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El arte de convencer

Alguna vez, en una prueba de comprensión lectora, se solicitaba analizar el


siguiente ejercicio:
“Un día le dijeron a Bordalove que era el mejor orador sagrado de Francia. Protestó éste y
afirmó: - El mejor orador es Fray Antonio, pues cuando los ladrones lo escuchan devuelven a
sus dueños los relojes y las joyas que les han robado durante mis sermones.
De la anécdota anterior se deduce que:
A. Ambos oradores cautivaban con sus sermones
B. Fray Antonio no era el mejor orador
C. Bordalove alaba el mérito de Fray
D. Los ladrones sabían que Fray Antonio era el mejor
E. Bordalove era un hombre muy modesto” (UNal: 2009)
No es necesario pensar mucho para saber que la respuesta es la opción A,
pues el discurso de ambos oradores es tan efectivo que los dos logran en
quienes los escuchan, una reacción, ya sea para bien o para mal. Ahora bien,
este ejercicio nos muestra cómo un discurso puede influir tanto en las
personas, que puede lograr cambios no sólo en puntos de vista, sino también
en hábitos y acciones.
Esta forma de oratoria, es decir, de discurso, tuvo su origen en la antigua
Grecia y en ella recibió el nombre de Retórica; ésta fue cultivada en la
antigüedad por los griegos, siendo los Sofistas sus más grandes exponentes,
ejemplo de ello son Sócrates, Platón y Aristóteles. (referencia web)
Actualmente, a este modo de discursar se le llama argumentación, y se refiere
a razonamiento, inferencia y esencialmente al propósito de persuadir o de
disuadir (hacer cambiar de ideas, actitudes, acciones, decisiones de un
interlocutor). Es una práctica discursiva oral o escrita muy utilizada tanto en el
ámbito académico y social como en la política o la administración de justicia,
los cuales se basan en la demostración mediante razonamientos. En cuanto a
una y otra se sabe que la argumentación oral es frecuente en situaciones
cotidianas como la conversación; los anuncios publicitarios, los debates y los
discursos políticos, por ejemplo; y de la argumentación escrita que es más
usual en el medio periodístico, y como se mencionó, en la vida académica en la
que es común escuchar la solicitud de ensayos, artículos, comentarios,
monografías, trabajos de grado, etc.
A modo general, con respecto al texto argumentativo, dice el libro “Expresión
oral y escrita” editado por la Universidad de Antioquia, que “esta clase de
discurso implica el desarrollo de estrategias cognitivas específicas, como las
habilidades para expresar razonablemente un punto de vista personal frente a
un determinado tema. El propósito de toda argumentación es convencer, o por
lo menos, desestabilizar las creencias u opiniones de otro ante un asunto.
Cada individuo tiene una visión de mundo, un punto de vista, una opinión, cuya
interpretación no es compartida por todas las personas, y que, por tanto,
genera polémica o controversia; la expresión de ese discurso es argumentativa
en tanto tiene como intención que los demás adhieran a ese pensamiento.”
(González Rátiva:2008)
Teniendo en cuenta todo lo anterior, es posible afirmar que, después de la
narración, la argumentación es quizás una de las más cotidianas y genuinas
formas de relacionarnos con los demás y con el mundo. A diario recibimos
cantidad de información que busca persuadirnos frente a cómo debemos
asumir la vida, cómo vestir, qué metas proponerse, una infinidad de propuestas
que nos van vendiendo formas de ser y de actuar. También utilizamos la
argumentación para justificar nuestros pensamientos o nuestros
comportamientos, para persuadir a los demás de nuestros puntos de vista, para
influir sobre el comportamiento de los otros, y como base para la toma de
decisiones. Incluso, desde pequeños, etapa en la que más que en cualquier
otra queremos indagar en el porqué de todo lo que nos rodea, comenzamos a
formar un criterio frente a la existencia, y a compartirlo con otros buscando tal
vez sin querer, hacer de nuestro lenguaje todo un arte, el arte de convencer.

REFERENCIAS
Universidad Nacional de Colombia (2009) Curso de Lectoescritura. Medellín.
PP 86
González Rátiva, M. C. (2008). Expresión oral y escrita. Medellín: Universidad
de Antioquia. PP 131-138

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