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Pero vamos a presentar, de la mano del propio León-Portilla, las claves fundamentales de la
cultura náhuatl, situándola primero en sus coordenadas espacio-temporales, para después
presentar los elementos más importantes de su cosmovisión y pensamiento, y seguir a León
Portilla en su defensa de una supuesta filosofía náhuatl. Tomaremos las ideas sobre todo de
su artículo, ya citado, «El pensamiento náhuatl». Los historiadores sitúan el inicio de la
cultura náhuatl hacia la mitad del segundo milenio antes de J.C, momento en el que, en el
entorno de México, «se inició allí un proceso de transformaciones que culminó con la
aparición de una “alta cultura”». Este proceso tomó cuerpo, en primer lugar, en la cultura
olmeca, que empezó a florecer a partir de 1200 a. de C., en el entorno de los estados
mexicanos actuales de Tabasco y Veracruz. Esta influencia cultural fue extendiéndose poco
a poco y llegó a abarcar toda la zona central de México, varias de sus zonas costeras del
Golfo y del Pacífico, así como amplias regiones de Centroamérica: Yucatán, Guatemala,
Belice, El Salvador, y algunas zonas de Honduras y Nicaragua. Toda esta amplia zona se
denominará Mesoamérica. En este entorno cultural se construyeron núcleos urbanos de
importancia, con templos, palacios, y otro tipo de edificios públicos y privados, así como se
desarrollaron complejas organizaciones políticas, sociales, económicas y religiosas,
llegándose a crear también reinos e imperios que aglutinaban los diferentes núcleos
poblacionales de esta región. Se sabe que alcanzaron un nivel notable de arte, así como un
tipo de calendario original y complicado. Y todo estaba apoyado en unas complejas
concepciones del mundo, expresadas en teorías religiosas y en prácticas morales y
culturales que se han recogido en sus libros sagrados, escritos en lengua náhuatl, lenguaje
que utilizaron los toltecas, aztecas y otros pueblos similares. El momento que León-Portilla
considera de máximo esplendor de la cultura náhuatl, es el que se denomina época de
«cosmovisión tolteca», situada, según la tradición de los aztecas o mexicas del s. XV a. C.,
en una época de antiguo esplendor, bajo la figura clave del sabio sacerdote Quetzalcóatl, su
guía espiritual. La conservación de la cosmovisión de los nahuas se ha conseguido a través
de diversas fuentes, a pesar de las pérdidas de textos que se produjo en el momento de la
llegada de los españoles. León-Portilla considera que, respecto al pensamiento filosófico y
a la concepción del mundo, el tipo de fuentes existentes es de cuatro tipos: «códices o libros
indígenas prehispánicos; códices indígenas coloniales, copias de otros más antiguos o
reelaboraciones hechas en el siglo XVI; textos en náhuatl resultado de transición con el
alfabeto del contenido de códices o de testimonios de la tradición memorizada en las
escuelas sacerdotales indígenas y, finalmente, algunas representaciones iconográficas,
acompañadas de signos glíficos en monumentos prehispánicos». Vamos a seguir a León-
Portilla en su análisis de la cosmovisión náhuatl, tal y como se presenta en la época azteca o
mexica un siglo antes de la conquista española. En esta época, los nahuas se apoyaban en la
cosmovisión tolteca, cosmovisión que se atribuía al sabio y sacerdote Quetzalcóatl, cuya
existencia se situaba hacia el s. IX d. C. El recompuso los mitos antiguos, que impregnaban
la simbología y los mitos comunes del conjunto de los pueblos mesoamericanos. Esta
cosmovisión religiosa, a grandes rasgos, se basaba en la creencia de que la tierra era como
una gran isla dividida en cuatro cuadrantes o rumbos, y rodeada por agua. Cada cuadrante o
rumbo tenía sus símbolos específicos. El Oriente (color blanco) era el cuadrante de la luz,
de la fertilidad y de la vida; el Norte (color negro), se consideraba la región de los muertos;
el Poniente (rojo), la casa del sol; y el Sur (azul) contenía el mundo de las sementeras.
Visto verticalmente, el mundo estaba dotado de varios pisos, tanto por encima de la tierra
como por debajo. Por encima estaba el cielo, la morada de los dioses. Y por debajo se
situaban los pisos inferiores, donde se situaba el Mictlan, el mundo de los muertos. Para los
nahuas, el mundo está lleno de poderes invisibles, produciéndose también entre los dioses
enormes luchas cósmicas para dominar el mundo. En cada una de las eras o «soles», se
producía el dominio de uno de los dioses, produciéndose un fuerte cataclismo con el
cambio de cada época. Entendían que se había producido la sucesión de cuatro épocas o
soles: la del aire, tierra, agua y fuego, y estaríamos ahora en la quinta, la del viento,
momento en que nacen los hombres, los merecidos (macehualtin), referencia al hecho de
haber «merecido» su existencia por el sacrificio de los dioses. «En compensación, los seres
humanos tendrán que hacer tlamacehualiztli, “merecimiento”, sacrificio, incluso de sangre,
para compensar a los dioses y mantener así un equilibrio cósmico». También la época
presente está amenazada de muerte, y terminará inevitablemente en un cataclismo, pero los
hombres pueden postergar la llegada de tal desgracia. Quetzalcóatl recibió toda esta
tradición mítico-religiosa y la recompuso y completó
. En sus meditaciones, llegó a concebir la divinidad como un ser uno y dual a la vez. «El
principio supremo es Ometéotl, Dios de la Dualidad. Metafóricamente es concebido con un
rostro masculino, Ometecuhtli, Señor de la Dualidad, y con una fisonomía al mismo tiempo
femenina, Omecíhuatl, Señora de la Dualidad». Otro nombre que tendría la divinidad es el
de Quetzalcóatl, que significa serpiente emplumada o también «Mellizo Precioso». Y de
este título de la divinidad vendría también el nombre del sabio sacerdote náhuatl que
reconstruyó esta concepción religiosa. Los hombres debían dedicarse durante su vida a la
creación de la Toltecáyotl, conjunto de artes e instituciones toltecas, colaborando de este
modo a repetir la acción creadora del Dios de la Dualidad. Esta época de los toltecas era
recordada por la posteridad como una época dorada. Pero su fin le llegó cuando los
hechiceros expulsan al sabio sacerdote Quetzalcóatl de la capital, Tula, e imponen su
dominio, y llegarían a introducir también sacrificios humanos. Con la marcha de
Quetzalcóatl, se produjo una época de decadencia y de conflictos con los pueblos vecinos,
que ocuparon el vacío de poder dejado por los toltecas. Les suceden en el poder los aztecas
o mexicas, nahuas del norte, adoradores de su dios Huitzilopochtli, que consideraban
vinculado a la divinidad del Dios Dual tolteca, y se hacía presente en el sol.
Una vez presentados los rasgos más destacados de la cosmovisión náhuatl, nos vamos a
detener en la argumentación de León-Portilla en defensa de un supuesto pensamiento
filosófico entre ellos. Entre los mexicas y otros pueblos nahuas hubo sabios que
reflexionaron y profundizaron en las doctrinas religiosas y cosmovisionales nahuas, tal y
como las interpreta y amplía Quetzalcóatl. En esos estudios, «diversos cuestionamientos
surgieron en su ánimo. Unos se refirieron al destino del hombre en la tierra y sus formas de
obrar. Otros tocaron el espinoso tema de la posibilidad de decir palabras verdaderas acerca
de la divinidad. Finalmente, algunos de esos cuestionamientos versaron sobre la muerte y el
más allá». Estos sabios, los tlanatinime, expresaron estos comentarios con dudas e
interrogantes por medio sobre todo de poemas y cantos, pero también en exposiciones y
discursos en prosa. No llegaron a exponer teorías positivas y amplias sobre los puntos y
temas acerca de los que expresaban sus interrogantes, sino que se quedaron solamente en la
propia expresión interrogativa. Aunque a veces expresan también un cierto principio de
respuesta. Ahora bien, como señala León-Portilla, «el hecho de que sus cuestionamientos
resonaran a veces en los cantos, concebidos para ser entonados y acompañados por la
música, denota que se atrevían a hacer sentir al pueblo la angustia que los afligía ante los
que consideraban como enigmas no resueltos». Esta publicidad daría seriedad a sus
cuestiones, puesto que mostraría que no eran interrogantes esporádicos y personales, sino
firmes y dignos de hacerlos públicos a través de esos himnos y cantos ceremoniales. Los
temas sobre los que se hacen interrogantes son, en primer lugar, acerca de qué puede dar
sentido a la acción del hombre sobre la tierra, de si hay en esta tierra algo tan valioso que
merezca la pena ir en pos de ello. Y si la experiencia nos dice que todo perece, y que
nuestro destino nos aboca a la muerte, ¿podemos tener la seguridad de que hay un más allá,
donde seguiremos viviendo y se cumplirán todos nuestros anhelos? Por tanto, el destino del
ser humano aparece incierto, a pesar de las afirmaciones de las doctrinas religiosas. Ante
esta situación, no caben más que estas alternativas: o la vida de los mortales no tiene más
consistencia que aquí, o se continúa en otra vida; en este segundo caso, o su destino es el
Mictlan (la aniquilación), o el cielo, lugar de dicha y placer. Si sólo hay vida en esta tierra,
la conclusión parece evidente: gocemos aquí y aprovechemos a fondo esta vida. Pero, si
hay vida después, estos sabios se plantean que quizás nuestro destino esté en la región del
sufrimiento. La alternativa más positiva inclinaría a pensar que hay que aceptar el carácter
de experiencia única que supone esta vida y el misterio del más allá, y, por consiguiente,
aceptar que la vida auténtica está después. Pero, de fondo, la gran cuestión que se plantean
los tlanatinime es la radical pregunta por la verdad. Es decir, ¿qué es verdad (neltiliztli) y
qué es mentira entre los hombres? En uno de los Cantares mexicanos, uno de los sabios se
pregunta: «¿Acaso son verdad los hombres? Por tanto, ya no es verdad nuestro canto. ¿Qué
está por ventura en pie? ¿Qué es lo que viene a salir bien?». León-Portilla nos advierte de
que «etimológicamente “verdad”, entre los nahuas, era en su forma abstracta (neltiliztli), la
cualidad de estar firme, bien cimentado o enraizado. Así se comprende mejor la pregunta
del texto citado: ¿acaso son verdad los hombres?, que debe entenderse como: ¿acaso poseen
los hombres la cualidad de ser algo firme, bien enraizado?». De entre los varios tlamatinime
que dejaron textos escritos, de algunos se desconoce sus nombres, pero de otros se conocen
nombre y datos biográficos. Tal es el caso de Nezahualcóyotl, posiblemente el más
conocido de todos, que vivió entre 1402 y 1472 de nuestra era. En sus escritos se advierte
una cierta obsesión por la muerte y la posibilidad de si existe algún modo de superarla. Es
evidente que todo en la tierra es transitorio, y eso produce tristeza. Pero también es el
origen y la situación de emerger un pensamiento más profundo sobre las cosas y el sentido
de la vida. Igualmente, dedica muchos de sus cantos al estudio de la Divinidad. Lo que da
tranquilidad y sosiego entre tantas preguntas es aceptar la Divinidad. Él es el dador de la
vida, y aunque aparece a veces como arbitrario e incomprensible, invita a invocarlo y a
alabarlo. Pero queda siempre la duda de la verdad y consistencia de todos estos misterios. Y
entre la duda y la invocación considera este sabio que está el misterio de la vida. Invocar a
la Divinidad da descanso, pero la razón no puede permanecer tranquila, y queda siempre
flotando la pregunta inquietante.
Todos estos conjuntos de textos de los sabios nahuas constituyen para León-Portilla la
«evidencia de que hubo en el México prehispánico quienes se plantearon preguntas acerca
del destino del hombre en la tierra y el más allá, el misterio de la divinidad y la posibilidad
de decir palabras verdaderas. En su pensamiento afloró así una forma de discurrir
filosófico». Es problemático atribuir a estos textos de los tlanatinime nahuas el apelativo de
filosóficos, como pretende León-Portilla. Pero no cabe duda de que significan un salto
teórico en el camino de lo que fue la filosofía en el ámbito de la cultura griega, cuna en este
aspecto de la occidental. Independientemente de que no aporten una reflexión teórica
positiva, representan un tímido intento de querer acercarse a los grandes temas que nos
plantea la vida y la realidad desde un punto de vista racional, que trata de superar la mera
aceptación de la mirada mítico-religiosa. Y este intento les da un mérito notable, y les hace
dignos de ser tenidos en cuenta por los historiadores del pensamiento latinoamericano.