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El estado intermedio, condición escatológica del ser humano entre la muerte, la resurrección final.
1. DESARROLLO HISTORICO
1.1 Acentuación de una escatología colectiva en la Sagrada Escritura
Al individuo se le nombra siempre en relación al pueblo, de quien toma la propia consistencia
personal.
La metáfora de la resurrección retornará… se transformará, gracias a la apocalíptica.
En la tradición veterotestamentario canónica de la escatología de Israel se enriquece con la idea de
la inmortalidad. El justo que confía en YHWH no tendrá nada que temer, ni siquiera a la muerte,
pues vive de una esperanza en el futuro definitivo que es Dios y su vida; “temporalmente” … En
una primera parte la resurrección-inmortalidad caracteriza el futuro definitivo del hombre, de su
historia y del mundo, la otra será de una esperanza ante la intervención divina.
En el NT es desde la Escatología a la luz de Cristo:
El NT deja claro que la resurrección de los muertos se dará en la Parusía.
La teología clásica resalta las palabras de Jesús al buen ladrón: “ Yo os aseguro, hoy estarás
conmigo en el Paraíso”.
En esta época hay una contribución significativa por parte del ministerio pontificio y conciliar.
La más importante es la ofrecida por la Constitución Benedictus Deus de Benedicto XII (1336).
En la fiesta de Todos los Santos del año 1331 a Juan XXII se le ocurrió la idea de la dilación de la
retribución de las almas al fin de los tiempos, contra la doctrina escolástica plenamente aceptada
de la retribución inmediata: los justos, después de la muerte, no gozan inmediatamente de la gloria
eterna, sino que esperan en el 'seno de Abraham' la irrupción de la vida futura, la resurrección y el
juicio final; sólo con la Parusía llegará la beatitud perfecta, pues se refiere tanto al alma como al
cuerpo; después de la muerte, las almas de los santos pueden contemplar lo la humanidad de
Cristo, pero no su esencia divina. En un tercer discurso (5 de enero de 1332), se afirmará que los
pecadores también tendrán que esperar el juicio final para sufrir eternamente las penas del infierno
y, mientras tanto, sus almas habitan un lugar subterráneo y tenebroso, que no es el infierno, en
compañía de los demonios. La reacción que suscitó Juan XXII fue inmediata; pronto el Papa quiso
retractarse escribiendo una bula con fecha del 3 de Diciembre de 1334, que no logró promulgar
pues murió.
La constitución de Benedicto XII es un documento oficial en donde se afirma, como punto central,
la inmediata retribución después de la muerte; se precisa el sentido teológico de la bienaventuranza
eterna, entendida como visión intuitiva y facial de la divina esencia para los justos, y de la
perdición, considerada tormento por las penas infernales para los impíos.
El concilio de Florencia (1439) enfrentará más detenidamente el tema del purgatorio, que veremos
más adelante, y confirmará tanto el asunto de los sufragios como el de la retribución de los justos y
los impíos.
1.4. Lutero y el “sueño de las almas”
Lutero excluye enfáticamente la posibilidad de una actividad purificadora del alma después de la
muerte. Y esto porque, a su juicio, ella no está en la Escritura y contradice su idea de la justificación,
donde Jesucristo es el único protagonista; una purificación activa haría pensar que el hombre sea
capaz de contribuir al éxito de su destino escatológico.
Más coherente sería, en cambio, su doctrina del 'sueño de las almas': la condición de los muertos
se puede comparar a una especie de sueño profundo, del que nos despertaremos sólo en la
resurrección final. La doctrina luterana será asumida por el protestantismo posterior, aunque
alejándose del cuadro más amplio de su escatología. Actualmente O. Cullmann ve esta doctrina
como un modo de abandonar de una vez el "error que consiste en atribuir al cristianismo primitivo la
creencia griega en la inmortalidad del alma.
Para Cullmann, tal doctrina tendría el mérito de reproducir la esencia del mensaje bíblico, sobre
todo cuanto afirma Pablo, sobre la condición de los muertos en Cristo, en espera de la resurrección
del cuerpo. Si para la Escritura, a diferencia de la cultura griega, la muerte del hombre es el
"enemiga" por excelencia, pues ella determina la total destrucción de la vida creada por Dios, la
resurrección de Jesucristo será la victoria de la Vida sobre la muerte y anticipo de la nueva
creación. La re creación implicara, consecuentemente, la transformación del cuerpo físico en
cuerpo de resurrección.
G. Greshake y G. Lohfink seguirán desarrollando esta propuesta. Para ellos no es posible afirmar
que en el momento de la muerte el alma se separará del cuerpo y asumirá el cuerpo transfigurado por
la resurrección hasta el fin de la historia.
2.2. Dos documentos oficiales sobre Escatología
La Congregación para la doctrina de la Fe (Carta a los venerables Prelados de las Conferencias
episcopales sobre algunas cuestiones concernientes a la escatología, del 17 de mayo de 1979),
enfrentó los problemas en torno a la muerte del cristiano y la resurrección universal, cuestionando la
propuesta de la resurrección en la muerte y subrayando algunos puntos propios de la doctrina
tradicional:
la fe en la resurrección de los muertos;
la sobrevivencia y la subsistencia del alma después de la muerte;
la resurrección referida a la totalidad del ser humano;
la legitimidad del culto a los muertos;
la espera de la parusía de Jesucristo como evento distinto y diferido respecto a la situación
del ser humano después de la muerte;
la unicidad del destino escatológico de María, expresado en el dogma de la Asunción;
las realidades eternas de la felicidad de los justos y de la pena para los pecadores:
La eventual purificación preliminar a la visión de Dios.
La Comisión Teológica Internacional retomó y desarrolló con amplitud esta temática en el
documento Problemas actuales de escatología (1992). De este modo se toma distancia respecto a la
hipótesis de la resurrección en la muerte al considerar que no responde a la tradición bíblica y deja de
lado o sin enfrentar aspectos fundamentales de la fe. No cabe de más recordar que estos documentos
eclesiales no han pretendido zanjar el debate en torno a la doctrina del estado intermedio, si bien
intentan delinear la doctrina cristiana al respecto.
2.3. Ulteriores reflexiones teológicas
2.3.1. El problema
Si deseamos ser coherentes con el dato de fe, hemos de salvar, por una parte, la fe en la de la
resurrección, en el último día, y por otra la permanencia de "algo" esencial del ser humano después de
la muerte y que posibilita una continuidad entre el que muere y el que será resucitado.
Ahora bien, si los datos dogmáticos a retener son la inmediatez de la retribución esencial y el
carácter escatológico de la resurrección es precisamente la relación de ambos la que nos pone en
problemas: ¿En qué condición se encuentra el sujeto de la retribución inmediata? (o, en otras
palabras, ¿cuál es su estatuto ontológico"?) ¿Se trata de que está el alma separada durante un período
temporalmente extenso, entre la muerte y la resurrección final? Tal ha sido la interpretación
tradicional, tenida por válida hasta el primer tercio de nuestro siglo, tanto por católicos como por
protestantes, pero en la que hoy se detectan serias dificultades.
2.3.2. ¿Una ontología “post mortem”?
En fin, hay "algo" en el hombre que, pese a la muerte, no es aniquilado y se impone a la atención
de Dios; a partir de ese "algo" es como Dios restaura la vida del sujeto mortal en su cabal identidad,
obrando así una resurrección, y no una creación desde la nada (creativo ex nihilo). La tradición ha
llamado a ese "algo" con el término de "alma", debido al carácter espiritual que ella implica. Otros lo
pueden decirse que se trata de una llaman "núcleo de consciencia", "conciencia del yo",
"autoconciencia", "espíritu".
De aquí que el documento exprese textualmente: "Aceptando fielmente las palabras del Señor en Mt
10,28, 'la iglesia afirma la continuidad y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento
espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo 'yo' humano,
carente mientras tanto del complemento de su cuerpo'. Esta afirmación se funda en la dualidad
característica de la antropología cristiana". En este sentido, "se debe decir que en el alma separada
subiste 'el mismo yo humano', en cuanto que, al ser el elemento consciente y subsistente del hombre,
podemos sostener, gracias a ella, una verdadera continuidad entre el hombre que vivió en la tierra y el
hombre que resucitará. Sin tal continuidad... el hombre que vivió en la tierra y el que resucitará no
sería el mismo yo. Así las cosas, se afirma que:
1. la subsistencia del alma separada es clara en la praxis de la iglesia, que dirige oraciones a las almas de
los bienaventurados;
2. el alma separada es una realidad ontológicamente incompleta;
3. el alma separada es consciente;
4. la misma transformación gloriosa del cuerpo en la resurrección es efecto de esta visión respecto al
cuerpo, que es configurado por el influjo del 'espíritu' (cuerpo espiritual) y ya no solamente del alma
(cuerpo psíquico);
El sinsabor por el lenguaje empleado es evidente para una antropología teológica que ha
redescubierto la unidad del ser humano y que ha querido partir de esa unicidad. De hecho, aunque se
trata de una cuestión abierta, algo ha quedado bien claro: lo inapropiado de las tesis neoescolásticas
sobre el alma separada y sobre el más allá como realidad espacio-temporal al mismo estilo de nuestra
vida terrenal. Más difícil será, ciertamente, ofrecer propuestas alternativas positivas. Respecto a los
números anteriores, podemos rescatar sus contenidos y Sugerir algunas vías de solución:
1. La doctrina católica de la inmortalidad del alma quiere indicar, ante todo, que la acción resucitadora
de Dios no se ejerce sobre el vacío absoluto de la criatura, sobre la nulidad total de su ser, sino que
se apoya en la alteridad reclamada por la relación dialógica interpersonal Dios - hombre. Aunque
deseable, no será fácil implantar un lenguaje alternativo a la tesis neoescolásticas.
2. Al indicarse que lo que pervive después de la muerte es una realidad ontológica incompleta, se
pretende superar el dualismo platónico señalándose con claridad que aquello que pervive no es
pleno, humanamente, sin la dimensión corpórea. La alternativa de la muerte y la resurrección como
aspectos distintos, pero no distantes facilitaría una solución a la cuestión sin pensar en un alma
separada o algo que pervive pero que no es plenamente humano. Pero esta opción exigiría una
respuesta adecuada a doctrinas como el purgatorio, al sufragio por los muertos, la originalidad de la
Asunción. La total ausencia de lenguaje simbólico y experiencial parece impedir una posterior
profundización.
3. Un aporte de esta reflexión es, precisamente, el carácter consciente de lo que pervive en el ser
humano al morir. Parece coherente admitir que pervive un núcleo subjetivo (interior, psíquico,
espiritual) consciente.
2.3.2 ¿Una ontología post mortem?
¿Qué es ese algo que permanece pese a la muerte? La tradición llama a ese algo alma. Otros lo
llaman núcleo de conciencia, conciencia del yo, autoconciencia, espíritu… el documento de la CTI
afirma que se trata de una identidad parcial del hombre que vivió y que, con la resurrección
definitiva, alcanzará la plena posesión de Dios. Dice textualmente “la Iglesia afirma la continuidad y
la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual que esta dotado de conciencia y de
voluntad, de manera que subsiste el mismo yo humano, carente mientras tanto del complemento de su
cuerpo” se basa en la antropología cristiana de la dualidad.
Para la teología antropológica esto ha quedado atrás pues ha redescubierto la unidad del ser
humano y que ha querido partir de esa unicidad. Por tanto la doctrina católica afirma:
1. La inmortalidad del alma se apoya en la alteridad reclamada por la relación dialógica interpersonal
Dios-hombre.
2. Superando el dualismo dice que aquello que pervive no es pleno, humanamente, sin la dimensión
corpórea.
3. Parece coherente admitir que pervive el núcleo subjetivo (interior, psíquico, espiritual) consciente.
4. En cuanto a la vida eterna, sin detrimento de la plenitud de vida, se admite un desarrollo y
crecimiento en el conocimiento y experiencia de Dios.
5. Es difícil aceptar cierto grado de corporeidad sin menoscabo de la resurrección. No es fácil apreciar
estos aspectos fuera de relaciones temporales.
6. En cuanto a la comunión de los santos, se puede rescatar el carácter eclesial. El creyente que muere
en Cristo y con Cristo permanece siempre en una comunidad, que está en camino hacia la parusía.