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Sociología

del
Derecho

Ariel
Ariel Derecho
Ramón Soriano

Sociología
del
Derecho
SEXTA PARTE

SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS


Las profesiones jurídicas han seguido la suerte de la percepción del derecho. Los
funcionalistas de todos los tiempos han visto a las profesiones jurídicas como importantes
colectivos para la integración y eficacia del derecho. Los profesionales del derecho tienen
en sus manos la administración de los instrumentos de control para que la sociedad no
pierda sus señas de identidad (Spencer, Parsons) o para que mantengan la antorcha de la
moralidad social, sin la que la sociedad iría al caos (Durkheim). Los críticos sociales
europeos, desde Marx a la Escuela de Frankfurt, y los críticos americanos del funciona-
lismo (Mills) han visto, en cambio, el lado oscuro de estas profesiones, en su función de
colaboradores para el mantenimiento y defensa de los intereses de las clases dominantes.
En una posición intermedia, distante de unos y otros, Max Weber ha valorado espe-
cialmente la importancia de las profesiones jurídicas en el proceso histórico de racionali-
zación del derecho, dedicando gruesas páginas a la evolución de estas profesiones, en
cuyas manos ha residido principalmente el proceso racionalizador del derecho, que ha
culminado en un derecho formal/racional propio de las democracias parlamentarias; ra-
cionalización que Weber veía como el triunfo de la norma general y previsible sobre el
arbitrio despótico de la voluntad.
Para conocer lo que hoy significan y representan las profesiones jurídicas, para ver
si es posible sostener acerca de ellas una interpretación socialmente integracionista o
rupturista, al estilo de los clásicos citados, es necesario entrar en el terreno de la sociolo-
gía de las mismas. Mucho se ha escrito sobre el producto de estos profesionales —el
derecho—, sin conocer las condiciones, circunstancias y limitaciones en las que aquéllos
llevan a cabo su trabajo. La sociología de las profesiones jurídicas pueden abrir las miras
y el horizonte de los teóricos del derecho, en cualesquiera de sus ramas y sectores. Puede
hacerles comprender por qué el derecho es como es y persigue unos determinados fines y
valores y no otros; por qué el derecho no es como a nosotros nos agradaría que fuera; y
por qué el derecho real, el que verdaderamente practican los jueces y protegen los policí-
as, es tan diferente del derecho contenido en las normas de los legisladores. El conoci-
miento del derecho, del derecho en serio, exige un conocimiento de sus actores: de quie-
nes lo practican, defienden y protegen.
A estos actores van dedicadas las páginas del último capítulo de este volumen:
jueces, abogados y policías.
CAPÍTULO XXII

LOS JUECES, LOS ABOGADOS Y LA POLICÍA

1. Los jueces

1.1. LOS JUECES: PODER PÚBLICO Y PROFESIONALES DEL DERECHO

Los jueces aparecen como los órganos natos de la eficacia jurídica, porque constitu-
yen poder del Estado (uno de los tres poderes del Estado), cuya misión es la protección
de las normas de derecho y su reparación, cuando son infringidas. Los jueces interpretan
las normas, antes de aplicarlas, siendo su tarea tan importante en este capítulo que algu-
nos no dudan en decir que los jueces son cuasi-legisladores, puesto que muchas normas
son imprecisas y ambiguas, y otras remiten al criterio judicial para su determinación. Los
jueces realizan constantemente una doble función interpretativa e integradora de las nor-
mas, que les ponen en el lugar de directos colaboradores de los legisladores.
Éste es el ángulo favorable de la función de la judicatura. Porque la eficacia del de-
recho depende de otros factores que pone en entredicho la plena solvencia de la función
judicial protectora.
En efecto, el juez es un órgano de última instancia, que interviene cuando ya se han
agotado todos los recursos para dirimir los conflictos de derecho. Al prestigio cualitativo
de las decisiones de los jueces no acompaña la dimensión cuantitativa de su función reso-
lutoria de conflictos. Son los jueces órganos residuales con facultades para solucionar los
conflictos de derecho. El ciudadano acude al juez en último extremo, cuando no tiene
más remedio, porque le han fallado otros sistemas de justicia privada y no formalizada: la
mediación, la adjudicación, el arbitraje, etc.
Como grupo profesional, los jueces se caracterizan por la incorporación masiva a la
magistratura de las mujeres recientemente y por el rejuvenecimiento de la media de los
jueces.
Más que otros servicios funcionariales del Estado la magistratura está recibiendo
una feminización progresiva en los países europeos. Boyer (1987,30) daba las siguientes
cifras para la representación femenina en la judicatura francesa: 11 % en 1973, 20 % en
1977,40 % en 1985, vaticinando un 50 % para 1990. J. J. Toharia (1989, 158 y ss.), tras
declarar que la afluencia de las jueces españolas ha sido «súbita y masiva», confirmaba
que la representación femenina en la magistratura española era nula hacía una década y
media y ahora era del 13 %, con un ritmo creciente, pues en el momento de la redacción
de su trabajo varones y mujeres se repartían prácticamente por mitades las plazas de
ingreso en la magistratura.
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Igualmente ha tenido lugar un rejuvenecimiento progresivo. Según el citado Boyer


(ibid., 32), la representación del tramo comprendido entre 25-40 años era del 12,8 % en
1972, y del 25 % en 1976. En España el rejuvenecimiento de los administradores de justi-
cia, tras la ampliación de las plantillas, es tan ostensible que no necesita la explicitación
de las cifras.

1.2. CAMPOS TEMÁTICOS Y PROBLEMAS CLAVES DE LA JUDICATURA

En R. Treves (1988) y R. Cotterrell (1991) —en el primero cronológicamente y en el


segundo con cierto desorden— se puede encontrar una relación de las investigaciones
más significativas en el campo de la sociología de la judicatura. Prefiero seguir un orden
temático y en cada punto valorar las aportaciones clásicas, que considero dignas de desta-
car.

1.2.1. La crisis de la justicia

La cuestión de la legitimidad y crisis de la justicia es un tema recurrente, e incluso


podría afirmarse que es un tema de «carne periodística». Parece que la justicia siempre
está en crisis y que no tiene remedio. Crisis y legitimidad van unidas. La justicia está en
crisis porque falta la legitimidad social, debido a que la sociedad muestra un rechazo a sus
procedimientos.
La «crisis de la justicia» fue una cuestión omnipresente en la sociedad francesa en
los años setenta a ochenta, a juzgar por el aluvión de libros escritos con títulos alarmantes.
Ph. Robert y C. Faugeron (1980, 194) comprobaron la pésima visión del sistema penal en
la opinión pública francesa y admitían que la crisis no era un problema de organización o
de mentalidades, sino de ausencia de un consenso, l´absense de consensus. Ph. Boucher
(1978, 272), más radical, descubría una desconfianza en la solución de la crisis acudiendo
al expediente fácil de la represión, ahogando la voz de los críticos: «on enferme pour ne
pas voir. On expulse pourne pas entendre: le délinquant dans laprison, l'insane dans son
asile». Otros sociólogos comprobaron que un importante número de jueces jóvenes esta-
ban en contra del sistema penal y del tratamiento que recibían los delincuentes, mostrán-
dose partidarios de otros métodos de redención de penas.

1.2.2. Factores psicosociales y decisiones judiciales

La psicología y el conductismo judicial fue quizá el primer tema sociológico de inte-


rés, que vino de la mano de preocupaciones teóricas sobre el derecho, cuando en los paí-
ses norteños de Europa, y especialmente en Norteamérica, un creciente grupo de juristas
fueron descubriendo las lagunas del derecho de los códigos y las leyes y cómo éste difería
del derecho que se aplicaba en la práctica, centrando sus estudios en los problemas de la
eficacia de las normas. Crearon la corriente jurídica que recibe el nombre de realismo
jurídico.
La figura del juez aparece en primer término, y con él la aleatoriedad de sus decisio-
nes. La preocupación principal de los juristas va a consistir en establecer reglas para ver si
esta aleatoriedad puede comulgar con los principios de seguridad y certeza; de ahí se
inician los trabajos sobre predicciones de las decisiones judiciales.
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Sobre esta base la sociología judicial en América se aplicó al estudio de las decisio-
nes de los jueces, objeto de numerosos criterios de clasificación y reclasificación y de
tablas de predicciones con la intención puesta en encontrar tesis generalizables tras el
análisis comparativo de decisiones semejantes o paralelas. La profusión de trabajos y los
hallazgos en este campo llevaron a una jurimetría de las decisiones judiciales. G. Schu-
bert fue uno de los primeros sociólogos que se iniciaron en el análisis estadístico de las
decisiones judiciales en base a investigaciones centradas en la Suprema Corte de Estados
Unidos. Condensó una serie de experiencias anteriores comenzadas en los años cuarenta
en un trabajo clásico (1965), que abarca las actitudes y decisiones de los jueces hasta los
años sesenta.

1.2.3. Judicatura y sociedad

Las relaciones de los jueces y la sociedad es otro tema clásico, que tiene dos vertien-
tes: de dónde proceden los jueces y qué relaciones mantienen los jueces con la sociedad.

1.2.3.1. La primera es un tema clásico que fue muy cultivado en Alemania Occiden-
tal tras la segunda guerra mundial, avivado por el recuerdo de la experiencia nazi. Estos
trabajos presentan un doble valor: constituir la primera investigación en Europa sobre los
problemas de la administración de justicia y los jueces, y servir de contraste con otros
trabajos similares que se emprenden en los países de la órbita comunista (H. Steiner,
1966). Las investigaciones dieron como resultado las acusadas diferencias entre los jue-
ces de una y otra Alemania. Los jueces occidentales eran viejos, pertenecientes a las cla-
ses medias y altas, varones, con estudios superiores. Los jueces orientales eran, por el
contrario, de todas las edades, pertenecientes en su mayoría a clases modestas, de ambos
sexos y escasos estudios.
La explicación de esta diferencia residía en la siguiente circunstancia: mientras en
Alemania Oriental había tenido lugar una profunda depuración de los jueces (la mayoría
de ellos pertenecientes al partido nazi), sin embargo tal hecho no había acontecido en la
vecina Alemania Occidental, en cuyos escalafones de jueces apenas entraron aires de
renovación; habían cambiado las normas, pero no los jueces.
El ejercicio de la jurisdicción es en cierta medida clasista, porque, entre otras razo-
nes, el juez suele ser extraído de núcleos sociales determinados. Esta situación cambia en
la medida que el acceso a la judicatura se facilita a las clases sociales bajas; pero como
estas clases tienen limitado de hecho, no jurídicamente, su acceso al bien de la educación,
por circunstancias sociológicas, también encuentran obstáculos para acceder al ejercicio
de la jurisdicción. Es evidentemente contradictorio que en nuestro país, cuya Constitu-
ción proclama el origen popular de los tres poderes del Estado, incluido el poder judicial,
acontezca sin embargo que el ejercicio del mismo quede encomendado a determinados
sectores de la sociedad. El juez español, como en general el europeo, es un licenciado
universitario, condición que le está vedada a las clases humildes, en las que se produce
una enorme mortandad estudiantil, a pesar del derecho constitucional a la educación.
J. J. Toharia (1975) extraía estos datos de una investigación realizada en 1972: la
judicatura española se nutría en un 60 % de miembros de las clases alta y media-alta, y
en un 30 % de las clases medias, no existiendo prácticamente representación alguna de
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los obreros industriales o del campo. En la actualidad esta representación es mayor, pero
muy inferior a la de otras clases sociales. J. A. G. Griffith (1981) ha entresacado unos
gráficos evolutivos de la adscripción social de los jueces británicos desde 1800 a 1968,
arrojando el mayor porcentaje en los distintos períodos estudiados los jueces pertene-
cientes a la clase media-alta (upper middle class): alrededor del 50 % en comparación
con las otras clases: alta tradicional, alta moderna, media alta, media baja y trabajadora.
La última clase, la clase trabajadora, apenas remontaba el 1 % (ibid., 31).

1.2.3.2. La otra vertiente de la relación jueces-sociedad es la de la inserción de éstos


en la sociedad, y la de cómo la sociedad los ve. Es un dato constante de las investigacio-
nes, constatable fácticamente, el aislamiento social de los jueces, más en los sistemas
políticos autoritarios que en los democráticos. En un sistema político tan autoritario como
fue el del franquismo los jueces vivían prácticamente aislados, frecuentando relaciones
con sus colegas, de cuyo círculo estaban ausentes los abogados normalmente (J. J. Toha-
ria, 1975). Jean-Luc Bodiguel (1991, 286 y ss.) ha trazado una tipología sencilla de los
jueces: el juez tradicional, imbuido de la alta función y prestigio de su profesión, inmovi-
lista, aislado de la sociedad, y el juez moderno, que posee una concepción técnica de su
profesión, abierto al cambio en la sociedad y en la práctica jurídica, miembro activo de la
sociedad en la que trabaja.
Por otra parte, la sociedad no tiene una visión favorable de sus jueces, al decir de las
encuestas de población. Ello obedece probablemente a la actitud de aislamiento referida
antes, pero también se debe la propia práctica del derecho, que se traduce en unos proce-
sos lentos, caros e ininteligibles para el ciudadano común, en los que las partes mantienen
posiciones desiguales, especialmente en el proceso penal, y en que predomina un lenguaje
técnico indescifrable, que sólo comprenden los jueces y abogados.
Hay un problema de interacción entre los actores del proceso, que pone de manifies-
to la etnometodología; los litigantes se sienten manejados, no saben lo que pasa, ni en-
tienden lo que se dice; tampoco tienen la posibilidad de hacer que se les explique lo que
acontece debido al formalismo procesal. André-Jean Arnaud (1977) ha ridiculizado con
sarcasmos y sin indulgencia la parafernalia ritual y absurda de los administradores de
justicia. En otra ocasión (1993) he apuntado la necesidad de un uso creciente del lenguaje
jurídico vulgar, que debería estar presente en la práctica del derecho, y que el lenguaje
técnico, inevitable en ciertos sectores jurídicos, podría ser más inteligible para las partes,
que son las que, al fin y al cabo, sufren las consencuencias del proceso.
Creo que habría que distinguir entre las primeras instancias y la apelación, y hacer
más llano y asequible el lenguaje jurídico de las primeras, para que los hechos jurídicos y
las pruebas sean asequibles a las partes del proceso. La apelación se mueve más en el
mundo del derecho, y justifica un lenguaje más técnico; podría decirse que los jueces de
segunda instancia redactan su sentencia y se dirigen a la comunidad de los juristas.

1.2.4. El funcionamiento de los órganos de justicia

Los problemas de la administración de justicia y su conexión con los jueces es


un campo de análisis central y constantemente cultivado. A él se refirió la serie de
investigaciones coordinadas por R. Treves (1975) en el decenio 1962-1972 en Italia.
Este ambicioso proyecto colectivo abarcó todos los ámbitos de la administración de
justicia, con trabajos específicos sobre temas concretos, que podrían ser sintetizados
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de esta manera: a) sobre cuestiones estructurales y funcionales del aparato judicial; b)


sobre las ideologías de los administradores de justicia, y c) sobre la opinión pública en
torno a la práctica judicial y el derecho en general.
El primer grupo de trabajos destacó el análisis de las causas de la mala administra-
ción de justicia en base a las normas de reclutamiento y organización de los medios per-
sonales y materiales de la administración de justicia (G. di Federico, 1968), el funciona-
miento del proceso (C. Castellano, C. Pace, G. Palomba y G. Raspini, 1970) y la econo-
mía y costes del proceso (F. Forte y P. Bondonio, 1970). Obtienen la conclusión de que la
política de personal judicial —nombramientos, relevos, dotación...— contribuye a la
crisis de la justicia, así como tres males endémicos de dicha administración: la incerti-
dumbre del derecho, la lentitud procesal y los altos costes.

1.2.5. Jueces e ideologías

Es un tema indeclinable por la condición de actores del poder público que tienen los
jueces y de independientes de los otros poderes del Estado. Ya en los primeros trabajos
alemanes de la posguerra se trató este interesante tema. Ralph Dahrendorf precisó que se
daba una correspondencia entre la extracción social de los jueces y el sentido ideológico
de la aplicación de las normas. Posteriores trabajos han demostrado que no es ésta una
norma general, porque jueces «proletarios» pueden cargar más el peso de la justicia sobre
las clases modestas que sus compañeros de origen social más alto.
Es un hecho comprobado que los sistemas políticos autoritarios provocan una politi-
zación de la magistratura por medio de la creación de tribunales especiales de marcado
carácter político y los instrumentos de control de acceso a la judicatura y de la movilidad
dentro de sus categorías favoreciendo a los afines al régimen político dominante. Uno de
los ejemplos más estudiados ha sido el de la magistratura alemana durante el nazismo.
En relación con Italia el trabajo pionero de María Rosaria Ferrarese (1984, 140)
constataba que la magistratura italiana había evolucionado desde una burocratización
dependiente hacia una profesionalización independiente; la burocratización suponía prác-
ticas del derecho conformistas y reiterativas; la profesionalización: prácticas autónomas y
libres de influencias externas; el cambio era realmente de tendencia y no de sustitución de
un tipo de práctica por otra.
Respecto a la Italia actual, Cario Guarnieri (1992, 153 y ss.) asegura que, aun cuan-
do en los regímenes democráticos aumenta la independencia de los jueces, su autonomía
es, no obstante, relativa: la influencia política sobre los jueces, más reducida, sigue pre-
sente, aunque más difusa.
También en los años ochenta levantó una viva polémica la investigación de J. A. G.
Griffith (1981) en Gran Bretaña al demostrar la influencia de las ideologías políticas de
los jueces en la práctica del derecho.
En nuestro país, J. Cano (1985) ha demostrado el fuerte control político de los
jueces españoles tras la guerra civil mediante la reserva de plazas a ex combatientes
y familiares, las notas de afinidad al régimen en los expedientes de los jueces, decisi-
vas para el ascenso en la carrera judicial, y la creación de tribunales políticos, contro-
lados por el Gobierno, en materias de orden público y afines. F. J. Bastida (1986,
185-186), analizando el mismo período político, desveló las coincidencias de princi-
pios y temas del régimen político y los fundamentos de las sentencias judiciales: he
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aquí una relación de principios de dichas sentencias según el autor: catolicismo tradicio-
nal (pontificación de las sentencias en los fallos), dogmatismo (bases metafísicas e inspi-
ración escolástica), autoritarismo (acatamiento del orden como sistema unitario de princi-
pios), paternalismo (tutela del pueblo que puede ser presa de engaños y perfidias), centra-
lismo (valores patrios por encima de las reivindicaciones autonómicas), catastrofismo
(cualquier desviación ataca la salud moral de los españoles e intenta la destrucción del
régimen), anticomunismo (el comunismo como enemigo de la moral, la religión y el ré-
gimen), tercerismo político (el régimen supera la división y lucha de clases) y triunfalis-
mo (España unitaria y triunfante contra la Europa dividida). C. Pérez Ruiz (1987, 271-
277) ha descrito también una estrecha relación entre los fundamentos de las sentencias del
Tribunal Supremo español, los valores de la moral cristiana, interpretada ortodoxamente,
y los principios del régimen del general Franco en el período que abarca de 1940 a 1975.

1.2.6. El acceso a la justicia. Jueces y justicia informal

La huida de la justicia formalizada o búsqueda de remedios convencionales y no ju-


rídicos para la solución de los conflictos de derecho es una realidad a la que aluden nume-
rosos trabajos sobre jueces y abogados. Esta orientación tiene un doble factor: el rechazo
de la sociedad a los procedimientos, lentos y costosos, de la administración de justicia, y
el rol de mediador de los abogados, quienes solucionan en gran medida los problemas que
les llegan, sin pasar la controversia a la jurisdicción de los jueces.
Ya R. Treves (1975, 69), recensionando una amplia investigación realizada en los
años sesenta, que antes he citado, constataba que el fenómeno de la huida de la justicia
formal o justicia del Estado era un hecho y advertía las causas del mismo: la incertidum-
bre del derecho (del sentido de su aplicación), la lentitud de la actividad judicial y los
altos costes de los procesos judiciales. En la investigación de campo sobre los abogados
andaluces, que llevé a cabo en colaboración (1987, 64), la opinión mayoritaria de los
profesionales andaluces de la abogacía apuntaba la huida del proceso y parecidas causas
de la misma: la falta de confianza en los administradores de la justicia, la carestía del
proceso, la lentitud del mismo y la inejecutividad de las sentencias.
Junto a estas causas concretas habría que incluir otras más generales, como sería la
componente cultural y sociológica (en Japón la curva es claramente decreciente, porque
en este país no está bien visto litigar).
No cabe, sin embargo, indicar reglas estables sobre esta cuestión de la huida de la
justicia, porque las curvas de la litigación cambian de un lugar a otro, de una época a otra.
En Norteamérica varios sociólogos (Posner, 1985; Curran, 1986; Goldman-Sarat, 1989)
han descrito el aumento del número de litigios y de jueces y abogados. Otros sociólogos
han observado, por el contrario, el declive de las cuotas de litigación: V. Aubert en su
trabajo sobre Noruega (1969), L. M. Friedman y R. Percival en su trabajo sobre California
(1976). Hay que tener en cuenta el carácter locativo de las investigaciones. Puede encon-
trar el lector los porcentajes de estas curvas crecientes y decrecientes de la litigación en la
obra general de S. Vago (1994,194 y ss.).
El rechazo a la justicia formal se agrava en la curva descendente de las clases
sociales: las clases bajas son las que más se apartan de la justicia por su carestía y lenti-
tud. Con todo, la dificultad de acceso de estas clases a la justicia no es tan sólo un pro-
blema económico, sino cultural y social. No tienen dinero para acceder a la justicia, pero
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tampoco la posibilidad de hacerlo, porque no conocen sus derechos, y, de conocerlos, se


les haría imposible acudir a los abogados, que están en los núcleos urbanos, temerosos de
que el proceso se revuelva contra ellos.
La justicia es costosa, pero lo es aún más para las clases humildes, pues las investi-
gaciones demuestran que los costes son inversamente proporcionales al valor de las cau-
sas judiciales: cuanto menor es este valor, mayor es comparativamente el coste. Puesto
que suelen ser de escaso valor las causas de estas clases, los procesos son especialmente
caros.

2. Los abogados

2.1. Los ABOGADOS: NOTAS DISTINTIVAS Y EVOLUCIÓN PROFESIONAL

La abogacía presenta una serie de cualidades peculiares, al ser la profesión más cer-
cana a la problemática y práctica del derecho.
En primer lugar, la abogacía se debate en su doble perspectiva de profesión liberal y
de servicio público. La condición de servicio público justifica sus limitaciones, como las
tablas de honorarios o la prohibición de publicidad. Se ha puesto como modelos respecti-
vos de ambas perspectivas el de la abogacía norteamericana y la abogacía europea, y se
ha indicado que ambos modelos presentan vías de acercamiento progresivo.
Ya el trabajo clásico de Dietrich Rueschemeyer (1973) apreciaba estos dos modelos
en los abogados americanos y alemanes, y como consecuencia la independencia de los
primeros respeto a la acción estatal y su sujeción a las leyes de mercado y la competencia
y las mayores dependencias y limitaciones legales de los segundos. Recientemente Paul
Wolf (1989, 200) ha señalado el proceso de mercantilización de la abogacía alemana y su
acercamiento al tipo medio del abogado americano. Es un hecho constatado el aumento
de la función clientelista de la abogacía europea en detrimento de la de servicio público.
En segundo lugar, la abogacía despierta gran interés por una característica perma-
nente que no tienen otras profesiones: el reflejo del sistema social, de manera que se
pueden conocer las claves de este sistema a través de la práctica de la abogacía. Las con-
diciones y el entorno del ejercicio de la abogacía —quiénes son los abogados, a quiénes
sirven, cómo actúan, cuáles son sus limitaciones, etc.— son un reflejo de la sociedad en
la que ejercen estos profesionales. A ello se une que hay una relación directa entre la
economía de mercado y la práctica profesional.
En tercer lugar, crece con el tiempo y resalta el valor de la función social y de servi-
cio público de la abogacía el carácter de mediación social que poseen los abogados. Te-
nemos quizá la idea del abogado como defensor judicial, el abogado en estrado, postu-
lando los derechos de su cliente. Esta idea no corresponde a la realidad. Los abogados
son más mediadores sociales que otra cosa; en su bufete orienta al cliente y resuelve sus
problemas, formulando propuestas que no pasan por el consabido juicio. En gran medida
el abogado es un mediador o arbitro, realizando una tarea muchas veces silenciosa, y que
no sale a la superficie, pero tremendamente importante cualitativa y cuantitativamente
para la eficacia del derecho.
En cuarto lugar, destaca la dificultad inherente al ejercicio de una profesión
absorbente. Anthony T. Kronmann (1993, 373 y ss.) se refiere a la abogacía como una
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profesión que exige una intensa cantidad de tiempo, y en la que la línea de separación
entre el trabajo profesional y la vida privada del profesional es muy fluida. A ello se aña-
de la dificultad de un rol profesional sometido al contraste y contradicción con otros pro-
fesionales y actores sociales. En esto los abogados se distancian de la medicina y otras
profesiones liberales. El abogado no sólo representa y defiende al cliente, sino que tiene
que conseguir el predominio de su convicción sobre la de otros en un proceso contradic-
torio. Este hecho incorpora un desgaste profesional que afecta especialmente a los aboga-
dos.
La abogacía ha cambiado significativamente en los últimos tiempos, más aún que la
judicatura, porque los abogados reciben unas influencias directas del mundo de la econo-
mía y el trabajo. Hubert Rottleuthner (1989, 130) indica como caracteres de la nueva
abogacía: la especialización, la segmentación de la clientela, la estratificación y la falta de
solidaridad entre los abogados; notas in crescendo según el sociólogo. No me atrevería a
suscribir sin matizaciones las dos últimas notas.
Resumo el cambio cualitativo producido en la abogacía en los siguientes hechos, a
mi juicio:

Primero. La creciente heterogeneidad con ocasión de la aparición de nuevas materias


jurídicas y de la necesidad de la especialización de la abogacía; en nuestro país hemos
visto proliferar recientemente al abogado matrimonialista y al abogado fiscal. Ha aumen-
tado el número de abogados empleados o funcionarios, acompañando al desarrollo del
capitalismo y del intervencionismo estatal. S. Vago (1991, 260) se sorprendía de cómo el
aumento de abogados en Norteamérica no se correspondía con el decrecimiento de la
litigación en los mismos años y lugares, y explicaba este fenómeno, aparentemente con-
tradictorio, con la aparición de nuevas tareas profesionales para la abogacía: los abogados
se convertían en consultores, negociadores fuera de la Corte, litigantes, administradores,
investigadores, etc. Y R. Abel (1989,244) insistía en la misma idea en su investigación
radiográfica de la abogacía americana, que atravesaba un aumento de la diversidad en el
género y raza de los profesionales, en la estructura profesional (práctica privada autóno-
ma y abogados por cuenta ajena), y en las funciones (litigio, legislación, consulta, nego-
ciación, enseñanza, investigación...).
La heterogeneidad y la proliferación de las tareas profesionales de la abogacía im-
ponen, por otra parte, una especialización creciente, que afecta tanto a los abogados
tradicionales con bufetes individuales como a los despachos colectivos y asociados, en
aumento.
Segundo. La apropiación de ámbitos tradicionales de la abogacía por profesionales
foráneos; el abogado es uno más en materias que tradicionalmente se entendían de su
exclusiva competencia (divorcios, impuestos, asuntos financieros, cobro de morosos,
etcétera), o incluso es desplazado por otros profesionales en determinadas materias; a esta
nueva situación han contribuido las nuevas carreras, como las de graduado social y traba-
jador social en nuestro país.
Tercero. La pérdida de independencia de la profesión, comparada con la abogacía
tradicional, en la medida en que aumentan los abogados funcionarios y los abogados de
empresas. Lo que era en otros tiempos una clientela variada de un abogado autónomo
ha dejado el lugar a abogados por cuenta ajena, empleados con alta frecuencia por un
único, poderoso e influyente cliente, ya sea una empresa, una corporación, o el mismo
Estado. En relación con Estados Unidos, el análisis de E. Spangler (1986,175) concreta
SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS 427

el cambio en estas palabras: la transformación de un profesional independiente en un


profesional empleado.
Cuarto. La significativa incorporación de las mujeres a la profesión, al igual que en
la judicatura (aún mayor) y en la policía (menor). El acceso a la profesión ha sido lento y
con dificultades, R. Chester (1985,118) describe la gran mortandad profesional de las
abogadas en Estados Unidos, en la primera mitad del siglo, que abandonaban o atendían
parcialmente a la profesión. Sin embargo, últimamente el aumento de las mujeres aboga-
das ha sido vertiginoso por todas partes. C. Fuchs (1993, 381) refiere que las mujeres
abogadas representaban un 1 % a comienzos de este siglo, un 3 % a mediados del siglo,
un 12 % en 1989, y aventura un 12 % al final del siglo. R. L. Abel (1989, vol. 3, 100)
extiende este aumento drástico a todos los países del mundo, a partir de los sesenta; tan
sólo en la India y en Japón —dice— el número de las mujeres permanece siendo una
insignificante fracción de la profesión.

2.2. LA ABOGACÍA: CAMPOS TEMÁTICOS DE INTERÉS

En Europa ha sido punto de referencia de los trabajos acerca de los abogados el de


Gian Paolo Prandstraller (1967), realizado entre noviembre de 1966 y julio de 1967, con
804 respuestas válidas sobre un cuestionario con datos de hecho, problemas de la aboga-
cía y cuestiones ideológicas. Encuentro una gran concomitancia entre esta pionera inves-
tigación en Italia y nuestro trabajo (R. Soriano, A. Ruiz de la Cuesta y R. González-
Tablas, 1987), asimismo pionero sobre los abogados andaluces: ello justifica que en uno
y otro, ante la carencia de datos e inexistencia de precedentes, se intentara tener una pa-
norámica general sobre los abogados y sus problemas.
En el dibujo de Prandstraller el abogado medio aparecía como profesional moderado
en política (predominio de los de centro-izquierda, centro y centro-derecha, sucesivamen-
te), hijo de funcionarios o profesionales libres, rara vez de trabajadores manuales, que
ejerce individualmente su profesión, y posee unas relaciones relativamente dispersas,
comparados con los jueces.
Nuestro trabajo pretendía realizar un primer esbozo global de los abogados del sur de
España: tanto los aspectos estructurales y funcionales de la práctica de la abogacía, como
los aspectos dinámicos en su relación con el entorno social y con otros profesionales.
La investigación tuvo por objeto tres campos de análisis: datos de hecho o variables
generales —edad, estado civil, promoción, ejercicio de la profesión...—Juicios de valor
sobre cuestiones candentes —jurado, Consejo General del Poder Judicial...— y relacio-
nes de los abogados con otros profesionales próximos al derecho, como los administra-
dores de justicia y la policía. El método utilizado fue la encuesta postal pasada a los abo-
gados colegiados en las provincias andaluzas, a excepción de Málaga y Almería, de la
que se obtuvieron 814 respuestas.
Los caracteres de los abogados más comunes serían los siguientes: abogados pre-
ferentemente varones, predominando de 30 a 40 años, acceden pronto a la práctica
profesional, tras uno o dos años de terminar la licenciatura, no suelen compatibilizar su
profesión con otra (casi las dos terceras partes), ejercen predominantemente en despa-
chos individuales, aunque aumentan los despachos colectivos y asociados, tienen una
opinión negativa de la enseñanza recibida (un 80 % dice que la enseñanza fue mala o
regular), alegando como causa principal la excesiva teorización y falta de prácticas, la
428 SOCIOLOGÍA DEL DERECHO

inadecuación de los programas y la falta de dedicación del profesorado, descalifican la


práctica de la asistencia letrada al detenido, apenas muestran diferencias entre juradistas y
no juradistas, siendo predominantes los escabinistas entre los partidarios del jurado, con
opiniones para todos los gustos y dispersas en el señalamiento de las competencias de los
jurados, se manifiestan contrarios a la elección exclusiva del Consejo General del Poder
Judicial por el Parlamento (71 %) y a que formen parte de él no juristas (70 %), se quejan
de una curva irregular en la satisfacción por el ejercicio de su profesión, piensan que los
males de la administración de justicia se deben sobre todo a la escasez de medios huma-
nos y materiales, aducen que se dan posibilidades de soborno en la administración de
justicia (74 %), detectan una huida ciudadana de la resolución judicial de los conflictos de
derecho (71 %), atribuyéndola principalmente a la falta de confianza en los jueces y a la
carestía del proceso, consideran que reciben un trato más desconsiderado de los oficiales
y de los jueces que de otros profesionales de la justicia, y que el tratamiento en general es
discriminatorio (78 %) en función, de mayor a menor, del prestigio, edad, ideología y
aspecto externo de los abogados.
Veamos a continuación algunos temas de investigación atractivos de la sociología de
la abogacía. En relación con España, en nuestro citado libro sobre los abogados andaluces
hay una introducción amplia, en la que se insertan y explican los trabajos hispanos sobre
la sociología de la abogacía, a la que remito al lector; desde la fecha de dicha publicación
hasta ahora poco se ha avanzado.

2.2.1. Orígenes sociales de los abogados

Vimos que los jueces son de una extracción social media o media-alta. Los abogados
no se apartan de estas coordenadas, en cuanto a su extracción social.
R. L. Abel aseguraba que «el reclutamiento de los abogados permanecía fuertemente
basado en las familias de clase alta» (1989, vol. 3,113); las palabras de Abel son muy
elocuentes, puesto que su investigación abarcaba los grandes cambios de la profesión
desde los años cincuenta a los ochenta. D. O. Lynch (1980, 43) confirmaba que los abo-
gados colombianos pertenecían a la clase media-alta. Colombia marca una línea que enla-
za a los países en desarrollo: los abogados de estos países suelen pertenecer a las clases
privilegiadas.

2.2.2. Tipología del ejercicio profesional y estratificación

Es quizá el tema más cultivado, correspondiendo a la evolución de la abogacía. Se ha


producido un tránsito de los despachos individuales de los abogados tradicionales a los
despachos colectivos y asociados, en los que los abogados conjuntamente comparten
gastos y trabajo. En España esta evolución ya fue desvelada por varios trabajos pioneros
de J. Balcells (1974) y A. Zaragoza (1975).
También se ha producido una estratificación, que yo resumiría en tres tipos de
abogados: a) el abogado modesto, que se dedica a actividades de poca monta e incluso
no propias de la profesión, con las que consigue sobrevivir; b) el abogado tipo medio,
que tiene una clientela sólida y ejerce los temas clásicos de la abogacía, y c) el aboga-
do que dirige u ocupa un puesto relevante en los grandes bufetes y firmas de abogados.
Hay dos trabajos clásicos que sirven de referente en esta cuestión de la estratificación:
el de E. Smigel (1969), sobre las prestigiosas firmas de abogados de Wall Street y el
SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS 429

de J. Carlin (1994), realizado en 1962, sobre los abogados de Chicago, que trabajan ais-
ladamente, en tareas de poca monta, al servicio de una clientela de baja capa social, y
expuestos a saltarse las normas éticas de la profesión (ibid., 206-211). Poco tiene que ver
una clase de abogados con la otra.
De la comparación de ambos trabajos deriva la siguiente fotografía profesional: los
abogados de las grandes firmas y empresas legales pertenecen a clases sociales altas, han
recibido una educación esmerada en prestigiosas escuelas de derecho y sirven a los inte-
reses de las clases medias-altas americanas. Los abogados modestos pertenecen a clases
inferiores, han estudiado en escuelas sin renombre y atienden a una clientela de menor
rango social. Los primeros se dedican con frecuencia a las altas finanzas y administra-
ción. Los segundos se emplean en trabajos menores y menos complejos: débitos, morosi-
dad, casos criminales, pequeña propiedad, etc.
De características similares es la investigación realizada por J. Heinz y E. Laumann
(1982, 380 y ss.) sobre los abogados de Chicago, encontrando dos tipos de abogados
claramente delimitables, en representación de dos hemisferios de la profesión legal. Am-
bos tipos se diferencian por la escuela de derecho en la que estudiaron, las afinidades
políticas y religiosas, los ingresos, el tipo de práctica jurídica y la influencia aparente en
los tribunales. Unos destacan por sus orígenes sociales privilegiados y una clientela for-
mada por grandes organizaciones. Otros, por sus orígenes más humildes y una clientela
formada por individuos y pequeñas empresas.
Lo grave de esta polarización, según los autores, era la percepción de las diferencias
por el público en general, que no beneficiaba a una visión de una justicia imparcial; la
jerarquía de abogados —decían— sugiere «una correspondiente estratificación del dere-
cho dentro de dos sistemas de justicia, separados y desiguales» (ibid., 385).
También R. Tomasic y C. Bullard (1978, 8), en síntesis, distinguen dos clases de
abogados en su investigación sobre la abogacía en Nueva Gales del Sur: de un lado, los
abogados de las periferias urbanas, suburbios y del campo, y de otro lado los abogados de
los centros urbanos; ambas clases se diferenciaban por la formación profesional y el pres-
tigio (más altos en los segundos que en los primeros).

2.2.3. Ética profesional

La ética profesional de la abogacía ha merecido el interés de los estudiosos por su


doble condición de profesión liberal y servicio público. El ethos social del abogado se
mueve entre dos polos difíciles de casar en ocasiones: el interés del cliente y el interés de
la ley.
Jerome E. Carlin (1970, 308) sostenía que los criterios éticos prácticos dependían de
tres variables: el tipo de clientela, de tribunal de justicia y de despacho profesional del
abogado. Las tentaciones y oportunidades para infringir normas éticas aumentaban con la
baja clientela, los tribunales y cortes de justicia menores y los despachos jerarquizados,
en los que los abogados practicaban sus funciones aisladamente.
Alberto Febbrajo (1985,3,13 y ss.) ha precisado la evolución de la ética profesional
de la abogacía, que ya no responde a los criterios de las clases medias, sino que sigue
diversos criterios de racionalidad en función de los cambios producidos en el orden
económico, social, educacional y en las vías de acceso a la profesión. Vittorio Olgiati
(1985, 3, 43) ha resaltado la importancia de la deontología profesional forense como
ordenamiento jurídico, que sitúa dentro del marco normativo del Estado, tomando un
430 SOCIOLOGÍA DEL DERECHO

carácter auxiliar y supletorio, aunque en algunos casos (tribunales de honor) ha habido


algunas contradicciones.
Investigaciones en este campo de la abogacía aportan datos para distinguir diversas
éticas profesionales: la de los abogados de las grandes empresas legales y la de los mo-
destos abogados; éticas que están en relación con la naturaleza de las tareas y los diferen-
tes sujetos o clientes a los que tienen que atender.

2.2.4. Abogacía y sociedad

La abogacía tiene una orientación clasista, al decir de numerosos estudios de campo.


Nuestro estudio sobre la abogacía andaluza, antes citado (1987, 19), dio como
resultado que los abogados andaluces servían en gran medida a las clases medias,
coincidiendo con los resultados al respecto de los trabajos de Podmore (1980) y
Rueschemeyer (1973). Numerosos trabajos realizados en Gran Bretaña y en Estados
Unidos han desvelado un mapa geográfico de la abogacía en función de la distribu-
ción de la propiedad y las empresas.
El sentido clasista de la abogacía explica la visión que de esta profesión tienen los
ciudadanos. Barbara A. Curran (1974,264), en un estudio sobre la imagen del abogado en
el público de Estados Unidos, obtiene como resultado que es más favorable en los blancos
americanos que en los negros y minorías marginadas y más en los agraciados económica
y socialmente que en quienes carecen de esta condición.

2.2.5. Abogacía e ideología

La relación «abogacía-ideología» no podía faltar. Así como los jueces, por constituir
un poder del Estado, suelen presentar una mayor homogeneidad, los abogados ofrecen
una mayor dispersión ideológica. Es ésta una hipótesis en la que coinciden numerosas
investigaciones. Un dato interesante es el mayor número de asociaciones de abogados,
mientras que las de los jueces son más escasas y concentradas. En todo caso, es ésta una
variable que puede cambiar, y que suele cambiar con el proceso de maduración de la
democracia.
R. Pérez Pérdomo (1981,275) aseguraba que los abogados en Venezuela han estado
en todas partes, dentro o contra los movimientos revolucionarios, frente a la tesis clásica
de Walter Weyrauch (1970), defensora del carácter conservador de la abogacía europea;
aludía al ejemplo de las revoluciones liberales, nutridas de abogados y juristas, quienes
tomaron parte menos relevante en revoluciones posteriores, como la comunista de 1917 o
la revolución china protagonizada por Mao.

2.2.6. Abogacía y preparación profesional

La preparación profesional es una cuestión polémica; algunos ven en la pasantía una


ampliación de la etapa de estudios de los recién licenciados en derecho, y otros valoran la
pasantía como una relación laboral en una situación de extrema precariedad; unos consi-
deran conveniente este período de aprendizaje tras la licenciatura y previo a la práctica
profesional autónoma; otros piensan que es innecesario y que sirve a intereses inconfesa-
dos de carácter corporativista.
Quizá por ello en un trabajo antiguo adelantaba Mauro Cappelletti (1972, 121) dos
SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS 431

propuestas: a) el derecho subjetivo del licenciado a ser admitido en un servicio de prepa-


ración profesional, y b) la garantía de un mínimo de subsistencia para el abogado en prác-
ticas, para que la profesión más que «liberal» no sea «privilegiada» porque sólo puedan
acceder a ella los económicamente fuertes. Valerio Pocar ha descrito con trazos negros y
reales la situación del abogado en prácticas: excesivo control, tareas menores de las que
no deriva aprendizaje, escasa retribución (cuando la hay) y excesivo trabajo, de manera
que no tiene las ventajas de un trabajo laboral por cuenta ajena, ni tampoco las propias de
una profesión liberal: un lavoro subordínate sui generis (1983, 95).

3. La policía

3.1. LA POLICÍA: GUARDIANES DEL ORDEN Y SERVIDORES DE LA SOCIEDAD

La función de la policía según el esquema del Estado de Derecho liberal era la de


guardián de la ley y el orden; el Estado contaba con la celosa colaboración de sus guar-
dianes en los casos de conflictos y disturbios. La policía era vista como un factor repre-
sor, que pocas simpatías podía esperar en la masa de la ciudadanía. La legitimidad de esta
función policial derivaba de la propia naturaleza del Estado, como institución que mono-
polizaba el ejercicio de la coacción. El Estado tenía su fundamento en el consenso de los
ciudadanos manifiesto en la idea del pacto social para salir del estado de naturaleza, en el
que sólo predominaba la ley del más fuerte, y conservar sus derechos en una sociedad
civil regulada; luego era una institución del propio Estado, la policía, la que en último
lugar tenía su fundamento en el consenso ciudadano, al proteger las leyes surgidas del
pacto social.
Posteriormente se ha ido consolidando una visión de la policía como servicio públi-
co, que atiende a la información, la seguridad y la ayuda a los ciudadanos: un nuevo as-
pecto que ha seguido un proceso de lenta captación por los ciudadanos en general. A.
Bossard (1983, 100-104) indica un amplio elenco de actividades que contrasta con la
parquedad de las tradicionales. James Wilson (1976, 140-226) llega a describir tres esti-
los de la acción policial moderna: el watchman style: el antiguo estilo del vigilante que
mantiene el orden, el legalictic style, que tiene por objeto el cumplimiento del derecho, y
el service style, orientado a las tareas de auxilio a la población en una variada gama. Hay
que precisar el crecido número de estas tareas de auxilio y prestaciones sociales de la
policía en función del aumento de las necesidades sociales: en actos públicos y manifes-
taciones, en los transportes, en el tráfico, en la supresión de las molestias causadas por
ciertas actividades, en la ayuda a deportistas siniestrados, en los cataclismos...
Estas nuevas funciones han hecho que los ciudadanos se sientan más cómodos y va-
loren más positivamente a sus policías, y que éstos adquieran una mentalidad de servido-
res públicos; ha contribuido a romper el viejo modelo de una sociedad que sólo veía el
lado coactivo de su policía, y una policía que contemplaba a los ciudadanos como posi-
bles delincuentes. En este sentido ver solamente el lado externo de la policía, dentro del
aparato coactivo y represor del Estado, es a mi juicio una visión parcial de estos profesio-
nales.
En cualquier caso, a pesar del avance en esta evolución funcional de la policía,
todavía ésta vive la ambigüedad de ser a un tiempo la guardiana del orden público y la
432 SOCIOLOGÍA DEL DERECHO

cumplidora de los fines de un Estado de Derecho, que le impone duras tareas de auxilio
social. La policía, podría decirse, tiene su parte buena y su parte mala. La función clásica,
la tutelar, hace a la policía conservadora; la función moderna, la de servicio público, la
hace renovadora.
Tal ambigüedad en ciertos casos puede ser dilemática y trágica: imaginemos a la po-
licía de un régimen democrático, obligada después a servir al dictador, que suprime el
derecho democrático para mantenerse en el poder arbitrariamente con los resortes de las
fuerzas de seguridad y la propaganda. La policía tendría que elegir entre el nuevo orden
sin derecho o el derecho antiguo a costa del orden impuesto.
Al igual que en el resto de las profesiones jurídicas, la policía está pasando por un
proceso de feminización, aunque menos acusado que en aquéllas (M. Martín y J. M. de
Miguel, 1989,177). El trabajo en sí de la policía probablemente es menos atractivo para
las mujeres, que además suelen encontrar en sus compañeros varones actidudes de cierta
hostilidad o paternalistas; actitudes que irán cambiando con la consolidación de la incor-
poración femenina a la policía. Harry Segrave (1995, 176-177) da cuenta de las vejacio-
nes y discriminaciones sufridas por las mujeres policías por parte de compañeros y jefes
en su historia de la mujer policía en Estados Unidos.
Como conclusión de este pequeño excursus por la historia funcional de la policía,
hay que decir que ésta ha aumentado los niveles de su contribución a la eficacia del dere-
cho, en la misma medida que han crecido sus funciones y competencias. Veamos los
puntos de mayor interés desde el lado sociológico de la profesión policial.

3.2. LOS PUNTOS CLAVES DEL ANÁLISIS SOCIOLÓGICO DE LA POLICÍA

J. J. Gleizal (1993, 125) constata que el antiguo «agente de autoridad» se está convir-
tiendo en un «ingeniero y técnico de seguridad», lo que supone un paso desde la tarea
represora a la preventiva en el quehacer policial. Son ciertamente palabras generosas, y en
todo caso atribuibles a la policía modernizada de los países avanzados. Pues una regla de
principio en esta materia es la de situar el discurso previamente al análisis, dadas las
grandes diferencias existentes entre las policías del mundo.
Me atrevería a subrayar una tesis general: cada país tiene su particular policía, y cada
policía es un reflejo de su país. La policía es un reflejo de la sociedad de que forma parte.
Una sociedad igualitaria tiene una policía igualitaria (que fomenta los valores de la igual-
dad). Una sociedad desigual y estratificada tiene una policía que mantiene la desigualdad
por la fuerza. Dilip K. Das (1994, 421, 439) resume los trabajos sobre la policía de distin-
tos países con la conclusión de que la policía es el espejo de los pueblos. Así, la policía
tiene buena imagen en Finlandia, es represora en la India y diligente y disciplinada en
Japón, como corresponden a la imagen que estos países proyectan en el exterior.
Por ello es difícil entresacar una lista de problemas sociojurídicos de la policía para
incorporarlos a una obra general, como es la que intento redactar. La selección de temas,
que viene a continuación, corresponde a la policía de nuestra cultura occidental.

3.2.1. Los criterios selectivos de la actuación policial

La actitud policial ante el delito es selectiva, en la que es posible situar varios


planos (la de la organización policial, la de un subgrupo policial, la particular de cada
SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS 433

policía). La policía suele hacer un análisis valorativo de los efectos de la aplica-


ción o no aplicación del derecho, de la mayor o menor rigurosidad de dicha aplica-
ción, actuando en consecuencia. Por lo que se insiste en la discrecionalidad de la
policía como una de sus características más definitorias. Tal discrecionalidad ter-
mina a veces en discriminación.
Investigaciones empíricas han desvelado que los agentes policiales distinguen entre
delitos de personas y delitos de empresa, delitos de gente sencilla y delitos de «cuello
blanco», cargando el peso de la ley más en los primeros que en los segundos elementos
de ambos binomios. Numerosos trabajos realizados en Norteamérica demuestran un trato
discriminatorio con las minorías étnicas y las clases sociales bajas. Maureen E. Cain
(1973) subraya el muy diferente comportamiento policial en las zonas rurales y urbanas,
siendo más receptivo al medio y más indulgente en las primeras que en las segundas. En
un plano más general, J. M. Rico (1983, 215) enuncia una serie de factores determinantes
de la actitud policial: la gravedad del hecho, la reacción de la comunidad, la calidad del
control social, el deseo de denunciar de la víctima, las condenas anteriores, la reacción
presumible de los tribunales, la actitud y apariencia del presunto infractor, la probabilidad
de su reincidencia o rebeldía.
Por este gran margen de discrecionalidad de la policía proponía J. Goldstein (1967)
la creación de comités ciudadanos para seleccionar las líneas de actuación de la policía,
en la medida en que las funciones de la policía, como poder público, deben ser diseñadas
por la voluntad popular, en la que tienen origen todos los poderes públicos del Estado.

3.2.2. La autonomía funcional de la policía. Policía y sociedad

La policía se ha visto tradicionalmente sujeta a criterios ajenos: a los del ejército en


las dictaduras; a los de los jueces en las democracias. Frente a ello ha pretendido rescatar
una zona de autonomía. A veces esta pretensión de autonomía no se ha acomodado a la
manifiesta y exigida por la legislación y en su divergencia ha llegado a los extremos de la
incompatibilidad, como ha puesto de manifiesto J. Skolnick (1975).
Hay dos actitudes; una de carácter orgánico, cuando la policía se encierra en sí mis-
ma y hace oídos sordos a las autoridades judiciales, prestando escasa colaboración; acti-
tud que proviene de un sentimiento de injerencia ajena en el que se estima trabajo propio,
y sobre el que se cree tener la mejor competencia y experiencia; y hay otra actitud, estra-
tégica, que mira a la eficacia del trabajo y a los objetivos a conseguir, imposibles de
cumplir si se observan taxativamente las normas de derecho y los reglamentos policiales;
en este sentido a veces los policías hacen «ajustes o encajes de pruebas», como los famo-
sos verbals de la policía británica (falsa autoconfesión de culpabilidad del sospechoso
ideada por el policía), porque de otra manera el culpable, que también sabe usar sus tre-
tas, quedaría libre de culpas.
Se ha indicado en el epígrafe anterior como característica de la policía el criterio
selectivo en la persecución del delito y en este epígrafe la autonomía funcional. Estas
notas hacen que la policía pueda convertirse en una institución cerrada y autorrefe-
rente, a pesar de que su función es comisionada de una democracia parlamentaria,
cuyos poderes derivan de la voluntad popular (entre ellos el poder ejercido por la
policía). J. Shapland y J. Vagg (1988, 183, 185) en un estudio de campo han
corroborado trabajos anteriores de otros autores, demostrando que la policía es celosa
de su autonomía operativa, sin tener en cuenta las prioridades del público, además de
434 SOCIOLOGÍA DEL DERECHO

ser «el contacto policía-público reducido en general». Son partidarios de un cambio en


los objetivos del trabajo policial, de manera que en todas las fases del mismo —
reconocimiento del problema, indagación de soluciones, aplicación de las mismas— sean
tenidas en cuenta las prioridades del público, porque los problemas son extremadamente
localizados y se exigen soluciones específicas para los mismos.
En este campo del acercamiento de la policía a la sociedad, y viceversa, se insertan
también los proyectos relativos a lo que podríamos llamar una «sociedad policial» (com-
munity policing), que están teniendo un mayor desarrollo en los países anglosajones, con-
sistentes en la colaboración de la sociedad en las tareas y fines que persigue la policía,
tras la convicción asumida por la sociedad de que la seguridad es una cuestión de todos.
No es posible una definición acabada todavía de «sociedad policial», porque es un
fenómeno que se está configurando. En lo que sí hay acuerdo es en el hecho de que está
haciendo replantear los medios y fines de la policía tradicional, allí donde se experimen-
tan programas de implementación de una «sociedad policial». Los programas realizados
demuestran que en general los efectos son positivos, contribuyendo a la reducción de la
criminalidad, e incluso a la disminución de las llamadas del público solicitando servicios
policiales.
En uno de los últimos trabajos amplios sobre el fenómeno, Dennis P. Rosenbaun
(1994, 287), recogiendo las conclusiones de las investigaciones realizadas, asegura que
«el concepto de sociedad policial es complejo; en el momento es un intento de cambio,
apuntando ideas generales hacia nuevas fronteras por explorar».

3.2.3. La subcultura del colectivo policial

La peculiaridad de la policía como grupo profesional y humano ha hecho decir a al-


gunos estudiosos que la policía constituye una subcultura definida. T. Buckner (1983, 171
y ss.) caracteriza a la policía americana con los siguientes rasgos: disimulación, solidari-
dad, desconfianza, astucia y conservadurismo. No creo que estos rasgos sean extrapola-
bles del círculo concreto de la investigación del autor. En cambio, en un plano general,
los investigadores constatan que la policía, como grupo profesional, suele acentuar las
notas de la solidaridad interna y la desconfianza externa, que suelen ser habituales en el
conjunto de las profesiones.
Corresponde a la policía el trabajo de mantener el orden público, prevenir contra
la violación de las normas y reprimir cuando la violación se ha producido. No es éste
todo el trabajo de la policía, pero sí una parte del mismo, y quizá la más visible la-
mentablemente. Se trata de un trabajo en parte ingrato y que se realiza en un comple-
jo de relaciones con ciudadanos de todos los tipos, quienes esgrimen sus derechos y
garantías como personas y ciudadanos cuando presumen que han sido vulnerados por
las actuaciones policiales.
Además de ingrato y arriesgado, el trabajo de la policía puede desarrollarse en una
atmósfera tensa. Poco se perciben las dificultades internas del ejercicio de su labor, don-
de la policía ocupa un punto intermedio y tenso entre los poderes públicos y la sociedad.
Así resumía Bertrand des Saussaies (1972, 109) esta difícil labor: «servir al poder y a la
sociedad, recibir las órdenes de uno y sufrir las críticas de otro, tal parece ser la suerte de
la policía». Según Jennifer M. Brown y E. Campbell (1994, 168-170), no solamente el
trabajo policial produce estrés en alto grado, sino que éste irá aumentando en el futuro.
SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS 435

Evidentemente, pocas profesiones presentan estos riesgos, o en la misma medida. Es


por esta razón explicable que la policía adopte una actitud de autoprotección, aumentando
los lazos de unión con los compañeros y enfrentándose con desconfianza respecto a ex-
traños.

3.2.4. La imagen del público en la policía y de la policía en el público

1. En el punto anterior se indicaba la discrecionalidad de la policía en sus


actuaciones que le hacía cargar más o menos el peso de la ley según la clase de
ciudadanos y la zona de actuación. Ello presupone una imagen variada de la sociedad
en la mente policial; los policías distinguen entre buenos y malos, entre quienes se portan
como buenos ciudadanos y quienes están siempre al borde del delito. Unos les pueden
ayudar en su trabajo mediante la información o el auxilio, y otros sólo les aportan trabajo,
la parte ingrata del trabajo policial. La imagen policial de la sociedad es así una imagen
diseccionada en sus categorías. D. Smith y J. Gray (1983) aseguraban que la policía
londinense sabía distinguir entre lo que ella llamaba la escoria de la sociedad y las
personas respetables.
Un apartado importante de este capítulo de la sociología policial es el estudio del ra-
cismo policial o actitudes racistas de los policías con una pregunta clave que no falta y
obtiene desiguales respuestas: ¿los policías reflejan el espíritu de la opinión pública y
actúan en consecuencia, o radicalizan esta opinión en sus actos? N. Goldman (1963) y D.
Black-A. Reiss (1970) constatan el alto porcentaje de negros jóvenes que son arrestados y
transferidos a la corte de justicia en comparación con el número escaso de los blancos de
la misma edad. También reflejan actitudes y comportamientos policiales claramente ra-
cistas los trabajos de P. Gordon (1983) en Gran Bretaña y de D. Bayley y H. Mendelsohn
(1969) en Norteamérica.
Las causas del racismo policial o tratamiento desigual de las minorías étnicas cose-
chan también varias respuestas: las minorías suelen estar más fuera de la ley que otros
colectivos, los sentimientos xenófobos se transparentan con más nitidez en momentos de
crisis en quienes están más en contacto con las minorías étnicas, los policías son la ca-
dena de transmisión de unas leyes restrictivas en el tratamiento de estas minorías, el
racismo es una componente psicológica que acompaña al autoritarismo en que incurren
algunos policías... Un conglomerado de plurales causas en el que destacan más las pro-
pias del contexto social y ambiente en que viven los policías que sus rasgos psicológicos
o de grupo.

2. El público, por su lado, tiene una imagen desdibujada de la policía; valora su


trabajo ciertamente difícil y arriesgado, pero tiene en general una opinión desfavorable
de su eficacia por entender que las cifras de la criminalidad desbordan las posibilidades
y recursos policiales. También tiene una idea incierta de sus tareas. La policía es todavía
una gran desconocida para el público, porque aquélla tampoco hace grandes alardes de
acercarse a él y de explicarle su trabajo y sus dificultades.
Como los jueces, la policía se ha mantenido tradicionalmente aislada de la so-
ciedad en base a una particular concepción de su función, que ya no se aviene al
signo de los tiempos. Este panorama va cambiando progresivamente. El reciente
reconocimiento de la sindicación policial está teniendo la virtualidad de una relación
más directa de la policía con la comunidad, en opinión de Ballbé y Giró (1978, 25),
436 SOCIOLOGÍA DEL DERECHO

al hacer uso de los derechos ciudadanos y convertirse en un grupo más de opinión dentro
de la sociedad.
En las investigaciones sobre la imagen de la policía en el público las respuestas son
divergentes. M. Brodgen (1982,200 y ss.) ha recogido una serie de investigaciones en las
que la policía aparece ocupando los primeros puestos en las listas de preferencias de los
encuestados en varios conceptos: prestigio profesional, criterios éticos y eficiencia. Refi-
riéndose a la sociedad japonesa, Masayuki Murayama (1993, 160) advertía la diferente
percepción de la policía y la sociedad acerca de las tareas propias de la policía; ésta en-
tendía que su trabajo consistía en la aplicación de la ley y los ciudadanos esperaban que
fueran además agentes de paz y de servicios sociales; distinta percepción que podía pro-
vocar un distanciamiento entre el público y la policía. En Europa y en las sociedades
avanzadas estas diferencias son más débiles, porque está más consolidada la idea de ser-
vicio social como función propia de la policía.
La visión y opinión que acerca de la policía tiene el público depende también
del carácter del sistema político. Difiere lógicamente la imagen proyectada por la
policía de un país democrático y homogéneo de la imagen de la policía de un país
colonialista o que apoya su poder en un régimen político autoritario; en este último
la policía suele tener una pésima fama en las capas humildes, y más aún en las et-
nias y marginados. John D. Brewer (1994, 350-352) indicaba una serie de reformas
para la policía de Sudáfrica, que escandalizaría a la mentalidad occidental por pare-
cer imposible, a la altura de nuestro tiempo, que tales reformas, tan elementales,
aún no se hayan aplicado.
Otra variable que influye en la imagen de la policía en el público es el ejercicio poli-
cial de la fuerza. La percepción de la fuerza policial es ambivalente y despierta grandes
controversias; es ambivalente porque el uso de la fuerza policial tanto puede servir para
protegernos de otros como para ser empleada contra nosotros mismos; es controvertida,
porque las encuestas constatan opiniones para todos los gustos: unos consideran que la
fuerza nunca debe emplearse y admiran a los bobys ingleses; otros piensan que se debe
emplear la fuerza estrictamente necesaria; algunos alaban los efectos intimidatorios de la
fuerza policial, etc., etc. En conclusión, el ejercicio de la fuerza tanto sirve para mejorar
como para empeorar la imagen pública de la policía.
Consciente de este problema, P. A. Waddington (1991, 266-269) propone una «polí-
tica de la fuerza policial», que dé lugar a que los representantes políticos regulen el uso de
la fuerza de la policía para que ésta incorpore una mayor legitimidad social y para evitar
una excesiva discrecionalidad de los poderes ejecutivos.

3.2.5. La impunidad de la policía

También son numerosos los trabajos de campo sobre las infracciones de la policía,
las quejas sobre la misma y las encuestas: A. Reiss (1971), P. K. Manning (1977), las
famosas etiquetes del Canadá (1981), D. Langlois (1971), etc. La conclusión de estos
trabajos es que son escasísimas las quejas que prosperan y muy raros los casos en que
los jueces y fiscales abren expedientes contra los policías. A ello se añaden las lógicas
reservas de los ciudadanos para recurrir contra sus policías. Quizá por ello algunos
defienden la implantación de un recurso ya estrenado en los países más avanzados: los
comités integrados por la policía y una representación ciudadana, al estilo de un jurado
mixto, como tribunal de primera instancia. Con este proyecto se evitaría hasta cierto
SOCIOLOGÍA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS 437

punto el poco estímulo de jueces y fiscales para incriminar a quienes son sus auxiliares en
el trabajo.
Sin embargo, la no incriminación de la policía puede obedecer a otras razones dis-
tintas a las puramente intimidatorias, como las destacadas por J. DeSantis (1994, 291-
297), que atribuye la impunidad de la brutalidad de la fuerza policial, de la que pone
muchos ejemplos y casos conocidos en Estados Unidos, a un problema cultural y a la
complicidad del público en general; no es tanto un problema de temor a las consecuen-
cias de las denuncias, sino de convicciones de los mismos ciudadanos.

3.2.6. La evolución de la policía

La policía del futuro pasa por la instauración de nuevos vínculos sectoriales y orgá-
nicos. Vínculos entre las policías sectoriales y vínculos entre las policías de los distintos
niveles territoriales, desde la policía local a la policía internacional. B. Hebeton y T.
Thomas (1995, 208) vaticinan un futuro policial en el que se producirá una bifurcación
entre pocas organizaciones centralizadas a nivel nacional e internacional y numerosas
organizaciones descentralizadas y fragmentadas a nivel local. A esta fragmentación pue-
de contribuir, sin duda, el fenómeno cada vez más extendido de la policía privada, ocu-
pando los huecos de seguridad que no puede cubrir la policía oficial o pública. La frag-
mentación se produce en la esfera de la organización, del personal y de las tareas o fun-
ciones.
Una crítica extendida en los investigadores policiales es la acusación de excesiva ri-
gidez en la estructura y funcionamiento del aparato policial. Uno de los más exigentes, D.
Bayley (1994, 158), condensa la problemática de la policía en un grave error: «la autori-
dad policial dimana de los rangos, y los rangos no están conectados con las necesidades
de la organización». Esta frase describe la situación de la policía de la actualidad, que él
considera debe ser modificada, para que se creen distintos niveles funcionales y una dis-
tribución lógica de la policía en la realización de tareas específicas. Los niveles funciona-
les serían los de diagnosis, planificación y dirección.
Creo que el programa de Bayley sería aplicable a la policía en general de los
diferentes países. A unos más que a otros. Hay policías muy distantes de este programa,
como son las policías tercermundistas, y otras, las de los países desarrollados, más cerca-
nas. Siguiendo y ampliando la orientación de Bayley, los aspectos de este nuevo sistema
de organización policial serían los siguientes: a) niveles funcionales en razón de las nece-
sidades concretas; b) preparación específica de los policías para el desarrollo de funcio-
nes concretas en un proceso de formación prolongada; no todos los policías tienen que
estar preparados para realizar las mismas tareas; c) relaciones de las distintas agrupacio-
nes funcionales entre sí dentro de un mismo nivel y con los niveles superiores: supresión
de los compartimientos estancos; d) toma de decisiones compartidas tras el informe de
expertos de los diversos niveles funcionales, y e) sistemas de controles internos que velen
por la eficacia de los servicios. Éstos serían los principios de este modelo policial: fun-
cionalidad diversificada, preparación específica del personal, interconexión de niveles y
agrupaciones, compartición de decisiones y autocontrol.

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