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Texto extraído del libro Manzanas, Bloques y Casas de Javier Pérez Igualada

DEL BLOQUE A LA MANZANA


LA RECUPERACIÓN DE LA MANZANA COMO UNIDAD EDIFICATORIA.
El cuestionamiento integral de los postulados urbanísticos vinculados al Movimiento Moderno y a la
versión corregida del mismo, del Team X, la crítica radical a los mismos y su abandono serán algunos de
los signos distintivos de la llamada postmodernidad. El derribo en 1972 del conjunto residencial Pruitt-
Igoe de St. Louis, proyectado por Yamasaki en 1952-55 de acuerdo con una estricta ortodoxia
funcionalista, marca, según Charles Jenks, el acta de defunción del modelo de ciudad de la arquitectura
moderna.
Los resultados insatisfactorios de las propuestas urbanas basadas en el orden abierto, en particular en
los conjuntos residenciales de promoción pública, destinados a alojar a la población de rentas más bajas,
llevaron a partir de mediados de los años 70 a propuestas que hacían hincapié en la necesidad de volver
a centrar la atención del urbanismo en el proyecto del espacio público, mediante la vuelta a los
modelos urbanos tradicionales, basados en el trazado de calles y plazas y en edificios alineados a la
calle, formando manzanas cerradas. Todo ello se producía en el marco de una renovada atención a la
ciudad histórica y a su reconstrucción más que a su ampliación. Es una mirada atrás en busca de
antiguas certezas que sustituyan a las de la modernidad, en las que ya no se cree.
Ya en 1961, Jane Jacobs planteaba una certera y aguda critica del urbanismo moderno en su libro The
Death and Life of Great American Cities (Muerte y vida de las grandes ciudades). Posteriormente, libros
como La Arquitectura de la Ciudad de Aldo Rossi (1966), Teoría y práctica de los espacios urbanos (1975)
de Rob Krier y Ciudad Collage (1978) de Colin Rowe son claros exponentes de un cambio radical de
orientación en la arquitectura y el urbanismo.
Colin Rowe realiza en Ciudad Collage una crítica al modelo urbano asociado a la arquitectura moderna.
En este modelo, el objeto arquitectónico es el elemento que, en una composición por agregación, define
la ciudad. El espacio es lo que queda entre otros objetos, es un resultado, no algo proyectado. Rowe
señala que los límites de este modo de concebir el urbanismo son los limites de la propia percepción
humana, lo que la mente y el ojo son capaces de absorber o comprender: existe un limite a la
aglomeración de objetos de todo tipo en un determinado espacio. La percepción del objeto requiere un
fondo, un campo acotado, una referencia que le dote de sentido.
La acumulación de objetos aislados en un vacío continuo sin manipular no puede considerarse ya, por si
sola, una actitud válida. Esta actitud es, además, la responsable de la sobreabundancia de espacios libres
sin calidad urbana en la periferia de las ciudades: cuando el proyecto urbano se centra en los objetos, el
espacio deja de ser estructurante y pasar a ser residual, pasa a ser lo que queda entre los bloques. Este
espacio residual, a falta de otro estatuto propio, es considerado como zona verde, y así el paisajismo
pasa a convertirse en la panacea contemporánea, en el agente que debe proporcionar cohesión a algo
que no la tiene, en la “pasta dentífrica” extendida sin rubor, en expresión de Peter Buchanan. Para
evitar todo ello, se recurre a los modelos urbanos tradicionales, asociados a la ciudad compacta.
En los años ochenta, la manzana asumirá el protagonismo como nuevo paradigma de diseño urbano,
como modelo único tan excluyente como lo fue en su momento el bloque en el orden abierto, ahora
descalificado con rotundidad.
La manzana se utiliza como elemento modular para proyectar tejidos urbanos en malla rectangular,
similares a los de los ensanches de la ciudad del XIX, lo que puede interpretarse como una necesaria
llamada al orden frente al exceso de variedad propio de los bloques de localización volumetría libres
característicos de las últimas etapas de la edificación abierta.
El proyecto de escala intermedia, apoyado en la recuperación de los instrumentos clásicos del trazado y
las ordenanzas, se afirma frente al plan urbanístico, y la zonificación estricta se abandona para favorecer
la mezcla de usos en las áreas residenciales.
Por lo que se refiere a los proyectos y las realizaciones, algunos de los episodios más significativos del
urbanismo postmoderno son las actuaciones de recuperación de los centros históricos, como la de
Bolonia (de 1969 en adelante) o la de Kreuzberg en Berlín, que forma parte de la experiencia de la IBA
(Internationale Bau Ausstellung) de Berlín a partir de 1984 bajo la dirección de Josef Paul Kleihues, el
proyecto de Leon Krier para el concurso de La Villette en París (1976) y, en España, los planes para Lacua
(1977) de R. Moneo y M. Solá- Moráles y para Pino Montano en Sevilla (1981) de A. Cruz y A. Ortiz, el
Plan General de Madrid y sus desarrollos y, posteriormente, la Villa Olímpica de Barcelona y la
ordenación de la Isla de Java en Ámsterdam.

DEL BLOQUE A LA MANZANA


Desde finales de los años 60, y en paralelo a las últimas etapas del orden abierto, se van construyendo
una serie de obras que muestran la transición progresiva del bloque aislado a la manzana, es decir, una
disposición de los bloques en forma de envolvente perimetral de un espacio libre interior.
Esta transición adopta, por regla general, alguna de las tres formas siguientes:
 La manzana rectangular se obtiene mediante la asociación de dos o cuatro bloques lineales. Es
el sistema utilizado en los barrios Zen Cardillo de Gregotti (1970) y Lacua (1977) de Solá-Morales
y Moneo, en los que es posible identificar una unidad modular de manzana, rodeada por calles,
que se repite regularmente hasta formar un tejido mallado. Los dos bloques centrales de la
manzana flanquean una calle peatonal que la recorre longitudinalmente, y lo dos laterales
recaen a la calle perimetral. La imagen que de ello resulta es similar a la de una manzana
holandesa a la que se hubiese rellenado el patio central con dos bloques lineales.
 El bloque lineal se pliega para rodear un espacio central, envolviéndolo completa o
parcialmente. En este modelo es también posible identificar una unidad modular de manzana y
un tejido de calles. Es el caso de los conjuntos Ruhwald (1967) de J.P. Kleihues y el Steishoop
(1963-76).
 El tejido rectangular no está formado por unidades modulares que se repiten de manzanas
individuales rodeadas por calles, sino por un sistema de patios que se crean mediante un tejido
de bloques dispuestos en retícula, que forman un tapiz continuo. En este modelo no existen
calles en el sentido tradicional del término, salvo en el perímetro. Por otro lado, los patios son
espacios de carácter necesariamente público, dado que son el único lugar desde el que acceder
a las viviendas situadas en bloques que no recaen a la calle. Es el sistema preconizado en las
investigaciones teóricas de L. Martín, L. March y E. Echenique, y podemos encontrarlo en
conjuntos de escalas muy diversas, como el de Roosvelt Island (1974) de J.L. Sert, el de San
Rocco (1966) de A. Rossi y G. Grassi o el de Southgate (1968-74)de Stirling.

LA MANZANA CON EDIFICACIÓN PERIMETRAL


La recuperación de la manzana como unidad edificatoria básica para configurar nuevas áreas
residenciales es una de las características básicas del urbanismo postmoderno. Las manzanas habituales
de los proyectos urbanos de los 80 tienen como modelo las manzanas de Ámsterdam Sur de Berlage:
manzanas unitarias, proyectadas de una sola vez, cerradas o casi cerradas y edificadas perimetralmente,
con un jardín interior, lo que asegura, en teoría, una adecuada separación entre espacio público y
espacio privado.
La manzana se concibe como unidad de composición urbana, como una parcela única de grandes
dimensiones. Como en las manzanas de Ámsterdam Sur, se afirma la unidad estética de la manzana-
edificio, resultado de plegar un bloque sobre si mismo, cambiando su forma lineal habitual por la del
cuadrado o el rectángulo y formando así un bloque alineado a las calles o bloque perimetral, que queda
claramente expresado por la uniformidad de la altura de cornisa.
El patio interior, conectado con la calle en algunos puntos, se convierte en el centro de la composición,
por ser en muchos casos el único lugar desde el que se accede a los zaguanes.
Las dos topologías de edificación utilizadas en estas manzanas son las siguientes:
1 Edificación perimetral formada por bloques de doble crujía y poco fondo edificado (entre 10 y
12 m.), en los que las viviendas son pasantes (con fachadas a al calle y al espacio libre interior).
La edificación, en este modelo, puede estar dispuesta a su vez de dos maneras:
Como envolvente continua, con pasos controlados al patio interior en planta baja, bien a través
de los zaguanes o en forma de pasajes. Es el tipo utilizado en la manzana de Vinetaplatz (Kleihues, 1971)
y en planes urbanos como los de R. Krier para Friedrichstadt Sur (IBA 87) o, en España, los de Pino
Montano, Madrid Sur y Valdebernardo.
Como envolvente discontinua, compuesta por varios bloques separados entre sí que se
disponen en torno a un espacio libre central que no queda rodeado completamente por edificación, sino
que tiene aperturas más o menos amplias y más o menos públicas, a las calles adyacentes. Es el caso de
las manzanas de Cizur (Mangado, 1998) y Riera Casulla (Batlle-Roig, 1996), compuestas por bloques, o
las de Tiergarten y Mendillorri (Mangado, 1994), que recurren al tipo de pequeñas villas urbanas o
palazzinas...
Los huecos entre los bloques perimetrales requieren de un vallado en planta baja, a fin de
separar el jardín interior privado del espacio público de las calles.
Los pequeños jardines vinculados a las viviendas de planta baja sirven como transición entre el
espacio interior colectivo y los edificios.
En algunos casos, el espacio interior es de acceso público, con lo que se desdibuja la parcelación
al desaparecer la distinción entre espacio libre público de la calle y espacio libre privado de los jardines
interiores. En tal caso, no cabe hablar en realidad de manzanas, sino de bloques de edificación abierta
que adoptan la configuración de manzanas.
El tamaño de las manzanas, en ambos casos, experimenta una reducción con respecto a las
manzanas decimonónicas, desde la hectárea habitual de los ejemplos clásicos a superficies
comprendidas entre ½ y 1/3 de Ha, reducción inevitable, dado el poco fondo edificado.

2 Edificación perimetral formada por bloques dobles que comparten núcleos de escaleras
externos a ellos, situados en uno o varios patios longitudinales.
Ejemplos de ello son las manzanas propuestas en los planes para Amara-Loyola-Eguía y Fontiñas, o en la
de Abascal y Díaz para Pino Montano. Se recuperan con estas soluciones modelos como el de las
Lexington Terraces de Wright o la Casa de las Flores de Zuazo, y se abre la posibilidad, como señala
Ezquiaga, de definir una geometría del patio interior independiente de la del perímetro exterior de la
manzana, como ocurre en el manzana de La Salut de Martorell-Bohigas-Mackay (MBM).
Por otra parte, los fondos edificables y los tamaños de manzana se acercan así a los del ensanche
decimonónico, pero con una diferencia fundamental: hay viviendas que vuelcan a la calle y viviendas
que vuelcan al patio, en vez de viviendas profundas con patios de luces. El patio dejar de ser la parte de
atrás y adquiere un status ambiguo.
Existen modelos mixtos, como la manzana de Mollet de MBM, donde uno de los frentes está formado
por un doble bloque y los otros tres por bloques lineales de poca profundidad.

LOS PROBLEMAS DE LA MANZANA PERIMETRAL


La manzana tradicional era el negativo del trazado de calles, un recipiente con capacidad para albergar
estructuras parcelarias muy diversas.
La manzana perimetral contemporánea, en cambio, no surge como consecuencia del proyecto de
espacios o del trazado de calles, sino que se concibe a partir del proyecto de un edificio que adopta la
forma de un bloque plegado sobre si mismo, y que se utiliza como elemento de composición. Por ello,
los problemas que suscitaba el bloque abierto persisten, pero con edificios más grandes, con manzanas-
objeto como las representadas en el dibujo de P. Pinto de 1963.
Un segundo tema problemático en relación con el modelo de ocupación de suelo de la manzana
perimetral es el que se refiere a la relación entre espacio público y espacio privado, y a cuestiones de
tamaño y proporción entre vacíos y llenos, y en particular al grado de apertura y de privacidad con
respecto a la calle del espacio libre interior.
Los problemas que suscita este modelo fueron expuestos por Colin Rowe en su artículo La IBA entre
república y resprivata, (1985), en el que crítica las realizaciones del IBA en Berlín, que retoman el
modelo de Ámsterdam Sur pero con la diferencia de que los patios ajardinados interiores de manzana
están tratados como espacios públicos, conectados con las calles:
“La manzana perimetral, una estrecha franja de edificios que rodean un patio central –del tipo del Karl
Marx Hof en Viena- presenta inevitablemente un problema sobre lo que es privado y lo que es público.
¿Son las calles el componente principal del mundo público? ¿O son los patios? En este estilo de
desarrollo, las calles y los patios existen en una relación precaria y es imposible asignar prioridad a uno
de ellos. Además, en una forma de desarrollo tan dispersa en términos de sólidos y tan generosa en
términos de vacíos, es fácil sospechar que las calles nunca auspiciarán la animación que
presumiblemente se prevé. Y es que las calles animadas requieren una estructura de apoyo de cierta
densidad, y la manzana perimetral apenas es capaz de proporcionarla. Al nivel de la calle simplemente
no se puede engendrar todo ese aparato de entradas, tiendas pequeñas, restaurantes, etc., que
requiere una actividad próspera.
En otras palabras, la manzana perimetral es una construcción sumamente ambigua que sólo puede
plantear la cuestión siguiente: ¿pasea uno “a lo largo de” las calles o “a través de “los patios? Y yo creo
que la respuesta a esta pregunta es muy simple. La ruta preferida será a través de los patios; con lo cual
las calles quedarán como algo residual, vacías y escasamente capaces de llamar la atención”.
La manzana perimetral con espacio interior es, para Rowe, válida como estrategia ocasional siempre y
cuando ese espacio interior sea un lugar de entrada restringida, un lugar privado cuyas puertas se
cierran al anochecer. Si no es así, el espacio interior considerado como patio de libre acceso adquiere un
status ambiguo entre lo público y lo privado, y no puede ser más que un lugar inseguro, que además
hace valor a la calle como elemento urbano estructurante al vaciarla de todo contenido que no sea el de
mero canal de tráfico rodado.
Por otra parte, en los nuevos conjuntos residenciales formados, por manzanas, como por ejemplo los
nuevos ensanches de Madrid, su edificación por densa, su localización periférica y su discontinuidad con
otras áreas urbanas, hacen que difícilmente sea viable el zócalo comercial propio de las manzanas de
ensanche, que se sustituye por viviendas en planta baja o, lo que es peor, por soportales vacíos de
contenido. Las calles de estos barrios, sin tiendas, resultan tan poco urbanas como los espacios
intersticiales propios de los polígonos de bloques d edificación abierta.
En este contexto, los edificios tienden a ser monofuncionales, destinados únicamente al uso de
viviendas, y aunque adopten la configuración de manzanas, siguen formando parte irremediablemente
de lo que Aymonino denominada ciudad subalterna, siguen siendo barrios-dormitorio.

LA MANZANA ABIERTA: BARCELONA. LA VILLA OLÍMPICA.


La villa Olímpica de Barcelona, como operación de transformación de una zona industrial en desuso en
un nuevo barrio residencial, es una propuesta que se inscribe en la línea del urbanismo de los ochenta
que propone, frente a la expansión indiscriminada, la reconstrucción de la ciudad existente. Esta
operación supone la construcción, en la zona de Poblenou, de unas 2000 viviendas que, destinadas a
alojar a los atletas durante los Juegos Olímpicos de 1992, serán vendidas posteriormente a particulares.
El proyecto de conjunto elaborado por Martorell-Bohigas-Mackay parte de la trama de manzanas
cuadradas del ensanche de Cerdá, trama que se prolonga hasta el frente marítimo. A la rígida malla
ortogonal del ensanche se añaden, además, episodios singulares como un crescent (Unidad de proyecto
6.1/6.2), una diagonal terminada con una plaza circular (Unidad de proyecto 8.6) y las dos torres que
presiden el Puerto Olímpico.
Pero la trama de la Villa Olímpica es diferente de la del ensanche, ya que está formada por las
“manzanas-casi-cerradas” y “calles-casi-corredor” teorizadas por Oriol Bohigas, con tipologías
residenciales modernas y una mayor libertad compositiva asociada a la creación de supermanzanas y a
la nueva organización de los espacios interiores de las mismas.
El orden urbano que se propone pretende ser a la vez cerrado (apoyado en manzanas edificadas
perimetralmente como las del ensanche) y abierto (con edificios aislados situados en los grandes
espacios interiores que resultan de asociar varias manzanas). Estos espacios quedan en una situación
ambigua: son espacios libres interiores con respecto a las edificaciones alineadas con el perímetro delas
manzanas, pero son a la vez espacios públicos transitables desde los que se accede a las edificaciones
aisladas.
La combinación dela morfología de manzanas asociada a la ciudad histórica con las tipologías de la
vivienda racional que aquí aparece tiene su más claro precedente en la propuesta de Berlage para
Ámsterdam Sur. El problema en la Villa Olímpica es que la manzana de Cerdá es de gran tamaño, del
orden del doble que la de Ámsterdam, por lo cual resulta difícil alcanzar una densidad viable de
viviendas si se edifica únicamente la corona perimetral con tipos modernos (poco profundos) en vez de
con viviendas profundas con patios intermedios como las del ensanche.
La necesidad de alcanzar una densidad de viviendas suficiente para viabilizar económicamente la
operación lleva, por ello, al relleno (en forma de palazzinas, como en la Unidades de proyecto 7.5, 7.7
litoral, 8.1 y 8.7, o en forma de viviendas en hilera) del espacio libre envuelto por la edificación
perimetral, con lo que dicho espacio queda desvirtuado como espacio interior al asumir un carácter
necesariamente público.
El conjunto, en definitiva, es más bien un agregado de bloques de edificación abierta dispuestos, de
modo que simulan manzanas. En la Unidad de Proyecto 8.2, de Viaplana-Piñón, se hace explicita esta
condición al negar tanto el chaflán como la desviación con respecto a la ortogonal que supone la
alineación ligeramente oblicua de la Avenida Icaria, tratados en ambos casos como restos resueltos con
terrazas. La edificación aparece en este proyecto como una suma de bloques lineales de edificación
abierta que se disponen en L al principio, asumiendo una cierta disciplina con respecto a la alineación de
calles, para después, aprovechando la diagonal de la Avenida Bogatell, adoptar una disposición
fragmentaria más libre y, por ello, más coherente con su propio carácter.
Las tres manzanas de promoción privada de la Unidad de Proyecto 1.1/1.5, de Ferrater, son las únicas
manzanas cerradas con edificación perimetral y espacios libres interiores vallados, excepto uno que
alberga un supermercado. En la manzana incompleta, una banda de viviendas en hilera se sitúa delante
de las medianeras de la edificación existente y permite controlar el espacio interior.

VARIACIONES SOBRE LA MANZANA CERRADA. ÁMSTERDAM: LOS CONJUNTOS RESIDENCIALES EN LOS


ANTIGUOS MUELLES.
En la zona portuaria del este de Ámsterdam se hallaban las islas de Java y KNSM y los antiguos muelles
de Borneo y Sporenburg. Este emplazamiento, excelente por su proximidad al centro urbano, sus vistas
y la proximidad al agua, fue el elegido para la construcción de nuevas viviendas que, dentro del
perímetro municipal, supusiesen una alternativa atractiva frente a la oferta residencial de las
urbanizaciones suburbanas del cinturón verde que rodea a Ámsterdam, evitando la huida de habitantes
de la ciudad.
En las islas alargadas de Java y KNSM, proyectadas en primer lugar, la alta densidad de edificación
prefijada conduce al predominio de los edificios de pisos, que adoptan la forma de manzanas más o
menos cerradas con grandes patios interiores, tratadas con un énfasis monumental en el proyecto de
Coenen.
En los muelles de Borneo y Sporenburg, por el contrario, se debía mantener una densidad alta (100
viviendas/Ha), pero utilizando como tipo básico la vivienda individual, es decir, creando viviendas
suburbanas dentro de la ciudad. En concreto, el programa par la zona contempla la realización de 2500
viviendas, un 70% de las cuales debía tener acceso directo desde la calle o área públicas. Además, el
50% de la superficie de aparcamiento debía resolverse en recintos privados. Por último, la construcción
no contaría con inversión pública alguna, ya que en Holanda, desde 1995, se retiraron las subvenciones
para viviendas de nueva construcción.
El plan de ordenación de Adriaan Geuze y West 8 está inspirado en la lógica de apilamiento de los
contenedores de mercancías portuarios: consiste en ocupar todo el terreno disponible en los dos
muelles-península con hileras de casas bajas de 3 plantas, con acceso directo desde la calle, y agrupadas
en volúmenes idénticos y repetidos, separados por los pasos estrictamente necesarios para la
circulación. Se genera así, con viviendas, un paisaje urbano análogo al original de los muelles, una
retícula rígida y uniforme, de la que sólo escapan tres volúmenes autónomos formados por edificios más
altos, dos manzanas de 8 alturas y la “silla” de 14 plantas. Completan el conjunto dos puentes
peatonales que enlazan los muelles de Borneo y Sporenburg, salvando el canal de Spoorwerg, de 90
metros de ancho, que discurre entre ambos y dos grandes franjas verdes que suplen la ausencia de agua
en las viviendas de las zonas centrales.
Las casas bajas pueden considerarse como una interpretación libre de la vivienda tradicional de
Ámsterdam con fachada al canal, reformulada aquí como casa-patio en hilera con terraza en la cubierta.
Los volúmenes singulares, por su parte, aparecen como hitos monumentales situados al azar en medio
de la trama compacta de casas bajas, de la misma manera que, en Venecia, otra ciudad con agua, el
volumen de la iglesia del redentor de Palladio emerge sobre el perfil casi uniforme de las casas de la
Giudecca. Son un punto de referencia del barrio, al destacar por su tamaño, forma y orientación, y su
localización está elegida con el fin de establecer relaciones visuales con los elementos singulares de su
entorno, como los edificios circulares de Coenen y la manzana de Kollhof de la isla KNSM, o la estación
ferroviaria.
Otros ejemplos de manzanas formadas por casas unifamiliares alineadas con las calles perimetrales son
las del proyecto para Singels, Subplan 6 en Ypenburg, que busca reproducir el carácter fragmentario de
los frentes edificados propio dela manzana tradicional, que no constituye una parcela única, sino que
integra diferentes parcelas.
Modelos de manzana aún más compactos que los de Borneo son, por otra parte, los que utilizan como
célula base el loft, como los apartamentos Yerba Buena, en el que los requisitos de ventilación cruzada
desaparecen, con lo que se obtiene una manzana sin patios interiores, con su centro ocupado por el
garaje.

EL ORDEN MIXTO
Manzanas, bloques y casas. Intentos de síntesis.
Entrados en un nuevo siglo, no podemos considerar válida ya, en exclusiva, la actividad de la
arquitectura moderna, que centra su atención en el proyecto de los edificios originando una
proliferación de objetos flotando en un espacio sin tratar, supuestamente verde.
Tampoco podemos considerar válida en exclusiva la actitud contraria, que corresponde a la ciudad
tradicional, y que centra su atención en el proyecto del espacio (las calles, las plazas), considerando la
edificación como mero relleno. Esta actitud supone ignorar una serie de conquistas de la arquitectura
moderna que siguen siendo válidas: la racionalización de la organización de los edificios, la atención a las
condiciones de soleamiento e higiene de las viviendas, la necesidad de superficies verdes y de
equipamientos suficientes y, por qué no, sus aportaciones de orden estético.
Se trataría, siguiendo a Colin Rowe en Ciudad Collage, de buscar algo así como una coexistencia pacífica,
una coalición entre edificios y espacio. En lugar del rotundo sí a la ciudad tradicional de Leon Krier o del
rotundo no de Rem Koolhas, lo que el sentido común parece aconsejar es, Seguramente, una vía
intermedia: tenemos dos modelos de ciudad, que aparecen ante nosotros en pie de igualdad. No
necesitamos ya abolir ninguna de las dos, y podemos tomar lo que proceda en cada caso de cada una de
ellas: el modelo de ocupación de suelo de la ciudad tradicional y el modelo de edificación de la ciudad
moderna, por ejemplo. Como el mismo Le Corbusier señala, al comparar la Plaza Vendôme y los
Inválidos: “Vacíos o llenos, los dos son formas lícitas siempre que ayuden a la vida a expresarse”.
La cuestión de lo privado y lo público, de la propiedad del suelo y del carácter privado o público del
suelo libre no edificado ha recibido muy poca atención por parte de la arquitectura moderna. La razón
de ello probablemente sea doble: por un lado, la cuestión se zanjaba al considerar todo suelo no
edificado como público (en cualquier caso, era un parámetro sobre el que los arquitectos no tenían
poder: la propiedad privada sobrevivió a la Ville Contemporaine). Por otro lado, el excesivo énfasis
otorgado a la definición tipológica, tanto de las viviendas como de los edificios, centraba la discusión en
temas arquitectónicos.
Ezquiaga señala que “Si se pretende introducir una mayor variabilidad tipológica, aparece como decisiva
una adecuada estructura parcelaria, por cuanto la parcela es la clave en la vinculación y subordinación
de la arquitectura a la morfología urbana, permitiendo de alguna manera el “enraizamiento” del edificio
en el suelo.”
En el mismo sentido, Rowe señala que “Más que tener la facultad de encaminarse a cualquier parte –
siendo “cualquier parte” siempre lo mismo- resultaría, casi con toda certeza, más satisfactorio disponer
de las exclusiones –pared, barandillas, vallas, cercas y barreras- de un plano de suelo razonablemente
construido.”
Un plano de suelo razonablemente construido. Dado que no vivimos en los bloques-comuna Narkofilm
de Ginzburg, y por lo tanto aceptamos la privacidad en lo edificado, en la propia vivienda, no
deberíamos pretender que todo espacio libre sea público.
Eso significa que el espacio libre intermedio entre la calle y el bloque aislado puede ser privado, y puede
operarse en él para recomponer la desagregación y para intentar mejorar la periferia. Los modos de
operar en este espacio los examinaremos a continuación.
TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN DEL PLANO DEL SUELO EN LA EDIFICACIÓN ABIERTA.
La parcelación es el procedimiento para subdividir el suelo desde el punto de vista jurídico. Desde el
punto de vista físico, lo que nos interesa aquí, en cambio, es cómo esa subdivisión se expresa
materialmente, cómo se percibe visualmente y qué significado tiene en términos de forma urbana. En
otras palabras, lo que nos interesa cuando nos aproximamos al tema de la ocupación del suelo desde el
punto de vista de la forma urbana es cómo se construye materialmente el plano del suelo.
Para construir el plano del suelo de un modo razonable se puede recurrir a dos procedimientos. El
primero es el de delimitar claramente las propiedades con elementos no construidos tales como vallas,
setos, cercados, etc. El segundo es el de edificar total o parcialmente dicho plano del suelo, creando un
zócalo construido que ocupa la planta baja o más plantas, alineando con la calle, de modo que la
edificación abierta, el bloque, sólo se hace evidente a partir de las plantas altas.

EL VALLADO.
Cuando la planta tipo de un bloque llega al suelo sin modificaciones, como huella directa, aparece un
espacio libre, no edificado. A este espacio libre, dado que no es una calle, se le confiere por lo general
estatuto de zona verde.
Este espacio libre intermedio entre la calle y el bloque aislado puede ser un espacio privado, vinculado al
edificio sin necesidad de construcción adicional alguna: basta con vallarlo, con dotarlo de una cerca o
barrera, sea vegetal, de hierro o de alambre de espino, o un muro con cristales rotos encima (dependerá
de los vecinos el grado de fortificación). De este modo, aunque el espacio que rodea al bloque esté
físicamente contiguo al espacio libre público de la calle, quedará separado de éste por un límite claro.
El vallado del espacio libre privado es algo ancestral como técnica de subdivisión espacial. Es la técnica
habitual en los conjunto urbanos formados por viviendas unifamiliares (sean aisladas o en línea). En el
contexto de la edificación de baja densidad, la técnica de parcelación con vallado ha sido estudiada
ampliamente. De hecho, existen estándares de tamaño de parcelas claramente asociados a los tipos más
usuales de viviendas de baja densidad (casas aisladas, pareadas, en hilera o con patio).
Lo que no ha sido estudiado tanto es la posible parcelación de espacio libre situado junto a un bloque de
varias plantas de edificación abierta. De hecho, se ha considerado generalmente este espacio como
público, como zona verde, especialmente en promociones de vivienda pública con viviendas en planta
baja y sin bajos comerciales. Y no existen estándares tan definidos de tamaño de parcela asociada a un
bloque.
Sin embargo, en la edificación abierta de lujo o turística sí es habitual hallar un espacio libre situado
alrededor del edificio, privado y vallado, en el que se disponen jardines u otros servicios comunes como
piscinas. En estos casos, el plano del suelo está claramente definido y, cuando el bloque aislado esté en
contacto con la calle, podrán albergarse en su planta baja usos diferentes al de vivienda.
El vallado puede rodear todo el espacio libre privado anexo al bloque, o bien incorporar subdivisiones de
este espacio vinculadas a las viviendas de planta baja, o puede ser una mezcla de los dos: espacios libres
privados comunes y espacios libres privados particulares de algunas viviendas.
Por otra parte, el vallado podría ser utilizado como técnica para recomponer espacios públicos en la
periferia, eliminando los espacios verdes residuales cuya sobreabundancia es una de las razones de la
disolución del espacio público. Los espacios verdes deben jugar un papel estructurante, vertebrador,
para lo cual es preferible que están concentrados y no atomizados en infinidad de pequeñas isletas de
difícil y costoso mantenimiento.
La anexión de los espacios verdes residuales a las edificaciones, bien al conjunto de uno o varios bloques
o bien a las viviendas de planta baja, mediante una política de vallados, puede ser utilizada para
modificar la situación actual de predominio de espacios públicos faltos de calidad y de difícil
conservación. Es una política que, obviamente, depende de la posibilidades de los vecinos para
conservar un jardín. Supone privatizar suelo público y donarlo a los vecinos, y requeriría consenso
vecinal y estudio de detalle caso por caso. El coste de la valla puede asumirse por la administración, que
ahorrará en lo sucesivo los gastos de conservación del espacio verde residual.
No es necesario que el uso del espacio verde residual, una vez anexionado a los bloques y vallado, sea
verde. Las calles inglesas con vallas nos muestran el camino: las vallas son el elemento estabilizador del
frente de calle. El uso del espacio entre la valla y el edificio, que queda en segundo plano, puede ser
variable: jardín, aparcamiento o un simple patio de acceso controlado par juego de niños.
El estudio de reurbanización (Seminario de Planeamiento y Ordenación del territorio de la ETSAM. M.A.
Martín, C. Laceras, 1984) para la ciudad de Los Ángeles, barrio periférico de Madrid compuesto por
bloques desarticulados de edificación abierta, es un ejemplo de propuesta de actuación sobre el suelo
libre entre los edificios (espacio interbloques), planteando una nueva delimitación del suelo basada en la
privatización de las porciones del espacio interbloques más vinculadas a las viviendas. El recurso al
vallado permite recomponer unidades de manzana y deslindar el espacio verde público de aquél que
puede anexionarse a las viviendas.
Los pequeños inmuebles urbanos (villas o palazzinas) disponen por lo general de un espacio libre de
parcela de carácter privado, que envuelve la edificación abierta. Agrupaciones como las de Spittelhof de
Zumthor o el conjunto Bröelberg de Gigon y Guyer son una muestra de ello.
Ejemplo de conjuntos residenciales de los años 90 que utilizan como tipo básico la casa unifamiliar con
parcela asociada vallada son los de Tharsis y SanctiPetri (Cruz y Ortiz), Pilotengasse (Herzog y De
Meuron) o el Langerak 2 (Mac Creanor-Lavington).

EL ZÓCALO NO RESIDENCIAL. EDIFICIOS MONOFUNCIONALES O PLURIFUNCIONALES: LAS MANZANAS


HÍBRIDAS.
El segundo método par construir adecuadamente el plano del suelo en los conjuntos de edificación
abierta es el de edificar un volumen que actúe como elemento de transición entre los bloques de
viviendas situados sobre él y las calles circundantes. En definitiva, se trata de construir un zócalo
edificado que funciona a efectos urbanos como la antigua manzana compacta, y situar sobre esa
manzana los bloques libremente, según los criterios de orientación, ventilación, soleamiento y vistas
planteados por la arquitectura moderna.
El zócalo, como edificación de enlace con el nivel del suelo, es un elemento capaz de responder a las
exigencias del contexto urbano, a las geometrías irregulares presentes en este y a otros condicionantes,
como los límites de propiedad. Ello es posible por dos razones: por una parte, por su autonomía con
respecto a la planta tipo de los bloques situados sobre él, ya que la extensión en planta del zócalo no
tiene por qué coincidir con la de dichos bloques; por otra parte, por su destino no residencial, que lo
hace mucho más flexible que las viviendas a la hora de absorber condiciones de forma derivadas del
contexto.
Las viviendas responden, así, a sus exigencias internas de distribución y agrupación racional, y el zócalo
edificado asume el papel de relacionarse con el entorno.
Tendríamos con ello una ciudad compuesta por manzanas de pequeña altura sobre las que emergen los
bloques de todo tipo, creando un skyline variado y visualmente rico y estimulante, cambiante según
nuestra posición, con porciones de cielo asomando siempre entre bloques y torres, muy diferente de la
monotonía inducida por las manzanas de cornisa uniforme propias del modelo de ensanche.
Este modelo de bloques aislados de viviendas sobre un zócalo no residencial edificado como manzana
perimetral es precisamente el planteado por Hilberseimer en su propuesta para la Ciudad Vertical, que
es idéntico al expresado en clave pop por OMA en la Ciudad del Globo Cautivo. Hoy, este modelo
podemos encontrarlo tanto en los anónimos y vulgares dobles bloques con planta baja comercial
comunes en la periferia como en las torres de apartamentos de lujo unidas por un zócalo comercial y un
entresuelo de oficinas. Es el modelo del Rockefeller Center y del rascacielos mixed-use norteamericano,
y también el de su último remedo, la propuesta de Hans Kollhof para Alexanderplatz en Berlín.
El modelo de bloques sobre un zócalo no residencial define con claridad los límites entre lo público y lo
privado; lo privado está edificado en planta baja, bien en su totalidad o bien en su perímetro, dejando
espacios libres privados interiores. La ocupación del suelo por el zócalo no residencial es idéntica a la de
la manzana tradicional o de ensanche.
El espacio libre entre los bloques, que era el que resultaba problemático cuando la huella del bloque
llegaba al suelo, ha desaparecido en planta baja, y existe sólo por encima del zócalo, como terraza
vinculada a los bloques, tratada como terraza-jardín comunitaria o subdividida en terrazas parceladas y
asociadas a las viviendas situadas inmediatamente encima del zócalo. Esta terraza separada de la calle
es un espacio libre privado, artificial y con un verde ocasional y controlado, con grandes posibilidades de
disfrute, pese a que frecuentemente es desaprovechado y tratado como una simple cubierta, debido a
una producción demasiado fragmentada de la edificación, que es una delas causas principales de la
degradación de los principios de la arquitectura moderna.
La huella de los bloques dotados de zócalo es idéntica, pues, a la de los edificios de la ciudad tradicional,
y el espacio libre público puede seguir jugando el papel estructurante y de definición espacial que es
propio de él.
El tema de los bloques de edificación abierta sobre un zócalo no residencial que adopta la forma de una
manzana nos lleva necesariamente a examinar la cuestión de la mezcla de usos en los edificios de
viviendas, cuestión relacionada con la idea de gradiente de privacidad.
En la ciudad tradicional, vivienda y trabajo compartían el mismo inmueble: el taller artesano o el
comercio estaban en planta baja y la residencia arriba. El tipo residencia único era la casa, la vivienda
unifamiliar, vinculada a su parcela, a la tierra.
En la ciudad industrial se generaliza la vivienda colectiva, la casa de alquiler de pisos. Esta vivienda sigue
teniendo una planta baja no residencial, destinada a oficinas o comercios. La actividad productiva (las
fábricas) se desplaza progresivamente fuera de la ciudad por necesidad de mayor espacio y de mejorar
su enlace con las redes de transporte.
A la calle-corredor recaen las fachadas de los edificios, alineadas, con ella. El interior de manzana tiene
más o menos espacio libre según el periodo histórico en el que nos hallemos y el grado de densificación
que haya alcanzado una ciudad.
En cualquier caso, los inmuebles son de uso mixto: la planta baja (y a veces el entresuelo) tiene un
destino no residencial (oficinas, comercios) y los pisos se destinan a viviendas, estratificadas socialmente
hasta que se generalizó el uso del ascensor.
El edificio de uso mixto, con planta baja no residencial y plantas superiores dedicadas a viviendas, se
adecuaba bien a los procedimientos clásicos de composición a base de cuerpo basamental, cuerpo
intermedio y remate bajo cubierta. El basamento de materiales nobles, próximo a la calle, era el zócalo
público. El gradiente de privacidad aumentaba al subir alturas: comercios abiertos al público y a la calle
en planta baja, oficinas en entresuelo como lugar de trabajo y viviendas más arriba.
Este tipo de edificio mixto fue condenado sin paliativos y expulsado sin contemplaciones de la ciudad de
la arquitectura moderna. Esta expulsión puede explicarse en razón de una serie de factores
confluyentes, algunos de los cuales son de orden urbanístico y otros de orden estético.
El primero de estos factores es el énfasis puesto en la vivienda por el movimiento moderno, en
detrimento de otros elementos urbanos. Con toda la razón, el funcionalismo se centró en la resolución
de los problemas que aquejaban a las condiciones de habitabilidad en la ciudad industrial
(hacinamiento, insalubridad y falta de espacios libres).
El énfasis puesto en lo residencial llegó hasta tal extremo que se consideró la residencia como el
elemento de base para la construcción de la ciudad moderna, despreciando otros elementos
constitutivos de la realidad urbana tradicionalmente ligados a la vivienda, fundamentalmente los
comercios y establecimientos situados en las plantas bajas de los edificios residenciales.
Esta actitud se explica en parte por el hecho de que el objeto del proyecto era el barrio residencial en las
afueras, la siedlung o colonia de viviendas obreras, donde no era previsible una actividad comercial
equiparable a la de un tejido urbano tradicional. El modelo de ciudad-jardín que está en la base de las
siedlungen tampoco contemplaba edificios mixtos de viviendas y tiendas, dado que su tipo base era la
vivienda unifamiliar aislada o en hilera.
El segundo factor, complementario del anterior, es la aplicación generalizada de los conceptos paralelos
de zonificación y de especialización funcional.
Por otra parte, la ciudad se subdivide en zonas para usos diferentes, y, por otra, los edificios se
proyectan de dentro a fuera a partir de su función, como edificios especializados.
En la ciudad de la arquitectura moderna, pues, vivienda y comercio no tienen cabida en el mismo
inmueble: las tiendas, restaurantes y establecimientos varios desaparecen de su ubicación bajo las
viviendas. Las viviendas ocupan la planta baja también, configurando edificios unifuncionales, exclusivos
para viviendas.
Frente al modelo de tiendas a lo largo de calles comerciales, se plantea otro de edificios exclusivamente
comerciales (mercados). Con ello, a la calle se le extrae gran parte de su actividad, ya que difícilmente
puede sobrevivir como lugar vivo sólo para dar acceso a las viviendas.
Un tercer factor es el que deriva de la disposición de los edificios no alineados con las calles sino
independientes de ellas, y con acceso a los mismos a través de calles peatonales inmersas en espacios
verdes. La separación entre edificios y calles convierte a las calles en meras carreteras, y no es viable,
aunque se postulara, disponer locales comerciales en las plantas bajas de estos edificios, puesto que
tendrían un abastecimiento difícil y, además, nadie pasaría por delante de ellas salvo los residentes en el
edificio.
Esta organización del plano del suelo hace imposible el edificio mixto. Si los edificios residenciales se
separan de la calle y quedan inmersos en el verde, se consigue que las viviendas mejoren, pero las
tiendas quedan aisladas del flujo de personas necesario para que funcione cualquier actividad comercial.
Un cuarto factor, de orden compositivo, refuerza lo anterior: para la arquitectura moderna, el cuerpo
basamental pesado de los edificios clásicos resulta insoportable, aberrante: ya no hay paredes de carga,
y los pilares deben verse, haciendo ostentación de la nueva técnica estructural.
En la planta baja hay ocasión par expresar el triunfo de lo nuevo, y el edificio sobre pilotis propuesto por
Le Corbusier en su célebres cinco puntos expresa perfectamente la estética maquinista, la ligereza y la
ruptura con la composición clásica: la Ville Savoye y la Unité d´Habitation se proponen no tocar apenas
el paisaje natural, asentarse sobre el dejándolo casi intacto. No cabe una tienda debajo de un edificio así
concebido.
El abandono de la ortodoxia estricta del funcionalismo, a favor de una decidida mezcla de usos como
factor necesario para dotar de un carácter más urbano a los conjuntos residenciales, unido a la
recuperación del orden abierto y de la edificación aislada, tras el descrédito del postmodernismo,
favorecen en los años 90 una eclosión dela manzana híbrida
En el marco de una actitud hacia el urbanismo que, como señala M. Solá-Morales, no es ya la de los
urbanistas del movimiento moderno ni la de los que en su contra quisieron parecer polémicos, se
inscriben numerosas obras en las que el uso decidido de la edificación abierta no va ligado al
esquematismo funcionalista, sino que incorpora la voluntad de crear una adecuada síntesis entre
proyectos de edificios y proyecto espacios.

EL ORDEN ABIERTO Y EL URBANISMO FRAGMENTARIO.


La tendencia fatal de la arquitectura moderna a centrar el proyecto en los objetos, en los edificios y su
incapacidad para concebir una ordenación del espacio no acabó con el funcionalismo, con las
vanguardias históricas de los años 20 y sus herederos directos de los años 50 y 60. Es una tendencia que
tiene su continuación en una arquitectura y un urbanismo que podríamos llamar neomodernos, que
aportan nuevos objetos al modelo proyectual de la arquitectura moderna.
Los bloques lineales del Nemausus I de Jean Nouvel y del proyecto de OMA para Ij-Plein, o la torre y el
bloque curvilíneo aaltianos del Hillekop de Mecanoo son algunas de las obras que mantuvieron
encendida en los 80 la llama del orden abierto, pese al predominio en esos años de la manzana como
unidad edificatoria en los proyectos urbanos.
La critica que realiza Colin Rowe en Ciudad Collage al objeto arquitectónico asociado a la ciudad de la
ciudad de la arquitectura moderna, versión entreguerras, es extrapolable en todos sus términos a esta
nueva versión de la misma que, en lugar un orden abierto apoyado en composiciones ortogonales,
plantea con toda libertad geometrías distorsionadas o en colisión.
Con nuevos materiales y un uso menos rígido (o más desinhibido) del lenguaje arquitectónico moderno,
encontramos otra vez, como en los 50, bloques lineales altos aislados como el Wozoco o el Silodam de
MRVDV, torres como las de Tilburg o la de la isla KNSM de Wiel Arets, y conjuntos de edificación mixtos,
que combinan todos estos tipos de edificios, como los de Sarigurren o Toolenburg Zuid.
Por otra parte, el orden abierto neomoderno va asociado con frecuencia a una idea del proyecto urbano
como proyecto de fragmentos, como superposición de objetos autónomos. El escepticismo frente a
cualquier teoría general de la ciudad hace de cada propuesta algo autónomo, cuya finalidad se agota en
si misma. Proyectos como el GWL de Ámsterdam, el de Chase Terrain en Breda, el Litoral Mar del Forum
2004 de Barcelona, son una muestra de este modo de concebir el urbanismo.
En este contexto, el paisajismo y el diseño de los espacios públicos adquieren una gran importancia, ya
que el papel que se les otorga es el de dotar de cohesión urbana a algo que de por sí no la tiene.
Extraído del Blog “URBAN NETWORKS”
BARCELONA – VILLA OLÍMPICA
Entre todas las operaciones desarrolladas para la Barcelona de los XXV Juegos Olímpicos de 1992, la que
tuvo mayor relevancia fue la Villa Olímpica. Este proyecto alcanzó una gran repercusión internacional
por su particular propuesta de intervención en el espacio consolidado de la ciudad.
La ubicación de la Villa Olímpica fue una decisión trascendental. El Poblenou era una zona
fundamentalmente industrial que se encontraba muy degradada pero que contaba con un gran valor
posicional como primer eslabón de la gran estrategia que pretendía abrir la ciudad al mar.
La Villa Olímpica planteó una intervención en la ciudad que buscaba una conciliación con la historia,
integrando el trazado del Eixample de Cerdá con los logros del Movimiento Moderno, y las esencias de
la ciudad mediterránea.El resultado suscitó gran admiración, aunque no estuvo exento de polémicas.

LA ELECCIÓN DEL SITIO


El Poblenou había tenido un desarrollo precario dentro del Eixample de Barcelona.
El Parque de la Ciudadela (Parc de la Ciutadella), ubicado en la esquina norte del casco antiguo había
actuado como un obstáculo para la expansión tras él. También la Plaza de las Glorias (Plaça de les
Glòries Catalanes), uno de los centros previstos por Cerdá, no se había consolidado como tal y era en
realidad un límite urbano a partir del cual el ensanche se difuminaba hasta casi desaparecer. De hecho,
el gran eje de la avenida Diagonal se encontraba interrumpido por edificaciones y la Gran Vía, ni siquiera
se había prolongado. Todo aquel extenso barrio había sido ocupado mayoritariamente por la industria
con una implantación que, en algunos casos, iba en contra del trazado de Cerdá.
Por otra parte, estaba el mar. Los ciudadanos de Barcelona no se relacionaban con el Mediterráneo
desde hacía mucho tiempo. Cuando hubo que trazar la primera vía del tren (Barcelona-Mataró, 1848) se
hizo por la playa, un espacio inútil según los criterios de la época. Además, en esa playa, entre la
Barceloneta y la zona futura de la Villa Olímpica, había ido creciendo un asentamiento marginal hasta
consolidar un gran barrio de chabolas (Somorrostro) que sería demolido en 1966.
Esa zona litoral de la ciudad, ya había sido objeto de atención en épocas anteriores. En la década de
1960 se comenzaron a valorar sus posibilidades. Así, en 1966, algunas de las principales empresas
propietarias de importantes extensiones de terreno, como Catalana de Gas y Electricidad, La
Maquinista, Motor Ibérica ó Crédito y Docks, constituyeron una empresa con el objetivo de impulsar el
desarrollo urbanístico de la zona. Concibieron un plan denominado “Plan de la Ribera”, con un carácter
altamente especulativo buscando la revalorización de los terrenos con la recalificación de usos hacia
residenciales y comerciales. El plan era ambicioso ya que, para favorecer los cambios deseados,
proponía también una reordenación infraestructural.
Aunque el Plan de la Ribera llegó a ser aprobado (1971) no se implementó debido a la fortísima
oposición capitaneada por asociaciones y agrupaciones vecinales apoyadas por colegios profesionales
(que llegaron a convocar un concurso alternativo, el “Contraplan”). Esta presión popular, las dificultades
económicas ocasionadas por la crisis del petróleo de 1973 y la caída de la dictadura que amparaba este
tipo de transformaciones vinculadas al capital especulativo consiguieron frenar definitivamente el
proyecto. La indefinición sobre el futuro de la zona y el traslado de las grandes industrias agravó su
deterioro y su progresivo abandono.
Con la candidatura a los Juegos, Barcelona volvió a fijar la atención sobre esta zona. Pero en esta
ocasión, la potencia del objetivo olímpico, compartido por una mayoría ciudadana, y los renovados
objetivos de la transformación (bien diferentes a los planteados por el Plan de la Ribera), permitieron
que hubiera pocas voces discrepantes.
La zona donde se implantó la Villa Olímpica, se conocía como Icaria. Icaria era la sociedad ideal descrita
por Étienne Cabet (1788-1856) en su libro “Voyage et aventures de lord William Carisdall en Icarie”.
Cabet fue uno de los socialistas utópicos que durante el siglo XIX propusieron alternativas sociales y
urbanas en respuesta a la situación originada por la Revolución Industrial. Su decidido activismo le llevó
a fundar el movimiento icariano, que llegó a construir varias colonias-comunas en los Estados Unidos
durante la segunda mitad del XIX. Parece ser que algunos de sus seguidores se instalaron en esta parte
de Barcelona con la intención de crear una colonia cabetiana.
El proyecto de la Villa Olímpica se denominó Nova Icaria en recuerdo del barrio demolido y, quizá
también, por el deseo de conectar con aquella aspiración de “ciudad ideal”. El planteamiento urbano
fue realizado por Josep Martorell, Oriol Bohigas y David Mackay con Albert Puigdomenech.
Oriol Bohigas condensó su visión para la Villa Olímpica y su entorno en seis ideas esenciales que se
convertirían en las directrices del proyecto del nuevo barrio:

 Construir un barrio con mezcla de usos y complejidad social que pudiera otorgarle cohesión
urbana.
 Eliminación de barreras físicas y sociales que habían aislado la zona del resto de la ciudad.
 Continuar la morfología urbana más característica de Barcelona (el Ensanche) pero con una
revisión contemporánea (manzanas casi cerradas y las calles casi corredor)
 Sobre la morfología tradicional incorporar tipologías actualizadas con los logros del Movimiento
Moderno, incluso modificando la dimensión de la manzana llevándola a superunidades
integradas.
 Flexibilidad de los criterios generales, de forma que sean los proyectos los que definan
finalmente la actuación para concentrar en un breve periodo la complejidad de la construcción
de la ciudad.
 División del conjunto en unidades desarrolladas por diferentes arquitectos (y promotores).
La base conceptual se encontraba en el artículo que Bohigas publicó en 1973 en la revista L’Architecture
d Aujourd’hui con el título “Îlots presque fermés et rues presque corridors”. Bohigas reivindicaba unas
morfologías urbanas marginadas por el Movimiento Moderno y que orientaron casi obsesivamente la
actuación profesional de su equipo. Estas “manzanas casi cerradas y calles casi corredor” alcanzarán su
máxima expresión en la ordenación de la Villa Olímpica.
Por ello, el planteo urbano recuperó la noción de “macromanzana” (superunidades) apoyándose en las
investigaciones y realizaciones que décadas atrás se realizaron tanto en la Amsterdam de Berlage como
en la Viena Roja.
El resultado agrupó varias de las piezas de Cerdá en una única aparente, dado que no se deseaba
interrumpir el trazado viario que se había mostrado muy eficaz. Se recuperó la manzana y la calle
corredor que el racionalismo había denostado. Este aumento de escala propició la diversidad tipológica
(vivienda colectiva y unifamiliar o bloque y torre, aprendieron a convivir). También permitió la mezcla
de usos que el racionalismo había proscrito. Las manzanas contaban con edificios residenciales y
edificios terciarios (oficinas y comercios) recuperando el espíritu mediterráneo de convivencia.
La arquitectura residencial, de la que se hablará más adelante con detalle, fue, en general, una
arquitectura muy sintonizada con las ideas dominantes en la década de 1980. Una arquitectura muy
consciente de su responsabilidad con la ciudad y que era el resultado de un proceso de elaboración muy
disciplinado, contextualizado y respetuoso con las claves urbanas. Una arquitectura urbana en línea con
la que se estaba construyendo en Berlín para la IBA 1987, uno de los grandes referentes del momento.
Uno de los objetivos generales era que la ciudad debía recuperar su valor de uso para los ciudadanos.
Por ello, el espacio público se convirtió en el gran protagonista de la actuación. La ciudad mediterránea
siempre se ha caracterizado por ello y, en este caso, además, la proximidad de la playa proporcionaba
un aliciente de gran potencial lúdico. Las claves de la ciudad histórica fueron reinterpretadas y
numerosos elementos de la tradición local, tanto arquitectónicos como espaciales, marcaron las pautas
del espacio público. Así se plantearon plazas, paseos, jardines, parques, fuentes que, junto a las playas
renovadas o al puerto olímpico, convirtieron la zona en una importante área de ocio para la ciudad.
Sobre estas bases la villa logró atraer usos lúdicos, hoteleros, universitarios, para configurar un barrio,
que tras el reajuste residencial posterior a la estancia temporal de los deportistas, se ha convertido en
uno de los puntos más emblemáticos de la ciudad.

LA CONTRADICTORIA CONCILIACIÓN CON LA HISTORIA


La Villa Olímpica aspiraba a lograr una reconciliación histórica entre la tradición heredada y la
modernidad. Este objetivo, fue resuelto con cierta ambigüedad y bastantes contradicciones internas.
Por un lado se apelaba a la continuidad histórica a través de una síntesis ideal entre la potencia del
trazado del Eixample de Cerdá y los logros de la arquitectura del Movimiento Moderno. Pero, por otro,
el proceso se realizó a partir de una “tabula rasa” con las preexistencias, que fueron eliminadas.
Así pues, la conexión con la historia fue más conceptual que real. No hubo conexión con el legado físico
recibido ya que todas las edificaciones preexistentes fueron derribadas. El antiguo barrio industrial de
Icaria fue demolido íntegramente y así, la Villa Olímpica nació desde de una hoja en blanco, sin
condicionantes indeseados, con libertad para el diálogo previsto entre la trama de Cerdá y las
superunidades modernas.
La polémica decisión del derribo total no generó demasiada controversia. El deterioro de la zona y el
impulso decidido de los Juegos Olímpicos acallaron las voces discrepantes que reivindicaron el interés
arquitectónico de algunas edificaciones industriales. Los defensores de esa arquitectura industrial
solamente pudieron inventariarla, dejando un testimonio por medio de fotografías y levantamiento de
planos, pero no pudieron evitar el arrase de la historia del lugar.
El proyecto supuso la implantación de un tejido nuevo reconectado con la ciudad. No quedaron
vestigios de la que fue una de las zonas de mayor concentración industrial de Barcelona. La Villa
Olímpica fue una auténtica fecundación “in vitro”.
Pero la inspiración de ese tejido novedoso se encontraba en la propia historia de la ciudad. La nueva
trama jugaba con los trazados del Cerdá y con las exigencias de la vida moderna en un diálogo muy
interesante. También la arquitectura debía recuperar su papel vinculado con la historia. Por ello, las
tipologías recuperaron muchos de los elementos característicos de la ciudad tradicional. Pórticos y
balcones, porches y pérgolas, materiales y texturas, fueron revisados desde la óptica moderna para
ofrecer un espacio que pretendía reconciliar al ciudadano con la ciudad y, sobre todo, con la
modernidad.
Generar la variedad urbana que otorga el paso del tiempo y la superposición de estilos, no era un reto
sencillo para un proyecto nuevo y concebido de forma unitaria en un tiempo tan breve. Este hecho ha
sido alabado por unos y criticado por otros. Los primeros consideran conseguido el objetivo y defienden
el resultado, mientras que los segundos lo entienden como una simulación fallida de la diversidad.

LA ARQUITECTURA DE LA VILLA OLÍMPICA


Sobre este objetivo de diversidad urbana se alzó otra de las polémicas de la Villa. La controversia se
suscitó con la selección de los equipos de arquitectos que construirían las edificaciones residenciales
ubicadas en las superunidades. Frente a la convocatoria de concursos, se optó por encargar las viviendas
a equipos que hubieran recibido el premio FAD de Arquitectura e Interiorismo. Estos premios (Foment
de les Arts Decoratives) se entregan, desde 1958, como reconocimiento a obras de vanguardia en el
campo de la arquitectura y del interiorismo (aunque recientemente se han creado nuevas modalidades).
El ámbito de los premios fue inicialmente Barcelona, para ampliarse a toda Cataluña en 1987. En la
actualidad abarca toda la Península Ibérica.
Esta decisión iba a generar conflicto, y los que la tomaron lo sabían. Pero pudo más su intención inicial
de reflejar, en el nuevo barrio, la arquitectura catalana del momento, a través de los proyectos de tres
generaciones de arquitectos. Perseguían acumular en un breve periodo de tiempo la diversidad que
otorgan los largos procesos urbanos. Se quería huir de la uniformidad que suelen presentar los grandes
proyectos gestados de una sola vez, pero sin renunciar a esa impronta catalana que había llegado a
configurar una, más o menos aceptada “Escuela de Barcelona”.
La Villa Olímpica cuenta con casi dos mil viviendas distribuidas en las diferentes superunidades
residenciales. Pero en su entorno también se diseñaron otros espacios y edificios relevantes con otros
usos.
Comenzando por el propio Puerto Olímpico y la Escuela de Vela (proyectados por Josep Martorell, Oriol
Bohigas, David Mackay y Albert Puigdomenech) o la emblemática pareja de torres (el hotel diseño de
Skidmore, Owings&Merrill encabezado por Bruce Graham y las oficinas según proyecto de Iñigo Ortiz y
Enrique León).
También se ubicó un Centro Ecuménico (Josep Benedito y Agustí Mateos), un Polideportivo (Franc
Fernández y Moisés Gallego), un Centro Escolar y Parque Bomberos (Yago Conde) o un Centro
Meteorológico (Alvaro Siza). Se diseñaron parques, calles y avenidas y se poblaron de esculturas o de
construcciones tan particulares como el umbráculo-ballena, diseñado por Frank Gehry, o las pérgolas
que propusieron Enric Miralles y Carme Pinos en la avenida Icaria.
Recopilación de varias fuentes
AMSTERDAM
LA REGENERACIÓN DE LOS MUELLES ORIENTALES COMO ÁREAS RESIDENCIALES.
Las ciudades evolucionan y, en consecuencia, algunos de sus espacios pueden perder la misión urbana
que los había caracterizado. Un ejemplo de esta dinámica se aprecia en ciertas ciudades marítimas o
fluviales, cuyos puertos se han visto afectados por cambios en el contexto comercial o avances
tecnológicos que han causado su obsolescencia. En estos casos, es habitual el traslado de la actividad
portuaria a otras ubicaciones más adecuadas y con posibilidades de modernización, quedando los
terrenos originales abandonados y en espera de su reintegración en el organismo urbano.
A finales de la década de 1970, Amsterdam se encontró en esa situación con respecto a sus muelles
orientales. En paralelo, estaba sufriendo una notable pérdida de población, ya que sus ciudadanos se
estaban marchando al no encontrar una oferta residencial satisfactoria en la ciudad. Esto llevó a los
responsables municipales a poner el foco sobre esos espacios portuarios disponibles, pensando que
podrían albergar una propuesta residencial que fuera capaz de frenar el éxodo que se estaba
produciendo. Las antiguas áreas portuarias de las islas KNSM y Java y de las penínsulas de Borneo y
Sporenburg fueron, durante los últimos años del siglo XX, un exitoso ejemplo de transformación de
lugares baldíos en nuevos tejidos urbanos. Estas intervenciones pusieron en primer plano a la
arquitectura holandesa, que tuvo un protagonismo internacional inusitado durante ese periodo.
El resultado ofrece, además, una interesante e innovadora reflexión y puesta en práctica sobre
tipologías residenciales, mostrando opciones muy diversas, desde vivienda colectiva hasta unifamiliar o
desde propuestas de lujo hasta vivienda social.

Las ciudades evolucionan constantemente. Lo hacen porque las sociedades que las habitan tienen
nuevas necesidades y dejan de interesarse por otras. Lo hacen porque la tecnología ofrece soluciones
más eficaces o inéditas. Lo hacen también porque el propio espacio, urbano o arquitectónico, sufre
desajustes y el deterioro del tiempo. Es decir, las ciudades se encuentran en permanentemente cambio.
No obstante, no todos sus espacios se ven sometidos a esta presión con la misma intensidad. Hay
lugares especialmente sensibles a esa dinámica transformadora. Entre ellos se encuentran los puertos.
Las ciudades que disponen de ellos (sean marítimas o fluviales), suelen tener una gran dependencia
económica de los mismos y su competitividad resulta fundamental para la supervivencia del conjunto
urbano. Pero, como advertimos, el contexto económico en el que operan los puertos varía, como lo
hacen las costumbres comerciales, los medios de transporte o los avances tecnológicos sometiendo a
una evaluación continua al lugar que ocupan y a sus instalaciones para confirmar su viabilidad o su
obsolescencia. La historia nos muestra cómo estas ciudades han ido trasladando las infraestructuras
portuarias para adaptarse a las necesidades de ese mundo cambiante. Nuevos puertos en posiciones
más ventajosas suceden a los antiguos que quedan abandonados. Esos terrenos quedan baldíos y
suponen un reto para las ciudades, que deben replantearse el destino de los mismos.
Las estrategias Puerto-Ciudad, habituales en las últimas décadas, han reconvertido instalaciones
obsoletas en nuevos lugares para la vida urbana, siguiendo unos procesos de renovación urbana sin
precedentes. La casuística de regeneración portuaria es amplia, y encontramos puertos convertidos en
nuevos espacios urbanos, o casos en los que albergan un nuevo programa de equipamientos públicos, e
incluso puertos que se reincorporan como tejido residencial de la ciudad.
Amsterdam es una de estas ciudades. Vinculada estrechamente a su puerto, a lo largo de su historia fue
mejorando sus instalaciones en la medida de lo posible, primero en el centro, luego en la zona oriental,
aunque finalmente se vio forzada a trasladarlas a lugares más propicios para las nuevas claves
comerciales. Estos movimientos liberaron espacios (cuestión particularmente importante en
Amsterdam, dada su permanente lucha con el mar para obtener nuevos terrenos) que quedaron en
espera de una nueva oportunidad urbana.

En durante la década de 1960 Amsterdam se enfrentó a un nuevo problema: la despoblación. Muchos


residentes estaban optando, ante la falta de oferta residencial en la ciudad, por irse a otros lugares. A
finales de la década de 1970, la preocupación de las autoridades municipales por ese éxodo era máxima.
En la búsqueda de nuevos espacios que pudieran albergar una nueva oferta residencial y retener a los
residentes, la mirada recaló en los muelles orientales.
En 1975 se tomó la decisión de reutilizar los muelles orientales para acoger un nuevo programa
residencial que paliara el problema. La importancia de cada metro cuadrado de superficie en los Países
Bajos es bien conocida, por eso se actuó con la premisa del máximo aprovechamiento posible,
planteando una intervención densa, que permitiría, además, sufragar los elevados costes de preparación
del suelo y de las infraestructuras (puentes, viarios, transporte público, etc.). Se fijó por tanto una
densidad elevada, 100 viviendas por hectárea, con un horizonte de 18.000 viviendas aproximadamente.
Se deseaba proponer una oferta residencial muy variada, con vivienda colectiva y unifamiliar para un
amplio espectro social que iba desde el alto standing hasta la vivienda protegida en alquiler para
familias de ingresos reducidos. Complementariamente se incorporarían dotaciones y los espacios
comerciales necesarios.
La intervención comenzó en 1988 con la regeneración de la isla KNSM y continuaría con Java Eiland,
Borneo, Sporenburg así como con los terrenos de borde, Rietlanden, Entrepot y finalmente el Oostelijke
Handelskade, que ha sido urbanizado ya en la primera década del 2000. La intervención aprovechó para
disponer de nuevas infraestructuras generales para la ciudad, entre las que destaca el Piet Hein Tunnel,
que fue completado en 1997.
La estrategia fue general pero la aplicación lo hizo particularmente. De hecho los diferentes proyectos se
sucedieron en el tiempo, lo cual fue condicionándolos en función de las críticas recibidas por los
anteriores. Por esto, las propuestas de ordenación residencial sobre las diferentes islas y penínsulas
fueron muy diversas. En la isla KNSM-Java el criterio fue crear grandes conjuntos de vivienda colectiva,
con tipología de manzana cerrada o semicerrada enfatizando su escala monumental
(fundamentalmente en KNSM), que aunque resultaba insólita en Amsterdam, enlazaba perfectamente
con la tipología de grandes hangares y almacenes existentes en esos lugares anteriormente. Por el
contrario las penínsulas de Borneo y Sporenburg fueron proyectadas para albergar mayoritariamente
vivienda unifamiliar, buscando este tipo de oferta, típicamente suburbana, en el centro de la ciudad.
Incluso en una zona de Borneo, en la dársena interior, se experimentó con una reinterpretación de las
estrechas viviendas de los canales centrales de la ciudad.
Los criterios establecidos por el Ayuntamiento buscaban coherencia entre las estructuras urbanas
propuestas y la forma de la islas y penínsulas (calles paralelas a los muelles, etc.), enfatizar la visión del
agua (dado que las zonas verdes no son abundantes) y la conservación de algunos de los edificios
industriales.

Vamos a aproximarnos a cada uno de estos casos.


KNSM EILAND, LA MONUMENTALIDAD DE LA VIVIENDA COLECTIVA.
KNSM Eiland fue creada en 1903 y se mantuvo ocupada por la compañía naviera que la creara hasta
1977, fecha en la que se trasladó a una nueva ubicación en los muelles de occidente. En 1988, KNSM fue
el primer espacio en ser reordenado según el Máster Plan redactado por Jo Coenen.
La inspiración de Coenen fue el Plan Sur de Amsterdam, con sus grandes manzanas alargadas y sus calles
proporcionadas. El proyecto se estructuraba a partir de un eje longitudinal descentrado para habilitar
grandes parcelas al sur. Esta directriz se remataba con una gran manzana circular. Coenen mantuvo e
integró en el diseño seis edificios preexistentes, por ejemplo el Hangar 6, que se ha rehabilitado como
centro cultural y expositivo. También se respetó (aunque con modificaciones) el jardín que había
diseñado la paisajista Mien Ruys (1904-1999).
El criterio general fue la creación de grandes manzanas unitarias y monumentales que actuaran como
hitos para la zona. Tres imponentes manzanas de vivienda (Piraeus, Albert Building y Emerald Empire) y
una torre (SkyDome) actuarían como referencias de la propuesta. El Piraeus, es una gran manzana de
170 x 57 m. y altura variable (4 alturas en el sur y 8 en el norte) que alberga 330 apartamentos. El Albert
Building, de similares proporciones, destaca por el gran tambor central que se eleva sobre el resto y se
abre al Ertshaven con una espectacular celosía metálica. El Emerald Empire es la gran manzana circular
que remata la actuación. Por el norte, la horizontalidad del Loods 6 y de los bloques lineales, se rompe la
verticalidad del SkyDome, la torre de 21 plantas.
El Máster Plan proponía eliminar el puente existente que partía desde el encuentro de los sectores
KNSM y Java, para dejar simplemente un recuerdo de su inicio rematado con un “edificio faro”. En su
lugar, se sugería uno nuevo, que aunque partía casi desde el mismo sitio lo hacía con una directriz
diferente. Nada de esto se llevó a cabo. El puente preexistente se mantuvo y por eso la articulación
entre ambos sectores tuvo que ser remodelada, surgiendo una nueva manzana que se convirtió en
doble con espacios a ambos lados del arranque del puente. Estos dos edificios, son una torre de 7
plantas (Hoogwerf) y un bloque lineal de 124 metros y 127 viviendas (Hoogkade).

JAVA EILAND, VIVIENDA COLECTIVA CON CARÁCTER URBANO Y DOMÉSTICO.


Tras la experiencia en KNSM se desarrolló el resto occidental de la isla, la conocida como Java Eiland.
Allí se continuó con el objetivo de desarrollar vivienda colectiva aunque los criterios fueron diferentes,
alejados del gran edificio unitario y monumental y apostando por manzanas más tradicionales que
serían desarrolladas por numerosos arquitectos, buscando una escala más coherente con la tradicional
de la ciudad.
El Plan de la actuación fue diseñado por Sjoerd Soeters. En este caso no se respetó ninguna
preexistencia y la isla apareció como un gran solar plano sin mayores condicionantes que los de su
propia delimitación. En Java, la directriz longitudinal (una calzada de más de un kilómetro de largo)
discurre por el lado norte de la isla, siendo segmentada por cuatro canales transversales que delimitan
los espacios para la ubicación de las manzanas. Un segundo recorrido, más doméstico, hilvana de nuevo
las manzanas por el interior de los patios y uno tercero, peatonal, lo hace por el sur. En todos los casos,
los pequeños canales transversales son salvados por puentes (aunque en el caso de la calzada norte sea
imperceptible su presencia)
Cada una de las cinco manzanas resultantes se articula en torno a un patio ajardinado, denominados
Tosarituin, Imogirituin, Taman Sapituin, Kratontuin y Bogortui, en recuerdo de topónimos javaneses. Las
manzanas fueron “troceadas” en diferentes lotes, siendo desarrollado cada uno de ellos por diferentes
arquitectos, con el objetivo de garantizar una diversidad de imagen similar a la de las fachadas
tradicionales del centro de la ciudad.

BORNEO- SPORENBURG, VARIACIONES SOBRE UN TEMA (UNIFAMILIAR).


Tras las dos experiencias anteriores, en 1996 se pusieron en marcha las penínsulas de Borneo (13,1 has.)
y Sporenburg (10,3 has.), que fueron reordenadas con un proyecto conjunto, redactado por Adriaan
Geuze y su equipo, West 8.
El criterio adoptado fue radicalmente diferente al del conjunto KNSM-Java, ya que en estos casos se
planteó un conjunto de viviendas fundamentalmente unifamiliares, aunque se ubicaron dos grandes
edificios de vivienda colectiva que actúan como centros de las propuestas. La oferta alcanzó las 2.500
viviendas.
La tipología general presenta una vivienda unifamiliar de tres alturas y con crujías muy estrechas
siguiendo una doble inspiración, por una parte las tradicionales lotizaciones del centro de Amsterdam y
por otra el recuerdo de los contenedores que se apilaban en los antiguos muelles de carga. Sobre la
base de la ordenación, el conjunto se repartió entre números equipos de arquitectura que, como en el
caso de las composiciones musicales, exploraron las posibilidades de un tema con variaciones
ofreciendo un catálogo muy diverso sobre las soluciones de vivienda.

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