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De ahí viene la fuerza de las obras de los jóvenes.
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El enamoramiento entre nuestro país, Francia, y los jóvenes es
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un fenómeno reciente y peligroso. Cuando un artista empieza su
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carrera, es demasiado impetuoso, demasiado radical, demasiado
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¡¡:¡ subversivo para encontrar la audiencia que quizá ya merece. Sobre
todo es demasiado joven para el gran público. Esta audiencia ven-
drá más tarde, cuando tenga cuarenta años, es decir, cuando la
edad del artista coincida con la edad media del público francés.
Si, a los cuarenta años, el cineasta -que, afortunada o desgra-
ciadamente, no ha dejado de evolucionar desde su juventud- pa-
raliza su evolución creyendo haber encontrado la llave del éxito,
conservará la fidelidad de este inmenso público constituido por los
hombres de su generación, quienes, precisamente a esta edad,
abandonan la cultura literaria (ya no queda tiempo para leer ni para
concentrarse) en beneficio de los diarios (hace falta distraerse y al
mismo tiempo mantenerse al corriente). Éste es el secreto, creo yo,
del éxito de algunos realizadores veteranos: ofrecer cada año la
misma película al mismo público cambiando solamente el nombre
de las estrellas.
No, no hay buenos argumentos, sólo hay buenas películas, to-
das basadas en una idea profunda que siempre se debe poder re-
sumir en una palabra: Lo/a Montes es una película sobre el estrés;
Elena Ylos hombres [Elena et les hommes, 1956], sobre la ambición
Y la carne; Un rey en Nueva York [A King in New York, 1957), sobre
la delación; Sed de mal [fouch of Evil, 1959), sobre la nobleza; La
palabra [Ordet, 1965), sobre el perdón; Hiroshima, mon amour, so-
bre el pecado original.