la cita textual de este punto.
dictar (=dictare) significaba también componer, enseñar, prescribir, arte, poesía, operación
inteligente. Después del Concilio de Trento, 1580, esto se va a desvirtuar, ya que se considerará a
los actores humanos como meros “anotadores”. Por eso será una categoría que se irá dejando de
lado.
La noción de “carta de Dios” es más bien un intento de explicar pastoralmente el misterio más que
describir técnicamente el fenómeno. Los Padres de la Iglesia querían señalar el hecho grandioso de
Dios que habla a los hombres de todos los tiempos a través de la palabra escrita.
Un intento un poco menos “unilateral” lo constituye el hecho de comparar una obra literaria y sus
distintos personajes con su autor. Un gran escritor es capaz de crear personajes que dicen las
palabras como brotando de su interior. Cuando ellos hablan en la novela son realmente palabras
suyas (por eso es que realmente cuando vemos una película o leemos un libro le cobramos simpatía
a los personajes simpáticos y nos resultan antipáticos los personajes malos). Sin embargo, las
palabras de los personajes en definitiva son palabras del escritor: hace hablar a sus personajes, pero
habla él en realidad. La Biblia sería ese gran drama en el que Dios -autor- hace hablar a sus
personajes con palabras humanas. Esos personajes son los escritores de los libros creados por su
autor, que es Dios. Indudablemente la analogía tiene sus elementos rescatables, pero también hay
que señalar sus limitaciones ya que el personaje literario no es una persona viva y real. Es un hombre
que se mueve dentro de la órbita y dentro de la mente del autor; y esto no es tan así en el caso de
los escritores sagrados.
Santo Tomás de Aquino, en el S. XIII, hará un gran aporte para explicar este carisma. Los conceptos,
imágenes y analogías de los Padres de la Iglesia se mantendrán hasta finales del s. XII. Aquí
comenzará un poco más el interés por reconocer la contribución humana del escritor sagrado. Para
esto les resultó apropiadísima la noción (filosófica) aristotélica de causa eficiente, la cual puede ser
principal o instrumental. Tomás dice: causa principal es Dios, causa instrumental es el autor
humano, y ambos son causa eficiente. Esto explica varias cosas:
1. La causa principal es la que actúa por sí misma. La causa instrumental actúa solamente por la
moción de la causa principal.
2. En el instrumento se distingue una doble acción: la que es conforme a la naturaleza del
instrumento y aquella que puede hacer con la causa principal.
3. El resultado de la operación se debe atribuir a los dos, no a uno solo.
4. Las dos causas actúan simultáneamente en la producción del efecto.
5. la capacidad del agente principal tiene un carácter permanente, mientras que la del agente
instrumental tiene un carácter pasajero, cesa cuando el agente principal deja de usar la
instrumental.
Más adelante el Concilio de Florencia (1442) introduce por primera vez en un documento oficial de
la Iglesia la categoría de “inspiración” (cf. DH 133443). El Concilio de Trento (1546) recalcó el hecho
de la inspiración bíblica, pero para ello echó mano del término “dictar” para referirse a las
tradiciones oralmente recibidas (está respondiendo al principio de “sola scríptura” de los
reformadores) (cf. DH 150144).
43
“Profesa que uno solo y mismo Dios es autor del Antiguo y Nuevo Testamento, es decir, de la ley, de los profetas y del
Evangelio, porque por inspiración del mismo Espíritu Santo han hablado los Santos de uno y otro Testamento…”
44
“…viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y las tradiciones no escritas que,
transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de
labios del mismo Cristo, o bien por inspiración [dictado] del Espíritu Santo…”
45
“[los libros sagrados] …la Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque compuestos por sola industria humana,
hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin error; sino porque escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido transmitidos a la misma Iglesia…”
46
En adelante PD. A partir de DH 3280.
contenidos en la antigua edición Vulgata Latina, deben ser tenidos como sagrados y canónicos, no
porque escritos por la sola ciencia humana, hayan sido aprobados después por su autoridad, ni
solamente porque encierren la revelación sin error, sino porque, escritos por inspiración del Espíritu
Santo, tienen por autor a Dios”. Es enteramente inútil pues decir que el Espíritu Santo se haya valido
de los hombres como instrumentos para escribir, de modo que algún error pudiera escaparse, no
seguramente al primer autor, sino a los escritores inspirados. Pues Él mismo los excitó y movió con
virtud sobrenatural a escribir y Él mismo les asistió mientras escribían, de tal manera que ellos
concebían exactamente, querían relatar fielmente y expresaban a propósito con verdad infalible
todo y solamente lo que Él les ordenaba escribir. De otro modo no sería Él autor de toda la Sagrada
Escritura" (PD 20).
Actualmente a esa fórmula tan lograda se lo llama “esquema leonino”: el autor sagrado concibe la
obra (momento intelectivo), se decide a escribirla (momento volitivo) y la ejecuta (momento
operativo). Todo se da bajo la acción del Espíritu.
Otra encíclica, la Spiritus Paraclitus47, de Benedicto XV (de 1920, con ocasión del XV centenario de
la muerte de San Jerónimo), sigue también explicándola desde la psicología del autor:
“Recórrase los libros del gran doctor; no hay una página que no atestigüe con evidencia, que él
sostuvo, firme e invariablemente, con la Iglesia Católica entera, que los santos libros fueron escritos
bajo la inspiración del Espíritu Santo, que tienen a Dios por autor y que como tales los ha recibido
la Iglesia. Los libros de la Sagrada Escritura, afirma, fueron compuestos bajo la inspiración, o la
sugestión, o la insinuación, y aún el dictado, del Espíritu Santo, más todavía, el mismo Espíritu fue
quien los redactó y publicó.
Pero, por otra parte, Jerónimo no tiene duda alguna de que todos los autores de estos libros, cada
uno conforme a su carácter y a su genio, prestaron libremente su concurso a la inspiración divina.
...De este modo distingue cuidadosamente lo que es particular a cada uno de ellos. Desde múltiples
puntos de vista -ordenación de materiales, vocabulario, cualidades y forma de estilo- muestra que
cada uno de ellos aportó a la obra sus facultades y fuerzas personales.
...Para mejor explicar esta colaboración de Dios y del hombre en la misma obra, Jerónimo propone
el ejemplo del obrero que emplea en la confección de algún objeto un instrumento o una
herramienta: en efecto, todo lo que dicen los escritores sagrados constituye las palabras de Dios, no
las palabras de ellos; al hablar por su boca el Señor se sirvió de ellos como instrumentos.
Si ahora tratamos de saber cómo hay que entender este influjo de Dios sobre el escritor sagrado y
su acción como causa principal, veremos en seguida que la opinión de San Jerónimo está en perfecta
armonía con la doctrina común de la Iglesia Católica en materia de inspiración: Dios, afirma Jesús
mismo, por un don de su gracia ilumina el espíritu del escritor en lo que respecta a la verdad que
este debe transmitir a los hombres por la virtud de Dios; mueve en seguida su voluntad y lo impulsa
a escribir; y por fin le da la asistencia especial y continuada hasta el término del libro” (SP 25).
Por último, la Divino Afflante Spiritu de Pío XII (1943) volvió a la idea de “instrumentalidad” -tan
querida por Santo Tomás- pero subrayando que las características personales del autor no
desaparecen a la hora de escribir. No analiza desde el punto de vista de la psicología la naturaleza
de la inspiración como lo hacían los dos documentos anteriores.
47
En adelante SP. A partir de DH 3650.
“Partiendo del principio de que el escritor sagrado al componer el libro es órgano o instrumento del
Espíritu Santo, con la circunstancia de ser vivo y dotado de razón; rectamente observan que él, bajo
el influjo de la divina moción, de tal manera usa de sus facultades y fuerzas, que fácilmente puedan
todos colegir del libro nacido de su acción la índole propia de cada uno y por decirlo así sus singulares
caracteres y trazos” (DAS 64).
Finalmente el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum 11 recogiendo lo dicho por la tradición riquísima
expresó no sólo el “que” sino también el “modo” de la naturaleza de la inspiración bíblica tratando
de dejar expresado con claridad que ambos, Dios y el hombre, son verdaderos autores. En este
caso no hará un análisis de la psicología del autor. Mantiene la idea de instrumentalidad, pero no
profundiza demasiado en la naturaleza de la inspiración.
“Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se
consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene
por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes,
porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le
han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres,
que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos,
escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado
por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con
fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.
(cf. 2Tim. 3,16-17).” (DV 11)
Problemas abiertos:
A) No uno sino varios autores inspirados: Los libros que no tienen un solo autor, sino que son
producidos por el trabajo de varios autores ¿Hay que decir que el inspirado es solamente el último?
Aquí es necesario hablar de muchos autores inspirados, pero con la aclaración que Dios inspiraría a
cada autor en vistas a la obra última, al “resultado final”. La inspiración en este caso habría que
considerar en un todo, ya que Dios no inspiró a cada autor para que cada uno realice su obra, sino
que Dios inspiró a cada uno para la obra común.
B) El carisma de la inspiración no es un carisma aislado: Un libro no brota por generación
espontánea y en el aire, sino que brota a raíz de determinados acontecimientos y con la influencia
de personas concretas. Eso que precede y acompaña a la composición del libro también sería fruto
de la acción, de la “inspiración” del Espíritu Santo. El carisma de la inspiración bíblica sería un
carisma relacionado con esa acción previa del Espíritu divino. Aquí se explica todo el proceso y el
fenómeno desde su gran protagonista: el Espíritu Santo. Tanto lo que ocurre como lo que hacen y
dicen ciertos personajes como, finalmente, lo que se pone por escrito está guiado por esa sabia
acción del Paráclito.
C) Dimensión comunitaria de la inspiración: Se subraya la interacción, la dependencia y la mutua
influencia que existe entre el autor sagrado y la comunidad a la que pertenece. El autor sagrado usa
el lenguaje de la comunidad, usa los géneros literarios del grupo porque si quiere darse a conocer y
hacerse entender no puede menos que echar mano de la tradición literaria de aquellos a quienes
les habla. También es portador de los sentimientos de ese pueblo al que le habla. Es “intérprete” de
la comunidad. Destacar esta relación nos ayuda a valorar el carácter eclesial de los escritos bíblicos:
nacen en el seno de una comunidad y, a su vez, son para ella.
D) Obra literaria inspirada: Algunos autores hablan de que la inspiración bíblica afecta al mismo
tiempo a los hagiógrafos y a su obra literaria, ya que es la obra la que está inspirada por el Espíritu
Santo. Alonso Schökel dice que el proceso inspiratorio sobre el autor está ordenado a la obra como
a su término y a la obra literaria en toda su “plural estructura”.
En la Sagrada Escritura aparecen los dos matices: 2Pe. 1,20 afirma la inspiración del escritor, 2Tim.
3,16 afirma la inspiración del texto. Los padres de la Iglesia, al igual que el CVI, prefirieron tener en
cuenta que es la Escritura la que está inspirada, sólo la especulación neoescolástica del S. XIX y XX
puso su acento en el autor y en el aspecto psicológico.
Alonso Schökel plantea que no debemos dejarnos llevar por la psicología, sino que hay que
equilibrarlo con un enfoque más literario: en el orden de importancia todo apunta a la obra literaria,
todo el trabajo del autor mira la obra escrita. Plantea entonces un esquema en tres tiempos:
• Los materiales: lo que capta el autor, la experiencia vital, la experiencia de otros… aquí no hay
inspiración propiamente dicha.
• La intuición: es el momento inicial de la obra literaria, dando vida a los materiales y poniendo en
marcha e iluminando el proceso… aquí ya hay inspiración del Espíritu.
• La ejecución: es el momento de la escritura, la puesta en marcha del impulso interior… todo este
momento es creativo y sigue siendo un momento desarrollado bajo la acción del Espíritu.