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RESUMEN

Agustín de Hipona (Tagaste 354-430)


Ciudadano romano y el verdadero creador de la filosofía cristiana. La primera filosofía que el cristianismo
asimiló fue el platonismo, pensamiento bastante afín al cristianismo porque no contiene tesis que
contradigan frontalmente sus dogmas principales. El fin de la vida humana es el conocimiento de la verdad,
sabiduría, a la sabiduría se llega por la fe, el cristianismo es el único camino hacia la felicidad y por tanto, la
única filosofía verdadera.

El problema de la realidad-Metafísica: Dios y el mundo

Todas las cosas del mundo tienen en Dios, desde la eternidad, sus correspondientes ideas ejemplares
(entendidas en un sentido platónico). A partir de estas ideas eternas existentes en Dios, ha sido creado el
mundo y el tiempo. Además, Dios depositó en la materia los gérmenes (Ideas germinales) de todos los
seres futuros para que fueran apareciendo progresivamente en el tiempo. Igualmente se ocupará de su
conservación. Las ideas ejemplares o modelos son eternas; ahora bien, el mundo material y corpóreo ha
sido creado, y todas las cosas creadas son cosas contingentes (es decir, no necesarias), que tienen su
causa en Dios. Las cosas del mundo son importantes en cuanto encarnan el modelo existente en la mente
divina. Junto con la creación material del mundo fue creado el tiempo. Antes de la creación no había
tiempo, sólo Dios eterno, y ser eterno significa estar, fuera del tiempo, no tener un antes ni un después.

La realidad tiene un orden jerárquico, en la cima se encuentra Dios, causa de todo, después están las
almas que, sin ocupar espacio pero sí tiempo, buscan, inquietas, la verdad eterna en su interior, en un nivel
inferior se hallan los cuerpos y todas las cosas materiales. ¿Qué ocurre con el mal? ¿Dios es también el
creador del mal existente en el mundo? Agustín de Hipona, partiendo de Plotino, afirma que el mal es
negatividad, privación, falta de ser; no una luz impregnada de mal, sino falta de luz u oscuridad:
propiamente el mal no es ser y, como sólo el ser ha sido creado por Dios, el mal no proviene de Dios.

Razón y fe

Razón y fe pertenecen teóricamente a ámbitos diferentes, pero ambas contribuyen al gran objetivo humano,
ser unitario que ama apasionadamente la verdad divina. Por ello afirma: “Crede ut intelligas”, “cree para
entender”, entiendo para creer y creo para entender. La fe prepara nuestra alma para conocer la verdad,
orientándola en la dirección adecuada, a través de la creencia y el argumento de autoridad, pero además
requiere el indispensable complemento de la razón, que nos permite entender aquella verdad que ya
creemos por la fe.

El problema de Dios

Si bien para S. Agustín la existencia de Dios está clara, intentará hacer una demostración de la misma.
Admitirá varios argumentos como la propia grandeza de la creación (la realidad es demasiado compleja
para no haber sido creada por una inteligencia suprema) o el argumento del consenso (la mayoría de los
hombres creen en Dios). Pero el argumento preferido por San Agustín es el derivado de la inmutabilidad
y eternidad de las ideas que tenemos en nuestra alma, que contrasta con la naturaleza humana, mutable y
finita, y por lo tanto tienen que surgir de un ser eterno e inmutable: Dios. A éste se le conoce
imperfectamente a través de las huellas que ha dejado en las criaturas.

Teoría del conocimiento-Epistemología

Agustín de Hipona creía en la posibilidad de acceder a un conocimiento sensible, de nivel inferior, sobre
las cosas del mundo; sobre éstas obtenemos información gracias a los sentidos, no es un conocimiento
verdadero por las deficiencias de los sentidos y del propio objeto. El un nivel superior encontramos el
conocimiento racional inferior, conocimiento científico, universal y necesario relativo a las cosas
temporales. Ahora bien, ¿cómo llegamos a las realidades fundamentales ¿Exigen una facultad Intelectual
de nivel superior o es suficiente la fe del creyente para alcanzarlas? El camino hacia el conocimiento
racional superior, el de las verdades eternas donde confluyen razón y fe se inicia con la experiencia
interior o autoconciencia. En el interior de uno mismo es donde se encuentra la verdad y la máxima
realidad, Dios. Mediante este proceso de mirada hacia el interior de uno mismo, el ser humano tiene acceso
a las más elevadas verdades; aunque esto sólo le es posible si recibe la iluminación divina. Así corno el
Sol ilumina y hace visibles al ojo las cosas corpóreas, tan sólo una iluminación divina permite descubrir y
hacer visibles las verdades eternas. La iluminación divina es imprescindible para acceder al más elevado
conocimiento, Agustín llama sabiduría a este conocimiento racional superior, y afirma que el alma no se
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siente satisfecha hasta que no descansa en esta sabiduría, que es su gran anhelo, su gran amor. Así, el
amor mueve el alma hacia las verdades eternas; recordemos que el amor era también un elemento de gran
importancia en la teoría platónica del conocimiento.

Visión del ser humano: Antropología

A la hora de entender al ser humano, Agustín sigue el modelo dualista platónico: el hombre es un alma
inmortal que ocupa y se sirve de un cuerpo mortal. Esta alma, sin embargo, no ha existido eternamente,
sino que ha sido creada por Dios; no obstante, como herencia del pecado original, esta alma está dominada
por el cuerpo. Todo hombre tiene la marca del pecado original, el pecado cometido en el origen de la
creación por Adán y Eva; esta herencia explica lo tendencia constante del hombre a cometer el mal. Para
salvarse, el hombre necesita una ayuda exterior: la gracia divina. San Agustín aplica al alma humana la
concepción trinitaria de Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El alma entiende, es
inteligente; el alma quiere (tiene voluntad para querer) y recuerda (así, su identidad perdura en el tiempo).

Ética

Uno de los temas que todos los pensadores cristianos deberían tratar es el tema de la libertad humana. El
cristianismo habla de un premio o de un castigo en un más allá, y parece que tanto el uno como el otro
exigen que el hombre sea responsable de su actuación. Si no soy libre, si no soy autor y responsable de lo
que hago, parece que es absurdo hablar de auténtico comportamiento moral; por otra parte, si la gracia
divina es imprescindible porque el hombre está corrompido por el pecado original, ¿cómo puedo ser
responsable de mis actos? Agustín de Hipona trata esta temática en su libro De libero arbitrio, sobre el
libre albedrío; a partir de él, este lema será una cuestión abierta y constante en toda la historia del
pensamiento occidental. Para entender bien la concepción de Agustín sobre la libertad, es necesario tener
presente que distingue entre libertas y liberum arbitrium:

 Libertas o máxima libertad. Es el anhelo de amar el supremo bien y de satisfacer así la búsqueda
humana de la felicidad. En su visión cristiana, Dios es el bien supremo; con Él, el hombre lo tiene todo y
alcanza la máxima felicidad. Cuando el hombre anhelo a Dios y ama a Dios es cuando hace pleno uso
de su libertad. Así, el hombre más libre es aquel que realiza lo que le es más necesario para su
supremo bien.
 Liberum arbitrium o libre albedrío. Consiste en la capacidad de decidir libremente; pero es una
capacidad frágil y debilitada como consecuencia del pecado original. Adán, antes del pecado
original, podría no haber pecado; su culpa se ha transmitido a toda la humanidad. Así, el hombre, a
causa de su naturaleza caída y corrompida, a menudo tiende al mal. Sólo podrá elegir y hacer el bien si
recibe la gracia divina, don gratuito de Dios a sus elegidos. Con la gracia, el libre albedrío o Iiberum
arbitrium se transforma en libertas y tiende al bien.

El mal moral es el abuso que el hombre comete de su libre albedrío, y por ello, es responsable
personalmente del pecado cometido. La voluntad humana tiende a la felicidad, fin supremo que sólo se
consigue en la otra vida, con la contemplación y amor de Dios.

Teoría social: Concepción de la historia

Agustín de Hipona es el primer pensador que analiza el sentido de la historia humana y lo hace en su obra
La ciudad de Dios, en ella expone que toda la historia de la humanidad es la lucha entre dos ciudades:
la de la luz o celestial, simbolizada por Jerusalén, y la de la oscuridad o terrenal, simbolizada por Babilonia
o Roma. En nuestro mundo la ciudad celestial y la ciudad terrenal están mezcladas; los seguidores de Abel
(el bien) y los seguidores de Caín (el mal) conviven en lucha. El conflicto que cada individuo sufre, es decir,
su lucha interna entre el bien y el mal, entre el amor a Dios y el amor a las cosas del mundo, es una
reproducción del viejo conflicto que aparece testimoniado en la Biblia, entre Abel y Caín. Las dos ciudades
son dos ideas abstractas que no necesariamente coinciden con organizaciones reales: es decir, un
hombre puede ser cristiano y pertenecer a la Iglesia, pero a causa del amor que se tiene a sí mismo y no a
Dios, pertenecer a la ciudad terrenal. En aquellos momentos históricos de debilitamiento de las estructuras
del Estado y el fortalecimiento de las estructuras de la Iglesia, este libro se interpretó como si Iglesia y
Estado fueran dos ciudades que, aunque separadas, son tales que el Estado sólo puede formar parte de
la ciudad de Dios si se somete a la Iglesia en todas las cuestiones fundamentales. Así pues, el Estado
debe seguir los principios de la Iglesia. La Ciudad de Dios fue uno de los libros que tuvo mayor influencia
durante toda la Edad Media, ya que define las relaciones entre los poderes de la Iglesia y del Estado.

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