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Impresión y encuadernación:
Grupo DAO Digital S.A.S.
Impreso en Colombia
Primera edición: Junio 30 de 2016
Bogotá, D. C.
Contenido
INTRODUCCIÓN 11
EL MODELO 23
TRADUCIBILIDAD LENGUA-SOCIEDAD 30
EL CÍRCULO DE PRAGA 34
Fonología y críticas a Saussure 34
Irrupción del tiempo en el sistema 36
La apertura de Jacobson 38
FORMA Y ESTRUCTURA 39
INTELIGIBILIDAD ESTRUCTURAL 43
LA ETNOLOGÍA 125
Parentesco y mitos 127
El método etnográfico 129
EL MARXISMO 132
Estructura dominante, infraestructura y superestructura 134
La ideología 134
BIBLIOGRAFÍA 230
A mis estudiantes.
introducción
12
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
13
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
1
Este segundo criterio fue decisivamente analizado en su momento por Gilles Deleuze (1973: 304 ss.),
texto en el cual ofrece un conjunto de definiciones centrales del trabajo estructuralista, que incluye a las
estrategias diferenciales y seriales tan características de las investigaciones en ese campo, al igual que la in-
teresante categoría de “lugar vacío” como elemento diferenciante (“precursor sombrío” u “objeto x”), que
encarna el principio de emisión de singularidades en la convergencia estructural de las series. Al respecto,
véanse también de Deleuze, 1989: 70 y 2002b:186 ss.
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
un empleo directo o literal de la misma noción en todos los casos: las diferentes
aplicaciones metodológicas presentaban orientaciones vicariantes o similares
aunque diferenciadas regionalmente, y no se actualizaron en la investigación
social sin experimentar importantes mediaciones y ajustes teóricos particulares
en cada campo. Las convergencias que se pueden constatar en dominios tan
diversos, radicaban principalmente en la aplicabilidad y en la orientación del
pensamiento que aspiraba a convertir en inteligibles las traducciones de los
modelos estructurales lingüísticos a la vida social. Además, dado que entre di-
versas estructuras podían coexistir relaciones de traducibilidad mutua o conver-
sión, gracias a la sintaxis, las isomorfías y al valor intercambiable de los modelos
en condiciones precisas, los escollos metodológicos de traducibilidad entre los
sistemas lingüísticos y los sociales pudieron remontarse con relativa comodidad
aunque, desde luego, esas operaciones no estuvieron exentas de problemas. En
virtud de tales isomorfismos en los conjuntos de objetos, el estructuralismo
alcanza el fundamento para prescribir órdenes funcionales y regularidades de
los sistemas en general, que convierte en principios extensibles y traducibles a
diversas formas de organización, incluyendo a las sociales. Desde mucho antes
del auge estructuralista, las matemáticas venían utilizando modelos de sistemas
definidos bajo leyes relacionales de dependencia entre los elementos (el método
axiomático o las estructuras algebraicas de Bourbaki, por ejemplo). La noción
misma de “conjunto” obliga a suponer que sus elementos se relacionan me-
diante leyes diversas: correspondencias, reglas de signos, simetrías, composi-
ción… (Barbut, 1967: 94 ss.). Algo similar ocurre con la lógica, que constituye
otra cantera inagotable y privilegiada para los análisis estructuralistas. Así, las
adaptaciones de los modelos perpetuaban una recursividad lógica múltiple: para
traducirlos se utilizaron estrategias diversas, como formalizaciones lógico-ma-
temáticas, modelos relacionales, reglas combinatorias, mecanismos de sustitu-
ción, lenguajes seriales, etc. (Viet, 1970: 11 ss.; Parain-Vial, 1972: 22 ss.; Culler,
1978: 84). Hoy se sabe que no existen teorías ni métodos en ciencias sociales
que no impliquen supuestos ontológicos de determinación a priori de las reali-
dades humanas. Los aportes epistemológicos de Kuhn (1971) y Popper (1990),
entre otros, anticiparon suficientemente las condiciones y efectos de los relevos
paradigmáticos y la falsabilidad sobre la investigación científica: no existen ex-
plicaciones neutras, y tampoco verdaderas, por más que algunas prácticas de
investigación lo pretendan (de ahí los extendidos usos prudentes de categorías
como verosimilitud, verificabilidad, validez contextual...). Sin duda, la elección
de teorías nunca deja de conservar y arrastrar residuos de subjetividad, pero
ellas no cesan de aspirar a plantearse como verdaderas respecto de las demás,
como soluciones que deben dar cuenta eficazmente de totalidades. No obstan-
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
te, hoy también sabemos que el valor de una interpretación no radica tanto en
sus contenidos de verdad como en sus posibilidades de uso, y tampoco hay que
olvidar que las teorías no dejan de ser visiones siempre parciales del mundo o,
como afirmara Michel Foucault, “cajas de herramientas”. Pues bien, el estruc-
turalismo no fue ajeno a esa pretensión. Como toda teoría, no es neutra ni
inocente, porque también parte de la postulación de supuestos ontológicos. Por
ejemplo, presupone en primer lugar que la esencia o la verdad primera y última
de lo humano y de lo social consiste en que siempre están estructurados; sostie-
ne que los sistemas priman sobre los individuos y llegan a condicionarlos de
maneras definitivas; asume plenamente que las relaciones lógicas en los siste-
mas intelectuales son inconscientes y que las formas estructurales se imponen
sobre lo considerado como “real”; impone a todo trance una necesidad de pri-
vilegiar lo sincrónico sobre lo diacrónico en la explicación de los fenómenos
sociales; por último, la categoría de “relación” alcanza una importancia supre-
ma, hasta el punto de sustituir a otras consideradas irreemplazables, como las
de ser, sustancia, existencia, fenómeno…2 Como se anticipó, los dominios de
objetos –que se pueden traducir como campos de empiricidad o regiones de
conocimiento– también han empleado el concepto de estructura con diferentes
significados y sesgos que no ocultan la pretensión de abarcar íntegramente uni-
versos de sentido, hasta el punto de utilizar términos afines como totalidad,
sistema, configuración o forma, composición, conjunto, interconexión, patrón,
grupo y hasta “función” (Radcliffe-Brown, 1960: 228; Viet, 1970: 73-74; Culler,
1978:19-20). En cuanto teoría, el estructuralismo aspira a convertir el mundo en
una totalidad sistematizada. Resulta claro que si se aplica un prisma estructura-
lista sobre el mundo, el mundo obedecerá con notable docilidad al orden rela-
cional del significado. Pero la relevancia de esta suerte de tautología cobró un
sentido especialmente crítico cuando se intentaba justificar perentoriamente las
pretensiones que buscaron validar el uso de modelos estructuralistas para expli-
car de manera total la existencia humana (especialmente bajo la subordinación
de los individuos a sistemas formales). Ya retomaremos el hilo de este proble-
ma, cuyas variables condiciones y efectos no deben limitarse a la resumida lite-
ralidad que hasta ahora hemos presentado. Pero hay que tener en cuenta desde
ahora que cuando se invita a presuponer esta sobredeterminación de lo estruc-
tural sobre lo individual, o la influencia decisiva de los sistemas sobre las colec-
tividades concretas, no se está frente a un principio autosuficiente o exento de
altos costos teóricos, sino ante un postulado en extremo desafiante que obliga
a desprenderse de las creencias tenidas como más verosímiles: porque en térmi-
2
El ser humano sería, a la luz del estructuralismo de Lévi-Strauss, “solamente un permutador de signos,
a través del cual el mundo efectúa un intercambio consigo mismo” (Lyotard, 1971: 189).
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
nos elementales afirma nada menos que la realidad respondería más a las deter-
minaciones de los sistemas de organización que al dinamismo de los actos hu-
manos; porque sostiene que es en las relaciones lógicas donde se encuentra el
auténtico sentido de las prácticas humanas y no en las racionalidades y miradas
empíricas o históricas desde las cuales se acostumbra encontrar claves interpre-
tativas de la vida social; y finalmente, porque llega a afirmar que los individuos
y su libertad no representan las verdaderas fuerzas que deciden el rumbo de los
acontecimientos. Así planteada la argumentación, se pueden percibir tintes
apresurados y negativos desde la misma postulación inicial de los alcances del
movimiento estructuralista. Pero veremos cómo las teorías aplicadas reciben
progresivamente nuevas oleadas de conductividad y eficacia explicativa que sor-
prenden por su capacidad para hacer visibles aspectos insospechados en lo
humano. Una de las garantías que ofrecía al análisis estructural la posibilidad de
validarse a pesar del rechazo que siempre produjo la preponderancia del siste-
ma, radicó en el manto hipotético-deductivo bajo el cual cubrió sus pretensio-
nes explicativas. Si, como observaremos a continuación, se insiste en que las
estructuras son realidades que participan de un carácter simbólico, relacional e
inconsciente, resulta claro que no pueden ser objeto de experimentación con
los mismos instrumentos inductivos usados en otra clase de prácticas investiga-
tivas. Desde el punto de vista metodológico, las estructuras serían predominan-
temente principios explicativos en un sistema.
Pero antes de continuar, tal vez sea hora de preguntarnos ¿qué queda de
todo este apretado resumen de dispersiones, matices, límites y posibilidades
de uso? Dos definiciones sintéticas conservan, a pesar de los sesgos, conver-
gencias importantes. Se puede entender una estructura como el orden de un
grupo de elementos interrelacionados o articulados de manera funcional, sin
que esto signifique que todo estructuralismo pueda reducirse a una especie de
funcionalismo de sistema, como sí fue uno de los propósitos de las escuelas
anglosajonas que promovieron el estructural-funcionalismo. En esta primera
definición, se insiste en anteponer el valor “operativo” (relacional) de los ob-
jetos bajo un orden de oposiciones, siendo consecuentes con las primeras de-
finiciones del sistema lingüístico en Saussure. De ahí que otro lugar común en
las teorías estructuralistas fue considerar que “los elementos de la estructura
son miembros más que partes, y que el conjunto o grupo de elementos es un
todo más que una suma” (Piaget, 1968: 13; Viet, 1970: 236). Aclaración impor-
tante, porque obliga a leer de otro modo las relaciones entre los objetos en un
sistema. En efecto, es característico de un elemento poseer “propiedades”, de
manera que un miembro se diferencia de una parte por la actividad o función
que puede llegar a ejercer (Piaget, 1968). Por las mismas razones, una totali-
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
tido…). Este argumento no nos estaría diciendo nada nuevo si no fuera por-
que al privilegiar el valor (siempre posicional) del signo como fluencia de la
posibilidad misma de la lengua, se funda una nueva mirada al lenguaje como
red dinámica relacional y compleja, irreductible a la pura inercia de la signifi-
cación y cuyas configuraciones diacríticas presentan una nueva especificidad
concurrente y explicativa que además aspira a alcanzar objetividad científica.
De manera que los elementos estructurales siguen reglas particulares, puesto
que sin duda se encuentran en condiciones de determinación mutua. Es ese
horizonte relacional normativo u ordenado el que confiere un valor opera-
cional y regulado a las estructuras, que de hecho resulta constituyente de su
propio modo de ser. Esto nos conduce a un segundo intento de definición.
Una estructura también puede ser concebida simplemente como un sistema
o un conjunto de subsistemas. Se trata ahora de concentrarse más en ese
“modo de ser” de la estructura que en los elementos que la componen, aun-
que tanto elementos como sistema conformen siempre, no hay que olvidarlo,
una unidad. La lengua es un sistema, y esto no sólo significa que es autorrefe-
rencial sino también que, en un sentido muy preciso, no depende de un sujeto
de conocimiento gracias al cual alcanzaría su esquiva plenitud: el lenguaje
trasciende al sujeto, quien a su vez deviene posición de estructura (Lacan). De
nuevo, el conjunto de reglas estructurales no es nunca azaroso, siempre está
mediado o plenamente constituido por relaciones lógicas que, no obstante
su invisibilidad, pueden traducirse en “conductas” particulares. Lo propio
de un sistema es poseer “leyes” o “reglas” (Piaget, 1968), las cuales permi-
ten comparaciones entre modelos y “traducciones” de las condiciones de
estabilidad estructural en razón de su semejanza normativa o regulada y
de los regímenes particulares de oposición de los elementos en su interior
(Bertalanffy, 1976, 54 ss., 82 ss.). Pues bien, es necesario tener en cuenta que
algunos estructuralistas privilegian la primera definición y otros la segunda
(ambas en diferentes versiones); en todos los casos se trata de estructuralis-
mo, pero los horizontes se alteran bajo las aplicaciones y dinámicas expli-
cativas particulares. Por supuesto, la concepción sistémica de la estructura
presenta una mayor complejidad, dado que sirvió para remontarse hasta
juegos de comparación y transformación estructural en diversos dominios
de objetos y con el fin de verificar una pretensión implícita que sobrevolaba
en forma de interrogante: ¿todo el mundo humano y social podría ser leído
e interpretado estructuralmente? Hoy sabemos que nadie puede sentirse
autorizado para acoger la noción de sistema como una garantía absoluta de
inteligibilidad, por más que los estructuralistas insistieran en esa posibilidad
tan resolutoria: es una evidencia que hasta los sistemas más equilibrados y
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−y sin que el hablante sea consciente de ellas−, en una estructura los elementos
obtienen sentido en virtud del lugar que ocupan en ella.
Ese es el suelo de positividad que sustenta a las aplicaciones estructuralistas
en lo que a los signos concierne. Pero tal condición genera exigencias y con-
secuencias importantes, sin las cuales la eficacia explicativa no sería suficiente
para apuntalar el valor teórico y metodológico de la estructura. Entre los pos-
tulados principales del estructuralismo también se encuentran la supresión de
la autosuficiencia del sujeto y una desvalorización del papel de las experiencias
históricas sobre la realidad social. Esto se explica desde las perspectivas de la
preponderancia del modelo estructural con respecto a la libertad del individuo,
y la preeminencia de la sincronía sobre las evoluciones en el tiempo: “carác-
ter analítico del corte sincrónico” (Viet, 1970: 86). Si se asume que existe una
primacía del orden del sistema sobre los elementos (un significante cualquiera
nunca es autónomo en el sistema de la lengua al que pertenece) y si se acepta
que la unidad del sistema sólo se alcanza cuando se lo retira del eje de la diacro-
nía (ni la historia ni el habla serían, propiamente hablando, objetos científicos
para el estructuralismo sincrónico), hay que reconocer que los estructuralis-
tas no podían aceptar la autonomía o libertad de los individuos, ni tampoco
estaban en condiciones de incluir aspectos históricos dinámicos en el orden
estructural de un sistema concebido sincrónicamente. Algo similar ocurre con
los conceptos de cambio o de causalidad: para el estructuralismo, los cambios
no son inteligibles y las relaciones causales deben concebirse bajo la perspectiva
de la significación y no como realidades objetivas. Lo mismo se aplica a los
individuos y su subjetividad. En estos principios residen los motivos esenciales
que nos conducen a sospechar sobre un platonismo latente en el estructuralis-
mo, por cuanto se atiene al carácter sincrónico (formaciones sincrónicas) como
una esencia “ideal” inalterable y rechaza de plano la comprensión del carácter
fenoménico de los cambios. Se impone entonces considerar el fundamento
histórico de estos postulados, que reside en el modelo planteado por Saussure.
el modelo
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
rarlo bajo el corte analítico). Ya desde una lectura diacrónica de la lengua, nos es
dado reconocer las influencias y efectos de las transformaciones producto del uso.
Esta distinción resulta estratégicamente esencial, pues contribuye terminantemente
a fundar a la lingüística moderna como ciencia (entiéndase aquí: poseer un objeto
propio de estudio que aspira a constituirse en primer fundamento de cientificidad,
establecer un orden metodológico para abordar ese objeto, la posibilidad de antici-
par relaciones y seguir leyes generales…). Pero hay otras categorías que completan
este breve resumen de los postulados iniciales de Saussure, y contribuyen eficaz-
mente para alcanzar una mejor comprensión de su aporte y la consolidación de un
programa que habría de impactar, con transformaciones radicales, el panorama so-
cial y cultural del mundo contemporáneo. Este signo particular no relaciona simple-
mente un nombre o una palabra con un objeto o referente, sino que al interior del
sistema de la lengua, el signo une un concepto (significado) con su imagen acústica
(significante) (Saussure, 1998: 99 ss.). Se trata de una realidad de doble cara, implíci-
ta en todo un sistema que funciona mediante oposiciones binarias que le confieren
un carácter único. El signo lingüístico ocurre o se realiza cuando el significante se une
con el significado, lo que nos deja una concepción binaria del sistema pero también
unas formas de articulación diferenciales (el sistema de oposiciones entre diversos
valores de los elementos en su interior). Todo se juega en las relaciones de identidad
o diferencia, que son las que confieren a los signos un lugar en el sistema de signifi-
cación. Ahora bien, la relación entre los componentes del signo es arbitraria o inmo-
tivada; y con esto quiere explicar Saussure que no hay un “nexo natural” entre signi-
ficante y significado, lo que, dicho de otro modo, implica que no hay
correspondencia natural o analogía entre la imagen acústica y el concepto. La esen-
cia del significante se constituye, desde el punto de vista lingüístico, gracias a las di-
ferencias fonemáticas3 que gozan de una naturaleza anclada en la oposición (la len-
gua “como sistema de diferencias”: Saussure, 1998: 169 ss.; Benveniste, 1971: 41;
Auzias, 1969: 35 y 37; Sazbón, 1969: 10 y 12). Saussure acude a una analogía entre
la lingüística y la economía para explicar mejor las dualidades que comparecen en el
proceso articulatorio: en los dos campos, la noción de valor se traduce en una nece-
sidad práctica y absoluta; tal como en economía hay una relación de oposición entre
trabajo y salario (equivalencia entre dos órdenes diferentes), en la lingüística hay una
oposición entre significante y significado, y también entre el eje de las simultaneida-
des (relaciones de coexistencia) y el de las sucesiones (las transformaciones en el
tiempo) (Saussure, 1998: 118-119). Es conveniente tener siempre en cuenta que, en
3
En términos generales, los fonemas han sido definidos como unidades fonológicas mínimas, dife-
renciadoras e indivisibles, que se oponen a otros fonemas y determinan contrastes con significación al
interior del sistema de la lengua; por ejemplo, en las vocales de tan y ten, por oposiciones entre el fonema
oclusivo /t/ y los fonemas vocálicos /a/ y /e/ respectivamente.
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“…hay que situarse desde el primer momento en el terreno de la lengua y tomarla por norma de todas
las demás manifestaciones del lenguaje” (Saussure, 1998: 35).
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“La lingüística sincrónica se ocupará de las relaciones lógicas y psicológicas que unen términos coexis-
tentes y que forman sistema, tal como son percibidos por la misma conciencia colectiva. La lingüística
diacrónica estudiará por el contrario las relaciones que unen términos sucesivos no percibidos por una
misma conciencia colectiva, y que se substituyen unos por otros sin formar sistema entre sí” (Saussure,
1998: 140-141; 118 ss.).
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
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Desde luego, Saussure no emplea el término de estructura sino de sistema en su Curso… Fue al interior del
Círculo de Praga, en el Congreso de 1928 en La Haya, donde apareció formulado el concepto de estructura.
Cf. Benveniste, 1977: 43 y 92; Dosse, 2004a: 63.
7
Entre los más relevantes para nuestro contexto: las investigaciones de Louis Hjelmslev y el Círculo lingüísti-
co de Copenhague, que se concentraron en el análisis de la lengua desde la “glosemática”, en cuanto estudio
de los elementos desde la pura inmanencia de su extensión y complejidad, donde el significante y el significa-
do se ven reemplazados por los planos de la expresión y el contenido con sus respectivas formas, sustancias
y sentidos (lo que abre nuevas y ricas posibilidades para la comprensión no sólo de los signos lingüísticos
sino también de otras expresiones más allá de la lengua) (Hjelmslev, 1971a y 1971b). Desde una orientación
postformalista, Bajtin postula el imperativo de una independencia de la poética respecto de la lingüística, para
abarcar así aspectos descuidados por la prevalencia de la forma: lo dialógico, la singularidad, el espacio-tiempo
(cronotopos), la ambivalencia de lo carnavalesco y la risa, la cultura popular, las subjetividades enmascara-
das…, que se reivindican desde una nueva estética de la creación verbal que historiza los géneros. El texto
posee sin duda una autonomía pero nunca se encuentra fuera de los contextos históricos y sociales que, preci-
samente, le confieren condiciones enunciativas diversas. La novela aparece como la quintaesencia del género
dialógico, por su enorme riqueza de voces, estilos, tiempos, enunciados y personajes que expresan diferentes
mundos (la novela polifónica de Dostoievski). Tanto el texto como la “vida de la palabra” son dialógicos,
multivalentes, polifónicos, lo cual obliga a comprender y valorar de otro modo los entrecruzamientos con-
tingentes del lenguaje que desbordan los cauces del sistema de la lengua y se hurtan al análisis estructural [la
translingüística] (Bajtin, 1978, 1994). En otra perspectiva, los trabajos críticos de Noam Chomsky se inscriben
en el propósito de “explicar” (no sólo describir) las lenguas mediante una “gramática generativa”, y proponen
distinciones esenciales que reclaman al estructuralismo una valoración mayor para las transformaciones en el
sistema (Chomsky, 1999). Estos tres autores producen importantes impactos, especialmente en el ambiente
intelectual francés de los años setenta marcado por los debates entre estructuralismo y postestructuralismo,
como lo muestra en su historicidad el trabajo de François Dosse (2004a, 2014b).
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traduCibilidad lengua-soCiedad
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
blar a las cosas mismas (que no precisamente “volver a ellas”), desde las leyes
relacionales que las gobernarían secretamente, también significaba suspender
el secular dominio de la palabra sobre los elementos y deponer la preponde-
rancia de la subjetividad racionalista sobre la objetivación del mundo. En este
sentido preciso, el estructuralismo se postula como una extraña suerte de “ley
de los objetos”: existiría una lógica invisible que rige a las cosas y que además
“habla sordamente” en sus disposiciones cualitativas y ordinales, en los mo-
dos de ser de sus localizaciones, en las disposiciones conjuntivas del sentido
y en los juegos ocultos del lenguaje. Un propósito fundamental para los es-
tructuralistas consistía en establecer los códigos de esas formas, en relación
con diversos dominios de conocimiento. Pero si la naturaleza de lo social era
con toda evidencia diferente a la del signo lingüístico, ¿resultaba legítimo es-
tablecer una isomorfía o un paralelismo tan estrecho entre esos dos campos?
Ricoeur tuvo razón cuando advirtió que subsisten complejidades no resueltas
cuando se pretende alcanzar una homología tan directa entre lo social y el
lenguaje (especialmente en los ámbitos del arte o la religión), de manera que
a lo único que podría aspirarse sería al establecimiento inestable de una orien-
tación similar en las investigaciones de ambos campos (2003: 40-41). Para
apreciar la oscilación precisa entre las dos instancias, Benveniste abordó este
dilema en dos niveles diferenciados: tanto en lo social (en cuanto dato empí-
rico y en tanto colectividad) como en la lengua (en tanto dato empírico deter-
minado y como sistema) (1977: 97 ss.). Es en el segundo nivel donde pueden
encontrarse homologías, puesto que allí se observan caracteres comunes (sis-
tema social, sistema lingüístico), lo que no ocurre en el primer nivel porque
no hay allí correlaciones de necesidad (Benveniste, 1977: 98). Sin embargo,
pese a la virtud incoativa de las homologías, la relación lengua-sociedad sigue
representando una paradoja en razón de su conmensurabilidad y al mismo
tiempo irreductibilidad, o entre su carácter trascendente y también inmanente
al individuo. La lengua es social en su génesis, es “espejo” de lo social, pliegue
del sentido que engloba lo humano y lo trasciende; a su vez, lo social es una
realidad permanentemente recompuesta desde el punto de vista simbólico, un
fenómeno que encuentra en el lenguaje sus principios e identidades más sólidas
(Cassirer, 1963: 185 ss.). De ahí que Benveniste recurra a plantear la relación des-
de una concepción de la lengua como “medio de análisis de la sociedad” y se in-
cline a postular la diferencia en dos premisas: la lengua en cuanto interpretante de la
sociedad, y la sociedad como contenida en la lengua (1977: 99). La lengua puede
describirse sin acudir a la sociedad, pero la sociedad sólo puede describirse por
medio de la lengua; es en la lengua donde la sociedad “se hace significante” y de
ahí se deriva que lo social sea “lo interpretado por excelencia” en la lengua (1977:
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100). Pero aquí interviene un principio semiológico que Benveniste postula así:
“dos sistemas semióticos no pueden coexistir en condición de homología si tie-
nen diferente naturaleza; no pueden ser mutuamente interpretantes el uno del
otro, ni ser convertibles el uno en el otro” (loc. cit.). El transcurso histórico de la
sociedad no es asimilable a los cambios lentos experimentados por las lenguas, las
cuales cuentan con recursos únicos que aseguran su potencial interpretante gra-
cias a su estructura y a los códigos que hacen posible el intercambio de signos
(propiedad sintagmática). Además de transformar la experiencia social en signos,
y poder dar cuenta de cualquier orden de datos, la lengua está en capacidad inclu-
so de tomarse a sí misma como objeto (metalenguaje), mientras que lo social no
está en condiciones de hacer lo mismo (no hay “metasociedad”) (1977: 101). La
relación sigue siendo irreductible, según Benveniste, porque la estructura lingüís-
tica está compuesta por unidades definidas y limitadas, su morfología es particular y
su evolución no es dependiente de lo social desde el punto de vista sincrónico o de
la cristalización efectiva del sistema; a su vez, los individuos presentan otra naturale-
za, no pueden homologarse con los signos lingüísticos, y las instituciones humanas
no son asimilables a las organizaciones de la lengua. El principio semiológico de
Benveniste permite entrever la determinación y “ventaja” cualitativa de la lengua
sobre lo social, pero la condición y posición de interpretante también conduce a
verificar la disolución del antagonismo en la inmanencia radical que conjuga indiso-
lublemente lo social y el lenguaje, hasta el punto de convertir en indecidible la subor-
dinación de uno a otro, a pesar del papel determinante de la lengua desde el punto
de vista de ese valor, e incluso pese a las diferencias que, como bien observaba
Saussure, permiten al sistema oponer sin reservas valores correspondientes a fenó-
menos de distinta naturaleza. Entonces, en lugar de preguntarnos si la lengua prima
o no sobre lo social, debemos constatar y aceptar que los dos ámbitos se encuentran
inmersos en una solución heterogénea que muestra solapamientos y repliegues de-
pendiendo de las instancias interpretativas en juego. Si la lengua es un sistema pro-
ductivo de objetos y enunciaciones que se intercambian, y si la sociedad es otro lugar
de producciones funcionales según su propia naturaleza, como concluye Benvenis-
te (1977: 104 ss.), es en ese umbral de entrecruzamientos donde podría resolverse el
nudo de la separación lengua-sociedad, porque más allá de las delimitaciones que las
diferencian existen convergencias analógicas y semejanzas profundas cuyos rasgos
comunes ratificarían la legitimidad de traducir el modelo de la lengua a la sociedad
atenuando las diferencias de naturaleza y reduciendo los contrastes para alcanzar
principios explicativos estructurales compartidos: la naturaleza humana no puede redu-
cirse a la naturaleza del signo, pero existirían fenómenos humanos y sociales asimila-
bles al comportamiento “opositivo” de los signos en el sistema de la lengua. El pro-
blema radicaba en saber hasta qué punto podía ser conducida esa asimilación.
33
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
el círculo de praga
8
Así lo establecía la primera de las Tesis de 1929 (Trnka, 1980: 30 ss.; Dosse, 2004a: 74 ss.).
9
Jacobson sostiene: “Como Saussure excluye de la diacronía la noción de sistema, una de las consecuencias
ineluctables es una profunda antinomia entre la apreciación sincrónica y la apreciación diacrónica... […] Nin-
guna innovación del sistema de la lengua podría interpretarse sin consideración del sistema mismo que sufre
la innovación…” (Jacobson, 1990a: 106). Más adelante, añade que Saussure “sigue atribuyendo a ese sistema
sincrónico un origen fortuito, continúa concibiendo la diacronía como un aglomerado de cambios de origen
accidental. Una teoría de la diacronía de la lengua sólo es posible bajo el aspecto del problema de las mutacio-
nes de estructura y de la estructura de las mutaciones” (Ibid: 110). En otro lugar, Jacobson insiste: “Saussure
[…] intentó suprimir los lazos entre el sistema y las modificaciones de la lengua, considerando aquél como
la propiedad exclusiva de la sincronía y asignando las modificaciones sólo a la esfera de la diacronía […]. Los
intentos de substraer el cambio a la sincronía contradicen profundamente toda experiencia lingüística” (Jac-
obson, 1981: 64 ss.). Estos postulados demuestran bien la voluntad de Jacobson por oponerse a lo que conci-
bió como “estatismo” de Saussure, y a apostar por una concepción más dinámica consustancial a la sincronía.
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El principio general de la fonología sostiene que “toda modificación debe ser tratada en función del
sistema al interior del cual tiene lugar” (Jacobson, 1990b: 203).
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
11
La definición tradicional del fonema como unidad mínima de significación o “átomo indivisible” se
abre, desde la perspectiva fonológica de Jacobson, como una multiplicidad de distinciones semánticas
más simples que dependen de correlaciones sonoras (Jacobson, 1971: 33).
12
La desintegración de los patrones del sonido, del valor distintivo de los fonemas, del significado léxico
en el vocabulario —propias del desarrollo inverso en las afasias— se extienden al sistema gramatical.
Metáfora y metonimia no pueden formarse en los dos tipos de trastornos afásicos (Jacobson, 1968: 36
ss.).
13
(Jacobson, 1990c: 131). Al respecto, también puede verse Benveniste (1971: 182 ss.), especialmente el
artículo “De la subjetividad en el lenguaje”, donde muestra los esquivos efectos de sentido en la enun-
ciación subjetiva y sus relaciones con el tiempo.
14
Llamados shifters por Jacobson, que se pueden traducir como conmutadores (versión quizá más afor-
tunada que el galicismo “embragues”), también conocidos como signos indexicales en la terminología
de Peirce. Resulta preferible traducir ese concepto, si hay que hacerlo, en función de la conmutabilidad
de los elementos del código que hacen posible el tránsito de la enunciación.
36
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
de habla, y en la infinidad de los actos de habla posibles, ocurre algo que Saus-
sure no había considerado en su complejidad y profundidad: la articulación
en la cual lo histórico entra en el sistema, el tiempo entra en la estructura; porque al
discurrir sobre la plasticidad del código, el hablante ingresa en una heterogeneidad
temporal compleja que necesariamente abre el sistema a una diversidad de contex-
tualizaciones concretas. Este es el punto nodal que confiere a la fonología un campo
de análisis propio, hasta el punto de consagrarla como una disciplina autónoma en
la lingüística. El mensaje, la importancia de la articulación significado-contexto, nos
demuestra y recuerda que la estructura de la lengua interactúa permanentemente
con el acto de habla, que el lenguaje es, en esencia, relación constante entre lengua
y habla, las cuales no pueden ser separadas en una radical dicotomía mutuamente
excluyente. Desde este ángulo, la diacronía no podría ser excluida de la lengua en
tanto sistema funcional, a menos que se quiera permanecer en una insostenible
clausura que privaría a la estructura de un dinamismo que le garantiza su verdadera
completitud. El conocido esquema de estas relaciones, inspirado en la diagra-
mación de las funciones del lenguaje de Bühler (1967), le permite a Jacobson
considerar así los lugares de esa distribución: el emisor encarna una función
expresiva, por cuanto pone en juego una voluntad activa y anímica de comunicar,
mientras que el receptor (función conativa) es llamado o persuadido para que atien-
da a un determinado requerimiento. El contexto está relacionado con la función
referencial, propia del contenido informativo del mensaje, mientras éste responde
a las diversas modulaciones expresivas destinadas a producir un efecto en el des-
tinatario (función poética). La naturaleza del código correspondería a una función
metalingüística, porque se utiliza cuando la lengua se remite a sí misma, mientras
al contacto/canal le corresponde la función fática o las circunstancias físicas del
hecho comunicativo y del dinamismo de la transmisión (Jacobson, 1963: 213 ss.).
La lengua puede concebirse entonces como un “sistema funcional”, en virtud de
la condición intencional del sujeto que la utiliza y de la finalidad inherente a toda
experiencia comunicativa práctica. Pero la lengua también es un instrumento
de creación estética, como lo demuestra la relevancia y autonomía que alcanza
la función poética para Jacobson: no siempre el significado agota la posibilidad
referencial; entre el lenguaje y la realidad se producen, con más frecuencia de
lo que se cree, inadecuaciones, vacíos o desviaciones15 que, por fortuna, permi-
15
Como las del metro en el caso de la versificación: “¿Qué relación existía entre las premisas de la lengua y la opo-
sición de tiempos fuertes y tiempos débiles? ¿Qué lazo […] podía constatarse entre la delimitación de las palabras y
de los grupos sintácticos y la división del verso en frases rítmicas? Finalmente, ¿qué papel tenían los elementos sig-
nificativos de una lengua en la versificación, a la manera de las variaciones rítmicas que formaba, en el verso checo,
la oposición de vocales largas y breves? […] Así me vino la idea de que era necesario dar un tratamiento científico
a los sonidos del lenguaje, tomando en consideración la problemática de la relación recíproca e inalienable entre el
sonido y el sentido” (Jacobson, 1981: 31). Son varios los ejemplos de otros vacíos en el lenguaje, como el caso de
las elipsis o el papel de la memoria y el olvido, también analizados por Jacobson (1981: 76 ss.).
37
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
La apertura de Jacobson
Frente a los postulados del estructuralismo lingüístico, verdadera “mate-
matización” estática de la lengua, quizá la primera reacción sea preguntarse
cómo pudo derivarse tan fácilmente —de un fenómeno tan diverso, complejo
y dinámico como la lengua— una ciencia del signo clausurada en un sistema de
formalización aparentemente tan estricto. Esta es una de las preocupaciones
que pudo conducir a Jacobson a promover un estructuralismo que se abriera
a las complejidades de la creación poética, y al mismo tiempo, se aproximara
a una teoría más diversa del signo y de las mutaciones implícitas en el uso del
lenguaje. De ahí sus análisis lingüísticos de los tropos, o de las expresiones
literarias o estéticas más vanguardistas o experimentales, como la poesía de
Mallarmé o la pintura antifigurativa de Malevich, de la música y el folclor, los
comadreos y las ficciones en los relatos, sin olvidar sus aproximaciones a las
afasias y a la psicología del lenguaje como caminos más osados para alcanzar
una comprensión profunda de los complejos dinamismos del signo. Estas ra-
zones también podrían explicar su reivindicación de la coexistencia activa de
la temporalidad incluso en aspectos tomados sincrónicamente. Su insistencia
en superar este nudo crítico heredado de Saussure representó un segundo aire
para los análisis lingüísticos estructuralistas en el siglo XX.
38
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
forma y estructura
39
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
16
Pero en este punto hay que tener en cuenta una distinción relevante: la gestalt se diferencia de la llamada
“psicología estructural o del contenido”, de Wundt y Titchener, que se desarrolló en el siglo XIX, y se con-
centraba en el estudio experimental de la mente desde el punto de vista de los elementos básicos de la con-
ciencia y sus interrelaciones con el sistema nervioso, mediante metodologías de introspección controlada
en experiencias inmediatas según el modelo de las ciencias naturales (y sin dejar de admitir la relevancia de
ciertas conexiones de carácter asociativo). De manera que las diferencias y oposiciones de la gestalt respecto
del “estructuralismo” de Wundt no deben prestarse a confusiones, porque el uso del término responde a
otro contexto en el surgimiento de las escuelas psicológicas de fines del siglo XIX.
40
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
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inteligibilidad estructural
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
La différance
La différance, escrita en forma voluntariamente diferente por Derrida para separarla
del concepto estructuralista de Saussure −además de vincularla con el sentido del
latín diferre−, constituye el residuo (lo no-pensado) que escapa a la lógica trascenden-
te de la presencia (la voz) y se hurta al dominio de lo mismo (la différance es diferida)19.
Rasgo imborrable del pensamiento occidental, el logocentrismo como supuesto
lógico-trascendental funda a la razón que se traduce en ontología y metafísica, y que
debe ser desconstruida mediante una desestabilización infinita o “diseminación”. Si
el estructuralismo se funda originariamente en la categoría de construcción, implícita
en toda relación conjuntiva o distributiva en un sistema, la desconstrucción se le opone
precisamente desde el mismo núcleo de su arquitectura lógica. El idealismo estruc-
turalista fue blanco de los ataques de Derrida, quien vio en su recurrente binarismo
un vestigio de la herencia platónica: la anterioridad del significado (la verdad) bajo la
presencia ante el ser en la ontología griega (uno de los prejuicios metafísicos mayores)
(1984). Para Derrida, “la estructura conserva la misma edad de la episteme” (la ciencia
y la filosofía juntas), la cual restituye lo dicho mediante el sentido propio que centra-
liza todo juego posible del significante (Derrida, 1989b: 383; Culler, 1978: 343); por
su lado, la coherencia del sistema está asegurada por esa centralidad del principio
de organización que impide la sustitución o el desplazamiento de los elementos: la
estructura centrada constituye un “juego fundado” que conserva su inmovilidad y
puede así realizar sustituciones o determinaciones desde diversos centros epistémi-
cos de cuya coherencia se reclama20.
19
La différance es “lo diferente separado del juego binario de lo mismo y lo otro, que desconstruye el
culto de la identidad y sus recuperaciones dialécticas o tautológicas de la alteridad” (Derrida, 1989a: 34).
20
“El concepto de estructura centrada –aunque representa la coherencia misma, la condición de la epis-
teme como filosofía o como ciencia– es contradictoriamente coherente. Y como siempre, la coherencia
en la contradicción expresa la fuerza de un deseo. El concepto de estructura centrada es, efectivamente,
un juego fundado, constituido a partir de una inmovilidad fundadora y de una certeza tranquilizadora,
que por su parte se sustrae al juego… Toda la historia del concepto de estructura […] debe pensarse
como una serie de sustituciones de centro a centro, un encadenamiento de determinaciones del centro.
El centro recibe, sucesivamente y de una manera regulada, formas o nombres diferentes. La historia de
la metafísica, como la historia de Occidente, sería la historia de esas metáforas y de esas metonimias”
(Derrida, 1989b: 384-385).
46
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
21
Nótese el anagrama entre el francés “trace” (“huella”) y “ècart” (“divergencia”, “distancia”). La escri-
tura de Derrida acude permanentemente a figuras retóricas, metáforas, asociaciones y juegos [“fuegos”]
con los nombres propios como parte de su intención desconstructiva.
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
el significado sea siempre significante porque los signos remiten a otros signos
que les resultan ausentes (no hay escritura sin residuo), pero cuyas huellas son
origen y condición de la significación (relación ausencia-presencia). La “impure-
za” de la escritura se opone entonces a la autosuficiencia y pureza de la identidad
y del origen en la voz (1984: 82): por definición, la escritura es suplencia de la voz,
en tanto remite al lugar donde el suplemento de lo ausente se ofrece como signo
gráfico (sustituto) del signo oral (la cosa). Derrida presenta una original e intem-
pestiva lectura del signo más allá de las propuestas de Saussure, o sobre sus ruinas:
la auténtica naturaleza del signo es paradójica e indecidible; el tempus del signo es
desaparecer cuando la realidad que señala se hace presente, pero aparecer cuando ella
está ausente (la huella posee una indudable anterioridad respecto del signo). Se
trata de una relación especular cuyos desplazamientos pueden conferir primacía a
lo inteligible o a lo sensible, a las representaciones o a las cosas.
48
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
22
Deleuze resume estos aspectos en Diferencia y repetición (2002b, Cap. 3, p. 255). En otro lugar, afirma:
“Nunca ha bastado una buena voluntad, o un método elaborado para aprender a pensar. El pensamiento
no es nada sin algo que fuerce a pensar, sin algo que lo violente. Mucho más importante que el pensamien-
to es ´lo que da a pensar´”. Cf. Proust los signos (1972: p. 178).
23
“Las máquinas deseantes constituyen la vida no edípica del inconsciente” (Deleuze-Guattari, 1974: 399).
49
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
24
Máquina territorial que no remite, sin embargo, a “un principio de residencia o de repartición geográfica”
sino a la inscripción del pueblo en el cuerpo lleno o la unidad inmanente de la tierra y las “relaciones conec-
tivas, disyuntivas y conjuntivas” coexistentes entre segmentos donde declina alianza y filiación (1974: 151-
152). En el caso de la Máquina despótica-bárbara, la inscripción se cumple sobre el cuerpo del Déspota y
sus relaciones con la fertilidad (“nueva alianza y filiación directa”) y con lo divino: de este tinglado forman
parte la ‘paranoia’ del déspota [“como catexis de formación social”], los sacerdotes, militares, escribas y la
gran línea de fuga al desierto de los chivos expiatorios que produce (1974: 199 ss.).
25
Véanse las clases dictadas por Deleuze en Vincennes, entre el 16 de septiembre de 1971 y el 15 de febrero
de 1972, publicadas en español bajo el título Derrames, entre el capitalismo y la esquizofrenia (2005, I, pp. 19-95).
50
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
alguna de las tres dimensiones mencionadas, pero observa que éste “no puede
consistir evidentemente en lo que hace verdadera o falsa a una proposición,
ni en la dimensión en la que estos valores se efectúan” (1989: 39). El sentido
tampoco puede estar en la manifestación, porque el yo no es autosuficiente en
el orden de la palabra “sino en tanto envuelve significaciones que deben ser
desarrolladas por sí mismas en el orden de la lengua” (1989: 40). Finalmente,
el sentido tampoco puede ser identificado con la significación, porque ésta “no
puede ejercer nunca su papel de último fundamento y presupone una designa-
ción irreductible” (loc. cit.).
26
“El sentido, lo expresado de la proposición, sería entonces irreductible a los estados de cosas in-
dividuales, y a las imágenes particulares, y a las creencias personales, y a los conceptos universales y
generales. Los estoicos supieron decirlo: ni palabra, ni cuerpo, ni representación sensible, ni representación
racional. E incluso puede que el sentido fuera “neutro”, completamente indiferente tanto a lo particular
como a lo general, a lo singular como a lo universal, a lo personal y a lo impersonal. Tendría una natura-
leza completamente diferente […] ni siquiera puede decirse del sentido que exista: ni en las cosas, ni en
el espíritu, ni con una existencia física ni con una existencia mental” (Deleuze, 1989: 42 y 72).
53
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
27
“De modo inseparable, el sentido es lo expresable o lo expresado de la proposición, y el atributo del estado de cosas.
Tiende una cara hacia las cosas, y otra hacia las proposiciones. Pero no se confunde ni con la proposi-
ción que lo expresa ni con el estado de cosas o la cualidad que la proposición designa. Es exactamente
la frontera entre las proposiciones y las cosas […] Es “acontecimiento” en este sentido: a condición de no
confundir el acontecimiento con su efectuación espacio-temporal en un estado de cosas. Así pues, no hay que preguntar
cuál es el sentido del acontecimiento: el acontecimiento es el sentido mismo” (Deleuze, 1989: 44).
54
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
28
Husserl expone así las dificultades respecto a esa naturaleza esquiva del sentido en el contexto mismo
de fundamentación de la fenomenología: “…hemos hablado constantemente del “sentido” —una pa-
labra que en general se usa como equivalente de “significación”—en todas las vivencias intencionales.
En gracia a la distinción, vamos a preferir el término significación para designar el viejo concepto, en
especial en las expresiones complejas significación “lógica” o “expresiva”. La palabra sentido la emplea-
remos en adelante como anteriormente, en la más amplia latitud” (1949: § 124, p. 296).
55
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
29
“Resulta que Husserl piensa la génesis, no a partir de una instancia “paradójica” y “no identificable”
en rigor (faltando a su propia identidad y a su propio origen), sino, al contrario, a partir de una facultad
originaria de sentido común encargada de dar cuenta de la identidad del objeto cualquiera, e incluso de
una facultad de buen sentido encargada de dar cuenta del proceso de identificación de todos los objetos
cualesquiera hasta el infinito. Esto es evidente en la teoría husserliana de la doxa, en la que los diferentes
modos de creencias son engendrados en función de una Urdoxa [Protodoxa], que actúa como una facultad
de sentido común respecto de las facultades específicas. Lo que aparecía tan limpiamente ya en Kant, to-
davía vale para Husserl: la impotencia de esta filosofía para romper con la forma del sentido común. ¿Qué
pensar de una filosofía que comprende que no sería filosofía si no rompiera, por lo menos provisional-
mente, con los contenidos particulares y las modalidades de la doxa, pero que conserva lo esencial de ella,
es decir, la forma, y que se contenta con elevar a lo trascendental un ejercicio meramente empírico en una
imagen del pensamiento presentada como “originaria”? No es sólo la dimensión de significación la que se da
ya completamente hecha en el sentido concebido como predicado general; y no es sólo tampoco la dimen-
sión de designación, que se da en la relación supuesta del sentido con un objeto cualquiera determinable o
individualizable; es también toda la dimensión de la manifestación, en la posición de un sujeto trascendental
que conserva la forma de la persona, de la conciencia personal y de la identidad subjetiva, y que se contenta
con calcar lo trascendental de los caracteres de lo empírico” (Deleuze, 1989: 113).
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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La donación de sentido sólo puede producirse desde un: “…campo trascendental que responda a las
condiciones que Sartre planteaba [en La trascendencia del ego], un campo trascendental impersonal, que no
tenga la forma de una conciencia personal sintética o de una identidad subjetiva, estando el sujeto, al
contrario, siempre constituido. Nunca puede parecerse el fundamento a lo que funda; y del fundamento
no basta con decir que es otra historia: es también otra geografía, sin ser otro mundo. Y como la forma de
lo personal, el campo trascendental del sentido también debe excluir la de lo general y la de lo individual;
pues la primera caracteriza sólo a un sujeto que se manifiesta, pero la segunda, tan sólo clases y propiedades
objetivas significadas, y la tercera, sistemas designables individualizados de modo objetivo, y que remiten a
puntos de vista subjetivos, a su vez individuantes y designantes […] El campo trascendental es tan poco indi-
vidual como personal: tan poco general como universal” (Deleuze, 1989: 114-115).
31
“Las singularidades son los verdaderos acontecimientos trascendentales: lo que Ferlinghetti llama “la
cuarta persona del singular”. Las singularidades, lejos de ser individuales o personales, presiden la génesis
de los individuos y de las personas; se reparten en un “potencial” que no implica por sí mismo ni Moi ni Je,
sino que los produce al actualizarse, al efectuarse, y las figuras de esta actualización no se parecen en nada
al potencial efectuado. Sólo una teoría de los puntos singulares está en condiciones de superar la síntesis
de la persona y el análisis del individuo tal como son (o se hacen) en la conciencia” (Deleuze, 1989: 118).
57
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
32
“El campo trascendental real está constituido por esta topología de superficie, por estas singularidades… La primera
etapa de la génesis consiste en cómo el individuo deriva fuera del campo. El individuo no es separable de un mundo,
pero ¿a qué llamamos mundo? Por regla general, como hemos visto, una singularidad puede ser captada de dos mane-
ras: en su existencia o distribución, y también en su naturaleza, conforme a la cual se prolonga o se extiende en una
dirección determinada sobre una línea de puntos ordinarios. Este segundo aspecto representa ya una cierta fijación, un
principio de efectuación de singularidades. Un punto singular se prolonga analíticamente sobre una serie de ordinarios,
hasta la vecindad de otra singularidad, etc. Así se constituye un mundo, con la condición de que las series sean con-
vergentes (“otro” mundo empezaría en la vecindad de los puntos donde las series obtenidas divergirían). Un mundo
envuelve ya un sistema infinito de singularidades seleccionadas por convergencia. Pero, en este mundo, se constituyen
unos individuos que seleccionan y envuelven un número finito de singularidades del sistema, que las combinan con las
que su propio cuerpo encarna, que las extienden sobre sus propias líneas ordinarias, y son incluso capaces de refor-
marlas sobre las membranas que ponen en contacto lo interior y lo exterior. Leibniz tiene razón al decir que la mónada
individual expresa un mundo según la relación de los otros cuerpos con el suyo y expresa esta relación misma según la
relación de las partes de su cuerpo entre sí” (Deleuze, 1989: 124).
58
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Efectuarse significa: “… prolongarse sobre una serie de puntos ordinarios; ser seleccionado según una regla de
convergencia; encarnarse en un cuerpo, convertirse en estado de un cuerpo; reformarse localmente para nuevas efec-
tuaciones y nuevos prolongamientos limitados. Ninguno de estos caracteres pertenece a las singularidades como tales,
sino solamente al mundo individuado y a los individuos mundanos que las envuelven; por ello, la efectuación es siempre
a la vez colectiva e individual, interior y exterior, etc.” (Deleuze, 1989: 125).
59
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
34
Mucho después, Gilbert Durand (1981) tratará de responder a esta cuestión. ¿Podría pensarse en la
existencia de una “arquetipología” de lo imaginario (Jung), capaz de dar cuenta de los múltiples sistemas
de simbolización en la especie humana?
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
del habla) y adquieren valor por oposición al término que las precede (Saus-
sure, 1998: 173). Las relaciones sintagmáticas se establecen entre las unidades
bajo la sucesión de la cadena del habla (o bien la escrita), y por eso se repre-
sentan en un plano horizontal de sucesión. Casi cualquier frase puede servir
como ejemplo. Las relaciones paradigmáticas, por su parte, representan un
conjunto en el cual un elemento puede aparecer o no dependiendo del con-
texto. El valor de significación de los paradigmas depende de la sustitución
que elija el hablante; en tal sentido, se trata de una opción dentro del siste-
ma, que resulta excluyente porque una vez decidida, el enunciado se cierra.
De ahí que la esfera paradigmática se represente mediante un eje vertical,
porque no goza de la naturaleza sucesiva propia de los sintagmas, aunque
entre las dos esferas existe una interdependencia creadora y compositiva. En-
tonces, para Propp el análisis del cuento debe ser una morfología, “es decir una
descripción de los cuentos según sus partes constitutivas y las relaciones de
estas partes entre ellas y con el conjunto” (1972: 31). En todos los relatos
existen “sintagmas” del tipo: 1. El rey da un águila a un valiente. El águila se
lleva a éste a otro reino. 2. Su abuelo da un caballo a Sutchenko. El caballo se
lleva a Sutchenko a otro reino. 3. Un mago da una barca a Iván. La barca se
lleva a Iván a otro reino… (1972: 31-32). Sin duda, la unidad sintagmática del
orden del relato acusa una objetividad que puede observarse y descomponer-
se en detalle. En estos ejemplos de enunciados que se repiten hay constantes
y variables: cambian los nombres y atributos de los personajes pero no sus
acciones o funciones; “el cuento atribuye a menudo las mismas acciones a
personajes diferentes. Esto es lo que nos permite estudiar los cuentos a partir
de las funciones de los personajes” (Propp, 1972: 32). Allí está planteado claramen-
te un proyecto interpretativo de inspiración estructuralista, en la medida en
que el análisis comprueba la existencia de una constante objetiva en la repe-
tición de las funciones en todos los cuentos maravillosos (en otro ejemplo:
“salvar” al mundo, “salvar” a la princesa, “salvar” al reino…): “Por función,
entendemos la acción de un personaje definida desde el punto de vista de su
significación en el desarrollo de la intriga” (1972: 33). Para Propp, la función
goza de un estatuto exclusivo, al ser una especie de “constante con valor
variable”, pero su cantidad está limitada y sería posible establecer su número
en el relato, en la medida en que las preguntas claves respecto a los cuentos
no deben girar sobre el “quién” o el “cómo” de las intrigas sino justamente
sobre “qué hacen” los personajes (loc. cit.). Las funciones de los relatos no son
muy numerosas, mientras que los personajes sí llegan a serlo, y este carácter
especial les otorga un valor esencial a las primeras, hasta convertirlas en “las
partes constitutivas fundamentales del cuento” (loc. cit.). Por otra parte, la su-
61
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comparatismo ultrahistórico
35
Un poco más adelante, en este mismo artículo, Lévi-Strauss afirma: “… el mitógrafo advierte casi
siempre que, en forma idéntica o transformada, se encuentran los mismos relatos, los mismos persona-
jes y los mismos motivos en los mitos y en los cuentos de una población” (1969: 131); argumento que
ya había expuesto en Antropología estructural (1994 [edición francesa de 1958]: Cap. 11, pp. 229 ss.), y tema
al que consagrará su serie Mitológicas.
36
Como el clásico trabajo de Roland Barthes, “Introducción al análisis estructural de los relatos”, en
Roland Barthes et alt., Análisis estructural del relato (1970), donde “recupera” las relaciones establecidas
por Propp entre función y acción como elementos fundamentales en todo relato; el exhaustivo esfuerzo
de Roman Jacobson y Lévi-Strauss, “Les chats” de Charles Baudelaire (1962), fruto de su encuentro en
Estados Unidos; la reveladora lectura de “La Cenicienta”, por Michel Serres en La comunicación, Hermes
I (1996: 260 ss.); o bien como la magistral restitución –ya en un contexto distinto– de la cadena signi-
ficante por parte de Jacques Lacan en su “Seminario sobre La carta robada”, en Escritos I (1971: 5 ss.).
63
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
El esquema trifuncional
Dumézil encuentra que en esas sociedades existe una constante que ha
trascendido los siglos, las culturas y las diferencias: en todas ellas subsisten
dispersas las tres funciones preeminentes de soberanía/guerra/producción
(sacerdotes-juristas/guerreros/campesinos), articuladas solidariamente como
un “esquema” equilibrado (Dumézil, 1971: 16 ss.) que incluso se extiende
37
“Deberían percibirse, por tanto, vestigios más o menos considerables de una misma concepción del
mundo, tanto del visible como del invisible, de un lado al otro del inmenso territorio conquistado, en
los dos últimos milenios anteriores a nuestra era, por hombres que daban el mismo nombre al caballo,
al rey, a las nubes y a los dioses” (Dumézil, 1977: 9).
64
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
La tabla ilustra las relaciones entre las tres funciones a nivel mítico en
algunas sociedades, que Dumézil analiza detalladamente en sus textos. Estos
dioses se relacionan funcionalmente a través de distribuciones sistemáticas
38
“¿Quién negará, en efecto, que las tres funciones forman parte de la naturaleza misma? El cerebro, los múscu-
los y la boca, junto con sus funciones instintivas y con el sabio empleo de que son los instrumentos, gobiernan
la vida de los individuos y de las sociedades, y esto no sólo en la especie humana. Pero una cosa es realizar me-
cánicamente estas funciones y otra muy distinta es reflexionar sobre su funcionamiento y condensarlas en una
filosofía, implícita o explícita, que penetre en todas las provincias y en todas las producciones del pensamiento.
Pues bien, es esta situación la que los indoeuropeos exhiben en grado eminente” (Dumézil, 1996b: 350).
65
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
39
Deleuze-Guattari conciben la relación de las figuras en la primera función como una verdadera máquina
ancestral (rey-mago/sacerdote-jurista), fundadora del “aparato de captura” y sus polos: “La soberanía políti-
ca tendría dos polos, el emperador terrible y mago, que opera por captura, lazos, nudos y redes, el rey sacer-
dote y jurista, que procede por tratados, pactos, contratos (la pareja Varuna-Mitra, Odín-Tyr, Wotan-Tiwaz,
Urano-Zeus, Rómulo-Numa)… una función de guerra es exterior a la soberanía política y se distingue tanto
de un polo como del otro (Indra o Thor, o Tulio Hostilio…)” (Deleuze-Guattari, 1988: 359 ss. y 433 ss.).
40
“Tuertos que emiten con un único ojo los signos que capturan, que ligan a distancia… Mancos que levantan
su única mano como elemento del derecho y de la técnica, de la ley y de la herramienta” (Deleuze-Guattari,
1988: 433-434).
* Del latín cyclops (gr. kyklōps), cíclope.
** Del latín scævus (gr. skaiós), izquierdo, zurdo.
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
68
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
planos que van desde el mito y la religión hasta las divisiones de poder y las
jerarquías sociales (Dumézil, 1977: 16-22; 1996a: 21, 129, 139 ss., 369-371;
1996b: especialmente Tercera parte, pp. 203 ss.; Dosse, 2004a, 52). En prin-
cipio, Dumézil vinculó estrechamente su noción de ideología con las con-
diciones sociales de diversos pueblos indoeuropeos, pero progresivamente
abandona esa correlación para conceder a la esfera ideológica una cierta
independencia respecto de los órdenes comunitarios. Con todo, en el com-
plejo y abundante tejido que forman estas relaciones ideológicas subsiste la
constante de los tres órdenes, que emergen sin solución de continuidad en
sociedades muy diversas y en períodos separados por siglos, pero conservan
rasgos funcionales idénticos que presagian, desde una lectura diferencial, el
cumplimiento inédito de una ecuación algo extraña: la presencia claramente
sincrónica de un régimen o codificación estructural a lo largo de múltiples
desarrollos efectivamente en una suerte de paradójica diacronía. Además, sin
considerar que tales emergencias posean un origen que permita remontarse
en el tiempo hasta encontrar la raíz última capaz de explicar el sentido del
conjunto. Tal visibilidad de los tres órdenes se inscribe más en una latencia
del discurso al interior de las relaciones sociales que en una hipóstasis de los
mitos (Lévi-Strauss). En el mundo indoeuropeo, el mito no se encontraría
aislado de la organización social sino que, antes bien, “la justificaría” en la
medida en que expresa las imágenes e ideas que “organizan y sostienen el
conjunto” (Dumézil, 1977: 10). No obstante, los diversos mitos indoeu-
ropeos no guardan una semejanza tangible, que llegue a dar cuenta de una
lógica que se pueda localizar a simple vista. Es un hecho que las lenguas de
la familia indoeuropea conservan, como todas, una fuerza de transmisión
de elementos simbólicos recurrentes; pero el horizonte es complejo y aquí
es donde alcanza su justificación y valor el método comparativo, que logra
restituir el sentido constante de las tres funciones en diversos niveles, perio-
dos y relaciones del mito con los hechos históricos. Ni continuidad absoluta
ni rupturas radicales, la historia poseería provincias separadas de esa dico-
tomía y abiertas a una coexistencia singular y paradójica de lo sincrónico
con lo diacrónico.
69
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
41
“La lingüística acaba de suministrar a la destrucción del autor un valioso instrumento analítico, al
mostrar que la enunciación es por completo un proceso vacío, que funciona perfectamente sin que sea
necesario llenarlo mediante la persona de los interlocutores: lingüísticamente, el autor jamás es otra cosa
que quien escribe, tal como yo no es otra cosa que quien dice yo [… ]. Ahora sabemos que el texto no
está hecho de una línea de palabras, que manifestaría un sentido único en cierta forma teológico (que
sería el “mensaje” del Autor-Dios), sino que es más bien un espacio de dimensiones múltiples donde
se armonizan o disputan diversas escrituras, de las cuales ninguna es la original: el texto es un tejido de
citas surgidas de mil centros de la cultura” (Barthes, 1984: 63 y 65).
70
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
el atisbo lapidario de Barthes cuando llega a sostener que la muerte del autor
es el precio con que se paga el nacimiento del lector (1984: 67). Pero un se-
gundo efecto, tan sobresaliente como discutible, consiste en que se postula
por parte de varios estructuralistas una tendencial “universalidad” estructural
de la materia textual, avalada por una presunta convergencia funcional de sus
formas narrativas hacia el orden del sistema: si se acepta una validez (incluso
relativa) para el postulado de Propp, ¿por qué no hacerla extensiva a otro
tipo de relatos e incluso a otras realidades? Como se ha visto, los esfuerzos
de Lévi-Strauss por encontrar una inteligibilidad para el mito se inspiraban
claramente en esa posibilidad. Porque la descripción estructural no se limitó
exclusivamente a los textos, sino que hizo de ese orden “textual” el horizon-
te paradigmático para un análisis de la cultura o de lo social; “textualidad”
comprendida desde el concepto de semiología enunciado ya por Saussure: “el
estudio de la vida de los signos en el seno de la sociedad” (1998: 42 ss.), un
rico campo de composiciones u organizaciones del significado también re-
gido por relaciones de contigüidad, oposición, sustitución… (propias de la
lengua), que podía proyectarse al estudio de otros sistemas de señales, ritos,
creencias, prácticas, convenciones… Barthes sigue los rumbos más variados
de la semiótica, como la sociología simbólica de los mitos modernos, los
avatares del discurso, la crítica literaria, los fenómenos contemporáneos de
comunicación de masas, incluidos el cine, la fotografía, la moda..., todo esto
inscrito en una crítica de los valores del capitalismo industrial avanzado y la
sociedad burguesa contemporánea. Un recorrido semejante muestra la ver-
satilidad inclasificable de Barthes, que pareció inscribirse a su manera en las
vertientes estructuralistas de los sesenta, pero que también fue más allá al
comprometerse con otras búsquedas que se asimilan a inquietudes posterio-
res al auge de esos movimientos.
Un constructivismo estructural
En efecto, Barthes imprime una orientación original al estructuralismo, fiel
a un proyecto que lo diferencia de los lineamientos dominantes y sus preten-
siones cientificistas, y en muchos casos lo aproxima más a las búsquedas del
postestructuralismo (especialmente en sus trabajos de mediados de los años
setenta)42. En medio de las elaboradas construcciones teóricas vinculadas con
el proyecto de totalización estructural del momento, Barthes sorprende con
una definición simple y concreta: el proyecto estructuralista debe concebirse
depurado de las densidades cientificistas y los movimientos doctrinarios, para
42
Barthes publica tanto en la revista de orientación estructuralista Critique como en Tel Quel. Esta última re-
cogió muchos artículos y ensayos suyos que se han vinculado más con el llamado “postestructuralismo”.
71
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
72
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
43
Como los desarrollos de la narratología por parte de Genette, o la semiolingüística de Greimas, entre
otros. Respecto a los diversos alcances y crisis de los métodos estructuralistas en las teorías literarias, pue-
den verse con provecho los textos de Jonathan Culler La poética estructuralista (1978) y Sobre la deconstrucción.
Teoría y crítica después del estructuralismo (1984).
73
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
74
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
vas” de los lugares en los que esa observación etnográfica situaba su mirada y
privilegiaba la orientación y homologación de sus prácticas de escritura, para
seguir más bien el camino inverso y convertir la mirada etnográfica misma en
objeto de interpretación y crítica autorreferenciales desde las dificultades, y
no las certezas, de su propia articulación discursiva. Si se siguen las argumen-
taciones puntuales de James Clifford a este respecto44, resulta visible que la
encrucijada de relaciones de dominación en que se encuentra hoy el etnógra-
fo ha generado una serie de problemas para las prácticas de conocimiento que
tienen a la observación social como instancia decisiva. Si se consideran las
implicaciones generales propias de tales problemas, es necesario reconocer
que los criterios de localización específica de las relaciones culturales, socia-
les, estéticas, históricas, etc. (con las distintas lógicas propias que ponen en
funcionamiento), y la reflexión centrada en esas condiciones determinadas,
son casi las únicas formas actuales de abordaje de la investigación social en
condiciones relativamente exoneradas de las dificultades respecto al estatus
científico del investigador, la mitificación del discurso de autor, la parcialidad
y autoridad, la recolección de datos y la subjetivación, el trabajo de campo, la
verdad, etc. En este artículo decisivo, Clifford localiza las formas históricas
que ha revestido una especialización del trabajo de campo. Desde las primeras
aproximaciones centradas en el aprendizaje de las lenguas y la experiencia
personal como una suerte de iniciación (Clifford, 1995a: 46), pasando por
los problemas de la objetividad científica, la construcción narrativa y la ob-
servación participante –hasta llegar al campo de la polifonía significante–, se
observa una crisis evidente en la apropiación y reconstrucción de realidades
ajenas por parte del etnógrafo.
De Hegel a Gadamer, las vivencias como experiencias de sentido ante al
mundo suscitaron muchas preguntas sobre sus presunciones de objetividad,
o bien sobre la subjetividad excedentaria que siempre invade los contornos de
las propias representaciones fruto de tales prácticas. La dialéctica originaria
entre la experiencia vivida (Erlebnis) y la interpretación-expresión (Erleben)
de Dilthey (1945, 1956), y el tránsito de la revelación en la experiencia in-
terna (comprensión) como relación intersubjetiva entre un “yo” y un “tú”,
permitirían una cristalización de las conexiones dinámicas o la penetración
de realidades ajenas a la historicidad particular del sujeto que comprende en
44
Véase “Sobre la autoridad etnográfica”, en Dilemas de la cultura (1995). El tema es amplio y complejo,
porque presenta numerosos desarrollos transversales y reformulaciones de varios problemas relativos a
la observación social. Se pueden encontrar avances y postulados importantes, entre otras lecturas, en el
texto citado de Clifford y en un libro posterior de Geertz, El antropólogo como autor (1988); al igual que en
el texto de George Marcus y Michael Fisher, La antropología como crítica cultural (2000).
75
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
76
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
77
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
en el logocentrismo del autor (Derrida). Por tanto, Clifford concluye que los
etnógrafos se verán cada vez más constreñidos a “compartir” sus textos, aban-
donando incluso la categoría de “informante”; las monografías dejarán cada
vez más de dirigirse hacia un único lector (generalmente occidental), abriéndose
a una polifonía o tejido plural de significaciones particulares (Bajtín, Barthes…)
que escaparían a la atribución y el control de un sujeto único autorizado para
ello (1995a: 73). Si el estructuralismo se otorgaba la exclusividad de convertir
los textos del Otro en objetos de análisis como unidades de carácter autónomo
(los mitos, por ejemplo) —y se remitía a la autorreferencialidad de las unidades
de significado que le conferían su autosuficiencia—, la propia textualidad etno-
gráfica (la escritura del etnógrafo), por su parte, se presentaba como un escollo
insalvable debido a la pluralidad de voces que reclamaban un lugar en el tejido
de las construcciones de sentido que debía producir esa escritura.
78
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
80
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Los temas de la muerte del autor remiten a la crisis del humanismo que
acompañó y en cierta forma apuntaló al movimiento estructuralista. El estruc-
turalismo, especialmente el de los modelos (Lévi-Strauss), reduce al sujeto a un
“resultado” de modulaciones inconscientes por parte de esquemas lógicos uni-
versales porque sólo así puede aspirar a una comprensión sistemática de lo que
presupone es “el verdadero ser” de los individuos concretos: carne de estructu-
ra. De ahí que categorías como conciencia, identidad, persona, individualidad,
autonomía, libertad…, tan significativas y trascendentales para los humanismos
contemporáneos (auténticos fundamentos modernos de su discursividad), se
vieron devaluadas por el estructuralismo pues representaban una suerte de “es-
torbos conceptuales” para el empeño de constituir una verdadera ciencia de lo
social sobre un objeto de estudio que, como el hombre en su facticidad, no
podía resultar tan variable e impredecible. Para lograr ese propósito, resultaba
imperativo desmontar algunos supuestos humanistas vigentes en el pensamien-
to de la época. Esta posición habría de generar un enorme impacto en todas
las ciencias humanas, que se refleja con mayor fuerza en la crisis producida por
la destitución del sujeto bajo todas las formas analíticas y discursivas que lo
enunciaban, tanto al interior del estructuralismo como desde las filosofías de la
diferencia: muerte del autor, fracturas del antropocentrismo y el humanismo,
desvanecimiento de lo social, muerte del hombre y fin del sueño antropológico,
instancias de subjetivación, (post)modernidad e inhumanismo tecnocientífico.
La deriva existencialista
Desde un punto de vista filosófico, el estructuralismo se opuso a las tesis
del existencialismo de Sartre, por ejemplo, concebido precisamente como una
81
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
82
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
La fractura antropocéntrica
A pesar del auge del pensamiento existencialista, las escuelas estructura-
listas coincidieron en que no existía algo semejante a la conciencia ni a una
voluntad humana consciente y libre, instancia originaria y decisiva de la vida
del hombre y, además, depositaria racional de la evolución de las sociedades.
Para el estructuralismo, el hombre no es el amo absoluto de su propia his-
83
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Un antihumanismo en cuestión
En esta encrucijada crítica respecto al humanismo ausente o al antihu-
manismo latente en los principios estructuralistas, algo resulta innegable: la
relatividad en la asignación de estas categorías muestra las sorprendentes con-
84
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
notaciones que pueden alcanzar bajo otras lecturas, hasta llegar a desplazar
las cargas semánticas negativas implícitas en sus diversas formulaciones. Por
ejemplo, cuando Lévi-Strauss afirma (en medio de las crisis del colonialismo
europeo) que todos los seres humanos enfrentan en todas partes problemas
similares, y cuando tratan de resolverlos siempre llegan a soluciones semejan-
tes (1964; 1981); cuando denuncia explícitamente la deshumanización propia
del colonialismo imperante y el etnocidio sistemático de las culturas sin Es-
tado por parte de Occidente; cuando niega el menor reconocimiento a las
falacias “tanto morales como científicas del racismo”45, o cuando sostiene la
tesis sobre la existencia de un “espíritu humano universal”, ¿se puede pensar
que estas afirmaciones sean antihumanistas? En esas circunstancias históricas
precisas, Lévi-Strauss insistía en que el hombre es hombre sin importar cuál
sea su especificidad étnica o cultural. Desde Tristes trópicos, toda su obra gravita
alrededor del arduo propósito de superar el etnocentrismo. Si bien el estruc-
turalismo se sentía obligado a suprimir los “ruidos” de la conciencia (y del
antiguo enunciado que concebía al hombre como medida de todas las cosas),
en estas y muchas otras formulaciones de Lévi-Strauss aparece manifiesta una
voluntad de negar los supuestos y diferenciaciones cosificantes del colonia-
lismo, y además, repudiar con fuerza el otro tipo de brutal deshumanización
experimentada muy recientemente en la propia Europa –las atrocidades del
nazismo todavía estaban muy presentes en el ambiente–, que radicó en pre-
tender que sólo cierto tipo de hombre podía plantearse como el único mode-
lo para el reconocimiento de la “verdadera” humanidad de todos los otros46 .
Bajo esta óptica, resulta visible que el distanciamiento de las categorías huma-
nistas se refería al discurso científico de las ciencias humanas. Entonces, ¿se
trataba de unas ciencias humanas sin el hombre?, como se cuestionó crítica-
mente al estructuralismo en la época; pero hay que recordar, ya desde una dis-
tancia histórica, que se trataba precisamente de la ausencia de un hombre postulado
como amo absoluto de sí mismo y del mundo. Por lo demás, tampoco hay que ol-
45
Tesis expuestas en el conocido artículo “Raza e historia” de 1952, que a pesar de las diversas refor-
mulaciones de carácter biológico que postula luego en “Raza y Cultura” (1983), conservan su rechazo
hacia toda teoría que pretenda establecer criterios de diferenciación genérica en la especie humana.
46
Cf. Leopoldo Zea (1976). También puede verse Frantz Fanon (1963). Respecto al humanismo, Lé-
vi-Strauss advierte: “Al aislar al hombre del resto de la creación, al definir demasiado estrechamente los
límites que lo separan, el humanismo occidental, heredero de la Antigüedad y del Renacimiento, lo privó
de una muralla protectora, y la experiencia del último y del presente siglo lo prueba. Lo expuso, sin
defensa suficiente, a los asaltos fomentados dentro de su misma fortaleza. Permitió que sean rechazadas
fuera de las fronteras arbitrariamente trazadas fracciones cada vez más próximas de una humanidad a
la cual se podría tanto más fácilmente negar la misma dignidad que al resto, que se había olvidado de
que si el hombre es respetable, lo es en primer lugar como ser viviente más que como señor y dueño
de la creación” (1999: 139).
85
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
vidar que el siglo XX quiso justificar muchos delirios y violencias en nombre de los
humanismos de todo pelambre que asolaron su historia. Entonces, esas acusaciones
de antihumanismo pueden desdoblarse dependiendo de las condiciones de enun-
ciación donde se sitúan; desde estas lecturas de Lévi-Strauss, el hombre aparece en
un escenario primordial, donde sus determinaciones y diferencias particulares se
ven ciertamente desdibujadas bajo una instancia que muestra y ratifica su unicidad
como especie. No podemos albergar dudas al respecto; este principio es, a fortiori, el
fundamento ético y filosófico más importante para todo auténtico humanismo. Sin
embargo, estas conclusiones tampoco excusan la pretensión de eliminar a ultranza
las diferencias y la singularidad humanas −como la reducción de los individuos, por
parte del estructuralismo etnológico de Lévi-Strauss, a desempeñar el simple papel
de signos en una especie de gran tabla clasificatoria−, bajo el designio de fundar unas
nuevas disciplinas sociales que –humanistas o no– creían resolver el viejo problema
del positivismo al escamotear la pluralidad y complejidad de lo humano, so pretexto
de albergarlo en el tranquilizador cielo científico de las estructuras. No parecía fácil,
en aquel momento, asumir el desafío de comprender que las diferencias son precisa-
mente lo que convierte a los individuos en semejantes: el ser de la diferencia, según
Deleuze, es lo que tienen en común todas las cosas; por eso, ser es diferenciarse,
repetir la diferencia, afirmar la singularidad.
86
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
lado “lo real” mismo para abrirse a una reproducción pura de simulacros que
convierten el residuo de lo social en un fenómeno críticamente indecidible
(Baudrillard, 1978: 171). La función simbólica, tan relevante para las teorías
estructuralistas (Lévi-Strauss, Jacobson, Lacan…) es reconducida por Bau-
drillard al campo de la economía en sus primeros trabajos (1969, 1974), pero
esa función alcanza un sentido más problemático cuando se relaciona poste-
riormente con los desarrollos del objeto-signo y las lógicas que le confieren
un valor diferencial en el ámbito del consumo-lenguaje. Baudrillard acudía a
las teorías de Malinowski y Veblen (manifestación de jerarquías, dilapidación,
prestigio, ostentación...) para concebir el consumo de bienes en la órbita del
intercambio simbólico más que desde las teorías de la necesidad-satisfacción.
De modo que la sociedad capitalista ya no estaría marcada tanto por la satis-
facción de necesidades (desnaturalización), cuanto por premisas exacerbadas
de diferenciación/distinción, hasta el punto de implicar una concepción vir-
tual del socius desde un plano puramente simbólico. De ahí el declive de las
ideologías modernas y la apertura en suplencia de espacios saturados por una
hiperinflación de signos que convierte en indiscernible la orientación de un
mundo que naufraga en la proliferación incesante de simulacros. Desde estas
nuevas lecturas, Baudrillard propone un análisis del concepto de simulacro
como instancia que abre un espacio de confusión o transfiguración entre lo
real y los modelos (“sustitución del territorio por el mapa”). Disneylandia,
arquetipo de la forma de vida estadounidense, se presenta justamente como
imaginaria para conducir a pensar que el resto del país es “real”. Pero allí
se expresa la paradoja de ocultar que esa nación “real” (“hiperreal”) es una
Disneylandia o un “desierto de lo real” (tal como existen las prisiones para
ocultar que todo lo social es carcelario)47. Pero se impone entender bien esto:
el simulacro en Baudrillard no es una imitación o duplicación de lo real; no se
trata de artificio, copia o ilusión. De hecho, lo artificial puede copiar la reali-
dad; pero la ilusión no es lo que se opone a lo real sino que “es una realidad
más sutil que rodea [a lo real] con el signo de su desaparición”48. Si disimular
es fingir no tener lo que se tiene, simular sería no tanto fingir tener lo que no
se tiene, como dejar en vilo la diferencia entre lo verdadero y lo falso; mien-
47
Cf. Cultura y simulacro [“Exkurs”] (1978:189). Véase también, en el mismo texto, “La precesión de los
simulacros” (p. 30). En un sentido semejante, Baudrillard llegará a sostener que la primera guerra del
golfo nunca tuvo lugar, en virtud del simulacro mediático que transmitió el acontecimiento como un
puro y simple juego de video. Cf. La guerra del golfo no ha tenido lugar (1991).
48
Cf. “Objects in the mirror”, en El crimen perfecto (1996: 118). Baudrillard mostrará la radicalidad
desconcertante del simulacro en una de las sentencias más paradójicas que figura en versiones de “La
precesión de los simulacros”: “El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que
no hay verdad. El simulacro es verdadero”.
87
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
49
Las estrategias fatales (1984). El sujeto no existe hoy más que como fractal, simple “terminal de redes”,
sumido en el éxtasis de la comunicación. Cf. El otro por sí mismo (1988: 13, 18 y 34).
50
“Lo social, en el fondo, jamás existió. Jamás hubo relaciones sociales. Nada funcionó jamás social-
mente. Sobre ese fondo ineluctable de reto, de seducción y de muerte, no hubo jamás otra cosa que si-
mulación de lo social y de la relación social”. Cf. “El fin de lo social”, en Cultura y simulacro (1978: 176).
88
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
las categorías sustanciales de lo social eran “las masas” como motores históri-
cos que portarían la capacidad de transformar la historia. Para Baudrillard, son
más bien la precariedad desnuda de la noción de pueblo, un “referente espon-
joso” que cumple el papel de absorber lo político bajo la inercia y neutralidad
que las definen. Las masas serían mejor fenómenos implosivos, mayorías silen-
ciosas sin historia ni futuro, vacío de partículas, desecho de lo social, agujero
negro…51 .
A la luz de estas afirmaciones y de la proliferación de sus efectos, ¿cómo
continuar encarando lo social –y su devenir cada vez más indiscernible– bajo
modelos epistemológicos modernos que, como la estructura, han perdido
la efectividad discursiva previamente dada precisamente por el significado
trascendente de su articulación con el socius? ¿A qué podrían aspirar los
modelos estructurales frente a la extraña fenomenología del simulacro? Los
argumentos de Baudrillard permiten ratificar, por otro camino, la existencia
de una profunda relación de dependencia entre el desvanecimiento de la
eficacia narrativa en los saberes modernos y la inadecuación de los métodos
tradicionales de las ciencias sociales, que se agrava frente al correlativo de-
bilitamiento de las formas enunciativas para lo social, y su simulación en la
hiperrealidad que ha pasado a reflejar su evanescente relevo.
51
Cf. “A la sombra de las mayorías silenciosas”, en Cultura y simulacro (1978: 109-110). “La masa es un ser
sin atributo, sin predicado, sin cualidad, sin referencia. Esa es su definición o su indefinición radical. No
tiene ´realidad´sociológica” —y Baudrillard se pregunta en el mismo lugar: “¿Las masas son el ´espejo
de lo social´? No, no reflejan lo social, ni reflexionan en lo social− es el espejo de lo social el que viene a
romperse sobre ellas” (1978: 112 y 115).
89
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
52
“A partir de ahora, señores filósofos, guardémonos mejor, por tanto, de la peligrosa y vieja patraña concep-
tual que ha creado un ´sujeto puro del conocimiento, sujeto ajeno a la voluntad, al dolor, al tiempo´, guar-
démonos de los tentáculos de conceptos contradictorios, tales como ´razón pura´, ´espiritualidad absoluta´,
´conocimiento en sí´: −aquí se nos pide siempre pensar un ojo que de ninguna manera puede ser pensado,
un ojo carente en absoluto de toda orientación […], aquí se nos pide siempre, por tanto, un contrasentido y
un no concepto de ojo. Existe únicamente un ver perspectivista…”. Cf. La genealogía de la moral (1981: 139).
53
“Un quantum de fuerza es justo un tal Quantum de pulsión, de voluntad, de actividad −más aun, no es
nada más que ese mismo pulsionar, ese mismo querer, ese mismo actuar, y, si puede parecer otra cosa, ello se
debe tan solo a la seducción del lenguaje (y de los errores radicales de la razón petrificados en el lenguaje), el
cual entiende y malentiende que todo hacer está condicionado por un agente, por un ´sujeto´…”. Nietzsche,
La genealogía de la moral (1981: 51).
54
Deleuze explica el empleo de los conceptos de sujeto y subjetivación por Foucault, especialmente en su
periodo final de interrogaciones sobre el “sí mismo” como fuerza: “Foucault no emplea la palabra sujeto
como persona ni como forma de identidad, sino las palabras ´subjetivación´ como proceso, y ´sí´ (sí mismo)
como relación (relación a sí). ¿Y de que se trata? Se trata de una relación de la fuerza consigo misma, mientras
que el poder es la relación de la fuerza con otras fuerzas; se trata de un pliegue (´repliegue´) de la fuerza.
Siguiendo la manera de ´plegar´ la línea de fuerzas, radica en la constitución de modos de existencia, o de la
invención de posibilidades de vida que conciernen también a la muerte, nuestras relaciones con la muerte. No
la existencia como sujeto sino como forma de arte”. Cf. “Entrevista a Gilles Deleuze”, Liberation (1986: 7).
90
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
55
“No se trata de concebir al individuo como una especie de núcleo elemental, átomo primitivo, materia
múltiple e inerte sobre la que se aplicaría o en contra de la que golpearía el poder. En la práctica, lo
que hace que un cuerpo, unos cuerpos, unos discursos, unos deseos sean identificados y constituidos
como individuos, es en sí unos de los primeros efectos del poder. El individuo no es el vis-a-vis del
poder; es, pienso, uno de sus primeros efectos. El individuo es un efecto del poder, y al mismo tiempo,
o justamente en la medida en que es un efecto, el elemento de conexión. El poder circula a través del
individuo que ha constituido”. Foucault, “Curso de 14 de enero de 1976”, en Microfísica del poder (1991:
144). Véase también El orden del discurso (1973: 46 ss.).
91
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
fines del siglo XVIII, la episteme de la época clásica no conocía otra dimensión
de existencia específica para la figura del hombre más que en el entrecruzamiento
del ser y la representación. Las ciencias de la época clásica (historia natural, análisis
de las riquezas y gramática general) constituían taxinomias ancladas en ese espacio
de la representación, y del lenguaje replegado en ella. Sólo bajo la emergencia
de una nueva mutación en el saber moderno −cuando la representación deja de
englobar las pertenencias de los seres del mundo y se abren en una plenitud nueva
los órdenes del trabajo, la vida y el lenguaje−, surge con toda su ambigüedad la fi-
gura del hombre como objeto y sujeto de conocimiento. Consciente de su propia
finitud pero inmerso en su “sueño antropológico”, el hombre deviene entonces
tanto objeto de ciencia como nuevo fundamento del conocimiento, un verdadero
lugar insólito donde se conjugan lo empírico y lo trascendental56. La modernidad
constituyó así tanto “el modo de ser singular del hombre” como los fundamentos
para su conocimiento empírico (Foucault, 1968: 374). Pero esa episteme estaba
inscrita en el progresivo desplazamiento del lenguaje hacia la objetividad, cuya
insistencia constituye el signo de una probable oscilación que pone en peligro de
muerte al hombre “a medida que brilla más fuertemente el ser del lenguaje” (loc.
cit.). Si la figura del hombre se consolidó cuando el lenguaje estaba anclado en su
dispersión, Foucault se pregunta si ese mismo hombre no se dispersará cuando el
lenguaje alcance su unidad, y por tanto, si no sería más bien necesario renunciar
a pensarlo o bien pensar desde su desaparición57. Muestra así la fragilidad de esa
figura casi azarosa, surgida en un espacio de inestabilidad que en efecto hace pre-
sentir el advenimiento de su fin. Definitivamente, “el hombre no es el problema
más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano” (1968:
375). La arqueología de las ciencias humanas muestra que efectivamente es un
“invento reciente”, inscrito en una de las mutaciones del saber58. Pero Fou-
56
“El hombre, en la analítica de la finitud, es un extraño duplicado empírico-trascendental, ya que es un ser
tal que en él se tomará conocimiento de aquello que hace posible todo conocimiento. […] Pues el umbral
de nuestra modernidad no está situado en el momento en que se ha querido aplicar al estudio del hombre
métodos objetivos, sino más bien en el día en que se constituyó un duplicado empírico-trascendental al que
se dio el nombre de hombre” (Foucault, 1968: 310).
57
“¿No sería necesario más bien el renunciar a pensar el hombre o, para ser más rigurosos, pensar lo más
de cerca esta desaparición del hombre −y el suelo de positividad de todas las ciencias del hombre− en su
correlación con nuestra preocupación por el lenguaje? ¿No sería necesario admitir que, dado que el lengua-
je está de nuevo allí, el hombre ha de volver a esta inexistencia serena en la que lo mantuvo en otro tiempo
la unidad imperiosa del Discurso? El hombre había sido una figura entre dos modos de ser del lenguaje; o
por mejor decir, no se constituyó sino por el tiempo en que el lenguaje, después de haber estado alojado en
el interior de la representación y como disuelto en ella, se liberó fragmentándose: el hombre ha compuesto
su propia figura en los intersticios de un lenguaje fragmentado” (Foucault, 1968: 374).
58
“Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibi-
lidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran,
como lo hizo, a fines del siglo XVIII el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el
hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena” (Foucault, 1968: 375).
92
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
cault indica otro aspecto de este problema para la filosofía. Nietzsche había
anunciado la muerte de Dios, pero también el fin del hombre: “¿… acaso no
es el último hombre el que anuncia que ha matado a Dios, colocando así su
lenguaje, su pensamiento, su risa en el espacio del Dios ya muerto…? (1968:
373). Una vez muerto Dios, el hombre debe asumir una finitud bajo la cual
él también deberá morir; se trata, en suma, del anuncio nietzscheano del fin
inminente del asesino de Dios.
93
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
59
Al respecto pueden verse especialmente Tecnologías del yo (1990) y La verdad y las formas jurídicas (1998).
94
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
60
Martin Jay arriesgó la hipótesis sobre una preeminencia de lo visible en Foucault, pero denegada desde
el peso de lo escópico negativo; de ahí la imposibilidad que encuentra para su inestable propuesta de una
“parresía visual” en el filósofo. Cf. “¿Parresía visual? Foucault y la verdad de la mirada”, en http://www.
estudiosvisuales.net/revista /pdf/num4/jay4completo.pdf (consultado el 25 de agosto de 2010). Respecto al
desplazamiento o destitución de la visión en una perspectiva más amplia, véase del mismo autor Ojos abatidos,
la denigración de la visión en el pensamiento francés del siglo XX (2008, especialmente el capítulo 7).
61
Foucault añade: “¿Cómo se obligó al sujeto a descifrarse a sí mismo respecto a lo que estaba prohibido?” (1990: 46).
Y luego agrega, invirtiendo la cuestión de Weber: “¿De qué forma han requerido algunas prohibiciones el precio de
cierto conocimiento de sí mismo?” (1990: 47).
95
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
62
Como Foucault lo expuso con mayor extensión, se habría tratado—a la luz de la interpretación de Ros-
cher— de tres rituales oraculares: Meden agan (“Nada en exceso”), Eggua para d´ate (“Comprometerse acarrea
desdicha”) y Gnothi seautou (“Examínate a ti mismo”), todos referidos a la consulta oracular —especialmente
el último— y no a un principio de autoconocimiento como fue tomado por la tradición. Véase La hermenéutica
del sujeto (2001: 18 ss.). Según Foucault, el cuidar de sí también se habría visto desdibujado en razón de la moral
cristiana, que habría convertido el renunciar a sí mismo en el principio para la salvación del alma (de modo
que el cuidar de sí deviene inmoral). En cambio, “conocerse a sí mismo” se habría convertido en una manera
de renunciar a sí mismo. Cf. “Tecnologías del yo” (1990: 54). A esto hay que sumar los efectos del “momento
cartesiano” como valoración de la evidencia dada a la conciencia y descalificación de la inquietud de sí en el
pensamiento moderno. Cf. La hemenéutica del sujeto (2000c: 32 ss. y 192 ss.).
63
Véase Historia de la sexualidad II, El uso de los placeres (1984, especialmente el capítulo I). En Historia de la
sexualidad III, la inquietud de sí (1987, pueden verse especialmente los capítulos I a IV).
96
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97
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Cf. Dreyfus, H. y Paul Rabinow, “Post-scriptum 1. Sobre la genealogía de la ética: una visión de conjunto de
64
98
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Inhumanismo y modernidad
Lyotard aborda los temas del inhumanismo y la crisis del sujeto desde una
óptica estrechamente cercana a la caída de la modernidad. El advenimiento
del tercer milenio estuvo acompañado por signos definitivamente nuevos, de
diversa naturaleza pero todos ellos inscritos en la persistente inercia de lo in-
decidible. Las dos últimas décadas del siglo XX fueron testigos de aconteci-
mientos que expresaron vigorosamente la irrupción de nuevas formas de
ordenamiento político global, conocimiento y socialización, al tiempo que se
observaba una creciente inadecuación entre esos acontecimientos y las moda-
lidades tradicionales o modernas de interpretación: basta recordar la caída de
65
En palabras de Frédéric Gros: “se trata, por tanto, de liberarse del prestigio del sujeto jurídico moral,
estructurado por la obediencia a la ley, para poner de manifiesto su precariedad histórica”; en cuanto a la
verdad y al papel del logos en función de la paraskeue, Gros añade que en la Antigüedad griega: “el objetivo
de esas prácticas de apropiación del discurso verdadero no es aprender la verdad, ni sobre el mundo ni sobre
uno mismo, sino asimilar, en el sentido casi fisiológico del término, discursos verdaderos que coadyuven a
afrontar los acontecimientos externos y las pasiones internas”. Cf. “Situación del curso”, en La hermenéutica del
sujeto (2000c: 498). Es por esas razones que el sujeto del cuidado de sí no se constituye en sujeto de un saber
verdadero sino en sujeto de una acción recta, aclara luego el mismo Gros (2000c: 499).
100
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
los consensos sobre el gusto, las reglas, las formas… (lo postmoderno como
aquello que, en lo moderno, no es moderno). Esto permitía explicar, desde una
luz diferente, la naturaleza de las crisis occidentales que se reflejan en los graves
problemas éticos, ambientales, identitarios, económicos, étnicos, culturales...,
que han irrumpido con fuerza en el horizonte contemporáneo. Los análisis de
Lyotard intentan promover una reinterpretación del mundo a partir de ese des-
plome de las referencias modernas de conocimiento, proyección social y legiti-
midad, bajo la óptica de las modificaciones crecientes que provoca el triunfo
preponderante de la tecnociencia sobre los encadenamientos de lenguaje mo-
dernos. La actualidad del pensamiento occidental no cesa de estar confrontada
al conflicto de concebir nuevas realidades tan disímiles y disensuales, mediante
saberes que han sido desplazados por el desbordamiento tecnológico y perfor-
mativo de las modalidades tradicionales (modernas) de representación. En tér-
minos de Lyotard, este horizonte atestigua la existencia de “diferendos” o dife-
rencias irreductibles entre la discursividad moderna y los acontecimientos que
marcan el nuevo orden tecnocientífico66. Los juegos del lenguaje (Wittgenstein)
conviven en una pluralidad fragmentaria e inconmensurable que conjura la uni-
versalidad de las grandes narrativas del sujeto y de su historicidad. No es que el
sujeto moderno sea un demiurgo denotativo capaz de imponerle al mundo su
sentido, sino que es presa inerte de las reglas y resignificaciones que los juegos
del lenguaje le confieren o le imponen. La diferencia es precisamente inestabili-
dad, paralogía y juego con los grandes sistemas, en favor de circunstancias locales
regidas por diversas reglas que ya no aspiran a esa universalidad perdida. Los
encadenamientos discursivos, propios del género narrativo moderno, preten-
den resolver los conflictos entre lenguajes diferenciales mediante el “consenso”
(Habermas), mientras la tecnociencia no deja de producir enunciados inaborda-
bles, rupturas y cortes que ratifican cada vez más la existencia de una polifonía
de discursos cerrados en sí mismos, articulados con nuevas enunciaciones que
ya no pueden cobrar significación al interior de los regímenes narrativos mo-
dernos y su racionalidad universalista y totalizadora. Sí, la postmodernidad no
sería otra cosa que la caída de la figura del hombre y sus proyectos como cen-
tralizaciones privilegiadas del saber y de la cultura. Pero existe otra consecuen-
cia importante derivada de la decadencia de las narrativas modernas. Hoy tam-
bién estaríamos presenciando un desbordado triunfo de “lo inhumano”, en una
nueva era posthumanista que nos obliga a encarar la pregunta sobre qué ocurri-
ría si lo humano estuviera obligado a ser inhumano, si lo más inherente y propio
de la humanidad fuera hoy estar poblada por “lo inhumano” (Lyotard, 1998: 10
66
Cf. La diferencia [Le différend] (1996: 23 ss.).
103
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
La apuesta fenomenológica
Los impactos de las propuestas estructuralistas también incidieron en
aplicaciones o reformulaciones de algunos principios en los campos de la fe-
nomenología y la hermenéutica. Los pilares de la intención fundamental de
Husserl se pueden resumir así: fijar los lineamientos para una fenomenología
pura, que aspira a ser “filosofía primera” o nueva ciencia (ciencia de las esen-
cias), diferente de la ciencia natural y que reclama una especificidad (la espe-
cificación eidética propia de las cosas) respecto de la psicología y de la actitud
ingenua o espontánea de la percepción, porque no se remite a procesos psí-
quicos ni a fenómenos naturales sino que se proyecta hacia las esencias y el
campo eidético (Husserl, 1995a: 67 ss.; 1949: § 76). Husserl ofrece así las
condiciones para superar tanto la actitud “natural” o ingenua hacia el mundo,
como la actitud objetivista de la ciencia, pues mediante la epoché o “actitud
refleja” que propone, se aspira a suspender toda afirmación sobre la realidad
al privarse de emitir juicios en la instancia intuitiva de captación de las cosas
por parte de la conciencia (las esencias en cuanto realidades puras ajenas a los
67
Cf. “El tiempo, hoy”, en Lo inhumano (1998: 70). Por su parte, las ciencias humanas según Lyotard se han
convertido en sucursales de la física, y han conducido incluso a estudiar el alma como si se tratara de una
interfaz en procesos físicos (1998: 76).
68
Cf. “Reescribir la modernidad”, en Lo inhumano (1998: 43).
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106
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69
“…la percepción no es un vacío tener presente el objeto, sino que es inherente (a priori) a la esencia propia
de la percepción tener “su” objeto, y tenerlo como unidad de cierto complejo noemático, que para otras
percepciones del “mismo” objeto es siempre distinto, pero siempre esencialmente determinado…” (Husserl,
1949: § 97, p. 239).
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70
“Esta exteriorización en señales materiales y esta inscripción en códigos de discurso vuelven no sólo posi-
ble sino también necesaria la mediación de la comprensión por la explicación, de la cual el análisis estructural
del relato constituye la ejecución más notable. Pero el trayecto inverso no es menos exigible. No hay explica-
ción que no concluya en la comprensión” (Ricoeur, 1985c: 80).
71
Frontera cuya “inviolabilidad” se derivaba de la diferencia de naturaleza entre el texto como materia abierta
a la significación y la acción como realidad vinculada primariamente a lo empírico (esta última, incluso su-
bordinada al orden de las lógicas estructurales subyacentes a lo social o a lo humano: Lévi-Strauss). Si bien la
estructura se concebía, en términos generales, como una suerte de “bisagra” entre lo inconsciente y el orden
de los signos, la vía que exploraba Ricoeur parecía acortar esa distancia de otra forma, mediante un salto muy
reducido, que además apelaba a la empiricidad y a la dialéctica (precisamente, dos de las orientaciones más
férreamente excluidas por el análisis estructural).
119
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
72
“Me inclino a sostener que la búsqueda de correlaciones en el seno de los fenómenos sociales y entre los
mismos, tratados como entidades semióticas, perdería importancia e interés si no produjera algo parecido a
una semántica de profundidad […] las estructuras sociales son también intentos de enfrentar perplejidades
existenciales, situaciones humanas difíciles y conflictos de hondas raíces. Apuntan hacia las aporías de la exis-
tencia social, las mismas aporías alrededor de las cuales gravita el pensamiento mítico” (Ricoeur, 1985b:72).
120
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la etnología
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
vi-Strauss, 1972: 23; 1981: 92 ss.; 1964: 60 ss., 115 ss., 198 ss.; Culler, 1978:49
ss.). Se puede deducir el valor incoercible de este enunciado para catapultar el
principio lógico-estructural en las ciencias sociales, porque este acto no sólo
englobaría o integraría los aspectos discontinuos de toda formación comuni-
taria (familia, economía, religión...), sino que también se encarnaría en los in-
dividuos y los sistemas interpretativos que dan cuenta de su conducta (carác-
ter tridimensional donde coinciden lo sociológico-sincrónico, lo histórico y lo
fisiopsicológico) (1972: 24). ¿Cuál era la importancia de ese acto para Mauss?
El don constituiría un acto arquetípico que subsume el acervo de las conduc-
tas humanas como resultados concretos de prácticas simbólicas significantes
e inherentes a la estructura misma de la sociedad: la supuesta voluntariedad que
siempre acompaña al don pierde su carácter individual y facultativo al verse
resignificada en las redes sociales del intercambio equivalente, donde aparece
más bien como obligatoriedad (re-donación forzosa) derivada de la retribución
normativa de dones anteriores recibidos, especialmente si se trata de dones
agonísticos o de rivalidad, como el potlatch (Mauss, 1971: 161 ss.). Entonces,
las claves del intercambio no radicarían tanto en las cosas que se intercambian
cuanto en los aspectos simbólicos que subyacen en toda práctica de donación y
recepción, pues siempre están inmersos en sistemas de significación compar-
tidos (reglas de reciprocidad, tradiciones, instancias de organización colecti-
va...). Pero la premisa mayor, que se deriva del carácter significante y simbó-
lico del don, consiste en algo inconspicuo pero muy preciso descubierto por
Mauss: siempre se da (o se debe dar) más de lo que se recibe y recibir más de
lo que se da; lo que conduce a concebir el intercambio como un fenómeno
aparentemente “disimétrico” o más complejo de lo que se piensa, regido por
una cualidad de saturación donadora previamente inscrita en el orden del
significado (ya no del significante) que requiere, para ser auténticamente san-
cionada en el registro de la entrega, la condición de mostrar que quien ofrece
algo lo inviste como pérdida o sacrificio (al tiempo que constituye a quien lo
recibe en deudor). En otras palabras, el auténtico don es aquel que supone la
privación de algo importante para quien da (no se debe dar realmente tanto
lo que se tiene, bajo los estrechos límites de una equivalencia material entre
objetos, como aquello de lo que se priva quien da y por supuesto, de lo que
carece quien recibe). Además, porque en el contexto de las sociedades arcai-
cas nunca el objeto dado es algo inerte o privado de espíritu (hau). Dar es,
bajo esta óptica, realmente perder; pero en otro sentido es ganar, por cuanto
existe un rédito simbólico que puede traducirse en prestigio, poder, etc. (el
potlatch como atributo positivo de lo sacrificado). Pero principalmente, el don
garantizaría así el establecimiento de un circuito de vínculos donde convergen la
126
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
economía, los mitos, las éticas culturales, los valores simbólicos, las tradicio-
nes, el lenguaje, lo social... El don, metonimia del vínculo y entrecruzamiento
de la reciprocidad, instaura y perpetúa el arquetipo del intercambio desde las
instancias más primarias del orden simbólico: dar-recibir-devolver...
Desde las posibilidades abiertas por estos postulados de Mauss, deduce
Lévi-Strauss que los fenómenos sociales pueden concebirse o explicarse bajo
leyes semejantes a las que definen las relaciones internas entre los sistemas
de lenguaje, y aspira a remontar varios escollos derivados de las relaciones
individuo-sociedad, al igual que las dificultades propias de la observación del
objeto de investigación, de la relación con los otros, la propia posición del
observador, el papel del inconsciente, las nociones de circulación, cambio e
intercambio, el significado flotante, etc. Las relaciones sociales no se conciben
más como elementos heterogéneos per se sino como lazos o nexos subordi-
nados a un orden homogéneo de signos. De la misma manera, el método no
se aplica en función de determinado tipo de objetos sino que engloba a priori
todas las condiciones empíricas traducidas a modelos comunicativos. Lo que
más interesa comprender, por ahora, es que Lévi-Strauss encuentra en Mauss
uno de los grandes pilares para formular una tesis que aunque experimentará
modificaciones con la fonología y el concepto de inconsciente, culminará
en la preeminencia del sistema lógico de relaciones sobre los puros datos empíri-
cos, como presupuesto imprescindible para fundamentar una nueva mirada
al funcionamiento inconsciente de los órdenes simbólicos en las sociedades
“primitivas” (sistemas económicos, prohibición del incesto, prescripciones
religiosas, comunicaciones y alianzas, intercambios matrimoniales…). Siem-
pre se trata de dos mitades, dar-recibir, y un tercer término, volver a dar,
devolver o re-donar, que como en el caso de la lengua, establecen y perpetúan
oposiciones binarias pero también convergencias seriales en las cuales resul-
tan plenamente visibles las razones lógicas consustanciales a los circuitos del
intercambio social. El parentesco y el mito fueron, a este respecto, los dos
campos privilegiados donde Lévi-Strauss observó una profunda analogía con
el lenguaje, y donde sus hipótesis quizás alcanzaron mayor impacto teórico.
Parentesco y mitos
En los estudios etnográficos anteriores prevalecía una perspectiva pu-
ramente descriptiva que aún no resolvía satisfactoriamente, por ejemplo, el
problema de la diversidad de reglas de prohibición del incesto. Lévi-Strauss
propone una hipótesis sustentada en el modelo de la lingüística estructural:
las numerosas y múltiples reglas de interdicción del matrimonio son solucio-
nes diversas para una constante, que consiste en asegurar la circulación de las
127
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
mujeres en otros clanes y resolver así tanto la prohibición del incesto como
las alianzas con otros grupos —al mismo tiempo, se evita que los clanes se
encierren en sí mismos y queden aislados (Lévi-Strauss, 1981: 58). El inter-
cambio obedecería así a una regla general de índole estructural, mediante la
cual se definen comunicaciones restringidas entre clanes al tiempo que se
cumple con la norma fundadora de la cultura. A través del intercambio ma-
trimonial de mujeres entre los clanes (relaciones entre las reglas de residencia
y las de filiación), como aspecto esencial inscrito en las normas de los siste-
mas de intercambio provistos por las lógicas culturales inherentes al espíritu
humano, se demuestra que las sociedades actualizan la construcción de redes
de reciprocidad (Mauss) para conferir un sentido claramente estructural a
sus prácticas y sin que intervenga una voluntad plenamente consciente: en
esta perspectiva, las mujeres son investidas como signos en una especie de
lenguaje-parentesco “hablado” por las comunidades. El sistema de paren-
tesco aparece entonces como una estructura invariante que cumple con esas
funciones esenciales mediadas por reglas (matematizables y potencialmente
clasificatorias). Tal como en la lengua se cumplen leyes de oposición y asocia-
ción, el parentesco estaría regido por una lógica semejante, que decide entre
quiénes se pueden realizar matrimonios no exclusivamente según las interdic-
ciones de la consanguinidad sino también de la filiación y la alianza. Entre los
límites fijados por esas reglas, la prohibición del incesto deviene “invariante
estructural absoluta”, porque no sólo funda a la cultura sino que constitu-
ye “la regla por excelencia de la reciprocidad” (Lévi-Strauss, 1981: 68). Se-
gún esto, las sociedades “primitivas” se encontrarían ancladas en una serie
de “esquemas conceptuales”, fruto de procesos cognoscitivos inconscientes
que constituyen sistemas (tanto universales como intemporales). Si se acepta
este postulado inicial, entonces se debe asumir que en adelante la etnología
tiene que tomar al inconsciente como un nuevo objeto de estudio propio, y
aceptar que una lógica binaria rige a ese inconsciente como su dinamismo
principal en los sistemas sociales y culturales. De esto no escapan ni siquiera
las cualidades sensibles o las empiricidades más concretas ligadas a los gustos
alimentarios que se presentan en diversas culturas, sometidas a las determina-
ciones de encadenamientos proposicionales y oposiciones (Lévi-Strauss, 1968:
13; 1986: 20-21, 95 ss., 157 ss.). De ahí que sean estos sistemas o estructuras los
que deben primar sobre los sujetos, que “son actuados, pensados y hablados” por
las lógicas inconscientes de la organización social y no al contrario; el individuo se
encontraría fragmentado o “disuelto” en los principios que lo gobiernan en for-
ma invisible (Freud-Lacan) y que, por efectos de la mirada estructural, desplazan y
reducen el valor conferido tradicionalmente a la conciencia y sus pretensiones de
128
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
El método etnográfico
Entonces, si la explicación de todo sistema −y de las actividades huma-
nas correlacionadas− subyace en un orden estructural no visible, resulta-
ría necesario reconstruir deductivamente, mediante modelos lógico-ma-
temáticos, las relaciones, reglas y funcionamiento de esa organización
concebida sincrónicamente. Es claro que no se trataba de forzar una in-
troducción de los modelos en la realidad empírica, pero el investigador
estructuralista sí podía sentirse autorizado, a partir de aquel supuesto me-
todológico, para abordar el análisis del cuerpo social sin considerar que
la experiencia humana concreta constituya “lo real” (o “lo verdadero”).
Los datos empíricos no podrían dar cuenta por sí solos de los dinamis-
129
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
73
“Se me reprochará reducir la vida psíquica a un juego de abstracciones, sustituir el alma humana con sus
fiebres por una fórmula aséptica. No niego los impulsos, las emociones, las efervescencias de la afectividad,
pero no reconozco a estas fuerzas torrenciales una primacía: hacen su irrupción en un escenario ya construi-
do, arquitecturado por sujeciones mentales” (Lévi-Strauss, 1986: 180).
74
“La naturaleza de lo verdadero se delata por el cuidado que pone en esconderse” (Lévi-Strauss, 2001: 64).
75
Lévi-Strauss sorprendió a la comunidad académica cuando introdujo esta categoría de “espíritu”, cuyo
regusto metafísico en medio de los desarrollos tan “cientificistas” del estructuralismo generaba enorme des-
confianza. Pero lo que no pareció considerarse a fondo fue precisamente el sentido de la necesidad que pudo
conducir a Lévi-Strauss a apelar a ese concepto, lo que mostraría los límites de la sin salida representada por
la clausura trascendente en el sistema.
130
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
el marxismo
132
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
76
El enunciado de Marx afirma textualmente: “En la producción social de su existencia, los hombres establecen
determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que correspon-
den a un determinado estadio evolutivo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones
de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio
[Uberbau] jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de
producción de la vida material determina [bedingen] el proceso social, político e intelectual de la vida en general.
No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que
determina su conciencia” (Marx, 1980: 5).
77
El ejemplo del salario, retomado por Godelier en una reseña de los años sesenta, ilustra en forma simple esta
relación: “La noción práctica de salario, por ejemplo, implica que toda hora de trabajo es pagada. Se sabe que, al
hacer la teoría de esta noción, aparece en cambio [que], por estructura, una fracción de las horas de trabajo no
es pagada. En otras palabras, la relación visible que es representación, oculta la estructura que es real” (1967: 26).
133
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
La ideología
La frase final del enunciado de Marx que citamos, insiste sobre el postulado
de la conciencia como “resultado” de las relaciones sociales, es decir, en cuanto
“producto” de procesos sociales cuya fuerza trasciende a los individuos y su
voluntad. De ahí que represente para la teoría marxista un núcleo esencial sobre
134
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
La estructura Estado
En los estudios políticos, jurídicos y sociales en general, el Estado aparece
como una de las formas institucionales más consistentes y legibles: desde el
punto de vista diacrónico, se pudieron determinar instancias homogéneas y
proyectivas de su historicidad; desde una perspectiva sincrónica, era posible
establecer sus órdenes de funcionamiento, las instituciones especializadas y
las jerarquías burocráticas que lo componen, los subsistemas de control que
garantizan la ocupación de lugares y la distribución de espacios, los mecanis-
135
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Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
78
Cf. Hobbes, Leviatán (2003, especialmente sus referencias a las “gentes salvajes de América”, en el cap.
XIII, p. 131).
79
Foucault, Michel. “Omnes et singulatim: hacia una crítica de la ´razón política´”, en Tecnologías del yo (1990:
95-96).
137
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
europeo (1998, passim.). Este argumento apunta hacia varios aspectos impor-
tantes, en los cuales Foucault no dejó de insistir: el poder no es una esencia o
una sustancia que conduzca al perfeccionamiento de lo político en el Estado
o al progreso económico, sino que se ejerce diferencialmente en dominios es-
pecíficos y pasa por una microfísica que nos obliga a abandonar los modelos
macro o totales para su interpretación. Para Foucault, no existiría una única
racionalidad del poder sino una multiplicidad de racionalidades que expresan
formas históricas de dominación y no están necesariamente subordinadas al
Estado ni a lo económico (1990: 138-140; 1977: 112-116). En palabras de
Foucault: no es exclusivamente desde los saberes de Estado como pueden
comprenderse los desequilibrios modernos entre la racionalidad y el poder,
ni aquellos constituyen, en manera alguna, una pretendida superación de las
condiciones bajo las cuales habrían existido formas de Estado menos acaba-
das o más violentas incluso. En Vigilar y castigar se ofrecen ejemplos ilustrati-
vos al respecto: no se puede aspirar a concebir una solución progresiva entre
las formas de castigo del poder soberano (suplicio del cuerpo) y los refina-
mientos de la opresión carcelaria propios del panoptismo moderno (encierro
y disciplina del alma). En rigor, Foucault muestra cómo se trata más bien de
un relevo en las reglas de producción del individuo criminal o patológico, y las
tecnologías de sujeción que las acompañan. Entonces, el problema no radica-
ría en determinar qué tan racional puede ser un tipo de Estado (las diversas
racionalidades de los poderes sólo demuestran que no existe un progreso his-
tórico que libere a la sociedad de las perversiones de la dominación); el desa-
fío es cómo hacer visibles “las raíces mismas de la racionalidad política” (Fou-
cault, 1990: 140) y escapar de la captura que supone seguir creyendo que hay
que encontrar la perfección oculta del Estado en las utopías más racionalistas
o en las ruinas de sus formas históricas. La pregunta central de este texto de
Foucault se dirige al corazón mismo del problema que Clastres abordará des-
de la antropología: ¿Cuál puede ser el sentido fundamental del Estado como
estructura esencial y absoluta que rige a Occidente y que otras sociedades no
aceptaron? ¿Por qué se hizo del Estado el modelo de reconocimiento de toda
“verdadera” sociedad? Veremos cómo, más allá del eurocentrismo que sobre-
vuela alrededor de estas inquietudes, la ecuación hegemónica implícita en la
dicotomía salvajes-civilizados padece un serio agrietamiento del suelo que la
sostuvo durante los dos últimos siglos.
Para Clastres, cuando se habla de las sociedades llamadas “primitivas”
como “sociedades sin Estado”, se apunta al mismo tiempo a una esencia que
las definiría desde el punto de vista de una privación o carencia (1974: 161).
Esta concepción defectiva, continúa Clastres, no sólo esconde un “juicio de
138
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139
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
yente del “verdadero” ser social sino que también abre una lectura antiestruc-
tural de la sociedad misma: no para toda sociedad es imprescindible el Estado
y existen pueblos que no desearon su surgimiento. En realidad, estas comunida-
des sin Estado no carecían en lo absoluto de medios técnicos: si se entiende
por técnicas de producción los procesos que le permiten a una sociedad ase-
gurar el control de un medio para obtener sus recursos, entonces las socieda-
des no estatales no carecen definitivamente de esos medios o técnicas (1974:
163). En este sentido preciso, no existirían tecnologías inferiores o superiores,
pues no se puede calificar a un equipamiento técnico —desde el punto de
vista etnográfico— más que en función de satisfacer precisamente las necesi-
dades de un grupo humano en un medio dado. De hecho, las sociedades sin
Estado desarrollaron múltiples técnicas de explotación del medio de alta efec-
tividad (equilibradas selecciones de plantas y animales, instrumentos de altísi-
ma eficacia, controles ambientales rigurosos…). De manera que el supuesto
“atraso” de las sociedades sin Estado tampoco radica en una carencia de
tecnología (1974: 163-164). En una argumentación similar, se llegó a sostener
que los miembros de estas sociedades experimentaban tales condiciones des-
favorables de existencia por causa de una inaceptable “pereza” que les impe-
día escapar de su condena a la simple subsistencia. Pero los hechos etnográ-
ficos descubiertos por Clastres lo conducen a ofrecer una insólita
interpretación: en efecto, los indígenas suramericanos consagran muy poco
tiempo al trabajo, como se entiende en Occidente, y no por eso mueren de
hambre. Entre los Tupi-Guaraní, por ejemplo, los hombres trabajan “en total
dos meses cada cuatro años. Consagran el resto del tiempo a ocupaciones no
experimentadas como arduas sino placenteras: caza, pesca, fiestas y borrache-
ras y a satisfacer un apasionado gusto por la guerra” (1974: 165). Éstas y otras
comprobaciones conducen a Clastres a enunciar su desconcertante hipótesis:
las sociedades sin Estado disponen de los medios y el tiempo para satisfacer
las demandas materiales, y no permiten la instauración del trabajo alienado
precisamente para no producir los excedentes que darían lugar a la formación
del Estado. Estos grupos definitivamente rechazan la formación de un exce-
dente económico, a través de la voluntad de limitar la actividad productiva a
la satisfacción de las necesidades sociales. Sin embargo, no es que estas socie-
dades no produzcan excedentes en sentido estricto, sino que los excedentes
que se producen, después de satisfacer las necesidades comunitarias, se derro-
chan en fiestas, invitaciones, celebración de visitas, etc. En suma, el difundido
mito de las sociedades sin Estado inertes y precarias se desdibuja cada vez
más desde esta óptica: las sociedades sin Estado rechazan el trabajo alienado,
la acumulación de excedentes y la economía de mercado precisamente porque
140
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
141
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
despótica, por más que puedan presentirla: en ese mundo indígena, los pro-
cesos de marcación corporal y su coextensividad con el cuerpo de la Tierra
hacen de la naturaleza una superficie de inscripción del socius81. Es decir, en
las sociedades llamadas “primitivas”, los flujos del cuerpo social se encuen-
tran completamente codificados por cargas territoriales vinculantes y catexis
colectivas corporales. Es por eso que, en cierto sentido, entre ellas “el cuerpo
es la memoria”, sin que esto pretenda ser en modo alguno una metáfora. De
manera que paradójicamente son sociedades de memoria y de “escritura corpo-
ral”. En la máquina bárbara, el déspota establecerá una nueva alianza: ya no
se vincula con la tierra sino con lo divino, rompe los lazos establecidos en
la máquina territorial e impone una filiación con el cielo. El cuerpo mismo
del déspota deviene superficie de inscripción social (Deleuze-Guattari, 1974:
199); pero no se trata de concebir una evolución desde la máquina territorial
a la despótica sino constatar sus especificidades constitutivas como máquinas
sociales y el trasfondo del nacimiento o el despliegue total del Estado.
Retornemos a Clastres. Si bien el jefe posee un prestigio y unas compe-
tencias técnicas que le reconoce la tribu (oratoria, buen cazador y estratega
guerrero), su tarea se limita a ejercer una palabra vacía o al intento de resolver
conflictos entre individuos, familias y linajes mediante un uso empobrecido
de la palabra: porque no se trata de una palabra ordenadora, que esté autoriza-
da para juzgar o tomar partido, sino de una palabra persuasiva que “carece de
fuerza de ley” (Clastres, 1974: 133 ss. y 176). Verdadero hombre de discurso,
el “jefe” limita su prestigio y su palabra a la misión de evitar que las diferen-
cias entre miembros de la comunidad puedan poner en vilo las cohesiones
sociales inscritas precisamente en la conjuración común del Estado. Si bien
las cualidades del prestigio y los ejercicios de la palabra han podido servir en
otras sociedades como pilares para la centralización del poder individual (y
paralelamente, la consolidación de un poder estatal), en el caso de las socieda-
des sin Estado ese mismo prestigio y los ejercicios de la palabra correlativos
se ponen al servicio de la evitación del surgimiento del poder individual82. La
sociedad impide permanentemente que el jefe pueda superar los límites que
ella misma le define, porque no hay práctica más elocuente de destitución
81
“La sociedad no es, en primer lugar, un medio de intercambio en el que lo esencial radicaría en circular o
hacer circular; la sociedad es un socius de inscripción donde lo esencial radica en marcar o ser marcado” (De-
leuze-Guattari, 1974: 148).
82
“¿Qué dice el jefe? ¿Qué es la palabra del jefe? Es primero que todo un acto ritual […]. La palabra del jefe
no es dicha para ser escuchada. Paradoja: nadie presta atención al discurso del jefe. O mejor, se finge falta de
atención […]. Pero, en un sentido, nadie se pierde nada. ¿Por qué? Porque, literalmente, el jefe no dice nada.
Su discurso consiste, esencialmente, en una celebración, varias veces repetida, de las normas de vida tradiciona-
les…” (Clastres, 1974: 135-136).
142
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
del poder que someter a un individuo al ejercicio de una palabra vacía (te
imponemos el deber de ejercer la palabra, pero al mismo tiempo vigilamos
que tu palabra no exceda los márgenes de sentido que le hemos otorgado): el
jefe realmente está al servicio de la sociedad, la cual conserva siempre en sí
misma el poder y lo ejerce sobre el jefe mismo (el jefe está “prisionero en un
espacio del cual ella [la sociedad] no lo deja salir”) (loc. cit.). Existe el riesgo
de que el jefe pueda, naturalmente, sobrepasar los límites impuestos por la
sociedad, aunque por lo general no lo intenta: no está inscrito en la cultura
que el jefe quiera subvertir su relación con el grupo al querer pasar de servi-
dor de la tribu a amo de la misma. En cierto sentido, al jefe se le impone el
deber de la palabra como un peso que reduce su misma jefatura a la antítesis
de todo ejercicio de poder, porque la tarea de conciliación de las diferencias
no conlleva en absoluto un poder de coerción sino de convencimiento: es
más una deuda del jefe a la tribu que un cobro despótico a la comunidad. Se
trata entonces de una inversión completa de los fundamentos que, en otras
condiciones de codificación del poder, centralizan precisamente la voluntad
individual como fuerza de ley (máquina despótica) y confieren a las socieda-
des estatales la posibilidad de asegurar las garantías normativas inherentes a
la división social. Es un rasgo esencial de la sociedad sin Estado “ejercer un
poder completo y absoluto sobre todo lo que la compone” (1974: 180), lo
cual se traduce en no dejar escapar nada que trascienda sus propios medios de
composición y articulación internas, y que pueda consagrar la legitimidad de
un poder individual separado. Adicionalmente, Clastres señala que también el
hecho de la persistencia de una enorme atomización de tribus y conjuntos de
grupos locales en esa región suramericana —relacionados casi enteramente
por una pulsión guerrera—, parece impedir la emergencia de la estructura
estatal y su unificación bajo un poder que trascienda las propias condiciones
micropolíticas que componen a los elementos de ese conjunto. La guerra,
en lugar de limitarse a ser una condición inherente al salvajismo que el Estado
hobbesiano/hegeliano se encargaría de reducir (postulado cuyas precariedad
y arbitrariedad mueven a risa cuando se observa la historia de la pulsión de
guerra en Occidente), aparece en la sociedad primitiva más bien como otro
medio idóneo para conjurar la formación del Estado. De modo que, entre las
sociedades primitivas, la guerra no sería resultado de una lucha por sobrevivir
en condiciones de carencia de proteínas, o el efecto de un fracaso económico
comunicativo previo hundimiento de las leyes estructurales del intercambio
(Deleuze-Guattari, 1974: 181), sino que se trata de un aspecto constitutivo
de la territorialidad de los grupos que ratifica la naturaleza de su ser social.
Aquí se cumple la actualización de una estrategia centrífuga (dispersión de los
143
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
83
“… palabra profética, virulenta, eminentemente subversiva de llamar a los indios a emprender lo que bien
puede reconocerse como la destrucción de la sociedad. El llamado de los profetas a abandonar la tierra mala,
es decir, la sociedad tal como está, para acceder a la Tierra sin Mal, a la sociedad de la felicidad divina, implica
la condena a muerte de la estructura de la sociedad y su sistema de normas” (Clastres, 1974: 183-184 y 138 ss.;
1996: 100 ss.).
144
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
84
“Su llamada al abandono de las reglas no dejaba ninguna de lado y englobaba explícitamente el fundamento
último de la sociedad humana, la regla del intercambio de mujeres, la ley que prohíbe el incesto: ¡de ahora en más,
decían, dad vuestras mujeres a quien queráis!” (Clastres, 1996: 103).
145
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
146
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
85
“En efecto, ¿hay algo más colectivo, más social, que un ritual? El rito es la mediación religiosa entre el mito
y la sociedad, pero la dificultad para el análisis estructural proviene de que los ritos no se piensan entre ellos…
Tanto si analizamos el estructuralismo por su cima (la obra de Lévi-Strauss) como si consideramos esta cúspide
según sus dos vertientes mayores (el análisis del parentesco y el análisis de los mitos) se impone la constatación
de una ausencia: este discurso elegante, a veces muy rico, no habla de la sociedad. El estructuralismo es, como si
se tratara de una teología sin dios, una sociología sin sociedad” (Clastres, 1996: 169-170).
147
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
148
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
86
“Los etnólogos marxistas constituyen una falange oscura pero numerosa. Es inútil buscar en este cuerpo
disciplinado una individualidad sobresaliente, un espíritu original: devotos de la misma doctrina, profesan la
misma creencia y salmodian el mismo credo, cada cual vigilante de que su vecino respete la ortodoxia de la letra
de los cánticos de un coro tan poco angélico… Cada uno de ellos gasta su tiempo en tachar al otro de impostor
pseudomarxista, cada uno reivindica la suya como justa interpretación del Dogma” (Clastres, 1996:170-171).
87
Estos etnólogos quieren “…hacer entrar en la sociedad primitiva (en la que no tienen nada que hacer) las ca-
tegorías marxistas de relaciones de producción, fuerzas productivas, desarrollo de las fuerzas productivas —este
penoso lenguaje de madera que tienen siempre a flor de labios— todo ello bien entramado en el estructuralismo:
sociedad primitiva-relaciones de parentesco-relaciones de producción. Así de sencillo” (Clastres, 1996: 174).
88
“El marxismo contemporáneo se autoinstituye como El discurso científico sobre la historia de la sociedad
[…] puede hablar de todo tipo de sociedad, posible o real, porque la universalidad de las leyes que descubre no
soporta las excepciones. De lo contrario, es la doctrina íntegra la que se derrumba…, impone a los marxistas
formular la concepción marxista de la sociedad primitiva, construir una antropología marxista… deben someter
los hechos sociales primitivos a las mismas reglas de funcionamiento y de transformación que rigen a las otras
formas sociales… ¿Cuál es el criterio marxista para medir los hechos sociales? La economía. El marxismo es un
economicismo. Y es por ello que los antropólogos marxistas aplican al cuerpo social primitivo aquello que,
según piensan, funciona en todas partes: las categorías de producción, relaciones de producción, desarrollo de
las fuerzas productivas, explotación, etc.” (Clastres, 1996: 177-178).
149
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
89
“Su frenesí ideológico, su voluntad de saqueo de la etnología llega hasta el límite, o sea, hasta la supre-
sión pura y simple de la sociedad primitiva como sociedad específica, como ser social independiente. Den-
tro de la lógica del discurso marxista la sociedad primitiva, simplemente, no puede existir, no tiene derecho
a una existencia autónoma, su ser se determina por aquello que vendrá después de ella, por aquello que es
obligadamente su futuro. Los marxistas proclaman, doctamente, que las sociedades primitivas son precapi-
talistas… Para ellos, la sociedad primitiva no existe sino rebatida sobre esta figura de la sociedad aparecida
a finales del siglo XVIII, el capitalismo. Hasta entonces nada cuenta: todo es precapitalista… El resultado
es que, para el marxismo en general, lo que (mide) la sociedad es la economía y para los etnomarxistas,
que van aun más lejos, lo que mide la sociedad primitiva es la sociedad capitalista” (Clastres, 1996: 178).
90
La negación de la servidumbre voluntaria, postulada ya por La Boétie y que representó un punto de
partida para Clastres. Véase el capítulo “Libertad, desventura, innombrable”, en Investigaciones en antropología
política (1996: 119 ss.).
150
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
151
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
estructural como una realidad empírica por parte de las primeras, para
remontar ese nivel abstracto y lógico que le confirieron las segundas en
general 91.
91
Aspectos fundamentales de estos debates se encuentran en los artículos de Jean Viet, “Diferentes tendencias
del método estructuralista” (1970: 11-28) y “Métodos estructuralistas en sociología” (1970: 101-170). Este úl-
timo capítulo presenta en detalle los problemas de método en otros intentos de aplicación de modelos estruc-
turalistas, como la dinámica de grupos en Lewin, los sociogramas de Moreno, las organizaciones complejas en
Gurvitch, Parsons y Merton, la sociedad global y el sistema de roles en Nadel, y las concepciones dinámicas en
la estructura de Levy. Respecto a estos problemas, también puede verse Talcott Parsons (1966, passim) y Georges
Gurvitch (1962: especialmente Cap. 4). En otra tendencia importante de la sociología contemporánea, Pierre
Bourdieu emprende un “constructivismo estructuralista” que intenta dar cuenta de la génesis y funcionalidad
de modelos o esquemas de pensamiento (habitus) en el orden social, relacionados con estructuras objetivas in-
manentes e independientes de la conciencia de los individuos, que llegan a determinar o inhibir sus conductas e
interacciones. Véase especialmente La distinción, criterio y bases sociales del gusto (1998).
92
Allí alude a las enormes dificultades para abordar el análisis transdisciplinar de las prácticas cotidianas, porque
representan “un vasto conjunto, difícil de delimitar…” (1990: 71-72), que supone una serie de operaciones so-
ciales diseminadas y está literalmente situado entre múltiples encrucijadas metodológicas que convierten en algo
muy complejo la posibilidad de alcanzar su inteligibilidad (¿dónde comienza y termina lo cotidiano?). Además,
porque “lo que está en juego es el estatuto del análisis y la relación con su propio objeto” (1990: 71).
152
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
153
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
el psicoanálisis de lacan
154
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
93
Cf. Lacan, J. Escritos I, “El sujeto por fin cuestionado” (1984: 219 ss.); en: http://bibliopsi.org/index.php?op-
tion=comcontent&view=article&id=401:textos-lacan-organizado-por-semina rio&catid=80:lacan-j&Itemid
=25 (consultado el 3 de febrero de 2013).
94
Cf. Lacan, “Le symbolique, l’imaginaire et le réel”, Conferencia pronunciada el 8 de julio de 1953: www.eco-
le-lacanienne.net/documents/1953-07-08 (consultado el 20 de junio de 2007).
155
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
duración y estructuras
95
Lacan, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1984: 227 ss.).
156
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Historia y temporalidadades
Pese a esa situación, en la investigación histórica también hubo intentos
por aplicar métodos estructuralistas con resultados fructíferos. Las reformu-
laciones sobre el tiempo histórico y la duración por parte de la escuela de
los Annales, por ejemplo, constituyen excepcionales referentes para diversos
estudios centrados en temporalidades singulares que, además de introducir
conceptos como los de mentalidad o coyuntura (poseedores de claras conno-
taciones estructurales), posteriormente llegan a considerar el empleo de mo-
delos matemáticos, esquemas lógicos o matrices económicas para intentar dar
cuenta de fenómenos históricos. Una de las teorías históricas más logradas en
el campo estructuralista fue la de Braudel, para quien la historia debe cumplir
96
Quizá las críticas más intransigentes al llamado “ahistoricismo estructuralista”, especialmente el de Lé-
vi-Strauss (a quien se acusa de “eleatismo”), hayan sido las de Henry Lefèbvre (1970). Por su parte, Sartre sostu-
vo famosos debates con varios representantes del estructuralismo. Sobre este aspecto remitimos especialmente
a Sartre (1968: 50 ss.).
157
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
La larga duración
La mejor aplicación de esta proyección teórica es la extensa obra El Mediterrá-
neo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, donde Braudel muestra la magnitud
de ese universo constituido no sólo por muchos mares, como solía designarlo,
sino por una multiplicidad de influencias, velocidades y determinaciones que se
convierte en una red estructurada de signos plurales y abiertos en medio de ricas
diversidades. Allí se integran los tres planos estructurales de la geohistoria, las
estructuras sociales de colectivos y conjuntos, y los acontecimientos. Si algo ca-
racteriza al empeño de Braudel es su capacidad para asumir esa pluralidad y com-
plejidad en el desafío interdisciplinario que fue la larga duración: la inclusión de las
grandes unidades temporales –que implica emprender el análisis no narrativo de
la historia– deja un saldo de variadas interacciones y valiosas perspectivas que no
pueden reducirse a un esquema anclado en una sola disciplina. La larga duración
debe incluir los cambios lentos o breves del entorno bajo una orientación estruc-
tural, habitada por temporalidades múltiples, que jamás debe inmovilizarse sino,
al contrario, convertirse en un sistema abierto que reclama una aproximación
interdisciplinar. Ese es el caso del capitalismo comercial europeo, que cita como
ejemplo Braudel (1968: 73-74) para mostrar que en la historia se registran series
de rasgos comunes –la larga duración como “tiempo frenado” o “en el límite de
lo móvil”– que permanecen relativamente constantes en medio de una pluralidad
97
La geografía, por su parte, fue una de las disciplinas más convencida del valor interpretativo de los sistemas
estructurales, de lo cual dan testimonio los numerosos modelos que se siguen aplicando hoy en ese campo. Los
trabajos de Milton Santos (2000) constituyen compendios muy completos al respecto. También pueden verse
las investigaciones de Gregory Derek (1984) sobre el tema.
98
“Los observadores de lo social entienden por estructura una organización, una coherencia, unas relaciones
suficientemente fijas entre realidades y masas sociales. Para nosotros, los historiadores, una estructura es indu-
dablemente un ensamblaje, una arquitectura; pero más aun, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y
en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una
infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir” (Braudel,
1968: 70, las cursivas son nuestras).
158
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Epistemes
A cierto nivel, nada es más ordinal que el estructuralismo, hasta el punto
de convertir en indiscernible la frontera que separa a la estructura del orden mismo
que la constituye; y a la inversa, resulta muy difícil pensar en la existencia de un or-
den cerrado sin el concurso virtual o actual de instancias de estructuración. Tal vez
sea esta condición especial la que también confiere al orden un modo de existencia
no exento de la pertinaz invisibilidad que suele acompañar a los epifenómenos es-
tructurales, es decir, la cualidad singular de permanecer ocultos pero abiertos a las
determinaciones de las homologías o los códigos: “materialidad” discreta de un
reino simbólico no muy visible pero enteramente transitivo. Hay en efecto modos
de ser del orden, que además se circunscriben a espacios determinados donde con-
servan condiciones estructurales de organización conjuntiva que también pueden
abstraerse. En Las palabras y las cosas, Foucault encuentra en el texto de Borges sobre
algunas clasificaciones heteróclitas los indicios de algunos principios que le permi-
tían emprender una reflexión sobre algunos de estos modos de ser, donde el orden
se ofrece como espacio intersticial invisible o secreto pero dotado de una insólita
capacidad para generar y modular condiciones particulares de existencia100. Si diri-
99
“La totalidad de la historia puede… ser replanteada como a partir de una infraestructura en relación a estas
capas de historia lenta. Todos los niveles, todas las miles de fragmentaciones del tiempo de la historia, se com-
prenden a partir de esta profundidad, de esta semiinmovilidad” (Braudel, 1968: 74).
100
“El orden es, a la vez, lo que se da en las cosas como su ley interior, la red secreta según la cual se miran en
cierta forma unas a otras, y lo que no existe a no ser a través de la reja de una mirada, de una atención, de un
lenguaje […] Los códigos fundamentales de una cultura –los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos,
sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas– fijan de antemano para cada hombre los
órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los cuales se reconocerá […] Así, existe en toda
cultura, entre el uso de lo que pudiéramos llamar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una
experiencia desnuda del orden y sus modos de ser” (Foucault, 1968: 5 y 6). Y luego añade que, en relación con la
historia y los campos de saber, se trataría de: “aquello a partir de lo cual han sido posibles conocimientos y teo-
rías, según cuál espacio de orden se ha constituido el saber, sobre el fondo de qué […] elemento de positividad
han podido aparecer las ideas, constituirse las ciencias, reflexionarse las experiencias en las filosofías, formarse
las racionalidades para anularse y desvanecerse quizá pronto […] Lo que se intentará sacar a la luz es el campo
epistemológico, la episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera
a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de
su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad…” (Foucault, 1968: 7).
159
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
gimos nuestra atención hacia estas afirmaciones, que además invitan a poner en
juego una posibilidad de lectura de la historia y del presente nada menos que
desde la perspectiva de su suelo o fundamento cognoscitivo y empírico, veremos
que suponen al mismo tiempo la alternativa inédita de observar una serie de
transformaciones muy dinámicas que sólo resultan visibles y comprensibles a
través de esa noción de episteme. De ahí que no resultara tan extraño, después
de todo, que la obsesión de Foucault por el orden en términos de condición
de posibilidad para situar y comprender diversas prácticas humanas, fuera
otro indicio (aunque ambiguo) para incluir su pensamiento entre los análisis
estructuralistas de los años sesenta. No obstante, como en otros casos, resulta
imperativo guardar una precaución: es importante no confundir la episteme
con una estructura, porque en modo alguno se trata de una totalidad cultural
autosuficiente o inconsciente, ni de una especie de lógica intelectual subya-
cente que guarde una unidad formal capaz de dar cuenta de supuestos órde-
nes sincrónicos. Hay que precisar mejor todo esto. El problema del orden y sus
relaciones de composición con los saberes y las prácticas sociales es uno de
los más cruciales de la modernidad. No porque represente en sí mismo una
instancia de equilibrio estructural o un presupuesto de inteligibilidad que nos
garantice el acceso a una “verdad” que se quiere presentar como fundacional,
sino porque su despliegue en los campos sociales y en los ejercicios de saber
y poder muestra formas de agregación objetivas y subjetivas que constituyen
lugares del sentido, cuya fuerza a su vez puede revelar plenitudes existenciales
en las que incluso podemos reconocernos todavía hoy (ontología de lo ac-
tual). Entonces, no se trata ni remotamente de la preeminencia y ubicuidad de
un sistema lógico de relaciones, y mucho menos de restablecer una identidad
social o cultural extraviada. Muy próximo a Nietzsche, Foucault no cree que
exista una esencia o un significado invariante oculto en el devenir histórico,
por más que se puedan observar, como él mismo señala, regularidades his-
tóricas. Si se acepta que los códigos fundamentales y ordenadores de una
cultura o una sociedad condicionan los órdenes discursivos y empíricos en los
cuales se reconocen los individuos, se puede constatar la existencia de “suelos
epistémicos” correlativos a esos códigos (sin confundirse con ellos), y que
guardan una unidad proveniente de la articulación histórica específica entre
saberes y prácticas. Toda sociedad histórica, entonces, poseería este suelo en
el cual instala sus órdenes de producción de la verdad, sus prácticas políticas
y discursivas, sus esquemas de percepción… Pero lo que se impone recordar
siempre es que estas grandes unidades definitivamente no son estructurales,
sino distribuciones articuladas de lo visible y lo decible que sufren disconti-
nuidades y no dependen de un principio originario y fundante que legisle la
160
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Geografía y espacialidad
A propósito del interés hacia el espacio, en obvia ruptura con el impera-
tivo de una atención casi exclusiva hacia la temporalidad en el historicismo
tradicional, Foucault manifestó a mediados de los años setenta sus inquie-
tudes en torno a las posibilidades de interrogar a la geografía en sus rela-
ciones con la espacialización. Sin duda, existieron convergencias entre los
trabajos de Foucault y ciertos conceptos propios de la geografía101. Pero hay
que recordar que Foucault pudo encontrar en el concepto resonancias que
se ajustaron mejor a sus búsquedas, más que acudir a un recurso científico
para sustentar una historia del pensamiento o la restitución de una disciplina
por sí misma. A Foucault le interesaban más “los combates” y la subsecuente
eficacia política derivada de ellos en un campo del saber (1999b: 314-315). En
otros términos, el propósito no consistiría en restablecer o reivindicar una
ciencia o un orden de cientificidad como solución a los problemas, sino más
bien constituir un nuevo horizonte de problemas a partir precisamente de los
procesos de crisis y las funciones de dominación en tales campos (relaciones
saber-poder), considerados al interior de una historia política de la verdad:
desde esta perspectiva, la geografía también formaría parte de las ciencias
cuya información ha sido puesta al servicio de los poderes o bien dispuesta
101
En 1976, el grupo de Hérodote indagó en una entrevista a Foucault sobre su silencio respecto a esta disci-
plina, sobre una posible articulación de la geografía con la arqueología, no sin anticipar que las reflexiones del
filósofo habían orientado y estimulado el pensamiento de los geógrafos. Cf. Hérodote (Revista), “Preguntas a
Michel Foucault sobre la geografía”, en Obras esenciales, Ángel Gabilondo (Ed.), (1999b).
161
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
102
Al respecto pueden verse los cinco rasgos de la economía política de la verdad, en “Verdad y poder” (entre-
vista con Fontana), Microfísica del poder (1991: 188-189).
103
“La verdad no está fuera del poder ni sin poder (no es, a pesar de un mito, del que sería preciso reconstruir la
historia y las funciones, la recompensa de los espíritus libres, el hijo de largas soledades, el privilegio de aquellos
que han sabido emanciparse). La verdad es de este mundo: está producida aquí gracias a múltiples imposiciones.
Tiene aquí efectos reglamentados de poder” (Foucault, 1991: 187).
162
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
104
“En la parresía, el hablante hace uso de su libertad y escoge la franqueza en lugar de la persuasión, la verdad
en lugar de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en lugar de la vida y la seguridad, la crítica en lugar de la
adulación, y el deber moral en lugar del propio interés y la apatía moral” (Foucault, 2004: 46).
105
Deleuze y Guattari también advierten, en su “principio de ruptura asignificante”, que en todo desplazamiento de la centricidad
reaparecen “organizaciones que reestratifican el conjunto, formaciones que devuelven el poder a un significante, atribuciones
que reconstruyen un sujeto: todo lo que se quiera, desde resurgimientos edípicos hasta concreciones fascistas”. Cf. “Rizoma”,
en Mil mesetas (1988, p. 15). En una perspectiva diferente aunque muy próxima, Derrida también se pronunció sobre este punto:
“El centro recibe, sucesivamente y de una manera regulada, formas o nombres diferentes. La historia de la metafísica, como
la historia de Occidente, sería la historia de esas metáforas y de esas metonimias”. Cf. La escritura y la diferencia (1989: 384-385).
106
Propuesta que sí fue tenida en cuenta por algunos geógrafos posteriormente a la entrevista de Hérodote, y curiosamente
también con posterioridad a la muerte de Foucault en 1984, como Driver y Philo, discípulos de Gregory Derek en Cambridge,
y Hannah, John Pickles, Soja y Peet, entre muchos otros; o bien críticos de Foucault como Harvey y Thrift. Así lo exponen J. W.
Crampton y S. Elden, Cf. Space, Knowledge and Power (2007, Introducción, pp. 2 y 4).
163
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
164
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
haber empleado una sola vez y en alusión al Gulag. Pero esta encrucijada alcan-
za un extremo inquietante, que bordea el desconcierto, cuando Foucault le pre-
gunta a Hérodote si ellos están seguros de que él toma esas nociones de la geo-
grafía y no de otra parte, como lo han hecho los mismos geógrafos que se las
han apropiado. Foucault introduce en este punto uno de sus principios funda-
mentales sobre saber-poder: existe algo no considerado hasta ahora, una admi-
nistración y una política del saber, junto a relaciones de dominación que atravie-
san el saber y reclaman el uso de nociones propias de la metaforización
espacial108; pero también explica algo importante: si se hace análisis del discurso
en términos de continuidad temporal, uno tendría que referirse a una concien-
cia individual109. Por lo demás, si el historicismo atribuía a la espacialización un
carácter negativo en virtud de su insistencia sincrónica (tesis de Althusser sobre
la acientificidad de esas metáforas, a pesar de su enriquecedor uso de la tópica
marxista sobre la infra y la superestructura), Foucault no concibe las metáforas
espaciales como reaccionarias, tecnocráticas, abusivas o ilegítimas (proximidad
con el estructuralismo) sino como posibilidades no sólo estratégicas sino tam-
bién combativas en la medida en que permiten considerar el espacio del discur-
so justamente como un teatro de fuerzas o terreno de prácticas políticas (dis-
tancia del estructuralismo). De ahí que Foucault invoque la necesidad de criticar
las descalificaciones de quienes conciben al espacio como algo muerto, no dia-
léctico o inmóvil y privilegian al tiempo (la historia) como algo fecundo, vivo y
dialéctico (1999b: 320); le resulta insostenible detenerse en tal polarización, por-
que se niegan los dinamismos de la espacialidad, al tiempo que se excluye la
posibilidad de encontrar posibles zonas de sincronicidad incluso en el transcu-
rrir histórico (como la ultrahistoria en Dumézil, o la larga duración en Braudel,
para citar dos casos y sin validar las pretensiones del estructuralismo de sistema;
o bien como las heterotopías y las heterocronías que se describen en “Espacios
diferentes”). No se puede seguir pensando —afirma Foucault— que si se habla
108
Posteriormente a esta entrevista, Foucault envía a la revista Hérodote algunas preguntas propias, que son
respondidas en 1977. Estas preguntas eran cuatro, y son resumidas así por Crampton y Elden: “¿Cuál es la
relación entre saber, guerra y poder? ¿Qué significa definir al saber espacial como ciencia? ¿Qué entienden los
geógrafos por poder? ¿A qué se asemeja lo que las geografías de los establecimientos médicos conciben como
“intervenciones”?” (2007: 3-4). Estos autores consideran que Foucault plantea estas cuestiones en consonancia
con el desarrollo del curso Hay que defender la sociedad, enfocado en la guerra, la raza, el conocimiento estratégico,
la historiografía y la política, y al calor de los problemas del biopoder y la gobernabilidad. La traducción de las
preguntas de Foucault fue realizada por Stuart Elden, en “Some Questions From Michel Foucault to Hérodote”,
en Crampton y Elden (2007: 19-20).
109
“Metaforizar las transformaciones del discurso por medio de un vocabulario temporal conduce necesaria-
mente a la utilización del modelo de la conciencia individual, con su temporalidad propia. Intentar descifrarlo,
por el contrario, a través de metáforas espaciales, estratégicas, permite captar con precisión los puntos en los que
los discursos se transforman en, a través de, y a partir de las relaciones de poder” (Foucault, 1999b: 319; las cursivas son
nuestras).
165
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
en términos de espacio “se niega la historia”, pues se ignora así que la espacia-
lización no excluye al tiempo ni a los procesos históricos vinculados indefecti-
blemente con las prácticas de poder; al contrario, “la descripción espacializante
de los hechos del discurso propicia el análisis de los efectos de poder ligados a
ellos” (loc. cit.). Estos aspectos nos remiten de nuevo al tema de la topología,
perspectiva que sin duda representa otra línea próxima a los análisis estructura-
listas del espacio: no parece casual que Deleuze titulara la segunda parte de su
libro dedicado a Foucault con ese concepto (“Topología: pensar de otro
modo”), ni que intentara dilucidar el tema del saber en términos de visibilidad y
decibilidad, al igual que el tema del poder en términos de diagrama (ver y hablar,
o luz y lenguaje como nuevas formas del espacio-tiempo; diagramas y puntos
singulares como elementos esenciales para el control y la dominación de cuer-
pos y espacios) 110. A continuación, Hérodote observa que Vigilar y castigar ya no
propone una metáfora sino que el panoptismo representa formas instituciona-
les donde convergen saberes y poderes en una singularidad excepcional, dado
su valor central para la normalización espacio-temporal moderna (las discipli-
nas). Nos parece que es precisamente allí donde descubre Foucault que el pa-
noptismo no se agota en el Estado y el Estado a su vez tampoco se puede re-
ducir al panoptismo, no porque lo panóptico no alcance los límites estatales
sino precisamente porque los desborda; pues consiste en uno de los órdenes
constitutivos de la subjetividad moderna —que por supuesto no termina en el
encierro—, y da lugar a una dispersión de micropoderes sin centro, aunque eso
tampoco excluya procesos de institucionalización y estatización: escuelas, vigi-
lancias, hospitales, exámenes, policía… En algún lugar, Foucault reconoce que
la sociedad moderna “debe” más a Bentham que a Kant y a Hegel, pues —sos-
tiene Foucault en esta entrevista— el panoptismo es una típica invención tec-
nológica del poder cuya importancia llega al extremo de constituir las bases de
nuestra espacialidad histórica (1999b:320-321). Esta invención habría tenido
unos antecedentes en la Edad Media, bajo las instancias del procurador (“ojo”
del monarca, junto con los posteriores fiscales del imperio), pasando por la
policía hasta desembocar en el orden disciplinario, pero sin guardar una línea de
continuidad discernible. De ahí que esta historia se encuentre marcada por dis-
continuidades y recuperaciones, coadaptaciones y distribuciones estratégicas
que sólo devienen inteligibles desde la óptica de su espacialización compleja
110
En Foucault (1986): “No se trata de una historia de las mentalidades, ni de los comportamientos. Hablar y
ver, o más bien los enunciados y las visibilidades son Elementos puros, condiciones a priori bajo las cuales todas
las ideas se formulan y los comportamientos se manifiestan en un momento determinado…”. (Cf. pp. 88 y 101
ss.). Al respecto también puede verse “Los cuerpos dóciles”, y “El panoptismo”, Vigilar y castigar (1976: 139 ss.
y 199 ss.).
166
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
111
Como se puede observar en Las palabras y las cosas (1968, passim.). Crampton y Elden reconocen este plega-
miento entre lenguaje y espacio; y citan a Foucault: “Es en el espacio donde, desde el principio, el lenguaje se
despliega” (2007: 7), y luego añaden: “Para Foucault, espacio, saber y poder estaban necesariamente relaciona-
dos, como él mismo lo estableció: ´Es un poco arbitrario tratar de disociar la práctica efectiva de la libertad por
parte de la gente, la práctica de las relaciones sociales, y la distribución espacial en la cual ellas se encuentran. Si
están separadas, resulta imposible comprenderlas´” (2007: 9).
167
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
nas y muchos paradigmas contemporáneos, al igual que por las propias rupturas
y la autocrítica del filósofo, que alcanzan dimensiones poco comunes. En este
momento podría uno preguntarse si tal vez la urgencia de los geógrafos no es-
taba mediada por una reivindicación de la geografía como un campo discipli-
nar112, cuando la idea de Foucault era precisamente utilizar algunos conceptos
familiares a ella pero con un sentido particular (tácticas y estrategias geopolíti-
cas), precisamente porque los objetos, paisajes y conceptos no serían exacta-
mente los mismos. Entonces, queda una pregunta-problema que sólo La arqueo-
logía del saber está llamada a responder y que abordaremos más adelante: ¿cuál es
el estatuto epistemológico de los métodos de Foucault?
Pero una cosa es segura: el pensamiento de Foucault estuvo permanente-
mente atravesado por relaciones con espacios, no exclusivamente geográficos
sino de todo orden: de encierro, simbólicos, mentales, culturales, discursivos
o enunciativos, históricos, cotidianos, políticos, de exclusión, estéticos, clí-
nicos… Queda por establecer si esa inquietud se configura necesariamente
al interior del campo estructural y no en sus límites externos, y si no estaría
más bien abierta a las condiciones generales del pensamiento. Además, hay
que tener en cuenta que esa pluralidad espacial implícita en las búsquedas de
Foucault precisamente muestra numerosos niveles y campos que obligan a
distinguir con cuidado cuándo se trata de espacios de encierro, topologías
discursivas, instancias abiertas o paradójicas, heterotopías, campos epistémi-
cos, sistemas o estructuras, lugares de orden virtualmente geográfico, etc. En
resumen, nada como el espacio resulta tan problemático en Foucault, pre-
cisamente en virtud de esa pluralidad irreductible a las unidades dialécticas,
lógicas o topológicas del concepto. Eso es lo que muestran las heterotopías y
las heterocronías (al igual que la probable existencia de “heterotopías cróni-
cas”)113, y también las consideraciones de Foucault sobre la importancia de re-
conocer que vivimos en nuevos espacios signados por la heterogeneidad, por
112
De hecho, las preguntas que dirige Foucault a los geógrafos parecen alentadas por una recurrente atención
hacia aspectos de delimitación epistémica y estratégica. Por ejemplo: “1. … ¿Permite o admite el concepto de
estrategia un análisis de las relaciones de poder como tácticas de dominación? ¿O debemos decir que la domina-
ción es solamente una forma de continuidad de la guerra? 2. … Si entiendo correctamente, ustedes apuntan a
constituir un conocimiento del espacio. ¿Para ustedes es importante constituirlo como una ciencia? ¿La división
entre conocimiento no científico (saber) y ciencia es un efecto de poder vinculado con la institucionalización de
los saberes (conocimientos) en las universidades, centros de investigación, etc.? 3. … ¿Podrían ustedes delinear
lo que entienden por poder (a través de las relaciones con los aparatos de Estado, o a través de la relación con la
dominación de clase)? ¿… ustedes creen que uno puede responder la pregunta sobre quién tiene el poder?” Cf.
“Some Questions From Michel Foucault to Hérodote”, en Crampton y Elden (2007: 19-20).
113
“Lo más frecuente es que las heterotopías estén ligadas muy a menudo a períodos de tiempo, es decir, que
abran lo que se podría denominar, por pura simetría, heterocronías”. Cf. Foucault, “Espacios diferentes”, en Mi-
chel Foucault. Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales (1999c: 438). La mención de Foucault a las “heterotopías
crónicas” figura en la pág. 439.
168
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
114
Cf. Foucault, 1999c: 431 y 434. Aquí postula Foucault varias implicaciones positivas desde la perspectiva
estructural, particularmente en sus empeños por hacer visibles esas nuevas “configuraciones” (p. 431).
115
Cf. West-Pavlov, Rusell. Space in theory. Kristeva, Foucault, Deleuze (2009: 122-123). Este autor —a quien debe-
mos esta referencia a El Castillo— encuentra que la noción de límite resulta definitiva para comprender la orien-
tación general del tema del espacio en Foucault durante la década de los años sesenta, y que sería típicamente
postsaussureana. Pero, continúa West-Pavlov, a ese establecimiento de límites opone Foucault posteriormente
un análisis de sistemas discursivos históricamente definidos y con un suelo de positividad determinable (como
lo expresó en Dits et Écrits, I, 683-4; citado por West-Pavlov (2009: 123-124). El empleo de esta noción de límite
genera dos consecuencias relevantes para West-Pavlov: romper con la categoría de continuidad que gobernaba en
la historia de la ciencia y de la filosofía, y forzar una relocalización de la interpretación que concede una nueva
importancia al vector del análisis sincrónico (aspectos que, a nuestro modo de ver, vincularían más estrechamente
a Foucault con el estructuralismo) (2009: 124-125).
116
Por esa razón, hay heterotopías de crisis, de desviación, de yuxtaposiciones incompatibles, cróni-
cas… Cf. “Espacios diferentes”, pp. 436-441. Ya en Las palabras y las cosas, Foucault había indicado
tempranamente a propósito del texto de Borges: “Las heterotopías inquietan, sin duda porque minan
secretamente el lenguaje, porque impiden nombrar esto y aquello, porque rompen los nombres comu-
nes o los enmarañan, porque arruinan de antemano la ´sintaxis´ y no sólo la que construye las frases
—aquella menos evidente que hace ´mantenerse juntas´ (unas al otro lado o frente de otras) a las pala-
bras y las cosas” (1968, “Prefacio”, p. 3). West-Pavlov también cita este apartado (2009: 137). ¿Cómo
podrían, entonces, ser las heterotopías objetos de un análisis dialéctico?
117
Foucault, “Espacios diferentes” (1999c: 432). No hay que olvidar que estas “relaciones de vecindad”
se caracterizan precisamente por trazar o compartir límites entre series estructurales más que entre
espacios de coexistencia temporal.
118
Cf. Foucault (1987, especialmente “Un nuevo archivista”).
119
Cf. Vigilar y castigar (1976, especialmente Parte III, “Disciplina”).
169
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
120
Por ejemplo, los espacios “abiertos” pueden coexistir con espacios “cerrados” o de “encierro”, con “campos
de epistemologización” y también “paradójicos”; y a la inversa, no todo espacio de “encierro” se traduce en una
clausura espacial, como el caso de las topologías de normalización educativa.
121
“Lo que resulta sorprendente en las mutaciones y transformaciones epistemológicas que se produjeron en el siglo XVII, es
observar cómo la espacialización del saber constituyó uno de los factores de elaboración de ese mismo saber como ciencia. Si
la historia natural y las clasificaciones de Linneo se hicieron posibles, fue gracias a cierto número de razones: por una parte, se
produjo literalmente una espacialización de los objetos mismos del análisis […] El objeto fue espacializado. Por tanto, lo fue
en la medida en que los principios de clasificación debían ser encontrados en la estructura misma de las plantas […] Por otra
parte, se produjo una espacialización por medio de las ilustraciones contenidas en los libros […] Incluso, más adelante existió
una espacialización de la reproducción de las plantas mismas, que comenzó a representarse en los libros. Estas son técnicas
de espacio y no metáforas”. Cf. “Space, savoir et pouvoir”, en Dits et Écrits (1994, p. 284).
170
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
bilita nuevas maneras de encuadrar los objetos. Pero con esto también se produce
un nuevo paradigma de saber (2009: 116). Aunque ni West-Pavlov ni Foucault
afirman exactamente esto, creemos que al suspender la centralidad de la inte-
rrogación por el espacio y dirigirla hacia los procesos de espacialización, emerge un
horizonte de problemas quizá no observado antes (encuadramiento-producción
de objetos). ¿Cómo abordar entonces esas dinámicas de espacialización? Tratar
de responder esta pregunta supone una revisión de la obra de Foucault bajo esa
óptica, que por supuesto no es posible adelantar aquí. Pero al respecto quere-
mos bosquejar dos aspectos. En primer lugar, resultaría relativamente cómodo
—aunque jamás exento de complejidad— observar las formas de espacialización
del poder, hasta el punto de estar en condiciones de delimitar sus estrategias y
procedimientos de encierro, clasificación, distribución, etc., desde la época clásica
hasta el horizonte disciplinario122. Pero no sucede lo mismo con el saber, aunque
en principio se pueda constatar la existencia de relaciones de espacialización sui géne-
ris en los órdenes epistémicos y las formas como, por ejemplo, ciertos discursos
alcanzan un estatuto de cientificidad cuando logran instalarse en un determinado
espacio de acumulación. Una práctica discursiva, desde este punto de vista, no sería
otra cosa que la actualización, en un espacio de aglomeración de objetos, enunciados,
conceptos y elecciones teóricas, que expresa una positividad no derivada de una
supuesta espera hasta encontrar las condiciones para convertirse “en ciencia”,
sino de su capacidad para producir proposiciones, descripciones, verificaciones o
teorías coherentes desde el punto de vista de la episteme donde se sustentan123. Y a
continuación postula Foucault una frase definitiva, sobre el saber como dominio de
objetos, que ofrece un grado suficiente de soporte para la hipótesis sobre el papel
fundamental de lo que podemos llamar “espacialización procesual”:
122
Creemos que el poder, según Foucault, sería “espacializante” por excelencia: “…las relaciones de poder
pueden penetrar materialmente en el espesor mismo de los cuerpos sin tener incluso que ser sustituidos por
la representación de los sujetos. Cf. Foucault, “Las relaciones de poder penetran en los cuerpos”, en Microfísica
del poder (1973: 156). Y aquí de nuevo la expresión “condición de posibilidad”, que creemos es una expresión
arqueológica-genealógica empleada por Foucault, más que una herencia imborrable de la Antropología kantiana.
123
“No se trata de unos elementos que deben haber sido formados por una práctica discursiva para que even-
tualmente un discurso científico se constituya, especificado no sólo por su forma y su rigor, sino también por
los objetos con los que está en relación, los tipos de enunciación que pone en juego, los conceptos que manipula
y las estrategias que utiliza. Así, no relacionamos la ciencia con lo que ha debido ser vivido o debe serlo, para
que esté fundada la intención de idealidad que le es propia, sino con lo que ha debido ser dicho —o lo que debe
serlo—, para que pueda existir un discurso que, llegado el caso, responda a unos criterios experimentales o for-
males de cientificidad. A este conjunto de elementos formados de manera regular por una práctica discursiva y
que son indispensables a la constitución de una ciencia, aunque no estén necesariamente destinados a darle lugar,
se le puede llamar saber” (Foucault, 1970: 305-306).
171
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
124
Foucault, 1970: 306-307. Obsérvese que en los dos casos se trata de movimientos que generan efectos: en el
primer caso como prácticas de sujeto y en el segundo como emplazamientos enunciativos.
125
Como el papel desempeñado por las metáforas espaciales y los conceptos de estructura y orden en Las palabras y las
cosas, a pesar de que Foucault no lo recuerde. Cf. La arqueología del saber (1970: 336). De cualquier manera, resulta
claro que el lenguaje sí goza de un estatuto de espacialización en los trabajos de Foucault relativos al saber. Cf.
West-Pavlov (2009: 117 ss.).
126
Cf. Chris Philo, “´Belicose History´ and ´Local Discursivities´: An Archaeological Reading of Michel Foucaul-
t´s Society Must be Defended”. En Crampton y Elden, Space, Knowledge and Power (2007: 350).
127
Cf. “Geographies of Governmentality”, en Crampton y Elden (2007: 187 ss.).
172
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
128
Huxley, en Crampton y Elden (2007: 199). Nos parece que Margo Huxley se aproxima con acierto a una ca-
racterización más a fondo del espacializar en el contexto de la gubernamentalidad: “Tres ejemplos o ´diagramas´
de racionalidades espaciales y medioambientales ilustran diferentes movilizaciones gubernamentales de relacio-
nes causales en los nexos entre individuo, población y medio ambiente. Los proyectos para ciudades ideales o
relaciones ciudad-ciudadano, al interior y a través de los cuales se adoptan ciertas subjetividades y comporta-
mientos adecuados, son ejemplos de lógicas disposicionales/geométricas, generativas/bio-médicas y vitalistas/
evolucionistas que caracterizan a las presuposiciones espaciales (que se dan por sentadas) de programas dispares
en relación con reformas urbanas y sociales. […] Al investigar las formas mediante las cuales los espacios y
ambientes se encuentran investidos o comprometidos en programas y causalidades del poder, y en proyectos y
planes para el gobierno de individuos y poblaciones, podemos comenzar a rastrear cómo las especificaciones
para los espacios, construcciones, ambientes naturales, suburbios, ciudades y regiones ingresan en tecnologías de
gobierno inestables, heterogéneas, de conjunto…”. (2007: 199-200).
173
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
129
“La filosofía de Foucault se presenta a menudo como un análisis de “dispositivos” concreto. Pero, ¿qué es
un dispositivo? En primer lugar, es una especie de ovillo o madeja, un conjunto multilineal. Está compuesto de
líneas de diferente naturaleza y esas líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas cada uno de los cuales
sería homogéneo por su cuenta (el objeto, el sujeto, el lenguaje), sino que siguen direcciones diferentes, forman
procesos siempre en desequilibrio y esas líneas tanto se acercan unas a otras como se alejan unas de otras”. Gilles
Deleuze, “¿Qué es un dispositivo?”, en E. Balbier et alt., Michel Foucault, filósofo (1995: 155). Testimonios de esto
son las grandes fracturas que se observan en el pensamiento de Foucault, y que Deleuze define en este mismo
artículo como líneas de crisis sísmicas y de fractura.
130
Cf. Dreyfus, H. y Paul Rabinow. Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica (2001, Prefacio, pp.
9-10). También puede verse François Dosse, Historia del estructuralismo, Tomo I, El campo del signo, 1945-1966
(2004a: 169 ss., 180 y 184).
174
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
131
Parain-Vial, Jeanne. Análisis estructurales e ideologías estructuralistas, Cap. 8, “Las palabras y las cosas”, p. 195.
Además, para citar un par de ejemplos, el carácter compacto de las formaciones discursivas no poseería en
modo alguno una naturaleza lingüística ni opositiva; al igual que las prácticas discursivas, que tampoco deben
confundirse con los actos de habla. Al respecto, también puede verse Dreyfus y Rabinow, 2001, pp. 22 ss. y 71 ss.
132
De ahí quizás la exasperación de Piaget cuando afirma que en Foucault existiría “un estructuralismo sin
estructuras”. Cf. El estructuralismo (1968:115).
175
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Clasificaciones
Se ha visto que los temas relacionados con la clasificación y el orden tam-
bién pudieron constituir otros campos que parecían consagrar la filiación de
Foucault al estructuralismo. Pero, como casi siempre, Foucault logra conferir
a estas categorías un sentido distinto. En efecto, sostiene que analizar los
sistemas de pensamiento, o en otros casos las operaciones clasificatorias que
una sociedad “construye” —o con las cuales “se compromete”— para situar
a algunos grupos o individuos, parece depender estrechamente de la orienta-
ción de ese examen hacia la sedimentación o no de condiciones “positivas” o
“negativas”. Y no hay duda al respecto: las polaridades analíticas y clasifica-
torias consistirían en conceder prioridad a fenómenos que, en algunos casos,
enaltecen los valores o bien los equilibrios (por lo demás, siempre relativos)
respecto al cumplimiento de las metas que una sociedad se propone; pero
en otros casos, se trata de lo contrario: mostrar las zonas oscuras y conflic-
tivas, o los fenómenos de rechazo y exclusión. Esta opción analítica no deja
de conservar un valor importante, especialmente a la hora de observar los
176
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
177
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Michel Foucault, La arqueología del saber (1970 [en francés, 1969]). Esta obra también es resultado de la siste-
136
178
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
137
Por ejemplo, varios principios sobre la historicidad de las encrucijadas entre saberes y ciencias resultado de las
investigaciones de Bachelard, Canguilhem, Serres, Guéroult…, que recogerá de nuevo al final con más detalle
(1970: 6 y 320 ss.).
179
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
138
Deleuze pone el ejemplo del totemismo en Lévi-Strauss: no se trata de una identificación imaginaria de los
individuos con un animal, sino “de la homología estructural de dos series de términos” (la serie de especies
animales diferenciada y la serie de posiciones sociales simbólicas) (1973 : 318 ss.). Sobre estos aspectos, puede
consultarse con provecho el artículo de Lévi-Strauss “La lógica de las clasificaciones totémicas”, en El pensamiento
salvaje (1964: 60 ss.).
180
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
to139. En este punto, Foucault advierte que se propone emprender una revi-
sión crítica de sus investigaciones anteriores, ofrecerles coherencia, y también
aclara un difundido equívoco: la idea no consiste en adoptar para la historia el
método estructuralista; se trata mejor de utilizar instrumentos y conceptos
que, “aunque no son ajenos al estructuralismo, no lo ponen en juego”; tampoco
se pretende restituir totalidades culturales; y por último, no se quiere definir
un análisis centrado en el tema antropológico140. Precisamente, la dislocación
de las totalizaciones rompe con una de las primeras demandas del análisis
estructural, aunque exista coincidencia sobre la exclusión del sujeto. Es aquí
donde se puede observar que este acento, la ruptura con el sujeto, fue lo que
pudo constituir una de las aristas más decisivas que pudieron aproximar a
Foucault al movimiento estructuralista. Si bien el filósofo se concentra en el
análisis de las prácticas discursivas y sus formas de agrupamiento, regularidad
o funcionamiento, va mucho más allá del estructuralismo porque no se limita
a analizar las reglas lingüísticas o los valores oposicionales de los campos
discursivos sino que persigue la historicidad discontinua de diversos sistemas
en términos de acontecimientos más que de códigos. Así, las investigaciones
que hemos leído apuntan a descubrir las estrategias sobre las que se apoyaron
sistemas que rigieron ciertos modos de ver, ciertas formas de representación,
como las distintas miradas históricas a la enfermedad, al deseo, al desorden,
etc. Pero ¿cuál es el fundamento de la arqueología? Foucault expresa aquí el
principio esencial que va a desplegar a lo largo de toda esta obra: el suelo
sobre el que reposa la arqueología es el que ella misma ha descubierto (1970:
26). Esto significa que la arqueología no puede trascender los límites que ella
misma se impone (constituir un sistema descriptivo de relaciones discursivas);
más que tratarse de la promoción de un campo disciplinar o de la aspiración
a alcanzar por fin una cientificidad esquiva, la arqueología debe comprender-
se como una aproximación a las prácticas de saber. De todo esto resulta clara la
necesidad de concebir los saberes como campos inscritos en juegos o haces
de relaciones, y sustentados en una topología móvil y dinámica que obliga a
139
“Lo que tanto se llora no es la desaparición de la historia, sino la de esa forma de historia que estaba referida
en secreto, pero por entero, a la actividad sintética del sujeto; lo que se llora es ese devenir que debía proporcio-
nar a la soberanía de la conciencia un abrigo más seguro […] lo que se llora es ese uso ideológico de la historia
por el cual se trata de restituir al hombre todo cuanto, desde hace más de un siglo, no ha cesado de escaparle”.
Foucault, Arqueología del saber (1970: 23-24).
140
“No se trata (y todavía menos) de utilizar las categorías de las totalidades culturales (ya sean las visiones del
mundo, los tipos ideales, el espíritu singular de las épocas) para imponer a la historia, y a pesar suyo, las formas
del análisis estructural. Las series descritas, los límites fijados, las comparaciones y las correlaciones establecidas
no se apoyan en las antiguas filosofías de la historia, sino que tienen por fin revisar las teleologías y las totalizaciones”
(Foucault, 1970: 25-26; las cursivas son nuestras).
181
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
pensar de otro modo los sustratos y determinaciones que modulan las condi-
ciones interpretativas y críticas de la historia. En las conclusiones de la Ar-
queología del saber, Foucault se plantea cinco preguntas y autocríticas que resu-
men el grueso de sus posturas respecto a la historia y al estructuralismo. En
primer lugar, se pregunta si él mismo no intentó inútilmente escapar del es-
tructuralismo en este libro, y si no habría usado sus categorías sin alcanzar
una eficacia demostrativa, todo lo cual se habría traducido en una impotencia
de método que, al prescindir del sujeto, creyó que podía limpiar el discurso de
las referencias antropológicas (1970: 333). Foucault admite que ha descono-
cido la trascendencia del discurso y se ha negado a referirlo a una subjetivi-
dad, y tampoco ha hecho valer su carácter diacrónico. Pero insiste en que si
ha hablado del discurso, ha sido para hacer aparecer la diversidad de análisis
posibles en el espesor de las actuaciones verbales; mostrar que al lado de los
métodos de estructuración lingüística se podía establecer una descripción es-
pecífica de los enunciados, su formación y las regularidades propias del dis-
curso (1970: 335). Si ha tomado distancia del sujeto no ha sido para describir
leyes de construcción válidas para todos los hablantes o para hacer hablar al
gran discurso universal común a todos los humanos de una época. Más bien,
se trataba de mostrar en qué consistían las diferencias, cómo unos hombres
hablan de objetos diferentes, tienen opiniones opuestas y hacen elecciones
contradictorias al interior de una misma práctica discursiva. Por eso, aclara
que no ha excluido el problema del sujeto sino que ha “querido definir las
posiciones y las funciones que el sujeto podía ocupar en la diversidad de los
discursos” (1970: 335-336). No ha negado la historia, sino que ha puesto en
suspenso la categoría del cambio para hacer aparecer las transformaciones;
“lo que [se] rechaza es un modelo uniforme de temporalización” y “no ha
querido llevar más allá de sus límites legítimos la empresa estructuralista”141.
En segundo lugar, lo que se rechazaría de Foucault no son esos puntos sobre
el estructuralismo sino lo que Foucault hace: emprender un análisis de discur-
sos científicos por fuera de su actividad constituyente y de la historia del
pensamiento, sin reconocer su pertenencia a la continuidad que los liga en
función de un proyecto o una teleología para que sean recobrados en una
armonización racional (1970: 337). Foucault se responde así: lo que se quiere
141
E insiste en dejar de lado la polémica estructuralista, que para él es asunto de “histriones y feriantes” (1970:
336). Con una actitud similar, vuelve sobre el tema en El orden del discurso, luego de proponerse un programa de
investigación donde anuncia la apertura de un conjunto crítico que emplea el principio de trastocamiento para
tratar de dar cuenta de las formas de exclusión, delimitación, apropiación, etc., y un conjunto genealógico para
indagar sobre cómo se han formado los discursos, sus condiciones de aparición, variación...: “Y ahora, que los
que tienen lagunas de vocabulario digan –si les interesa más la música que la letra– que se trata de estructura-
lismo” (1973: 68).
182
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
183
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
La arqueología del saber recibió numerosas críticas desde todos los ángulos, sin
desconocer que también recibió entusiastas acogidas en el campo de las ciencias
humanas. Se puede comenzar por la más general: ¿cómo alcanzan las formacio-
nes discursivas, e incluso el discurso mismo, una autonomía suficiente para llegar a
decidir sobre las orientaciones y marcos de coherencia dados por unas “reglas de
formación” a las que virtualmente se someten los sujetos de enunciación? Se trata
del problema concerniente a la articulación funcional entre las condiciones parti-
culares del juego de reglas y la “receptividad” de las subjetividades que confluyen
en la formación discursiva, una especie de “bisagra de sentido” que se compone
184
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
142
“The linguistic Fault: The Case of Foucault´s archaeology”, en Michel Foucault. Critical Assessments, Barry Smart
(Ed.) (1994)
143
Cf. “The Black Sun of Language: Foucault”, en Michel Foucault. Critical Assessments, Barry Smart (Ed.) (1994:
256).
185
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
cumplan con la ardua exigencia de desplazar los suelos donde ella se establece o
se funda (que también es el propósito de la genealogía). La solución de Foucault
consistió en no seguir asumiendo una búsqueda de la verdad en el pasado, sino
más bien “el pasado de la verdad” (Morey) al localizar las reglas de su formación
al interior de los saberes en momentos determinados de la historia y con ciertos
efectos. Lo que refleja una deficiente lectura de Foucault —después de haber
recorrido los trabajos anteriores a la arqueología, y la arqueología misma— es
que se espere ingenuamente de su parte un establecimiento de métodos y suelos
estables y definitivos. La empresa arqueológica, con todo y su provisionalidad, se
plantea un desafío que toca el corazón mismo de las condiciones de posibilidad
del saber en Occidente; de ahí el carácter dinámico y múltiple de sus conceptos,
que por definición no pueden fijarse a los supuestos de verdad que garantizaban
la estabilidad de un suelo, sino que se abren a la heterogeneidad de las propias
condiciones de existencia de los discursos. Lo que De Certeau no parece advertir
es la evidencia de la creación de una nueva región (y simultáneamente, una nueva
concepción) del saber por parte de Foucault, que tiene que orientarse mediante
principios distintos a los que rigen en otras regiones, especialmente cuando no ha
tomado por objeto una investigación de la verdad o la razón, sino precisamente
los procesos que han dado lugar a la producción de la verdad y al imperio de la
razón en Occidente144. Por lo demás, cuando el objetivo de la arqueología es des-
cribir una dispersión y no una arquitectura estructural sustentada, tampoco puede
aspirarse a definir objetos fijos para miradas estables en el suelo de la identidad y
de lo mismo, sino que se encuentran objetos diferenciales en permanente trans-
formación, distribuidos en un espacio móvil donde los conceptos no se definen
por una coherencia sistémica sino por su emergencia simultánea o sucesiva145. En
principio, Foucault plantea que las regularidades de la práctica discursiva aspiran a
ser una pura descripción de los discursos (“modesto empirismo descriptivo”), pero
posteriormente les confiere la capacidad (por cierto no explicada) de regular su
producción (una función de existencia y ya no simplemente descriptiva) (Drey-
fuss y Rabinow, 2001: 118). Es forzoso coincidir con Dreyfus y Rabinow en que
Foucault no logra explicar bien esta oscilación entre descripción y prescripción
en su proyecto, que tiene que ver con el problema de la causalidad. Pero entonces,
¿por qué, después de un esfuerzo tan considerable como la arqueología, Foucault
se separa de ella con un gesto tan definitivo? Foucault sostuvo que abandonó el
144
Aspectos complementarios a estas cuestiones pueden encontrarse en el detallado artículo de Roberto
Machado, “Arqueología y epistemología”, en Michel Foucault, filósofo. E. Balbier et alt (1995: 15-17, 27-28).
145
Cf. Wahl, François, “¿Fuera de la filosofía o en la filosofía?”, en Michel Foucault, filósofo. E. Balbier et alt.
(1995: 76).
186
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
146
Estas preguntas formarían parte de las formuladas a Foucault en pleno mayo de 1968, por el Cercle d’ Episte-
mologie y la Revista Esprit y publicadas en Esprit Nº 371 y Cahiers pour l’Analyse Nº 9. Cf. Miguel Morey. Lectura de
Foucault (1983: 183).
147
“Foucault ya ha demostrado que el imperativo de usar la razón para descubrir una verdad profunda sobre
nosotros mismos y nuestra cultura es una construcción histórica que ha ocultado su historia con el propósito de
funcionar para nosotros como una meta” (Dreyfus y Rabinow, 2001: 294-295).
148
Incluso posteriormente Foucault también tomará distancia del concepto de “racionalización”: “Creo que
la palabra racionalización es peligrosa. Lo que hay que hacer es analizar racionalidades específicas en lugar de
invocar sin cesar los progresos de la racionalización”. Citado por Dominique Janicaud, “Racionalidad, fuerza y
poder”, en Michel Foucault, filósofo. E. Balbier et alt. (1995: 280).
187
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Discurso y orden
¿El discurso constituiría una instancia cerrada y total para encontrar y sig-
nificar lo verdadero en la transparencia del lenguaje, o se trata de un campo de
emergencia de las condiciones de posibilidad del acontecimiento? Foucault
comienza El orden del discurso (1973) aludiendo a los “peligros” del discur-
so mismo, desde una hipótesis quizá poco “políticamente correcta” para la
ocasión y el lugar: la existencia de procedimientos de control del discurso
en toda sociedad y de los poderes que conjuran sus potencias virtualmente
desestabilizadoras. Y es que precisamente nada se encuentra tan vinculado al
deseo y al poder como el discurso mismo, desde el punto de vista de los jue-
gos de restricción y los mecanismos de distribución de lo decible. Sin duda, el
discurso siempre está rodeado o inscrito en figuras que van desde la exclusión,
lo prohibido, los tabúes, los derechos de quien habla…, pasando por las divisiones
binarias razón-locura y verdadero-falso, que dan vida a la voluntad de verdad que
a su vez rige tan perentoriamente sobre nuestra voluntad de saber (1973: 11-
23). Pero no son esos los únicos procedimientos de control discursivo: las no-
ciones de comentario, autor y disciplina (control interno) y los rituales, las sociedades
de discurso, las doctrinas y la educación (condiciones de utilización) completan
este cuadro de instancias de circulación y normalización del discurso (1973:
24-46). La filosofía, según Foucault, ha podido jugar un papel de reforzamiento
de estos juegos, al ofrecer una verdad como ley discursiva y una racionalidad
correspondiente a su desarrollo que “no promete la verdad más que al deseo
de la verdad misma y al sólo poder de pensarla” (1973: 46). Como si Occi-
dente hubiera buscado reducir el espacio entre habla y pensamiento, el sujeto
fundador aparece como la instancia llamada a “animar las formas vacías del
lenguaje” (1973: 47) y reencontrar así el sentido y el fundamento del saber
bajo la figura de una experiencia originaria (la significación previa, el brillo de
un logos que posibilita su encuentro con la conciencia para que despliegue su
racionalidad en el discurso). Pero la veneración del discurso por la civilización
occidental oculta al mismo tiempo un temor: prohibiciones para evitar su
proliferación y potencial desorden, logofobia ante su murmullo inquietan-
te… Foucault piensa que si se desea analizar ese temor, hay que tomar tres
direcciones: replantear la voluntad de verdad, restituir al discurso su carácter
de acontecimiento y borrar la soberanía del significante (1973: 51). Este es el
proyecto que se propone investigar, pero presenta exigencias de método que
resume en los cuatro principios de trastocamiento, discontinuidad, especificidad y la
regla de exterioridad (1973: 52-53). De aquí deriva cuatro nociones como prin-
cipios reguladores para sus análisis: acontecimiento, serie, regularidad y condición de
posibilidad, que se oponen respectivamente a las otras cuatro que han impera-
188
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
189
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Poder y genealogía
En lo que se ha visto (por comodidad) como una segunda etapa de su fi-
losofía, Foucault se dirige a descubrir los dispositivos concretos de poder que
han legitimado la vigencia de diversos órdenes empíricos en Occidente. Se trata
de un período genealógico, centrado en las relaciones de fuerza, cuyos trabajos
más decisivos fueron Vigilar y castigar (1976) y el compendio traducido al espa-
ñol como Microfísica del poder (1991), entre otros artículos. La genealogía no bus-
ca el origen (ursprung) milagroso y desconocido de los hechos sino que investiga
más bien la invención (erfindung) que preside las maquinaciones y trampas de
todo pasado, el azar y la ausencia de verdad, el disparate y no la identidad (1991:
8 y 10). De manera que las búsquedas de las identidades estables, las grandes
continuidades e incluso la solidez y coherencia de los grandes sistemas, no son
objetos de interés para la genealogía, que ve en ellos productos de invenciones
en función del establecimiento de la verdad y sus políticas de sujeción. Es la
emergencia de las fuerzas, las articulaciones entre los cuerpos como superfi-
cies de inscripción de los hechos y la historia, lo que constituye el objetivo del
análisis de Foucault. Esta mirada perspectivista toma distancia de la historia
del sujeto y su pretendida trascendencia, de su ilusoria unidad metafísica, para
enfocarse en los azares y el devenir, para conducir el sentido histórico a una
liberación de modelos metafísicos, para generar más bien una “contramemo-
ria” e implicar una concepción muy diferente del tiempo en la interpretación
(1991: 25 ss.). En una perspectiva semejante, Foucault observa que las prácticas
de encierro responden primordialmente a una gestión o administración de los
cuerpos que desborda el marco estricto de la prisión y se extiende sobre las
estrategias y regulaciones que invisten a las formas modernas de organización
social (lo disciplinario). Allí descubre que la categoría de disciplina, por ejemplo,
rige diversos espacios de la actividad social del individuo moderno, sometido
a un control de tipo panóptico como dimensión reglada de mecanismos de
normalización. Aquí se establece una clara demarcación respecto a los análisis
marxistas y estructuralistas sobre el poder. En realidad, la oposición entre los
conceptos de genealogía e historia abre una nueva concepción de lo político: el
cuerpo social como tejido de relaciones entre fuerzas que no son exclusivamen-
te económicas. Deleuze resume así la serie de seis postulados que muestran el
distanciamiento de Foucault respecto a una lectura marxista de las relaciones de
poder: el poder no sería una propiedad de la clase dominante, no se posee sino
que se ejerce… No estaría localizado en el Estado, sino que pasaría por una
190
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Panoptismo
Naturalmente, el panoptismo guarda relaciones de consonancia con los
temas de la mirada y el espacio: la visibilidad de los cuerpos y los indivi-
duos bajo un ojo centralizador deviene una constante en la modernidad, y
en el caso de los hospitales y las cárceles alcanza proporciones de verdade-
ro proyecto perfeccionado de vigilancia individualizante: evitar contagios y
amontonamientos, distribuir o aislar a los individuos, dividir cuidadosamen-
te los espacios, etc., situaciones donde la medicina desempeñó importantes
funciones150. Foucault constata que Bentham aparece en todos los proyectos
de reformas carcelarias de la primera mitad del siglo XIX, lo cual reflejaría
149
Deleuze, 1987: 51-56. Foucault había expuesto algunos de estos postulados en Historia de la sexualidad, la
voluntad de saber (1977: 114-119).
150
Michel Foucault y el ojo del poder (Entrevista con Michel Foucault; el panoptismo), pp. 1-3. Tomado de
http://www.ciudadpolitica.org/modules/news/article.php ?storyid=50 (Consultado el 3 de febrero de 2011).
191
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
192
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
193
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
194
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
151
Se puede considerar que El antiedipo, Capitalismo y esquizofrenia (edición francesa de 1972), de Deleuze-Guattari,
es un texto inaugural del llamado pensamiento “postestructuralista”.
195
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
196
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
152
La subjetividad procesual del conocimiento en Hume es tratada por Deleuze en Empirismo y subjetividad
(2002a); especialmente en la parte 5 de Diferencia y repetición (2002b), vuelve sobre los temas de la individuación y
lo sensible. Por su parte, Michel Serres dedica su bello libro Los cinco sentidos (2002) a una exaltación del sensorium
empirista como disposición fundamental e ineludible para el saber.
197
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
198
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
199
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Un convidado de piedra
Podría preguntarse si no resulta prudente circunscribir la argumentación
sobre el papel ordenador del verbo exclusivamente al terreno mítico, y reser-
var la desarticulación del lenguaje al campo religioso. Pero observamos que
esa distribución no resulta adecuada, primero porque pese a la frecuencia
enunciativa de ese poder del nombramiento originario en numerosos mitos, y
a la indudable recurrencia de la destitución de la palabra en diversas prácticas
religiosas, también se presentan pliegues mutuos que desbaratan ese intento
clasificatorio, como tendremos ocasión de mostrarlo. En segundo lugar, ocu-
200
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
rre que las relaciones antagónicas entre el poder ordenador del nombrar y la
destitución de la palabra rompen las barreras frágiles y estrechas del mito y
la religión; pero lo que es más importante, abren una dimensión en la que se
juega más bien la oposición arquetípica entre orden y alteridad. La reveladora
plenitud simbólica y el carácter casi entitativo de esta última relación resultan
más ricos y sugestivos, porque nos conducen a preguntarnos por su ignorado
cumplimiento tanto en el lenguaje como en lo social, a indagar en las condi-
ciones históricas que puedan mostrar cómo se subordina la lengua al papel
de médium compositivo de subjetivación, y a examinar los singulares juegos y
divergencias de signos que pueden comparecer en las encrucijadas de la alte-
ridad del sentido. Pero este punto también nos despierta una pregunta sobre
la incomprensible renuencia del análisis estructural para aplicarse específica-
mente a la enorme riqueza de los signos religiosos −hasta donde sabemos,
con la única excepción de Dumézil, quien circunscribe sus investigaciones a
las antiguas tradiciones míticas indoeuropeas. ¿Los juegos simbólicos de la
ritualidad, las concepciones de lo sagrado y las prácticas religiosas en general
escapaban a las estructuras? Hasta donde hemos podido observar, no se pro-
dujeron interrogaciones ni interpretaciones estructuralistas que consideraran
los hechos religiosos de Occidente en su debida amplitud, cuando sabemos
que se trata de campos de experiencia individual y social tan inmersos en el
lenguaje como plenos de significado (es decir, considerados como prácticas
semióticas). Nunca se podrá insistir con fuerza suficiente en la importancia y
valor de la naturaleza simbólica que conservan todas las tradiciones religio-
sas. Se ha visto que el interés por hallar una inteligibilidad estructural para
lo humano se proyectó virtualmente en todos los campos de la experiencia
individual y social, pasando por sus manifestaciones más inasibles como el
inconsciente, la experiencia, la percepción, el deseo, el pensamiento mismo,
la escritura y el arte..., pero lo religioso aparece inexplicablemente como un
convidado de piedra en el festín estructuralista de los signos. ¿Debemos creer
que resultaba plenamente legítimo emprender análisis estructurales sobre el
mito (sociedades “primitivas”) mientras los signos religiosos de Occidente se
encontraban en situación de excepción? Porque cuesta mucho aceptar que
los análisis sobre el mito, con todo y sus problemas, no podrían extenderse,
mutatis mutandis, al orden religioso occidental; y de allí puede derivarse fácil-
mente la deducción de un sesgo etnocéntrico en esa forclusión estructuralista
del hecho religioso. No encontramos una respuesta satisfactoria para este
interrogante, pero en el hecho de plantearlo presentimos la comparecencia
de una densidad irreductible a las organizaciones de sistema en un plano tan
vital. Nuestras hipótesis se remitirán exactamente a este campo de problemas.
201
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
153
¡Hágase la luz! (Génesis, I, 3). Evocamos también lo que subyace bajo el enunciado: “Y la palabra se hizo
carne…”, Juan I, 1-14.
154
Lara Peinado, Federico (Ed. y trad.). Enuma elish, poema babilónico de la creación, Madrid, Trotta, 1994.
155
Pueden consultarse los exhaustivos estudios de Joseph Campbell, que muestran la fuerza de algunas de estas
irradiaciones: The Masks of God (1962, principalmente los tomos II y III). También puede verse Mircea Eliade:
1999, 1972. Por su parte, Jean-Pierre Vernant abordó el análisis del horizonte mítico griego en una amplia pers-
pectiva espacio-temporal (por ejemplo, el mito hesiódico de las razas), muy reconocida por la tradición analítica
de estos problemas (1983: 21 ss.).
202
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
sión trascendental que ofrece las claves para el ordenamiento del mundo y, a
posteriori, para la fundamentación del poder político. Este poema habría sido
escrito durante el reinado de Nabucodonosor I (1124-1103 a. C.), y luego rees-
crito en numerosas ocasiones, hasta ser redactado definitivamente en las siete
tablillas fragmentadas que hoy se conservan. Los sacerdotes y el déspota de
Mesopotamia lo recitaban anualmente en la fiesta solemne para celebrar el año
nuevo (Zagmut o Akitu), después de que la sociedad experimentara un estado
de caos y desbordamiento erótico durante los últimos días del año anterior.
Mircea Eliade pudo encontrar aquí otra confirmación para su teoría del mito
como intento de actualización del origen sagrado del cosmos (1990 [t. 3], 110
ss.; 1992: passim). Durante la celebración de la llegada del nuevo año (recreación
del mundo), el rey de Babilonia debía recitar fórmulas sagradas que glorificaban
al dios Marduk y buscaban liberar a la regencia de culpas por la desobediencia
de sus preceptos. Efectividad elocutiva de una palabra que, al pronunciarse,
genera por sí sola un reacondicionamiento del orden (palabra-poder), desdibu-
jado por efectos de la inevitable profanación proveniente de la acción humana.
Mediador entre el pueblo y lo divino, el rey tenía la misión de comprometerse
activamente con el verbo, al establecer “los acuerdos” con la palabra de Mar-
duk-Enlil, señor de las tempestades y los vientos. Dependiendo de ese acuerdo
con la palabra divina, el rey se convertía en el principal responsable del creci-
miento de la vida y el aumento de la fertilidad en la sociedad mesopotámica,
disposición que Weber vislumbrara como forma carismática de dominación
política y que Luc de Heusch analizara posteriormente desde los criterios etno-
gráficos de la sacralización del poder156.
En el origen sólo existían Tiamat (potencia femenina asimilada al agua salada del
mar) y Apsu (divinidad masculina personificada por las aguas dulces). De esta pareja
primordial nacieron Lakhmu y Lakhamu (potencias acuáticas), y de ellos Anshar
(encarnación del cielo) y Kishar (divinidad esencialmente terrestre), quienes a su
vez engendran a Anu, padre de Ea, encarnación –este último– de la sabiduría, la
inteligencia y el arte creador. La otra descendencia de Anu, divinidades jóvenes que
producen un “rumor” o “clamor”, perturba el silencio que complace a Tiamat y
Apsu. Disgustado, Apsu se propone destruir a esos dioses jóvenes, pero Ea lo de-
rrota mediante un encantamiento, y se retira al Santuario de los Destinos (Capilla de
las Suertes). Allí, en unión con Damkina engendra a Marduk (originariamente Enlil,
dios de los vientos y del aire, que reside en el intramundo o espacio entre la tierra
y el cielo), poseedor de cuatro ojos y cuatro orejas que lo convierten en potencia
156
Weber (1964: 193 ss. y 328 ss.); Luc de Heusch (2003: 7 ss., 19-20 ss.). Este tópico de la etnografía también ha
sido tratado con especial relevancia por René Girard (1995: 111 ss.), y por Elías Canetti (1983: 409 ss.).
203
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
capaz de percibir lo que otros no ven, y por ello, divinidad sabia que “cuando abre
sus labios hace flamear un fuego” (I, 96). Después de vivir las peripecias que le
otorgarán el poder, Marduk derrota a Tiamat e inicia el ordenamiento del mundo,
al tiempo que decide crear al hombre asignándole desde su mismo origen el destino
de servir a los dioses.
En este breve resumen, el poema no presenta elementos muy diferentes a
los de muchos otros mitos. Sin embargo, es necesario detenerse un poco en el
desarrollo del mito para encontrar las relaciones de lenguaje que –nos parece–
confieren una autenticidad insospechada al poema.
Naturaleza y lenguaje
La tablilla I parte de la denominación de Lakhmu y Lakhamu como pa-
reja originaria, quienes son los primeros en recibir un nombre (I, 10); desde ese
momento, se produce un desencadenamiento de fuerzas que culminará en el
rumor o clamor producido por las divinidades jóvenes: un primer movimiento
del nombrar genera entonces la dislocación del silencio primigenio, que Apsu
busca restablecer. Para cumplir ese propósito, Apsu, en compañía de Mummu
(llamado también sukkallu o mensajero intrigante, cuyo nombre curiosamente
significa “Palabra”), se dirige a Tiamat para convencerla de que reduzca a los
dioses jóvenes a la nada; pero la diosa se resiste. No obstante, los dioses jóvenes
se enteran de los propósitos de Apsu, y Ea concibe un proyecto para derrotar a
Apsu y Mummu, a través de un conjuro (encantamiento) que es recitado después
de aplicar un filtro que conduce a Apsu al reposo157.
Según la versión más tradicional del poema, Anu otorga a Marduk cuatro
vientos −fuerzas neumáticas que queremos ver relacionadas estrechamente
con el lenguaje, en este contexto mítico, como primera dinámica que hace
posible una dimensión denotativa con valor óntico que se manifestará des-
pués de reducir las fuerzas del caos−, y Marduk crea una polvareda que trae
consigo la tempestad, lo cual genera una enorme agitación entre los dioses
originarios (I, 105-110). Es en este momento cuando Tiamat rompe su silen-
cio al ser incitada por los viejos dioses, y se dispone a preparar la gran batalla
cósmica. Todo sucede como si la primera introducción del nombramiento/
movimiento en medio de la quietud primordial se tradujera como “ruido” y
“clamor” perniciosos. Tiamat exalta a su hijo y esposo Kingu, pronunciando
en favor suyo el conjuro que le otorga la potestad de regir el destino de todos
los dioses:
157
No será ésta la única ocasión en que las divinidades utilicen conjuros. Una constante en el poema será la
recurrencia de los encantamientos como arma de guerra privilegiada (Lara Peinado, 1994: I, 153; II, 39 y 99; IV,
61, 71, 92; V, 23, 153; VI, 97, 111, 153-154; VII, 33).
204
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
¡Que tu orden sea irrevocable, que [tu palabra] se realice! (I, 158).
Para los demás dioses aliados decreta otra obligación (destino), que no deja de
relacionarse con el vigor del aliento, una constante significativa en todo el poema
pues siempre se encuentra en juego un poder ligado al soplo vital:
Quién, pues [se] adelantará contra ella [y la re]ducirá al silencio... (II, 84-85).
205
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
206
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
¡Ningún dios puede cambiar aquello que sale de su boca! (VII [Epílogo],
151-152).
Tal es la revelación final y definitiva del poema, para ser enseñada y reci-
tada “pronunciando su nombre”, y para que siempre se salmodie el canto de
Marduk (VII, 159-160).
CAOS
SILENCIO INMANENTE
NATURALEZA
PRIMER
Kingu (incesto NOMBRE
primordial)
Anu
RUIDO DE
DIOSES JÓVENES
Ea Damkiina
Marduk-Enlil
PALABRA ORDENADORA (Señor del Aire)
(VIENTO-LENGUAJE-
TRASCENDENCIA)
Hombres (lenguaje)
COSMOS
(Babilonia)
207
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
158
El poema presenta dos referencias al fuego: cuando Marduk “abre sus labios hace flamear un fuego” (I, 96),
y cuando los viejos dioses quieren “apagar ese fuego” (I, 161-162). Así, el aire y el fuego se muestran tan empa-
rentados opositivamente como el agua y la tierra.
208
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
159
Tanto Apsu como Mummu (“Palabra”) pierden protagonismo luego de su derrota ante Ea. Por su parte,
Khubur (río infernal), que aparece vinculado con Tiamat al inicio de la batalla final, no vuelve a ser nombrado en
los fragmentos que se conservan del poema.
209
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
210
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Ascenso de la palabra
Indudablemente, son pocos los mitos que, como el narrado en el Poema babilónico
de la creación, elevan a tal grado la fuerza ordenadora del verbo. El lenguaje, al no dejar
de referirse y modularse progresivamente a sí mismo en el relato, encarna el poder
absoluto de las fuerzas designadoras divinas en el origen del mundo (enunciación
= existencia). Potencia esencialmente aérea, Marduk-Enlil (Señor de los Nombres)
es el vigor pneumático que alcanza una primera formalización del “ruido” primige-
nio, ese balbuceo clamoroso producido por los primeros dinamismos móviles de
la creación. Es allí donde nos parece que la facultad de proferir un lenguaje “para el
cosmos” se convierte en el “destino trascendente” de Marduk (II, 157). Para los se-
res humanos, la única trascendencia posible residirá en la invocación de los apelativos
del dios como naturaleza formalizada, recuperada del caos por el don de la palabra.
En función del surgimiento del lenguaje, se podrían distinguir entonces tres niveles
en el poema, que no dejan de remitirse unos a otros a través de los símbolos que
pueblan el mito:
1. El silencio inmanente originario, que corresponde a la quietud reinante en-
tre las primeras potencias naturales.
2. El “ruido” o “clamor” producido por el balbuceo de los dioses jóvenes,
como primer intento de formalización lingüística.
3. La palabra trascendente de Marduk-Enlil, como perfeccionamiento de la
capacidad del verbo para ordenar el mundo natural, crear al hombre y con-
cederle un lugar (el orden político).
A partir de las relaciones entre estos niveles, en una primera hipótesis se po-
dría afirmar que el triunfo del lenguaje-trascendencia constituye el relevo mítico
de los viejos dioses de la naturaleza (inmanencia): tránsito naturaleza-cultura
vía supresión del incesto originario. Y ese paso demanda una batalla cósmica (y
eminentemente lingüística) que culmina en la implantación de la ciudad como
centro religioso y político. Los viejos dioses de la inmanencia (Tiamat, Apsu,
Kingu, y los seres monstruosos engendrados por la Tierra: dragones gigantes,
211
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
212
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
213
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
160
A propósito de este problema, Marcel Detienne sostuvo: “Para descubrir el horizonte completo de los valores
simbólicos de una sociedad, es necesario también hacer el mapa de sus transgresiones, examinar las desviaciones,
señalar los fenómenos de rechazo y repulsa, circunscribir las desembocaduras de silencio que se abren sobre
lo implícito y sobre el saber subyacente”. Cf. La muerte de Dioniso (1982: 76). Por su parte, Georges Lapassade
contempla los efectos socioculturales de varias rupturas con el lenguaje en Les rites de possession (1997). También
pueden verse los análisis de Georges Bataille sobre la transgresión en El erotismo (1979).
161
Guattari, 1996: 14 ss.; problemas y tesis que expone con más detalle en Cartografías esquizoanalíticas (2000).
162
Una de las más lúcidas investigaciones en antropología de lo anómalo, que supera con ricos resultados esas
semiotizaciones, es el trabajo Masa y poder (1983) de Elías Canetti.
214
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
las “funciones mágicas” del verbo, los disfraces culturales del nombre propio
o los eufemismos para designar el mal, la enfermedad o la muerte, tienen to-
dos una larga historia en la herencia simbólica. Al retornar permanentemente
a la nostalgia (tan viva en innumerables tradiciones culturales) del contacto
con el sentido de los nombres originarios, perdido o gastado a merced de las
potencias “nefastas” del uso y el tiempo, en términos del platonismo los seres
humanos habrían quedado condenados a seguir los ecos borrosos de las pa-
labras originarias163. Pero al mismo tiempo, en una tendencia contraria a esa
añoranza, se observa la recurrencia de despliegues de subjetividad alterada en
todas las culturas, que parecen abrir espacios indispensables para una especie
de bifurcaciones existenciales plenas de flujos fragmentarios y rupturas del
sentido. Allí parece residir la auténtica entropía del sistema significante de la
lengua. Existen muchos estados de alteridad significante, en la destitución de
la voz, que no terminan en su ocultamiento o su diferimiento, sino precisa-
mente en su voluntaria y radical desarticulación. Se trataría de acontecimien-
tos portadores de regímenes de signos que catalizan polifonías desterritoriali-
zadas pero potencialmente constructoras de subjetividad (Guattari). A partir
del mismo elemento aire –objeto central en el Enuma Elish– intentaremos
observar cómo se desterritorializa esa superficie de inscripción elocucionaria
en las condiciones de una alteridad de la palabra, donde tres máquinas se-
mióticas (hablar en lenguas, delirar y trastocar el sentido) revelan acontecimientos
incorporales irreductibles a una estructuración.
163
Tema del diálogo Cratilo, de Platón, donde prolonga la preocupación “mítica” sobre el origen del lenguaje y
el nombramiento divino, a los cuales ofrece una respuesta que eleva la relación lenguaje-mundo hasta sus condi-
ciones más idealistas (el legislador) (Platón, 1979b: especialmente 389a, 400a y 426c).
164
“El señor cuyo oráculo está en Delfos ni habla ni oculta nada, sino que se manifiesta por señales”. Heráclito
de Éfeso, 247 (en Kirk, G. S. y E. Raven, 1974: 298).
215
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
165
Deleuze-Guattari, 1988: 117 ss. Estos autores extienden y problematizan las concepciones pragmáticas en
cuatro grandes componentes: generativos, transformacionales, diagramáticos y maquínicos (pp. 148 ss.); estos
últimos presentan dinamismos relacionales entre contenido y expresión (Hjelmslev) que se orientan por una
parte hacia las estratificaciones (coagulaciones del cuerpo lleno de la Tierra) y por otra parte hacia el plano de
consistencia (individuaciones). En cuanto a los “agenciamientos”, los autores plantean que pueden englobar
territorialidades compuestas por fragmentos de descodificación de toda clase. Véanse también, pp. 513 ss.
216
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
166
Lacarrière (1964); este tema también fue ampliamente investigado por Ioan P. Couliano (1994).
217
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
no compartidas del todo con otras prácticas lingüísticas. Las alusiones al so-
plo celeste, aire o viento primordial, correlativos a lo divino y por tanto, a la
esencia del alma (anemos, psique, atman, ánima, nefesh...), se encuentran en nume-
rosas cosmogonías (africanas, indias, americanas, babilonias, judías, griegas...),
sea como primera irradiación ordenadora del mundo fenoménico o como
esencia trascendente divina (superficie de inscripción de signos al territorio
existencial). Lo cierto es que los valores simbólicos atribuidos al aire presen-
tan evidentes correspondencias religiosas con máquinas celestes: lugar para
la trascendencia, ámbito divino, espacio del Nous, ascensionismo del pen-
samiento… (Bachelard, Durand, Couliano, Jung…), que llegan a producir
múltiples conformaciones de sentido, no exclusivamente politeístas, cuando
convergen en universos semióticos desterritorializados.
El mito del Enuma Elish coincide con preocupaciones religiosas que con-
servan al elemento aire como núcleo explicativo. Pero existe una oposición
muy notable entre aspectos originarios del lenguaje en el relato analizado
(establecimiento del poder de nombrar) y las tres máquinas que, como vere-
mos, se relacionaron singularmente con el balbuceo y el secreto. Se trata de
insólitas “líneas de fuga” del lenguaje (Deleuze) que pasarían por las siguien-
tes coordenadas.
Profetas
Si ha existido un pueblo cuya patria es el lenguaje, habría que referirse
en primer lugar a la sociedad judía. Se sabe que los profetas del judaísmo se
preocuparon por conservar viva una dependencia de la comunidad respecto
a las sustancias de expresión del verbo divino. En efecto, el profeta era aquel
que llevaba la luz de esa palabra a los hombres, para iluminar la desterrito-
rialización judía y marcar el destino del pueblo con un sentido trascendente.
¿Quién es el profeta? Es aquel que enuncia una palabra antes que todos (προ-
φημι: “decir-antes”; “pre-decir”); su voz se encuentra en un dominio casi
metalingüístico, porque recibe la inspiratio divina, el “soplo” sagrado. De ahí
que el profeta se caracterice por ser, en primer lugar, un “inspirado”, aquel
que ha recibido el “hálito de dios”167. Suele representarse al profeta como una
figura esencialmente religiosa, que aparece con frecuencia en el judaísmo y el
167
El islamismo designa con dos términos a los inspirados por lo divino:
a) Rasûl: “Enviado”; se trata de un profeta dirigido por Dios a la humanidad, pero que no entrega el mensaje
divino a todos, porque lo guarda en secreto.
b) Nebi: del hebreo Nabi: “Anunciador”, quien sí transmite una ley y un destino a todos los seres humanos.
De todas maneras, tanto en el judaísmo y como en el islamismo, Nabi es “aquel que anuncia”, “el que habla”, el
“visionario”, hombre de Dios que transmite los mensajes del espíritu.
218
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
168
Deleuze-Guattari conciben al profeta más del lado de un régimen pasional postsignificante (sujeto de enun-
ciación sin centro de significancia) que de un régimen significante despótico (rey-dios y circularidad de los
signos): “El profeta no es un sacerdote. El profeta no sabe hablar, Dios le introduce las palabras en la boca:
manducación de la palabra, semifagia de una nueva forma. El profeta, al contrario que el adivino, no interpreta
nada: más que un delirio de idea o de imaginación, tiene un delirio de acción, una relación con Dios pasional y autoritaria,
no despótica y significante; más que aplicar los poderes pasados y presentes, se anticipa y detecta las fuerzas del
futuro” (Deleuze-Guattari, 1988: 128).
169
Isaías exclama: “Guardo en mi interior a Yahvé, pero Él me oculta su rostro” (Cf. Isaías 8, 17); Moisés y
Elías experimentan profundas crisis de fe y angustias que los llevan a lamentarse (Números 11, 11; Revelaciones 19,
4); Ezequiel afirma que “está lleno de amargura y furor” (Ezequiel 3, 14).
170
Platón concibió la profecía como una de las manifestaciones del entusiasmo (en-theos) o “furor” divino. Cf.
Fedro (1979a: 244b).
219
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Sibilas
Oráculo (del gr. ωραω “ver”, “observar”, vertido al latín como oraculorum)
podría traducirse como “respuesta oral”; se trata de una visión divina o de lo
divino, que intenta desdoblarse inútilmente en palabras para los consultantes.
Las revelaciones del dios se producen por medio de la boca de un ser humano
especializado: sibila, médium, sacerdote... Entre los oráculos de la antigüedad,
fueron muy conocidos y utilizados (al tiempo que manipulados) los llamados
oráculos sibilinos, emitidos por las pitonisas griegas que habrían realizado
profecías sorprendentes para el mundo de entonces (especialmente las sibilas
de Eritrea, Delfos y la de Cumas)172. Delfos, lugar del omphalos (“ombligo”
o centro del universo), era un espacio de conexión entre el mundo humano
y el divino; y esa “comunicación” se cumplía a través de la Pitía, especie de
sacerdotisa que interpretaba las respuestas en estado de trance, línea de fuga
inducida por Apolo, quien le habría comunicado visiones a través de ciertas
emanaciones terrenas. Se ha sostenido que probablemente las pitonisas utili-
zaron sustancias alucinógenas, administradas por los sacerdotes, para emitir
sus oráculos.
Este santuario de Apolo era el sitio donde el dios emitía sus exegetai o
decisiones oraculares. El oráculo se nos aparece como un agenciamiento ma-
quínico de enunciación, una especie de circuito con un régimen transitivo de
signos que ponía a circular potencias asignificantes. Los griegos relacionaban
a Delfos con delphys: “matriz”. La gruta o cavidad misteriosa era un stomios,
una sima, pero este término también se aplicaba a la vagina. Era como si Apo-
lo (energía viril) hubiera derrotado a Pitón (fuerza terrena femenina) bajo una
171
Ibn Khaldûn, Al-Muqaddima, discours sur l´Histoire universelle (1967-1968: Lib. I, VI, pp. 146 y ss.). Cf. también
Corán, XXI, 7, 25.
172
“La Sibila lleva más de mil años emitiendo por medio del dios con boca posesa cosas tristes, sin composturas y sin
perfumes”. Heráclito de Éfeso, 248, Fr. 92.
220
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
especie de acto sexual mítico que convertía al oráculo en centro del mundo
y lugar de revelaciones, en este caso apolíneas, de una palabra inhabilitada
definitivamente para ingresar en el registro del logos. El mito narra que Apolo,
culpable por haber derrotado a la serpiente ctónica, intenta restituir su poten-
cia a través de la centralización de la Sibila en su oráculo.
La Pitonisa, inspirada por el dios, profetizaba con palabras ininteligibles a
través de lo que se llamó “delirio pítico” (polo esquizo de descodificación en
una semiótica abstracta), una especie de trance histérico o posesión semejante
a la que operaba Dioniso en sus Bacantes173. Es por esto que, en griego, Sibila
se deriva de σιβυλλιαω, que significa exactamente “chochear”. Así, la Sibila
es “la que chochea”, a quien le fallan las facultades mentales y entre ellas,
especialmente el lenguaje. Platón también señaló que el delirio (maneisa) de la
pitonisa era algo semejante a la inspiración divina provocada por las musas
y al transporte amoroso que producía Afrodita sobre los mortales (Fedro:
243e-245a). En todo caso, el éxtasis alcanzado por la Pitonisa se percibía
como una posesión elocucionaria del dios, que quizás haría de ella más una
fuente de enunciados “transformacionales analógicos”, del tipo droga o em-
briaguez174. Se sabe que la Pitía se sentaba sobre un trípode localizado encima
de una hendidura en el piso (chasma), desde donde se ha supuesto que pudie-
ron surgir esas emanaciones con virtudes enteogénicas175.
En los casos del profeta y la pitonisa, las respectivas colectividades ha-
brían participado activamente en esas conformaciones polifónicas de subje-
tividad. En lo que concierne a las pitonisas, los detallados relatos de Plutarco
nos conducen a confirmar que sus enunciados no habrían obedecido a una
estructura de transmisión de mensajes como patrones precisos de conducta,
(profetas) sino más bien a una cristalización de partículas asignificantes e in-
tensidades no discursivas que debían contribuir a la composición aleatoria de
173
Plutarco, quien fuera sacerdote del oráculo, afirmó que la Pitía ingresaba en un estado de “enajenación y
locura”. Cf. Obras morales y de costumbres (1987: 394-409, pp. 163-202).
174
“Un enunciado transformacional indica más bien cómo una semiótica traduce por su cuenta enunciados pro-
cedentes de otra parte, pero desviándolos, dejando en ellos residuos intransformables, y resistiendo activamente
a la transformación inversa […] En las transformaciones analógicas vemos con frecuencia cómo el sueño, la
droga, la exaltación amorosa, pueden formar expresiones que traducen en presignificantes los regímenes signi-
ficantes o subjetivos que se les quieren imponer, pero a los que resisten imponiéndoles a su vez una segmenta-
riedad y una polivocidad inesperadas”. Deleuze-Guattari (1988: 140).
175
Plutarco (1987: 433e, p. 261). En su Geografía, Estrabón cuenta que debajo del trípode donde se sentaba la
Pitía, existía un agujero en cuyo fondo los sacerdotes del templo “habrían encendido un fuego de hojas de laurel
y otras sustancias estimulantes” (IX, 3, 5). Se sabe que la Pitonisa se sentaba sobre el trípode, hipnotizada y
apática. También se piensa que era necesario que estuviera en el aire para que la incómoda posición le impidiera
dormirse. Respecto a las sustancias enteogénicas usadas en los oráculos, véase Wasson, R. G.; A. Hofmann; C.
A. Ruck, El camino a Eleusis (1980).
221
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Magos
Los antiguos magoi intentaron construir una técnica mágica como arte de
emitir palabras que tuvieran el poder para desencadenar actos en favor o
en contra de las leyes naturales. Los mageuma no habrían sido otra cosa que
sortilegios o encantos, es decir, actos especiales de lenguaje cargados de una
misteriosa fuerza transformadora (redundancias de sobrecodificación del sig-
nificante).
San Agustín había construido el árbol de significancia de tres tipos de magia,
que se impuso en la tradición esotérica medieval: la theurgia, la goecia y la mageia en
sentido estricto (1966: X, 9). Afirmaba que la theurgia recurre a los daimones (“de-
monios”, “espíritus”) más sublimes y a los dioses que se encuentran “elevados
más allá de la materia”. La goecia invoca los “demonios” impuros y maléficos,
mientras la mageia podía invocar a los “demonios” materiales e inmateriales. Se-
gún Agustín, cada uno de los “espíritus” o “demonios” (daimones) tenía un nombre
secreto y cuando el mago llegaba a conocer el nombre de un “espíritu”, el acceso
a su potencia era casi ilimitado. En la época, era usual aceptar que el nombre se
identificaba con la esencia de la divinidad, de manera que el espíritu in-vocado
tenía que someterse al arbitrio del mago. Los magos que alcanzaban la pose-
sión del perseguido nombre de un daimon, ingresaban en una extraña polivocidad
voluptuosa, verdadera matematización demente de la sintaxis, pues evitaban a
toda costa escribirlo y también enunciarlo, acudiendo a artificios numéricos y
fonéticos para “pronunciar” esa palabra sin articularla, para denotar esa temible
realidad escondiéndola del lenguaje o cubriéndola con palabras confusas, pero
al mismo tiempo incitándola a manifestarse. Pudor, y también terror, frente a
potencias indomables capaces de alterar el curso del mundo. Consideramos a
este mago como una especie de instancia de manipulación semiótica, traductor
sin semántica, máquina aérea de ipseidad que permanece atada a los segmentos
de significación mayoritaria pero traza una línea de fuga secreta que rompe con
los referentes dominantes para conferirle al verbo una plusvalía de sentido que
lo altera, y de cuya producción deriva un goce y un extraño poder.
Existió una concepción de la magia, conocida como “magia pneumática”,
que remitía directamente a las manipulaciones etéreas176. Desde el punto de
176
Ioan P. Couliano expone una lectura muy completa de la “magia pneumática”, a la cual nos remitimos en
todos los aspectos siguientes que tienen que ver con ese tipo de magos. Cf. Eros y magia en el Renacimiento (1999,
Cap. V).
222
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
vista de la magia más antigua (medos, egipcios...), todo individuo estaría dota-
do de un “cuerpo pneumático”. Esto significaba que al interior del cuerpo, al
igual que en el cosmos, operaban fuerzas basadas principalmente en el aire y
la presión. En la antigüedad grecorromana, el elemento aire es objeto de una
insólita aglomeración de numerosas semióticas subjetivas. Desde los mitos
más antiguos hasta las filosofías renacentistas, constituye una sorprendente
trama de adyacencias semióticas que van desde los compromisos políticos
con la palabra hasta conformaciones enunciativas de tipo místico. Entre todas
estas expresiones, los estoicos acuñaron un concepto que sirvió como núcleo
instrumental para las prácticas de magia pneumática: se trataba del hegemoni-
kon o sintetizador cardíaco (el corazón). Tal como el Sol era el corazón del
mundo, el corazón de los seres humanos funcionaría como una especie de
bomba pneumática (aire psíquico) que animaría a todo el organismo. Pero
el pneuma era para ellos una sustancia universal y eterna, que coexistía en toda
relación entre los seres: simpatía universal inmanente (Couliano, 1999: 159 ss.).
Para emitir los oráculos, los vates también se servían de estímulos ex-
ternos, especialmente de ciertas emanaciones o exhalaciones (anhelitus) de
la tierra, en las que reconocían un pneuma mántico o espíritu adivinatorio.
Entonces, la adivinación en este caso constituiría una habilidad para servirse
de las fugas naturales del pneuma, y los adivinos pneumáticos desarrollaron
técnicas para atraer, nutrir y almacenar el espíritu divino o pneuma cósmico
(Couliano, 1999: 160). Se testifica así el estallido de una polimorfía de líneas
de fuga aéreas que saturan la densidad de los agenciamientos colectivos y, en
tanto actualizan a su modo las erotizaciones oraculares con la tierra practi-
cadas por las pitonisas, abren nuevos universos referenciales con sus propias
materias de expresión asignificante.
Para los estoicos, la relación funcional entre el sintetizador cardíaco y el
pneuma era muy clara: el hegemonikon era una especie de lugar receptor, al cual
eran comunicadas todas las impresiones de los sentidos (Couliano, Loc. cit.).
Según la doctrina estoica, el hegemonikon era el alma misma, a su vez consus-
tancial al alma del mundo. Los estoicos afirmaron que el hegemonikon pro-
ducía unos “fantasmas”, es decir, unas representaciones. La representación
de los objetos sensibles en el sintetizador cardíaco es denominada por los
estoicos phantasia kataleptiké o “representación comprensiva”. Los “fantas-
mas” estaban influidos por el estado del pneuma que los recibía o los conocía.
Por ello, los estoicos plantearon la necesidad de poseer un pneuma limpio, un
“espejo cardíaco bien bruñido” (Epicteto), lo que equivalía a “ser virtuoso”
(Ibid., 160-161). Esta magia también produce, desde los límites del afuera de
la sociedad, una conformidad enunciativa ética para la coexistencia universal.
223
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
177
Sinesio de Cirene (370-415), en De somniis, escribe: “Es necesario que las partes de este universo, que simpa-
tizan y conspiran con el hombre, sean reunidas por algún medio. Los encantamientos mágicos constituyen un
medio, puesto que no se limitan a significar, sino que también invocan. Aquel que comprenda la relación entre
las partes del universo es verdaderamente sabio: puede atraerse los beneficios de los seres superiores captando,
por medio de sonidos (phonas), de materias (hylas) y de figuras (schémata) la presencia de aquellos que están más
alejados de él” (citado por Couliano, 1999: 163).
224
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
El secreto de Babel
¿Sería posible establecer una continuidad entre la concepción mítica de un
origen del lenguaje, como resultado de una organización cósmica del pneuma
originario (Enuma elish) y la búsqueda de las claves de la simpatía universal
aérea, tal como la practicaron los magos en la antigüedad, y que se prolonga
en las indagaciones cabalísticas, probablemente inspiradas en la magia sonora
y en las concepciones sobre el eros en Bruno y Ficino? Se observan muchas
correspondencias estrechas en esos intentos. En ellos se verificaría el paso
178
Quien recitaba los sonidos debía representarse muy bien la forma que deseaba transformar o sobre la que
quería influir. Nace así, desde la magia pneumática, lo que se llamó “magia sonora”, especie de “lengua en
medio de la lengua” que estuvo presidida por una teoría sobre el origen divino del lenguaje. Cada sonido habría
sido creado por una armonía celeste. Como el hebreo era “la lengua de la creación”, sus palabras indicaban la
naturaleza esencial de las cosas (Couliano, 1999: 170), lo que resolvía el viejo problema platónico de la rectitud
de los nombres que se planteaba en el Cratilo. Tal podría ser uno de los probables orígenes de la Cábala, que
buscaba encontrar el nombre de Dios a través de la combinación entre letras y cifras. Según la magia sonora, a
través de los sonidos se podrían operar presagios, hechizos, obtener el control de la voluntad humana, provocar
fenómenos atmosféricos...
225
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
Desde el punto de vista del lenguaje, nos parece que existirían dos seme-
janzas fundamentales en los tres personajes:
La segunda semejanza tiene que ver con que los tres personajes justamen-
te guardan un secreto. Hay que recordar que el secreto se constituye en una
226
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
Desterritorialización de la lengua
Pero la convergencia de tales semejanzas en esas tres figuras –al igual que
la mención sobre una “continuidad” obsesiva del objeto aire en la antigüe-
dad–, no nos autorizan a pensar que se trataría de una estructuración. Sabe-
mos que no basta con eso. Más bien, todo lo contrario, ese objeto de catexis
(el aire) nos permite observar cómo un mismo núcleo de estructuración míti-
ca, tan definitivo allí para la “formalización” del lenguaje, puede ser también
un referente muy “desformalizado” acá para múltiples producciones semióti-
cas sui generis e irreductibles a lo estructural.
Ahora bien, la aproximación a estas alteridades del lenguaje tampoco es
susceptible de recibir homologaciones con estrategias de orden comunica-
tivo, porque constituyen la confirmación de envíos a los propios regímenes
de signos desterritorializados que las componen (el lenguaje como problema
político más que comunicativo). Porque el signo no siempre está encerrado
227
Estructuralismo y filosofías de la diferencia
228
Introducción a las teorías del signo en las disciplinas humanas
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Estructuralismo y filosofías de la diferencia
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