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2 Edificación perimetral formada por bloques dobles que comparten núcleos de escaleras
externos a ellos, situados en uno o varios patios longitudinales.
Ejemplos de ello son las manzanas propuestas en los planes para Amara-Loyola-Eguía y Fontiñas, o en la
de Abascal y Díaz para Pino Montano. Se recuperan con estas soluciones modelos como el de las
Lexington Terraces de Wright o la Casa de las Flores de Zuazo, y se abre la posibilidad, como señala
Ezquiaga, de definir una geometría del patio interior independiente de la del perímetro exterior de la
manzana, como ocurre en el manzana de La Salut de Martorell-Bohigas-Mackay (MBM).
Por otra parte, los fondos edificables y los tamaños de manzana se acercan así a los del ensanche
decimonónico, pero con una diferencia fundamental: hay viviendas que vuelcan a la calle y viviendas
que vuelcan al patio, en vez de viviendas profundas con patios de luces. El patio dejar de ser la parte de
atrás y adquiere un status ambiguo.
Existen modelos mixtos, como la manzana de Mollet de MBM, donde uno de los frentes está formado
por un doble bloque y los otros tres por bloques lineales de poca profundidad.
EL ORDEN MIXTO
Manzanas, bloques y casas. Intentos de síntesis.
Entrados en un nuevo siglo, no podemos considerar válida ya, en exclusiva, la actividad de la
arquitectura moderna, que centra su atención en el proyecto de los edificios originando una
proliferación de objetos flotando en un espacio sin tratar, supuestamente verde.
Tampoco podemos considerar válida en exclusiva la actitud contraria, que corresponde a la ciudad
tradicional, y que centra su atención en el proyecto del espacio (las calles, las plazas), considerando la
edificación como mero relleno. Esta actitud supone ignorar una serie de conquistas de la arquitectura
moderna que siguen siendo válidas: la racionalización de la organización de los edificios, la atención a las
condiciones de soleamiento e higiene de las viviendas, la necesidad de superficies verdes y de
equipamientos suficientes y, por qué no, sus aportaciones de orden estético.
Se trataría, siguiendo a Colin Rowe en Ciudad Collage, de buscar algo así como una coexistencia pacífica,
una coalición entre edificios y espacio. En lugar del rotundo sí a la ciudad tradicional de Leon Krier o del
rotundo no de Rem Koolhas, lo que el sentido común parece aconsejar es, Seguramente, una vía
intermedia: tenemos dos modelos de ciudad, que aparecen ante nosotros en pie de igualdad. No
necesitamos ya abolir ninguna de las dos, y podemos tomar lo que proceda en cada caso de cada una de
ellas: el modelo de ocupación de suelo de la ciudad tradicional y el modelo de edificación de la ciudad
moderna, por ejemplo. Como el mismo Le Corbusier señala, al comparar la Plaza Vendôme y los
Inválidos: “Vacíos o llenos, los dos son formas lícitas siempre que ayuden a la vida a expresarse”.
La cuestión de lo privado y lo público, de la propiedad del suelo y del carácter privado o público del
suelo libre no edificado ha recibido muy poca atención por parte de la arquitectura moderna. La razón
de ello probablemente sea doble: por un lado, la cuestión se zanjaba al considerar todo suelo no
edificado como público (en cualquier caso, era un parámetro sobre el que los arquitectos no tenían
poder: la propiedad privada sobrevivió a la Ville Contemporaine). Por otro lado, el excesivo énfasis
otorgado a la definición tipológica, tanto de las viviendas como de los edificios, centraba la discusión en
temas arquitectónicos.
Ezquiaga señala que “Si se pretende introducir una mayor variabilidad tipológica, aparece como decisiva
una adecuada estructura parcelaria, por cuanto la parcela es la clave en la vinculación y subordinación
de la arquitectura a la morfología urbana, permitiendo de alguna manera el “enraizamiento” del edificio
en el suelo.”
En el mismo sentido, Rowe señala que “Más que tener la facultad de encaminarse a cualquier parte –
siendo “cualquier parte” siempre lo mismo- resultaría, casi con toda certeza, más satisfactorio disponer
de las exclusiones –pared, barandillas, vallas, cercas y barreras- de un plano de suelo razonablemente
construido.”
Un plano de suelo razonablemente construido. Dado que no vivimos en los bloques-comuna Narkofilm
de Ginzburg, y por lo tanto aceptamos la privacidad en lo edificado, en la propia vivienda, no
deberíamos pretender que todo espacio libre sea público.
Eso significa que el espacio libre intermedio entre la calle y el bloque aislado puede ser privado, y puede
operarse en él para recomponer la desagregación y para intentar mejorar la periferia. Los modos de
operar en este espacio los examinaremos a continuación.
TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN DEL PLANO DEL SUELO EN LA EDIFICACIÓN ABIERTA.
La parcelación es el procedimiento para subdividir el suelo desde el punto de vista jurídico. Desde el
punto de vista físico, lo que nos interesa aquí, en cambio, es cómo esa subdivisión se expresa
materialmente, cómo se percibe visualmente y qué significado tiene en términos de forma urbana. En
otras palabras, lo que nos interesa cuando nos aproximamos al tema de la ocupación del suelo desde el
punto de vista de la forma urbana es cómo se construye materialmente el plano del suelo.
Para construir el plano del suelo de un modo razonable se puede recurrir a dos procedimientos. El
primero es el de delimitar claramente las propiedades con elementos no construidos tales como vallas,
setos, cercados, etc. El segundo es el de edificar total o parcialmente dicho plano del suelo, creando un
zócalo construido que ocupa la planta baja o más plantas, alineando con la calle, de modo que la
edificación abierta, el bloque, sólo se hace evidente a partir de las plantas altas.
EL VALLADO.
Cuando la planta tipo de un bloque llega al suelo sin modificaciones, como huella directa, aparece un
espacio libre, no edificado. A este espacio libre, dado que no es una calle, se le confiere por lo general
estatuto de zona verde.
Este espacio libre intermedio entre la calle y el bloque aislado puede ser un espacio privado, vinculado al
edificio sin necesidad de construcción adicional alguna: basta con vallarlo, con dotarlo de una cerca o
barrera, sea vegetal, de hierro o de alambre de espino, o un muro con cristales rotos encima (dependerá
de los vecinos el grado de fortificación). De este modo, aunque el espacio que rodea al bloque esté
físicamente contiguo al espacio libre público de la calle, quedará separado de éste por un límite claro.
El vallado del espacio libre privado es algo ancestral como técnica de subdivisión espacial. Es la técnica
habitual en los conjunto urbanos formados por viviendas unifamiliares (sean aisladas o en línea). En el
contexto de la edificación de baja densidad, la técnica de parcelación con vallado ha sido estudiada
ampliamente. De hecho, existen estándares de tamaño de parcelas claramente asociados a los tipos más
usuales de viviendas de baja densidad (casas aisladas, pareadas, en hilera o con patio).
Lo que no ha sido estudiado tanto es la posible parcelación de espacio libre situado junto a un bloque de
varias plantas de edificación abierta. De hecho, se ha considerado generalmente este espacio como
público, como zona verde, especialmente en promociones de vivienda pública con viviendas en planta
baja y sin bajos comerciales. Y no existen estándares tan definidos de tamaño de parcela asociada a un
bloque.
Sin embargo, en la edificación abierta de lujo o turística sí es habitual hallar un espacio libre situado
alrededor del edificio, privado y vallado, en el que se disponen jardines u otros servicios comunes como
piscinas. En estos casos, el plano del suelo está claramente definido y, cuando el bloque aislado esté en
contacto con la calle, podrán albergarse en su planta baja usos diferentes al de vivienda.
El vallado puede rodear todo el espacio libre privado anexo al bloque, o bien incorporar subdivisiones de
este espacio vinculadas a las viviendas de planta baja, o puede ser una mezcla de los dos: espacios libres
privados comunes y espacios libres privados particulares de algunas viviendas.
Por otra parte, el vallado podría ser utilizado como técnica para recomponer espacios públicos en la
periferia, eliminando los espacios verdes residuales cuya sobreabundancia es una de las razones de la
disolución del espacio público. Los espacios verdes deben jugar un papel estructurante, vertebrador,
para lo cual es preferible que están concentrados y no atomizados en infinidad de pequeñas isletas de
difícil y costoso mantenimiento.
La anexión de los espacios verdes residuales a las edificaciones, bien al conjunto de uno o varios bloques
o bien a las viviendas de planta baja, mediante una política de vallados, puede ser utilizada para
modificar la situación actual de predominio de espacios públicos faltos de calidad y de difícil
conservación. Es una política que, obviamente, depende de la posibilidades de los vecinos para
conservar un jardín. Supone privatizar suelo público y donarlo a los vecinos, y requeriría consenso
vecinal y estudio de detalle caso por caso. El coste de la valla puede asumirse por la administración, que
ahorrará en lo sucesivo los gastos de conservación del espacio verde residual.
No es necesario que el uso del espacio verde residual, una vez anexionado a los bloques y vallado, sea
verde. Las calles inglesas con vallas nos muestran el camino: las vallas son el elemento estabilizador del
frente de calle. El uso del espacio entre la valla y el edificio, que queda en segundo plano, puede ser
variable: jardín, aparcamiento o un simple patio de acceso controlado par juego de niños.
El estudio de reurbanización (Seminario de Planeamiento y Ordenación del territorio de la ETSAM. M.A.
Martín, C. Laceras, 1984) para la ciudad de Los Ángeles, barrio periférico de Madrid compuesto por
bloques desarticulados de edificación abierta, es un ejemplo de propuesta de actuación sobre el suelo
libre entre los edificios (espacio interbloques), planteando una nueva delimitación del suelo basada en la
privatización de las porciones del espacio interbloques más vinculadas a las viviendas. El recurso al
vallado permite recomponer unidades de manzana y deslindar el espacio verde público de aquél que
puede anexionarse a las viviendas.
Los pequeños inmuebles urbanos (villas o palazzinas) disponen por lo general de un espacio libre de
parcela de carácter privado, que envuelve la edificación abierta. Agrupaciones como las de Spittelhof de
Zumthor o el conjunto Bröelberg de Gigon y Guyer son una muestra de ello.
Ejemplo de conjuntos residenciales de los años 90 que utilizan como tipo básico la casa unifamiliar con
parcela asociada vallada son los de Tharsis y SanctiPetri (Cruz y Ortiz), Pilotengasse (Herzog y De
Meuron) o el Langerak 2 (Mac Creanor-Lavington).
Construir un barrio con mezcla de usos y complejidad social que pudiera otorgarle cohesión
urbana.
Eliminación de barreras físicas y sociales que habían aislado la zona del resto de la ciudad.
Continuar la morfología urbana más característica de Barcelona (el Ensanche) pero con una
revisión contemporánea (manzanas casi cerradas y las calles casi corredor)
Sobre la morfología tradicional incorporar tipologías actualizadas con los logros del Movimiento
Moderno, incluso modificando la dimensión de la manzana llevándola a superunidades
integradas.
Flexibilidad de los criterios generales, de forma que sean los proyectos los que definan
finalmente la actuación para concentrar en un breve periodo la complejidad de la construcción
de la ciudad.
División del conjunto en unidades desarrolladas por diferentes arquitectos (y promotores).
La base conceptual se encontraba en el artículo que Bohigas publicó en 1973 en la revista L’Architecture
d Aujourd’hui con el título “Îlots presque fermés et rues presque corridors”. Bohigas reivindicaba unas
morfologías urbanas marginadas por el Movimiento Moderno y que orientaron casi obsesivamente la
actuación profesional de su equipo. Estas “manzanas casi cerradas y calles casi corredor” alcanzarán su
máxima expresión en la ordenación de la Villa Olímpica.
Por ello, el planteo urbano recuperó la noción de “macromanzana” (superunidades) apoyándose en las
investigaciones y realizaciones que décadas atrás se realizaron tanto en la Amsterdam de Berlage como
en la Viena Roja.
El resultado agrupó varias de las piezas de Cerdá en una única aparente, dado que no se deseaba
interrumpir el trazado viario que se había mostrado muy eficaz. Se recuperó la manzana y la calle
corredor que el racionalismo había denostado. Este aumento de escala propició la diversidad tipológica
(vivienda colectiva y unifamiliar o bloque y torre, aprendieron a convivir). También permitió la mezcla
de usos que el racionalismo había proscrito. Las manzanas contaban con edificios residenciales y
edificios terciarios (oficinas y comercios) recuperando el espíritu mediterráneo de convivencia.
La arquitectura residencial, de la que se hablará más adelante con detalle, fue, en general, una
arquitectura muy sintonizada con las ideas dominantes en la década de 1980. Una arquitectura muy
consciente de su responsabilidad con la ciudad y que era el resultado de un proceso de elaboración muy
disciplinado, contextualizado y respetuoso con las claves urbanas. Una arquitectura urbana en línea con
la que se estaba construyendo en Berlín para la IBA 1987, uno de los grandes referentes del momento.
Uno de los objetivos generales era que la ciudad debía recuperar su valor de uso para los ciudadanos.
Por ello, el espacio público se convirtió en el gran protagonista de la actuación. La ciudad mediterránea
siempre se ha caracterizado por ello y, en este caso, además, la proximidad de la playa proporcionaba
un aliciente de gran potencial lúdico. Las claves de la ciudad histórica fueron reinterpretadas y
numerosos elementos de la tradición local, tanto arquitectónicos como espaciales, marcaron las pautas
del espacio público. Así se plantearon plazas, paseos, jardines, parques, fuentes que, junto a las playas
renovadas o al puerto olímpico, convirtieron la zona en una importante área de ocio para la ciudad.
Sobre estas bases la villa logró atraer usos lúdicos, hoteleros, universitarios, para configurar un barrio,
que tras el reajuste residencial posterior a la estancia temporal de los deportistas, se ha convertido en
uno de los puntos más emblemáticos de la ciudad.
Las ciudades evolucionan constantemente. Lo hacen porque las sociedades que las habitan tienen
nuevas necesidades y dejan de interesarse por otras. Lo hacen porque la tecnología ofrece soluciones
más eficaces o inéditas. Lo hacen también porque el propio espacio, urbano o arquitectónico, sufre
desajustes y el deterioro del tiempo. Es decir, las ciudades se encuentran en permanentemente cambio.
No obstante, no todos sus espacios se ven sometidos a esta presión con la misma intensidad. Hay
lugares especialmente sensibles a esa dinámica transformadora. Entre ellos se encuentran los puertos.
Las ciudades que disponen de ellos (sean marítimas o fluviales), suelen tener una gran dependencia
económica de los mismos y su competitividad resulta fundamental para la supervivencia del conjunto
urbano. Pero, como advertimos, el contexto económico en el que operan los puertos varía, como lo
hacen las costumbres comerciales, los medios de transporte o los avances tecnológicos sometiendo a
una evaluación continua al lugar que ocupan y a sus instalaciones para confirmar su viabilidad o su
obsolescencia. La historia nos muestra cómo estas ciudades han ido trasladando las infraestructuras
portuarias para adaptarse a las necesidades de ese mundo cambiante. Nuevos puertos en posiciones
más ventajosas suceden a los antiguos que quedan abandonados. Esos terrenos quedan baldíos y
suponen un reto para las ciudades, que deben replantearse el destino de los mismos.
Las estrategias Puerto-Ciudad, habituales en las últimas décadas, han reconvertido instalaciones
obsoletas en nuevos lugares para la vida urbana, siguiendo unos procesos de renovación urbana sin
precedentes. La casuística de regeneración portuaria es amplia, y encontramos puertos convertidos en
nuevos espacios urbanos, o casos en los que albergan un nuevo programa de equipamientos públicos, e
incluso puertos que se reincorporan como tejido residencial de la ciudad.
Amsterdam es una de estas ciudades. Vinculada estrechamente a su puerto, a lo largo de su historia fue
mejorando sus instalaciones en la medida de lo posible, primero en el centro, luego en la zona oriental,
aunque finalmente se vio forzada a trasladarlas a lugares más propicios para las nuevas claves
comerciales. Estos movimientos liberaron espacios (cuestión particularmente importante en
Amsterdam, dada su permanente lucha con el mar para obtener nuevos terrenos) que quedaron en
espera de una nueva oportunidad urbana.