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“Cultura. La versión de los antropólogos”, 1999.

Adam Kuper

  Los antropólogos estudian al ser humano en tanto que ser cultural y racional. Aunque algunos animales
también pueden desarrollar ciertas características culturales (peculiaridades no hereditarias del
comportamiento que se transmiten por imitación de unos a otros), solo la forma de vida humana depende de
las variables culturales: ser nómadas o sedentarios, ser guerreros o pacíficos, ser matrilineales o patrilineales,
leer y escribir o no, tener ganado o no, tener muchos dioses o uno solo… Estas características determinan la
capacidad del ser humano para enfrentarse con el entorno y transforman la totalidad de su vida, a diferencia de
lo que sucede con las insignificantes características culturales que se han hallado, por ejemplo, en algunos
simios (el que un chimpancé aprenda de otro a utilizar una rama seca y delgada para sacar las termitas de un
termitero y así comérselas con más comodidad, y otras cosas por el estilo).

  Ahora bien, las formas de interpretar el mundo propias de una colectividad de individuos humanos y que se
transmiten por imitación son tan complejas que ni se limitan a la tecnología ni tampoco a unas cuantas
instituciones aisladas (religiosas, económicas, políticas…) que son diferentes de unas comunidades a otras,
sino que aparecen en conjuntos de pautas de comportamiento determinadas por características propias que
nada tienen que ver con cuestiones prácticas, lo que hace la diferencia aún más sutil.

  Entramos entonces en el territorio de lo que es cultural y a la vez simbólico, la cultura específicamente


humana. Algo que ningún animal conoce. Al menos, ningún animal en libertad (parece que, bajo presión, en
cautividad, algunos simios muy inteligentes pueden desarrollar cierta capacidad para el conocimiento
simbólico... aunque de momento no se conoce que sean tampoco capaces de transmitir estos conocimientos
culturalmente).

Cultura, según Talcott Parsons, es un discurso simbólico colectivo. Según Parsons, la gente modela un
mundo simbólico a partir de ideas recibidas, y estas ideas afectan a las decisiones que toman en el
mundo real. 

La cultura es esencialmente una cuestión de ideas y valores, un molde mental colectivo. Las ideas y
valores, la cosmología, la moralidad y la estética se expresan mediante símbolos y, consecuentemente, si
el medio es el mensaje, se puede describir la cultura como un sistema simbólico.

Por símbolo se entiende algo que representa otra cosa, con lo que no existe una relación necesaria ni
intrínseca entre el símbolo y lo que simboliza.

A veces los símbolos representan construcciones culturales, sin realidad objetiva. Como ejemplo está la
idea de los fantasmas. El etnógrafo no tenía manera de saber si los fantasmas existen o no. Lo que
importa es únicamente lo que la gente cree acerca de los fantasmas. 

  El trabajo de los antropólogos nos descubre un mundo en cierta manera absurdo, sobre todo cuando
comparamos a los seres humanos con los animales. Para empezar, si de lo que se trata es de alimentarse,
sobrevivir y reproducirse, los seres humanos se diría que desperdician una enormidad de su esfuerzo al
dedicarlo a cuestiones antisociales (delitos, abusos, trifulcas…) en lugar de a sacar partido de su gran
capacidad para el trabajo en común y para desarrollar tecnología. Pero es que, además, muchos de los
conflictos humanos derivan también de cuestiones simbólicas, como el nacionalismo, la existencia de
supuestos seres sobrenaturales, las luchas por el liderazgo político…...

  ¿Es la cultura simbólica algo inútil, un estorbo al desarrollo utilitario de la inteligencia?

Para algunos estudiosos, la cultura representaba el mundo autosuficiente del arte y de la religión, que
carecía de fines externos, racionales, a los que servir y que se oponía al mundo material de la
civilización. 

El único elemento intrínseco común a los símbolos y a sus significados es el orden.

    Pero el problema de la necesidad de lo simbólico se aclara si consideramos precisamente cómo la


inteligencia humana ha de enfrentarse a los instintos animales presentes en cada uno de nosotros por haberlos
heredado de nuestros antepasados homínidos, muchos de los cuales han dejado de ser funcionales para los
humanos. (Y para quienes creen que la naturaleza no se equivoca, hay que recordarles que el Homo sapiens es
una mutación reciente dentro del largo proceso evolutivo, lo que explicaría los desajustes entre sus
capacidades superiores, más cooperativas, y los instintos animales antisociales que coexisten en el genoma
propio de un ser racional).

   La agresividad, sobre todo, era necesaria para cada uno de los integrantes de las hordas de Australopitecos u
Homo Erectus, a fin de evitar que los intereses particulares de unos individuos privaran a los otros de los
recursos imprescindibles (disputa por recursos escasos: la idea popular de la lucha darwiniana por la
existencia). Con la aparición repentina de la inteligencia y la tecnología de los Homo Sapiens, la cooperación
resultó mucho más ventajosa que la competitividad, hasta el punto de que la agresividad y competitividad
animales nos son ya completamente inútiles, pero ¿cómo cambiar nuestras mentes hasta el punto de que nos
permitan dedicar todos nuestros esfuerzos a desarrollar y poner en común un uso eficiente de la tecnología
cuando el instinto heredado nos sigue diciendo que todo individuo de nuestra especie es rival nuestro en tanto
que pretende consumir los recursos que necesitamos?

   Esta dificultad ha sido lo que, por selección natural,  ha acabado dando sentido al desarrollo de un universo
de ideas, símbolos y significados aparentemente inútiles e incluso contraproducentes. En realidad, estas
representaciones de la mente han sido seleccionadas de forma natural como estratagemas que fomentan la
cooperación en contra de los instintos antisociales, aunque en su inicio pudieran no haber tenido utilidad
alguna (se trata del fenómeno evolutivo conocido como exaptación: aquella estructura de un organismo que
evoluciona originalmente como un rasgo que provee adaptación a unas determinadas condiciones o que no es
adaptativo, y una vez que ya está consolidado comienza a ser utilizado y perfeccionado en pos de una nueva
finalidad, en ocasiones no relacionada en absoluto con su "propósito" original; por ejemplo, la vejiga natatoria
de los peces servía para controlar la flotabilidad, pero evolucionó, por exaptación, hasta convertirse en los
pulmones de los primeros anfibios).

Todas las especies evolucionaban en respuesta a presiones locales, a través de un proceso de selección
natural, pero, a largo plazo, surgieron especies cada vez más complejas y eficientes. Estudios de
adaptaciones evolutivas locales, «específicas», se podían sintetizar en narrativas más amplias de la
evolución «general». El tema de la evolución general era «el carácter del propio progreso». La evolución
cultural era simplemente una extensión de la evolución biológica, «continuaba el proceso evolutivo con
medios nuevos»

Un nuevo modelo de organización social sería una estructura simbólica, es decir, un sistema de ideas y
actitudes públicas materializadas en palabras, cosas y en una conducta convencional, de manera que no
sólo se entendiese la acción social en función de su estructura social, sino que también, hasta cierto
punto, se la juzgase y regulase en esos términos.

Una persona vive en un mundo de símbolos, ideas y valores. Éstos proporcionan coherencia,
presentando al actor «un complejo de significados», «un ideal hacia el cual orientar la acción». El
observador sólo puede aprehender intuitivamente este complejo de significados, expresado en símbolos
que se refieren los unos a los otros, más que a alguna realidad externa.

  Pongamos por caso algo que nos es muy próximo: el capitalismo, que ha permitido la revolución industrial y
con ella un formidable avance tecnológico. La civilización romana también conocía el gusto por el dinero, sus
científicos desarrollaron grandes conocimientos en tecnología, el derecho garantizaba la propiedad e incluso
existían bancos y cierta movilidad social (un esclavo liberado podía enriquecerse). En tiempos de Roma no era
difícil darse cuenta de que un desarrollo del capitalismo habría incrementado la riqueza de la sociedad en su
conjunto… y sin embargo, este desarrollo no se produjo entonces. Faltaba algo en la mente de todos y cada
uno de los individuos. Algo que en un principio no tenía finalidad económica, que existía por sí mismo en el
hombre en sociedad de una determinada época y lugar.

El funcionamiento de los mercados necesita una creencia en la libertad.

En la tradición protestante, existe la idea de que una voz calmada habla dentro de cada uno, la voz de la
conciencia, a la cual debemos escuchar, sin dejar pasar los ruidos del mundo. 
El sistema capitalista era el sistema económico más racional y técnicamente eficiente de la historia, pero
había cuajado en primer lugar en el norte de Europa, sólo porque sus poblaciones, estratégicamente
situadas, estaban preadaptadas a él en virtud de su religión protestante y, en particular, del calvinismo.
Su religión predispuso a los puritanos hacia el ahorro, hacia el trabajo duro y hacia la toma de
responsabilidades individuales, y así, casualmente, los preparó para ser capitalistas exitosos.

El individuo es a la vez un organismo biológico dotado de una personalidad particular, un ciudadano y


miembro de la sociedad, así como un poco filósofo, con ideas, valores y teorías bullendo continuamente
en su cabeza. «Los objetos culturales son elementos simbólicos de las tradiciones culturales, ideas o
creencias, símbolos expresivos o patrones de valores». La cultura entra en la acción, pero también tiene
una vida propia. «Excepto en tanto que parte de un sistema de acción concreto, un sistema cultural no
"funciona", simplemente "es".»

    Para los antropólogos, el papel de la religión a lo largo de la historia humana se ha revelado capital. El caso
del protestantismo y el capitalismo no es algo nuevo. La religión aparece una y otra vez como transformadora
de la vida social.

Weber definía la cultura como «la dotación de significado y significación desde la perspectiva de los
seres humanos a un segmento finito entre la infinidad de eventos sin sentido existentes en el mundo». Su
expresión más característica era la vida religiosa. Weber insistía en que las «creencias y los valores eran
tan "reales" como las fuerzas materiales», y en que «podían transformar la naturaleza de la realidad
social»

El epítome de la cultura en la sociedad tradicional sería la religión

El modelo durkheimiano sugiere que cada orientación religiosa mantiene los valores y los intereses
sociales de su congregación. 

Durkheim considera que la sociedad tiene sus propios intereses e impone sus metas a los individuos, a
través del ritual y del simbolismo.

  Emile Durkheim concibió la religión como un mecanismo psicosocial que permitía unir a los individuos
dentro de los grupos en la humanidad primitiva. Es decir, la religión acababa resultando extraordinariamente
útil y práctica porque facilitaba la cooperación dentro del grupo. Y del desarrollo religioso dentro de una
comunidad surgen narraciones complejas, los mitos, que transmiten el conocimiento simbólico y que permiten
también su modificación a lo largo del tiempo. Es entonces cuando todo se pone en marcha.

Los mitos aportan un modelo para comprender los acontecimientos. También ofrecen a la gente guías
para lidiar con situaciones nuevas. Pero algunos acontecimientos tienen el poder de subvertir el marco
de significado que hombres y mujeres tratan de imponerles. En los casos extremos, se tienen que
producir cambios en el propio orden simbólico. El gran desafío para la antropología histórica no es
meramente saber cómo la cultura ordena los acontecimientos, sino cómo, en ese proceso, la cultura se
reordena. ¿Cómo la reproducción de una estructura se convierte en su transformación?

La acción ritual es una organización de la acción por medio de un esquema mítico. 

  Es así, inadvertidamente y por tortuosos caminos, como la civilización tecnológica ha llegado a alcanzar el
nivel de hoy: creando mecanismos culturales favorecedores de la cooperación social que logran paliar en
alguna medida la agresividad instintiva (antisocial). Los hombres primitivos se unían en sus rituales, y los
burgueses protestantes formaban alianzas económicas que incrementaban la riqueza. Todo a partir del efecto
en los individuos del mundo simbólico de la religión.

    Todavía hoy podemos darnos cuenta de que nuestra capacidad tecnológica se ve constantemente estorbada
por absurdas incoherencias. Todavía hoy somos seres culturales que actúan en base a demasiados instintos
antisociales indeseables (procedentes todos del mundo primitivo, presentes, a pesar nuestro, en la herencia
biológica) y también hoy actuamos  en base a realidades simbólicas del pasado que no siempre son
productivas y que no siempre podemos controlar (pero que pueden seguir evolucionando y, en ocasiones,
desaparecer por obsolescencia).
   Los cambios culturales constantes hacen que nuestro mundo simbólico sea inestable. Así, por ejemplo, en el
proceso evolutivo de las culturas, a la religión le ha sucedido la ideología (igual que a la sabiduría mítica le ha
sucedido la sabiduría racional).  A nosotros, hoy, la ideología nos resulta familiar y a los racionalistas les
parece un progreso con respecto a la religión... pero quizá no sea algo tan diferente.

El sentido común no puede aspirar a contestar las grandes cuestiones filosóficas o a gobernar en
asuntos de moralidad. Esa es la provincia de la religión. Pero con la modernización llega la
secularización, trayendo con ella un reto directo a las visiones religiosas del mundo. El sentido común,
junto con su epítome, la ciencia, crea la necesidad de alguna cosa más y también ofrece los materiales
para construir una alternativa laica a la religión, una ideología. Las ideologías han sido
característicamente los sustitutos modernos de la religión.

  Una ideología que se pretendía muy racional y materialista era el marxismo, enemiga de toda religión. Su
total fracaso debería enseñarnos algo con respecto a cómo abordar las cuestiones simbólicas propias del
desarrollo cultural.

Los evolucionistas, el partido de la ciencia, escribían sobre adaptaciones culturales a las necesidades
biológicas y a las presiones ambientales. La ecología cultural perdía de vista los marcos de significado
en el seno de los cuales tiene lugar la acción humana.

Los neoevolucionistas eran una comunidad radical y se habían visto arrastrados hasta el evolucionismo
en parte debido a sus vínculos con el marxismo. Engels había canonizado al evolucionista Lewis Henry
Morgan.

La ideología posee muchas de las características de la religión. Como la religión, una ideología se debe
entender culturalmente, como un sistema simbólico y, consiguientemente (…) como una forma artística.
Desplegando un lenguaje figurativo, la ideología crea «formas simbólicas novedosas» y ofrece «mapas
de realidad social problemática y matrices para la creación de conciencia colectiva». Es una forma de
religión apta para tiempos turbulentos y para una modernidad desencantada.

  Pero al descuidar los elementos básicamente religiosos de su ideología (el efecto psicosocial del
simbolismo), el resultado de la influyente ideología marxista fue algo así como una religión ineficaz, con un
simbolismo pobre e incompleto. Por ejemplo: en el marxismo se despreciaban las ideas y las emociones al
hacerse depender todo del materialismo económico (socialismo supuestamente “científico”), y en
consecuencia el individualismo se volvía más egoísta si cabe que en aquellas civilizaciones donde el mensaje
cristiano había dejado una secuela de humanismo compasivo. Además, en la religión cristiana el individuo
puede considerarse pecador en base a su conciencia y a lo que le preocupe la salvación de su alma, mientras
que en la ideología marxista, solo se puede considerar a alguien enemigo de clase o elemento antisocial en
tanto que el Estado te califique como tal (materialismo)… con el resultado de que cientos de miles de
inocentes podían ser asesinados por mera necesidad mecánica del sistema político científico y materialista.
Los prejuicios de tipo emocional, guiados por influencias psicológicas de tipo simbólico, tenían una capacidad
muy limitada de actuación en este sistema ideológico que pretendía ser de tipo no religioso.

   Los marxistas hacían un gran uso de la propaganda acerca de la justicia social apelando al voluntarismo de
cada uno, pero el mundo simbólico de la propaganda no es equivalente al mundo simbólico de la religión que
se interioriza apelando a las emociones más privadas. El adoctrinamiento y la propaganda también son parte
de las estrategias de muchas religiones… aunque no la parte más importante. La relevancia de la religión es la
capacidad del simbolismo para afectar emocionalmente a los individuos, mientras que el marxismo rechazaba
el valor de las emociones privadas, un asunto que no concernía a la ideología.

  Es curioso que, en contraste con el fracaso de la organización cultural basada en la ideología no religiosa, el
capitalismo aparezca como una expresión más genuina del mundo simbólico.

El carácter único de la sociedad burguesa estriba no en el hecho de que el sistema económico escape de
la determinación simbólica, sino en que el simbolismo económico es estructuralmente determinante. Lo
que los americanos producen para satisfacer esas necesidades culturalmente específicas no son cosas
útiles, sino símbolos. América es una consumidora de cultura, en la cual las relaciones aparecen vestidas
de objetos manufacturados. Marx había argüido que prestábamos una identidad falsa a las
mercaderías, convirtiéndolas en fetiches y olvidando que eran producto del trabajo, el residuo de las
relaciones sociales. Por el contrario, Sahlins insiste en que son las mercaderías —los artículos de
consumo, que operan como símbolos— los que generan las relaciones sociales; los capitalistas
manufacturan imágenes de identidades que todavía no existen. Un consumo conspicuo domina la
sociedad burguesa, un colectivo perpetuamente de compras en el centro comercial, contrastando con la
sociedad tribal, que vive en casa, siguiendo los valores familiares.  «El dinero es para los occidentales, lo
que el parentesco para el resto de los mortales»

Los diferentes modos de producción no eran la causa del abismo que separaba las sociedades primitivas
de las civilizadas. Más bien, el contraste fundamental entre ambos tipos de sociedad residía en la
orientación característica de sus respectivos sistemas simbólicos.

  He aquí la superioridad del capitalismo con respecto al marxismo y con respecto al mundo del hombre
primitivo (que los marxistas idealizaron): la capacidad para fomentar el individualismo a través de su
expresión simbólica. Al fomentarse el individualismo se fomenta también la consideración del semejante y
llegamos a un individualismo más compasivo y menos egoísta. Se fomenta la empatía y se obtiene de ello más
cooperación eficiente. El burgués, creador del capitalismo, es un individuo comparativamente más empático y
compasivo como consecuencia de la expansión de la psicología de la cultura cristiana. Por eso se convierte en
consumidor e interacciona en el mercado con sus semejantes creando relaciones de confianza. También el
hombre primitivo progresó socialmente cuando comenzó a interaccionar con sus semejantes al pintar en las
paredes de la cueva (pintaba para que otros lo vieran)  y al enterrar a sus muertos (compartiendo el duelo).

Las ideas, quizás inconscientemente, dirigen a los actores y configuran la historia. 

Los grandes humanistas consideraban que eran los elementos espirituales los que daban sentido a la
vida del individuo.

Civilización puede definirse como una serie de características que un observador registra estudiando la
vida colectiva de un grupo humano, un conjunto que abarca los aspectos materiales, intelectuales,
morales y políticos de la vida social.

  Para los primeros antropólogos, hombres de su tiempo (el siglo XIX), apareció pronto una disyuntiva acerca
de cómo interpretar los mecanismos de cambio.

Para algunos estudiosos, la cultura representaba el mundo autosuficiente del arte y de la religión, que
carecía de fines externos, racionales, a los que servir y que se oponía al mundo material de la
civilización. Para otros, las producciones culturales se enraizaban en situaciones sociales y se debían
entender como expresiones de intereses económicos y políticos particulares.

  Los segundos acabaron conformando la base “mitológica” del marxismo (un paraíso primitivo de
comunismo armonioso que fue arruinado por la irrupción sorpresiva y no explicada del invento maligno de la
propiedad privada) y, por lo tanto, han sido los primeros (los que señalaban la importancia de lo
aparentemente inútil) los que han sobrevivido.

  La antropología parece haber descubierto que el mundo del arte y la religión, un mundo emocional,
aparentemente despojado de fines externos, racionales, a los que servir siempre habría precedido a los
cambios económicos y políticos que han venido después. Las primeras pinturas rupestres y enterramientos
precedieron al sedentarismo y a la agricultura, no al revés.

   El ser humano es un ser simbólico, que lucha contra sus propios instintos animales haciendo uso de las
creaciones de su mente. Solo a partir de entonces es capaz de poner en marcha mecanismos de cooperación
más eficientes y aprovechar su capacidad para la tecnología. Parece evidente que las creaciones de la mente
social, las creaciones culturales sin fines externos, racionales,acabaron siendo seleccionadas por su utilidad.
Enterrar a los cadáveres no parece algo muy útil (más práctico sería abandonarlos para que los devoren los
carroñeros), pero los vínculos solidarios del duelo reforzaron la cohesión social y por eso los hombres
primitivos que lo practicaban acabaron prevaleciendo (los que comparten el duelo también trabajan más
unidos). Y si el cadáver requiere una tumba, un espacio propio en el suelo, no hemos de extrañarnos de que
los vivos también requiriesen un hogar, un espacio propio para la vida sedentaria, alejándose gradualmente del
nomadismo.

   Sigmund Freud también comprendió la importancia de las diferencias culturales como base de los cambios
en el comportamiento. Y comprendió perfectamente el origen individual de los cambios sociales, porque el
individuo solo puede existir como ser social.

La oposición central propuesta por Freud era entre el ser humano cultivado y el animal instintivo. La
sublimación alienta la creatividad cultural, pero impone grandes sacrificios a la libertad sexual y
requiere el control de la agresión.

   Freud, por cierto, predijo el fracaso del marxismo en tanto que el mero cambio de la organización
económica por la coacción del poder político no iba a hacer desaparecer los instintos agresivos de los
individuos (mientras que los marxistas aseguraban que, una vez desaparecidas las instituciones que
perpetuaban la injusticia social, desaparecería también la agresividad y el comportamiento antisocial…)

  Lo que podemos concluir hoy, y en lo que casi todos los antropólogos están de acuerdo, es que

la cultura se hace visible en sus artes, en su sistema social, en sus hábitos y costumbres, en su religión.
Pero estas cosas yuxtapuestas o sumadas no constituyen la cultura. Una cultura es más que la reunión
de sus artes, costumbres y creencias religiosas. Todas estas cosas actúan las unas sobre las otras y para
entender completamente una, debes entenderlas todas.

  ¿Y podemos descubrir algo útil de este enfoque más lúcido y más despojado de prejuicios?

Los utilitaristas estaban convencidos de que, con la aplicación de los métodos científicos, sería
finalmente posible desvelar regularidades en el comportamiento humano, regularidades semejantes a
leyes. Éstas serían las leyes de la conducta y de la motivación individuales

Los idealistas negaban que hubiera leyes generales del comportamiento humano. Cada período
histórico tenía sus propias leyes, cada cultura, sus dinámicas particulares.

Según Parsons, para que la antropología pueda convertirse en una ciencia empírica analítica,
independiente tanto de la sociología como de la psicología hace falta una concepción de cultura precisa
y estrictamente limitada, definida por su posición en la trinidad de fuerzas que modelan la acción:
personalidad, relaciones sociales, ideas y valores. 

  Merece la pena fijarse en la observación de la antropóloga Ruth Benedict

Para Benedict, la integración de una cultura era comparable a la cristalización de una personalidad.
Las culturas tenían sus propias personalidades colectivas —los dobu, por ejemplo, eran paranoicos,
mientras que los kwakiutl eran megalomaníacos—, que, a su vez, imprimían un tipo de personalidad
modal en los individuos criados en cada cultura.

  Más propiamente, Benedict sugería que la personalidad de la cultura se determinaba mediante la selección de
personalidades individuales, es decir, de temperamentos (pautas de conducta innata en cada individuo). Si una
cultura selecciona mediante diversos incentivos a los individuos paranoicos o megalomaníacos, a la larga, la
cultura, la sociedad, adquirirá ese carácter particular, reprimiéndose y marginándose a los que posean otros
temperamentos y haciendo a estos menos influyentes: los paranoicos dominarán la sociedad, educarán a sus
hijos para ser paranoicos, reprimirán a quienes manifiesten comportamientos no paranoicos, y producirán
religiones y mitologías paranoicos. Todo esto se transmitirá mediante símbolos, expresiones artísticas,
narrativas, procesos educativos de iniciación, actividades económicas y guerreras... Y persistirá… durante más
o menos tiempo en la medida en que la fórmula, a la larga, demuestre su eficiencia o no a la hora de seguir
enfrentándose con el medio.

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