Aristóteles habla de ordenar el actuar personal de acuerdo a su propio fin. El hombre prudente es aquel que sabe decidir convenientemente lo que es bueno y útil para alcanzar la felicidad. La prudencia es un ordenar los actos como fruto de varios elementos: - memoria del pasado, - captación del presente, - habilidad para percibir el futuro, - docilidad para comprender y discernir consejos sabios que se nos pueden dar, - reflexión sobre diversos aspectos a tener en cuenta al actuar: fin, medios, sujeto, circunstancias, etc. Los Padres de la Iglesia recogen la tradición aristotélica y la enriquecen con los datos de la revelación: la prudencia es la disposición propia de todo acto virtuoso. La prudencia lleva a decidir “hic et nunc” (aquí y ahora) lo que es necesario para alcanzar el fin. La prudencia es la forma de todas las virtudes en cuanto a los medios para alcanzar el fin. No se contrapone, por tanto, a la caridad, que es la forma de todas las virtudes en cuanto al fin. No puede haber un acto de virtud que a la vez no sea acto de prudencia. Es necesario vivir todas las virtudes para vivir la prudencia en grado pleno. Afirmar de un hombre que es prudente equivale a decir que vive todas las virtudes. En siglos posteriores, la conciencia viene a ocupar el centro de la responsabilidad moral, trayendo como resultado la primacía de la subjetividad. Son dos perspectivas que se complementan, no que se contraponen. En el siglo XVI, autores como Cayetano, Francisco de Vitoria y Juan de Santo Tomás (escuela de Salamanca) tratan de enmarcar dentro del estudio de la prudencia el tratamiento de la conciencia, pero los efectos no se subsanan del todo. Los defectos de la ética de situación son corregidos por Pío XII en varios discursos en torno a los años 1940-45 y por el Santo Oficio (ahora Congregación para la Doctrina de la Fe). En el momento presente, por una parte hay una pérdida de la significación (se le considera prudente al que no obra, al astuto, al calculador -visiones todas peyorativas-); junto a esto, la teología moral ocupa un lugar en la renovación de la teología (OT 16: es necesario que ilustre la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos de santidad para el mundo). La prudencia no es un freno a la creatividad, sino un impulso de la libertad para poder dar la respuesta más adecuada a cada situación concreta. La prudencia es la virtud que en cada acción lleva a elegir según la propia vocación, según la llamada de Cristo a realizar la propia santidad. 2. Doctrina bíblica sobre la prudencia Se encuentra sobre todo en los libros sapienciales. Características que aparecen al hablar de la prudencia: - Muy unida a la sabiduría. A veces se traduce o bien por prudencia o bien por sabiduría, como si fueran términos difíciles de separar (Pr 3,13-20; 4,5-9; Rm 8,6-7). - Sin sabiduría no hay verdadera prudencia; vivir la prudencia es la verdadera sabiduría. - Se le une con la ley eterna. - Siempre se muestra como un don de Dios (Pr 2,6: de la boca del Señor procede la ciencia y la prudencia; Pr 8,14 y Sb 8,7: “mía es la prudencia”). - La prudencia es don de Dios y al mismo tiempo el hombre tiene que prepararse a recibirla y a vivirla (Ef 1,8: hay que pedirla; Pr 10,17: es necesario ser dócil – aprenderla-; Si 19,19 y Pr 3,5: para adquirirla se necesita la experiencia -formarse, actuar-). - La acompañan una serie de bienes: Pr 2,11: preserva de los caminos del pecado; Ba 3,14: preserva de la perdición; Pr 10,19: lleva a hablar y a callar en el momento oportuno; Dt 32,28: le pertenece el buen consejo. - Enemigos de la prudencia: Pr 10,4-5: la pereza; Pr 33,4-5: el afán de riquezas. - Jesucristo encarna el ideal de la virtud de la prudencia con su enseñanza y con su vida. - Con su predicación (Mt 10,16: han de ser prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas -prudencia unida a la sencillez-; Mt 10,20: dóciles al Espíritu Santo; Mt 25,1: parábola de las 10 doncellas -la máxima prudencia es la vigilancia-). - Con su vida (Lc 2,47: Jesús perdido y hallado en el templo). - Donde actúa con más prudencia es en la cruz (1 Co 1,19: la suma prudencia está en ganar la vida perdiéndola). - La prudencia que vive el Señor está unida a la fidelidad (Mt 24,45ss: el siervo fiel y prudente es puesto al frente de los asuntos de su Señor). San Pablo. - Recomienda a los cristianos de Éfeso que caminen no como tontos, sino como prudentes (Ef 5,15). La prudencia es necesaria en todos los estados de la vida y para todos. - En Rm habla de las dos prudencias, la de la carne y la del espíritu. La del espíritu es la que sigue los dictados del Espíritu Santo que al robustecer a la inteligencia le da fuerza para vencer la prudencia de la carne. - Rm 12,12: prudencia que nos ha de transformar de modo que podamos comprender cuál es la voluntad de Dios; lo bueno, lo agradable, lo perfecto. - Por “carne” se entiende el conjunto de tendencias que inclinan al hombre al pecado, la concupiscencia. El salario de la prudencia de la carne es la muerte. 3. La prudencia como virtud Definición. La prudencia es un hábito del entendimiento práctico que dirige nuestro juicio para discernir e imperar en cada uno de nuestros actos lo que es bueno y debe hacerse porque nos conduce hacia el último fin, y lo que es malo y debe omitirse porque nos aparta del último fin. La prudencia está dirigida a lo operable: inclina al hombre a actuar de acuerdo con su condición humana, según la razón, y en el caso del cristiano, según la fe, conformando la acción con el fin último que tiene que conseguir. Busca la rectitud en la acción que se va a realizar a la vez que la perfección de la persona que realiza la acción. • Santo Tomás: el resultado de la prudencia es el bien humano. Está relacionada al último fin y por tanto, está relacionada con la fe, que es la que nos descubre cual es el fin de la conducta humana. Pero es la prudencia la que en la complejidad de la vida y la multiplicidad de los actos humanos nos lleva a discernir lo que es conveniente en cada momento (“hic et nunc”) para conseguir ese fin que nos descubre la fe y lo que es obstáculo para conseguirlo. Aplica lo general (la norma moral) a lo concreto (deben ser buenos tanto el fin como los medios y el modo concreto de actuar para conseguirlo). Esto no se refiere a la moral de situación, en la que la norma moral se identifica con el subjetivismo. En ese caso la conciencia sería no sólo la norma próxima sino también la norma última de la moralidad. Para que una persona obre con rectitud moral es necesario que además de querer hacer el bien, sepa hacerlo, y luego, que lo haga. La prudencia es la virtud que lleva a hacer bien el bien. Por eso la prudencia deshace esa aparente dicotomía entre la autonomía y la heteronomía. No es el hombre el que se marca el fin. El hombre no es autónomo en ese sentido, sino en el sentido de que es capaz de descubrir esa orientación y de quererla. Es necesario evitar dos extremos: el quietismo: no actuar para dar paso a Dios; el absolutismo: cada uno puede hacer lo que quiera. Aristóteles y los Padres llaman a la prudencia la “auriga virtutum”, la conductora de las virtudes. 4. La prudencia, raíz de la rectitud en el obrar: “conciencia de los principios” y “conciencia de las situaciones” Es necesario el conocimiento (la ciencia), pero no basta. Santo Tomás (S. Th. II-II, q. 47, a. 3): el prudente necesita conocer tanto los principios universales del obrar (sindéresis) como el saber obrar en cada caso concreto (saber aplicar los principios al caso concreto). Prudencia = “conciencia de los principios” + “conciencia de las situaciones”. Spaemann: la prudencia le hace justicia a la verdad, a la realidad; la dependencia de la verdad es fundamental en el ejercicio de la prudencia. Toda virtud depende de la prudencia en cuanto que la prudencia lleva a poner en acto aquellas acciones de la virtud de que se trate en cada caso. LOS ACTOS DE LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA 1. Fases de la prudencia: momento cognoscitivo y momento operativo La prudencia es cognoscitiva (lleva a conocer la realidad -momento cognoscitivo-) e imperativa (para luego dirigir la acción -momento operativo-). Santo Tomás distingue tres funciones o fases: 1) consejo o conocimiento de la realidad —elemento cognoscitivo—; 2) juicio o valoración de la realidad —elemento cognoscitivo—; 3) imperio u orden de ejecutar el acto —elemento volitivo—. 2. Los requisitos necesarios de la prudencia Requisitos del elemento cognoscitivo (que envuelve el conocimiento o captación de la realidad y el juicio). 1) Memoria de lo pasado pero fiel a la realidad. • Sin ella no habría en qué apoyar el criterio justo en el momento presente. 2) Docilidad o consejo. Se debe contar con la ayuda de otras personas, porque nadie, excepto Dios, conoce perfectamente la realidad. • Es incompatible con la soberbia, con la autosuficiencia. Se necesita humildad. • Se le oponen la indisciplina, el fanatismo, el no dejarse interpelar por la realidad. • Juega un papel importante la amistad: es imposible captar la interioridad de la persona si ésta no la revela. 3) Solicitud o sagacidad o solercia (agudeza de mente) para percibir con claridad la objetividad de las cosas ante la eventualidad de lo inesperado. • Gracias a ella el prudente está dispuesto a decidirse por el bien y a vencer la dificultad que se le pueda presentar. • Pieper: Es en este requisito donde nace y donde es vencida la neurosis. • Esta capacidad se puede educar. • Va acompañada de flexibilidad. Requisitos del elemento volitivo (que envuelve el imperio). 1) Providencia. Determinar si una acción es un medio adecuado para alcanzar el fin. • No se debe confundir con un conocimiento total y adecuado de todas las consecuencias y circunstancias que van a derivar del acto (esto no es posible ni necesario). • La acción providente que se hace en el presente en cierta manera encierra también el futuro. • No se puede pedir una certeza metafísica pero sí una certeza moral. • Medidas de seguridad que la custodian: • experiencia de la vida misma; • rectitud de intención en el obrar; • gracia y luz divinas. 2) Circunspección. Calibrar el mayor número posible de aspectos de la realidad que rodean la acción a realizar, sabiendo jerarquizarlos. 3) Precaución o cautela. Permite prever y salir al paso de los posibles obstáculos que pueden surgir al realizar la acción. LA PRUDENCIA Y LA VIDA MORAL 1. La prudencia cristiana: verdadera sabiduría La prudencia cristiana dirige (aunque está subordinada a ellas) las virtudes teologales en el sentido de que les señala el “hic et nunc” al obrar. La prudencia cristiana tiene como mira siempre el fin último: Dios; al mismo tiempo mira también a los medios adecuados para unirse a ese fin. Por eso la prudencia cristiana lo que lleva es a vivir el amor de Dios en cada momento. La prudencia cristiana es infusa, es don de Dios; se recibe y se pierde junto con la gracia santificante (el ejercicio de las virtudes también contribuye a aumentar la gracia). Por tanto, es la capacidad de realizar actos que valgan para la vida eterna. Aunque es don de Dios, su existir requiere siempre la colaboración del hombre. Dios da la capacidad, pero no la facilidad ni la prontitud, que requieren la cooperación humana. Esa cooperación consiste en la repetición de actos prudentes. Esos actos tienen que ser tantos y con tanta intensidad (que la da el amor) que tienen que ser capaces de vencer la resistencia entre la potencia y el acto. La prudencia cristiana es la capacidad de actuar con los sentimientos de Cristo. Por eso es activa: el verdadero prudente es el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica. La prudencia cristiana está íntimamente relacionada con la sabiduría (S. Th. I-II, q. 66, a. 5). Está asociada a la vida moral, una moral no de mínimos sino de máximos. La sabiduría tiende a la verdad y la prudencia al bien. La sabiduría mira a los bienes particulares en cuanto se ordenan al fin último. La sabiduría mueve al comportamiento prudente. Sólo el que es prudente es capaz de guiarse por la verdadera sabiduría. 2. El primado de la prudencia en la vida cristiana Los autores clásicos se refieren a la prudencia como la “auriga virtutum”. El hombre es bueno en la medida que obra de forma virtuosa, pero sólo obra virtuosamente en la medida en que es guiado por la prudencia. La prudencia es la “auriga virtutum” en el sentido de que guía y conduce a las demás virtudes. La prudencia dirige al sujeto en el “hic et nunc” a realizar los actos buenos que constituyen el bien de la persona humana (S. Th. II-II, q. 47, a. 9). La prudencia dirige a las demás virtudes haciendo que de hecho lo sean, porque hace que las acciones concretas de cada virtud se determinen rectamente en cada una de las circunstancias concretas. La prudencia es la causa ejemplar de cada virtud en el sentido de que señala la medida que hace bueno el obrar de una virtud determinada. Señala los límites de la bondad de un acto, evitando el exceso y el defecto. No hay virtud alguna sin la prudencia. La prudencia perfecciona al hábito que a su vez perfecciona la potencia, para que la virtud sea propiamente tal. POTENCIA ————— HÁBITO ————— PRUDENCIA ————— VIRTUD Para hacer bueno al hombre las acciones tienen que adecuarse a una doble regla: 1) la recta razón (lo propio del hombre), y 2) Dios (regla primera y trascendente). En el (1) interviene la prudencia; en el (2) la caridad. La prudencia hace que los actos concretos sean buenos en relación con el objeto propio de la virtud de que se trate. La ordenación al fin último, sin embargo, la reciben de la caridad. Los actos buenos de las demás virtudes son como la materia prima sobre la cual trabaja la caridad para ordenarlos al fin último. Lo más peligroso para la vida cristiana es separar la caridad y la prudencia. Es más peligroso para el hombre hacer bien el mal que pecar por debilidad. La prudencia lleva a relativizar las cosas viéndolas como Dios las ve. La prudencia juzga de menos valor aquellas cosas que aun siendo buenas se interfieren en nuestro camino hacia el Señor. No se trata de despreciar o considerar malas las cosas que son buenas, sino de colocarlas en su justo lugar. La prudencia es movida por el don de consejo. Esta moción consiste en ayudarla y perfeccionarla de tal manera que sea dirigida por el Espíritu Santo. Esto es así en la medida que crece la potencia obediencial por medio de la lucha ascética y los sacramentos, de manera que el hombre actúa porque quiere pero con el querer de Dios. En este sentido se ha de entender el aforismo de San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. LAS FALSAS INTERPRETACIONES DE LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA 1. Vicios y pecados contrarios a la virtud de la prudencia Vicios contrarios (S. Th. II-II, q. 55): La imprudencia. Tiene tres especies de acuerdo con las tres funciones o fases de la prudencia: La precipitación. Se opone al consejo o conocimiento de la realidad. Es obrar por el ímpetu de la pasión o del capricho, decidir sin dar la ponderación debida. Es no seguir los pasos: memoria del pasado, consideración del presente, etc. La inconsideración. Se opone al juicio o valoración de la realidad. Procede a dictaminar sin tener en cuenta las cosas necesarias para juzgar rectamente. La inconstancia. Se opone al imperio u orden de ejecutar el acto. Lleva a abandonar por motivos inconsistentes las determinaciones dictadas por la prudencia. La negligencia. Es una falta de solicitud en imperar eficazmente lo que debe hacerse y del modo que debe hacerse. Si lo que se omite es algo necesario para la salvación o se omite por desprecio, es pecado mortal. Se distingue de la inconstancia, que no cumple lo imperado, mientras que la negligencia no impera. Se distingue de la pereza, que no comienza a tiempo lo imperado. Se distingue de la indolencia, que realiza flojamente, sin cuidado y sin esmero lo imperado. Actitudes que parecen prudencia pero no lo son (S. Th. II-II, q. 56): La prudencia de la carne: Consiste en una habilidad para encontrar los medios oportunos de satisfacer las pasiones desordenadas, en las que se coloca el último fin de la propia vida. Es de suyo pecado mortal. La astucia: Es la habilidad para conseguir un fin, bueno o malo, por vías falsas. Es pecado aunque el fin intentado sea bueno. Es de dos tipos: El dolo es la astucia practicada con palabras. El fraude es la astucia practicada con hechos. La solicitud excesiva de las cosas temporales. Supone una imprudente sobrestimación del valor de las cosas terrenas y una falta de confianza en la divina Providencia. Es pecado. https://es.calameo.com/read/0056948700bae05b039f5 https://es.calameo.com/read/0052920462b9c714a52bd