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Muchas veces se ha dicho que la guerra hace aflorar del ser humano tanto lo mejor como lo peor,

y también, que desde siempre los dictadores han echado mano a todo aquello que tenían a su
alcance para poder eternizarse en el poder. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, lo que
mas tenían a su alcance eran niños, los tristemente celebres niños soldados.

Hoy vamos a hablar del werwolf o las juv hitlerianas

El Werwolf tenía alrededor de 5.000 miembros reclutados de las SS y las Juventudes Hitlerianas,
pero finalizando la Guerra, el grupo quedó formado por chicos de 14 años promedio.

El estudiante Kurt Gruber creó las Juventudes Hitlerianas en 1926. Al principio parecía un club de
chicos exploradores. Niños desde los 10 años hasta jóvenes de 18 que debían amar el nazismo,
realizar mucha actividad física, llevar una vida al aire libre y en el futuro recibir entrenamiento
militar.

Al principio fueron 1.000 chicos. En 1927 eran 12.000. En 1930 sumaban 25.000. En la noche del 1°
de Octubre de 1932 se celebró en el estadio de Postdam la primera asamblea de la Juventud
Hitleriana, en la que habló Adolf Hitler. Al día siguiente tuvo lugar un desfile de la juventud que
duró siete horas y media.

Cuando Hitler llegó al poder en 1933 los miembros de las Juventudes Hitlerianas llegaron a ser
107.956. Todavía no era nada. Un año después superaban los 2.300.000. Y sus filas crecían como
un hormiguero en plena ebullición. El 1° de Diciembre de 1936, el gobierno del Reich promulgó
una ley según la cual toda la juventud alemana, dentro de los confines del Reich, quedaba
comprendida en la Juventud Hitleriana. Los jóvenes, además de la educación que recibían en casa
de sus padres y en la escuela, serían educados allí "tanto física, como intelectual y moralmente".

En 1938 ya eran 7.000.000 y en 1940, cuando se realizó el último control fiable, sus filas estaban
integradas por 8.000.000 de niños y jóvenes. Un momento fundamental para ellos repetía todos
los miércoles a las 20.15. Los los integrantes de las Juventudes Hitlerianas (incluso los más
pequeños, de 10 años) debían escuchar la emisión radiofónica de la “Hora de la Nación Joven”,
que se transmitía con puntualidad religiosa por todas las estaciones difusoras de Alemania de
manera simultánea.

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Avancemos en el tiempo. Corría 1945 y la guerra estaba perdida para la Alemania nazi. Los rusos
estaban en las cercanías de Berlín y el fin se olía en el aire junto al aroma de la pólvora, la muerte y

Hitler contaba desde un año antes con un grupo de élite: la Werwolf. Un grupo secreto formado
por la sección de combate de las Waffen-SS. Con una única misión: resistir, costara lo que costara,
al avance aliado. Su entrenamiento se basaba en tácticas de guerrilla. Pero las temibles Waffen-
SS, en 1945, estaban casi exterminadas y por ello Hitler dio la orden de que niños que como
máximo llegaban a 14 años, pasaran a ser soldados de la Werwolf.

Hay una imagen que no pudo ser borrada. Es la de Hitler saliendo de su búnker. Un día antes de su
suicidio. El frío pegaba duro en Berlín. El jerarca nazi pasaba revista a una pequeña tropa formada.
Lo de pequeña no es metafórico. Eran niños en fila, algunos tiritando, otros, en su posición de
firmes, no podían impedir que el agua les saliera lentamente por las fosas nasales, denotando un
resfrío no curado.

Hitler, algo tembloroso, los saludaba, ya lejos de aquellas posturas enérgicas y amenazantes.
Parecía un abuelo despidéndose. Sabiendo de su final y macabramente, sabiendo del final de esos
niños que no estaban con su padres.

Los chicos quedaron combatiendo en las calles de Berlín. El historiador británico Antony Beevor,
cuenta en su libro, Berlín. La caída: 1945: "El nombre del Werwolf provenía de una novela de
Hermann Löns ambientada en la Guerra de los Treinta Años. Este escritor, muerto en 1914, era un
ultra nacionalista transformado en un ícono por los nazis".

El grupo Werwolf fue creada por Heinrich Himmler en el otoño de 1944 tras aceptar la idea que
lanzó Martin Bormann y que aprobó Adolf Hitler. Al lado de Himmler quedó Joseph Göebbels, que
en marzo de 1945 organizó una emisora de radio y un periódico llamados ambos Werwolf.

La emisora comenzó sus emisiones el 1º de mayo de 1944. Göebbels imprimió un estilo a las
emisiones de radio Werwolf.similar al que tuvo el diario Der Angriff. Defensor a ultranza del
nazismo sin importar nada ni nadie. Y acuñó su frase: “¡Quien no está con nosotros, está contra
nosotros!".
Los jóvenes de la Werwolf (hombre lobo en alemán) quedaron bajo el mando del teniente general
de las SS, Hans Prützmann (y sobre él, el líder de las SS, Heinrich Himmler). Prützmann, luego de
estudiar las tácticas de guerrilla del Ejército soviético en Ucrania, las implantó en su grupo. Se
especializaron en ataques de francotiradores, incendios, sabotaje y asesinatos, Entre las técnicas
utilizadas se incluían matar a los centinelas enemigos ahorcándolos con una soga de un metro con
nudo corredizo.

Los comandos estaban formados por grupos de tres a seis hombres y mujeres. La Werwolf
organizó la "Operación Carnaval". El blanco era Franz Oppenhoff, un abogado católico al que los
Aliados colocaron como alcalde de Aachen y que era el político anti nazi más respetado del país.
Dos jóvenes miembros de la Werwolf, Josef Leitgeb y Herbert Wenzel, se infiltraron en territorio
ocupado por las tropas estadounidenses, llegaron a la casa de Oppenhoff y se presentaron como
aviadores que habían caído tras las líneas enemigas. Cuando el alcalde los escuchaba, Leitgeb le
pegó un tiro en la cabeza.

?El grupo cometería otros crímenes resonantes: el del mayor John Poston (oficial de enlace del
mariscal de campo Bernard Law Montgomery), el general Nikolai Berzarin (comandante soviético
en Berlín) y el general Maurice Rose, el más antiguo oficial judío del ejército norteamericano.

Casi un año después, los Werwolf ya casi no existían. Salvo para Hitler. El 23 de marzo de 1945,
con el final inminente, Göebbels pronunció un discurso, conocido como “El discurso Werwolf“, en
el que arengaba a cada alemán para que luchara hasta la muerte: "Todos los medios son correctos
para dañar al enemigo. Nuestras ciudades en el Oeste, destruidas por el cruel terrorismo aéreo, las
mujeres y los niños hambrientos a lo largo del Rin, nos han enseñado a odiar al enemigo. La sangre
y las lágrimas de nuestros hombres asesinados, nuestras mujeres violadas y nuestros niños
masacrados en los territorios ocupados en el Este, claman venganza. El movimiento Werwolf
declara en esta proclamación su firme y resuelta decisión, indiferentes ante una muerte posible y
tomando venganza de cada ultraje que el enemigo cometa contra un miembro de nuestro pueblo,
dándole muerte. Cada bolchevique, cada inglés y cada norteamericano serán los blancos a atacar
de nuestro movimiento. En donde nosotros tengamos la posibilidad de acabar con sus vidas, lo
haremos con placer y sin preocupación de las nuestras. Cada alemán, en el puesto en que se
encuentre, que se ofrezca a cooperar con el enemigo, sentirá nuestra venganza. Odio es nuestra
plegaria. Venganza es nuestro grito de guerra".

Ya no iba dirigido a comandos especialmente entrenados. La Werwolf ahora era un rejuntado de


criaturas que no superaban el metro cincuenta, y que comprendieron la palabra muerte, no
cuando vieron frente suyo a las tropas rusas y aliadas, sino cuando cada uno de ellos recibió una
pastilla de cianuro.

La derrota no cabía en el diccionario nazi y si alguno le daba espacio, debía tener la "dignidad" de
suicidarse. En su inocencia robada contaban con otro castigo: la Wehrmacht y las Waffen SS
rehusaban entregar municiones y equipos a "unidades juveniles" de dudoso valor práctico. Solo les
quedó crear rústicas bombas con latas de sopa de rabo de buey marca Heinz.

El final

Adolf Hitler saludaba al grupo Werwolf fuera del búnker. Las solapas de su abrigo estaban
levantadas para enfrentar el frío. Los disparos se escuchaban no muy lejos. Los rusos ya no
estaban a kilómetros de distancia sino a cientos de metros.

Frente a su Führer, los niños temblaban. No sabían ni ellos mismos si por el frío o por el miedo.
Cuando Hitler se retiró al corazón de su búnker y empezó a pensar que momento sería el mejor
para matarse junto a Eva Braun, los niños recibieron la orden de volver a las calles. De combatir.
No dragones imaginarios sino tanques. Para ellos ya no había espacio ni siquiera para los sueños.

El fin de la Werwolf fue inevitable. Algunos niños pudieron desertar, otros fueron masacrados por
tropas francesas y soviéticas a las que no les importó la edad de sus enemigos.

Algunos afirman que grupos de niños siguieron luchando contra la ocupación desde sus últimos
refugios de la Selva Negra y las montañas Harz hasta 1947 e incluso hasta 1950.

Ya no cantaban el himno de la Juventud Hitleriana que habían aprendido en los campamentos


desde los 10 años: “¡Al avanzar nuestra bandera ondea, y símbolo ella es la nueva era!”.

Algunos fueron masacrados, otros desertaron, un grupo siguió luchando, y quien sabe cuántos,
habrán abierto el primer botón de su camisa, tanteado el hilo que tenían alrededor de su cuello,
abierto el frasquito de metal que colgaba de él, tomar titubeantes la pastilla que allí estaba
guardada. Y la habrán ingerido.
Ya no tendrían pesadillas. Ya no verían ante sus ojos esos dragones que avanzaban por las calles de
Berlín escupiendo fuego. Ya no deberían detener el agua que salía de sus narices por el resfrío mal
curado. Ya no temblarían por el frío, el hambre y el miedo. Ya no deberían contener las lágrimas
de tristeza. Ya podían soñar con su madre, con su casa, con sus juguetes perdidos.

Nunca fueron hombres lobos. Tan sólo niños que aprendieron a morir fuera de tiempo...

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