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“Historia del Canto Gregoriano

(resumen)”

Asignatura: Apreciación musical


El canto gregoriano es el canto litúrgico de la iglesia católica romana. El
canto gregoriano se inserta en una tradición milenaria que los primeros
cristianos heredaron de la liturgia sinagogal judía, una liturgia basada
fundamentalmente en la lectura de textos sagrados y la entonación de
los salmos.

Al extenderse el cristianismo por el Imperio romano, la liturgia fue


diversificándose según se tradujo a las distintas lenguas habladas en el
Imperio: latín, griego, siríaco, copto, etc. Los mecanismos que
sustentaron el desarrollo y crecimiento del repertorio musical cristiano
durante estos primeros siglos fueron los propios de la tradición oral: La
intercambiabilidad de melodías y textos, la ornamentación de las
melodías por los solistas y el préstamo permanente de influencias entre
las distintas regiones del Imperio hicieron del canto gregoriano y de sus
liturgias hermanas un verdadero compendio del arte musical
mediterráneo, desde Hispania y las Galias hasta el Oriente Medio.

El canto ligado a estas liturgias comparte una característica


fundamental: procede de la recitación más o menos adornada de un
texto sagrado. Es decir, no se entiende como música en sí misma, sino
como oración. El canto entendido como soporte de un texto cumple tres
funciones esenciales:

1. Memoria. En una cultura de tradición oral en la que los textos


deben aprenderse de memoria, la coincidencia de ritmo y
acentuación entre melodía y texto ayuda a retener con mayor
exactitud ambos, reforzándose mutuamente.
2. Amplificación. En ausencia de medios artificiales de amplificación
del sonido, el canto es la forma más eficaz de hacer audible un
texto ante asambleas amplias. Es el mismo fenómeno que
encontramos en la recitación de los números del “Gordo” de
Navidad, de los antiguos romances del ciego o las lecturas de los
bandos municipales por los alguaciles en las plazas principales de
los pueblos.
3. Emoción. Por muy simples que sean las fórmulas melódicas
utilizadas en la recitación, el canto sitúa instantáneamente al
oyente en el plano de las emociones. En el caso de un texto
sagrado, el canto puede transfigurar el texto asemejándolo con la
palabra de dios, conseguir que cobre sentido un texto
incomprensible, o que adquiera una cualidad mística uno
repetitivo.

¿Cómo surge?

El origen del Canto Gregoriano y la liturgia

El nombre de canto gregoriano proviene del papa Gregorio I (590-604),


quien introdujo importantes modificaciones en la música eclesiástica
utilizada hasta ese momento para la liturgia del rito romano.

La música en la liturgia cristiana existente hasta entonces tenía su


origen en las sinagogas judías, por lo que fue, al principio,
exclusivamente vocal, sin la utilización de instrumentos musicales y con
predominio de la lengua helenística; para ello, un cantor solista,
generalmente el sacerdote, dirigía los rezos, que eran contestados por
los asistentes a la celebración mediante la utilización de sencillos
motivos.

Poco a poco, en Occidente fue evolucionando, y se produjeron tres


cambios importantes:

 Apareció a finales del siglo VII un pequeño grupo de cantores


elegidos que asumió el papel del solista, la "schola"
 La utilización del latín como lengua principal obligó a traducir los
salmos utilizados hasta entonces a prosa latina
 La Iglesia Romana empezó a considerar como excesivo el
empleo de los himnos en las funciones litúrgicas, y se buscó más
el carácter “improvisatorio” de los cánticos, de forma que
fuesen más la expresión libre de los sentimientos de los
celebrantes.

Apogeo del Canto Gregoriano

Este primer esquema iba a experimentar importantes modificaciones en


los siglos posteriores, que se centran, básicamente, en cuatro puntos: la
introducción del pautado hacia 1050, la diferencia entre las modalidades
de ejecución, la generalización del canto a varias voces, con la aparición
de la polifonía, y la imposición del compás regular.

En primer lugar, durante el siglo XI quedaron establecidas las reglas que


iban a determinar la notación musical de una forma homogénea, y los
neumas se convertirían con el tiempo en lo que hoy son notas
musicales, mediante la indicación del tono y la duración de cada sonido;
para ello, se anotaban en un tetragrama, antecedente del pentagrama
actual.

La ejecución pasó a ser de dos tipos: silábico, cuando cada sílaba del
texto se corresponde con una única nota, o melismático, cuando cada
sílaba es entonada por más de una nota musical.

La polifonía marcó un hito importante. Hasta el siglo IX, el canto era


exclusivamente monódico, es decir, con una sola melodía. Mediante la
polifonía, se combinan sonidos y melodías distintas y simultáneas para
cada nota musical. Un sencillo ejemplo de ello es el canto conjunto de
hombres y mujeres, que combina voces agudas con graves. Finalmente,
el compás permitió mantener un equilibrio entre distintas voces
superpuestas, pues introducía un elemento de medida, imponiendo un
ritmo más o menos preciso.

El declive y la situación actual

Dichas innovaciones condujeron al Canto Gregoriano hacia una situación


de crisis que se vio agravada con el Renacimiento, mucho más inclinado
a recuperar las tradiciones de la antigüedad clásica. Tras el Concilio de
Trento, la Santa Sede decidió reformar todo el canto litúrgico,
encomendando inicialmente tal misión a Giovanni Palestrina y Aníbal
Zoilo en 1577, pero en los siglos posteriores fueron desapareciendo poco
a poco los rasgos principales: eliminación de las melodías en los
manuscritos, supresión de los signos y desaparición del viejo repertorio.

Sin embargo, con la instalación de los benedictinos en la abadía de


Solesmes en 1835, se produjo su resurgimiento, reforzado con la
creación de una escuela para organistas y maestros cantores laicos,
gracias a Luís Nierdermeier en 1853. Poco a poco, el Canto Gregoriano
se ha ido recuperando y, desde la citada abadía, se ha ido extendiendo a
otras, como Silos, Montserrat o María Laach, recuperándose gran
número de manuscritos de los siglos X al XIII. En las abadías, el monje se
identifica con la vida monástica a través de la oración, recitada siempre
según el Canto Gregoriano, siete veces al día: maitines, laudes, tercia,
sexta, nona, vísperas y completas.

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