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Historia general de las cosas de Nueva España por

el fray Bernardino de Sahagún: el Códice Florentino


Historia general de las cosas de Nueva España es una obra enciclopédica sobre la gente y
la cultura del centro de México compilada por el fray Bernardino de Sahagún (1499-1590),
un misionero franciscano que llegó a México en 1529, ocho años después de que Hernán
Cortés finalizara la conquista española. El manuscrito, al que comúnmente se llama Códice
Florentino, llegó a manos de los Médici a más tardar en 1588 y ahora se encuentra en la
Biblioteca Laurenciana de Florencia. Sahagún comenzó a realizar investigaciones sobre las
culturas indígenas en la década de 1540, utilizando una metodología que, en opinión de los
estudiosos, es precursora de la técnica moderna en el campo antropológico. Sus motivos
eran principalmente religiosos: creía que, para convertir a los nativos al cristianismo y
erradicar su devoción a los dioses falsos, era necesario entender esos dioses y la influencia
que tenían en el pueblo azteca. Si bien gran parte de la cultura nativa le producía rechazo
llegó a admirar muchas cualidades de los aztecas. Según lo que expresa en el prólogo al
Libro I de su obra, los mexicanos eran considerados bárbaros, gente de muy poco valor; sin
embargo, él consideraba que, en materia de cultura y refinamiento, estaban un paso
adelante de otras naciones que presumían de ser muy diplomáticas. Sahagún obtuvo la
ayuda de dos grupos indígenas importantes: los ancianos (principales) de numerosas
ciudades de México central y los estudiantes nahuas y exalumnos del Colegio de la Santa
Cruz de Tlatelolco, donde Sahagún trabajó durante gran parte de su estadía en México.
Los principales respondían cuestionarios que preparaba Sahagún sobre la cultura y la
religión, y sus respuestas eran registradas en su propia forma pictórica de escritura. Los
estudiantes nahuas interpretaban las imágenes y ampliaban las respuestas, transcribiendo
fonéticamente el náhuatl con caracteres latinos. Sahagún luego revisaba el texto en náhuatl
y agregaba su propia traducción al español. Todo el proceso llevó casi 30 años y finalmente
se completó entre 1575 y 1577 con una copia nueva y completa del manuscrito preparado.
Este manuscrito fue llevado a España por el fray Rodrigo de Sequera, comisario general de
los franciscanos y partidario de la obra de Sahagún. Los 12 libros del códice se
encuadernaron originalmente en cuatro volúmenes, aunque más adelante se volvieron a
encuadernar en tres. La obra está organizada en dos columnas: a la derecha está el texto
original en náhuatl y a la izquierda, la traducción de Sahagún al español. La mayoría de las
magníficas 2468 ilustraciones, realizadas por los alumnos, están en la columna de la
izquierda, cuyo texto es más corto. Las ilustraciones combinan los rasgos sintácticos y
simbólicos de la antigua tradición nahua de pintura-escritura con las cualidades formales de
la pintura renacentista europea.

.2. Introducción, índices y Libro I: de los dioses


El manuscrito, al que comúnmente se llama Códice Florentino, consta de 12 libros dedicados
a diferentes temas. Sahagún siguió la tipología de obras medievales anteriores y organizó
su investigación en «lo divino, lo humano y lo natural» de Nueva España y abordó estos
temas en orden. Por lo tanto, el Libro I trata de los dioses. En él se describen las principales
deidades del panteón azteca y se enumeran las características físicas particulares, la
vestimenta, las funciones principales y las fiestas que se dedican a cada deidad. Para que
estos dioses sean más comprensibles para los lectores europeos, Sahagún a veces los
compara con figuras de la mitología griega y romana. A Huitzilopochtli («Uitzilobuchtli» en el
códice) lo llama «otro Hércules»; a Tezcatlipoca, «otro Júpiter». Huitzilopochtli era el dios
patrono de los aztecas, quien los guio en su peregrinación desde Aztlán, la mítica «tierra
blanca» de sus orígenes, hasta la «tierra prometida», donde fundaron en 1325 la ciudad de
Tenochtitlán. Era el dios de la guerra y del Sol, enorme, muy fuerte y belicoso, y se le dedicó
uno de los dos santuarios del Templo Mayor (Gran Pirámide) de Tenochtitlán. El otro
santuario estaba dedicado a Tláloc, el señor de la lluvia, que vivía en las montañas más
altas donde se forman las nubes, y se lo asociaba con el mundo de la agricultura y con la
fertilidad de la tierra. Huitzilopochtli, Tláloc y otros dos dioses principales están
representados en el folio 10, reverso. Para Sahagún, la religión era la clave para entender a
la civilización azteca. Según lo que expresa en el prólogo al Libro I, en la religión y la
adoración de sus dioses, no creía que alguna vez hubiera habido idólatras más fieles a sus
dioses, ni a un costo tan grande para sí mismos, que aquellos pueblos de Nueva España.

Libro II: de las ceremonias


El Libro II trata de las festividades y los sacrificios a los dioses, realizados de acuerdo con
el calendario ritual de 20 días. Incluye los 20 cánticos sagrados o himnos a los dioses, que
Sahagún reunió a partir de testimonios orales en la etapa inicial de su investigación. Este
libro también describe las ceremonias que conllevaban sacrificios humanos, que tanto
conmocionaron a los españoles cuando llegaron a México. Se ofrecían sacrificios para que
el ciclo cósmico pudiera continuar y el Sol saliera cada mañana. En un eterno proceso de
regeneración, se creía que los dioses aztecas morían y volvían a la vida con más fuerza que
antes, y era su muerte la que se «revivía» en el sacrificio. Los dioses estaban personificados
en sus víctimas sacrificiales –sus ixiptla (imágenes) o representantes– y recibían sustento
de la sangre y los corazones humanos. La ilustración en el folio 84, verso, representa el
sacrificio del ixiptla de Tezcatlipoca, dios del cielo nocturno y la memoria. La víctima tenía
que ser un hombre joven con buen estado físico, sin imperfecciones físicas, a quien se le
concedía un año para llevar una vida de ocio, en el que aprendía a tocar la flauta, y a usar
una especie de pipa (artefacto parecido a un canuto) de la misma manera que los jefes y
nobles. Al terminar el año, se lo vestía y adornaba con detalle y, después de varias
ceremonias, se lo llevaba al pie de la pirámide, en donde se lo sacrificaba. Las víctimas
sacrificiales solían ser soldados capturados en batalla, aunque también podrían ser
esclavos, hombres declarados culpables de algún delito, o bien mujeres jóvenes o niños
(ofrecidos a las deidades de la lluvia y las aguas). En la batalla, el objetivo no era matar al
enemigo sino tomar prisioneros, a quienes se los agarraba por el pelo y se los destinaba a
ser sacrificados. La guerra con el fin de capturar víctimas sacrificiales se muestra en las
ilustraciones del folio 74, reverso, y del folio 74, verso, de este libro.

Libro III: del principio que tuvieron los dioses


El Libro III trata sobre el origen de los dioses, en particular de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl,
e incluye apéndices sobre la vida después de la muerte y la educación. La religión azteca
estaba impregnada de historias sobre el nacimiento, la muerte y el regreso a la vida de los
dioses. Este eterno proceso de regeneración se reflejaba en las ceremonias que implicaban
el sacrificio de humanos y de otro tipo, así como en la arquitectura de Tenochtitlán. El Templo
Mayor (Gran Pirámide) estaba dedicado a Huitzilopochtli y Tláloc y tenía santuarios
separados para cada uno de estos dioses. Esta construcción dual tuvo una gran importancia
en cosmología mesoamericana, ya que simbolizaba las dos montañas sagradas:
Tonacatépetl (la colina del sustento), y Coatepec (la colina de la serpiente). El santuario
dedicado a Tláloc, el dios de la lluvia, representaba la montaña que guarbaba el maíz y otras
cosas que Quetzalcóatl robaba a los dioses para dar a la humanidad. El santuario dedicado
a Huitzilopochtli, el dios de la guerra y del Sol, representaba la montaña en la que él nació,
ya adulto y vestido como un guerrero: su madre Coatlicue lo engendró cuando una bola de
plumas entró en su vientre y la fecundó. En la montaña, el dios derrotó a su hermana
Coyolxauhqui (la diosa de la Luna) y a sus 400 herma
nos que estaban celosos de su nacimiento. Cuando murieron, pasaron a formar la Vía
Láctea. Entre las ilustraciones dignas de mención en el Libro III se encuentra, en el folio 232,
verso, en el apéndice sobre la educación, la representación de padres que llevan a sus hijos
a la escuela. Los nobles enviaban a sus hijos al calmécac (fila de casas), una escuela
sumamente estricta que estaba reservada para la élite, en donde recibían instrucciones
sobre cómo llegar a ser «los que mandan, los jefes, los senadores y los nobles,… los que
tienen puestos militares».

Libro IV: de la astrología judiciaria o arte


adivinatoria indiana
El Libro IV trata sobre el arte de la adivinación, o la astrología judiciaria que practicaban los
aztecas, y, en particular, sobre el Tonalpohualli (calendario ritual). Los mesoamericanos
usaban dos calendarios: uno solar y otro ritual. El Xiuhpohualli (calendario solar) tenía un
ciclo de 365 días divididos en 18 meses de 20 días cada uno, más cinco días considerados
desfavorables. El calendario ritual consistía en 260 días y estaba formado por la asociación
de los números del 1 al 13 con 20 signos diferentes. En los folios 329, verso y reverso, se
reproduce, con impresionante detalle, un cuadro utilizado principalmente por los sacerdotes
para la adivinación. Entre otras ilustraciones en el Libro IV, hay una representación
horripilante de la antropofagia o canibalismo ritual, que a menudo se practicaba como parte
del rito de sacrificio humano. Sahagún describe el sacrificio en relación con las fiestas de
Xipe Tótec, dios de la primavera y la regeneración, y de Huitzilopochtli, el dios de la guerra
y del Sol (folio 268, reverso). Los prisioneros eran llevados al templo de Huitzilopochtli,
sacrificados, y su carne era consumida por las personas importantes. Por medio de esta
práctica, los captores consumían y adquirían la fuerza del enemigo, en una especie de
comunión con la persona fallecida y con los dioses.

Libro V: de los agüeros y pronósticos


El Libro V trata de los presagios, los augurios y las supersticiones. Al igual que en el Libro
IV, que trata sobre adivinación, Sahagún cita antiguas tradiciones nativas extraídas de los
cuestionarios y las interacciones con los ancianos nahuas. El interés permanente de
Sahagún en este tema era académico y etnográfico, aunque su motivación fundamental era
la religión. Creía que muchas de las conversiones al cristianismo que alegaban haber
logrado los sacerdotes católicos en México eran superficiales y enmascaraban una
persistente adhesión a las creencias paganas. Según lo que expresaba en el prólogo de su
obra, los pecados de la idolatría y los ritos idolátricos, las supersticiones y los presagios, y
las supersticiones y las ceremonias idolátricas no habían desaparecido por completo. El
prólogo también establecía que para predicar contra estas cosas, o incluso para estar al
tanto de su existencia, era necesario estar familiarizado con la forma en que se practicaban
en los tiempos paganos, porque, a expensas de su ignorancia, los indígenas realizaban
muchas acciones idolátricas que escapaban a su entendimiento.

Libro VI: retórica y filosofía moral


El Libro VI se ocupa de la retórica y la filosofía moral. Contiene textos que Sahagún recolectó
alrededor de 1547, en la primera etapa de su investigación de la cultura indígena, a partir de
recitaciones orales de los ancianos nahuas. Según Sahagún, estos textos, conocidos
como Huehuetlahtolli (palabra antigua), encarnaban: la retórica, la filosofía moral y la
teología del pueblo mexicano, en las que hay muchas características curiosas que muestran
las bellezas del lenguaje y las muy delicadas cuestiones relativas a las virtudes morales. Si
bien le provocaba rechazo la religión azteca, la sabiduría y la belleza de los textos antiguos
impresionó en gran medida a Sahagún, quien cita extensa
mente, por ejemplo, las palabras de un padre nahua a una hija que ha alcanzado la edad de
la razón. En el folio 80, reverso, hay una ilustración de padres aconsejando a sus hijos. En
la encuadernación original, el Libro VI estaba al comienzo del segundo volumen. Por eso
empieza con una dedicatoria a Rodrigo de Sequera, comisario general de la orden
franciscana y gran admirador de la obra de Sahagún. Originalmente el Libro I contenía una
dedicatoria similar al comienzo, más tarde esa dedicatoria fue arrancada, por lo que la única
versión sobreviviente puede hallarse en una copia posterior del códice.

Libro VII: el Sol, la Luna y las estrellas, y la unión


de los años
El Libro VII trata sobre el Sol, la Luna y las estrellas. Contiene un relato de la creación del
Sol y de la Luna durante lo que los aztecas llamaban la «quinta edad del mundo», que
Sahagún extrajo de poemas y leyendas antiguas que los ancianos compartieron con él. La
ilustración en el folio 228, verso, representa al conejo en la Luna. Los antiguos
mesoamericanos afirmaban que en la Luna llena se podía ver el contorno de un conejo: un
efecto visual que resulta de la combinación de las manchas oscuras causadas por la
apariencia de las elevaciones y los cráteres en la superficie de la Luna, pero a la que ellos
le adjudicaban una razón mitológica. En el relato de los aztecas, antes de la creación del
día, los dioses se reunieron en Teotihuacán a crear el Sol para que pudiera iluminar el
mundo. Para que esto sucediera, alguien se tenía que sacrificar. El dios Tezcuciztécatl
(también conocido como Tecciztécatl) se ofreció de voluntario, pero también era necesario
otro dios. Todos tenían miedo y nadie más se ofreció, entonces recurrieron a Nanahuatzin,
que estaba cubierto de pústulas, y él aceptó con dignidad. Ambos dioses se prepararon para
el sacrificio haciendo penitencia durante cuatro días. Tezcuciztécatl utilizó plumas, oro y
fragmentos afilados de piedras preciosas y de coral, mientras que Nanahuatzin utilizó
materiales humildes y ofreció su sangre y pus. Se encendió una gran hoguera y todos los
dioses se reunieron a su alrededor a medianoche, pero cuando llegó el momento de que
Tezcuciztécatl se arrojara al fuego para transformarse en el Sol, vaciló y se detuvo.
Nanahuatzin, en cambio, se arrojó valientemente al fuego y comenzó a brillar. Solo entonces
Tezcuciztécatl, que era envidioso, hizo lo mismo para transformarse en un segundo Sol. Los
dioses no habían contado con que hubiera dos luces de igual brillo en el cielo, por lo que
uno de ellos tomó un conejo y lo lanzó al segundo Sol para disminuir su brillo: así es cómo
la Luna llego a ser lo que es, con la visible forma de un conejo en su cara.

Libro VIII: de los reyes y señores

El Libro VIII se refiere a los reyes y nobles, las formas de gobierno, las elecciones de los
gobernantes, y las costumbres y los pasatiempos de la nobleza. Además de estar interesado
en estos temas en sí mismos, las motivaciones de Sahagún tenían que ver con
consideraciones lingüísticas que le permitieran describir tantos aspectos de la vida azteca
como pudiera. Explicó que solo de esta manera podía traer a la luz todas las palabras de
este lenguaje con sus significados literales y metafóricos, y todas sus formas de hablar y la
mayor parte de sus antigüedades, buenas y malas. El Libro VIII está repleto de ilustraciones
relacionadas con el estilo de vida azteca. Las pinturas de los folios 219, 261 y 280–281 están
relacionadas con la vestimenta. Muestran el telar, cómo se hacían las vestimentas y los
diseños textiles usados por la nobleza. La mayoría de la población azteca solo podía usar
ropa hecha de hilo de pita, sin teñir y sin adornos, pero los nobles usaban ropa de algodón
de colores, decorada con parches de conchas o de hueso y plumas. La ilustración en el folio
269, reverso, muestra un juego llamado patolli (que Sahagún describe como parecido a los
dados) en el que los jugadores apostaban joyas y otras pertenencias, dejando caer tres
frijoles de gran tamaño en una gran cruz pintada sobre una estera. La ilustración en el folio
292, verso, muestra el juego denominado tlachtli, un juego de pelota que en un principio se
vinculaba con el concepto mesoamericano del cosmos como el producto de un
enfrentamiento entre fuerzas opuestas pero complementarias como, por ejemplo, la vida y
la muerte, el día y la noche, la fertilidad y la esterilidad, y la luz y la oscuridad. La lucha se
reproducía en el juego, donde dos equipos que representaban a las fuerzas cósmicas
opuestas se enfrentaban en una cancha tratando de hacer rebotar una pelota de goma
pesada tantas veces como fuera posible contra las paredes laterales de la cancha. Según
Sahagún, el juego era un divertimento de la nobleza, que había perdido su anterior
significado religioso.

Libro IX: de los mercaderes


El Libro IX se trata de comerciantes, funcionarios encargados del oro y las piedras preciosas, y
del trabajo en plumas. Los pochteca (comerciantes) eran un grupo importante en la sociedad
azteca. Emprendían largos viajes en busca de mercancías y productos preciosos, y eran
valorados por la información que reunían en las tierras que visitaban, que los aztecas a menudo
utilizaban para planificar las guerras de conquista. En Mesoamérica no se conocían los animales
de carga ni la rueda, por lo que las mercancías eran llevadas a pie por los tlameme(cargadores),
que colocaban su carga en una cacaxtli (estructura de madera), sostenida por una cuerda que
rodeaba los hombros y la frente del cargador. El folio 316, reverso, tiene una ilustración que
muestra a los cargadores con sus cargas. El Arte plumario era una de las artes menores que se
practicaban en la Mesoamérica precolombina. Los productos del arte plumario estaban
reservados para la élite azteca (el rey, los nobles, los sacerdotes y los guerreros), que usaban
elementos como capas, abanicos y tocados principalmente en las ceremonias. El folio 370,
reverso, tiene una ilustración que muestra a artesanos trabajando en un tocado. En el Libro IX
también se habla del fumar, práctica que los mesoamericanos hacían durante los banquetes y
las ceremonias religiosas, con dos pipas llenas de hierbas y pastos o con puros hechos de hojas
de tabaco enrolladas. La práctica de fumar está representada en el folio 336, reverso.

Libro X: el pueblo, sus virtudes, vicios y otras


naciones
El Libro X trata acerca de la sociedad azteca y abarca temas como las virtudes y los vicios de la
gente, la comida y la bebida, las partes del cuerpo humano, y las enfermedades y los remedios.
En este libro, Sahagún describe el proceso de fabricación del chocolate a partir de granos de
cacao, que también está representado en el folio 71, verso. La bebida hecha de cacao puro y
especias se consideraba la mayor exquisitez y estaba reservada solo para los nobles. El Libro X
trata también sobre la agricultura y la preparación de alimentos. La economía azteca se basaba
principalmente en la agricultura. La agricultura era responsabilidad de los plebeyos, que
cultivaban la tierra que se les asignaba y la tierra de los nobles y los gobernantes. El cultivo
principal era el maíz, con el cual los aztecas hacían una especie de pan. La preparación de los
alimentos era una tarea de mujeres y está representada en el folio 315, reverso. Los plebeyos
tenían una dieta muy simple, pero la élite comía alimentos más ricos y abundantes. Sahagún
incluye una larga lista de platos condimentados con diferentes salsas. El último capítulo del Libro
X, sobre «las naciones que han venido a habitar esta tierra», incluye dos textos largos, que
derivan de las preguntas que Sahagún hizo a los ancianos nahuas sobre la historia de
Mesoamérica. Uno habla de Quetzalcóatl y los toltecas; el otro ofrece un repaso de la evolución
cultural de los pueblos nahuas.
Libro X: De las cosas naturales
El libro XI, el más largo del códice, es un tratado de historia natural. Siguiendo la división
tradicional de conocimiento común en muchas obras enciclopédicas europeas, el Códice
Florentino trata sobre «todo lo divino (o más bien idólatra), humano y natural de Nueva
España». Por lo tanto, después haber hablado de seres superiores y de seres humanos,
Sahagún examina los animales, las plantas y todos los tipos de minerales. Para el análisis
de las hierbas medicinales y los minerales, Sahagún se basó en el conocimiento de los
médicos indígenas, y creó lo que el erudito Miguel León-Portilla ha llamado una especie de
farmacología prehispánica. El análisis de los animales se basa en leyendas aztecas sobre
varios animales, tanto reales como míticos. El libro es una fuente de especial importancia
para comprender cómo los mesoamericanos usaban los recursos naturales antes de la
llegada de los europeos. Muchos animales criados en Europa, como vacas, cerdos, pollos y
caballos, eran desconocidos para los pueblos mesoamericanos. En su lugar, criaban
conejos, xoloitzcuintle (una raza de perro sin pelo), aves y, en particular, pavos.
Complementaban su dieta con jabalíes, ciervos, tapires, aves, ranas, hormigas, grillos y
serpientes. Se cazaban otros animales principalmente por su piel, como el jaguar y otros
felinos, o por sus plumas. El Libro XI contiene numerosas ilustraciones de animales,
incluidos mamíferos (el jaguar y el armadillo), aves, reptiles, anfibios, peces e insectos.

Libro X: de la conquista de México


El Libro XII narra la conquista española de México, que tuvo lugar entre 1519 (cuando Cortés
desembarcó en la costa con poco más de 100 hombres y unos cuantos caballos) y 1521,
cuando se tomó Tenochtitlán y se subyugó a los aztecas. La historia es contada desde la
perspectiva de los ancianos indígenas que vivían en Tenochtitlán en el momento de la
conquista y presenciaron los acontecimientos descritos. Sahagún reunió estos relatos entre
1553 y 1555, aproximadamente, cuando estaba trabajando en el Colegio de la Santa Cruz
de Tlatelolco. La narrativa náhuatl comienza con una evocación de «las señales y los
presagios» que, se decía, habían aparecido antes de la llegada de los españoles, y concluye
con la rendición de Tenochtitlán después de un sitio de 80 días. Al recurrir a testimonios de
primera mano, Sahagún fue capaz de capturar el asombro que sentían los aztecas y el
trauma posterior a su derrota a manos de los españoles. Entre los principales factores que
determinaron la victoria española estuvieron la implacabilidad de los soldados españoles y
de Cortés en particular, el uso de caballos y armas de fuego, que los mesoamericanos nunca
había visto, y la intuición de Cortés de que los pueblos del Imperio azteca estaban dispuestos
a unir fuerzas con él para deshacerse del dominio azteca. El Libro XII contiene numerosas
ilustraciones que representan escenas de la conquista, como la llegada de Cortés, una
imagen del Templo Mayor (Gran Pirámide) en Tenochtitlán, batallas entre los indígenas y
los españoles y la destrucción de los templos aztecas a manos de los españoles.

Leccionario en náhuatl con títulos en latín


Fray Bernardino de Sahagún fue un misionero franciscano español que llegó a México,
donde se radicó, en 1529. Murió allí en 1590. El objeto de estudio de su trabajo eran los
pueblos indígenas del área: buscaba documentar las culturas y religiones, convencido de
que una mayor comprensión de sus creencias y prácticas beneficiaría los esfuerzos en pos
de su conversión al cristianismo. Sus métodos han hecho que algunos estudiosos lo
consideraran como el primer etnohistoriador. Hoy se lo recuerda no solo por su obra
etnográfica y lingüística sobre el pueblo Nahua y la civilización azteca, sino también por su
trabajo en las misiones. Aquí se presenta un leccionario del siglo XVI basado en los
Evangelios y las Epístolas. Se produjo con la intención de que se usara durante los servicios
dominicales y los días festivos del año eclesiástico. Fue traducido del latín al náhuatl,
posiblemente por Sahagún o su colega de México, el padre Alonso de Molina, que hablaba
náhuatl con fluidez y fue autor del primer diccionario náhuatl-español publicado en el Nuevo
Mundo. Las lecturas comienzan con el primer domingo de Adviento y siguen con las estacio

nes del año eclesiástico, como la Epifanía, la Cuaresma, la Pasión, la Pascua y el


Pentecostés. Además, se brindan lecturas para la celebración de días festivos, como la
Purificación de la Virgen, la Anunciación y la Invención (el hallazgo) de la Santa Cruz, así
como las fiestas de santos católicos importantes, como Sebastián, Marcos y Bernabé. El
leccionario presenta iniciales decoradas y la inscripción de un antiguo propietario, Phelipe
de Baldes (Felipe de Valdez), dirigida a Adán Inquaci, un nativo. El documento es una fuente
fundamental para comprender la interpretación que Sahagún hizo del cristianismo y de la
liturgia católica romana para su público nahua.

Copia manuscrita trilingüe de la parte dos del


«Dictionarium ex Hispaniensi in Latinum
Sermonem», de Antonio de Nebrija
Este manuscrito es una copia de la parte dos (español-latín) del Dictionarium, de Antonio de
Nebrija, con equivalentes en náhuatl para cada entrada. Es posible que lo haya escrito
Sahagún alrededor de 1540, cuando comenzaban con su investigación sobre los nativos de
la zona. Sin embargo, la autoría del manuscrito está en disputa: otra teoría postula que el
autor del diccionario es un nativo nahua. A las palabras en español, desde «a» hasta
«zorzal», le siguen sus equivalentes en latín y en náhuatl. El manuscrito también incluye
notas en sus dos primeras hojas, en español y náhuatl, sobre los siete pecados capitales,
que se añadieron con posterioridad. Sea cual fuere la identidad real del autor, el documento
es una fuente fundamental para el estudio de los primeros esfuerzos de los pueblos español
y nahua por comunicarse y entenderse.

Una secuencia de sermones para los domingos y


para días de los santos en náhuatl
Esta obra constituye una recopilación de sermones en náhuatl que Sahagún comenzó en
1540 y que revisó y corrigió en 1563. Forman parte de su «Postilla», o comentarios bíblicos,
que usaba en el trabajo misionero con los aztecas. El ciclo de sermones dominicales para
el año eclesiástico está incompleto: comienza con el primer domingo de Adviento y termina
en el decimonoveno domingo después de Pentecostés; además, presenta solo un sermón
para el último domingo antes del Adviento. El ciclo de sermones para los días de los santos,
el «Santoral», también se encuentra inconcluso, y presenta sermones en honor a unos
pocos santos (Andrés, Tomás, Esteban y Juan). El manuscrito incluye notas marginales
escritas por Sahagún, como comentarios, adiciones y explicaciones. Está realizado sobre
papel de maguey, que también se utilizaba para crear códices aztecas. Esta obra es un
recurso fundamental para comprender la interpretación que Sahagún hizo del cristianismo
para su público nahua.

Una secuencia de veintiséis adiciones a las


exhortaciones
Este manuscrito es recurso fundamental para comprender la interpretación que Sahagún
hizo del cristianismo para su público nahua. Contiene un texto bilingüe de las «Addiciones»
(sic), agregados de Sahagún para complementar la «Postilla», o comentarios bíblicos, que
se usaba en el trabajo misionero entre los aztecas y nahuas. Los agregados explican las
tres virtudes cristianas de la fe, la esperanza y la caridad; la última cuenta con la exposición
más larga. Los últimos tres capítulos describen los castigos del infierno, la recompensa de
la virtud en las glorias del cielo, así como la muerte y el Día del Juicio. Además, hay un
fragmento de texto que contiene tenonotzaliztli (exhortaciones morales y doctrinales) en
condena de los rituales nativos. Un apéndice, copiado por uno de los escribas de Sahagún,
Alonso Vegerano, también censura las creencias religiosas de los nativos; hace especial
hincapié en el papel del diablo en la vida de los aborígenes.

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