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Mis manos se llaman conciencia y compromiso

CARLOS MEDINA GALLEGO


Docente-Investigador
Universidad Nacional de Colombia

En el marco de las operaciones militares que se adelantan en el sur de Bolívar


contra el Ejercito de Liberación Nacional, murió en un bombardeo este 14 de
mayo de 2020, el comandante de esta guerrilla, conocido con el nombre de
Fredy y apodado el MOCHO, del Frente de Guerra Darío Ramírez Castro, que
se había convertido para los habitantes de ese territorio en una leyenda, no
solo por su historia de vida, cargada de pobreza, carencia de afecto y heridas
de guerra, sino, en particular, por su forma de relacionarse con la población y
ayudarles a resolver sus problemas más vitales.

Las distintas rutas por las que me ha llevado la investigación sobre el conflicto
armado en Colombia, me permitió conocer y entrevistar a este personaje en
las entrañas de la guerrilla hace ya varios años, cuando se desempeñaba como
comandante de la compañía “Mártires y héroes de Taraza”. Fue una entrevista
cargada de vitalidad, risas y profundas heridas, familiares, personales y
emocionales de un ser humano que se forjo en la guerra llevado por las
circunstancias de pobreza, desagregación familiar, abandono y soledad.

La idea que yo me hice de él fue la de que era un buen ser humano atropellado
por las circunstancias de su existencia y, que su vida, no se diferenciaba
muchos de la de otros hombres y mujeres que hicieron de la guerra una forma
de vida. Me permito compartir con ustedes las notas de vida que ese
personaje sacadas de una entrevista que se dio por azar…

---“ Actualmente estoy en la compañía Héroes de Tarazá. Hace unos cuatro años yo era el
segundo de Tarazá. Ahorita ya asumí la responsabilidad de la primera estructura de mando
de la compañía. En eso estoy: desarrollando ese papel.
―Fredy, quisiera que me contara de qué región del país es usted; sobre su familia, cómo
está compuesta, de qué origen es, si es de origen campesino, de qué vivían; cómo se
desarrollaron los primeros años de su vida, cómo fue creciendo, en qué momento entró en
contacto con la guerrilla y cómo van los procesos de incorporación. Primero hablemos un
poquito de su origen y su familia.
―Mi familia es pobre y campesina. Hemos sido muy unidos; el núcleo familiar siempre se
ha mantenido. Por la pobreza hubo muchas dificultades en el núcleo familiar.
―¿De qué región son?
―Somos de San Martín de Loba. Demoramos un tiempo en San Martín de Loba y después
nos trasladamos a la zona de Norosí. Prácticamente nos criamos en Norosí.
―¿Su papá qué hacía?
―Mi papá era un tirador de machete. Empezamos con unas vaquitas: eran poquitas,
iniciamos como con seis vaquitas. De eso se hacía el quesito, salía la leche.
―¿Tenían un pedacito de tierra?
―Sí, mi papá tenía un pedacito de tierra. Recuerdo que mi papá tenía nueve vaquitas y le
tocó vender cuatro para terminar de pagarlo, para poder criarnos. Somos nueve hermanos:
cuatro hombres y cinco mujeres. Yo soy uno de los menores, soy el séptimo. Cuando mis
papás se separaron, algunos de mis hermanos se fueron con mi mamá y otros nos
quedamos con mi papá. Y comenzamos a luchar para lograr alguna estabilidad económica.
Mi papá sacó unas vaquitas a medias y logramos vender queso, el suero, la leche, a buen
precio. Mi madrastra, la señora que me ayudó a criar, era una mujer muy trabajadora, del
campo, y muy atenta con nosotros. Una noche, después de que todos nos habíamos
acostado, un ranchito empezó a arder, el de la cocina. Eran tres ranchitos: en uno dormía
el viejo, el otro era la cocina, y el otro era donde dormíamos nosotros. Se nos quemó todo,
todo. Nosotros, que estábamos dormidos, casi nos quemamos. Entonces nos llegó el
desánimo. Habíamos quedado sin ropa, sin nada, y teníamos que comenzar de nuevo. En
ese momento esa fue una tragedia muy grande. Pero los campesinos, los vecinos, nos
ayudaron rápidamente a hacer un rancho, una ramada. Ese mismo día cortaron madera e
hicieron el ranchito. Ahí en ese ranchito dormíamos todos. Y comíamos lo que nos
regalaran. Eso fue muy triste, y nos hacía mucha falta mi mamá. Ahí fue cuando comencé a
hacerme amigo de la guerrilla. Tenía yo unos doce años. Eso fue a finales de 1991.
―¿La guerrilla estaba por la región, pasaba, visitaba la casa?
―En ese entonces llegaban ahí a pedir colaboración, que les regaláramos unas gallinas, que
les vendiéramos otras…
―¿Se acuerda cuál era la estructura que los visitaba?
―Era el Solano.
―Solano Sepúlveda.
―Sí. Eran las compañías Simón Bolívar y Solano. En ese momento estaban en el proceso de
la Coordinadora Guerrillera, en esa transformación. Intercalando fuerzas con Caballero, con
Ezequiel, el viejo Raúl…
―¿Qué frentes operaban ahí: del ELN y de las FARC?
―El Frente 24 de las FARC, el Guevara. Fueron los primeros que conocí. Cuando el Guevara
se fue vino Caballero, cuando se hizo la intercalación de fuerzas para lograr la unidad. Y el
Solano. Operaba la compañía, pero había una unidad del Solano que recorría la zona en
cabeza del viejo Raúl. Yo me hice amigo de ellos porque les vendía el quesito, los huevos, la
leche, el mafufo…
―¿Qué es mafufo?
―Esos que llaman cuatro filos, como un platanito. Ahí comencé.
―¿Usted iba a la escuela?
―Sí, yo iba a la Escuela Normal. Yo estudié hasta los trece años; hice el quinto de primaria.
Mi papá nos dio el estudio. No estudiamos más porque no había recursos, y ya yo, que
estaba un poco resentido con los viejos, con la casa…
―¿Y por qué estaba resentido?
―Por el engaño que la vieja le había hecho a mi papá. Mi mamá era una mujer muy
hermosa, muy pispa, con un cuerpo muy bonito, y no sé, se le dio por cometer un error con
un tipo de por ahí, en una ocasión en que estaban peleados y ella se había quedado sola un
tiempito. Fue un error, pero no se dieron la oportunidad de arreglar el hogar por los hijos.
Entonces yo quedé resentido por eso y se me metió que tenía que irme con la guerrilla. Mi
papá me pegó varias veces. Yo les regalaba a ellos leche, huevos; ya me fui ilusionando con
esa vida, con la idea de las armas, del uniforme. Me causaba admiración cómo dormían en
los campamentos, todo eso…
―¿Y usted podía entrar a los campamentos?
―Sí. Yo era muy joven, como le digo, apenas de doce años. Me llevaban al campamento,
veíamos televisión; me trataban muy bien. No tengo quejas ni de los compañeros de las
FARC ni de los del ELN. Eran muy amables. Y nunca me convidaron a meterme en el
movimiento.
―¿Y por qué optó por incorporarse al ELN y no a las FARC?
―Ah, bueno, eso sí lo hice por Familia. Yo conocía a Familia y a un muchacho que le decían
Bolívar, y a Ezequiel. Ezequiel era muy cariñoso, muy especial. Y le pregunté que si en el ELN
daban salida, y me dijo que sí, y le pregunté que si en las FARC daban salida y me dijo que
no. Pregunté como pensando en prestar mi servicio y volver a la sociedad. Entonces uno
escoge el movimiento que le da la posibilidad de volver a la casa. De pronto, de haber tenido
los conocimientos que tengo hoy, habría sido también un fariano.
―¿Cuándo comenzó realmente el proceso de acercamiento y de incorporación al ELN?
―Es que yo estaba loco por hacerlo desde que comencé a ir al campamento, desde los doce
años. A mí me causaba admiración todo lo que hacían, cómo dormían… jugaban fútbol,
manejaban motos, manejaban carros. Y sobre todo, a mí no me hizo mala cara ningún
compañero, ninguno. A pesar de que, usted sabe, pelado es pelado. Siempre llegaba yo con
la bolsita y los muchachos me atendían bien, y también las muchachas. Todos. De la guardia
para adelante: “Entre”. Entonces yo entraba y ya me relacionaba con Familia, que era un
conocido de cuando yo era niño. Él me conocía a mí, conocía a mis padres; entonces le tenía
confianza. A él ara al que le daba el quesito, los huevos, la leche, y le decía a mi papá que
era que se me partían en el camino, le echaba mentiras. A él le recibí el mando. Tuvimos la
oportunidad de estar en ese núcleo. Él fue el primero y yo le recibí la responsabilidad. Nos
entendimos en la vida civil y acá también.
―Se dieron esos primeros acercamientos a la guerrilla, que fueron más bien de tipo
comercial, pero posteriormente tomó la decisión de incorporarse. ¿Cómo se produjo eso?
―Un día fui a llevarles una carguita de mafufo y yuca, y me quedé todo el día con ellos. El
viejo me dio una leñera: “Lo encuentra el ejército allá y lo van a matar por andar de sapo.
Si se va para allá porque cree que allá están todos los flojos, está equivocado, porque allá
es donde más se trabaja. Póngase más bien a estudiar. El que se incorpora a la guerrilla lo
hace de tiempo completo. Usted no me va a salir con que se fue y mañana va a volver aquí
a mi casa. Si es guerrillero es guerrillero”. Y me dio la leñera. Entonces quedé más resentido.
Eso me hizo tomar la decisión más rápido. Pero ellos no me aceptaban. Yo los abordaba en
el camino. Venían en la camioneta y yo los paraba: “Necesito hablar con el comandante.
¿Quién es?”. Y ninguno se identificaba. Nadie podía decir quién era el mando. Eso es muy
delicado. Finalmente me presentaron a Ezequiel: “Yo hablo con el joven”.
―Ezequiel en ese momento era el mando de la…
―De la Simón. Y segundo del Solano.
―El primero del Solano era Raúl.
―Sí. Y Juancho era el segundo. Pero ahí hacía la segunda Ezequiel. Trabajaban como en ese
equipito. Trabajan muy unidos ellos tres. Entonces me atendió. Me dijo: “No, necesitamos
que por lo menos cumpla trece, que se acerque a los catorce, porque la incorporación al
ELN es a los dieciocho, no se aceptan menores de edad”. “Pero yo vi a un peladito, ¿por qué
él está acá?”. “Porque a ese lo criamos acá. Cuando tenga catorce años me avisa. Y se
consigue una macheta, un porta, una cuchara, un pocillo, traiga unas botas, traiga dos
muditas de ropa, tráigase un bolsito, cobija, linterna, y cuando ya esté listo me contacta con
cualquiera de los muchachos que andan por ahí”. Yo jamás lo volví a ver. Y Se pasaron esos
años. Se pasaron los trece, me fui acercando a los catorce. Entonces mi papá le pidió ayuda
a otro señor e hizo una cosecha por allá en otra tierrita. Y al lado de esa cosecha estaba el
campamento de la guerrilla. Entonces ahí me encontré otra vez con Familia, después de
tantos días perdido. Y le volví a tocar el tema a Familia. Entonces él habló con un muchacho
y dijeron: “Hombre, sí, incorporemos al pelado. Se quiere unir a la organización. Hace
tiempo lo quiere hacer”. Ya tenía yo los catorce años. Me volé de la casa. Me robé las
cucharas, el porta, le robé la macheta a mi hermano, la cobija a una hermana, un bolsito en
mal estado, botas no tenía, tenía unas chanclas, esas que llaman mate’tigre, que me las
llevé… Para poder cumplir. Familia me dijo: “¿Te viniste para la guerrilla, peladito?”. Y yo:
“Sí, me vine”. “Bueno, tienes cinco minutos para que pienses. ¿Tú crees que estar aquí es
fácil? Estar aquí es duro. ¿Por qué te vas a venir a la organización?”. En ese entonces le
decían a uno que no se incorporara, que lo pensara bien, que ayudara a los padres. Eso
estaba bien. “Piensa cinco minutos y me avisas para devolverte para tu casa, porque
nosotros no queremos problemas con tu papá. Después te van a venir a buscar y va tocar
entregarte”. Y el man ahí cocinando, haciendo tinto en un fogón de leña. Cuando estuvo el
tinto me dio tinto. Me dijo: “Se pasaron los cinco minutos, ya no te puedes ir”. Y yo le dije:
“No, es que yo no me voy”. Eso fue a mitad de 1993. Ingresé al ELN a la edad de catorce
años. Así fue como comencé mi vida guerrillera. Muy tremendo. Hice hasta para vender:
usted sabe cómo son los pelados. Bueno, me devuelvo un poquito. Los primeros días de mi
vida guerrillera fueron muy lindos. Me comporté de maravilla. Los primeros cinco días.
―Colaboraba en todo.
―Sí. De ahí para adelante, compadre… Nos juntamos tres. Eso, la tapita era el uno y la
botella era el otro. Muñeca ventiada en ese campamento, revolcándonos, tirándole piedras
a la gente, nos mandaban para la guardia y no íbamos, eso era un despelote. Los guerrilleros
viejos decían “Jueputa, incorporar pelados a la guerrilla es una maricada que yo no
comparto. Estos hijueputas pelados solo quieren hacer los que les da la gana. Vamos a
matar a estos hijueputas”. Bravos esos guerrilleros viejos por todo lo que hacíamos; a veces
les ensuciábamos la ropa, les hacíamos desorden, les decíamos malas palabras, bueno…
Algunos nos correteaban para pegarnos, nos tiraban piedras, palos, a cascarnos duro para
que aprendiéramos, decían ellos. Éramos tres, uno como de dieciséis, otro como de quince
y yo de catorce. Alex y el Mono Giovanni. Alex es un traidor. El Mono Giovanni me imagino
que todavía se mantiene en el ELN. Fue fundador del Solano. Se incorporó niño: lo
recogieron de nueve años y ahí creció. Un gran muchacho. Entonces dijeron que había que
echar para la casa a uno o a dos. Me dijeron: “Bueno, usted se va a componer, o se va para
su casa o ya miramos”. “Ya miramos” era fusilarlo. Pero era para que cogiera miedo, yo
sabía que no me matarían. Entonces les dije: “O ya miramos”. Entonces mi comandante,
que era don Henry: “¿Ah, ya miramos? ¡Güevoncito, más bien váyase para su casa!”.
Entonces le dije: “No, no, yo no me voy a ir para la casa. Si usted me dice que me vaya para
mi casa entonces yo me voy para las FARC. De malas: ustedes no son la única guerrilla”. Así
pasó el tiempo. Fui creciendo, me hice hombrecito. Empecé a madurar como a los dieciséis
años, un poco más. A los diecisiete, dieciocho años nos encontramos con el viejo Pablo y
con el viejo Raúl. La última embarrada que hicimos fue botarle un café al viejo Pablo Beltrán.
Estábamos en unas montañas, en las Malvinas, por allá. Y el agua estaba lejos. Y se pega esa
enchichada el viejo: “Óyeme, mano. Me manda esos pelados por agua ya, mano, sin
linterna”. “No, eso está muy lejos”. “Yo no sé, mano: cómo bajan, suben; necesito el café”.
Y nos fuimos los dos por el agua. Por el camino armamos la pelea: “Usted fue el de la culpa”.
Y sumimos la olla. Volvimos bien entrada la noche con el agua del tinto. Ese viejo estaba
furioso. El viejo Pablo era más decente; el otro era más altanerito. El viejo Pablo me
preguntó si quería irme con él. Me hice el enfermo para no irme. Usted sabe que el
guerrillero es muy malicioso. Uno sospechaba cuándo el otro se iba a ir, porque empezaba
uno a ver el visaje, “que las comidas, que el desayuno esté temprano…”. Uno pensaba: “Va
a salir gente”. El día que me enfermé, ese día no se fue, se fueron otros. Como a los tres
días: “Que el desayuno, que esté temprano que va a salir una gente”. Y me enfermé: “Ay,
ay, ay…”. Con fiebre y dolor de cabeza. Para no irme.
―¿Y por qué no se quería ir con Pablo?
―No, no quería irme, yo quería estar ahí, con mi gente. Para mí eso era una guerrilla nueva
que yo no había visto, no tenía mis amigos para mis maldades, para mis cosas. Usted sabe
cómo es la juventud. Y ahí fui creciendo. En medio de muchas dificultades fui creciendo.
―¿En qué estructura? ¿El frente José Solano Sepúlveda?
―Sí.
―Al Lado de Raúl.
―Pues… era el comandante. Ahí estábamos nosotros. Hacíamos parte del Solano, pero
estábamos en la Simón; pero la Simón no la desprendía el viejo. Era su compañía. Él no
aceptó que fuera una compañía nacional y que podían estar andando para lado y lado. No.
―¿Cómo fue la formación militar en ese periodo?
―Fue una muy buena formación, porque el viejo metía sobre todo armamento popular. Yo
entré al combate en el año 95.
―¿Pero se había preparado para eso en alguna escuela, o qué?
―Sí, claro. Yo pasé en una buena escuela de combatientes. Las escuelas eran buenas, como
lo manda la ley de la organización. Primero me daba mucho miedo porque esos fusiles del
ejército sonaban muy duro. Eran G3. Yo estaba muy novato y corría con una escopeta que
tenía. Después fui perdiendo el miedo. Me cambiaron la escopetica por una carabina, una
M2. Y entonces ya quemaba los tiritos. Me llevaban a atacar a las navieras, los
remolcadores, los guardacostas, y ahí me fui haciendo, al lado de los duros, porque el Solano
tenía mucha gente brava. Me fui haciendo al lado de los bravos. Hasta que me fui ganando
mi reconocimiento: ya se sentían bien conmigo. Entonces soñaba con ser un hombre de
tropas especiales. Yo soñaba eso. Yo siempre oía hablar de las fuerzas especiales.
―¿Qué edad tenía? Porque las fuerza especiales exigen una edad determinada: solamente
el periodo entre los dieciocho y los veintidós años.
―Estaba muy joven: tendría apenas unos dieciocho años, y apenas unos cuatro años de
estar en el ELN. Estaba comenzando. Entonces yo soñaba con eso, con ser un valiente en el
combate, con ser sagaz, como lo llama el dicho. Y ahí me fui haciendo, hasta que en el año
99 me dieron la oportunidad. Bueno, en el año 95 ya me estaba proyectando para mando
de escuadra. En el año 95 la organización pasó a base 3: las escuadras eran de 12, y cuando
pasamos a base 3 dejaron las escuadras de 10, con primeros y segundos. Entonces allí me
dieron una oportunidad para que me fuera presentando de segundo. En el 96 sacaron al
muchacho que estaba de jefe de escuadra, y entonces asumí yo. Pero, aunque ya tenía un
poquito de experiencia en combate, me faltaban todavía muchos de los elementos que
requiere un conductor como manda la ley. Era todavía desordenado en algunas cosas, no
me tomaba las cosas muy en serio. Si un pelado no me iba a la guardia, entonces yo iba y le
entregaba la responsabilidad al comandante Giovanni o a Ezequiel; les decía: “No, mano,
yo no quiero ya ser comandante de aquí: estos hijueputas pelados no hacen caso, son muy
indisciplinados. No, no, no, yo no estoy para resabiados; coja su gente”. Me decían: “No,
hermanito, usted fue el que elegimos para estar ahí; usted se va a quedar ahí. Aquí las
órdenes se cumplen y después se discuten. Nosotros vamos a revisar el caso y vamos a
sancionar al compañero que le incumplió la orientación”. Ezequiel fue muy señor, y ahí me
tuvo. Y después me enviaron al frente Camilo Torres Restrepo, que estaba al mando de
Hugo. Pero entonces yo ya era mando de escuadra de Hugo. Estuvimos como un año por
allá, en el 96. En el 97 volvimos. Yo ya era ya un hombrecito y ya era mando de escuadra.
―¿Qué aprendió en el Camilo? Porque fue un año de maduración.
―Ah, cosas muy lindas. Cómo le dijera… Las cosas eran muy parecidas. La comida era tal
vez donde había diferencia. A ellos les gusta mucho el chucheco, unos animalitos delgaditos,
les gusta mucho el caldo, comer arroz tres veces al día, o sea, la única diferencia eran las
comidas, porque en el calor humano… Allá se cumplían las políticas de la organización. Los
compañeros estaban bien centrados en la línea de la organización. No había
provincianismos: que tú eres de allá y yo soy de otro lado. Había más provincianismo aquí,
como Simón y Solano, que allá como Simón y Solano. Éramos treinta los que fuimos de aquí.
―¿Por qué lo mandaron al Camilo? ¿Para fortalecerlo?
―No, fue por un paro armado que hizo la organización y yo fui elegido para eso. Fuimos 10
hombres de la Simón y 15 del Solano. Por allá estuvimos un año. Vinimos en el 97. Ya vine
más fortacho, con más visión, aprendí mucho. Combatimos varias veces en la Troncal de la
Costa. Y bien, con ganas, con otras ideas, ya no con las ideas de los dos años, sino ya con
ideas maduras, mas amañado, más enamorado de la lucha. Porque es que mientras uno es
muchacho el pensamiento es: “En cualquier ratico me voy para la casa”. En ese entonces
había que pagar dos años: “Yo ya tengo mis dos años, ya estoy sobrado, pues en cualquier
rato me voy para la casa”. No, de allá vine con más madurez. En el 98 reestructuraron la
Simón y me eligieron como segundo mando de destacamento. Yo estaba contento porque
ya iba adelante. En el 99 viví otra vez lo de las tropas. Porque las tropas ya no estaban; había
unas del Solano antiguo, pero se habían acabado cuando fue la toma de Santa Rosa.
Después de eso no las habían vuelto a conformar. Y me dijeron: “Bueno, ¿se le va a medir a
lo de tropas, o no?”. Entonces les dije: “Imagínense, yo soy el pollo, ahí estamos”. Yo qué
destacamento ni qué nada: “Yo voy es para mis tropas”, y me fui, hermano, a trabajar con
toda. Y esa arremetida paramilitar, hermano, eso era intenso. Eran batallas que librábamos
con esos manes. Eran batallas. Ahí, en esa escuela, me fui volviendo grande.
―¿Pudo ser parte de las fuerza especiales o no?
―No, porque yo había sufrido un accidente y no tuve la oportunidad.
―¿Cuándo se produjo el accidente?
―En el 2000. Yo pasé la escuela de tropa en el 99.
―¿Qué le enseñaron en la escuela de tropa? ¿Cuál era la instrucción en la escuela de tropa?
―La maravilla. El desarrollo de mi carrera hoy día es eso; no me alejo de eso; eso fue lo que
me enseñaron. Ahí aprendí a ser un gran hombre en combate, a cumplir las misiones que
me han dado mis superiores, y a poner las cosas donde son.
―¿Pero le enseñaban en la escuela de tropa, por ejemplo, táctica, estrategia militar, formas
de emboscada, utilización de armas, manejo de explosivos…?
―Todo. Me enseñaron todo. Nunca se me ha olvidado, porque es mi carrera. Mire, así,
mocho como usted me ve, las misiones que a mí me han dado a cumplir, en cabeza mía no
se me quedan, y pregúnteselo aquí a estos jefes. Mano, ahí sí como dice el viejo Raúl: “O a
Santa Rosa o al charco”. Pero mis fusiles son testigos. En toda mi vida militar he tenido dos
fusiles, y son testigos de mis ganancias y de mis fracasos. Yo considero que soy hombre para
la guerra, sin ser vanidoso.
―¿Cómo se produjo el incidente del 2000? ¿Qué es lo que pasó realmente ahí?
―Yo quería ser alguien, como Marquitos. Marquitos es un gran hombre. Cuando estuvo en
las fuerzas especiales fue un gran hombre. Y yo quería también salir adelante y hacer lo que
muchos hicieron: ser un experto en explosivos, ser capaz de enfrentarme al enemigo en
cualquier parte. Así era yo: loco. De esa gente que andaba con el mocho, que era experta
en el combate, en poner minas, combatiendo toda esa arremetida paramilitar; y nosotros
colocábamos minas, mano, y eso era la verraquera.
―¿Cómo comienzan ustedes a enfrentar la arremetida paramilitar? Están en el sur de
Bolívar, ¿no? ¿Qué áreas cubrían?
―Cubríamos todo el departamento, el sur norte y el sur sur. Pero acá en el sur había una
guerrilla fortacha también. Estaba el Héroes de Santa Rosa, estaba el Mariscal Sucre, en
cabeza de Marquitos. Teníamos treinta hombres de tropas especiales. La modalidad de
guerra de guerrillas definía mucho en los ataques a los paramilitares. Después la
modificamos con tropa.
―¿Qué grupo paramilitar había ahí?
―El Bloque Central Bolívar, que estaba a cargo de Javier Montañez. Después estuvo un tal
Jota y un tal Sahagún. Y los mandos tropeleritos que andaban por ahí en la región. Nos tocó
duro. Nos mataron compañeros buenos, perdimos muchos compañeros buenos.
―Volvamos al 2000. ¿Qué hacían por entonces?
―Estábamos en un operativo grande, en una ofensiva de los paramilitares. Venían a
quemar los caseríos de vallecitos, Paraíso, Agualinda… Ellos venían en ofensiva y nosotros a
no dejarlos pasar. Les tapábamos las vías.
―¿Estaban avanzando hacia la serranía de San Lucas?
―Ellos, sí. Esa era una de las misiones. Entonces nosotros peleábamos con ellos y
minábamos. Y ellos en el avance caían en las minas. En ese combate, que era directo, estaba
yo de jefe con mi tropa. Estábamos minando. Le pedí una carga a un muchacho porque las
mías se me habían acabado. Entonces le dije: “Pásame una carga, Fidel”. Me la trajo, la
coloqué y me estaba retirando cuando pensé que ahí la iban a ver. Entonces me devolví, y
cuando me agaché, se activó. Una mano la tenía sobre la bomba y la otra la tenía sobre la
tierra. Yo creo que la activó un reloj que yo tenía.
―¿Y por qué se le llevó las dos manos? ¿La onda?
―Sí, la onda. El brazo se partió en varias partes hasta la clavícula. Quedé vuelto nada,
hermano.
―¿Y cómo lo sacaron de ahí?
―Los compañeros se asustaron y el comandante estaba en pleno combate. Yo desperté,
tenía mi fusil encima. Me paré y fui hasta donde estaban mis compañeros. Les dije que yo
estaba bien, que no se preocuparan. Unos estaban llorando. A mí, del explosivo, todo el
cuerpo me temblaba como un carro cuando no quiere prender. No del miedo, sino del
explosivo. Y me limpiaba la sangre de la cara, que me la volvió nada, y de los brazos. Les
decía: “ténganme el brazo, ténganme el brazo que lo tengo partido”. Y ellos me ayudaban
por ambos lados. Y así caminé como unos veinte minutos, ya fuera del combate. El fusil me
lo quitaron, el bolso de tropa. Caminé como veinte minutos y ya no supe más nada.
―Perdió el conocimiento. ¿Y entonces lo recogieron los compañeros?
―Sí, claro. Éramos 15. Por todos habíamos como sesenta en combate. Me sacaron para una
parte más o menos segura y se devolvieron a seguir combatiendo con los manes.
―¿Y quién lo atendió?
―Una muchacha que se llamaba Carolina. Me atendió muy bien, fue muy amable. Me
contaban que yo le pedía besitos a la muchacha, que me diera besitos. Y que ella me daba
besitos y entonces yo me quedaba quieto. Le pedía agua, y como no me podían dar,
entonces ella se humedecía un dedo y me lo metía en la boca, y así me calmaba la sed. Yo
quedé muy herido, una pierna muy herida, los testículos, el machete. Cuando me movían
yo puteaba a todo el mundo. El machete estaba bien averiado, bastante averiado. Sentía
mucho dolor. No de las manos, porque yo las vi que estaban perdidas, que no había nada.
Bueno, ahí en el campo duré 17 días. Y me sacaron para Barranca. Allá me hicieron la cirugía.
Me demoré seis meses y no me amañe. Me vine nuevamente para el campo en el mismo
2000. Fue cuando se dio la Convención Nacional. Yo veía las noticias y eso me incomodaba,
porque veía a la guerrilla, todo eso, y me fui llenando de valor nuevamente, y de ganas de
volver a la guerrilla. Ellos querían dejarme en Barranca, trabajando, para que el mocho
hiciera gestiones de incorporaciones, gestiones de muchas cosas.
―Pero lo que usted quería era volver a la guerra.
―Sí, a mi campo de batalla. Entonces comencé nuevamente. Cuando me sacaban del
combate yo me ponía a llorar. Entonces manejaba el radio. Pero teníamos polémicas duras,
hermano. Yo le decía al comandante Marcos que yo quería seguir mi carrera. Y a Gustavo,
que era responsable militar del Héroes. Yo les decía que yo quería seguir mi carrera, que
me dieran la oportunidad, que yo era capaz. Entonces me decían: “Pero es que un jefe
necesita manejar el radio, necesita manejar el fusil. Un jefe tiene que llevar la tropa al
combate. Un jefe… Sí, nosotros lo queremos ayudar, pero vemos que sus manos… más bien
queremos ubicarlo en otro lado, para que trabaje…”. Entonces yo, casi llorando, les decía
que no hicieran eso, que yo podía seguir adelante. Porque era muy triste para mí, y cada
cosa que ellos me decían, por muy sinceros que fueran conmigo, era una cuchillada. Porque
era como si me dijeran: “Tú ya en lo milita no sirves, tú ya en lo militar no puedes”. Entonces
recogí mi fusil, que era un Galil, se lo quité al muchacho que lo tenía, lo cambié por un fusil
más liviano, por un M16. Y le amarré un poliéster atrás al gatillo, y allí le metía el mocho.
Entonces me dijeron: “Bueno, te vamos a dar un tiempo para que practiques”. “Coge este
radio, métele la frecuencia”. Yo lo intentaba: “Esa no es la frecuencia, ¿cómo vas a hablar?”,
me decía Marquitos. “Hazle, a ver, compañero”. “¿Cómo vas a coger el radio?”. “Lo cojo así
y hablo así”. “Y cuando estés entrenando los tiros, ¿cómo haces?”. “Yo le tengo una cabuyita
y me lo engancho aquí, y entonces aquí quemo. Aquí voy quemando, y cuando usted me
llame, suelto el fusil y hablo”. Marquitos dijo: “Hay que consultarlo”. Y aprendí. Ah! Me
tenían que bañar, me tenían que poner las medias y me tenían que vestir. ¿Qué tal un
comandante así? Puro embale, ¿no? Entonces aprendí a ponerle la frecuencia: 14… 52…
25… Aprendí. Y cada vez con más agilidad. El fusil tenía una dificultad, y era que quemaba
un proveedor y se le partía el poliéster. Entonces yo quedaba sin arma. “¡Mierda! ¿Cómo
hago yo, hermano? ¿Cómo hago yo?”.
―Y para meter el proveedor, ¿cómo hacía?
―Ahorita podemos mirar eso. Entonces yo llegué y… primer tiro, hermano. Yo siempre
atinaba. Y ¡pam!, maté una iguana. Le moché la cabecita a la iguana. Y los pelados: “Jueputa,
este man está es bien, hermano, este man está muy bien. ¡Ánimo, hermano, ánimo!”. Y los
pelados me ayudaban. Oiga, hermano: lo que es el querer salir adelante. Hermano, créame,
se lo estoy diciendo con toda sinceridad: a mí me tocaba, para poder cagar, ir a una cañada,
cagar en el agua y lavarme el culo, porque no hallaba cómo limpiármelo. O me iba con una
sudadera, me bajaba la sudadera, me limpiaba allá en el palito y ahí me le recostaba a ese
palo así… rrrr… y me limpiaba. A mí me llenaba eso de sentimiento, hermano, y de
verraquera. ¡Jueputa! Y decía: “Estos hijueputas que me hicieron mochar las manos, me las
pagan. Tarde o temprano. Voy a seguir en el combate. No les voy a dar el brazo a torcer. Y
voy a salir adelante”. Todo me lo amarraban: las botas, la platica, todo. Me volví un
desordenado. Para donde quería ir, iba. Si quería venirme aquí, venía, si me quería ir a otro
lado, me iba. Yo estaba aprendiendo. Y bueno: “Viejo, ya estoy listo”, les dije un día. “Ah,
bueno, compañero”.
―¿Y le hicieron las pruebas, o qué?
―Sí. Ellos me veían. “¿Quiere ver? Yo voy al combate”. Me iba a llevar comida y me quedaba
allá en el combate. Una vez estaba el combate directo prendido, y yo ya estaba listo,
hermano, con el fusil en un palo, cuando me dijeron que Gustavo había ordenado: “Que se
venga el Mocho”. Yo le dije: “No, hermano, dígale que no, que el colega ahorita va, que el
colega se va a coger un trompe acá”. “Que es una orientación”. “No, hermano”. “El colega
dice que no va”. “Bueno, hermano, entonces tráigalo por las malas. ¿Acaso es que ese
güevón se manda solo y cree que va a hacer lo que él quiere?”.
―Pero esa orden de Gustavo era para protegerlo.
―Sí, sí.
―¿Y se quedó en el combate?
―No, hermano. Otra vez contactó al pelado: “¿Ya mandó al Cambimbero?” (me decían el
Cambimbero). Y yo pensé pegarme un tiro allá en la quebrada. Yo dije: “Me voy a pegar un
tiro, ¡hijueputa!”. Pero no fui capaz. Pensé: “No, yo voy a salir adelante. No voy a ser
güevón”. Y me les emputé. Yo pensaba: “Estos hijuetantas, mano, ¿cómo no me dejan ir al
combate?”. Y les hice la camorra: me iba al combate con un fusil. No era capaz ni de cambiar
proveedores, no era capaz de amarrarme las botas, no era capaz de vestirme; me bañaban,
me echaban jabón, pero los pelados me querían así, hermano. Y me llevaban al combate:
“Vamos, mano, para adentro”. Esas plomaceras, y yo ahí parado en la raya. Con mi fusil, ahí.
Dos proveedores alcanzaba a quemar con un alambre que le amarraba al gatillo. Quemaba
poquitos tiros y me quedaba quieto, para que no se me fuera a dañar. Y los pelados estaban
pendientes: “¿Ya se te acabó el proveedor?”.
―Ah, ellos se lo cambiaban.
―¡Claro! Estaban pendientes. Y vamos, jueputa, pa’lante, haciéndole a la cosa. Entonces
ellos vieron que sí era capaz. Y les fui demostrando con más pruebas. Ya asaltaba al
enemigo, cumplía mis misiones bien. Bien, normal. ¡Ah!, y comía con una vaina amarrada
aquí, con un poliéster amarrado en el mocho. Y un día dije: “Hoy que nadie me dé comida.
Yo voy a comer solo”. Y ese día comí solo. Otro día dije: “Hoy no me baña nadie, me baño
solo”. Y me eché jabón, quedé bien enjabonado y bien bañado. “Hoy mis botas tampoco
me las amarra nadie”. Y me amarraba mis botas, normal. “Mi ropa la lavo yo, mi correa y
mi camisa me las pongo yo. Todo me lo organizo yo”. ¡Jueputa!, y para las necesidades
también voy a ser capaz, ¿cómo no?”. Entonces, cogía el papel higiénico y me las arreglaba
para envolvérmelo en el mocho. Me lo envuelvo varias veces y me queda limpio, normal,
con cuatro o cinco pasadas y no me ensucio para nada. Gasto más papel higiénico que el
que gasta una persona normal, pero soy capaz. Me demoro un poco más, pero puedo
asearme bien, como lo hace una persona normal. ¡Lo que hace la disciplina! Lo mismo para
el “juete”, hermano: normal, tres golpes y ya. A mí me gusta estar pulido. Y todo lo hago yo:
me pongo mi pantalón, mi camisa, cuento la plata, escribo, saco mis cuentas…
―Y me dicen que ahora está trabajando con computador…
―No me he querido meter en eso porque no me gusta. El viejo ha estado por ahí como
insistiendo con eso, pero yo no he querido. Escribo, llevo mi contabilidad, cuento plata…
Hermano, todo lo que usted hace con las manos lo hago yo sin las manos. Manejo carro,
manejo moto…
―Sí, por ahí hay registros de eso.
―Sí, yo sé que es difícil de creer. Yo anoche no quería hablar mucho delante de los
muchachos porque uno se siente incómodo, pero dicen, a mí no me lo crea, que ojalá
tuvieran otros dos mochitos. Así, de este tamaño. Yo creo que soy sencillo en mi trabajo,
creo que soy sencillo como mando, yo soy un combatiente del ELN. Pero eso sí, tengo mi
responsabilidad clara. Yo manejo mi tropa teniendo muy clara mi responsabilidad.
―Y la gente lo obedece, lo respeta…
―Claro, y me quieren. Los pelados son muy formales.
―Hábleme un poco ahora de la historia afectiva. ¿Cómo ha sido ese aspecto de su vida?
Porque usted tiene compañera, y no sé si tiene hijos. ¿En qué momento empieza a pensar
en la necesidad de tener una relación con una compañera?
―Pues hermano, desde que uno empieza a ser hombrecito le van gustando las mujeres. Yo
recuerdo que quería casarme y tener un hogar, tener dos hijos. Ya los tengo: Juanita y
Juanito, de siete años ella y él de año y medio. La mamá se llama Deysi. Ella ahora vive con
otro muchacho, porque yo tengo que confesarle que en eso de las relaciones sentimentales
no he sido muy organizado. Es la debilidad que tenemos los hombres: nos dejamos llevar
de la tentación. Yo he sido muy sincero con el viejo: tengo mi problema con eso. Y eso no
debería ser así, porque uno como mando debe dar ejemplo. Si una muchacha quiere tener
algo con el Mocho, entonces el Mocho no se mide, sino que “listo, vamos”. Y eso, claro, va
afectando la responsabilidad que tenemos. Pienso que como mandos no nos podemos
poner en ese tipo de cosas, sino que debemos dar ejemplo a la tropa. Yo me separé hace
más o menos siete meses, y en esos siete meses qué es lo que no he hecho. Sin causarle
problemas a la organización, eso sí, pero uno debería dar ejemplo en la parte afectiva. Yo
no tengo problemas de ningún tipo, no he sido corrupto, nada de eso, pero en esto de lo
afectivo, no sé… De pronto las muchachas lo admiran a uno y me dan por ahí mis cositas.
Bueno, esa es la debilidad del hombre. Pero en este momento estoy tratando de
estabilizarme en una relación. Estamos en eso, pero… yo sigo por ahí haciendo mis
trampolines, ¿me entiende? Y eso lo desfigura a uno, pero… es que uno es como el hijueputa
mico, hermano. Yo sé que debo cambiar en eso. Yo tengo cara de pelado y de mamador de
gallo, pero tengo mi responsabilidad y mi carácter como conductor, y todas mis actuaciones
obedecen a ese propósito, al de mantener la compañía en su dinámica. Entonces sé que
ahora debo controlar esa debilidad. De pronto es porque no ha llegado la mujer que es. De
pronto la madre de mis hijos sí lo fue, sí lo es. Yo adoro a esa mujer, pero yo creo que ya
nunca más vamos a convivir, porque cuando ambos empiezan a buscar a otras personas ya
es muy difícil volver atrás. Pero yo sí soy capaz de conseguirme mi relacioncita. Y además
porque mi hija, que tiene siete años, ya entiende todo y es la que más presiona. Mis dos
hijos están en la costa con mi familia. Y entonces yo quiero organizarme, pero mis hijos son
lo más importante para mí. Ellos vienen a visitarme.
―¿Y la mamá va a visitarlos?
―Cuando hay oportunidad, porque ahora el ELN prohíbe esas cosas. Ahora es la familia la
que nos visita. No aquí en el campamento, sino en una casita, y se puede estar uno con ellos
por ahí ocho, diez días.
―Calculo que su edad es 32, 34 años…
―Sí eso tengo.
―Y es mando de compañía.
―Sí, es mi carrera. Una carrera de casi 22 años.
―Cuénteme un poco de la vida de Raúl, de la vida en el José Solano Sepúlveda, de cómo
llegó usted aquí, a esta zona. Porque usted participó en la guerra del río, que la orientó el
viejo, y en todas esas estrategias de industria militar que él hizo con torpederas y tanques…
¿Cuál es la imagen que usted tiene del viejo Raúl? ¿Qué historia conoce del frente José
Solano Sepúlveda?
―Creo que casi todas. Lástima que a uno se le olviden tantas cosas. Pero sí, yo conozco la
historia del Solano. El viejo Raúl hizo la campaña de tomarse todos los puestos de policía
del sur de Bolívar. En varias ocasiones se tomó puestos de policía sin quemar un tiro. Fue el
único que fue capaz de rendir a la policía sin quemar un tiro, por ejemplo en Puerto Rico.
De resto, acá en el ELN, yo creo que nadie ha sido capaz de hacerlo. Considero al viejo un
estratega militar en el armamento popular. Quizás es el único que ha consolidado la
industria popular, la ha puesto en práctica, se ha empeñado en que todos se iniciaran en el
aprendizaje del armamento popular. Eso nos ayudó mucho a mejorar en ese manejo, a
desarrollar más, en ese momento, nuestra tecnología de minas, de artillería. Fuimos los
primeros en tener la punto cincuenta, la punto treinta, ametralladoras, morteros hechizos
y originales, carros blindados, navieras blindadas, todo eso. Eso se puso en práctica. El carro
blindado se llevó a un ataque del ejército; allí murieron unos compañeros. Combatimos con
el ejército dentro del propio aparato. El ejército nos quemó el aparatico, pero el viejo lo
reconstruyó: lo armamos otra vez. Hicimos como cuatro prácticas y se lo llevó para un
puesto de policía. Funcionaba. Entonces el viejo Raúl es un signo, podemos decir que es un
signo de interrogación, porque muchos nos hacemos la pregunta: ¿cómo llegó un hombre
ignorante, que no sabía nada, casi ni leer ni escribir, un campesino neto, a conformar toda
esa guerrilla en el sur de Bolívar hasta llegar a decirle al ELN: “Bueno, aquí estamos”?
―¿Qué sabe usted de la historia del frente? ¿Cómo se construyó, cómo creció?
―Yo le puedo hablar muy someramente de su historia, la que yo conocí, del año 93 para
acá. Cuando yo llegué ya el frente se había hecho ya visible, ya tenía mucho reconocimiento
en el sur de Bolívar. Por entonces no era Raúl, sino don Eliseo, porque él se llamaba Eliseo,
y la gente le decía “don Eliseo”, porque ya era respetado en el sur de Bolívar y la gente lo
quería. A donde llegaba el viejo Raúl, era “don Raúl” el que se bajaba del carro, porque la
gente lo quería. Ya con todo lo que él había hecho, el grano de arena que él había puesto
en toda esa zona. Las batallas que el viejo Raúl libró, que lideró, fueron inmensas. Y todas
esas batallas que libró lo ayudaron a ser grande, a definirse más en la especialidad que tenía.
Entonces, por ejemplo, el frente tenía buen armamento cuando yo llegué, buena fusilería,
buenas ametralladoras, el arsenal era muy grande. El viejo Raúl se preocupaba por que su
guerrilla estuviera bien dotada.
―¿Cómo era la relación del frente con la población?
―Buena, era buena, porque había manes que eran natales de ahí, y había una relación
directa. Ezequiel, por ejemplo, era santarroseño. Una excepción era Torres, un compañero
muy radical, un boyacense. De resto la relación era buena, había respaldo de mucho pueblo.
Por eso era que se tomaban todos esos puestos de policía; se tomaron Guaranda, se
tomaron Simití, se tomaron San Martín de Loba en campaña con las FARC, se tomaron Santa
Rosa, Morales, Puerto Rico. Todos esos puestos de policía se los tomaron siendo ellos
Solano. Conformaron la compañía Simón, de 120 hombres, con Carlos y Miguel al mando.
El finado Carlos, Cayuyo que le decíamos, y Miguel. Y hermano, eran batallas duras, con la
móvil uno. Ellos, como “Solano”, aniquilaron esa estructura militar que tenía el Gobierno,
lo mejorcito que tenía, le dieron sopa y seco. Con bombardeos intensos al pobre viejo. Ocho
días de bombardeo. Dijeron: “Acabamos la guerrilla”. Y ¡no! Después salió el viejo vivito y
coleando. Entonces después sacaron canciones del Sonalo. Como Alfredo Gómez Quiñones,
acerca de que el Solano no desaparece, que sigue en la lucha, que el viejo nunca muere. Era
la población contenta por esas actividades desarrolladas. O sea, una historia muy linda. Es
parte de la historia del sur de Bolívar. Para mí la historia del viejo no tiene fin.
―¿Cómo eran las relaciones del viejo con las FARC?
―Las relaciones con las FARC eran buenas cuando iniciaron, porque él estuvo de acuerdo
con la unidad, con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. Claro, él tenía unos puntos en
los que era radical, y eso lo tenía claro con las FARC, pero no entorpecía el proceso.
―¿Cuáles son las razones de los roces entre las FARC y el ELN en la zona del sur de Bolívar?
―Hombre, esas contradicciones vinieron sobre todo del Álvaro Gómez Quiñones. Cuando
se abrió el Álvaro Gómez Quiñones, ellos nos invitaron a que lo aniquiláramos, y nosotros
no… El comando central nos dio esa orientación, que si ellos querían eso, que lo hicieran
solos.
―¿El Alfredo Gómez Quiñones qué era?
―Un frente que se independizó del RP. Entonces ellos querían que nosotros les ayudáramos
a aniquilarlo, y el ELN dijo que no. Por eso entramos en contradicción con ellos. Y ellos
además siempre han sido prepotentes con nuestras bases. Ellos son muy violadores de las
medidas disciplinarias nuestras. Pero el viejo Raúl no le dio mucha importancia a eso.
―¿Cómo fue la muerte del viejo Raúl en Santa Rosa? ¿En qué año pasó? ¿Cómo se produjo?
―Eso fue en el 91. Ese año murieron Miguelito, Reinel, el hermano de Gustavo, Yamile,
Carlos, Dinael…, murió toda la dirección de la parte militar. Todos ellos murieron. Ahí hubo
una baja grande, mucha desmotivación en la tropa. Debido a eso se fue una gran cantidad
de gente para la casa. El viejo Raúl estaba muy desmotivado por tantas muertes, y por la
muerte de su hijo, Miguelito, que había caído ahí.
―Pero, ¿murieron en la toma de Santa Rosa?
―Sí, murieron en la toma de Santa Rosa. Hay versiones acerca de que fue un infiltrado el
que los mató. Mire, es lamentable que el frente, con tanta historia, termine. El Solano fue
desapareciendo, fue desapareciendo… Los otros jefes, los viejitos, los que iban asumiendo
ahí se fueron acomodando, fueron desertando, y el Solano empezó a debilitarse, a
debilitarse. Tanto que ahora no sé sí habrá Solano. Pero así es la historia del Solano. Triste
después de tantas historias, de tanta lucha del viejo. Y siendo un frente más del sur de
Bolívar, no merece acabarse, merece que la historia del viejo continúe, que le pongan un
nombre que represente esa historia y que el pueblo lo aprecie, que renazca; porque todo
está, hasta el movimiento de masas. Porque se hizo un trabajo muy lindo en el sur de Bolívar
con el movimiento de masas. Pero en el interior de nuestra estructura estamos mal. Y es
que yo conozco esa realidad porque soy de los antiguos. Lástima que no podamos continuar
la historia del viejo. El viejo fue uno de los impulsores de la idea del armamento popular.
Decían: “El viejo está loco”. Cuando el viejo empezó a matar soldados con los catilicones y
con los abanicos, con los campos minados, con los cohetes antiaéreos, con los cilindros,
cuando intentó hacerlo de manera subterránea y compró una retro y abrió carreteras para
lado y lado, decían: “está loco”. Y muchos no compartían eso. Pero hoy en día lo lamentan.
Nos lamentamos más bien, porque todas esas cosas positivas que dejó el viejo ya no están.
Entonces a mí me parece que nos toca hacer una reflexión profunda.
―¿Cómo se financiaba el José Solano?
―Hermano, teníamos una comisión para el Norte de Santander que se llamaba xxx de
Frontera 1.30.20. Yo participé en esa comisión, y también estuve en una comisión del Solano
para La Guajira, para la Sierra Nevada. El Solano se financiaba de todos lados, tenía muchas
entradas.
―¿Pero trabajaba agricultura, ganadería, impuestación, retenciones?
―¡Ay, hermano! De todo.
―¿Coca?
―No, para que vea que en eso el Solano sí fue criterioso. Aunque en la agricultura, la comida
se perdía: el viejo decía que la gente sembraba para el ejército y para ellos mismos. Les
dejaba dicho con los campesinos que ahí, en su casa había comida, y que si querían, que
comieran.

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