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Capítulo I. Apariencia y realidad.

Russell comienza preguntando a sus lectores: “¿Existe algún conocimiento en el mundo que pueda
ser tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él?”

En este capítulo inicial, describe una escena: "Ahora estoy sentado en una silla, enfrente de una
mesa que tiene cierta forma, sobre la que veo hojas de papel escritas." Todos estos "hechos" son
fácilmente cuestionables. Russell intenta averiguar cómo el conocimiento de esto es posible.

Se centra en un ejemplo: la mesa que está frente a él. Considera que al sentido de la vista, tiene un
único color. Para el tacto debe ser lisa, fría y dura y en cuanto al sonido que emite la madera, es
siempre el mismo. Sin embargo, el color de esta es variable y tiene diferentes formas (regular,
oblonga…) dependiendo del punto de vista desde el cual sea observada. La aparición de muchos
colores contradice nuestra suposición. Y si analizamos con un microscopio la estructura de la
mesa, nos daremos cuenta que realmente no es tan lisa como pensábamos, y que el sonido que
emita la madera dependerá del objeto con el que entre en contacto.

Ya que parece claro que no hay dos personas que puedan compartir un punto de vista idéntico,
Russell registra una duda en cuanto a si un color real de la mesa existe. Establece que cuando nos
referimos al color de un objeto, en realidad nos referimos a algo que se percibe desde la
perspectiva habitual de observador. Sin embargo, afirma que no hay ninguna razón para suponer
que la perspectiva habitual, se deba considerar real. Por lo tanto, las sensaciones no se fijan por
una realidad, sino por lo que aparentan ser y esto depende del punto de vista desde el que se
observen. Estas observaciones hacen que Russell establezca la diferencia entre apariencia y
realidad, entre lo que las cosas parecen ser y lo que son.

La realidad de la mesa (si existe o no), depende de las informaciones sensoriales, que no es lo
mismo que “sensaciones”. Las informaciones sensoriales es todo aquello que percibimos a través
de los sentidos (dureza, textura, sonido..) y la sensación “es aquella experiencia que obtenemos
cuando nos damos cuenta de estas cosas.” La sensación no revela directamente la realidad de un
objeto como la mesa, porque esta dependerá de la persona (no todos tenemos las mismas
sensaciones). Por tanto, la realidad de la mesa no está disponible a través de los sentidos, Russell
se pregunta cómo podemos saber que existe una mesa real y qué tipo de certeza que podemos
tener.

El siguiente problema que se plantea es comprender cómo la mesa real, si la hay, se refiere a
nuestra información sensorial. La primera pregunta que se plantea es "¿existe una mesa real?” y si
es así, “¿qué tipo de objeto puede ser?" Teniendo en cuenta que se conoce como mesa un objeto
físico, esto conllevaría a que se le denominase “materia”. Y ahora la cuestión de Russell es “¿existe
la materia?” y "si es así, “¿cuál es su naturaleza?" Russell considera una posible respuesta la idea
que sustentaba el filósofo Berkeley, que los objetos físicos no existen, son solo pensamientos,
productos mentales y por tanto, que la materia no existe. Sin embargo, los argumentos de
Berkeley ofrecen una visión filosófica más extrema, que va más allá de la realidad del hombre,
considera la mesa “real” como una idea en la mente de Dios.

En este punto, Russell aporta una importante distinción entre los significados de la palabra
"materia". La materia es algo opuesto a la mente, algo que ocupa un espacio en el mundo.
Berkeley niega este sentido de la materia. Berkeley cree que hay algo que persiste cuando
cerramos los ojos o salimos de una habitación. Sin embargo, cree que esta “existencia” depende
de una mente. Pero esta existencia no depende de nosotros si no de la mente de Dios. Otro
filósofo, Leibniz sostuvo que los objetos físicos del mundo sólo dependen de ser observado por
alguna entidad, no necesariamente de Dios.

La opinión de Berkeley de que no hay "nada aceptable como real, salvo mentes y sus ideas" y la de
Leibniz que creía que “lo que aparenta ser materia es realmente un conjunto de más o menos
mentes rudimentarias” son sólo un ejemplo de idealismo, negaban la materia porque se
contraponía a la mente.

Russell concluye diciendo que lo único que sabemos sobre la mesa es que no es lo que parece ser,
que las posibilidades que establece la ciencia, Berkeley y Leibniz nos infieren a cuestionarnos si la
mesa existe o no del todo. Nos plantea dudas.

“La filosofía, si no puede responder a todas las preguntas que nosotros deseáramos, tiene al
menos el poder de hacer las preguntas que incrementan nuestro interés por el mundo.”

Capítulo II. La existencia de la materia.

En este siguiente capítulo, Russell aborda una importante cuestión sobre la materia. Él se dispone
a decidir si podemos estar seguros de que la materia existe o si hay que admitir que la materia es
algo imaginado. El criterio que sigue es asegurándose de la existencia independiente de los
objetos físicos. El objetivo ahora es establecer que la mesa existe independientemente de nuestra
percepción de ella, que si nos alejamos de ella, la mesa aún está allí.

Inicialmente, Russell nos recuerda que mientras estamos dudando de la existencia física de un
objeto, no estamos dudando de la información sensorial que nos hizo pensar que había una mesa.
Russell sostiene que no se puede demostrar que no estamos soñando, que es posible que nos
encontremos solos en un desierto y que todo lo que nos rodea incluidas las personas y sus mentes,
son producto de nuestra imaginación, pero también sostiene que no hay razón para suponer que
esto sea cierto.

Llegado a este punto, el autor hace referencia a la Duda Metódica propuesta por Descartes. Este
no creía en nada que no fuera claro. Se imaginó la posibilidad de una realidad desordenada,
engañosa. Descartes considera la posible existencia de un demonio tramposo ya que no había
nada que pudiera demostrar lo contrario, pero también propone que este puede también no
existir. Sin embargo, Descartes consideró que no podía darse el caso de que él mismo no existiera,
porque si él no existía, entonces no podía ser engañado por un demonio. Dado que dudaba,
necesariamente existía. Russell extrae el concepto de que "las cosas subjetivas son las más
seguras."

La idea de experiencia pública frente a experiencia privada es otro aspecto al que hace mención el
autor. El hecho de que un grupo de personas estén viendo los mismos objetos, no significa que los
vean de la misma manera, esto dependen de la posición en que se encuentre cada una de las
personas, ya que verán las cosas ligeramente diferentes. Estos son los llamados "objetos neutros
públicos”. Pero Russell destaca que si hemos admitido las experiencias de otras personas, hemos
cometido un error. Ya que estas personas son solo producto de nuestro pensamiento. Sostiene
que no existe impedimento para suponer que la vida es un sueño pero tampoco existe alguna
razón para poder afirmar que esto es cierto.

Russell analiza el ejemplo de la supuesta presencia de un gato en una habitación. Él simplemente


no existe cuando uno no lo ve. Además es fácil deducir que este desarrolle hambre entre comida y
comida. Pero si no existe de forma independiente y sólo existe como una hoja de datos de los
sentidos, entonces la idea de “gato hambriento” es ininteligible. El autor traspasa ese ejemplo al
comportamiento que tenemos respecto a la existencia de las personas. De ellas percibimos datos
sensibles y creemos que está expresando sus pensamientos, de la misma manera que pensamos
que estas lo hacen cuando nosotros transmitimos datos sensibles. Por tanto, es difícil imaginar que
la persona no existe independientemente. Aquí Russell descarta la hipótesis de que nuestra noción
de la realidad son solo sueños.

Russell señala que sólo hemos dudado del mundo exterior porque no es idéntico a nuestros datos
de los sentidos. Sin embargo, los objetos físicos aún parecen corresponder a nuestros datos de los
sentidos. Esta creencia instintiva simplifica nuestra forma de pensar acerca de nuestras
experiencias, en lugar de complicarla.

Termina el capítulo reconociendo que el argumento a favor de la simplicidad es tal vez muy débil.
En pocas palabras, concibe una teoría sobre el carácter jerárquico del conocimiento. Él autor
concluye diciendo que todo conocimiento, debe ser construido sobre nuestras creencias
instintivas. Pero mucha personas, bien sea por el hábito o la asociación, se enredan con otras
creencias, que resultan no ser realmente instintivas, pero falsamente supone que es parte de lo
que se cree por instinto."

Capítulo III. La naturaleza de la materia.

En el tercer capítulo, Russell aborda la cuestión fundamental propuesta desde el primer capítulo.
Él nos pide que consideremos cuál es la naturaleza de ese algo independiente.

En primer lugar, se analiza la respuesta hipotética ofrecida por la ciencia física. La ciencia física
reduce los fenómenos naturales como la luz, el calor y el sonido a "movimientos de onda". Un
cuerpo compuesto de materia emite una onda que viaja a un observador. Ahora Russell presenta
una comparación entre esta visión y la nuestra, de la cual sabemos que no percibimos
movimientos ondulatorios. Es posible imaginar a un hombre ciego comprender la definición
científica del movimiento ondulatorio. Sin embargo, él no puede saber lo que conocemos
directamente, lo que no se puede capturar con palabras. Bertrand aclara esta distinción entre la
visión científica y la derivada de la experiencia directa. Él dice que los colores y los sonidos son los
fenómenos de la experiencia y están ausentes del mundo científico de la materia.

Por otra parte, también afirma que el espacio conocido por la vista y el espacio conocido por el
tacto es diferente. Y que mientras los espacios privados ofrecen diferentes representaciones de un
objeto, el espacio público sólo ofrece un consistente. Aunque parecen diferentes, Russell
concluye, con que los dos tipos de espacio parecen estar conectados.

En este capítulo, se adquiere una mejor comprensión de que los objetos físicos no parecen
exactamente igual que nuestras informaciones sensoriales, y que el mundo físico parece ser el
causante de los datos de los sentidos y la experiencia privada. En todos los casos, incluido el
sonido y el olor y el sabor, parece que percibimos algo cuando nuestro cuerpo está en una
posición adecuada en el espacio en relación con el objeto; nuestras sensaciones dependen de las
posiciones relativas de nosotros mismos y el objeto.

Russell dice que el reloj es una guía insegura. Cuando estamos sufriendo un dolor o o estamos
aburridos, el tiempo pasa muy lentamente comparado a cuando estamos felices u ocupados.
Parece entonces un tiempo distinto, al igual que el espacio público y privado. Nuestra percepción
del "orden temporal", en el que ocurren los hechos, parece corresponder a una orden real.

Capítulo IV. Idealismo

La doctrina del idealismo sostiene que todo lo que existe debe ser en cierto modo mental. El
carácter de esta doctrina se opone a nuestro punto de vista común, creemos que la mesa o el sol
están hechos de algo muy diferente de lo que llamamos "mente" o "nuestros pensamientos". En
comparación con la opinión de sentido común, el idealismo es claramente más difícil de creer.

Este capítulo revisa las bases sobre las cuales se construye la noción del idealismo y comenta
algunos argumentos esgrimidos por Berkeley. La realidad fue producto de alguna mente, y
cualquier "cosa", no en alguna otra mente no existe.

Berkeley admitió la creencia en un mundo externo independiente de los seres humanos. Su


filosofía consistía en que el mundo y todo lo que existe en él es una idea en la mente de Dios.
Nuestras mentes participan en las percepciones de Dios, y por lo tanto las percepciones diferentes
del mismo objeto son variables pero similares porque provienen de un único sujeto, Dios. Russell
responde al idealismo de Berkeley con una discusión sobre la palabra "idea". Afirma que Berkeley
genera un uso de la palabra que hace que sea más fácil de creer los argumentos presentados por
el idealismo. La discusión sobre el objeto está en nuestra mente, no en este en sí.

Berkeley se refiere a dos cosas diferentes usando la misma palabra, "idea". Una de ellas es la cosa
de la que nos damos cuenta, como el color de la mesa, y el otro es el acto de la aprehensión.
Estamos de acuerdo en que las cosas que aprehendemos son ideas. Russell llama a este juego de
razonamiento una equivocación inconsciente.
Finalmente, rechaza el argumento que Berkeley hace sobre el idealismo.

Capítulo V. Conocimiento directo y conocimiento por descripción.

Russell dedica este quinto capítulo a una elucidación del conocimiento de las cosas. Asimismo
distingue dos tipos de conocimiento: el conocimiento de las cosas (directo) y el conocimiento por
descripción. El conocimiento directo se produce sin ningún tipo de inferencia, es independiente de
cualquier conocimiento de verdades, podemos estar al tanto de algo inmediatamente sin saber
nada de verdad en ello.

El otro tipo de conocimiento de las cosas se llama conocimiento por descripción. Cuando decimos
que tenemos conocimiento de la propia mesa, un objeto físico, nos referimos a un tipo de
conocimiento que no sea conocimiento inmediato, directo. El conocimiento por descripción se
basa en algo con lo que estamos familiarizados, nos permite inferir el conocimiento sobre el
mundo real a través de las cosas que pueden ser conocidas por nosotros, cosas con las que
tenemos conocimiento directo. De acuerdo con este esquema, el conocimiento directo constituye
el fundamento del conocimiento por descripción.

Russell resume nuestro conocimiento diciendo que este radica en la memoria de las cosas que han
sido o bien datos de los sentidos exteriores o del sentido interno. Todos los objetos de
conocimiento son particulares, cosas concretas y existentes. Russell advierte que también
podemos tener conocimiento de las ideas abstractas, generales llamadas universales.

Russell asigna el resto del capítulo a explicar cómo la complicada teoría del conocimiento por
descripción realmente funciona. Las cosas más llamativas que son de nuestro conocimiento por
descripción son objetos físicos y las mentes de otras personas. Nos acercamos a un caso de tener
conocimiento por descripción, cuando sabemos que existe un objeto que responde a una
descripción definida, aunque no están familiarizados con dicho objeto. Russell ofrece varias
ilustraciones al servicio de la comprensión del conocimiento por descripción. Afirma que es
importante para entender este tipo de conocimiento, porque nuestro lenguaje utiliza depende en
gran medida de ella. Cuando decimos palabras comunes o nombres propios, en realidad estamos
confiando en los significados implícitos en el conocimiento descriptivo. El pensamiento connotado
por el uso de un nombre propio sólo puede realmente ser explícitamente expresada a través de
una descripción o proposición.

A continuación el autor comenta algún ejemplo con el fin de explicar más exhaustivamente el
tema del cual hace mención. También, para distinguir útilmente detalles menores de las ideas
universales, Russell propone el ejemplo de "el más longevo de los hombres.
Capítulo VI. Sobre la inducción.

El tema al que hace mención Russell en este capítulo es el conocimiento por inducción. Él ha
establecido hasta ahora que estamos familiarizados con nuestras informaciones sensoriales. Con
el fin de sacar conclusiones, hay que saber que "la existencia de un tipo de cosa, ‘A’, es un signo de
la existencia de otro tipo de cosa, ‘B’” La existencia de un trueno por lo general significa que el
rayo ha llegado poco antes.

Nuestra expectativa de que el sol saldrá mañana es un caso esencial para Russell. Tal expectativa
es habitual. Aunque no existe una prueba sencilla, se compromete a encontrar una fuente de
creencia general que justifique nuestras expectativas. Es obvio que estamos seguros de que el Sol
saldrá mañana porque ha sido así cada mañana, esperamos el futuro basándose en el pasado o
bien, apelamos a las leyes del movimiento. Un cuerpo en rotación, seguirá el mismo transcurso
que siempre ha hecho. Para ello, Russell reformula la pregunta inicial: ¿qué razón tenemos para
suponer que una ley del movimiento se mantendrá?

La incertidumbre acerca de las expectativas por las cuales vivimos nuestras vidas diarias, tales
como la expectativa de que no vamos a ser envenenado por el pan en nuestra próxima comida, es
una posibilidad. Russell intenta mostrar a continuación que nuestras expectativas no son del todo
fiables.

El autor asegura que creemos que todo lo que ha sucedido o sucederá es una instancia de una ley
general a la que no hay excepciones. También encontramos esta actitud en el ámbito de
investigación científica. La ciencia frecuentemente asume que las reglas generales que tienen
excepciones pueden ser sustituidas por reglas generales. Sin embargo, la uniformidad de la
naturaleza es una suposición que no puede ser probada. Se cumple para todos los casos en el
pasado, pero no hay forma de saber si se mantendrá constante en el futuro. A pesar de muchas
repeticiones, el resultado podría cambiar incluso en el último momento.

Las expectativas de futuro que podemos asegurar se basan en que si ‘A’ significa la ocurrencia de
‘B’ y esto ocurre constantemente, lo más probable es que siga siendo así en el futuro, equivale a
casi una certeza. Russell formula estas observaciones en dos partes, destacando el principio de
inducción.

En primer lugar, cuando una cosa de cierto tipo A ha sido encontrada para ser asociada con una
cosa de una cierta otra clase B y nunca se han disociado, mayor es la probabilidad de que se
asociarán en un nuevo caso.
Este principio se aplica a la confirmación de las expectativas, que A y B "se asociarán en un nuevo
caso". El principio puede ser formulado de esta manera: que cuanto más se encuentre asociado A
con B, lo más probable es que A esté siempre asociada con B. Si una ley general es cierta, entonces
los casos particulares se deben tener en cuenta de igual manera. Sin embargo, los casos
particulares pueden ser ciertos, sin que la ley general lo sea. Por lo tanto, la verdad de un caso en
particular es más probable que la verdad de una ley general. Pero por lo general, la humanidad
siempre ha tendido a fiarse más de la ley general, esto no quiere decir que los casos de asociación
se den siempre, a menos que el principio inductivo sea asumido.

Capítulo VII. Sobre nuestro conocimiento de los principios generales.

La finalidad de este capítulo es explicar los principios generales que funcionan de manera similar al
principio de inducción. El conocimiento de estos principios no puede ser probado o desmentido
pero aún así puede alcanzar el mismo grado de certeza que el conocimiento por experiencia
directa.

Un ejemplo claro de esta realización se lleva a cabo con la operación aritmética: "dos más dos son
cuatro". En primer lugar, nos aferramos al hecho de que es esto verdad, pero posteriormente
vemos que se aplica en otro caso particular, entonces tarde o temprano, somos capaces de ver la
verdad general de que la afirmación es cierta para cada caso particular. Russell continúa diciendo
que la misma práctica se produce con principios lógicos.

Russell toma el ejemplo de dos hombres discutiendo sobre que día del mes es. La conclusión a la
que se llega es esta:

1. Si ‘A’ implica ‘B’.

2. Y ‘A’ es verdadera.

3. Entonces ‘B’ será verdadera

Es decir, si una proposición inicial es verdadera, la que le precede también lo será, es un principio
ejercido por la deducción, no por la experiencia.

Hay una serie de principios lógicos como el descrito anteriormente. Russell enumera tres
esenciales llamados “LEYES DEL PENSAMIENTO”. La primera es la ley de la identidad, que
establece que: “lo que sea que es, es" La segunda, la ley de la contradicción, sostiene que "nada
puede ser y no ser." Y la tercera, la ley del medio excluido dice que "todo debe ser o no ser".
Llamar a estos principios "leyes" es engañoso porque nuestro pensamiento no tiene que ajustarse
a ellos de ninguna manera. Llamarlos leyes sirve para reconocer su autoridad, las cosas que
observamos se comportan de acuerdo con ellas.
Después de preparar las bases de los principios generales, Russell comienza un análisis
comparativo entre dos escuelas de pensamiento. La controversia entre los empiristas y los
racionalistas. Los empiristas creen que nuestro conocimiento procede de la experiencia, mientras
que los racionalistas sostienen que además de la experiencia, existen unas “ideas innatas” que
conocemos independientemente de la experiencia. En esto, tenían razón los racionalistas.

Debemos partir de casos concretos para desarrollar los principios generales. Russell afirma que la
creencia racionalista en "principios innatos" es ahora más precisa conocida como "a priori" del
conocimiento. Por lo tanto, aunque admitimos que todo el conocimiento es causado por la
experiencia, podemos entender el conocimiento “a priori” como independiente ya que la
experiencia no lo prueba.

Otra forma en la que nuestro entendimiento está de acuerdo con la teoría empirista está en la
posición de que nada puede ser conocido si no es por experiencia. En contraste con los empiristas,
los racionalistas creían capaz de deducir la existencia de algo en el mundo sólo desde la
consideración general en cuanto a lo que debe ser. Un conocimiento “a priori”, que es el que más
se asemeja a la de la clase de verdad independiente que los racionalistas tenían en mente. Russell
dice que estas proposiciones son puramente hipotéticas, dando conexiones entre las cosas que
existen o no existen, pero no les atribuyen una existencia real. Se requiere el conocimiento de que
la primera es verdadera, cuando esta condición se cumple, entonces el principio “a priori” es
verdad.

La matemática pura es otro tipo de conocimiento “a priori”. Los empiristas negaron esta
posibilidad, alegando que la experiencia fue una fuente esencial de nuestro conocimiento
matemático.

Además de las otras conclusiones a las que llega Russell, él toma el ejemplo clásico de la
deducción: "Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal".
Russell sugiere que el mejor conocimiento que tenemos acerca de que los hombres son mortales
es realmente que algunos ciertos hombres, "A, “B”, “C", fueron mortales. Sabemos esto porque
han muerto. El argumento es más cierto si la inducción se aplica en lugar de la deducción, porque
si Sócrates es mortal y es hombre, por inferencia decimos que todos los hombres también lo son.
Aun así, el método inductivo es siempre teóricamente preferible.

Capítulo VIII. Cómo es posible un conocimiento a priori.

En este capítulo se ofrece una valiosa parte del trabajo del filósofo alemán Immanuel Kant. Kant
desarrolló una filosofía crítica, que asume que el conocimiento existe y trató de comprender el
carácter de ese conocimiento y cómo es posible.
El concepto tradicional de que el conocimiento “a priori” era necesariamente analítico, da a
entender que el predicado estuvo siempre implícito en el sujeto. Un ejemplo es la afirmación: "Un
hombre calvo no es calvo." Antes de Kant, la ley de la contradicción, de que "nada puede ser y no
ser", fue suficiente para demostrar la verdad que el conocimiento a priori no se encuentra
implícito en el conocimiento analítico, ya que no es necesario analizar este caso para saber a
primeras que es imposible que se cumpla que un hombre puede ser calvo y no serlo.

Hume fue un importante precursor de la obra de Kant. Hume reveló que muchos casos de
conocimiento analítico, el caso más llamativo es el de causa y efecto, eran en realidad sintéticos.
Hume argumentó en contra de la creencia tradicional racionalista que “efecto” podría ser
lógicamente deducido de la “causa”, y llegó a la conclusión de que nada puede ser conocido a
priori acerca de la relación entre causa y efecto. En respuesta al pensamiento escéptico de Hume,
Kant (cuyo pensamiento deriva de orígenes racionalistas) alegó que había muchas otras
propuestas, (además de la causa y el efecto que había fallado como verdad analítica). Sostuvo que
las proposiciones aritméticas y geométricas, también son sintéticas ya que el significado del
concepto predicado no está incluido en el significado del concepto sujeto. Su ilustración notable
fue la declaración "7+5=12". En sí mismos, ni siete ni cinco contienen la idea de 12. Estas
observaciones le permitieron hacer una distinción entre lo a priori y no analítico. Kant llegó a
afirmar que Todas las matemáticas puras, aunque son a priori también son sintéticas. a Kant
entonces analiza cómo ese conocimiento, a priori y sintético, era posible.

Otras escuelas de filosofía han intentado responder a esta pregunta. Los empiristas dependían de
la experiencia para llegar al conocimiento matemático puro, a través de la repetición de casos. Ya
hemos admitido que esta respuesta es errónea, ya que es posible comprender la afirmación de
que "dos y dos son cuatro", a través de la reflexión sobre un caso.

Kant separa nuestra experiencia en dos elementos: el elemento debido al objeto físico y el
elemento debido a nuestra propia naturaleza. Para él, el objeto físico, la cosa en sí es
incognoscible. Lo que podemos saber es el "fenómeno", el objeto de nuestra experiencia. El
fenómeno es producto de la cosa en sí. Así, a medida que entra en nuestra experiencia, el
fenómeno adquiere características que "se ajustan a nuestro conocimiento a priori". Por lo tanto,
este conocimiento no puede ser válido fuera de nuestra experiencia.

El principal defecto que Russell se encuentra en la teoría kantiana del argumento de un


conocimiento a priori es la importancia que le da Kant a la naturaleza del observador. Al igual que
en la percepción kantiana del a priori, otros filósofos con frecuencia suponen que tiene más que
ver con algo mental, la forma en que pensamos sobre el mundo más que cualquier hecho al
respecto. Russell formula una analogía con la Ley de la Contradicción. A partir de la ley: "Nada
puede ser y no ser". Estamos convencidos de este principio, no a través de la observación externa,
sino a través del pensamiento. Tome la siguiente afirmación: "Si un árbol es un haya, no puede no
ser un haya." En esta hipótesis, vemos un árbol que comprobamos que es un haya, y no
necesitamos volver a mirar para comprobar que no es un haya. Lo hacemos por el pensamiento.
Sin embargo, debemos entender que la ley de la contradicción es una ley sobre las cosas, no sólo
acerca de los pensamientos. El principio aplicado anteriormente se trata de determinar la
existencia de algo. La ley no se aplicar a nuestros pensamientos, si pensamos que algo es un haya,
no se trata de que no podemos pensar que tampoco es un haya. La ley no es una ley del
pensamiento.

Los juicios a priori se entiende de manera análoga. Por cierto el ejemplo propuesto por Russell de
"dos y dos son cuatro" no es cierto debido a nuestra naturaleza, como Kant cree.

Russell termina su investigación sobre el conocimiento a priori con la observación de que nuestro
conocimiento al respecto se refiere a cosas que no parecen "existen, tanto en lo mental como en
el mundo físico". La calidad de la vida que ellos tienen es la calidad asignable a las cualidades y
relaciones. En la frase: "Yo estoy en mi cuarto", "Yo" y "mi cuarto" existen y que esto no depende
de nada más. Russell dice que las relaciones deben ser puestas en un mundo que no es ni mental
ni físico, un mundo importante para la comprensión de un conocimiento a priori, que desarrollará
en el siguiente capítulo.

Capítulo IX. El mundo de los universales.

La filosofía platónica expresó por primera vez el mundo de los universales. Aquí, Russell menciona
la Teoría de las ideas. Entender lo universal o lo que Platón denomina una "idea", ayuda en la
comprensión de una discusión más amplia que plantea Russell. Desde el capítulo anterior vimos
que las relaciones son factores importantes en la teoría del conocimiento. Russell llegó a la
conclusión de que las relaciones tienen un ser que no es físico, mental o informaciones
sensoriales.

La Teoría de las ideas intenta averiguar como podemos entender las relaciones. Derivado de su
teoría, Platón consideró por primera vez el concepto de justicia. Platón decía que la justicia se
entendía a partir de actos comunes que compartían una misma esencia. Este método se puede
aplicar a cualquier otra entidad abstracta, como blancura. La esencia, aquello que es en cierta
manera, “universal (como plantea Russell) no puede ser igual a las cosas particulares, decimos que
las cosas particulares participan en la formación de la idea. Como no es algo particular, la “idea”
no puede existir en el mundo de los sentidos. Además no es momentánea ni cambia, es
indestructible y eterna.
Russell explora la forma en que normalmente se piensa en palabras comunes. Afirma que los
nombres propios significan particulares mientras que otros sustantivos, adjetivos, preposiciones y
verbos representan los universales. También afirma que el lenguaje humano habitualmente
implica al menos una palabra que denota un universal en cada oración.

¿Por qué, entonces, si tantas cosas dependen de los universales, solemos ignorarlos? Russell
afirma que el verbo y la preposición se han pasado por alto en la filosofía y que los análisis del
adjetivo y sustantivo han determinado la metafísica desde Spinoza. Russell describe la
consecuencia de este error: "Los adjetivos y los sustantivos comunes expresan cualidades o
propiedades de las cosas simples, mientras que las preposiciones y verbos tienden a expresar las
relaciones" entre las cosas. No reconocer el significado del verbo y las preposiciones resultaron en
una preocupación por la atribución de UNA propiedad a UNA sola cosa. Haciendo caso omiso de
las relaciones conduce a la creencia de que es imposible que haya una sola cosa en el universo,
una doctrina llamada "monismo", realizado por Spinoza y Bradley después. Una doctrina
alternativa "monadismo", realizada por Leibniz, afirmó que si hay más de una cosa en el universo,
las cosas no podrían interactuar juntas porque entonces estarían relacionadas y las relaciones son
imposibles.

Russell reconoce que no podemos probar que hay cualidades universales representadas por
adjetivos y sustantivos, mientras que podemos probar la existencia de relaciones. Si creemos en la
blancura, un universal, se dice que las cosas son tan blancas, ya que comparten una cualidad
abstracta de la blancura. La alternativa empirista indirectamente apela a lo abstracto universal.

Después, Russell establece que los universales no son mentales en naturaleza. Él sostiene que son
independientes del pensamiento. Él considera que la proposición "Edimburgo está al norte de
Londres” está claramente independiente de nuestro pensamiento. Esto significa simplemente
aprehendemos un hecho que existía antes de nosotros.

Russell concluye este capítulo diciendo que los pensamientos y sentimientos, la mente y los
objetos físicos existen. Sin embargo, los universales no lo hacen, sino que subsisten. Pero ambos
son importantes y reales.

En el capítulo siguiente Russell se encargará de examinar los universales y su relación con el


conocimiento “a priori”.

Capítulo X. Sobre nuestro conocimiento de los universales


En este capítulo, Russell estableció que tanto el conocimiento universal como el particular podían
ser conocidos directamente, por descripción o simplemente no ser conocidos por ninguno de los
dos.

El conocimiento de los universales que se conoce directamente puede ser aprehendido con poco
esfuerzo y parece estar más cerca del particular que cualquier otro universal. Si recibiésemos un
número ’x’ de informaciones sensoriales, sabríamos distinguir que estas tienen algo en común que
las relaciona, de esta manera Russell se familiariza con el universal relación. En este conocimiento
tanto las relaciones temporales, como las espaciales, están entre aquellas que conocemos
directamente.

El universal similitud es otro conocimiento directo. Relacionamos por ejemplo dos colores que se
asemejan.

El tema de los universales surgió de la consideración anterior de Russell de un conocimiento “a


priori”. Volviendo ahora al problema de cómo un conocimiento a priori es posible, Russell señala
que la proposición «dos y dos son cuatro" implica una relación entre dos elementos universales. A
partir de esto, se formula una propuesta tentativa, de que todo conocimiento a priori se refiere
exclusivamente a las relaciones de los universales.

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