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Los factores higiénicos se localizan en el ambiente que rodea a las personas y abarcan las
condiciones dentro de las cuales desempeñan su trabajo. Como estas condiciones son
administradas y decididas por la empresa, están fuera del control de las personas.
Tradicionalmente sólo los factores higiénicos fueron tomados en cuenta en la motivación de los
trabajadores, pues para lograr que las personas trabajen más fue necesario apelar a premios e
incentivos salariales, políticas empresariales y otras recompensas, las cuales constituyen lo que se
denomina motivación positiva.
Sin embargo, cuando los factores higiénicos son óptimos, sólo evitan la insatisfacción del personal,
pero no consiguen sostenerla por mucho tiempo.
En síntesis, los factores higiénicos sólo evitan la insatisfacción pero no provocan satisfacción.
Ofrecer más de lo mismo es una manera muy ineficiente de fomentar la motivación. Se convierte
en un círculo vicioso interminable.
Además, a la hora de clasificar los factores motivacionales, los directivos deberían tomar en cuenta
los siguientes puntos:
El dinero como forma de motivación es más importante para unas personas que para otras.
La mayoría de los trabajadores consideran al salario y aún a «los premios o extras» en efectivo,
como un justo (y hasta insuficiente en gran parte de los casos) pago por la labor realizada. El
concepto es «me lo gané en buena ley» y me merezco más.
Por medio del salario se puede conseguir que las personas estén motivadas para asistir al trabajo,
pero no será suficiente si se pretende conseguir de ellos un mayor rendimiento.
Las recompensas económicas deben estar relacionadas con el rendimiento y ser muy importantes,
para que puedan ser consideradas como verdaderos factores de motivación.
El dinero y la des-motivación
Si su forma de pensar coincidiera con Herzberg, y creyera que el dinero no es un motivador, por lo
menos tendría que tener en cuenta cinco factores para que el dinero no se convierta en un factor
de des-motivación.
La importancia de su cargo.
Al relacionar esto con la motivación porque todo hombre es de por sí naturalmente «motivable»,
como si estuviera predispuesto a encontrar un MOTIVO para despertar, accionar, vivir.
Sin embargo, sólo es posible motivar a otros si uno mismo está incentivado. Caso contrario, todo
intento es vano, o por lo menos poco consistente. La regla una vez más se repite: empecemos por
nosotros.
Despertar más temprano, no poder dormir pensando en alguna acción o proyecto a realizar,
sentirse físicamente bien, son signos de estarlo, independientemente de la recompensa.
Seguridad,
Reconocimiento,
Sensación de pertenencia,
La motivación obra milagros, pues obtiene lo mejor de cada colaborador puesto al servicio de un
objetivo común, que vivirá como propio. De hecho lo es ya que ha contribuido a esa causa. Y eso
es maravilloso. Un grupo motivado va más allá de sus fuerzas para conseguir un objetivo.
Quien tiene a su cargo un equipo que funciona así, recupera rápidamente su energía invertida en
ellos, y quien forma parte de él, encuentra sentido a su trabajo de todos los días.
Es frecuente ver un buen proceso mientras se desarrolla un proyecto, y con la conclusión de éste
sobreviene el desgano porque ha concluido el desafío inicial que le dio sentido a la acción.
Por eso la tarea del motivador, entre otras, es crear nuevos objetivos o convertir circunstancias de
las que ni siquiera es responsable en desafíos.
Si podemos sentirnos plenos mientras perseguimos un destino y a veces decae cuando lo
concretamos, entonces… es el futuro lo que nos mantiene VIVOS hoy. Volviendo a Sigmund Freud,
habrá vida mientras haya deseo.
A pesar de la revolución que provoca Albert Einstein en el ámbito de la física, parece no haber
conseguido reemplazar nuestro modo de vida occidental y fatalmente newtoniano.
Esa es la tarea de un motivador: mostrar la realidad y los hechos con la vestimenta que desee para
que resulte útil a su equipo.