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METEMPSÍCOSIS

Término derivado del griego que significa "traslado de un alma a otro “cuerpo”; se le llama también
“reencarnación" o “transmigración (del alma)". Con esto se quiere indicar la convicción de que el principio
vital humano, el alma-espíritu, que se experimenta como no totalmente dependiente del cuerpo (por ejemplo,
la experiencia del sueño), pasa a través de sucesivas etapas de unión con cuerpos distintos antes de alcanzar
el estado final de descanso o de disolución.
Esta doctrina cree en la transmigración de las almas, muy extendida en las religiones orientales. Después de
la muerte del hombre, su alma va a habitar otro cuerpo, ya de hombre, ya de un ser inferior (animal, planta),
de acuerdo a la ley (llamada karma) del renacimiento (palingenesia). Basan esta doctrina en el recuerdo de
algunos videntes relativo a vidas anteriores y, sobre todo, siguiendo una idea dibujada en Platón, en la
"incapacidad para conciliar de otra forma la desigualdad en el destino de los hombres con la idea de justicia".
En el budismo se profesa el reiterado reengendramiento de la existencia, pero sin identidad personal. La
filosofía cristiana, y sobre todo la luz aportada por Cristo, esclarecen las oscuridades que han inducido a
elaborar las ideas de la metempsícosis (cf. W. Brugger, DF-H).

JESÚS Y LA RESURECCIÓN

Con su resurrección, Jesús inaugura el nuevo modo de existir. En esa exaltación ha llegado a la meta de su
encarnación divinizadora; su humanidad sobrepasa los límites espacio-temporales para tener el modo
divino de existir; si toda su existencia es pascua desde la encarnación, en este momento llega a su culmen.
Con razón es la pascua y no la encarnación el centro del misterio de Cristo y de su celebración en la liturgia.
Desde ese momento, Jesús, por el Espíritu Santo, nos comunica la participación en su vida, de suerte que por
su resurrección es la primicia de todos los que seremos glorificados (cf. 1 Cor 15,20.23).
La resurrección es la extensión para los elegidos de la misma resurrección de Jesucristo.
En el Antiguo Testamento, la revelación de la resurrección es progresiva, En los salmos se abre camino la
confianza en Dios, que no abandonará al justo al poder de la muerte. Los textos de Os 6,1-2 y de Ez 37,1-4
introducen el lenguaje de la resurrección, referido metafóricamente a la restauración de Israel. La
resurrección y la entrada en la vida eterna aparecen en dos textos de la literatura martirológica: Dn 12,2 y
2Mac 7 En el ámbito del judaísmo es distinta la posición de los saduceos y la de los fariseos. Los primeros
niegan la resurrección los segundos la sostienen, pero de una forma demasiado terrena y primitiva. Para el
pensamiento judío, la resurrección no deja de ser una prerrogativa del Dios vivo.
En el Nuevo Testamento se profundiza en el tema de la resurrección. En los sinópticos, el único trozo
explícito es la disputa de Jesús con los saduceos (Mc 12,18-27), en la que, apelando al poder del Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob, Jesús afirma la resurrección no sólo como recuperación de la corporeidad, sino
como un nuevo estado de vida («serán como los ángeles»). Los sinópticos no hablan de la resurrección
universal, pero la presuponen en las palabras de Jesús sobre el juicio final (Mt 25,31-46). En Juan la
resurrección se considera como un paso de la muerte a la vida, que comienza va a través de la fe en Cristo
(Jn 3,36; 5~24) y de la participación eucarística (Jn 6), como en relación con el futuro último (Jn 6,40). En
Juan aparece también la resurrección de los justos para la vida y la resurrección de los impíos para la
condenación eterna (Jn 5,28-29). Esta misma concepción es la que aparece en Hch 24,15 y en Ap 20,13-15.
En Pablo es donde se encuentra una teología más elaborada de la resurrección, centrada en Cristo (2 Tes
4,141 Rom 8,1 129; 1 Cor 15,12-49).
El bautismo en Cristo Jesús implica la participación en su misterio de muerte y resurrección (Rom 6,5). En 1
Cor 15 la resurrección es una promesa para el futuro del hombre y la esperanza en la resurrección es una
verdad central de la fe. "Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó” ( 1 Cor 15,14). La resurrección
de Cristo y la de los cristianos es una única realidad, de la que Cristo es primicia (1 Cor 15,20).
El ser humano no es una dualidad (cuerpo +alma), sino una unidad (Alma encarnada al mismo tiempo que
carne animada) es por esto que la resurrección del hombre es total. Solo que nuestra realidad corporal será
renovada de un modo tal que nos permitirá reflejar más fielmente lo que somos.

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