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Texto.

Ética y Lenguaje

Autor. Stevenson

Tipos de acuerdo y desacuerdo

Este libro no abarca la totalidad de la ética, sino sólo una parte especial de ella. Su primer objetivo
es clarificar el significado de los términos éticos, o sea, de términos tales como "bueno", "correcto",
"justo", "debido”, etc. Su segundo objetivo es caracterizar los métodos generales sobre la base de
los cuales se prueban o fundamentan los juicios éticos.

Este estudio se encuentra relacionado con la ética normativa ("valorativa" o "evaluativa") de la


misma manera que el análisis conceptual y el método científico se encuentran relacionados con
las ciencias. Así como no suponemos, que un libro referente al método científico haga las veces
de un texto científico, tampoco debemos esperar encontrar aquí ninguna conclusión acerca de qué
comportamiento es correcto o incorrecto. El propósito de un estudio analítico o metodológico —sea
en el campo de la ciencia o en el de la ética— es siempre indirecto. Pretende que los demás
encaren sus tareas con una visión más clara y con hábitos de investigación más útiles. Esto
requiere un examen continuo de lo que tales personas hacen, ya que de no ser así el análisis del
significado y de los métodos se realizaría en el vacío. Pero tal estudio no exige, sin embargo, que
el analista —como tal— participe en aquello que está analizando. En ética, cualquier participación
directa de este tipo podría ser peligrosa: privaría al teórico de su independencia de juicio y
transformaría un estudio relativamente neutral en un manifiesto en favor de determinado código
moral. Aunque las cuestiones de tipo normativo constituyen, sin duda, la parte más importante de
la ética y ocupan gran parte del quehacer profesional de los legisladores, editorialistas, novelistas,
sacerdotes y filósofos morales, tales cuestiones deben quedar aquí sin respuesta. El presente
volumen sólo tiene por objeto aguzar las herramientas que otros emplean.

Aunque la primera pregunta que nos plantearemos es aparentemente marginal, resultará de


fundamental importancia:

¿Cuál es la naturaleza del acuerdo y del desacuerdo éticos? ¿Es acaso similar a la del que se
encuentra en las ciencias naturales —diferenciándose sólo por su contenido— o es de un tipo
notablemente diferente?

Si podemos llegar a responder estas preguntas, obtendremos una comprensión general de lo que
constituye un problema normativo. Y, entonces, el estudio de términos y métodos —que debe
llegar a explicar cómo se plantea este tipo de problema y cómo es que está sujeto a discusión o
investigación— estará orientado adecuadamente. Por supuesto que hay ciertos problemas
normativos para los que estas preguntas no tienen una relevancia directa. Son los problemas qua
surgen en la deliberación de tipo personal —esto es, que no surgen en relaciones
interpersonales— y que no suponen acuerdo o desacuerdo sino, simplemente, falta de decisión o
bien convencimiento creciente. Sin embargo, más adelante veremos que las preguntas también
tienen que ver con ellos, aunque indirectamente. Mientras tanto, es conveniente considerar

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problemas surgidos en relaciones de tipo interpersonal, pues en ellos el uso de términos y


métodos se manifiesta mucho más claramente.

Para mayor simplicidad, concentremos nuestra atención en la expresión "desacuerdo",


considerando sólo por implicación el otro término. Distinguiremos dos tipos principales de
desacuerdo. Formularemos esta distinción de una manera totalmente general, dejando de lado —
por el momento— cualquier decisión acerca de cuál de los dos tipos es el más típico de la ética
normativa y extrayendo nuestros ejemplos de otros campos distintos.

Los desacuerdos que se producen en la ciencia, la historia, la biografía y en sus contrapartidas de


la vida cotidiana, sólo exigirán una breve consideración. Los problemas acerca de la naturaleza de
la transmisión de las ondas luminosas, de los viajes de Leif Ericsson y del día en el cual Juan llegó
tarde a tomar el té, son todos similares en cuanto suponen una oposición que es, primordialmente,
de creencias. (El término "creencias" no debe incluir —al menos por el momento— ninguna
referencia a convicciones éticas. Que éstas sean o no "creencias" en el sentido que otorgamos a
este término es, en gran parte, la cuestión que debe discutirse.) En tales casos, una persona cree
que la respuesta es p, y otra que es no-p o alguna otra proposición incompatible con p. En el curso
de la discusión, cada una de ellas trata de probar, de alguna manera, su punto de vista, o bien
corregirlo sobre la base de nuevos datos. Denominaremos a este tipo de desacuerdo "desacuerdo
en la creencia".

Hay otros casos que difieren marcadamente de los anteriores y que, sin embargo, pueden ser
denominados "desacuerdos", con idéntica propiedad. Tales casos suponen una oposición —a
veces incipiente y moderada, a veces pronunciada— que no es de creencias sino, más bien, de
actitudes. Es decir, se trata de una oposición de aspiraciones, exigencias, preferencias, deseos,
etc.1 Como es tentador intelectualizar con exceso estas situaciones, otorgando demasiada
atención a las creencias, será útil que las examinemos con cuidado.

Supongamos que dos personas deciden comer juntas. Una sugiere el nombre de un restaurante
en el que se ejecuta música. La otra expresa su falta de interés por escuchar música y sugiere el
nombre de otro restaurante. Puede ocurrir entonces, como decimos comúnmente, que "no se
pongan de acuerdo en la elección del restaurante". El desacuerdo se origina por sus preferencias
divergentes, más que por creencias distintas, y terminará cuando las dos personas deseen ir al
mismo lugar. En este ejemplo el desacuerdo será breve y moderado: será un desacuerdo en
miniatura. Pero, sin embargo, será un "desacuerdo" en un sentido totalmente familiar.

Se pueden hallar, fácilmente, otros ejemplos. La señora A tiene aspiraciones sociales y desea
alternar con la alta sociedad. El señor A es sencillo y leal a sus viejas amistades. En
consecuencia, los dos están en desacuerdo respecto de las personas a invitar para la próxima
fiesta. El director de un museo de arte desea comprar cuadros de artistas contemporáneos. Uno
de sus asesores prefiere adquirir, en cambio, obras de los viejos maestros. Están en desacuerdo.
La madre de Juan está preocupada por los peligros que implica la práctica del fútbol y no quiere
que lo practique. Y aunque Juan admite (cree) que jugarlo entraña peligro, quiere hacerlo de todas
maneras. Juan y su madre están en desacuerdo. Estos ejemplos, igual que el que dimos antes,
muestran actitudes opuestas y se diferencian de él sólo porque las actitudes en juego son un poco

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más profundas y susceptibles de ser defendidas con más seriedad. Denominaremos al


desacuerdo de este tipo, "desacuerdo en la actitud".2 Diremos que dos personas tienen un
desacuerdo en la actitud cuando adoptan actitudes opuestas respecto del mismo objeto —que una
aprueba, por ejemplo, y que la otra desaprueba— y cuando al menos una de ellas tiene un motivo
para cambiar o cuestionar la actitud de la otra. Obsérvese, sin embargo, que cuando alguien busca
cambiar las actitudes de otro puede estar dispuesto, al mismo tiempo, a cambiar sus propias
actitudes teniendo en cuenta lo que su interlocutor pueda decir. El desacuerdo en la actitud, al
igual que el desacuerdo en la creencia, no debe ser una ocasión para mostrar rivalidades
extrañas. Puede ser una oportunidad para intercambiar propósitos, en medio de una influencia
recíproca que ambas partes encuentran beneficiosa.

Ambos tipos de desacuerdo difieren, principalmente, en el siguiente aspecto: el primero tiene que
ver con la forma en que las cosas son fielmente descriptas y explicadas; el segundo, con la
manera en que son apreciadas favorable o desfavorablemente y, por lo tanto, con la manera en
que han de ser afectadas por el esfuerzo del hombre.

Apliquemos la distinción a un caso que nos permitirá afinarla. Supongamos que el señor Pérez
sostiene que la mayoría de los votantes apoyarán cierta medida de gobierno y que el señor
González insiste en que la mayoría está en contra de ella. Es evidente que están en desacuerdo y
que tal desacuerdo se refiere a actitudes, esto es, a las actitudes que, según suponen, tienen los
votantes. Pero, ¿existe entre Pérez y González un desacuerdo en la actitud? Por cierto que no.
Como muestra el ejemplo, entre ellos hay un desacuerdo en la creencia acerca de actitudes, y no
es necesario, de manera alguna, que estén en desacuerdo en la actitud. El desacuerdo en la
creencia acerca de actitudes, simplemente, una clase del desacuerdo en la creencia, y difiere del
desacuerdo en la creencia acerca de la forma en que se contraen los resfríos, sólo en lo que
respecta al contenido. No supone la oposición de las actitudes de los interlocutores sino sólo la de
algunas de sus creencias que se refieren a actitudes. Pero el desacuerdo en la actitud implica una
oposición de las actitudes mismas de los interlocutores. Pérez y González pueden sostener
creencias distintas acerca de actitudes sin llegar a adoptar actitudes encontradas. De la misma
manera, pueden tener creencias opuestas acerca de la forma en que se contraen los resfríos sin
estar resfriados. En tanto procuran ofrecer descripciones aisladas referentes a la condición de
ciertas actitudes humanas, su desacuerdo es de creencia. En este caso, las actitudes sólo
aparecen como un tema de estudio.

Una distinción paralela puede formularse respecto del término "acuerdo", que puede designar
creencias convergentes o actitudes convergentes. El acuerdo en la creencia debe distinguirse del
acuerdo en la actitud, aun cuando las creencias sean acerca de actitudes. Será conveniente usar
"acuerdo" —sea en la creencia o en la actitud— como opuesto a "desacuerdo", más que como su
contradictorio. Puede ser que las personas no estén ni de acuerdo ni en desacuerdo, como ocurre
cuando se encuentran en un mutuo estado de indecisión o irresolución, o cuando simplemente "difieren
en algo", adoptando creencias o actitudes distintas sin encontrar un motivo suficiente para igualarlas.

Preservemos, sin embargo, el principio de economía en la exposición, otorgando expresa atención


a "desacuerdo" y considerando a "acuerdo" sólo por implicación. El procedimiento opuesto, que
quizá podría parecer más natural, no ha sido adoptado por una sencilla razón. Las distinciones que

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hacemos serán aplicadas, posteriormente, a la metodología de la ética. Este propósito específico


hace que el desacuerdo nos exija una investigación más atenta que el acuerdo. Porque mientras
que las normas que son aceptadas e incorporadas en las costumbres de cualquier sociedad son
más numerosas que las controvertidas, estas últimas presentan casos en los cuales los métodos
de razonamiento se emplean más abiertamente y, en consecuencia, puede apelarse a ellos con
fines de estudio y de ejemplificación.

Debemos analizar ahora cómo se relacionan los dos tipos de desacuerdo, ilustrando nuestras
conclusiones con ejemplos que no son (o, al menos, que no son obviamente) de tipo ético.

No debe pensarse que toda discusión muestra un tipo; de desacuerdo con exclusión del otro. A
menudo, se dan ambos tipos de desacuerdo. Y esto es lo mismo que decir que no debemos aislar
las creencias de las actitudes. Como se ha señalado muchas veces, nuestras actitudes afectan a
menudo nuestras creencias, no sólo haciéndonos construir castillos en el aire sino también
llevándonos a desarrollarlas y a comprobarlas como medio de obtener lo que deseamos. A su vez,
nuestras creencias también afectan a menudo nuestras actitudes, ya que podemos cambiar
nuestra aprobación de algo cuando cambiamos nuestras creencias acerca de su naturaleza.
Normalmente, la conexión causal entre creencias y actitudes no sólo es muy estrecha sino
también recíproca. Preguntar si, en general, las creencias determinan las actitudes o si la conexión
causal tiene un signo inverso, es plantear un problema equívoco. Es como preguntar: "¿Influyen
acaso los escritores populares en el gusto del público o es éste el que influye sobre aquéllos?"
Toda implicación de que las alternativas son mutuamente excluyentes debe ser rechazada. La
influencia es mutua, aunque a veces puede predominar una sola línea de influencia.

En consecuencia, existe una íntima relación entre los tipos de desacuerdo que hemos distinguido.
Por cierto que en algunos casos, la existencia de uno puede depender totalmente de la existencia
del otro. Supongamos que A y B mantienen actitudes convergentes respecto del tipo de cosa que
X realmente es, pero manifiestan actitudes divergentes hacia X mismo, simplemente debido a que
A tiene creencias erróneas respecto de X, mientras que B no las tiene. La discusión o la
investigación tendiente a corregir el error de A puede resolver el desacuerdo en la creencia. Y
esto, a su vez, puedes ser suficiente para resolver el desacuerdo en la actitud. X dio origen a este
último tipo de desacuerdo solamente porque fue la ocasión para que se diera el primero.

En ejemplos de este tipo podríamos tender a rechazar la expresión "desde el comienzo se daban
ambos tipos de desacuerdo, dependiendo el uno del otro", y decir —en lugar de ella—, "sólo se
daba, inicialmente, el desacuerdo en la creencia, y sólo en apariencia el desacuerdo en la actitud
hacia X". Sin embargo, si la referencia a X no era ambigua, de modo tal que el mismo X podía ser
reconocido por A y B, pese a sus creencias divergentes, esa última expresión sería
peligrosamente equívoca. Uno de los interlocutores se inclinaba, ciertamente, en favor de X,
mientras que el otro se oponía a él; y si esto último suponía ignorancia, de modo tal que uno de
ellos actuaba de manera contraria a sus propios fines generales, sigue siendo enteramente
apropiado decir que la divergencia inicial en la actitud; en tanto se refería a X, era genuina. Es
conveniente, pues, restringir el uso del término "aparente" a aquellos casos que suponen
ambigüedad, esto es, a los casos en los que el término que parece designar a X para ambos
interlocutores, designa de hecho a Y para uno de ellos.

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La relación entre ambos tipos de desacuerdo, toda vez que acaece, es siempre fáctica y no lógica.
En tanto consideremos las posibilidades lógicas, puede haber desacuerdo en la creencia sin que
exista desacuerdo en la actitud. Si bien toda discusión es motivada por algo y supone, por lo tanto,
actitudes, no se sigue que las actitudes que acompañan creencias opuestas deban ser, en si
mismas, opuestas. Por ejemplo, la gente puede compartir los ideales y fines que guían su
actividad teórica de naturaleza científica, alcanzando —sin embargo— creencias divergentes. De
modo similar, puede haber desacuerdo en la actitud sin que se den creencias divergentes. Quizá
toda actitud debe ir acompañada por alguna creencia acerca de su objeto; aunque las creencias
que acompañan actitudes opuestas no necesitan ser incompatibles. A y B, por ejemplo, pueden
creer que X tiene la propiedad Q, adoptando actitudes divergentes hacia X por esa misma
circunstancia, puesto que A considera favorablemente los objetos que poseen la propiedad Q y B
los considera desfavorablemente. Como puede también ocurrir que ambos tipos de desacuerdo
acaezcan conjuntamente, o que no se produzca ninguno de ellos, las posibilidades lógicas siempre
quedan abiertas. En consecuencia, dado un caso o familia de casos, debe apelarse a la
experiencia para determinar cuál de las posibilidades se da en los hechos. Pero, como veremos
más adelante en detalle, la experiencia muestra con claridad que los casos que suponen ambos
tipos de desacuerdo (o de acuerdo) son muy numerosos.

Hemos visto cómo pueden distinguirse los tipos de desacuerdo y (de una manera aproximada)
cómo se relacionan. Pero en estas consideraciones preliminares queda por tratar una cuestión
adicional que merece ser mencionada. La distinción entre tipos de desacuerdo presupone una
distinción mucho más general: la que se da entre creencias y actitudes. Como ocurre con tantas
distinciones de tipo psicológico, no es fácil ofrecer una elucidación adecuada. ¿Podría eliminársela
mediante un análisis más amplio? ¿No refleja la tajante separación propuesta una antigua escuela
según la cual las creencias son fotografías mentales producidas por una facultad cognoscitiva
especial, mientras que las actitudes se diferencian por ser las tendencias o fuerzas de una facultad
totalmente distinta?

Una breve reflexión mostrará que puede preservarse la distinción de una manera mucho más
legítima. Es posible, por ejemplo, aceptar el planteo pragmático de que tanto las creencias como
las actitudes pueden ser analizadas —al menos parcialmente— haciendo referencia a las
disposiciones para actuar. Tal punto de vista no sugiere, en modo alguno, que las creencias y las
actitudes sean "idénticas", en tanto se lo entienda restringidamente. Lo que muestra es qué son
mucho más parecidas de lo que suponían los antiguos psicólogos, aunque no se parecen en todos
sus aspectos. El género común no borra todas las diferencias específicas.

Si bien es difícil especificar cómo difieren las creencias y las actitudes, debe tenerse presente que,
diariamente y con fines prácticos, hacemos y debemos hacer tal distinción. Un maestro de ajedrez
que juega con un novicio hace una apertura que parece muy débil. Un espectador se pregunta:
"¿Hizo esa movida porque cree que es la adecuada, o porque —teniendo presente la calidad de su
oponente— no quiere hacer una mejor?" La distinción que se da aquí entre una creencia y una
actitud está, por cierto, más allá de toda objeción práctica. Uno puede imaginar al maestro,
manteniendo sus creencias acerca de la apertura y utilizándola o no de acuerdo con sus
cambiantes deseos de ganar. También puede imaginárselo manteniendo sus deseos de ganar y
utilizando la apertura de acuerdo con sus creencias cambiantes. Si al imaginar esta variación,

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independiente de los "factores causales" en juego, nos sentimos tentados a hipostasiar "creencia"
o bien "actitud", el defecto no debe ser corregido prescindiendo de los términos en favor de un
lenguaje puramente genérico acerca de la acción, sino más bien llegando a comprender la
complejidad que subyace en la útil simplicidad del lenguaje. Decir que las creencias y las actitudes
son factores diferenciables y que la acción que determinan variará en función de la variación que
se de en cada uno de ellos, es emplear lenguaje cotidiano, que posee sentido en tanto no se lo
quiera forzar en un molde simple y artificial. Esa afirmación es parecida a la de que la selectividad
y sensibilidad de un aparato de radio constituyen factores diferenciables, y que la calidad en la re-
cepción que ambas determinan variará al variar cualquiera de ellos. No es necesario que este
enunciado haga que "selectividad" y "sensibilidad" designen "partes" del aparato de radio.
Tampoco requiere una psicología hipostática el enunciado acerca de las creencias y actitudes.

Debe agregarse, en el caso del jugador de ajedrez, que hay criterios empíricos sobre la base de
los cuales el espectador puede determinar qué actitudes y qué creencias condicionan la forma de
jugar del maestro. Cualesquiera que sean las conclusiones a que arribe el espectador, deberá
empezar observando el comportamiento del maestro, pues allí encontrará toda la evidencia
necesaria para una decisión de tipo práctico. El comportamiento que le permite llegar a una
conclusión es infinitamente más complicado que la sencilla movida de un peón.

Volvamos ahora a nuestro tema central y preguntemos cómo concuerdan o discrepan las personas
en los casos que son típicos de la ética normativa.

Si para responder la pregunta buscamos ayuda en los escritos de otros pensadores, la


investigación será poco fructífera. La cuestión nunca fue planteada con claridad. Sin embargo,
parecería que se ha tendido, implícitamente, a enfatizar el acuerdo y el desacuerdo en la creencia,
dejando de lado el acuerdo y desacuerdo en la actitud. Esto resulta obvio en el caso de las teorías
que sostienen que la ética nada tiene que ver con las actitudes. También vale, aunque no resulte
tan obvio, para muchas teorías que han atribuido a las actitudes un lugar de preeminencia. Esta
última situación merece ser estudiada especialmente, porque hará más aceptables las
conclusiones que más adelante presentaremos.

Consideremos la teoría que ha sido definida por I. A. Richards,3 quien a pesar de estar primordialmente
preocupado por cuestiones estéticas, presenta, una teoría general de los valores aplicable a la
evaluación ética. Richards dice: "Podemos ampliar ahora nuestra definición. Algo es valioso, si va a
satisfacer una apetencia (esto es, un deseo, que puede ser inconsciente) sin implicar la frustración de
una apetencia igual, o más importante”. Además, "La importancia de un impulso (apetencia o aversión)
puede ser definida... como el grado de perturbación que produce su frustración, en otros impulsos
presentes en la actividad del individuo".4 En términos generales, se considera que "X es valioso" posee
el mismo significado que "X satisfará más apetencias que las que frustra".

Esta definición, a la que acompañan observaciones acerca de la naturaleza psicológica de la


investigación normativa,5 ayuda a aclarar la concepción adoptada tácitamente por Richards acerca

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del desacuerdo ético. Supone que es un tipo de desacuerdo en la creencia. Las discusiones
referentes al valor de X son, por definición, discusiones acerca de si X satisfará más apetencias
que las que frustra. Que X lo produzca o no, es una cuestión empírica sujeta a investigación
científica. Si el desacuerdo en el campo de la ciencia, incluida la psicología, es esencialmente
desacuerdo en la creencia, el desacuerdo acerca de los valores debe ser del mismo tipo. Cuando
los psicólogos sostienen teorías opuestas acerca de las actitudes de la gente (o de sus
apetencias, porque estas últimas serían algo así como actitudes atómicas), ¿se da una oposición
entre las actitudes de los psicólogos o sólo entre sus creencias? Aceptar lo primero sería
satíricamente exagerado, aunque es dudoso que alcanzáramos, entonces, una verdad literal.

En síntesis, Richards acentúa el desacuerdo en la creencia acerca de actitudes, pero no el


desacuerdo en la actitud. Como hemos visto antes,6 entre ambos tipos de desacuerdo hay un
mundo de diferencia.

Ejemplifiquemos la distinción de una manera tal que quede evidenciada toda su importancia para
el presente caso. Supongamos que A y B creen que X satisfará más apetencias de A que las que
frustra. Ambos creen, también, que X no satisfará más apetencias de B que las qué frustra. En
este aspecto, concuerdan en la creencia acerca de actitudes. Pero de esto no debemos inferir que
concordarán en la actitud. De la misma manera, ambos pueden creer que X satisfará en ellos más
apetencias de las que frustra, tomadas en conjunto (cuando las apetencias preponderantemente
satisfechas de A superan en número a las apetencias preponderantemente frustradas de B), o que
tal cosa valdrá para cada miembro de un grupo mayor de personas (del que A es miembro y B no
lo es), o que valdrá para la mayoría de las personas (a la que pertenece A y a la que B no
pertenece), etcétera. En todos estos casos, habrá acuerdo en la creencia acerca de actitudes, en
un grado de extensión variable, pero no podemos inferir que A y B concordarán en la actitud.
Supongamos, además, que ambos creen que, en definitiva, X satisfará más apetencias de las que
frustra en todos y cada uno de los individuos sin excepción. ¿Implicará, ahora, este acuerdo en
sus creencias acerca de actitudes, un acuerdo en sus actitudes? No hay, en el caso, una
implicación estricta. Aunque B crea que sus actitudes, al igual que las de todos los demás, serán
eventualmente satisfechas por X, no puede subordinar sus actitudes inmediatas a aquellas que, en
definitiva, deberán ser tenidas en cuenta. Por lo tanto, se opondrá a X. Y este puede no ser el caso
respecto de A. Puede concordarse en la creencia acerca de actitudes —que es todo lo que
Richards puede pretender— y encontrarse, o al menos concebirse, que quede por darse el
acuerdo en la actitud.

El análisis ofrecido por Richards es uno de los muchos que aunque ponen el acento en las actitudes,
ignoran virtualmente el acuerdo y desacuerdo en las actitudes. El énfasis en el acuerdo y desacuerdo
en la creencia es una nota característica de las teorías que sostienen que la ética normativa es una
rama de la psicología. También es una nota característica de toda teoría que postula que la ética
normativa es, con exclusividad, una rama de cualquier ciencia, sea la biología, la sociología, u otras.7 Si
el acuerdo y desacuerdo acerca de problemas científicos es siempre en la creencia —este principio
carece de excepciones8 que nos preocupen ahora— y si la ética es una rama de la ciencia, entonces
debe seguirse que el acuerdo y desacuerdo acerca de cuestiones éticas es siempre en la creencia.

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No debe pensarse que todos los teóricos han ignorado el desacuerdo en la actitud. Richards no
siempre lo hace.9 Quizás Hume empleó esa noción a medias.10 Quizás Hobbes la utilizó y quizá
muchos otros la emplearon sólo indirectamente. Pero, aun aquellos que se acercan más a la idea,
no la emplean de una manera tal que pueda formularse una interpretación coherente. A medida
que desarrollan el tema, el desacuerdo en la actitud se identifica confusamente con algo distinto; a
menudo, con el desacuerdo en la creencia acerca de actitudes.

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